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Fray Gerundio de Campazas. Tomo I
Fray Gerundio de Campazas. Tomo I
Fray Gerundio de Campazas. Tomo I
Libro electrónico117 páginas1 hora

Fray Gerundio de Campazas. Tomo I

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Información de este libro electrónico

En esta obra el Padre Isla nos presenta a Fray Gerundio, una suerte de don Quijote eclesiástico a través del cual Isla pone de manifiesto los aspectos más ridículos de la predicación culterana de la época.En este primer tomo somos testigos del nacimiento de Fray Gerundio y de los primeros pasos en su educación y formación. Con una pluma mordaz y cargada de sátira, el Padre Isla nos invita a dar un paseo por los primeros años de vida de Fray Gerundio. -
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento5 nov 2021
ISBN9788726794847
Fray Gerundio de Campazas. Tomo I

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    Fray Gerundio de Campazas. Tomo I - José Francisco de Isla

    Fray Gerundio de Campazas. Tomo I

    Copyright © 1768, 2021 SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726794847

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    Libro I

    Capítulo I

    Patria, nacimiento y primera educación de Fray Gerundio

    Campazas es un lugar de que no hizo mención Tolomeo en sus cartas geográficas, porque verisímilmente no tuvo noticia de él, y es que se fundó como mil y docientos años después de la muerte de este insigne geógrafo, como consta de un instrumento antiguo que se conserva en el famoso archivo de Cotanes. Su situación es en la provincia de Campos, entre poniente y septentrión, mirando derechamente hacia éste, por aquella parte que se opone al Mediodía. No es Campazas ciertamente de las poblaciones más nombradas, ni tampoco de las más numerosas de Castilla la Vieja, pero pudiera serlo; y no es culpa suya que no sea tan grande como Madrid, París, Londres y Constantinopla, siendo cosa averiguada que por cualquiera de las cuatro partes pudiera extenderse hasta diez y doce leguas, sin embarazo alguno. Y si, como sus celebérrimos fundadores (cuyo nombre no se sabe) se contentaron con levantar en ella veinte o treinta chozas, que llamaron casas por mal nombre, hubieran querido edificar doscientos mil suntuosos palacios con sus torres y chapiteles, con plazas, fuentes, obeliscos y otros edificios públicos, sin duda sería hoy la mayor ciudad del mundo. Bien sé lo que dice cierto crítico moderno, que esto no pudiera ser, por cuanto a una legua de distancia corre de Norte a Poniente el río grande, y era preciso que por esta parte se cortase la población. Pero sobre que era cosa muy fácil chupar con esponjas toda el agua del río, como dice un viajero francés que se usa en el Indostán y en el gran Cairo; o cuando menos, se pudiera extraer con la máquina neumática todo el aire y cuerpecillos extraños que se mezclan en el agua, y entonces apenas quedaría en todo el río la bastante para llenar una vinagrera, como a cada paso lo experimentan con el Rin y con el Ródano los filósofos modernos, ¿qué inconveniente tendría que corriese el río grande por medio de la ciudad de Campazas, dividiéndola en dos mitades? ¿No lo hace así el Támesis con Londres, el Moldava con Praga, el Spree con Berlín, el Elba con Dresde y el Tíber con Roma, sin que por esto pierdan nada estas ciudades? Pero al fin los ilustres fundadores de Campazas no se quisieron meter en estos dibujos y, por las razones que ellos se sabrían, se contentaron con levantar en aquel sitio como hasta unas treinta chozas (según la opinión que se tiene por más cierta) con sus cobertizos, o techumbres de paja a modo de cucuruchos, que hacen un punto de vista el más delicioso del mundo.

    2. Sobre la etimología de Campazas hay grande variedad en los autores. Algunos quieren que en lo antiguo se llamase Campazos, para denotar los grandes campos de que está rodeado el lugar, que verisímilmente dieron nombre a toda la provincia de Campos, cuya punta occidental comienza por aquella parte; y a esta opinión se arriman Antón Borrego, Blas Chamorro, Domingo Ovejero y Pascual Cebollón, diligentes investigadores de las cosas de esta provincia. Otros son de sentir que se llamó y hoy se debiera llamar Capazas, por haberse dado principio en él al uso de las capas grandes que, en lugar de mantellinas, usaban hasta muy entrado este siglo las mujeres de Campos, llamadas por otro nombre las tías; poniendo sobre la cabeza el cuello o la vuelta de la capa, cortada en cuadro y colgando hasta la mitad de la saya de frechilla, que era la gala recia en el día del Corpus y de San Roque, o cuando el tío de la casa servía alguna mayordomía. De este parecer son César Capisucio, Hugo Capet, Daniel Caporal, y no se desvía mucho de él Julio Capponi. Pero como quiera que esto de etimologías por lo común es erudición ad libitum, y que en las bien fundadas de San Isidoro no se hace mención de la de Campazas, dejamos al curioso lector que siga la que mejor le pareciere; pues la verdad de la historia no nos permite a nosotros tomar partido en lo que no está bien averiguado.

