Stars: Proyecto F1, #1
Por Nerea Pantiga
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Me llamo Iris Stars aunque este no sea mi apellido oficial.
Hace años tenía una familia y un puñado de sueños por los que luchar. Todo eso se desmoronó cuando mi padre nos abandonó a mi madre y a mí.
Ahora han vuelto, no él, sino su familia. Encabezados por el millonario Michael Douglas.
Ha llegado con una propuesta: vivir un año en la casa familiar. A cambio, podré estudiar en la mejor universidad de Londres.
¿Qué podría salir mal?
TODO
Mi tío no vive solo, lo hace con su hijastro, el grandísimo piloto de F1.
Beck Hunter.
El mismo que odio con todo mi ser. El mismo que me robó el sueño de mi vida.
Todo va a arder.
Incluso si lo tengo que hacer con él.
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Stars - Nerea Pantiga
Stars
Bilogía Proyecto F1
NEREA PANTIGA
Copyright © 2023 Nerea Pantiga
Correción: Sonia Garcia
All rights reserved
The characters and events portrayed in this book are fictitious. Any similarity to real persons, living or dead, is coincidental and not intended by the author.
No part of this book may be reproduced, or stored in a retrieval system, or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without express written permission of the publisher.
ISBN-13: 9781234567890
ISBN-10: 1477123456
Cover design by: Art Painter
Library of Congress Control Number: 2018675309
Printed in the United States of America
Para todos aquellos que se salen del molde, os vais a comer el mundo.
1. EL ODIO Y LA RABIA SON COMO EL FUEGO, CALIENTES Y ROJOS
IRIS
Llevo diez minutos intentando entender por qué la actitud de mi madre da que pensar que no ha sucedido nada, que nuestras vidas, mi vida, no va a cambiar después de la llamada telefónica de esta tarde.
—¿No vas a disculparte?
He tenido tanta confianza con ella desde que tengo uso de razón que en ocasiones borro la línea que separa a una madre de una hija, pero es que estoy enfadada. No, enfadada es poco, la rabia hierve en mi interior como un volcán a punto de entrar en erupción. ¿A quién se le ocurre pedir limosna a ese ser trajeado? Nosotras hemos podido vivir con el dinero justo toda la vida, no era necesario cambiarlo ahora, no porque mi padre haya muerto. Para mí lleva muerto muchos años, muchísimos, los mismos que lleva desaparecido de esta casa.
—No seas insolente, Iris. Tenía que hacerlo, es lo mejor para ti.
—¿Lo mejor para mí, mamá? Lo mejor para mí es quedarme en el barrio en el que he crecido, entre las calles que conozco al dedillo, con la gente que siempre ha estado a mi lado.
—Crecer tiene consecuencias, y entre ellas está evolucionar.
—¿Por qué no me consultaste antes de enviar ese email?
No voy a negar que parte de esta rabia se ha creado por la poca comunicación de mi madre. Como digo, nosotras no somos una familia al uso, confiamos la una en la otra, lo hemos hecho así siempre para sobrevivir. Mi madre no tuvo reparos en pedirme con dieciséis años que comenzara a trabajar porque ella, con sus dos trabajos, no podía pagar todas las facturas, el alquiler y mis libros de estudiante. Una madre convencional no le pediría eso a sus hijos, pero la mía sí lo hizo y no le guardo ningún rencor porque tengo dos hermosas manos para trabajar. Del mismo modo que cuando me metí en líos porque, déjame decirte que el dinero corrompe y cuando tienes falta de ello más aún, ella me ayudó a salir. O por lo menos estuvo a mi lado, justo lo que no ha hecho en esta ocasión.
Se lleva el tenedor a la boca para tener más espacio en sus respuestas. Teresa Stars es la definición de elegancia natural, todo lo contrario a lo que yo porto que, por desgracia, soy un calco de mi padre.
—Si te soy sincera no creía que Michael me fuera a responder.
—Michael… —suelto con desgana, como si el nombre quemase en mi garganta—. El gran Michael Douglas.
