El ardid
Por Pedro Muñoz Seca
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El ardid - Pedro Muñoz Seca
Saga
El ardid
Pedro Muñoz Seca
Cover image: Shutterstock
Copyright © 1921, 2020 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726508666
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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El autor se reserva el derecho de traducción.
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Droits de representation, de traduction et de repro duction réservés pour tous les pays, y compris la Snóde, la Norvége et la H ô llande.
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Queda hecho el dapóalto que marca la ley.
A mi buen amigo D. José Fabiani.
REPARTO
PERSONAJESACTORES
VENTURA Catalina Bárcena.
ISABEL Rafaela Satorres.
PEPITA Milagros Leal.
ELENA María Corona.
ARTURO Nicolás Navarro.
GONZALO Manuel Collado.
ARROYO Carlos M. Baena.
BARÓN Ricardo de la Vega.
JUAN José Crespo.
CARACALLAJUAN M. Román. ( ¹ )
ACTO PRIMERO
Despacho en casa de Arturo Garcés. Un despacho tan elegante como serio; tal vez demasiado serio y sobre todo incómodo, porque no habrá en él ni una butaca, ni un sofá, n í un diván, ni siquiera un sillón que dé idea de comodidad.
La puerta de entrada estará en el foro y habrá una puerta en el lateral izquierda y dos en el lateral derecha. A ambos lados de la puerta del foro dos severas librerías. La mesa de despacho entre las dos puertas de la derecha, y en el primer término de la izquierda mesita con máquina de escribir. Todo del más exquisito gusto.
La acción en Madrid. Epoca actual. En el mes de octubre.
___
(Al levantarse el telón está en escena isabel escríbíendo a máquina. Isabel, que acaba de cumplir los veinte años, es la señora de la casa: una señora elegantísima y monísima.)
Isabei. (Terminando de escribir. ) «Por ser todo ello de justicia que pido. Madrid, nueve de octubre de...» ¡Uf!... Creí que esta demanda no se acababa nunca. (Se levanta y hace sonar un timbre. Luego ordena las cuartillas que ha escrito. Por la puerta de la izquierda entra en escena pepita , una doncella pizpireta, saltoncílla, marisabidilla y simpatiquísima. ) Pepita.
Pepita Señora...
Isabel ¿Hay alguien en el salón esperando al señorito?
Pepita (Muy pronunciado. ) Verélo. (Graciosamente sorprendida de lo que acaba de decir. ) ¡Ay! Verélo... ¡Qué cursi hemos amanecido! (Se acerca a la primera puerta de la derecha, la abre, se asoma y la vuelve a cerrar diciendo. ) No hay nadie, señora.
Isabel ¿Están ahí los escribientes?
Pepita No, señora. El señor Cardona está en la Audiencia; como el señorito tiene hoy vista...
Isabel ES verdad.
Pepita Y el otro..., el señor... (Muy nerviosa. ) Bueno, el otro...
Isabel El señor Arroyo.
Pepita Sí, señora. (Rechinando los dientes. ) El señor... Arroyo; ya sabe la señora que desde que terminó la carrera de abogado viene muy tarde porque se levanta a las doce, como si futra el Rey o el Papa.
Isabel Pepita.
Pepita Señora.
Isabel Ni el Rey ni el Papa se levantan a las doce: los dos madrugan.
Pepita Pues hacen el primo.
Isabel ¿Crees tú?
Pepita Si yo fuera reina o... papesa...
Isabel No digas disparates.
Pepita (Que nerviosamente está arreglando unos papeles de la mesa y los tiene en la mano. ) Perdone la señora, pero es que cuando hablo del señor Arroyo me pongo de un nerviosismo que..., pierdo los papelas.
Isabel Pues mira, no los toques; déjalos ahí por si acaso.
Pepita Hay que ver el pistazo que se da el muy necio porque ya es abogado. Nada, que se ha olvidado de que su padre es el portero del diez y ocho; y eso que no lo olvide, porque aunque se doctore, su padre será siempre el portero del diez y ocho. En cambio, el mío fué teniente de artillería. Esto se lo tengo yo que refregar por las narices.
Isabel Qué, ¿no vuelven ustedes a arreglarse?
Pepita ¡Por Dios, señora!... Primero el claustro. Lo nuestro no tiene arreglo; porque lo nuestro se acabó, como se acabó la guerra Europea, por causa de los Estados Unidos.
Isabel ¿Qué dices, criatura?
Pepita Digo que él era de la clac de Romea, cosa que a mí no me hacía gracia. Yo nunca aplaudí que él fuese de la clac, y un día me enteré de que se había puesto en relaciones con una artista yanke, que trabajaba allí; una tal Kati-Dam. ¿No la conoce usted? Esa tía rarísima que toca al mismo tiempo un piano y un violín.
Isabel ¿Al mismo tiempo?
Pepita Sí, señora: el piano lo toca con los dientes.
Isabel No puede ser, Pepita
Pepita ES que es de manubrio.
Isabel ¡Ya!
Pepita El me juró que lo de las relaciones no era verdad; pero le cogí un retrato de ella que decía: «A Decoroso Arroyo, su Kati»... y... (con sorda rab í a. ) ya supondrá la señora. (Como si rompiera de nuevo el retrato. ) ¡Ris, rás y rás! le coloqué unas calabazas que se las colocan a un submarino y no se hunde.
Isabel Se pondría furioso, ¿no?
Pepita No, señora; empezó a hacer chistes, que es lo que a mí me tiene con el hígado estofado. Porque mire usté, si él me hubiera pegao se lo hubiera agradecido, créame usted; pero eso de que me dijera que iba a recomendarme a una tía suya que tenía la solitaria porque yo no era una Pepita cualquiera sino una pepita de calabaza, eso no se lo perdono yo a élʼ ni a su padre, que es el portero del diez y ocho (Rie Isabel ) Y es que por hacer un chiste es capaz de jugarse la vida.
Isabel Sí; en eso tienes razón. El señorito dice que es una lástima que sea así. (Suena el timbre del teléfono y acude al aparato lsabel. ) ¿Quién?... Sí, soy yo.. ¡Ah! Matilde... Bien, muchas gracias. ¿Eh?... ¡Oh! Se lo agradezco muchísimo. Perfectamente… Adiós. (Deja el aparato. ) ¡Qué fino está el tiempo! La modista que se ha dado prisa en terminar el traje que le encargué, por si quiero asistir esta noche al