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Pasivo Ambiental
Pasivo Ambiental
Pasivo Ambiental
Libro electrónico439 páginas5 horas

Pasivo Ambiental

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Información de este libro electrónico

Pasivo Ambiental es una novela de género policial ambientada en el maravilloso y profundo Sur argentino.
Pero también es una denuncia que nos lleva a tomar conciencia de los métodos utilizados por las compañías transnacionales en connivencia con los operadores locales. Sean estos burócratas del ámbito político o eclesiástico, su objetivo es obtener ganancias extraordinarias vendiendo los bienes comunes de las naciones. Una intriga que se teje a espaldas de la ciudadanía.
«Se ama lo que se conoce y se defiende lo que se ama», escribe con acierto Héctor Vico, autor de esta ingeniosa trama. Tal vez el lector advertido pueda identificar, por asociación y leyendo entrelíneas, los peligros que en la actualidad se ciernen sobre nuestros valiosos recursos naturales.
IdiomaEspañol
EditorialRobalir
Fecha de lanzamiento26 mar 2024
ISBN9789878912196
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    Vista previa del libro

    Pasivo Ambiental - Héctor Darío Vico

    Portada

    Héctor Darío Vico

    Pasivo Ambiental

    Logo Robalir

    www.robalir.com

    Aviso legal

    Todos los derechos reservados.

    Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recopilación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro medio, sin permiso previo por escrito del autor.

    Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. A menos que se indique lo contrario, todos los nombres, personajes, empresas, lugares, eventos e incidentes de este libro son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con acontecimientos reales es pura coincidencia.

    Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

    © 2023, Héctor Darío Vico

    © 2023, Robalir

    Primera edición, octubre de 2023

    Diseño de tapa: Franco Vico

    Imagen de tapa: Rolf Dobberstein a través de Pixabay

    Imagen de contratapa y solapas: Piotr Arnoldes, Karl Gerber y Tom Fisk a través de Pexels

    ISBN: 978-987-8912-19-6

    Contenidos

    Portada

    Aviso legal

    Contenidos

    Dedicatoria

    Epígrafe

    Agradecimientos

    Prólogo

    Prefacio

    1 Capítulo I

    2 Capítulo II

    3 Capítulo III

    4 Capítulo IV

    5 Capítulo V

    6 Capítulo VI

    7 Capítulo VII

    8 Capítulo VIII

    9 Capítulo IX

    10 Capítulo X

    11 Capítulo XI

    12 Capítulo XII

    13 Capítulo XIII

    14 Capítulo XIV

    15 Capítulo XV

    16 Capítulo XVI

    17 Capítulo XVII

    18 Capítulo XVIII

    19 Capítulo XIX

    20 Capítulo XX

    21 Capítulo XXI

    22 Capítulo XXII

    23 Capítulo XXIII

    24 Capítulo XXIV

    25 Capítulo XXV

    26 Capítulo XXVI

    27 Capítulo XXVII

    28 Capítulo XXVIII

    29 Capítulo XXIX

    30 Capítulo XXX

    31 Capítulo XXXI

    32 Capítulo XXXII

    33 Capítulo XXXIII

    34 Capítulo XXXIV

    35 Capítulo XXXV

    36 Capítulo XXXVI

    37 Capítulo XXXVII

    38 Capítulo XXXVIII

    39 Capítulo XXXIX

    40 Capítulo XL

    41 Capítulo XLI

    42 Capítulo XLII

    43 Capítulo XLIII

    44 Capítulo XLIV

    45 Capítulo XLV

    46 Capítulo XLVI

    47 Capítulo XLVII

    48 Capítulo XLVIII

    49 Capítulo XLIX

    50 Capítulo L

    51 Capítulo LI

    52 Capítulo LII

    53 Capítulo LIII

    54 Capítulo LIV

    55 Capítulo LV

    56 Capítulo LVI

    57 Capítulo LVII

    58 Capítulo LVIII

    59 Capítulo LIX

    60 Capítulo LX

    61 Capítulo LXI

    62 Capítulo LXII

    63 Capítulo LXIII

    64 Capítulo LXIV

    65 Capítulo LXV

    66 Capítulo LXVI

    67 Capítulo LXVII

    Epílogo

    Datos del ebook

    Dedicatoria

    Para vos Patricia, mi compañera en la vida y en tantos viajes al sur.

