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Ese General Belgrano (Poema)

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1

ESE GENERAL BELGRANO


a mis hijos Antonio y ngel

2
CUADRO 1

CONSULADO

En un principio fue la imagen, doliente


en las esquivas oscilaciones de la visin.
Era, entonces, caso de cercar el foco, que,
a travs de la ventana, insinuaba una
semiluz vacilante, en la esfera exterior,
renuente por la tenacidad de la tiniebla.
Era, entonces, la ocasin temeraria
de translucir esas viejas paredes
dinsticas, quiz, de las escasas
mutaciones urbanas del coloniaje.
Srvanme, entonces, el elixir, en copa,
por favor,
de cristal ceido a esta hora impenetrable.
Poca cosa, al fin: el barrunto del perfil
de un hombre:
cabellos claros, ojos tenues, esclarecidos
sobre un tomo incierto y un sinuoso
leve temblor de labios insinuando palabras
en la pieza nebulada de gris.
No nos concedamos
un viaje, en placentero travelling, a
la calidez de la ensenada de penumbra
que colma la cmara: una puerta
cerrada, un hlito lbil en las flexiones
de la vigilia en pensamiento,
contraponindose, hablndose.
Ahora, Manuel Belgrano, funcionario

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de mano frtil en el Consulado,
sentado frente a su mesa,
enciende una vela; la mezquina llama
exhibe la dorada inscripcin
de la tapa pulcra del libro:
Dupont de Nemours
DEL ORIGEN Y DE LOS PROGRESOS
DE UNA CIENCIA NUEVA
(1768)

Las palabras vuelven, luminosas


y agitadas, a su mente desde la intensa
lectura de la vspera.
Nombres ilustres, Franois Quesnay,
Mirabeau, Mercier de la Rivire,
Le Trosne, danzan en la coreografa
de la seduccin del movimiento crtico.
Antes de cultivar hay que talar
los bosques, hay que desbrozar el terreno,
hay que extirpar las races, hay
que procurar una salida a las aguas
estancadas o que corren entre
dos tierras, hay que preparar edificios
para amontonar y conservar las cosechas,
etctera, etctera.
Al emplear su persona y sus riquezas
mobiliarias en los trabajos y en los gastos
preparativos del cultivo, el hombre adquiere
la propiedad territorial del terreno
sobre el cual ha trabajado. Privarle
de ese terreno sera arrebatarle el trabajo
y las riquezas consumidas en su
explotacin, sera violar su propiedad
personal y su propiedad mobiliaria.
Al adquirir la propiedad del fundo,
el hombre adquiere la propiedad de
los frutos producidos por ese fundo.
.

4
Sin ellas nadie hara esos gastos ni esos
trabajos, no habra propietarios territoriales
y la tierra permanecera yerma con gran
detrimento de la poblacin existente
o por existir.

Magnfico, DuPont (se dice Manuel con registro


agudo, entrecortado y cauto), usted sostiene
la trinidad hiposttica de la propiedad
en la esencia del hombre. Un rosario de
cuentas coordinadas como en la voz
omnicreativa de Dios: como si la viera.
Quin se negara a aspirar
el embriagante aroma imaginario
de esta certeza conjetural
de lo que fue?
Pero las multitudes de hombres,
de pueblos, excluyen al Hombre.
Los romanos, los hombres que fueron
sus procnsules, sus legiones,
no excluyen al hombre bero?
Los seores de la propiedad feudal
no excluyeron al siervo Hombre?
Dnde y cundo se instala
la unicidad humana
en la sustancia de la propiedad territorial?
Cmo ensamblar, entonces,
en un proceso de esfuerzo iluminante,
ciertos testimonios, que algunos
exhumaron y que cursan
el sobresalto de la historia?
Buenos Ayres es una lucecita
que, iluminando, apenumbra el duro
ajetreo contra el monopolio.
Mas, qu son las vastsimas tierras

5
de estas colonias? Sus desiertos;
sus selvas insondables; sus desmesuradas
mdulas de casi inconcebibles emergencias
de rocas que eternizan sus hielos y sus nubes;
sus aguas, que slo ellas, parecen
conocer el intrincado desborde
de lo infinito?
Intentar generar la matriz de un pas
cuando slo puedo escribir: tal es el caso.
S que pagar por ello.

