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La poesía llama
La poesía llama
La poesía llama
Libro electrónico187 páginas40 minutos

La poesía llama

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Información de este libro electrónico

La poesía llama atiende a la constante búsqueda del espacio desde el que la poesía nace y se manifiesta. Dividido en cuatro secciones —La poesía llama, Poemas del presente lejano, Las cuatrocientas voces del azul y Preámbulo a la noche— este poemario tiene como eje el tiempo y las distintas realidades del presente: uno violento, uno lejano y uno que se va convirtiendo para sumarse al mar de historias del pasado. Conforme el lector avance las páginas observará cómo la poesía ilumina y arde a la vez que resulta de la oscuridad de la noche y del insomnio.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2018
ISBN9786071656889
La poesía llama
Autor

Homero Aridjis

Internationally renowned poet, novelist, diplomat, and environmental activist Homero Aridjis is the author of Eyes to See Otherwise, 1492: The Life and Times of Juan Cabezón of Castille, and News of the Earth, among many other books. He has been president of PEN International and Mexico's ambassador to UNESCO. He has championed an appreciation of indigenous cultures as well as environmental awareness worldwide.

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    La poesía llama - Homero Aridjis

    noche

    LA POESÍA LLAMA

    OSCURIDAD SANTA

    un silencio visual escuchaba las voces

    una luz interior abría las puertas invisibles

    algo extraño sucedía en el vientre de mi madre:

    el niño del cumpleaños de abril venía en camino

    la noche era tan densa que no se alcanzaban a ver las manos,

    y el lecho lejano parecía cercano;

    el infinito entraba en él,

    dormido en el olvido de sí mismo

    y de los seres que habían sido

    corazones astrales palpitaban

    en el pequeño que se movía

    en el vientre tumbal de la tiniebla madre.

    La poesía existía

    antes de que yo naciera

    Oscuridad Santa

    LA INFINITA MELANCOLÍA DE DIOS

    Pienso en la infinita melancolía de Dios,

    en el Solitario del universo girando en Sí mismo

    en su orbe de paredes azules y tinieblas translúcidas.

    En su laberinto de seres y soles,

    su Conciencia, nunca dormida nunca despierta,

    vela en la eternidad del presente y del olvido.

    En el aquí lejos y en el allá cerca escucha la plegaria

    del hombre, la canción del océano, las sombras de los astros,

    los mundos a medio hacer y las construcciones de lo efímero.

    Nadar a contracorriente por el tiempo sin orillas,

    sopesar en el espacio la luz irrepetible,

    sentir en el vacío el reflejo del Ojo aluzinado, es Su saber.

    Crear, es el oficio del Miglior fabbro del parlar eterno,

    que nadie escucha, pero todo mundo explica,

    que nadie ve, pero en Él todo nace y expira.

    El hombre, huérfano de Dios, pedazo de miedo

    rodeado de nada, ciego bajo la luz, no puede concebir

    el Cuerpo incesante-mente creándose a Sí mismo.

    En la cápsula de tiempo en la que estoy metido,

    imagino cómo sería ser el Ser que se expande por el universo

    en expansión, el Habitante de cada criatura y cada mundo.

    El Ojo compasivo, el Ojo consciente-sensible-vivo

    que todo percibe, todo piensa y todo siente,

    el Ojo más viejo que el Sol, el Ojo que no se cierra.

    El Ser de las auroras lúdicas y de las tardes lúcidas,

    el Ser que sobrevive a la soledad de Sí mismo,

    el Ser que revela y oculta su Misterio.

    El Ser, que en el mundo de las criaturas condenadas

    a muerte, embarga una tristeza sin razón ni límites;

    el Ser Antiguo, el Ser Último, el Ser Presente,

    el Cerebro que siente y el Corazón que piensa,

    el Morador del agujero negro, esa bilis

    que capta lo mismo al Sol en su cenit que en su nadir,

    a la abeja en la flor y al quetzal en su extinción.

    Me pregunto cómo sería ser Él,

    el Ser de la presente ausencia,

    el Ser de la Poesía de la existencia,

    el Ser que mirándose a Sí mismo

    mira en todo cuerpo y toda cosa

    la sonrisa infinita de la Luz.

    SOLO SOLO RODEADO DE SOLES DIOS EN SU INFINITA MELANCOLÍA.

    AUTORRETRATO DE JOVEN CAMINANDO EN EL PASADO

    Hay en ese ayer sombras sin cuerpo,

    figuras que cambian de lugar y de forma,

    gentes que vienen por la calle y no llegan,

    árboles que caminan y atraviesan ventanas,

    horas que duran un minuto o un siglo.

    Hay en ese cuarto retratos y sacos

    que se quedaron solos en los roperos,

    cuerpos que sobrevivieron al acto amoroso

    y están sentados al borde de la cama;

    hay en esos rostros multitudes de sombras

    esperando delante de puertas cerradas,

    mientras el tren del olvido corre hacia atrás

    por un río sin orillas comiendo paisajes y personas.

    Hay en esa memoria seres deshabitados,

    paredes que sostienen techos inexistentes,

    cajones que no puede abrir ninguna mano,

    ventanas callejeras sucias de vida diaria.

    Hay en ese café mesas desocupadas,

    mujeres fumándose la tarde ociosa,

    tazas volcadas sobre días borrachos,

    viejos desdentados inventando el pasado.

    Hay en ese ayer un joven que camina

    con su mujer vestida de anaranjado,

    pronto ella dará a luz a su primera hija;

    cruzan una calle con coches impalpables;

    entran en un edificio de ventanas caídas;

    suben por una escalera que sólo ellos pueden subir;

    tienen los bolsillos rotos, deben su última renta,

    pero abren en el ayer las puertas del misterio.

    AUTORRETRATO EN EL GATO ROJO, CIRCA 1960

    En una mesa ardía una vela.

    Ocupaba el espacio música de jazz.

    El poeta joven entrecerró los ojos.

    Un humor de viernes agitaba su interior.

    El deseo de estar en otra parte lo inquietaba.

    Qué raro estar ahí sentado con un foco prendido

    en la cabeza, entre geranios rojos y vírgenes alucinadas

    y gente a la que no se le oía hablar.

    Él recordó la dura poesía de las esquinas,

    las banquetas náufragas de Dios

    y los niños huérfanos de amor.

    Una chica buscó a nadie en la pared, mirando a través de él.

    Con cada flirteo ella más se abismaba,

    más sola se quedaba, más se desamaba

    a sí misma con ese aroma de nicotina

    y ese aliento de carne macerada.

    Ella, con lunas ajadas debajo de la blusa

    y una sardina ultrajada entre las piernas.

    Él sintió el Ártico helado en un vaso de cerveza;

    mató a una mosca como si la suicidara;

    dio una moneda al mesero que le apagó la vela.

    El reloj de la muerte dio las doce

    de un pasado lleno de presagios

    y un porvenir cansado de esperar.

    Dondequiera que él estaba tenía

    la certeza de que algo le faltaba,

    de que pronto regresaría al punto de partida.

    Cuando salió a la calle sintió que su sombra

    se iba por su cuenta a la otra acera.

    Parada en una esquina estaba una joven vieja:

    pobre ola carnal en

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