Historia de La Tortura
Historia de La Tortura
Historia de La Tortura
A Mara del Carmen, Ricardo y Fernando, mis hijos, con la esperanza en los das que vendrn.
"Si yo fuera un anticuario slo me gustara ver cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vida." HENRI PIRENNE
NDICE GENERAL
I. LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGA DEL MIEDO Los instrumentos y las razones del poder; La tierra y el indio: la vida planificada, "el yugo y la correa". II. LAS VIOLENCIAS DE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGA DE VIDA ASCTICA Indios, mestizos y negros: entre el castigo corporal y la ideologa del dolor y de la muerte; Los mtodos y las vctimas de la pedagoga del miedo. III. LOS DAS QUE LLEGAN: LA ABOLICIN DE LA VIOLENCIA La funcin creadora de la historia y de los hombres: la abolicin de la tortura; 1813: "Borrar con el tiempo... esa ley de sangre"; El recuerdo del castigo y del tormento. IV. LAS BUENAS INTENCIONES Y UNA REALIDAD QUE PERSISTE (1853-1900) Las razones de 1853: crceles limpias, abolicin de tormentos y azotes; Palabra y accin en 1864: "la pena de azotes es un delito"; El cepo y otras herencias. V. EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) Las sombras de la "belle poque"; Las mudanzas del tiempo: el dominio organizado y la violencia posterior a 1930. VI. LAS IDEOLOGAS AUTORITARIAS Y LAS HERENCIAS DE LA VIOLENCIA (1932-1955) Entre la ilusin de la dicha y la fuerza de la violencia; Los das que corren entre 1946 y 1955. VIL LA IRRACIONALIDAD DEL PODER Y LA IMPOSICIN DE LA MUERTE (1955-1984) 1956: "La interminable historia de las torturas"; 1961: "Hoy tambin se tortura en el Estado de derecho"; La prctica del autoritarismo en los das de la Revolucin Argentina; "La 'derecha' de la extrema izquierda y la 'izquierda' de la extrema derecha"; Autoritarismo y represin sexual; La violencia fsica; 1976-1983: "Se rompen diques y barreras; la vida y la muerte se juegan en aras de la victoria". BIBLIOGRAFA GENERAL
Alfonso el Sabio: "Tormento es una manera de prueba que hallaron los que fueron amadores de la justicia". Es necesario decir al comenzar estas pginas que ingresar en el mundo de la tortura, esa realidad siempre renovada de la represin que ejercen algunos hombres, es aludir a infamias que no son gratuitas; y tambin a la siguiente paradoja: "La actitud de olvidar y perdonar todo, que correspondera a los que han sufrido injusticia, ha sido adoptada por los que la practicaron". (Adorno, 1965, 117.) * Como es sabido, la tortura "legal" de los cdigos primitivos y la contempornea de las sociedades represivas definen un criterio de "justicia" y poder impuestos a travs del dominio y el terror. Y tambin confirma el hecho de que esa realidad nunca puede afirmarse en un mundo libre y sin prejuicios. Dentro de ese esquema, as fue siempre, la fuerza, y no slo la fsica, da al poder autoritario ms seguridad; lo hace, eso lo recuerda Cesare de Beccaria desde las pginas De los delitos y de las penas, "por el ms cruel verdugo de los miserables que es la servidumbre". Mucho antes, en el siglo XIII, en Espaa, Alfonso X el Sabio sealaba que el "tormento es una manera de prueba que hallaron los que fueron amadores de la justicia". Otra paradoja? Por cierto, pero tengamos en cuenta que desde la ms lejana antigedad los espritus ms lcidos tuvieron la certeza de la ilicitud e inhumanidad de la tortura, condenndola. La presencia de ese criterio secular es conocida, pero no lo es tanto la actitud de Bartolom de las Casas, quien se opuso a la violencia de su poca, el siglo XVI. (No por azar, el "silencio del olvido" al que alude Cervantes en su obra ms conocida, es decir la destruccin interesada de la memoria, constituye una prctica frecuente en todos los tiempos.) Pues bien, mientras racionalizan en Espaa la fuerza y el poder, en el tiempo de la Contrarreforma, el autor de la Historia de las Indias opone al orden fantico la dignidad del ser humano. "Nadie clama en una de sus obras puede ser sometido a tratamientos inhumanos". (Las Casas, 1974, 155.) Sin lugar a dudas, pocos se animaban a decirlo entonces en Espaa. Pero hay algo ms. Expone Bartolom de las Casas en la Apologa, texto que lee en la Universidad de Valladolid para responder a Seplveda y en medio de una atmsfera cargada de roces y conflictos: "Nadie puede ser coaccionado por sus vicios o pecados, mientras no repercutan en desorden social o lesionen los derechos de las personas". (Apologa, 1975.) Sin duda, suya es la esperanza de un convencido del valor ms profundo de las palabras; la palabra y el deseo de un crtico implacable. No oculta nada; acusa, entre otros, al 5 * Las citas se indican entre parntesis, sealando el ao y la pgina de la edicin correspondiente que figura en la bibliografa general, ordenada al final del texto.
LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO cronista, contemporneo suyo, Fernndez de Oviedo ("semejante idiota, ms bien preocupado por dibujar rboles genealgicos de ciertas gentes") de silenciar la tortura y los castigos impuestos por los conquistadores a los naturales de Amrica; "buscaban [...] el oro y, no contentos con eso, a los indios que capturaban vivos los desgarraban con cruelsimos tormentos para que indicasen cmo estaba escondido el tesoro del oro [...] Sabe Oviedo a cuntos indios, con la marca de hierro encendido en la frente, aqullos cruelsimamente despedazaron: cuntos pueblos o indios entre s tirnicamente se repartieron, de manera que los indios ya no servan a uno, sino a muchos tiranos?" Al analizar los aspectos ms generales de esa realidad, y sin dejar de tener en cuenta la perspectiva histrica, advertimos determinaciones bien concretas y precisas que hacen a los ms variados intereses y apetencias. Es, sin duda, una coaccin sustentada en el uso de la violencia, como medio para fines bien claros. Y si despus de leer la documentacin de los hechos mencionados por Las Casas, de manera especial la que alude a los resultados del uso de la fuerza, pasamos a nuestros das, tambin, es posible definir como pragmtica la actitud de Michel Foucault cuando asocia la question (tormento judicial impuesto por los jueces a los sospechosos) a esotricas referencias al sadismo y al dolor, a delirios y a placeres psicopticos de los verdugos, reducindola a un mero juego o "duelo". En fin, a una supuesta "mstica" represiva ajena a todo circunstancia externa a los protagonistas. (Foucault, 1978, 47.) A esos extremos llega el anlisis estructuralista de un hecho bien concreto.1 Precisando ms: esos criterios, en lneas generales, tienen hoy plena vigencia. Y asimismo lo tiene el hecho de definir, como lo hace el autor mencionado, el tormento y el proceso inquisitivo de la justicia como una mera sesin destinada a obtener una prueba o confesin. De ah, pues, proviene tambin la posicin de los abolicionistas de hace tres siglos que se oponan a la tortura debido, as escriben, a la poca certeza de las declaraciones logradas mediante ese mtodo. Esta crtica coincide con la crtica a las ideas de Foucault. Esos planteamientos y esos tipos de anlisis desechan, sin duda, todos los argumentos sustentados en motivaciones de carcter humanitario. Es evidente, hablando en trminos generales, que en todos los casos olvidan la condicin de castigo y de ejemplo que desean dar a la tortura; la pedagoga del miedo inherente al tormento. Hobbes, terico del Estado absolutista y de una sociedad de autmatas, menciona a mediados del siglo XVII en Leviatn argumentos anlogos. "As dice, no debe reputarse como testimonio a las acusaciones bajo tortura [...] y lo que en este caso se confiesa tiende al bienestar del que es torturado, no a la informacin de los verdugos, y no debiera, por tanto, ser credo como testimonio suficiente, porque tanto si la acusacin es verdadera como falsa, se hace virtud de un derecho a preservar la propia vida." (Hobbes, 1979, 238.) Y La Bruyre, en las postrimeras del siglo XVII, con la misma nitidez, asegura que la tortura es una "invencin segura para perder a un inocente de dbil complexin y salvar a los 6 1 Las afirmaciones de Foucault llegan en algunos casos a lo inslito. Leamos el siguiente prrafo que alude a los problemas del juez que impone la tortura a los acusados de haber cometido delitos: "Pero el juez no impone la tortura sin aceptar por su parte riesgos (y no es nicamente el peligro de ver morir al sospechoso); arriesga en la partida una baza a saber los elementos de prueba que ha reunido ya; porque la regla impone que, si el acusado 'resiste' y no confiesa, se vea el magistrado obligado a abandonar los cargos. El supliciado ha ganado".
LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO robustos". En virtud de lo expuesto por los autores mencionados, hay una cosa que es definitiva: las anteriores, sin ninguna duda, son prevenciones que se preocupan slo por la poca solidez del mtodo utilizado para facilitar el interrogatorio y no por la inhumanidad del mismo. Esa evidencia aparece, entre otros testimonios, en el texto de las Instrucciones del Santo Oficio de Toledo, redactadas en 1571 por Fernando de Valdez. Luego de informar sobre la conveniencia de atormentar, comunica a los jueces, "familiares" y verdugos de la Inquisicin, en general a todos sus funcionarios, que el tormento, "por la diversidad de las fuerzas fsicas y corporales y nimos de los hombres", en contadas ocasiones determina la verdad. De todas maneras, les importa asimismo imponer el temor colectivo, lo utilizan con reiterada frecuencia. (Introduccin, 1980, 222.) Pero no est todo expuesto. Hay, al mismo tiempo, otro aspecto de esa realidad del terror y a ella pasamos a referirnos. Como es sabido, bajo la influencia del cristianismo la justicia de los hombres se configura sobre el modelo bblico de la justicia divina, considerndose como algo normal y justo la aplicacin literal de la ley del Talin "ojo por ojo, diente por diente", primitiva y brutal; ley que al provenir de Dios no admite ningn tipo de rplica y menos de discusin. Es la palabra que debe ser aceptada, la justificacin de todas las venganzas y odios posibles. Pero advirtase, al mismo tiempo nos referimos a los dos siglos posteriores al XVI, que a la institucionalizacin de la violencia le suman la imposicin a los padres, hijos y hermanos de delatar en todos los casos a sus parientes ms prximos si incurriesen stos en hereja, traicin o conjuracin contra la autoridad. Se trata de la doctrina de Toms de Aquino lo expresa en la Suma Teolgica heredada a travs de la Contrarreforma y que llega a la escolstica del barroco tardo. De esa degradante imposicin, conocemos los elocuentes testimonios de las denuncias secretas del Santo Oficio (Archivo Histrico Nacional de Madrid, Archivo de Torre de Tombo de Lisboa) con los ms alucinantes informes sobre creencias, opiniones y actos privados que aluden a parientes y amigos de los informantes. Algo similar a lo ocurrido en el infierno nazi. En las pginas de un difundido manual de teologa impreso en Espaa en momentos en que la Ilustracin ejerce su mxima influencia en Europa, nihil obstat mediante, establecen propuestas similares a las de la barbarie totalizadora del siglo XX. Establecen entonces: "Peca gravemente el hijo, que en el foro externo acuse a los padres, aunque sea de crimen verdadero, salvo el crimen de hereja, traicin o conjuracin contra el Prncipe; porque en estos delitos debe acusar al padre". (Lrraga, 1780, 532.) Lo expuesto es coherente con los hechos; o sea, se suma a la condicin general de la sociedad. Pues bien, quedan ahora por explicar brevemente algunos hitos de la tortura en Europa y de manera especial en Espaa. En primer lugar, dejamos establecido el hecho de que la violencia probatoria o confesin es una de las bases en que se apoya el Imperio Romano. Fuente de inspiracin de los mtodos represivos posteriores, el captulo 18 del libro LVIII del Digesto de Justiniano, "De questionibus", incluye las reglas que deben seguir los jueces para atormentar a los presos. As las cosas, con la disolucin del Imperio Romano, merovingios, carolingios y otros pueblos "brbaros" dejan de usarla, relegada en el peor de los casos a los esclavos. Espaa, ms romanizada que el resto de Europa, persiste en el
LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO uso del tormento. Los visigodos restablecen la confesin en momentos en que se integran a la sociedad hispanorromana. Chindasvinto (642-653), autoriza que se torture a las personas libres, de cualquier clase social, durante no ms de tres das y en presencia del juez. Vitiza, otro rey visigodo, introduce la ordala del agua caliente (caldaria) como prueba de culpabilidad o inocencia. Tambin mutilan y flagelan: doscientos o ms latigazos, descalvacin (desprendimiento del cuero cabelludo), castracin, amputacin del pulgar derecho. Chindasvinto castiga la homosexualidad cortando los testculos del inculpado. Lo confirma el XVI Concilio espaol "ardiendo dicen en celos del Seor" y extiende la mutilacin a los sacerdotes y diconos acusados de esa tendencia sexual. (Thompson, 1971, 293298.) En los aos siguientes encontramos plenamente establecida la tortura judicial. En Las siete partidas, continuadoras del Digesto romano, Alfonso X advierte que "los prudentes antiguos han considerado bueno tormentar a los hombres para sacar de ellos la verdad" (VII, 30, "De los tormentos").2 Como luego hemos de ver mejor, los desposedos de ttulos nobiliarios y bienes son siempre los destinatarios de la fuerza absolutista y sistemtica. Se les impone el miedo y el terror. Descontada tal vez la realidad de Inglaterra, pas en donde en muy contadas ocasiones practican la tortura como prueba judicial debido a la escasa influencia del derecho romano (salvo, y en casos aislados, durante la dictadura de Cromwell y los reinados de Enrique VIII e Isabel), la violencia es un hecho corriente en Europa a partir de la Edad Media. Recordemos que en la Carta Magna arrancada a Juan Sin Tierra en 1215, se prohbe el uso de la tortura. Fitzjames Stephen, 1883, I.) Aclarado lo anterior, y ahora en referencia directa a Espaa, agreguemos que el anlisis de los textos jurdicos de Alfonso X y la realidad posterior determinan dos tipos de tormentos, uno "de prueba" y otro "de pena". A las dos consideraciones cundo no fue as? siempre las encontramos en los sistemas represivos, sean stos "legales" o fuera de las normas jurdicas al uso. No van, por cierto, a desaparecer con facilidad. Por otra parte, los tratados de derecho penal legislan en sus menores detalles la intensidad de la pena y la dividen en tormento ordinario y tormento extraordinario. Ahora bien, en su condicin de prueba tiene dos objetivos bien delimitados: obtener la confesin del delito (tortura definitiva), por una parte, y, por la otra, conocer en los momentos previos al suplicio, es decir a la aplicacin de la pena de muerte, el nombre de los cmplices {tortura preparatoria). La Iglesia admite en varias ocasiones el tormento, y el proceso penal cannico, un proceso inquisitivo, termina por aceptarlo plenamente, regulndolo en sus menores detalles la bula "Ad extirpanda" del papa Inocencio IV dada a conocer en el ao 1252. (Toms y Valiente, 1973, 213-213.) "Los textos romanos, resucitados y reestudiados en las nacientes Universidades, y junto a ellos los textos pontificios, fueron los fundamentos sobre los cuales se erigi la tortura como medio de prueba 8 En los "Textos documentales sobre el orden represivo" n I se reproduce en forma completa la parte de Las siete partidas referente al tormento. Toms y Valiente (1973, 213) sostiene que en la Alta Edad Media no exista la tortura como prueba judicial dentro del proceso penal: "Pero habr que esperar a la Baja Edad Media para que, con el movimiento de intensificacin del estudio del Derecho Romano (fenmeno principal y tpico de lo que la historiografa ms reciente llama renacimiento europeo del siglo XII) y su difusin por las Universidades y las cortes europeas, se generalice, tanto en el Derecho cannico como en los diferentes ordenamientos seculares, el uso de la tortura".
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LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO del Derecho comn, difundido por toda Italia a travs de los Estatutos municipales [...], y por toda Europa por medio de las legislaciones reales correspondientes a cada una de las diferentes monarquas." (Toms y Valiente, 1973, 214.) Como sucede con otras normas de los sistemas represivos, no cabe ninguna duda de que la Iglesia se suma y da con ello validez al ordenamiento legal de la violencia fsica contra los acusados de haber cometido una trasgresin a lo establecido por los cdigos. As pues, en la Baja Edad Media encontramos una intensificacin del antiguo tormento del Derecho romano. Las Partidas, se ha dicho, significan "una brutal regresin". Lo mismo ocurre en otros pases de Europa, de manera especial en Italia y Francia. Voltaire, opositor de todo tipo de violencia, recuerda en varios de sus escritos los tormentos, las salvajes mutilaciones y las sdicas condenas a muerte que deban sufrir los delincuentes comunes y los opositores polticos.3 Es, sin ninguna duda, la resonancia de otro mbito. Pero no adelantemos los hechos.
LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO Pero hay otros aspectos de la realidad, y tambin alude a ellos el autor antes mencionado: "El fin del tormento era conseguir una confesin plena y detallada, y para lograrla no se pona lmite en ninguna clase de procedimientos. De esta forma lleg a ser un verdadero martirio, porque se aplicaron hierros candentes a las carnes y hasta sucedi el cortar alguna mano, aunque este ltimo suceso no se dio propiamente en el tormento, sino como parte de la sentencia y pleno desfile por las calles de Sevilla". (Herrera Puga, 1974, 264.) Imponen el miedo colectivo. Las mutilaciones estaban perfectamente legisladas en sus menores detalles en las Partidas (ley 4, ttulo 7, libro II). En orden decreciente de barbarie, si es posible mencionar grados, encontramos el potro o burro. Y luego las ataduras de cuerdas en los brazos, la suspensin del cuerpo, la ingestin forzada de agua. .. En torno de stos, cuentan con otros que aluden a la condicin de las crceles: suciedad, aislamiento, falta de luz y aire, humedad, insectos, hambre. Realidades, en sntesis, que con las anteriores contribuyen a degradar la condicin del ser humano. Detengmonos en las mutilaciones. Las ms frecuentes en Espaa, tambin en el Nuevo Mundo, fueron el corte de la mano, pie, oreja, nariz. A pesar de prohibirlo por una pragmtica Carlos I (31 de enero de 1530), conmutndola por pena de galeras, el corte de la mano sigue realizndose en los aos posteriores en la Pennsula y en el Nuevo Mundo. En efecto, documentos judiciales, textos literarios e informes civiles y militares que hemos consultado en los archivos de Espaa y la Argentina aluden a las ms variadas mutilaciones. Cervantes recuerda la persistencia de la ablacin de la mano en Rinconete y Cortadillo: "Y el [nombre] de Maniferro era porque traa una mano de hierro, en lugar de la otra que le haban quitado por justicia"; y en el prlogo de la primera parte del Quijote: "Porque ya que os averigen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribisteis". En el actual territorio argentino y en el Uruguay se practic con frecuencia la mutilacin. En 1745, en Montevideo, cortan las manos de un esclavo que mat a su amo. En otros casos, frecuentes por cierto, se las amputan al reo antes de cumplir el verdugo la condena de muerte. Y siempre en un acto pblico. Tales hechos nos permiten definir y entender de una manera ms precisa la condicin de la "justicia". Pues bien, basndonos en esos hechos y en otros, la violencia del cuerpo, la tortura impuesta en el pasado, no difiere, y a pesar de la opinin de Foucault, del tormento de los interrogatorios de las policas y servicios represivos actuales de los sistemas totalitarios. Tampoco, ayer y hoy, puede considerrsela y la opinin pertenece al autor citado como si fuese una diversin o una "liturgia penal". "La tortura escribe el historiador francs es un juego judicial estricto [...] Entre el juez que ordena el tormento y el sospechoso a quien se tortura, existe tambin como una especie de justa". (Foucault, 197, 47.) Tales valorizaciones, expuestas de una manera extremadamente sutil y sofisticada, carecen de todo valor cientfico. Nos explicamos. En primer lugar, si bien hasta el siglo XIX la tortura est legislada en los cdigos, en todos los casos corresponde a los jueces y de acuerdo con la simpata, odio e inters, posiblemente, y en no pocos casos por mandato del orden absolutista, establecer la intensidad y el tiempo de la prueba. As lo demuestran los sumarios de los tribunales civiles e inquisitoriales. Pero debemos precisar este principio ms extensamente. Pues bien, el hecho de que no se trata de una justa o juego lo advertimos en una ley de las Partidas (VII, XXX, I) que alude 10
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LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO al mtodo que los jueces deben seguir para indagar lo "encubierto". He aqu el texto, de por s ilustrativo: "E como quier que las maneras dellos son muchas, pero las principales son dos. La una, se faze con feridas de azotes. La otra es colgando al home, que quieren atormentar, de los brazos, e cargndole las espaldas e las piernas de lorigas [piezas de hierro] o de otra cosa pesada". El resultado de esas acciones no necesitamos aclararlo. A travs de todos los refinamientos de crueldad, es significativa la cantidad de lisiados, enfermos mentales, muertos y suicidas que hallamos en los registros de las prisiones. As lo confirma Ricardo Garca Crcel, especialista de la historia inquisitorial de Valencia. "De hecho dice en Valencia fueron frecuentes los suicidios en la crcel". (Garca Crcel, 1980, 200.) Y Pedro de Len, ya mencionado, relata en el siglo XVI las sdicas violencias de los presos y de manera especial recuerda las de un ladrn de iglesia. Nos cuenta en este caso, y luego de referir los menores detalles de las torturas aplicadas a las vctimas, que habindolo confesado al condenado antes de salir al suplicio, "tanto era el hedor que sala de los brazos atormentados, que me causaba desmayo [...] porque ms estaba en la otra vida que en sta". Era, sin duda, gangrena. En el constante proceso de desvalorizacin del cuerpo humano, el dolor, insistimos, tiene un carcter de sancin social y correctivo. No olvidemos que las acciones de los unos no pueden aclararse si no tenemos en cuenta las reacciones de los otros, e inversamente. Desde luego, en el siglo XVII, no todos aceptan la siguiente norma autoritaria de Ignacio de Loyola: "Si ella [la Iglesia] definiera negro los que nos parece blanco, debemos aclarar que es negro". La persecucin de las brujas, es decir de las heterodoxias y de todo lo que se aparte de lo establecido, se incrementa en momentos en que el orden absolutista pierde su base de sustentacin; los procesos del Santo Oficio, as lo demuestran los estudios ms recientes, adquieren ms virulencia al decaer el universo totalizador tomista y al defendrselo con el terror. Mucho despus, en 1767, escribe Beccaria que el fin poltico de las penas es imponer "el terror de los otros hombres". As fue siempre. Nos corresponde ahora referirnos a los instrumentos de tortura. Como en Espaa, tambin el potro es el ms frecuente de todos los tormentos usados en la Argentina. Conocido en las prcticas judiciales de los romanos (Cicern lo menciona), consiste en una tabla acanalada de dos metros de longitud y cincuenta centmetros de ancho apoyada a manera de mesa sobre pies de madera reforzados. Encima del potro e inmovilizado ubican al reo, atndole el verdugo dos garrotes en cada brazo y en cada pierna que luego estira con un gato de hierro y un torniquete al cual llegan los extremos de las sogas que sujetan las manos.4 Para aumentar el efecto de la tortura, suelen agregar pesas colgantes en los extremos inferiores de la vctima. El potro puede ir acompaado del tormento del agua. "Estando el reo en la posicin indicada, con la cabeza algo abajo y vuelta hacia arriba, se le colocaba sobre el rostro un lienzo muy fino, denominado toca y sobre l se verta lentamente 11 Henri Sansn (1970, 78) escribe sobre el potro: "El caballete, potro, o caballo de madera, consista en poner a caballo al paciente sobre una viga labrada en agudas aristas, uno de cuyos ngulos era muy saliente: ponansele pesos en cada uno de los pies a fin de que los ngulos del caballete se le metieran por el cuerpo, y era castigo que se aplicaba especialmente a los soldados. sta era la tortura que empleaban los romanos con ms frecuencia para atormentar a los que aplicaban a la cuestin".
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LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO alguna cantidad de agua. El efecto deba ser sumamente doloroso, pues con el agua se adhera la tela a las ventanas de la nariz y a la misma boca, y no dejaba respirar al torturado". (Deleito y Piuela, 1951, 344.) Otro suplicio era la garrucha. Consiste en izar al reo hasta el techo de una habitacin, a veces con pesas atadas a los pies, dejndolo luego el verdugo caer con violencia.5 Siempre torturan y castigan para "hacer un ejemplo". Las penas son crueles a bordo de las naves descubridoras. Alonso Gmez de Santoya, miembro de la frustrada expedicin de Jaime Rasqun al Ro de la Plata, relata en el siglo XVI la condena a muerte del contramaestre de la urca capitana y la mutilacin sexual de dos grumetes: "Aconteci un caso nefando y harto estupendo, que en la capitana se hall el contramaestre della que era puto, que se echaba con un mochaco y con otro, pasaba un caso horrendo; y el contramaestre dieron garrote y echaron a la mar, y a los mochacos azotaron, por ser sin edad los quemaron los rabos; cosa que dio alteracin harta en ambas naos". No es, por cierto, como quiere Foucault, una liturgia judicial. Imponen el miedo, la memoria colectiva de la pena.6
LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO Integracin y tambin violencia. A esos factores alude Jos de Acosta, provincial jesuita de su Orden en el Per, experto testigo de los mtodos de dominio, en De procuranda Indorum salute de 1578. En primer lugar, dice, deben poner a los indios el "freno y cabestro" y sujetarlos como si fuesen bestias de carga. E insiste en que la servidumbre es el resultado de las "acciones bestiales" de los naturales y de "sus perdidas costumbres que no obedecen ms que al apetito de su vientre o lujuria". A esas propuestas le suma el castigo corporal: "Apriete el jumento las quijadas con el cabestro y el freno, impnle cargas convenientes, echa mano si es preciso del ltigo; y si da coces, no por eso te enfurezcas ni lo abandones [...] la ndole de los brbaros es servil, y si no se hace uso del miedo y se los obliga con fuerza como a nios, rehsan obedecer". Acosta basa la servidumbre en textos del Eclesiasts: "Al asno cebada, la vara y la carga; el pan, la disciplina y el trabajo al esclavo: con la disciplina trabaja y no est buscando el descanso... El yugo y la correa doblan la cerviz dura, y al esclavo lo doma el trabajo constante" (33, 25 y siguientes). Esas palabras, reimplantacin del pasado, no son circunstanciales.7 Algo similar sealan entonces en Brasil; los indios y los negros opinan requieren tres "p" para vivir en orden: pan para la alimentacin, palo para los castigos y pao para la tanga que cubre el sexo. Las anteriores son algunas de las teoras de un sistema que controla y restringe el ocio, los menores detalles de la vida cotidiana. Pero no es todo. Escribe Acosta: "es necesario regir a estas naciones brbaras, principalmente a los negros y a los indios [...] de suerte que con la carga saludable de un trabajo asiduo estn apartados del ocio y de las costumbres, y con el freno del temor se mantengan dentro de su deber". Pragmtico, nada deja sin analizar. Fijmonos, por otra parte, que el trabajo forzado en ningn caso alcanza a los curacas que participan del dominio. Es que proyectan la obediencia una realidad que nos trae el recuerdo de prcticas cercanas a nosotros a travs de los jefes tribales que practican los estilos de vida tnicos o folk de los sometidos. Y asociados a esos mtodos, encontramos otros que reemplazan el uso de la fuerza fsica: danzas, liturgia barroca y actividades colectivas que encauzan la vida e impiden el desarrollo de la individualidad creadora, todo pensamiento racional o libre. Escuchemos atentamente a Acosta: "Ser tambin dice muy provechoso poner toda diligencia en los ritmos, seales y todas ceremonias del culto externo, porque con ellos se deleitan los hombres animales, hasta que poco a poco vaya borrndose la memoria y gusto de las cosas pasadas." Quevedo dice, por entonces, que un "pueblo idiota es seguridad del tirano" y el duque de Newcastle, en Inglaterra y en la segunda mitad del siglo XVII, sostiene que la actividad deportiva "absorber la atencin de los hombres hacindoles inofensivos, lo cual librar a Su Majestad de todo alboroto y sedicin". En una situacin similar a otras contemporneas, en esos das en los dominios de Espaa, inducen al pueblo al odio a un mundo ajeno y distinto denominado, 13 En un "Discurso del gobierno de Estado de Espaa... dado por orden del Conde Duque de Olivares en 1627 en el Consejo de Estado" se indica en relacin a la decadencia de Espaa que ella se deba, entre otras causas: "por el mal uso de la conversin de los indios y los pecados cometidos en ellos por la ceguedad de los conquistadores, que solo han mirado su inters, y preferido ste al servicio de Dios, atendiendo a la codicia del oro, plata y dems riquezas por justos motivos". (Rodrguez Molas, 1985.)
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LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO segn las pocas, judo, hereje, extranjero, trminos que definen, todos ellos, a sectores internos o externos bien diferenciados y opuestos, dicen, a los "estilos de vida" nacionales. Y adems proponen la permanencia del pasado tnico, la detencin de la historia. Perams, misionero del siglo XVIII, advierte las dificultades que puede traer la alfabetizacin de los indios, alzamientos, herejas. Y Sepp, su compaero, recuerda el porqu de esa actitud; los naturales, aconseja, "permanezcan humildes y sencillos pues para las mariposas y mosquitos no hay mayor peligro que el brillo de la vela encendida". (Rodrguez Molas, 1985.) Nos encontramos, sin duda, con la propuesta "de las culturas", el plural desintegrador y esclertico que pregona la demagogia populista. Pero no olvidan la fuerza. El Concilio Lmense de 1582 prohbe a los sacerdotes que castiguen personalmente a los indios. Una actitud similar a la del Santo Oficio al delegar en el brazo secular las penas que impone. Y stas son siempre pblicas. En 1857, en Catamarca, fray Mamerto Esqui pronuncia una alocucin con motivo del suplicio de un parricida. Escuchemos su clamor: "El ocio blando, las divertidas orgas, los lances de fortuna en el juego, qu cosas bellas para vosotros [...] Ellos son el semillero de todos los grandes crmenes, all est la escuela de los mayores: ellos son la cuesta rpida que termina en el patbulo". (Ortiz, 1883, I, 157-160.)Son algo ms que simples palabras. Por regla general, y a la larga, obtienen as el "efecto aterrador" que seala Francisco Pea, miembro del Santo Oficio, al reeditar en 1578 el Manual de Inquisidores de Nicolau Eymerich. El mismo efecto promueven las misiones paraguayas. Cardiel, jesuita, cuenta en el siglo XVIII parte de esa realidad. "Cuando los hacemos azotar a los indios por sus faltas escribe es cosa de admirar la humildad y obediencia que muestran en el castigo. Van prontos al castigo que los intima secundum allegata et probata, y varias veces inocentes, sin repugnar nada; y aunque sean muy valientes, en la puerta, en lugar de los votos y blasfemia que suelen proferir los delincuentes espaoles, ellos no dicen otra cosa que Jess Mara, Jess Mara; y luego al punto vienen a besar la mano al padre dicindole: Dios te lo pague porque me has dado entendimiento. Y sucede a veces que algunos de los huidos, que no han podido sujetar los espaoles por su fiereza, trayndolo al padre, y sentencindolo a azotes, luego va como una oveja, los recibe sin resistencia y besa la mano con admiracin de todos, y sin acertar en qu consiste." Es, sin duda, un sistema aparentemente perfecto en su accin planificadora de la existencia, con una escala de premios y castigos eternos. As, imponiendo la visin ontolgica del mundo, controlan el comportamiento de los hombres. Sabemos, por otra parte, que ese deseo y esa praxis de llegar a lo ms profundo del ser humano, de dominarlo, lo confirma a mediados del ochocientos fray Jos de Parras. En efecto, nos dice que en la reduccin de Itat, Corrientes, los franciscanos flagelan a los indios que no entregan la cantidad de hilo de algodn asignada. "Han concebido agrega con tanta tenacidad esto de que el castigo es una seal de amor, que sucede cada instante llegar un indio al cura con grandes quejas porque no lo mandaba castigar [...] y que era seal que no le quera, y verse precisado el cura a mandar que le diesen veinticinco azotes, los cuales siempre se dan en medio de la plaza." Ya vimos cmo las creencias sacralizadas, la fuerza y el dominio de los jefes que apoyan a los espaoles (y con una intensidad que vara en el tiempo y el espacio), integran a los indios a los intereses de la conquista. "Porque es maravilloso 14
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LOS COMIENZOS DE LA PEDAGOGIA DEL MIEDO escribe Acosta la sumisin que todos los brbaros tienen a sus principales y seores." Y agrega: "Muchos convencidos de que si no es por el miedo y la fuerza no harn nada con los indios, se enfurecen hasta herirlos con azotes, y no temen volver las manos consagradas a Dios a dar bofetadas a los suyos: cosa abominable e indigna de la autoridad sacerdotal, que el que lleva el nombre de padre y ocupa el lugar de Cristo haga tan vil carnicera". El castigo corporal debe siempre estar a cargo de un funcionario laico, alcalde o corregidor, evitando as el poder que proyecta a terceros el odio a los sacerdotes: "que cunto de duro o desagradable haya de hacer contra los indios sea ms bien por manos de ellos [...] y el prroco mandndole aplicar la pena se hiciese menos odioso". Nos encontramos, nuevamente, con la dicotoma entre el Evangelio humanstico y la condicin inhumana que impone el dominio de los ms, en este caso los indgenas, mano de obra forzada de los conquistadores de la tierra. Una eleccin que no tena bajo ningn punto de vista el inters del pueblo. Siempre haba sido as. Por otra parte, el hecho se repite a lo largo del tiempo, el poder religioso como el laico relega en otros, una categora de seres que aparentan actuar disociados de sus mandantes, la aplicacin de la tortura y de los castigos corporales. A pesar de esos caminos tradicionales que se proyectan al futuro, imponen asimismo la autorrepresin tradicional que tiene como artfice a la Iglesia a travs de los estados de xtasis religioso, de la esperanza en un mundo mejor despus de la muerte. Autorrepresin y tambin autocastigos. Sobre la conveniencia de los cilicios y disciplinas nos informan los reglamentos de las rdenes religiosas y los tratados apologticos destinados al pueblo. Como sealamos en otra ocasin, se enseaba a apagar el deseo sexual derramando la sangre del propio cuerpo, destruyndolo. El resultado es que cada ser humano se transforma as en su propio torturador, la perfeccin de todo un sistema. Durante siglos, desde los ms variados medios, se induce en ese aspecto. Recuerda un jesuita en el siglo XVIII que no slo la mortificacin de la carne es un remedio contra las tentaciones "obscenas", tambin, agrega, lo es contra la "melancola". "La razn expone prueba que al azotar el cuerpo se da movimiento a la sangre, a los espritus vitales; y la experiencia demuestra que este castigo llevado con valor y fe en Dios infunde alegra al alma, disipa la tristeza y rechaza al demonio con todas sus operaciones malignas". (Morelli, 1911, 75.) Durante mucho tiempo, y con frecuencia, se recurri a ese mtodo.
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17 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA o en la cara, a voluntad de sus amos, o ya para castigarlos por sus hechos y excesos, o ya para tenerlos ms seguros de que no huyesen.