    A la memoria de Graciela, mi querida hermana, cuyo tiempo de permanencia en este mundo, no fue suficiente como para que leyera esta novela. A ella, todo mi amor y recuerdo.

    Epígrafe

    «He hablado con Vicente Fox, el nuevo presidente de M éxico, para tener petr óleo que enviar a Estados Unidos. As í no dependeremos del petr óleo extranjero».

    George W. Bush.

    «Hacia el a ño 1500, los galeones cargaban el oro y la plata con la experiencia del observador, no hab ía m ás tecnolog ía que la del ojo para detectar las vetas. En cinco siglos exprimieron la tierra con la exclamaci ón Vale un Potos í, calificaci ón suprema de cosa o persona de incalculable valor. Toda Am érica era un Potos í. Durante 500 a ños de extracci ón, los minerales del planeta se fueron agotando. Entender y razonar este dato es imprescindible. Estados Unidos reconoce que cada uno de sus habitantes consume anualmente 19 toneladas de minerales. En el resto de los pa íses consumistas del Norte el derroche es igual, y se expresa en los vol úmenes de uso energ ético e h ídrico. Una peque ña parte del mundo dominante concentra el 80 por ciento de la energ ía del planeta, mientras que los llamados pueblos del Sur, que componen el 80 por ciento de la poblaci ón mundial, apenas consumen, en n úmeros redondos, el 20 por ciento de la energ ía que se utiliza en el mundo. Esta falta de equidad rige en un planeta que no resiste la explotaci ón descontrolada de los bienes comunes justificados por quien depreda con el concepto vulgarizado de recursos naturales».

    Javier Rodr íguez Pardo.

    Agradecimientos

    Con los años aprendí que la gratitud, es una poderosa fuente de energía que redunda en el bienestar de quien la emite y profesa. Ahora bien, ese agradecimiento debe ser amplio, en el sentido de que no solamente las cosas buenas de la vida deben agradecerse, sino el otro aspecto, lo aparentemente malo que nos sucede, dado que generalmente esas situaciones son las que nos hacen crecer. Son pruebas, son lecciones que, de no aprobarse o sortearse, se repetirán hasta el infinito, hasta que, por fin, más conscientes, maduros y evolucionados, pasemos a ocuparnos de otras circunstancias.

    También aprendí que el azar no existe y lo que sucede en nuestro vertiginoso día a día, sin nosotros advertirlo, es lo que nos trae a nuestro presente. Me refiero a las decisiones que tomamos y a las personas que nos encontramos, a quienes llamo, cariñosamente, los actores de reparto de la película de nuestra vida. Aquí me quiero detener.

    Un gran emprendedor, en un discurso memorable, en la Universidad de Stanford, me refiero a Steve Jobs, puso nombre a este proceso, lo nombró como «el unir los puntos hacia atrás».

    A manera de agradecimiento, les mencionaré las razones y los eventos que concluyeron en esta novela.

    En los años 70 nuestra Escuela Normal, a modo de premio, fue distinguida con un viaje al Lago Puelo, y del cual participé. Allí conocí ese paraíso, y es precisamente en ese lugar donde se desarrolla la trama de este libro.

    Sin el burócrata que me dejó sin trabajo, no hubiera tenido un valioso tiempo de ocio y lectura que despertara mi interés por la minería a cielo abierto y sus consecuencias.

    Ese tiempo libre me permitió viajar durante muchos años a San Martín de los Andes, lo que posibilitó que conociera la cultura de los habitantes originarios y su sabiduría, la cual tiene protagonismo en esta historia.

    De no haber sido convocado a trabajar en la Municipalidad, no hubiera conocido a la Sra. Senadora Cristina Berra que, como habitualmente hace, facilita que los escritores vean plasmadas en hojas impresas sus historias. Mi paso por la administración pública, hizo que generara amistad con la Sra. Malena Marionsini, pieza fundamental en la edición del libro, puesto que me facilitó los instrumentos necesarios para que el proceso de subsidios pudiera plasmarse.

