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Si nos descubren
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Libro electrónico498 páginas6 horas

Si nos descubren

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Información de este libro electrónico

"SATURDAY ES LA BOYBAND DEL MOMENTO.
Y sus integrantes, Ruben, Zach, Angel y Jon, son los dueños del corazón de todo el país.
Pero, tras bambalinas, el peso de la fama los está aplastando y la relación idílica que tienen frente
a las cámaras no hace más que resquebrajarse.
Para Ruben es especialmente difícil, porque el precio del estrellato lo obliga a permanecer en el
clóset. Y es en Zach en quien confía para desahogarse.
Durante una gira por Europa, su amistad, cada vez más cercana y codependiente, empieza a tomar
tintes románticos. Pero, cuando se sienten preparados para contárselo al mundo, lo comprenden:
nadie va a apoyarlos.
SI SE DESCUBRE, PERDERÁN A SUS REPRESENTANTES.
SI SE DESCUBRE, SERÁN LA DECEPCIÓN DE SUS FANÁTICOS.
SI SE DESCUBRE, PODRÍA SER EL FIN DE SATURDAY.
En un mundo en el que la fama y el fanatismo tienen más peso que las emociones reales,
¿cómo podrán ser ellos mismos?"
IdiomaEspañol
EditorialVRYA
Fecha de lanzamiento3 jul 2023
ISBN9789877479782
Si nos descubren
Autor

Sophie Gonzales

SOPHIE GONZALES is a young adult contemporary author. She graduated from the University of Adelaide and lives in Adelaide, Australia, where she can be found ice skating, painting, and practicing the piano. She is also the author of Perfect on Paper, Only Mostly Devastated, and The Law of Inertia, and If This Gets Out with Cale Dietrich.

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    Es uno de los libros que me sacó mas emociones, me dio ganas de llorar, de golpear a alguien, me hizo reir. Estuvo muy bueno el libro.

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Si nos descubren - Sophie Gonzales

Uno

Ruben

Estar a punto de caer hacia mi muerte frente a un estadio lleno de personas eufóricas tiene que ser una señal, entre una infinidad de señales, de que necesito dormir más.

Estamos dando nuestro último concierto en Estados Unidos de nuestra gira Months by Years cuando pasa. Estoy casi a cuatro metros sobre el escenario en una plataforma iluminada que simula ser la silueta de varios edificios. Llegó ese momento en que nos sentamos al borde para nuestra última canción, His, Yours, Ours, pero en lugar de bajar con cuidado, doy un paso en falso, demasiado hacia adelante, y empiezo a caer.

A solo segundos de caer por el aire, una mano me sujeta con firmeza por el hombro. Zach Knight, uno de los otros tres miembros de Saturday. Sus ojos cafés se abren apenas un poco, pero, en general, mantiene la compostura. Aquí no pasó nada.

No puedo darme el lujo de parar y agradecerle, debido a que el humo del escenario, que supuestamente representa las nubes o la contaminación de la ciudad (nunca lo supe con certeza), nos envuelve mientras los primeros acordes de la canción empiezan a sonar. Zach mantiene su mano sobre mi hombro mientras canta, como si todo fuera parte de la coreografía, y yo controlo por completo mi pose de desequilibrio. Al menos, por fuera.

Después de veintisiete shows y medio consecutivos en lo que va del año, esta no es precisamente la primera vez que uno de nosotros tiene que cubrir un error en la coreografía. Pero es la primera vez que uno de esos errores casi me hace caer desde cuatro metros de altura hasta el suelo. Incluso creo que mi corazón nunca latió tan fuerte en el pasado, pero somos un espectáculo.

Y quiero aclarar algo: nosotros no damos un espectáculo, nosotros somos el espectáculo. Y no es algo que se escriba en dos minutos luego de tanto esfuerzo.

Es un concierto suave y controlado, y así es como tiene que mantenerse.

Cuando Zach termina de cantar su parte, me aprieta levemente el hombro (el único gesto que recibirá todo este asunto por ahora) y baja su mano, mientras Jon Braxton empieza con su verso. Jon siempre tiene la mayor cantidad de partes solo. Supongo que eso es lo que pasa cuando tu papá también es el mánager de la banda. Si bien no tenemos un líder, está más que claro que, si lo tuviéramos, esa persona sería Jon. Eso, claro, para el público.