Michael Douglas es nada más y nada menos que un hombre millonario, jefe de una de las mayores empresas de motores, además del hermano de mi reciente fallecido padre, es decir, mi puñetero tío. Y no, no he pasado ni una triste Navidad en su casa como para aceptar ahora su ayuda. Apenas lo conozco, perdimos la relación cuando mi padre se piró, yo era una niña y con dieciocho años he olvidado a todas las personas que no estuvieron a mi lado en las malas, en las canutas y las que el agua nos ahogaba.
—Te ofrece ir a la universidad, ¿sabes lo que es eso, Iris? La oportunidad de ser alguien en la vida.
—¡Ya soy alguien en esta vida! Soy Iris Stars. Los estudios no van a cambiarme el nombre, ni mi carácter, ni nada de mí.
—Pero sí tus posibilidades.
—Me gusta trabajar, mamá. No quiero más posibilidades que un buen trabajo.
—Puede que tu tío, después de estudiar, te ofrezca un puesto en su compañía.
Mi plato, a rebosar de arroz con un trozo de filete, está intacto, el de mi madre ha ido disminuyendo conforme su tenedor se perdía entre la comida. Se me borró el apetito a eso de las cuatro de la tarde, cuando el don Michael Douglas llamó a esta casa.
—No quiero la limosna de un millonario.
—Tu padre era millonario, Iris.
Qué enrevesada es la vida, ¿eh? Mi padre, un hombre pudiente que dejó preñada a una camarera de un bar de carretera, creyó que le podía ofrecer libertad, pero cuando ella no abandonó sus raíces, ni sucumbió a las normas sociales de su vida, la dejó atrás. Sin un duro y con una criatura en brazos. Me alegro de que esté muerto, o por lo menos lo hice durante los dos meses que lleva enterrado, ahora que su familia ha llegado a reclamarme, no me hace ninguna gracia.
Y pensarás, si él era millonario y tú su única hija… ¿La herencia?
Todo está a nombre de la empresa familiar Douglas de la cual en estos momentos solo mi tío es dueño y señor. Hasta que cumpla veinticinco años no podré tocar ni una de las acciones y, por tanto, tampoco el dinero. Se pueden meter su empresa por el culo, yo solo quiero comprar una pequeña casa para mí y para mi madre y no tener que pensar en el alquiler cada veinte de mes.
—No tengo padre, así que no te refieras a él.
—Lo que tú digas.
De nuevo el movimiento de su muñeca lleva el tenedor hacia su boca. Sé que está contenta, no sonríe porque si lo hiciera yo gritaría tan fuerte que algún vecino llamaría a los bomberos, a la policía y a la prensa, no obstante ella se ha salido con la suya.
—Hay una universidad pública a una hora del barrio, iba a acudir a ella.
—No tienes coche.
—Existe el transporte público —rebato con fervor.
Empujo el plato lejos. No me gusta tener esos movimientos con la comida, pero es que tengo el estómago tan cerrado que cuando sube el olor me entran ganas de vomitar.
—No tiene el mismo prestigio, Iris, y sabes, porque eres una chica inteligente, que en este mundo todo se resume en títulos, capacidad y ganas. ¿O te lo tengo que recordar?
No, no hace falta traer a colación mi pasado oscuro.
O no tan pasado.
En realidad, ¿era tan oscuro?
Otro sueño perdido del que no quiero ni mentar porque… En fin, demasiado relacionado con Michael Douglas y con mi padre.
—Cariño —suelta su amado tenedor y extiende la mano para tomar con fuerza la mía—, quiero un buen futuro para ti, el que yo siempre soñé y jamás pude alcanzar.
—Lo podemos conseguir nosotras, sin ellos.
—En el banco nos deniegan todos los créditos estudiantiles porque no cumplimos con las cláusulas.
—Eso no es excusa para llamarlo a él.
—Iris, sabes que es lo mejor.
¿Lo sabía? ¿La ira estaba opacando la realidad?