    Mi afición a la escritura hizo que coincidiera con Rubén Rosso, quien gentilmente escribió el prólogo de la novela. En varias presentaciones y charlas, algunas en el Museo Municipal, pude conocer a una persona silenciosa y eficiente que se ocupó de que todo funcionara como debiera, y posibilitó que las presentaciones salieran impecables. Me refiero a Noelia Banchio.

    En la ya mencionada etapa municipal, trabajé y construí amistad con Andrea Canalis y todo el staff de la Secretaría de Cultura, quienes amablemente y en horas extemporáneas, me asistieron en la difusión y preparación de cada evento literario en los que participé.

    Por último, en párrafo aparte, debo mencionar a la primera coincidencia relevante de mi vida, y ahora piedra angular de nuestro hogar, a Patricia, cuya inteligencia, su criterio, y los conocimientos sobre hierbas y plantas medicinales, sumados a sus acertados comentarios y críticas, hicieron que esta novela quedara mejor que como la escribí. Tarea que compartió con Nelvis y Mauricio, los editores, y Franco, el responsable del arte de tapa.

    A todos los mencionados, y a los involuntariamente olvidados, mi eterna gratitud.

    Prólogo

    «¿Y qu é dir ás

    cuando termines el bocado

    de tu propia flor?»

    Luis Alberto Spinetta

    Atahualpa Yupanqui decía que el camino está compuesto de infinitas llegadas. Viajar, entonces, resulta una buena invitación para la reflexión, para la introspección, para hacernos las preguntas que la rutina y la vorágine del día a día nos impiden hacer. Un viaje al sur de Argentina, tal vez, donde una parte importante de esta novela transcurre y donde las distancias son lo suficientemente extensas como para que surja algún cambio en nosotros, puede que sea un buen plan para lograr ese objetivo.

    Conocer lugares nuevos también es beneficioso para entrar en contacto con otras culturas; con otra forma de entender el mundo. Una mujer mapuche llamada Calfuray, por ejemplo, puede ser una puerta de entrada a una nueva cosmovisión (nueva para nosotros, ancestral y sagrada para ella y los suyos), y un cambio en el pensamiento dominante que vino con la mal llamada conquista de América.

    Una vez que entendamos que existe otra forma de ver el mundo, aprovechemos, también, para preguntarnos acerca de la Naturaleza. ¿Qué podemos hacer para protegerla? En principio, respetarla y conocer nuestro lugar en ella; luego, evitar que seres inescrupulosos la destruyan.

    «Aún tenemos un paraíso, y debemos defenderlo», dice Alberto, uno de los personajes de esta novela, cuando empieza a tomar conciencia del peligro que se avecina al enterarse que empresarios de una minera transnacional, en complicidad con cierto sector corrupto de la política, pretende adueñarse de algo más valioso que el oro y decide actuar en consecuencia.

    Alberto no estará solo, por cierto. Juan, desde Buenos Aires, hará su aporte, lo mismo que Owen Striker, el Doctor Maidana y Pedro con sus dos hijos, desde la Estancia Amancay, en Puelo.

    Héctor Vico nos cuenta, con lujo de detalles, la historia de una lucha desigual que se viene dando desde tiempos lejanos, donde los poderosos se valen de todos los métodos posibles para intentar salirse con la suya y donde la resistencia se basa en la unión de los pueblos y las razas.

    Pasivo Ambiental es una novela que no pasará desapercibida a sus lectores. En ella podrá verse de lo que son capaces de hacer quienes caen en las garras de la ambición, de la corrupción, de la traición, dejando como resultado un siniestro collage, fruto de la depredación humana.

    Rubén Darío Rosso.

    Prefacio

    La historia que cuenta esta novela la escribí en una etapa algo complicada de mi vida. En ese entonces solamente contaba con dos cosas: Patricia con su inmenso amor y bondad y mi imaginación. Fueron meses de mucho trabajo, pero las palabras fluían y la novela fue tomando forma. Todavía hoy me sorprendo de algunas de las cosas que escribí y de lo vigente que todavía está el tema sobre el cual trata, dado que median varios años entre la redacción y la publicación.

