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Rex Warner Pericles El Ateniense

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REX WARNER

PERICLES EL ATENIENSE

NDICE Prlogo De Clazomene a Salamina Victorias Atenas y sus aliadas Primera juventud La lucha por el poder xito Hogar y amigos Teoras y hechos El desastre egipcio y contramedidas atenienses Paz con Persia y con Esparta Actividad en el ocio La ltima oposicin La guerra con Samos El fin de la primavera Antes de la guerra Se declara la guerra Los ltimos aos

PRLOGO

EL FILSOFO ANAXGORAS DE CLAZOMENE ESCRIBE A ALGUNOS MIEMBROS DEL CONSEJO DE LA CIUDAD DE LAMPSACO

Mucho me honris, amigos mos, al pedirme que escriba, para enseanza de las edades futuras, una relacin de los pensamientos y acciones de Pericles, el Ateniense, de cuya muerte acabamos de enterarnos. Y tengo por lo menos dos razones para que me deleite la tarea que me peds. En primer lugar, Pericles era mi discpulo y mi amigo; me salv la vida. De no haber sido por l, nunca hubiera llegado a esta agradable ciudad de Lampsaco. Por ello, se justifica que desee conmemorar y, en la medida de mis fuerzas, hacer inmortal a un hombre a quien debo mucho y que me inspira gran consideracin. Pero tengo otros motivos, ya no de naturaleza personal, que me impelen a escribir acerca de este gran hombre. Pues creo que ha de admitirse que ha sido el ms emprendedor, el ms resuelto y el ms inteligente de todos los griegos de nuestra poca. Dejando por completo a un lado el encanto de su naturaleza y la brillantez de sus realizaciones, constituye un personaje de importancia filosfica. Los mritos que le atribuyo son, lo admito, grandes. Sin duda ninguna, cabe decir que Pericles era inferior a Temstocles o a Cimon como general, a Esquilo o a Sfocles como poeta, a m mismo o a Parmnides como filsofo. Y entonces? Aspectos como los enumerados no impiden que sea superior a todos nosotros. Como seal de forma muy cuidadosa en mi obra filosfica, en todo existen elementos de todo, si bien una caracterstica, cuando est bien acentuada, determinar la apariencia del conjunto. As, podemos conocer o ver a alguien a la luz de alguna singular habilidad o particular entusiasmo, esta habilidad o este entusiasmo son suficientemente notorios o brillantes. En el hombre, todos los esfuerzos, habilidades, bellezas y aspiraciones estn (como en otra parte expliqu) sujetos a la inteligencia de modo muy especial. Es la Inteligencia la que da impulso a la accin y dirige el conjunto. Y esto es lo que ms observo y ms admiro en Pericles: la fuerza general de la inteligencia que penetra su naturaleza, poderosa en muchas direcciones a la vez, pura, sin mezcla de nada srdido, y que se extiende ms all del momento, irresistible. Todo esto ha de admitirse. Todo esto es obvio para aquellos que, como yo, vimos la inteligencia de este hombre en accin, lo observamos en la Asamblea de los atenienses justificando ante aquellos hombres exaltados, volubles y, sin embargo, resueltos y de agudo espritu, una poltica impopular, o guindolos, como si fuesen sonmbulos, en una direccin que ellos nunca haban imaginado. Si uno puede dominar a los atenienses, puede dominarlo todo; y en esto hasta Pericles sufri episdicos reveses. No obstante, en trminos generales, su dominio fue completo; y en trminos generales (aunque hubo desde luego ocasiones en que apel a la codicia o a la ambicin del pueblo), ejerci semejante dominio por medio de la razn, de la clara, vehemente y sincera razn. Dio forma a la masa separando, combinando, ordenando como aquella Inteligencia que, en mi filosofa, es causa de la apariencia de todas las cosas y de todos los mundos. Esto acaso parezca suficiente para justificar el que califique a Pericles de grande. Sin embargo, hay an algunas preguntas que pueden hacerse, y sin duda se harn: us con sabidura su inteligencia y siempre a favor de los mejores y ms genuinos intereses de su patria y de si

mismo? Ser su obra perdurable o efmera? Era el imperio que cre en verdad tan esplndido como lo imaginaba, o era, como dicen los espartanos y sus aliados, una tirana? Atenas est ahora en guerra, y no hay duda de que el propio Pericles llev a su patria a esta guerra, cuyo desenlace es incierto. Es posible que en el curso de la guerra Atenas sea destruida. Tambin es posible que toda Grecia quede tan debilitada por esta lucha que sea luego fcil presa de Persia o de alguna otra potencia brbara desconocida. Cabe decir que durante la infancia de Pericles, Grecia estaba unida y era gloriosa; en la poca de su muerte, Grecia se ve separada en dos bandos furiosamente hostiles. En gran medida es responsable, sin duda, de este estado de cosas. No podemos afirmar, teniendo a la vista estos resultados, que aplic mal la gran inteligencia que se le reconoce, y que su organizacin se diriga hacia el caos? Difcil cuestin, amigos mos, pero no, segn creo, insoluble. Recordemos que la apariencia no es la verdad. La apariencia, como escrib en otra parte, es una visin simplista de lo que no vemos. Nuestra primera impresin, nuestros sentidos ordinarios por s solos, son demasiado dbiles para permitirnos juzgar la verdad. Pero esto no significa que la verdad sea inaccesible. La reflexin y la experimentacin pueden sealar el error y descubrir el orden. Recuerdo bien cmo, cuando yo era un hombre joven y Pericles slo un nio, le demostr, por el simple experimento de inflar pellejos de vino con un fuelle, que el aire es corpreo. Sin embargo, estbamos acostumbrados a considerarlo un vaco. Con su habitual rapidez mental, Pericles advirti inmediatamente los principios generales que ello implicaba. No quiero decir que reconoci el hecho obvio de que las apariencias son engaosas. No, su mente fue ms lejos. Si no hay un espacio vaco en el universo -me interrog-, cmo una cosa puede estar separada de otra cosa? Cmo puede una cosa nacer a la existencia y otra dejar de ser? Y, cmo puede haber cualquier movimiento? Creo que por entonces no le haba enseado filosofa, lo que no fue obstculo para que como en un relmpago viera los elementos esenciales del problema en que Parmnides, Empdocles y yo mismo nos hemos ocupado principalmente. Yo sola pensar que haba resuelto este problema, pero ahora no estoy tan seguro de ello. Sin embargo, sigo estando perfectamente convencido de la validez de mi mtodo, el mtodo cientfico que se descubri, por primera vez en la historia humana, en mi tierra natal de Jonia. Todas las cosas estn sujetas a las mismas leyes, si bien estas leyes operan de modos diversos. Toda percepcin, por ejemplo, es producida por opuestos, y toda sensacin ha de implicar dolor. No obstante, la percepcin, cuando es ptima, es clara y distinta; y a menudo la sensacin es agradable. Vivimos en un mundo de contradicciones, y estas contradicciones son tan evidentes en los asuntos humanos como en los movimientos o constituciones de los cuerpos celestes. Pero nosotros, los filsofos griegos, hemos supuesto (y acaso sea sta la suposicin ms atrevida que hasta ahora se haya hecho) que todas estas contradicciones estn sujetas a una ley general y son, en ltima instancia, susceptibles de explicacin. Ahora bien, respecto de la historia y de la organizacin social, nuestro conocimiento, nuestra especulacin y nuestra prctica estn menos adelantados y son mucho menos precisos que en el caso de, por ejemplo, la matemtica o la fsica. Adems, existe una importante diferencia entre los primeros temas y los ltimos. La vida del hombre no ha de ser solamente estudiada, sino tambin vivida. Y, para ser vivida de manera adecuada, debe estar encaminada hacia la consecucin de ciertos fines. No todos los fines son posibles. El hombre, por ejemplo, no puede vivir la vida de un reptil o un pjaro. Est sujeto, asimismo, a diversas presiones de la naturaleza exterior. Ha de procurarse alimento para mantenerse vivo. Ha de fortificarse contra sus enemigos. Estas y otras condiciones esenciales de supervivencia se consideraron a menudo de tal importancia que todos los esfuerzos humanos se dedicaron a asegurarlas. Muchos hombres, en todos los Estados, en nada piensan, desde la cuna hasta la tumba, como no sea en como procurarse el dinero que les proporcionara comida, abrigo y seguridad. Grandes potencias, como
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por ejemplo Esparta, se organizaron exclusivamente sobre la base de la dominacin militar sobre vecinos que, de no estar aterrados, se hubieran rebelado. Sin embargo, no se puede decir que estos limitados estilos de vida carezcan de virtud. El espartano es, desde luego, bravo; el mercader, con su duro trabajo, suministra granos, aceite y otros productos a sus compatriotas. Pero el mercader, sin otra preocupacin que sus propios negocios, raras veces es buen juez de msica, literatura o filosofa; y el espartano, como con frecuencia he observado, pierde toda su virtud tan pronto como se lo aleja del medio familiar de su campamento. Estas vidas limitadas, restringidas, estas vidas vividas sin referencia alguna a los ms numerosos y fascinantes aspectos de la naturaleza humana, nunca nos atrajeron a nosotros, los jonios. No obstante, ha de admitirse que a menudo, cuando se nos compara con lo que para nosotros ha sido una slida estolidez, nosotros, con toda nuestra audacia, iniciativa, variedad e inteligencia, hemos de algn modo fracasado, debido a una ingnita debilidad. As como era el ms grande ateniense, Pericles era tambin el mas grande jonio. Nunca lo enga, como a Cimn, la creencia sentimental de que la fuerza bruta y la disciplina son por si mismas superiores a la inteligencia y a la versatilidad. De ah su oposicin de toda la vida a Esparta. Sin embargo, nunca rest importancia a cualidades que se conocen, un tanto incorrectamente, como tpicas de los dorios. Su aspiracin consista ms bien en incorporar estas cualidades, acentundolas, a un carcter que haba de ser, para su poca y para todas las pocas, ateniense. En la Atenas que l amaba, el soldado sera tan bravo en el campo de batalla como cualquier espartano; pero su coraje nacera de la reflexin, del conocimiento de lo que estaba en juego, de una disciplina natural y voluntariamente adoptada, antes que de la tenacidad que engendran los aos de arduo adiestramiento, o de la emulacin, que es una forma propia de la consideracin. Pericles no sustentaba la opinin de que una virtud es incompatible con otra. Su ateniense ideal poseera todas las virtudes y las desplegara con gracia y versatilidad peculiares. El ateniense haba de ser semejante a un dios, slo que un dios con una ciudad y con una tarea que cumplir. Desde luego, Atenas no fue creacin de Pericles. Las cualidades que Pericles admiraba e intentaba acentuar existan antes de su nacimiento y se haban revelado victoriosamente activas durante su infancia. Pues la derrota de los persas se debe ms a la disciplinada campaa de Atenas que al coraje egosta y falto de iniciativa de Esparta. Lo que Pericles hizo fue acelerar con plena conciencia un proceso que ya haba comenzado. La grandeza de su inteligencia se hace patente en el hecho de que tuvo mas conciencia que cualquier otro de este proceso y de que, al hacerlo avanzar, eligi (dentro de los limites en que debe verificarse cualquier accin humana) los medios mejores y ms apropiados. No es excesivo decir que estaba produciendo en Atenas algo que casi vena a ser una nueva raza de hombres. La posteridad juzgar si el xito corono su intento. En cuanto a m, y si puedo aventurar un vaticinio, dira que Atenas provocar la maravilla de las edades futuras, como hoy provoca la nuestra; y, cualquiera que sea el resultado de la guerra actual, sostendra esta opinin. Y si se me preguntara: Destruy a Grecia Pericles?, respondera: No. Grecia estaba ya destruida. El espritu del hombre ha sido siempre destruido. Pericles slo hizo una opcin, y, al hacerla, obr como un creador. Estas afirmaciones mas, amigos, acaso os sorprendan, pues parecen carecer de pruebas que las apoyen. En lo que escriba intentar proporcionar la prueba del modo que creo ms honesto y ms satisfactorio. Relatar los hechos, en la medida en que me son conocidos, y no intentar ocultar nada que pueda estar reido con una explicacin fcil, personal o sumaria. No cabe cortar las cosas con un hacha, y aquellos de vosotros que estis de algn modo familiarizados con mi filosofa sabris que en la apreciacin de cualquier suceso o situacin espero que se me contradiga, pero que busco la verdad y la adoro.

Y al abordar ahora mi tema, me pregunto cul ser el mejor modo de descubrir y difundir la verdad. Quiero recalcar que narrare todos los sucesos significativos de la vida de Pericles que conozca por experiencia personal o por referencias dignas de crdito. Pero tambin, segn creo, debo hacer algo ms que eso. Ninguno de nosotros est por entero libre de prejuicios ni de parcialidad; y yo, en este caso, indicar el punto de vista desde el cual hago mis observaciones. Y, lo que es ms importante, no tratar a Pericles como un objeto aislado en el espacio. Est tan enlazado con el pasado como con el futuro. Por lo menos, har algunas referencias a la historia antigua a partir de la cual cre la historia nueva. En fin, mi punto de vista es el de un jonio que pas la mayor parte de su vida en Atenas. Adems, ocurre que desempe un pequeo papel en algunos de aquellos grandes sucesos que constituyeron el teln de fondo de la infancia de Pericles. Acompa la expedicin persa a Grecia y fui testigo ocular de algunas de las acciones blicas. Si por ello comienzo a hablar de Pericles de un modo que podra calificarse de autobiogrfico, espero, amigos mos, que no consideris que procedo as llevado por la vanidad. Adopto meramente lo que me parece el mtodo ms cientfico para lograr mi propsito, que es una investigacin, no de m mismo, sino de Pericles. Cuando me ocupe del perodo en que Pericles comenz a intervenir en la vida poltica, tengo la esperanza de escribir de modo tal que apenas se advierta mi existencia.

CAPITULO 1 DE CLAZOMENE A SALAMINA


Se dice: Cada hombre tiene su ciudad, pero yo tuve tres ciudades y por todas ellas siento lealtad y afecto. Ahora poseo el privilegio de disfrutar de la ciudadana de Lampsaco y aqu espero pasar mis ltimos adios. Desde luego, en Atenas nunca goc de la plena ciudadana. Era ste un derecho que los atenienses guardaban con mucho celo, y no menos el propio Pericles. Sin embargo, aun siento que Atenas fue mi ciudad, la ciudad de todos los jonios, la ciudad de todos los helenos. Y as deseaba Pericles que nos sintiramos. Pero nac en Clazomene, en la costa griega de Asia, frente al mar y junto a los largos promontorios, bajo un cielo cuyo aspecto cambia por momentos. Como sabis, Clazomene es una de las doce ciudades jnicas, y mi padre, que posea cierta fortuna, desempe a menudo cargos oficiales en nuestro templo, el Panionio, situado en el sur, frente a Samos. Tambin particip en la gran rebelin jnica contra Persia, que tuvo lugar poco despus de m nacimiento. Es natural que no recuerde nada de esta revuelta, pero en mi infancia las nodrizas, los parientes y los amigos me referan historias de cmo el ejrcito jnico haba emprendido una intrpida marcha tierra adentro para incendiar la capital persa de Sardes, y de cmo las noticias de este brillante xito levantaron a las ciudades griegas desde el lejano sur de Asia Menor hasta los Dardanelos, las cuales lucharon por su libertad y por los grandes das vividos antes de la llegada de los persas. Aun antes del ataque a Sardes -en el mismo momento en que comenz la rebelin-, Atenas, si bien por entonces libraba una guerra con la isla vecina de Egina, nos haba enviado temerariamente, a nosotros sus deudos, una gran parte de su flota y una considerable fuerza de infantera. Esparta no haba hecho nada para ayudarnos. O muchos relatos del herosmo desplegado por los jonios en los cuatro o cinco anos de resistencia activa, que culminaron en la gran batalla naval librada frente a Mileto, cuando nuestra flota de trirremes alcanzaba el enorme numero de trescientos cincuenta, la flota griega mas grande que nunca surcara el mar. En dichas historias se me alentaba a admirar las hazaas de mi pueblo, y, como hacen los nios, admir cualquier suceso o accin dignos que tuvieran relacin conmigo. Pero, al reflexionar ms sobre ello, hall poco que admirar, como no fuesen acciones individuales. En todo ello no pude descubrir una inteligencia rectora. Me pareci sorprendente que los atenienses, despus de habernos ayudado cuando estall la revuelta, es decir, en los momentos de mayor peligro, luego nos retiraran el apoyo, y se me ocurri que acaso hubieran estimado correctamente la situacin, una situacin en la cual muchos Estados tenan ms inters en asegurarse ventajas sobre sus vecinos que en derrotar al enemigo. No haba unidad de mando y, despus de las primeras acciones, la iniciativa desplegada fue escasa. Por otra parte, los ejrcitos persas de tierra operaban, evidentemente, con gran inteligencia, y en la batalla naval de Lade fueron los persas y no los griegos quienes atacaron. Y la verdad es que la mayor parte de la flota griega se dispers aun antes de que se iniciara la batalla. Esto no se debi a que nos faltara coraje sino a que no estbamos infundidos de aquella inteligencia rectora que favorece la resolucin y alcanza xitos. Cun diferente fue aquella batalla martima, librada cerca del mismo lugar quince aos despus, en que el padre de Pericles, Jantipo, al mando de una flota ateniense, recobr nuestra libertad en Micala! Aos despus, y por no haber mostrado suficiente entusiasmo patritico por la rebelin jnica, se me acus ante los tribunales atenienses de ser pro persa, aunque el cargo fundamental que se me haca era el de impiedad. Innecesario decirlo, ambas acusaciones eran falsas. Simpatizaba con mis compatriotas, que haban muerto como valientes, si bien una ulterior reflexin me hizo
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pensar que haban muerto intilmente o, en todo caso, por un fin muy discutible. Se trataba desde luego de una tragedia, pero de una tragedia que casi no tena justificacin. Mucho me conmov cuando me enter de lo que haba ocurrido en Atenas en un festival dramtico, poco despus del aplastamiento de la revuelta y de la captura de Mileto. El dramaturgo Fnnico haba llevado a la escena aquellos sucesos finales y todo el auditorio se conmovi hasta las lgrimas. Impusieron a Fninico una fuerte multa y aprobaron un decreto por el que se prohiba toda representacin futura de su drama. Por mi parte, tuve la fortuna de haber sido demasiado joven en aquella poca, pues en las ciudades que los persas reconquistaban, no pocos muchachos, no mucho mayores que yo, fueron castrados y enviados, para servir como eunucos, a la corte del rey o a los palacios de nobles persas. Tambin fueron enviadas all muchas muchachas, pero su destino puede considerarse, por lo menos, acorde con la naturaleza. En Clazomene, no obstante, que fue una de las primeras ciudades que los persas volvieron a ocupar, las represalias no fueron severas ni duraron mucho. Por mi parte, no puedo recordar inconveniente de ninguna ndole. En general, creo que la poltica persa hacia las ciudades griegas era prudente y tolerante. Con ayuda de la influencia persa, en muchas de ellas se instauraron gobiernos democrticos; los impuestos no eran excesivos, y muchos griegos desempearon cargos de confianza y honor en la corte. El rey Daro, que era no slo un admirable administrador, sino un hombre bueno y honorable, acogi bien y protegi a los griegos procedentes del continente y de las ciudades jnicas. Tena junto a l a los hijos de Pisistrato, el gran dictador de Atenas, y al exiliado rey Demarato de Esparta, hombre muy inteligente para ser espartano y el nico rey espartano que gan alguna vez la carrera de carros en Olimpia. Haba tambin otros que, sin estar exiliados, optaron por servir al Gran Rey; no es asombroso, entonces, que a la mayora de nosotros, durante mi infancia y primera juventud, nos pareciera natural e inevitable que el vasto y, en general, benfico poder de Persia se extendiera a todo el mundo. Estbamos equivocados, pero por entonces haba pocas pruebas que evidenciaran nuestro error. Sin embargo, ahora, cuando miro hacia atrs, puedo ver que aun aquellas escasas pruebas debieron haber sido suficientes. Los reyes de Persia contaron con frecuencia con bravos soldados y buenos generales; ellos mismos fueron a menudo prudentes, perspicaces y ambiciosos. Pero toda la inteligencia (aquel principio rector de la creacin) proceda, por as decirlo, de arriba. No haba alcanzado a la masa. Los persas obedecen leyes, pero no las hacen. Desde un punto de vista poltico, carecen de integracin, inclusive de un orden inferior, como dira Pericles, quien tena clara conciencia de la integracin del coraje y de la inteligencia que se haba consumado en Esparta. No obstante, sus propias ideas acerca de la integracin (nocin hacia la cual tend acaso a guiarlo en nuestras primeras plticas filosficas) eran de un orden por completo distinto. De cualquier modo, el hecho que debi aparecer evidente en la teora aun antes de que lo probara la prctica, es que los meros nmeros no son por s mismos irresistibles. Esto es obvio, pero tendemos por hbito a pasar por alto lo obvio. Habamos visto a los persas tan constante y holgadamente victoriosos que no podamos concebir un fin a tal proceso. Por la poca en que yo contaba ocho aos, el yerno del Gran Rey, Mardonio, haba avanzado hasta Macedonia. El ao siguiente una expedicin martima zarp de Samos hacia Atenas y Eubea. Muchos jonios servan a bordo de los navos y an puedo recordar haber odo relatos de primera mano de cmo la enorme fuerza persa haba sido derrotada, en forma aplastante, por los atenienses en Maratn. Aquello era un portento, pero casi nadie lo reconoca como tal. Nosotros tambin, reflexionbamos, habamos logrado una vez una victoria sobre los persas, pero luego hubimos de padecer por ella. Adems, al ver a Atenas desde lejos y al observarla con criterio equivocado, creamos descubrir en ella los mismos sntomas de confusin interna que haban contribuido a debilitarnos. El hroe de Maratn, Milcades, padre de Cimn, fue acusado, se le impuso una multa y muri en desgracia poco menos de un ao despus de la batalla. Entre sus acusadores
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figuraba Jantipo, padre de Pericles. Y en aos subsiguientes, otros importantes atenienses, entre ellos el propio Jantipo, hubieron de padecer honorable exilio en virtud de aquel peculiar recurso ateniense del ostracismo, merced al cual si se renen contra un individuo los votos suficientes, ste se ve forzado a abandonar el pas por diez aos. Tales ostracismos no son tan estpidos como parecen. Por lo comn, se trata de elegir entre dos hbiles estadistas de polticas divergentes, y los atenienses creen que, si una poltica es preferible a otra, ha de realizarse mejor cuando su ms notorio antagonista no est en condiciones de ponerle trabas. En aquellos aos la poltica de la democracia ateniense era coherente, si bien nosotros, en Jonia, no lo sabamos. En aos posteriores tuve ocasin de hablar con muchos de los que haban combatido en Maratn, incluso con el poeta Esquilo, cuyo hermano muri como un hroe en la batalla. Hall que a esos hombres les inspiraban, en general, menos inters los grandes nombres y los grandes clanes, que lo que haba esperado. Sus opiniones diferan mucho (y el ateniense es siempre verstil), pero sin embargo haba unanimidad en ciertos temas, as como la resolucin que nace de ella. Crean en esta nueva democracia suya, y tambin crean en la virtud o excelencia atenienses. Pero todos disentan en lo tocante a los medios por los cuales poda desplegarse. Desde luego, haba tambin, como siempre ha habido en Atenas, tenaces rivalidades personales. Slo el nmero de ostracismos de aquellos aos indica lo enconadas que eran estas rivalidades. A pesar de ello, y para mayor fortuna, tanto en Atenas como en Grecia los estadistas que mostraban mayor poder de supervivencia eran los ms perspicaces y los que desarrollaban una poltica ms consecuente. Por ejemplo, Temstocles, hombre nuevo que no estaba relacionado con ninguna de las familias nobles y que, sin embargo, por su poltica y su inteligencia, es precursor de Pericles. Temstocles fue el primero que vio el futuro de Atenas en el mar. Cre el podero naval ateniense y, al hacerlo, ampli la base de la democracia ateniense; pues en una potencia naval el marinero, que no necesita poseer nada, es por lo menos tan importante como el hombre lo bastante rico como para equipar un soldado de caballera o un hoplita. Con ms luces y mayor prestigio social, Pericles haba de seguir avanzando por el sendero de Temstocles y haba de conservar por mucho ms tiempo su ascendiente; pero lo cierto es que nadie, ni siquiera el propio Pericles, demostr mayor inteligencia prctica que Temstocles en aquellos aos del peligro persa. A nosotros, sin embargo, que vivamos en Clazomene, hasta el nombre de Temstocles nos result casi desconocido durante los nueve aos que siguieron a Maratn. Conocamos y respetbamos a Atenas como madre patria de los jonios. La admirbamos por la resistencia que haba opuesto en Maratn, pero no envidibamos mucho su probable destino. Cuando yo imaginaba la posibilidad de establecerme en cualquier otra ciudad, pensaba siempre en las ciudades griegas del oeste, en Sicilia o Italia, donde pareca que la filosofa, nacida en Jonia, cobraba entonces nueva vida. Pues aun en m niez fui a mi modo un filsofo y, mucho antes de que acabara mi adolescencia, reverencie en mi espritu no a los grandes dinastas, sino a los filsofos de mi tierra natal. Policrates de Samos haba dominado el mar, y ya en mi infancia, el esplendor de su corte se haba convertido en leyenda. Pero Tales de Mileto se haba aventurado a plantear, por primera vez en la historia, una cuestin cientfica. Otros, an bajo la conquista persa, haban continuado su obra en Mileto. Yo mismo escuch a los que haban recibido las enseanzas de Anaximenes. Me deleit el audaz sentido comn de Jenfanes, natural de la cercana Colofn, que en pocas y breves sentencias me aclar lo absurdas e indignas que son las opiniones del hombre sobre los dioses. Pues, por qu habra de revestir un dios forma humana y por qu habra de hablar griego? He de hacer notar, sin embargo, que Jenfanes no da ninguna explicacin del movimiento. Tambin discut a Pitgoras con mis amigos y lo hall insatisfactorio. Unos treinta aos antes de mi nacimiento, el filsofo haba abandonado Samos para instalarse en el sur de Italia. All an hoy sus secuaces ejercen no slo influencia intelectual sino tambin poltica. Esta influencia procede del hecho de que constituyen una suerte de hermandad secreta antes que de sus mritos polticos o cientficos. Combinan una admirable destreza matemtica con una suerte de supersticin. Sus descubrimientos en geometra son notables, pero, por alguna razn que ellos conocen mejor que nosotros, se niegan a comer habas y
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preferiran morir a tocar un gallo blanco. Nuestro gran filsofo jonio Herclito de feso tena razn cuando escriba: El saber muchas cosas no ensea a comprender. De lo contrario, se lo habra enseado a Pitgoras y Jenfanes. Herclito fue el ltimo de los filsofos jonios con cuya obra me familiaric en mi infancia y en mi adolescencia. An lo hallo extraamente grave, si bien, a medida que progreso en sabidura, s menos qu quiere decir. Ms que cualquiera de los otros, Herclito me incit a perseguir la sabidura. Infinidad de veces, mientras yaca al sol o a la sombra, a lo largo de las orillas cubiertas de caas de los cursos de agua que fluyen hacia Clazomene y el mar, me repet: La sabidura es esto: conocer el pensamiento por obra del cual todas las cosas estn dirigidas a travs de todas las cosas. Y los planes que mi padre haba hecho para m me dejaron un tanto indiferente. No tena deseos de verme excesivamente abrumado por los deberes pblicos y la administracin de una propiedad. Observaba las estrellas, los animales y los pjaros, el cielo y el mar. Al fin, estaba determinado a ello, renunciara a mi fortuna y consagrara mi vida a la ciencia, tal vez en alguna ciudad jnica, tal vez en una de las grandes ciudades griegas de Italia o Sicilia. Pero antes deseaba viajar y ver algo del mundo. Por esta razn, a la edad de dieciocho aos tom parte en la expedicin de Jerjes contra Grecia. Y aqu, puesto que me acusaron de ser pro persa, son necesarias unas pocas palabras de explicacin. Ahora que todas las islas y la costa asitica de Grecia han sido liberadas (o, por lo menos, estn sometidas a Atenas y no a una potencia extranjera), acaso parezca extrao o hasta inicuo imaginar una situacin en la que griegos al servicio de Persia marcharan contra compatriotas griegos. Pero en aquel tiempo a nosotros no nos pareca extrao. Nosotros, jonios que, de grado o por fuerza, nos hallamos en las huestes del Gran Rey, no esperbamos en verdad que hubiera lucha. Conforme a las noticias que nos llegaban, toda Grecia, con excepcin de Atenas y Esparta, haba dado ya muestras de sumisin, martima y terrestre, a Persia; y estos informes no eran del todo exagerados. Se esperaba que la expedicin de Jerjes fuese una procesin triunfal antes que una campaa militar. Por lo dems, no tenamos conciencia de que, en realidad, nos oponamos a nuestros compatriotas. Junto a Jerjes haba muchos griegos ansiosos de recobrar el poder en Estados de los que, por una razn u otra, haban sido desterrados. Toda la operacin (as nos pareca a nosotros) acabara con una extensin de los dominios del Gran Rey, pero en trminos prcticos de poltica griega, slo con la sustitucin de un partido por otro. Estbamos, desde luego, equivocados, y por mi parte me siento avergonzado al pensar cun poca era mi percepcin poltica y cientfica. Cierto que hombres ms viejos y ms sabios que yo cometieron el mismo error, pero nunca consider que las faltas de otros justificasen la ma. Prefiero excusar m insensibilidad en este punto diciendo que entonces no pens que pensaba como todos los dems. Y, en efecto, cuando sal de Clazomene para unirme en Sardes al ejrcito del Gran Rey, no me preocupaba ms que la excitante novedad de un viaje por tierras extranjeras. Y lo cierto es que en el ejrcito del rey haba de sobra para excitar cualquier inteligencia curiosa. En este ejrcito figuraban casi todas las razas del mundo conocido. Se me (lijo que en l hablaban ms de quinientas lenguas. Y no slo en el lenguaje, sino tambin en el vestido, el equipamiento, las armas, la pigmentacin, las costumbres y las religiones haba una extraordinaria variedad. Los soldados persas me eran familiares cor sus calzas y cotas de malla que se asemejaban a las escamas de un pez; pero miraba maravillado los contingentes de otros pueblos de los cuales hasta entonces nada saba: los asirios con sus yelmos de bronce y sus garrotes de madera provistos de clavos de hierro, los indios con sus trajes de algodn y sus arcos de caa, los etopes con sus escudos hechos con cueros cabelludos y que se cubran la cabeza con crneos de caballo cuyas orejas y cuya crin les pendan por detrs. Haba otros, innumerables; pero no es ste el lugar de describir el ejrcito ni la marcha a travs de Asia, y por el Helesponto, hasta Grecia. Ya lo describi mi joven amigo Herodoto, que por entonces era un nio y que en aos posteriores pas muchas horas conmigo en Atenas preguntndome acerca de todos los detalles de la expedicin.
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Con su gran habilidad y su notable inteligencia, produjo, segn creo, una obra maestra literaria, si bien dudo que mereciera la enorme recompensa monetaria que se le otorg en Atenas, por mediacin de Pericles. An hoy hay una inmensa demanda del libro y la gente est dispuesta a pagar precios exorbitantes por l, mientras que mis obras filosficas se consiguen en Atenas por el modesto precio de una dracma. Personalmente, me complace el xito del joven Herodoto y me alegra el que yo haya, en cierta medida, contribuido a l. No obstante, me habra agradado que en algunos temas adoptara una actitud ms cientfica. Recuerdo haberle hablado, por ejemplo, de la llamada piel de Marsias, que se exhibe en la ciudad frigia de Celene. Se insta a los turistas a que la admiren como la piel del stiro, o Sileno, Marsias, que fue desollado por Apolo despus de haber competido con l en msica, sin xito. Ahora bien, como dije a Herodoto, yo mismo la identifiqu como la piel de un raro espcimen de macho cabro monts capadocio. Adems, mis estudios de anatoma y reproduccin me han llevado a creer que es muy poco probable que hayan existido nunca criaturas tales como los stiros. Pero en su historia, Herodoto no menciona que yo haya identificado la piel. Prefiere conservar la supersticin, repitiendo sin ms la historia local. Sin embargo, su obra es, en general, digna de admiracin, y su relacin de la expedicin de Jerjes es excelente. No es necesario que os mencione en detalle aquellas tremendas experiencias que l describi tan bien. Sin embargo, pocos que no lo hayan visto podrn imaginar aquel gran puente tendido a travs del Helesponto, abarrotado de todas las naciones del este, que marchaban a conquistar Europa. Y cuando avanzbamos a travs de Tracia para llegar a Tesalia, se nos unieron mas y ms contingentes de tropas, griegos, macedonios, tracios y extraas tribus de las desconocidas tierras interiores. Fsicamente hablando, pareca que aquella fuerza era del todo irresistible. Se produjeron tres sucesos inesperados. Primero, la gran tormenta en la cual quedaron destruidos cuatrocientos buques de la armada real; luego, la heroica resistencia de los espartanos y sus aliados en las Termpilas y, no menos importante, el hecho de que la pequea flota griega, constituida en su gran mayora por navos atenienses, oblig a la flota real a internarse en las aguas del estrecho que separa a Eubea del continente. Pero estos sucesos no fueron decisivos, ni siquiera muy importantes. Los espartanos haban perdido posiciones y la flota persa, despus de la tormenta, era aun por lo menos tres veces ms poderosa que cualquier flota que pudiera reunirse para enfrentarse a ella. Y as el ejrcito avanz hacia el sur, hacia tica, sin encontrar resistencia. A finales del verano llegamos a Atenas y la hallamos abandonada, con excepcin de unos pocos ancianos y cuidadores del templo que, por haber prestado crdito a un orculo, se atrincheraron en la Acrpolis. Los persas quebrantaron pronto su defensa y mataron a los atenienses que no se haban suicidado. Luego pegaron fuego a los templos de la Acrpolis, y Jerjes envi un mensajero a Susa para anunciar a toda Persia que su victoria, por lo menos en cuanto concerna a los atenienses, era completa. Fue por entonces cuando yo, con otros pocos jonios que compartan mis opiniones, abandonamos el ejrcito del rey y despus de sobornar al capitn de una de las pequeas embarcaciones incorporadas a la flota real, zarpamos hacia Salamina, donde estaba concentrada la flota ateniense y donde se haba refugiado la mayor parte de los atenienses no combatientes. Impuls nuestra accin, segn creo, el natural espritu aventurero de la juventud antes que cualquier otro motivo ms noble. Cierto que habamos comenzado a sentirnos un tanto avergonzados por la perspectiva de tener que luchar contra nuestros compatriotas. Y en esto acaso haya influido en nosotros la propaganda de Temstocles. Pues, conforme a sus instrucciones, se haban grabado o pintado en las rocas que jalonaban las rutas terrestres y martimas por las que los persas haban avanzado, exhortaciones a los griegos que servan en el ejrcito o en la flota a que no incurrieran en la culpa de ayudar a destruir su propia madre patria. Asimismo, en esas exhortaciones se aseguraba que la victoria final sera de los griegos y que se castigara a quienes haban colaborado con los persas.
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Creo que pocos crean en estas seguridades. No sabamos precisamente qu iba a ocurrir, pero dbamos por descontada la conquista del continente por parte de Persia. En cuanto a nosotros, alentbamos la esperanza de que, si sobrevivamos, se nos ofrecera la oportunidad de navegar hacia el oeste, a Italia o Sicilia, hacia cualquier otra ciudad griega ya establecida, o bien a una nueva colonia que fundaran los atenienses para reemplazar a su ciudad, ahora ocupada y semidestruida por los persas. No se me ocurri la idea de que pasara la mayor parte de mi vida adulta en una nueva Atenas, mucho ms gloriosa que la antigua y emplazada en el mismo lugar. De modo que llegamos a Salamina y all fuimos bien recibidos, tanto por nosotros mismos (mi padre mantena ciertas relaciones de hospitalidad con algunas de las principales familias atenienses) como por las informaciones que llevbamos respecto de las fuerzas persas. Entre los que me hicieron preguntas figuraba Jantipo, padre de Pericles. Haba estado en el exilio, pero lo haba favorecido la amnista general del ao anterior. Se comport conmigo generosamente y, a travs de l, trab relacin con Pericles, que entonces era un muchacho de ms o menos catorce aos.