Para cuando Jon termina y llega mi turno de cantar el puente, mi respiración está más o menos firme otra vez. Aunque tampoco importa demasiado. En cada canción, sin falta, me dan las partes más simples, sin ninguna nota alta a la vista. Honestamente, incluso podría cantarlas con un soquete en la boca. No les importa mucho que tenga el registro más alto de los cuatros. Por razones que nunca se molestarán en explicarme, ellos prefieren que cante bastante tranquilo. Y por ellos me refiero a nuestro equipo de producción y, en menor medida, al sello discográfico: Chorus Producciones y Galactic Records.

Y Dios no permita que me salga de esos límites tan opresivos, agregando algún arreglo o algún cambio de velocidad. Tenemos que sonar igual al disco. Ensayados, empaquetados y bien presentados.

Aun así, más allá de las inhibiciones vocales, la multitud parece enloquecer cuando canto. Los flashes enceguecedores de las cámaras en el vasto espacio que ocupa la multitud se vuelven frenéticos, las cientos de barritas de colores se sacuden con mayor abandono y los innumerables carteles que con la frase CÁSATE CONMIGO, RUBEN MONTEZ se elevan cada vez más alto entre el público. Estoy seguro de que solo es mi percepción, pero cuando canto solo, todo parece encajar en su lugar. Solo somos yo y la multitud vibrando en la misma frecuencia.

En este mismo instante, si pudiera quedarme aquí parado para siempre, cantando lo mismo, la misma línea segura una y otra vez, escuchando los mismos gritos, viendo los mismos carteles, la eternidad se sentiría solo como un momento en el tiempo.

Luego, cuando Angel Phan toma el protagónico con su voz ronca y airosa momentos antes del estribillo, la música se calma hasta no ser más que un susurro y el escenario queda envuelto en una oscuridad total. Tal como lo hicimos una docena de veces antes, nos levantamos al mismo tiempo y nos quedamos quietos sobre unas cruces que brillan en la oscuridad en el suelo a medida que la plataforma desciende hacia el escenario. Ni bien me bajo de ella y mis pies vuelven a tocar tierra firme, me relajo.

Pero no dura mucho. De pronto, cientos de láser atraviesan la oscuridad cuando estalla el instrumental del estribillo con su cambio de velocidad. Nos iluminan a nosotros y al público con luces verdes y azules fluorescentes que se cruzan por todo el lugar, y entonces empezamos el estribillo un poco encandilados. En la que considero que es una broma cruel, la última canción tiene la coreografía más demandante de toda la noche y se espera que la hagamos mientras mantenemos una armonía perfecta con nuestras voces. Antes de la gira ya estaba en forma, pero de todos modos tuve que cantar en la cinta de correr durante dos semanas el año pasado para desarrollar la capacidad pulmonar necesaria para poder hacerla.

Sin embargo, hacemos que se vea fácil. Nos conocemos hasta los huesos. Incluso aunque no los esté mirando, sé lo que están haciendo.

Zach mantiene su expresión seria, incluso después de todos estos años se sigue poniendo nervioso durante la parte más intensa de la coreografía y activa su modo de concentración absoluta.

Jon cierra los ojos en la mitad del estribillo, su papá siempre lo regaña por eso, pero no puede evitar perderse en la emoción.

Y en cuanto a Angel, apuesto todo lo que tengo a que se está comiendo al público con los ojos, a lo que le agrega un poco de movimiento pélvico y algunas patadas al final de cada paso, aunque no tenga permitido hacerlo. Nuestra coreógrafa, Valeria, siempre le llama la atención por eso en nuestras reuniones después del concierto. Estás llamando demasiado la atención, dice. Pero todos sabemos que el verdadero problema es que nuestro equipo de producción se pasó dos años moldeando su identidad para que se viera como el chico inocente y virgen que las chicas querrían presentarles a sus familias, cuando eso no puede estar más alejado de la realidad.

Al finalizar el estribillo, pasamos a nuestra próxima posición y miro por un instante a Zach. Tiene su cabello castaño aplastado sobre su frente por la transpiración. Tanto Zach como yo llevamos chaquetas, una aviadora para mí y una de cuero para él. Déjenme decirles una cosa, con las luces que nos iluminan desde arriba, el humo que impregna todo el aire a nuestro alrededor y el calor de la multitud en un estadio cerrado, hace casi cuarenta grados aquí arriba, en el mejor de los casos. Es un milagro que todavía no hayamos sufrido un golpe de calor en el escenario.