Tenía sueños, los había rozado de la mano de los Douglas cuando era un ser minúsculo lleno de esperanzas y purpurina en la cabeza. Por aquel entonces, y aunque efímero, mi familia estaba unida. Pronto todo se desmoronó, el peso del apellido Douglas pudo con mi padre y con su matrimonio y la única opción viable que planteó fue la de viajar por el mundo para ser el mejor en su trabajo. Trabajo, que no familia.
Desde entonces mi familia paterna me ha tenido como la paria de toda su prole, la que no merece portar el apellido, por eso mismo utilizo el de mi madre de soltera, es mucho más bonito y especial porque mi madre es un cuerpo que brilla con luz propia en el firmamento.
—Sus normas son demasiado, parecen sacadas de un cuento maléfico.
Una sonrisa cubre el rostro de mi madre. Me gusta la luz que le aporta, no debería de apagarse jamás. Aprieta mi mano con más fuerza y resoplo mientras la escucho.
—No seas exagerada.
No soy exagerada.
Michael Douglas me obliga a vivir en su mansión mientras él me paga una de las mejores universidades de Reino Unido.
En mi desesperación de contentar a mi madre, le pedí un margen para buscar trabajo y pagarme yo misma la residencia estudiantil, «no quería molestar a su familia», pero nada le hizo cambiar de opinión. Eran sus normas, y si quería acatarlas, genial, si no me gustaban podía quedarme donde estaba. Después de ver la cara de angustia y felicidad de mi madre, porque había pasado por todas las fases en la llamada de mi tío, acepté.
Y no solo acepté ser una mantenida y tener una cama en su mansión, también tuve que aceptar trabajar en conjunto para «recuperar la relación familiar» y convivir con su mujer, Mai Hunter, ahora Mai Douglas, una guapísima cuarentona rubia y despampanante.
¿Qué podría salir mal?
Todo. Todo va a salir mal porque Mai no es una mujer cualquiera, es la madre del grandísimo piloto Beck Hunter que acaba de fichar por uno de los mejores equipos para competir dentro de la Fórmula 1, que además vive en la misma mansión, y para finiquitar, lo odio con todo mi ser porque me robó el sueño de mi vida.
Y alguna que otra cosa más, pero eso ya se lo explicaré a él a la cara.
A mí no me importa que sus ojitos grises hayan conquistado a medio mundo, ni que su barbita de niño pijo, con cara de no haber roto un plato, rompa corazones. Yo sé quién es realmente Beck Hunter mucho antes de ser el piloto que lleva años despuntando en las categorías inferiores del mundo del motor y que, recientemente, ha conseguido un contrato millonario.
Será su último año en casa antes de que tenga que mudarse a Italia donde Ferrari tiene su sede. Es justamente por este motivo que mi (queridísimo) tío Michael desea que pasemos tiempo juntos, como buenos primastros que somos. Ese fue uno de los puntos inamovibles para tener que vivir en su casa y que a mi madre le pareció hermoso. Unos primos, que ni somos primos ni nada porque Michael no es el padre de Beck y no nos hemos criado como familia, tengan una bonita relación.
Lo que ellos desconocen, porque mis secretos los atesoro muy bien, es que no soy la única en la pareja que odia al otro, él lo hace de vuelta y me apuesto mi colección de chapas que lo hace con más fervor.
Nuestra historia no es sencilla, Beck está viviendo MI sueño y, como bien comprenderás, nadie le puede sonreír a la persona que le ha robado la oportunidad de su vida.
Si te estás preguntando por qué me odia él a mí, es más simple aún, he tenido la certeza desde que nos conocemos que guarda celos hacia mí, unos que le impiden tragar saliva porque soy mejor piloto que él. Sin embargo, en un deporte donde todo se consigue a base de talonario, yo jamás pude despuntar y él lo ha conseguido todo, por eso mismo voy a odiar, y ya lo estoy odiando, el momento en que su sonrisa impacte contra mi cara.
2. EL SEÑORITO HUNTER PUEDE METERSE SU FERRARI POR EL CULO.
IRIS
Era la última oportunidad que tenía para atarme a las patas de mi cama o de salir huyendo para que el chofer de Michael no me llevase lejos de mi casa. En contadas ocasiones había salido de Blackpool. En el barrio tenía de todo, la playa cerca de casa, las atracciones a un paso del paseo marítimo, la panadería al lado de mi casa, las pequeñas tiendas que confiaban en nosotras cuando no llegábamos a fin de mes… En fin, mi vida entera.