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CAPITULO II VICTORIAS

Puedo verlo ahora tal como lo vi entonces, como un muchacho de extraordinaria belleza, de inteligencia poco comn y de la ms suave disposicin de nimo. Cuando lo conoc (y en seguida nos hicimos amigos), estaba colrico y agriado, pero en su clera y en su amargura no haba nada de tosco, nada de torpe, nada de estpido. Estaba colrico a causa de su perro, y en su clera hall detalles que me parecieron notables. En primer trmino, la clera haba durado varias semanas (cosa inslita en un muchacho de su edad); y luego su sentimiento, sin dejar de ser intenso, se haba generalizado en cierto modo. Desaprobaba la conducta de su padre en aquella ocasin, aunque sin una real animosidad personal. Su actitud se asemejaba a la de un dios que condena y tal vez castiga con severidad las acciones, al paso que mira con calma al que las realiza. Sin embargo, no se mantena apartado (como se dice que se mantienen los dioses) y estaba lejos de ser insensible. Al parecer, he aqu lo que haba ocurrido. Cuando evacuaba a su familia y sus efectos de su finca situada cerca de Atenas, Jantipo haba impartido rdenes de que no se embarcaran animales en el primer navo; los caballos, los podencos y dems ganado se trasladaran luego, suponiendo que esto fuese posible. Era una orden muy sensata si se considera la falta de espacio, pero uno de los podencos, el favorito de Pericles, se neg a quedarse atrs. Este animal se lanz al agua y comenz a nadar tras el navo, que, desde luego, se alejaba de l con rapidez. Pronto slo se vio una mancha a la distancia, que era la cabeza del perro, y, en medio de la general prisa y confusin, nadie oa los ruegos de Pericles, que exhortaba a detener el navo para socorrer al animal. Intentaron, sin xito, tranquilizar al muchacho; se le dijo que el perro pronto se cansara y volvera a la orilla. Peno el perro no hizo nada parecido. Por algn instinto olfativo o visual, mantuvo contacto con el navo durante toda la travesa y, cuando estaban terminando de descargar en Salamina, volvieron a verlo nadando an hacia la costa. Pericles, y tambin Jantipo, corrieron a la playa, alegres, para dar la bienvenida al animal. Pero el perro estaba agotado. Se arrastr por la arena, agach las orejas y con una ltima convulsin muri. Me dijeron que durante la semana que sigui a esto Pericles no dirigi la palabra a su hermano mayor, Arifrn, que no haba dado importancia alguna al suceso. Tambin estaba furioso con su padre, a quien consideraba responsable de aquella muerte, si bien al fin se apacigu cuando Jantipo, que estaba muy apenado por el muchacho y, al mismo tiempo, orgulloso del comportamiento del perro, mand que se erigiera una tumba al animal en las costas de Salamna. Puede vrsela all en nuestros das. Menciono este incidente a fin de ilustrar un aspecto del carcter de Pericles que, por lo general, se desconoce. La gente que slo lo vio en pblico se inclina a considerarlo un hombre austero o, como solan decir, olmpico; no reconocen aquella ternura suya que se haca muy patente en sus relaciones privadas y que se extenda, como hemos visto, hasta a los animales. En compaa de Pericles observ, desde un promontorio de Salamina, la gran batalla naval que se libr en los estrechos. El muchacho estaba ansioso por participar en el combate y lo mismo me ocurra a m; pero los buques tenan ya la tripulacin completa. Yo careca de equipo, y por eso se me confi un pequeo cargo administrativo en tierra. Jantipo mandaba un trirreme, y junto a l estaba el hermano mayor de Pericles.
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Herodoto y Esquilo han descrito muy bien la batalla, pero ninguno de estos escritores expres de manera cabal el extraordinario sentimiento de alborozo y alivio que todos nosotros experimentamos despus de esta tremenda victoria. Jerjes se diriga a marchas forzadas al Helesponto, y su flota diezmada se retiraba a Jonia. Y aquello era, como el joven Pericles me sealaba una y otra vez, obra principalmente de los atenienses. Haban proporcionado los mayores contingentes a la flota aliada y, en general, se admita que el artfice de la victoria era el ateniense Temstocles. Por lo dems, al juzgar a este estadista, Pericles, segn me parece, demostr inteligencia y originalidad. Puede considerarse natural que un muchacho de su edad haya convertido en hroe a quien logr victoria tan resonante; o bien el muchacho hubiera podido seguir razonablemente a sus mayores -Jantipo, Arstides y otros- que, siendo antagonistas polticos de Temstocles, tendan a restar importancia a sus hazaas y ya haban comenzado una vez mas a unirse contra l. Las habituales quejas que Temstocles provocaba consistan en que era demasiado hbil y que, al promover su propia carrera, debilitaba a la aristocracia terrateniente y fortaleca en forma imprudente a las clases ms pobres. Pericles, sin embargo, no dej que nunca en su vida lo afectaran argumentos derivados de la envidia o el prejuicio. Saba que era imposible ser demasiado hbil. Y en cuanto a las que se consideraban tendencias ultrademocrticas de Temstocles, las aprobaba, pues comprenda que, si bien poda perturbarse el equilibrio de fuerzas entre las facciones existentes, el poder total y la influencia de todo el Estado se incrementaban por obra de la poltica de Temstocles. Y juzgaba que, en una democracia ms fuerte y ms amplia, los miembros de su propia clase podan, si tenan suficiente capacidad, ejercer una influencia ms poderosa y fructfera que antes. Y s carecan de capacidad, de cualquier modo no eran aptos para desempear funciones de responsabilidad. En el ao que sigui a Salamina se argument mucho acerca de estas cosas, y hasta Jantipo escuchaba a menudo con sonrisa divertida y tolerante. Incurra en el error, que es general entre los padres, de creer que era por naturaleza ms inteligente que su hijo. Cuando tengas que administrar una propiedad, hijo mo sola decir-, pensars de modo distinto. Desde luego, afirmaciones como sta son verdaderas en los casos de aquellas gentes, que forman legin, slo capaces de pensamiento constructivo entre los catorce y los veintin aos de edad. Pero el espritu de Pericles era de otro orden. El propio inters nunca distraa su pensamiento, ni lo embotaba la apata de las convenciones. Hasta su padre reconoci en l algo superior y, sin mucha conciencia de ello, estaba orgulloso, si bien imaginaba que, con el transcurso del tiempo, Pericles cambiara para convertirse en un hombre ms ordinario y de reacciones ms fciles de prever. Poco despus de la batalla, retornamos a Atenas, y Jantipo, con toda generosidad, me invit a vivir en su casa, cerca de Colona. Con ciertas reservas (pues pensaba que todos los jonios tendan a ser demasiado hbiles), aprob la amistad que naca entre Pericles y yo. Y lo mismo hizo Agarista, madre del joven. La familia de sta, por supuesto, era aun ms distinguida que la de Jantipo. No hay familia en el mundo griego ms famosa que la de los Alcmenidas, tanto pon sus buenas acciones como, aadmoslo, por las malas. Aganista era sobrina de aquel Clstenes que haba fundado la democracia en Atenas. Ella misma exhiba mucho de esa brillantez intelectual y poltica que caracterizaba a su familia. Como su hijo, era ms buena que mala; y a Pericles, que era con mucho su hijo favorito, confiada y acertadamente le vaticin un gran futuro. En cierta ocasin me dijo que, cuando estaba embarazada de l, so que haba dado a luz un len. Este sueo impresion de manera muy profunda a Jantipo, pero Agarista, como mujer inteligente que era, no le atribuy mayor importancia. Por m parte, considero que los sueos ilustran el carcter o los apetitos del soante antes que sealar el futuro. Aganista estaba decidida a tener un hijo distinguido; como pronto vio, su primer hijo, Anifrn, no ofreca nada notable; por ello su espritu se concentro con gran tenacidad en la perspectiva que entraaba Pericles. Dudo que el
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espritu de una madre pueda influir poco ni mucho en el embrin humano. Muchas mujeres, tanto inteligentes como necias, desearon tener hijos distinguidos y, como regla, quedaron defraudadas. Peno una vez que ha nacido un nio de real capacidad, no hay duda de que esta capacidad puede acrecentarse por obra del cuidado y entusiasmo de una madre brillante y ambiciosa. Puedo recordar de modo muy vvido y con placer aquellos meses invernales, cuando conoc por primera vez la ciudad, devastada como estaba, y a los atenienses, que luego fueron los grandes amigos de mi vida adulta. Yo tambin comparta aquel enamorado sentimiento de jbilo provocado por la victoria, si bien sta no haba afianzado an la seguridad de Grecia y, mucho menos, la de Atenas. Pero an puedo ver en m imaginacin aquel coro de jvenes que cantaban, entre las ruinas de los templos de los dioses, el himno de accin de gracias y la alabanza de Salamina. Diriga el coro el joven Sfocles, que luego seria el gran poeta. Tena la misma edad que Pericles y tal vez fuera el muchacho ms hermoso de Atenas. No slo posea belleza sino tambin maneras exquisitas y una habilidad notable para la msica y la danza. Su familia era duea de una finca cerca de la de Jantipo, y l y Pericles haban sido amigos desde la infancia. Me placa observar a los dos jvenes juntos, pues Pericles era tambin hermoso, aunque su belleza no diera estricta satisfaccin a las exigencias que pudiera tener un pintor, como pasaba con la de Sfocles. Tena, por ejemplo, una cabeza curiosamente alargada y ello le causaba verdadera preocupacin. Con frecuencia llevaba sombrero cuando era innecesario, y en los ltimos aos no permita que se le hiciese ningn retrato si no estaba cubierto con el yelmo. Naturalmente, los poetas cmicos no dejaron de explotar esta circunstancia. Es ste el nico ejemplo que conozco de afectacin o engreimiento en el carcter de Pericles. En realidad, cuando uno hablaba con l, no adverta en modo alguno la forma de su cabeza que, de cualquier manera, no era desagradable. Lo que s llamaba la atencin era un brillo casi misterioso en sus ojos. Sin embargo no era nervioso, y sus movimientos nunca dejaban de mostrar cierta lenta dignidad. Pero era capaz de los cambios de expresin mas rpidos y, en ocasiones, haca un sbito y decisivo gesto, que impresionaba tanto mas cuanto que era rano. Haba tambin un encanto y una variacin peculiares en su voz, a veces profundamente seria, a veces apasionada, a veces llena de risa. La verdad es que (y esto acaso sorprenda) estaba ms dispuesto a rer que Sfocles, quien, a pesar de la infinita gracia de sus maneras, resultaba en cierto modo convencional en su conversacin, y a quien a veces parecan chocarle las rpidas rplicas y contrarrplicas de irona o crtica que tenan lugar entre Pericles y yo. Quiz Sfocles, no obstante todas sus grandes cualidades, careciera de aquella facilidad analtica que es tan importante en un estadista y en un filsofo. Y lo cierto es que en anos posteriores mostr menos inters por mis escritos filosficos que lo que poda esperarse, y no lo vi a menudo, como no fuese cuando yo acompaaba a Pericles, a quien permaneci devoto hasta el fin. Me alegra que Sfocles est an vivo y contine escribiendo tragedias que, aunque menos interesantes para un filsofo que las del joven Eurpides, son admirables producciones llenas de vigor. Pero no deseo dar la impresin de que aquellos meses invernales fueron un perodo de triunfo y de agradable conversacin entre muchachos. Pronto result patente que los persas estaban an con nosotros. Jerjes haba abandonado Europa y su flota se haba retirado tambin a las bases de Jonia; pero Mardonio, con la mejor parte del ejrcito, permaneca aun en Grecia, con la intencin evidente de reanudar la campaa en la primavera, y toda la Grecia septentrional hasta la frontera de tica estaba de su lado. Tambin le responda toda la zona costera de Tracia y de Calcdica. All una ciudad griega se haba aventurado a rebelarse y fue sometida con cierta dificultad. Se sospechaba que una ciudad cercana, Olinto, proyectaba una revuelta. Nos enteramos con horror de que el gobernador persa haba reunido a toda la poblacin en un pantano, no lejos de la ciudad, y la haba exterminado, sin perdonan a las mujeres ni a los nios. Sabamos que era posible que el mismo destino estuviera reservado a la poblacin de Atenas.

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El peligro, sin embargo, engendra resolucin antes que miedo. Cuando Mardonio intent separar, empleando ardides diplomticos, a Atenas de Esparta ofrecindoles a los atenienses la paz, una alianza y una compensacin por los daos de guerra, stos replicaron que mientras el sol siguiera su curso en el cielo, Atenas nunca pactara la paz con Persia. Dio la respuesta el antiguo Consejo del Arepago, que por entonces ejerca un poder poltico ms que normal. Componen este Consejo aquellos que han desempeado el alto cango de arconte en Atenas. Pero en aquellos das el arcontado era una dignidad mucho ms importante que lo que es ahora. Durante los siete aos que precedieron a Salamina se haba introducido una reforma (iniciada en forma preponderante por Temstocles) en virtud de la cual a los arcontes se los designaba por sorteo antes que por eleccin o por influencias personales o familiares. Peno an se los elega entre las clases ms ricas y, desde luego, la mayor parte del Consejo estaba integrada por miembros designados en los das anteriores a la reforma. Por lo tanto era, en trminos generales, un cuerpo conservador. Temstocles era miembro de l en su condicin de ex arconte, pero la mayora de sus colegas eran sus adversarios polticos. Adems, stos estaban en condiciones, en aquellos tiempos de peligro, de hacen valer sus opiniones. El Consejo posea no solo autoridad poltica sino tambin religiosa. Era reverenciado como algo consagrado por el tiempo y casi divino; pues los atenienses (como hube de descubrir a mis expensas) combinan de algn modo un genio imaginativo e innovador con una reverencia casi ridcula por la antigedad. En un momento pueden ser los pensadores mas audaces, y en el siguiente estn abrumados por escrpulos religiosos y supersticiosos. Y as, como el ejrcito persa amenazaba invadir en la primavera, el pueblo de Atenas volvi los ojos, en busca de gua, a aquel reverenciado y antiguo grupo de estadistas que se haban mostrado decididos y eficientes, y cuyo nico defecto haba sido desconfiar de Temstocles, el ms hbil diplomtico y el ms brillante comandante de Grecia. Su posicin como hroe de Salamina era demasiado fuerte para que pudiera sen socavada, y se usaron sus servicios en misiones diplomticas a Esparta, donde fue muy honrado y donde se sospech mucho de l; pues hablaba con entera libertad y apenas si intentaba ocultar el menosprecio que le inspiraban el conservadurismo de los espartanos y la tirana de sus instituciones. Entretanto, en Atenas confiaban los puestos de mando a aquellos que en el pasado haban sido sus opositores polticos. Arstides mand el ejrcito ateniense y Jantipo se hizo cargo del contingente ateniense de la flota aliada. Por fortuna, ambos eran hombres capaces y Jantipo, en particular, hizo excelente uso de aquella flota que era creacin de Temstocles. En esta oportunidad la conducta del gobierno espartano pareci traicionera a muchos atenienses; sin embargo, en las batallas que luego siguieron, los atenienses cooperaron lealmente con los espartanos, e incluso en el mar, a pesar de su experiencia y podero superiores, aceptaron el mando de Esparta. Fue ste un comportamiento admirable y luego los atenienses, no sin razn, se sintieron orgullosos de l. Sin embargo, advertan que Espanta, por su parte, no realizaba ningn acto tan elevado ni generoso. En aquellos das la hegemona espartana no se pona en tela de juicio, pero pronto comenz a ser discutida, y el joven Pericles fue uno de los que lo hicieron en la forma ms apasionada pero tambin mas racional. El rgimen de vida en exceso disciplinado y la falta de gracia espartanos le inspiraban un desagrado instintivo; ahora bien, en esos aos comprob que los espartanos eran reacios a afrontar cualquier riesgo que no estuviera en estricta concordancia con sus propios intereses; asimismo, que la ndole de adiestramiento y disciplina que los haca tan eficientes en el campo de batalla era inapropiada y, desde luego, intil para cualquier otra actividad. En el extranjero, un espartano tiende a convertirse en salvaje o en charlatn. Durante los meses que siguieron a Salamina, los espartanos y sus aliados tuvieron tiempo de sobra para haber salido del Peloponeso y haber tomado una posicin defensiva en las fronteras septentrionales y occidentales de tica. Pero en lugar de ello, pasaron el invierno y la primavera construyendo un muro a lo largo del istmo. Y as, cuando a comienzos del verano Mardonio volvi a invadir tica, nos vimos forzados una vez ms a embarcarnos y retirarnos a las islas,
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abandonando Atenas pon segunda vez a los persas. Aun entonces, cuando alguien sugera que se pactara la paz, nadie le prestaba odos; pero, a pesar de esta resolucin nacional, la gente albergaba agrios sentimientos contra los aliados que no haban prestado ninguna ayuda. Al tender la vista a travs del mar desde Salamina, podamos ver una vez ms la nube de humo que flotaba sobre lo que quedaba de Atenas, y en esta ocasin Mardonio consum la completa ruina de la ciudad. Entre los atenienses, al partido pro espartano -que an segua siendo, merced a cierta convencin, numeroso- le resultaba difcil hallar excusas a la inactividad espartana. Otros no podan creer que la poltica espartana no fuera deliberada. Decan claramente que Esparta haba decidido que, cualquiera que fuera el desenlace de la guerra, su rival mas cercana en Grecia, Atenas, quedara debilitada sin posibilidad de recuperarse. Jantipo fue uno de los que pon entonces integraron la embajada que viaj a Esparta. l y sus colegas persuadieron al fin a los espartanos a obrar en concordancia con los intereses de Grecia, pero la accin fue tarda y se recordaron los efectos de la anterior inaccin. De cualquier modo, nos alegramos mucho cuando nos enteramos de que el ejrcito del Peloponeso estaba en tica y de que Mardonio se haba retirado hacia los alrededores de Tebas, donde la inmensa llanura constitua el mejor terreno para la caballera, punto fuerte de su ejrcito. Poco ms o menos por la misma poca, la flota griega zarp hacia Jonia con rdenes de vigilan y, si las condiciones eran favorables, atacan a la flota persa, que entonces estaba en Samos. Corrieron toda suerte de rumores, que se revelaron bien fundados, de que no slo Samos sino muchos otros Estados griegos de Asia se disponan a sublevarse, y yo habra acompaado a Jantipo en esta expedicin si en el ltimo momento no me hubiera postrado la fiebre. Convaleca an cuando me enter de la gran victoria de Platea, donde los griegos, bajo el mando del espartano Pausanias, haban avasallado al ejrcito persa de Mardonio con sus aliados tebanos, tesalienses y macedonios. En la dispersin final del bando persa, los atenienses, encabezados por Arstides, desempearon un importante papel. Pero no he de describir aqu esta batalla. Sus efectos fueron librar a Grecia continental de todo peligro inmediato, y tambin aumentar en gran medida el prestigio de Esparta, pues fueron los espartanos quienes lucharon contra las mejores tropas persas. Despus de haber estudiado la batalla, me inclino a creer que la direccin de estas tropas fue deficiente y pusilnime; pero su valor y tenacidad en el combate son encomiables. Pocos das despus recibimos noticias de otra victoria griega en una batalla que se libr el mismo da que la de Platea. Frente al cabo Micala, cerca de Mileto, la flota griega haba reconquistado la libertad de Jonia. El espartano Leotiquides mand las fuerzas, pero en Atenas, que haba proporcionado la mayor parte de la flota, la victoria se atribuy, desde luego, al padre de Pericles, Jantipo. Persia haba perdido entonces el dominio no slo de Grecia continental, sino tambin del mar Egeo. Lo que pareca imposible haba ocurrido. Un reducido nmero de pequeos Estados haban rechazado al mayor imperio que nunca hubiera existido. Desde luego, los griegos se enorgullecieron de esta proeza, pero a menudo faltan a la verdad cuando hablan de ello. Dicen una y otra vez, por ejemplo, que en aquellos grandes das una Grecia unida derrot, bajo la direccin de Esparta, al Gran Rey. Semejante afirmacin no resiste prueba alguna. Desde luego, la direccin fue de Esparta. No hubiera podido pensarse en ninguna otra cosa. Pero Grecia no estaba unida. Con excepcin de Atenas, todos los Estados importantes que no se hallaban en el Peloponeso se inclinaban, a veces de mala gana y otras con entusiasmo, a favor de los persas. En dos de las tres grandes victorias, tanto los jefes como los soldados y marinos atenienses haban desempeado el papel principal; y hasta en Platea los atenienses tenan cierto derecho a considerarse artfices de la gran victoria. Y ahora, en el momento de la liberacin, las divergencias entre las grandes potencias -Esparta, la conductora oficial, y Atenas, la promotora de la victoria- se tornaron agudsimas. La tendencia de Atenas era avanzar y expandirse; la de Esparta, retirarse y contraerse. Este hecho era evidente para Temstocles y era evidente para el
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joven Pericles. Mucha gente, llevada por las ideas habitualmente aceptadas, no lo observ por entonces. Pero el que la mayor parte de la gente no vea lo que est ante sus ojos es un lugar comn de la investigacin filosfica.

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CAPTULO III ATENAS Y SUS ALIADAS

Despus de las victorias, comenzamos, junto con el resto de la poblacin de Atenas, a reconstruir la ciudad. La casa de Jantipo no haba sufrido muchos daos porque, hasta el ltimo momento, la haba ocupado un oficial superior persa. Peno todos los templos y casi todas las casas ms pobres haban quedado destruidos por completo. La gente deseaba ante todo hacer habitables los restos de sus viviendas antes que llegara el invierno, si bien haba cientos traficantes de orculos que intentaban influir sobre la opinin pblica en el sentido de que primero se emprendiera la reconstruccin de los templos. Entonces Temstocles tom la iniciativa y una vez ms mostr su ascendiente: indujo a los atenienses a optar por la grandeza antes que por la conveniencia. Persuadi no slo al pueblo sino tambin a quienes haban sido sus opositores polticos de que, antes de que se realizara ninguna obra, haban de reconstruirse las fortificaciones de la ciudad. Esta medida deba tomarse a fin de que Atenas pudiera defenderse de otra invasin persa. Desde luego, no haba peligro en el futuro cercano. A lo que Temstocles en realidad apuntaba era a independizar de una vez por todas a Atenas dentro de Grecia. Haba adivinado sin duda los deseos y las probables acciones de Esparta y sabia que no haba tiempo que perder. Por el momento, despus del conocido autosacrificio y de las esplndidas acciones atenienses en la guerra, a Esparta le resultara difcil intervenir. Sin embargo, muchos espartanos estaban ya aterrados no slo por el creciente podero y el prestigio de Atenas, sino tambin por el espritu de sta, un espritu de aventura y de firme democracia. Como siempre, Temstocles vio las cosas con criterio muy claro y distinto. Posea un misterioso don para vaticinar el futuro. Pero aun mas notable era su habilidad para granjearse las simpatas de los atenienses que ya haban abrazado una poltica pro espartana. De modo que se comenz la tarea de fortificar la ciudad, y pronto lleg una embajada de Esparta. Los enviados se comportaron cortsmente, pero intentaron adoptar una actitud de firmeza. Era innecesario, dijeron, que Atenas se fortificara. Si sobrevena otra invasin, los atenienses seran bien recibidos en el Peloponeso, del otro lado del muro ya levantado a travs del istmo. Por lo dems, y en inters nacional general, no era aconsejable que ninguna ciudad situada al norte de aquel punto se equipara con fortificaciones, puesto que tal ciudad, en el caso de caer en manos persas, constituirla una amenaza para el resto de Grecia. Este mensaje es claro ejemplo de la hipocresa espartana. En realidad, como ya sabamos, a los espartanos no les entusiasmaba la idea de continuar la guerra contra Persia. Despus de la batalla de Micala, no slo se haban incorporado a la Liga Griega las grandes islas de Samos, Lesbos y Quos, sino que la mayor parte de las ciudades griegas de la costa asitica haban solicitado ser admitidas en ella. Pero Esparta se mostraba reacia a cualquier compromiso. Aconsej a las ciudades costeras que se embarcaran y emigraran hacia el oeste. Sin embargo, Temstocles y muchos otros atenienses haban visto ya la perspectiva de un futuro brillante. Podan imaginar un podero naval lo suficientemente grande como para arrojar a Persia del Egeo y para garantizar la independencia no slo de las islas, sino tambin de las ciudades del continente. Semejantes sueos de expansin estaban ms all de las posibilidades de los espartanos y, poco despus de Micala, el almirante espartano hizo retroceder a sus navos a las aguas de su patria. Entretanto, y por consejo de Temstocles, se impartieron instrucciones a Jantipo de que empleara el contingente ateniense de la flota para proseguir la guerra. Tales instrucciones, junto con la fortificacin de

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Atenas, fueron, sin duda, sucesos decisivos para el futuro, y por ellas Temstocles merece encomio aun mayor que por haber mandado la flota en Salamina. La historia de las fortificaciones es de sobra conocida. Todos, hombres, mujeres y nios, trabajamos en ellas, y an hoy puede verse la prueba de nuestra prisa. Empleamos todo el material que hallbamos a nuestro alcance. Nos las arreglamos para incorporar en los muros fustes de columnas, y estos muros, si bien no estn tan bellamente construidos como los que despus se erigieron en torno del Pireo, son an muy resistentes. Entretanto, Temstocles se encontraba en Esparta, demorando las negociaciones. Cuando supo que los muros tenan la suficiente altura como para constituir una defensa, habl sin tapujos. Atenas, dijo, tena derecho, y haba mostrado capacidad para ello, de pensar y obrar por si misma. Esto se propona hacer en el futuro. Una Atenas fuerte, seal, significaba una Grecia fuerte, como lo haban demostrado los ltimos aos. Los espartanos, que no se esperaban semejante salida, hubieron de disimular sus sentimientos; pero nunca perdonaron a Temstocles y luego fueron instrumento de su ruina. Con todo, por lo menos por un breve perodo, Temstocles fue tan popular en Atenas como lo haba sido despus de Salamina. Sin demora se puso a trabajar con febril entusiasmo en su proyecto de fortificar el Pireo. Hasta se dijo que, de poder obrar con libertad, habra abandonado Atenas junto con sus santuarios de dioses consagrados por el tiempo y todo lo dems, y hubiera fundado en el Pireo una nueva ciudad junto al mar, donde, segn su opinin, residan la grandeza y el futuro de Atenas. Y en los aos siguientes la poltica naval iniciada por Temstocles fue apoyada en gran medida hasta por sus enemigos y aun por el partido pro espartano. Al finalizar el ao, y ya terminadas las fortificaciones, Jantipo retorn con la flota ateniense. Fue aqulla una ocasin espectacular y simblica, pues Jantipo llev consigo los grandes cables de lino y de papiro que se haban empleado para tender el puente sobre el Helesponto por donde el ejrcito de Jerjes haba avanzado sobre Europa. Los atenienses ofrendaron estos cables al dios de Delfos, despus de haberlos exhibido durante algn tiempo en Atenas. Nos pareca que Atenas haba roto las cadenas con las cuales Persia haba intentado subyugar a Europa. Tanto en el pueblo como en la flota, todos estaban entusiasmados con la idea de proseguir la guerra, con el mando o la cooperacin de Esparta o sin ellos. Jantipo nos refiri cmo, despus de la batalla de Micala, haba zarpado hacia el Helesponto y haba cercado la ciudad de Sestos, ocupada por una guarnicin persa. Haba sido un sitio duro y largo, pero al fin la ciudad haba cado y el gobernador persa haba sido capturado junto con gran nmero de sus soldados. Jantipo sola relatar con cierta satisfaccin que Artactes, el gobernador persa, le haba ofrecido una considerable suma de dinero por su vida y la de su hijo, y que haba rehusado el ofrecimiento. En lugar de ello, haba conducido a Artactes a una eminencia que dominaba el lugar donde Jerjes haba construido el puente. All haba mandado que lo clavaran a una tabla y, mientras agonizaba, orden que lapidaran a su hijo ante sus ojos. Segn recuerdo, Pericles sola escuchar con respeto y una especie de inters profesional los relatos de Jantipo acerca del sitio; pero le resultaba difcil, poda verlo, disimular su disgusto ante aquella prueba de salvajismo. Pienso que comparta sus sentimientos el subordinado ms brillante y ms digno de confianza de Jantipo, Cimn, a quien conoc por entonces. Cimn era hijo del vencedor de Maratn, de aquel Milcades a quien Jantipo haba acusado ms de diez aos antes, y que, incapaz entonces de pagar la enorme multa que se le haba impuesto, muri en la crcel, despus del juicio, cuando Cimn era un muchacho de unos dieciocho aos. Durante algn tiempo haba vivido en la mayor miseria con su hermana Elpinice. La gente deca
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que su relacin con ella era incestuosa, pero no estoy en condiciones de afirmar la vendad de este rumor, si bien Cimn era en extremo aficionado a las mujeres y lo cierto es que Elpinice le fue muy devota durante toda su vida. Aunque careca de dote, se cas con el hombre ms rico de Atenas, quien no slo sald la deuda del padre de Cimn, sino que provey a ste de dinero. Desde entonces, durante muchos aos tuvo una carrera brillante y de ininterrumpidos xitos. La gente suele compararlo con su padre por su arte como estratega y con Temstocles por sus condiciones de mando. Y si la ltima comparacin resulta excesiva, no deja de ser cierto que era un comandante al par intrpido y prudente. Era muy popular. Su generosidad, sus maneras llanas, el modo en que protega a sus hombres, su valor y su fuerza lo convirtieron en hroe para el ejrcito y la flota. Su aspecto era tambin fascinante. Era alto y le coronaba la cabeza una mata de cabellos rizados, y, aunque se vesta y comportaba como un caballero ateniense, haba en l algo que pareca encantadoramente irresponsable, algo ingenuo y casi brbaro, tal vez heredado de su madre, hija del rey tracio Obro. Cimn se haba distinguido en la batalla de Salamina; era un hombre que se distingui en todas las batallas. En el mismo ao de Salamina se haba casado con una mujer del clan de los Alcmenidas. Su esposa, Isodice, era sobrina de Agarista, madre de Pericles. Senta por ella extraordinaria devocin. Esto lo s por m amigo y discpulo, el ateniense Arquelao, distinguido estudioso de ciencias naturales que, segn espero, continuar mi obra despus de mi muerte. Arquelao fue quien, a peticin de Cmon, compuso una elega para Isodice, despus de la muerte de sta. Me dijo que Cimn estaba desconsolado, y recuerdo haberle sealado entonces que llamaba la atencin el que tambin Pericles profesara un afecto casi inslito por una mujer. Sin embargo, y en todas las otras cosas, dejando a un lado el valor fsico, no se pareca en modo alguno a Cimn. Esto, como record a Arquelao, constitua un interesante ejemplo de cmo, tanto en el espritu humano como en la naturaleza, elementos del todo distintos, mezclados de modo distinto, pueden producir, desde ciertos puntos de vista, apariencias similares. Jantipo, si bien haba sido enemigo del padre de Cimn, hizo cuanto estuvo a su alcance para ayudar al joven en su carrera. Aplauda siempre sus grandes cualidades, aunque a menudo consideraba que los sentimientos pro espartanos de Cimn eran un tanto exagerados. Atenas y Esparta -sola decir Cimn con entusiasmo ms bien encantador- son como un excelente tronco de caballos. Si corren juntas, ganarn todas las carreras. Esta, como Pericles vea al punto, era una comparacin un tanto vulgar, que no arrojaba luz sobre nada. Por lo dems, se basaba en una serie de inexactitudes. Cimn opt por olvidan (y podemos decir, en forma un tanto necia pero tambin generosa) que Esparta no haba hecho nada por ayudan a Atenas en Maratn, haba luchado en Salamina a su pesar y slo haba avanzado hasta Platea despus de que Atenas hubiera sido saqueada por segunda vez. Lo nico que recordaba era la autntica cualidad guerrera que los espartanos mostraban en la batalla. Pericles sola decirme despus (era, desde luego, demasiado bien educado para intervenir en la conversacin de los mayores) que si la idea de Cimn era juntar en un tronco un caballo con un toro, sorprenda que hubiera logrado alguna victoria; y en verdad haba logrado sus victorias con caballos de carrera. Y lo cierto es que en los aos subsiguientes Cimon se vio forzado, por la lgica de los acontecimientos antes que por cualquier lgica suya (era deficiente en este respecto), a continuar logrando victorias con caballos de carrera y a seguir una poltica que haba de tener resultados opuestos a los que l pretenda. Uno de los factores decisivos en esta situacin era la mera existencia de Temstocles. Los enemigos de este gran hombre an estaban unidos contra l y salieron airosos en su empeo de mantenerlo alejado de los puestos importantes. Pero no podan menos de seguir la poltica que l haba iniciado, de modo tal que lo que se haba concebido como una oposicin a su influencia se troc de hecho en una mera extensin de sta. Diriga la oposicin (si es lcito semejante vocablo) Aristides, ese hombre a quien llamaban el justo. Y en lo que incumba al dinero, mereca el apodo, aunque el que mereciera crdito moral por su integridad en el manejo de fondos es otra cuestin. El hecho es que no le interesaba esa clase de
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ostentacin que no se puede hacer sin dinero; tambin hall que un comportamiento recto a los ojos del pblico le resultaba muy til polticamente. Por ello hizo una suerte de profesin de honradez en cuestiones de dinero, pero en todo lo dems era tan astuto como un zorro. No tard en ver que poda usar a Cimn para contrarrestar el poder de Temstocles, y, sobre todo por su influencia, el ao que sigui al retorno de Jantipo de Sestos el joven fue designado general. Durante ms de una dcada Cimn mand siempre ejrcitos y casi siempre sali victorioso. Un estudioso objetivo de la guerra quiz no pueda ponerlo en el mismo nivel que a Temstocles, puesto que careca de la capacidad de ste para estimar el futuro y para ver hacia dnde encaminaba sus pasos. Pero stas son cualidades raras. En mis das, slo las poseyeron plenamente Temstocles y Pericles. Y slo Pericles fue capaz de persuadir por largo tiempo a sus conciudadanos a que respetaran su superior inteligencia en lugar de resentirse de ella. En cuanto a Cimn, no tena, ni pretenda tenerla, descollante capacidad intelectual. Triunfaba y era conservador, dos cualidades que atraen a los atenienses; y tambin, cosa que no ocurra con Temstocles, era modesto. No quiero decir que Temstocles mostrara una vulgar ostentacin, pero lo cierto es que lo impacientaba la mediocridad y que tena cabal conciencia de su propia brillantez. Y en aquellos das hasta los atenienses estaban alarmados ante la, al parecer, ilimitada extensin de sus ambiciones. Se propona, segn deca la gente, cubrir todo el mar con navos atenienses. Pensaba que la guerra con Persia ya se haba ganado y soaba con la expansin de Atenas hacia el oeste y el sur y hacia los rincones ms apartados de cualquier mar navegable. Era significativo que una de sus hijas se llamare. Italia y la otra Asia. Pero, aunque Temstocles inspiraba a la mayor parte de las familias nobles disgusto y envidia, el pueblo ateniense, que hubiera podido ser su aliado, era incapaz de comprender sus altos designios y de seguir la rapidez de su pensamiento. En aos posteriores, dirigido por Pericles, aplaudi precisamente esas mismas ideas y hasta hubo de prevenrsele que no las exagerara. Pero entonces la novedad de semejante ambicin lo alarm. Era, como siempre, un pueblo emprendedor, aunque slo en una direccin. Cimn, con su simple y valeroso mando, su modestia, su amistad con Esparta y su respeto por el pasado, era para ellos el hombre del momento. Cuando por entonces Temstocles pag los gastos de representacin, en el festival dramtico de la primavera, de una pieza escrita por el anciano trgico Fnnico sobre el tema de la batalla de Salamina, la gente se ofendi por lo que pareca ser un drama destinado a formular una advertencia. Segn recuerdo, Pericles, que tena unos dieciocho aos, deplor el hecho de que Temstocles, a quien admiraba mucho, no hubiera empleado los servicios de Esquilo, dramaturgo muy superior. Me figuro, sin embargo, que Temstocles, que siempre apoyaba sus actos en buenas razones y que no ignoraba que Esquilo dominaba ms que Frnico el arte escnico y potico, emple al anciano poeta debido a que estaba relacionado con Jonia. La gente recordaba an la historia de la tragedia de Frinico sobre el fracaso de la rebelin jnica. Y Temstocles deseaba ahora que el mismo autor celebrase la liberacin de Jonia y, sin duda, que sugiriera al auditorio que l haba sido su artfice. La ocasin era oportuna y, apreciara o no el hecho la gente que asisti a las representaciones, era en verdad la poltica de Temstocles la que triunfaba en esos aos en manos de sus enemigos. Pues en aquellos aos Atenas asumi la direccin del mundo helnico, que antes haba ejercido Esparta. Es probable, segn creo, que Aristides, que se haba adueado para sus propios fines de muchos de los planes polticos de Temstocles, hubiera visto lo que ocurra y contribuyera a precipitar los acontecimientos. A pesar de su apasionado patriotismo ateniense, Cimn no hubiera nunca alejado deliberadamente a Esparta. Peno los factores principales, sin duda previstos por Temstocles, eran la necedad y la arrogancia espartanas. Cabria aadir la irresolucin espartana, porque se ha visto que los espartanos, cuando se hallan en circunstancias desconocidas, son tan poco adaptables que tienden a comportarse como cobardes, apresurndose, si pueden hacerlo, a volver a lo que les es conocido y a lo que no requiere pensar. Por todas estas razones, perdieron la direccin de la flota helnica. Ante todo, sus oficiales no mostraban capacidad alguna para tratar con otros aliados griegos que no fueran del Peloponeso. No podan agravian a los atenienses, que haban proporcionado la mayor parte de la flota, peno trataban como esclavos a los jonios recin liberados. Lgicamente, estos jonios se acercaron a Arstides para pedirle que asumiera el mando
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en lugar de Esparta, y Aristides, despus de rechazarlos, aclar que, mientras los aliados obraran por s mismos, l y los atenienses los apoyaran. Por esta poca, el gobierno espartano haba comenzado a sentir alarma, en parte a causa de que sus oficiales de ultramar mostraban cierta independencia (y lo ciento es que Pausanias haba adoptado el atavo persa e intrigaba con el Gran Rey), y en parte por el peligro de que algunos de sus hombres se contaminaran de aquel nuevo espritu de democracia y empresa de que estaban imbuidos los contingentes atenienses y jonios de la flota. Despus de un vano intento de restablecer su autoridad, el gobierno retir sus buques y dej que los atenienses prosiguieran solos la guerra. De este modo lleg a su fin la gran alianza helnica bajo la direccin de Espanta. En ambos bandos se hicieron profesiones de amistad, pero lo ciento es que Grecia estaba, y contina estando, dividida en dos: por un lado, los espartanos y sus aliados, y por otro, los atenienses y los suyos. Adems, era seguro que ambos bandos se encaminaran en direcciones contrarias. As quedaba montada la escena para la vida de Pericles y, antes de su desaparicin, una lucha a muerte se empe entre estas incompatibilidades. Esa lucha contina.