Zach me mira y me esboza una leve sonrisa antes de darle la espalda al público. En ese momento, me doy cuenta de que lo estoy mirando demasiado, por lo que enseguida aparto la vista. En mi defensa, nuestra estilista y maquilladora, Penny, una mujer curvilínea en la mitad de sus veintes, le pidió que se dejara crecer el cabello para esta gira, de modo que ahora lo tiene en el largo ideal que grita sexo cuando está mojado con transpiración. Quiero aclarar que solo estoy señalando algo que la mayoría de la gente sabe. De hecho, el único que no parece notar lo bien que se ve es él mismo.

Pongo la mente en blanco y me dejo llevar por la música como si estuviera en piloto automático, girando y saltando en un baile que mi cuerpo sabe de memoria. La canción termina, las luces se atenúan y adquieren un tinte anaranjado y amarillo, y nosotros nos quedamos congelados en el lugar, respirando con dificultad, a medida que la multitud se pone de pie. Zach aprovecha el momento para quitarse de la frente su cabello mojado con un movimiento de su cabeza que deja su cuello a la vista.

Mierda. Lo estoy mirando otra vez.

Me obligo a concentrarme en Jon, que se acerca al centro del escenario para agradecerle a los músicos, al equipo de seguridad y a los equipos de sonido y luces. Luego sigue el Muchas gracias, Orlando, somos Saturday, ¡buenas noches!, y empezamos a saludar. La ovación es tan ensordecedora que se ahoga a sí misma hasta ser solo ruido blanco, y regresamos a nuestros camarines.

Y eso es todo. La gira por Estados Unidos de Months by Years termina, así sin más.

Erin, una mujer alta y gorda en sus cuarentas con cabello castaño rojizo, nos espera abajo del escenario en la zona de concreto justo detrás del escenario.

–¡Felicitaciones, chicos! –dice con su voz resonante, levantando una mano para chocar los cinco con cada uno de nosotros–. ¡Estoy tan orgullosa de ustedes! ¡Lo hicimos!

Como mánager de la gira, Erin ocupa el lugar de nuestros padres cuando no están con nosotros. Se encarga de gestionar el cronograma, las reglas, la disciplina, felicitarnos, recordar nuestros cumpleaños y alergias, y se asegura de que estemos donde se supone que debemos estar todo el día, todos los días.

Erin me agrada lo suficiente como persona, pero, al igual que con el resto de los empleados de Chorus, nunca bajo la guardia por completo cuando estoy con ella. La empresa se encarga de publicitarnos y organizarnos, pero también es el equipo que nos moldeó para ser lo que somos hoy. El equipo que controla estrictamente con quién hablamos, qué decimos y qué grado de libertad tenemos.

Y con respecto a esto último, no tenemos mucha. Así que trato de no darles más razones para que la sigan limitando.

Todos lo hacemos.

Zach se para a mi lado cuando pasamos junto a varios trabajadores del equipo técnico de escena. Tiene el cabello suelto otra vez, sus ondas sobre su frente aún transpirada.

–¿Estás bien? –me pregunta por lo bajo.

Mis mejillas se sonrojan. Me había olvidado de que casi me caigo.

–Sí, estoy bien, no creo que nadie lo haya notado –susurro.

–A quién le importa si la gente lo notó, solo quería saber si estabas bien.

–Ah, , no te preocupes.

–¿Por qué no estaría bien? –pregunta Angel, parándose entre nosotros y pasando sus brazos sobre nuestros hombros. Como apenas le llevo media cabeza y Zach mide un metro ochenta, no es algo que le resulte muy cómodo–. Terminamos. ¡Volvemos a casa mañana!

–Solo por cuatro días –agrega Jon con tristeza cuando se nos acerca.

–Ajam, gracias, Capitán Obvio, pero sé contar –dice Angel, mirándolo con cierto desprecio–. Primero, nunca rechazaría cuatro días libres y, segundo, cuando pasen esos cuatro días, se viene el evento más importante de nuestras vidas.

–Ah, ¿tu cumpleaños es más importante que los Grammys ahora? –pregunto.

–¿Y los Billboard Music Awards? –agrega Zach, esbozándome una sonrisa juguetona.

–Sí a los dos –dice Angel–. Habrá pavos reales –agrega y Jon ríe, pero borra la sonrisa a penas Angel le lanza una mirada fulminante–. Todavía puedo cancelar tu invitación.

–No, por favor, no me puedo perder a los pavos reales –dice Jon retrocediendo con las manos juntas en dirección a Ángel.

–Juegas con fuego, Braxton.

