San Agustín, peregrino de Dios
Por Andrés G. Niño
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San Agustín, peregrino de Dios - Andrés G. Niño
Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Nota editorial
Prólogo
Tagaste-Cartago (354-383)
Roma-Milán (383-388)
Tagaste-Hipona (388-430)
Biografía del autor
Notas
portadilla© SAN PABLO 2018 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723
secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es
© Andrés González Niño 2018
Imagen de cubierta:
Jorge Inglés, San Agustín. Detalle del retablo de San Jerónimo,
hacia 1465
© Museo Nacional de Escultura, Valladolid (España)
Foto: Javier Muñoz y Paz Pastor
CE0009
Distribución: SAN PABLO. División Comercial
Resina, 1. 28021 Madrid
Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050
E-mail: ventas@sanpablo.es
ISBN: 978-84-285-5536-4
Depósito legal: M. 16.734-2018
Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)
Printed in Spain. Impreso en España
Nota editorial
Agustín escribió su propia autobiografía en las Confesiones en primera persona, con un trazo original. Los trabajos posteriores tienen en cuenta esa historia y también los comentarios de expertos en varias disciplinas humanistas que han contribuido a su estudio. En este libro he elaborado una narración breve que refleja esa tradición, pero pensando en una audiencia general. Por eso dejamos que la palabra de Agustín sea la referencia principal que comunique directamente su experiencia. El elenco presenta tres fases críticas de su desarrollo humano y espiritual a través de los acontecimientos más significativos de su vida. El objetivo es reconstruir la esencia de esa trayectoria de modo que el lector pueda hacer su propia reflexión como «peregrino con san Agustín» en nuestro tiempo.
Para conseguir un estilo uniforme y la expresión más adecuada he consultado varias traducciones entre ellas: J. Cosgaya (BAC, 1986), A. Brambila (San Pablo, 2011) y C. Hammond (edición latín-inglés de Loeb, Harvard 2016). Estas aparecen en el texto con la abreviación acostumbrada: libro, capítulo y párrafo (X, 4, 6). Agradezco la experta asistencia de las bibliotecarias para investigación Renata Kalnins y Gloria Korsman, en la Universidad de Harvard. Y la invaluable labor editorial de Antonio Garrosa, Rafael Lazcano, Modesto Grimaldos y Blas Sierra que desde sus respectivas especialidades han dado fluidez al manuscrito. Agradezco especialmente a la Editorial San Pablo que me confiara la tarea de presentar la vida de san Agustín en un formato asequible a una amplia audiencia. Ha sido un privilegio narrar para otros la historia de su peregrinaje espiritual que tiene profundas raíces en la memoria colectiva de la cristiandad y donde el lector hace siempre nuevos y sorprendentes descubrimientos.
Prólogo
Es ciertamente extraordinario que san Agustín, un personaje del siglo IV, haya logrado una presencia intelectual y espiritual tan luminosa e inconfundible hasta en nuestro tiempo. Quizá sea debido a la impresionante riqueza teológica y humanista de sus numerosos libros, cartas y sermones, que constituyen la biblioteca personal más abundante que se ha conservado de la antigüedad. La Iglesia, desde sus primeros tiempos, ha consultado sin cesar esta obra para iluminar aspectos fundamentales de la vida cristiana. Al mismo tiempo, es objeto de conversación inacabable con expertos en las disciplinas que constituyen hoy la base de la cultura occidental. Esa es la figura de un Agustín que «habla sabiduría» (s. 48) y quizá sea la que inspiró a Bernini para su imponente escultura en la Basílica de San Pedro en Roma. Allí, aparece con su libro, como el maestro que ilustra a la multitud de creyentes.
Pero en marcado contraste, Agustín se define a sí mismo no como alguien que sabe, sino más bien como alguien que desde el principio pide a Dios: «Dame entender y comprender», un peregrino en busca de la verdad¹. Su andanza comienza reconociendo la radical inquietud de su corazón y el deseo de encontrar estabilidad espiritual. ¿Dónde irá a encontrarla? No lo sabe. En su ignorancia se hace grandes preguntas: ¿Quién eres tú, Dios?, ¿quién soy yo para ti? La respuesta se va descifrando a lo largo de un proceso de intenso realismo hacia una transformación total de la persona.
Agustín nos cuenta esa experiencia en el libro que llama «mi historia», denso en el pensar y honesto en la palabra, al que puso el título de Confesiones. Un libro del que muchos han oído hablar y se encuentra sin falta en las librerías de todo el mundo, aunque quizá muchos no recuerden cuándo lo han leído. Y, sin embargo, es ahí donde encontramos su mejor presentación, como el peregrino de Dios, que camina al lado de sus lectores, hablando en primera persona y sin atavíos doctrinales.
