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Historia de la Unidad Popular - Volumen II: De la elección a la asunción: los álgidos 60 días del 4 de septiembre al 3 de noviembre de 1970
Historia de la Unidad Popular - Volumen II: De la elección a la asunción: los álgidos 60 días del 4 de septiembre al 3 de noviembre de 1970
Historia de la Unidad Popular - Volumen II: De la elección a la asunción: los álgidos 60 días del 4 de septiembre al 3 de noviembre de 1970
Libro electrónico300 páginas4 horas

Historia de la Unidad Popular - Volumen II: De la elección a la asunción: los álgidos 60 días del 4 de septiembre al 3 de noviembre de 1970

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Este segundo volumen, analiza los dos meses transcurridos entre el triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales y su asunción, el 4 de noviembre de 1970, unos de los períodos más álgidos de la historia de la República.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento6 ago 2024
ISBN9789560018038
Historia de la Unidad Popular - Volumen II: De la elección a la asunción: los álgidos 60 días del 4 de septiembre al 3 de noviembre de 1970

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    Historia de la Unidad Popular - Volumen II - Jorge Magasich Airola

    Introducción

    Los sesenta días que transcurren entre la victoria electoral de la Unidad Popular el 4 de septiembre y la asunción a la presidencia de Salvador Allende el 3 de noviembre, serán uno de los períodos más álgidos de la historia de la República, cuyo hito principal es el voto del Congreso Pleno para elegir entre Allende y Alessandri el 24 de octubre.

    A la actuación de los tres grandes bloques, marcada por el transcendental debate sobre las «garantías» constitucionales, se agrega una intensa injerencia de varias instituciones estadounidenses –con diferencias entre ellas–, y en menor medida de otros países, lo que combinado con la actuación de buena parte de las derechas nacionales desemboca en, al menos, tres intentos de golpe para impedir la asunción de Allende, que esta vez fracasarán.

    El elemento primordial para entender el trienio que se inicia, difícil de establecer a través de fuentes históricas clásicas, es que la victoria de la Unidad Popular provoca la transformación de la visión que «los de abajo» tienen de sí mismos. El antiguo anhelo por fin concretado de un «gobierno popular» suscita un torrente de esperanzas en trabajadores manuales, campesinos, nanas y servidores de todo tipo, hasta entonces no desconsiderados por las élites, cuando no menospreciados.

    Los desposeídos viven, varios de ellos por primera vez, la deslumbrante sensación de ser protagonistas de la revolución en marcha, de incidir sobre el curso de la historia. Y se nota: se expresan con más seguridad y orgullo. Pronto recibirán un trato más respetuoso, reconocimiento de los nuevos tiempos. No sólo están en juego intereses materiales; los humildes han asumido un nuevo rol y un nuevo rango, que buscan preservar a toda costa. El clima de regocijo popular se revela en los rostros de los manifestantes de izquierda, de los que emana a menudo alegría y esperanza, a diferencia de sus contrarios, que suelen expresar una mezcla de rabia y angustia¹.

    Este ímpetu se consolida en el refuerzo de sindicatos y de otras organizaciones sociales que multiplican las movilizaciones y los llamados a la vigilancia, y particularmente en los más de catorce mil Comités de Unidad Popular.

    Vigorizada por su victoria, la Unidad Popular busca que la dc la reconozca y le dé sus votos en el Congreso, aunque bastaría una abstención. Juega en su favor el antecedente histórico de que en tres casos similares el Congreso eligió a la primera mayoría. La favorece también el rápido reconocimiento de la victoria de Allende por Radomiro Tomic, algunos dirigentes de la dc y casi toda su juventud.

    Durante los sesenta días, la up deberá enfrentar un complot que combina embates terroristas, propaganda negra y el inicio del boicot económico. Allende afirmará que durante esos días «yo no fui un hombre que se preparaba para tomar el gobierno, fui prácticamente un director de Investigaciones»².

    La derecha esperaba ganar la elección, aunque en las últimas semanas algunos expresan la angustia de la duda. El resultado la deja estupefacta y en una situación difícil. Durante la campaña sus dirigentes habían repetido con ahínco que gana el que llegue primero, «aunque sea por un voto». Así lo había reiterado la editorial de El Mercurio el día de la elección:

    Este diario incluso ha insistido en que la interpretación constitucional más equitativa es la consagrada por la costumbre y que reconoce el triunfo del candidato que obtiene la primera mayoría de los sufragios.