—Mamá.
En cuanto su apodo sale de mis labios veo como sus ojos se llenan de agua. Me lo va a poner difícil porque para ella esta situación es cuanto menos agradable. Odia las despedidas. Le traen malos recuerdos, lo sé y pese a eso había complicado las cosas, menos mal que había sucedido todo tan rápido que la tirita había sido arrancada al instante.
Mi madre había sido demasiado joven para ser madre. Había crecido a la par que yo lo hacía, aprendiendo, equivocándose y confiando en que mi capacidad intelectual no me llevase por el mal camino. Sin duda no había seguido a mi intelecto hace unos meses, quizá por eso ella veía como una gran oportunidad esta salida del barrio.
—Los Douglas no nos van a separar. No llores.
Sería un eufemismo pensar que, después de haberme abandonado, confiara más en ellos que en la persona que me ha dado la vida.
—No son los malos de la película, solo estoy un poco sensible.
—Ven aquí.
Ambas nos encontrábamos sentadas en el sofá de nuestra pequeña sala de estar. El pobre mueble tiene los mismos años que mi madre y yo juntas. Cada vez que pones el culo en él se te clava alguno de los muelles rotos. Nos excusamos diciendo que le tenemos cariño, y es que así es, de las casas que habíamos habitado, en la que residimos es la más digna de todas. Algo a lo que poder llamar hogar. Lo habíamos pintado, reformamos algunos muebles y pusimos nuestro toque en cada rincón. Estaba orgullosa de poder tener ese techo aunque tuviera algunos defectos como ese.
Mi madre extiende los brazos y nuestros cuerpos se funden en una unión llena de movimientos ascendentes y descendente fruto de los sollozos.
—Te voy a llamar todos los días —prometo.
—Si no lo haces tú, yo misma lo haré.
Y vaya si lo creía, era capaz de presentarse en la mansión Douglas con tal de saber por qué no le cogía el teléfono móvil.
Reviso su rostro cuando la separo de mi cuerpo.
Mi madre es joven, muy guapa con esos ojos almendrados que no he heredado, con la piel tersa y con la sonrisa más bonita del mundo. Había tenido la misma edad que yo ahora mismo cuando me tuvo por primera vez en sus brazos. Ahora, con treinta y seis años, había perdido la esperanza de ser feliz porque todo lo basaba en nuestro bienestar. Ayer, cuando la almohada acogió las lágrimas de mi despedida, medité en esa opción. ¿Y si ella, al no notar el peso de mi presencia, se permitía ser feliz, pensar en ella antes que en nadie?
Había sido una etapa muy difícil. Mis malas decisiones la habían hecho sufrir en exceso. Por la vida que había tenido, y la multitud de heridas que tuvo que coser ella misma con hilo y aguja, había creado tal coraza a su alrededor que no era capaz de confiar en nadie. A mí me había sucedido lo mismo, solo nos teníamos la una a la otra y hasta que metí la pata, nos había ido muy bien.
Yo solo perseguía dinero, y quizá mi sueño, no era consciente de que podía destrozar todo a mi paso.
—¿Tú me prometes que saldrás de fiesta algún fin de semana?
Utiliza mi frase para separarse definitivamente de mi cuerpo y hacer un aspaviento.
—No digas tonterías, los fines de semana estoy agotada.
—Mamá, por salir a tomar un café con Luna y el resto de las chicas no vas a morirte.
—Ya veremos…
Se levanta del sofá y camina dos pasos por la pequeña sala antes de que yo la siga de cerca.
—Prométeme que vas a intentar volver a ser una chica de tu edad. Si eres una treintañera buenorra, mami.
—Qué cosas tienes.
Y vuelve a emplear la misma estrategia de huida, es por eso que rodeo la mesa en la que comemos todos los días y atrapo su cuerpo entre mis brazos.
—Promételo.
Mis ojos, castaños y duros se encuentran con los azules y preciosos de ella.