    El título Pasivo Ambiental hace mención a dos cosas. Pasivo se refiere a la inacción, estar inmóvil cuando la adversidad golpea y la vida nos presenta su más feo rostro. Esa era la situación y desde allí, con el amor y la imaginación, surgieron las primeras líneas del libro. El otro motivo del título se refiere a los residuos que quedan en el medio ambiente cuando la minería a cielo abierto se retira de los terrenos explotados. La contaminación residual no es un tema que preocupe a las empresas, no la tienen en cuenta en su ecuación de costos. Reparar el daño causado es tarea de quienes vivimos en estas tierras. La novela empieza en la etapa previa a las explotaciones mineras y hace mención a los métodos utilizados para lograr acceder a las riquezas minerales y al agua.

    Esto es ficción, pero no tanto.

    El autor.

    Capítulo I

    Baltimore, Maryland, Estados Unidos de América, octubre de 1969.

    Hambriento y humillado, ingresó, con pasos vacilantes, a la suntuosa obispalía. La figura que lo aguardaba de pie en medio de la sala, casi sin mirarlo, extendió su mano y Tomás, con lágrimas en los ojos, aferrándose a ella, la cubrió de besos, implorando:

    —¡Perdón, perdón, perdón! Por el amor de Dios, perdóneme Reverendísimo.

    —¿Te arrepientes?

    —¡Pídame lo que quiera, me arrepiento, me arrepiento!

    —¿Eres consciente de lo que has hecho?

    —¡Fue un momento de locura! ¡Lo siento! ¡Por favor...! ¡Monseñor! ¡Piedad... piedad!

    Sin trabajo estable, en un país extraño, Tomás, aceptaba cualquier castigo que le impusieran, y de buen grado, con tal de poder salir de ese atolladero en que se había convertido su vida. Las lágrimas que vertía no alcanzaban para lavar todo el daño causado. El egoísmo más que el amor, lo había llevado a esta situación de humillación y culpa que solo, de eso estaba muy seguro, podría salvarse regresando con sus pares.

    El torrente que caía de sus ojos no redimiría, ahora ni nunca la atroz injusticia cometida.

    —Deberás regresar. ¿Lo sabés?

    —No me importa... estoy dispuesto. ¡Iré a dónde me pida! —respondió Tomás suplicante, hecho un guiñapo tendido sobre la brillante porcelana del piso.

    —Esto es lo que haremos...

    Tres meses después, habiendo jurado no revelar jamás las circunstancias por la que había atravesado, con dolor, pero aliviado, Tomás, con una pequeña valija llegaba a Posadas, provincia de Misiones, en la República Argentina.

    Muy lejos y con destino de olvido, quedaba su joven esposa embarazada. No volvería a pensar en ella, ni en el bebé... lo había jurado.

    ***

    Buenos Aires, julio de 2009.

    Cuando Arturo Fonseca supo que debía ocultarse y desaparecer, hacía mucho frío, aunque él comenzaba a transpirar copiosamente. El parte meteorológico que reproducían todas las emisoras de radio y televisión atribuían las bajas temperaturas al ingreso de una masa de aire polar proveniente de la Patagonia. Arturo se estremeció al escuchar el informe y presintió con gran amargura, que tal vez, dentro de algunos años sería imposible oír noticias semejantes. Cualquier información sobre el extremo sur tenía un efecto devastador sobre su estado de ánimo, en especial ahora que tenía conocimiento que el agua vale más que el oro y que había quienes estaban dispuestos a terminar con su vida con tal de callarlo.

    A medio camino entre el miedo y el terror, con unos cuantos manotazos juntó papeles, fotografías, recortes de diarios, fotocopias, y en total desorden los introdujo en un sobre que cerró con broches. Del mismo modo procedió con su ropa, metió al descuido algunas prendas esenciales en un bolso para viajes y, dando una última mirada a su departamento, salió a la calle en búsqueda de su amigo Juan.

    Anónimo, mezclado entre la gente, algo más tranquilo ahora, cerró su gastado sobretodo, buscó un locutorio y llamó al último número que conservaba de Juan. Por suerte logró comunicarse.

    —Soy Arturo, es urgente, te veo en el Bar Suárez en media hora, no faltes. ¡Es urgente!

    Cortó la llamada y, asegurándose de no ser seguido, se encaminó al encuentro más importante de su vida.