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CAPTULO IV PRIMERA JUVENTUD

Jantipo intervino poco en las cuestiones de la nueva Liga Ateniense. Nunca se repuso de las penalidades padecidas en el sitio de Sestos y muri por la poca en que el joven Pericles completaba su adiestramiento militar. Su muerte dej a Pericles en situacin desahogada, aunque no en posesin de una inmensa fortuna, y desde el momento en que se hizo cango de los bienes familiares, los administr con gran prudencia, sin avaricia y sin dispendios. No era indiferente al dinero, como Aristides afectaba ser; tampoco lo despilfarraba, como hizo despus su joven pupilo Alcibades. Lo consideraba algo que haba de emplearse tan sabiamente como fuera posible en inters de sus amigos, de si mismo y de sus conciudadanos, y dispuso la administracin de sus negocios del modo ms eficiente, de manera que le ocupaban menos tiempo y trabajo que a cualquier otro. Aunque viva una vida libre y fcil, resultaba obvio que tena condiciones para cargos de responsabilidad muy por encima de la superintendencia de fincas o del curso ordinario del servicio militar. Al entrar en la edad viril, su encanto personal era tan grande como siempre y su inteligencia resplandeci cada vez con mayor brillo. Se perciba un delicioso celo en el modo en que se expresaba, una suerte de mezcla entre la gravedad y el ingenio. Cantaba y tocaba la lira muy bien, aunque quiz no tan bien como su amigo Sfocles; pero cuando recitaba a Homero pareca mostrar un sentido del valor de las palabras superior aun al del propio Sfocles, que era ya un poeta del que la gente comenzaba a hablar con respeto. Cuntos de aquel circulo de amigos fueron luego desterrados, como yo, o muertos en el campo de batalla! Y con cunta claridad lo recuerdo hoy! Estaba Damn, el maestro de msica de Pericles y uno de los hombres ms ingeniosos e inteligentes que yo haya conocido. No slo era hbil msico, hombre que haca memorable cualquier velada cuando se lo persuada a tocar y cantar, sino que era filsofo por naturaleza. Sus opiniones sobre teora musical eran interesantes en extremo, pero pareca echarlas por la borda cuando improvisaba. Era capaz de formular teoras brillantes y originales sobre cualquier tema. Tal vez lo que ms le entusiasmaba era disertar de poltica. Examinaba detenidamente la significacin precisa de la palabra democracia y, cuando discutamos la cuestin, convenamos en que ni siquiera en Atenas la democracia era una plena realidad. La pobreza impeda que los hombres desempearan papel cabal en los asuntos de la ciudad; las grandes familias ejercan an una influencia que en modo alguno estaba en proporcin con su numero; y venerables instituciones como el Consejo del Arepago sustentaban todava ideas que no eran las de la Asamblea del Pueblo ni las de los representantes elegidos por el pueblo. Segn recuerdo, Damn desarrollaba sus ideas con mucha gracia y habilidad, como si estuviera componiendo msica. Pero otros las adoptaban con entusiasmo casi salvaje. El ms notable de stos era Efialto, joven no mucho mayor que Pericles y que luego haba de ser, por un breve perodo, su principal colaborador en cuestiones polticas. En verdad, haba ocasiones en que Efialto, con su extrao fervor e impetuosa sinceridad, pareca tener ascendiente sobre el propio Pericles. Era muy violento en sus ataques a las familias nobles, y desde luego entonces resultaba ms fcil que ahora sealar ejemplos de ciudadanos ricos y privilegiados que, a causa de enemistades o con la finalidad de obtener beneficios personales, haban obrado de modo deliberado y claro en contra de los intereses de la ciudad. Efialto vaticinaba con frecuencia que esas grandes familias lograran al fin destruir a Temstocles, el mejor estadista que Atenas haba tenido nunca, y ridiculizaba a Cimn, a quien consideraba el protegido necio y presuntuoso de los aristcratas. En esto, como Pericles y mucho; de nosotros comprendimos en seguida, iba
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demasiado lejos. Acaso no se haya comprendido bien la poltica de Cimn, pero era un hombre honrado y un brillante capitn. Adems, gozaba del favor popular y solamos preguntar a Efialto cmo poda conciliar su aparente creencia de que el pueblo tena siempre razn con su asercin de que Cimn, el favorito del pueblo, estaba siempre equivocado. Estas preguntas solan irritarlo mucho. Nos llamaba entonces sofistas (fue el primero, segn creo, que emple esta palabra como trmino peyorativo). En verdad, deca que el pueblo siempre tena razn, pero slo en ltimo extremo. Haba ocasiones, como la presente, en que poda ser lisonjeado o intimidado. Lo que se requera en poltica era una legislacin que redujera hasta el mnimo las posibilidades de lisonja o intimidacin. Los primeros pasos haban de ser privar al Consejo del Arepago de todo poder y limitar los poderes de las grandes familias, inclusive, aada, la de Pericles. Entonces rea, pues Pericles le inspiraba gran admiracin y saba que a su vez comparta muchas de sus ideas polticas, si bien las expresaba con menos acritud. En cuanto a la acritud y violencia de Efialto, mucha gente las atribuy al hecho de que proceda de una familia poco distinguida, de recursos slo medianos; y es cierto que las personas de gran talento nacidas en estratos sociales inferiores, se inclinan a resentirse de lo que les parece una injusticia personal. Pero en Efialto no haba nada de esta mezquindad. Nunca se comportaba con acritud en sus relaciones personales. Pericles sola ayudarlo econmicamente y esta ayuda siempre le inspiraba gratitud, nunca resentimiento. Es cierto que si cualquiera de sus opositores polticos hubiera recibido semejante ayuda, la habra calificado de soborno. En cuanto a l, bastaba que l mismo tuviera por seguro que nadie poda sobornarlo. Por ello le resultaba natural y fcil aceptar con gratitud los dones de un amigo. De haber sido l rico y Pericles pobre, habra esperado que Pericles se comportara del mismo modo. Cuntas veces admir los hermosos cuerpos y las miradas brillantes de estos dos cuando luchaban uno contra otro! No eran amantes. Pericles, segn dije, tena, como Cimon, particular aficin por las muchachas y las mujeres. Si bien su amistad con los muchachos y hombres era apasionada y sincera, no pareca sentir la necesidad de aquella intimidad fsica que la mayor parte de nosotros deseamos. Sfocles era, segn creo, el miembro de nuestro crculo que ms inclinacin tena por el amor de los muchachos. Lo he visto trmulo, desesperado de deseo; sin embargo, se comportaba siempre con cada uno de los objetos de su afecto con infinita gracia, encanto y consideracin. En cuanto a mis propios amores de aquel tiempo, los puedo recordar con claridad, pero seria impertinente que hablara aqu de ellos. Sin embargo, dir algo de la contribucin que hube de hacer a aquel circulo de jvenes brillantes, apasionados y hermosos. Tena unos aos ms que la mayor parte de ellos y no era ciudadano ateniense, si bien me interesaba la poltica de Atenas como a cualquiera de ellos. Me apreciaron, lo s, pon m mismo; pero me valoraron tambin por mis conocimientos y mi entusiasmo por la filosofa. En aquella poca nunca fue difcil encontrar en Atenas un auditorio de gente ansiosa de aprender y discutir las teoras concebidas en Jonia, as como los descubrimientos all realizados, durante las dos ltimas generaciones. Segn creo, yo era el primer jonio con conocimiento de esas cosas que resida en Atenas. Vi que, aunque mucha gente estaba familiarizada con las obras de Anaximandro y Anaximenes, casi nadie haba odo hablan de Herclito de feso. Su doctrina es, desde luego, oscura. A veces escribe como una suerte de profeta inteligente antes que como un verdadero cientfico de la naturaleza. Sin embargo, su obra es tan original como inspirada. En el desarrollo de mi propia filosofa, me ayud mucho ms que la de Empdocles de Sicilia (que hace la extraordinaria suposicin de que es divino) y hasta ms que la de Parmnides, experto lgico como es. Sin embargo, por aquella poca no se haba odo hablar de Empdocles ni de Parmnides, al paso que Herclito haba escrito antes de la batalla de Maratn. Aquellos jvenes amigos mos atenienses queran que les hablara sobre todo de l. Ante todo, segn creo, los impresionaba la intrepidez y vigor de su lenguaje. An puedo ver sus ojos encendidos cuando les citaba sentencias como estas: Si no

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esperis lo inesperado, no lo encontraris; Lo opuesto es lo bueno para nosotros; La contienda es la justicia. Discutamos durante horas las ideas que las palabras queran expresar, y observ entonces, como regla, que cada cual tenda a atribuirles el significado que mejor convena a su propio carcter. Efialto, por ejemplo, citaba constantemente con complacencia la frase: El pueblo ha de luchar por sus leyes como por sus muros, al tiempo que no daba importancia alguna a otros dichos de Herclito de carcter antidemocrtico. Por otro lado, Pericles intentaba comprender el pensamiento de Herclito en su totalidad y, si bien lo vea todo con gran claridad, todo lo vea dentro de amplios horizontes. Era el nico poltico que consideraba la poltica como parte de una visin general de la vida, de la moral y del universo. Y esta generalidad de su pensamiento no debilitaba la fuerte impresin que produca en el auditorio. Su visin del conjunto le prestaba fuerza y energa cuando encaraba el detalle. Me agrada creer que en aquellos primeros aos lo ayud en cierto modo a descubrir y definir su visin de la totalidad. Por aquel entonces yo comenzaba a desarrollar mi sistema filosfico y, mientras lo hacia, creo que influ sobre Pericles de diversos modos. No es que aceptara como hechos probados ninguna de mis teoras sobre la naturaleza del universo. Yo mismo me resisto a aceptarlas como un conjunto ajustado. Lo que en realidad impresiono su pensamiento y su imaginacin fue la magnitud del problema, el nmero y extensin de los mundos, limitados o ilimitados, y la necesidad de descubrir, o al menos de procurarlo, un principio de orden y discriminacin en aquella infinita variedad de aparente caos y contradiccin. No pudimos hallar tal principio en los escritos de Herclito, si bien estos escritos nos parecan muy prximos a la verdad. Admirbamos la opinin de que el universo est basado en la tensin y oposicin, pero desebamos ir ms adelante y hallbamos que, ms all del punto donde podamos comprenderlo, Herclito empleaba trminos simblicos ms que concretos. Habla de ros o del fuego; pero en realidad el universo no consiste en ros o en el fuego, como tampoco consiste en aire o agua, como creyeron los primeros filsofos jnicos. Sabis que an se me conoce con el apodo que me dio Pericles: Vieja Inteligencia. Hasta hoy los chicos de Lampsaco lo profieren detrs de m pon las calles. Me place decir que lo pronuncian con mucho afecto y que siempre me tratan con la deferencia debida a mis aos. Y por mi parte, los aprecio. Me recuerdan a los muchachos que conoca en Atenas cuando era joven; y si despus de mi muerte hubiera de conferrseme algn honor, el honor que preferira seria que mi aniversario fuese da de asueto escolar en m ciudad. Peno esto no hace al caso. Aqu slo nos interesa el apodo, y ste, aunque se empleaba entonces como ahora de un modo amable, se tomaba con la misma seriedad que ahora. Seria el ltimo en jactarme de mis descubrimientos y el primero en admitir que son incompletos. Pero en verdad fui el primer filsofo que sugiri que en la Inteligencia ha de hallarse el principio del movimiento, del cambio, del acaecer y de la creacin del universo. Ella es lo ms alto que conocemos, y parece natural que consideremos como causa suprema lo ms alto antes que lo ms bajo. Pero no discutir aqu mi filosofa. Todo cuanto deseo decir ahora es que esta idea de la Inteligencia, considerada como fuerza conductora y creadora que sostiene y mantiene un mundo tras otro, produjo profunda impresin en Pericles. Y mientras iba desarrollando mi teora, no tard en percibir que esta Inteligencia, penetrando todo lo que existe, extrayendo la forma de lo amorfo, haciendo nacer la vida de lo inanimado, ha de ser algo que nunca reposa, algo siempre activo, algo que siempre avanza. Sin esta constante actividad, no slo dejara de existir toda vida, sino tambin toda distincin; no habra separacin entre lo raro y lo denso, el fro y el calor, la luz y la oscuridad.

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Ahora sugerir (y lo s con certeza) que Pericles comparta conmigo esta visin del mundo, y que esta opinin (o algo parecido a ella) no slo prest grandeza a sus discursos polticos sino que determin en cierto modo su poltica. sta era siempre dinmica, nunca esttica; y a menudo me preguntaba yo si de una manera deliberada se propona que Atenas representara en el mundo civilizado esa misma Inteligencia que crea y mantiene el mundo de la naturaleza. Quiz pueda decir tambin que, en parte debido a mi influencia, Pericles fue uno de los pocos estadistas de nuestra poca interesados en las ciencias y libres en absoluto de supersticin. En aquellos primeros aos, yo realizaba numerosos experimentos. No es que creyera que la prueba de nuestros sentidos sea final. Tal proposicin es absurda. La estructura subyacente de las cosas est ms all del alcance de nuestros sentidos, y en el mejor de los casos slo puede percibirse con el pensamiento puro. Sin embargo, la prueba de nuestros sentidos, si los empleamos en forma adecuada, es siempre til y puede ser decisiva. Y hasta imagino que los poderes de nuestros sentidos pueden acrecentarse con el tiempo. Si, por ejemplo, fuese posible construir algn instrumento que aumentara en alto grado el poder del ojo, cabra demostrar de modo definitivo mi teora (para la que ya hay, por ciento, muchas pruebas) de que los cuerpos celestes no son en modo alguno divinos, sino que estn hechos de una materia semejante a la de la tierra en que vivimos. Y hay muchos y muy simples experimentos suficientes para refutar las extravagantes pretensiones de los adivinos. Recuerdo muy bien a uno de ellos. Ocurri algunos aos despus de la poca a la que acabo de referirme, cuando en Atenas tena lugar una lucha muy enconada entre los partidos que dirigan Pericles, por un lado, y Tucdides, el hijo de Melesias, por otro. Por entonces el administrador de una de las fincas de Pericles le envi la cabeza de un carnero que haba nacido con un solo cuerno. La cabeza lleg en un momento en que Pericles conversaba conmigo y con el adivino Lampn, hombre pomposo y sin duda ridculo que no inspiraba a Pericles mayor respeto; no obstante, lo hallaba til en asuntos polticos, pues gozaba de gran reputacin entre las supersticiosas masas atenienses y poda interpretar orculos y adelantar profecas que convenan a los intereses de Pericles. Hace patente la necedad del hombre el hecho de que l mismo crea en esas profecas a las que deba su prosperidad. Y as, en aquella ocasin, apenas vio la cabeza del macho cabrio con un solo cuerno, se ech a brincar y, adoptando el tono de voz de encantamiento que deba sugerir que estaba inspirado por los dioses, anunci que stos haban enviado el presagio y que su significado consista en que, en lugar de dos partidos, en el Estado deba haber nada ms que uno. El que el macho cabro hubiera aparecido en tierra de Pericles, indicaba que el que haba de sobrevivir era el dirigido por ste. Desde luego, Pericles escuch estas cosas fingiendo que lo impresionaban y procur que las palabras de Lampn se divulgaran lo ms posible. Pero mostr un inters mucho ms autntico cuando le suger que disecramos la cabeza del animal, y observ con mucha atencin cuando realic la operacin. Yo poda, desde luego, demostrar que la aparicin de un cuerno se deba a causas naturales. Se trataba de un concatenamiento de argumentos un tanto complicados, que Pericles sigui sin dificultad pero que estaba ms all de la comprensin de Lampn, que en sta, como en otras ocasiones, me acus de impiedad. Y el hecho de que tal profeca se cumpliera con el tiempo, lo confirm sin duda en su supersticin. Lampn constitua una fuente de diversin para Pericles y para mi, si bien en pblico Pericles daba siempre la impresin de tratar al hombre con toda seriedad, del mismo modo que en todas sus campaas militares y en los actos de la vida pblica observaba las formas religiosas convencionales, aun cuando no creyera en su eficacia. No caba calificar su actitud de hipcrita. En casi todas las creencias, segn deca, se halla una parte de verdad y de satisfaccin; y si una mente poderosa rechaza del modo ms natural muchas ideas aceptadas por considerarlas faltas de valor, ello no quiere decir que para otras mentes, menos esclarecidas, las mismas ideas no puedan ser tiles y hasta, en cierto sentido, verdaderas. En aquellos primeros aos hablbamos mucho de religin, de ciencia y de filosofa. Pero estaba claro que a Pericles no le satisfaca la teora. Su vida haba de ser activa y comenz a obrar en edad
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temprana. Con frecuencia estaba lejos de Atenas, sirviendo en las expediciones que por entonces partan todos los aos, pon lo comn bajo el mando de Cimn, para hacer incursiones en territorio persa o liberar aquellas ciudades griegas donde los persas aun mantenan guarniciones, y se granje considerable reputacin por su valenta personal y su inteligente direccin. Por lo dems, cuando contaba veintids aos se hizo conocer por el pblico en general, cuando ofreci pagar los gastos de representacin de cuatro dramas en el festival de la primavera. Fue un gesto caracterstico y significativo. El hecho de que un hombre tan joven asumiera ese servicio pblico impresion a la gente con la idea de su generosidad y de su patriotismo. Adems, la representacin fue inslitamente esplndida y mereca con toda justicia ganar el premio. El poeta de cuyo coro Pericles afront los gastos era Esquilo, y una de las tragedias que ste escribi para semejante ocasin fue la famosa Los persas. Como sabis, se trata de un magnifico drama patritico, y Esquilo era, con mucho, dramaturgo superior a Fnnico, que antes haba tratado el tema de Salamina. Asimismo, al apoyar econmicamente una tragedia sobre tal tema, Pericles demostraba la direccin de sus simpatas polticas, pues es imposible pensar en Salamina sin pensar en Temstocles. Desde luego, Esquilo era un poeta demasiado grande para escribir un drama en que se pusiera demasiado nfasis en la propaganda poltica, y por su parte Pericles no intent persuadirlo de que insertara un solo verso con tal propsito. Pero lo cierto es que Esquilo haba luchado en Maratn y en Salamina. Para l, aquellos seguan siendo todava los grandes das y, si bien creo que le disgustaba Temstocles pon motivos personales, era hombre demasiado ntegro para negarle grandeza. Por otro lado, en aquel momento era corriente hablar mal de Temstocles. Sus poderosos enemigos, entre los que figuraban muchos miembros de la propia familia de Pericles, haban logrado al fin, tal como haba previsto Efialto, desembarazarse de l. A principios de aquel ao se decret contra l el ostracismo y march al destierro, pon un periodo de diez aos. Por la poca en que se represent Los persas, viva en Argos, ciudad que siempre haba mantenido una incmoda rivalidad con Esparta, y ya corra el rumor de que su presencia all causaba considerable ansiedad al gobierno espartano. Nunca haba disimulado el desprecio que le mereca el estilo de vida espartano y, aunque deba sentir rencor hacia sus enemigos de Atenas, no pensaba ms que en volver a ella. Y as, con su inquieta inteligencia y su gran habilidad diplomtica, haba comenzado a echar las bases de una alianza entre Argos y Atenas, dirigida contra Esparta. Y por la poca en que Los persas se representaba en Atenas, haba ya muchos atenienses que lamentaban haber votado su ostracismo. De cualquier forma, la brillante carrera de Temstocles llegaba a su fin. En su generacin se haba hecho de muchos enemigos y de muy pocos amigos, y aquellos que lo apoyaban con entusiasmo en la generacin ms joven, como Pericles y Efialto, carecan an de influencia y autoridad suficientes. No haca todava un ao que resida en Argos cuando el gobierno espartano envi representantes a Atenas, quienes lo acusaron de mantener una correspondencia secreta con el Gran Rey de Persia. El partido de Cimn, en el que figuraban la mayor parte de las familias nobles atenienses, recibi con alegra tales acusaciones y se propuso servirse de ellas. Y uno de los Alcmenidas (aunque no era un miembro muy distinguido del clan) acus a Temstocles oficialmente de desarrollar actividades pro persas. Como a m mismo en aos posteriores se me imput un cargo semejante con la misma falta de pruebas, es comprensible que sienta especial simpata pon aquel gran hombre que, como estaba en el exilio, ni siquiera pudo comparecen en persona para contestar a sus acusadores. Y de cualquier modo, los escritos en que se defendi de las llamadas pruebas contra l eran muy convincentes; pero no inspir simpatas porque no se avino a adoptar aquella actitud de humildad que los atenienses ordinarios gustan ver en los que son llevados ante los tribunales democrticos. Y por entonces Cimn estaba en la cspide de su popularidad. Cierto que fue luego cuando conquist sus grandes victorias, pero nunca se adue tan por completo de la imaginacin de los atenienses como en el perodo siguiente al ostracismo de Temstocles. Fue entonces cuando ocup la isla de Skynos, esclaviz a sus habitantes, piratas en su mayor parte, y fund all una colonia ateniense. Pero lo que sobre todo impresion a sus compatriotas fue que en Skyros descubri, o pretendi descubrir, los huesos del rey y hroe
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ateniense Teseo, que, conforme a una leyenda, haba sido asesinado en forma traicionera y sepultado a escondidas en dicha isla. Cimn llev esos huesos a Atenas, donde se inhumaron con solemnes ceremonias y enorme alborozo popular. Toda suerte de orculos venan a revelar que el regreso de los huesos a Atenas indicaba algn favor especial de los dioses, que el perodo ms glorioso de la historia ateniense estaba a punto de comenzar, y otros vaticinios por el estilo. Claro est, los hechos parecan apoyar a los traficantes de orculos, pues en aquellos aos las flotas de Atenas y de sus aliadas conquistaban el dominio del Egeo. En cuanto a los huesos, no pude, por desgracia, someterlos a una investigacin cientfica. Funcionarios oficiales los guardaban con gran celo. Pero tuve ocasin de hablar con uno de estos funcionarios, que haba medido algunos de los huesos y que estaba en condiciones de ofrecerme descripciones de otros. Llegu a la conclusin de que la mayor parte de los huesos eran de animales vacunos, si bien entre ellos acaso hubiera algunos restos humanos. Peno es difcil creer que tuvieran alguna relacin con Teseo. Recuerdo que cuando mencion mis opiniones sobre el particular a Efialto, ste se mostr ansioso por divulgaras y por valerse de ellas como arma contra Cimn; pero Pericles y yo lo disuadimos de acto tan insensato. Cuando la gente desea creen algo, nada evitar que lo haga, por lo menos por algn tiempo. Si Efialto hubiera intervenido en este momento de jbilo general, habra perdido toda la popularidad de que gozaba. Y, sin duda alguna, a m me hubieran desterrado mucho antes, pon impiedad. Pero es posible que Cimn fuera sincero al creer en ese descubrimiento. Era un patriota y no un anatomista. Por estos aos su popularidad se debi en gran parte a la desgracia final de Temstocles. No es que Cimn fuera vengativo. Le hubiera agradado, segn pienso, que a Temstocles no se lo molestara hasta que acabase su periodo de exilio. Pero era incapaz de resistir a cualquier insinuacin que le hicieran los espartanos y, s bien acaso no haya credo en la afirmacin de stos de que Temistocles mantena una correspondencia secreta con el Gran Rey, posea suficiente sentido poltico para ver que Temstocles en Argos constitua una real amenaza a Esparta y a la alianza espartano-atenense. De modo que el destino de Temstocles era inevitable. Sus viejos amigos haban muerto o carecan de autoridad; sus nuevos amigos, como Efialto y Pericles, no tenan an influencia poltica. El resto de la historia es de sobra conocido. Al fin, y perseguido tanto por Atenas como por Esparta, Temstocles se vio impulsado a hacer aquello de lo que se lo haba acusado y que nunca haba hecho. Abandon Grecia y apareci con gran dignidad, segn se me dijo, como suplicante ante el Gran Rey. Al parecer, pronto adopt las costumbres persas y hasta aprendi el idioma en el breve espacio de un ao. Luego se hizo amigo y consejero del rey. Muri en Persia, rodeado de ms honores que los que haba recibido en Atenas, cosa que con frecuencia sealaba Efialto cuando atacaba la poltica pro espartana de Cimn y su partido. Pues en aquella poca, cuando Pericles contaba entre veinticinco y treinta aos, Efialto se convirti en figura importante. Acusaba sin descanso, con o sin xito y con cargos que a veces eran vlidos y a menudo absurdos, a miembros del Consejo del Arepago. Se hizo de muchos enemigos, pero mostr profunda inteligencia poltica. Pues el pueblo ateniense comenzaba a la larga (uno puede decirlo cuando echa una minada retrospectiva) a cobrar conciencia de su podero. Le inspiraba resentimiento la posicin privilegiada del Arepago y comenzaban a impacintalo las continuas referencias de Cimn a Esparta. Los espartanos nunca haran esto, deca, como si ste fuese argumento suficiente contra alguna medida a la que se opona; y Efialto a menudo se ganaba aplausos al poner rpidamente en ridculo semejantes frases. Casi pareca que todo cuanto ste necesitaba para convertirse en un poder en verdad formidable en el Estado era cierto aire de respetabilidad, deficiencia que se borr cuando Pericles pronunci su primer discurso ante la Asamblea, defendiendo con firmeza lo que a muchos pareci la poltica revolucionaria de Efialto.
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CAPITULO V LA LUCHA POR EL PODER

Recuerdo muy bien el ao en que Pericles, que contaba veintisis de edad, pronunci su primer discurso en la Asamblea. Otros sucesos interesantes ocurrieron tambin ese ao, entre ellos uno de la mayor importancia cientfica. Pues aqul fue el ao en que un gran cuerpo meterico cay en el Ro de la Cabra. Se me inform de este acontecimiento poco despus de que hubiera tenido lugar, y tuve ocasin de inspeccionar el cuerpo celeste dentro de los primeros quince das posteriores a su cada. Desde luego, puede verse aun hoy y constituye (me atrevera a decirlo) una prueba decisiva de algunas de mis teoras. Es duro y metlico. Cuando caa, se lo vio resplandecer. Est compuesto, segn creo, de la misma sustancia que las estrellas y el mismo sol, que, en mi opinin, es por lo menos tan grande como todo el Peloponeso. Y a menos que ande muy errado, la fuente de irradiacin del sol es simplemente el calor. Por su parte, la luna debe su luz al reflejo del sol. Pero estoy haciendo digresiones. Slo quiero dejar sentado que llevo aquel ao grabado particularmente claro en la memoria. Hubo tambin otros acontecimientos de inters no ya cientfico sino literario y poltico. En aquel ao, nuestro amigo Sfocles gan por primera vez el premio en el festival dramtico. Reinaba tal excitacin entre el auditorio que los organizadores del festival invitaron a Cimn y a sus nueve colegas de la junta de generales a ocupar el lugar de los jueces. Otorgaron el premio a Sfocles antes que a Esquilo, aunque no por alguna razn poltica, sino simplemente pon la admiracin que les inspir el extraordinario talento del joven y, posiblemente, porque estaban cansados de ver que Esquilo ganaba siempre el premio. Esquilo (aunque sin duda se consideraba dramaturgo superior a Sfocles) soport bien su derrota; y en verdad, ni siquiera Esquilo poda encolerizarse con Sfocles o sentirse ofendido por la preferencia que a ste se le haba dispensado, pues las maneras del joven poeta eran siempre gentiles y su actitud hacia los poetas de ms edad era, sin excepcin, deferente. Para nosotros, esta victoria de Sfocles pareci sealar el fin de una poca. Una nueva claridad haba aparecido en el teatro, del mismo modo que una nueva claridad estaba apareciendo en las artes (Fidias ya haba comenzado a trabajar) y en las discusiones pblicas. Asimismo, aquel ao muri Aristides. ste, ahora que Temstocles estaba en el exilio, haba sido el ltimo de los grandes dirigentes de la resistencia a la invasin persa que an llevaba vida poltica activa, de modo que su muerte pareci sealar tambin un nuevo giro de la historia. Ahora slo Cmon encabezaba el partido de lo que podra llamarse autoridad establecida y conservadora, y el extravagante respeto que le inspiraba Esparta, no compartido por Arstides, lo hizo vulnerable, a pesan de sus xitos militares y su popularidad personal. Sin disputa, continuaba siendo el jefe supremo. Pero a los atenienses no les agrada que nadie mantenga esa posicin durante demasiado tiempo, y Efialto, con su evidente sinceridad y su agudo ingenio, comenzaba a ganarse ya ciento apoyo en la Asamblea pon la poca en que Pericles habl ante ella por primera vez. Tal como puedo recordar, se haba preocupado a ms no poder en preparar su primer discurso, a pesar de que estaba muy bien dotado para la oratoria. Tambin estaba nervioso, s bien no le faltaba resolucin ni confianza en s mismo. Ensay varias veces el discurso ante mi y otros

