Letras bajo la luna roja, parte 2
Por Rubin
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Bajo la ominosa luz de la luna roja, las palabras cobran vida y los miedos más profundos emergen de las sombras. Letras bajo la luna roja es una antología fascinante que reúne más de 130 cuentos de terror y misterio, escritos por talentosos autores de todo el mundo. Dividida en dos partes, esta colección te llevará a un viaje perturbador a través de lo desconocido.
¿Qué revelará la luz de esta profética luna roja? Criaturas fantásticas, situaciones escalofriantes, personajes desquiciados y las historias más perturbadoras. Nadie estará a salvo después de voltear la primera página de este libro.
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Letras bajo la luna roja, parte 2 - Rubin
ÍNDICE
Prólogo
Volví, mi amor
Gerardo Marroquín Dionicio
Tres por ciento
Gerardo Marroquín Dionicio
El tatuaje
Humber Stone
Obsesiones
Marta Monforte
Incursión subterránea
Miguel Ángel Di Giovanni
Águilas y bebés
Miguel Ángel Di Giovanni
Tóxico
Julieta María Berbel
Corteza en la piel
Julieta María Berbel
Boca de lobo
Julieta María Berbel
Los niños deformes de Kerven
Gustavo Riarte
El monstruo de la isla del oro
Javier Dicenzo
El horror en el barco pirata
Javier Dicenzo
Cuando las cigarras lloran
Karen Rosas
Sr. Tristeza
Karen Rosas
El gato
Eloy Kaminski
Círculos alrededor de la luna
Eloy Kaminski
El gólem
Eloy Kaminski
Demonio saliendo de las paredes de la iglesia
Albeiro Ardila Florez
Luz, Elena y el Príncipe de los mil ojos
Mario J. Ramírez
Cabello mojado
Daniel Brassesco
El secreto de papá
Natalia Myr
La editora I
Inés Olmos
La editora II
Inés Olmos
La editora III
Inés Olmos
Mugre
Alexei NüVille
Los vecinos
Alexei NüVille
El aljibe
Alexei NüVille
Extraños amigos
Olivera Matías
El hundimiento de la mesa
Olivera Matías
Arenero
Olivera Matías
El percebeiro
Martin Fosc
La venganza de las brujas
Jorge Vinicio Coronel
El terrible caso de Nidia Sanín
Juan Esteban Peláez
Rostro
Glayno
Alimento
Glayno
Cuervos
Glayno
La cabaña 18 (I)
Brayan Parra
La cabaña 18 (II)
Brayan Parra
¿Cómo pudiste hacerle eso?
Constanza C. Alonso
Los que regresan
Vanesa Tejeda Costa
La serpiente
Vanesa Tejeda Costa
Del sol
Luis Alex Torres Ibarra
No duermas
Michel
El por qué las arañas odian a las avispas I
Valerio Wachholz
El por qué las arañas odian a las avispas II
Valerio Wachholz
La cueva de los Murciélagos
Saúl Adrián Cárdenas Treviño
Mi gato me espera en casa
Nathaniel Torres
La tristeza se come a las personas y mi nombre es Tristeza
Nathaniel Torres
Octopodiforme, vampiromórfido
Nathaniel Torres
El llanto
Ayelén Miyashiro
Las diez reglas de la Muerte I
Uriel de Benites Suazo
Las diez reglas de la Muerte II
Uriel de Benites Suazo
Las 10 reglas de la muerte III
Uriel de Benites Suazo
Noche de caza
J. F. Hernández
Hermanas
J. F. Hernández
Orificios cálidos
J. F. Hernández
La curiosidad mató al gato I
Héctor Raúl Riquelme Castillo
La curiosidad mató al gato II
Héctor Raúl Riquelme Castillo
Stainless Steel
Héctor Raúl Riquelme Castillo
Pesadilla real
F. Luna
Las islas de Norgum
Fabiana Maggetti
La muñeca de tul amarillo
Fabiana Maggetti
El carnaval del diablo I
Diego Hernán Marín
El carnaval del diablo II
Diego Hernán Marín
Luces en el jardín
Rafael Albán
El testimonio del viajero
Vicente Isaí Quintero Velázquez
El fracaso
Nicolás Olaya Simioni
El mal que acecha en la oscuridad
Angélica Zamudio Pérez
El libre albedrío
Maximiliano Aristes
Prólogo