    Capítulo II

    ¿Mentía?, ¿se había drogado o estaba loco? ¿Cómo saberlo? Hablaba a borbotones, agitado, mirando hacia atrás en todo momento. Cuando llegó al Bar Suárez me hizo una seña para que nos ubiquemos en una mesa retirada, oculta de la vista de los transeúntes. El abrigo raído, el ceño fruncido, la desolación en su rostro y la voz temblorosa.

    —¡Me persiguen, Juan! ¡Me la quieren dar!

    —¿Quiénes te persiguen, por qué?

    —Es largo de contar. Estoy en peligro. ¡Ayudame!

    —Para que te ayude tenés que explicarme —a pesar de no querer hacerlo alcé la voz—, ¡calmate!

    Los parroquianos se dieron vuelta, pero a una seña mía, indicando que todo estaba bien, dejaron de prestarnos atención. Insistí.

    —Decime Arturo, ¿qué te está sucediendo?

    —Mirá, las cosas se pusieron feas. Acá, en este sobre, está toda la explicación. Si algo me pasa ya sabrás qué hacer —y agregó, con tristeza en el rostro— no puedo confiar en nadie más.

    Diciendo eso, me entregó un voluminoso sobre de papel madera, cerrado con broches de manera descuidada y apresuradamente, al tiempo que miraba en rededor para asegurarse que nadie nos estuviera viendo. Con gestos temblorosos se secaba una transpiración nerviosa que brotaba de su frente, a pesar de estar soportando, en ese mes de julio, el más crudo invierno de los últimos diez años.

    No agregó nada más. Me recomendó poner a buen recaudo el sobre y se marchó. Me dejó solo en ese café de Buenos Aires y se perdió entre la multitud que abrumaba las calles.

    Habría de pasar mucho tiempo antes de que volviéramos a encontrarnos.

    Luego lo de siempre. Ese lunes helado me atrapó con sus rutinarias obligaciones por lo que pronto olvidé el incidente con Arturo Fonseca, antiguo amigo del Normal, con quien compartí mi adolescencia y algunos pasajes de mi vida adulta. Lo había reencontrado en la boca del subterráneo hacía un par de años atrás y de tanto en tanto coincidíamos para tomar o comer algo. Esto sucedió hasta el 2007, en que otra vez desapareció. Hoy me sorprendió llamándome por teléfono y suplicándome para que nos encontráramos en Corrientes y Maipú.

    Cuando se fue, o tal vez debería decir huyó, lo vi alejarse y pensé en dónde se había quedado aquel adolescente desgarbado y curioso, dueño de una despreocupación y desparpajo legendarios, que acostumbraba a tomarse todo a risa y sin inquietarse por el futuro. ¿Qué recodos habría tomado su vida para devenir en este atado de nervios y elegirme para hacerme entrega, según sus dichos, el más preciado de sus tesoros y depositar en mí toda su confianza?

    En ese momento no lo supe. Me enteraría a la hora de la cena que también yo incursionaría por los mismos oscuros caminos que hicieron de Arturo Fonseca, un consumado paranoico.

    Olvidé el incidente hasta que llegué a mi departamento. Luego de poner una bandeja de comida congelada en el microondas, empecé a vaciar los bolsillos de mi sobretodo y reparé en el maletín, lo abrí y allí apareció el sobre.

    Lo miré con curiosidad. Lo dejé sobre la mesa, vería su contenido mientras cenaba.

    Cuando la alarma del microondas anunció que los riñones a la provenzal estaban listos, dispuse todo para comer y leer tranquilo. Abrí el sobre.

    Al cabo de unas pocas líneas, volví a preguntarme si mentía o estaba loco.

    Pasé la noche en vela. Me serví un whisky y tomé varios cafés. Mis estados de ánimo recorrieron toda la escala de sentimientos y sensaciones, desde el asombro a la ira, pasando por la incredulidad y el temor.

    Debo confesar que me irrité muchísimo con Arturo. ¿Por qué carajo tuvo que elegirme a mí, entre tanto papanatas que está suelto por Buenos Aires? ¿Le había hecho algo en la juventud para que me pegara semejante bofetón? ¿Era una broma, un desquite? ¿Qué mierda era todo esto?