    3. En Campazas, pues (que así le llamaremos, conformándonos con el estilo de los mejores historiadores, que en materia de nombres de lugares usan de los modernos, después de haber apuntado los antiguos), en Campazas había, a mediado del siglo pasado, un labrador que llamaban el rico del lugar; porque tenía dos pares de bueyes de labranza, una yegua torda, dos carros, un pollino rucio, zancudo, de pujanza y andador, para ir a los mercados; un hato de ovejas, la mitad parideras y la otra mitad machorras; y se distinguía su casa entre todas las del lugar en ser la única que tenía tejas. Entrábase a ella por un gran corralón flanqueado de cobertizos, que llaman tenadas los naturales; y antes de la primera puerta interior se elevaba otro cobertizo en figura de pestaña horizontal, muy jalbegueado de cal, con sus chafarrinadas, a trechos, de almagre, a manera de faldón de disciplinante en día de Jueves Santo. El zaguán o portal interior estaba bernizado con el mismo jalbegre, a excepción de las ráfagas de almagre, y todos los sábados se tenía cuidado de lavarle la cara con un baño de aguacal. En la pared del portal, que hacía frente a la puerta, había una especie de aparador o estante, que se llamaba vasar en el vocabulario del país, donde se presentaba desde luego a los que entraban toda la vajilla de la casa; doce platos, otras tantas escudillas, tres fuentes grandes, todas de Talavera de la Reina, y en medio dos jarras, de vidrio con sus cenefas azules hacia el brocal, y sus asas a picos o a dentellones, como crestas de gallo. A los dos lados del vasar se levantaban desde el suelo con proporcionada elevación dos poyos de tierra, almagreados por el pie y caleados por el plano, sobre cada uno de los cuales se habían abierto cuatro a manera de hornillos, para asentar otros tantos cántaros de barro, cuatro de agua zarca para beber, y los otros cuatro de agua del río para los demás menesteres de la casa.

    4. Hacia la mano derecha del zaguán, como entramos por la puerta del corral, estaba la sala principal, que tendría sus buenas cuatro varas en cuadro, con su alcoba de dos y media. Eran los muebles de la sala seis cuadros de los más primorosos y más finos de la famosa calle de Santiago, de Valladolid, que representaban un San Jorge, una Santa Bárbara, un Santiago a caballo, un San Roque, una Nuestra Señora del Carmen y un San Antonio Abad con su cochinillo al canto. Había un bufete con su sobremesa de jerga listoneada a fluecos, un banco de álamo, dos sillas de tijera, a la usanza antigua, como las de ceremonia del Colegio Viejo de Salamanca; otra que al parecer había sido de vaqueta, como las que se usan ahora, pero sólo tenía el respaldar, y en el asiento no había más que la armazón; una arca grande, y junto a ella un cofre sin pelo y sin cerradura. A la entrada de la alcoba se dejaba ver una cortina de gasa con sus listas de encajes de a seis maravedís la vara, cuya cenefa estaba toda cuajada de escapularios con cintas coloradas, y Santas Teresas de barro en sus urnicas de cartón cubiertas de seda floja, todo distribuido y colocado con mucha gracia. Y es que el rico de Campazas era hermano de muchas religiones, cuyas cartas de hermandad tenía pegadas en la pared, unas con hostia y otras con pan mascado, entre cuadro y cuadro de los de la calle de Santiago; y cuando se hospedaban en su casa algunos padres graves, u otros frailes que habían sido confesores de monjas, dejaban unos a la tía Catuja (así se llamaba la mujer del rico) y los más a su hija Petrona, que era una moza rolliza y de no desgraciado parecer, aquellas piadosas alhajuelas en reconocimiento del hospedaje encargando mucho la devoción y ponderando las indulgencias.

    5. Por mal de mis pecados se me había olvidado el mueble más estimado que se registraba en la sala. Eran unas conclusiones de tafetán carmesí de cierto acto que había defendido en el Colegio de San Gregorio, de Valladolid, un hermano del rico de Campazas, que, habiendo sido primero colegial del insigne Colegio de San Froilán, de León, el cual tiene hermandad con muchos colegios menores de Salamanca, fue después porcionista de San Gregorio. Llegó a ser gimnasiarca, puesto importante que mereció por sus puños; obtuvo por oposición el curato de Ajos y Cebollas, en el obispado de Ávila; y murió en la flor de su edad, consultado ya en primera letra para el del Verraco. En memoria de este doctísimo varón, ornamento de la familia, se conservaban aquellas conclusiones en un marco de pino, dado con tinta de imprenta; y era tradición en la casa que, habiendo

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