La Iglesia de los Padres
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Además de retornar al cristianismo primitivo para esclarecer amenazas contemporáneas, Newman nos transmite aquí con singular profundidad el espíritu de aquellos santos Padres cuya vida y enseñanzas cimentaron la fe de la Iglesia.
John Henry Newman
British theologian John Henry Cardinal Newman (1801-1890) was a leading figure in both the Church of England and, after his conversion, the Roman Catholic Church and was known as "The Father of the Second Vatican Council." His Parochial and Plain Sermons (1834-42) is considered the best collection of sermons in the English language. He is also the author of A Grammar of Assent (1870).
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La Iglesia de los Padres - John Henry Newman
John Henry Newman
La Iglesia de los Padres
Prólogo de Fernando María Cavaller
Traducción de Inés F. de Cassagne y Armando Jolly Silveira
Título en idioma original: The Church of the Fathers
© Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2022
Prólogo: Fernando María Cavaller
Traducción original: Inés F. de Cassagne y Armando Jolly Silveira, cedida por Ágape Libros, Buenos Aires, Argentina
Revisión de la traducción para esta edición: Ediciones Encuentro S.A.
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
Colección 100XUNO, nº 95
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
ISBN EPUB: 978-84-1339-422-0
Depósito Legal: M-127-2022
Printed in Spain
Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa
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Redacción de Ediciones Encuentro
Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607
www.edicionesencuentro.com
Índice
Prólogo
Abreviaturas
Advertencia
Introducción
I. Las Pruebas de Basilio
II. Los trabajos de Basilio
III. Basilio y Gregorio
IV. Elevación y caída de Gregorio
V. Antonio en tiempos de conflicto
VI. Antonio en tiempos de calma
VII. Agustín y los vándalos
VIII. Conversión de Agustín
IX. La Virgen Demetria
X. Martín y Máximo
Cronología de los hechos contemporáneos
Prólogo
Newman y los Santos Padres
Hablar de Newman es hablar necesariamente de los Padres de la Iglesia. La vida creyente del joven Newman y su desarrollo como sacerdote anglicano, teólogo y educador en Oxford, que llegaría a convertirse a la Iglesia católica, estuvo siempre acompañada por las grandes figuras de la Iglesia primitiva que llamamos Santos Padres.
Él mismo nos lo dice en la Apologia pro Vita Sua, la historia de sus ideas religiosas hasta la conversión. A los quince años, en ese verano de 1816 —que Newman recuerda como el momento de una profunda conversión a Dios— leyó, entre otros libros, la Historia de la Iglesia de Cristo de Joseph Milner. Allí encontró la descripción de la Iglesia primitiva de los Padres, que siempre recordaría. Así lo dejó expresado: «Poco me costó enamorarme de los largos extractos de san Agustín, san Ambrosio y otros Padres que allí encontr黹. Y también: «Debo decir que la visión de los Padres fue siempre para mi imaginación un paraíso de deleite para la contemplación, al que yo dirigía mis pensamientos de tanto en tanto, siempre que me lo permitían las ocupaciones propias de mis años»².