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18 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA DE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VIDA ASCETICA Pero donde comnmente solan ser llamados Stichos, Stigmticos o Stigmosos por las letras o marcas con que les sealaban el rostro, como a cada paso lo advierten muchos autores". (Solrzano, 1971, I. 138.)1 En lo referente a los negros esclavos, nativos o no del frica, la costumbre persiste hasta 1784, prohibindola entonces una disposicin de Carlos III. Haciendo uso de esta costumbre, herencia de Roma, los espaoles y portugueses sealan a las indias e indios de su propiedad con una marca de hierro incandescente. Precisando ms: lo observamos en el siglo XVII en las esclavas guaranes de Asuncin y en los chiriguanos rebeldes prisioneros de guerra. Est tan arraigada la marcacin, legislada, que en 1629 el gobernador del Ro de la Plata, Francisco de Cspedes, solicita autorizacin al rey de Espaa para herrar a los indios serranos de Buenos Aires. "Conviene escribe a Felipe II [...] sealarlos en el rostro [...] para enfrenar su furia y venderlos, y es tanta verdad esto que teme ms el indio que lo embarquen, desterrndolo a Brasil, que si lo sentenciaran a muerte." Ahora bien, otras realidades aluden a las mutilaciones que sufren los naturales rebeldes. Sealemos en pocas palabras las causas de los alzamientos. Ocupadas las mejores tierras por los conquistadores, vencidas muchas etnias, encomendadas las tribus, de ah en ms los indgenas deben servir con su trabajo a los dominadores. Muchos, forzados por el hambre y la desesperacin, para satisfacer sus necesidades faenan el ganado de los feudatarios; otros, cazadores o guerreros, huyen o se rebelan. Anbal Montes, especialista que estudi el alzamiento calchaqu de 16301643, determina en los registros documentales numerosos indios mutilados (castrados, desorejados, destalonados). (Montes, 1959.) La idea de esta situacin es expuesta con claridad en el nombramiento, fechado en Crdoba del Tucumn, del capitn de campo Antonio Ferreyra. El texto, preciso en su inhumanidad, nos evita todo comentario: "procediendo le ordenan contra ellos [los indios] de palabra como capitn de campo, cortndoles narices, orejas o dedos y desjarretndoles y dndoles muerte natural o corporal". Sin duda, el corte de los tendones a los reos de delitos leves, una primera advertencia, es el modelo de la justicia sumaria de la poca. Por lo dems, en el otro extremo de esas acciones, y para penar a quienes enfrentan con las armas a los espaoles, descuartizan, queman, ahorcan. En enero de 1577, en Crdoba del Tucumn, el gobernador Gonzalo de Acosta decide "hacer castigo, conquista y pacificacin" a los indios de la tribu del insumiso Juan Calchaqu. Iniciada la campaa militar, apresa a poco a cinco guerreros: a tres da muerte; retiene a un cuarto y al restante, despus de cortarle una mano, lo enva con un mensaje, "se le envi a Calchaqu cortada una mano con un mensaje". Y tambin entonces, luego de una escaramuza, un encuentro sin vencedores ni vencidos, para amedrentar a los naturales queman vivo delante del campo enemigo a un prisionero. Ms tarde, lo sealan en el informe oficial que envan a sus superiores: "quemseles un indio delante de los ojos, que mostraron sentirlo mucho, todo sin dao nuestro". (Rodrguez Molas, 1985.) Nuevamente la ley de la sangre y del miedo. 18 1 El autor de Poltica Indiana menciona en uno de sus escritos judiciales el caso de varios gitanos que fueron herrados en el rostro por los alcaldes de Valladolid con la letra L de ladrn, sin serlo. Cf. Juan de Solrzano y Pereyra, Obras varias posthumas. Madrid, Imprenta Real de la Gazeta, 1776, p. 332. En 1759 el Cabildo de Buenos Aires solicita se aplique una marca de hierro al rojo vivo en el cuerpo de los ladrones de ganado. Vase el documento en "Textos documentales sobre el orden represivo", n. III.
19 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA En ese contexto, es obvio que semejante condicin no poda ms que resolverse a travs de otras situaciones. En el tiempo, un tiempo que no es el mismo en todas las regiones, a medida que la tierra se convierte inexorablemente en propiedad enajenable, las relaciones entre sometidos y conquistadores devienen en dependencias de tipo feudal (se las ha definido como cuasi feudales), y los segundos desechan la esclavitud por inconveniente. Lo que sigue son algunas de las razones que determinan esa actitud. Por una parte, los dueos de la tierra se ven obligados a mantener el equilibrio demogrfico, es decir, impedir la disminucin de la mano de obra disponible que destinaban a las chacras, haciendas y yacimientos. Una mano de obra, el hecho es conocido, que sufre una brusca cada en el siglo XVI. Por otra parte, paralelamente integran al indio a los sistemas productivos en desarrollo. La fuerza y tambin la integracin a los intereses generales. Un testigo del trabajo indgena, el jesuita Muriel, define en el siglo XVIII como feudal la encomienda y el yanaconazgo y los compara con los sistemas que rigen a los campesinos de Alemania y Polonia. Mucho antes Solrzano y Pereyra, ya mencionado, los considera, defendindolos, mtodos serviles de trabajo. Si no se obligase a los indios a trabajar, agrega, "seran muy pocos los que se alquilasen o mingasen de su voluntad, aunque se les diesen crecidos jornales, porque son flojos en gran manera, y amigos del ocio". Haba sido el licenciado Juan de Matienzo, ya aludido, abogado al servicio de los propietarios, uno de los pioneros en atender y dar solucin prctica a las necesidades y a la codicia de todas las conveniencias. La idea de su tesis la expone en el libro Gobierno del Per (1567) y determina desde esas pginas los mtodos ms apropiados para que los naturales "alcancen la libertad que algunos llaman sin la orden como puedan salir de la servidumbre, y para que asimesmo sean todos aprovechados y aumentada la Real Hacienda sin dao de nadie". Como ocurre en todos los sistemas coloniales al transformarse la tierra en una simple mercanca, bajo los ms sutiles argumentos Matienzo desprecia y degrada a la fuerza de trabajo. Segn la esencia ontolgica del mundo que predica y tambin impone, aconseja inculcar a los indios alguna de las siguientes propuestas que eran tradicionales en Espaa: "Dios quiere que obedezcamos a nuestro Rey y no nos emborrachemos". (Matienzo, 1967.) Pero las cosas no son tan simples. En realidad los indgenas tienen conciencia de la naturaleza de los mtodos de sumisin. Y, de hecho, advertidos los espaoles del peligro, observan en 1585 sobre las pginas de un Confesionario impreso en Lima: "Dicen algunas veces los indios que Dios no es buen Dios, y que no tiene cuidado de los pobres, y que de balde le sirven los indios". Nos encontramos aqu con la palabra oficial que impone la dicotoma entre la realidad cotidiana y la doctrina del Evangelio de amor al prjimo y rechazo de la violencia. Y asimismo con, la imposicin de una particular visin de la vida, que tiene como centro de la existencia el dolor y la muerte. Lo observamos en los cristos cubiertos de sangre y espinas, en los Va Crucis y en las vrgenes dolorosas... En fin, en la prctica de los autocastigos corporales y en la condena de toda actitud hedonista. De todas maneras, basndonos en el testimonio de la pastoral del obispo de Tucumn Julin de Cortzar (1618-1626), destinada a los sacerdotes de la dicesis, los indios asocian el bautismo al dominio de la encomienda, a la mita y al yanaconazgo. Advierte entonces el mitrado: "que tenga el indio o el negro algn conocimiento de aquella santa ceremonia, que no es cosa 19
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20 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA natural como para lavar la cabeza, o seal que es esclavo o criado de los espaoles, sino ceremonia de los cristianos o cosa ordenada al culto de Dios". Es ms, por entonces, y tanto en el virreinato peruano como en el actual territorio argentino, aconsejan a los naturales resignacin y paciencia, que no condenen o traten de cambiar los males del mundo y acepten la existencia terrestre con humildad, como una anticipacin de la muerte que es la nica gloria aceptada. Y en esa perspectiva ahistrica, les ensean lo que dice el Confesionario: "Por eso, hijos mos, hay otra vida, donde se castigan estos males, y all pagarn con tormentos el mal que me hicieron. Al contrario, otros hay en esta vida que estn pobres y enfermos y callan y no hacen mal a nadie, antes obran bien y son buenos cristianos. Que ser de ellos? Por eso hay otra vida donde los buenos reciben bien". Y agregan en esa misma lnea de ideas: "Y si os veis perseguidos y acosados de muchos males, hombres, alzad los ojos al' cielo que all est quien os vengar y volver por vosotros y aunque agora disimula a veces a su tiempo har un castigo que tiemble el mundo. Porque no quiere y sufre que los traten mal a aquellos por quien dio su preciosa vida". Una propuesta, en fin, de mesianismo y la imposicin de alzar los ojos al cielo en busca de la justicia de cierto Dios que "disimula a veces" pero premia con la salvacin eterna a los que sufren injusticia. Compensan los males de la tierra con la representacin de un mundo ideal.
21 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA Todas las ciudades de Amrica espaola poseen o poseyeron su rollo o picota. Lo primero que hacan los fundadores lo determina la ley, era levantar el instrumento de la pena fsica y del temor colectivo. En Crdoba, Santa Fe, Salta y en todas las ciudades del actual territorio argentino, luego de haberse redactado el acta de fundacin, nombrado el Consejo, los primeros fundadores instalan en la plaza mayor el rollo que representa la justicia real, figura que alude a la soberana de la Corona y al derecho de sta o de sus representantes a imponer los castigos corporales. En Buenos Aires, en junio de 1580, Juan de Garay coloca el rollo, en este caso de madera debido a la imposibilidad de obtener piedra en la regin. Aproximadamente medio siglo ms tarde, precisamente el 31 de enero de 1637, el gobernador Pedro Esteban Dvila anuncia por bando pblico a los habitantes de la ciudad del Ro de la Plata la siguiente disposicin de "buen gobierno": "el negro o negra o india que echara la basura en la calle, lleva pena de cien azotes, que se darn en el rollo de la plaza pblica". Se trata de las penas diferenciadas que imponen multas a los espaoles y castigos corporales a los grupos denominados "gente de baja esfera". El espaol o el blanco criollo siempre se colocaba en el centro de todas las actividades. Diversos "oficios" tena la picota (Bernaldo de Quirs, 1948). En torno a ella, observa un jurista espaol, se degollaba, se expona a la vergenza, se flagelaba, se mutilaba. Era, sin duda, el smbolo ms preciado de los grupos de poder. "Para la pena de muerte escribe Ricardo Levene, como la de azotes, se guardaban las formas solemnes, segn las cuales el reo era sacado a las calles hasta la Plaza Mayor, generalmente, donde se levantaba el rollo, acompaado de religiosos y soldados, con el instrumento de su delito pendiente del cuello". Esa actitud ante el castigo, refleja el inters por las formas pblicas y por el ejemplo. De ese modo, la violencia legislada cobra, paulatinamente, una imagen de advertencia bien clara, dramtica. Era, puede decirse, un acto pblico. Las penas corporales se manifiestan asimismo a lo largo de las calles, llevndose el espectculo a toda la ciudad. Los reos eran conducidos "en una bestia de albarda" y el verdugo le aplicaba en el trayecto los latigazos estipulados por la justicia, veinte, cincuenta o ms, mientras los pobladores escuchaban los ayes y los gritos de clemencia. Era, sin duda, la manifestacin ms perfecta de la pedagoga del miedo. La justicia de Buenos Aires, por caso, condena en 1812 a una mujer, autora de un infanticidio, a varios aos de crcel y, as determinan, "a presenciar la primera justicia de horca que se ejecute, cabalgada en una bestia de albarda" (Gazeta de Buenos Aires, 29 de mayo de 1812). Fcil es comprender el significado de todas esas actitudes. Podemos sealar que siempre la picota es la encarnacin de lo represivo del Estado y tambin, no cabe ninguna sobre ese aspecto, de lo atvico, dado que la condena se resuelve en sangre, en sudor, en lgrimas, "vivo dolor actuando sobre la carne, mediante la penca, la soga o el cuchillo, a fin de domar el 'ello', el terrible 'ello' de los hombres ansiosos siempre de la libido de la carne". (Bernaldo de Quirs, 1948.) La violencia, fsica constituye, entonces, uno de los mtodos ms frecuentes para imponer el modelo sexual procreativo. Expuesto lo anterior, proseguimos con el tema que nos ocupa. Las leyes establecen que la tortura slo se aplica a los reos cuyos delitos pueden ser castigados corporalmente; en todos los casos, mutilacin, azote, muerte, el castigo recae en los desposedos de ttulos y propiedades. Con precisin, ya desde el siglo 21
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22 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA XIII, se estipula la nmina de las excepciones, la escala de los valores sociales en vigencia; estn exceptuados de la violencia: a) el milite y el caballero; b) el consejero del rey y los miembros de la burocracia cortesana; c) el noble y el hidalgo; d) el maestro y el doctor de ciencia; e) el regidor de las ciudades y villas; f) los descendientes de los mencionados en los puntos anteriores "siendo de buena fama" y no hubiesen cado en el "pecado nefando" o atentado contra la seguridad del Estado; g) "el clrigo de orden sacro, sino en que dems de los indicios, es tambin infamado de crimen", y en este caso por otro sacerdote "que lo sepa y pueda hacer"; h) el menor de catorce aos; i) "el viejo decrpito"; j) "la mujer preada o parida". (Hevia Bolaos, 1864.) Descontada la condicin de prueba personal, convicto ya el reo, le aplican el tormento con el fin exclusivo de indagar el nombre de los presuntos cmplices en los casos de falsificacin, rebelda, hurto calificado, homosexualidad y heterodoxia. Debemos sealar que a las sesiones de tortura slo estn autorizados a asistir el juez de la causa, el secretario del juzgado y el verdugo. Pero no es todo. Lo siguiente lo seala un texto jurdico de la poca: "Y habindose de atormentar dos o ms, se ha de empezar por el ms dbil de complexin y naturaleza, y cesando esto, por el ms indiciado, para que ms presto se sepa la verdad, sin que uno sepa lo que el otro declara, y de suerte que no muerto en el tormento [...] es necesario hacer protestacin de que no diciendo la verdad si fuera muerto o lisiado en el tormento no sea cargo del juez". (Hevia Bolaos, 1864, 242.) Por cierto, la impunidad ms extrema. En caso de que el reo niegue su confesin, y en un plazo que determinan las leyes, lo conducen por segunda vez al tormento y as tres veces consecutivas, para evitar una preparacin previa de las vctimas que les permita superar los interrogatorios (est arraigada la creencia en filtros mgicos y en bebidas que dan fortaleza), mantienen en secreto el momento de cada sesin. Sin duda, se trata de una tortura previa a la tortura definitiva, con lentitud aniquilan la voluntad del reo. Otra caracterstica reside en la diferenciacin de los castigos. Y nuevamente recurrimos al jesuita Acosta. "Es necesario escribe que la condicin de los brbaros de este Nuevo Mundo por lo comn es tal que como fieras, si no se les hacen alguna fuerza, nunca llegarn a vestirse de la libertad y naturaleza de hijos de Dios." La fuerza la emplean con el inferior, el sometido. Una conveniencia que se afirma en los aos siguientes. Es una realidad tan frecuente, y lo que exponemos refleja una parte de la legislacin, que en 1750 el Cabildo de Santiago del Estero advierte sobre el peligro de castigar los encomenderos a los alcaldes indgenas y caciques que apoyan a los propietarios y contribuyen a mantener el dominio. Nada cuentan en las especulaciones los naturales del comn. En otros casos van ms lejos. Sin entrar en demasiados detalles, recordemos que en 1785 la Real Audiencia permite que se apliquen penas corporales, siempre y cuando se trate de un reo considerado de "baja suerte", sin que medie un juicio previo: "con algunos azotes en lugar pblico y destinados luego a las obras pblicas por algunos meses". (Mariluz Urquijo, 1952, 279.) "Baja suerte", es sabido, define siempre la pobreza y la dependencia; define tambin la desvalorizacin de la existencia humana y la razn del miedo de la lite; cincuenta, cien, doscientos azotes en la espalda de los reos y mientras stos recorren encadenados las calles de la ciudad o el pueblo donde cometieron los delitos. Como ocurre en las plantaciones del Brasil y de Cuba, 22
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23 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA tambin en el Ro de la Plata la delgada vara de membrillo o el ltigo de cuero son smbolos de poder y dominio. Un smbolo que persiste en otras instituciones. Nos recuerda en 1882 Jos Hernndez en su Instruccin del estanciero que "el arreador [ltigo de dos metros de longitud y de mango corto] es en el capataz la seal de su autoridad y ningn pen puede usarlo"; el capataz, agrega, debe ser "como un oficial con sus soldados, para que le obedezcan, y para que ejecuten puntualmente y sin tardanza sus rdenes". No debe extraarnos. En 1852, prosiguiendo con una tradicin secular, el derecho cannico autoriza la flagelacin de los clrigos conventuales y lo hace advirtiendo a los superiores de las rdenes religiosas que los castiguen con moderacin ("no haya riesgo de sangre"). En 1789, llevados por un inters represivo similar, los cabildantes de Crdoba informan a los miembros de la Real Audiencia que siempre haban flagelado a los negros e indios sin necesidad de un juicio previo y ante la acusacin de un vecino. Y observan en 1975, en Catamarca, el xito obtenido en la represin de vagos y malentretenidos (Rodrguez Molas, 1968). Comentan entonces eufricos: "se ha observado por remedio usar de azotes con los reos de esta naturaleza, pues con este castigo se ha experimentado ya alguna enmienda en aos antes, gozando los vecinos de paz y quietud". Detengmonos en el litoral Atlntico, en Buenos Aires. Debemos hacer hincapi en el hecho de que en la segunda mitad del siglo XVIII, como ocurre en otras regiones del Nuevo Mundo, se incrementa el control social. En esa perspectiva, reprimen con ms vigor. En abril de 1772, con motivo de prohibirse los cohetes y fuegos de artificio, ponen los infractores de "condicin espaola" a pagar una multa; en cambio, agregan, tratndose de individuos de "color bajo" les aplicara la autoridad policial castigos corporales y destinados luego a trabajos forzados en un presidio. El problema de la diferenciacin de la "medida" intensidad del castigo, el tiempo de la tortura, haba sido determinado mucho antes, herencia de la legislacin romana y de las normas de Alfonso el Sabio. En 1790, por caso, y entre tantas otras ocasiones, reprimen los juegos de naipes y dados, "los fandangos a deshoras de la noche" ("perdicin de esclavos e hijos de familia"), en fin, todo tipo de reunin privada o pblica. Pues bien, los pulperos propietarios de los locales donde se cometiesen las infracciones, siempre que fuesen europeos o de ese origen seran multados; sus clientes, "pardos o morenos libres, desterrados a un presidio". Por ltimo, para finalizar esta enunciacin, en febrero de 1797 el virrey Mel de Portugal organiza el trabajo de los aguateros de Buenos Aires y determina las penas que deben imponer a los transgresores de las ordenanzas; ellas son, cuatro aos de presidio a los blancos, por una parte, y, por la otra, a los negros, indios y mestizos, adems de lo estipulado, cien o ms azotes. Se trata, simplemente, de la trasgresin a una ordenanza de carcter municipal. Nos referiremos, ahora a la tortura judicial en el Ro de la Plata. De tanto en tanto encontramos en los sumarios judiciales los incidentes que ocurren en las pruebas o cuestiones. Researemos algunos casos singulares; por norma, son tan anlogos unos y otros, que, de ser posible, la enumeracin de todos resultara montona. Sabemos, por otra parte, que en los das de la conquista de la tierra, algo ya vimos, los castigos y los tormentos se apartan de los tradicionales que sealan los cdigos. 23
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24 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA DE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VIDA ASCETICA Pero Hernndez, un cronista que en 1545 redacta la Relacin de las cosas sucedidas en el Ro de la Plata, cuenta los tormentos ms frecuentes en las ciudades de Buenos Aires y Asuncin. Refiere, entre otras barbaries, que Irala orden cortar los brazos de un indio por el "delito" de cruzar a traviesa un campo sembrado. Tambin son frecuentes las mutilaciones sexuales: "Juan Prez, lengua, cort lo suyo a un indio cristiano de casa de Moquirace por celos que tuvo del". Barbarie, sadismo e irracionalidad. Esa es una parte de la escena; en el interior a lo largo de la ruta que conduce al Alto Per y a partir de la "entrada" de Diego de Rojas, una operacin comercial, advertimos los enfrentamientos de los jefes militares por el dominio de una jurisdiccin o un grupo tribal. Resulta expresiva y reveladora la actitud del gobernador Bernardo de Lerma al asesinar, no sin antes aplicarle refinadas torturas, a su antecesor Gonzalo de Abreu, lo cuelga; observa un testigo, "echndole doce arrobas a los pies, con que lo mat y rompi las venas". En 1582, un ao ms tarde, Lerma funda la ciudad de Salta. Luego de la violencia de la conquista, imponen los dominadores la ley y el tormento. Cambiante de un caso a otro, los usan ya en Buenos Aires a comienzos del siglo XVII. Efectivamente, Hernandarias de Saavedra, gobernador y juez encargado de reprimir el contrabando, es uno de sus ms fervorosos partidarios. Nacido el funcionario en la tierra desolada y primitiva, la violencia fsica constituye su actividad preferida. Funcionario a fines del siglo XVI en la ciudad de Asuncin, con fines precisos entrega vino envenenado a los indios guaicures. Y es l, precisamente, ganadero latifundista, el protagonista de lo que pasamos a referir. En 1615 detienen en Buenos a traficantes de esclavos y a marineros de naves negreras acusados de contrabando. En trminos esencialmente pragmticos se trata de una actividad que perjudica los negocios de los parientes y socios del gobernador, de manera especial a su hermanastro Trejo y Sanabria, obispo de Crdoba del Tucumn, mercader y activo vendedor de negros africanos. Encadenados y engrillados los reos, los someten a torturas en el fuerte de la ciudad con la asistencia personal de Hernandarias de Saavedra. As registra el secretario del juez el comienzo de la sesin de tortura, en este caso la de un joven marino: "proseguir [dijo Hernandarias] en darle tormento y para el dicho efecto hizo traer ante s un burro [potro] de madera con un argolln de hierro y [le dijo al preso] que el dao que en l recibiere sea por su cuenta y riesgo y no por la del dicho gobernador, que es comisario, y al dicho efecto le mand quitar los grillos y cadenas que tena puestos y desnudar y echar en el dicho burro, y estando echado le volvi a hacer el mismo requerimiento".2 Y luego de una pausa: "por no decir nada le mand el dicho gobernador poner los cordeles e atarlos en las pantorrillas de las piernas, molledos de los brazos y en los muslos, y la argolla del hierro al pescuezo. Y estando as dijo el preso: Si voy declarando no apretis mucho. Y el dicho seor gobernador mand no le diesen ninguna vuelta hasta que vaya diciendo y aclarando". La vctima guarda silencio mientras el verdugo da vueltas al torniquete que ajusta las cuerdas del potro y estira los miembros. De espaldas al torturado, escondiendo el rostro, el inflexible funcionario criollo interroga sobre los nombres de los implicados y sobre la trama de los mercados esclavistas, de Baha y Angola. Un 24 2 La versin del tormento, anotada por el secretario de Hernandarias de Saavedra, se transcribe en "Textos documentales sobre el orden represivo", n II.
25 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA dspota que no se anima a enfrentar frente a frente a la vctima. Y presuroso anota el secretario: "[Dijo el preso] desteme que yo dir la verdad que quiera decirme el seor gobernador, y preguntarme que yo dir todo [...] desteme que yo dir la verdad [...] Y dijo: si yo no le veo la cara cmo tengo que decirle la verdad, estando el seor gobernador sentado en una silla en la cabecera de dicho potro, y mand lo mudasen y lo pasasen delante hacia donde estaba el rostro del dicho". Finalizada esta parte de la sesin judicial, obtenida la prueba requerida, trasladan al joven a la crcel. El mismo da, en una realidad similar de violencia, torturan a mercaderes sefarditas portugueses, ejerciendo en ellos su odio secular. Evidentemente, algo ya vimos, desde nio lo haban inducido para que pudiese ejercer esa actividad con odio y pasin. El caso que mencionamos es ilustrativo y de ninguna manera constituye una excepcin. Efectivamente, nos encontramos con agresiones definidas eufemsticamente como judiciales. Por otra parte, debemos observar que, de un modo u otro, ms violentos y sdicos son los tormentos que someten a los reos acusados de rebelin contra el orden social y poltico. Recordemos sumariamente en todos los textos escolares figura el relato las torturas y el suplicio de Tupac Amaru. Tras la derrota militar, as lo determinan las investigaciones de Boleslao Lewin, la muerte y el terror persiguen a los seguidores ms notorios del caudillo indgena. He aqu el fallo del proceso contra el rebelde peruano: "Que sea sacado de la crcel donde se halla preso, arrastrado de la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos, con voz de pregonero que manifieste su delito, siendo conducido de esta forma por las calles pblicas acostumbradas al lugar del suplicio, en el que, junto a la horca, estar dispuesta una hoguera con sus grandes tenazas, para que all, a la vista del pblico, sea atenazado, y despus colgado por el pescuezo y ahorcado, hasta que muera naturalmente, sin que de all le quite persona alguna sin nuestra licencia, bajo la misma pena, siendo despus descuartizado su cuerpo, su cabeza llevada al pueblo de Carabaya, una pierna a Paucartambo, otra a Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el camino de la Caja de Agua de esta ciudad." Descuartizamiento judicial en vivo, previa tortura con tenazas incandescentes destinadas a arrancar trozos de la carne del reo. Situaciones semejantes en cuanto al tormento previo al suplicio, la ejecucin del caballero La Barre en Francia, hacen decir en julio de 1766 a Voltaire: "La atrocidad de esta aventura me llena de horror y clera [...] No quiero respirar el aire que respiris vosotros". A esas realidades alude, aceptndolas sin el menor escrpulo de conciencia, el tratadista y abogado de Charcas, profesor de la universidad altoperuana, Jos Gutirrez de Escobar. Lo hace, con indudable inters didctico, desde las pginas de unos apuntes jurdicos ampliamente difundidos a fines del siglo XVIII en el Ro de la Plata, Chile y Per, impresos en Buenos Aires. Pues bien, alude a los tormentos ms frecuentes, cuya intencin explica: "siendo aqu digno de notarse que hoy slo se usa el tormento del potro y cordeles, aunque tambin en las ocurrencias de las presentes sublevaciones del Reino se ha visto practicar junto con el agua, echndole algunas cuartillas por el gaznate". (Raimundin, 1953, 134.)
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26 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA DE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VIDA ASCETICA Es, si se quiere llamarlo as, la accin corriente del absolutismo al fracasar el dominio sustentado en prcticas de sometimiento que no requieren de la violencia fsica. Pese a todo, el miedo y el terror de la fuerza son caractersticas que perduran y se trasmiten en el tiempo. Podemos observar realidades similares, entre tantas otras, en 1795 con motivo de la "sublevacin de los franceses", movimiento jacobino con la participacin de negros, mulatos, indios y extranjeros residentes en Buenos Aires.3 Nos encontramos con un tmido reflejo de hechos e ideas que se desarrollan a miles de kilmetros. En el Ro de la Plata, y de manera especial en Montevideo, puerto obligado de los veleros mercantes esclavistas, una y otra vez mencionan la influencia del movimiento revolucionario en los desposedos. En parte, dicen, se debe a las conversaciones de los marineros de las naves francesas, mulatos y negros, con los africanos y sus descendientes que viven en el puerto martimo de la Banda Oriental. As las cosas, el terror estalla en 1795. En febrero de ese ao, en Buenos Aires, el alcalde Martn de Alzaga, comerciante monopolista, se lanza contra los enemigos del orden establecido y confecciona el sumario. En verdad, as lo sealan los documentos consultados; mucho trabajo tuvo a partir de entonces el verdugo de la ciudad. Decenas de negros son detenidos y encarcelados. Uno de ellos, Antonio, recuerda bajo tormento haber odo la siguiente afirmacin, expuesta por un esclavo en un baile: "si ellos [los negros] se levantan no haban de poder sujetarlos los espaoles porque ellos eran muchos".4 Otro de los torturados en esa ocasin, pen de la Aduana, cuenta haber escuchado decir a un mulato, en una reunin de pulpera: "ahora vern los criollitos de aqu y los espaoles que los hemos de hacer ensuciar nosotros y los franceses". La violencia de los menos, pero tambin la solidaridad de los desposedos. La pedagoga del miedo, la fuerza irracional, se expande asimismo a otros mbitos. Los castigos en las escuelas eran tradicionales en el Antiguo Rgimen. Ian Gibson, un prestigioso hispanista nacido en Irlanda, estudia en su admirable libro El vicio ingls, la costumbre de azotar a los nios en Gran Bretaa. En el mbito espaol y americano esa tendencia no le iba a la zaga. Como es sabido, en las escuelas pblicas y privadas los azotes y los palmetazos eran una prctica cotidiana, sin olvidarnos de otros castigos corporales a los que aluden los libros de memorias, considerndoselos de importancia fundamental para la formacin del carcter de la juventud. Escriben en 1805 sobre las pginas de un peridico editado en la ciudad de Buenos Aires y en relacin a ese mtodo correctivo: "Al nio se le abate y castiga en las escuelas, se le desprecia en las calles, y se lo engaa y oprime en el seno de la casa paternal".5 Y agregan que esa costumbre brbara debe ser totalmente desterrada. Nos encontramos ya, en algunos mbitos del Ro de la Plata, con la palabra vivificadora de la Ilustracin. La opinin no es unnime. Pocos aos antes el obispo Jos Antonio de San Alberto, partidario de la represin sistemtica y del control sobre todos los hombres, 26 3 La "revolucin de los franceses" ha sido estudiada por Ricardo Caillet-Bois: Ensayo sobre el Ro de la Plata y la Revolucin Francesa, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones Histricas, 1929; y en sus aspectos ms concretos, sociales, por Boleslao Lewin: "La conspiracin de los franceses en Buenos Aires, 1795", en Anuario del Instituto de Investigaciones Histricas, Rosario, ao IV, N? 4, 1960, pp. 10-57. 4 Archivo General de la Nacin, Buenos Aires, Interior, 1795, legajo 38, expediente 1. 5 Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, Buenos Aires, 4 de septiembre de 1805, p. 6.
27 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA cree en los castigos y en la imposicin de un "orden" vertical, autoritario. En una pastoral que da a conocer en la ciudad de Crdoba, en 1781, advierte que el Estado debe imponer por la fuerza el orden sexual y la moral cristiana a la poblacin. Considera, por otra parte, que la libertad sexual representa un peligro para la estabilidad del orden social y poltico imperante. Toda relacin placentera, seala, es un hecho demonaco y destructor; un infierno, cree, que deshumaniza a los hombres. Pero no es todo. Sostiene que si la "impureza" o el "escndalo" se "apoderara" de los fieles de su obispado, adoptara las medidas del caso para que las cosas se encauzaran. "Escribir dice, visitar, predicar, gritar, y cuando ya no pueda ms, cuando vea vanos todos mis esfuerzos e intiles todas las armas espirituales que Dios y la Iglesia han puesto en mi mano, llevad a bien que yo llame a mi ayuda, me apoye y valga de la autoridad del Soberano y de sus ministros quienes no sin causa llevan la espada [...] para proteger la potestad espiritual, la observancia de los Sagrados Cnones, y el cumplimiento de las leyes eclesisticas y reales." (San Alberto, 1786, 138.) Son los de San Alberto, tabes y prescripciones que tienen un origen social y se sustentan en el temor del Antiguo Rgimen a los cambios. Partcipe de un mbito donde pueden ya advertirse relaciones entre los distintos sectores que no son las tradicionales, reacciona y analiza los hechos. Es, entre otras cosas, un crtico implacable de Tupac Amaru y de su rebelin. Define al caudillo indgena, sin economa de palabras, como "rebelde, infame, traidor y apstata". (San Alberto, 1786, 226.) Por otra parte, el obispo de Crdoba es asimismo un represor preocupado por imponer el ascetismo en la juventud. En 1785, con motivo de la fundacin en la ciudad mediterrnea de una casa para nios hurfanos, pone en aviso a los fieles sobre los peligros del lujo en las vestiduras, imponindoles la modestia. La idea general de esa actitud la encontramos en sus palabras, en alusin al sexo femenino, el demonio de la tentacin para l. Dice en la alocucin que pronuncia ese ao: "Esa mano dbil es la de una mujer necia, vana y ociosa que [...] gasta la vida en conversaciones, en adornos, en galanteos y en vicios, hasta parar en una mujer prostituida y escandalosa que, siendo mala para s, es la ruina del caudal, de la salud y aun de la vida de aquellos infelices que incautamente se dejaron prender de sus lazos o que llegaron a beber del cliz dorado de sus placeres". (San Alberto, 1786, 302.) Esa violenta misoginia represiva, similar a la desarrollada dos siglos antes por fray Lus de Len a lo largo de las pginas de La perfecta casada, tambin la advertimos en las ms variadas disposiciones legales y cannicas, en la prctica, en fin, del modelo monogmico, procreativo y asctico. (Rodrguez Molas, 1984, 14.) Ahora bien, en la mayor parte de los casos, la estabilidad y el orden se obtienen sustituyendo el principio del placer con respuestas represivas y hasta de carcter patolgico; modestia en el vestir, ayunos, castigos corporales, autocastigos, mortificaciones, rezos... y asimismo con el permanente desprecio a los goces de la vida; no pocas veces, en fin, con el elogio de la muerte, "el largo viaje" al que aludiran, eufemsticamente dos siglos ms tarde, los personeros del proceso militar. San Alberto, no poda ser de otra manera, impone a los nios hurfanos de su fundacin castigos corporales y el estricto control sobre los menores detalles de la vida cotidiana (alimentacin, vestuario, descanso, diversiones). "No es razn escribe permitir en este pequeo rebao del Seor ovejas roosas, capaces de 27
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28 Ricardo Rodriguez Molas LAS VIOLENCIA SE LOS CASTIGOS Y LA IDEOLOGIA DE LA VISA ACETICA inficionar y perder a las dems." (San Alberto, 1786, 356.) Es ms, en plena Ilustracin, mientras se advierten ya los primeros resquicios en el relajamiento del autoritarismo patriarcal, el obispo de Crdoba clama, el 6 de enero de 1784, contra lo que denomina "voluptuosidad suprema". Una actitud, cree, que puede llegar a destruir el orden establecido. Para evitarlo, desde su pulpito solicita a los reyes de Espaa que destierren de la Corte "el lujo, el libertinaje y la impiedad [...] para que [stas] no lleguen a contagiar las Provincias". Lamentablemente, esa visin del hombre y de la vida se proyecta en el tiempo y persiste en los aos posteriores a la emancipacin poltica del pas. El crculo de ideas autoritarias y represivas al que nos venimos refiriendo, prosigue sin cerrar su recorrido en las palabras casi oficiales expuestas en 1812 por intermedio de la Imprenta de Nios Expsitos. Entre otras cosas aconsejan, entonces, un manual para el ciudadano titulado Catn cristiano, que los hombres no canten ni dancen en presencia de mujeres "porque no den ni reciban escndalo". E iban ms lejos al determinarse, por caso, la necesidad de que el ciudadano "No ame a nadie, ni desee ser amado extremadamente, porque este gnero de amor slo a Dios se le debe". Muchos aos ms tarde, en la sesin de la Cmara de Representantes de la Provincia de Buenos Aires del 15 de febrero de 1828, Toms de Anchorena se opone a la educacin de la mujer, a toda posibilidad de independencia. Su palabra, con la de sus partidarios, es la palabra de los sectores ms retrgrados del pas, la de quienes apoyan al sector latifundista de Buenos Aires. Para l, la mujer "slo debe llenar los deberes de madre". Y agrega, aclarando aun ms sus ideas sobre los cambios que lentamente se iban introduciendo: "Con respecto a la educacin de las mujeres vemos, en verdad, muchas maestras extranjeras... Entienden las mujeres mucho de perifollos y modas, pero poco de lo que conduce a aumentar en las nias desde su infancia la religin, la modestia, la moral y las buenas costumbres". En el mismo discurso alude a la invasin de inmigrantes extranjeros, "corrompidos" los denomina, y teme por los cambios que puedan inducirse en las costumbres tradicionales. En los valores, los de toda ndole, que deben defenderse con la violencia fsica y mental. Encontramos en la palabra de Toms de Anchorena, un argumento que es una constante en las represiones de todos los tiempos.