Asiente antes de abrir la boca.
—Lo haré.
Como si la vida se quisiera reír de mí, el ruido de un motor al acercarse a nuestro hogar nos hace girar a ambas la cabeza hacia la ventana. Allí, ocupando toda la visión, hay un enorme coche de esos que cuesta una hipoteca y dos vidas pagar, o por lo menos, al tipo de ciudadano que yo conozco. Por supuesto, Michael Douglas no es un ciudadano al uso.
◆◆◆
El hombre que, además de abrirme la puerta, ha metido mis maletas en el coche por su cuenta, no para de preguntarme si me encuentro cómoda o si necesito algo en concreto.
Necesitaba olvidarme de una vez por todas de la mirada de mi madre batiendo la mano a un cristal tintado. Ella a mí no me veía, pero yo a ella sí y mientras el coche nos separaba pude apreciar cómo su cara se transformó en puro dolor. En cuanto llegue le pediré al señor Douglas que haga que este chófer me lleve a visitarla cada semana. Sí, lo acabo de decidir, será una cláusula inamovible.
—Estoy bien, gracias, al igual que cinco minutos atrás.
Vuelvo a levantar el libro que compré días atrás en mi tienda de segunda mano favorita. Tres libras me costó la novela romántica del siglo diecinueve y es una maravilla. La gente se afana en repetir que antiguamente la vida era muy dura, a mí personalmente, más allá de la poca libertad que teníamos las mujeres, me parece una vida más sencilla.
—Si necesita cualquier cosa, señorita Stars, me lo hace saber.
—¿Es capaz de conducir y hacer la manicura?
—¿Perdone?
—Déjelo.
No iba a avergonzar a lo que intuía era un trabajador raso de la empresa de Douglas. Yo podía haber sido chófer si mi madre no me enviara a esta condena, es más, podría ser un trabajo que le propusiera a mi tío.
Sin pensarlo dos veces, desabrocho el cinturón de seguridad y paso la pierna por la mesa de control del coche automático. Mi habilidad me permite sentarme en el asiento del copiloto sin poner en riesgo la conducción. Y, no te creas que me he sentado atrás porque soy una idiota que ya se cree rica y no puede mantener una conversación con la persona que la lleva de un lugar a otro, no. Me senté detrás del hombre porque él me lo pidió en cinco ocasiones y mi madre me empujó hacia allí para no alargar el momento.
—¿Cuánto cobras por ser chófer?
—Señorita, no debería de haber hecho ese movimiento. Ha sido peligroso.
—No me llames de usted, tengo dieciocho años y rezo todos los días para que no me salgan canas hasta dentro de dieciocho años más.
Atisbo un movimiento en su cara. Me ha parecido que ha intentado sonreír, pero ha frenado a sus labios antes de que estos pudieran hacerlo visible para mí.
—No puedo revelar esa información.
—Así que mi tío hace firmar cláusulas de confidencialidad a sus trabajadores.
—Es una persona muy importante, se cubre las espaldas y nosotros lo entendemos.
No separa la mirada de la carretera ni un segundo.
Se ha referido a un grupo, por lo que entiendo que Michael Douglas tiene un gran ejército de personas trabajando para él y su familia.
—Tengo el carnet de conducir, quiero un puesto de trabajo como el tuyo, ¿sabes si el señor Douglas tiene alguna plaza vacante?
No pasa desapercibido que he nombrado a mi tío por su nombre oficial. Por si no lo había dejado claro, que lo dudo, le acabo de revelar que este viajecito me hace menos gracia que bañarme en un lago lleno de cocodrilos.
—El señor Douglas y la señora ya tienen chófer personal, señorita.
—Uno me imagino que eres tú.
—Así es, mi trabajo suele estar alrededor del señor Douglas, no obstante si se me requiere en alguna actividad familiar también estoy disponible.
—¿No tienes vida?
—Fuera de mi horario laboral, por supuesto.
Vuelve la mirada hacia mí lo que me parece un segundo. Me ha sonreído y creo, porque mi mente es muy de interpretar, que me ha querido decir que tiene una buena vida y está contento con ella.