Para no caer en la tentación de nombrar la Biblia, el Corán, los Vedas; podría comenzar por algún pasaje de Las mil y una noches, ese en que la esposa de Simbad el marino cae enferma y muere, entonces Simbad es sepultado al lado de su mujer, en una caverna utilizada como tumba comunal, con una jarra de agua y siete piezas de pan. Ahí nuestro personaje se convierte en un asesino para poder sobrevivir y regresar a casa. Mejor tomar un autor como E.T.A. Hoffmann, aunque pueden sentir un estremecimiento al recordar a esa mujer chillona y agria que le gritaba al joven que huía: «¡Corre..., corre..., hijo de Satanás, que pronto te verás preso en el cristal!», esa voz tenía algo de horrible en esa maravillosa historia que es El puchero de oro. Cruzando el mar tenemos a Edgar Allan Poe, que para nuestro deleite desarrolla tres grandes formas en su literatura: el horror puro, el terror metafísico y el cuento racional —digamos la génesis del cuento policial o criminal—. Sin lugar a duda, se erige como el patriarca del cuento moderno, con sus narraciones pobladas de personajes casi fantasmagóricos, con escenas de enterramientos prematuros, con caminatas por misteriosas catacumbas, ahí aparece un miedo que surge más allá de toda causa.
El terror, el misterio y el suspenso nos atrapan, nos sumergen en la lectura de historias que nos hacen temblar las carnes. Es imposible dejar de nombrar a Ann Radcliffe con sus narraciones, en las que se describen con maravillosa precisión castillos en ruinas, puertas misteriosas y espectros terroríficos.
Luego nos eriza la piel, los monstruos, comenzando por Mary Shelley con su Frankenstein o El Prometeo moderno, continuando con aquel irlandés, Bram Stoker, y su romántico Drácula. Pero el tiempo, como el terror, nos come, y así, llega ese gran innovador del género, que es H. P. Lovecraft, y nos acerca al horror cósmico. En estos días nos estremecen las inagotables historias de ese maestro que es Stephen King.
Sin embargo, nadie mejor que Franz Kafka, un escritor visionario. Gracias a él podemos entender muchas cosas de nuestro tiempo, citaré dos textos que me produjeron escalofríos: Metamorfosis y En la colonia penitenciaria, escrito en los albores de la Primera Guerra Mundial, para mí uno de los relatos más terribles y cautivantes a la vez; allí se cuenta la historia de un explorador que llega a una exótica isla. Allí no rige ningún tribunal, eso sí, existe una sofisticada máquina de tortura que dicta sentencia y ejecuta a los condenados en cuestión de horas. Esta narración tiene escasos elementos escénicos, un lenguaje frío, es una metáfora de la brutalidad, la crueldad del mundo actual.
Un mundo injusto, despiadado, cínico, dominado por artefactos tecnológicos y por tecnócratas amorales que los adoran. Un mundo plagado de guerras absurdas, letales y eternas.
En esta selección de relatos que realiza Luna Roja, los lectores podrán hacer un viaje por esas regiones en apariencia comunes y a la vez extraordinarias, en las que nos sacudirán emociones como el miedo, el odio y la maldad. En muchas se prescinde de elementos morales o éticos, se resalta lo mórbido, lo terrorífico. Algunos de los textos muestran una atmósfera macabra, siniestra; eso se refleja tanto en el pensamiento como en el accionar oscuro de los personajes. Podremos disfrutar de antihéroes trágicos en un mundo predestinado, donde participaremos de castigos y torturas. Estos matices confieren a los textos un ambiente ideal para estremecernos a través de las palabras.