En este encuentro con otros, como ocurre en todo peregrinaje, Agustín se hace nuestro amigo. Persuasivo, pero sin milagros, guía seguro por su experiencia de lo terreno y lo sublime, generoso para compartir lo que aprende pensando y escribiendo. Y como buen autor, explica también cuál es la razón que le ha movido a contar su vida. La narración que hace no intenta informarnos de los hechos con riguroso orden y siguiendo la secuencia lógica del tiempo en el que ocurren. Más aún, nos dice con franqueza que hay cosas que pasa por alto y otras de las que no se acuerda. En el fondo, Agustín nos interpreta su vida desde el punto de vista del que ha conseguido entender y comprender el sentido de la misma. Y de ese modo nos descubre su objetivo que, a través de su conversión a Dios, abarca desde el pasado al futuro, en el cual imagina a sus lectores:
Escribo para vosotros conciudadanos y peregrinos conmigo […] para que el que lea o escuche esta historia no se acobarde pensando que «no puede», sino que confíe en la gracia de Dios con la cual, los débiles que reconocen su debilidad, se hacen fuertes (X, 3, 4).
La vida de Agustín refleja la universalidad humana en el anhelo de felicidad y amor, la inquietud que acarrea su inevitable dispersión en las cosas temporales y su deseo de encontrar el camino hacia Dios. Por eso el poder que emana de su historia ha ejercido una influencia profunda en todos los ámbitos de la espiritualidad cristiana. El papa Francisco lo entiende así y ha dicho: «Agustín es relevante hoy porque nos enseña no solo cómo ser cristianos, sino también cómo permanecer siéndolo»². Esa continuidad es un acicate para negociar nuestra vida con el mismo afán que él pone en la búsqueda de la verdad y para hacernos las grandes preguntas que él se hace sobre asuntos de transcendencia.
Agustín invita a la lectura de su vida con la intención de que, dejando a un lado una vana curiosidad superficial, el lector haga una reflexión sobre la suya propia. Por suerte, uno puede seguir de cerca la narración que él hace en las Confesiones. Pero esa es solamente la primera parte, que abarca los eventos que ocurren hasta el momento álgido de su «conversión», la que ofrece abundancia de datos personales y es más conocida. De ahí en adelante Agustín no escribió más sobre sí mismo. A pesar de ello, en su larga trayectoria, desde la ordenación como obispo de Hipona hasta el final de su vida, hay tres décadas de intensa actividad al servicio de la comunidad cristiana. Esa ingente labor que se refleja, aunque limitadamente, en sus numerosos escritos, solo es posible referenciarla en las ideas más importantes. Transmitir esa experiencia a los lectores de nuestro tiempo es un reto exigente y delicado. Pero es necesario para que su mensaje llegue a una audiencia amplia.
Con esta perspectiva de conjunto he trazado esta breve biografía reflexiva, en clave de peregrinaje espiritual, sobre los eventos más significativos del proceso de búsqueda de la verdad en la que radica el significado y carisma de toda la vida de Agustín.
Tagaste-Cartago (354-383)
Guía mi peregrinación en tu presencia, ¡oh Dios!,
porque esta es una jornada que se hace,
no yendo de un lugar a otro en la tierra,
sino con la voluntad y en mi conciencia
que tú puedes ver (Explicación de
los salmos 5, 11).
Ciudadano del Imperio
El lector que consulta un mapa antiguo del «tiempo de Agustín» (354-430) puede imaginar de un vistazo la inmensidad del Imperio romano que, extendido por el este hasta Mesopotamia, abarcaba por el norte los territorios en torno al Danubio y más allá, por Britania, hasta el límite que marcaba la muralla de Adriano. En el centro estaban todas las provincias que rodeaban el Mediterráneo. En África, la dominación romana comenzó con la conquista de Cartago en el 146 a.C. y fue progresando en siglos posteriores hasta la invasión de los vándalos en el año 429 d.C. La franja del norte, conocida como África proconsular, originalmente de raíces étnicas berebere y fenicia, se extendía desde la costa mediterránea al borde del desierto del Sahara: es el vasto territorio que hoy abarca Marruecos, Argelia, Túnez y Libia.
En esa área, donde había zonas densamente pobladas, se estableció una jerarquía de asentamientos compuesta por ciudades portuarias, capitales de provincia y centros de población que facilitaban las comunicaciones con un complejo de aldeas y de grandes y pequeñas haciendas en las zonas más rústicas. Una de ellas, Numidia, comprendía el territorio entre el puerto de Hippo Regius y Theveste, donde estaban las poblaciones de Calama, Tagaste y Madauros, que constituyen el escenario familiar de la vida de Agustín.
A falta de ríos, la comunicación entre estas poblaciones se realizaba a través de un sistema de caminos que enlazaba eficazmente los centros de producción agrícola con los puertos, y las posiciones militares con sus guarniciones. Estaban diseñados magistralmente, con mojones que marcaban itinerarios y puentes para facilitar no solo el movimiento de la población, sino también la vigilancia y el control del tráfico de productos para el mercado del Imperio. Los caminos eran el armazón geográfico que demostraba no solo una asombrosa habilidad de ingeniería, sino también la visión territorial a gran escala con la que la administración central del Imperio marcaba con huella firme y clara su paso, su influencia y su poder. Los caminos eran como el entramado que unificaba ese ingente proyecto en torno y en dirección a Roma.
El paso de los siglos ha borrado esa original escena, pero aún ha dejado restos arqueológicos y culturales para ilustrar, a grandes trazos, el mapa del peregrinaje de Agustín. Y en ese plano podemos leer los nombres de algunos puntos cruciales de su caminar. En la región de Numidia, de la provincia romana del África proconsular, está la pequeña y antigua ciudad de Tagaste (hoy Souk Ahras, Argelia), donde los