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30 Ricardo Rodriguez Molas LOS DIAS QUE LLEGAN. LA ABOLICION DE LA VIOLENCIA Tres aos ms tarde, en Madrid, un edicto de la Inquisicin de 20 de junio de 1777, reiterado en 1790, prohbe y condena el libro. De hecho, para ellos el mundo debe ser un "jardn de los suplicios". En Madrid, en 1775, fray Fernando de Cevallos, un monje Jernimo defensor del absolutismo, acusa al jurista italiano de inspirarse en los pensadores materialistas. Lo hace desde las pginas de un farragoso centn en el que defiende la tortura y el regalismo ms absoluto, combatiendo paralelamente a los philosophos. Es la de Cevallos una personalidad tradicional y autoritaria, no sin cierta altanera y soberbia. Esa tendencia, frecuente entonces en Espaa, encuentra asimismo el decidido apoyo de Pedro de Castro, cannigo de la Metropolitana de Sevilla y autor de un tratado que titula Defensa de la tortura o leyes patrias que la establecieron, libro destinado a impugnar las ideas de Alfonso Mara de Acevedo, un moderado epgono local de Beccaria y autor de un estudio abolicionista. He aqu parte de los argumentos de Castro, cuya intencin explica: "Pero al paso de estas ilustres dotes que le hermosean [a la obra de Acevedo] es preciso confesar que se hace reparable en ella el alto punto de una exquisita declamacin que resuena por todas sus partes, cuando debiera aplicarse para este intent la insinuacin, el respeto y la protesta, y se hace sensible cierto aire insultante y ofensivo de nuestras leyes patrias, cuya justicia y sabios cuerpos de ellas deben siempre hacer honor de nuestra Nacin Espaola, aun comparada con la Griega, Romana y las otras que hoy presumen de cultas; y de nuestros Augustos Monarcas que las establecieron para el gobierno pblico y barrera de la malicia, y las han confirmado permitiendo sin escrpulo alguno su vigor y observancia." Y agrega en otra parte, confirmando su reaccin a todo tipo de progreso: "Afirmar el doctor Acevedo que la tortura es un prejuicio, es un horrible dogma, es una cruel opinin, una accin inicua y execrable, y en fin una tirana [...] y llamar audaces patrones de ella o ineptos pragmticos a los autores que la defendieron [...] son proposiciones stas que en el modo y en la sustancia podrn muchos guardarlas de arrojarlas."1 A pesar de la fuerte oposicin, la obra de los sectores progresistas no cae en el vaco. En 1782 Manuel de Lardizbal publica un opsculo proponiendo la aplicacin de las doctrinas de Beccaria. (Lardizbal, 1792.) Nos encontramos, pues, con la ruptura, a base de fuerzas antagnicas, del pensamiento jurdico y tradicional. Y si bien el proceso espaol es bien conocido, poco sabemos de la influencia del autor del libro De los delitos y de las penas en el Ro de la Plata a fines del siglo XVTTI. Y mucho menos de la difusin de esas ideas. Es de hacer notar que uno de los defensores ms fervientes de las propuestas humanitarias del Iluminismo, impugnador de la Inquisicin y protector de los judos, el abogado espaol Ramn de Salas (para Menndez y Pelayo "volteriano" y heterodoxo), ejerce la docencia en la Universidad de Salamanca en los das en que Manuel Belgrano asiste como alumno a las aulas de la casa de estudios salmantina. (Rodrguez Domnguez, 1979; Elorza, 1960.) Salas, difusor de las teoras de Beccaria, preso y enjuiciado en 1795 por el Santo Oficio, alejado de los claustros, escribe sobre los 30 El ejemplar consultado se encuentra en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y perteneci a Azamor y Ramrez, obispo del Ro de la Plata.
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31 Ricardo Rodriguez Molas LOS DIAS QUE LLEGAN. LA ABOLICION DE LA VIOLENCIA delitos y las penas. Es la suya un ansia incontenible de liberar al hombre acosado por la barbarie. Testigo de la miserable condicin de los presos en las crceles de Espaa, escribe: "Los cabellos se me erizaban y un temblor general se apoderaba de m al considerar el desprecio inhumano que las leyes hacan de la libertad, del honor y de la vida de los hombres". Sin duda, esa aguda escena de anlisis, tal como se presenta en Espaa, no la encontramos en Buenos Aires. En primer lugar, recordemos que en el Nuevo Mundo est prohibida la circulacin del libro de Beccaria. Y en segundo lugar, debemos tener en cuenta la pobreza intelectual del medio ro-platense, los cortos alcances de los latifundistas y mercaderes interesados en la intermediacin de manufacturas y en mantener el dominio que ejercen a travs del Cabildo. La indiferencia, por lo tanto, es general. Las nicas alusiones a los tormentos son favorables a stos y las encontramos en los "bandos de buen gobierno"; en los escritos, en fin, de los procedimientos judiciales. Slo a partir de 1820, y en los crculos prximos a Rivadavia que sepamos, se analiza y estudia la obra del defensor de los derechos humanos. Debemos aclarar otro aspecto de la realidad rioplatense. Se ha escrito no hace mucho que unos mediocres y mal hilvanados apuntes del obispo porteo Azamor y Ramrez (1788-1796), resumen de dos o tres libros, constituyen una condena local de la tortura.2 Todo lo contrario, las ideas del obispo se asocian al absolutismo antiliberal de los epgonos de la segunda escolstica (la del barroco). Analizadas esas pginas, vencido el cansancio de la lectura, de ninguna manera puede afirmarse que no acepta el tormento. Ms aun, para Azamor, la aprobacin o desaprobacin de la tortura, se reduce al conocimiento previo de la opinin de las "bulas y el derecho cannico, y leyes civiles y del Reino, y la historia". Opiniones, hemos visto, que aceptan y promueven las infamias. De acuerdo con lo expuesto por el obispo, el rey tiene pleno derecho a decidir sobre la vida y la muerte de los sbditos. sta es, sin duda, la palabra de un conservador que acciona contra la Ilustracin. Sus argumentos son similares en esencia a los que aos ms tarde, en el siglo XIX, revitalizarn otros para combatir las ideas de humanidad, libertad y justicia, un contramovimiento consciente para detener el "progresismo" y, sin ninguna duda, en defensa de los intereses materiales. Es la oposicin ideolgica contra el mundo moderno. Si bien con un fuerte contenido irracionalista; propuestas similares podemos encontrar en los caudillos del interior (propietarios latifundistas y miembros de familias tradicionales), que pregonan religin o muerte (de ninguna manera un eufemismo), y consideran a las ideas liberales, en esos momentos la propuesta ms progresista y la nica alternativa posible, un pensamiento subversivo que desea destruir tres siglos de ideas sacralizadas.
31 La afirmacn pertenece a Daisy Rpodas Ardanaz, "La obra 'De tortura' de Azamor y Ramrez, eco rioplatense de una polmica famosa", Revista de Historia del Derecho, Buenos Aires, V V, 1977, pp. 245-283. Con referencia al sector liberal y a su opinin sobre la tortura, dice que les "repugna por su crueldad al humanismo al uso".
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32 Ricardo Rodriguez Molas LOS DIAS QUE LLEGAN. LA ABOLICION DE LA VIOLENCIA Hemos analizado brevemente el rechazo de las propuestas racionales por parte de los sectores tradicionalistas. Sealaremos ahora el proceso de abolicin de la tortura judicial en la Argentina y su supervivencia a travs de las ms variadas violencias fsicas destinadas a castigar e imponer el terror en los seres humanos. Toms y Valiente (1973, 227) observa que muchas de las ideas sociales de la Ilustracin, las de Voltaire, Beccaria y otros, slo se imponen en el heredero directo de sta, es decir, en el Estado liberal. Lo mismo, agrega, ocurre en lo que hace a la tortura judicial. Espaa se anticipa en algunos aos a las propuestas que luego tendran sancin legal en el pas. "En Espaa, el artculo 133 de la Constitucin de Bayona de 1808; el decreto de 22 de abril de 1811 de las Cortes de Cdiz; el artculo 303 de la Constitucin de 1812; e incluso, obedeciendo a la corriente de opinin dominante, una Real Cdula de Fernando VII de 25 de julio de 1814 abolieron legalmente la tortura y cualquier clase de apremios o coacciones contra los reos o los simples delitos". (Toms y Valiente, 1973, 227.) En la Argentina, mayo de 1810 combina la realidad y las ideas de la Ilustracin. Pero a pesar de las intenciones, la escena no vara en lo fundamental; en la realidad econmica y social, contina la presencia del latifundio y de los sistemas primitivos de produccin ganadera. Esas caractersticas que perdurarn a lo largo del siglo XIX presuponen, entre otros hechos, un freno a los cambios y el dominio de los ms diversos intereses; un factor, en sntesis, de estancamiento. Y tambin presuponen la presencia constante de reacciones y de temores por parte de los menos. Nos encontramos ya en las primeras dcadas posteriores a 1800 con un tradicionalismo hecho conciencia, es decir, con el conservadurismo. En 1812, confirmando lo expuesto, as lo determinan los sumarios, la Comisin de Justicia de Buenos Aires contina imponiendo penas diferenciadas, corporales a los hombres de color y pecuniarias a los de origen europeo. Por otra parte es la prctica de una costumbre secular los vecinos de la ciudad, hacendados y comerciantes, envan a los esclavos de su propiedad al Cabildo para que el verdugo oficial los flagele con fines correctivos domsticos, encarcelndolos luego cierto nmero de das.3 Fcil es prever la situacin en el interior. Los grandes propietarios, seores de horca y cuchillo, ejercen por cuenta propia el poder de la justicia. Un hecho tan frecuente y cotidiano que, con reiteracin, los inventarios de los bienes de las estancias de la poca sealan la existencia de cepos y grillos, de ninguna manera instrumentos ornamentales. Poco despus, en momentos de prdica demaggica, la prensa "federal" acepta como un hecho cotidiano el flagelamiento de los peones rurales. En El Gaucho, pasqun editado en 1830, un ingls, supuesto pen de "Los 32 "Ao de 1811. Expediente promovido por los esclavos presos en la crcel pblica, sobre que se les obligue a sus amos a alimentarlos en ella". Archivo General de la Nacin, Buenos Aires, Archivo del Cabildo, 1811. "Se obligue a los amos se escribe a alimentarlos, por cuyo defecto padecen las escaseces que exponen [...] reduciendo los amos a estos desgraciados a las miserias y conflictos de una prisin acaso por puros caprichos [...] esclavos que permanecen en la crcel hace tiempo muy considerable sin saberse por qu delitos o motivo. Y como ni se les forma causa ni el magistrado por sus muchas atenciones les tiene presente, permanecen olvidados y a los antojos de sus amos."
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33 Ricardo Rodriguez Molas LOS DIAS QUE LLEGAN. LA ABOLICION DE LA VIOLENCIA cerrillos", relata que Rosas, propietario de la estancia, lo haba condenado a un da de cepo. Y lo recuerda con cario: "T sabi esti que el patrn/Por quitarme la borrachera/Me ponga en el cipo un da/Porque borracho no fuera".4 Precisamente la Ilustracin se opone a esa realidad. Una actitud que determina el arcasmo es la lentitud con que comienzan a tomar cuerpo algunas de las propuestas progresistas. Nos referimos de manera especial a las fuerzas de la Asamblea de 1813, similares a las que en Cdiz, en 1814, enfrentan el irracionalismo absolutista y derogan todo tipo de tortura. "El hombre dicen en Buenos Aires ha sido siempre el mayor enemigo de su especie, y por un exceso de barbarie ha querido demostrar que l poda ser tan cruel como insensible al grito de sus semejantes." Se debe borrar, deciden, "esa ley de sangre". Es, sin duda, el triunfo de la razn, la autonoma individual y moral y del sujeto. Ahora bien, destruyen en verdad el 25 de mayo de 1813 los instrumentos de tortura en la Plaza Mayor, Victoria entonces? Todo cuanto nos cabra decir es que en 1817 el alguacil mayor de la ciudad cargo equivalente al actual jefe de polica solicita, y por estar inutilizado el existente, la "recomposicin urgente" del potro de dar castigo en la crcel. Algunos das ms tarde, presurosos, los carpinteros entregan el instrumento en perfectas condiciones y cobran su trabajo. No se trataba por cierto de una pieza de museo. Prosegua en lo externo e interno la "ley de la sangre". La ley y una herencia que se mantienen vigente; gobernando Rosas, en 1851 el inventario de la crcel registra la presencia del "potro de castigar" (Romay, 1957, 15). No se trata, por cierto, de un elemento decorativo.5
33 Luis Prez es el redactor de El Gaucho, peridico que defiende los intereses polticos de Juan Manuel de Rosas. El temor y la violencia se impone no slo a los desposedos, tambin a los opositores polticos. En La Gaceta Mercantil del da 30 de junio de 1835, se anuncia que en el frente de una casa de la ciudad de Buenos Aires se haba colocado un cartel con la siguiente inscripcin: "VIVA LA MAZORCA/ al unitario que se detenga a mirarla/ Aqueste marlo que miras/ De rubia chala vestido/ En los infiernos ha hundido/ A la unitaria faccin/ Y as con gran devocin/ Dirs para tu coleto/ Slvame de aqueste aprieto/ Oh! Santa Federacin/ Y tendrs cuidado/ Al tiempo de andar/ De ver si este santo/ Te va por detrs". Las aluciones sexuales, sumadas a la violencia, son obvias. Una temtica, por otra parte, frecuente en la literatura rosista de carcter popular. En El Gaucho, en 1830, se dice de los opositores al sistema del hacendado porteo: "Cielito, cielo, cielito,/ Cielo de los maricones,/ Un decreto debe darse,/ Para que usen calzones./ En un momento hace un sastre/ Un unitario aecente,/ Pues ellos se juzgan serlo/ Con tener levita y lente". 5 Se lee en un recibo firmado por el jefe interino de la polica, Juan Moreno, fechado el 21 de febrero de 1851: "Por cuanto pasa hasta el cantn de Torresillas el oficial de este Departamento, Don Jos Mara Soto, conduciendo en un carro el potro de castigar en la crcel para entregarlo al seor coronel edecn, Don Juan J. Hernndez, quien se servir poner a continuacin la constancia de su entrega. Por tanto no se le pondr impedimento en su trnsito". Y a continuacin se anota la constancia de la entrega, que dice lo siguiente: "Palermo de San Benito, febrero 21 de 1851. Entrego el potro de castigar que se expresa en este pasaporte. Por orden y autorizacin del seor coronel Juan Alejandro de Castilla". Archivo General de la Nacin, Seccin Gobierno, Polica. Recibos, 18481852, XII, 6/1/6. (Romay, 1957, 15.)
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34 Ricardo Rodriguez Molas LOS DIAS QUE LLEGAN. LA ABOLICION DE LA VIOLENCIA A las penas corporales debemos agregar las "estaqueadas" al aire libre en la campaa, una analoga con los cueros que se secan al sol, cotidiana en el ejrcito. En 1860, Carlos Tejedor recuerda desde las pginas del Curso de derecho criminal que los azotes constituyen una pena frecuente, aceptndolos. "Esta pena que suele ir junto con la' de presidio, se ejecuta en la crcel misma, o en las calles, paseando al delincuente en un caballo, y dndole en cada esquina cierto nmero de golpes, con un instrumento de cuero en las espaldas descubiertas. Los golpes nunca deben eser tantos que el reo quede muerto o lisiado".6 Se trata de la tradicional flagelacin ambulante del derecho espaol.
35 Ricardo Rodriguez Molas LOS DIAS QUE LLEGAN. LA ABOLICION DE LA VIOLENCIA conflicto significa la vigencia de normas estrictas de control social. De todas maneras, los procesos no son lineales, en la historia de la liberacin del hombre, con frecuencia el tiempo parece retroceder: en 1815 la Junta de Observacin autoriza la flagelacin de los escolares y lo hace a travs de sus Estatutos, una vuelta, es sabido, al ms reaccionario de los pasados. Es ms, el hecho se comenta pblicamente; el peridico El Americano seala el 22 de mayo de 1815 la reimplantacin de la costumbre antes mencionada en la escuela del Convento de San Francisco. El presbtero Mendoza se encontraba nuevamente en pleno uso de sus facultades autoritarias. En el interior, y aludimos a los controles sociales mencionados, impera la barbarie. Un mundo primitivo e irracional, estamos frente al orden impuesto a partir de los primeros aos de la conquista de la tierra, las reglas ticas no tienen ningn valor. Detengmonos en las pginas de las memorias del general Paz y releamos las que aluden al cautiverio del militar en Santa Fe. Cuenta en ellas cmo el ayudante Echage mortificaba sdicamente a las indias cautivas en la crcel de la Aduana mostrndoles las manos cortadas y sangrantes de sus compaeros, degollados poco antes. Y tambin escribe: "Con el mismo fin vi otra vez [...] una cabeza que acababa de ser cortada a otro indio, que traa un joven por los cabellos, al que le segua una larga comitiva de muchachos". No, no es un caso aislado. En 1846; en Jujuy, autorizan a las autoridades locales a, flagelar sin necesidad de un juicio previo a los reos que haban cometido delitos leves. Y el 3 de abril de 1851, en la misma provincia, permiten a los jueces la aplicacin de condenas a muerte a los cuatreros mediante la confeccin, as escriben, de un "breve sumario". Esa justicia sumarsima es el reflejo de la realidad jerrquica de la sociedad. En ningn caso, tratndose de un desposedo, as lo reconocen juristas de ese momento, tienen en cuenta los aspectos favorables de la ley. Lo afirma Florencio Vrela en su tesis doctoral de 1827, De los delitos y las penas, inspirada en las ideas de Beccaria. (Vrela, 1870). "En los procedimientos criminales afirmase notaba un inters en hallar delincuentes a todos los acusados [...] a apurar las penas que deban seguir a su condenacin, aunque fuesen las ms atroces." Y podemos tambin poner en el texto otro tiempo verbal: "se notar". Lucio V. Mansilla, aos ms tarde, en Rozas, biografa de su to, recuerda que en ningn caso la polica o los jueces imponen los aspectos favorables de la legislacin a los pobres. Veamos parte del texto: "La poca legislacin existente era terica, casi siempre letra muerta: el empeo vala ms. 'Obedezca y marche, pague y apele', eran expresiones proverbiales explicativas del hecho. Poco ms tarde se invent el 'se resistieron' o 'el quisieron disparar, y tuvimos que matarlos'..." Y ms adelante agrega en relacin a los presuntos culpables de un delito: "Qu suceda?, cmo se proceda?, insinuamos ms arriba. Se hacan las averiguaciones: recaan las sospechas sobre alguno o alguna de aqullos? Pues no hay que hacer: se le azotaba... hasta que confesara. Y cuntas veces los azotes no arrancaban falsas confesiones (qu no hace confesar el dolor), y el culpable verdadero quedaba impune!" Pero no es todo. Destaca tambin la situacin de los nios en las escuelas, recordando posiblemente experiencias propias:"El alma de entonces no era distinta de la de ahora. Pero haba un no s qu de estoico, de severo en ella, siendo la regla de nuestros abuelos el versculo de la Biblia, 'no le escasees al muchacho los azotes, 35
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36 Ricardo Rodriguez Molas LOS DIAS QUE LLEGAN. LA ABOLICION DE LA VIOLENCIA que la vara con le dieron no ha de matarlo', o el proverbio espaol, 'la letra con sangre entra'. En las escuelas, las penitencias y reprensiones eran repugnantes o brutales: el cuarto de las pulgas o la letrina infecta, o el stano helado, como encierros; y como castigo el chicote para las nalgas o los tirones de orejas que reventaban; la palmeta para las manos pegando en la punta de los dedos juntos y sobre la yema. Los juegos entre los nios eran como para ejercitar la resistencia de la sensibilidad; los juegos populares en el campo y en las ciudades ponan a prueba el cuerpo".8 El ascetismo y el dolor, pregonan, conforman ciudadanos viriles y aptos para hacer la guerra. Tres siglos antes, en Espaa, el jesuita Juan Eusebio Nieremberg, terico de la Contrarreforma, escribe lo que ha de ser prctica corriente en las sociedades totalitarias, en los militarismos de todo signo. Nos dice: "Tan perversos son los gustos de la tierra, despus de ser tan cortos, que aun los lcitos impiden grandes provechos, y los ilcitos causan grandes daos". Se reprime, lo seala Wilhelm Reich, al referirse a la psicologa de masas del fascismo, todo posible anhelo de redencin y de liberacin y se impone tambin la angustia del placer, es decir el miedo a la excitacin sexual. Nos restara agregar unas palabras en alusin a las penas corporales en el ejrcito. Eran stas casi cotidianas en el siglo XIX. Toms de Iriarte, oficial de las guerras de la Independencia, recuerda en sus Memorias que el castigo de azotes era muy frecuente: "se cerraban escribe las puertas del cuartel para evitar la presencia de algn extrao: formaba el batalln [...] y empezaba el vapuleo". Mientras tanto, agrega, los tambores ahogaban con su estruendo los gemidos de los soldados que eran golpeados con varas sobre sus espaldas.9 Es una realidad documentada hasta el infinito y reconocida por historiadores militares contemporneos. "Para reprimir los actos de indisciplina escribe Augusto G. Rodrguez, existan castigos rigurosos, entre ellos, el azote, que reemplazaba a la 'carrera de baquetas', implantada por las ordenanzas espaolas. En realidad, ambas penas eran realmente inhumanas, pero es fuerza reconocer que constituan la nica forma de contener las insubordinaciones individuales o en masa, que peridicamente se producan." (Rodrguez, 1966.) Pues bien, a esas penurias debemos sumar las estaqueadas, los plantones, las ataduras de palo y de cepo. Algunas de ellas han sido denunciadas en nuestros das y otras persistan an a comienzos de siglo.
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Cf.: "Textos documentales sobre el orden represivo", n" VIII. 9 Cf.: "Textos documentales sobre el orden represivo", n" XIX.
37 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932)
Cf: "Textos documentales sobre el orden represivo", n XV.en 1860 2 El debate se incluye en "Textos documentales del orden represivo", n. XVI.
38 Ricardo Rodriguez Molas LAS BUENAS INTENCIONES Y UNA REALIDAD QUE PERSISTE (1853-1900) poeta de la proscripcin y novelista de Amalia, observa que la presencia de esas palabras significa pregonar una indignidad. En segundo lugar, y de manera especial, muchos diputados se oponen al artculo 18 por razones que hacen a la pedagoga del miedo. Rufino de Elizalde, tradicionalista, opina que los castigos corporales deben figurar en los cdigos de justicia criminal y militar del pas. Y a partir de esa afirmacin, el siguiente dilogo: Sr. Mrmol. No se debe dar azotes ni a los soldados. Sr. Elizalde. Se dan en Inglaterra. Sr. Mrmol. Se dan en Inglaterra porque son unos brbaros. Y la discusin prosigue. Dice entonces Bartolom Mitre: "El que levanta la voz al sargento como el que levanta la espada al coronel, comete un acto de insurreccin y merece una pena grave; y si los azotes estn abolidos, se precisa matar al hombre por una pequea falta cualquiera". Y contina; "Ha llegado el da en que ha habido 43 casos de muerte, porque no ha habido otro medio de castigar las faltas graves. Digo, pues, que la penalidad de azotes es ms humana, considerada filosficamente". Pero no es todo. Esteves Sagu, abogado porteo, solicita que supriman los castigos corporales, las torturas y otras penalidades a que son sometidos en la crcel de Buenos Aires los presos. Reitera acusaciones expuestas anteriormente. "Pero, qu? dice, si an resuenan todava esos golpes martirizantes dentro de unos muros que llaman crcel pblica [...] sean 25, sean 50, sean 75 como dice una acordada del Tribunal de Justicia, aplcanse todava, seores, esos tormentos que rebajan, que envilecen al hombre por culpable que sea, que lo pierden para el arrepentimiento, no pueden aplicarse." Y luego alude a los cuerpos militares y a las guarniciones de frontera: "all las arbitrariedades se cometieron no en los das de accin ni frente al enemigo, sino donde quiera que ha habido soldados". Los azotes y los golpes, la tortura, son elementos cotidianos: el mtodo de una organizacin totalitaria y vertical. No existen dudas. Nadie replica en el Parlamento. El diputado Alvario vuelve a insistir en lo expuesto: "No me citar nadie un artculo de la ordenanza que diga que se bajen los calzones a los soldados para darle azotes, ni que se le quite la casaca para darles golpes en la espalda". Finalizada la discusin, aprueban incluir en el texto constitucional las palabras que destierran de la Argentina "toda especie de azotes y tormentos". Una esperanza de los hombres ms lcidos mil veces frustradas, quin lo ignora? En suma, con esa accin se cumple una parte del plan de Alberdi de modernizar el pas. Sera injusto, sin embargo, dejar de recordar que se trata de un proyecto que tiene sus races en los ltimos aos del dominio espaol en las ideas de un grupo de liberales ilustrados. Alberdi el menos romntico de los integrantes de la generacin del 37, precursor del positivismo en la Argentina hereda esas mismas propuestas y seala desde las pginas de sus Bases y puntos de partida para la organizacin poltica de la Repblica Argentina: "El tormento y los castigos horribles son abolidos para siempre y en toda circunstancia. Son prohibidos los azotes y las ejecuciones por medio del cuchillo, de la lanza y del fuego". Y aclara: "El fin de esta disposicin es abolir la penalidad de la edad media, que nos rige hasta
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39 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) hoy, y los horrorosos castigos que han empleado durante la revolucin". Son casi las mismas palabras que reproducir la Constitucin de 1853. Pero, as como lo expuesto seala la presencia de procesos evolutivos, en otros sectores no encontramos contenidos similares a los del pensamiento del autor del Crimen de la guerra. Es necesario sealar, pues, aunque ms no sea de paso, el proceso ideolgico de algunos de los antiguos emigrados, particularmente, en este caso, el de aquellos que ocupan altas posiciones polticas. Podemos determinar que de una actitud radical para la poca "socialista" segn los ms tradicionales llegan a un conservadurismo casi antiliberal en los ltimos aos de su vida. Como bien observa Karl Mannheim, el conservadurismo antiliberal nace del tradicionalismo; en realidad un tradicionalismo "racionalizado", una recoleccin, en sntesis, y tambin un rescate de las actitudes y modos de vida sacralizados reprimidos por la marcha del racionalismo capitalista (Mannheim, 1963). De todas maneras, otros tenemos presente ahora a Flix Fras se mantienen en la misma postura conservadora que exponen en su juventud, extremando en algunas ocasiones su reaccin antiliberal: ultramontanismo, defensa de la tradicin y de los "valores" heredados, oposicin al progreso y a los cambios. Es, en ste y en otros casos, la opinin de la derecha del movimiento romntico. Debemos insistir en lo expuesto. Pues bien, y dicho de otro modo, es evidente que en la segunda mitad del siglo XIX algunos de los miembros de la lite gobernante sufren los efectos que les produce una profunda y tpica antinomia del liberalismo en sus primeras etapas (en la Argentina esa situacin slo se advierte con claridad a partir de 1852); antinomia de polticos, tambin la han advertido en relacin a otros mbitos, desgarrados entre las necesidades y contradicciones de la realidad social el paso de una sociedad arcaica a otra capitalista es necesario y la fe heredada de los tericos ms lcidos del Siglo de las Luces que haban sostenido la necesidad de imponer la justicia y la fraternidad humanas.
40 Ricardo Rodriguez Molas LAS BUENAS INTENCIONES Y UNA REALIDAD QUE PERSISTE (1853-1900) el orden general del ejrcito y leerse cuanto menos en cada uno de los cuerpos." A pesar de lo dispuesto era el artculo 18 de la Constitucin, que prohbe la pena de azotes, los castigos corporales constituyen entonces en el pas un hecho cotidiano, y as lo reconoce en esos das Carlos Tejedor, ya mencionado, profesor universitario y penalista. "Entre nosotros recuerda, produce siempre infamia, de manera que el que ha sido azotado por la justicia, no puede ser testigo, ni tener oficio pblico." Queda dicho y ya hemos insistido en eso que siempre, en todos los tiempos, las organizaciones totalitarias suprimen la autorrealizacin y la libertad del hombre. Pues bien, en esa perspectiva, la discusin del proyecto aludido adquiere caractersticas inusitadas. Vayamos por partes. Granel, objetivo, expone las bases ideolgicas del proyecto. La flagelacin, opina, es una "costumbre [...] sostenida por el fanatismo inspirado en el terror". Y agrega: "La pena de azotes se aplica en nuestro ejrcito de una manera que constituye una violacin de esa disposicin constitucional que es el fundamento de nuestro sistema de gobierno: la pena de azotes slo se aplica a soldados, pero en ningn caso se hace extensiva a los jefes y oficiales, aunque se hubiesen hecho reos del mismo delito". Ese tipo de inquisicin humanitaria que realiza el legislador (expone casos concretos y documentados) contra la irracionalidad es tan apasionante como peligrosa para quien la emprende, y ms an cuando la intolerancia considera que la violencia es indispensable. En efecto, desgraciadamente semejante propuesta y semejante situacin no podan ms que resolverse con dificultad. Efectivamente, los miembros de la Comisin de Guerra se oponen al proyecto de los diputados Granel y Torrent. Prspero Garca, opuesto a toda liberalizacin, partidario de sistemas tradicionales de represin, expone la tesis predominante en el ejrcito. Sostiene que en cuestiones militares debe suprimirse el sentimentalismo. Desde ese punto de vista su propuesta no difiere de otras ms prximas que aconsejan a los soldados marchar con alegra a la muerte y ser ascticos en la vida. De dnde provienen esos rasgos? Garca explica que se basan en el hecho de que las rabones humanitarias son lo ms opuesto al espritu militar, y luego informa que los altos mandos del ejrcito creen que si se suprimen los castigos corporales no podr mantenerse la disciplina. Debe imperar la violencia. Propone entonces, y con ese fin, aplazar la discusin del proyecto. Ocurrente, replica entonces Mrmol: "Yo acepto esa proposicin si los miembros de la minora convienen que tambin se aplacen los azotes". Y luego lo inslito. El diputado coronel Cnesa confiesa que estando al frente de un cuerpo militar "haba aplicado la pena de azotes, sin embargo de prohibirla la Constitucin". Una actitud indispensable entonces para mantener la disciplina y tambin para evitar la desercin tradicional en el ejrcito, al no estar arraigado en los soldados el patriotismo, predominando actitudes sociocentristas limitadas en el mejor de los casos a una regin o provincia. "La abolicin de esa pena razona Conesa va a dar por resultado la disolucin del ejrcito. Vamos a abolir la pena de azotes, pero tenemos presente que esta pena va a tener que ser reemplazada por la ltima pena." La misma opinin expone luego el ministro de Guerra, Gelly y Obes. Defiende el pasado no poda ser de otra manera y proyecta la tradicin para detener el progreso. Vlez Sarsfield, empeado entonces en la redaccin del Cdigo Civil, sostiene a viva voz que el 40
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41 Ricardo Rodriguez Molas LAS BUENAS INTENCIONES Y UNA REALIDAD QUE PERSISTE (1853-1900) ejrcito est fuera de todo amparo legal: "Uno de los principios que consagra la Constitucin es la libertad, y en el ejrcito no la hay". Y agrega: "Yo digo, pues, si la oposicin a la Constitucin es lo que motiva que los seores diputados quieran abolir la pena de azotes, sean lgicos, abolan todo mal. El ejrcito es una flagrante contradiccin a las leyes del pas; pero si se quiere que exista, es preciso que exista tambin la pena de azotes con todas sus consecuencias". Ms adelante, en el curso de su exposicin, Rufino de Elizalde se desliza por cauces semejantes a los de su colega y recuerda que "esta pena ha sido autorizada por todos los poderes pblicos de la Nacin, y sa ha sido la tradicin de nuestro pas hasta el presente". Debe, pues, seguirse en esa lnea. Era comprensible que individuos formados bajo las creencias del Antiguo Rgimen, asociados a los intereses ms generales, de ninguna manera deseen liberar a la sociedad de las penas infamantes. A sa y a otras inquietudes responde el diputado Granel: "Saben los seores diputados cmo se manda azotar en nuestro ejrcito? Yo les dir: sin forma alguna de juicio, violando todas las prerrogativas que las leyes militares acuerdan a los que delinquen en el ejrcito [...] El ejrcito argentino es una fantasa mitolgica que est representado por el suplicio de Prometeo en que los jefes son el buitre y los soldados las vctimas". Adolfo Alsina, autonomista, es partidario de las penas corporales. Representantes de un sector de ganaderos, sin apiadarse de las vctimas, recuerda las barbaries del pasado y de su presente: los palos o varazos, las estaqueadas al aire libre, los aprisionamientos de cepo y las carreras de baqueta, sanciones que consisten en hacer castigar a los soldados por sus propios compaeros. Y de pronto, en el Parlamento, se produce el dilogo inslito: "Sr. Alsina. Entonces, qu quedara para el ejrcito? El cepo de campaa se dice; pero este castigo es un tormento: la Constitucin lo prohbe indistintamente. El cepo de campaa con ligaduras fuertes trae consigo dolores agudos, el entorpecimiento de los miembros, la interrupcin de la circulacin de la sangre y la muerte tambin, si se prolonga demasiado. Qu va a quedar, pues, para el ejrcito... si se quita la pena de azotes? Cmo y con qu se castigara, por ejemplo, la falta que comete un centinela que abandona su puesto?" "Sr. Vlez Sarsfield. Matndolo, lo que es ms humanitario. Sin duda, y basndonos en lo frecuente de las deserciones, de recurrirse al original sistema humanitario tendran que fusilar a la mitad de los soldados del ejrcito. Zuvira, prctico, propone suprimir la paga mensual. Y agrega: "Adems, en Inglaterra, donde existe esa pena, lo ms que se aplica son cincuenta azotes, y entre nosotros quinientos". Nadie, entonces o despus, pone en duda sus palabras. Luego se escucha la opinin del progresista Nicasio Oroo, representante de Santa Fe. Los castigos, comienza diciendo, "infaman al hombre", "degradan la especie humana". No desea el regreso a la poca de Rosas "cuando los azotes eran para los soldados argentinos lo que la verga y el pual para el ciudadano". Oroo no deja de mencionar la condicin del gaucho; al comienzo del discurso, hay en l verdadera emocin.
