Al Ándalus, la historia que no nos contaron
Por José Ruiz Mata
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Al Ándalus, la historia que no nos contaron - José Ruiz Mata
INTRODUCCIÓN
¿Por qué alándalus?
Existe una teoría por la que esta palabra procede de «Puerto vandalus», puerto de los vándalos. Nosotros creemos que está demasiado cogido por los pelos y que basa solo en una cuestión sonora; además, no existe ninguna constancia histórica que corrobore esa voz magrebí. Los vándalos estuvieron muy poco tiempo en estas tierras como para dejar su impronta. A principios del siglo V, procedentes de las zonas ribereñas del Báltico, cruzaron las Galias y la península Ibérica y se instalaron brevemente en el valle del Guadalquivir y sur de la Meseta, luego pasaron el estrecho de Gibraltar y, al mando de Genserico, crearon un reino en el norte de África, desde el actual Tánger hasta el lago de Túnez, cuya capital sería Cartago. Transcurren 300 años entre la estancia de los vándalos en Hispania y la aparición de la primera referencia a Alándalus, demasiado tiempo para ese simple nombre perdure.
También con referencia a los vándalos, y al reparto de tierras entre ellos en 411, existirá una explicación a la toponimia Alándalus en länder-hous, término godo que significaría «tierra de sorteo». Este origen tiene así mismo poco recorrido, pues en el período visigodo posterior se siguió llamando Bética.
Otra de las propuestas es que procede de Atlántida. Esta es más sugerente. Existen autores que han querido situar en estas tierras a la mítica Atlántida, la «isla de Atlas», ubicada, según Platón, más allá de las Columnas de Hércules. También podría ser «península del Atlántico» o «de los atlantes».
Al-Bakri, onubense nacido en 1014, en su obra Los caminos y los reinos, con respecto a este tema dice: «se cuenta que, en la Antigüedad su nombre era Iberia (Ibariya), por el río Ebro; luego se llamó Bética (Batiqa), por el Betis (Biti), que es el río de Córdoba. Posteriormente se le llamó Hispania (Isbaniya), por el nombre de un personaje que la dominaba en la antigüedad, cuyo nombre era Ispán (Isban) [...] Después se le llamó Al Ándalus, por el nombre de los andaluces que la poblaban, a lo cual obedece la designación». Ante esto nos surge una pregunta: ¿desde cuándo se llaman andaluces los que pueblan esta tierra?
Pero la que más nos convence es la que ya expusimos en el libro El megalitismo en el sur de la península Ibérica, donde nos basábamos en un artículo de Saulo Ruiz Moreno que se puede encontrar en: http://www.sauloruizmoreno.com/andalucia-tierra-madre-tierra-del-dios-lug/
Lug, Luc, Luch o Lugus es un dios presente en todos los pueblos celtas, un dios artesano cuyo atributo era la lanza, un símbolo fálico. Su nombre se explica a partir del radical leuk, «brillar, lucir», por lo que Lug es «el luminoso», el rostro del sol al que nadie puede mirar a la cara. El dios Lug ha dejado su impronta en el nombre de ciudades andaluzas como Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), Sanlúcar la Mayor (Sevilla), Sanlúcar del Guadiana (Huelva), Lucena (Córdoba), en otras españolas como Lugo y en muchas otras poblaciones de Europa Occidental.
Asimismo, vemos la presencia del dios Lug en el nombre del lago Ligustino, que estuvo ubicado en las actuales marismas del Guadalquivir, que se podría traducir como el lago del Sol, del dios Lupus.
También Lug, en su representación de la luz, tendría que ver con la denominación de Alándalus. Existe una hipótesis basada en que en las lenguas indoeuropeas land, lund o landa es un término asociado a «tierra de», «lugar de» y aparece con frecuencia en los topónimos. Incluso en vasco, una lengua no indoeuropea que algunos vinculan al íbero, se encuentra este apellido o topónimo con el mismo significado. Esta raíz la tenemos en España en Andújar, Andarax, Andelo, Andorra, Andoain, Andorgi o Andorbanen. En Europa occidental es también frecuente, los más conocidos quizá sean Scotland, Irlanda, Netherlands, o las Landas, en Francia. En la palabra Alándalus, «al» es el artículo, luego tendríamos «anda», que sería «landa» al ser una especie de apóstrofe, y por último «lus», que podría venir del latín lux, lucis o, manteniendo la raíz indoeuropea, sería leuk, raíz etimológica del dios Lug o Luch. De aquí tendríamos Alándalus como Al landa luch, «La tierra de la luz», la tierra del Sol. Algo que no es de extrañar, puesto que, cuando un extranjero llega a esta tierra, lo primero que observa es la luz que lo invade; es también curioso que las dos costas andaluzas se llamen Costa de la Luz y Costa del Sol.