Llegamos a nuestros camarines, donde nuestro equipo nos espera para cambiarnos. A nuestro alrededor hay cuatro percheros portátiles y, mientras nos desvestimos casi en modo automático, empiezan a etiquetar nuestro vestuario y colgarlo en el orden correcto para llevarlos a la lavandería. Es su responsabilidad mantener un registro meticuloso de las docenas de trajes que tenemos, a quién le corresponde cada uno y en qué momento debemos usarlos. Simplifican su trabajo de la mejor manera posible mientras nosotros nos encargamos de lo nuestro, pero no envidio para nada el dolor de cabeza que les debe causar.

Siendo una persona que creció actuando en musicales, estoy acostumbrado a desvestirme después de un concierto. La diferencia ahora es que, como estamos de gira, nos cambiamos de ropa a cada rato: no podemos cambiarnos cuando hay una cámara cerca. Chorus eligió nuestros roles hace años. Cuando nuestros estilistas no están haciendo malabares con los innumerables atuendos que necesitamos para cada concierto, recolectan y compran nuestra ropa casual para mantener el mismo estilo cuando estamos trabajando. Y siempre estamos trabajando.

En esencia, nuestra ropa, nuestro vestuario, narra la historia de nuestras personalidades. El problema es que no es la real.

Zach se supone que es una especie de chico malo: cuero, botas, jeans rotos y cualquier otra cosa negra que puedan ponerle encima. Angel es el chico inocente y divertido, lo que significa que tiene mucho color y estampados por todo el cuerpo, y nada ajustado ni remotamente sexy, para su completo disgusto. Jon es el seductor carismático, así que la regla de oro es vestirlo para que muestre esos músculos que parecen estar a punto de estallar.

En cuanto a mí, soy el chico inofensivo de cara bonita, accesible, seguro y común. La mayor parte de mi vestuario está lleno de suéteres de cuello redondo y cachemira con tonos cálidos neutros diseñados para hacerme lucir suave y abrazable. Y, por supuesto, no sirve de nada verse seguro y común si no actúas de ese modo, así que mis indicaciones son bastante claras. Nada de hablar sobre mi sexualidad en las entrevistas, nada de alardear sobre el escenario, nada de opinar sobre nada y definitivamente nada de mostrar un novio en público. Soy una hoja en blanco en la que nuestras seguidoras y seguidores pueden escribir la personalidad de sus sueños. El comodín para quienes no se conforman con los otros tres.

Lo opuesto a todo para lo que me criaron.

Pero más allá de lo controlados que estemos, lo interesante es que nuestros seguidores más devotos a menudo saben la verdad. Me refiero a aquellos que ven y consumen todo lo que nos involucra. Vi cómo describen nuestras personalidades en internet de un modo que se acerca demasiado a la realidad, en especial cuando hablan de la sensibilidad y dulzura de Zach o lo competitivo y precavido que es Jon. Lo salvaje y divertido que es Angel, o lo perfeccionista y sarcástico que soy yo. Los vi meterse en discusiones con otros seguidores que también aseguran conocer todo sobre nuestras verdaderas identidades. Pero, por supuesto, nadie las conoce, porque no nos conocen para nada, más allá de todo lo que deseen hacerlo. De todos modos, algunos nos ven con mayor claridad. Nos ven y nos siguen eligiendo. Nos ven a nosotros y aun así parecemos agradarles más.

¿Quién lo hubiera imaginado?

Erin revisa su iPad mientras nos cambiamos, como un ancla firme en medio de un caos organizado.

–Cuando todos terminen, quiero que nos reunamos para hablar de la próxima semana –dice. Nos quejamos al unísono y Zach inicia una competencia conmigo para ver quién se queja más fuerte. No queda claro quién es el ganador, porque Erin nos calla antes de que alguno de los dos alcance el volumen máximo–. Ya sé, ya sé –dice–. Están cansados…

–Somos zombies –la corrige Angel, antes de destapar su botella de agua con los dientes.

–Sí, Ruben casi se desmaya –dice Zach y le pateo la pantorrilla. Erin me mira con severidad.

–No me desmayé, solo… fue un tropezón.

–Serán solo unos pocos minutos –dice Erin–. Diez, máximo.

Jon le entrega su camisa a nuestro estilista, Viktor, y expone su torso ancho y lampiño que, al igual que el de los demás, a estas alturas, me resulta casi tan familiar como el mío. Cuando ve a Jon sin camiseta, Angel aprovecha y sacude su botella para salpicarlo con agua helada. Jon abre la boca y grita, saltando en el lugar. Zach ríe a carcajadas.

–¡Angel! Idiota, ¿por qué?

–Estaba aburrido.

