Ese General Belgrano (Poema)
Ese General Belgrano (Poema)
Ese General Belgrano (Poema)
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CUADRO 1
CONSULADO
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de mano frtil en el Consulado,
sentado frente a su mesa,
enciende una vela; la mezquina llama
exhibe la dorada inscripcin
de la tapa pulcra del libro:
Dupont de Nemours
DEL ORIGEN Y DE LOS PROGRESOS
DE UNA CIENCIA NUEVA
(1768)
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Sin ellas nadie hara esos gastos ni esos
trabajos, no habra propietarios territoriales
y la tierra permanecera yerma con gran
detrimento de la poblacin existente
o por existir.
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de estas colonias? Sus desiertos;
sus selvas insondables; sus desmesuradas
mdulas de casi inconcebibles emergencias
de rocas que eternizan sus hielos y sus nubes;
sus aguas, que slo ellas, parecen
conocer el intrincado desborde
de lo infinito?
Intentar generar la matriz de un pas
cuando slo puedo escribir: tal es el caso.
S que pagar por ello.
CUADRO II
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de mi destino:
si jur, como firme madera sin tiempo,
ahora me adormezco;
trazo, por siempre,
los sibilantes hilos del sueo,
hasta que la ceida urdimbre
de mi fe se desgarre.
CUADRO III
BANDERA PROHIBIDA
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(as llamado por la supersticiosa
jactancia de la ciencia militar
o su idea, empastada por la asfixia
en su mar de los sargazos, la apetencia
de los cuerpos)
absorban
vidos reverberos de tajadas de sol,
de hambre de hembras.
Pero hay que ver cuando es imposible
ver. Puede cualquier turbia
palabra llamarla visin.
As sea.
Paisanos que se con-movieron:
eran de variada pinta y
diverso lugar. Era la tropa.
De s, slo saban que estaban, que estaban
De lo que flua de s, deseaban
lo que desconocan;
mi voz, tal vez, o mi silencio,
o la accin que alterara la calma,
la pavada de la consumacin de sus vidas.
Yo, a quien llamaron
General; mi fe; mis pocas lecturas,
todo, dice: enarbolar:
que se alce el trapo:
y se elev la yesca.
Despus marchamos.
Nadie sabr lo que pasar
(pensamos)
con ella, con nosotros.
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MOVIMIENTO
AL PARAGUAY
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que en cada rama lo oculta
como magntica saeta.
Imagino vuelos iluminantes
En el chisporroteo de un crptico
Entrecruzamiento, roces de alucinadas etopeyas1
Que la fuerza rasante de los pueblos,
Que se funden con la espesura,
Potencian en la matriz del futuro.
Tal vez, en la trampa de una certera imagen
Se yerga el barro donde la libertad
Sustancie el sueo pervertido en la vigilia.
Santa Fe fue un amparo, pero
La profusa emergencia insular
En el brazo inmenso del fluido
Diorama2 que teja la expansin
De la corriente, amenazaba el cruce
Hacia una ribera receptiva.
Para ah, dije, es la Bajada del Paran,
Una barranca fangosa, declinada, florida.
Y subimos hasta entre ros
De las Corrientes, hacia el centro,
Que se insinuaba ya (por mi ignorancia), como
Una amenaza cernida en el Este.
No era tal: un precario y escaso ranchero,
A quien llaman Curuz Cuati,
Con cierta aprehensin, divisamos.
No nos cerraron sus puertas (que
Siempre vimos abiertas):
Un paisaje de pobreza fecunda
1
La etopeya es una figura literaria que consiste en la descripcin de rasgos psicolgicos o morales de una persona, como son el carcter, cualidades,
virtudes o costumbres de uno o varios personajes comunes o clebres.
2
El diorama es un medio de enseanza que representa, en tres dimensiones, una figura cualquiera. En los dioramas las figuras tienen alto y ancho. La
tercera dimensin, la profundidad o grosor, es muy pequea comparada con las otras dos.