¿Por qué alándalus?
La primera referencia que se tiene de ese nombre es una moneda, fechada entre 716 y 717 (98 de la hégira), que en una de sus caras se indica en latín FERITOS.SOLLIN.SPAN.AN.XCI (feriitus sol(dus] in Span[ia] an[no] xv[v]i[ii]), «sueldo acuñado en Hispania en el año 98», mientras en la otra se indica en árabe duriba hada d-dinarubi-l-Ándalusa sanata tamanin watis ina, «se acuño esta dinar en al-Ándalus el año 98». De esta moneda se pueden sacar varias conclusiones. No es visigoda, pues éstas llevaban una cruz erguida sobre escalones. El texto latino tiene en el centro una estrella, símbolo de los unitarios arrianos, los trinitarios lo conformaba el alfa y omega del alfabeto griego; además, la estrella tiene ocho puntas, símbolo usado desde Tartesos en el bajo Guadalquivir. La leyenda en árabe no hace referencia ni a Allah ni a su Profeta. El nombre de Hispania para los árabes es Hispaniya, ¿por qué al-Ánalus? Saulo Ruiz Moreno sostiene en su artículo: «Este dinar está acuñado por un futuro gobernador cordobés independiente que ya dominaba toda la Hispania visigoda. La moneda era una forma de publicitarse ante sus nuevos vasallos en la lengua culta que dominaban, el latín, mientras que al mismo tiempo era un objeto propagandístico de cara al exterior (resto del mundo musulmán) que debía afianzar su poder en Córdoba de un Emirato que andaba en camino de independizarse y que requería una nueva denominación; por lo que la asimilación directa al-Ándalus con Hispania no tiene por qué ser exacta».
En el texto latino dice que es un sueldo, moneda que no es árabe. Más tarde, el Abate Sansón, en una obrita de 864 dice que los cristianos de Córdoba se habían visto obligados a pagar un impuesto de cien mil sueldos de oro. Esto no demuestra que no existiese a siglo y medio de la conquista monedas arábigas hispanas, sino que su uso, al menos, debería ser poco corriente y que el sueldo era la moneda que aún circulaba.
La denominación Álandalus debe ser más antigua. Ruiz Moreno continúa: «Para que un término sea aceptado por los integrantes de una comunidad como propio y los identifique como grupo debe surgir desde dentro, no suele venir impuesto desde fuera o generarse en una lengua que sea extraña a sus miembros. Estos cambios de denominación tan radical pueden entenderse cuando están inmersos en el desarrollo de una revolución en la que se pretenda adoptar una nueva naturaleza y dejar atrás un pasado infructuoso, de manera que las personas sean proclives a cambiar su propia denominación por otra con un mayor prestigio. Este nombre podría ser cualquier cosa (del mismo modo que muchos norteamericanos sienten como himno Hotel California de los Eagles), pero ayuda a que se consolide si ya pertenece al colectivo y está integrado en su cultura. Por lo tanto, el origen de la palabra al-Ándalus debería buscarse en la propia Bética y no habría que explicarlo mediante el árabe o cualquier otro actor externo.
»Pero, ¿en qué puede consistir esa denominación aceptada, existente y de prestigio? Se considerará ahora el proceso inverso a la islamización, el de conquista cristiana. Los castellanos se refieren a los reinos musulmanes por sus nombres políticos de forma clara y diferenciada: califato de Córdoba, taifa de Sevilla, almohades, reino de Valencia, Murcia, etc., pero solo denominan Andalucía al valle del Guadalquivir, mientras seguirán llamando al territorio restante reino de Granada. Es decir, Andalucía es asimilada a la Bética. No a ningún otro territorio con pasado o presente musulmán». Tampoco cambiaron los musulmanes los nombres de países o ciudades de otras partes del mundo: Egipto, Siria, Alejandría, Damasco.
Somos conscientes de que Alándalus fue mucho más que Andalucía, que incluso España, pues abarcaba el actual Portugal y, en ocasiones, parte de Francia. Pero también sabemos que solo los andaluces nos consideramos herederos de Alándalus, o al menos los que más nos sentimos; el nombre de nuestra tierra así lo demuestra. Por ello nos atreveríamos a decir, no sin esperar algunas críticas, que Andalucía, siendo Alándalus, llegó más allá de los Pirineos.