En un momento estas historias nos llevan ante la presencia de una diosa, o del demonio. Hacen brotar furores desconocidos encima de los seres humanos, cada cual con su pequeña situación de la que cuelgan gajos de su muerte que pugna por salir. Podremos ver la potencia de las devastaciones y el vuelo sobre altas cumbres. Muchas historias entran a saco y a cuchillo, son densas y agitadas como una borrasca sobre una embarcación a punto de naufragar. Ahí podemos ver la sangre que parece negra a la luz de la «luna roja en lo oscuro», esta frase me recuerda a los diarios de Alejandra Pizarnik y su intención de autodestrucción. Enfrentemos estas lecturas singulares con bizarría, ya que sin duda nos producirán temblores en el alma.
Koldo Mendiko
Volví, mi amor
Gerardo Marroquín Dionicio
––––––––
Siempre me pareció romántica la forma en que mi novio me decía que estaría junto a mí por toda la eternidad. Sus ojos brillaban de amor y la forma en que me abrazaba cuando me lo decía me hacía sentir segura y muy amada. Los años pasaron y él enfermó, un tipo extraño de cáncer atacaba sus huesos. Las quimios no funcionaban y él cada vez se veía más enfermo.
La muerte se volvió un tema recurrente en nuestras conversaciones. Yo le repetía cuánto lo extrañaría y él solo me decía que no me preocupara, que él al morir me buscaría, que siempre estaría junto a mí. Siempre amó a los gatos, las mariposas, las flores, las abejas, me decía que si moría me buscaría disfrazado en esas formas, que me cuidaría usando esos disfraces. Yo solo podía responderle que dejara de decir estupideces, que él no iba a morir, que estaba segura de que tarde o temprano los tratamientos iban a funcionar y viviríamos una larga y feliz vida juntos.
Murió. Después de seis meses de lucha, su cuerpo se rindió y murió tranquilamente mientras dormía. Su funeral fue hermoso, sus mejores amigos, su familia, profesores de la facultad, maestros del colegio, todos asistieron para poder despedirse de él. Todos me daban el pésame, me abrazaban y me decían que todo estaría bien, que él me cuidaría desde donde estuviera. Sus padres incluso me permitieron pasar unos días con ellos para poder despedirme poco a poco del hombre al que más amé en el mundo, el amor de mi vida.
Siempre me pareció romántica la forma en que me decía que me buscaría al morir, que buscaría la forma de cuidarme en alguno de esos disfraces que él quería usar. Por eso no entiendo que es esa cosa negra con los ojos blancos, parada en la puerta de mi cuarto, que susurra «Volví, mi amor».
Tres por ciento
Gerardo Marroquín Dionicio
––––––––
La noche transcurría con normalidad, el aire frío azotaba mi ventana y la oscuridad era profunda, lo único capaz de interrumpirla era el tenue brillo azul de la pantalla de mi teléfono celular. Como era costumbre, mi viejo amigo, el insomnio, me visitaba con el único objetivo de atormentarme lo suficiente como para mantenerme despierto hasta altas horas de la madrugada. No era algo nuevo para mí, el estrés del trabajo combinado con los estudios de una carrera que ya ni siquiera estaba seguro de querer terminar llenaba de demonios, con voces muy molestas, mi cabeza. La aplicación de TikTok se convirtió en mi único consuelo para las noches como esta, aquel abismo interminable de dopamina que me mantenía entretenido con el algoritmo que había creado un pequeño universo a mi gusto, moldeado especialmente para mí.
Baile tras baile, live tras live, decenas de vídeos de todo tipo pasaban frente a mis ojos al mismo tiempo que las horas avanzaban en el reloj. Fue entre todo ese popurrí de contenido que me topé con un vídeo que llamó particularmente mi atención. En él se mostraba a una mujer, al centro de la pantalla, en lo que asumí que era su habitación. Su apariencia era muy extraña, me incomodaba tanto verla que podía sentir cómo todos los músculos de mi cuerpo se tensaban en señal de rechazo a la imagen que veía en mi pantalla. Su piel era ligeramente amarillenta y tenía puesta una peluca azul, llena de nudos y colocada de cierta forma que permitía ver su cabello real. Durante un tiempo se mantuvo completamente quieta en la pantalla, hasta que, al cabo de unos segundos, comenzó a contonearse de un lado a otro, al ritmo de una melodía circense y desafinada, mantenía los brazos rígidos y levantados, su rostro parecía estar congelado en una sonrisa extraña, que su maquillaje sólo hacía empeorar. Tenía pintalabios por toda la boca y mejillas, y sus párpados, junto con parte de su frente, estaban manchados con marcas negras de sus dedos.