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amigos, y tom del modo mas serio nuestras criticas, aunque en verdad era muy poco lo que haba que criticar. Supongo que en esa ocasin lo que ms nos admir fue la dignidad de su continente; esperbamos de l talento y brillantez, pero lo que nos sorprendi fue el aire de autoridad que, para ser tan joven, exhiba con tanta desenvoltura. Y en general, cabe decir que el auditorio de la Asamblea qued tan sorprendido y complacido como nosotros, sus amigos ntimos. Antes nunca, se deca, hombre tan joven haba sido escuchado con tanto respeto. Pues no haba nada de irresponsable o de pomposo en su desenvoltura ni en sus palabras. Lo que deca era al tiempo sabio e inesperado, y era esto, precisamente, lo que siempre ocurra con l. Tena por costumbre no hablar a menudo (por cada cinco discursos que pronunciaba Efialto, Pericles deca uno), y a lo largo de toda su vida, aun en aquellas pocas ocasiones en que se tom impopular, el pueblo estaba pendiente de sus palabras. Acaso esto se debiera a que deca lo que ellos mismos hubieran deseado decir, de haber tenido la inteligencia necesaria. Y en cierto sentido se identificaba con ellos, con toda la masa del pueblo antes que con un sector particular de ste. Sin embargo, no era un intrprete o vocero de opiniones ajenas, ni tampoco un simulador; siempre fue un conductor. Nunca se aprovech de ningn estado anmico colectivo, creaba estos estados y se pona a la cabeza de ellos. Al orlo, los hombres se sentan sorprendidos ante su propia inteligencia y resolucin; raras veces comprendan que stas eran cualidades de Pericles y no de ellos, porque Pericles los presentaba ante si mismos no como eran, sino como hubieran deseado ser. Y as, los transform en realidad. Estos hechos, desde luego, se conocen en relacin con su edad madura y los aos subsiguientes, cuando ejerca un ascendiente sin parangn sobre aquella difcil democracia. Pero an ms notable es que desde el mismo comienzo haya mostrado estas cualidades, que le confirieron tal ascendiente, y que desde entonces se las hayan reconocido. Como dije, no hablaba con frecuencia, y, al principio, no pretendi ninguna clase de jefatura. Si cabe emplear la palabra jefe, habramos de decir que Efialto era el jefe del partido y Pericles, su subordinado. No obstante, desde el principio y por todos los respectos, Pericles inspir extraordinaria consideracin. Esto no proceda del hecho de que, como distinguido miembro de una de las familias ms nobles de Atenas, hubiera adoptado una especie de lnea revolucionaria en poltica. Otros miembros de la misma familia se haban comportado as en ocasiones anteriores. Lo ms probable es que la gente admirara a Pericles por s mismo. Era capaz de decir las cosas ms sorprendentes de modo tal que resultaban evidentes. Comparta su superioridad con sus inferiores. Desde luego, los amaba. A pesar de todo el respeto que impona, poda parecer que l y Efialto defendan una causa perdida. La posicin de Cmon era muy fuerte y era imposible que los demcratas avanzados no lo apoyaran en casi todas sus actividades. Estaba, por ejemplo, la cuestin de la isla de Naxos, poderosa plaza que posea una armada considerable y una numerosa fuerza de hoplitas. Despus de haberse sacudido el yugo persa, Naxos decidi que su futuro estaba afianzado. Por lo tanto, se separ de la alianza ateniense alegando que, como ya se haba logrado el propsito principal de la Liga, ella y las otras aliadas no estaban ya obligadas a nada. Era aqul un momento crtico. De haberse permitido a Naxos obrar como lo deseaba, otras aliadas seguiran su ejemplo y retiraran tambin sus contribuciones en navos o dinero a la Liga, y as toda la base del poder martimo ateniense corra peligro de desmoronarse. Adems, las reclamaciones de los de Naxos no eran irrazonables, y las apoyaba, aunque no de manera muy abierta, Esparta, a cuyo gobierno alarmaba ya el crecimiento de la influencia y prestigio atenienses. El propio Cimn debi de haber advertido el sentimiento de Esparta sobre el particular, pero sta fue acaso la nica vez en su vida que consider equivocados a los espartanos. Mand una expedicin que someti a Naxos, y se asocio con aquellos que calificaban de revuelta la accin de la isla. Efialto y Pericles no podan censurar esta conducta. Ambos estaban dispuestos a apoyar, aun ms que Cimn, una Liga Ateniense que, desde aquel momento, iba convirtindose en imperio. Y poco despus, Cimn
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obtuvo la ms grande victoria de toda su carrera cuando, en el ro Eunimedn, en Asia sudoriental, aniquil en un solo da a un gran ejrcito y a una enorme flota persas. Los enemigos de Cimn podan alegar, como en efecto hizo Efialto, que los doscientos trirremes atenienses que participaron en la expedicin haban sido construidos y aparejados por orden de Temstocles; pero nadie poda poner en duda el que en esta espectacular victoria, en que se capturaron doscientos buques enemigos, la intrepidez y la eficiencia de Cimn haban sido decisivas. Temstocles, despus de haber buscado en vano refugio en varios Estados griegos a los que su genio haba salvado, se vio forzado a pedir merced al Gran Rey. Era ste un momento en que todo hacia creer que se haba consolidado el poder de Cimn y de su partido, y que los ataques que contra stos lanzaran Efialto y Pericles no seran ms eficaces que los ladridos de perros a hombres armados. Pero como observe en otra parte, el cambio puede no ser slo gradual sino tambin catastrfico. A los pocos aos de esta su mayor victoria, Cimn estaba en el exilio y toda su poltica haba sido revocada. Su cada se debi en parte a la oposicin de Efialto y Pericles, pero esta oposicin jams habra tenido xito de no haber mediado la poltica celosa y miope de Esparta, el Estado al que Cimn ms reverenciaba. Como la mayor parte de los hombres, los atenienses adoran el xito; pero habran perdonado a Cimn cualquier fracaso, salvo si ste hera su orgullo e implicaba una suerte de triunfo de Esparta. Y lo cierto es que en los aos que siguieron a las victorias de Eurimedn, los atenienses sufrieron algunos reveses militares. Segn recuerdo, por entonces se discuta mucho acerca de cmo deban emplearse las fuerzas de la Liga, ahora que el podero persa haba quedado quebrantado de manera definitiva. Algunos se inclinaban por liberar a Chipre, y sta hubiera sido desde luego una accin patritica en consonancia con la poltica declarada de la Liga. Pero esas fuerzas se emplearon lisa y llanamente en inters de Atenas, y una vez mas surgieron discusiones dentro de la Liga. Atenas dominaba ya las ruta; martimas que llevaban al mar Negro; y ahora deseaba tambin dominar las rutas terrestres por las que haba marchado Jerjes y, al mismo tiempo, asegurarse la posesin de las minas de oro de Tracia, as como el comercio, sumamente provechoso, con el interior. Se trataba de uno de esos planes caros a los atenienses, pues las posibilidades parecan casi ilimitadas. Y el plan pareca estar bien concebido. Primero se establecera una colonia en el ro Estnimn, en el paraje denominado Nueve Caminos (lugar conocido hoy con el nombre de Anfipolis), y desde esta excelente posicin estratgica el podero y la influencia de Atenas se extenderan a travs de Tracia y Macedonia. Ni Efialto ni Pericles hallaban nada que objetar a este plan. Sin embargo, el plan se malogr. En primer lugar, se le opuso el pueblo de Thasos, que por entonces era una rica y poderosa isla que contribua con una importante flota, tripulada por sus propios ciudadanos, a la alianza ateniense. Thasos fue la segunda aliada que se separ de la Liga, y Cimon se vio forzado a distraer parte de su potente ejrcito para habrselas con lo que entonces se calificaba de rebelin. Por lo dems, los thasianos obraron con habilidad y resolucin. Como poda esperarse, retiraron su flota del mar, pero antes echaron a pique treinta y tres naves de guerra atenienses. Esta fue la mayor, y por cierto la nica, prdida que Atenas haba sufrido desde Salamina, y ni siquiera despus de su derrota naval los thasianos se rindieron. Posean buenas fortificaciones y se haban equipado a fin de soportar un largo asedio. Los atenienses reaccionaron como lo hacan siempre en tales emergencias; enviaron ms buques y ms hombres; pero el ejrcito original de Cimn estaba an debilitado y, si bien los colonos se hallaban al abrigo en Nueve Caminos, su podero militan no era tan considerable como debi haber sido. Pero lo que revisti la mayor importancia para el futuro fue que el pueblo de Thasos apel a Esparta y, por primera vez, calific a Atenas de ciudad tirnica. El propsito de la Liga, segn
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decan, consista en liberar a los griegos, pero la verdad es que se la empleaba para esclavizarnos. Y pidieron la ayuda de Esparta, como reconocida potencia dirigente del mundo griego, a fin de que defendiera la causa de la libertad. Extraa peticin, amigos mos! No es que la libertad no sea importante, slo que se trata de una palabra susceptible de gran variedad de significaciones. Hoy, por ejemplo, tanto Atenas como Esparta pretenden luchar por la libertad; pero lo cierto es que no pueden luchar por la misma cosa, y no es imposible que el resultado final de la contienda prive a cada Estado de la libertad que hoy posee. Pero lo verdaderamente notable en estas reclamaciones de los thasianos, as como en las ltimas reclamaciones que condujeron a la presente guerra, es que nadie poda pensar que a Esparta le interesara cualquier clase de libertad. Segn creo, hemos de considerar aqu un empleo del todo incorrecto de las palabras, muy comn en poltica pero que sera fatal para cualquier investigacin filosfica o histrica. Lo que distingua a mi amigo Pericles de todos los dems estadistas era su extremada aversin al empleo inadecuado de las palabras. Saba con perfecta claridad cul era la diferencia entre la libertad espartana y la ateniense: la primera, negativa y defensiva; la segunda, positiva y, dentro de ciertos lmites, agresiva. Sabia que los atenienses gozaban en su patria de una libertad mayor que la que nunca hubiera existido en la historia civilizada, y sostena que, aun en sus aventuras imperialistas, Atenas daba ms de lo que reciba. Tambin sola decir que, puesto que el ciudadano espartano no disfrutaba de libertad en su patria, haba de manifestarse, como en efecto lo haba hecho, intolerante y opresor fuera de ella. Un espartano, para valerme de un trmino de mi propia filosofa, es un ser sin inteligencia; no le interesa un poder que crea ni una organizacin que se expande. Pero, en cambio, s le interesa impedir que otros pueblos desarrollen las potencias de que l carece, y, si bien por lo comn tiene aversin a intervenir en los asuntos extranjeros, lo har cuando juzgue que ello no implica ningn riesgo. Y por el tiempo en que los embajadores thasianos llegaron a Esparta, recibironse all noticias de las que se desprenda que la intervencin espartana podra llevarse adelante sin peligro. Segn tales mensajes, mientras Cimn avanzaba dentro de Macedonia, los colonos atenienses de Nueve Caminos haban decidido con toda imprudencia llevar a cabo por cuenta propia una expedicin militar contra las vecinas tribus tracias. Estas tribus suelen unirse cuando las amenaza un peligro comn, y as lo hicieron en esta ocasin. Rodearon a las fuerzas atenienses y las destruyeron casi por completo. Se dice que murieron no menos de diez mil hombres. Las autoridades espartanas juzgaron que Atenas no se recobrara pronto de semejante desastre. En consecuencia, alentaron a los tracios a oponer resistencia y les prometieron ayudarlos. Es probable que las promesas espartanas fueran vagas, pero sin duda (como se descubri ms tarde) los thasianos supusieron que Esparta invadira tica la primavera siguiente. Por mi parte, creo que lo hubieran hecho de no haber tenido que afrontar una situacin ms difcil y peligrosa en su propia patria. Ante todo, hubo un terremoto en Esparta; con propsitos cientficos, hice cuanto pude por investigarlo cabalmente, y creo que fue el terremoto ms espantoso ocurrido en el continente griego de que tengamos memoria. Carece de importancia el que la ciudad de Esparta haya quedado destruida casi por entero; no haba all, ni los hay, edificios dignos de admiracin. Pero la prdida de vidas fue tremenda. Hubo por lo menos veinte mil victimas y, entre stas, considerable nmero de aquellos espartanos adiestrados pertenecientes a la clase de oficiales, de la que depende la seguridad del Estado. Y como el poder espartano se funda en la lealtad de unos pocos y en el sometimiento del resto, no fue extrao el que los sometidos aprovecharan la oportunidad y se sublevaran. Pronto Esparta se vio luchando por su vida, y fue en estas circunstancias cuando, en el mbito de la poltica ateniense, comenz la lucha final entre Efialto y Cimn. El mismo ao del terremoto se eligi a Efialto y a Pericles para integrar la junta de generales. Para Pericles, sta fue una particular distincin. Slo contaba treinta aos y, si bien haba servido
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en numerosas campaas, era mucho menos conocido que Efialto como orador en la Asamblea. En poltica, apareca an como subordinado de Efialto, aunque abrigo mis dudas de que hubiera continuado por mucho tiempo en esta condicin. Recuerdo que por esta poca se mostraba un tanto reacio a unirse a Efialto en los violentos ataques que ste lanzaba contra Cimn; sin embargo, tena perfecta conciencia de que Cimn era el principal obstculo en el camino de la poltica democrtica y antiespartana que l y Efialto haban abrazado. Y ahora caba sostener, por primera vez, que Cimn no haba salido airoso. Thasos estaba an bloqueada y al fin haba de verse obligada a rendirse. Pero la colonia establecida en Nueve Caminos haba sido barrida y la campaa de Macedonia haba quedado interrumpida antes de que se hubiese ganado nada con ella. Efialto resolvi acusar a Cimn de ineficiencia militar y de haber recibido un soborno del rey de Macedonia. Pareca un paso temerario, aun cuando lo diera Efialto, a quien se conoca por no respetar a las personas, pero cuando el pueblo se enter de que Pericles se unira a l en la acusacin, los miembros del partido de Cimn no slo se sintieron afrentados sino que tambin se alarmaron. Elpinice, hermana mayor de Cimn, viol todas las reglas de la modestia ateniense cuando fue sola a casa de Pericles a fin de rogarle que no enjuiciara a su hermano. Fue un acto que sorprendi a Pericles y a todos; pero Pericles trat a aquella mujer impulsiva y resuelta con suma cortesa y deferencia. Al parecer, la salud con estas palabras: Querida Elpinice, buscas una aventura amorosa a tu edad?, y, si bien se neg a apartarse de Efialto, la convenci de que no tena, ni pretenda tenerla, ninguna animosidad personal contra Cimn. En muchas expediciones militares haba servido bajo su mando y, aunque consideraba su poltica espartana peligrosa y errada, no tena duda de sus excelentes cualidades como general. Y cuando lleg el da del juicio, se comport, en efecto, tal como lo haba prometido. Su discurso estuvo desprovisto de acritud, pero no por ello fue menos enrgico. En verdad, nadie poda creen que Cimn hubiera recibido un soborno, pero tanto Efialto, con su estilo grandilocuente y emotivo, como Pericles, con su exposicin ordenada y sobria, hicieron graves cargos contra la conduccin de la campaa. En particular, manifestaron tener pruebas de que Esparta proyectaba apoyar a los rebeldes de Thasos. Cimn lo neg con toda conviccin y, una vez ms, subray su creencia de que la seguridad de Grecia dependa en forma fundamental de la alianza con Esparta. Pero esta parte de su discurso dej indiferente al auditorio. Acerca de este punto, las opiniones de Efialto y Pericles comenzaban a ganar terreno. Slo cuando Cimn comenz a hablan de sus hazaas en la guerra y de la munificencia que haba mostrado para embellecer la ciudad de Atenas, el auditorio se conmovi profundamente. Pudo tambin, en el curso del juicio, jactarse de cmo, al fin, haba conquistado Thasos, destruido sus fortificaciones, capturado su flota y adquirido para Atenas las valiosas minas de oro del territorio continental. Haba an algunos que deploraban que a una aliada se la hubiera hecho objeto de semejante trato, pero ni Efialto ni Pericles figuraban entre ellos. Haban apoyado la campaa desde el principio y haban esperado que las conquistas fueran an mayores que las logradas por Cimn. En fin, Cimn fue absuelto, pero su prestigio qued disminuido. Prosigui la lucha entre los partidos. Poco despus de la absolucin de Cimn, hubo otro debate sobre su poltica espartana. Pues a Esparta le resultaba desfavorable la guerra que vena librando con los rebeldes. Vastas zonas de su territorio se hallaban bajo el dominio rebelde y casi no haba zona que no estuviera amenazada por incursiones de guerrilleros. En particular, los espartanos eran incapaces de reducir los baluartes rebeldes de las montaas. En una batalla campal la infantera espartana es incomparable, pero en otras operaciones militares, donde se requiere cierta versatilidad de inteligencia, resulta ineficaz. De modo que Espanta recurri a sus aliadas en busca de ayuda y, en primen lugar, a Atenas, cuyas tropas tenan mucha experiencia en la guerra de asedio y cuyos ingenieros militares eran los mejores de Grecia. Desde luego, Cimn apoy la peticin espartana, pero el debate sobre la cuestin fue muy enconado. Efialto habl en esta ocasin con extraordinaria pasin y elocuencia. Consider con menosprecio todas las exhortaciones hechas por Cimn en favor de la unidad de Grecia y de la lealtad a sus aliadas.
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stas, segn dijo, eran nociones abstractas y, en aquel caso, casi faltas de toda significacin. No poda haber unidad entre la democracia ateniense y una tirana. Los siervos espartanos no eran esclavos, pero a menudo se los trataba peor que a los esclavos. Eran griegos libres que luchaban por la misma libertad ganada por los atenienses cuando, antes de Maratn, arrojaron de la ciudad a los tiranos. Y en cuanto a la lealtad, cundo haba mostrado Esparta lealtad a Atenas? Los aliados de Atenas no eran esclavos; estaban ligados a ella por contratos legales que haban concertado mediante el libre juego de la voluntad. Pero cuando una de estas aliadas haba violado el contrato rebelndose, Esparta, lejos de ayudar a Atenas, haba alentado la revuelta. Cimn neg todo esto. Tambin l pronuncio uno de los mejores discursos de su carrera y, al fin, logr inclinar de su lado a la Asamblea. Enviaron a Esparta cuatro mil hoplitas atenienses, bajo su mando. Y en mi opinin, esta medida se tom no tanto porque los atenienses sintieran afecto o lealtad hacia los espartanos, sino porque los halagaba que el Estado ms poderoso de Grecia les pidiera ayuda. Los atenienses tienen un sentido del honor mas acendrado que cualquier otro pueblo. Consideraban la perspectiva de poder decir que ellos, con su experiencia e inteligencia superiores, no slo haban salvado a Grecia en las guerras contra los persas, sino tambin a Esparta en esta ocasin. Pero la mayor parte de los jefes militares, y tambin de los soldados, haban odo las argumentaciones de Efialto y haban quedado bastante impresionados por ellas. Y as, sta fue la primera vez que Cimn mandaba una fuerza que no pensaba lo mismo que l. Pareci que el propio pueblo ateniense, dejando a un lado el nmero cada vez menor de los partidarios de Cimn, lament la decisin tomada una vez que el ejrcito se hubo puesto en marcha. Efialto y Pericles intensificaron los ataques al status privilegiado del Consejo del Arepago, y esta vez sus ataques tuvieron xito. Volvi a iniciarse un debate enconadsimo, pues si bien los argumentos de Efialto y de Pericles eran, desde un punto de vista democrtico, decisivos, los atenienses, como dije, combinan la ms cabal modernidad con un profundo sentido de la tradicin. Si bien pareca justo hacerlo, pareca tambin impo restringir los poderes de aquel venerable cuerpo. Recuerdo que el poeta Esquilo se expres con profundo sentimiento sobre el particular. No obstante, Efialto gan el debate. Despojaron al Arepago de todo poder poltico y de todo derecho a la censura moral. En el futuro, su nica funcin consisti en actuar como una corte suprema en casos de homicidio. En cuestiones legales y constitucionales, no haba ahora ninguna clase privilegiada en el Estado. La voluntad de la Asamblea era suprema, y tal sigui sindolo desde entonces. Cimn, segn dicen, se horroriz cuando tuvo conocimiento de esta decisin y prometi a sus adictos que, cuando volviera de Esparta, intentara que se revocara. Y hasta es posible que, de haber vuelto, lo hubiera logrado, como era su costumbre, con una esplndida victoria. Pero lo arruinaron aquellos a quienes ms haba admirado toda su vida. Al parecer, los soldados del ejrcito ateniense, una vez que unieron sus fuerzas con los espartanos, hallaron que sus aliados eran tal y como Efialto haba dicho. Admiraron la disciplina espartana, as como su destreza en el manejo de las armas, pero tambin observaron una lentitud mental y una suerte de brutalidad que provocaron su odio y desprecio. Se jactaban de sus realizaciones polticas y las comparaban con la torpe, rgida monotona de la vida espartana. Muchos de ellos simpatizaron con los rebeldes, quienes les parecieron ser mas semejantes a los griegos que sus propios aliados, y hallaron que la lucha que libraban por su libertad estaba justificada. No sin razn, las autoridades espartanas se alarmaron. Siempre se alarman ante el menor signo de espritu revolucionario, y esto es comprensible apenas se considere que constituyen en su patria una minora muy pequea, cuya existencia depende del sometimiento de otros en mucho mayor
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nmero que ellos. Ahora vean, entre ellos, un ejrcito eficiente y numeroso de aliados que, a diferencia de los otros aliados de Esparta, no slo no reverenciaban los ideales espartanos sino que lisa y llanamente los despreciaban. Cierto que mandaba este ejrcito un hombre que haba mostrado invariable lealtad hacia Esparta y que, a pesar de ser el general ms distinguido del mundo griego, estaba dispuesto a subordinarse al alto mando espartano. Pero los espartanos no son generosos ni aceptan de buena gana la generosidad de los otros. Se resintieron de la distincin de Cimn, que estaba bien aconsejado por sus hombres, y temieron su popularidad, aun cuando l la empleara para defender los intereses espartanos. Al fin le pidieron que se marchara con su ejrcito. Estaban en condiciones, dijeron, de acabar la guerra por si mismos. Fue un gesto de necedad casi increble, y Efialto y Pericles explotaron sus consecuencias en Atenas. Los atenienses pueden soportar cualquier injusticia excepto un insulto. Hallan intolerable la afrenta y, cuando se los hace objeto de ella, adoptan medidas que no guardan ya proporcin con la causa. Y eso fue lo que ocurri entonces. La Asamblea revoc la alianza con Esparta y procedi a formar nuevas alianzas con las enemigas de Esparta, Argos y Tesalia, Estados que haban sido neutrales o pro persas en el perodo de la invasin. Se trataba de un rompimiento completo con el pasado, que provoc los ms agrios antagonismos personales y polticos. A su retorno, Cimn hizo cuanto estuvo a su alcance para modificar el nuevo estado de cosas creado en su ausencia. Estaba desacreditado, pero an era grande y lo apoyaba una vasta opinin que tema la poltica aventurera de Efialto y a la que haba indignado la reforma introducida por ste en el Arepago. En verdad, por esta poca los sentimientos partidarios eran en Atenas mucho ms intensos que nunca. Por suerte, los atenienses podan apelar al recurso del ostracismo, pues estaba claro que el Estado no poda existir con aquella divisin en su seno. O Cimn o Efialto habran de ir al destierro. Pero no haba muchas dudas acerca del resultado, y a Cimn le alcanz entonces el mismo destino que a Temstocles y fue desterrado por diez aos. Efialto haba logrado la posicin que ambicionara desde sus aos juveniles. Era el primer hombre del Estado, y su amigo Pericles, que por entonces contaba treinta y cinco aos, no le iba muy a la zaga.

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CAPITULO VI XITO

Antes de que finalizara el ao, Efialto haba sido asesinado. Su asesino no era ateniense y no tena motivos personales o polticos de queja contra l. Se trataba de un hombre del tipo criminal, con fuerte acento beocio y que slo haba estado en Atenas unos pocos das. Evidentemente haba sido pagado para cometer el crimen y hasta es posible que no supiera quines eran sus empleadores. Y por ciento, nunca se los descubri. Se supuso que eran miembros de uno de aquellos grupos polticos o sociedades secretas, tan numerosos en Atenas, constituidos pon miembros de las familias mas acaudaladas que temen el creciente poder de la democracia, o son incapaces -o no quieren hacerlo- de expresan sus opiniones en la Asamblea. En general, tales organizaciones no entraan peligro alguno para el Estado. Sus miembros se contentan con celebran orgas en las que desahogan en privado sus resentimientos y temores, o ceremonias religiosas, a menudo de caractersticas anticuadas. A veces reclaman, en el calor del vino, la adopcin de medidas violentas, pero nunca las ponen en prctica. En Atenas, hacia tiempo que la democracia se haba afianzado, y la mayor parte de los aristcratas capaces, cualesquiera que fuesen sus opiniones polticas, estaban dispuestos a trabajan dentro de ella. En este sentido, no slo Pericles era demcrata, sino tambin Cimn. Es natural que el pueblo de Atenas se sintiera agraviado por el asesinato de Efialto y pidiera clamorosamente algn acto de venganza. Como eh crimen haba tenido lugar muy poco despus del ostracismo de Cimn, resultaba fcil y conveniente relacionar ambos sucesos. Por algunos das, los partidarios de Cimn vivieron aterrados. El sentimiento del pueblo era tal que, si alguno de ellos hubiera sido juzgado sobre la base de una mnima sospecha, no era probable que se le hiciera justicia. Por supuesto, todos miraban a Pericles como sucesor de Efialto, y muchos de sus partidarios le aconsejaron que aprovechara aquella situacin para desembarazarse de sus opositores ms poderosos. En esta ocasin, como en tantas otras, Pericles mostr sabidura, coraje, justicia, moderacin y patriotismo. Conoca las leyes de la naturaleza y las de la justicia humana; saba de los peligros de una disensin dentro del Estado; los planes que haba concebido para el futuro junto con Efialto exigan, por encima de todo, unidad. Tena la certidumbre (como todos aquellos que, en el calor de la emocin, no dejaban de pensar) de que Cimn era del todo incapaz de haber instigado un asesinato poltico. De modo que por esta poca fue Pericles, ms que ningn otro, quien apacigu el temor y la clera del pueblo, quien lo gui hacia la cordura y el apropiado uso de la inteligencia natural. Pues los atenienses son los hombres ms inteligentes del mundo y tienen plena conciencia de ello. Tambin son volubles y ardorosos. A menudo pasiones sbitas ofuscan su inteligencia, pero, cuando esto ocurre, luego siempre lo lamentan y censuran con amargura a sus dirigentes y a s mismos por haber obrado de un modo indigno de ellos. Pericles, sereno, firme y a veces indulgente, los trataba como si fueran mejores de lo que eran. Despus de la muerte de Efialto, no hubo represalias polticas. Pericles surgi de esta crisis respetado por sus amigos y merecedor de la gratitud de sus enemigos. El Estado, libre ahora del miedo, estaba resuelto a embarcarse en una nueva poltica de increble alcance y osada. Durante los seis aos

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siguientes, Atenas pareci operar siempre mucho ms all de los lmites de sus recursos y de su seguridad. Sin embargo, Pericles no era temerario; evaluaba los riesgos, confiaba (en la medida en que puede hacerlo un hombre) en la fortuna y afrontaba el peligro con ojos abiertos. La nueva poltica puede describirse como un retorno a la poltica de Temstocles, aunque bajo condiciones distintas. En asuntos internos, el pueblo representado por la Asamblea, por los magistrados o por los jurados de los tribunales, haba de tener una participacin ms y ms grande en el gobierno y organizacin del Estado. Se robustecera y se aumentara el podero martimo atenense, no slo con la construccin de ms navos y fortificaciones, sino tambin con la adquisicin de bases navales en cualquier parte del mundo donde resultaran tiles o deseables. Se proseguira con energa la guerra contra los persas. Y, sobre todo, Atenas arrebatara a Esparta la direccin del mundo griego. Era ya independiente; haba de consolidar primero su seguridad para pasar luego a una posicin dominante. En este respecto (y tambin en los asuntos internos), la poltica de Pericles difiri de la de Cimn. No anticip la guerra con Esparta. Esparta estaba an por completo ocupada por la rebelin de sus sbditos. Pero en el nterin Pericles determin que Atenas fuese tan segura por tierra como lo era ya por mar. Durante aquellos seis aos Pericles fue a menudo, aunque no siempre, miembro de la junta de diez generales que, si bien dependen jerrquicamente de la Asamblea y han de someterse a un examen de su conducta durante los perodos en que ejercen el cargo, gozan de poder casi ilimitado cuando dirigen una campaa y de gran autoridad en la conduccin de la poltica. Y durante estos aos no fue Pericles quien logr las victorias ms espectaculares, sino otros, Mirnides, por ejemplo, que cuando joven haba ejercido un mando en la guerra contra los persas, y Tlmides, hombre de poco ms o menos la edad de Pericles y a quien por su audacia e impetuosidad sola compararse con Cimn. Pero aunque en aquellos aos Pericles no represent el papel principal en el campo de batalla, fue l quien, ms que ningn otro, concibi y hasta dirigi el gran plan de conquista y expansin. En esto, como en cualquier otra esfera de la vida, Pericles pens con lgica y exactitud. La meta era la grandeza de Atenas; los obstculos que se interponan en el camino eran Persia en el exterior, y en Grecia, Esparta y la Liga del Peloponeso. Por el momento, poco haba que temer de Persia. Sus flotas se haban retirado del Egeo y nadie crea posible otra invasin como la de Jerjes. A la luz de los sucesos posteriores, cabe argir que, con respecto a Persia, la accin ateniense era demasiado ambiciosa, y que los intereses del Estado se habran servido mejor concentrando todas las fuerzas contra el Peloponeso. Pero este argumento no tiene en cuenta las realidades de la poca. La guerra con Persia era para los atenienses una preciada herencia de sus padres. En virtud de aquella guerra haba nacido la alianza ateniense, la cual exista an, al menos oficialmente, para proseguirla, si bien, como en el caso de Thasos, se haba vuelto ya contra los Estados que la integraban. Pericles y su partido haban apoyado la guerra con no menos entusiasmo que Cimn. Adems, an haba que liberar algunas ciudades griegas, sobre todo en Chipre. Estas ciudades eran ricas y prsperas. Si se unan a la alianza ateniense, Atenas se fortalecera con navos, contingentes humanos y riquezas. Nadie se opuso por entonces a la decisin de enviar a Chipre una gran flota de doscientos trirremes. Pronto se present una oportunidad an ms esplndida y prometedora. En el Bajo Egipto, un prncipe nativo encabez una rebelin contra el gobierno persa y requiri la ayuda de Atenas, prometindole toda suerte de ventajas en el pas una vez que los persas hubiesen sido arrojados de l. Era obvio que tales ventajas seran muy considerables. Podran establecerse factoras y ciudades atenienses en la costa y en las orillas del Nilo y, como Egipto es un pas rico, semejantes relaciones comerciales seran de la mayor importancia para la economa ateniense. Adems, las flotas persas se componan en su casi totalidad de buques fenicios y egipcios. Una vez que Egipto
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se separara de Persia para aliarse con Atenas, el podero ateniense seria irresistible en cualquier parte del mundo. Perspectivas como stas son la sangre misma de un ateniense y haba pocas dudas sobre cmo se comportara la Asamblea. Impartieron rdenes a los generales atenienses de la gran flota aliada que operaba frente a Chipre de zarpar hacia el Nilo, y todos aguardaron en Atenas con verdadera impaciencia las noticias de la esperada victoria; pues los atenienses no esperan la derrota. Las noticias no tardaron en llegar. Los aliados haban alcanzado la boca del Nilo, donde atacaron y derrotaron a una gran flota fenicia, de la que hundieron o capturaron cincuenta naves. Luego remontaron el Nilo, se unieron a las fuerzas de mano y libraron una gran batalla terrestre. En esta batalla los hoplitas griegos, que haban sido desembarcados, volvieron a probar su superioridad sobre todos los otros tipos de infantera. El ejrcito persa fue aniquilado, y fue muerto su comandante, un hermano de Jerjes. Los griegos ocuparon Menfis, capital de Egipto. Slo quedaba un centro de resistencia, la ciudadela de la misma Menfis, un lugar conocido con el nombre de Castillo Blanco, al cual haban huido los restos del ejrcito y de la guarnicin persas. Las tropas griegas y egipcias sitiaron la plaza, mientras gran parte de la flota aliada navegaba sin hallar resistencia a lo largo de las costas de Fenicia, incendiando puertos, hundiendo o capturando navos enemigos y realizando incursiones por ciudades con acceso al mar. Las victorias parecieron tan grandes y tan decisivas como las del Eunimedn. En Atenas, hasta los adictos ms leales de Cimn hubieron de reconocer que otros generales podan mostrar la misma intrepidez y rapidez de accin que su jefe. Esperbamos enterarnos pronto de que la campaa haba finalizado y de que Egipto quedaba abierto al espritu de empresa ateniense. Esperamos seis aos, pero las noticias que llegaron fueron desastrosas. Entretanto, y aun antes de que zarpara la expedicin a Egipto, Atenas haba contrado compromisos para llevar adelante su poltica antiespartana, que era la de Efialto y Pericles y haba sido la de Temstocles. La meta fundamental de esta poltica era afianzar la seguridad de Atenas contra cualquier invasin terrestre. La ciudad ya estaba protegida por sus fortificaciones, pero nunca podra haber perfecta seguridad mientras fuesen vulnerables sus comunicaciones con el gran puerto del Pireo. Por mocin de Pericles, los atenienses comenzaron entonces a erigir sus famosas Murallas Largas, la ms extensa de las cuales tena ocho kilmetros de longitud, y la ms corta cinco, y que proporcionaban un corredor fortificado entre la ciudad y el mar. Como toda edificacin acometida por Pericles, la obra result esplndida. Cualquiera que contemple hoy estas fortificaciones, las considerar no slo inexpugnables sino tambin magnificas. Haban sido concebidas para proporcionar a Atenas todas las ventajas de una isla y Pericles sola decir que aun cuando Atenas perdiera todo lo que posea en tierra firme, seguira siendo, con slo la ciudad, el Pireo y las posesiones de ultramar protegidas por una armada irresistible, la potencia ms grande de Grecia. Pero Atenas no slo apuntaba a fortalecerse sino tambin a debilitar a sus enemigas; la alianza con Argos era ya un importante paso en esa direccin. Esparta haba quedado paralizada no slo por las bajas que haba sufrido durante la rebelin de los siervos, sino tambin por la presencia de una potencia hostil en sus fronteras orientales. Poco ms o menos por esta poca, acab la rebelin, aunque no de modo satisfactorio para los espartanos que, despus de aos de esfuerzo, haban probado ser incapaces de tomar en las montaas de Mesenia el baluarte rebelde de Itomo. Comenzaban a menoscabarse su seguridad y su reputacin militar y, al fin, se contentaron con considerar una victoria lo que en realidad no era ms que una transaccin. Los mesenios que ocupaban Itomo, buenos guerreros inveteradamente hostiles a Esparta, rindieron su baluarte a condicin de que se les suministrara un salvoconducto para salir del Peloponeso. En los das de