Ya hemos visto como, durante varios siglos, Andalucía será identificada con el valle del Guadalquivir, una zona que se extendía desde Antequera al río Guadiana, de este a oeste, y de la provincia de Córdoba hasta la de Cádiz, de norte a sur. Pero este atributo no sería casual por parte de los castellanos, sino que debió estar amparado por alguna tradición. Debemos tener en cuenta que esta es una tierra que ha presentado unas características propias desde tiempos muy remotos; aquí se encuentra el megalitismo más antiguo, que comienza hacia el 4700 a.n.e., y se han hallado los monumentos de mayor factura de esta civilización, como los dólmenes de Menga, Alberite o Soto y los tholoi de Viera, Matarrubilla o la Pastora; aquí estuvo el reino de Tartesos y, durante la época romana, fue llamada la Bética y, sus habitantes, turdetanos.
Uno de los problemas que se nos presenta es que el nombre de esta tierra siempre nos ha llegado a través de griegos y romanos y no conocemos el apelativo que le daban, tanto a su tierra como a ellos mismos, los nativos. ¿Podría provenir Alándalus del nombre que le asignaban a esta tierra sus moradores? La pregunta es sugerente, pero, por ahora, indemostrable.
Que Alándalus se conformara a partir del valle del Guadalquivir lo tenemos en su propio nombre y su capitalidad en Córdoba. Lo que no hemos podido averiguar aún es desde cuándo le viene esta denominación, aunque, si aceptamos su procedencia de «la tierra del sol», su origen debe ser celta o indoeuropeo.
De entre todas las ciencias, quizá sea la Historia la más subjetiva y manipulada, a veces con total impunidad, por los diferentes intereses que se dan cita para construir un Estado, una Nación, un pueblo.
Sabido es que la Historia la escriben los vencedores a su apaño, que el dominante pone especial empeño en eliminar todo rastro del vencido que pueda comprometer su acción violenta; es más, el triunfador suele retorcer la interpretación de los acontecimientos para justificar, ante la historia, unos actos que, en su origen, eran motivados solo por «la pasión criminal de poseer». ¿Qué se conoce de la cultura púnica, de la celta? Roma puso mucho interés en que desaparecieran. ¿Qué importa el vencido? Por falta de documentación histórica con que contrastar, el poco juicio crítico de algunos historiadores y los intereses políticos o religiosos de los más, se ha repetido demasiadas veces en la historiografía lo que precisamente deseaba el vencedor que se hubiera dicho y lo que él mismo había pagado para que se dijera, ocultando una verdad que no deseaba que fuese conocida: la del vencido.
Además, los intereses políticos o religiosos de algunos historiadores los inducen a una disposición, consciente o inconsciente, que los lleva a no aceptar lo que no se adapta a su educación o ideología, justificando a veces relatos imposibles y obviando lo que puede comprometer su idea preestablecida.
Porque la Historia, más que saberla, hay que comprenderla. La historiografía es algo más que una recopilación de datos, aunque estén contrastados, porque si no se encuentra una lógica para que no chirríen las conclusiones, es como describir las piezas de un artefacto sin que se sepa que estamos hablando, por ejemplo, de un automóvil, y sin que nos importe, si en la práctica, funcionará o no.
Un concepto que ha significado mucho en la Historia de España es el «Nosotros». El Nosotros frente al «Ellos». Pero, ¿quiénes son los Nosotros? Nosotros somos nosotros y, Ellos, todos los demás, todos los que no piensan y actúan como nosotros, todos los que no asumen y participan de nuestras costumbres, ritos, creencias. Amparados en este axioma se han promovido guerras civiles, muchas masacres, no pocos ajustes de cuentas, la creación de instituciones represivas. Muerte o destierro de moriscos y judíos, el establecimiento de la Inquisición, la persecución y exterminio de protestantes, liberales, anarquistas, la represión tras la Guerra Civil del 36. Todo ha sido quitar del medio al que no está junto a mí, al que no piensa como yo, al que no se adapta a mis normas; España una única nación, con una única religión, una única cultura y una única manera de pensar y comportarse.
Pero ese desaparecer no ha sido solamente físico, también ha sido histórico. Quitar de nuestra Historia al que no consideran Nosotros, a Ellos.