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42 Ricardo Rodriguez Molas LAS BUENAS INTENCIONES Y UNA REALIDAD QUE PERSISTE (1853-1900) "Se arrebatan de sus casas a los pobres paisanos, cuyo delito es haber nacido en la humilde condicin del gaucho, para llevarlos a servir sin sueldo, desnudos y muchas veces sin el alimento necesario; porque para ellos el campamento es la crcel y, si son aprehendidos, se les devuelve en azotes las horas de libertad que han ganado. Y cul es, seor, el resultado de esa horrible flagelacin? Qu ganan el ejrcito y la disciplina militar?" Pero haba, adems, otras circunstancias que suman a los soldados en una desesperacin mucho ms honda que la fsica. Nos referimos al desconocimiento del tiempo que deban servir en el ejrcito, una situacin que los llevaba al agotamiento, a la prdida, en sntesis, de la jovialidad, de la fuerza vital. Y esas circunstancias eran tanto ms peligrosas cuanto ms las autoridades militares, los jefes de la frontera, se situaban fuera de toda ley. Era el imperio de la impunidad, la lgica del ms fuerte. Puesto a votacin el proyecto, es aprobado por amplia mayora. Lo ser luego en la Cmara de Senadores. Preciso en la determinacin, establece el artculo primero: "Todo funcionario que azote a un subordinado queda inhabilitado para ejercer cargos pblicos". Nada se dice de la pena. Y agrega el artculo segundo: "La aplicacin de la pena de azotes es un delito que puede ser acusado ante los tribunales de la Nacin por cualquier habitante de la Repblica". De hecho, se produce as, a travs de esos cauces, qu duda cabe?, una reaccin dinmica e histrica. Pero an faltaba mucho por hacer. Pasemos ahora, expuesto lo precedente, a otros aspectos de la realidad del pas. Los castigos eran frecuentes en los hospicios y hospitales y aplicados a los enfermos mentales. Era una tradicin, como tantas otras, que vena de lejos. Se alojaba a los alienados, lo recuerda Hugo Vezzetti en un trabajo reciente sobre La locura en la Argentina, en "calabozos hmedos, oscuros y pestferos [...] sin otra cama que el desnudo suelo [...] aquello no era un asilo de caridad, era ms bien un depsito de seres humanos, sumidos en la ms espantosa miseria". El testimonio, reproducido por el autor antes mencionado, pertenece a Norberto Maglioni y lo expone en su tesis Los manicomios, editada en Buenos Aires en 1879. (Vezzetti, 1983.) Pero no es todo. La dominacin de los locos, expone Vezzetti, supone en el siglo XIX, aun mucho despus, alternar la imposicin y la persuasin. Un enfermo mental, agrega, poda permanecer encadenado ms de cuarenta aos. Es posible imaginarnos una situacin de brutalidad casi indefinible? Juana Manso de Noronha, maestra, profundamente liberal y precursora del feminismo, desde las pginas de su publicacin peridica lbum de seoritas, pginas impresas en la ciudad de Buenos Aires en 1854, relata sin eufemismos la situacin de los internados en el hospicio de la ciudad del Plata. Al referirse a una mujer que tena alteradas sus funciones mentales, pordiosera que ambulaba por la Plaza del Retiro, teme ante la posibilidad de que la polica ordene su internacin en el Hospital de Mujeres o en la Crcel Pblica. Y agrega, confirmando con sus palabras lo expuesto por otros testigos de la poca: "Si cae en manos de la facultad, su tortura ser doble... y vendr el cepo, y el ltigo de la capataza". Y tambin la suciedad, los piojos y el hambre. Una realidad, en lo que hace a los enfermos mentales, que persiste en el tiempo. Han de pasar muchos aos para que las condiciones cambien, al menos en 42
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43 Ricardo Rodriguez Molas LAS BUENAS INTENCIONES Y UNA REALIDAD QUE PERSISTE (1853-1900) ese aspecto brutal y denigrante. Un siglo ms tarde, hoy, al castigo fsico se lo reemplaza por el electro-shock, sistema, as lo sealan las teoras ms aceptadas, que produce en los pacientes la destruccin de sus neuronas, las clulas nerviosas que, es sabido, no vuelven a reproducirse. El electroshock es la picana elctrica de los enfermos mentales.
44 Ricardo Rodriguez Molas LAS BUENAS INTENCIONES Y UNA REALIDAD QUE PERSISTE (1853-1900) genzaros [...] es el esclavo de todos, y cuando sacude el yugo suele ser el bandido feroz que ejerce su venganza en la familia extranjera sin respetar edad ni sexo"; y tambin las advertencias de la prensa progresista acerca de la inhumanidad de los castigos civiles y militares: cepo colombiano, cepo de lazo, barra de grillos . . . La Pampa, de tendencia liberal y antigubernista, en 1872, en un suelto titulado "La crcel de la Inquisicin", alude a la situacin de los soldados en las guarniciones de frontera con las siguientes palabras: "Por la ms leve falta, por capricho muchas veces, se tortura a un pobre preso con el horrible castigo de diecisis horas de cepo a caballo de donde, generalmente, se saca a la vctima desmayada y tal vez inutilizada para toda su existencia; y nada sera esto an, sino que ha habido infeliz que despus de haber sufrido tan horrorosa angustia ha sido cruelmente puesto incomunicado en una pocilga de vara y media de largo por una de ancho durante once das y sin permitrsele ni cobija para poder descansar sus torturados miembros." Y debemos ahora insistir sobre un aspecto fundamental. Entonces, a diferencia de lo que ocurre en nuestros das, la disciplina se basa exclusivamente en los castigos corporales y no en principios que hacen a ideales comunes, abstractos. En las penas corporales se tenda a irse con frecuencia a los extremos; si, por caso, el soldado desertaba o se insubordinaba, realidad frecuente entre los reclutas tomados por la fuerza o destinados por los jueces de paz. Y efectivamente, as fue. Aluden en la prensa portea, en el mes de octubre de 1872, que haba pasado por el pueblo de Chivilcoy, procedente de Santiago del Estero, un piquete de caballera de lnea que iba en direccin al Fuerte General Paz, un puesto ubicado en la frontera. Acampados a cinco o seis cuadras del pueblo, informan que "un da entero tuvieron a la leva sin darles de comer, habiendo ido algunos de ellos a la poblacin durante la noche". Desesperados por el trato que les daban, uno de los ms audaces se queja al oficial que los conduca y ste, indignado por lo que considera una falta a su autoridad, venda los ojos del quejoso y simula fusilarlo. Luego, por si fuera poco, ordena que lo estaqueen y le apliquen cincuenta latigazos. Eran hechos cotidianos. Antonio del Valle, oficial de la Guardia Nacional, recuerda a comienzos del siglo, el uso del cepo en la provincia de Buenos Aires. Lo hace con las siguientes palabras que recuerda haber escuchado a un juez de paz: "Estrenlo bien con los maniadores, ni aunque grite: no le aflojen, vamos a ver al malo!" Y agrega: "Esto, como apndice de alguna modesta paliza que haba dejado de cama al preso. Y por ese estilo, se aplicaba la justicia en pocas que, felizmente, ya han pasado a la historia. A machete corrido, y cepo de lazo o de campaa. Ms de una vez hemos visto y presenciado estas escenas. No es que nos las hayan contado". Por fin, tras varias dcadas de intentos frustrados, se produce un cambio en lo que hace a la violencia fsica, al menos en la legislacin. En 1880 Carlos D'Amico, entonces ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, organiza sobre nuevas bases la justicia bonaerense. Entre otras disposiciones, la resolucin del 8 de noviembre de 1881 constituye un importante punto de" partida. Efectivamente, prohben el uso del cepo en las crceles y comisaras de Buenos Aires, "resabio de pocas atrasadas". Y al mismo tiempo ordenan que sean inutilizados todos los cepos 44
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45 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) de los juzgados de paz de la provincia de Buenos Aires: "Dentro de un mes a la fecha de este decreto, los jueces procedern a inutilizar estos instrumentos de la manera que lo crean ms conveniente, y harn constar su destruccin en presencia del procurador municipal del partido, del comisario y de dos vecinos, labrando acta que remitirn al Poder Ejecutivo por el Ministerio de Gobierno".6 De todas maneras, lo expuesto constituye una mnima parte de las violencias que deban desterrarse para siempre. Las medidas, al comienzo, tuvieron, sobre todo, una importancia terica y aislada. Es que las autoridades y los grandes propietarios miraban esas decisiones con reticencia. No todos estaban de acuerdo con la imposicin de relaciones de trabajo y sociales de tipo capitalista. Otro de los puntos clave para la transformacin, as al menos lo creen algunos funcionarios y polticos, es la unificacin del poder policial, sacando de las manos de los jueces de paz las atribuciones que hasta entonces haban ejercido. En 1880 se toma esa decisin en el mbito de la provincia de Buenos Aires, oponindose a la misma el sector latifundista y de manera especial el senador Juan Ortiz de Rozas. Dos aos ms tarde el ministro de Gobierno informa a la Legislatura que haba desaparecido aquel funcionario "con facultades omnmodas", caudillo en su distrito y seor de vidas y haciendas de los desposedos. De todas maneras, en 1888 an en muchas regiones ejercen una autoridad indiscrecional y as lo reconocen los informes oficiales. (Rodrguez Molas, 1968, 458.) "No se ha conseguido an armonizar definitivamente, haciendo evolucionar el criterio popular." El desacato a la autoridad palabra bajo la cual incluyen los intentos de defensa frente a las arbitrariedades fue en todas las pocas, aun hoy, uno de los pretextos para vejar y someter al ser humano. Seala en 1888 el ministro de Gobierno de Buenos Aires que ese argumento "ha servido bien a todo aquel que quiera cohonestar su abuso, ya que no tena la flaqueza de declarar, si el caso era de ese jaez, que lo arrestaba por malos modales o simplemente porque tena antojo de hacerlo". En 1887 se prohbe a las autoridades policiales detener a cualquier habitante, as se escribe, "sin la instruccin de la correspondiente informacin". Pero es necesario aclarar otros aspectos que hacen a esa cuestin. Ante todo, hay que sealar que en muchos casos esa medida es letra muerta. Un inmigrante italiano, propietario de grandes extensiones de tierra, al referirse a los abusos que a fines del siglo XIX cometan las autoridades policiales, escribe que "los ricachos, los hacendados, son los principales responsables de todos los males que agobian la campaa argentina". (Guglieri, 1913, 72.) Y agrega a continuacin: "La ley sirve de complaciente servidora al que ms influya o al que ms ofrezca". Era otra de las violencias ejercidas por la sociedad y que se proyecta en la actualidad bajo nuevas formas y de las cuales todos hemos sido y somos testigos. A lo largo de las pginas que siguen an volveremos a hablar de las causas del lento ritmo de liberacin, en no pocos casos del incremento de la irracionalidad autoritaria.
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47 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) "Antes, muchos aos atrs, cuando el ejrcito reclutaba su personal de tropa vaciando las crceles en los batallones, cuando las estacas y las carreras de baqueta, el cepo colombiano y las ataduras de palo eran castigos explicables y necesarios si se quiere en la milicia de lnea, el grillete como correccin para bandidos [...] Siendo presidente de la Repblica el general Julio A. Roca, proscribe los castigos corporales, y los proscribi no por un exceso, de sentimentalismo personal sino convencido de que la milicia manejada a palos, movida a puntapis, afrentada en el cepo y despedazada en las estacas no era la entidad moral en cuyas manos la nacin pona para su custodia la bandera que representaba la gloria inmaculada de la patria. Siendo presidente de la Repblica hoy el doctor Luis Senz Pea y ministro de la Guerra el general Luis Mara Campos, cuadra y hasta se impone un decreto que ratifique lo anterior y que prohba como deprimente y vergonzosa la aplicacin del grillete." Hechos similares vuelven a mencionarse en 1896. Efectivamente, entonces la acusacin parte del diario La Prensa al informar que un oficial del batalln 11 de lnea, con asiento en la ciudad de Buenos Aires, haba aplicado fuertes golpes con una vara a un soldado, causndole heridas de gravedad. Das ms tarde, el 9 de septiembre, el diputado nacional Francisco Barroetavea presenta el problema en el Congreso. Inflexible en su deseo de hacer justicia, solicita la presencia del ministro de Guerra, ingeniero Guillermo Villanueva. Aceptada la interpelacin, dos semanas ms tarde, precisamente el 22 de septiembre, el funcionario concurre a la Cmara y escucha la acusacin. Barroetavea, que haba estado detenido poco antes por razones polticas en una nave de la Armada, aprovecha la ocasin para denunciar la condicin de los marineros, los castigos, torturas y violencias de que fue testigo. Nos parece, en verdad, estar escuchando el relato de hechos ocurridos dos siglos antes. Clama, entonces: "He podido contemplar ciertos castigos verdaderamente atroces, inquisitoriales, que se aplican en la escuadra. He presenciado esto: por la simple sospecha de que un muchacho que figuraba como marinero hubiese hurtado algn dinero a uno de los presos polticos que estbamos en el barco, fue sometido a un suplicio, cuya denominacin en la Marina he olvidado, pero que en el hecho resulta una semihorca. Es un aparato que no asfixia completamente al individuo, pero que lo mantiene suspendido del pescuezo, pisando apenas con la punta de los pies. "Estuvo el muchacho en este suplicio tres das y tres noches: todos los presos lo contemplamos con nuestros propios ojos, repito. Slo se le bajaba de la semihorca cuando se desmayaba. Los pedidos de humanidad fueron intiles. "A los tres das, el mdico declar que la vida peligrara si el suplicio continuaba; y recin entonces fue mandado, creo, al hospital, con el cuello semidislocado. El suplicio fue por una simple sospecha. Despus se supo que el ladrn haba sido otro marinero. En la escuadra hay otro castigo, que, me parece, es llamado zambulln y que consiste en hacer pasar de un lado a otro del barco, por debajo de la quilla, a un hombre atado de pies y manos. Pocos resisten los zambullones; los ms mueren asfixiados. Suelen aplicarse all castigos crueles, los azotes, la barra, varias especies de tormentos proscriptos por la Constitucin y que
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48 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) no deben mantenerse un da ms por respeto a la ley, por humanidad, por civilizacin." Seguramente, lo anterior es una mnima parte de lo que ocurre en las fuerzas armadas. El espritu militar de ciega obediencia, de "subordinacin absoluta", se conforma lentamente amparado por las normas tradicionales y de manera especial por otras ms recientes importadas de Alemania. Recordemos que en 1899 el ejrcito contrata oficiales de ese origen para desempearse como instructores y adopta paralelamente reglamentos y principios que establecen con ms irracionalidad que los anteriores la obediencia ciega, acentundose el verticalismo. El hombre, ahora de manera especial, pasa a ser un engranaje de la mquina destinada a destruir a un presunto enemigo. Se suprime y se desprecia la razn individual, la autodeterminacin del ser humano. Nos encontramos ya con el militarismo, el uso de la violencia que Walter Benjamn define como el medio para fines jurdicos. "El militarismo es la obligacin del empleo universal de la violencia como medio para los fines del Estado." (Benjamin, 1971, 180.) El resultado de todas esas acciones, no deja ninguna duda. En 1902 se establece el servicio militar obligatorio a todos los ciudadanos del pas. Y al ao siguiente, en la Cmara de Diputados de la Nacin, el general Alberto Capdevila define a los hombres bajo bandera como engranajes de una mquina autoritaria. (Rodrguez Molas, 1983.) Dice lo siguiente: "Porque el ciudadano, muchas veces analfabeto, que se incorpora a un cuerpo del ejrcito, en virtud de esa ley de servicio, militar obligatorio vigente, menos que por su voluntad, por temor al castigo que la ley comporta, completamente extrao al ambiente del cuartel, refractario al uniforme que lo embaraza y a la disciplina que lo inhibe y lo comprime, no tiene las aptitudes morales que el servicio militar exige." Y sostiene ms adelante, en ese orden de consideraciones, la necesidad de proseguir con la ms irracional de las dependencias: la muerte de la individualidad creadora. He aqu sus palabras: ' "A ese recluta que proviene de un pueblo, todava sin la suficiente disciplina social, de un hogar de reciente formacin, tiene el oficial subalterno que inculcarle, ante todo, la subordinacin absoluta; es decir, la abdicacin de su personalidad, tanto ms difcil en estas sociedades democrticas, donde todo tiende a desenvolver, no slo el sentimiento de la dignidad, sino del mrito personal, de la altivez, de la independencia, de la superioridad del hombre que en el ejrcito desaparece, para confundirse en las filas como un nmero y ahogar su alma colectiva que debe slo obedecer en silencio." Pero no era suficiente. Seala entonces la esencia de ese aniquilamiento de la personalidad, cuya intencin destaca con los siguientes trminos, esencia del militarismo de todos los tiempos: "Se obedece en todos los grados y la obediencia va hasta la muerte: y practicando esa obediencia no se discute jams, es como se llega al comando superior, que no se deja discutir. As se explica la disciplina militar y se comprende 48
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49 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) toda la grandeza de esa noble servidumbre que consiste en obedecer a una voluntad extraa, no porque emana de una persona, sino porque se ejerce en nombre de la ley y del inters superior que representa." En sustancia, pues, el hecho de definir como "noble servidumbre" al servicio militar, la ciega obediencia, califica y seala la condicin autoritaria que estn racionalizando. Una "educacin para la muerte", el deseo de mecanizar y esclavizar a los soldados. Descontada la realidad de esos hechos, caractersticos de un mbito que poco a poco expande su poder, al analizar la situacin de la sociedad a comienzos del siglo XX, la actitud de los trabajadores adquiere entonces una importancia fundamental. Como sealramos en otra ocasin, el mantenimiento del equilibrio social de los aos anteriores, es decir el proveniente de la accin coordenadora de las creencias tradicionales a las que nos referimos en el primer captulo, sufre cambios bruscos. "Fue a partir de 1902 ao en que se declar la primera huelga general cuando la agitacin obrera se increment", observa Jos Panettieri en Los trabajadores. (Panettieri, 1982.) Ahora bien, no cabe ninguna duda de que en la Argentina, y paralelamente al aumento de las exportaciones agropecuarias posterior a 1880, la creciente importancia de los sindicatos socialistas y anarquistas y el temor a la huelga determinan una respuesta de violencia del Estado para detener un aluvin que aumenta da a da. Entonces, podemos observar en las discusiones de las cmaras del Congreso (las alusiones a la influencia de las ideas forneas es permanente), y en el periodismo, se vivifica el pensamiento conservador como corriente autnoma de la corriente liberal. "El conservadurismo "escribe Mannheim refirindose a la realidad europea no quera simplemente 'algo distinto' de sus adversarios liberales, quera 'pensarlo' de otro modo." Pues bien, en 1902, despus de varios intentos, Miguel Ca obtiene la sancin de su proyecto ("Ley de Residencia") que autoriza al Estado a expulsar del pas a todo extranjero cuya conducta se considere peligrosa para la seguridad o el orden pblico. (Snchez Viamonte, 1956.) Paralelamente, y por razones que hacen a la lucha obrera, imponen el estado de sitio, mantenindose esa situacin hasta comienzos de 1903. Luego, en varias ocasiones, habra de reiterarse. Criterios y actitudes que estarn vigentes, salvo contadas excepciones, hasta fines de 1983. A este respecto, el de la represin, resulta bastante expresivo y revelador el hecho de que por entonces organicen en Buenos Aires la denominada "Brigada de Orden Social", dependiente de la polica de la ciudad de Buenos Aires, origen de otras instituciones similares. Con lo anterior, se asocia el hecho del incremento presupuestario destinado a las fuerzas policiales de todo el pas, el cual alcanza en algunas provincias a la mitad de las rentas disponibles. Los signos que podan observarse por doquier no admiten duda. Federico A. Gutirrez, oficial de la polica de la ciudad de Buenos Aires, expulsado de la institucin en 1906, a causa de su militancia social, redactor del peridico anarquista La Protesta y autor de un extenso relato sobre las actividades represivas, menciona los abusos y las incomodidades de los trabajadores detenidos en las crceles. (Gutirrez, 1923.) En ningn caso, debemos reconocerlo, menciona la existencia de torturas fsicas. Ms adelante, a partir de 1909, vendrn los ataques a mansalva a las manifestaciones proletarias y los asesinatos de los trabajadores. 49
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50 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) La represin va en aumento. Nos limitamos, como prueba de lo expuesto, a recordar el testimonio de un dirigente socialista de esos momentos, el mdico Enrique Dickmann. En Tiempos heroicos, apuntes biogrficos dados a conocer en 1924, recuerda los trgicos das de 1909 en Buenos Aires. En efecto, relata el ataque policial a la manifestacin obrera de Plaza Lorea. "A pocos pasos de aquella asamblea escribe haba apostada una formidable fuerza policial. Cien soldados de la guardia de seguridad, montados en cabalgaduras, armados de sable y revlver, tenan aspecto y expresin imperturbable y firme, cual la mscara de la fatalidad. Otros tantos agentes de polica a pie. Algo ms lejos, el jefe de polica, coronel Falcn, en persona y su estado mayor contemplaban aquella reunin singular". Y agrega ms adelante, despus de aludir a la exposicin de un orador: "La columna de pueblo se puso en marcha por la Avenida de Mayo hacia el oeste, con una bandera roja a la cabeza, sin msica y sin cantos, solemne y muda como el destino. Detrs de ella se movi el escuadrn de la muerte. Yo me dirig por la misma avenida hacia el este para reunirme a la manifestacin socialista. Apenas haba andado un centenar de pasos cuando fui sorprendido por el ruido de una descarga cerrada y un grito de horror y de espanto de la muchedumbre que hua en desbandada [...] El espectculo que se desarroll ante mi vista era horrendo. Cien soldados de a caballo descargaban a mansalva sus revlveres sobre una muchedumbre enloquecida por el pnico... sobre el pavimento de la avenida, qued, entre charcos de sangre humana, un tendal de ocho muertos y cuarenta heridos." Sin entrar en los detalles menores de los acontecimientos, recordemos, inserta en ese proceso general, la violencia desatada en 1919 en Buenos Aires contra los obreros en huelga, los fusilamientos en la Patagonia en 1920-1922 se calcula que fueron fusilados mil obreros y peones, la violenta represin de las bandas armadas de La Forestal en sus establecimientos del Chaco y Santa Fe. La actividad, en fin, de los grupos parapoliciales creados por Manuel Caries (Liga Patritica Argentina) un antecedente de la tristemente clebre A.A.A. de Jos Lpez Rega para perseguir las expresiones del movimiento obrero, una realidad que cada da obsesiona ms a los sectores conservadores del pas. Durante la semana trgica se golpe y lastim a los huelguistas detenidos. Lo informa la Revista de Derecho, Historia y Letras dirigida por Estanislao Zeballos (tomo LXII, 1919, 279); por cierto, una publicacin que de ninguna manera simpatiza con el movimiento sindical. Se escribe lo que sigue: "All (casa central de la polica) y en las comisaras se haba desencadenado un ambiente de violencia que parece comprobado. Afirman numerosos testigos que en el Departamento se daban palizas y aun se lleg a herir a hombres calificados de cratas, algunos de los cuales eran inocentes y haban sido tomados en la confusin, por error." Esto en cuanto a la ciudad de Buenos Aires. Hemos mencionado a las fuerzas armadas propias de La Forestal. Se las conoca con el nombre de "gendarmera volante" y sus miembros eran reclutados entre la escoria de las crceles de la Repblica de Paraguay y de la provincia de Corrientes. Entre los aos 1919 y 1921 cometen decenas de asesinatos y torturan a los obrajeros de los montes chaqueos que luchan por obtener en ese infierno mejores condiciones laborales. Se ensaan 50
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51 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) de manera especial con los de Villa Guillermina y Villa Ana. ngel Borda, un valiente militante anarquista y afiliado a la F.O.R.A., alude, en un testimonio que reproduce Gastn Gori, a esa fuerza de choque pagada por la empresa. He aqu parte del relato del sindicalista: "En las huelgas que se desarrollaron con suerte varia entre 1919 y 1920 y la conocida como 'huelga grande', de 1921, la empresa introdujo una fuerza de choque que fue adquiriendo extensin y envergadura, con su secuela sangrienta de crmenes, incendios y violaciones, que asol la regin creando un clima de terror. Todo ello constituye una de las pginas ms repudiables y vergonzosas, para la empresa que implant ese terror como sistema de sometimiento y cometi toda suerte de atrocidades y para nuestros gobernantes que toleraron, a sabiendas, un tratamiento inhumano y degradante a compatriotas cuyo nico delito consista en reclamar elementales condiciones de vida y de trabajo." (Gori, 1965, 249.) Con la fuerza de las armas y las violaciones, se impone el terror colectivo. Inspirados esos asesinos en las ideas de la Liga Patritica Argentina, colocaban sobre el sombrero de cowboy que los identificaba una escarapela con los colores nacionales. Se recuerda, entre otros de sus miembros, al sargento Varla, torturador de obreros, y a los hermanos Mio, criminales comunes. La "gendarmera volante" de La Forestal, seala Gori, estaba armada con muser, winchester y facn, y su funcin era reprimir a los huelguistas y defender los bienes de los obrajes, superponindose a las funciones normales de la polica oficial.
52 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) Sin duda, esa concepcin laudatoria del fascismo y del nazismo nos conduce directamente a realidades del pasado ms reciente. Palabras e ideas similares da a conocer ese mismo ao Manuel Glvez, militante catlico de la derecha y novelista de xito: "Hace falta una mano de hierro, que ejerza la ms severa censura en el teatro y en el cinematgrafo, en la radio y en el libro. Hace falta una mano de hierro que suprima la aficin a la desnudez pagana que corrompe a las mujeres, emporca el periodismo y difunde en todos los rincones la inmoralidad. Hace falta una mano de hierro, como la de Mussolini, como la de Hitler, como la de Dollfuss [...] que salve a la familia cristiana y a la moral. Yo no apruebo las persecuciones realizadas por los nazis, pero me entusiasman aquellos campos de concentracin en donde millares de jvenes aprenden la vida austera [...] Creo que un rgimen fascista o algo que se le parezca, podr dar resultado." (Glvez, 1934.) Es conocida la influencia importante de Mussolini en un amplio sector del nacionalismo argentino de comienzos, y aun antes, de la dcada que se inicia en 1930, aunque la mayor parte de los ultras de derecha ya haban bebido en las fuentes francesas, Charles Maurras (1868-1952) y Maurice Barres (1862-1923). Estos tericos de la derecha formularon por primera vez los principios del nacionalismo integral, idea que rechazaba el liberalismo humanitario y progresista de la Ilustracin. Y lo hacen, observa Hans Kohn, en favor de la accin rpida y decisiva y por considerar esa posicin, la de la Ilustracin, opuesta al desarrollo de la nacionalidad. (Kohn, 1966.) En lo que respecta a los intereses del pas, afirma Maurras, los mismos estn sobre todo otro presupuesto y debe combatirse la deliberacin y el compromiso social y poltico. Desde ese punto de vista, una ruptura con los principios de fines del siglo XVIII y comienzos del siguiente, las derechas, aqu y en el Viejo Mundo, ponen el acento en la autoridad y el verticalismo, en la absoluta precedencia de la comunidad nacional sobre el individuo. "Primero la patria, luego el partido y despus los hombres", constituye un postulado poltico muy conocido. Pero no es todo. Por esos y otros principios que comparten en mayor o menor grado autoritarismos y totalitarismo de izquierda y derecha en defensa de la nacin y de la "cultura nacional", todo est permitido: persecucin, crcel, tortura, asesinato y degradacin de los opositores pasivos o activos del sistema. A ello se suma la esperanza en el lder carismtico y providencial, Duce, Fhrer, Caudillo, que salvara el pas del imperialismo internacional, del marxismo, de la burguesa, de todos los males, imponiendo el orden jerarquizado y el nacionalismo. Por otra parte, atacan como caduco al viejo orden burgus y al liberalismo con un lenguaje peculiar y caracterstico que se repite en mbitos distantes en el tiempo y en el espacio. Constituyen, sin duda, principios que sirven de comn denominador a todos los ultras. Proseguimos. Glvez, en el texto mencionado, expone todo con claridad. Ahora bien, debemos recordar aqu un principio ya sealado por otros en relacin al alcance y al sentido que puede tener la crtica a opiniones similares a la del
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53 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) novelista de Nacha Regules. Se ha dicho que una situacin irracional siempre escapa a la funcin de la razn. Slo qu duda cabe? es posible combatirla con un anlisis apasionado. Aos antes, precisamente en diciembre de 1924, en Per y con motivo del centenario de la batalla de Ayacucho, el poeta Leopoldo Lugones pronuncia un extenso discurso que se conoce como "la hora de la espada". En presencia del general Justo, ministro de Guerra del presidente argentino Alvear, hace el elogio del ejrcito y sostiene la necesidad de la fuerza para imponer el orden, "la hora de la espada". Y agrega: "Slo la virtud militar realiza en este momento histrico la vida superior que es belleza, esperanza y fuerza". La esttica de la muerte. Pero es necesario detenernos ahora en el general Uriburu. Proveniente de una familia tradicional de la provincia de Salta, est emparentado con los Anchorena, Patrn Costa y lvarez de Arenales, entre otros. Sobrino de un presidente, Jos Evaristo Uriburu, casa con Aurelia Madero, acaudalada heredera del constructor del puerto de Buenos Aires. Egresa del Colegio Militar y, tiempo ms tarde, estudia en Alemania las tcnicas militares de ese pas. A su regreso, impone la irracionalidad y el verticalismo prusiano en el ejrcito argentino, una tendencia, insistimos, que vena observndose ya algunos aos antes. (White, 1982). Profesor y director de la Escuela Superior de Guerra, en varias ocasiones manifiesta la admiracin que siente por las teoras y la disciplina de los herederos de von Clausewitz (Von Uriburu denominan al dictador debido a su admiracin por el ejrcito alemn), contrarrevolucionario y terico de la muerte cuyos libros se analizan y estudian en los institutos militares. La prueba, entre otras, de lo antes expuesto la encontramos en la nmina de las ediciones de la Biblioteca del Oficial de los aos previos a 1930, una tendencia que se incrementa a partir de entonces. Imprimen, por caso, La nacin en armas del barn von der Goltz y una biografa de Federico el Grande por el mariscal conde de Schlieffe. Pero no es todo. De los seis jefes del Estado Mayor que revistan a partir de 1910, cuatro se haban perfeccionado en Alemania. Ahora bien, una exposicin de las caractersticas y vicisitudes de la dictadura tendr que ser sumaria, ya sea por falta de espacio, ya sea porque no existen hasta hoy.tal vez con la excepcin del conocido libro de Alain Rouqui, obras sistemticas sobre las tendencias y acciones autoritarias y su proyeccin en la sociedad.* De todas maneras, as fue siempre, insertas en la competencia entre los intereses y la violencia, las representaciones represivas se convierten en tortura al perder el sistema su base tradicional de sustentacin, en algunos casos al no estar afianzadas. Como es sabido, los conflictos de una sociedad de clases contribuyeron en los siglos XIX y XX a agudizar los enfrentamientos y prevenciones. Hemos sealado que en la Argentina, esa realidad comienza a tener vigencia, aproximadamente, a partir del ao 1900. Tres dcadas ms tarde, precisamente el 7 de diciembre de 1932, sealara el diputado conservador Jos Mara Bustillo, al salir en defensa de los grupos parapoliciales que enfrentaban con violencia las manifestaciones obreras, opiniones que definen a su sector. Para l toda la culpa de los males del pas se debe a la accin del partido socialista, "representante son sus palabras de la 53 * Esto fue sealado en 1983 en la primera versin de este trabajo. Posteriormente, a cargo de la direccin de una de las colecciones de EUDEBA, organic la publicacin de un libro con materiales sobre el orden autoritario en la Argentina, investigacin realizada por la profesora Alicia S. Garca. El estudio preliminar lo realiza Juan Jos Sebreli.
54 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) clase que est ms cerca de los extranjeros". Quince aos ms tarde, mutatis mutandis, el populismo invierte los papeles. Bustillo, aorando los viejos tiempos, agrega: "La historia demuestra que la lucha entre los partidos tradicionales argentinos ha sido intensa y que algunas veces se han confundido en un abrazo despus de los comicios. Partidos, por ejemplo, como el de Mitre y de Alsina, que se combatan en forma agria, estaban dispuestos al da siguiente a pactar, a pensar en comn en los intereses generales del pas. Pero desde que aparece el Partido Socialista en escena, aparece el odio; la forma enconada en que se establece la lucha se debe pura y exclusivamente a la accin del Partido Socialista, que no ha querido reconocer jams nuestras buenas obras ni los propsitos sanos que hemos tenido de servir al pas en la forma que nos ha parecido mejor." Si hubisemos de relatar todos los episodios de violencia que tienen lugar a partir del 6 de septiembre de 1930, tendramos que llenar muchas pginas. Nos limitamos, pues, una vez ms, a la enunciacin de los casos ms significativos. Ahora bien, es innegable que entonces la fuerza, como siempre, no es la nica violencia vigente para someter al pueblo. Con plena conciencia perfeccionan otras ms sutiles, psicolgicas, teniendo como intermediarios a los denominados "canales de comunicacin de masas" radiofona, periodismo amarillo, revistas y los espectculos "deportivos", realidades que facilitan el control y la planificacin del ocio. Un control, por cierto, que canaliza en favor del Estado la coordinacin y el destino de los hombres. Pero no es todo. Perfeccionan, asimismo, los medios que permiten inducir y transformar los antagonismos internos en agresin externa, y determinan as la corriente de aspiraciones comunes que facilita la supremaca y el dominio; una situacin, por otra parte, que reproduce caractersticas observadas en el siglo XVII espaol. Un caso lmite de lo expuesto se observa en Buenos Aires, entre los meses de abril y junio de 1982, con motivo de la guerra de las Malvinas. Manifestaciones colectivas en la Plaza de Mayo, represin policial, chauvinismo extremo contra todo lo extranjero, nacionalismo agresivo. Conservadores y comunistas se dieron la mano, asociados en apoyo de la aventura del autoritarismo militar. "En realidad escribe Wilhelm Reich, todo orden social produce en las masas que lo forman las estructuras necesarias para alcanzar sus fines principales. Sin estas estructuras psicolgicas de masas, la guerra sera imposible." (1980, 53.) Otra de las caractersticas observadas a partir de 1930, sus antecedentes se remontan al pensamiento catlico de la dcada de 1880, la encontramos en el repudio al liberalismo por parte de los conservadores y la derecha extrema. Adorno, en la investigacin realizada en Estados Unidos sobre La personalidad autoritaria, define esas expresiones y otras de carcter fascista, de seudoconservadoras, muchas veces reemplazadas con las palabras seudoliberales y seudoprogresistas (Adorno, 1965). Tratan en todos los casos de contrarrestar las ideas progresistas con el repudio del pensamiento poltico liberal y el establecimiento de una
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55 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) planificacin que imponga el espritu, en una accin similar a la observada durante el nazismo, de "superioridad nacional". Por otra parte, se ha sealado, la persistencia del nacional-socialismo en grupos que se manifiestan democrticos es potencialmente ms peligrosa que las tendencias fascistas bien definidas contra la democracia. No es ignorado el hecho de que el fascismo adquiere en el tiempo nuevas formas de expresin sociocentristas. Insisten en expresar que todo lo forneo debe prohibirse. Se nos ha recordado que los retrgrados y pobres de espritu, siempre combaten como "extranjeras" las cosas e ideas que escapan a su comprensin o intereses, y Lo hacen con el fin de "proteger" a la nacin de "influencias" extraas que pongan en tela de juicio las ideas tradicionales. Otros, por cierto, "no lo saben, pero lo hacen". Creen, negando la historia, que deben preservar los "estilos de vida" del pas; la propuesta agresiva y sociocentrista que siempre renace en situaciones crticas. En 1939, en Alemania, condenan a muerte o prisin a cualquier ciudadano de ese pas que sintonice emisoras del exterior, amplindose, tiempo despus, la disposicin a todos los que escuchasen msica de compositores extranjeros. Aclarado lo anterior, proseguimos con el anlisis de la situacin del pas en relacin con la tortura y otras violencias. Pues bien, como consecuencia de las acciones totalitarias puestas en vigencia con posterioridad al 6 de septiembre de 1930, surgen voces de rebelda, no pocas veces violentas, que parten de obreros,'estudiantes, militantes polticos, y aun de miembros del ejrcito. En febrero de 1931 torturan en los stanos de la Penitenciara, en Buenos Aires, a presos sociales y a opositores al rgimen. "Por primera vez en la historia nacional acusa el ex presidente Marcelo T. de Alvear antes de partir al destierro se oye hablar de espantosas torturas medievales aplicadas con entonacin tenebrosa". Nos encontramos ya en plenitud con la "hora de la espada" de Leopoldo Lugones padre. Pues bien, de acuerdo con esa perspectiva, comienza entonces a "racionalizarse" un proceso de reaccin desarrollado a travs de varios cauces y que abarca a los grupos de poder y al pueblo. Y tambin comienza la tortura, una tortura revitalizada. De la barbarie conocemos las declaraciones de los afectados, las denuncias expuestas a travs de la prensa extranjera y la accin de algunos legisladores, los menos, a partir de enero de 1932 El 28 de marzo de ese ao, en el transcurso de la segunda reunin extraordinaria de la Cmara de Senadores de la Nacin, el lder socialista Alfredo Palacios, da a conocer ante sus pares las pruebas de la tortura, una extensa y documentada exposicin que altera los nimos de la extrema derecha, de manera especial a Snchez Sorondo.1 En el Parlamento, es la nica voz acusadora que se levanta, y su crtica aguda llega por momentos al centro de una sociedad enferma y con temor. Las vctimas de la barbarie, observa Palacios, son todos querellantes de la justicia amparados por el abogado Jos Peco. Snchez Sorondo, hasta mediados de 1931 ministro del Interior y consejero de Uriburu, niega los cargos. Recurre entonces el senador denunciante a documentos precisos. Descontado el testimonio bajo juramento de los torturados, expone las pruebas de las cuales tienen mayor fuerza las que provienen de dos oficiales del ejrcito, uriburistas y testigos de las violencias. Y agrega: "Los empleados, los guardianes, los inspectores de vigilancia, los oficiales del destacamento del Regimiento 2 de 55 La parte ms sustancial del debate se transcribe en "Textos documentales sobre el orden represivo", n XXV.