    La claridad de la mañana comenzó a filtrarse por el ventanal del living. Miré la hora, quedaba poco para salir hacia la publicitaria. Me bañé apresurado, apuré el primer café del día, vacié el cenicero que había soportado los agravios de una noche sin sueño. Preso de una incipiente inquietud, me asomé al balcón como si esperara encontrar a alguien atisbando hacia mi departamento y luego, con exceso de cuidado, puse el sobre bajo llave, en mi escritorio.

    No pude evitar preguntarme si la paranoia era contagiosa.

    El ascensor llegó rápido, bajé los cuatro pisos hasta la vereda. Decidí tomar un taxi, no había tiempo para ir en coche y buscar estacionamiento. Creo que fue una buena decisión porque no lograba sacarme de la cabeza, el contenido del condenado sobre.

    «Maldito seas Arturo —pensé—. ¿Por qué a mí? ¿Por qué entregarme un maloliente asunto que tiene sus raíces hace dos mil años?».

    Capítulo III

    Cuando Alberto Pereyra decidió combinar sus vacaciones con la búsqueda de material para su blog sobre medio ambiente, consideró que sería buena idea visitar el sur argentino, más allá del Paralelo 42. Como buen capitalino, su conocimiento del país se reducía a Mar del Plata y la letanía de ciudades y pueblos que conforman la costa atlántica. Nunca había visitado el país profundo; para él, el interior eran Rosario y Córdoba. Muchas veces, cuando escuchaba de las inundaciones en Santa Fe y tomaba contacto telefónico con alguien de esa provincia, le preguntaba si el agua estaba cerca, ignorando que la mayoría de las veces la distancia de la zona anegada distaba a más de doscientos kilómetros. Inocentadas e ingenuidad de los porteños que miran demasiado a Europa y olvidan la patria grande.

    Lo que nunca supuso fue que, luego de este viaje, aprendería de la peor forma, lo valioso que es el suelo que ignoramos y hasta dónde están dispuestos a llegar quienes sí saben de qué se trata.

    El blog estaba funcionando bien, tenía especial habilidad en seleccionar los temas. La ecología, gracias a la tarea de muchos grupos y ONG, ganaba adeptos y conciencias, lo que trajo aparejado que el sitio tuviera numerosas visitas y suscriptores. La afluencia de visitantes hizo que la publicidad, tanto de Google AdSense como la que él vendía directamente, le reportara ingresos suficientes como para permitirse estas vacaciones de quince días visitando los lagos de la cordillera.

    Decidió salir el viernes por la noche. Quería cruzar la provincia de Buenos Aires a esas horas, pues era la parte del camino que más conocía. Pensaba estar cerca de Santa Rosa de la Pampa para cuando comenzara a amanecer. Su idea era llegar a El Bolsón, antiguo reducto de hippies descastados y soñadores de los setenta, lo más rápido posible. Dudaba si ir directo a Bariloche o pasar por San Martín de los Andes. No le preocupaba demasiado, lo decidiría después.

    Los días previos a su partida, además de preparar su valija y alistar toda la ropa de abrigo posible, puso en condiciones su 207, recopiló toda la música que pudo y varios mapas, más el GPS. Repasaba a cada instante, la lista de los elementos que consideraba indispensables para el viaje: CD, linterna, rueda de auxilio, agua, equipo de mate, algún analgésico, los anteojos para el sol, la cámara digital, su libreta de notas, la laptop, bolígrafos, pilas, la reserva de los hoteles y hosterías, y un largo etcétera.

    Luego de muchas idas y vueltas, el viernes por la noche, tomó el camino hacia su encuentro con el Paralelo 42.

    Salió para Luján y enfiló hacia Carlos Casares, Trenque Lauquen y Santa Rosa. Podría haber tomado un vuelo directo a Bariloche, a Neuquén o Chapelco, pero pensó que era hora de conocer de cerca los campos sembrados de soja, la zona productora de trigo, el desierto y las plantaciones de manzanas, peras, vides, arándanos, frutos rojos, petróleo y minería.

    Estaba muy excitado por este viaje, en parte por el descanso merecido y además, porque iba siguiendo una corazonada. Mucho se hablaba de la venta de vastas riquezas en el sur. Se hablaba mucho y luego silencio. Alguna investigación y luego la nada, nadie desmentía, nadie actuaba, como si de tanto en tanto alguien arrojara una piedra en un estanque y después del alboroto inicial sobrevenía la calma.