Intenté apartar la mirada o deslizar hacia arriba para no tener que verla más, pero no pude, mi cuerpo no reaccionaba a mis deseos, me había paralizado por completo y mis ojos no podían evitar ver los de ella, que ahora miraban fijamente a la cámara. Su mirada era profunda y vacía. Los segundos se hicieron eternos. El vídeo nunca acababa o volvía al inicio donde estaba quieta. Ella seguía contoneándose de un lado a otro, viéndome y sonriéndome. No fue hasta que la batería del celular se agotó que aquel infierno terminó.
Al despertar del siguiente día, me convencí de que ese vídeo había sido algún tipo de alucinación provocada por la falta de sueño. Concluí que la solución más rápida y lógica era luchar contra el insomnio de otra forma, obligándome a dormir.
Al llegar la noche me acomodé en mi cama y traté de relajarme lo más posible, con la esperanza de fingir lo suficiente para engañarme a mí mismo y quedarme dormido. No pasaron ni cinco minutos cuando la ansiedad se apoderó de mi cuerpo, necesitaba usar mi teléfono, dejarme caer en el abismo de dopamina. Mis brazos temblaban, me crujían los dientes, sentía que algo me apretaba el corazón contra los pulmones y, para empeorar todo, las imágenes de aquel vídeo venían a mi cabeza como flashes cada vez que cerraba los ojos. Me rendí, tuve que hacerlo. El teléfono se resbalaba de mis manos por la ansiedad que estas transmitían al tratar de usarlo. Abrí la aplicación. Ahí estaba, el primer vídeo en mi for you page, la melodía circense y desafinada, la mujer contoneándose de lado a lado, los brazos rígidos apuntando hacia el cielo, la sonrisa congelada y ese par de ojos negros con mirada muerta viéndome fijamente.
Pero algo era diferente, algo en su entorno había cambiado, ya no estaba en su habitación, ahora estaba en la calle junto a un poste donde figuraba el nombre de esta: Segunda calle. Debía ser una casualidad, cuántas segundas calles puede haber en el mundo, ¿por qué tendría que ser la mía, la de mi hogar? Fue como si ella supiera lo que estaba pensando, como si a través de su mirada muerta pudiera leer mi mente, porque la cámara comenzó a moverse hacia atrás y las casas comenzaron a parecerme familiares. Los segundos volvieron a hacerse eternos, fue como si todo se pusiera en pausa, contuve la respiración y no parpadeé, necesitaba verlo todo, necesitaba asegurarme de que todo era una casualidad, pero la batería se acabó.
Los días pasaron, el vídeo desapareció, pero el recuerdo de aquella mujer se mantenía tan vivo en mi psique que el solo hecho de usar mi celular para alguna tarea cotidiana, como llamar o mandar algún mensaje, me causaba terror y me paralizaba por un par de segundos. Cada vez que levantaba el aparato y su pantalla apuntaba hacia mí, me sentía observado. La imagen de esos ojos con la mirada muerta regresaba a mi cabeza y aquella melodía desafinada se apoderaba de mis tímpanos, dejándome sordo para todo lo que pasaba a mi alrededor. Y las noches, las noches se volvieron insufribles. El insomnio era cada vez peor, y las pocas horas de sueño que lograba conseguir eran plagadas por pesadillas con esa maldita mujer.
El cansancio se fue acumulando, mi cuerpo se rendía constantemente ante el sueño, tanto en las clases como en la oficina, pero las pesadillas estaban allí, cada vez se sentían más reales. La línea que separaba las pesadillas de la realidad era cada vez más delgada, tanto que podría jurar que una vez la vi, a aquella mujer, observándome, sentada a los pies de un árbol de la universidad.