–¿Estás bromeando?

Zach, todavía riendo, le alcanza una toalla y la frota sobre su piel oscura para secarse mientras murmura algo para sí mismo. Si bien es innegable que Jon es atractivo, y está parado a solo metros de mí, semidesnudo y mojado, no me distraigo especialmente con él. Estar desnudos entre nosotros es parte de nuestra rutina, así que necesito más que solo un tipo atractivo semidesnudo con los abdominales marcados para atraparme con la guardia baja.

Pero cuando Zach se empieza a quitar su camiseta, me aseguro de mirar en cualquier otra dirección menos en la suya, tal como hice en todos los conciertos de los últimos meses. Porque sea lo que sea esa otra cosa que haría que me llame la atención, Zach la tiene en abundancia, y sin importar cuánto intente apagar esa sensación, no puedo hacerlo por completo. En otras palabras, hasta poder reprimir cualquier cosa graciosa que mi cerebro empieza a jugar en mi mente, tengo que tratar al Zach semidesnudo como si fuera Medusa. No debo mirarlo por riesgo de muerte.

Angel tiene su espalda apoyada contra mí, así que tomo la botella de agua más cercana y se la vuelco sobre su cabeza, empapando su cabello negro hasta solo ser una maraña de mechones mojados. Abre la boca por el frío y voltea.

–La traición –anuncia. Corro para esconderme detrás de Zach, quien ahora lleva puesta una camiseta y, por lo tanto, es seguro de volver a mirar.

–Chicos, chicos –dice Penny, parándose frente a la mesa donde está todo su maquillaje como una madre desesperada que se arroja frente a su único hijo–. No se mojen cerca del maquillaje. Basta. Ruben, tienes que sacarte el maquillaje, vamos.

Angel baja la botella y levanta las manos, rendido, y se quita un mechón mojado de su cara. Me asomo apenas por detrás de Zach y, con un movimiento hábil de su muñeca, Angel tira un poco de agua en mi dirección. Pero no me alcanza.

Lo esquivo y me acerco a buscar algunas toallitas desmaquillantes. Empiezo primero por los ojos. En los últimos años, el maquillaje que llevamos en los ojos empezó a ser cada vez menos sutil, al punto de convertirse en parte de nuestra marca. Ahora Penny termina un delineador café por semana. Tiene una forma de difuminarlo con sombras suaves e iluminarlo de un modo que resalta mucho más nuestros ojos. Intenté hacerlo yo mismo un día, pero terminé viéndome como si estuviera yendo a una audición para Piratas del Caribe. Desde entonces, dejo que ella se encargue del delineado.

Finalmente, con la cara al natural y ropa limpia, vamos al salón de descanso con Erin para relajarnos. Me desplomo sobre el sofá, apoyo la cabeza sobre el apoyabrazos y cierro los ojos, mientras Zach, sentado a mi lado, se entretiene golpeteándome la cabeza rítmicamente. Escondo mi sonrisa detrás del apoyabrazos y muevo una mano en su dirección sin mucho entusiasmo para que me deje de molestar, cuando Angel y Jon se sientan amontonados a mi lado.

Angel me patea los pies hasta que los bajo para darle más espacio, lo que me obliga a sentarme derecho donde Zach ya no me puede alcanzar. Logro contener las ganas de pegarle un codazo a Angel como venganza, pero solo apenas. En gran parte porque ya no tengo energía.

Angel no estaba bromeando cuando dijo que éramos zombies. No descansamos desde hace semanas. Todos los días fueron iguales. Nos levantamos temprano, saludamos a la multitud desde la ventana del hotel como si fuéramos la maldita familia real o algo por el estilo, cenamos, entrenamos, terminamos los preparativos finales, dimos el concierto, nos cambiamos, volvimos a nuestra habitación en el hotel o nos subimos directo a un jet privado que nos llevó al próximo estado para repetir todo una vez más.

Pero mañana no habrá ese caos. Mañana volvemos a casa.

En lo personal, no me emociona tanto esa idea. Mi mamá es bastante pasivo-agresiva en el mejor de sus días y bastante agresiva en sus peores días, mientras que papá podría vivir en el trabajo. Lo que sí espero con ansias es dormir toda la mañana.

–Muy bien –dice Erin y abro los ojos, pero no levanto la cabeza–. Quería tener esta reunión para asegurarnos de que estamos en la misma página con lo de la próxima semana y para que aprovechen a sacarse todas sus dudas.

