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Rutas del monólogo dramático
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Libro electrónico153 páginas2 horas

Rutas del monólogo dramático

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La presente obra que compila diez monólogos, condensa la inquietud del autor por el trabajo del actor enfrentado a su creación unipersonal. Cada uno de ellos estructura investigaciones sobre diferentes aspectos de la psicología y contextualización histórica del humano colombiano. El tomo también indaga posturas artísticas, subjetivas, combina asuntos políticos del pasado con los recientes eventos en el país. Revisa asuntos criminales sobre mujeres campesinas. Y finaliza con una documentación dolorosa de los últimos momentos de vida de un personaje centroamericano que dedicó su corta vida a la liberación de los esclavos negros.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 dic 2019
ISBN9789587874693
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    Rutas del monólogo dramático - Eliécer Cantillo Blanco

    Introducción

    Sobre el monólogo

    No existe una fecha que precise cuándo se inicia el monólogo dramático, como lo conocemos hoy. Al respecto solo aparecen noticias esporádicas desde el promedio del siglo XVIII y el siglo XIX, remembrando algunos eventos teatrales en donde se mostraron actos realizados en modo unipersonal.

    De aquellas informaciones se hallan términos como parábasis, monólogo, soliloquio, monodrama, acto unipersonal, presentación, monologo interior. Pero es necesario aclarar algunos orígenes de aquellos términos.

    La Parábasis, como se recordará, fue un momento en que se interrumpía la comedia ateniense y alguien del elenco dejaba su rol de actor y se dirigía a las autoridades y demás espectadores haciendo denuncias, reclamos o críticas sobre el gobierno de la ciudad.

    Estas parábasis eran monólogos expresados con toda libertad, pues no estaban previamente escritos, ya el actor tenía su Acto unipersonal (año 501 a.C.). Para entonces, el Arconte Rey prohibió la Parábasis y ordenó que aparecieran escritas sin acusaciones políticas. Es por esto que hoy se leen las Parábasis de Aristófanes (siglo IV a.C.). Recordemos que a la muerte o desaparición del Arconte se le nombró anarquía.

    Para el año 254 a.C., en Roma, aparece un autor dramático que expone un raro monólogo pues, para su época, fue una revolución en la dramaturgia y la actuación: se trató de Tito Maccio Plauto (254 a.C. Sarsina – 184 a.C. Roma), escribe su Olla, en donde el personaje central al descubrir que le han robado sus dineros, desarrolla aquel monólogo, donde no solo denuncia el robo sino que se sale de la escena y busca al ladrón entre los espectadores.

    Tal como en el caso de Plauto, hallamos el mismo sistema de distanciarse de la escena e ir por el ladrón en el público: El Avaro de Molière. Aquellos, son los asuntos relacionados con solos o monólogos.

    Ya para las construcciones dramáticas de los siglos XVI, XVII y XVIII, las obras dramáticas tienen alguna carga sicológica, pues ya aparecen los solos dramáticos o los solos interiores, pues están en obras extensas desde antes de Molière y después de Diderot.

    El titulado Monólogo Interior se refería y se refiere a la meditación que hace un personaje sin ningún interlocutor.

    Apropósito del monólogo o soliloquio extraído de la obra (monólogos de reconocimiento histórico dramático, todos los que se escribieron en el Renacimiento británico y el conocido Siglo de Oro de España), todos influyeron en la composición de monólogo para la época de la Ilustración.

    En la escasa historia del monólogo se recuerda el evento en 1756 en París, cuando uno de los creadores de la Enciclopedia, Dennis Diderot, mira en su casa, rodeado de escritores y filósofos la demostración actoral de monólogos a cargo de David Garrick. Este trascendente actor británico, que no estaba de gira por Francia, se despoja de su elegancia y en mangas de camisa con el atuendo de su época recita (que es exponer una obra de memoria) monólogos de Shakespeare y sobrecoge a los contertulios con el solo de Macbeth, cuando el personaje delira con dagas flotando en el aire (recién ahora, a comienzos del siglo XXI aparecen recitativos o monólogos ejecutados en salas de apartamento con espectadores reclinados en sofás o sentados en el suelo).

    La cercanía de Garrick en su servicio con la gran carga emocional, conmueven a los asistentes y Diderot, inspirado en aquel evento, escribe su reflexión teórica: La Paradoja del Comediante.