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Cimn, ningn Estado se hubiera atrevido a recibirlos, peno Atenas los acogi en ese momento para servirse luego de ellos de modo muy til. Poco ms o menos por entonces, el pueblo de Megara se separ de la alianza espartana y solicit la proteccin de Atenas. Eran las sempiternas vctimas de los ataques del Estado vecino de Corinto, situado al sur, y los indignaba el que Esparta no hubiera hecho nada por contener a sus aliados corintios. Esta peticin de los megarenses halag el orgullo ateniense, pero lo que ms interesaba a Pericles eran las enormes ventajas estratgicas de que goza Megara. Tal ciudad no haba sido, por muchos aos, una potencia importante. Est encerrada entre Atenas y Corinto; pero su territorio se extiende desde el golfo Sarnico hasta el de Corinto. Posee puertos martimos en cada uno de estos golfos, y ocupa as una posicin desde la cual puede aislarse pon el norte a todo el Peloponeso. Pericles tampoco encontr dificultades en esta ocasin para persuadir al pueblo de que aprobara sus planes de largo alcance. Se enviaron al punto guarniciones atenienses a los puertos de Nisea, en el golfo Sarnico, y de Page, en el golfo de Corinto. Se construyeron largas murallas para unir la ciudad interior de Megara con Nisea, y bloquear de este modo el camino costero que lleva de Corinto al tica. Al mismo tiempo, se alzaron puestos fortificados para defender la faja ms estrecha de tierra que se extiende entre Megara y Page, por el norte. Y acaso fuera la ocupacin de Page lo que excit a los atenienses ms que cualquier otra cosa. Con una base en el golfo de Corinto, contaban ahora, por primera vez en la historia, con una salida al oeste, y, desde all, sus imaginaciones vean horizontes ilimitados. Ahora ambas costas del golfo corintio eran vulnerables a su poder martimo; podan circunnavegar con seguridad todo el Peloponeso; ms all del golfo, se encontraban los Estados an semibrbaros de Grecia septentrional y, ms all de stos, Italia y Sicilia; an ms all, estaban Cartago y la fabulosa riqueza de Espaa. Nosotros, los jonios, acaso podamos jactarnos de poseer la imaginacin ms vivaz y el talento ms penetrante de todos los hombres, y en este aspecto Atenas puede decir con derecho que es nuestra ciudad madre. Pero los atenienses poseen otras cualidades que les son peculiares; si imaginan que algo es apetecible, se ponen inmediatamente a la tarea de conseguirlo, y creen que todo lo que imaginan puede alcanzarse. Sin duda la alianza con Megara significaba la guerra con Corinto. Y los corintios no slo estaban enfurecidos sino atnitos ante la temeridad de la accin ateniense. Haban credo que, mientras la gran flota de la alianza ateniense estuviera ocupada en Egipto, Atenas vacilara en arriesgar su existencia, enfrentndose al poder martimo corintio, que era aun considerable. De modo que se lanzaron al mar sin ningn temor con toda su flota, y fueron derrotados pon las pocas escuadras de navos atenienses que haban quedado para defender las aguas territoriales. Slo una posicin enemiga ms o menos poderosa subsista a poca distancia del territorio y de las fronteras martimas de tica. Se trataba de la isla de Egina. Su largo contorno y su montaa cnica son visibles desde el Pireo, as como toda la lnea costera hasta Sunion. En un discurso tras otro, Pericles se haba referido a esta isla como a la visin ofensiva para el Pireo; por lo dems, se haba librado una guerra intermitente entre Egina y Atenas desde antes de la guerra contra Persia. Hasta entonces, ni Corinto ni las otras ciudades dricas del Peloponeso haban prestado ninguna clase de ayuda a Egina. sta era una importante rival comercial de Corinto, y los corintios alentaban la esperanza de que tanto Atenas como Egina se agotaran en la lucha. Pero ahora Corinto y todos los dems Estados del Peloponeso que podan proporcionar navos unieron sus fuerzas con Egina. Atenas acept el reto sin vacilar. Estaba reforzada pon contingentes navales aliados y pertrech otros de los suyos propios. Una de las mayores batallas que jams se libraron entre los griegos tuvo lugar frente a la costa de Egina. Era una batalla de jonios contra dorios. Atenas empleaba menos de la mitad de la fuerza naval de que poda disponer, contra la totalidad de las fuerzas martimas de sus enemigos. El resultado fue decisivo. Los atenienses y sus aliados capturaron setenta barcos, desembarcaron hoplitas en la isla y procedieron a alzar obras de asedio en torno a la ciudad de Egina. Casi todos los hombres en edad militar estaban
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ahora empeados en la guerra, sea en Egipto, sea en la fortificacin de Megnida, sea en esta expedicin. A muchos atenienses, y por ciento a todos los enemigos de Atenas, les pareca que esfuerzo realizado en tamaa escala no poda durar mucho ni poda incrementarse. Corinto actu de un modo imprudente basndose en esta suposicin y, con un gran ejrcito terrestre, march contra Megara. Era una campaa que pareca bien concebida y a la que no poda dejan de coronar cierto xito. Atenas tendra que abandonar Megara, o de lo contrario retirar su ejrcito de Egina, a fin de defender las fortificaciones aun inacabadas. Y en la misma Atenas cundi la alarma cuando llegaron las primeras noticias de la invasin. No obstante, el entusiasmo prevaleci sobre la confusin. En uno de aquellos discursos en que combinaba una extrema claridad lgica con el ms alto fervor emocional, Pericles explic qu haba de hacerse. Atenas, dijo, no abandonara en ningn momento sus conquistas ni a sus aliados. En esa ocasin aquellos a quienes se tena por demasiado jvenes para combatir podan mostrar de lo que eran capaces, y aquellos a quienes se consideraba demasiado viejos podan aadir una proeza ms a su glorioso historial guerrero. Los jvenes haban odo hablar de sobra de las guerras persas, y ahora tendran la posibilidad de ver con sus propios ojos cmo sus padres se haban batido en ellas. Era el momento en que los hijos deban demostrar que eran dignos de sus padres, y en que los padres deban desafiar la emulacin de sus hijos. Raras veces vi en Atenas un da de entusiasmo tan general como aquel en que el nuevo ejrcito, constituido por las ltimas reservas humanas del Estado, fue llamado a la accin. Era un ejrcito formado por muchachos de dieciocho y diecinueve aos y por hombres comprendidos entre los cincuenta y sesenta; y haba muchos, cuyas edades estaban por arriba o por debajo de las de estos grupos, que procuraban hallar lugar en las filas. Se confi el mando del ejrcito al avezado general Mirnides; la nueva fuerza parti sin demora a fin de unirse con las guarniciones destacadas en Megara. Despus de que el ejrcito hubo partido, rein ansiedad en Atenas, pero la esperanza era mayor que la ansiedad y, cuando llegaron noticias, eran las esperadas. Mirnides haba chocado con todo el ejrcito de Corinto y sus aliadas y lo haba obligado a abandonar el terreno; haban recogido sus muertos y retrocedido hacia Corinto; los atenienses erigieron un trofeo en el campo de batalla. Quince das despus, se recibieron noticias de una victoria an ms gloriosa en este frente. Al parecer, el ejrcito corintio, constituido por hombres en la flor de la edad, no pudo soportar los reproches que en Corinto les hicieran sus padres y hermanos menores por haber retrocedido ante una fuerza de muchachos y abuelos atenienses. Intentaron explicar que, a pesar de su retirada, haban llevado la mejor parte en la batalla; y, hasta tal punto es capaz el hombre de creer lo que encuentra conveniente creer, acaso se hayan convencido de que decan la verdad. Partieron, pues, de Corinto y comenzaron a erigir un trofeo cerca del lugar en que los atenienses haban alzado antes el suyo. Esta vez su derrota fue decisiva. Un gran sector de su ejrcito fue cercado y exterminado. Hasta entonces, ningn ejrcito ni armada corintios haba entrado en accin como no fuese con el apoyo y bajo el mando de los espartanos. Todos estos acontecimientos haban tenido lugar en el trmino de dos aos y, el ao siguiente, Atenas hubo de combatir de nuevo y con ms desesperacin que nunca para retener las posiciones que haba ganado. Los espartanos se mueven con pesadez y son muy reacios a emprender campaas fuera del Peloponeso. Esta lentitud suya se debe en parte a falta de imaginacin, y en parte a arrogancia. Raras veces comprenden que estn en peligro, como no sea en el ltimo momento, y creen que en cualquier accin militar son irresistibles. Sus experiencias recientes durante la revolucin de los siervos no alteraron su manera de pensar. La mayor parte de los espartanos son incapaces de pensar, como no sea en trminos de tctica militar, tema que han aprendido cabalmente y de memoria. Aun en medio de la batalla, se comportan con extrema cautela y se cuidan de cualquier
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ataque de ndole heterodoxa. Slo se hallan cmodos cuando estn formados en orden de batalla contra un ejrcito enemigo. En tales condiciones, creen, y no sin razn, que son irresistibles. Por algn tiempo las aliadas de Espanta, Egina y Corinto, haban venido instndola a obrar. Y ahora, al fin, Esparta decidi hacerlo. Obraron, como siempre, de modo muy tortuoso. No declararon la guerra a Atenas. El pretexto para llevar un ejrcito al norte del istmo lo hallaron en una disputa menor entre dos Estados de Grecia central, uno de los cuales, Dride, pretenda ser la madre patria de los espartanos. Pero el ejrcito que se reuni en el Peloponeso era mucho ms considerable que el que requera asunto tan trivial. Al enterarse del podero de este ejrcito, los atenienses fortalecieron sus defensas en Megnida y dieron a entender de modo claro que no permitiran a ninguna fuerza armada pasar por el territorio que estaba bajo su dominio. Pero los espartanos no tenan intenciones de librar una batalla en terreno montaoso ni en una posicin elegida por los atenienses. Trasladaron por mar su ejrcito a la costa septentrional del golfo de Corinto, solucionaron sin dilacin las cuestiones de Dride y luego avanzaron hacia el este para llegar al vasto y populoso territorio de Beocia, que se extiende a lo largo de la frontera septentrional de Atenas. Alistaron all ms soldados e instalaron en las ciudades gobiernos que les eran favorables. En particular, robustecieron la autoridad de Tebas, ciudad que haba colaborado con los persas, y pronto, disponiendo ya de un gran ejrcito, estuvieron en condiciones de invadir Atenas desde el norte, y si la accin haba de ser eficaz, tena que ser rpida. Estaban casi terminadas las Murallas Largas. Egina soportaba un severo sitio y era evidente que no podra resistir mucho. Atenas obr con la intrepidez y la resolucin habituales. Pericles era uno de los generales en esta campaa y o de sus labios una relacin completa de ella. Se decidi no suavizar el asedio de Egina, pero se retiraron muchas de las tropas destacadas en Megnida, a fin de fortalecer el ejrcito del frente septentrional. De los nuevos aliados, Argos envi un millar de hoplitas y Tesalia proporcion una excelente fuerza de caballera. Slo la infantera pesada ascenda a catorce mil hombres. Era sta la ms considerable fuerza terrestre que Atenas hubiera reunido nunca, y al mismo tiempo se envi al golfo de Corinto una escuadra de cincuenta navos, fuerza que se estim suficiente para impedir que los del Peloponeso se retiraran por mar. Los atenienses prefieren siempre el ataque a la defensa. Y as, en esta ocasin no quisieron limitarse a custodiar los pasos septentrionales. Avanzaron hasta Beocia y tomaron posiciones cerca de la ciudad fronteriza de Tanagra. All entraron en contacto con el gran ejrcito de los espartanos y sus aliados. La vspera de la batalla, los generales se hallaron frente a un difcil problema personal y poltico. Durante aquellos ltimos aos, el desterrado Cimn haba vivido en Eubea. Ahora pas al territorio continental y, manteniendo en secreto su identidad pues deseaba evitar toda apariencia de ilegalidad, procur entrevistarse con los generales. Pericles me describi a menudo los confusos sentimientos -sorpresa, temor y admiracin- que experimentaron los generales atenienses al ver, despus de tanto tiempo, al gran comandante, con sus conocidas maneras enrgicas, su pelo rizado que se estaba volviendo gris, aquella expresin de resolucin que todos ellos haban visto tantas veces en sus ojos la vspera de una accin blica. Haba ido para rogarles que le permitiesen combatir en las filas como soldado raso. Saba, dijo, que a l y a su partido se los haba acusado con frecuencia de sacrificar los intereses de Atenas a los de Esparta. Haba gente que crea, o pretenda creer, que l haba alentado la presente invasin espartana y que proyectaba recobrar el poder con ayuda de Esparta y al precio del desmantelamiento de las Murallas Largas y de las defensas de Megnida. Ahora quera dejar bien sentado que estaba dispuesto a morir por Atenas cuando sta combata contra Esparta, como se haba mostrado dispuesto a morir en una batalla tras otra contra los persas.
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Ni Pericles ni ninguno de los otros generales dudaron de la sinceridad de Cimn. Nunca haban dado crdito al malicioso rumor de que se hallaba en comunicacin con el enemigo. Por otro lado, haba pruebas de que algunos atenienses, la pandilla de reaccionarios que organizaron el asesinato de Efialto, haban establecido contacto con el mando espartano y, con toda probabilidad, haban utilizado el nombre de Cimn a fin de llevar adelante sus planes de, avasallamiento de la democracia. No faltaban tampoco consideraciones polticas. En el caso de una victoria, el prestigio de Cimn crecera en forma imprevisible y, en el caso de una derrota, acusaran a los generales de haber permitido a un desterrado, en contra de la ley, combatir en un ejrcito ateniense. Hasta podan ser juzgados por colusin con el enemigo. Los atenienses profesan por naturaleza gran respeto por la ley; ella sustenta toda la estructura del Estado. Y la mayor parte de los generales atenienses no slo respetan la ley sino que la temen. Saben que el pueblo espera siempre el xito y que est dispuesto, con frecuencia irrazonablemente, a causar la desgracia de cualquier comandante que no lo haya alcanzado. Durante todo el tiempo que viv en Atenas, slo conoc a dos hombres a quienes el pueblo no inspiraba temor. Uno de ellos era Pericles, y el otro Cimn. De modo que en aquella ocasin los generales rechazaron el ruego de Cimn. Pericles fue el nico que lo apoy. Amargado, defraudado, Cimn volvi a retirarse al exilio, si bien antes envi un mensaje a sus amigos del ejrcito, en que les peda que al da siguiente combatieran como si l estuviera junto a ellos. Y esto es lo que hicieron. En la larga batalla, ms de un centenar de ellos perdieron la vida y se reconoci que todos, como cuerpo, lucharon aquel da con gran valor. Pericles fue tambin uno de aquellos de quienes despus de la batalla se habl con una especie de espanto. Gozaba ya, desde luego, de gran reputacin como soldado y como comandante, pero al parecer aquel da se bati con tal ferocidad que asombr aun a quienes mejor lo conocan, buscando el peligro antes que eludindolo. Acaso hubiera resuelto demostrar que no slo los amigos de Cimn podan considerar con indiferencia la propia vida. O tal vez su arrojo fuese resultado de una pasin que se enseoreo de su imaginacin al ver la posibilidad de derrotar, por primera vez en la historia, a un ejrcito espartano en tierra. Cuando luego le hice preguntas sobre el particular, sonrea y restaba importancia a sus hazaas. Ningn hombre del ejrcito, dijo, haba corrido riesgos indebidos. La lucha prosigui todo el da y en ambos bandos se registraron importantes bajas. Al atardecer, ningn ejrcito poda atribuirse la victoria. No fueron las proezas militares las que determinaron el desenlace de la batalla, sino la traicin. Hacia el fin del da, toda la caballera tesalia abandon a los atenienses para pasarse al enemigo. Sin duda, este movimiento estaba concertado de antemano, pero los tesalios lo haban retrasado por temor a que una accin demasiado precipitada los colocara en el bando perdedor. Estos tesalios se hallan, si los comparamos con los atenienses y los habitantes de otras ciudades jnicas, en un estadio an rudimentario de desarrollo poltico. Sus jefes y magistrados no se designan por eleccin; son simplemente grandes terratenientes acostumbrados a la sociedad de sus iguales y a la servidumbre de sus vasallos. En este sentido ms bien primitivo, constituyen una aristocracia y, alarmados y asustados por el espritu del todo distinto que reina en un ejrcito ateniense, consideraron que tanto sus intereses como su naturaleza eran ms afines a los de Esparta que a los de Atenas. En esto se equivocaban, pues los atenienses son capaces de mostrar flexibilidad y comprensin en sus relaciones con otros; los espartanos se asombran ante los atenienses, pero desprecian a casi todos los otros pueblos. La defeccin de la caballera tesalia y el subsiguiente ataque que lanz contra los carros de pertrechos de los atenienses, obligaron a stos a retroceder a nuevas posiciones, no sin haber sufrido, ellos y sus aliados, numerosas bajas durante la retirada. Esta, sin embargo, se realiz
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ordenadamente, y aunque los espartanos pretendieron haber logrado una victoria tctica, no se sintieron lo bastante fuertes para explotarla. Los atenienses esperaban un ataque inmediato contra las Murallas Largas o contra la misma Atenas. Por ello, hicieron retroceder a su ejrcito hasta una posicin desde donde pudieran defender la ciudad. Pero los espartanos no queran correr ms riesgos. Sin haber alcanzado ninguno de los objetivos de su campaa, consideraron que su honor estaba satisfecho, retrocedieron sin perder tiempo a travs de Megnida, que aun no estaba custodiada, y se dispersaron hacia sus hogares. Los atenienses haban conquistado, en verdad, una victoria estratgica, pero acostumbrados como estaban a xitos resonantes, la consideraron una derrota. Se reclam una accin mas vasta y decisiva, peticin que pronto se satisfizo. Pero antes, sin embargo, Pericles ejecut un acto de generosidad personal y sabidura poltica que fortaleci tanto la resolucin como los recursos del Estado. Propuso en este momento de emergencia que Cimn, cuyos amigos haban demostrado de sobra su patriotismo en el campo de batalla, fuese llamado del exilio. Record al auditorio que a su propio padre, Jantipo, lo haban llamado del destierro durante la crisis de la invasin persa. El decreto se aprob con muy poca oposicin y Cimn retorn a Atenas no ya como enemigo, sino como amigo de la nueva democracia. En seguida se le encomend negociar con Esparta, y los espartanos, aliviados al ver que haban de discutir con l y no con Pericles, convinieron en concertar un tratado ignominioso que decida una tregua de cuatro meses. En tal tratado no se hizo mencin de Egina, de Megara ni de las nuevas aliadas de Esparta en el norte. Tal vez los espartanos imaginasen que Atenas estaba agotada y que no emprendera ninguna campaa hasta la primavera siguiente. En tal caso, estaban del todo equivocados. A los dos meses de la batalla de Tanagra, Mirnides condujo el ejrcito por segunda vez hacia el norte. Choc con el gran ejrcito beocio en el paraje llamado Los Parrales, no lejos del escenario de la primera batalla. Su victoria fue completa y decisiva, y luego procedi con energa. Disolvi la Liga Beocia que, bajo la direccin de Tebas, haba sido organizada por los espartanos, e instal en todas las ciudades gobiernos democrticos leales a Atenas. El pueblo de Fcida, en Grecia central, al que haba encolerizado la intervencin espartana en Dride, se incorpor tambin a la alianza ateniense. Lo mismo hicieron los locrenses, establecidos en la costa oriental. De modo que a los tres meses de la derrota de Tanagra, Atenas haba logrado el dominio de toda Grecia oriental y central, hasta el desfiladero de las Termpilas por el norte. Hacia fines de ao, haba finalizado la construccin de las Murallas Largas, y Egina se vio forzada a rendirse. Atenas se adue de su flota, se demolieron sus fortificaciones y ya no volvieron a emitirse sus celebradas monedas. Se vio en la necesidad de unirse a la Liga Ateniense y de pagar una contribucin anual excepcionalmente elevada al tesoro de Delos. As fue como Atenas reaccion ante una derrota.

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CAPITULO VII HOGAR Y AMIGOS


Durante todos estos aos y a lo largo del resto de su vida, Pericles trabaj en forma continuada desde el amanecer hasta bien entrada la noche y, a menudo, hasta altas horas de la madrugada. Cuando no mandaba ejrcitos y flotas, se ocupaba de poltica en Atenas. Slo por su capacidad de trabajo merece la fama, y resulta sorprendente comprobar cuntas cosas lograron en tan breve tiempo l y la democracia ateniense. En verdad, la rapidez y la ambicin eran las cualidades descollantes del periodo. La ereccin de las Murallas Largas y, luego, las gloriosas construcciones del Partenn y los Propileos se realizaron con una celeridad y perfeccin que parecan increbles a la mayor parte de los griegos, y aun a los mismos atenienses. Pericles era autor y supervisor de casi todos estos grandes planes. Adems, como dije, mandaba a menudo tropas en tierra o en el mar, estudiaba nuevas leyes para transformar la organizacin de la democracia, diriga la poltica, reciba enviados del exterior. Con tanto trabajo, es notable que, adems, hallara tiempo para sus amigos o para cualquier tipo de vida privada. Haba organizado la administracin de sus fincas de un modo del que no se apart en su vida. En esto mostr la misma precisin lgica que mostraba en poltica, y en todos y cada uno de sus actos. La organizacin estaba destinada desde luego a proveen seguridad, pero la finalidad primordial era ahorrar tiempo. Todo estaba en manos de un esclavo digno de confianza, Eungelo. El propio Pericles, despus de haber trazado las lneas con arreglo a las cuales haban de administrarse sus bienes, nada tena que hacer como no fuese verificar de cuando en cuando las cuentas de su siervo. Contrariamente a los mtodos de los dems terratenientes, no desperdiciaba tiempo en especulaciones o en la obtencin de beneficios desmedidos. Cada ao venda a los ms altos postores toda la produccin de sus tierras, por sumas globales. Una vez concertadas las ventas, quedaba libre de toda preocupacin y de toda inspeccin de sus fincas. Los compradores de la produccin anual se encargaban de sta. Eungelo compraba da a da en el mercado cuanto se requera para la atencin de la casa. Este arreglo no agradaba a la mujer de Pericles y, luego, fue desaprobado por sus hijos. Vean que otros, poseyendo menos tierras que Pericles, obtenan beneficios ms considerables y vivan de manera ms ostentosa. Pericles haca odos sordos a tales crticas. Por esta poca, desde luego, sus hijos Jantipo y Paralo estaban an en la infancia y l los vea poco. Su casamiento haba sido dictado pon el deber. Su mujer era una prima suya que, como no tena hermanos, haba heredado la fortuna del padre. En tales casos la ley ateniense ordena que la heredera debe casarse con el pariente ms cercano, siendo el objeto de esta clusula conservar el dinero en la familia. De modo que, de conformidad con la ley, Pericles se caso con su prima, la cual hubo de divorciarse de Hipnico, el marido que entonces tena. En mi opinin, sta no es una buena costumbre y me parece que la sucesin de la propiedad podra disponerse de algn modo distinto. He realizado muchas observaciones de nios nacidos de padres que son parientes cercanos y mi conclusin quiz sea sorprendente. Mientras que es cierto que en el caso de los caballos de carrera y otros animales resulta ventajoso para la descendencia el que no se mezclen las razas, la misma regla no parece aplicarse a los seres humanos. Admito que algunos de los hijos de estos matrimonios consanguneos son por excepcin brillantes, pero hasta stos exhiben a menudo una extraa inestabilidad, mientras que en muchos ms casos los nios son sin discusin posible deficientes en cuanto a capacidad, o las capacidades que poseen no guardan la debida proporcin entre s. Supongo que un caballo no es un animal tan bien constituido como un hombre. No slo carece de inteligencia racional sino que es incapaz de valerse de sus miembros
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de modo constructivo. Las simientes con las que se compuso su naturaleza estn mezcladas en proporciones diferentes de las del hombre y son menos susceptibles de cierta variedad de combinaciones. As, cuando los elementos generativos de estos animales se combinan para procrear, hay escasas posibilidades de error. Las cualidades deseadas son pocas (en un caballo de carrera se trata slo de la velocidad), y dos criaturas emparentadas, distinguidas ya por una sola cualidad, es probable que se acoplen con xito. Pero en el hombre la combinacin de elementos es mucho ms sutil y oscura. Un espcimen de fsico perfecto puede estar moral o intelectualmente corrompido, y hasta en un hombre bueno hay impulsos malos, que l reprime por hbito o por prudencia. Aun cuando reine el orden y se trate de hombres educados, no siempre reprime uno un natural salvajismo y, en perodos de revolucin o desastre, lo cobarde, repugnante, cruel y depravado parece prevalecer sobre las cualidades ms nobles. La excelencia slo se obtiene por el esfuerzo, y slo somos capaces de cierta cantidad de esfuerzo. Parecera lgico suponer que en los matrimonios consanguneos las cualidades de los antepasados (cuya naturaleza debe participar de las mismas simientes) se acentuarn en la prole, de modo tal que de cualquier forma lo bueno equilibrar lo malo, lo saludable lo enfermo, y as sucesivamente. Pero, como expliqu en otra parte, la naturaleza no obra segn las reglas de una simple aritmtica. Hay una constitucin mucho ms excelsa y mucho ms delicada en lo que es bueno y en lo que es racional que en lo que es irracional o depravado. Dos excelentes organizaciones, aun cuando sean similares, no se mezclarn por va rigurosa, al paso que lo que es malo siempre se acrecentar por la adicin de lo que es tambin malo. Pero, amigos mos, he incurrido en una digresin y, en todo caso, mis opiniones sobre el particular se hallan en mis libros. Me movi a hacer esta digresin el deseo de explicar el hecho de que los dos hijos que tuvo Pericles de su mujer legtima mostraron cualidades sumamente desafortunadas que no aparecan en su padre ni en su madre (si bien sta no era mujer, segn creo, de gran distincin). Supongo, como habris observado, que dentro de una familia las simientes generativas son todas semejantes. Las diferencias de carcter y apariencia dentro de una familia pueden explicarse por el modo variable en extremo en que cabe que se dispongan tales simientes. Y tambin supongo que, mientras que los defectos pueden acentuarse por un proceso de simple adicin, las cualidades ms nobles no se transmiten ni se aumentan con tanta facilidad. Mencion estas opiniones mas a Pericles en la poca de su matrimonio, pero no lo afectaron en modo alguno. Consideraba que su deber consista en criar hijos y obedecer la ley. Una vez que los hijos alcanzaron la adolescencia, se divorci de su mujer, de modo que sta pudo volver junto a Hipnico. Slo vi a su mujer, la madre de sus hijos, en una o dos ocasiones, y no creo que el propio Pericles la tratara mucho. Estaba poco dotada para la conversacin intelectual y en este aspecto difera mucho de la famosa Aspasia, que una un gran encanto personal a la ms alta inteligencia. Peno de ella hablar luego. A pesar de todas sus actividades, Pericles hallaba tiempo para departir con sus amigos. Estrechaba amistades sin tener en cuenta para nada el rango o la fortuna, y todos sus amigos eran hombres distinguidos. En tal crculo figurbamos todos los de antes, excepto Efialto. Sfocles ocupaba ahora el primer lugar entre los dramaturgos atenienses y muchos de nosotros preferamos su obra aun a la de Esquilo. Es ms capaz, segn creo, que Esquilo de dominar la pasin, y sta es una cualidad de la mayor importancia en una obra de arte que debe encarnar ms bien que expresar la pasin. S que su pensamiento es tan agudo y trascendente como el de Esquilo, pero lo expresa con mayor economa y precisin. En una palabra, creo que lo que est concentrado y sujeto a dominio es mas eficaz que lo poderoso, majestuoso y difuso. No es que quiera rebajar los mritos de Esquilo. Era ahora un hombre anciano, como todos los que haban combatido en Maratn, pero, lejos de mostrar signo alguno de decadencia intelectual, se vea estimulado a realizar esfuerzos mas y ms grandes, en parte llevado por su propio genio, y en parte por emulacin con Sfocles. Pues, admirable como era en muchos sentidos, no era modesto
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y no alcanzaba a comprender cmo los jueces del festival dramtico podan conceder el primen premio a otro que no fuera l. Recuerdo con precisin y admiracin la ltima vez que se le confiri este honor. La primavera del ao en que Mirnides logr sus grandes victorias en Megara, Esquilo produjo la triloga de Orestes, que, en mi opinin, es la mejor de sus obras. Sus anlisis de los problemas del crimen y el castigo y de los que nos parecen ser consejos divididos o inconciliables de los dioses, son muy conmovedores, y en estas tragedias hay una caracterizacin ms vivida que en cualquier otra del mismo autor. En esta ocasin Esquilo no slo despleg la grandeza de su genio, sino que utiliz tambin todos los recursos de la tcnica teatral, por lo que es, con justicia, famoso. Los adictos de Pericles aplaudieron con entusiasmo las referencias al reciente tratado con Argos; y en la escena final, la grave y equilibrada apreciacin de la justicia ateniense y de la santidad del Arepago fue recibida bien por todos los partidos, tal fue el tacto con que escribi. Esquilo era conservador y debe de haber deplorado la reforma de aquel cuerpo, que acababa de consumarse primero por obra de Efialto y luego de Pericles; pero la aceptaba imbuido del patritico espritu de unidad ateniense, y slo instaba a sus conciudadanos a que no olvidaran, en su celo innovador, lo que haba sido bueno y digno en la vieja tradicin. Es ste un concepto que casi siempre halla eco en los sentimientos atenienses. Por lo dems, quienes admiraban a Esquilo por sus audaces innovaciones en el vestuario y la escenografa, vieron satisfechos todos sus deseos. A la primera aparicin del coro de Furias, con sus cabelleras ondulantes, sus gestos salvajes y sus rostros horrendamente pintados, vastos sectores del auditorio fueron presa del pnico e intentaron abalanzarse hacia las salidas del teatro. Pronto se restableci el orden y aquella gente sencilla, una vez convencida de la irracionalidad de sus temores, sigui el espectculo con creciente placer. Desde todo punto de vista, fue un gran triunfo personal de Esquilo. Poco despus march a Sicilia, en cuyas ciudades griegas sus tragedias alcanzaban inmenso xito. Muri pocos aos despus. Es comn decir que ocasiono su muerte una tortuga que desde gran altura fue soltada por un guila, la cual tom la cabeza calva del poeta por una roca apropiada para que se rompiera en ella el caparazn de la tortuga. Esta historia no me parece creble. En primer trmino, el guila, como se sabe, es, de todos los seres vivos, el de vista ms aguda. Adems, sus garras, aunque poderosas, no son lo bastante largas para retener en el aire un gran caparazn. Despus de la muerte de Esquilo, Sfocles se convirti y para la mayor parte de la gente goza an de tal preeminencia- en el ms grande trgico ateniense. En cuanto a m, aunque admiro a Sfocles, crea ya por aquella poca que el joven poeta Eurpides posea cualidades particulares que le permitiran igualar, y en cierto sentido superar, a los otros dos grandes trgicos. En sus coros muestra el ms exquisito odo mtrico y musical, y su dilogo, aunque menos majestuoso, es ms natural que el de Esquilo o el de Sfocles. Sobre todo, es filsofo, y fue su inters por la filosofa lo que me proporcion la oportunidad de conocerlo y gozar de su amistad. Tiene pocos amigos, pues es amante de la soledad, y, como muchos hombres tmidos, a veces habla en demasa y a veces demasiado poco. Su familia posea una finca en Salamina, y Eurpides haba descubierto una caverna, con una hermosa vista al mar, a la que sola retirarse durante meses a fin de estudiar y escribir. Fue uno de los primeros que adquiri una excelente biblioteca para su uso personal. Era diez arios menor que Pericles y slo contaba veintinueve, segn creo, cuando muri Esquilo. Sus primeras tragedias se representaron el ao siguiente y, como muchas de sus obras, slo lograron el tercer premio. Desde luego, ahora es mucho ms popular, pero aun en aquellos das contaba con un reducido pero entusiasta crculo de admiradores. Entre stos figuraban casi todos los jvenes a quienes interesaba la filosofa, y de modo particular aquellas de sus ramas que se relacionan con la vida poltica. Me parece que la filosofa, tal como la entendemos, comenz en Jonia y que su origen fue la pura curiosidad. La primera pregunta era: Cul es la naturaleza del mundo en que vivimos? Est todo hecho de una sustancia, o hay dos o ms sustancias? Cules son los principios que determinan la mezcla, el cambio y el movimiento? El solo hecho de que se formularan semejantes preguntas debi de ser un reto a la visin convencional de las cosas. Si, por ejemplo, nos parece razonable concluir que el sol es un objeto muy grande
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compuesto poco ms o menos del mismo material que la tierra, no podemos creer al mismo tiempo que es un dios, y menos an que es algo arrastrado por caballos a travs de los cielos. Acaso en relacin con estas absurdas teoras de los mitgrafos, la filosofa comenz a ejercer, por primera vez, lo que puede denominarse un efecto poltico. Pronto siguieron otras preguntas. Se supone que los dioses son buenos. Cmo es posible, entonces, que muchos actos suyos de que se guarda memoria puedan considerarse vergonzosos entre nosotros? Estn en verdad sancionadas nuestras ideas de lo bueno y lo malo por algo distinto de la convencin o la conveniencia? Tiene siempre razn el poderoso? Preguntas por el estilo resultaban por lo menos tan perturbadoras para la visin tradicional como cualquier escepticismo acerca de los dioses, y por entonces en Atenas se formulaban todos los das tales preguntas. A veces se formulaban de conformidad con el puro espritu de la filosofa jnica, es decir, por curiosidad y el intenso deseo de descubrir la verdad. Otras veces se formulaban con indiferencia o pon inters egosta. A los jvenes les resultaba divertido desconcertar a los mayores con argumentos al parecer irrefutables. Y era en extremo til en cualquier clase de debate poltico o judicial el plantear el propio caso con claridad y precisin lgica, pero tambin con un agradable estilo de modernidad y osada. El mismo Pericles deba gran parte de su influencia y reputacin al hecho de poseer estas facultades, y hombres hbiles peno superficiales no tomaban en cuenta el papel que despertaban sus otras cualidades de integridad y magnanimidad. Lo mismo cabe decir de Eurpides. Sus brillantes paradojas, su aparente escepticismo, la destreza con que expresa sin vacilaciones los dos aspectos de un caso, su evidente conocimiento de todas las ideas nuevas, le conquistaron admiracin y aplauso, pero muchos admiradores eran ciegos al hecho de que las principales aseveraciones de ese poeta eran descubrir la verdad y mejorar a sus conciudadanos. Pericles era admirador de Eurpides, si bien prefera la obra de Sfocles, y en ciertas ocasiones tuve oportunidad de hacer que ambos hombres discutieran, pues por algunos aos Euripides fue discpulo mo. En tales plticas Eurpides sola hablar peor, si bien se expresaba con elocuencia cuando abordaba temas relacionados con su arte; y a Pericles, desde luego, le interesaban la escena y la prctica de todas las artes. Pienso que, dejando a un lado su natural timidez, Eurpides se senta un tanto alarmado ante Pericles y, aunque los dos tuvieran mucho en comn, Pericles desconfiaba en cierto modo de Eurpides. Tales actitudes no son muy fciles de explicar; pues ambos hombres admiraban por igual la penetracin intelectual, el talento y el descubrimiento; ambos hombres estaban consagrados al esplendor de Atenas. Me siento inclinado a pensar que Pericles vea en Eurpides no slo muchas de sus propias cualidades, sino tambin una cualidad diferente, que le inspiraba recelo. Era una cualidad que se le apareca como una indiferencia antinatural. Y por su parte, Eurpides observaba en Pericles una sinceridad de propsitos, algo casi implacable que a l le faltaba y que, acaso cuando se hallaba en ciertos estados de nimo, envidiaba. Pues Eurpides, al contrario de Sfocles, que poda actuar con gracia y distincin en cualquier esfera de actividad, nunca desempe un papel descollante ni influyente en los asuntos pblicos. Claro est, como otros ciudadanos bien dotados desde el punto de vista fsico, haba prestado servicio militar, pero sus reacciones ante l, como descubr en muchas conversaciones que sostuvimos, eran muy peculiares. Desde luego, no careca de coraje ni de patriotismo. Como a cualquier otro hombre, lo enorgulleca la victoria y lo avergonzaba la derrota. Tampoco era lo bastante insensato para imaginar (y pocos atenienses lo son) que las victorias puedan lograrse sin derramamiento de sangre y sin sacrificio. Pero miraba estas necesarias concomitancias de la guerra con extraordinaria angustia. Cuando me describa una batalla, se detena en la impresin que le haban producido los rostros de los heridos o los muertos ms que en los temas normales, como las dificultades estratgicas, el peligro arrostrado y el jbilo por el triunfo. El que fuera soldado eficiente a despecho de su sensibilidad anormal frente al sufrimiento, acredita, desde luego, su valenta. Pero su intelecto es tan poderoso que no puede sentir nada con mayor o menor intensidad, sin investigar con toda minucia tal sentimiento, as como su verdadero origen. Y no sera del todo ilegtimo sugerir que lo conmova ms el sufrimiento que la situacin que servia de
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escenario a ese sufrimiento. Lo ofenda que el sufrimiento pareciera ser una necesidad de la naturaleza, y no hay duda alguna de que esta actitud suya, tanto como cualquier otra consideracin filosfica, afect sus ideas acerca de los dioses. Pero tambin afect sus opiniones polticas. Si bien admiraba a Pericles y reconoca su supremo talento y su perfecta integridad, abrigaba sin embargo cierta duda, una pizca de desconfianza. Se preguntaba, creo, si las grandes aspiraciones de Pericles eran dignas de los sacrificios que implicaban. Durante toda su vida Esquilo sinti orgullo por haber combatido en Maratn. En la flor de su belleza, Sfocles haba dirigido el coro de jvenes que celebr la victoria de Salamina. Pero lo que Eurpides, como todos los nios, vio y lo impresiono con ms vivacidad, fue el sudario de humo que penda en el aire cuando los persas quemaron la ciudad. Haba ocasiones en que Eurpides le pareca que la vida no era ms que una trampa que los dioses haban tendido al hombre. Cierto que tanto Sfocles como Pericles habran simpatizado con buena parte de esta actitud. Ambos tenan la ms aguda conciencia del dolor e injusticia de la condicin humana. Sus caracteres eran profundos y se movan a compasin con facilidad. El propio Pericles, a diferencia de muchos comandantes que ante todo piensan en su gloria, nunca hubiera arriesgado la vida de un solo ateniense a menos que considerara el riesgo justificado, y la profundidad de su admiracin por los que caan en la batalla era indicio de que conoca a la perfeccin que aquellos hombres haban hecho por su ciudad un sacrificio de supremo valor. Pero l, como la mayor parte de nosotros, no poda concebir la vida sin la ciudad. En la ciudad, segn sola decir, se le brinda a cada cual la oportunidad de ejercitar toda suerte de destrezas, y caben en ella todos los caracteres, excepto uno, y ste es el tipo de hombre que se describe a s mismo como ocupado en sus propios asuntos. Tales gentes le parecan despreciables e intiles porque no estaban slo semidesarrolladas sino que eran incapaces de toda evolucin. Desde luego, no hubiera clasificado a Eurpides entre esta gente. Pues Eurpides, tal como conviene a un dramaturgo, estaba profundamente interesado en los asuntos de la ciudad y l mismo constitua una gloria de ella. Sin embargo, pienso que percibi en Eurpides una pequea pero peligrosa divergencia respecto de su ideal total, cosa que le inspiraba desconfianza, pues conoca de sobra que los grandes resultados a menudo brotan de comienzos aparentemente insignificantes. Y esto inclina a creer que tena razn, si bien es difcil ver con precisin dnde naci tal divergencia. Pericles nunca habra compartido la opinin de aquellos crticos conservadores que censuraban el extremo intelectualismo de Eurpides y su simpata por gente que no perteneca al orden heroico (como los esclavos y las mujeres), as como su vana preocupacin por comprender y revelar sus problemas. Pericles era, como dije, la encarnacin del intelectualismo; era tan piadoso como cualquier hombre que yo haya conocido y ningn problema humano lo dejaba indiferente. Creo que lo confunda y perturbaba (si bien quiz l mismo no haya tenido conciencia de esto) una cualidad de Eurpides que tal vez pueda denominarse pesimismo. Pues hay ocasiones en que Eurpides nos sugiere que nuestra situacin es desesperanzada, que el mundo est hecho de modo tal que el hombre nunca puede realizar sus aspiraciones, que son ms frecuentes las veces que erramos el blanco que las que acertamos, que, en una palabra, la felicidad es inalcanzable. Y a menudo, despus de ponernos frente a estas conclusiones, Eurpides suele dejar a un lado la argumentacin y, en uno de sus coros exquisitamente escritos, suaviza nuestros sentimientos transportndonos a otro mundo, un mundo de encantamiento y extrema belleza pero remotsimo del nuestro en el tiempo y la naturaleza. A veces desea, al parecer, evadirse de nuestro mundo para entrar en otro, del mismo modo que, para emplear ejemplos ms populares, los adoradores de Dionisos hallan alivio, en sus orgas nocturnas, de las exigencias de la realidad, y los adeptos de los cultos rficos y otros misterios creen de firme que, cualquiera que sea su miseria presente, recibirn ciertos beneficios despus de la muerte. Pero al paso que tales creencias religiosas, sean verdaderas o falsas, son en cierto sentido ennoblecedoras (puesto que es habitual suponer que despus de la muerte el bueno ser premiado y el malo castigado), y al paso que las orgas bquicas ejercen, sin duda alguna, en
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muchos casos una influencia curativa en el espritu, resulta difcil ver qu bien social o efecto poltico pueda originarse en un estado anmico de desesperacin tan completa que en l llega a rechazarse la misma posibilidad del bien. Todos nosotros, que poseemos cierta sensibilidad, hemos conocido estos estados de nimo y, cuando los observamos en otros, nos sentimos movidos, conforme a las circunstancias, a compadecerlos o deplorar el hecho. Con frecuencia, las circunstancias que provocan tal desesperacin son trgicas; pero en s misma, la emocin no es trgica; se trata de un quebrantamiento de los nervios. Ahora bien, la organizacin poltica desarrollada por Pericles es la ms noble que haya concebido el hombre. Confiere los ms grandes beneficios a los ciudadanos y les formula extraordinarias exigencias. Es natural que en semejante democracia donde cada hombre ejerce poder, resulte necesario que cada hombre sea, por lo menos en cierta medida, prudente, bueno y valeroso. La acusacin que en general se hace a la democracia ateniense consiste en que, puesto que la naturaleza humana es lo que es, resulta imposible la existencia de semejante estado de cosas; y lo que dej atnito al mundo es el hecho de que esta argumentacin se revel falsa. Es posible, sin embargo, que tal estado de cosas no persista. Alguna calamidad natural (un terremoto o una peste), la derrota en la guerra, o una violenta lucha intestina pueden, por lo menos desde el punto de vista terico, perturbar de modo fatal el debido equilibrio en que reposa toda organizacin. Pero hasta en tales circunstancias ha de admitirse que Atenas se mostr, en grado casi increble, invulnerable. Ante la derrota, reaccion con la celeridad del rayo, y al punto conquist la victoria; disensiones internas, aun las provocadas por el enfrentamiento de figuras tan poderosas como Pericles y Cimn, se resolvieron en paz y amistad; hasta puede decirse que ninguna calamidad natural azot con ms dureza a una ciudad que la peste en la que el propio Pericles perdi la vida; sin embargo, como podemos ver, Atenas se recobr de la peste. Y cuando intento buscar la razn de esta extraordinaria fuerza, vigor y capacidad de recuperacin de la democracia ateniense, la hallo en parte (como Pericles sola indicarme) en la misma constitucin, pero tambin la encuentro en una magnfica confianza en s misma, que a menudo parece irracional a los otros. Para Pericles esta confianza era totalmente racional; la experiencia haba probado su validez; y admita, segn pienso, que brota de una confianza en la misma vida, de una creencia ferviente y creadora de que el hombre es capaz de transformar la naturaleza, por azaroso y difcil que pueda ser semejante proceso. Y, mientras el hombre conserve esta creencia, no puedo concebir una organizacin ms perfecta de la sociedad humana que la que vi desarrollarse en Atenas. Pero ningn designio humano es tan perfecto que sea indestructible. Como filsofo, me veo forzado a admitir que, si por cualquier razn llegara a perderse esta soberbia confianza en la vida, se desmoronar todo el edificio de la Atenas de Pericles, y con l, mucho de lo que llamamos civilizacin. Pues s los hombres no ven el futuro, ni siquiera podrn habrselas con el presente. En semejante estado, la gente, en lugar de buscar responsabilidades, las declinar o evitar. Delegarn o rendirn el poder a otros y, con ello, quedarn mutiladas sus propias naturalezas. En tal situacin, cabr considerarlos como esclavos o, en el mejor de los casos, brbaros. Desaparecer la organizacin de la ciudad y la reemplazarn grandes imperios, como el de Persia, o autocracias semisalvajes, como la de Macedonia. Se ejercern las funciones del gobierno en forma personal por un monarca, o invisiblemente por una pequea minora de expertos. Los hombres buenos, en el caso de que an queden algunos, no desempearn ningn cargo pblico. Los soldados se convertirn en conscriptos o mercenarios. Los filsofos y poetas no tendrn amigos, como no sea en su propio crculo. Desesperando de la sociedad y del mundo, cultivarn sus personalidades slo para si mismos y haciendo abstraccin de su entorno. Desde luego, reinar la supersticin, puesto que, sin esperanza, el hombre no halla incentivo para descubrir la razn de las cosas. Aquellos que consientan aceptar una convencin impuesta sern los ms felices, y los que reciban ms honores sern los ricos y quienes, por el ejercicio de algn talento, sean capaces de entretener a las masas con algn sustitutivo del placer.
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Es sta, lo confieso, una perspectiva casi demasiado pavorosa para contemplarla; pero es mi deber como filsofo afirmar que no es inconcebible. Por lo dems, esta discusin no est del todo fuera de lugar. Me llev a ella el intento de explicarme qu era lo que en Eurpides pareca a veces confundir a Pericles. Creo que era esto: que Eurpides, a pesar de todas sus excelentes cualidades, estaba dispuesto, de algn modo profundo y oculto, a abandonar la esperanza, y que Pericles tena conciencia de que en su sociedad ideal haba sitio para cualquier emocin, salvo la desesperacin. Proceder ahora, en la medida de mis fuerzas, a describir algunas de nuestras discusiones acerca de los fines y medios de la poltica, discusiones en las que, como dije, Eurpides nunca desempe papel importante.