Hay que tener en cuenta que la mayor conquista que puede realizar un pueblo invasor sobre otro conquistado es arrebatarle su historia, disolver su cultura, anular sus señas de identidad. De esta forma se consigue la unidad de una patria inventada, se anulan los derechos, se aplasta cualquier conato de subversión, pues cualquier acción contra la patria no sería la de un rebelde en busca de su liberación sino la de un traidor. Cuánto trabajo está costando desenmarañar la Historia de Andalucía.
A partir de la conquista no importa el pasado del pueblo vencido, su historia empieza cuando el conquistador lo incluye dentro de sus posesiones y, para que cuadre el relato histórico, se inventan repoblaciones, sin que se pueda demostrar de dónde llegan esos nuevos habitantes, se deportan o exterminan en abstracto a los antiguos nativos hasta hacer desaparecer sus ADN, se modifican o inventan hechos históricos, se repintan nuevos blasones, se ridiculiza la cultura popular del pueblo dominado y las señas de identidad, más arraigadas y de difícil anulación, son adoptadas por el dominante como propias.
Los primeros en sumarse a esa invalidación de la cultura invadida son las élites económicas y educativas dominadas; las primeras para continuar con sus beneficios y poder; las segundas para obtener las prebendas que las conviertan en los dirigentes de la cultura oficial. Luego viene toda una tanda de oficialistas, conformistas o beneficiados de toda índole, que no ponen nada en cuestión, todo lo que diga la oficialidad es cierto sin plantear ni la más mínima duda y así, todos para adelante, aunque el relato no tenga un resquicio donde cogerlo. Todo disidente es apartado, todo libro que no cuadre en la ideología imperante es ninguneado, toda idea renovadora es ridiculizada.
Los intereses que influyen en la interpretación de la Historia son siempre económicos, pero se disfrazan de otros motivos que pueden parecer más nobles. En este caso el poder económico y el político van de la mano, pues para qué se quiere el poder político sino para atesorar bienes y, para qué se quiere tener riqueza sino para imponer un poder político. Entre esas causas que encubren los motivos económicos tenemos las sociales, que crea el binomio de una nación, un pueblo; las políticas, que fomenta el nacionalismo decimonónico hacia el concepto de patria; el étnico, que conlleva la pureza de la raza; la cultural, que camina hacia el pensamiento único; y, sobre todo, la religiosa. Hay que tener en cuenta que la Iglesia católica ha estado íntimamente ligada al poder del Estado en España, excepto en breves y escasos períodos de tiempo, desde los Reyes Católicos, mediados del siglo XV, hasta la llegada de la democracia, a finales del siglo XX. Pensemos que la Inquisición se mantuvo activa desde el siglo XV hasta mediados del XIX; es demasiado tiempo como para que su impronta no esté en todos los ámbitos de la sociedad. Esto nos ha llevado a identificar históricamente lo hispano con lo católico, es decir, nada que no sea católico es hispano: los romanos se convirtieron al catolicismo y su cultura está en nuestros ancestros; los visigodos, aunque arrianos, se convirtieron con Recaredo a la fe de Roma, y en ellos está la esencia patria, aunque hayan venido del centro de Europa. Alándalus no. Alándalus tenía como religión oficial el islam, cómo van a ser española, sus componentes tenían que ser extranjeros que invadieron el suelo patrio. No importa los rasgos étnicos y el amor a su tierra que demostraban sus descendientes, la cultura occidental que emanaba en todas sus manifestaciones, la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos, eran infieles y, por ello, extranjeros; incluso los hispanos convertidos al islam, que eran la mayoría.
Consta que hasta el siglo IV el cristianismo fue muy minoritario en Hispania. A mediados del siglo III las comunidades cristianas de Astorga, León y Mérida fueron abandonadas por sus obispos, que habían regresado al paganismo. Los cristianos de estas ciudades dirigieron una carta a Cipriano, obispo de Cartago, solicitándole su consejo. El hecho de que dirigieran sus cuitas a una persona que vivía tan lejos, mar por medio, nos hace suponer que no tenían a nadie en toda la Península de quien asesorarse. En la respuesta de Cipriano, que se conserva, se puede leer: «A pesar de que se ha minorado en nuestros días la potencia del Evangelio en la Iglesia de Dios y que periclita la fuerza de la virtud y de la fe cristiana...». Es el mismo prelado el que afirma la poca potencia del cristianismo. Incluso si se analiza las actas del concilio de Elvira (c.310), primero de Hispania y al que solo acudieron diecinueve obispos, se puede extraer la conclusión, por sus críticas, advertencias y condenas, que la civilización romana y las costumbres paganas estaban en todo su apogeo,