Al cabo de unas semanas, luchar contra la ansiedad de usar el celular se volvió inútil. Me refugié en otras redes sociales que pudieran ofrecerme algo similar y desinstalé la aplicación que durante años me había acompañado en mis noches de insomnio, prometiéndome a mí mismo tratar de olvidar este oscuro capítulo de mi vida. Pasó el tiempo y el recuerdo de aquel vídeo cada vez se sentía más lejano, incluso había olvidado por completo el ritmo de la desafinada melodía que acompañaba a la mujer.
Hoy la volví a escuchar, esa melodía circense y desafinada, en un vídeo de Instagram. Sí, ahí está la mujer, su apariencia no ha cambiado para nada. No sé cómo lo hizo, no sé en cuántas aplicaciones me buscó. Pero ahora mismo, en ese maldito vídeo, ella ya no está en la calle, ni en su habitación, está en la mía, justo a los pies de mi cama, contoneándose. Ya pasaron dos horas, no he despegado mis ojos de la pantalla y me queda tan solo un tres por ciento de batería.
El tatuaje
Humber Stone
––––––––
En una pequeña ciudad enclavada entre montañas sombrías y envuelta en una niebla perpetua, vivía un hombre cuyo nombre se había perdido en el tiempo. Durante años había luchado contra sus propios demonios, envuelto en la oscuridad de su mente, pero seguía martirizado y con el alma inquieta.
Desesperado por encontrar la luz, decidió hacerse un tatuaje, un símbolo que representara su resiliencia, su voluntad de vivir y su deseo de encontrar la felicidad. Luego de mucha meditación, escogió a un extraño y huraño personaje de aquella recóndita localidad, cuya reputación destacaba más en el mundo del ocultismo que en el arte del tatuaje.
Llegó el ansiado día y se sentó con nerviosismo en la silla del misterioso tatuador, preparado para sentir las agujas penetrar su piel. Mientras el artista trabajaba y la tinta descargaba en su dermis, el atormentado ser humano sintió una extraña calma invadir su cuerpo. Cada trazo de la máquina con forma de lápiz parecía llevar consigo una energía misteriosa y desconocida. La tinta se fusionaba con su piel, creando un grabado indeleble que parecía fluir de manera autónoma.
Cuando finalmente el tatuaje estuvo completo, miró con asombro el resultado en el espejo. El símbolo era oscuro y enigmático... estaba realmente encantado. Sentía que era mucho más que una simple marca en su cuerpo.
A medida que pasaban los días, el hombre comenzó a notar cambios sutiles en su vida. Su perspectiva se volvió más positiva, tenía más confianza y encontró fuerzas inexplicables para enfrentar sus miedos. Pero también notó algo inquietante. El tatuaje parecía despertar en el ocaso, emitiendo una suave luminiscencia que sólo él podía ver.
Noche tras noche, el arte en su extremidad lo llamaba, susurrando palabras incomprensibles e hipnotizantes. La atracción era irresistible. Con el corazón lleno de temor y curiosidad, siguió las señales del símbolo hacia un críptico lugar en las faldas de la montaña.
Guiado por una energía inescrutable, llegó a un antiguo socavón cubierto de una fría niebla baja. Al principio no podía ver nada, pero a medida que avanzaba esquivando cuidadosamente las estalagmitas, divisó una tenue luz que provenía desde el fondo de una de las galerías, que parecía sintonizar con el tenue brillo del tatuaje en su brazo.
Se adentró aún más en la cueva, sintiendo una mezcla de miedo y fascinación. Los susurros en su mente se hicieron más fuertes y la marca en su piel comenzó a refulgir intensamente. Luego de un largo recorrido, llegó a una cámara subterránea iluminada por una luz etérea.
En el centro de la cámara yacía un pozo profundo. Se acercó cautelosamente, sintiendo la atracción magnética del arcano agujero. Su mente estaba llena de preguntas y temores, pero también de una extraña sensación de destino y propósito.
Sin pensarlo dos veces, se arrojó al vacío.
A medida que caía, experimentó un torbellino de emociones. Las tinieblas lo envolvían, pero también sentía una singular impresión de paz. La caída parecía eterna, como si estuviera atravesando las profundidades de su alma.