La próxima semana. La próxima semana nos tomaremos un avión y nos despediremos de nuestros hogares por unos cuantos meses para hacer la parte internacional de nuestra gira. Primera parada, Londres.

Nunca salí del país. En los últimos años, me acostumbré a no ver a mi mamá y papá durante semanas, a veces incluso meses, pero nunca lo sentí tan serio como esta vez. Hasta ahora siempre estuve en el mismo país que ellos. Aunque, técnicamente, sí estuve más lejos en cuanto a cantidad de vuelos. Pero, de algún modo, viajar a Europa se siente más grande. Para ser honesto, es un poco abrumador pensar en todo eso y todavía no me permití procesarlo bien. Era más fácil verlo como algo con lo que tendría que lidiar mi yo del futuro.

El problema es que, mi yo del futuro está a punto de convertirse en mi yo del presente.

Sabía que mi plan no era perfecto.

Levanto una mano dormida cuando recuerdo la única pregunta que tengo. Bueno, dos.

–¿Me puedes recordar por tercera vez que no me sorprenderás con un show en el West End? –pregunto.

–No sería una sorpresa si te lo dijera –comenta Jon.

–No, no lo sería –dice Erin–. Pero solo para que no te ilusiones, puedo confirmar que definitivamente no tenemos tiempo para un show en el West End. Lo siento, Ruben.

No puedo reunir la energía para sentirme decepcionado.

–Lo supuse. Pero ¿dijiste que quizás podríamos visitar el Burgtheater en Viena…?

Erin sonríe.

–Así es y lo haremos. Se los aseguro, ya lo marqué en el itinerario. Deberíamos poder tener una hora libre.

Escuchar eso me levanta el ánimo. Tengo una larga tradición de fanáticos del teatro en mi familia. Me crie con Andrew Lloyd Webber y Sondheim. Mi mamá me llevó a clases de canto privadas para perfeccionar mi vibrato y mi belting cuando aún iba a jardín de infantes, y empecé a salir de gira con compañías teatrales de manera profesional en la primaria. Vi todo lo que Estados Unidos tiene para ofrecer en el mundo de los musicales, pero no puedo ir a Europa sin al menos hacer alguna actividad turística. Además, siempre estuve enamorado de la atmósfera y la historia del Burgtheater. Eso y no tenemos tiempo para visitar el Globe, para mi disgusto.

Jon, el único de nosotros que no está desplomado en su sillón, habla.

–Visitaremos el Vaticano, ¿verdad?

–Sí, obviamente.

Porque, claro, no podemos separar cuatro horas para un show en el West End, pero sí podemos pasar una mañana entera en el Vaticano para Jon. No me sorprende: Jon es súper católico, al igual que su madre; y si bien su papá, Geoff Braxton, no, es obvio que hará todo lo posible para que su hijo tenga cualquier cosa que desee. Así son las cosas.

Erin mira a Angel.

–¿Tienes alguna duda, cariño?

Angel se toma un momento para pensar.

–Mmm, ¿la mayoría de edad sigue siendo dieciocho en Londres?

Erin suspira.

–Sí.

Angel sonríe.

–Ninguna otra pregunta, Su Señoría.

Levanto la cabeza para mirar a Zach y veo que tiene su barbilla apoyada sobre su mano.

–Estás callado –le digo.

–¿Mmm? –parpadea–. Ah, no, estoy bien. No tengo ninguna pregunta. Teatros y alcohol y mmm… Jesús… todo parece bien.

–Tienes sueño, ¿verdad? –digo y asiente con una pesadez evidente en sus ojos. Erin lo nota.

–Muy bien. El minibús los está esperando en la puerta. Escríbanme un correo o un mensaje si tienen alguna duda, si no nos vemos temprano el domingo.

Nos levantamos a toda prisa antes de que Erin recuerde alguna otra cosa de la agenda.

–¡Ya sé que ustedes siguen todas las leyes y no beben alcohol! –nos grita a nuestras espaldas–. Pero recuerden que las resacas y los vuelos transatlánticos no se llevan bien, ¿entendido?

Zach y yo nos sentamos en la parte trasera del minibús, mientras Angel y Jon se sientan frente a nosotros, en asientos separados. Por lo general, hablamos mucho cuando estamos de regreso al hotel, pero hoy el cansancio se siente distinto. Es casi como si acabáramos de correr una maratón y estoy utilizando mi última reserva de energía para llegar a la meta de una vez por todas. No tenemos cuatro días libres desde hace… una maldita eternidad.