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56 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) Infantera, que se encuentran todava en sus puestos, revolucionarios todos, declaran indignados que han comprobado en la Penitenciara las torturas que se realizaban". Uno de los oficiales del Regimiento 2 de Infantera testimonia por escrito las torturas expuestas a los presos sociales y polticos. He aqu parte de lo expuesto por el teniente primero Adolfo Lpez, encargado de la guardia de la Penitenciara de la calle Las Heras: "Desgraciadamente lo que he presenciado y lo que he odo durante los das inciertos de 1931, me han demostrado que estamos frente a la ms honda perturbacin de los sentimientos y a la dolorosa comprobacin de perversiones morales, que si cundieran en el ejrcito seran de consecuencias irreparables". Y luego de otras consideraciones, agrega en referencia al sitio de las torturas y a los encargados de realizarlas: "All se me ense un aparato que segn se me dijo haba servido para torcer los testculos de los torturados; una prensa que se utilizaba para apretar los dedos; un cinturn de cuero con el que se haca presin en el cuerpo y al que llamaban camisa de fuerza, etctera ... Confieso que la comprobacin de lo que cre fuera un rumor sin fundamento me indign tan profundamente que sent repugnancia [...] Regres al cuartel y puse en conocimiento de mi jefe el teniente coronel Santos V. Rossi lo que haba visto, agregando que la tropa estaba enterada de todo, porque los agentes de investigaciones a las rdenes del comisario Vaccaro se jactaban de los tormentos y explicaban a los conscriptos cmo se aplicaban. Yo expres mi descontento, lo mismo que muchos otros oficiales. Estas expresiones mas y de otros camaradas llegaron a conocimiento del teniente coronel Molina, quien por intermedio del teniente coronel Rossi me manifest su desagrado." Nos encontramos frente al testimonio de un joven oficial a quien, es posible, el sentido de obediencia vertical y el autoritarismo no haban podido deformar su pensamiento. No olvidemos que el pas ingresaba en el infierno dictatorial despus de tres lustros de gobiernos elegidos por la voluntad popular, y tambin con la presencia activa de un movimiento sindica] consciente de los derechos humanos y de la condicin de la clase trabajadora. A pesar de las opiniones conformadas a la sombra de las doctrinas tradicionales y de otras que llegan de Europa, no todos los oficiales estaban contaminados por las ideas fascistas o integristas, proceso que ha de generalizarse en los aos siguientes bajo otras condiciones sociales y econmicas. El dogmatismo previo a 1930 se ha de incrementar en varias lneas de pensamiento que abarcan desde la jerarquizacin aristocratizante y ultramontana al populismo nacionalista. Pues bien, basndonos en la documentacin parlamentaria y en otros testimonios, la nmina de los torturados es extensa y abarca a obreros, estudiantes, militares opositores al rgimen, polticos. En ningn caso, as lo determinan las investigaciones realizadas, buscan la muerte de las vctimas. Tratan de aniquilar la voluntad, averiguar el nombre de los opositores ms decididos, imponer el terror a todos. De acuerdo con la denuncia de los testigos, el artfice de la maquinaria represiva que se establece, entre otros, fue Leopoldo Lugones hijo, jefe de Orden Poltico, asistido por sus ayudantes, miembros de la polica de la ciudad de Buenos Aires. Se observa en el Congreso que a las sesiones de tortura asistan el ministro 56
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57 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) del Interior Snchez Sorondo y el coronel Juan Bautista Molina, partidario del rgimen de Uriburu. Es el momento de recordar que ste, aos ms tarde, sera el lder de la Alianza de la Juventud Nacionalista, grupo de derecha creado en 1937 por Juan Queralt, quien luego, observa Juan Jos Sebreli, colaborara con Juan Domingo Pern. En la accin represiva y en la aplicacin de los tormentos colaboran, asimismo, el ex diputado conservador Alberto Vias, director de la Penitenciara, el subprefecto David Uriburu, el comisario inspector Vaccaro y el jefe del penal, Ral Ambrs. El oficial del ejrcito opositor al rgimen, Gerardo Valotta, violentamente torturado, refiere bajo juramento las infamias que debi soportar en la Penitenciara. Recuerda entonces: "Estaba mi cuerpo atado por un pioln grueso y fuerte, que pasando por abajo de mis piernas, por la cintura, por el pecho, por la garganta y por la frente, como un lazo, me una los brazos por detrs de la silla a un extremo corredizo. Tirado por ste, impriman a voluntad tensin a las ligaduras". Conocemos otros nombres de las vctimas: Emir y Amlcar Mercader, el general Baldassarre, los anarquista Di Giovanni y Scarf (fusilados luego de sufrir castigos inauditos), Eduardo Bedoya, decenas, en fin, de annimos obreros y militantes sociales. A Cristbal Bianchi, socialista, le fracturaron a golpes dos costillas. El estudiante platense de ingeniera Nstor Jaregui acusa de manera directa a Leopoldo Lugones hijo, cuya actitud expone: "La orden del seor Leopoldo Lugones fue la siguiente: Ya saben, si dentro de cinco minutos no cantan, procedan como siempre, y a m me dijo amablemente que de ah iba, como todos, directamente al hospital. Se retir, porque segn omos despus de su boca, Schelotto, Luinazzi y yo, l no era capaz de torturar, pero y aqu el nfasis es muy capaz de mandar a torturar." Una actitud, sin duda, similar a la observada con los castigos que en el siglo XVI ordenan aplicar los sacerdotes a los indgenas, y a la de Hernandarias de Saavedra a comienzos del siguiente. Un dspota, decamos, que no se anima a encarar frente a frente a la vctima. Y ahora nos corresponde sealar algunos aspectos de los mtodos de tortura utilizados a comienzos de la dcada de 1930. An, es necesario recordarlo, no se conoce la picana elctrica, mtodo que recin aparece tres o cuatro aos ms tarde. Los siguientes, entre otros, son los sistemas "tcnicos" de la barbarie psicoptica de los renovadores inquisitoriales: a) La silla ("se ataba al preso a un silla de hierro, se lo amarraba fuertemente y ya inmovilizado en esa forma se lo castigaba a puntapis, o a trompadas o cachiporrazos, a gomazos"); b) el tacho, invencin de Lugones ("bruscamente se elevaba al atormentado, hacindolo caer, completamente atado y de bruces, en un tacho inmundo, repleto de agua y de las asquerosas bazofias [...] y despus de un nuevo interrogatorio y de otros golpes de puo, de cachiporras o de puntapis, se le sumerga por segunda o tercera vez en ese dantesco recipiente"); c) los tacos ("se colocaban contra los riones cuando el torturado era atado a la silla [...] iban penetrando poco a poco en la carne del atormentado y el suplicio se tornaba horrible"); d) las prensas ("prensa para apretar las manos o una prensa mayor para martirizar el cuerpo ntegro .[...] 57
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58 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) las largas maderas estaban unidas por una especie de bisagra en uno de los extremos y en el otro por un tornillo sinfn, que se iba apretando ante cada negativa a declarar y hasta que el torturado se desmayara"); e) la tenaza sacalengua ("tenazas de madera, con la que se tiraba de la lengua a los detenidos y que sirvi para martirizar los senos de dos distinguidas seoritas"); f) el serrucho ("consista en serrucharle el cuerpo desnudo, mediante una fuerte soga de camo"); g) el tringulo ("consisti en tener en un estrecho y hmedo calabozo, completamente desnudo, al detenido, mientras se anegaba cada cuatro o cinco horas el calabozo a fuerza de baldes de agua"); h) las agujas caldeadas al rojo ("se utiliz contra el obrero Bacaioca [...] se le traspasaron con agujas al rojo las partes genitales"); i) el papel de lija y aguarrs ("se les raspaba el pecho con papel de lija y se les rociaba con alcohol y aguarrs").2 Es indudable que al trmino del relato, tengamos repugnancia e indignacin. Pero hay otros aspectos tan importantes y atroces como los anteriores y que los sistemas represivos posteriores perfeccionan: incomunicacin del preso, aislamiento e ignorancia de la situacin legal. El espectculo de la dignidad del hombre, abandonado y en debilidad ante los opresores, sin esperanza, es tan destructor como la mquina de la violencia irracional que lo somete a tortura. Tambin se tortura fuera de la Capital: en Bragado, San Justo y Avellaneda. En la mayor parte de los casos las vctimas son trabajadores socialistas y libertarios. En agosto de 1931, en Bragado, sufren la represin policial varios obreros acusados de querer poner en prctica un plan terrorista. Basndonos en los informes judiciales y en las pericias mdicas, la brutalidad de la polica llega a lmites extremos.3 Los acusan de estar en connivencia con los radicales del partido de 25 de Mayo y de fabricar bombas con el fin de alterar el orden pblico. Golpes de puo, amenazas de muerte, aislamiento. Pascual Vuotto, una de las vctimas, declara ante la justicia los sufrimientos padecidos. Dice: "Me ayudaron a sentarme en la misma silla, colocado frente al escritorio de Ledesma, invitndome a que describiera el plan terrorista, pues si no 'no saldra con vida de all'. Me hicieron recordar que no me haban registrado la entrada en el libro y que 'yo saba por qu lo hacan'. Como respuesta ped que me dejaran tranquilo, pues nada saba respecto de ese plan. Entonces Vinotti me dio un golpe con la planta del pie en el bajo vientre, producindome una gran descompostura y un mareo que me dur largo rato. En esa situacin fui llevado al calabozo por el cabo guardiacrcel, pues no poda caminar sin que me sostuvieran. [...] "Momentos ms tarde me sacaron nuevamente, atndome otra vez en la misma silla. Esta vez permanec en esa situacin como media hora, sin que me golpearan, preguntndoseme por qu era anarquista y otras cosas relacionadas [...] La posicin incmoda y la presin del cuerpo sobre los brazos me produca un intenso dolor [...] me resist a responder. Intervinieron entonces Tula y Vinotti, hasta entonces indiferentes, golpendome sobre el corazn, despus de haberme desprendido el saco y el chaleco." En ningn caso las torturas se realizan en presencia de testigos, aislndose a los presos de sus compaeros. Por otra parte, aos ms tarde sera frecuente, los jueces de instruccin no ignoran la verdad de los hechos y estn en connivencia con la polica. Ahora bien, llegados a este punto podemos preguntarnos, cul era, por
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58 Cf. "Textos documentales sobre el orden represivo", n XXIV. Cf. "Textos documentales sobre el orden represivo", n -XXVI.
59 Ricardo Rodriguez Molas EL FIN DEL LIBERALISMO Y EL TEMOR DE LOS QUE POSEEN (1900-1932) caso, la situacin del delincuente annimo sin recursos econmicos y acusado de haber cometido un delito contra un personaje influyente? Por cierto, as lo sealan los penalistas opuestos a las estructuras tradicionales del sistema judicial, nada fcil y siempre expuesta a las contingencias de los intereses en juego. Pocas horas antes de entregar el poder a su sucesor, general Agustn P. Justo, el 20 de febrero de 1932, Uriburu seala a la opinin pblica sus ideas polticas quin poda ignorarlas? y advierte sobre una disyuntiva que l resuelve de la misma manera que lo harn en lo sucesivo sus epgonos. He aqu sus palabras: "El voto secreto es precisamente lo que ha permitido el desenfreno demaggico que hemos padecido [...] Cumple a nuestra lealtad declarar, sin embargo, que si tuviramos que decidir forzadamente entre el fascismo italiano y el comunismo ruso y vergonzante de los llamados partidos polticos de izquierda, la eleccin no sera dudosa". Argumentacin tpica del lenguaje fascista, el militar-gobernante piensa la opcin que ms le conviene y deforma la realidad (todos los partidos de izquierda son bolcheviques). Los trminos de Uriburu, insistimos, su dicotoma en el anlisis de la situacin poltica y social, sus temores no difieren de otros que en esos das exponen Adolfo Hitler y Benito Mussolini. La escena, las ideas y la prctica estaban a disposicin de los intereses de los das que llegan. Y tambin, as ser, estaba a disposicin la barbarie. Como saldo de ese perodo, entre la creacin en 1931, de la seccin Orden Poltico para reprimir las ideas sociales consideradas de avanzada, y el ao 1934 as lo determin un memorial elevado ese ao a la Cmara de Diputados, 10.000 presos pasaron por sus calabozos y 500 de ellos haban sido torturados.
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discutirse entonces la renuncia a su banca del legislador Pena, acusado de haber denigrado el concepto de patria. Los representantes socialistas aluden reiteradamente, y en descargo, a su condicin de patriotas nacionalistas: "mis palabras seala el ya aludido son la verdadera expresin del sentimiento nacional [...] que reclama mayor verdad y un contenido ms argentino a todo cuanto se dice y propone [...] porque quiero tener el alto honor de ser argentino [...] y porque quiero tambin proclamarlo en nombre de un pas cuya poblacin sana y feliz cante, porque sienta y viva las estrofas del himno inmortal". De todas maneras, qu duda cabe, la accin ms chauvinista proviene de la derecha y del nacionalismo. El 3 de diciembre de 1932 grupos parapoliciales armados atacan a tiros un acto anarquista en Parque de los Patricios por considerar que los oradores, as lo seala un editorial de La Prensa, "agredan con gruesos calificativos a las autoridades y a los smbolos del pas". En noviembre de ese ao miembros de la Legin Cvica ingresan con violencia al centro socialista de la calle Mxico 2070, en momentos en que un grupo de trabajadores deliberaba sobre temas que interesaban a la organizacin obrera a la cual pertenecan. Destruyen muebles y disparan sus armas de fuego en presencia de la polica. Nadie los detiene. Manuel Fresco, partidario del fascismo italiano y entre los aos 1936 y 1940 gobernador de la provincia de Buenos Aires, ms tarde simpatizante de Pern, seala en 1932, un ao antes de ascender al poder Adolfo Hitler en Alemania, su profesin de fe nacionalista. Dice entonces en la Cmara de Diputados: "En todos los pases donde la crisis avanza y donde la violencia se desata, renace el nacionalismo; nosotros tenemos grandes, enormes, formidables reservas de nacionalismo que estn saliendo a la superficie y que van a arrollar al socialismo rojo y a las izquierdas disolventes que atentan contra la integridad de las instituciones fundamentales de nuestra patria". Y, temeroso de la posible accin de la clase obrera, advierte, por cierto que sin equivocarse, sobre los das que vendrn. Las siguientes son parte de sus palabras: "Pero sepan ustedes que hay reservas morales y nacionalistas para hacer frente a cualquier violencia, y hay un ejrcito que ha de hacer respetar la soberana y los smbolos [...] Los viejos hogares criollos representan los ltimos reductos tras de los cuales se va abroquelando el patriciado nativo, dechado de virtudes y de honra, la vieja familia argentina que se extingue [...] Sentimos la nacionalidad de los viejos hogares criollos como una sugestin de conciencia autctona, forjada en el crisol de un pasado de gloria, del que slo puede renegar algn descastado a quien deshonra la patria en que naci o el aura del cielo azul que acarici su cuna. Somos nacionalistas, s, por culto, por devocin y por conviccin." Se trata del mismo gobernante que en 1936 y en los aos siguientes persigue a los obreros de la provincia de Buenos Aires. Bajo su mandato se tortura a presos sociales en Bragado. Los hechos se iban encadenando paso a paso para converger ms adelante en las doctrinas populistas posteriores a 1940. Cuatro aos antes, precisamente en 1932, Juan Domingo Pern da a conocer su tratado de estrategia militar en donde sostiene la necesidad de establecer la armona entre las clases sociales, teora que pondra en prctica aos ms tarde. 61
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El general Jos Flix Uriburu, el 20 de mayo de 1931, autoriza por decreto, oficializndola, a la Legin Cvica, grupo parapolicial de neto corte fascista. El 11 de enero del ao siguiente se le otorga personera jurdica. Se faculta entonces a sus miembros a concurrir a los cuarteles y establecimientos militares con el fin de recibir instruccin en el manejo de las armas de fuego. "Saludo en vosotros les dice el presidente de facto desde uno de los balcones de la Casa de Gobierno a la fuerza cvica que condensa y expresa con fervor el espritu genuino de la revolucin de septiembre". La Legin Cvica es el antecedente de otras instituciones represivas de los aos posteriores, que asesinan, torturan e imponen el terror; a sus miembros se les hace entrega en el Arsenal de Guerra, de fusiles, caramaolas, correajes, mantas, etctera, solicitados por los comandantes de la Legin a las autoridades nacionales.1 A imitacin de los nios y adolescentes italianos de esos das los balilas, a partir de junio de 1931 instructores del ejrcito dan adiestramiento militar a escolares argentinos.2 El sentimiento tradicional de patria deriva entonces en una educacin para la muerte, en la violencia institucionalizada. Se trata, por cierto, de un intento frustrado. As las cosas, en 1932, asume la presidencia el general Agustn P. Justo. Es sabido que su gobierno, perfeccionador de Orden Poltico, fue un vivero donde desaprensivamente creci la semilla del fascismo de Uriburu. Justo, en momentos del ascenso al poder de Hitler, impide el ingreso al pas de muchos hombres de ciencia que buscaban un refugio contra la persecucin de los nazis. Es indudable que ya en esos aos encontramos muchos de los elementos que definen a la realidad de las dcadas posteriores. Revitalizado con nuevos presupuestos ideolgicos, el intento corporativo del general Uriburu, fracasado al no 62 "Cont con los cuarteles acusa el diputado socialista Solari el 11 de mayo de 1932 en la Cmara de Diputados y con armas y materiales del ejrcito. En el Arsenal de Guerra y en la Direccin de Administracin se suministraron, entre otras cosas, fusiles del ao 1891, caramaolas, correajes, mantas, etctera, que los comandantes de la Legin solicitaron por nota al ministerio de Guerra y cuyos pedidos ste provea [...] Cont con la colaboracin policial, para la que eran sagrados los salvaconductos extendidos por la Legin. La presin sobre los obreros y empleados de la administracin se ejerci cada vez con mayor intensidad y violencia, con el propsito de convencerlos de la necesidad de servir a la patria en las filas de esa institucin militarizada y oficializada." 2 El mismo diputado aludido en la nota 1, denuncia esa accin sobre los nios: "En el Hotel de Inmigrantes iniciaron los nios, a mediados de junio (de 1931), su adiestramiento militar con instructores del ejrcito argentino. La Prensa, que en su nmero del 19 de mayo criticaba el anunciado reconocimiento de La Legin, el 17 de junio insisti acerca de la preparacin militar de los sectores infantiles, expresando un juicio que yo deseo hacer constar en el Diario de sesiones porque es la opinin de un diario de gran difusin y cuyo juicio, evidentemente, no puede ser sospechado de socialista. "Despus de recordar la autorizacin para ocupar escuelas, se refiere a la brigada femenina y menciona la actividad que se iniciaba en los sectores infantiles y expresa esto: 'Nios en edad escolar son los nuevos afiliados y todos ellos sern adiestrados, segn los anuncios publicados, por instructores del ejrcito en marchas y evoluciones militares, as como en el manejo de nuestras armas de guerra'."
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contar con el apoyo de las masas, adquiere nuevas formas a partir de 1943, ahora s con el apoyo popular. De todas maneras, esa fecha no constituye un corte histrico preciso. Aos antes comienza a escucharse en Buenos Aires y en otras ciudades del interior la palabra de los profetas que sostienen la necesidad de imponer en el pas la "sociedad organizada". Son, sin ninguna duda, los prolegmenos de los das que se avecinan. Pues bien, como vienen hacindolo otros, el 17 de noviembre de 1941 advierte Manuel Fresco, en una conferencia que pronuncia en el teatro Grand Splendid, sobre la necesidad de imponer en el pas una nueva poltica econmica y social que solucione las dificultades del sistema imperante. La suya es la solucin cuasi fascista para superar las contradicciones del capitalismo. A travs de una fraseologa que tendr luego sus imitadores, se declara militarista, opuesto al imperialismo de la "finanza internacional", defensor, as lo seala, del obrero "degradado y subestimado", partidario de los sistemas totalitarios imperantes en esos momentos en Espaa, Italia y Alemania. Propone a su auditorio un programa similar a los presupuestos fascistas pero adaptado a la idiosincrasia del pas. "Lo que el Nacionalismo haga en otras naciones dice nos interesa solamente como factor de ilustracin. Hay contina diciendo muchos problemas que son iguales, comunes; pero hay muchsimos ms, que se diferencian fundamentalmente, de acuerdo con la idiosincrasia de cada pas." (Fresco, 1943, III.) La lectura y el anlisis de los editoriales de Cabildo, peridico de inspiracin fascista editado en la ciudad de Buenos Aires a partir de 1942 por Duraona y Vedia, nos trae el recuerdo del lenguaje que poda escucharse con posterioridad a 1943. Son, y renovados bajo otros principios doctrinales, los herederos de la Liga Patritica y de la Legin Cvica. Pero advirtase adems que, en aquellos pequeos crculos de lite, comienzan a despuntar a partir de 1937, aproximadamente, las crticas que aluden a un supuesto sistema liberal que, dicen, destruye el orden social establecido ("el liberalismo ha hecho caducar la poltica" sostienen). Y tambin mencionan al capitalismo forneo nada observan sobre el nacional que ataca las bases de la nacionalidad ("los destinos funestos de la Plutocracia" es una frase que se escribe con frecuencia). Por otra parte, como ocurre en la Alemania nazi, el nacionalismo argentino institucionaliza, en la dcada de 1940, los festejos conmemorativos de la tragedia de Chicago de 1889. Como veremos, esa actitud no es casual. En el aniversario de 1943 del 1 de mayo, en la plaza San Martn, en Buenos Aires, varios oradores nacionalistas claman desde la tribuna por la disolucin de los partidos polticos y por el establecimiento de un rgimen totalitario. Desde uno de los balcones del Crculo Militar, ubicado en las proximidades del sitio donde se realiza el acto, el almirante Scasso, partidario de los gobiernos que integran el Eje (Alemania, Italia y Japn) asiente con el gesto. Pero, al igual que el marino, otras voces se hacen eco de propuestas similares. Pocos das antes, el ministro de Guerra del presidente Ramn Castillo, general Pablo Ramrez, haba elogiado el "Estado Novo" de Getulio Vargas, una experiencia corporativa que adapta el fascismo a las condiciones de un pas con una incipiente industria y un alto grado de miseria y analfabetismo. Precisamente, ese 1 de mayo de 1943, un mes y das antes del golpe militar, con la manifestacin pblica mencionada, Juan Queralt dejaba establecida la Alianza Libertadora 63
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Nacionalista. Recordemos que su fundador integra entonces el Grupo de Oficiales Unificados (GOU), como miembro civil, y, ms tarde, ya lo veremos, respaldar la candidatura de Juan Domingo Pern a la presidencia. Ahora bien, con los elogios que tributan a Benito Mussolini, en los editoriales del peridico Cabildo, manifiestan con un lenguaje demaggico la necesidad de establecer en el pas la "justicia social". Es ms, tres das antes del estallido del golpe militar del 4 de junio de 1943 que derroca al presidente Castillo, incluyen en un extenso artculo editorial titulado "Corrupcin de arriba y claudicacin de abajo", propuestas que son frecuentes en los aos posteriores. Leamos, entre otros ejemplos que podemos mencionar, el siguiente prrafo, ilustrativo de las tendencias que iban arraigndose en el pas."Comparado con el burgus alto, sin ms preocupacin que recortar cada seis meses los cupones de sus ttulos de renta, un obrero que trabaja ocho horas diarias sobre el torno, gana cuatro pesos de jornal y atiende con su exigua entrada la mantencin de su mujer y de sus hijos, es un santo y un hroe [...] Nunca se arrellan en una butaca del teatro Coln, nunca se sent a la mesa de un restaurante de boga [...] Son intereses creados el sistema econmico del monopolio y los grandes consorcios financieros: son intereses creados los partidos polticos que abierta o solapadamente defienden al capitalismo, sin omitir las oligarquas socialistas-parlamentarias." Pero hay ms. Por otra parte, siguiendo el proceso ya expuesto, atacan a la "plutocracia" y al imperialismo, a todo lo que para ellos es "extranjera". Substituyen a la mstica, la religiosa-tradicional el dominio sustentado en el temor al fuego del Infierno con el que Dios castiga a los que trasgreden las normas impuestas, por la conciencia nacionalista que desva la atencin de los trabajadores. Un sentimiento que nada tiene que ver con el apego a la tierra donde se ha nacido. Por norma general, en las ya mencionadas y en otras opiniones expuestas en Cabildo, encontramos la palabra transformada en violencia, el lenguaje, en sntesis, totalitario. Nos encontramos asimismo con la transmutacin de los intereses obreros, con la practicidad demaggica de un da. En fin, con el olvido inducido de la conciencia de clase. Es, sin duda, el preanuncio de los aos que vendrn, pero sin la presencia carismtica del lder que exige la obediencia total y la disciplina en el trabajo y tambin la identificacin de la masa con su persona. Pero, poco a poco, adems, desde diversos sectores inculcan a la clase trabajadora formas de pensamiento y de vida que son en su esencia autoritarias. La autorrepresin y la represin social de las relaciones sexuales constituyen dos de los mecanismos, por cierto muy importantes, que contribuyen, pronto lo veremos mejor, a sustentar y mantener el dominio sobre los ms. Debemos, asimismo, indicar otra de las vertientes de la misma actitud. En el ao 1939, en los das de la agresin de Hitler a Polonia, Francia y Blgica, de la persecucin y el exterminio de gran parte de la comunidad juda, del aniquilamiento a la oposicin democrtica y social, F.O.R.J.A. movimiento poltico que, entre otros, lideran Ral Scalabrini Ortiz3 y Arturo Jauretche da a conocer una declaracin oponindose a todo apoyo que pueda prestar la Argentina a los pases agredidos por la barbarie nazi. Argumentan que los soldados de la nacin, en caso 64 Juan Jos Sebreli (1983) ha demostrado la asociacin interesada de Scalabrini Ortiz con sectores nazis.
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de una declaracin de guerra al Eje, morirn en defensa del imperialismo ingls. En ningn caso mencionan el peligro del totalitarismo nazi. Tambin dicen: "Morirn [los soldados] arrastrados a la contienda por grandes frases y hasta quizs el subrayado nos pertenece, por la creencia de que defienden la democracia y la libertad del mundo". No debemos olvidarnos de la circunstancia de que en ningn momento, lo repetimos, tratan de despertar en los obreros el sentido de la libertad y de la responsabilidad social. Como es posible observar en los pases autoritarios y totalitarios, recurren siempre a la emocin y a despertar el sentimiento sociocentrista fuertemente arraigado en las masas. Hay otra cosa que es evidente, y el hecho es ilustrativo, la mayor parte de los integrantes de F.O.RJ.A. apoyan el golpe militar del 4 de junio de 1943. Un movimiento, debemos decirlo ahora, que incorpora gran parte de las propuestas de la derecha nacionalista y de los epgonos del uriburismo, dndole un contenido popular. Muchas de ellas no han de concretarse en la realidad, pero s lo dicen tambin quienes estudian el ascenso del nazismo, ilusionan con las mismas a las masas. Sealemos, por otra parte, que poco despus del 4 de junio de 1943 el gobierno de facto establece por un decreto el festejo del aniversario del 30 de septiembre de 1930, da de la revolucin de Jos Flix Uriburu y del derrocamiento del presidente constitucional Hiplito Yrigoyen. "As, poco a poco observa el historiador Tiroshi Matsushita el movimiento obrero experimentaba la participacin poltica, al tiempo que se identificaba cada vez ms con la idea de independencia econmica y poltica del pas. En tal sentido contina diciendo, el triunfo de Pern en las elecciones de 1946 significaba el de la lnea que acentuaba la participacin poltica con un sentimiento nacional. Lo importante de destacar agrega es que tal deseo de participacin y el sentimiento nacional no fueron impuestos por Pern sino que ya existan en el movimiento anterior a 1943." (1983, 298.) En sntesis, expuestos y explicados en la medida de lo posible, los antecedentes de los procesos posteriores del pas, pasamos a referirnos al desarrollo de los mismos. Es evidente que a partir de 1943 la represin aumenta en dos direcciones: por un lado acentan los mtodos que coordinan las creencias de la opinin pblica y, por el otro, mantienen en vigencia la violencia fsica, una violencia, es necesario insistir en esto, que en pocos casos se debe a la accin de psicpatas; conforma, siempre lo fue as, uno de los aspectos de la accin del totalitarismo y del autoritarismo.4 Todo esto es coherente con lo expuesto, o sea, que se integra a otros aspectos de la situacin del pas. Durante el transcurso de 1946 tericos de la derecha autoritaria pronuncian conferencias en diversos institutos de las fuerzas armadas y no precisamente sobre bellas artes o letras. Pero advirtase adems que paralelamente, en un proceso que viene de atrs, las autoridades militares reforman los planes de estudio de las escuelas de guerra y desplazan de las academias 65 Mannheim sostiene que es un error creer, con los liberales extremados, que la libertad humana es independiente del contorno social y econmico del individuo, "de los factores ambientales y colectivos", sin que lo afecten en lo ms mnimo. "El individuo siempre es moldeado en alguna medida por su ambiente social, aun cuando cree que no hace ms que seguir su propia inclinacin." (1963, 13.)
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castrenses a los profesores considerados "liberales", opuestos a toda expresin autoritaria. Las crticas se empecinan con mayor empeo en destruir con fines bien precisos las ideas democrticas, los partidos y los sindicatos de izquierda y todas las manifestaciones culturales del exterior "cultura importada" la definen en los peridicos, que interfiere en el sistema. As, por ejemplo, el terico nacionalista Jordn Bruno Genta, el 23 de junio de 1943, en una conferencia que pronuncia en el Crculo Militar, sostiene ante su auditorio que "la nacin es una realidad militar" y "la virtud se ha refugiado en los cuarteles" (Rouqui, 1981, II, 31.) Y el padre Leonardo Castellani en marzo de 1946 expone en la Escuela Superior del Ejrcito sobre el tema "El soldado y las mujeres", proponiendo la ms extrema de las misoginias para los miembros de las fuerzas armadas. Asimismo critica negativamente al orden democrtico y a sus defensores, un sistema, sostiene, que atenta contra la existencia misma de la Argentina como pas.5 La propaganda demaggica insiste en recordar la necesidad de establecer una "sociedad organizada". Hay que decir tambin que el "sentido de patria" es un tema que se reitera con frecuencia, en una lnea similar a la del falangismo espaol, con un manejo hbil de los sentimientos de las masas. Es el pueblo, por otra parte, el Volk proletario que lucha contra las plutocracias. Se trata, asimismo, de destronar el dogma del liberalismo tradicional de que la libertad es un derecho de los hombres, reemplazndolo por la primaca nacional. Se desata, al mismo tiempo, la afectividad y se imponen los Estados de multitud donde prima la irracionalidad y la instrumentacin de los seres humanos, organizndose de arriba hacia el nuevo orden social. Dicho esto, es necesario agregar que la propaganda oficial recuerda la necesidad de sellar definitivamente la alianza entre el ejrcito y el pueblo. El 17 de agosto de 1946, aniversario del general San Martn, Gustavo Martnez Zuvira, director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, autor de novelas populares y antisemita confeso, expone sus ideas en un acto pblico de carcter oficial. "Adoro las armas dice en esa oportunidad, me gustan los soldados [...], para presenciar los desfiles prefiero sumarme a la muchedumbre de la calle, donde se escuchan los comentarios ms sublimes y grotescos". Como es posible advertir, en esas palabras integra al populismo el entusiasmo de los totalitarios por la fuerza de las armas. Por otra parte, entre tanto, imponen la ms estricta censura. Prohben la circulacin y la venta de revistas, peridicos, pelculas, obras de teatro, toda expresin, en sntesis, ajena a lo que denominan el espritu "cristiano y occidental". Revitalizan la vieja concepcin asctica de la vida, slidamente impuesta a travs de la enseanza e inserta en la doctrina que se iba elaborando sobre la marcha, a veces sin un plan determinado. Esa realidad la seala, el 24 de octubre de 1946, el director de Espectculos de la Subsecretara de Informaciones. "Se me entrega expone al asumir su cargo la Direccin y la conduccin del espectculo pblico, vale decir, la salvaguardia de la salud moral del pueblo [...] La tarea de discriminar fuera de lo superficial." La salud moral del pueblo, el hecho de impedir toda contaminacin, era primordial para el Estado. Las palabras que mencionamos son, sin duda, afines a otras similares expuestas en los aos previos a 1943 desde el periodismo de derecha y en la prensa catlica. Siempre determinan el ms estricto control de la palabra y el dominio de la 66 5 Conferencia publicada en su totalidad en el diario Tribuna, en su edicin del 12 de agosto de 1946.