    Muchos medios conservadores perciben la irrupción de «los de abajo» como una transgresión subversiva de las jerarquías de la clasista sociedad chilena. Más allá de cuestiones materiales, los ven como una turba amenazante a la que temen irracionalmente, al grado de clamar que alguien debe restablecer el «orden», como sea.

    Por otra parte, muchos derechistas, impregnados del anticomunismo propio de la guerra fría, consideran que su deber es impedir que Chile «caiga en manos del comunismo», lo que justifica que «alguien» impida la llegada de Allende a la presidencia. Para ellos, la «opción militar» no es algo excepcional. En efecto, muchos conservadores no están a gusto con el sufragio universal practicado regularmente desde 1932 y siguen creyendo que un orden superior preexistente los designa como gobernantes. Si en las últimas décadas la mayoría de los conservadores y liberales se había mantenido a distancia de las aventuras militares, la necesidad, a sus ojos, de evitar un gobierno de izquierda aviva esta tentación. Sobre todo cuando el «nacionalismo» se ha transformado en una corriente dominante en el principal partido de derecha.

    Por estas razones, la derecha –con excepciones– no tiene escrúpulos mayores en justificar un golpe militar, que aparece como un remedio a una sociedad degenerada. En pocos días los líderes alessandristas abandonan sin complejos la doctrina de que gana el candidato que obtiene la primera mayoría y llaman a votar por Alessandri en el Congreso. Así –dicen– se provocará una nueva elección donde el país podrá escoger entre democracia y totalitarismo, elección que les brindaría la ocasión de conformar un bloque con la dc de 1964. Los más extremos obran para provocar la impresión de caos y de crisis económica que induzca una crisis en el gobierno, bajo la forma de renuncia de varios ministros, o de todos, incluyendo la del Presidente. Es decir, generar desorden para «obligar» a las Fuerzas Armadas a «poner orden».

    En la Democracia Cristiana el triunfo de Allende suscita fuertes tensiones. Su sector de izquierda, importante y tal vez mayoritario en 1970, lo ve con simpatía y se muestra dispuesto a facilitar su llegada a La Moneda. Pero para su ala derecha, congregada en torno a Frei, la primera prioridad es «detener al comunismo», igual que la derecha. Varios democratacristianos obrarán por un golpe en 1970.

    Pero, a diferencia de la derecha, el pdc debe preservar su imagen democrática a todo precio. Esto es crucial para un partido que se presenta como reformador social, asociado con sectores populares. Los dirigentes democristianos de derecha pueden, como máximo, insinuar discretamente un golpe, de manera subyacente, pero en ningún caso aparecer vinculados a él incitándolo abiertamente. Si lo hacen el Partido se quiebra y se derrumba la perspectiva de un futuro gobierno dc.

    La pugna entre los dos sectores toma la forma de un tenso debate entre, por una parte, la posición de la mayoría de la directiva de condicionar el voto por Allende en el Congreso a la firma de un «estatuto de garantías» redactado con la Unidad Popular. Mientras, por otra parte, su ala derecha que propone enviar las «garantías» al Parlamento sin negociarlas con la up, dejando abierta la posibilidad de votar Alessandri.

    En Washington, el presidente Richard Nixon toma, el 15 de septiembre, la decisión de impedir que Allende llegue a la presidencia en nombre de la peligrosidad del comunismo. La cia queda encargada de fabricar una sensación de caos y una crisis política que justifique una intervención militar, en lo posible antes de la sesión del Congreso Pleno el 24 de octubre. Para esto, la Casa Blanca busca coordinar a todas las derechas, incluyendo el ala derecha de la dc, e instiga el nacimiento de grupos paramilitares, como Patria y Libertad y otros, que lanzan una ola de acciones terroristas.

    Sin embargo, los tres intentos de golpes fracasarán. Nixon tiene entonces la impresión de que basta una orden suya, algo así como pulsar un botón, para provocar un golpe de Estado. Esta vez habrá fuerzas en la sociedad que lo anularán.


    ¹ Esta observación fue hecha por Claudio Díaz, un historiador que entonces era de derecha.

    ² Punto Final, 126, 16/3/1971.