Si bien el hotel está a solo cinco minutos con el tráfico de esta hora de la noche, Angel se acurruca en su asiento y empieza a dormir, y Jon se pone sus auriculares para relajarse con un poco de música.

Al estar prácticamente solo, miro a Zach.

–No puedo creer que esto haya terminado –digo.

–Aún nos queda la gira por Europa –dice Zach levantando una ceja.

Cuando Zach susurra, su voz apenas cambia. Así de suave habla. Parece un terciopelo. Un colchón delicado de musgo. Podrías dormirte sobre ella con facilidad.

–Es verdad. Pero se siente diferente.

–Será lo mismo de siempre en poco tiempo.

–Supongo. Como todo esto –muevo la mano a nuestro alrededor vagamente–, se siente igual que siempre.

–Sí.

–Es bastante deprimente.

Lleva la cabeza hacia atrás, dejando expuesto su cuello.

–¿Qué?

–Que no importa lo grande o excitante que sea algo, al cabo de un rato termina volviéndose ordinario.

El minibús pasa sobre una loma y Angel balbucea algo con el movimiento, pero sigue durmiendo. ¿Cómo es posible?

Zach piensa por un momento en lo que dije y me contesta con un Mmm como si estuviera de acuerdo y sorprendido a la vez. Nunca deja de divertirme que Chorus insista con hacer que Zach sea el tipo rudo y taciturno, cuando su verdadera personalidad no podría estar más alejada de eso. Zach no es callado por ser rudo y un alma torturada. Tan solo es pensativo y cuidadoso, el tipo de persona que se toma el tiempo para pensar en lo que acabas de decir y decidir qué respuesta quieres escuchar. Puede que no sea la clase de persona que domina una conversación o interactúa con un salón lleno de gente con mucho entusiasmo; tiene el enojo de un cachorro. Más allá de que los medios digan lo contrario a pedido de nuestro Director de publicidad, David.

Levanta los pies sobre el respaldo del asiento de Jon y apoya sus rodillas sobre su cara. En algún lugar de mi mente, una voz me dice que, si el minibús chocara, sus piernas atravesarían directo su cabeza. Como no voy a dejar de preocuparme por eso, más allá de cuánto intente ignorar ese tormento, apoyo una mano con sutileza sobre sus pantorrillas y empujo levemente sus piernas. Me esboza una media sonrisa y obedece sin mucho entusiasmo.

–Los canales de Ámsterdam –dice de la nada.

–Los Alpes de Suiza. ¡Me encanta Mad Libs!

–No. –Me empuja con el codo–. Es lo que quiero conocer. Ustedes tienen sus cosas, y yo no quería decirlo frente a todos, pero si tengo la oportunidad de hacer algo que me gusta, espero que sea eso. Solo quiero… sentarme junto a los canales por un rato.

–¿Por qué no querías decirlo en frente de todos? No me parece nada escandaloso. Pero si hubieras dicho el barrio rojo, quizás…

–Ah, también quiero eso –bromea.

–Por supuesto.

Su sonrisa se desvanece y presiona la punta de sus zapatos en el asiento que tiene frente a él una vez más.

–Es una estupidez. Pero ahí es donde mi papá le propuso matrimonio a mi mamá. Quiero ver cómo fue. Ya sé que eso no hará que vuelvan a estar juntos como por arte de magia ni nada por el estilo, pero es solo… no sé.

–No es una estupidez –digo–. Haremos todo lo posible para que lo hagas.

Vuelve a esbozar una sonrisa.

–¿Sí?

–Sí. O sea, estamos dejando a Angel suelto por Europa, estoy seguro de que Erin separó dos espacios para ir a la estación de policías al menos dos veces en la gira. Si vamos a tener tiempo para eso, podemos tener tiempo para visitar los canales.

–Te puedo escuchar –gruñe Angel con una voz apagada.

Le pateo el asiento en respuesta y grita, protestando.

Angel es la persona menos indicada para llevar ese nombre. De hecho, su verdadero nombre es Reece, pero nadie lo llama así desde que formamos la banda. En nuestra primera reunión de publicidad, David se puso paranoico ante la idea de que los medios confundieran Ruben con Reece, y Angel fue la mejor opción que encontraron. Su padre fue quien lo empezó a llamar así cuando era pequeño, porque a la señora Phan le pareció ofensivo el otro apodo, quizás más adecuado, de pequeño demonio. Y el señor Phan tenía un sentido del humor bastante irónico.

A mi lado, Zach se recuesta en su asiento y cierra los ojos. Presiona su brazo contra el mío cuando cambia de postura.