CUADRO II

MAYO PLUVIAL, 1810

Ahora lo recuerdo, ntidamente.


Estoy tendido en la noche, en
mi cama: ntida como la efigie
de mi Santa Mara en su cuadro,
en el dulce rostro ilumina
el marco.
Apenas fue ayer, pero el recuerdo,
conmovido, es como una flor perenne,
un hlito de tenacidad que, al azar,
regresa.
La buena gente, los Patricios,
la voz, sin duda perdurable, de
mi primo Juan Jos, buscbamos,
Buscbamos, una palabra que abriera,
Como una madre, su fecundidad;
Y, quizs torpemente, hallamos Patria.
La verdad de ese hablar, su trmulo
Murmullo, es posible que slo
Se moviera en las bocas y en las
Manos agitadas en la Plaza,
En el saber de la ausencia
Alzado en sus fuerzas,
En la apeticin de su ser
necesario.
Yo, un hombre de servicio,
no profanar la hincadura

7
de mi destino:
si jur, como firme madera sin tiempo,
ahora me adormezco;
trazo, por siempre,
los sibilantes hilos del sueo,
hasta que la ceida urdimbre
de mi fe se desgarre.

CUADRO III

BANDERA PROHIBIDA

Siendo preciso enarbolar una bandera, y no


tenindola, la mand hacer celeste y blanca
conforme a la escarapela. Espero que sea de
la aprobacin de V.E.
Manuel Belgrano
Documentos del archivo de Belgrano II
Al gobierno de Buenos Aires.

Yesca, alimento que nutre,


Nutrida por el fuego,
Este trapo que, en trocitos,
Los cuchilleros de ese inquietante
French, agitaron en la Plaza.
Ahora flamea porque el leve
Viento lo inflama. Esa brisa
Insuflada en la costa de este
Conjeturable mar (que an creemos ro),
Bordado, exaltado por islas
De innmera emergencia, de verde
Turbio y de inciertos canales
Que, amenazantes, tal vez lo miman:
Una extica y fluida esmeralda,
Se dira, de fango de esplendor convulsivo,
De aparente y sinuoso misterio.
Ciertos hombres, ordenados
En confuso cuadro de formacin

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(as llamado por la supersticiosa
jactancia de la ciencia militar
o su idea, empastada por la asfixia
en su mar de los sargazos, la apetencia
de los cuerpos)
absorban
vidos reverberos de tajadas de sol,
de hambre de hembras.
Pero hay que ver cuando es imposible
ver. Puede cualquier turbia
palabra llamarla visin.
As sea.
Paisanos que se con-movieron:
eran de variada pinta y
diverso lugar. Era la tropa.
De s, slo saban que estaban, que estaban
De lo que flua de s, deseaban
lo que desconocan;
mi voz, tal vez, o mi silencio,
o la accin que alterara la calma,
la pavada de la consumacin de sus vidas.
Yo, a quien llamaron
General; mi fe; mis pocas lecturas,
todo, dice: enarbolar:
que se alce el trapo:
y se elev la yesca.
Despus marchamos.
Nadie sabr lo que pasar
(pensamos)
con ella, con nosotros.