El mundo teológico anglicano había olvidado a los Padres desde comienzos del siglo XVIII. Los reformadores ingleses del siglo XVI habían reconocido a los Padres de los primeros cuatro siglos, sobre todo en cuanto a la Trinidad, la Cristología y el pecado original, pero dejaron ingresar las doctrinas luteranas en cuanto a la Sagrada Escritura y la justificación, y las calvinistas acerca de los sacramentos. Richard Hooker, el teólogo anglicano más grande del siglo XVI, había dado mucha importancia a los Padres de la Iglesia. También lo habían hecho, en el siglo XVII, los principales teólogos carolinos y los no-juramentados, que aceptaban la reforma inglesa en aquello que derivaba de la Iglesia de los Padres. Pero esta «edad de oro» de la Iglesia de Inglaterra se vio oscurecida después de la revolución de 1688, que hizo renacer el puritanismo nacido el siglo anterior e hizo surgir el latitudinarismo, el unitarianismo, el metodismo y el evangelismo, todos ellos muy alejados de la tradición patrística. En general, la Iglesia Alta, que valoraba a los Padres como testigos y expositores de la verdad de la Escritura cuando se podía establecer un consenso católico con ellos. Sin embargo, esa teología de la Iglesia Alta y sus representantes consideraba a los Padres solo en la medida en que pudiesen avalar sus doctrinas reformadas, y así eran leídos. En realidad se los veía como irrelevantes. Cuando Newman deja el evangelismo de su primera juventud y pasa a la Iglesia Alta descubre nuevamente a los Padres: «retornó mi antigua devoción a los Padres, y comencé a leerlos cronológicamente, empezando por Ignacio y Justino». Pero adopta aquella tendencia liberal y racionalista del anglicanismo ilustrado, y cuando lee a los Padres lo hace buscando en ellos doctrinas que no podía hallar confirmadas. Sin embargo, se da cuenta: «Cualquiera sea el modo verdadero de interpretar a los Padres, y en particular a los Padres Apostólicos, si alguien comienza por ponerlos ante él en vez de ser tomado por ellos, buscando hacerlos evidencia de dogmas modernos en vez de volcar su pensamiento en sus textos y sacar de ellos sus propias doctrinas, perderá ciertamente el sentido que tienen»³.
Hubo entonces una segunda lectura de los Padres entre 1830 y 1832 con motivo de su estudio del Concilio de Nicea y del arrianismo. Esta vez Newman reafirma la que sería en adelante la convicción más importante de su pensamiento sobre la Iglesia: «la Antigüedad como verdadera fuente de las doctrinas de la cristiandad y la base de la Iglesia anglicana. Siempre tenía ante los ojos que había algo más grande que la Iglesia establecida, y ello era la Iglesia católica y apostólica, instituida desde el principio, de la que aquella era solo la presencia y órgano local. Si no era esto, no era nada». De aquí surge, en 1832, su primera obra teológica sistemática: Los arrianos del siglo IV, publicada al año siguiente. Pero le pareció que había recurrido a comentarios de «segunda mano»⁴. Entonces, en 1834, al año siguiente del inicio del Movimiento de Oxford, decidió abandonar los comentarios e intentar una lectura de los Padres por sí mismo. Allí se vio impulsado a estudiar a los Padres anteriores a Nicea, especialmente a los de Alejandría, que había sido el lugar donde la «batalla del arrianismo empezó», y la sede de «san Atanasio, en cuyos escritos remite a los grandes nombres religiosos anteriores, Orígenes, Dionisio, y otros que fueron la gloria de su sede o de su escuela»⁵. Allí ahondó sus conocimientos de las polémicas cristológicas de aquellos siglos. Además, parece que con Newman es la primera vez que tuvieron influencia los Padres griegos en la teología anglicana, pues los teólogos carolinos del siglo XVII y los de la Iglesia Alta del siglo XVIII se habían referido más bien a los Padres latinos. Para entonces, Newman tenía la colección íntegra de patrística griega y latina, que en parte le fue regalada por sus estudiantes en 1831, y en parte la hizo traer de Alemania.
