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Vivir 100 años - Carlos Presman
Vivir 100 años
Copyright © 2014, 2022 Carlos Presman and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726903324
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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PRÓLOGO
Este es un libro que intenta resumir el testimonio de cientos de pacientes longevos que me permitieron ser un escucha privilegiado de sus historias de vida.
Los cambios en las condiciones sociales y el avance científico aplicado a la salud han logrado prolongar la existencia humana. Sin embargo, cada persona que llega al consultorio nos interpela con preguntas que no admiten respuestas universales: ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿qué sentido tiene vivir 100 años?
Estuve un tiempo buscando la forma más atractiva de escribir sobre esta nueva realidad. Por un lado, la investigación enfocada en los adultos mayores que se produjo en estas décadas es cuantiosa, pero en cuanto a divulgación, así como es abundante lo escrito sobre maternidad, bebés, adolescentes o salud en los adultos, no lo es tanto para la ancianidad. Sobre todo testimonios de quienes han vivido más de noventa y pueden contar qué dificultades padecen y cuál es su sabiduría para vivir.
El desafío de escribir sobre la longevidad comenzó a resolverse cuando maduró el concepto de contar dos historias paralelas. Unos nueve meses me demandó su redacción y sugestivamente terminé de escribir el libro un domingo de celebración del Día del Padre.
La literatura y la producción académica son un legado familiar. Por parte de madre la inquietud por las novelas, por el culebrón
y siempre con el tinte del humor. Por parte de padre la rigurosidad científica, la precisión fidedigna de la información médica en el marco de una vocación docente.
Las dos herencias funcionan como los rieles en las vías de un tren, siempre paralelas, pero se las ve juntas en el horizonte, en el infinito. Es esa ilusión óptica la que empuja para avanzar, para seguir, para continuar el viaje. Tanto lo que escribo como mi práctica médica persiguen la utopía de unir ciencia y arte, razón y pasión, cuerpo y alma, en fin: ensayo y novela.
Asumo que este es un libro de divulgación científica, y sin pudor agrego: de autoayuda. Espero que a usted y a mí nos motive a vivir 100 años.
1.
Cuando mi padre, el Tano
como lo conocen en el barrio, cumplió noventa años, pidió un festejo íntimo con la familia. Lo hicimos en su casa. Mi mamá, diez años menor que él, le preparó su torta preferida, un milhojas desbordante de dulce de leche. Arriba le escribió la frase tantas veces repetida: Apenas 100 años
.
Estábamos sus seis hijos, la docena de nietos y llamativamente ningún bisnieto. Así los contaba el Tano, después de décadas al frente de la panadería. Nunca se llevó bien con las balanzas o las ventas por kilo, pero es un privilegiado en esto de contar cosas. Le encantaba decir: Lleve una docena, se va a quedar con ganas, acuérdese lo que le digo
.
Él mismo se había quedado con ganas. Mi vieja ni loca iba a tener doce hijos, más con lo difícil que era todo en aquella época. Sin pañales descartables, ni lavarropa, ni casa propia y a veces ni leche.
El Tano sopló las velitas y, como hacía sistemáticamente cada mediodía de domingo, saludó y agradeció a todos por la presencia. Después pegó la vuelta y encaró hacia la pieza para la siesta religiosa. En ese instante llegó mi sorpresa.
Soy su hijo mayor. El que cumplió con el sueño del inmigrante: M’hico el dottore
. Ya voy camino a los setenta años, sigo ejerciendo la profesión y por oficio estoy atento a todos los detalles. Por nimios que sean, miro todo. Tantos años de hospital me entrenaron el ojo clínico
. Por eso, cuando el Tano terminó de saludar y luego de hacerle una seña a mi hijo, es decir su nieto mayor, enfiló para la sala-oficina-biblioteca pegada al living, se me encendieron las luces de alarma. Mi padre no renunciaba jamás a su siesta, ni siquiera lo hizo en los partos de la vieja, por eso presentí que algo realmente excepcional estaba por suceder.
Mientras toda la familia brindaba y comentaba lo bien que estaba el papá
y cómo conservaba el apetito adolescente, yo veía que se encerraba con mi hijo en la sala donde atesoraba la Enciclopedia Británica.
Los seguí y me paré en la entrada, como un espía. Ya estoy grande para andar jugando a las escondidas, pero la situación era verdaderamente extraña. Es más, arrimé la oreja a la puerta pero el bullicio de los festejos me impedía escuchar. Esos minutos me parecieron una eternidad.