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CAPITULO VIII TEORAS Y HECHOS


Damn sola decir que, si uno infringa las leyes de la msica, perturbaba la estructura del universo. Pienso que Pericles senta poco mas o menos lo mismo respecto de la democracia. Daba a la palabra su plena significacin. Todo el pueblo deba ejercer el poder. Pero no era uno de esos demagogos que arrastran a la mayora de los pobres, a la masa no privilegiada, contra la minora de los ricos y los privilegiados. Cierto que al comienzo de su carrera, cuando, junto con Efialto, atacaba al Arepago, se lo consider a menudo el campen de las masas contra los pocos, y el mismo Efialto, en sus vehementes discursos y en persecucin de sus propios intereses, inflam con frecuencia a los pobres contra los ricos. El asesinato de Efialto brind a Pericles la oportunidad de aplastar por largo tiempo cualquier posible oposicin de quienes, como muy bien saba, eran sus enemigos. No aprovech semejante oportunidad, en parte porque odiaba la injusticia y en parte porque confiaba en la validez de su teora poltica. Creyendo como crea que cada ciudadano ha de desempear su papel, no deseaba que nadie, y por ninguna razn como no fuese la cobarda o la traicin, quedara cvicamente incapacitado. El ser pobre no entraaba ninguna desgracia, sola decir, y nada haba de admirable en ser rico. La nica desgracia consista en no realizar ningn esfuerzo para huir de la pobreza, o en emplear de manera poco digna las riquezas. Ahora bien, los argumentos contra esta democracia total, que Pericles no slo imagin sino que desarroll en la prctica, son muchos y merecen consideracin. Discutimos infinidad de veces estos argumentos y no los hallamos convincentes. Con frecuencia se dice, por ejemplo, que el gobierno, como cualquier otra actividad humana, es un arte. No est al alcance del talento de cualquiera, lo mismo que no todos pueden escribir poesa. Si deseamos construir un templo o un buque, recurrimos a un competente arquitecto o armador, y no al primer hombre con quien nos topamos en la calle. Del mismo modo, el gobierno es asunto de expertos. No slo requiere inteligencia poco comn, sino tambin experiencia y ocio. Por ello, es preferible que el gobierno se confe a la minora que, por nacimiento y experiencia, est preparada para desempear esta difcil tarea y cuya situacin econmica es lo bastante desahogada como para que haga del arte de gobernar ocupacin principal de su vida. Se admite que la historia pasada mostr que ci gobierno de las oligarquas condujo a menudo a la corrupcin y hasta a la tirana. Pero en Atenas hay salvaguardias. Cualquier flagrante acto de injusticia ser llevado ante la Asamblea del pueblo. Conforme a la naturaleza de las cosas, han de verificarse irregularidades menores, puesto que no es posible someter a cada funcionario a la investigacin de todos sus actos, y no todos los hombres de cualquier clase son siempre honestos. Sin embargo, es ms probable hallar la honestidad entre aquellos que por tradicin se enorgullecen de las realizaciones polticas, que hacen de ellas punto de honor y que no tienen mayores necesidades de acrecentar su fortuna a expensas de los otros. En todo caso, ha de aceptarse este riesgo insignificante. La alternativa es poner el gobierno en manos de muchos que, por su naturaleza y sus ocupaciones, no estn capacitados para ello. Y lo que es de suprema importancia en el gobierno, as como en la construccin de barcos, la arquitectura o cualquier otra actividad que requiera pericia, es la eficiencia. Mucha gente discute el gobierno esbozado ms arriba de los modos siguientes. Admiten la mayor parte de las premisas, as como que una amplia difusin del poder ha de conducir a juntas divididas y a cierto grado de ineficiencia. Dentro de lo ideal, un pequeo comit de los mejores
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hombres, o hasta un solo hombre de extraordinaria capacidad, puede gobernar los asuntos de un Estado con ms justicia y eficiencia que lo que pueda hacerlo una democracia. Pero no es esto lo que ocurre en la prctica. Las enseanzas de la historia, sobre ese punto en particular, son en extremo claras. Siempre vino a descubrirse que, cuando un poder se concentra en unas pocas manos, est destinado a corromperse. El gobierno de los llamados expertos no perdur nunca ms de una generacin sin degenerar en tirana. En Atenas, el tirano Pisstrato llev a cabo, sin discusin posible, grandes obras, y, hasta donde sabemos, se comport con moderacin y respeto para con los ciudadanos. Pero sus hijos procedieron de modo muy distinto, y los asesinos de stos, Harmodio y Aristgiton, merecen an justas honras como liberadores. La libertad de un hombre es ms valiosa para l que cualquier otra cosa. Ninguna eficiencia del gobierno puede compensar su prdida. En la democracia, como en todas las cosas, hay algunos fallos. Sus procedimientos pueden ser lentos y engorrosos; pueden tomarse decisiones equivocadas bajo la influencia de alguna sbita tormenta emocional, en la que no se presta odo a los mejores. stas son deficiencias inherentes a la naturaleza de la democracia; pero son mucho menos serias que los peligros que entraa el conferir poderes sin restriccin a una minora. Ningn sistema de gobierno es perfecto y, dado que el hombre es lo que es, ninguno puede serlo. Pero la democracia posee la inestimable ventaja de garantizar la libertad, al paso que todas las dems formas de gobierno, por eficientes que sean, tienden hacia la direccin contraria. Por lo tanto, la democracia, con todos sus defectos, es el menos malo de todos los sistemas de gobierno hasta ahora concebidos por el hombre. Pericles habra considerado con menosprecio esta argumentacin. Miraba la democracia no como un mal menor, sino como un bien positivo, y su teora de la democracia, cuyas bases haba hallado haca mucho tiempo en sus conversaciones con Efialto, Damn y conmigo mismo, continu desarrollndose. Para Damon, como dije, la poltica vena a ser casi una rama de la msica. Segn l, cada ciudadano posea algo del valor de una cierta nota o de una cierta tensin de las cuerdas de la lira. Cada uno era importante porque cada uno de ellos contribua a formar la meloda. Y yo, en mi condicin de cientfico natural, encaraba el problema desde el punto de vista de mi filosofa. Creo, como es sabido, que en todas las cosas hay elementos o partculas de todas las otras; la fuerza de la inteligencia es la que ha engendrado la cualidad y la distincin mediante la separacin y combinacin de elementos que de otro modo no se hubieran distinguido ni cabra distinguir. De modo que podemos decir legtimamente que semejante fuerza es creadora. No es que produzca algo de la nada, puesto que la nada no puede existir; sino que crea la cualidad, slo por la cual juzgamos a las cosas, a partir de aquello que no posee ninguna cualidad. Pericles estaba en un todo familiarizado con estas ideas. Lo que aada a las abstracciones de nuestras teoras era una clida, vigorosa y confiada humanidad. Podemos decir que todos y cada uno le merecan la ms alta opinin posible. Y en esto difera de los dems polticos tericos. Ahora bien, todos los hombres civilizados deben, desde luego, aspirar a la perfeccin de sus ciudades. Hay ciertas consideraciones esenciales que resultan obvias. Una ciudad ha de poder defenderse de sus enemigos; ha de contar con recursos para alimentar y vestir a sus ciudadanos; ha de poseer leyes con arreglo a las cuales se regule la conducta; y ha de ser de tal ndole que sus ciudadanos se enorgullezcan de ella. La mayor parte de los tericos, al intentar satisfacer tales condiciones, han recomendado, y sobre la base de lo existente, una diferenciacin y especializacin de funciones, y como regla (aunque no en Esparta) esta diferenciacin se funda en la posesin privada de la propiedad. Durante mucho tiempo, en Atenas los magistrados principales procedieron slo de las clases ms ricas que, como estaban en condiciones de mantener un caballo, formaban tambin la caballera. El ejrcito de hoplitas estaba compuesto en forma casi exclusiva por las clases medias, que por entonces sumaban unos cien mil hombres, frente a menos de cuatro mil que constituan las clases superiores. La clase inferior era tambin

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numerosa y quiz llegara a totalizar sesenta mil hombres, y en ella reclutaba la flota sus remeros y pilotos. Desde el punto de vista militar, no era poco lo que caba decir en favor de tal sistema y, en este aspecto, Pericles no intent introducir reforma alguna. Convena en que en la guerra es necesario ciento grado de especializacin. Pero disenta en lo relativo al poden y la responsabilidad polticos. Pues opinaba que cada ciudadano (aparte de los criminales y los imbciles) no slo tena el derecho sino el deber de participan en el gobierno y la organizacin del Estado. Muchas reformas enderezadas a tal fin las introdujo, desde luego, antes de Pericles, y sobre todo en el periodo anterior a las guerras con Persia, el to abuelo de Pericles, el Alcmenida Clstenes. Pero Pericles se singulariza por haber llevado la teora de la democracia hasta los limites extremos que parecen posibles. Su originalidad y su extraordinaria fe en la naturaleza humana, o por lo menos en la ateniense, se muestran en su creencia de que, si se le brinda la oportunidad, todo hombre es capaz de hacer cualquier cosa. Sostena con apasionada conviccin que un hombre con variedad de conocimientos y autodisciplinado no es slo una criatura ms excelsa sino tambin ms fuerte que otro que sea meramente un especialista y acepte una disciplina que se le impone. No es ste el lugar de describir en todos sus detalles el funcionamiento de la constitucin ateniense. Es sabido que la soberana suprema reside en la Asamblea del pueblo; que los asuntos cotidianos de la administracin los atiende el Consejo de los Quinientos, cuyos miembros se eligen cada ao por sorteo; que seis mil jurados, organizados en varios tribunales, prestan funciones durante un ao, y que tambin hay casi mil quinientos magistrados en Atenas, o en las posesiones de ultramar, que desempean toda clase de cargos religiosos, financieros o administrativos. La mayor parte de ellos son elegidos tambin por sorteo y abandonan el cargo despus de un ao. Los nicos magistrados que se eligen en forma directa, y no por el azar del sorteo, son los diez generales. stos, a diferencia de otros magistrados, pueden ser reelegidos despus del ao de su ministerio, si bien, como todos los otros magistrados, han de rendir cuentas al finalizar cada periodo de los pormenores de su conducta ante los tribunales o un comit del Consejo. El mrito de Pericles consiste en haber desarrollado el sistema existente hasta sus ltimas consecuencias posibles, ms que en haberlo modificado. Desde la poca en que l y Efialto lanzaron el ataque, coronado por el xito, contra los poderes del Arepago, nada haba en la constitucin ateniense que recordara a la oligarqua, como no fuera un reducido nmero de polticos, raras veces bien organizados, que teman el futuro y sentan nostalgia por el pasado. Pronto cesaron de existir los pocos vestigios de privilegio. Por mocin de Pericles, los miembros de la tercera clase de propietarios quedaron habilitados para desempear todas las magistraturas y, en la prctica, cualquier miembro de la cuarta clase que as lo deseara poda tambin presentarse a la eleccin. Ms importante era el sistema, concebido por Pericles, en virtud del cual haban de pagarse los servicios de los jurados adscritos a los tribunales. Hasta entonces, estos tribunales, con su inmenso poder sobre casi todas las funciones del Estado, haban tendido a ser coto de los ricos o de las personas de situacin poco ms o menos desahogada, puesto que slo ellos disponan de tiempo libre. Pero en opinin de Pericles, la ciudad necesitaba de todos y de cada uno de sus hombres, y cada hombre necesitaba de la ciudad. La introduccin de una paga a los jurados significaba que nadie quedara excluido, por razones de edad o de pobreza, de este derecho ni exento de este deber. A menudo se critico semejante medida. Muchos acusaron a Pericles de sobornar al pueblo, y en particular, a las clases bajas, con el nico fin de hacerse popular y para asegurarse una mayora permanente en la Asamblea. Era un ardid deshonesto, se deca, para compensar la popularidad de Cimn que, despus de haber concertado una tregua de cinco aos con Esparta, volva a constituirse en una fuerza en el Estado. Y, desde luego, Pericles era un poltico demasiado sagaz para no prever que esos serian precisamente los resultados de su poltica. Pero los
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consideraba incidentales. Si hubiera deseado sobornar a los ciudadanos para su propio beneficio y a expensas de la ciudad, habra extendido la ciudadana en lugar de restringirla, como hizo algunos aos despus. Adems, durante aquellos aos trabaj, en trminos generales, en colaboracin con Cimn y no en contra de l. Hasta Cimn haba comenzado a sentirse un tanto defraudado por Esparta. Su principal inters era an la guerra con Persia, y Pericles lo apoyaba en esto, comprendiendo sin duda que, en asuntos de poltica interna, Cimn apoyara por lo menos su propia poltica. Nunca la teora ni la prctica polticas de Pericles mostraron algo de fragmentario u oportunista. Desde el principio sus metas eran claras, y se tornaron an ms claras con el transcurso del tiempo. Imaginaba una ciudad en la que cada hombre se bastara a si mismo y en la que todos los hombres fuesen interdependientes. Esta ciudad era ya la ms grande de Grecia, pero su podero y valor no estribaban en las meras dimensiones. En esto, como en todas las cosas, la belleza y la eficiencia dependen de la proporcin. Una ciudad en la cual cada hombre no puede participar activamente en el gobierno ni conocer a su vecino, ha perdido, por sus mismas dimensiones, la calidad de ciudad. En realidad, una ciudad tal se convierte en una coleccin desorganizada de seres humanos, donde la libertad es imposible y donde las energas no pueden hallar adecuado cauce. Esta opinin es, por lo menos en cierta medida, comn a todos los griegos civilizados. Todos convendramos en que una ciudad ha de estar organizada para constituir una unidad. Pero Pericles iba mucho ms lejos. Conoca los principios de la organizacin en la naturaleza, en la arquitectura, en la msica y en los asuntos humanos. En nuestras plticas filosficas, en reiteradas ocasiones consideramos el hecho de que a menudo slo es necesaria una pequea alteracin de su estructura para que una cosa se transforme en otra. De modo que cuando Cimn arga que Atenas y Esparta eran, en lo esencial, semejantes y que las nicas diferencias estribaban en que ciertos elementos de la estructura poltica aparecan ms o menos acentuados, Pericles vea la falacia de tal argumento. Para l, Atenas y Esparta eran la anttesis una con respecto a la otra. Cada una estaba organizada para producir un tipo diferente de ser humano, y Pericles no admita ni siquiera comparar el valor de los dos tipos. Desde el comienzo de su carrera, supo que estos tipos eran inconciliables y su apreciacin de las necesidades de la seguridad ateniense influy por necesidad en buena parte de su poltica, o hasta la model. En este particular, sus ideas se desarrollaron de acuerdo a un ordenamiento lgico y preciso. En primer trmino, el crecimiento de la democracia ateniense hubiera sido imposible si Atenas se vea sometida, como lo haba estado en el pasado, a la injerencia espartana. Temstocles haba dado los primeros pasos para brindar a Atenas la completa independencia, que le era absolutamente necesaria, mediante la fortificacin de la ciudad y el robustecimiento del podero martimo. Jantipo, Arstides y Cimn (si bien Cimn apenas comprenda qu estaba haciendo) haban llevado el proceso an ms adelante, y, al organizar la Confederacin Ateniense, lograron en pocos aos duplicar o triplicar los recursos de Atenas en soldados, dinero y navos. Desde la poca en que Pericles comenz a ejercer su larga y predominante influencia en los asuntos pblicos, procedi, con ms conciencia que cualquiera de los estadistas que lo haban precedido, a fortificar a Atenas hacindola invulnerable y despus a superar a Esparta. Durante la poca a que me refiero, el primer objetivo se logr y el segundo no pareca inalcanzable. Haba algunos (sobre todo el joven general Tlmides) que crean llegado el momento de desafiar a Esparta en el Peloponeso. Ya antes, en el ao que sigui a Tanagra, haba circunnavegado la costa del Peloponeso con una gran flota y haba desembarcado tropas donde le pareci mejor. Haba incendiado los arsenales espartanos de Guition para continuar avanzando y encontrar nuevos aliados en las islas occidentales, demostrar la supremaca ateniense y fortificar nuevas bases navales en el golfo de Corinto. Crea que haba llegado el momento de acabar de una vez por todas con Esparta, por medio de invasiones por mar combinadas con Argos y hasta con la ayuda de la poblacin sierva de la misma Esparta. Pericles vea, tan bien como Tlmides,
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las posibilidades de semejante plan, y de haber considerado necesario el derramamiento de sangre, sin duda lo habra apoyado. Pero era a la par ms cauto y ms confiado que Tlmides. Crea, y no sin razn, que por el momento Atenas nada tena que temer de Esparta y confiaba en que, mientras Atenas conservara su sistema de alianza y mantuviera a sus aliadas, se tornara ms poderosa, al paso que Esparta se debilitara con cada ao que transcurriera. En particular, era reacio a que se perdieran vidas atenienses. Cimn y Tlmides solan alentar a sus hombres recordndoles la gloria de morir en la batalla. Pericles, que tena tanta conciencia como ellos de la gloria de morir por la patria y que inspiraba igual lealtad y entusiasmo, sola decir a sus hombres: Mando hombres libres y atenienses. Sabis que, si de mi dependiera, cada uno de vosotros sera inmortal. Tena razn para creer que el tiempo, y hasta cabria decir la historia, estaba del lado de Atenas. Esparta se recoga sobre si misma, mientras que Atenas se expanda en todas direcciones. Se concertaron nuevas alianzas tan lejos como en la occidental Sicilia; se establecieron nuevas colonias en puntos estratgica o comercialmente ventajosos de todo el Egeo. Estas colonias robustecan la posicin de Atenas en el exterior y proporcionaban empleo til y provechoso al excedente de la poblacin interna. Durante esta poca, se hallaba en Esparta un agente persa, que gastaba enormes sumas de dinero intentando sobornar a las autoridades a fin de que los espartanos invadieran de nuevo tica. El hecho de que Pericles apreciaba en su justa medida la situacin lo demuestra el que los espartanos, si bien tomaron los sobornos, no emprendieron ninguna accin. No podan permitirse otra batalla como Tanagra; teman a sus propios sbditos; y los dejaba perplejos el espritu emprendedor de Atenas. Cabra aadir que Pericles, como Temstocles, a pesan de estar dispuesto a afrontar riesgos cuando stos eran necesarios, tena cabal conciencia del papel que desempea en los asuntos humanos lo imprevisible. Y pronto se hizo patente que su relativa cautela estaba del todo justificada, pues, mientras Tlmides realizaba incursiones por el Peloponeso, llegaron noticias de un inesperado desastre en Egipto, que a muchos les pareci irreparable.