Cuando emergió de las sombras, se encontró en un lugar desconocido. Un mundo onírico lleno de criaturas extrañas y paisajes distorsionados. Un lugar donde las leyes de la realidad no se aplicaban y donde los sueños y las pesadillas se entrelazaban.
El tatuaje en su brazo resplandecía, guiándolo con eficacia a través de este insólito universo. Mientras avanzaba, se encontró con figuras fantasmales que parecían conocerlo íntimamente. Sugerían ser reflejo de sus horrores, representaciones de sus demonios internos esperando ser enfrentados en el campo de su propia psique.
Después de una larga travesía, el hombre finalmente alcanzó el centro de este caótico mundo. Allí, en medio de la nada, confrontó a una figura siniestra, una personificación de su esencial oscuridad, una entidad retorcida y malévola.
No tenía dónde huir, por lo que sin otra opción se enfrentó a su némesis interior con valentía, utilizando el brío y determinación que había encontrado a través de su anhelado tatuaje.
Luego de una angustiosa batalla, el atormentado sujeto emergió victorioso. La figura sombría se disipó en el denso aire y pronto se encontró de vuelta en la cueva oscura, solo y exhausto.
La marca en su brazo había retomado su tenue brillo y si bien sabía que su lucha nunca terminaría por completo, estaba convencido de que al menos temporalmente había vencido a su malignidad intrínseca.
Sin embargo, a medida que pasaban los días, comenzó a notar que algo no estaba del todo bien. Sus sueños se volvieron cada vez más oscuros y perturbadores, llenos de imágenes grotescas y horrores inimaginables.
La macabra figura que creía haber derrotado comenzó a manifestarse de manera frecuente en su ensueño, con sus ojos vacíos y hambrientos. Las voces sibilantes en su mente se volvieron más intensas, sus mensajes más incoherentes y amenazantes.
En sus desvelos nocturnos, podía sentir cómo su piel se estiraba al punto de rasgarse, como si algo intentara emerger de debajo de ella.
En las mañanas, veía con horror cómo el tatuaje se distorsionaba y tomaba nuevas formas. Las líneas se retorcían y se formaban símbolos sibilinos y palabras ininteligibles.
Las noches se volvieron interminables. El hombre apenas podía dormir, temiendo lo que encontraría en sus alucinaciones noctívagas. Cada vez que cerraba los ojos, era arrastrado a un lugar de pesadilla donde criaturas inhumanas murmuraban demencia e infundían pavor.
Una madrugada, mientras se encontraba atrapado en un estado de vigilia, el tatuaje comenzó a arder en su brazo. Un dolor insoportable lo inundó mientras las indescifrables palabras que se modelaban en su extremidad cobraban vida y se movían como serpientes bajo su piel.
Entonces, en un destello de agonía, el tatuaje se rasgó y se volvió hacia adentro, mostrando un agujero oscuro y retorcido. El hombre soltó un alarido escalofriante mientras el agujero comenzaba a expandirse pausadamente, consumiendo su piel, carne y huesos.
A medida que la abertura se ensanchaba, reveló un abismo lleno de terror y sufrimiento. Un lugar donde los chillidos y las risas maníacas resonaban de manera infinita. Lenta y dolorosamente fue devorado por el agujero en su brazo. De pronto, ya no había gritos ni intentos de aferrarse a algo, sólo silencio, mientras observaba atónito cómo se consumía en el umbral de la realidad.
Obsesiones
Marta Monforte
––––––––
Había deseado toda mi vida conocer Nápoles, la cuna de mis ancestros y, en especial, la Napoli subterránea. Su historia era atrapante, vibraba en mí, me llamaba por las noches de desvelo.
Al fin había llegado. Estaba ahí, en las entrañas mismas de mis sueños y obsesiones. Fue mi primera visita, no podía esperar.
El entramado de los túneles se ocultaba escondido bajo las serpenteantes callecitas del centro histórico. Bajé con ansiedad más de cien escalones. Descendí casi a ciegas, en mis manos sostenía un candil que apenas iluminaba el camino.