Cuando observé que se movía el picaporte, me alejé unos pasos y disimulé mi presencia buscando algo en las repisas del living. Primero salió mi hijo con una sonrisa que sólo le veía cuando hacía un gol. Atravesó casi corriendo el living y con una emoción contenida le hizo señas a su hermana y salieron juntos al patio, como quien escapa tras cometer una travesura.
Yo me paré en la puerta de la sala, impidiendo la salida de mi padre, y lo miré a los ojos.
—¿Qué hacías encerrado con Tomás?
—Él también cumple años. Cuarenta. En diez más está en la mitad de la vida.
—Ya sabemos que cumple años el mismo día que vos. Lo que te pregunto es por qué te encerraste con él, qué le diste. Salió hecho un loco a buscar a Clara y escaparon al patio.
—Dejame pasar que voy a dormir la siesta…
—Cuando el Tomi salió, se señaló el bolsillo de la camisa, algo tenía adentro… Y vos no sos de andar dando guita.
—Le di salud.
—¿Salud? Eso nos dimos todos cuando brindamos por tus noventa. Te conozco viejo, ¿qué llevaba en el bolsillo?
Mi padre me corrió con el brazo, caminó lento hacia su dormitorio y me pidió que lo acompañara. Bajó la persiana, se acostó, y golpeando con la palma de la mano el borde de la cama me invitó a sentarme a su lado, como cuando era chico.
—Te la hago corta porque me estoy durmiendo. Tomás me pidió que como regalo de sus cuarenta le escribiera las cosas de mi vida que fueron importantes para llegar de esta forma a mi edad, camino a los cien. Así que durante algunas noches, repasando mi vida, anoté lo que creí importante. Unas frases, sólo eso.
—¿Y por qué no me las diste a mí? Soy tu hijo mayor.
— Porque vos te la sabés todas. Sos médico.
I
—Decime, ¿cuáles son los secretos de la longevidad?
—¡Qué preguntita que hacés! Veamos. Cada vez hay más gente mayor que llega a edades cercanas a los 100 años. La ciencias médicas han descripto con gran precisión los cambios que acompañan al envejecimiento y también las enfermedades más frecuentes en los adultos mayores. Como clínico, cada consulta representa siempre un desafío diagnóstico. La patología como un asesino serial al que darle captura. ¿Me seguís?
—Sí.
—Bueno. Leemos las huellas, los indicios o las pruebas que nos va dejando la enfermedad en el lenguaje del síntoma y en el signo del cuerpo. Uno actúa como un detective que agudiza sus sentidos para atrapar la enfermedad. Vos, que te gusta el género, lo vas a entender así: cada consulta es un policial en donde el paciente puede jugarse la vida.
—Tenés razón. Me gusta la analogía. Pero…
—Pero… conocemos numerosas enfermedades, mecanismos causales y su tratamiento. La tecnología ha vuelto traslúcido al cuerpo humano. Hoy podemos ver una persona en imágenes tridimensionales y a color. Las pruebas de laboratorio desentrañan desde la glucemia hasta los marcadores genéticos del ADN. Y también aparecen patologías nuevas, desafíos terapéuticos, aspectos sociales de hábitos, fracasos asistenciales y misterios por develar. Uno de ellos es saber por qué nos enfermamos y por qué envejecemos. Te habrás preguntado alguna vez, por ejemplo: si todos nos vamos a morir, ¿qué sentido tiene la enfermedad?, ¿qué sentido tiene envejecer? Y son preguntas sin respuestas.
—¿Entonces?
—Entonces la medicina ha desarrollado la geriatría para estudiar la forma en que se enferman los adultos mayores y las estrategias de prevención para mejorar su calidad de vida. Habría que preguntarle al Tano y a otros ancianos cómo él, qué piensan sobre el envejecimiento. Creo que te lo conté alguna vez. Hace unos años se estudiaron comunidades donde sus integrantes superan los 100 años y encontraron indicios comunes que nos permiten presumir los secretos para llegar a esa edad.
—¿Y cuáles son? Me mata la ansiedad.
—Por empezar, no hay uno solo. Hay factores propios de la persona, como la carga genética y los condicionantes del entorno socio-ambiental (la alimentación, el aire o la actividad física). Son aspectos que podemos ver y mensurar. Pero ¿cómo hacés para estudiar los sentimientos, el sufrimiento, el placer y todo aquello vinculado al orden de lo subjetivo que concluye en las ganas de vivir… o de no seguir viviendo? ¿Cómo establecés en cada persona el deseo de vivir 100 años? Ni vos, ni yo, ni nadie, tiene todavía una receta universal para la longevidad. Sabemos qué nos hace daño y cómo. Conocemos qué nos hace bien y cómo. Resta saber, como te dije, por qué y para qué. En esa línea habría que pensar los secretos de la