    El viernes 4 de septiembre

    La votación transcurre normalmente, con la alta participación del 83,7% de los 3,54 millones de inscritos. La prensa cubre el voto de los candidatos, aplaudidos por los votantes. Allende va a una comisaría a completar el formulario que lo excusa de votar, ya que está inscrito en Punta Arenas y el viaje es problemático, pero acompaña a su mujer Hortensia Bussi a votar en Providencia.

    A las 14 horas es difundido el primer escrutinio en Puerto Edén: Tomic 27, Allende 10, Alessandri 1, sin duda una maniobra de alguna administración dc para influenciar a los que aún no han votado. Cinco minutos después las radios alessandristas Cooperativa, Corporación, Nacional y Balmaceda, replican con un «resultado» en Pica: Alessandri 60, Tomic 30, Allende 19. Pero en la ciudad nortina no se han cerrado las urnas. El Ministerio dispone la clausura de las emisoras, medida que se levanta cuando explican que aquel «cómputo» proviene del comando alessandrista, en Santiago.

    A partir de las 15:30 horas hay un bombardeo de resultados parciales favorables a Alessandri en los que duplica a Allende y triplica a Tomic. Hasta las 19 horas, cuando llegan del norte, O’Higgins, Curicó, Talca y Concepción resultados globales favorables a Allende. En esta última ciudad Allende duplica a Alessandri.

    Entonces los suboficiales no tienen derecho a voto, pero los oficiales sí. El general Prats habría votado por Alessandri y el general Schneider por Tomic³, lo que es excepcional para un militar.

    En un documento bien informado sobre los intentos de golpe, el mir denuncia que esa noche un grupo de próximos a Frei intenta convencerlo de que dé por vencedor a Alessandri. Entre ellos, el ministro del Interior Patricio Rojas, quien detiene los cómputos y llama al candidato derechista diciéndole que es triunfador por un estrecho margen⁴. Tanquetas y buses del Grupo móvil de Carabineros toman posición cerca de los manifestantes; mientras tanques se apostan en calle Morandé, al lado de La Moneda.

    Es posible que esa «información» explique la llegada a La Moneda, a las 20:45 horas, de los dirigentes alessandristas Enrique Ortúzar⁵, Mario Arnello y Patricio Mekis, anunciando que Jorge Alessandri es el «claro vencedor» y piden autorización para manifestarse mientras los alessandristas se concentran en la Plaza de Armas. El mismo ministro del Interior la niega, signo de que el «plan» sí existió, pero no ha sido aceptado. Es Onofre Jarpa quien habría llamado a Alessandri poco después para darle la noticia de que es segundo por un margen de 40 mil votos⁶. A partir de entonces Alessandri se desconecta.

    Hacia las 21:30 hrs. el subsecretario del Interior Juan Achurra Larraín lee el primer cómputo oficial, que da una ligera ventaja a Allende. El pueblo allendista comienza a congregarse en ambiente festivo entre la Plaza Italia y la Iglesia de San Francisco, frente a la sede de la fech. Esta vez llega a La Moneda Rafael Tarud, jefe del comando allendista, para anunciar la victoria y pedir autorización para manifestarse. El ministro también la niega.

    A las 22 horas el ministerio del Interior entrega el segundo cómputo que da ganador a Allende con 36,8%. Minutos después Tomic lee un comunicado reconociendo su derrota: «Dentro de la ley, el pueblo chileno ha expresado su voluntad. No me corresponde criticarla, sino acatarla». Y a las 22:30 el Ministerio difunde un tercer comunicado: Allende tiene 871 mil votos; Alessandri 842 mil. El jefe de plaza, general Camilo Valenzuela, anuncia que sólo se podrá manifestar dos horas después de anunciados los cómputos finales y promete los resultados en 5 minutos.

    A las 23:45 el general Valenzuela da a conocer un cuarto cómputo que confirma la victoria del candidato de la Unidad Popular. Hacia la medianoche Allende lo llama pidiendo autorización para manifestarse frente a la fech, garantizándole que no habrá un solo disturbio. El general acepta, reconociendo implícitamente su triunfo, y le explica que los tanques son medidas de seguridad que no tienen otro significado. Allende también habla con Frei para confirmar la decisión de retirar tanques y tanquetas. A la 1:45, el ministro del Interior llama a los tres candidatos para anunciarles los resultados definitivos, que se difunden a las 2:45 ⁷.