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MOVIMIENTO

AL PARAGUAY

Qu ocultar la confusin de esa maraa


Que se anuncia en Oriente? Qu fieras; qu
Hombres la estremecen; quines, ahora, como
Visajes delirantes, agitan, ocultos, el curso temerario
De esta marcha: porque, casi desamparados,
Bogamos por el mismo litoral de este ro
Grande como la ceida certeza de morir,
vida y vivaz frente a lo incgnito.
Pero avanzamos, bandeando las riberas donde
Me sobresaltan las palabras que dir,
El apagn donde haga resonar el signo
Solidario de mi silencio en que se ilustre
El hbito andrajoso que enmascara los cuerpos
Luminosos de esta empresa, donde haga procrear
El fuego libre de mi decisin, afiebrar mis
Manos yertas, transfigurar en fuego la cmplice
Palidez de la pgina en blanco.
Animales del ro, coriceos como troncos
Aosos merodean: ojos turbios de fuego de ansia rapaz,
Fauces voraces, profundas como una pesadilla
De la que no podremos ms despertar: llmeseles
Yacars, si la entereza de la voz se atreve;
y la infinita disonancia de las aves en el bosque,
Estremeciendo el magma verde

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que en cada rama lo oculta
como magntica saeta.
Imagino vuelos iluminantes
En el chisporroteo de un crptico
Entrecruzamiento, roces de alucinadas etopeyas1
Que la fuerza rasante de los pueblos,
Que se funden con la espesura,
Potencian en la matriz del futuro.
Tal vez, en la trampa de una certera imagen
Se yerga el barro donde la libertad
Sustancie el sueo pervertido en la vigilia.
Santa Fe fue un amparo, pero
La profusa emergencia insular
En el brazo inmenso del fluido
Diorama2 que teja la expansin
De la corriente, amenazaba el cruce
Hacia una ribera receptiva.
Para ah, dije, es la Bajada del Paran,
Una barranca fangosa, declinada, florida.
Y subimos hasta entre ros
De las Corrientes, hacia el centro,
Que se insinuaba ya (por mi ignorancia), como
Una amenaza cernida en el Este.
No era tal: un precario y escaso ranchero,
A quien llaman Curuz Cuati,
Con cierta aprehensin, divisamos.
No nos cerraron sus puertas (que
Siempre vimos abiertas):
Un paisaje de pobreza fecunda
1

La etopeya es una figura literaria que consiste en la descripcin de rasgos psicolgicos o morales de una persona, como son el carcter, cualidades,
virtudes o costumbres de uno o varios personajes comunes o clebres.
2
El diorama es un medio de enseanza que representa, en tres dimensiones, una figura cualquiera. En los dioramas las figuras tienen alto y ancho. La
tercera dimensin, la profundidad o grosor, es muy pequea comparada con las otras dos.

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Le daba alama de aprehensin
De vago sentido a la, tal vez,
Insensatez de la empresa.
De ah, digamos, comenc mis
Operaciones: envi brigadas ligeras
Hacia el norte, de imprecisos accesos
A Asuncin (debo confesar que
Un tanto ingenuas); mientras
Mis hombres y la poblacin soportaban.
Ahora s: en cada hora que
Alucinamos como transcurso del tiempo
Viborea el estruendo de la derrota,
El pasaje al principio del movimiento,
El pensarse ser emergente en el acto,
La perennidad creativa en la fuerza
Material de la idea,
Desengamonos seor Paisano, no es
el Rey desgraciado nuestro deseado
Fernando VII por quien se mira
ni se combate: los conatos se dirigen
a nuestra destruccin
y esto no lo consentir jams nuestro justo
gobierno ni los que dependamos de l,
aunque perdamos nuestra existencia en
la demanda.
Cmo abordar el litoral epnimo
del inconmensurable litoral
que abra las vas a las tierras
para la emancipacin de las fuerzas
creadoras de sus hombres?

