Edgar Allan Poe. Poemas.
Por Dan Ariely
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Edgar y su hermano y hermana quedaron huérfanos antes del tercer cumpleaños de Edgar y Edgar fue llevado a la casa de John (un miembro de la firma de Ellis y Allan, comerciantes de tabaco) y Fanny Allan en Richmond, Virginia. Los Allans vivieron en Inglaterra durante cinco años (1815-1820) donde Edgar también asistió a la escuela.
En 1826 ingresó en la Universidad de Virginia. Aunque un buen estudiante se vio obligado a jugar ya que John Allan no proporcionó lo suficientemente bien. Allan se negó a pagar las deudas de Edgar como él no aprobó y Edgar tuvo que dejar la Universidad después de solo un año.
En 1827 Edgar publicó su primer libro, "Tamerlán y otros poemas" anónimamente bajo la firma "A Bostonian". Los poemas fueron fuertemente influenciados por Byron y mostraron una actitud juvenil.
Dan Ariely
New York Times bestselling author Dan Ariely is the James B. Duke Professor of Behavioral Economics at Duke University, with appointments at the Fuqua School of Business, the Center for Cognitive Neuroscience, and the Department of Economics. He has also held a visiting professorship at MIT’s Media Lab. He has appeared on CNN and CNBC, and is a regular commentator on National Public Radio’s Marketplace. He lives in Durham, North Carolina, with his wife and two children.
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Edgar Allan Poe. Poemas. - Dan Ariely
PRÓLOGO
POEMAS
ANNABEL LEE
A MI MADRE
PARA ANNIE
ELDORADO
EULALIA
UN ENSUEÑO EN UN ENSUEÑO
LA CIUDAD EN EL MAR
LA DURMIENTE
BALADA NUPCIAL
EL COLISEO
EL GUSANO VENCEDOR
A ELENA
A LA CIENCIA
A LA SEÑORITA ***
A LA SEÑORITA ***
AL RÍO
CANCIÓN
LOS ESPÍRITUS DE LOS MUERTOS
LA ROMANZA
EL REINO DE LAS HADAS
EL LAGO
LA ESTRELLA DE LA TARDE
EL DÍA MÁS FELIZ
IMITACIÓN
TRADUCIDOS
ULALUME
ESTRELLAS FIJAS
DREAMLAND
EL CUERVO
PRÓLOGO
En una mañana fría y húmeda llegué por primera vez al inmenso país de los Estados Unidos. Iba el steamer despacio, y la sirena aullaba roncamente por temor de un choque. Quedaba atrás Fire Island con su erecto faro; estábamos frente a Sandy Hook, de donde nos salió al paso el barco de sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por todas partes, bajo el pabellón de bandas y estrellas. El viento frío, los pitos arromadizados, el humo de las chimeneas, el movimiento de las máquinas, las mismas ondas ventrudas de aquel mar estañado, el vapor que caminaba rumbo a la gran bahía, todo decía: all right. Entre las brumas se divisaban islas y barcos. Long Island desarrollaba la inmensa cinta de sus costas, y Staten Island, como en el marco de una viñeta, se presentaba en su hermosura, tentando al lápiz, ya que no, por falta de sol, a la máquina fotográfica. Sobre cubierta se agrupan los pasajeros: el comerciante de gruesa panza, congestionado como un pavo, con encorvadas narices israelitas; el clergyman huesoso, enfundado en su largo levitón negro, cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y en la mano una pequeña Biblia; la muchacha que usa gorra de jockey, y que durante toda la travesía ha cantado con voz fonográfica, al són de un banjo; el joven robusto, lampiño como un bebé, y que, aficionado al box, tiene los puños de tal modo, que bien pudiera desquijarrar un rinoceronte de un solo impulso... En los Narrows se alcanza a ver la tierra pintoresca y florida, las fortalezas. Luego, levantando sobre su cabeza la antorcha simbólica, queda a un lado la gigantesca Madona de la Libertad, que tiene por peana un islote. De mi alma brota entonces la salutación:
«A ti, prolífica, enorme, dominadora. A ti, Nuestra Señora de la Libertad. A ti, cuyas mamas de bronce alimentan un sinnúmero de almas y corazones. A ti, que te alzas solitaria y magnífica sobre tu isla, levantando la divina antorcha. Yo te saludo al paso de mi steamer, prosternándome delante de tu majestad. ¡Ave: Good morning! Yo sé, divino icono, ¡oh, magna estatua!, que tu solo nombre, el de la excelsa beldad que encarnas, ha hecho brotar estrellas sobre el mundo, a la manera del fiat del Señor. Allí están entre todas, brillantes sobre las listas de la bandera, las que iluminan el vuelo del águila de América, de esta tu América formidable, de ojos azules. Ave, Libertad, llena de fuerza; el Señor es contigo: bendita tú eres. Pero, ¿sabes?, se te ha herido mucho por el mundo, divinidad, manchando tu esplendor. Anda en la tierra otra que ha usurpado tu nombre, y que, en vez de la antorcha, lleva la tea. Aquélla no es la Diana sagrada de las incomparables flechas: es Hécate.»
Hecha mi salutación, mi vista contempla la masa enorme que está al frente, aquella tierra coronada de torres, aquella región de donde casi sentís que viene un soplo subyugador y terrible: Manhattan, la isla de hierro, Nueva York, la sanguínea, la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irresistible capital del cheque.