Hay que señalar que el Movimiento de Oxford, que Newman lideró desde 1833, se inspiraba en la Iglesia antigua de los Padres. «Estábamos sosteniendo aquel cristianismo primitivo que había sido enseñado para todos los tiempos por los primeros doctores de la Iglesia, y estaba consignado en los formularios anglicanos y por los teólogos anglicanos. Esta antigua religión había poco menos que desaparecido del país a causa de los cambios políticos de los últimos ciento cincuenta años, y había que restaurarla. Sería, de hecho, una segunda Reforma; una Reforma mejor, pues no sería un retorno al siglo XVI, sino al XVII»⁶. El Movimiento, también llamado «tractariano», por los «Tracts» o folletos que publicaba, pretendía salir del llamado tunnel period, el «túnel» de ciento cincuenta años desde la Revolución de 1688, que abrió las puertas al presbiterianismo puritano, al latitudinarismo y al congregacionalismo, con el Acta de Tolerancia. Había que ir más atrás de 1688, a los teólogos carolinos del siglo XVII, no a los reformadores del siglo XVI, y más atrás aún, a los Padres de la Iglesia, es decir, a la Iglesia de los Padres. Con el Movimiento una nueva generación fue atraída hacia la Iglesia primitiva, y Newman dice: «Con esta absoluta persuasión en mi cabeza creí que no se podía ir demasiado rápido en la labor de dar a conocer la enseñanza íntegra y los escritos de los Padres. Pensaba que la Iglesia de Inglaterra estaba sustancialmente fundada sobre ellos»⁷.
Buscar continuidad entre la Iglesia anglicana y la Iglesia primitiva significaba ir a los Padres, y por eso surgió en 1836 la iniciativa de Newman, junto a Edward Pusey y John Keble, dos de los más ilustres miembros del Movimiento, de editar una serie patrística que se llamó Biblioteca de los Padres⁸. La empresa fue un éxito y uno de los grandes logros del anglicanismo del siglo XIX, concluida después de cuarenta y siete años. Newman se ocupó de los escritos doctrinales de los Padres orientales y escribió varios prefacios: a las obras catequísticas de san Cirilo de Jerusalén (1838), a los tratados de san Cipriano (1839), al comentario de san Juan Crisóstomo a las cartas de san Pablo a los Gálatas y a los Efesios (1840) y a los tratados históricos de san Atanasio (1843). En 1839 comenzó a editar las obras de Teodoreto de Ciro, de san León Magno y de san Cirilo de Alejandría, y agregó una edición latina de Dionisio de Alejandría para la editorial universitaria de Oxford.
Pero esta última obra nunca la acabó porque en 1839 volvió a estudiar la controversia monofisita del siglo IV (Eutiques negaba la naturaleza humana de Cristo afirmando solo la naturaleza divina), y allí encontró un paralelo sorprendente con la situación del siglo XIX: «Me asaltó por primera vez la idea de que el anglicanismo era insostenible... Mi baluarte era la Antigüedad; y he aquí que, en pleno siglo V, me pareció ver reflejada la cristiandad de los siglos XVI y XIX. Vi mi rostro en ese espejo: yo era un monofisita. La Iglesia de la Via Media ocupaba el lugar de la Comunión Oriental; Roma estaba donde está ahora; y los protestantes eran los eutiquianos... El drama de la religión, la lucha de la verdad y el error, ha sido siempre el mismo. Los principios y modos de actuar de la Iglesia ahora, eran los de la Iglesia entonces; los principios y modos de actuar de los herejes de entonces eran los de los protestantes de ahora... Había una terrible semejanza»⁹. Apareció con fuerza la figura del gran Padre de la Iglesia, el papa san León Magno. Dirá en 1850, cinco años después de su conversión: «era difícil averiguar cómo los eutiquianos y monofisitas eran herejes si no lo eran también los protestantes y anglicanos; difícil hallar argumentos contra los padres de Trento que no fueran también contra los padres de Calcedonia; difícil condenar a los papas del siglo XVI sin condenar a los del siglo V. El drama de la religión y la lucha entre la verdad y el error han sido siempre los mismos».