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opinin pblica. La empresa "moralizadora", as concebida, tiene ya antecedentes antes de 1946. Recordemos, entre otros casos, la prohibicin en la dcada de 1930 de Los invertidos, pieza teatral de Gonzlez Castillo. Aunque sin llegar al lmite de los aos siguientes, durante las presidencias de Justo, Ortiz y Castillo impiden la circulacin de obras literarias de reconocidos mritos. Vale la pena recordar aqu el caso de Tumulto, libro de poemas de Jos Portogalo, prohibido en 1937 a pesar de haber recibido el primer premio de poesa de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. Llevado el caso a la justicia, la Cmara de Apelaciones decide que no debe innovarse y aclara que el autor tuvo en su obra "la intencin nica y deliberada de herir los sentimientos del pudor pblico medio (sic), mediante diatribas a todo lo que la sociedad argentina venera o respeta". Era la doctrina de la justicia de esos das. A partir de 1943, sealbamos antes, la represin aumenta lo mismo que los controles sociales. Nos preguntamos, qu intenciones gua al poder en esos momentos? En primer lugar, lo seala as Juan Domingo Pern el 21 de diciembre de 1945 al referirse en un discurso pblico a los motivos que impulsaron a los militares a derrocar al gobierno de Castillo el 4 de junio de 1943, "conjurar con eficacia el peligro comunista y crear organizaciones conscientes que, por medio del convenio colectivo, puedan establecer las bases de las relaciones del capital y el trabajo, en cada actividad". En segundo lugar, sostiene Pern, la intencin de otorgar al ejrcito ms poder, armas y hombres. Y as, efectivamente, lo hacen. Los oficiales conjurados del G.O.U. construyen en dos aos once fbricas militares y elevan el nmero de los efectivos del ejrcito de 30.000 hombres, cifra de 1943, a 100.000 dos aos ms tarde. En esos momentos, no cabe ninguna duda, la propaganda como lo es la censura en todos sus aspectos, representa tal vez el mtodo esencial del poder autoritario y facilita el control ejercido desde la cpula del poder, un proceso paralelo a la transmutacin y el desarraigo de los intereses obreros. Pronto lo veremos mejor.
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blema social de nuestro pas sostiene Juan Domingo Pern en 1945 es de una importancia tan extraordinaria que la falta de organicidad del mismo puede conducirnos a que el caos econmico derive en catstrofe social." Todo lo expuesto, qu duda cabe, es coherente con lo ya dicho y con lo que expondremos, pudindoselo observar en el rechazo generalizado a todo lo que se aparte de las normas sacralizadas y al concepto que sobre la infalibilidad de las mismas se ha inculcado a la poblacin. La idea general de esa actitud la encontramos en las palabras que pronuncia Juan Domingo Pern meses antes de asumir su primera presidencia. Indica entonces: "me he trazado un plan ideal y otro moral, ayudado por un sistema de propaganda, que podramos llamar preventiva, encaminado a que las masas ciudadanas, y en especial el obrero, empleen el discernimiento al leer el diario, inmunizando as al pueblo y a los trabajadores contra ciertas versiones". "Discernir" percibir la diferencia entre una cosa y otra e "inmunizar" evitar con la propaganda el contagio. No es del caso analizar aqu existe una extensa bibliografa sobre el tema las influencias que recibe el peronismo. Lo que ms nos interesa en estas pginas, histricamente, es sealar el testimonio del principal protagonista. Pues bien, en conversaciones con Enrique Pavn Pereyra, recuerda el presidente electo en 1946 haberle escrito a Manuel Fresco, ya mencionado, gobernador que propicia el fraude electoral, populista de derecha y admirador de Hitler y Mussolini, palabras que determinan una misma corriente ideolgica: "Yo me propongo le dice realizar en todo el mbito del pas la experiencia que usted propuso en la provincia de Buenos Aires". Pero no es todo. Al llegar en 1941 de la Italia fascista, as le refiere a su interlocutor, de paso por Mendoza, coincide con varios de sus camaradas en la necesidad de realizar un golpe de Estado en la Argentina; golpe, son sus palabras, "acorde con la nueva concepcin del mando en el mundo moderno". Y aclara: "Despus de agotar la fructfera experiencia en el Viejo Mundo, donde aprend sobre todo 'lo que no deba hacer', coincid en Mendoza con varios de mis ms entraables camaradas". (Pavn Pereyra, 1978.) Todo est dicho. Hablemos ahora de la violencia que se impone, la violencia fsica. En 1953, una vez ms desde 1946, se escucha en el Parlamento la denuncia de torturas. Dice entonces el diputado nacional Santiago Nudelman: "En la cmara de tormentos, elegida la vctima, despus de vendrsele los ojos, se la desnuda tapndole la boca para impedir que se escuchen sus gritos. Se la coloca sobre una mesa de madera y atan los cuatro miembros [...] El aparato de corriente elctrica continua funciona a pila elctrica, y otras veces adaptado a un acumulador, que puede ser el de un automvil. Tiene una bobina Rumkorf para levantar el voltaje y reducir la intensidad. En los extremos de cada polo se adapta un cable que termina en un manguito cubierto de material aislante. Los terminales son de cobre o bronce." (Nudelman, 1960.) Y ms adelante, despus de exponer algunas referencias tcnicas, agrega:
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"Para que el efecto sea mayor, se humedece el cuerpo de la vctima. El aparto es semejante en su construccin al que se suele usar para 'picanear' en los corrales de hacienda a los animales que no responden al ltigo. Se usa, aplicndolo en los animales que no responden al ltigo. Se usa, aplicndolo en los sitios ms sensibles del organismo. A veces en la profundidad de la cavidad bucal, fosa nasal, etc., para ocultar los rastros de una futura pericia mdica. A la vctima se le suministra poco alimento, previamente, y habitualmente se le niegan lquidos para gravitar adems psicolgicamente, como anuncio de prximos suplicios. Personal habituado, a quien algunas veces, en comentarios sdicos, llaman los mismos compaeros 'el doctor', vigila el pulso y las condiciones fsicas, ms que nada orientado por el aspecto exterior, para regular el voltaje y la intensidad de la corriente." Hasta tal punto eran similares los hechos con los del pasado, lo mismo podemos decir de la barbarie de la dcada de 1970, y a pesar de las tcnicas distintas, que en las declaraciones y en las denuncias reaparecan con la mejor espontaneidad las palabras de dos o tres siglos antes. No olvidemos, siempre fue as, que en todos los casos los efectos de la aplicacin de la tortura, el rigor de los verdugos, esa fuerza despiadada que sirve incondicionalmente al poder, causa espanto. Hay que tener en cuenta tambin, lo sealamos en otra ocasin, que en todas las sociedades autoritarias la represin siempre se hace ms brutal a medida que el sistema impuesto se debilita y va perdiendo su base de sustentacin. Dicho esto, recordemos que los controles policiales, la persecucin a los opositores, en fin, la violencia fsica, va en crescendo a partir de 1950. Derrocado Pern en setiembre de 1955, dos meses ms tarde, en noviembre, Juan Ovidio Zavala, dos veces sometido a tormento y en esos momentos director de Institutos Penales, relata los efectos y las reacciones que produce la picana elctrica.6 Dice: "La energa elctrica pasa por dentro de uno. Mil alfileres de fuego se clavan en la cabeza, en el corazn, en el estmago, en la boca, en todas partes. Producen dolor, angustia, deseos de morir. No conozco nada similar a la dimensin de horror. Unos quieren gritar. Pero no pueden permitirse ese alivio. Los labios estn cerrados con esparadrapo. A eso se llama 'poner la tapa' en la jerga de los torturadores". Palabras y hechos que tambin, entre tantas; reproducen la experiencia de Cipriano Reyes, principal dirigente del Partido Laborista uno de los pilares del triunfo de Pern en las elecciones de 1946 y un grupo de partidarios suyos sometidos en 1948 a tortura, acusados de conspirar contra el Estado. Walter Beveraggi Allende, tambin detenido, en mayo del ao siguiente, relata en la ciudad de Montevideo la barbarie que debieron sufrir. Reproducimos parte de sus extensas declaraciones. Recuerda entonces: "El sbado 25 [de setiembre de 1948], por la noche, se nos condujo, por tandas, y en una camioneta forrada interiormente con cortinas, en forma de impedir toda visin, hasta un misterioso lugar, que das despus supimos que era la 'Sec69 6 Qu Sucedi en Siete Das, ao II, Buenos Aires, 30 de noviembre de 1955 y Lamas (1956). Las declaraciones de Juan Ovidio Zavala se reproducen en "Textos documentales sobre el orden represivo", n. XXX.
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cin Especial de la Polica Federal', y a donde se lleva habitualmente a los presos para aplicarles los instrumentos de tortura. A medida que se nos descenda de la camioneta, cuidadosamente esposados, se nos cubra la cabeza con una capucha negra, para impedir que reconociramos el lugar." Nos encontramos, como en los aos posteriores, ante el temor de los ejecutivos de la tortura de ser reconocidos. No es ya, por cierto, el tormento judicial impuesto por los jueces y la legislacin del Antiguo Rgimen. Contina diciendo Beveraggi Allende: "Luego me condujeron a la sala de torturas. Se me amarr fuertemente a una tarima alargada, pero previamente me cubrieron con un pao grueso, para impedir que la picana elctrica dejara rastros al producir quemaduras en la piel. Intilmente repet que estaba dispuesto a contestar a cuantas preguntas se me quisieran hacer y que era innecesario e inhumano aplicarme el tormento. Los peores insultos y las ms groseras pullas ahogaban mis palabras."Una vez que estuve inmovilizado sobre la tarima comenz la tarea. Se aplicaba el alambre electrizado sobre distintas partes del cuerpo, especialmente en el cuello, en el pecho, y sobre todo en las partes ms sensibles. Para ahogar los desesperados ayes de dolor se haca funcionar a todo volumen un altoparlante, que transmita msica, y se me tapaba la boca con una mordaza de gnero [...] Segn mis clculos, estuve amarrado a la tarima algo ms de una hora, que fue el plazo que duraron los tormentos y el interrogatorio. Cuando se me quitaron las ligaduras tuve que ser levantado en vilo, pues no poda incorporarme por mis propios medios. Me ayudaron a hacer flexiones durante algunos minutos y me condujeron luego a empellones al calabozo. Una vez en l me quitaron, de atrs, la venda que me cubra los ojos, y slo me permitieron volver la cara cuando los policas se hubieron retirado. Me consuma entonces una sed abrasadora. Vanamente ped agua, y para mayor tormento se escuchaba el ruido de un depsito que intermitentemente derramaba su contenido. Slo se me permiti saciar mi sed despus de veinte horas." Luego de aludir a los desesperados gritos de dolor de sus compaeros, gritos que no poda tapar la msica de los altoparlantes, refiere que el comisario Lombilla, jefe de la Seccin Especial, personaje al que nos referimos ms adelante, lo visita en el calabozo y le ruega que hablara sin rodeos. La tortura, despus de un simulacro de fusilamiento, prosigue. Al da siguiente, relata Beveraggi Allende, declara en presencia del juez Osear Palma Beltrn, magistrado que "por rara coincidencia" haba enviado a los acusados de conspirar contra el Estado a la Seccin Especial "a efectos de facilitar el interrogatorio de los procesados y la labor de juzgado, segn sus propias palabras". No nos proponemos aqu hacer un relato pormenorizado de las acciones brutales ejercidas contra Cipriano Reyes y un grupo de sus partidarios. A la violencia fsica, la de los golpes o la picana elctrica, debemos aadir la privacin durante das de alimentos y agua, las reiteradas amenazas de muerte, las injurias y el desprecio total por la dignidad de los presos.
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En abril de 1949 detienen en Buenos Aires y torturan a obreras y obreros telefnicos que se oponen a la unificacin totalitaria del gremio. Comienzan ya en el pas las primeras manifestaciones de algunos sectores obreros en oposicin al rgimen peronista. La reaccin del Estado no tarda en hacerse or. No menos de veinte trabajadores son sometidos a tormentos y violencias por el comisario Lombilla y su ayudante Amoresano de la Seccin Especial de Investigaciones, entonces instalada en la calle Urquiza 556 de la Capital Federal, centro de torturas y de espionaje. El primero haba iniciado su carrera como agente de polica bajo las rdenes de Leopoldo Lugones hijo, a comienzos de la dcada de 1930. Pues bien, nada les est prohibido. La gama de las perversiones no tiene para ellos lmites con tal de aterrorizar, imponer el temor indispensable para la pedagoga del miedo. As, tiempo ms tarde, relata su experiencia una vctima, Nieves Boschi de Blanco: "En la mitad de la declaracin el empleado Amoresano procedi a cubrirme los ojos utilizando algodn y un largo vendaje. Conducida por un largo corredor a otra habitacin me obligaron a acostarme sobre una camilla. Comenzaron entonces a utilizar la picana elctrica, primero sobre la ropa y luego directamente sobre el cuerpo, levantndome el vestido y prendas interiores hasta la altura del cuello. La aplicacin se realiz sistemticamente por espacio de diez minutos en los odos, senos, vientre, ingle, rganos genitales y piernas, sirvindose de una toalla humedecida como medio conductor. Como resultado de la tortura sufr el primer desvanecimiento, restablecida del cual reiniciaron el procedimiento durante otros cinco minutos. Ante una nueva prdida del sentido se me quit la venda pudiendo comprobar entonces que las voces y risas antes odas correspondan a los mencionados Lombilla, Ferreiro y otros tres, cuyos apellidos desconozco. La tortura fue precedida y acompaada por obscenos agravios de palabra y de hecho (en una oportunidad el empleado Amoresano expres: 'te voy a hacer largar el hijo antes de tiempo'). Para evitar que se escuchara se haba colocado un disco." 7 Es necesario aclarar el alcance preciso del texto anterior y otros similares? No olvidemos, en todo caso, que imponen el miedo y el terror con el fin de detener toda accin que se aparte de las normas e intereses del oficialismo. Ahora bien, de la galera de infamias, de la represin sistemtica, podemos mencionar otros casos. El de Ernesto Mario Bravo, militante universitario porteo, y de amplia repercusin en la poca. Y no es, de ninguna manera, el recuerdo de un episodio aislado y sin trascendencia. Secuestrado en 1948 debido a su actividad gremial en el centro de estudiantes, los policas Lombilla y Amoresano lo someten a brbaras torturas; con conmocin cerebral a causa de los golpes que recibe, la madrugada del 15 de febrero es atendido por el mdico Alberto Caride. Tiempo ms tarde, con valenta, el profesional denuncia pblicamente en las pginas del periodismo la triste experiencia.8 Relata entonces cmo la polica lo va a buscar a su domicilio particular y, asimismo, su traslado involuntario, a solicitud de Lombilla, a la tristemente clebre Seccin Especial. Cuenta la vanagloria del torturador, agradecido de la proteccin y el apoyo del presidente Juan Domingo Pern a los miembros de su familia. Pero, tanto o ms importantes que las anteriores, son las manifestaciones
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Cf. "Textos documentales sobre el orden represivo", n XXVIII. 8 Cf. "Textos documentales sobre el orden represivo", n XXIX.
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sobre la naturaleza del terror que los torturadores imponen a la vctima. He aqu parte de las palabras de Caride: "Cuando se aplica la picana por largo tiempo, los msculos se contraen permanentemente y el detenido queda duro. Entonces le relata Lombilla lo ablandamos. Como las mandbulas es lo primero que se endurece, se las ablandamos con una buena trompada, lo hicimos con ese sujeto, pero no nos result. Yo lo agarr de los cabellos y golpe su cabeza sobre la mesa donde estaba atado. Piense en eso; eso podra haberle producido la conmocin cerebral." Y comenta entonces Alberto Caride: "Me di cuenta, entonces, por primera vez... que las torturas se haban convertido en una ciencia. Estos brutos que ahora me rodeaban eran especialistas en el arte de producir sufrimientos. Ellos lo saban y se jactaban del perfecto conocimiento de cunto tiempo podan continuar torturando sin que la vctima de sus endiabladas manifestaciones muriera sobre la mesa." Otros hechos de violencia tienen como protagonistas a los obreros ferroviarios declarados en huelga en 1950 y 1951, desacatando las rdenes expresas de la Confederacin General de Trabajadores adicta a Pern. As, pues, la lucha por mantener el dominio poltico y sindical, una accin paralela al adoctrinamiento de los dirigentes gremiales, no escatima en someter a tortura e imponer la crcel a quienes no siguen las normas precisas del presidente. Poco despus de la muerte de Eva Pern, hecho ocurrido el 26 de julio de 1952, se decide erigir un monumento en su memoria y con el aporte, en muchos casos forzado, de empleados y obreros. Un grupo de trabajadores portuarios afiliado a la F.O.R.A. (Federacin Obrera Regional Argentina), sindicato de inspiracin libertaria de vieja actuacin en el pas, se opone a entregar dinero con ese fin preciso. As las cosas, ocho de ellos firman un manifiesto expresando su decisin. Detenidos en los lugares de trabajo por personal de la Prefectura Martima as lo denuncia en 1952 "La Protesta", son brutalmente golpeados. Pero no es todo. Azotados con cachiporras de goma, doloridos, cuelgan del techo a los dirigentes obreros y sostenidos de los pulgares, desde las catorce horas y hasta las cinco de la maana. Al trmino del tormento, los signos de la accin eran evidentes: todos ellos tenan inutilizado el pulgar. A disposicin del Poder Ejecutivo, sin proceso judicial, son enviados a la Penitenciara Nacional y liberados nueve meses ms tarde a pedido de un grupo de obreros chilenos con motivo de la visita que Pern realiza al pas trasandino. El presidente conmuta la pena, as lo sealan en la poca, temeroso de que se organice una campaa en favor de los portuarios, comprometindose as el xito de su viaje de propaganda "justicialista". Proseguimos con otros hechos. En 1953, en Buenos Aires, con motivo de la explosin de varias bombas en Plaza de Mayo detienen, entre otros, a Roque Carranza, Jorge Fauzn Sarmiento, Vicente Centurin, Alberto Gonzlez Dogliotti, Carlos Hctor Adrova, Miguel ngel de la Serna, Rafael Douek, Patricio Cullen, Emilio de Vedia y Mitre, Jos Luis Bustamante y Eduardo Ocantos. Todos, sin 72
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excepcin, son torturados en las comisaras 3? y 17?, entre otros, por los clebres hermanos Cardoso, el comisario Bentez, el subcomisario Olavarra, funcionarios policiales que actan bajo las rdenes del entonces teniente-coronel Jorge Osinde acusa el diputado radical Santiago Nudelman basndose en las acusaciones de las vctimas, en ese momento director de Coordinacin Federal.9 .Osinde, hombre de confianza de Pern, en la dcada de 1970 se vincular al comisario general Alberto Villar y a la organizacin ultraderechista Alianza Anticomunista Argentina (A.A.A.), liderada por Lpez Rega. Por lo ms, sus importantes servicios son recompensados con la designacin que le otorga el gobierno "justicialista" de embajador de la Argentina en el Paraguay. En 1955, en Rosario, en general en todo el pas y en el exterior, tiene honda repercusin la muerte del militante comunista y mdico Juan Ingalinella debido a las torturas a que lo somete la polica. Intervienen en la violencia asesina, entre otros, los oficiales Flix Monzn y Francisco Lozn, este ltimo felicitado por el ministro de Trabajo y Previsin, el 14 de febrero de 1951, por accin preventiva y represiva en la huelga de los obreros ferroviarios. Nos encontramos ya en los ltimos das del rgimen. Como siempre ocurre con los sistemas similares, la Conciencia de la cada aumenta la violencia cundo no ha sido as en los gobiernos totalitarios o autoritarios?, impulsa a la desesperacin y conduce a una situacin difcil de detener. Todo ello es cierto. No obstante, constituye una mnima parte de la realidad que hace suya la opinin mecanizada e inducida del pueblo debido a la coordinacin de las tcnicas que perfeccionan las del siglo XVI. Todo se controla. Se organiza el espionaje y la delacin, y en 1948 la denominada Ley de Desacato determina el procesamiento de los opositores que expresen crticas al gobierno o a sus funcionarios. Se imponen libros de lectura y textos de historia laudatorios al rgimen y a su accin. Esa "estrategia" totalitaria similar a la de Hitler y Mussolini es, hoy, salvo casos aislados, olvidada por los historiadores preocupados en el anlisis de esos aos. Es necesario insistir en otros detalles? Entre 1946 y 1955 tiene plena vigencia en el pas, y a pesar de todos los intentos para derogarla, la ley 4.144, sancionada, lo hemos visto, en 1902 por inspiracin de Miguel Ca, representante de los ms empinados grupos de poder econmico y conservador a ultranza. Por la misma se autorizaba al Estado a expulsar a los extranjeros que debido a sus actividades gremiales constituyesen un peligro para el orden establecido. El gobierno peronista en varias oportunidades expulsa de la Argentina a trabajadores y activistas gremiales que, luego de huir de regmenes fascistas o reaccionarios, haban buscado refugio en el pas. Entre otros, sin contar la aplicacin de la "ley de Residencia" a trabajadores y militantes paraguayos, sindicalistas y opositores a la dictadura guaran, embarcan en el transporte Yapey al obrero Francisco Guerreiro Apolonio y lo entregan en Portugal a la polica del dictador fascista Antonio Oliveira Salazar. Por otra parte, en los testimonios del Parlamento advertimos la aceptacin, una aceptacin impuesta verticalmente, de la ley represiva cuestionada desde 1902 por los sectores progresistas. El diputado Montiel, peronista, lo recuerda Carlos Snchez Viamonte, fundaba su negativa a la derogacin de la ley 4.144 con las siguientes palabras expuestas no sin cierta hipocresa: "antes la ley nos sacrificaba a nosotros porque la manejaban ellos, ahora la ley la manejamos nosotros y no se
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73 Cf. "Textos documentales sobre el orden represivo", n . XXI, XXXII, XXXIII y XXIV.
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debe temer arbitrariedades" (Snchez Viamonte, 1956). Interesa, de manera especial, sealar en qu medida las aspiraciones obreras se contradicen con argumentos e ideas que en apariencia aluden a los intereses de los propios perjudicados. La poltica reaccionaria, se ha dicho, suele servirse automticamente de fuerzas sociales que se oponen al desarrollo en nombre del mismo. Es, sin ninguna duda, una paradoja muy frecuente en los pases del Tercer Mundo y que busca su sustento en las ms variadas expresiones. Recordemos que el lder nacionalista Mahatma Gandhi preconiza la industria domstica y se resiste a la industrializacin de la India en nombre de la "identidad nacional" de su nacin. "La salvacin de la India opinaba consiste en desaprender lo que ha aprendido durante los ltimos cincuenta aos. Los ferrocarriles agrega, los telgrafos, los hospitales, los abogados, los mdicos y otras cosas por el estilo deben desaparecer; y las llamadas clases superiores deben aprender consciente, religiosa y deliberadamente la sencilla vida campesina." (Minogue, 1975, 162.) Se trata, sin duda, de la vuelta al pasado y a la naturaleza; esta ltima, sostiene Simone de Beauvoir, es uno de los grandes dolos de la derecha, para quien la naturaleza aparece, a la vez, como anttesis de la historia y de la praxis (Beauvoir, 1983, 138).
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Defensa y Superacin de Mayo), derivando intencionalmente los organizadores el tratamiento del tema a otros problemas menos urticantes. Das ms tarde Sbato es expulsado de ASCUA. Pero es preciso ir ms lejos. Expuesta la situacin en una asamblea de la Sociedad Argentina de Escritores, el vicepresidente en ejercicio de la presidencia no acepta la discusin de la injusticia que sufri uno de sus miembros. Aduce que el hecho no figura en el orden del da, y lo hace a pesar del apoyo que Sbato recibe de Crdova Iturburu, Beatriz Guido, Alvaro Yunque, Ral Larra y Germn Berdiales. Pero eran minora. La cuota de asombro no est colmada. Por entonces, agosto de 1956, el Director de Institutos Penales repone en sus cargos a varios torturadores dados de baja en los momentos posteriores al golpe militar de 1955 por el ministro de Justicia Laureano Landaburu (orden del da 952 y siguientes). Dentro de la mencionada tendencia, y con una intensidad que vara en el tiempo, la represin encuentra en la censura el cauce ms perfecto. Es que el deseo de establecer una democracia slo tiene como objeto preservar el orden establecido, conservador, populista o autoritario segn los intereses y necesidad de cada momento. En los primeros das de agosto de 1956, es decir, mientras tienen lugar las denuncias de "apremios ilegales", secuestran en la ciudad de Buenos Aires todas las copias del film nacional Los torturadores, del director Dubois. En varias secuencias de la pelcula, as lo sealan las crnicas de entonces, se mencionan y reproducen escenas de torturas de las que fueron vctimas Cipriano Reyes, Nieves B. de Blanco y otros. Son todos hechos de la barbarie anterior a 1955. Como ocurre durante la mayor parte del gobierno peronista, la Iglesia ejerce, asimismo, en este perodo su poder ideolgico a travs de funcionarios laicos. Recordemos que el libro Los desnudos y los muertos, novela de Norman Mailer, editada en los aos previos a 1955 por editorial Sur, con una temtica que alude al sexo, haba sido secuestrada por la polica. Ocurrida la revolucin que desaloja al peronismo del poder, los interesados solicitan autorizacin para reeditarla, introduciendo en el texto original no menos de trescientas "correcciones y tachaduras". As las cosas, la Comisin de Cultura permite la edicin del libro. Impreso, absurdos de una burocracia feudal, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires se apresta para secuestrar con sus camiones los cuatro mil ejemplares de la edicin. La intervencin oportuna de las autoridades nacionales impide que se concrete el despojo. De todas maneras, el orden dogmtico se impone, prohben la circulacin del libro en el mbito de la capital. Slo a fines de 1956, luego de una intensa campaa periodstica y debido a la accin de la justicia, se levanta la interdiccin, un caso entre tantos otros. Desde el ngulo social, otros hechos se suman a lo ya expuesto. En octubre de 1956, comisarios de distintas seccionales de la ciudad de Buenos Aires y de los partidos provinciales aledaos, una accin que nos recuerda el allanamiento de los hoteles de citas, emprenden verdaderas razzias en sitios de reunin y en la va pblica y detienen a los "petiteros" (palabra que alude a cierta modalidad en el vestir), y en general a todos aquellos que usan el pelo largo.
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"Se mencionan sealan entonces en las pginas de una revista semanal, otros vejmenes y se agrega que se les ha prohibido vestir, en lo sucesivo, de la manera que acostumbran." 2
77 Qu Sucedi en Siete Das, Buenos Aires, n 106, 3 de octubre de 1956. En abril de 1956 prohben la representacin de la pelcula "La Tigra" de Leopoldo Torre Nilsson, basada en la obra de teatro homnima de Florencio Snchez, luego de haber sido anunciada. Tambin en la ciudad de Buenos Aires, la Comisin de Espectculos no permite la exhibicin de "La Ronda", de origen francs. Son algunos de los muchos casos de censura que se suman a los anteriores a 1955.
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Recordemos, expuestos los antecedentes, las denuncias de 1961 en el Parlamento con motivo del "Plan Conintes".3 El 17 de mayo de ese ao el senador socialista Alfredo Palacios interpela al ministro del Interior, Alfredo Roque Vitlo, y le advierte: "Hoy tambin se tortura en el Estado de derecho". Recuerda luego: "el mal no es actual, que es una costumbre inveterada; casi podramos decir, el mtodo corriente en toda la polica para obtener lo que falsamente se cree que ser la verdad, de los labios del detenido". Contina. Seala una y otra vez las comprobaciones de la Comisin Investigadora del Congreso, y de manera especial insiste en el hecho de que "el vejamen al detenido o al presunto delincuente es norma y no excepcin". Silvio Frondizi, asesinado por bandas ultraderechistas al comenzar la dcada de 1970 y hermano del presidente en ejercicio del poder, haba sido uno de los denunciantes de las torturas a que eran sometidos los presos polticos detenidos bajo el "Plan Conintes". Poseedor Alfredo Palacios de los testimonios, expone los hechos y tambin denuncia con claridad: "He comprobado muchos casos de tormentos a polticos militantes, y he contribuido a que la Comisin Investigadora de las Torturas tenga hoy en su poder la mquina infernal que se empleaba para anular la persona humana. Pregunto: Los que ostentando el uniforme y usando las armas que les entreg el Estado para guardar el orden, rompieron puertas y ventanas del Congreso, han considerado que el descubrimiento de los elementos de tortura significa un agravio para la institucin policial?" Por cierto, semejante demostracin fundada en sus investigaciones personales y el allanamiento a una comisara nos lleva a la exposicin de otras realidades. Observa el senador que la comisin investigadora, aludiendo ahora a los presos comunes, ha comprobado que el vejamen al detenido o al presunto delincuente es norma y no excepcin. Y es entonces que alude a la picana elctrica: "Caracterstica comn en lo que hemos dado en llamar el mtodo corriente del apremio es la aplicacin de la picana elctrica en el cuerpo previamente humedecido, golpes, puntapis y privacin de alimentos aun de agua, generalmente por un perodo que parecera calculado para lograr el resultado de llevar a la vctima a un estado psquico que la coloque a merced del interrogador, pero que no dura lo suficiente como para poner en peligro la vida del hombre corriente y normal, ni deja tampoco, por un tiempo prudencial, rastros delatores en su cuerpo." No entraremos aqu en el relato pormenorizado de los presos polticos torturados en esos das, testimonio que aporta la Comisin Investigadora del Congreso. De todas maneras, recordemos los tormentos que en junio de 1960 aplicaban a un militante de apellido Pesquera en dependencias del Regimiento 7 de Infantera de La Plata. Estaqueado, observan, se lo picane en el pecho, abdomen y testculos. Quince aos ms tarde, hechos de esa naturaleza se multiplicarn por miles en las guarniciones de las fuerzas armadas del pas. Bajo los auspicios del 78 3 El debate, en su parte esencial, se reproduce en Textos documentales sobre el orden represivo", n XXXVIII.
"Pan Conintes", del temor a la alteracin del orden social, en la ltima etapa del gobierno de Arturo Frondizi empleados, entre otros los bancarios, y obreros en huelga son detenidos, puestos a disposicin del Ejrcito y militarizados. Las crnicas periodsticas de esos momentos nos recuerdan el corte de pelo al ras de la piel y maltratos similares. La existencia de torturas es reconocida por el ministro del Interior Alfredo R. Vitlo en la Cmara de Senadores. "Yo he llamado al seor jefe de Polica informa el 18 de mayo de 1961 al ser interpelado para expresarle, y l lo ha compartido, la necesidad de desarraigar estos procedimientos, cualquiera que sea el responsable." Por su parte, Alfredo Palacios presenta un proyecto de ley solicitando la modificacin del artculo 144 del Cdigo Penal argentino. De acuerdo con el mismo, una idea que no llega a tratarse en la Cmara, sera reprimido con prisin de tres a diez aos, inhabilitacin perpetua y prdida de la ciudadana el funcionario pblico que impusiere a los detenidos cualquier especie de tortura. La pena se eleva a quince aos si la vctima fuese un perseguido politico. Desde el ngulo de la condicin del ser humano, de las libertades ms esenciales, se trata de un importante aporte. Un aporte rechazado en ltima instancia por el poder poltico. Un ltimo punto, de valor ms general, se desprende de la obsesin por el peligro comunista ms adelante se ha de aludir de manera ms o menos abstracta a la izquierda o a la "subversin apatrida", una obsesin revitalizada de tiempo en tiempo y que sirve de argumento para organizar la represin sistemtica. Como vena ocurriendo desde comienzos del siglo XX, las fuerzas conservadoras alertan con artificios de toda ndole sobre el supuesto peligro de la infiltracin de esas ideas en el pas. Se trata del renovado maccarthismo argentino. Una accin, descontadas las experiencias de 1902, 1909 y 1919, entre otras, que podemos observar en el proyecto de legislacin anticomunista del senador Matas G. Snchez Sorondo. Al discutirse en el Congreso, en los debates de noviembre y diciembre de 1936, el legislador entre los testimonios que adjunta a sus pares incluye, a manera de prueba, el texto de un discurso del terico nazi Alfred Rosenberg. A partir de 1960, lo demuestra Alain Rouqui mencionando textos en serie, tanto las fuerzas armadas como la Iglesia agitan esas banderas con inusual insistencia. Las acusaciones, advierte el autor citado, en general no se destacaban por su seriedad ni por su equilibrio: "denuncias extravagantes acompaaban a previsiones apocalpticas, bien indicadas para perturbar la mente de oficiales, sin duda sensibles a la simplicidad maniquea de los argumentos". Serva al mismo tiempo para confirmar las nuevas hiptesis de guerra. Descontados los tericos de la derecha norteamericana, los militares se inspiran en los tericos franceses prcticos en la accin antisubversiva colonial. Oficiales argentinos, en nombre de los valores de Occidente, renegaban desde las pginas de la Revista Militar de los gobiernos democrticos. "Las libertades dicen, antecmara del mal"; debase buscar agregan la fuerza para combatir el "anticristo" en una "sociedad finalista" o en un comunitarismo integrista. (Rouqui, 1981, II, 159). Los medios, por cierto, no importaban. La propuesta, y en este punto no coincidimos con Alain Rouqui, no era reciente, si bien comienza a generalizarse entonces en los cuadros de las fuerzas armadas.