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Le daba alama de aprehensin
De vago sentido a la, tal vez,
Insensatez de la empresa.
De ah, digamos, comenc mis
Operaciones: envi brigadas ligeras
Hacia el norte, de imprecisos accesos
A Asuncin (debo confesar que
Un tanto ingenuas); mientras
Mis hombres y la poblacin soportaban.
Ahora s: en cada hora que
Alucinamos como transcurso del tiempo
Viborea el estruendo de la derrota,
El pasaje al principio del movimiento,
El pensarse ser emergente en el acto,
La perennidad creativa en la fuerza
Material de la idea,
Desengamonos seor Paisano, no es
el Rey desgraciado nuestro deseado
Fernando VII por quien se mira
ni se combate: los conatos se dirigen
a nuestra destruccin
y esto no lo consentir jams nuestro justo
gobierno ni los que dependamos de l,
aunque perdamos nuestra existencia en
la demanda.
Cmo abordar el litoral epnimo
del inconmensurable litoral
que abra las vas a las tierras
para la emancipacin de las fuerzas
creadoras de sus hombres?
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Desde las marismas del Iber nos sometimos
a la traccin primigenia del limo,
llevados, sin embargo, por la fatal dinmica
del cruce del Paran, incubadora de la furia tropical.
Desde Candelaria, Itapu, el Tebicuar,
Tacuar, Paraguar el sesgo de un diluvio
de lquidas alambres de fiebre y alimaas
nos cribaron mas no nos detuvieron.
Agua, todas las aguas, esa difusin
que exhum, tal vez, el delirio de la creacin infinita,
que incide en la perpetracin del ser
y de la tierra y de la carne,
por qu no devela, entonces, sino en el vaivn
de sus leves, dulces movimientos,
ateridos o clidos; o en la ominosa
orden secreta de su furia?
Por qu, al inclinar su urna csmica,
despus, rebautizamos, sin saberlo, sin
leos santos, de margen a margen, el Desaguadero.
Emulantes, quebradas en las mutaciones
de un sueo; declinante en imgenes
que aspiraron a palabras gensicas, slo,
al parecer, permanecen, hondamente,
suscitaciones que pretenden negar la muerte
(esa negacin) que no es ms que la ltima ira
que en vilo se sostiene y grita.
Hora es de volver, casi fantasmales
desde la zona de la siembra de conviccin y sangre
hacia la metrpolis donde se gesta
el mando equvoco: para alzar la irradiante:
tenacidad, el aura de zonas insurgentes.
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CUADRO IV
DE JUJUY A TUCUMN
De Belgrano a Rivadavia:
Algo es preciso aventurar y esta es la ocasin
De hacerlo.
DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE BELGRANO IV, 2224-2258-2830
es necesario hacer una defensa honrosa;
Si se pierde, habr sido en regla, pero siempre
Existe la posibilidad de un resultado feliz.
DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE BELGRANO IV, 229
De Rivadavia y Pueyrredn a Belgrano:
por ltima vez la falta de cumplimiento
De ella (de la retirada de Jujuy hasta Crdoba)
Le deber producir a V.E. los ms cargos de
Responsabilidad.
ARCHIVO GENERAL DE LA GOBERNACIN
Nota del Gobierno a Belgrano del 20/9/1812
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se abre la regustacin de la aventura, ese regodeo
virtualmente mortal.
La ansiamos, pero la ausencia, en una altura
ms all del deseo, se muta, escinde el tiempo, tal vez
andante, se transfigura en lo que, sin serlo, llamamos
muerte.
Hay, en el delirio, un pfano acechante que, oculto
en la maleza de la mente, estremece, en horas,
la amable sintaxis en la celebrada persuasin de la
verdad. No es artero, en una pualada, desatando
terror: es un canto impregnante de vivaces conocimientos
seminales hacia la lejansima matriz de lo verdadero:
esplende, a veces. Y si no, conciban el pnico lmite de
este instante.