Ese mismo año 1839 lee un artículo de Nicholas Wiseman¹⁰, donde citaba el texto de san Agustín «securus judicat orbis terrarum» [seguro juzga el orbe de la tierra], contra los donatistas, una secta africana¹¹. Era el argumento de catolicidad: es la Iglesia católica, universal, quien juzga rectamente en cuestiones de fe. «Con estas grandes palabras del antiguo Padre, que interpretaban y resumían el largo y accidentado curso de la historia de la Iglesia, la teoría de la ‘Via Media’ había quedado absolutamente pulverizada»¹². La Via Media había sido una respuesta de Newman a favor de la Iglesia anglicana, ni romana ni protestante. Hasta ahora había sido para él la antigüedad el único principio, y la catolicidad la entendía solo como antigüedad, como la Iglesia antigua de los Padres de los primeros cinco siglos, la antigua Iglesia aún indivisa. A esta llamaba católica y así llamaba a la Iglesia anglicana, pues la consideraba, junto con toda la tradición inglesa, la continuación de la Iglesia católica primitiva. Pero san Agustín contradecía esta suposición: la Iglesia anglicana no mostraba la nota de catolicidad, era inglesa, como los donatistas eran africanos.
Y el mismo año, al proseguir el estudio del arrianismo con san Atanasio, le ocurre algo similar: en la historia de los arrianos encontraba el mismo fenómeno, en forma mucho más atrevida que el que había encontrado en la historia del monofisismo: «vi con toda claridad que en la historia del arrianismo, los arrianos puros eran los protestantes, los semi-arrianos eran los anglicanos y Roma estaba ahora donde había estado entonces. Roma aparecía con la nota de catolicidad y permanecía en la verdad».
Lo que hay que subrayar aquí es que eran los Padres con quienes se hallaba siempre frente a la verdad: primero san León, luego san Agustín y después san Atanasio. La Iglesia antigua de los Padres no le hablaba solo de antigüedad sino de catolicidad, una nota que la Iglesia anglicana no podía exhibir y Roma sí.
Es durante estos últimos años, de 1835 a 1839, que publicará las semblanzas patrísticas que presentamos aquí, a las que me referiré más adelante.
Precisamente la insistencia en los Padres comenzaba a ser motivo de crítica y sospecha: «de todos lados se levantaba un clamor: los Tracts y los escritos de los Padres nos llevarían a hacernos católicos antes de nos diéramos cuenta». Y el clamor tuvo razón. Aunque él mismo dice que en 1839 su posición en la Iglesia anglicana estaba en su apogeo, ahí mismo comenzó a declinar porque arreciaban las críticas.
Luego vino el Tract 90, donde hizo una interpretación lo más católica posible de los 39 Artículos de la fe anglicana, causando una reacción enorme y condenas de los obispos. «A partir de 1841 yo estaba en mi lecho de muerte en lo que respecta a mi pertenencia a la Iglesia anglicana, aunque solo me percaté de ello gradualmente». Esta etapa la vivirá en Littlemore, pequeña población cercana a Oxford, donde él mismo ya había levantado una iglesia y restaurado una casa. Allí se retira ahora y guarda silencio. En esa situación crítica se volvió una vez más a los Padres, y comenzó a traducir Algunos tratados de san Atanasio en la controversia con los arrianos, publicando el primer volumen en 1842 y el segundo en 1844. Newman leyó a san Atanasio hasta el fin de su vida, porque con 86 años seguía preparando una nueva edición de esta traducción. San Atanasio y aquella escuela alejandrina antigua influyeron en la teología de Newman, que puso en el centro el misterio de la Encarnación de Verbo.