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CAPTULO IX EL DESASTRE EGIPCIO Y CONTRAMEDIDAS ATENIENSES

Desde los das de las victorias de Cimn en el Furimedn, el podero martimo persa pareca insignificante y su podero terrestre, incapaz de concentracin. El mismo hecho de que el Gran Rey hubiera intentado asegurarse la intervencin de Esparta pareca indicio de su debilidad. Fue natural, entonces, que cuando llegaron a Atenas noticias de que toda la flota y el ejrcito atenienses haban sido destruidos, la gente no pudiera creerlo primero y luego, cuando al fin se convenci de ello, quedara atnita por la enormidad del desastre. Un gran ejrcito persa encabezado por un comandante muy hbil haba invadido Egipto, y haba aniquilado en una batalla a los rebeldes egipcios, para marchar luego, sin hallar resistencia y remontando el Nilo, hasta Menfis. Haban vuelto a ocupar la ciudad y liberado del asedio, que alcanzaba ya seis aos, al Castillo Blanco. Los atenienses y sus aliados, con sus fuerzas terrestres y martimas intactas, se haban retirado a una posicin defensiva en una isla del Nilo. Estaban preparados para soportar a su vez un sitio, y si bien su posicin haba empeorado, no pareca en modo alguno desesperada. Pero no advirtieron el peligro que entraaban aquellas tierras bajas, con su sistema de conductos de agua y canales. Antes de que los atenienses tuvieran tiempo de construir defensas adecuadas, los persas haban desviado la corriente principal del ro. Los buques quedaron varados en seco y el ejrcito, atacado y cercado por fuerzas muy superiores en nmero, fue destruido. Muy pocos lograron abrirse camino, y muchos de stos murieron de sed o agotamiento en la marcha por el desierto, que al fin les ofreci refugio en la ciudad griega de Cirene. Entretanto, otra fuerza ateniense de cincuenta buques haba remontado uno de los brazos del Nilo con la intencin de acudir en socorro de los camaradas que desde haca tanto tiempo combatan en Menfis. Nada saban de la batalla, ni del subsiguiente desastre, ni de la presencia de una gran flota fenicia, que los persigui entonces ro arriba, quitndoles toda posibilidad de retinada, pues el ejrcito persa ocupaba ambas orillas del Nilo. Tambin fueron destruidos y capturados estos navos, y la tripulacin y soldados que iban a bordo fueron muertos o hechos prisioneros. De modo que en pocos das Atenas haba perdido doscientos navos (nmero equivalente a toda la flota que haba combatido en Salamina), unos treinta mil marineros y alrededor de ocho mil soldados. Cierto que ms de la mitad de estas prdidas correspondieron a los contingentes navales y terrestres de los aliados, pero esto no fue motivo de consuelo para los atenienses, como no fuera por cierta disminucin de las prdidas de personal. Muchas de las potencias aliadas se haban mostrado ya reacias a cumplir sus compromisos navales y financieros, y las noticias de las enormes prdidas sufridas en Egipto alentaran a aquellos que slo esperaban una oportunidad para separarse de la alianza. Y en efecto, al mes llegaron noticias de que, en Mileto, el partido antiateniense haba dado muerte a los miembros del gobierno democrtico, a lo que sigui la proclamacin de un estado independiente. En Atenas, el sentimiento dominante era de desconcierto y angustia. Jams haba sufrido desastre comparable. Aun cuando los persas ocuparon la misma Atenas, la flota haba permanecido intacta, las bajas en el campo de batalla no haban sido considerables y, cuando la guerra finaliz, Atenas se encontraba en una posicin mucho ms fuerte que cuando haba empezado. Ahora todo pareca indicar que el trabajo de tantos aos no haba servido de nada. No slo se desvaneca el
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podero ateniense, sino tambin su seguridad. Con su disminuido contingente guerrero, Atenas no estaba en condiciones de volver a hacer frente a un ejrcito espartano, y pareca dudoso que sus recursos navales fueran lo bastante fuertes como para sofocar una previsible rebelin de sus aliadas. Algunos se pronunciaban en favor de la paz, bajo cualquier condicin, con Espanta o con Persia, o con ambas. Otros censuraban a los generales por su poltica excesivamente ambiciosa; pero stos eran pocos, porque los atenienses nunca consideran por mucho tiempo la ambicin como un crimen; tales descontentos tampoco tenan jefe, pues Cimn se haba comprometido ms que cualquier otro en la guerra contra Persia. El hecho de que en aquel pavoroso momento el pueblo volviera la mirada casi unnimemente hacia Pericles para tranquilizarse y para hallar un gua es, segn pienso, uno de los ms notables ejemplos del extraordinario coraje e inteligencia de los atenienses. Pues Pericles se haba granjeado ya la reputacin de que haba de gozar el resto de su vida. Se saba que no hablara de un modo calculado para agradar, que no restara importancia a las dificultades, que acaso pidiera sacrificios y no ofreciera soluciones fciles de los difciles problemas. Pero tambin se saba que hablara con la seguridad de quien ha estudiado el tema bajo todos los aspectos y que ha tomado una decisin acerca de lo que conviene hacer primero, qu inmediatamente despus, qu, en fin, en ltimo trmino; que se expresara con esa lgica que hace aparecer claro lo confuso; que en lo que dira no habra inters egosta, puesto que su nica aspiracin era la conservacin y la gloria de Atenas. En semejantes ocasiones el pueblo miraba a Pericles casi como a un dios, pero lo que ms habla en favor de ellos es que esperaban encontrar en l cualidades que no siempre son aparentes en la divinidad. Esperaban que Pericles sosegara sus mentes no ya por obra de un milagro o de la emocin sino por la persuasin de la razn y el ejemplo de una firme resolucin. Pericles no los defraud. Habl con reverencia y profundo sentimiento de aquellos que haban dado la vida por Atenas, para proseguir diciendo que, como no fuese bajo la ms extremada compulsin, sera desdichado permitir que hubieran ofrendado en vano su vida. La paz no era ahora honrosa, ni prudente, ni necesaria. En aquel momento, los enemigos de Atenas la crean ms dbil de lo que estaba. Por ello pediran ms de lo que tenan el derecho o la posibilidad de tomar. Atenas haba sufrido un revs, pero continuaba siendo an la ciudad ms grande de Grecia. Deba mostrarse como tal. Sus defensas terrestres eran inexpugnables; su flota, aun despus de las prdidas sufridas en Egipto, era todava la ms poderosa y mejor adiestrada del mundo. Contaba con recursos y con habilidad para construir en pocos aos el doble del nmero de barcos que se haban perdido. En cuanto a los peligros del momento actual, no haba que disminuirlos ni exagerarlos. El pueblo se senta inclinado a pensar que los mayores motivos de temor eran Persia y Esparta. Semejante opinin era equivocada. Los persas haban podido concentrar un gran ejrcito y una poderosa flota fenicia en Egipto. Pero mientras Atenas retuviera todas y cada una de las importantes bases navales del Egeo, aquellas fuerzas no podran avanzar hacia el norte ms all de Chipre. En cuanto a Esparta, cierto que hara estragos si invada; pero el riesgo sera muy grande para ella y nunca se haba mostrado deseosa de afrontar riesgos. Atenas posea ahora bases en el golfo de Corinto y barcos suficientes para impedir una invasin por mar y asimismo contaba con defensas terrestres frente a las cuales cualquier invasin de cualquier ndole resultara bastante azarosa. Adems, Esparta tena tan buenas razones como Atenas para conservar su contingente guerrero. En Tanagra haba perdido tantos hombres como Atenas y luego qued debilitada por el terremoto y la rebelin de los siervos. Los peligros que amenazaban a Atenas no procedan de Esparta ni de Persia. Haba otros peligros mucho ms considerables, y el principal de stos era la posibilidad de que los aliados se enemistaran entre s. Era ste el peligro que haba de afrontarse primero. Haba que someter sin prdida de tiempo a Mileto y deba castigarse a quienes haban asesinado a los amigos de Atenas. En ninguna parte del imperio haba de producirse un relajamiento. Se estableceran nuevas

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colonias y se lograran nuevos aliados. Para obtener una mayor eficacia, el tesoro de la Liga se trasladara de Delos a Atenas. Este era, en cualquier caso, un paso deseable que poda justificarse ante los ojos de los aliados por la posibilidad (en verdad remota) de que la flota fenicia atacara por sorpresa a Delos. Los atenienses aceptaron casi por unanimidad el anlisis de la situacin ofrecido por Pericles. Enviaron inmediatamente una expedicin a Mileto, y pronto la ciudad se vio obligada a rendirse, a pagar un acrecido tributo y a aceptar un gobierno amigo de Atenas y dependiente de sta. Al mismo tiempo, el propio Pericles zarp desde Page, en el golfo de Corinto, con una flota y un ejrcito. Su objeto era demostrar la existencia y renovacin del podero ateniense, as como de su espritu emprendedor. Remontando el golfo sin hallar resistencia, desembarc donde dese, alist ms tropas de los aliados de la orilla meridional, fortaleci los puestos atenienses en el norte y avanz hasta las colonias corintias establecidas ms all del golfo, hacia el noroeste. Todas sus operaciones tuvieron xito y las llev a cabo sin sufrir casi ninguna prdida. Esta campaa, realizada en aquel momento, hizo ms que cualquier otra cosa por restaurar la confianza ateniense y por desalentar a aquellos de sus enemigos que la crean, despus del desastre egipcio, incapaz de rpida recuperacin. Una vez alcanzado este importante objetivo, Pericles se consagr por entero a la reorganizacin del imperio y a la reconstruccin del podero ateniense. Por entonces, los nicos miembros de la alianza que proporcionaron buques fueron las grandes islas de Quos, Lesbos y Samos. El resto suministr sumas de dinero. Se enviaron comisionados atenienses para que pactaran las sumas que cada uno de los Estados deba pagar, y en muchos casos el tributo se redujo. Pero, a cambio de estas concesiones, se esperaba que las ciudades hicieran algunos sacrificios en inters de la eficacia econmica y militar de todo el imperio. En estos aos se introdujeron en todos los Estados que constituan la alianza ateniense el uso de la moneda, y los pesos y medidas atenienses. Desde el punto de vista del inters general, fue un paso muy sabio. Pero, como sabemos, toda ciudad es celosa de su propia individualidad y no fueron pocas las que, a pesar de las ventajas econmicas que esto les representaba, se resintieron por la prdida de sus particulares sistemas monetarios y de medidas, por anticuados e incmodos que fueran. Ms impopular an fue la poltica iniciada por Pericles de implantar en puntos estratgicos establecimientos de ciudadanos atenienses llamados socios. Tlmides fund una de estas colonias, para la que destin las mejores tierras de la isla de Naxos. Otras se instalaron a lo largo de la ruta vital al mar Negro, en Andros y Eubea, y el propio Pericles fund, del otro lado del mar, la colonia de Lampsaco, en los angostos estrechos que llevan al Propntide, en el pas otrora gobernado por Milcades, padre de Cimn. Tambin hubo ahora mayor injerencia poltica que antes en los asuntos de las ciudades. Seria falso decir que en todas partes haba gobiernos democrticos, peno la tendencia iba en esa direccin. En la mayora de las ciudades era el partido de los menos antes que el de los ms el que se resenta por la extensin del dominio ateniense, y era perfectamente natural que Atenas apoyara a sus amigos antes que a sus enemigos. Ahora bien, debido a estas medidas polticas y a otras semejantes, Pericles fue atacado por sus enemigos en Atenas y en el exterior; las crticas se intensificaron pocos aos despus, cuando inici la gran construccin de la Acrpolis y emple para estas obras, que son hoy, y lo seguirn siendo, maravilla del mundo, dinero proporcionado por los aliados para lo que originariamente era un fondo de defensa mutua contra los persas. Y en la hora actual, en que la guerra entre

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Atenas y Esparta se desarrolla en gran escala, los espartanos justifican su accin sosteniendo que libran la guerra para liberar a Grecia de una tirana impuesta por Pericles a sbditos descontentos. Es sin duda absurdo que Esparta esgrima este argumento. Los espartanos jams se interesaron por la libertad de nadie, como no sea por la de una pequea minora de sus conciudadanos, y hasta esta minora recibe una educacin demasiado estrecha y demasiado mecnica para admitir el espritu de empresa, el pensamiento o la imaginacin, sin los cuales la palabra libertad no tiene casi significacin. Los espartanos luchan por su supervivencia. Pero el que un argumento se emplee en forma hipcrita no quiere decir que sea falso; y nadie que desee, corno yo lo deseo, presentar a Pericles tal como era, puede evitar considerarlo. Se trata de un argumento cuya fuerza comprenda el propio Pericles. Si intentamos seguir el curso de su pensamiento sobre el particular, creo que encontraremos pruebas del ms agudo poder intelectual aplicado con objetividad y moderacin a la consideracin prctica de lo que es deseable y de lo que es posible. Tras todo lo que Pericles deca y haca estaba su apasionada y razonada fe en el genio del pueblo ateniense y en que la nica expresin de ste consista en la democracia ateniense. Si decidimos que se equivocaba, por una razn u otra, al sustentar esta fe, no podremos defender buena parte de su pensamiento ni de su accin. Pero en cuanto a m, me resulta difcil dejar de reconocer que Atenas ha sido y contina siendo lo que Pericles deca: una enseanza para Grecia. En primer trmino, hemos de juzgarla por sus realizaciones. Luego se podra indagar si tales realizaciones hubieran podido lograrse por medios diferentes o mejores que los empleados por Pericles. Ahora, y de modo muy breve, y asimismo sin exageracin, cabra afirmar que el espritu de empresa ateniense y su capacidad fueron factores decisivos para ganar la guerra contra Persia y para liberar no slo a nuestras ciudades de la costa asitica y de las islas, sino a toda Grecia. En la democracia ateniense, a cada hombre se le brindan mayores oportunidades de desarrollar su capacidad que en cualquier otra organizacin poltica. Resultado de ello es un espritu de fortaleza, iniciativa y adaptabilidad que es en si mismo nico y que se mostr en todas las esferas de la actividad humana -militar, poltica, artstica e intelectual- superior a todo cuanto haya existido. Nadie pondr en tela de juicio el hecho de que los ms grandes artistas y cientficos de que tenemos noticia nacieron en Atenas o residieron en ella en el actual siglo. sta era la Atenas amada por Pericles, la Atenas en que crea. Pero asimismo crea en otras cosas, sobre todo en aquellos principios de justicia y moderacin de que dependen toda estructura, supervivencia y desarrollo. Para l, Atenas era la mejor de todas las cosas. Deba sobrevivir y crecer, pero tanto su supervivencia como su crecimiento deban derivar de su propia naturaleza, cuya necesaria expansin haba de ser regulada, como las mismas estrellas, por la justicia. Cualquiera que considere a Pericles como a alguien que persegua el poder por el poder mismo o que deseaba ejercer un poder basado en la perdurable sujecin de otros, no piensa en el Pericles a quien conoc. Es imposible negar que Pericles se haya valido de la compulsin para lograr fines que estimaba necesarios, y quienes adopten puntos de vista extremos dirn que esto es por s mismo prueba de que no respet las libertades de otros. Pericles no habra aceptado nunca argumentacin tan alejada del contexto real de la existencia humana. Si toda compulsin hubiera de considerarse una infraccin a la libertad y toda infraccin a la libertad un crimen, los hombres estaran por encima del nivel de los dioses o por debajo del de las bestias. Por principio, es necesaria en toda organizacin cierta restriccin, cierta compulsin. Cabra considerar esto como ley general a la que todos obedecemos. Pero Pericles difiere de otros polticos en que las restricciones que recomendaba
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o introduca no estaban destinadas a disminuir la libertad, sino a difundirla. Y baste esto para el punto de vista general; permtaseme repetir que lo que confera a Pericles su extraordinario ascendiente era que el pueblo reconoca que siempre, y con la mayor precisin, examinaba lo particular a la luz de lo general. Crea que al fin todo el mundo griego aceptara la direccin de Atenas y que cada ciudad tendera a imitar la constitucin ateniense. Esto, en su opinin, era el mejor medio y, desde luego, el nico prctico, de afianzar la seguridad frente a la amenaza de Persia, as como el libre desarrollo de la vida individual; y en ltimo trmino, crea que los Estados aceptaran de buen grado tal solucin, influidos por la extensin del podero de Atenas, por la brillantez del ejemplo ateniense y los claros beneficios de la paz y la prosperidad dentro del mundo griego. Por la poca en que Aristides y Jantipo organizaban la Liga original, las ciudades se haban apresurado a ser cada cual la primera en incorporarse a ella, y, al hacerlo, conocan que obraban en defensa de sus propios intereses. Desde entonces, la situacin no se haba modificado, como no fuese en el sentido de que la Liga dispona de mayor podero y poda asegurar mayores beneficios. Un Estado que deseara separarse de ella no slo debilitara toda la organizacin sino que tambin, lo reconociera o no, obrara en contra de su propio inters. El caso era igual al del soldado que desea desertar. Sea la cobarda el motivo que lo impulsa o que imagine obtener con ello algn beneficio personal, tal soldado, si est dotado del poder de madura reflexin, se sentir feliz, porque as preservar su buen nombre y su seguridad real, si se le impide que incurra en semejante error. Del mismo modo, en su propio inters y en el de otros, Atenas tena el derecho y el deber de impedir que su alianza se desintegrara. La felicidad, sola decir Pericles, es imposible sin la libertad, y la nica forma de conquistar la libertad y afianzarla es por medio del valor, del espritu de empresa y del esfuerzo. Comprenda que, en las actuales condiciones, la libertad de Atenas siempre se vera amenazada. El peligro que entraaba Persia era evidente. Ya antes los persas haban pegado fuego dos veces a la ciudad. Mientras existiera la posibilidad de una guerra con Persia, Pericles convena en trminos generales con la poltica de Cimn, poltica para la cual se haba creado, en sus orgenes, la Liga, si bien disenta en lo relativo a la necesaria extensin y duracin de esta guerra. Creyndola un gran esfuerzo patritico, Cimn habra deseado proseguirla indefinidamente. Hasta imaginaba la posibilidad de una gran expedicin terrestre y martima, bajo la direccin de Atenas y Esparta, que llevara la guerra hasta Fenicia y el interior de Asia. Los objetivos de Pericles eran ms limitados. Como Temstocles, pensaba primero en el poder martimo. Mientras el podero martimo persa quedara neutralizado y afianzada la seguridad de las ciudades e islas de la alianza ateniense, estaba dispuesto, por lo menos durante un cierto lapso, a pactar la paz con Persia, si bien por el momento era necesario dejar bien sentado que Atenas, a pesar del desastre egipcio, era invulnerable en sus propias aguas. Y, desde luego, en lo que difera de Cimn era en su apreciacin de Esparta. Sabia que Esparta miraba y seguira mirando siempre a Atenas con extremo temor, desconfianza y celos; esto le pareca natural e inevitable, puesto que todo el espritu y genio de Atenas se opona del modo ms absoluto a la tradicin de Esparta, y Esparta, por la naturaleza de su organizacin, era incapaz de dejar de ser lo que era. El que Atenas y Esparta cooperaran en la direccin de Grecia, le pareca un absurdo poltico y hasta lgico. Los hechos lo favorecan. Aun en el momento en que estuvo en mayor peligro, Esparta haba preferido ofender a un ejrcito ateniense mandado por su ms grande amigo ateniense a correr el riesgo de que las tropas de dicha ciudad la contaminaran polticamente. Pues la democracia era una amenaza para la existencia de Esparta y, cuanto mas airosa se mostrara esta democracia en la accin, mayor sera el peligro. Pericles estaba convencido de que los sistemas espartano y ateniense no podran coexistir ni florecer ambos en el mismo mundo. Y como, desde todos los puntos de vista, consideraba superior el sistema ateniense, estaba decidido a resistir todos y cada uno de los intentos que Esparta pudiera hacer para intervenir en los asuntos atenienses. Es
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probable que considerara inevitable una final confrontacin de fuerzas, si bien esperaba que para cuando los lentos espartanos hubieran quedado enervados por el continuo esfuerzo, la celeridad y el espritu de empresa atenienses los habran superado en forma definitiva. Con esta meta a la vista, crea que su poltica era necesaria. Hasta habra dicho que no era slo necesaria sino justa. La injusticia, como sola decir, no consiste en el uso sino en el abuso del poder, y Atenas era el nico Estado en la historia que daba a sus sbditos ms de lo que reciba de ellos. En los cuatro o cinco anos que siguieron al desastre egipcio, Esparta pudo en verdad hacer mucho en perjuicio de Atenas. Era cierto, como haba sealado Pericles, que las defensas terrestres de Atenas resultaban inexpugnables y que, mientras poseyera su flota, nunca podra ser derrotada en forma definitiva. Pero tanto su flota como su ejrcito haban quedado debilitados. En mi opinin (y creo que tambin en la de Pericles), si los espartanos hubieran avanzado por Megrida, habran obtenido victorias que, s no concluyentes, hubieran sido importantes. Durante este perodo crtico, Pericles se las ingeni para mantener a Esparta inactiva, primero por su audaz iniciativa por mar y, en segundo trmino, ofreciendo a Argos toda la ayuda posible. Se libr, s, una batalla inconclusa entre los espartanos y un ejrcito argivo que haba sido reforzado por un contingente de tropas atenienses. Pero Pericles consideraba todas estas operaciones preventivas antes que agresivas. Su inters fundamental consista en fortalecer la organizacin del imperio. Estaba dispuesto a concertar en cualquier momento la paz con Esparta, a condicin de que sta no exigiera concesiones, pues saba que en tiempo de paz el podero y los recursos de Atenas continuaban incrementndose al paso que los de Esparta permanecan poco ms o menos estticos. Haba calculado con acierto que tambin Esparta sentira el efecto de las prdidas de Tanagra y titubeara en abrazar su oportunidad mientras an hubiera tiempo para aprovecharla al mximo. Pero el orgullo espartano era tan poderoso como la cautela espartana y, adems, es peculiarmente susceptible a la opinin de otros. Pactar una paz que reconociera el dominio ateniense sobre Egina, Megnida, Beocia y ambas mrgenes del golfo de Corinto, seria considerado por los aliados de Esparta nada menos que una abyecta rendicin. Habla muy en favor de la resolucin de Pericles el que al fin, y con slo una concesin de Atenas, se produjo esta rendicin. Despus de as cinco aos, Cimn, que siempre abog por la paz, logr llegar a un acuerdo con las autoridades espartanas. La paz era por un perodo limitado de cinco aos, pero Cimn abrigaba la esperanza de que en tal intervalo pudiera firmarse un tratado ms duradero. Esparta no haba formulado contra Atenas reclamacin territorial de ninguna ndole. Cuanta logr fue una cesacin de las incursiones atenienses, una calma en sus fronteras orientales; pues Atenas prometi no hacer objeciones a un tratado de paz de treinta aos entre Argos y Esparta. En Atenas se crea, y no sin razn, que el arreglo negociado por Cimn era de tal ndole que cinco aos antes Esparta no lo habra firmado sin avergonzarse, y aun quienes apoyaban con mas entusiasmo la poltica de amistad con Esparta estaban dispuestos a admitir que en este gran xito diplomtico la resolucin y la audacia de Pericles haban desempeado por lo menos papel tan importante como los buenos oficios de Cimn. Tan pronto como se firm la paz, los atenienses y sus aliados, dueos otra vez de una flota de doscientos navos, zarparon hacia Chipre y Fenicia. Cimn mandaba la expedicin. As de rpido se recobr Atenas del mayor desastre que registra su historia.

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CAPITULO X PAZ CON PERSIA Y CON ESPARTA


Durante un brevsimo periodo, Pericles y Cimn cooperaron estrechamente. No era secreto el que disentan acerca de Esparta, y Pericles estaba ms dispuesto que Cmon a concertar una paz honrosa y segura con Persia. Haba gran diferencia de edad entre ambos hombres; Pericles contaba entonces cuarenta y cinco aos y Cimn, cerca de sesenta. Por lo dems, entre ellos no haba acuerdo fundamental en lo concerniente a poltica interna. Cimn miraba con nostalgia los das en que todos los jefes polticos, salvo Temstocles, procedan de familias nobles, y aunque Pericles no era excepcin a esta regla, su jefatura, en opinin de Cimn, haba lanzado a Atenas en la direccin opuesta. Pero Cimn aceptaba por lo menos algunos hechos. Comprenda que, a pesar y en contra de lo que haba esperado, el efecto general de la poltica de Pericles haba sido robustecer en vez de debilitar la moral de las fuerzas combatientes y, en trminos generales, aprobaba los planes de Pericles para incrementar la eficiencia militar y econmica del imperio. Abrigaba ms que una embarazosa sospecha de que, en cuestiones de poltica interna, estaba menos capacitado que los hombres jvenes, y, puesto que durante toda su vida su esfuerzo y su ambicin capitales se haban centrado en la guerra con Persia, no deseaba nada mejor que abandonar los asuntos internos a Pericles mientras a l se le confiara lo que le pareca la ms importante de las misiones. Para llegar a este acuerdo, no fue poco lo que hicieron la hermana mayor de Cimn, Elpinice, y el marido de sta, aun ms anciano, Calias, que no era slo el hombre ms rico de Atenas sino tambin el ms respetado. Era uno de los pocos estadistas prominentes que haban combatido en Maratn y que aun vivan; haba ganado la carrera de carros en Olimpia en tres ocasiones; pon su dinero e influencia, haba rescatado a Cimn de la pobreza y le haba brindado aquellas oportunidades de que el general haba hecho tan brillante uso. En el pasado, Calias haba abrazado, como era natural, la poltica de Cimn y, como muchos de su clase, se haba opuesto a las aspiraciones y mtodos de Efialto y Pericles. Pero, al contrario de la mayor parte de los ricos, Calias posea un espritu inteligente y flexible. Le agradara o no, vea que la poltica de Pericles se haba revelado en extremo eficaz. Como Cimn, estaba en favor de la paz con Esparta, pero reconoca que slo gracias a la resolucin mostrada por Pericles se haba pactado esa paz en trminos muy favorables para Atenas. Tambin poda, segn pienso, comprender que Pericles, una vez que sintiera a Atenas segura en el Egeo, estaba dispuesto a negociar una paz con Persia, y, si bien sabia que su cuado se opondra a semejante paso, convena, junto con Pericles, en que Atenas, mientras estuviera preparada para la guerra, extendera su podero e influencia con mayor rapidez y facilidad en un periodo de paz. Y as, al paso que Cimn parta para el este, Pericles continuaba dedicndose a la organizacin del imperio y de la democracia. Una medida por l adoptada provoc entonces ciertas crticas desde distintos puntos de vida. Se trataba de la proposicin de limitar la ciudadana a aquellos nacidos de padres atenienses por ambas ramas. Algunos censuraron a Pericles por tal medida, sosteniendo que era un paso extrao a la larga tradicin ateniense de alentar la inmigracin a la ciudad y de utilizar toda la energa humana que a ella llegara; otros lo acusaron de irresponsable demagogia. Soborn una vez ms, dijeron, a sus adictos; primero haba distribuido con largueza sumas de dinero pblico entre las clases ms pobres, y ahora estaba granjendose mayor popularidad al confirmar a tales clases en su posicin privilegiada; otros objetaron que aquella discriminacin entre los ciudadanos de Atenas y los miembros de la alianza provocara descontento entre los aliados.
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Me parece que ninguna de estas criticas es justificada. De haber deseado Pericles ms adictos, los habra ganado ms extendiendo que restringiendo la ciudadana. Por lo dems, su popularidad era ya muy considerable. Como todas las medidas que tom en esta poca, sta fue determinada por las necesidades de la eficiencia. Se trataba de limitar el nmero de ciudadanos elegibles para los cargos estatales remunerados, a fin de que la maquinaria gubernamental pudiera funcionar suave y econmicamente. Tal remuneracin haba de afrontarse con impuestos y, en opinin de Pericles, los impuestos que pesaban sobre los aliados eran ya bastante altos. No tena deseo alguno de restringir la afluencia de extranjeros a Atenas, y siempre hablaba de que lo enorgulleca el hecho de que Atenas poda ofrecer a los residentes extranjeros ms seguridad, provecho y placer que cualquier otro Estado. Atenas haba de dirigir el mundo no slo merced a su podero econmico y a todas las manifestaciones del intelecto, sino tambin por su estilo de vida liberal. Siempre hablaba con menosprecio del sistema espartano de deportacin peridica de extranjeros, hacindolo contrastar con la actitud amistosa con que Atenas acoga a cualquier extrao. De modo que la mayor parte de las crticas que se hicieron a tal medida parecen proceder de ideas errneas acerca de sus motivos y sus efectos. Y el hecho es que, desde que se aprob, mas extranjeros que nunca fueron a radicarse a Atenas, donde encontraron trabajo y felicidad. Los quince aos siguientes pueden considerarse la era de construccin mas grande que haya visto el mundo. Existen, lo s, obras considerables en Egipto y en Babilonia, pero las pirmides egipcias las construyeron varias generaciones de hombres y, en mi opinin, hay algo de pesado y de falto de gracia en la arquitectura de Babilonia. Por su parte, Atenas pareci durante aquellos pocos aos crecer en gracia y esplendor, da tras da. No slo en la Acrpolis sino en todos los barrios de la ciudad se vean nuevos edificios en todo grado de construccin, nuevas pinturas y esculturas deleitaban la vista. Se desarrollaba una actividad interminable y feliz en la que participaban todos los habitantes de la ciudad: ciudadanos, extranjeros y esclavos. Y el Pireo se mostraba tan activo como la misma Atenas. La obra que haba comenzado Temstocles y continuado Cimn llegaba a su consumacin con Pericles. Esta obra no slo era cara a su intelecto e imaginacin sino que serva para dar trabajo a todo gnero de comerciantes y de artistas. Y haba una real necesidad de ocupacin, pues por entonces sobrevino un breve perodo de paz completa y la ciudad estaba poblada de soldados y marinos que haban quedado libres de sus deberes militares. La larga carrera de Cimn haba acabado, y, por primera vez en cuarenta aos, ninguna flota ateniense operaba contra Persia. En su ltima campaa, Cimn parece haber mostrado toda su pericia y audacia, pero hubo de hacer frente a un gran ejrcito persa y a una flota mandados por el general persa que en Egipto haba aniquilado a las fuerzas atenienses. Cimn particip en las acciones preliminares de la campaa e imparti las rdenes que la llevaron a su conclusin. Una vez ms, como en el Eurimedn, los atenienses derrotaron en tierna a un gran ejrcito persa y en el mar a una gran flota persa. La accin tuvo lugar en Salamina, en Chipre, pero Cimn muri antes de que se iniciara la batalla. Desde haca algunas semanas la fiebre lo tena postrado. Sabiendo que no vivira, dio orden de que su muerte se mantuviera en secreto hasta que la batalla se hubiera ganado o perdido. Cabe decir que sirvi igualmente bien a Atenas con su muerte y con su victoria. Su victoria hizo patente que el podero ateniense era tan formidable como siempre; su muerte alej el ltimo obstculo que se opona a la paz. Pronto se aprovech la oportunidad. La flota y el ejrcito volvieron a Atenas con el cadver del gran general. La gente recordaba la poca, muchos aos antes, en que Cimn, en su primera y brillante juventud, haba retornado llevando (o pretendiendo llevar) los huesos de Teseo desde Skyros, y ahora lo honraban casi como a un segundo Teseo. Fue ste un buen fin para Cimn, s bien l no hubiera aprobado el partido que se sac de su ltima victoria. Despus de los funerales, Calias encabez una embajada a la corte de Persia y, tras brevsimas negociaciones, pact una
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paz que an hoy se mantiene. Segn los trminos del tratado, Atenas renunciaba a sus pretensiones sobre Chipre y Egipto (donde los persas ya haban aplastado casi toda resistencia), y el Gran Rey reconoca la posicin dominante de Atenas en el Egeo. Convino en no enviar buques de guerra a lo que ahora era un mar dominado por Atenas y sus aliadas, y en no movilizar fuerzas en un territorio equivalente a tres das de mancha desde la costa asitica. Las condiciones de esta paz parecan indicar que todos o casi todos los fines por los que se haba fundado la Liga Ateniense haban sido alcanzados. Persia haba aceptado de modo definitivo no slo retirarse de Europa sino tambin de la costa martima griega del Asia y de la ruta al mar Negro. Es dudoso que Jantipo y Arstides hubieran esperado nunca logran tanto. Pero aun cuando los atenienses lo posean todo, tendan a querer ms, y por entonces haba muchos de ellos que, a pesar de las prdidas sufridas en Egipto, pensaban an que el rey de Persia haba sido favorecido por las negociaciones. De haber vivido, Cimn habra figurado entre stos, y ahora muchos de sus amigos deploraban lo que calificaban de abandono de los derechos griegos en Chipre. Algunos de ellos sostenan an las opiniones de Cimn acerca de lo deseable de una cooperacin con Esparta y tenan conciencia de que Pericles se propona utilizar la paz con Persia para robustecer la posicin de Atenas en Grecia y convertir as a Esparta en potencia secundaria. Pero, en trminos generales, la paz, si no fue bien acogida, fue aceptada. Los atenienses no se jactaron de ello, pero los content disfrutar de la paz. Respecto de las aliadas, el problema era distinto y ms difcil. Caba sostener que, como ya nada haba que temer de Persia, nada se ganara con una organizacin de Estados independientes fundada con el propsito nico de defender y liberar a los griegos de la agresin persa. Las aliadas haban sufrido casi tantas bajas como Atenas, y aquellas que no proporcionaron buques y hombres, contribuyeron con dinero. Por lo tanto, era natural que muchos entre las clases ms ricas de los Estados aliados, hayan pensado que aquel dinero sera mejor utilizado si iba a parar a sus propias manos. Y en Atenas quienes se oponan a Pericles, ya porque temieran la cualidad expansiva de la democracia, ya porque simpatizaran con Espanta, ya por ambas razones a la vez, parecan ahora tener buenos motivos morales para apartarse de los peligros y penalidades inherentes al espritu de empresa. Pericles, como ya expliqu, se opona con tenacidad a tales puntos de vista. Defenda la continuacin de la alianza por otros motivos: primero, porque era necesaria, y segundo, porque era deseable en inters tanto de Atenas como de sus aliadas. Y por infinidad de razones (algunas sabias y otras egostas), todas las clases le brindaron un apoyo abrumador, y en especial la gran mayora de quienes slo ahora tenan conciencia del poder de que disponan y de los horizontes abiertos ante ellos. A fin de alentar a estos adictos, de desarman la crtica y, al mismo tiempo, de insinuar sus aspiraciones ltimas, Pericles propuso que se despacharan enviados a todos los Estados de Grecia para celebrar en Atenas una conferencia panhelnica. Tal conferencia haba de sealar el fin de la guerra con Persia y los temas que en ella se discutiran eran la reconstruccin de los templos incendiados por los persas, el pago de los sacrificios que, durante la lucha, se haban prometido a los dioses, as como la cuestin del uso y libertad de los mares. Ha de haber resultado claro a todos que cualesquiera que fuesen las ventajas o desventajas de tal conferencia, se invitaba a Grecia a confirmar mediante su asentimiento la excepcional posicin de Atenas. Los nicos templos de categora quemados durante la guerra haban sido los de Atenas; en la misma guerra y en la liberacin de las ciudades griegas el papel ms importante haba sido desempeado por los atenienses; el dominio de los mares estaba ya en manos de Atenas; y como si Atenas hubiera de ser reconocida centro y direccin de Grecia, la conferencia se reunira en Atenas. La propuesta constitua de hecho un abierto desafo a la posicin de que gozaba Esparta. Al formularla,
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Pericles poda alegar que no haca ms que enunciar los hechos de la situacin reinante. Declaraba su voluntad de paz, una paz afianzada y garantizada por las flotas atenienses y la organizacin ateniense. Y si (como sin duda esperaba) Esparta y sus aliadas rechazaban la proposicin, por lo menos habra obtenido alguna ventaja porque el rechazo de semejante plan general de paz y seguridad dara ttulos a Atenas, a los ojos de amigos y enemigos, para emprender las acciones que juzgara necesarias con el fin de afianzar su propia seguridad. Y como era Atenas y slo Atenas la que se hallaba en ese momento en condiciones de garantizar la seguridad de las aliadas, era razonable esperan que las aliadas continuaran desempeando su papel. Y, en efecto, as ocurri. Los espartanos se negaron en forma rotunda a participar en la propuesta conferencia y persuadieron a sus aliados del Peloponeso de que imitaran su ejemplo. Por mocin de Clainias, miembro de una familia noble y emparentado por casamiento con Pericles, los atenienses confirmaron y fortalecieron su alianza y concertaron nuevos acuerdos para la percepcin del tributo. Fue por entonces cuando se pidi pon primera vez a las ciudades que cada cuatro aos enviaran a Atenas ofrendas y bestias de sacrificio para el gran festival de la Panatenea, que pronto eclipsara en esplendor a todos los festivales hasta entonces celebrados en Grecia. En general, las aliadas aceptaron de buena gana los nuevos acuerdos, si bien era cierto que en la mayor parte de los Estados haba, como an los hay hoy, partidos antidemocrticos opuestos tanto a sus propios gobiernos como al de Atenas. Desde luego, estos partidos miraban hacia Esparta, pero hasta entonces no haban recibido de sta ninguna ayuda prctica. Los espartanos hablaban, lo mismo que hoy, de la tirana de Atenas, pero, teniendo como tenan una tan vasta poblacin sometida, hallaban difcil hablar con gran conviccin. Haba habido, desde luego, sublevaciones en la alianza ateniense, algunas de ellas serias, pero lo que me parece significativo es que tales revueltas hayan sido casi siempre aisladas; no hubo ningn intento concertado de eludir las obligaciones impuestas por Atenas. Y lo cierto es que Atenas, pocos aos despus, se vio en grandes dificultades para sofocar la de Samos, y de haberse unido a Samos otros Estados, las dificultades hubieran sido mayores, puesto que Esparta habra intervenido con toda seguridad. La guerra actual hubiera comenzado mucho antes y en una poca en que Atenas era menos fuerte que hoy. En Espanta haba un fuente partido que favoreca la guerra y no hay duda de que, de haber existido alguna posibilidad de revuelta general en la alianza ateniense, este partido habra hallado algn pretexto para romper la tregua y actuar. El que nada de esto haya acontecido me parece prueba de que la gran mayora de los aliados continuaba asociando su felicidad y su prosperidad a las de Atenas. Pericles se mantena siempre alerta a cualquier peligro que pudiera proceder de Esparta. En esto, como en otros aspectos, su poltica era consecuente. No toleraba ningn tipo de intervencin de Esparta en nada que incumbiera a Atenas, pero prefera la paz a la guerra, confiando en que la paz brindara a Atenas, de modo ms seguro y cierto que la guerra, la supremaca que ya haba comenzado a reclamar. Y en esta oportunidad obr con cautela poco habitual. Sabia que la posicin ateniense, si bien segura en los aspectos esenciales (en las fortificaciones, la flota y la alianza), estaba lejos de serlo en Grecia central y septentrional. Los tesalios se haban ya mostrado indignos de confianza, y en Megara y Beocia, que nunca haban estado unidas a Atenas por ningn sentimiento de parentesco o un obvio inters propio, haba fuertes partidos que se oponan con tenacidad a las ideas de democracia y a la infiltracin de lo que les pareca un estilo de vida extranjero y peligroso. Pericles crea que semejantes sentimientos se modificaran a su debido tiempo, pero saba que antes haban de pasar aos. De modo que hizo saber a Esparta que estaba dispuesto a negociar en cualquier momento un largo tratado de paz, que reemplazara a la tregua de cinco aos. Pero los espartanos se sentan ya humillados por las condiciones de esta tregua; con Cimn, haban perdido al nico ateniense en quien confiaban, y se sentan afrentados
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por las pretensiones de Atenas de representar a Grecia. Pocos de ellos (sobre todo uno de los reyes, Arquidamo, que conoca a Pericles y lo respetaba) estaban a favor de un relajamiento de la tensin. Argan que Esparta era un mundo para s misma; siempre podra defenderse y siempre sera respetada; las aventuras y enredos extranjeros eran contrarios a la tradicin espartana y peligrosos para el carcter espartano. Semejante opinin es, desde luego, caracterstica de la arrogancia espartana. Y la misma arrogancia expresaba la opinin de la mayora, que peda que se humillara a Atenas con un solo gesto espartano de superioridad. No veo pruebas de que ningn espartano comprendiera la complejidad de toda la situacin helnica, como la comprendan no slo Pericles sino muchos otros atenienses. Y pronto Esparta realiz el gesto que pareca pedrsele. Fue tambin caracterstico el que emprendiera la accin con un pretexto religioso: la devolucin de la administracin del santuario de Delfos a los ciudadanos de Delfos. El propsito real era demostrar la autoridad espartana en Grecia central, al proclamar a Delfos independiente de los focenses. Delfos se hallaba en el territorio de Fcida; pero Fcida estaba aliada con Atenas. Un ejrcito, demasiado poderoso para ese fin, fue transportado a travs del golfo de Corinto, y Atenas, respetando la tregua, no intervino. Los espartanos marcharon hacia Delfos, instalaron a sus amigos en la administracin del templo y del santuario y, en la frente del lobo de bronce que se ve en la fachada del templo, grabaron una inscripcin conmemorativa de la accin piadosa, as como los trminos del decreto aprobado por los hombres de Delfos mediante el cual concedan precedencia a las embajadas espartanas en la consulta del orculo. Luego regresaron al Peloponeso y se dispersaron. Tan pronto como se hubieron ido, Pericles envi un reducido ejrcito a Delfos, desplaz a los guardianes del templo designados por los espartanos, coloc en su lugar a los focenses que antes haban desempeado esas funciones y, sin tocar la inscripcin espartana, mand grabar otra, en el flanco del mismo lobo, en que se reproducan los trminos de un segundo decreto mediante el que se concedan a Atenas todos los derechos de precedencia. El prestigio espartano qued menoscabado antes que realzado de resultas de este incidente. Al ao siguiente Atenas sufri un serio revs, aunque no a manos de los espartanos. Hacia el norte de tica, el partido antidemocrtico de Beocia se haba mostrado activo desde hacia un tiempo. Lo que resultaba ms alarmante era que reciba ayuda y provisiones de los elementos descontentos de la isla de Eubea, hecho que pareca indicar que la misma Eubea estaba a punto de rebelarse. Como bien recuerdo, Pericles consideraba fundamental el dominio de esta isla. El principio general de su estrategia consista en que Atenas estaba segura mientras mantuviera sus fortificaciones, sus navos y su imperio de ultramar. El resto era, en relacin, de menor importancia. Con su poder martimo, los atenienses podan transportar a la ciudad recursos naturales desde todas partes. Y as, si bien las alianzas con Beocia, Fcida y otros Estados continentales, resultaban tiles, no eran esenciales. Y en todo el imperio pocos lugares eran tan importantes como Eubea, que no slo proporcionaba a Atenas buena parte de sus suministros agrcolas sino que dominaba la ruta martima hacia el norte. Fueron stas las consideraciones que ms pesaron en su mente cuando, a fines de otoo, se tuvo conocimiento de que una gran banda de antidemcratas de Beocia, de exiliados de Eubea y de cierto nmero de aventureros de los Estados vecinos, haban tomado las ciudades de Orcomeno y Queronea, en el extremo septentrional de Beocia, y proyectaban avanzar hacia el sur con el propsito de derrocar la democracia en Tebas. En Atenas se recibieron las noticias con asombro y clera. Se exigi una accin inmediata y el general Tlmides propuso encabezar al punto una fuerza de voluntarios para dar cuenta de los rebeldes. Lo que Mirnides haba hecho en Megara, l, disponiendo de mejores fuerzas, estaba
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convencido, lo podra realizar fcilmente en Beocia. Pero para sorpresa de todos, Pericles se opuso a Tlmides y pidi que se le diera tiempo. La sorpresa no era lgica pues, mientras Pericles, como haba mostrado de sobra, estaba dispuesto a correr peligros cuando se hallaba comprometido algn punto vital, vea siempre ms all de la situacin particular. Opinaba que una expedicin como la propuesta por Tlmides no haba de llevarse a cabo a menos que se tuviera la absoluta certeza de que la coronaria el xito. El xito sera algo valioso, desde luego, pero el fracaso implicaba perder ms que lo que se hubiera ganado con el xito. Y s bien Pericles convena en que el xito era probable, no poda afirmar que era seguro. Por aquella poca del ao, no poda movilizarse de la noche a la maana un gran ejrcito, y se desconoca el podero de los rebeldes; y aun podan desbaratar los mejores planes tcticos circunstancias, como tempranas nevadas o inundaciones, que no caba dominar. Por ello pidi una dilacin, y viendo que esta vez el pueblo se mostraba reacio a orlo, dijo: Podis no aprobar el consejo de Pericles, pero el tiempo es el mejor consejero y seria insensato que no lo reconocierais. Pero ni Pericles ni el tiempo guiaran al pueblo. La poltica de Tlmides recibi un apoyo abrumador y, a los pocos das, el general parti con una fuerza de slo mil atenienses y algunos contingentes aliados. Todos los atenienses eran voluntarios, y muchos de ellos jvenes pertenecientes a las familias principales, si bien algunos (Clainias, por ejemplo) eran distinguidos veteranos. Fue aqulla una de las pocas ocasiones en que la Asamblea vot contra Pericles, y al principio pareci que su decisin haba sido acertada. Tlmides avanzo a manchas forzadas a travs de Beocia, recogiendo ms tropas en el camino. Tom la ciudad de Queronea y castig a los habitantes de modo seversimo. No slo a Eurpides, lo recuerdo, sino a muchos otros indign la noticia de que todos los prisioneros se venderan como esclavos. En realidad, esta accin inmoderada parece haber fortalecido la resistencia ms que haberla minado. Como si se rendan no vean perspectiva de clemencia, los rebeldes decidieron luchar. Tlmides no logr tomar la fortaleza de Orcomeno y, hallando dificultades para alimentar a sus hombres, decidi volver a Atenas. Parece que procedi con muy poca precaucin en la marcha por aquel territorio montaoso y escarpado. Le tendieron una emboscada y lo cercaron en las inmediaciones de Cononea; sus aliados huyeron, la mitad de los atenienses perecieron en el combate y el resto se vio forzado a rendirse. Entre los muertos figuraban el propio Tlmides y tambin Clainias, que design a Pericles, en su condicin de pariente ms prximo, tutor de su joven hijo Alcibades. Con una sola accin, los rebeldes beocios lo haban ganado todo. En Atenas era deseo unnime rescatar a los prisioneros y, a cambio de ellos, se convino en que se abandonara toda pretensin de fiscalizar Beocia. Los partidarios exiliados que haban marchado al destierro recobraron el poder en las ciudades. Atenas les inspiraba recelo y, aunque eran demasiado dbiles para convertirse en enemigos declarados, evitaran cualquier tipo de acuerdo que pudiera contribuir a restaurar los gobiernos democrticos que ellos haban suprimido. En el caso de una guerra, lo mejor que Atenas poda esperar era que Beocia se mantuviera neutral. Fue un grave golpe para el orgullo ateniense; pero lo que alarmaba sobre todo a Pericles era aun el peligro de una rebelin en Eubea. Este peligro haba aumentado a causa de la derrota de Coronea. Adems, la tregua de cinco aos con Esparta llegaba ya a su fin y hasta entonces los espartanos no haban mostrado deseo alguno de renovarla. Y era del todo improbable que consintieran ahora en hacerlo. Pronto se justificaron las peores aprensiones. En primer trmino, estall en Eubea la esperada revuelta. Encabezando un numeroso ejrcito, el propio Pericles pas a la isla. Sus fuerzas habran sido ms considerables si no hubiera debido dejar atrs un importante ejrcito para defender las posiciones de Megrida, para el caso de que se produjera una invasin espartana, cosa que, desde luego, esperaban los rebeldes de Eubea. El plan de Pericles consista en actuar con la mayor
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celeridad y someter a Eubea antes de que los espartanos, cuya lentitud de movimientos era notoria, pudieran concentrar sus fuerzas. Pero en esta ocasin los espartanos aprovecharon la oportunidad con inslita prontitud. Apenas Pericles haba comenzado las operaciones en Eubea cuando le llegaron noticias de que Megara se haba sublevado. La guarnicin ateniense haba sido exterminada y el gran ejrcito encabezado por el general Andcides qued aislado de Atenas. Con sus aliados del Peloponeso, los espartanos haban cruzado el istmo y haban llegado ya a la frontera ateniense. Pericles adopt inmediatamente una decisin. Abandonando Eubea, regres con todas sus fuerzas a Atenas. Entretanto, Andcides, a manchas forzadas por rutas difciles, haba logrado romper el cerco y pudo as unirse a Pericles. No obstante, las fuerzas combinadas eran an inferiores en nmero al gran ejrcito de Esparta y sus aliadas. Atenas poda sen defendida y, con el transcurso del tiempo, era posible que los espartanos se retiraran. Pero lo que Pericles necesitaba era tiempo. No pasaran muchas semanas sin que toda Eubea se levantara en armas. En Atenas reinaba el desconcierto, peno no el pnico. Ahora reconocan que Pericles haba tenido razn al oponerse a la mal concebida aventura de Tlmides, y el pueblo estaba ansioso de confiar absolutamente en l en la presente situacin, mucho ms difcil. Estaban dispuestos a defender sus muros o a hacer una salida y librar una batalla campal. Haran lo que l les pidiera. Entretanto, el ejrcito del Peloponeso continuaba avanzando. Alcanz Eleusis, a un da de mancha de Atenas, y comenz a avanzar a lo largo de la Va Sacra hacia las ltimas serranas que se alzan antes de la ciudad, el lugar desde donde Jerjes haba contemplado, en su trono de oro, la batalla de Salamina. Es costumbre espartana el que su ejrcito est mandado por uno de los dos reyes, y en esta ocasin el rey que lo encabez fue Pleistoanax, hombre muy joven a quien, de hecho, guiaba en todo un distinguido y maduro oficial espartano, Clenonidas, que ya haba mostrado en aquella campaa habilidad y energa excepcionales. Pericles conoca algo a este hombre, y no poco del carcter espartano en general. Tena ideas muy claras de cules eran los intereses esenciales de Atenas y estaba dispuesto, si era necesario, a sacrificar mucho a fin de salvaguardarlos. Y ahora, sobre todo, necesitaba tiempo para reducir a Eubea. Saba tambin que los espartanos, posiblemente debido a la extrema rigidez de su cdigo moral -o a despecho de ella-, son vulnerables al soborno. Por ello, estableci contactos secretos con Clendnidas, le explic que Atenas estaba dispuesta a hacer grandes concesiones por la causa de la paz, pero que, si haba de librarse la guerra, estaba muy bien preparada para ella y podra desembarcar hombres en cualquier lugar que eligiera de la costa del Peloponeso. Y, para hacer ms fciles las cosas, ofreci pagar en persona a Clendnidas una elevada suma de dinero, tan pronto como ste retirara su ejrcito ms all del istmo. Nadie, salvo el propio Pericles y unos pocos ms, saba de tales negociaciones. Por ello fue tanta la sorpresa como el alivio que se sinti en Atenas cuando un grupo de exploradores fue a informar que el gran ejrcito enemigo haba abandonado el campo y se retiraba por el mismo camino por el que antes haba avanzado. En Esparta, la sorpresa igual a la clera. El joven rey fue juzgado y se decret su destierro. Clendnidas prefiri no aguardar el juicio. Huy al extranjero y se lo conden a muerte en ausencia. Mucho despus, tuvo una distinguida carrera como general en Italia y, al aparecer, fue uno de los pocos espartanos a quienes no corrompi el disponer de dinero en abundancia. En Atenas la gente estaba desconcertada por lo que haba ocurrido, hasta que, hacia fines de ao, Pericles, al presentar la rendicin de cuentas a la respectiva comisin, incluy una partida de diez talentos, pagados, segn dijo, por razones necesarias. Como era de sobra conocida la escrupulosidad con que Pericles manejaba el dinero, nadie tuvo duda acerca de cmo se haba gastado esa suma, y a todos divirti la forma en que revel el hecho.
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Tan pronto como los espartanos se hubieron retirado, Pericles volvi a zarpar para Eubea con cincuenta navos y cinco mil hombres. Fue una campaa breve y brillante. En cosa de meses, toda la isla fue reducida. Una ciudad cuyos habitantes haban capturado un barco ateniense y exterminado a toda la tripulacin, fue tratada con severidad: se expuls del territorio a toda la poblacin; no hubo otras represalias, si bien se adopt la precaucin de establecer otra gran colonia ateniense en el norte de la isla. Durante el invierno, Pericles, acompaado de Calias y Andcides, fue a Esparta para negociar la paz. Pericles estaba dispuesto, como haba prometido, a hacer grandes concesiones, aunque no a conceder nada que le pareciera vital y, despus de sus victorias en Eubea, se hallaba en buena posicin para resistir a las inevitables exigencias espartanas, como la retirada de Atenas de Egina y del golfo de Corinto. Siempre haba fijado la vista en el mar y, para l, las posiciones esenciales eran Egina y la ciudad de Naupacta, en el golfo, donde haba una guarnicin de aquellos mesenios con cuya lealtad se poda contar sin la menor desconfianza. No obstante, convino en retirar las fuerzas atenienses del Peloponeso y de Megara, con sus dos puertos. Sobre esta base se suscribi un tratado de paz de treinta aos, paz que en realidad dur slo quince. Era sta la primera oportunidad, desde Salamina, en que Atenas no se vea envuelta en una o dos grandes guerras.