Percibo, claramente, que nos vienen pisando los garrones.
Tambin percibo el olor agrio y exultante de mugre,
sangre y miedo, que guardar, porque no s cual es
la pasta angustiosa que explosiona la furia
temeraria de esa flor ignota.
Es una tropa despojada
de la moral con que se amasa
el pan diario que deberan devorar,
y el agujero de hambre y angustia
que se abre en la desercin,
los ritmos de los espectros andrajosos.
Y un pueblo detrs, doliente,
habiendo abandonado su terruo;
solidario, a la vez, al seguimiento
de un sino de cambio desconocido
del dolor o la fortuna, ms al sur.
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Aqu estoy, en un altozano, ya percibiendo
el ostentoso avance de las fuerzas envanecidas
de Tristn, como entrando por la puerta
de la masacre de la gloria.
De improviso, mi pobre caballito
comienza lentamente a elevarse,
oprimido por mis
piernas hinchadas por la hidropesa
hacia las alturas de la batalla
que ha comenzado por los fogonazos
de la artillera de Holmberg, ese mgico
bricoleur que cre, con restos metlicos,
el receptculo y la furia del fuego.
Galopo entonces, sobre la altura de la
lucha, por una parbola csmica:
una especie de diadema de auroras
que nos cie sobre el norte.
Cabalgo en lo ilusorio de la fiebre terciana?
Me levito en la curvatura de la sfilis?
Pero mis ojos estn lmpidos
Y mis manos claras.
Preveo que Daz Vlez, esa bandera
frrea que cubra a los desbandados
de Huaqui, pronto estar aqu.
No acepto la cada de Lamadrid,
que nunca se ampar en la humillacin
ante la inminencia de la muerte.
No veo decaer el circuito
de la celeridad de las maniobras certeras de Yez.
No abdicar Paz de la luminosidad de su estrategia.
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Lentamente, as lo creo, descend
Al seo del combate. La humareda
de la fusilera no pudo ocultar la visin. Las chuzas del paisanaje
tucumano abrieron grietas sulfurosas,
gemidos de espanto encarnizado resonando
en las fumarolas que surgan,
ardiendo de los pechos; la exhalacin
de la sangre ti de carmn el verde
mbito que implosion el sometimiento.
Despus de evacuada la mortandad, descansaron.
Y yo, se, llamado General Belgrano,
a veces escarnecido, siempre sobre mi caballito,
reun la tropa y a los hombres solidarios,
levant el dedo ndice y, sealando al norte,
dije: Aquel es el rumbo;
Lleg el asalto a Salta. March la gente,
y volv a desobedecer.
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MOVIMIENTO
LA DESOBEDIENCIA DE VIDA
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de la lucha,
est cerniendo la certeza
de la fuerza troncal del sector,
que en mltiple unicidad,
y an sin saberlo, impulsan los
Pueblos.
De ah: reverdecer o asumir la muerte.
De ah, la creacin de un poema
que lo escriba y lo diga.
de ah la historia de un poema
sin historia. De ah la grandeza
de los que abdicaron de la Grandeza.
MOVIMIENTO FINAL
ANBASIS HACIA EL TURBIO SUR
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esa oculta furia
asediando lo desconocido
llamado presente.
En las constelaciones de la ausencia
esplende, ya, la explosin
de lo que llaman imposible.
Y ahora viajo en esta carroza
fantasmal negada por la mezquindad
De Aroz; iluminada por la fraterna
oferencia de Ortiz y Lamadrid
hacia el ludibrio de la metrpolis del Sur,
hacia la escoria sombra del poder
y, tal vez, hacia el aroma de
mi ltimo momento. Pero
no eres muerte, quien por nombre de misterio,
pueda a mi mente hacer plida
cual a los cuerpos haces.
VERR LA MORTE E AVR TUOI OCCHI3,
Patria inexistente.