    Los alessandristas quedan pasmados, ante un resultado que no esperaban (salvo excepciones), pero no son los únicos. Varios dirigentes de la izquierda, en su fuero interno, consideraban «muy difícil» ganar la elección.

    La confirmación de la victoria desata un estallido de júbilo en los manifestantes allendistas en Santiago y provincias. El bloque de izquierda constituido en 1952 alcanza el Gobierno por primera vez en la historia de Chile. Desde un balcón de la fech, Allende anuncia que tomará la antorcha legada por los padres de la patria y por los caídos en las luchas sociales, para conseguir la segunda independencia, la independencia económica. «Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre». Desecha las acusaciones de totalitarismo: «Es estúpido pensar que se terminarán las elecciones; se seguirán efectuando». El pueblo ha conseguido derrotar «la soberbia del dinero, la presión y amenaza, la información deformada, la campaña del terror, de la insidia y la maldad». Los objetivos de su gobierno serán «que el hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja humana, tengan derecho auténtico al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, al descanso, a la cultura y a la recreación, juntos, con el esfuerzo de ustedes vamos a hacer un gobierno revolucionario».

    Y llama a mantener la vigilancia:

    mantendremos nuestros comités de acción popular, en actitud vigilante, en actitud responsable, para estar dispuestos a responder a un llamado –si es necesario– que haga el comando de la Unidad Popular. Llamado para que los comités de empresas, de fábricas, de hospitales, en las juntas de vecinos, en los barrios y en las poblaciones proletarias, vayan estudiando los problemas y las soluciones; porque presurosamente tendremos que poner en marcha el país.

    En varias ciudades, grupos de jóvenes democratacristianos se acercan a las manifestaciones de izquierda voceando «¡Tomic presente; Allende Presidente!» y son recibidos con aclamaciones. Durante los festejos llega la noticia del rápido reconocimiento del triunfo de Allende por un número significativo de democratacristianos.

    El embajador Korry envía a Washington 18 actualizaciones con comentarios indignados contra el pdc «torpe, desorganizado, ingenuo e impotente» y contra la derecha afectada de una «miopía de la arrogante estupidez»⁸. Comienza su informe final diciendo: «Chile voted calmly to have a Marxist-Leninist state, the first nation in the world to make this choice freely and knowingly»⁹.

    Por su parte, los encargados de la política exterior de la urss también se sorprenden con el resultado, que no esperaban¹⁰.

    Los resultados

    El 35,3% de Alessandri, aunque está por debajo de las expectativas de la derecha, es un resultado notable. Obtiene cuatro puntos más que en 1958 (31,2%) y 14 más que el pn en las parlamentarias de marzo de 1969 (20,9%), lo que significa que su influencia personal contribuyó a reconstruir el bloque derechista. La «propaganda negra» o campaña del terror no consiguió colocarlo en primer lugar, pero atrajo din duda electores aterrorizados. Estos dos elementos contribuyeron a que captara más de la mitad del electorado radical y algunos democratacristianos.

    El 28,1% de Tomic decepcionó a algunos partidarios, pero se sitúa en lo esperado. Los tres puntos menos que el 31,1% obtenido por la dc en marzo de 1969 representan la fuga de votos hacia Alessandri. Aunque confirma el fracaso de la política de atraer sectores significativos de trabajadores hacia la dc, su programa de profundización de las reformas consigue que el electorado de izquierda permanezca en la DC. Por el momento.

    El 36,6% de Allende, que le da la victoria, representa menos de lo que se podía esperar. Obtiene dos puntos menos que en 1964 (38,8%) y sólo cuatro más que la suma de la izquierda (pc, ps, usopo, y psd) en marzo de 1969 (32,6%), lo que significa que sólo un poco más de un tercio del electorado radical (13,6% en 1969) votó por la Unidad Popular, y que el aporte de los pequeños partidos (mapu, api, psd) es mínimo.

    La alta votación de Allende en los varones (42%) y baja en las mujeres (31%), y el resultado inverso de Alessandri (32% / 39%), confirman que el electorado femenino es sensible al mensaje conservador. Tomic también es más votado por las mujeres. Un análisis del sociólogo estadounidense James Petras confirma que Allende es por lejos la primera fuerza en las comunas obreras, como San Miguel y La Granja, incluso en el voto femenino, y también en las comunas mineras¹¹.