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No es del caso exponer aqu el proceso de deterioro del gobierno de Arturo Frondizi, ya otros lo han hecho, ni tampoco analizar las causas que conducen a su derrocamiento el 29 de marzo de 1962. Cuatro meses ms tarde, el 24 de julio, el ingeniero Alvaro Alsogaray explica a un grupo de empresarios de los Estados Unidos las causas que haban determinado a desplazar al presidente electo en 1958. No son, por cierto, las ms aparentes o las que se pregonan para uso interno. Se trata de una actitud bien clara en relacin directa a su actividad y a los intereses que representa. El antiguo ministro de Arturo Frondizi, partidario ahora de la Revolucin Argentina, expone los temores que guiaron a los depositarios de la seguridad nacional, temores que son una constante en los golpes de Estado. Dice entonces: "Si las fuerzas armadas no tomaban la iniciativa, era inevitable que los grupos 'golpistas' en cualquier momento derrocaran al gobierno y, en ese caso, la Argentina habra cado eventualmente, a travs de una serie de golpes de Estado, en una solucin extrema que terminara quizs en el fidelismo o el comunismo". Sin duda, el fantasma, bajo esos u otros nombres lo que importa es la intencin es el que ronda en la mente de algunos. Por otra parte, con argumentos y prevenciones similares, Frondizi acusa a los militares que lo sacaron del poder de llevar al pas a la "guerra social" que a poco permitira son sus palabras abrir "las puertas al comunismo". Para precisar ms: lo seala con la autoridad de quien, traicionando a la mayor parte de sus partidarios de 1957 y 1958, entrega a la Iglesia el dominio de un importante sector de la enseanza universitaria, hasta entonces en su totalidad laica, gratuita y monopolio del Estado. Adems de las expuestas, existen circunstancias de otra ndole que hacen a la violencia y a la irracionalidad. A ellas nos referimos en las siguientes lneas. A partir de 1960, un hecho que viene delinendose dcadas antes, las ideas democrticas pierden poco a poco terreno frente a las propuestas de una alianza entre el ejrcito y el pueblo, idea en la que estn acordes la denominada "izquierda nacional", no pocos sectores del peronismo y grupsculos de diversa tendencia. Factores polticos en apariencia complejos y variados aparecen en cada caso. Hay que decir, asimismo, que todos desean imponer, en una actitud intolerante, la conformidad de los "sectores nacionales". Es el deseo de conformidad de quienes se creen depositarios de la verdad absoluta y quieren imponer la tirana, como bien lo observa Herbert Marcuse en Represive Tolerance, de la opinin pblica y de aquellos que la manejan en la sociedad cerrada (Capaldi, 1973, 119). Ahora bien, en relacin a las propuestas de los sectores gremiales que actan en esos momentos, las mismas se esconden detrs de un lenguaje que presenta caractersticas especiales y podemos seguirlas a travs del periodismo y de la fuerza del poder. Una accin que anula la razn de ser de la lucha obrera y produce en lo poltico una regresin a las formas ms conservadoras, expuestas con distintos argumentos. Sindicalistas y militares, por caso, mencionan con frecuencia en sus exposiciones, desde entonces, a los "estamentos" sociales del pas, trmino que determina inmovilidad y es propio de la estructura medieval. Paralelamente se revitaliza la figura de Juan Manuel de Rosas, representante en la primera mitad del siglo XIX de los latifundistas porteos. Para Jos Mara Rosa, un peronista de conocida actuacin poltica, el estanciero de Buenos Aires habra hecho durante su gobernacin un ensayo de reforma agraria (sic) bajo el lema "la tierra para quien 80
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quiera trabajarla" (Rosa, 1967, 145). Son, sin duda, expresiones que no resisten ningn anlisis racional, expuestas sin aportar ninguna comprobacin documental. Pero el asombro no est colmado. Jauretche, refirindose a los seores feudales del siglo XIX, los jefes de las montoneras, propietarios latifundistas, define: "El caudillo es el sindicato del gaucho". Y en una pretendida historia de La clase trabajadora nacional, Guillermo Gutirrez sostiene que el caudillismo y las montoneras "representaron la ambicin de construir una sociedad sobre bases populares [...] se ubican (sic) en el contexto de la lucha de clases indisolublemente ligada a la cuestin nacional" (1975, 22). En esos aos observamos planteamientos semejantes en los medios destinados a "formar" la opinin pblica, en las escuelas sindicales (an falta en la historiografa argentina un anlisis de los planes de estudio), en las ms variadas publicaciones, aun en las autodefinidas como progresistas. Y en referencia a un plano bien preciso, en 1958 comienza el auge del grupo filofascista Tacuara. Dos aos ms tarde, precisamente en 1960, Jordn Bruno Genta, nacionalista ultra de larga actuacin, partidario de una sociedad autoritaria, es consejero de poltica educacional de la Fuerza Area Argentina. Pronuncia por entonces, en ese mbito, bajo el ttulo de "Guerra contrarrevolucionaria", varias conferencias, editadas luego por el Servicio de Informacin de Aeronutica (S.I.S.), manifestndose antisemita, lo cual no era una novedad.
identificacin con los guerrilleros cubanos, lo consideran subversivo. Ernesto Deira, un prestigioso pintor, es arrestado y rapado en una comisara por transgredir esas normas, las que, por otra parte, no figuran en ningn cdigo u ordenanza. Agustn Lanusse, un militar, confirmando lo que hemos expuesto, alude a la accin del gobierno de Ongana y lo hace de la siguiente manera: "Ese gobierno, empeado en medir desde el comportamiento de la gente en la calle hasta las dimensiones de [la] ropa femenina y las caractersticas de las mallas de bao". (Lanusse, 1977, 23.) Libros, pelculas y todas las manifestaciones artsticas que no coincidan, segn las autoridades, con el pensamiento "occidental y cristiano", una abstraccin nunca bien definida, son sistemticamente prohibidas o censuradas. La paranoia oficial llega en muchos casos al absurdo subrealista. Se impide en esos das, por caso, la puesta en escena de la pera Bomarzo del compositor argentino Alberto Ginastera, pera basada en la novela del mismo nombre de Manuel Mujica Lainez, estrenada ya en los Estados Unidos y con varios premios internacionales. Inserto en el mencionado proceso de represin generalizada, en los primeros das de su gestin, en julio de 1966, la "Revolucin Argentina" interviene la Universidad y se producen los episodios de violencia que pasan a la historia como "la noche de los bastones largos". La polica irrumpe en los claustros universitarios a sangre y fuego, golpea y detiene a profesores y alumnos que se oponen a la intervencin policial y al fin de la autonoma. Particularmente violenta fue la represin de las tropas de la Guardia de Infantera en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. La irracionalidad y brutalidad de los hechos de ninguna manera un eufemismo y los mtodos puestos en prctica por las fuerzas del orden sern considerados ms tarde como un grandsimo error cometido por los colaboradores del rgimen militar. As lo reconoce, aos ms tarde, Mariano N. Castex, en ese momento asesor presidencial, en El Escorial de Ongana, ttulo de un libro que, sin ninguna duda, es al mismo tiempo una definicin ideolgica de su gobierno. (Castex, 1981, 104.) A partir de entonces, la represin no encuentra lmites.4 Con el fin preciso de impedir la defensa de los presos polticos detenidos por la polica, el general Ongana, y por intermedio de su secretario de Justicia, sanciona el decreto por el cual modifica la prctica habitual del habeas corpas. La reglamentacin, lo reconoce Roberto Roth, funcionario entonces de la dictadura, "prcticamente destrua la institucin, los derechos ms elementales de nuestra Carta Magna". (Roth, 1980.) Pero, en el camino de la represin, no es todo. En marzo de 1967, por el denominado Servicio Civil de Defensa, permiten la movilizacin de los adversarios polticos del rgimen, pudiendo stos ser convocados, as lo determinan, "cuando los intereses vitales y la integridad del Estado se vean amenazados". Es, lo reconocen analistas polticos, la proyeccin de la ley 13.234 de 1948 que autoriza al gobierno a convocar militarmente a empleados y obreros en caso de huelga o de alteracin del orden pblico.
Es necesario referirnos ahora, aunque ms no sea en pocas lneas, a la organizacin guerrillera Montoneros. En cuanto al origen de este grupo, cuyas cabezas principales provienen del catolicismo de derecha, neofalangistas, rosistas agrega Rouqui, se ha dicho que reciben en un primer momento el apoyo de un sector del gobierno que sostiene a la "Revolucin Argentina". Sea como fuere, lo cierto es que el ministro del Interior, general Imaz, recibe en su despacho al jefe de una organizacin nacionalista similar, Tacuara, antisemita y partidaria de la violencia ms desenfrenada. Mariano N. Castex, ya mencionado, por cierto que al corriente de muchos de los secretos y de la accin de los militares instalados en el poder, sugiere ms que sugerir afirma las relaciones entre el poder y los ultras. "Quin arm, instig y organiz a los montoneros? Es un hecho que para enfrentar a la guerrilla de izquierda hubo en todas partes del mundo organizaciones de derecha que se armaron para responder al desafo. Las hay todava y el derecho en que se fundan constituye el arma ms peligrosa de la civilizacin contempornea: la doctrina de Paulus y de Ulpiano. Acaso no existe la posibilidad, si se analiza la organizacin 'montoneros' a fondo, de que partiendo de un frente de derecha con motivos justificables, sus dirigentes desbocados y rebelados hayan podido independizarse cambiando de vereda? El tema vale una cuidadosa reflexin a nivel de aquellos que teniendo acceso a informaciones reservadas acerca del origen de todas estas organizaciones afectas al caos, pueden legar a la posteridad argentina documentacin seria que en el futuro aclare debidamente el pasado." Por otra parte, y no es del caso profundizar aqu la cuestin, recordemos la accin de grupos similares en la Alemania prenazi, ultraderechistas pero con un aparente lenguaje de izquierda. Grupos, al decir de Jean Pierre Faye, que hacen viable "la propagacin de los vaivenes entre los dos puntos ms paradjicos: entre la 'derecha' de la extrema izquierda y la 'izquierda' de la extrema derecha. (Faye, 1974, 627.) Joseph Goebbels en unos artculos periodsticos de 1925, les advierte a sus lectores sobre "el carcter proletario acentuado del Movimiento" nacionalsocialista, su "sealado agrega carcter socialista", su "carcter insiste revolucionario". En otra oportunidad, dos aos ms tarde, asegura Goebbels que el nacionalsocialismo hace una llamada al hombre de la calle, "habla su lenguaje", "hablamos insiste la lengua del pueblo". (Faye, 1974, 758.) Como bien lo indican los historiadores de los orgenes del nazismo, Nacionalsocialistas Revolucionarios del "Frente Negro", Nacionalistas socialrevolucionarios de La Nacin Socialista, Nacionalrevolucionarios del Pionero y de Subversin, los camaradas, en fin, de Resistencia se asocian con el exclusivo fin de establecer una poltica "socialista y nacionalrevolucionaria". Esos grupos estn, insistimos, en la extrema derecha de la izquierda. En la realidad argentina de esa dcada, los ejemplos abundan. En los siguientes prrafos de una carta enviada por un grupo de montoneros presos en una crcel, fechada el 15 de enero de 1970, advertimos muchos de los argumentos de los nazis alemanes de la dcada de 1920. Le sealan a su destinatario, el escritor J. J. Hernndez Arregui, lo siguiente: 83
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"Los etiquetadores de todo y los fiscales de caf, nos llaman 'foquistas', 'pequeos burgueses suicidas', 'voluntaristas' y otras yerbas, en su afn por aplicar calificativos que no respondan a nuestra realidad poltica y social. Algunos afirmaron que despreciamos el papel de la clase trabajadora... esos imbciles no han visto nuestras manos callosas y nos suponen tan intiles como ellos. No han visto nuestras manos sucias de plvora y sangre, que es la nica forma de tener limpia la conciencia en Amrica latina. Y como son incapaces de ver ms all de su pedantera libresca y de su mtodo cientfico y su revolucin con escuadra y tiralneas, nos llaman todas esas cosas." (Hernndez Arregui, 1973, 548.) De todas maneras, la experiencia y la prctica, los intereses creados, imponen, bien lo seala Juan Jos Sebreli en Los deseos imaginarios del peronismo, diferencias esenciales entre el hecho argentino y el incendio que produce en Europa el fascismo. Por otra parte, y son palabras de Guido di Telia, funcionario en 1975 de Isabel Pern, "las fantasas acerca del potencial revolucionario del peronismo parecen bastante carentes de fundamento". Pero no queremos dejar este aspecto de la historia reciente del pas sin sealar la similitud de tres textos doctrinarios. El primero corresponde al terico nazi Ernst Krieck y pertenece a su libro Estado total vlkish y educacin nacional, impreso en Heidelberg en 1933. Se trata, por cierto, de la doctrina oficial de la Alemania totalitarista. Leamos atentamente: "En lo referente al siglo burgus, que ha introducido la separacin del pueblo y del Estado en el concepto y la realidad, que ha reducido al pueblo a la abulia, a una esencia incapaz de actuar, es tambin significativo que haya hecho del Estado un rgano social ms entre otros, una posicin del Todo entre otras. 'El Estado total', el verdadero 'Estado popular' es la misma e inmediata 'Totalidad vlkische' por el hecho de que a partir del ser simple llega al acto de querer, a la accin creadora de la historia, al poder y a la poltica." El segundo texto rene afirmaciones de Hernndez Arregui expuestas en su libro La formacin de la conciencia nacional. Dice el autor aludido: "Una cultura nacional, base espiritual de la unificacin del pas, es sin que se anulen en su seno las oposiciones de clase, participacin comn en la misma lengua, en los usos y costumbres, organizacin econmica, territorio, clima, composicin tnica, vestidos, utensilios, sistemas artsticos, tradiciones arraigadas en el tiempo y repetidas por las generaciones; bailes, representaciones folklricas primordiales, etctera, que por ser creaciones colectivas, nacidas en un paisaje y en una asociacin de smbolos histricos, condensan las caractersticas espirituales de la comunidad entera, sus creencias morales, sistemas de la familia, etctera." (Hernndez Arregui, 1973, 47.) Se trata, indudablemente, de posiciones similares a las de los tericos nacionalsocialistas. Las mismas que expone Juan Pablo Feinmann en Estudios 84
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sobre el peronismo, un estudio laudatorio que asocia las figuras de Rosas y Pern. Observa este autor lo siguiente: "El peronismo constituye un ejemplo luminoso de esta situacin: las mayoras populares, el 17 de octubre, irrumpieron nuevamente en nuestra historia para quebrar su rumbo y para teirla con la pica jocunda de sus consignas victoriosas. Surga tambin un nuevo Estado, el Estado Nacional Popular, cuya legitimidad ms profunda anclaba en la movilizacin de las mayoras y la autonoma de la Nacin. Estado, Pueblo v Nacin volvan de ese modo, a integrarse en una totalidad instrumental y poltica que es condicin insoslayable en los procesos de liberacin en los pases perifricos. Y otro modelo de Estado, hegemnico hasta entonces en nuestra patria, era cuestionado en profundidad: el Estado liberal, cuya oscura historia, que es la de su ilegitimidad, vamos a contar aqu [...] Para lo que no sirvi jams, fue para integrar al pueblo a ese proyecto." (Feinmann, 1983, 78.) Aclaradas algunas de las caractersticas de la ideologa posterior a 1966, debemos seguidamente referirnos a otros aspectos del perodo que nos ocupa, y de manera especial al orden represivo que impone el Estado autoritario, rgidamente sistemtico. En el fondo la posicin expuesta, de manera especial la de los dos ltimos autores citados, es tpicamente conservadora. Haciendo nuestras las opiniones de Karl Mannheim, en cierto sentido, el conservadurismo naci del tradicionalismo, es, sin ms, tradicionalismo hecho consciente.
bares nocturnos, casas de baile, salas de baile y locales donde se ejecute msica y/o canto, con o sin intercalacin de nmeros de variedades, no podrn alternar con el pblico concurrente". Otra disposicin del mismo da y ao determina la luz que debe haber en los salones de baile. "La visibilidad deber ser tal que en todo el mbito del lugar y desde cualquier ngulo del local, se pueda apreciar con absoluta certeza la diferencia de sexo de los concurrentes." (Anales de Legislacin Argentina, Buenos Aires, 1966, n XXVI-B.)Se trata del temor al sexo y del orden impuesto por el puritanismo represivo. Con certeza lo seala en 1973 un extenso informe preparado por el Foro de Buenos Aires por la Vigencia de los Derechos Humanos al aludir a la tortura. Ongana, escriben, era un puritano "y los nicos desrdenes que le preocuparon fueron los sexuales, aunque asumieran la forma inocente de un beso en las plazas pblicas". Se delimitan con precisin escolstica los lmites de lo lcito e ilcito. Las normas abundan y tambin la puesta en prctica de las mismas. En una ordenanza municipal del 12 de enero de 1967 se enuncian los estrictos preceptos del Estado y las prohibiciones a que son sometidos los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, las mismas que en general rigen en todo el pas, la organizacin antisexual que obra en "resguardo de la moral o buenas costumbres". He aqu, el texto represivo del artculo 26 de la norma mencionada: "En los espectculos pblicos: La infraccin a la reglamentacin sobre calificacin, restricciones, accin, lenguaje, argumento, vestimenta, desnudez, personificacin, impresos, transmisiones, grabaciones o grficos, en resguardo de la moral o buenas costumbres, o que tiendan a disminuir el respeto que merecen las creencias o instituciones religiosas o lesionen el sentido de la dignidad humana y de la libertad de cultos, en los espectculos y diversiones, ser penado con multa de $.10.000, y/o arresto hasta 30 das, y/o clausura hasta 90 das." (Anales de Legislacin Argentina, Buenos Aires, 1967, t. XXVII-A.) Para el orden militar, el abstracto y nunca definido "modo de vida occidental y cristiano", es decir, traducindolo, el mantenimiento del poder autoritario, significa entre otras cosas que la poblacin lleve una existencia "moral", que rechace el placer de la carne. Por esa razn prohben todo lo que incite al sexo, desterrndolo del universo asctico que desean construir. Pero el asombro no encuentra lmites. La ordenanza mencionada en segundo lugar, un texto caracterstico de la paranoia oficial represiva, prohbe y sin definir los alcances, las publicaciones "que resulten inmorales". Pero aun van ms lejos en la accin, llegan en muchos casos al delirio. Veamos. Condenan, entonces, y lo decimos con las palabras de la disposicin municipal, "la fabricacin, preparacin, exhibicin, venta o tenencia de sustancias, drogas o aparatos para usar con fines de placer". Sorprende en el enunciado, por otra parte esquemtico y breve, la confusin que puede determinar, el amplio margen de maniobra, en los funcionarios (inspectores, polica) encargados de hacer cumplir la ordenanza. Sea como fuere, lo cierto es que sustituyen, sin duda, el goce y lo condenan con penas temporales que reemplazan, lo sealamos al referirnos a otros momentos del pas, el temor tradicional a los castigos divinos, los del infierno. Por otra parte, 86
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debemos insistir en el hecho, como bien observa Reich, cada vez que se incrementa la presin econmica sobre las masas trabajadoras, suele fortalecerse tambin la presin moralizadora y compulsiva. "Esto slo puede tener la funcin de prevenir una rebelin de las masas trabajadoras contra la presin social, mediante una intensificacin de sus sentimientos de culpabilidad sexual y su dependencia del orden constituido." (Reich, 1980, 149-150.) Es la tensin, siempre ha sido as, entre el orden autoritario y la libertad, una situacin que resuelven mediante la negacin de toda actitud que consideran racional. Una constante del autoritarismo argentino, el antisemitismo siempre latente se manifiesta en diversos campos de las actividades del pas. Son frecuentes entonces los atentados a las sinagogas y a los sitios de reunin de la colectividad juda. Se impone, por otra parte, la discriminacin de los judos en los altos cargos oficiales. Un antisemitismo que en ocasiones llega al ridculo y nos recuerda los certificados de "pureza de sangre" de la Espaa de los siglos XVI al XIX o las investigaciones de los nazis en la Alemania de Adolfo Hitler. En junio de 1970, a pocos das de producirse el derrocamiento del general Juan Carlos Ongana y en los momentos en que asume la presidencia de facto el general Marcelo Levinston, el semanario Primera Plana da a conocer en su primera pgina se nos ocurre que un agregado de ltimo momento dispuesto y ordenado desde la Junta de Comandantes la supuesta o real genealoga del militar argentino, confeccionada indudablemente por un especialista, descendiente, indican, de una antigua familia de la nobleza de Inglaterra. La intencin es bien clara: desean alejar toda suspicacia sobre el posible origen judo del nuevo presidente que imponan los militares.
La violencia fsica
Y tambin, por cierto, encontramos la violencia fsica. As, en un pas y en una sociedad descreda, en medio de las contradicciones polticas, los controles de todo tipo sobre la vida cotidiana y asimismo de las ms variadas reacciones (sucesos de Crdoba y Rosario en mayo de 1969), en determinado momento se incrementan la represin y la tortura. Y si bien la magnitud de los hechos no alcanza los mismos niveles de los observados en la segunda mitad de la siguiente dcada, en el perodo de la Revolucin Argentina el ejrcito y la polica dan muerte a ms de treinta personas. Lo hacen, as lo sealan en esos das las denuncias pblicas, "como consecuencia de la represin contra manifestaciones pacficas y desarmadas". La acusacin corresponde al Foro de Buenos Aires por la Vigencia de los Derechos Humanos y est fechada en 1973, en los momentos previos a la entrega del poder por parte de las autoridades militares. He aqu uno de los hechos referidos: "Al cumplirse el tercer aniversario de la instalacin de la dictadura de Ongana, la C.G.T. de los Argentinos, dirigida por Raimundo Ongaro, convoca a manifestaciones de repudio a la polica de los monopolios. Una de esas columnas, en Capital Federal, el 27 de junio de 1969 al llegar a plaza Once es interceptada por la Polica Federal y dispersada con el habitual empleo de gases lacrimgenos. 87
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Mientras los manifestantes se repliegan, de un coche particular descienden cuatro policas de civil (presuntos integrantes de Coordinacin Federal) y persiguen al ex secretario general del Sindicato de Prensa, y dirigente de la izquierda revolucionaria, Emilio Mariano Juregui hasta que lo ultiman a balazos en la calle... El diario La Prensa controvirti la versin oficial de que Juregui dispar contra sus victimarios y demostr, en cambio, que el dirigente fue asesinado cuando estaba cado en el suelo, por disparos hechos casi a quemarropa." (Proceso, 1973, 129.)Al llegar a este punto, es necesario referirnos a las torturas impuestas a los detenidos sociales y polticos, una prctica, por otra parte, frecuente para obtener confesiones a presuntos delincuentes comunes. Como bien se ha advertido con referencia a la barbarie nazi, los excesos son perpetrados en todos los casos por personas individuales, pero son aprobados, estimulados y hasta provocados por todo el sistema. (Kaminski, 1940, 143.) La represin sangrienta, las muertes y torturas, de ninguna manera puede atribuirse, como sealamos en otros casos, al sadismo de los menos; es la resultante de una poltica y tambin de una tradicin hondamente arraigada en las fuerzas armadas y en la polica. Reside, entre otros hechos, en la creencia de que son defensores de la verdad de turno, la nica posible para ellos. Golpes, violaciones, castigos y descargas elctricas en el cuerpo constituyen en esos das las prcticas ms comunes del brazo armado del poder. Los casos conocidos se multiplican a partir de la prdida de la escasa base de sustentacin del rgimen, siempre ocurre as en los sistemas autoritarios, y, de manera especial, luego del "Cordobazo" de mayo de 1969. Desarrollan todo un sistema, perfectamente organizado, para injuriar en su dignidad humana a los detenidos, sean stos hombres o mujeres, para destruirlos fsica y psquicamente y colocarlos bajo la voluntad del verdugo. Un informe preparado en 1973 sobre la represin en la Argentina a partir de 1966, determina cules eran los castigos corporales ms frecuentes: "La variedad de castigos corporales incluye 'innovaciones' tales como el 'telfono' (golpear con ambas palmas de la mano, al unsono, en los odos), pero sin olvidar las patadas (especialmente en los rganos vitales y sexuales), trompadas (espalda, cabeza, costillas y vientre). 'Reanimar' a los detenidos significa en el lenguaje de los torturadores colocar a la vctima frente a un ventilador para que recobre el conocimiento y proseguir con los castigos corporales. La golpiza slo se detiene cuando el detenido es una masa informe y sanguinolenta, o bien los golpes son dosificados progresivamente para aumentar la intensidad de la tortura." (Proceso, 1973, 145.) Como vena ocurriendo desde mediados de la dcada de 1930, la picana elctrica, con los terribles efectos de sus descargas, constituye uno de los mtodos preferidos por los torturadores. A diferencia de lo observado a partir de 1975, aproximadamente, en muy pocos casos el personal encargado de los tormentos cubre los ojos de sus vctimas. No les importa, o creen que eso no es posible, ser reconocidos. El informe del ya mencionado Foro de Buenos Aires seala el hecho de que en muchos casos tampoco les preocupa ocultar las dependencias oficiales donde cumplen su misin: Oficina de Informaciones de la Jefatura, seccional 10? de
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polica (ciudad de Crdoba), Departamento Central de Polica, comisara 23, comisara 19 (Capital Federal), etctera. Todos ellos estn seguros de la impunidad. En todos los casos, los testimonios de los detenidos son suficientemente explicativos y en esencia no varan de otros. Tomamos al azar prrafos de tres declaraciones. Los primeros corresponden a Adela Jorge. "[...] Me colocaron sobre una mesa y me estaquearon. Comenzaron a picanearme en los senos, en los rganos genitales, piernas y estmago, y en el ano. Me tiraban del cabello, ped por favor que no continuaran. Siguieron picanendome, se me paraliz una pierna, me pegaban en ella, comenc a sentir unas puntadas muy fuertes en el lado izquierdo del pecho, en la espalda y en los rganos genitales. Sin embargo, siguieron torturndome; para que no gritara me pasaban la picana por la boca. Me amenazaron con dejarme estril para toda la vida, que iban a destrozarme, que tomaran represalias contra mi familia. Me decan las ms horribles obscenidades que jams escuch [...]" (Proceso, 1973, 148.) Y los siguientes son de Jorge Eduardo Rulli. "[...] El que me picaneaba era un anormal, una hiena, se rea todo el tiempo. Antes de empezar dijo: 'Qu lstima que lo tenemos que picanear enseguida. Cmo me hubiera gustado romperle el culo primero, ya que est atadito, as'. Lo repiti varias veces de diferentes maneras. sta es la peor humillacin que te podes imaginar [...] La electricidad me haca saltar como enloquecido. Las contorsiones me hincharon a reventar las manos atadas y me provocaron una lesin de columna [...]" (Proceso, 1973, 149.) Por ltimo, la experiencia de Elda Frascetti de Colautti. "[...] Ponen msica con volumen muy alto y amenazan con matarme. Encienden la picana y comienzan a pasrmela por el cuerpo, pechos, cuello, axilas, ingle, vagina, los dedos de los pies y las manos, la planta del pie, la boca. Esto contina por veinte o treinta minutos, me tiran de los cabellos, me insultan, me interrogan y ponen una grabacin, adems de una cinta con una persona rindose permanentemente [...]" (Proceso, 1973, 148.) El sadismo de los verdugos llega muchas veces a los lmites de la patologa sexual. "Es el complejo de inferioridad de los anormales sexuales escribe H. E. Kaminski el que reacciona con los tormentos y martirios de vctimas inocentes, provocando en los verdugos sentimientos de voluptuosidad que no son capaces de experimentar de otro modo." En ese sentido, las aberraciones, vejaciones y violaciones son frecuentes en las casas de tortura y la lectura de los testimonios causa ' verdadero espanto. "Este aspecto de la tortura denuncia el Foro de Buenos Aires representa la crisis total de un sistema al que ya no le alcanza la opresin disimulada; es la grieta por donde se manifiesta la verdad menos evidente de la represin." La caracterstica de los verdugos es justamente la ausencia de todas las contenciones morales, actitud que ponen al servicio de un orden poltico autoritario 89
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o totalitario. Basados en la idea de que el poder estatal est por encima de la sociedad, del conjunto de la poblacin, creen racionalmente que todo est permitido. A Emilio Brigante, detenido en Mendoza, luego de golpearlo, de ser picaneado, le introdujeron "una lapicera en el ano" y a Mirta Miguens de Molina, son sus palabras, "el mango de un plumero". A las palabras soeces, a los constantes manoseos, se suman otros hechos. Emma Debenedetti, detenida en Coordinacin Federal, recuerda tiempo despus: "Cuando no me pasaban la picana uno de ellos me manoseaba el pecho y despus varios me metieron los dedos en la vagina".Y Ana Berrante de Oberln, torturada en la ciudad de Rosario, en abril de 1972, es precisa en sus recuerdos del sadismo verbal y de las vejaciones fsicas a que es sometida. He aqu parte de sus palabras, uno de los testimonios ms patticos del perodo que estudiamos: "[...] Me atan los tobillos y las muecas y comienzan a picanearme, especialmente en los senos, los genitales, las axilas y la boca. Alternan la picana con manoseos, masturbacin, todo el tiempo me insultan y me dicen las groseras ms repugnantes. Tratan de destruirme dicindome que mi marido ha muerto, que era una 'cornuda', que mi esposo era homosexual y que haba abandonado a sus hijos, que no haba pensado en mis padres y cosas por el estilo [...] El torturador insista en que lo insultara y me provocaba dicindome que seguramente yo estaba pensando que era un sdico y que llamara 'manoseo' a lo que estaba haciendo. Pero que me equivocaba: l era un cientfico, por eso acompaaba todas sus acciones con explicaciones acerca de mi conformacin fsica, mi resistencia, los fundamentos de los distintos mtodos, especialmente de los que l llamaba 'tcnicas sexuales' [...] Esa noche el interrogatorio vers, entre otros temas, sobre las relaciones sexuales que mantena con mi esposo con todas las variantes que este tema sugera [...] De todo lo que sufr, lo ms repugnante e inolvidable son las vejaciones que el pudor me impide relatar en detalle [...] Lo ms desesperante es la sensacin de total impotencia." (Proceso, 1973, 150.)