El paso final estuvo precedido del ensayo que empieza a escribir en 1844 sobre el Desarrollo de la doctrina cristiana. Ha llegado la hora de la suprema consulta patrística. Escribe hasta catorce horas por día. El principio del desarrollo «servía como verificación, que el anglicano no podía presentar, de que la Roma moderna era, en verdad, la antigua Antioquía, Alejandría y Constantinopla, exactamente como una curva matemática tiene su propia ley y expresión». En una carta escribe: «Estoy mucho más cierto [según los Padres] de que estamos [los anglicanos] en estado de separación culpable que de que no se den desarrollos bajo el Evangelio y de que los desarrollos romanos no sean verdaderos». Y dice al final del ensayo: «de todos los sistemas actuales, la Iglesia romana de hoy es la que, de hecho, se acerca más a la Iglesia de los Padres... Resucitad a san Atanasio o san Antonio, y sabéis bien a qué comunión irán derechos... esos Padres se encontrarían en su hogar en la casa de san Bernardo o de san Ignacio de Loyola, en la vivienda de un cura párroco de una aldea perdida, o en un convento de caridad, o en medio de una muchedumbre ignorante que ora ante el altar. Entre éstos y los doctores o los miembros de cualquier otra Iglesia, no dudarían ni un solo instante». En Roma no había habido adición sino despliegue: lo implícitamente creído que llega a ser explícitamente profesado. La identidad con la Iglesia de los Padres la tenía la Iglesia de Roma. Se considera este ensayo el aporte más importante de Newman a la teología posterior, un testamento intelectual y a la vez un acta religiosa antes de su conversión. Trabajó en él desde 1844 hasta octubre de 1845. El 9 de octubre dio el paso definitivo a la Iglesia católica.
En 1877 hace una confesión trascendental: «Mi deseo ha sido el de tener la verdad como la amiga más querida, y ningún enemigo, salvo el error». Y él mismo nos dice quiénes fueron los guías de ese itinerario hacia la verdad: «Los Padres me hicieron católico»¹³.
Las Semblanzas patrísticas
En el marco del fervor patrístico de Newman, propio también del Movimiento de Oxford, comenzó en 1835 la publicación de La Iglesia de los Padres, como una serie de artículos en el British Magazine¹⁴. «Pretendía introducir en la moderna Iglesia de Inglaterra los sentimientos, ideas y costumbres religiosas de los primeros siglos»¹⁵. El editor, Hugh Rose, dándose cuenta de lo polémico del material, no lo publicó en la sección principal sino en la de correspondencia, bajo el título «Cartas sobre la Iglesia de los Padres». Las tres primeras enfocaban la difícil relación de san Ambrosio con la corte imperial en Milán bajo la emperatriz Justina y su hijo Valentiniano II, defensores del arrianismo. Ya desde el comienzo, Newman llamaba la atención sobre el paralelo que él veía entre esta situación y la de la Iglesia de Inglaterra con el gobierno de entonces. La cuarta carta trataba los intentos del emperador Valerio de neutralizar la influencia de san Basilio Magno en Capadocia. De este modo, Newman escribió veintiuna «cartas», que tocaban no solo el tema de la relación Iglesia y Estado sino el de la autoridad episcopal, el monasticismo, el celibato, las reliquias y los cánones o usos apostólicos, reglas y principios entre los cuales estaban los mismos sacramentos. Pero, por sobre todo, eran un cuadro olvidado de la antigüedad cristiana. El monasticismo, por ejemplo, estaba rechazado desde el siglo XVI por los reformadores con el argumento de que semejante vida no aparecía en los evangelios, a lo cual se sumó entonces la codicia de los nobles ingleses y la del propio Enrique VIII, que terminó en la disolución de todos los monasterios, abadías y prioratos de Inglaterra, unos ochocientos, muchos destruidos salvajemente y cuyas ruinas se pueden visitar hoy, otros vendidos, y otros, grandes abadías benedictinas, pasaron a ser catedrales con canónigos seculares. Cerca de nueve mil monjes y monjas quedaron en la calle. Newman alegaría que en los Artículos de la fe anglicana el monasticismo no estaba condenado explícitamente. En esta cuestión, y con otras también, quería restablecer prácticas olvidadas que desde los orígenes formaron parte de la vida de la Iglesia.