    Ahora, ofrezco este tomo como su título lo indica Rutas del monólogo dramático a todas las personas interesadas en estos eventos. En su lectura se hallarán distintos contenidos y redacciones.

    Agradezco, sinceramente, a todas las personas que colaboraron en este proceso, en especial, a mi hijo Ignacio Cantillo Saade por transcribir, corregir y editar este compendio de monólogos.

    Gracias.

    Eliécer Cantillo Blanco.

    El nuevo gato

    (Adaptación dramática en forma de monólogo basado en el cuento El gato negro, de Edgar Allan Poe)

    (El personaje es un hombre de 1.80 m. de estatura, de complexión magra y huesuda. Su rostro posee alguna inocencia juvenil, que manifiesta en una especie de sonrisa cordial, pero que al final infunde la sospecha de que padece algún trastorno mental.

    En el transcurso de la obra, el personaje irá mostrando, de manera paulatina, pero de modo irreversible, la grave psicosis producida por los excesos del alcoholismo, trastorno que se reflejará en súbitos e inmotivados arrebatos de irritación nerviosa.

    Del mismo modo paulatino, el personaje mostrará los progresivos achaques de un envejecimiento decadente, repulsivo y sórdido. Eventualmente tendrá cambios en el timbre de voz, asunto que está señalado en el texto, para revelar el severo daño de su personalidad).

    (Después de un ataque de profunda congoja saca su pañuelo, suena su nariz y enseguida enjuga sus lágrimas. Así, con el pañuelo en su rostro, permanece largos segundos. Repentinamente estornuda de manera estruendosa con riguroso dolor en la espalda. Regurgita y escupe sangre. Observa el esputo en el piso y sonríe con maltratos de tos).

    No es por esto… pero mañana voy a morir… y quisiera hoy aliviar mi alma.

    (Con los dedos comprueba la viscosidad del esputo y cata su sabor).

    No es por esto pero mañana voy a morir… Me han aterrorizado, me han torturado… y me han destruido (muy compungido). Quiero aliviar mi alma. En mi infancia destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. Mi corazón era tan tierno que llegó a convertirme en blanco de las bromas de mis compañeros. (Con rencor pausado). Ese tiempo pasado me duele más, no solo porque lo he perdido, sino porque me muestra el desastre que soy. (Luego en un estornudo brutal que termina en una carcajada de auto reproche). Me gustaban especialmente los animales y mis padres me consentían regalándome una gran variedad de ellos. (Con melancolía llorosa). Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo. (Con súbita ira). ¿Ese tiempo dónde quedó? (Nuevamente lloroso). Y nunca era tan feliz como al darles de comer… y… acariciarlos. (Dirigiéndose a alguien imaginario, pero con reconciliada ternura). A quienes se hayan encariñado alguna vez con un perro fiel y sagaz no necesito explicarles la intensidad de la satisfacción que suscita. (Con la vehemencia de un predicador convencido). ¡Hay algo en el generoso y sacrificado amor de un animal, que llega directamente al corazón! (Reconoce que ha elevado exageradamente el volumen de su voz. Con sus temblorosos brazos recoge sus piernas y atisba por si lo están mirando. Luego, con su auténtica evocación feliz y en susurro). Recuerdo que me casé joven… ese tiempo pasado me duele… Me casé joven y descubrí feliz que el carácter de mi mujer congeniaba con el mío… teníamos pájaros, peces de colores, un buen perro, conejos, un mono pequeño y… y… y… y un (con dolorosa tartamudez para pronunciar la palabra) gato. Era un animal considerablemente grande y hermoso, enteramente negro y con un grado de sagacidad sorprendente. (Saliendo de su abstracción, regurgitando y esputando y con tono severo). Al hablar de la i nteligencia del (mismo accidente de tartamudez) gato, mi mujer que en el fondo estaba algo influida por la superstición, hacía frecuentes alusiones a la antigua creencia popular de que todos los (tartamudez) gatos negros son brujas disfrazadas.