Creo que no vuelvo a respirar por lo que queda del viaje.

Dos

Zach

Estoy bastante seguro de que mi chofer es fanático de Saturday.

No deja de mirarme por el espejo retrovisor ni de sonreír antes de apartar la mirada.

Lo hace otra vez, lo que me hace sentir un escalofrío por la espalda. Se supone que tiene que llevarme a la casa de mi mamá, pero soy bastante consciente de que me puede estar llevando a cualquier otro lugar. Mi instinto incluso me dice que es probable que tenga un sótano lleno de pósteres de Saturday.

Paso una mano por mi cabello y me quedo mirando la calle afuera. Intento pensar de manera lógica. Erin me asignó a este chofer, así que tiene que ser una persona de confianza, en especial porque estoy seguro de que su carrera profesional caería en picada si me secuestran y me asesinan bajo su supervisión. Muy en el fondo sé que no pasa nada sospechoso.

Entonces, ¿por qué sonríe como si estuviera tramando algo?

Escucho un riff de guitarra que me resulta familiar. Ah, no.

Levanta las cejas y me sonríe como si estuviera diciendo Ah, sí.

Sube el volumen de la música justo cuando mi voz empieza a sonar por los parlantes del auto. Creo que prefiero que sea un asesino. No es que no me guste Guilty, o sea, es divertida y una de mis canciones favoritas de Saturday, en gran parte por ese riff súper empalagoso y las partes de Ruben que son las mejores de toda su carrera. De verdad, suena increíblemente fantástico en esta canción.

Apoyo la cabeza contra la ventanilla cuando empieza el estribillo. Es una de nuestras primeras canciones, antes de que perdiera por completo mi estilo punk en la voz, ese que Geoff describió sutilmente como quejoso e invendible. Por eso ahora mi voz temblorosa llena de autotune es increíblemente reconocible. La cantaría distinto si pudiera hacer una nueva versión, pero cuando eres famoso, todo lo que haces te sigue para siempre.

Miro al espejo y sí, me está mirando. Es un maldito rarito.

Muevo la cabeza al ritmo de la canción, pretendiendo estar pasándola bien. Como si estuviera diciendo, "Sí, Guilty, me encanta".

–Mi hija está obsesionada contigo, Zach –dice, mirándome a los ojos a través del espejo–. Con todos ustedes en realidad, pero en especial contigo. Se considera una stan.

Hago una mueca y me obligo a sonreír.

–Ah, guau, gracias. Qué agradable de tu parte.

Ríe.

–De nada. Ya sabes, a mí me gusta más el rock, pero algunas de sus canciones son muy pegadizas. No le digas a nadie que dije eso, ¿está bien?

Estoy bastante acostumbrado a esto. No existe ningún tipo que diga que le gusta Saturday sin hacer una aclaración de algún tipo. Apestan, pero

–No lo haré –pauso y luego decido seguir adelante–. A mí también me gusta el rock. –Es la primera cosa honesta que le digo.

Toco el brazalete de cuero que mi estilista me obliga a usar.

Para que conste, de verdad me gustan nuestras canciones. Es solo que no son las canciones que elegiría para escuchar en mi tiempo libre, mucho menos las que elegiría cantar si tuviera el control sobre eso.

Pero ese no es el caso. Así que no importa.

Luego de escuchar casi la mitad de nuestra discografía, con la que alcancé niveles nunca pensados de vergüenza, llego por fin a casa. Abro la puerta, salgo al sol de la media mañana y estiro la espalda como excusa para mirar hacia ambos lados de la calle. No hay nadie a la vista y, más importante aún, ningún paparazzi cerca, al menos que yo pueda ver. Una de las cosas más extrañas de ser famoso es encontrar fotos tuyas en revistas cuando ni siquiera recuerdas que alguien te las haya tomado. No ayuda que se estén volviendo cada vez más sigilosos, con cámaras que pueden tomarte una fotografía desde kilómetros. Aparezco en las revistas todo el tiempo, así que siempre siento que alguien, en algún lugar, me está mirando. Y creo que no me equivoco.

Me veo en el reflejo del auto y empiezo a arreglarme, porque la gente de Chorus se volvería loca si alguien publica una foto mía luciendo como la mierda. Mi cabello está más desprolijo que de costumbre, con algunos pelos parados. Geoff me pidió que lo dejara crecer en lugar de mantenerlo corto y desprolijo como siempre, pero todavía no me acostumbro. Se me sigue metiendo en los ojos y haciéndome cosquillas en el

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