    No obstante, la conclusión más transcendente es que los candidatos que auspician una forma de socialismo totalizan 64%, lo que permite afirmar que en 1970 casi dos tercios optan, como mínimo, por reformas sociales profundas. El alto grado de simpatía por la Unidad Popular de la mitad del electorado democratacristiano es todavía una corriente subterránea que aún votó por Tomic a causa de sus posturas reformistas. Pero en los próximos comicios de abril de 1971 votará por partidos de la up. Esto indica que la mitad de los chilenos está entonces por transformaciones de tipo socialista.

    Primeras reacciones

    En las unidades de la Armada, los cómputos son seguidos con gran interés por los marinos acuartelados, agolpados alrededor del televisor del comedor, «casi tanto como cuando hay un buen partido de fútbol», recuerda Oscar Carvajal, uno de ellos. Aunque a diferencia de los oficiales no tienen derecho a voto, la mayoría simpatiza con Allende.

    En el destructor Cochrane anclado en Valparaíso, se escuchan gritos «¡Vamos ganando!», frotándose las manos, y muchos se quedan hasta tarde. Cuando llega la hora de apagar el televisor, continúan reunidos alrededor de uno de ellos que tiene un receptor de radio. En el destructor Riveros, «la alegría fue tremenda para todos, [...] la gente saltaba», recuerdan Sebastián Ibarra y Antonio Ruiz. La misma alegría se vive en el submarino Thomson, en el destructor Blanco, en el destructor Orella, en el buque escuela Esmeralda y en el crucero Prat, En este, cuando la victoria de Allende es evidente, un oficial apaga los televisores. Los marinos replican con golpes en el suelo y una rechifla hasta que consiguen que los vuelvan a encender. Los vivas a Allende resuenan también en el crucero O’Higgins en Talcahuano y en los astilleros, igual que en unidades de tierra, como la Estación Naval de Quinta Normal y en la base aeronaval de El Belloto.

    La mayoría de los oficiales, en cambio, manifiesta rabia e indignación. En el submarino Thomson el teniente Acosta exclama indignado: «prefiero barrer las calles en un país libre y no ser oficial en un país comunista». El entonces teniente Gerardo Hiriart, uno de los raros oficiales navales que condenará el golpe de 1973, recuerda que en el casino de oficiales de la Escuela de Ingeniería Naval se escucha con insistencia: «No, a este huevón hay que pararlo. Si no lo paramos ahora, después va a seguir…». Algunos como Bilbao, Ceballos y Sazo, recuerda el sargento Juan Cárdenas, dirán abiertamente que el comunismo ha falseado las elecciones y que este no es el gobierno que necesita el país.

    El vicealmirante Merino relata en sus memorias que recibe «una información muy importante» de los servicios de inteligencia: cada vez que los medios de comunicación dan informaciones sobre los cómputos, se escucha gritar en naves y regimientos «¡Viva el compañero Allende!»¹².

    El allendismo manifiesto de buena parte de la tropa naval contribuye a temperar los ímpetus golpistas de los oficiales más exaltados. Es evidente que la tropa no seguirá fácilmente un amotinamiento para anular el resultado de la elección.

    En el Partido Demócrata Cristiano hay reacciones diferentes, incluso opuestas. El oficialismo está convencido de que en uno o dos años Allende terminará con la democracia para transformarla en una dictadura marxista-leninista. Luis Badilla recuerda que políticos como Hamilton o Carmona, que van a Italia en esos meses a persuadir a la dc italiana, explican que el peligro no son las reformas económicas, «que nosotros también queremos y compartimos», sino que en poco tiempo Allende acabe con las libertades y la democracia¹³. La visión de que más vale un golpe que un gobierno marxista, es compartida por parte de la democracia cristiana italiana.¹⁴

    Cuando Allende es electo –recuerda Ruiz-Esquide– nos reunimos los diputados con Frei en una reunión secreta. Su discurso fue claro: «Allende no va a terminar su período. Lo va a botar la derecha y el Ejército. Porque Allende no va a poder hacer un gobierno democrático, con libertad absoluta y de cambio». Esa fue siempre su postura, concluye.

    En cambio, los terceristas se dan como primer objetivo que el Partido vote por Allende en el Congreso, ya que el freísmo, principalmente Aylwin, están trabajando para votar por Alessandri¹⁵. Luis Badilla, quien será pronto presidente

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