    (Con suma tristeza y lágrimas de arrepentimiento, pero irreprimibles). Ahora no censuro a mi… solo recuerdo… su comentario sobre la superstición… (Con chillona voz de auto censura). Este tiempo pasado me duele, ese tiempo pasado ¿dónde quedó? Pero mi mujer jamás tomó en serio lo de la… la… la… la…la su… pe-pe-pers-pers-ti-ti-ción (regurgita y traga su flema como un trago amargo de castigo. Enseguida, agarrando su cabeza desesperadamente, en un intento de extraer los más maléficos pensamiento de su cerebro, se le ve en lo que puede llamarse una crisis convulsiva. Aún sin reponerse y apenas con una hilacha de voz dirá). Plutón. (Luego con una inusitada furia repite el nombre) ¡Plutón! ¡Plutón! Así se llama él (y repetirá la palabra con obsesión ascendente, como exorcizando su temor) ¡gato! (Se derrumba y ya en el suelo, con auténtico dolor fraternal, llorará infantilmente). Era mi animal preferido y mi compañero de juegos…; solo yo le daba de comer y él me seguía por toda la casa. Fuera dónde fuera…; me costaba mucho evitar que me siguiera también en la calle… (Con llanto desconsolado y golpeando el piso), nuestra amistad continuó así por muchos años durante las cuales mi temperamento y mi carácter (atacado por súbita ira), ¡Qué de carácter! ¡¿A quién mierda le importa mi carácter?! ¡¿A quién le interesa el estiércol de mi alma?! Solo se ufanaban de sanos y moralistas. Murmurando, comentando… gritándomelo, que yo era un despreciable alcohólico; que yo había despilfarrado el dinero de mis padres, que nunca valoré el amor de mis padres… ¡que se pudra la sal y la humanidad!, que yo era el castigo de mis padres disfrazado de bondad… (Casi en el desmayo). Maldita sea la ginebra… maldito vino, maldito alcohol. (Con ronca rabia). ¡¿Existe enfermedad comparable al alcoholismo?!

    Día tras día me fui volviendo indiferente a los sentimientos ajenos…; tarde, muy tarde, pero muy tarde supe que trataba a mi mujer, ¡a mi mujer!, con lengua injuriosa. Hasta mis animales notaron el cambio de mi manera de ser. No solo los tenía abandonados, sino que me ensañaba con ellos. (De pronto su espíritu se abstrae y desde esa lejanía con voz muy lejana, definitivamente extraviado susurra). A Plutón, sin embargo, seguí teniéndole el suficiente respeto para reprimirme de maltratarle como lo hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, de casualidad o motivados por el cariño, se cruzaba en mi camino. (Trata de recomponerse como quien se siente aterido por óseo frío; trastrabilla con la desorientación o de un ebrio o la inicial ineficiencia motora de una prematura vejez. Su voz es cascada invadida de desafinados falsetes). Y por fin… hasta el propio Plutón, el propio Plutón… ese gato negro, negro, negro ese gato amado y respetado, ese gato considerado, ese Plutón, ese Plutón que ya estaba viejo y se había vuelto gruñón… empezó a notar las consecuencias de mi… —¡¡¡!!! ¡¡¡!!!— (Actuar las admiraciones en contra de sí mismo. Frotándose las sienes con ardua aspereza, con desesperada respiración como si le faltara el aire). Una noche, al volver a casa, muy ebrio… ¡borracho! Qué más da… me pareció que el gato procuraba evitarme… (Con silente perversidad). El gato procura evitarme, lo supe porque cuando abrí la puerta huyó despavorido hacia el sótano…; trataba de evitarme, eso no se lo voy a preguntar…; qué le voy a preguntar a un gato viejo… ingrato… y por consiguiente hostil… Misu, misu, miiiisuuu, gatito ven; ¿dónde estás gatito?...; ya sé que estás en el sótano, tú negro y el sótano oscuro… ah, qué gatito más sagaz… pero aquí está la luz… (El texto es la acotación de sus acciones que serán las de un beodo). Y lo logré atrapar, pero, asustado por mi violencia, me hizo una pequeña herida al clavarme levemente los dientes en la mano. Al instante me poseyó una furia del demonio. Me convertí en otro… y una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, me trastornó. Saqué mi navaja, la abrí, agarré al pobre animal por el pescuezo y deliberadamente le cercené un ojo; arrancándoselo entero… (Otra vez ataque de insoportable frío). Cuando la razón llegó por la mañana, cuando el sueño disipó los vapores de la desmesura nocturna, experimenté una mezcla de espanto y remordimiento por el crimen que había cometido. (Con violento tono de ira contra sí mismo, que inicia en susurro hasta llegar al

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