Lo dicho, quiero ser el chófer de mi tío.
—¿Y no hay nadie más que necesite de un servicio?
—¿Te gusta conducir?
Uff… Menuda pregunta.
—Nací para ser piloto, pero supongo que la vida se adelantó en el transcurso de llegar a ese cometido.
—El señorito Hunter no cuenta con un chófer personal, puede que su propuesta le interese.
Ni de coña.
El señorito Hunter puede meterse su Ferrari por el culo. No pienso tocar el volante de ese coche en mi vida. Lo estamparía si no me doliese en el alma que una pieza tan valiosa quedase para el arrastre por culpa de su propietario.
—Sí, puede que el señorito Hunter necesite de una de mis clases de conducción.
El hombre ríe. Ríe sin frenar de una vez por todas la carcajada.
◆◆◆
El viaje tuvo una duración de alrededor de unas cinco horas. Casi nos habíamos cruzado Reino Unido en un día por el mero hecho de contentar al señor trajeado.
El hombre, el cual solo me había dicho su apellido que era Núñez, redujo la velocidad para entrar en una amplia urbanización.
Cualquiera se imaginaría que un millonario tiene una casa acorde a su cuenta bancaria, ¿no?, eso está más claro que el agua, pero lo que yo no me imaginaba es que esta clase de casas existían en la vida real.
—¿Es que viven con más familiares y yo no tengo conocimiento?
Pasamos una mansión, después otras dos, todas con una amplitud descomunal.
—No, señorita, solo residen las tres personas que conoces.
—¿Y se ven todos los días? Porque en estas casas tiene que haber más pasillos que en el túnel del terror.
—Esa es la clave, si no se quieren ver, pueden no encontrarse durante días.
Núñez viene de la misma clase social que yo y me acaba de entregar la clave, encubierta, de la clase de familia que voy a conocer.
—Es aquí.
El hombre señala al frente, hacia una valla negra decorada con puntas doradas como si del mismísimo palacio real se tratase.
El coche acorta la distancia hasta la entrada y, al dejar los altos pinos atrás, puedo vislumbrar la estructura en todo su esplendor.
Fachada de piedra blanca, altos ventanales, una entrada ¡con una rotonda!, y una piscina al final de la finca. Es el mayor lujo que he visto en mi vida. La casa de mi padre no era tan ostentosa.
—¿Cuántas habitaciones hay aquí?
—Quince, señorita Stars.
—¿¡QUINCE!?
—Y, si me permites el atrevimiento, tengo conocimiento de que una de las mejores está reservada a tu nombre.
Vuelve a sonreír, pero muy lejos de la carcajada de hace unas horas.
Estoy tan embobada que me quedo muda. Muda aunque con la boca abierta observando desde la luna delantera del coche todo lo que me rodea.
Cualquiera en mi situación hubiera sentido euforia, era como meterse en una película, pasar a ser millonario en un segundo parecía… ¿Guay?
Pese a lo cual, lo único que mi cerebro repite es: Iris, ten cuidado.
Sí.
No es un: Iris, disfrútalo.
Es una clara advertencia a lo que, por lógica, siento miedo de lo que pueda suceder.
Trago saliva, intento no clavar la mirada en todos los detalles lujosos que hay alrededor y me centro en la persona que tengo delante.
Hubiera sido una idiota con una neurona si hubiera pensado, por un minuto, que mi tío iba a sacar tiempo de su apretada agenda para recibirme. Sabía que no era así, en cambio, su mujer está en la entrada acompañada de una chica con el mismo uniforme que Núñez. Ambas sonríen. A la segunda no tengo el gusto de conocerla, pero a Mai sí.
De ella solo sabía que era viuda antes de casarse con Michael y que sonreía. Mucho. Todo el día tenía buen humor, unido al cuerpazo que ostentaba y a la clase que irradiaba era… Perfecta para esta vida.
Si me paraba a reflexionar qué significaba para mí, la sombra de los malos pensamientos lo oscurecían todo. Mai era la representación de lo que perdí, de lo que su único hijo me arrebató