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Desde las marismas del Iber nos sometimos
a la traccin primigenia del limo,
llevados, sin embargo, por la fatal dinmica
del cruce del Paran, incubadora de la furia tropical.
Desde Candelaria, Itapu, el Tebicuar,
Tacuar, Paraguar el sesgo de un diluvio
de lquidas alambres de fiebre y alimaas
nos cribaron mas no nos detuvieron.
Agua, todas las aguas, esa difusin
que exhum, tal vez, el delirio de la creacin infinita,
que incide en la perpetracin del ser
y de la tierra y de la carne,
por qu no devela, entonces, sino en el vaivn
de sus leves, dulces movimientos,
ateridos o clidos; o en la ominosa
orden secreta de su furia?
Por qu, al inclinar su urna csmica,
despus, rebautizamos, sin saberlo, sin
leos santos, de margen a margen, el Desaguadero.
Emulantes, quebradas en las mutaciones
de un sueo; declinante en imgenes
que aspiraron a palabras gensicas, slo,
al parecer, permanecen, hondamente,
suscitaciones que pretenden negar la muerte
(esa negacin) que no es ms que la ltima ira
que en vilo se sostiene y grita.
Hora es de volver, casi fantasmales
desde la zona de la siembra de conviccin y sangre
hacia la metrpolis donde se gesta
el mando equvoco: para alzar la irradiante:
tenacidad, el aura de zonas insurgentes.

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CUADRO IV
DE JUJUY A TUCUMN
De Belgrano a Rivadavia:
Algo es preciso aventurar y esta es la ocasin
De hacerlo.
DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE BELGRANO IV, 2224-2258-2830
es necesario hacer una defensa honrosa;
Si se pierde, habr sido en regla, pero siempre
Existe la posibilidad de un resultado feliz.
DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE BELGRANO IV, 229
De Rivadavia y Pueyrredn a Belgrano:
por ltima vez la falta de cumplimiento
De ella (de la retirada de Jujuy hasta Crdoba)
Le deber producir a V.E. los ms cargos de
Responsabilidad.
ARCHIVO GENERAL DE LA GOBERNACIN
Nota del Gobierno a Belgrano del 20/9/1812

S, esa ondulacin que parece


oscilar, ptrea, desde el norte, donde
semeja, simula trazar el paralelo equvoco
que incide en Tucumn; as, lo asla, anaranjado,
frgil y tenaz de la muralla de la arboleda
de los citrus; esplendorosa, sin embargo.
Y se ampara, se enmascara en el urgente reclamo
forestal de flor real, en el turbin de la verdad
inmutable.
La curva es Campo de las Carreras, descendiendo
anchamente hacia el sur, regada en riachos,
en un avance de orla sigilosa y seductora donde

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se abre la regustacin de la aventura, ese regodeo
virtualmente mortal.
La ansiamos, pero la ausencia, en una altura
ms all del deseo, se muta, escinde el tiempo, tal vez
andante, se transfigura en lo que, sin serlo, llamamos
muerte.
Hay, en el delirio, un pfano acechante que, oculto
en la maleza de la mente, estremece, en horas,
la amable sintaxis en la celebrada persuasin de la
verdad. No es artero, en una pualada, desatando
terror: es un canto impregnante de vivaces conocimientos
seminales hacia la lejansima matriz de lo verdadero:
esplende, a veces. Y si no, conciban el pnico lmite de
este instante.
Percibo, claramente, que nos vienen pisando los garrones.
Tambin percibo el olor agrio y exultante de mugre,
sangre y miedo, que guardar, porque no s cual es
la pasta angustiosa que explosiona la furia
temeraria de esa flor ignota.
Es una tropa despojada
de la moral con que se amasa
el pan diario que deberan devorar,
y el agujero de hambre y angustia
que se abre en la desercin,
los ritmos de los espectros andrajosos.
Y un pueblo detrs, doliente,
habiendo abandonado su terruo;
solidario, a la vez, al seguimiento
de un sino de cambio desconocido
del dolor o la fortuna, ms al sur.