1976-1983: "Se rompen diques y barreras; la vida y la muerte se juegan en aras de la victoria"
La ideologa autoritaria se manifiesta de manera mucho ms vehemente en los aos posteriores a 1974, lindando sta, en algunos casos, con el totalitarismo. Sectores polticos y grupos de poder, algunos con el control de la fuerza del Estado y otros con el dominio demaggico, niegan al ser humano toda posibilidad de eleccin poltica y se manifiestan depositarios de la verdad absoluta. Ese proceso, debemos insistir una vez ms en lo expuesto en las pginas anteriores, tena y tiene races muy profundas en la Argentina. Por un lado, y con referencia a las fuerzas armadas, el verticalismo irracional est ya presente a fines del siglo XIX a la sombra de la influencia prusiana (White, 1982), sumndose ms tarde, como elemento coadyuvante, en el marco de la alianza con los sectores econmicos, el temor a los movimientos obreros socialistas y libertarios. Las academias e institutos militares 90
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conforman en los jvenes alumnos y en los oficiales una mentalidad autoritaria a la par de sealarles que estn predestinados a salvar al pas de cualquier peligro interno o externo. Por otra parte, es necesario decirlo, la creencia popular suele compartir en gran medida esa afirmacin interesada y, sutilmente inducida por los grupos de poder, se manifiesta a travs de las ms variadas expresiones. Nos encontramos nuevamente con el atractivo nacionalista que es similar, si bien en otra perspectiva, al que despierta el nazismo en las masas populares de Alemania. Con razn se ha sostenido, y as lo demuestra la realidad, que ningn rgimen autoritario o totalitario puede existir sin cierta dosis de apoyo popular. Opuestamente, en los pases donde la presin democrtica es fuerte y organizada, los grupos econmicos propensos, posiblemente, a apoyar a la extrema derecha en defensa de sus intereses, advierten que esas aspiraciones son intiles. Y no olvidemos, por otra parte, que siempre que cualquier tipo de fascismo o de mentalidad autoritaria se hace carne en la poblacin, sta suele dirigir sus miradas al ejrcito como un baluarte de la "decencia y la legalidad". (Ebenstein, 1965, 81.) "El grado de 'politizacin' del ejrcito que sea capaz de lograr un movimiento totalitario indica tambin hasta qu punto se ha hecho totalitaria la sociedad misma" (Friedrich y Brzezinski, 1976, 443). Se ha sostenido una y otra vez y con razn que el fascismo, todo movimiento autoritario, traspasa siempre a los grupos sociales: "los ricos industriales y terratenientes lo apoyan por alguna razn, la clase media inferior por otra, los psicpatas y los criminales por otra muy distinta [...] No obstante, en trminos de base psicolgica implcita, lo que el fascismo busca en los grupos sociales es el gran denominador comn de la frustracin, el resentimiento y la inseguridad (Ebenstein, 1965, 74). De all, pues, las acciones de tipo chauvinista y la bsqueda de "chivos emisarios", actitudes que encuentran gran resonancia entre amplios sectores de la poblacin sujeta a esos sistemas polticos. En efecto, qu puede esperarse de la induccin de ideales y smbolos afectivos. La misin del Ejrcito, leemos en la Cartilla militar que se distribuye en 1938 a todos los soldados conscriptos, es la defensa de la nacin, "tanto contra los enemigos exteriores como contra los enemigos interiores, es la misin del ejrcito". Ante todo, habra que saber cules son esos enemigos exteriores e interiores a los que alude la Cartilla militar de 1938. Nada sabemos, pero podemos conjeturar, teniendo en cuenta la preocupacin de la derecha y del nacionalismo, que tienen presente a determinados pases vecinos Brasil y Chile y a los sectores obreros ms radicalizados, movilizados en esos momentos en defensa de la Repblica Espaola agredida por el fascismo. En ste como en otros aspectos, advertimos que esa posicin tiene muchos puntos de contacto con la doctrina desarrollada a comienzos de siglo por la Liga Patritica y ms tarde por la Legin Cvica, antecedentes, en gran medida, de la doctrina de la Seguridad Nacional expuesta en la dcada de 1970. De esa suerte, el ejrcito y los sectores de ms poder econmico se convierten en aliados, y estrechan filas sobre objetivos comunes, en un movimiento destinado a reprimir. Por lo dems, la compra de armas es un hecho que superpone a otros y domina toda la cuestin. Siempre tienen presente, lo sugieren por intermedio de los medios de comunicacin, la poltica armamentista de los presuntos enemigos. Ese proceso va, asimismo, acompaado por una involucin interna apoyada en el chauvinismo y en la mentalidad autoritaria que va apoderndose de amplios sectores de la poblacin 91
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argentina, civiles y militares. En 1918, por caso, el coronel Carlos Smith, jefe del Regimiento 10 de Infantera, anuncia desde las pginas de un manifiesto que titula Al pueblo de mi patria! que sin el poder de la fuerza y sin el "pueblo en armas", el pas hubiese sido "presa de la voracidad" de las naciones vecinas. Las siguientes son parte de sus palabras: "Sin el ejrcito, sin el pueblo en armas, sin nuestros acorazados, sin nuestros arsenales repletos de fusiles y caones, la Repblica Argentina habra sido presa de la voracidad de esos vecinos que, sin embargo, no desperdician oportunidad para cantar a nuestro diapasn himnos a la paz y a la solidaridad americana". Y no olvidemos, siempre fue as, que las reacciones de los unos no pueden aclararse sin las iniciativas de los otros, y viceversa. Haca ya aos que estos hechos venanse dando as. Por otra parte, y repetimos una pregunta expuesta por nosotros en otra oportunidad, hasta qu punto los intereses de algunas potencias, vendedoras de armas no promueven en los pases perifricos enfrentamientos ficticios? Advertimos, pues, que ya en algunas dcadas anteriores estn presentes y bien precisados los elementos autoritarios que predominarn ms tarde. Finalmente, en ese orden de consideraciones, debemos aadir que poco a poco el lenguaje militar se impone para designar aspectos de la vida civil que no tendran por qu estar contaminados por el mismo. En efecto, en las ltimas dcadas algunos partidos polticos y sindicatos obreros, por ejemplo, utilizan los trminos "conductor", "estrategia", "espritu combativo", "comando superior", "apoyo logstico" y otros similares para calificar actitudes o denunciar a sus autoridades. Tambin, pensemos en la palabra "agresivo" la persona que ataca violentamente de palabra o de obra, define el diccionario en su connotacin argentina. "Vendedor agresivo" es aquel que logra imponer su mercanca a un tercero. Y, de hecho, ese lenguaje refleja la personalidad autoritaria, larvada o manifiesta, de gran parte de la poblacin. Una sntesis individual y el reflejo del mundo exterior que nos rodea a todos. La mencionada tendencia, de ninguna manera nueva en el pas, adquiere relevancia entre los aos 1976 y 1983. Se refleja, asimismo, en el creciente inters que adquiere en la Argentina la obra y las ideas de Von Clausewitz, terico alemn de la guerra e integrante, en las primeras dcadas del siglo XIX, de la Escuela de Estado Mayor de Prusia. Partidario de los sistemas polticos ms retrgrados, para l, Francia representa un grupo de ideas la Ilustracin, la Revolucin Francesa, la emancipacin de los judos, el liberalismo, el individualismo, la representacin popular que rechaza en nombre del patriotismo alemn. A este respecto, y en una asociacin similar a la del terico alemn de la guerra, resulta expresivo y revelador que en la Argentina, mucho antes de la dcada de 1970, periodistas, polticos y gremialistas mencionen las palabras y las ideas del militar prusiano con intencin laudatoria. Con todo, es menester indicar que esa costumbre adquiere mayores proporciones en los momentos de las disputas territoriales con Gran Bretaa y Chile. Gran parte de la poblacin del pas vive en esos das en un constante estado de tensin interno y externo, libera su efectividad, inducida por los medios de comunicacin. Un estado de tensin que tiene su base de sustentacin en el ya mencionado chauvinismo nacionalista y conjuga con el lenguaje que todos venan escuchando desde la niez; nos referimos a la 92
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simplificacin interesada de los smbolos de la nacionalidad forjada desde las aulas escolares, "sin batallas, sin cados, sin banderas ensangrentadas, sin modestos y obtusos y generosos prjimos que dieran su vida por los jefes, el patriotismo se convertira en algo tan aburridamente razonable y tan difcilmente manipulable por el Estado que dejaramos a buen seguro de hablar de l." Son palabras del escritor espaol Fernando Savater, expuestas en un discurso pronunciado en Euskadi con motivo del congreso de las organizaciones pacifistas y de derechos humanos (La Razn, Buenos Aires, 30 de junio de 1930). Desde ese punto de vista es significativo que el general de divisin argentino Alcides Lpez Aufran, militar que interviene en los enfrentamientos internos de la dcada de 1960 por la conquista del poder, defina al autor de De la guerra como "filsofo" y lo considera, son sus palabras, "una de las cumbres (sic) del pensamiento humano" (La Nacin, Buenos Aires, 25 de agosto de 1980). Pero no es todo; agrega que la guerra, es decir la violencia, constituye la actividad ms importante y noble del ser humano. Y sostiene, inspirado en Von Clausewitz: "La guerra, en una palabra, es la ms destacada de las formas de transformacin de la sociedad... La guerra es una parte de la poltica, uno de sus elementos, algunas veces, el argumento final." La guerra y la muerte. Es preciso aclarar el sentido ltimo y brutal de esas palabras? Y en ellas encuentran puntos de convergencia amplios sectores de los ultras. Por entonces, el mismo ao, una universidad privada no confesional, organiza en la ciudad de Buenos Aires unas jornadas en homenaje al autor de De la guerra, e intervienen en las mismas militares y civiles. Era, sin duda, lo es?, la tendencia general de la sociedad argentina y que, tradicionalmente, se viene inculcando a los jvenes en los institutos militares y en las escuelas civiles. Los menos, aquellos que esperan hallar la respuesta en el pensamiento racional, estn, por lo general, aislados en medio de la euforia chauvinista que subordina al ser humano a los intereses del "movimiento nacional", e impone el consenso acrtico y la obediencia. "Es evidente escribe Adolfo Hitler en Mi luchad que todo debe subordinarse al inters de la nacin." Conocemos hechos y a ellos pasamos a referirnos. En el transcurso de la dcada de 1970 y en sus momentos previos, como consecuencia de los enfrentamientos de las fuerzas armadas con los guerrilleros cristianos-marxoperonistas y con los grupos del ERP y de las FAL, los militares reviven el viejo profesionalismo combatiente (Druetta, 1983, 109) e imponen como doctrina nacional, la ideologa autoritaria que vena delinendose a partir del derrocamiento del gobierno constitucional de Arturo Illia, en 1966. El general Osiris Villegas, defensor ante los tribunales militares en 1985 de su par Ramn J. Camps, sostiene, y en ello coincide con muchos, que las fuerzas armadas constituyen la "ltima reserva de la nacionalidad". Es necesario aclarar el sentido estricto de esas palabras? Las mismas expresan, sin ninguna duda, proviniendo de quien provienen, tanto como decenas de pginas explicativas. Pero no es todo. Poco antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, solicitado y recibido con agrado por la inmensa mayora, y dentro de la misma lnea de pensamiento, daban a conocer desde las pginas de un impreso perteneciente al Crculo Militar institucin que asocia a miembros del ejrcito la opinin casi oficial sobre el papel que en esos momentos cumplan los integrantes de las fuerzas 93
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armadas. Sin duda, la misma era la generalizada creencia mesinica. Al mismo tiempo, no debe sorprendernos, exponen la defensa irracional de la violencia en trminos que bien podan suscribir, cambiando las palabras sobre los destinatarios y partcipes del mensaje, otros sectores, en este caso civiles, del espectro ideolgico. Se dice, entre otras cosas: "Lo que nos pasa a los argentinos es que tantos aos de paz nos han apoltronado... gracias a Dios, no han apoltronado a los cuadros de nuestro Ejrcito, que en cada momento est brindando ejemplos de coraje, de resolucin y de capacidad combativa. Es probable que se hayan apoltronado las mentes dbiles, contaminadas por sutiles y variadas propagandas ideolgicas, que han posibilitado la accin de bandas de alienados. Pero esa muchachada sana, fsica y moralmente, representada con virilidad por los oficiales y suboficiales jvenes..., bendito sea Dios!, lejos est de haberse apoltronado." (Citado por Druetta, 1983, 131.) La "capacidad combativa" inclua claramente el aniquilamiento del adversario ideolgico. Pero, sin duda, abarcaba mucho ms. Abarcaba en ese caso el silencio y la imposicin del terror a los otros. Pero no es todo. Los matices de aquellas opiniones suelen aludir, y en una posicin que en esencia no difiere de la de los sectores conservadores que actan a comienzos del siglo XX, a la permanencia de la tradicin y a la defensa de los "valores de la nacionalidad". Y recurrimos nuevamente a las palabras del general Osiris Villegas, expuestas en este caso con motivo de celebrarse el 26 de abril de 1980 el Da de la Caballera. "Unidos por afinidades preexistentes dice, doctrinalmente amalgamados, educados en la metodologa del esfuerzo y del amor al peligro, como hidalgos de la vieja raza, cada da ms rara, nos autoconvocamos para rendir este homenaje evocativo, propio de la institucin castrense. Todo ese conjunto nos permite traer el recuerdo emocionado de nuestros jinetes, de todas las jerarquas, caballeros de sable y lanza, que han cado en acto de servicio." (Revista informativa de Caballera, n. 3, 1981.) Entre esas cualidades de la "raza" (?) incluye la superioridad, el dominio de la verdad, la autosuficiencia, el poder de imponer al resto de la poblacin, es decir a los que no son "hidalgos" ni manejan el control de la muerte, los "estilos de vida" que ellos creen ms adecuados. Aqu, en la Argentina, parece sostener, las reglas que necesitamos para guiar nuestras vidas las sealan los "caballeros" e "hidalgos". No es el motivo de estas pginas estudiar, ni aun someramente, el proceso poltico y econmico que a partir de las elecciones constitucionales de 1973, transpuesta ya la etapa del autoritarismo anterior, desemboca nuevamente en la dictadura. Una dictadura dispuesta ahora a aniquilar para siempre a los adversarios, fuesen stos presuntos o reales. Pocas voces, la memoria colectiva es frgil, se alzaron entonces para detener la barbarie. El silencio y la media palabra sealan, al menos por un tiempo, la conformidad. Prlogo macabro a los miles de asesinatos y vejaciones que se sumarn a los ya cometidos en el pas, el comunicado nmero 13 de la Junta de Comandantes hace un llamado, el 24 de marzo de 1976, a la juventud. "El futuro de la tarea que emprendern las Fuerzas Armadas estar materializado en un futuro ms prspero, ms digno y ms justo. 94
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Nuestra juventud de hoy agreganser la destinataria y la beneficiara de ese maana mejor que construiremos con la colaboracin de todos los argentinos." (La Nacin, Buenos Aires, 25 de marzo de 1976.) La realidad es conocida y sus resultados constituyen hoy una triste y trgica herencia. "Miles de personas fueron privadas de su libertad, torturadas y muertas como resultado de la aplicacin de esos procedimientos inspirados en la totalitaria doctrina de la Seguridad Nacional." As lo manifiesta sin eufemismos el decreto nmero 158 del ao 1983 que ordena someter a juicio sumario a todos los integrantes de las juntas militares. Cuatro aos antes, el 29 de mayo de 1979, con motivo de cumplirse el aniversario de la creacin del Ejrcito Argentino, el teniente general Roberto Viola, en directa referencia a las secuelas de la guerra antisubversiva, expresa que esa accin tuvo "una dimensin distinta del valor de la vida". Y tambin, ahora en alusin a su presente, advierte: "Se rompen diques y barreras; la vida y la muerte se juegan en aras de la victoria. Lo peor no es perder la vida. Lo peor es perder la guerra. Por eso el ejrcito, recuperado hoy ese valor de la vida, puede decirle al pas: hemos cumplido nuestra misin. sa es la nica y creemos suficiente explicacin. El precio el pas lo conoce y el ejrcito tambin. Esta guerra, como todas, deja una secuela, tremendas heridas que el tiempo, y solamente el tiempo, puede restaar. Ellas estn dadas por las bajas producidas; los muertos, los heridos, los detenidos, los ausentes para siempre". Determina, as, de manera indudable, y acepta entre lneas que se cometieron excesos y se rompieron barreras. Tambin, indirectamente, lo reconoce la ley 22.068 que establece que podr declararse el presunto fallecimiento de la persona cuya desaparicin del lugar de su domicilio o residencia, sin que de ella se hubiese tenido noticia, hubiese sido denunciada entre el 6 de noviembre de 1974 (fecha en que se impone el estado de sitio) y el 12 de septiembre de 1979, da de su promulgacin (Organizacin de Estados Americanos 1980, 137). Esto nos lleva a suponer que el perodo aludido fue el de mxima represin. En un esfuerzo por ser claros, en la comunicacin que el Ministerio del Interior enva entonces al presidente de la Repblica, se observa que la ley tiene como objetivo principal "regular la situacin que aflige a un cierto nmero de familias argentinas, motivada por la ausencia prolongada y el destino de algunos de sus integrantes, como consecuencia de los eventos que afront nuestro pas en el pasado reciente". Es necesaria ms claridad para leer entre lneas? No se trata, obviamente, de los fallecimientos en actos guerrilleros. El destino al que aluden no puede ser otro que los asesinatos ocurridos en los campos de concentracin o chupaderos de las fuerzas represivas. En vista de esa situacin, a nadie sorprender que en el mes de abril de 1982, as lo registra la mayor parte de la prensa peridica de Buenos Aires, el vicario castrense, monseor Medina, sostiene que "algunas veces la represin fsica es necesaria, es obligatoria y, como tal, es lcita". Y no olvidemos, por ltimo, que el terrorismo de estado encuentra sus defensores ms comprometidos en ciertos funcionarios, militares e industriales extranjeros que visitan el pas. Un ao y pocos meses antes del conflicto con Gran Bretaa, en noviembre de 1980, el mayor general de ejrcito ingls Richard Clutterbuck, especialista en temas sobre el terrorismo, afirma que en la Argentina "no se percibe represin policial alguna". Y contina diciendo: "He visitado a Buenos Aires, a Crdoba; he hablado en cuatro universidades; he conversado con muchos 95
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periodistas y no advierto que haya represin" (La Nacin, Buenos Aires, 20 de noviembre de 1980). Y unos meses antes, el 28 de julio de 1980, Peter Francis Lobkowicz, delegado de las industrias Krupp, sostiene conceptos similares y agrega que no importa la muerte de 10.000 seres humanos alude a la represin oficial si con ello se salva la sociedad. Su admiracin por el Ejrcito Argentino se manifiesta en el obsequio al mismo de una estatua de san Ignacio de Loyola "porque dice simboliza un poco a la Argentina" (La Nacin, Buenos Aires, 28 de julio de 1980). Por entonces, precisamente el 1? de setiembre del mismo ao, uno de los delegados al Cuarto Congreso Anticomunista realizado con el auspicio oficial en el Teatro Municipal General San Martn de la ciudad de Buenos Aires y presidido por el entonces general Carlos Surez Masn, dijo: "estamos en permanente lucha bajo el lema de que el nico comunista bueno que va a haber en el pas (El Salvador) va a ser el comunista muerto". Paradjicamente, lo informa un artculo publicado en julio de 1981 por el peridico estadounidense The New York Times, Rusia y la Argentina se alan mutuamente en esos das en las organizaciones internacionales contra lo que consideran una interferencia de terceros en su poltica sobre derechos humanos. La Comisin Nacional Sobre la Desaparicin de las Personas (creada por decisin del presidente Ral Alfonsn, poco despus de asumir la primera magistratura del pas, el 15 de diciembre de 1983) sustentada en el testimonio de miles de testigos que expusieron sobre sus trgicas experiencias, las propias y las de sus familiares, seala en 1984 el silencio y el desinters de la mayora de la poblacin sobre esos hechos. Si bien pudo desconocerse la magnitud de los hechos, de ninguna manera pudieron ignorar eran testigos el orden represivo impuesto y la accin del poder para controlar los menores detalles de la vida cotidiana. Es ms, puestas en boca de muchos se escuchaban con frecuencia las palabras "por algo debe ser" para justificar la detencin de un vecino o un compaero de trabajo, muchas veces motivada no por razones ideolgicas sino por averiguacin de antecedentes todos los pobladores eran culpables de algn delito o por no llevar consigo ninguna documentacin identificatoria. Decenas de miles de habitantes debieron soportar dos o ms das de detencin en una comisara debido a una simple sospecha o, en la mayor parte de los casos, como parte de la campaa de terror emprendida sistemticamente. Con el silencio y el temor de muchos, encontramos, asimismo, a los grupos defensores de los derechos humanos y la activa campaa que emprendieron, con el riesgo de sus vidas y de su libertad, durante los aos del Proceso: Liga Argentina por los Derechos del Hombre, Servicio Paz y Justicia, Movimiento Ecumnico por los Derechos Humanos, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Polticas, Abuelas de Plaza de Mayo, Madres de Plaza de Mayo, Centro de Estudios Legales y Sociales. "Los argentinos somos derechos y humanos" se repite en 1978 y 1979 una y otra vez por los medios de comunicacin y puede leerse la frase en las lunetas de los automviles y en las ventanas de las casas y departamentos. Son los momentos de la presencia en el pas de los miembros de la Comisin Internacional de los Derechos Humanos de la Organizacin de Estados Americanos y de observadores extranjeros. Es la agresin externa, la del imperialismo y del capital forneo, dicen, 96
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contra los "valores" nacionales. "La Comisin escriben sus miembros en 1980 pudo palpar durante la visita cierta indiferencia en algunos sectores de la opinin pblica." (Organizacin de Estados Americanos 1980, 135.) Pero es posible decirlo mejor todava, y es que por lgica, sin ninguna duda, la moral exclusivamente utilitaria e individualista inculcada desde el poder, una accin que no es reciente, se muestra intolerante y en el mejor de los casos indiferente ante las agresiones a los derechos humanos. Y no solo no se compromete en la defensa de los militantes polticos, tampoco en la de aquellos que trasgreden las reglas de la sexualidad considerada, por decirlo as, como "normal". No es necesario volver a insistir en el hecho de que la represin, todos los tipos de represin, estn profundamente arraigados en la sociedad argentina. Con insistencia se trat de aniquilar por todos los modos posibles cualquier expresin racional e independiente, condicionando por todos los medios, mecnicamente se ha observado, desde las escuelas y los medios de comunicacin "la enseanza de ideales y smbolos emocionalizados, mediante la planeacin y coordinacin de los ambientes, los equipos de trabajo y los juegos, y despus mediante una propaganda inteligente" (Mannheim 1963, 335). A este proceso de fusin y coordinacin, suman la doctrina de los "valores ms altos", los de la "tradicin" o los ya aludidos de la "civilizacin occidental y cristiana" (todos ellos formas indudables de infalibilidad), en sustento de los cuales justifican la censura y toda clase de represin y violencia. En esto, pues, estriba el carcter autoritario de un amplio sector de la poblacin. Es posible mencionar numerosos casos sobre una situacin que en gran medida motiva el desinters en analizar las causas ms profundas del autoritarismo. Por qu esto? Sobre todo, quiz sea debido al hecho de que es ms simple y menos complicado practicar el olvido, y ese ejercicio se ha observado con suma frecuencia. Por otra parte, tal como son las cosas, suele caerse en lo anecdtico y superficial. En ese aspecto, y frente a los problemas que afectan a nuestra realidad y que interfieren en el logro de la felicidad individualgenuina, una y otra vez sectores polticos y confesionales acusan al sistema constitucional de fomentar la pornografa ("democracia pornogrfica", dicen con referencia a la mayor permisibilidad en las relaciones cotidianas y dejan a un lado las deformaciones propias de una sociedad alienante que considera a la mujer como un simple objeto sexual). Tal, pues, la escena. Expuesto lo anterior, debemos ahora desarrollar otros aspectos que revelan los excesos y la condicin del ser humano en la dcada de 1970. Nos referimos a la desproteccin de la sociedad argentina y a la intolerancia oficial. A esa realidad alude, como antes lo haban hecho los defensores de los derechos humanos que actuaron en el pas y en el exterior.5 El Informe de la Comisin Nacional Sobre la Desaparicin de Personas, basado en la abundante documentacin reunida, observa diversos aspectos de la "caza de brujas": "En cuanto a la sociedad, iba arraigndose la idea de la desproporcin, el oscuro temor de que cualquiera, por inocente que fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas, apoderndose de unos el miedo sobrecogedor y de otros una tendencia consciente o inconsciente a justificar el horror: 'por algo ser', se murmuraba en voz baja, como queriendo as propiciar a los terribles e inescrutables 97 5 En los "Textos documentales sobre el orden represivo" se incluyen varios testimonios de las organizaciones defensoras de los derechos humanos.
dioses, mirando como apestados a los hijos o padres del desaparecido. Sentimientos, sin embargo vacilantes, porque se saba de tantos que haban sido tragados por aquel abismo sin fondo sin ser culpables de nada; porque la lucha contra los 'subversivos', con la tendencia que tiene toda caza de brujas o de endemoniados, se haba convertido en una represin demencialmente generalizada, porque el epteto de subversivo tena un alcance tan vasto como imprevisible. En el delirio semntico, encabezado por calificaciones como 'marxismo-leninismo', 'apatridas', 'materialistas y ateos', 'enemigos de los valores occidentales y cristianos', todo era posible; desde gente que propiciaba una revolucin social hasta adolescentes sensibles que iban a villas miseria para ayudar a sus moradores. Todos caan en la redada: dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salarios, muchachos que haban sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psiclogos y socilogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que haban llevado las enseanzas de Cristo a las barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos, y amigos de esos amigos, gente que haba sido denunciada por venganza personal y por secuestrados bajo tortura. Todos, en su mayora inocentes de terrorismo o siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de la guerrilla, porque stos presentaban batalla y moran en el enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse, y pocos llegaban vivos a manos de los represores." (Comisin Nacional, 1984, 10.) Lo Comisin Nacional Sobre Desaparicin de Personas, por otra parte, comprob la muerte de gran cantidad de personas, adolescentes y adultos, su nmero no fue precisado hasta hoy con exactitud; previamente detenidas y luego exterminadas en los sitios de confinamiento, con ocultacin de la identidad de las mismas. El general Agustn Lanusse relat a la Cmara Federal una ancdota realmente macabra al responder a una pregunta sobre Elena Holmberg, presuntamente asesinada. Enrique Holmberg, hermano de sta, y el general Guillermo Surez Masn, cuenta el ex presidente de facto, concurrieron juntos a la Unidad Regional de Tigre de la Polica Federal, con motivo del hallazgo de un cadver que poda ser el de la diplomtica desaparecida poco tiempo antes. Surez Masn, agrega Lanusse, recrimina al polica que los haba atendido por no habrsele comunicado la aparicin de ese cadver. El jefe de la Unidad, un comisario, le responde entonces a quemarropa, es posible que ignorando la identidad del acompaante del militar: "No se olvide, general, que ya son ms de ocho mil los cadveres que ustedes han tirado al ro". (La Razn, 14 de mayo de 1985.) Las vctimas, entre las que se encuentran los asesinados, torturados y detenidos, pertenecen a los ms diversos campos de la actividad social, y se discriminan de la siguiente manera:
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99 Ricardo Rodriguez Molas LA IRRACIONALIDAD DEL PODER Y LA IMPOSICION DE LA MUERTE (1955-1984) % 30,2 21,0 17,9 10,7 5,7 5,0 3,8 2,5 1,6 1,3 0,3
obreros estudiantes empleados profesionales docentes autnomos y varios amas de casa conscriptos y personal subalterno de las FF. de seguridad periodistas actores, artistas, etc. religiosos Fuentes: CONADEP. Bs. As., 1984, p. 480.
Los secuestrados eran conducidos a alguno de los 340 centros clandestinos de detencin, no pocos de ellos acondicionados previamente con ese fin y pertenecientes a las fuerzas de seguridad o a las fuerzas armadas. "Esos centros clandestinos estaban dirigidos por altos oficiales de las FF.AA. y de seguridad. Los detenidos eran alojados en condiciones infrahumanas, sometidos a toda clase de tormentos y humillaciones. De las investigaciones realizadas hasta el momento (1984), surge la nmina provisoria de 1.300 personas que fueron vistas en algunos de los centros clandestinos, antes de su definitiva desaparicin." (Informe de la Comisin Sobre la Desaparicin de Personas, 1984, 479.) Los defensores de la "civilizacin occidental y cristiana" no trepidan en violar y vejar sexualmente a mujeres y hombres. Una y otra vez los relatos de los testigos que declaran ante la Cmara Federal que enjuicia a los comandantes en jefe, mencionan hechos de esa naturaleza. Asimismo lo registran las denuncias expuestas a la Comisin Nacional Sobre la Desaparicin de Personas y lo sealan las publicaciones de las distintas organizaciones defensoras de los derechos humanos. "No me toques, porque me violaron en la tortura, por atrs y por adelante", dice una joven de diecisis aos, que nunca reapareci informa Horacio Verbitsky, cuando su compaero de infortunio Pablo Daz quiso tomarla cariosamente de la mano. (El Periodista, Buenos Aires, n 36, 17 al 23 de mayo de 1985.) Los rganos sexuales y el ano de hombres y mujeres son los sitios preferidos para aplicar la picana elctrica. Ideologa y, ahora, s, sadismo, se asocian estrechamente. A esos hechos debemos sumar, en algunos casos, el componente religioso. La psicologa ha estudiado las relaciones ntimas entre el misticismo, la voluptuosidad y los refinamientos ms crueles. Lo observamos en la patologa de algunos creyentes de los siglos XVI y XVII y en la accin de los Inquisidores contra 99
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lo que consideran una desviacin de las normas morales o religiosas. Los campos de concentracin nazis, por caso, registran las ms crueles atrocidades en ese sentido. "El 1O de julio de 1933 fue sometido el comerciante Max Margoliner, de Breslau, en la casa parda de su ciudad natal, a torturas sdicas, de cuyas consecuencias muri dos meses despus. Un informe de testigo presencial aparecido en el Saarbrueckener Volkstimme, cuenta: 'Los inhumanos sujetos hicieron girar en el ano de la vctima, que haba perdido el conocimiento, un resorte en espiral. .. En el hospital estuvo ocho semanas en el agua, porque no poda sentarse sin quedar echado." (Kaminski, 1940, 149.) En otros casos durante los interrogatorios los S.S. obligaban a dos presos a masturbarse mutuamente, obligndolos luego a lamer el uno la eyaculacin del otro (Kaminski, 1940, 151). Norma Ungaro, testigo de las crueldades del Proceso, registra Verbitsky, cuenta que uno de los torturadores era un mstico que recitaba la Biblia y a quien sus compaeros denominaban El Cura. Por otra parte, todos los miembros del gobierno militar concurren con frecuencia a la iglesia y hacen profesin de fe religiosa; es ms, directa o indirectamente se declaran cruzados del catolicismo. "Yo soy un hombre religioso, soy incapaz de hacerle mal a nadie", le dijo Videla, "tomndolo de la mano", al rabino Marshal Meyer al visitarlo ste con motivo de la detencin del periodista Jacobo Timerman, cruelmente torturado das antes. (La Razn, Buenos Aires, 4 de mayo de 1985.) El sexo y la tortura a los presos polticos podan ir a la par. El relato pertenece a Jacobo Timerman y fue expuesto bajo juramento, el viernes 3 de mayo de 1985, en la Cmara Federal. Cuenta que durante su estada en el centro clandestino de detencin "Coti Martnez", tuvo ocasin de ver al periodista Rafael Perrota. Con ese motivo relata cmo usaban sexualmente a tres prisioneras. "Una noche empezaron a limpiar todo y a prepararse para una gran fiesta. Yo o decir eso porque estaba en esa habitacin, all donde estaba la oficina de los oficiales, de la administracin, y o que vena gente de Campo de Mayo. Decan: preparen todo para los coroneles. Tenan tres chicas muy hermosas para usarlas sexualmente y las usaban en la fiesta. Pero yo estaba justo en el lugar al lado del pasillo que daba a la puerta, de modo que vea quin entraba y quin sala, a menos que me vendaran, pero escuchaba. Escuch cmo lo torturaban a Perrota. Entonces me sacaron de ah, y, por error, uno de los guardias dijo: llvenlo a la celda de las chicas. Entonces me llevaron a una pequea celda que haba sido de las chicas pero a ellas las haban movido a otra. Y esa estaba reservada para Perrota. Estando yo solo entr Perrota lo conoca desde mucho tiempo atrs y estaba completamente loco, muy golpeado, desvariaba, me dijo: tengo fro, me levantaron en la calle, necesito una latita para orinar. Esas eran casi las nicas cosas que deca. Despus dijo: parece que hay fiesta; deben estar con las chicas gozando una linda fiesta." (La Razn, Buenos Aires, 4 de mayo de 1985.)
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Desarrollado as, de un modo apresurado, el tramo de la barbarie que se impone en el pas a partir de 1976, nos resta aludir a otra actitud que tambin es de violencia. Es necesario decirlo, de violencia, sin sangre e impuesta en esos das por los "formadores de la opinin pblica". El hecho, pronto lo veremos mejor, alude al control de la informacin que llega a la masa, de ningn modo a la lite econmica y de poder. Se trata de imponer una ideologa antiintelectualista, irracional y de mitos que pertenecen al poder del pas. Las olimpadas de Munich de 1936, en momentos de pleno auge del nazismo, tienen su equivalente en el campeonato mundial de ftbol realizado en 1978 en la Argentina. Dos situaciones distintas y un mismo fin: la apelacin subversiva a los afectos de la que nos habla Walter Benjamn y, asimismo, justificar el poder por medios irracionales. El totalitarismo y la mentalidad autoritaria silencian todo anlisis crtico y toda informacin que pueda interferir en el dominio que ejercen sobre el pueblo. Esa actitud la advertimos generalmente en regmenes populistas y en pases donde las relaciones son de tipo feudal y paternalista, con un fuerte arraigo de la ortodoxia religiosa. Se trata, en sntesis, de sumar al sometimiento sustentado en la organizacin familiar y en la moral, el silencio sobre algunos aspectos de lo que ocurre en otras reas del mundo. Un equivalente del sociocentrismo y del etnocentrismo fomentado en los siglos XVII y XVIII y que se proyecta en la ideologa y en la praxis de lo que denominan "folklore nacional". Lo expuesto puede advertirse en las Naciones Unidas al suspenderse el 17 de diciembre de 1982 por 107 votos a favor, 13 en contra y 13 abstenciones, la puesta en marcha de transmisiones televisivas internacionales directas va satlite no reguladas y originadas en pases industrializados. La oposicin, obviamente, parte de los gobiernos de las naciones del denominado Tercer Mundo, las de Amrica, Asia y frica, regidas por los ms variados y opuestos intereses. Tirios y troyanos, una vez ms, se ponen de acuerdo. La intencin de imponer el aislamiento, un aislamiento que tiene su equivalente en la Alemania nazi o en la Rusia de Stalin, es bien clara y la expresa sin eufemismo de ninguna ndole un diplomtico latinoamericano con las siguientes y expresivas palabras que apuntan a la esencia misma de los hechos: "por el grave peligro dice que presupone para nuestra cultura, nuestro orden poltico-econmico, es decir, para nuestra sociedad, esta transmisin televisiva no regulada". Son trminos que entonces podan orse, y sin el derecho a ninguna rplica, en la Argentina. Las mismas, palabras ms o menos, que sostiene el rgimen teocrtico de Jomeini en Irn. Constituye, pues, un peligro el conocimiento de los valores racionales de Occidente para la miseria y el hambre de millones de seres humanos imposibilitados de estudiar y tener conciencia de la cultura, de los valores heredados? O, si se prefiere, recordando la propuesta ya mencionada en un captulo anterior de un jesuita del siglo XVIII, esperan y desean que "permanezcan humildes y sencillos pues para las mariposas y mosquitos no hay mayor peligro que el brillo de la vela encendida"? Los segregan, dicindolo en pocas palabras, de la cultura entendida como las realizaciones genricas y universales del espritu humano, la nica posible y racional. Tratan, por razones obvias, de folklorizarlos. Indudablemente, sta es otra de las violencias que suman a la tortura, tanto o mas peligrosa que la anterior, pues lleva en s el deseo de que la poblacin inducida 101
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acepte, como algo natural, la violencia fsica ejercida contra los heterodoxos o los disidentes del sistema. Pero eso no es todo. Poco tiempo antes, en los momentos posteriores al conflicto armado sostenido con Gran Bretaa, el secretario de Cultura de la Argentina, profesor Julio Csar Gancedo, al aludir a los pases de Amrica Latina sealaba su convencimiento de que ms que un continente conforma "un contenido de valores". Palabras similares podemos encontrar en los escritos de los tericos del nazismo y del fascismo. En Mi lucha, de Adolfo Hitler, puede leerse la siguiente afirmacin, similar a tantas otras contemporneas de la derecha o de la autotitulada izquierda nacional: "La nacionalizacin de nuestras masas slo se llevar a efecto cuando con el decidido combate por el alma de nuestro pueblo sus enfermedades internacionales sean aniquiladas... Quien desee liberar al pueblo alemn de las manifestaciones y vicios presentes que le son originariamente ajenos, deber en primer lugar eliminar al excitador extranjero causante de tales manifestaciones y vicios". En lo que hace a la Argentina y en general a Amrica Latina, ese atomismo expuesto por los que propician el "dilogo de las culturas", es decir, de una conformacin esttica de la dimensin humana situacin similar a la observada en el romanticismo, llega a situaciones tpicamente paranoicas al ser expuesto por los grupos de poder. Revitalizando las teoras de los antroplogos culturales que sirvieron de base a la derecha autoritaria de Europa, sostienen la necesidad de revivir el pasado. Un pasado, observan, que debe constituir el muro o la barrera para evitar todo cambio en las estructuras sociales y econmicas. Es indispensable, sostienen, cortar de raz toda influencia que pueda llegar de los pases ms evolucionados y evitar de esa manera la "igualacin cultural". "Entre nosotros escribe Marco Denevi, escritor argentino, y lo hace en momentos de mxima euforia chauvinista con motivo de la ocupacin militar de las Malvinas la moral privada todava era sana, era sana la sexualidad y era fuerte la familia, pero haba que proclamar la crisis de las tres porque tal cosa ocurra en Europa y no debamos ser menos". Tambin por esos das, Abelardo Arias, de la misma nacionalidad y ocupacin que el anterior, en una carta que enva al diario La Nacin solicita que se suprima la enseanza del idioma ingls y del francs en los colegios de segunda enseanza. Y agrega, con el preciso fin de refirmar su propuesta: "En ningn pas europeo se ensea oficialmente el espaol. Renunciemos entonces, a nuestra actitud colonial. Es hora contina diciendo que reconozcamos nuestra relacin fsica y espiritual con Amrica Latina". En suma, nos encontramos con el lenguaje totalitario y con un chauvinismo infantil, actitudes en las que coinciden la prensa tradicional de derecha, el populismo y parte de la "izquierda". Como seala Luz Winckler al estudiar La funcin social del lenguaje fascista, se pone de manifiesto la decadencia fsica y moral del enemigo. Para los militares del Proceso y para gran parte de la poblacin inducida a expresarse de determinada manera, los britnicos son herejes y corruptos. Se trata, en el fondo, no slo de una accin destinada a incorporar al pas un territorio insular, tambin de una "cruzada" de la catolicidad. Un militar argentino, el coronel Esteban Sols, declaraba en abril de 1982 que los soldados britnicos de la Royal Marine lean revistas pornogrficas, consuman drogas y 102
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tenan, son sus palabras, "ciertos artefactos que nos hizo especular (sic) en la prctica de la homosexualidad". Por otra parte, capellanes militares sealaban a los combatientes que iban a enfrentarse con disidentes religiosos, enemigos de la Iglesia. Podemos afirmar, en suma, que el autoritarismo impuesto en la Argentina a lo largo de la dcada de 1970 es la culminacin de un largo proceso que comienza mucho antes. Encontramos sus races en el carcter totalitario de la organizacin familiar, en las ortodoxias secularizadas de la realidad que se imponen en la enseanza en la civil y en la militar, en los temores que en los sectores de poder producen las crisis de una sociedad en cambio. As pues, la agresividad contra terceros se le ofrece al orden establecido como una alternativa vlida para silenciar a los heterodoxos y a los disidentes; para imponer, ya lo hemos sealado, el terror al resto de la poblacin. Ahora bien, en el plano estricto de la realidad y, concretamente, en lo referente a la imposicin de suplicios y torturas, la barbarie, ya lo hemos sealado, no es obra exclusiva de sdicos o paranoicos. Una y otra vez se alude, en los informes de los testigos que declararon ante la Comisin Nacional Sobre la Desaparicin de Personas y, meses ms tarde, en la Cmara Federal que enjuicia a los comandantes en jefe, a la ideologa autoritaria y fascista de los represores. Se debe decir tambin que los miembros de las bandas asesinas se reclutaban entre los simpatizantes de esas ideologas y exhiban en los llaveros cruces esvsticas y en los brazos brazaletes similares a los del nazismo. El racismo antijudo estaba a la orden del da. Lo testimonia, por caso, Jacobo Timerman y lo confirman los sobrevivientes de las crceles del Proceso. Armando Luccina, un ex polica que denuncia los crmenes que se haban cometido en Coordinacin Federal, informa a la justicia que los policas torturadores decan que "cuando se terminen los judos, se termina la subversin". La condicin de judo signific para los presos del Proceso un agravamiento de sus infiernos, un castigo adicional por el hecho de no haber sido un deseo frustrado, "chivos expiatorios" ante la opinin pblica. Tal vez, la realidad internacional no permiti que ste haya sido el deseo de no pocos de los integrantes de la reaccin fascista instalada en el poder. Podemos decir que los hechos anteriores constituyen algunos de los segmentos del pasado y del presente que debemos rechazar. Pero esa accin no tendr, efectivamente, sino una influencia mnima si no se producen cambios en la mentalidad de los sectores de poder. De todas maneras debemos mantener la fe en la historia. Esa anttesis, la historia, recordaba Simone de Beauvoir, de la naturaleza y de su imagen cclica del tiempo, del smbolo de la rueda que desea terminar con la idea de progreso y favorecer la sabidura quietista. "La evidente repeticin de inviernos y veranos hace irrisoria la idea de revolucin y manifiesta lo eterno." (Beauvoir, 1983, 138.) Y, en virtud de este ruego que tantos han hecho y racionalizado, ms all de las visiones catastrficas o salvacionistas, recordemos las palabras expuestas por el historiador belga Henri Pirenne y recogidas por Marc Bloch en Apologie de l'histoire ou Mtier d'historien, apuntes redactados poco antes de ser fusilado por los nazis: "Si yo fuera un anticuario slo me gustara ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vida".
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