Diario de un hombre superfluo
Por Iván Turguénev
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Poco antes de morir, Chulkaturin decide iniciar un diario con el que se despedirá de este mundo. No sabe qué puede contar, pues se considera, simplemente, un hombre superfluo, prescindible por completo. Su infancia fue normal y no ha hecho nada reseñable en toda su vida. Tampoco se ha preocupado por sus relaciones con los demás. Ni siquiera cuando conoció a Yelizaveta... El concepto de hombre superfluo, como hombre inteligente, sensible e idealista pero nihilista e indeciso, se hizo popular gracias a la publicación de esta obra de Iván Turguénev en 1850. Este es un personaje tipo en la literatura rusa del siglo XIX y su recurrente presencia en poemas, novelas y teatro acabó convirtiéndolo en un arquetipo nacional. Juan Berrio ha ilustrado magníficamente este clásico inolvidable.
Iván Turguénev
Iván Turguénev (Oriol, Rusia, 1818 -Bougival, Francia, 1883) Escritor ruso. Perteneciente a una familia noble rural, pasó su infancia en la hacienda materna hasta que se trasladó a Berlín para seguir estudios superiores, momento en el que entró en contacto con la filosofía hegeliana. De vuelta a su país, inició su carrera literaria con relatos que se inscriben dentro de la estética posromántica del momento (años treinta), mientras trabajaba como funcionario público, cargo que abandonó en 1843 por un gran amor, Pauline Viardot, cantante rusa constantemente en gira, con la que Turguénev mantuvo
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Diario de un hombre superfluo - Iván Turguénev
Iván Turguénev
Diario de un
hombre superfluo
Traducción del ruso de
Marta Sánchez-Nieves
Prólogo de
Juan Eduardo Zúñiga
019ENCUENTRO CON IVÁN TURGUÉNEV
Cuando aún estaban en mis manos los libros infantiles, me llegó casualmente —como ocurre siempre en los acontecimientos decisivos— una novela de Iván Turguénev cuya lectura me extrañó y me sedujo. Desde aquel día su nombre estuvo en mi conciencia, acaso colaborando a formar, con otros factores, un carácter y una sensibilidad ante los hechos de la realidad. Fue el primer paso en el conocimiento de su país, una Rusia antigua y remota de la que nadie en mi entorno sabía nada. Conocimiento que logré a través, principalmente, de obras literarias, de magníficas inteligencias creadoras que suscitaron en mí una adhesión afectiva a su cultura, su música, su gente de pasiones extremosas, su paisaje de distancias infinitas, de bosques vírgenes y aldeas silenciosas, su lengua inabarcable de musicales sonidos.
El presente ensayo sobre Iván Serguéievich Turguénev[1] tiene su razón de ser en mi interés por la biografía del escritor que me abrió, en edad muy temprana, el camino del mundo literario. Ha sido entre los escritores rusos, junto a Tolstói y Dostoievski, el mejor acogido en Occidente por la calidad literaria de su obra, que conserva hoy vigentes peculiaridades de la gran novela del siglo pasado, aun con los matices de la idealización romántica. Admirado y respetado, también su presencia física sorprendía:
«La puerta se abrió y apareció un gigante. Un gigante de cabeza plateada, como se diría en un cuento de hadas. Tenía largos cabellos blancos, gruesas cejas blancas, una gran barba blanca, de un blanco plata, brillante, iluminado de reflejos; y en esta blancura, un rostro tranquilo, con rasgos algo fuertes: una verdadera cabeza de río derramando sus ondas o, mejor aún, una cabeza de padre eterno. Su cuerpo era alto, ancho, macizo, sin ser grueso, y este coloso tenía gestos de niño, tímidos y reprimidos. Hablaba con una voz muy dulce, un poco blanda, como si la lengua se moviese difícilmente. Algunas veces dudaba buscando el vocablo preciso en francés para expresar su pensamiento, pero siempre lo encontraba con una sorprendente justeza, y esa ligera vacilación daba a su palabra un encanto particular».
Así era Turguénev, tal como lo describió Guy de Maupassant, y así lo conocieron, hace poco más de un siglo, muchos europeos. De Europa fue huésped casi media vida y su arte tiene mucho de elaboración de la cultura occidental, con la que se identificó. Su extensa obra se corresponde con una vida especialmente compleja que, cuando se descubre, atrae como una experiencia insólita.