    «Como siempre —reflexionó—, tenemos doscientos años de lo mismo».

    No obstante, concluyó que era hora de ver las cosas más de cerca.

    Había decidido que estaría por quince días, al menos, sin actualizar el blog. Se había despedido por una temporada de sus seguidores, prometiendo retomar la actividad en dos semanas. El hecho de trabajar por internet le permitía, si se encontraba con algo jugoso, actualizar la publicación desde el lugar en donde se hallara, de manera que no estaba obligado a regresar en el tiempo previsto. La web otorga esa flexibilidad.

    Tras unas breves paradas en el camino, arribó a Santa Rosa de la Pampa. Una vez ubicada la salida hacia Neuquén, se detuvo en la YPF que está sobre mano derecha, próxima al canal de televisión. Cargó combustible, desayunó y llenó el termo con agua caliente. El cielo estaba más claro, el incipiente amanecer lo animó. Una brisa helada terminó de despejarlo. Se dijo, y es el sentimiento de todo viajero que llega desde el norte, que allí comenzaba el verdadero viaje hacia los confines del continente.

    Con la luz del día, conduciendo más relajado, por rutas menos transitadas, fue tomando notas mentales del paisaje y de las particularidades de la región. Todo era muy distinto, había otro ritmo, otras urgencias y también otras necesidades. Las distancias comenzaron a agigantarse. Desde Santa Rosa los carteles viales le decían: neuquén 541 km.

    El país tomaba otra entidad, la tierra, su tierra, adquiría proporciones inconmensurables.

    Llegando a la ciudad de Neuquén, entrando por Barda del Medio, pensó en lo distinto que se veía y se sentía todo. Una cosa era mirar el mapa desde la comodidad de su oficina en Buenos Aires y otra experiencia, mucho más rica y reveladora, era transitar esos caminos polvorientos, muchas veces desiertos y, sin embargo, tan nuestros.

    Hubo un momento en su solitario viaje en que la inmensidad de la Patagonia lo abrumó. Fue saliendo de Chacharramendi para encarar la Ruta del Desierto. La vastedad de esos parajes, con el viento trasladando polvo y el silencio solo interrumpido por el sonido de esas ráfagas heladas que le dieron la bienvenida al portal del sur, lo empequeñecieron. Varias veces se detuvo para escuchar la nada. Sacó fotos y poco a poco, empezó a amar esas soledades. Experimentó la agradable sensación de regresar a casa luego de siglos de ausencia, sintió que a pesar del frío y el viento, su hogar lo recibía con las puertas abiertas.

    Se detuvo en un hotel sobre la ruta, luego de sobrepasar la ciudad. Comió algo muy ligero y, cansado de tantas horas de viaje, se durmió soñando con lagos y montañas, con las machis y los conquistadores españoles. El sur extremo empezaba a invadirlo.

    Capítulo IV

    Bajé del taxi bastante malhumorado y para colmo de males, el ambiente de la oficina no ayudó a mejorarlo. Las mismas caras, las mismas quejas y la misma, en apariencia, cordial camaradería en donde cada uno acecha al prójimo luchando por sobrevivir a costa de los demás. Nada que no supiera, pero cada vez que lo pensaba me revolvía las entrañas haciéndome sentir una incomodidad desbordante.

    Giménez se quejaba de Fernández que a su vez defenestraba a Rodríguez y los tres, en alegre reunión le miraban la cola a Laura que se contoneaba adrede y los sobraba. En fin... ¡Siempre lo mismo! Devanándome los sesos entre el pedido urgente de la Gerencia de Arte para entregar a tiempo los bocetos de la campaña del último celular de Claro y tratando de que se me ocurra el nombre de algún experto en historia para consultar quienes eran Orencio, Paciencia y Michelangelo Merisi. Fue tal el celo que puso Arturo que esos nombres aislados, por sí solos, no daban ninguna pista. Al menos, con mis conocimientos de historia no iría a ninguna parte.

    Tratando de acortar camino, en mi departamento, había acudido a internet. Google me respondió que esos nombres se correspondían con santos de la

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