Estas «cartas» se publicaron entre 1835 y 1838, y Newman decidió editarlas a modo de libro con el título La Iglesia de los Padres. La obra, con veintiún capítulos, vio la luz en 1840. Estaba nervioso y decía: «todo es tan tremendamente monástico que tengo temores de lo que pasará conmigo»¹⁶. Lo mismo sentía respecto del celibato, los milagros, y cosas por el estilo. Y, por cierto, hubo críticas desde algunos ambientes. Pero él decía: «es el libro más bello que he hecho, porque no contiene más que las palabras y las obras de los Padres»¹⁷. Dedicó el libro a su amigo Isaac Williams (1802-1865), del grupo tractariano, poeta y sacerdote ayudante de Newman en St. Mary de Oxford, la iglesia de la Universidad, y en la capilla de Littlemore. En el prefacio o advertencia explica que «la finalidad con la que fueron escritas estas semblanzas fue la de ilustrar tanto como puedan el tono y la manera de pensar, los hábitos y las costumbres de los tiempos primitivos de la Iglesia». Además, su intención era dirigirse al gran público, no a los especialistas. Apareció una segunda edición en 1842.
Tres años después de la segunda edición Newman se convierte a la Iglesia de Roma. En 1857 emprende una tercera edición de la Iglesia de los Padres. Newman era sacerdote católico, establecido en Birmingham, donde había fundado el primer Oratorio inglés según el espíritu de san Felipe Neri, su creador en el siglo XVI. Para esta edición eliminó ocho de los capítulos, dejando los demás. Agregó al prefacio algunas consideraciones, pues era consciente de que esas semblanzas «son principalmente históricas, son polémicas en su forma y carácter, al estar dirigidas contra ciertas ideas y opiniones protestantes». También cambió algunas expresiones, aunque no muchas, que no le parecieron adecuadas pues respondían a sus convicciones anglicanas de cuando habían sido escritas.
En la cuarta edición, de 1868, explicará cuáles capítulos había suprimido y por qué. Las razones eran distintas según el caso, pero Newman pensaba que eran los más polémicos contra el protestantismo y que tenían un carácter menos interesante para los lectores en general. En ambas ediciones Newman insertó en la página del título una cita del Cantar de los Cantares según el texto latino de la Vulgata: «¿Quién es ésta que surge cual aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones?» (6,10). En las dos ediciones anglicanas había sido la que correspondía al texto inglés de la versión del rey Jacobo.
En estas ediciones posteriores a su entrada en la Iglesia católica cambió, naturalmente, el ángulo de visión, y en vez del énfasis puesto en defender a la Iglesia anglicana de la intromisión del estado quería acentuar solo la diferencia entre la Iglesia primitiva y la Iglesia anglicana o el protestantismo. Así señala que san Antonio Abad hubiese sido calificado de fanático antisocial de haber nacido en el siglo XIX inglés. El rechazo al monasticismo tampoco era fiel a la Iglesia de los Padres.
La edición definitiva, como fue el caso de otras obras de Newman, se hizo en 1873, la llamada «edición uniforme». Las semblanzas aparecieron en el segundo tomo de los Historical Sketches. Dos capítulos sobre san Basilio fueron integrados en uno, y otros dos fueron descartados, pero el resto permaneció sin alteraciones con diez capítulos:
Introducción
I. Las pruebas de Basilio
II. Trabajos de Basilio
III. Basilio y Gregorio
IV. Ascenso y caída de Gregorio
V. Antonio en tiempos de conflicto
VI. Antonio en tiempos de calma
VII. Agustín y los vándalos
VIII. Conversión de Agustín
IX. La virgen Demetria
X. Martín y Máximo
En cuanto a los ocho capítulos excluidos de las ediciones de 1857 y 1868, fueron compilados bajo el título Cristianismo Primitivo, e incluidos en el primer volumen de los Historical Sketches, según cinco capítulos:
I. ¿Qué dice san Ambrosio [sobre el cristianismo primitivo]?
II. ¿Qué dice Vicente de Lerins?
III. ¿Qué dice la historia de Apolinar?
IV. ¿Qué dicen Joviniano y sus compañeros?
V. ¿Qué dicen los cánones apostólicos?
A estos escritos patrísticos hay que sumar otros de su época católica. Newman tenía el proyecto de publicar un volumen titulado Santos antiguos, con semblanzas de san Juan Crisóstomo, san Ambrosio, san Jerónimo