La aproximación a Iván Turguénev revela a un escritor magistral por su destreza para analizar los entresijos del alma humana, por sus invenciones verosímiles, por lo problemático de su psicología y por los aspectos reservados de su obra; de ella brota un sutil aliento de dolor íntimo, de frustración y melancolía, que puede modificar el concepto habitual existente acerca de este creador. Turguénev, que muchas veces ha sido considerado el autor más equilibrado de la literatura rusa, modelo de serenidad formalista, de moderación, aparece, a la luz de ciertas indagaciones biográficas, bajo el peso atormentador de unas Erinias implacables. La imagen convencional de este escritor es la de un literato famoso que viajó sin descanso, siempre en busca de un hogar que únicamente encontraba en el de un matrimonio amigo, a cuya esposa —Paulina García de Viardot— amó en secreto durante cuarenta años; un noble ruso sometido a esta célebre cantante de origen español, alejado de su patria, de la que sin cesar escribe, liberal partidario de reformas y, a la vez, cronista de las viejas estructuras de su clase, ya en decadencia… Sin embargo, un estudio que confronte y establezca conexiones entre vida afectiva y obra literaria puede revelar aspectos de una personalidad conflictiva, insospechada, que escapó a la fácil identificación porque el autor la enmascaró bajo apariencias circunstanciales.
A penetrar este aspecto caracterológico de la personalidad del escritor ruso tiende el presente ensayo, a establecer una interconexión entre datos biográficos no sistematizados suficientemente. Con este fin se utilizan aquí cartas y fragmentos de la abundante correspondencia de Turguénev en relación con momentos de su vida, así como citas de sus novelas y narraciones fundamentales. Estas conservan un prestigio universal pese a los cambios que ha sufrido en los últimos cien años la expresión literaria. Especialmente ahora, cuando la literatura tiende a no relatar una historia lineal, podría parecer que la técnica y los argumentos de Turguénev están muy distantes del gusto actual. Sin embargo, la edición de sus obras es frecuente y sus títulos más conocidos —Humo, Lluvias de primavera, Padres e hijos— no dejan de figurar en muchos catálogos. Incluso en España, donde apenas tuvieron resonancia las literaturas eslavas, se hacen con regularidad ediciones de sus obras y, lo que es más insólito, adaptaciones de estas en televisión, sistema que parecería el más opuesto a su forma de narrar. Esta aceptación se dio, no obstante la mediocre calidad de las traducciones disponibles, ya en la primera mitad de siglo, como recuerda Antonio Machado al opinar sobre literatura rusa: «Traducida, y mal traducida, ha llegado a nosotros. Sin embargo, decidme los que hayáis leído una obra de Turguénev —Nido de nobles—, o de Tolstói —Resurrección— o de Dostoievski —Crimen y castigo—, si habéis podido olvidar la emoción que esas lecturas produjeron en vuestras almas».
Aún con mayores dimensiones existe este interés por Turguénev en países como Inglaterra, Alemania o Francia, donde hay prestigiosos turguenevistas y es constante la aparición de trabajos que estudian particularidades relacionadas con él o con su obra, sin necesidad de mencionar, por obvio, su país natal, donde Turguénev ha tenido innumerables especialistas, ediciones y millones de ejemplares vendidos. La investigación sobre Turguénev es extensa y minuciosa: ha llegado a reconstruirse con una precisión rigurosa la historia de sus amistades, sus viajes, opiniones y afectos; el proceso de realización de sus obras, la genealogía de las familias materna y paterna; se ha identificado a las personas que le sirvieron para dar cuerpo a sus personajes e incluso conocemos los libros que leía de niño. Su enorme correspondencia, junto con los recuerdos de sus contemporáneos, ha posibilitado establecer los menores detalles de su vida.
A lo largo de esta y de sus cuarenta años de actividad literaria, se advierte el perseverante trabajo que llevó a cabo para recrear su pasado o bien para evidenciarlo tal como fue. Por esta razón, Turguénev es un adelantado en la configuración de la obra literaria con sedimentos muy profundos de la propia existencia, e incluso la parte menos importante de