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Aqu estoy, en un altozano, ya percibiendo
el ostentoso avance de las fuerzas envanecidas
de Tristn, como entrando por la puerta
de la masacre de la gloria.
De improviso, mi pobre caballito
comienza lentamente a elevarse,
oprimido por mis
piernas hinchadas por la hidropesa
hacia las alturas de la batalla
que ha comenzado por los fogonazos
de la artillera de Holmberg, ese mgico
bricoleur que cre, con restos metlicos,
el receptculo y la furia del fuego.
Galopo entonces, sobre la altura de la
lucha, por una parbola csmica:
una especie de diadema de auroras
que nos cie sobre el norte.
Cabalgo en lo ilusorio de la fiebre terciana?
Me levito en la curvatura de la sfilis?
Pero mis ojos estn lmpidos
Y mis manos claras.
Preveo que Daz Vlez, esa bandera
frrea que cubra a los desbandados
de Huaqui, pronto estar aqu.
No acepto la cada de Lamadrid,
que nunca se ampar en la humillacin
ante la inminencia de la muerte.
No veo decaer el circuito
de la celeridad de las maniobras certeras de Yez.
No abdicar Paz de la luminosidad de su estrategia.

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Lentamente, as lo creo, descend
Al seo del combate. La humareda
de la fusilera no pudo ocultar la visin. Las chuzas del paisanaje
tucumano abrieron grietas sulfurosas,
gemidos de espanto encarnizado resonando
en las fumarolas que surgan,
ardiendo de los pechos; la exhalacin
de la sangre ti de carmn el verde
mbito que implosion el sometimiento.
Despus de evacuada la mortandad, descansaron.
Y yo, se, llamado General Belgrano,
a veces escarnecido, siempre sobre mi caballito,
reun la tropa y a los hombres solidarios,
levant el dedo ndice y, sealando al norte,
dije: Aquel es el rumbo;
Lleg el asalto a Salta. March la gente,
y volv a desobedecer.

18

MOVIMIENTO
LA DESOBEDIENCIA DE VIDA

Tal vez algunos, que se decan


solidarios de la Revolucin,
marcaron mi ruta, como
un plural designio de este diagrama
de corpsculos que mi ser asumi.
As, nada saban de sus
acechanzas de poder, que, en el vrtigo
demencial de mi itinerario,
era un orden y no una orden de
las fantasas del Poder? A esto obedec.
La revolucin que, algunos pensamos
fundara una patria, fue iluminndose
de la furia (a veces tcita) de
tenebrosas contraposiciones.
Cul, de los polos, entonces,
obedecer?
De ah que la desobediencia,
una vez discernido el sentido

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de la lucha,
est cerniendo la certeza
de la fuerza troncal del sector,
que en mltiple unicidad,
y an sin saberlo, impulsan los
Pueblos.
De ah: reverdecer o asumir la muerte.
De ah, la creacin de un poema
que lo escriba y lo diga.
de ah la historia de un poema
sin historia. De ah la grandeza
de los que abdicaron de la Grandeza.
MOVIMIENTO FINAL
ANBASIS HACIA EL TURBIO SUR

Esta endiablada perdicin, esta


apenumbrada dilucin del vuelo
del momento
no inhibir el saber
de que tenemos toda
la muerte por delante,
y que cada extincin
es un aliento pstumo,
una sagaz sonrisa del ser.
Pero todo, a la altura de mi cuerpo,
me consume en el otoo
se mi exhausto itinerario,
como la mustia floracin ocluida
por un circuito sangriento
de extraviada alevosa.
No es que el porvenir lo recoja,
tan slo,
sino que eso, que afirmamos vida
es ser el contemporneo del futuro:

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esa oculta furia
asediando lo desconocido
llamado presente.
En las constelaciones de la ausencia
esplende, ya, la explosin
de lo que llaman imposible.
Y ahora viajo en esta carroza
fantasmal negada por la mezquindad
De Aroz; iluminada por la fraterna
oferencia de Ortiz y Lamadrid
hacia el ludibrio de la metrpolis del Sur,
hacia la escoria sombra del poder
y, tal vez, hacia el aroma de
mi ltimo momento. Pero
no eres muerte, quien por nombre de misterio,
pueda a mi mente hacer plida
cual a los cuerpos haces.
VERR LA MORTE E AVR TUOI OCCHI3,
Patria inexistente.

Vendr la muerte y tendr tus ojos.

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