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CAPTULO XI ACTIVIDAD EN EL OCIO

El ao siguiente vi a Pericles y a sus allegados con ms frecuencia que antes. Esto se deba a que Pericles dispona de ms tiempo libre de lo comn, pues fue uno de los pocos aos en que no lo eligieron para integrar la junta de generales. Haba previsto con todo acierto que una vez se conocieran las condiciones de paz, su popularidad declinara, pero slo para volver pronto a afianzarse. Pues los atenienses no siempre son lgicos. A la mayor parte de ellos los contentaba el disfrutar de la paz, y muchos de ellos tenan conciencia de que, al pactarla, Pericles haba ganado mucho y perdido poco. Sin embargo, les resultaba intolerable retirarse de cualquier posicin que hubieran ocupado antes. De modo que, por un breve perodo, Pericles cay en disfavor, si bien hacia el final del ao el pueblo lo escuchaba con la misma ansiedad y atencin que antes cada vez que hablaba en la Asamblea. En la vida privada sufri algunos desengaos y, dejando a un lado a sus amigos, tuvo un gran consuelo y deleite. No poda enorgullecerse de sus dos hijos, Panalo y Jantipo, pues ambos eran extravagantes y uno de ellos rudo, torpe y de temperamento violento. Era evidente que ninguno de los dos posea condiciones para ocupar una posicin distinguida. Por sus hbitos econmicos, su padre les inspiraba antipata y nada esperaban de l como no fuese dinero. Eran del todo incapaces de seguir su pensamiento o comprender su carcter. Sus dos pupilos, los hijos de Clainias, que haba muerto con Tlmides en Coronea, no resultaban ms satisfactorios. Uno de estos muchachos, llamado como su padre, era casi imbcil. El otro, Alcibades, desplegaba todo el encanto, la brillantez y la energa de los Alcmenidas. Era apuesto, fuerte, ambicioso y notablemente inteligente. Era tambin despiadado, extravagante, consentido y vicioso. Trataba siempre de distinguirse, aspiracin que no es mala si se persigue con virtud y humanidad. Pero Alcibades quera ser, por cualquier medio, el primero en todo. Dicen que en cierta ocasin, cuando luchaba con un muchacho ms fuente que l, corra peligro de que su contendiente lo derribara y, para evitar la derrota, mordi el brazo del otro muchacho, cosa que a ste le desagrad y dej estupefacto. -Alcibades -dijo-, muerdes como una nia. -No -dijo Alcibades-. Como un len. En mi opinin, si Alcibades hubiese sido capaz de sentir simpata por su tutor, habra llegado, con todas sus excelentes cualidades (tanto las fsicas como las intelectuales), a ser un hombre de quien Pericles se hubiese enorgullecido. Su patriotismo es tan grande como el de Pericles, y sus potencias intelectuales no muy inferiores. Pero mientras que Pericles estaba absorbido por Atenas, pienso que Alcibades hubiera deseado absorber en s mismo a Atenas. Es como uno de esos amantes que prefieren destruir antes que perder el objeto de sus afectos. Tales amantes se califican a s mismos de devotos, pero estn consagrados a sus propias pasiones ms que al objeto que las excita. Muy diferente era el amor que Pericles senta por Atenas y por sus hombres y mujeres. Y su amor pon una mujer sera suficiente para distinguir a cualquier hombre. Igualmente notable es el hecho de que Aspasia no slo correspondi a este afecto, sino que lo mereci. Ms o menos por
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entonces fue a vivir con l, y fue su compaera de toda la vida. Es, naturalmente, una jonia de Mileto, y no haca mucho que resida en Atenas cuando atrajo la atencin de Pericles. Era por entonces una mujer joven, de alrededor de veinte anos, y perteneca a la clase que en Atenas se denomina de las hetairai. Estas mujeres son muy distintas de las prostitutas comunes, si bien tambin ellas solucionan sus necesidades ofreciendo a los hombres los placeres de su compaa. Pero en su caso, los placeres que brindan no son del todo, y ni siquiera principalmente, fsicos. La mayor parte de ellas son inteligentes, estn habituadas a la sociedad de los hombres y su conversacin es discreta y hasta brillante. Por estas razones, la ordinaria ama de casa ateniense dice menospreciarlas, pero la verdad es que las envidia. En particular, Aspasia provocaba la clera de estas mujeres porque no tena ninguno de los defectos que ellas atribuyen, sin pensarlo, a su clase. Guard fidelidad a un hombre (y esto no cabe decirlo de la mayor parte de las amas de casa) y, como Pericles era conocido por su estilo de vida moderado, no poda acusrsela de haberlo buscado por el dinero. Ms fcil resultaba hacer bromas a expensas del propio Pericles y decir que l, que por entonces contaba cincuenta aos, ceda por debilidad a una pasin, inapropiada para su edad y experiencia, y que se comportaba como el gran Hrcules cuando Onfalia lo esclaviz, o como el propio Zeus, a quien arrullaba el hechizo de los atractivos de Hera cuando hubiera debido mostrarse activo. Algunos hasta sugirieron que, s poda mostrar devocin tan extraordinaria por una mujer, deba sentir la misma devocin pon muchas ms y ser un secreto libertino que persegua sin descanso a las mujeres de otros hombres. Estas habladuras resultan por lo general inofensivas en Atenas. Nada place tanto a los atenienses como hallar lo que imaginan ser un punto dbil en uno de los jefes a quienes ms admiran. Pero, como bien s por experiencia propia, hay momentos en Atenas en que el pueblo queda dominado por los prejuicios y, en tales ocasiones, creern en cualquier escndalo, por estpido o por falso que ste sea. Yo mismo y muchos otros, inclusive Aspasia, padecimos estos estallidos de malicia y sinrazn. Me parece que, en su conducta con Aspasia, Pericles estableci una norma que, como todas sus normas, era poco comn por lo elevada y merecedora de imitacin. Tena la costumbre de saludarla con un beso toda vez que sala de la casa y toda vez que retornaba a ella. La gente consideraba esto como un rasgo en extremo raro, pero en mi opinin, nada extrao puede haber en demostraciones de afecto que son al par graciosas y sinceras. Es sin duda raro que un hombre no se canse pronto de una mujer, pero es imposible sostener que todo lo raro sea indeseable. Creo que Pericles y Aspasia gozaban de mayor satisfaccin en la mutua compaa y que cada cual extraa de ella beneficios ms autnticos que cualquier otra pareja de seres humanos pertenecientes a sexos opuestos que yo haya conocido. Y opino que si semejante condicin de gozo y comprensin mutuos estuviera ms generalizada, de ello resultaran mayores ventajas no slo para los padres sino para los hijos. Y por cierto, el nio que naci de la unin de Pericles y Aspasia era en todos sentidos un carcter muy superior al de Jantipo o Paralo. Nosotros, los jonios, nos complacemos en pensar (y no sin razn) que nuestras mujeres descuellan pon la gracia de sus maneras y de su persona, por sus profundos afectos y su placentera vivacidad. Aspasia posea todas estas cualidades en grado sumo, as como cualidades intelectuales que serian excepcionales en uno u otro sexo o en cualquier pas. Su inteligencia era de por si pronta y posea muchos conocimientos; ni estaba satisfecha, como lo est a menudo gente mucho menos informada que ella, con los conocimientos ya adquiridos. Sola discutir de filosofa conmigo tan atinadamente como de poesa con Sfocles o de poltica con Pericles, y su conversacin sobre estos temas resultaba por lo menos tan estimulante para nosotros como, con toda probabilidad, la nuestra para ella. No es de maravillarse que sintiramos placer en su compaa! Por esta poca era husped habitual de Pericles el escultor Fidias, hombre que, dejando a un lado su extraordinario genio para trabajar el bronce, el mrmol, el oro y el marfil, estaba dotado de una
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mente original y profunda. Era mayor que Pericles y no mucho ms joven que yo, peno slo entonces comenzaba a conquistar fama. Se lo conoca sobre todo por la gran estatua de bronce de Palas Atenea, que haba terminado hacia poco tiempo. Todos los que hayis visitado Atenas habris visto esta estatua, famosa no slo por sus dimensiones (tiene por lo menos treinta pies de altura) sino por el esplendor de su concepcin. Sus estatuas posteriores de oro y marfil de Atenea en el Partenn y de Zeus en Olimpia son, desde luego, conocidas y admiradas en todo el mundo. Se las considera con justicia las ms excelsas representaciones de la divinidad que haya producido el hombre. A muchos les parece extrao, pues Fidias, como yo mismo, fue juzgado por impiedad, y slo en un sentido un tanto especial cabe decir que ambos hayamos credo en los dioses. Pues los dioses no son objetos que puedan ser investigados. No he conocido a ningn hombre que haya visto a un dios, como no sea en sueos, y parece obvio que Jenfanes tiene razn cuando dice que las cualidades que atribuimos a los dioses no pueden ser otras que las que conocemos en nosotros mismos. Si los caballos tuvieran dioses, estos dioses participaran de la naturaleza del caballo. Por ello es errneo suponer que los dioses posean rostros y miembros como los nuestros, que sean machos o hembras, o que hablen griego. Sobre la base de tales consideraciones, mucha gente concluy que los dioses no existen o que, si existen, han de ser incomprensibles para nosotros; pero ninguna de estas conclusiones me parece legtima. Aparte del hombre, reconocemos en la naturaleza muchas otras existencias, que comprendemos en grados variables. Ningn hombre, ni nada que se parezca a un hombre, rige los movimientos de la luna y las estrellas o el proceso mediante el cual un estado del ser se transforma en otro. Los sucesos de la vida humana tampoco se adaptan del todo a un mdulo de razn o de justicia. La mayor parte de los hombres se desasosiegan cuando observan semejantes hechos, y los de mente ms simple atribuyen lo incomprensible a acciones, benvolas, malvolas o caprichosas, de diversas deidades. Pero esto slo aade un problema a otro; pues, si hemos de creer en los dioses, debemos creerlos ms sabios y mejores que los hombres. Como sabis, he enunciado la teora de una fuerza creadora, que llamo Inteligencia y que, segn supongo, crea el orden a partir del desorden, la justicia a partir de la injusticia, fuerza que es principio, en varias modificaciones, del cambio y el movimiento. Dada la naturaleza de las cosas, no podemos estar seguros de que exista semejante entidad, pero un hombre bueno no se equivocar, a menos que pueda hallar una explicacin mejor de las cosas, s cree que en lo que digo hay algo de verdad. Pericles, Fidias, Damn y Eurpides (entre otros) se interesaron profundamente en mis opiniones y todos ellos fueron acusados de atesmo por los ignorantes. En realidad, buscamos principios ms elevados y coherentes que los que se hallan en las contradicciones y la crudeza de la mitologa, y la consecuencia de nuestras especulaciones ser purificar y no degradar la religin popular. Pues no cabe imaginar ningn tipo de dios capaz de aprobar a un hombre que crea en lo que el raciocinio pueda revelar que es falso. Sin embargo, por la fuerza de la inteligencia, hasta el error puede encaminarse hacia la verdad, y Fidias, tanto como cualquier hombre, sali airoso en este empeo. Sabe tan bien como yo que los dioses no poseen brazos ni piernas, cabellos ni ojos; pero asimismo es cierto que en la naturaleza existen cualidades a las que con razn consideramos superiores a otras, como por ejemplo la belleza, la inteligencia, la bondad y la serenidad. Pintar a un dios en cualquier forma -humana, animal, vegetal o mineral- no es, desde luego, legitimo; pero en la medida en que tal forma est dotada de las cualidades que acabo de mencionar, provocar una especie de reverencia, y el resultado ser, desde un punto de vista humano, agradable y til, y, desde un punto de vista filosfico, no sera necesariamente equivocado. Si uno desea ilustrar la variedad y contradiccin del universo, con sus alternancias de bien y mal, belleza y desfiguracin, ser y no ser, seria mas apropiado proceder como los egipcios y producir imgenes de hombres con cabezas de cocodrilos, perros y gatos. Y de los antiguos templos de la Acrpolis destruidos por los persas sobreviven an fragmentos de monstruos esculpidos que no carecen de significacin. Ms significativas y ms tiles son aquellas obras que subrayan las fuerzas de visin, creacin y
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estabilidad que las que por toda finalidad expresan la fuerza y el terror de lo que el hombre no puede dominar y, por lo mismo que es desordenado, de lo salvaje. Tal es, al menos, la opinin de un jonio y de un griego y, como lo demuestra la inmensa reputacin de que goza Fidias, se trata de una opinin muy generalizada. Consideraciones como las apuntadas constituan a menudo el tema de nuestras plticas por aquella poca, pues fue entonces, en los aos de paz, cuando comenzaron y con tanta celeridad se remataron aquellos grandes proyectos de edificacin, escultura, decoracin y amenidad que convirtieron a Atenas, sin disputa alguna, en la ciudad ms bella del mundo. Fidias era el inspector general de todas aquellas obras y debi esta esplndida oportunidad a su amistad con Pericles, quien discuta con l todos los detalles, lo ayudaba en todas las ramas de la administracin a fin de que no le faltaran los materiales y defenda entusiasmado en la Asamblea el ambicioso plan total contra sus opositores polticos, que se quejaban del gasto de dinero y de la injustificada desviacin del tributo de los aliados para la glorificacin de Atenas. Es natural que en aquellos aos conversramos no poco de problemas de arquitectura, escultura y pintura. Estos problemas son interesantes por si mismos, pero lo asombroso y excitante era verlos resueltos con tanta rapidez y perfeccin. Yo mismo hallaba tales conversaciones muy interesantes desde un punto de vista filosfico, pues siempre me pareci que los principios del arte son los mismos que los principios de la naturaleza. Lo que vemos depende de lo invisible y un estado de perfeccin es un estado de equilibrada contradiccin, de sntesis de los opuestos, de tensin que acaba pon resolverse en la paz. En el Partenn, por ejemplo, el tremendo peso de la estructura, que resulta patente si uno lo examina limitando la propia visin a un sector o calcula la cantidad de mrmol que se ha empleado, posee, cuando se lo contempla como un todo, una cualidad de sobrenatural levedad. Las lneas parecen remontarse hacia el cielo para desaparecer una vez alcanzado un lmite superior; sin embargo, no hay en toda la construccin ni una lnea recta y apenas cabe decir que haya un limite, puesto que esta obra de arte est realizada de una manera portentosa, en armona con sus contornos naturales: el mar, el cielo, las montaas y la llanura. Pero caigo una vez ms en la digresin. Los que hayis estado en Atenas conoceris estas producciones y las habris admirado. Se trata de obras slo posibles por la ms exacta aplicacin de la matemtica, por obra de la ms aguda y ms humana inteligencia. Fidias era el maestro, y Calicrates, Ictino y Mnesicles eran arquitectos de la ms extraordinaria brillantez, sutileza, profundidad e imaginacin. La inspiracin era de Pericles, pero la fuerza e mpetu correspondan a la dirigida energa y al entusiasmo del pueblo ateniense. Si algo en la tierra puede ser inmortal, con seguridad lo sern estas construcciones hechas con carne, sangre e inteligencia. Aquellas obras se hicieron una vez y se hicieron para siempre. Si las consideramos en debida forma, nos pueden llevar a una especulacin acerca de la naturaleza del tiempo y del movimiento, y espero decir antes de mi muerte algo de lo que tuve ocasin de pensar e imaginar sobre estos temas de tanta importancia. El recuerdo de aquel tiempo me llena an de maravilla, si bien por entonces me ocupaba en investigaciones muy distintas y, segn ahora se me aparecen, de segunda categora. No es que los estudios que realizaba sobre la rarefaccin y condensacin del aire sean insignificantes. Sin discusin posible, son de la mayor importancia. La diferencia entre un griego y un brbaro estriba, aparte del idioma, en el hecho de que un griego quiere saben y hallar explicaciones. Y en cuanto al conocimiento, para l son necesarias tanto la observacin como la experimentacin. Pero, en el conocimiento y ms all del conocimiento, cuando se llega al acto final de la explicacin, la mente debe, por decirlo de algn modo, saltar hacia la oscuridad para hallar all un lugar luminoso donde reposar. Fidias, en sus grandes obras, y asimismo Sfocles y Pericles, parecen haber hecho algo semejante. Con el fermento, energa y contradiccin de la vida, construyeron formas intelectuales de belleza, contento y verdad.

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Yo mismo haba trabajado algunos aos en colaboracin con mi amigo, el ateniense Arquelao, a quien conocis. Personas que no pertenecan a nuestro viejo crculo acudan con frecuencia a tomar parte en nuestras discusiones e investigaciones filosficas. Entre los jvenes que solan visitarnos con cierta regularidad, recuerdo a uno en particular, puesto que l, casi del mismo modo que los artistas que he mencionado, parece combinar una gran fuerza intelectual con una singular frescura e intrepidez de espritu. Su nombre es Scrates y no me sorprendera que acabara siendo mucho ms conocido de lo que es hoy. Cuando lo vi por primera vez, pens que vea al hombre ms feo del mundo. No slo parece tan fuerte como un oso, sino que en verdad se asemeja a este animal. Pero basta que uno hable con l unos pocos minutos para que se sienta asombrado y deleitado por su talento, su encanto, su gentil consideracin para con los otros y su inteligencia extraordinariamente aguda. Haba participado en la reciente campaa de Andcides en Megnida, cuando apartamos grandes peligros gracias a los esfuerzos casi increbles de aquel ejrcito. Incluso en ste haba asombrado a sus compaeros por su aparente y total indiferencia por el calor, el fro, el peligro o la fatiga. Al parecer, no intentaba, como la mayor parte de los soldados jvenes, granjearse una reputacin de coraje y resistencia; segn se dijo, se trataba nada ms de que nunca se le ocurra pensar en la cobarda o el cansancio. Scrates sola replican que, si as era, no mereca encomio alguno; era imposible conocer una cualidad o experiencia, una sensacin, sin conocer tambin las que le son opuestas; un hombre que nada conoce de la cobarda, nada puede conocen del coraje; y si su conducta haba sido en vendad tal como se describa, haba de tratrselo con conmiseracin ms bien que con honor, pues no cabe llamar virtuoso a quien es tan tonto e insensible para no poder distinguir el bien del mal. Pero vuelvo a incurrir en una digresin, me apartan de mi camino los muchos y felices recuerdos de aquella poca. Ahora Pericles est muerto, Fidias, Damn y yo estamos en el exilio, Scrates, por lo que se me alcanza, ha muerto en el campo de batalla o a causa de la peste. Sin embargo, estn unos muertos y estemos otros desterrados, permanece el hecho de que en aquel tiempo vivimos en Atenas y que ese solo hecho nos haca felices. Ahora Sfocles y Eurpides continan produciendo sus tragedias y, cuando las leo, considero que escriben con mayor arte y sabidura que nunca; no obstante, hallo que falta algn elemento que siempre estaba presente en aquellos das. Se me impone el recuerdo de una frase que Pericles emple en cierta ocasin en uno de los discursos oficiales pronunciados en honor de los muertos en el campo de batalla. La primavera dijo- ha desaparecido de nuestro ao. Las flotas de Atenas dominan an el mar; el pueblo reacciona an ante el desastre con resolucin, y cuando se presenta la oportunidad se muestran ambiciosos. Sin embargo, me parece descubrir una cierta apariencia febril en sus empresas, una falta de calma en su confianza. Sin duda, tambin Atenas, en la medida en que es una organizacin de hombres, est sujeta a las leyes generales del crecimiento y la decadencia. De cualquier modo, en cierto sentido cabe decir que ya ha trascendido tales leyes. Como otros Estados, fue culpable de crmenes e injusticias. Peno a diferencia de cualquier otro Estado, ha aspirado a una excelencia que acaso se revele allende los poderes de la naturaleza humana, y, comoquiera que termine el proceso, su xito ha sido ms que parcial. A quienes la conocemos, sus defectos nos parecen, aunque lamentables, incidentales. Lo que amamos en ella es algo que, por ser intachable, debe revelarse eterno.

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CAPITULO XII LA LTIMA OPOSICIN


Pasado un ao, como dije, Pericles fue reelegido para integrar la junta de generales, y se lo continu eligiendo ao tras ao durante el resto de su vida. Al principio hubo de hacer frente a cierta oposicin. sta proceda en gran parte de los restos del viejo partido de Cimn, encabezado ahora por un joven pariente suyo, Tucdides, el hijo de Melesias. Si bien logr algunos xitos, esta oposicin no tuvo ningn efecto real sobre la poltica de Pericles, la cual continu desarrollndose hasta el fin en forma lgica y consecuente y recibi apoyo popular cada vez ms abrumador. Es significativo que otro pariente, aun mucho ms joven, de Cimn, llamado tambin Tucdides, llegara a ser uno de los ms fervientes admiradores de Pericles que yo haya conocido. Es un joven de inteligencia notable y, con toda probabilidad, alcanzar renombre. Ha sido lo bastante amable como para enviarme hace poco desde Atenas unas notas tomadas por l de algunos de los ltimos discursos pronunciados por Pericles. Ha captado bien el estilo y, lo que es ms importante, ha visto por debajo del estilo la ferviente pasin de aquel hombre, pasin que sin duda comparte tambin el joven Tucdides. Creo que su pariente de ms edad, Tucdides, el hijo de Melesias, era hombre honrado y generoso y que su oposicin a Pericles era, como la de Cimn, poltica ms que personal. Combati, por as decirlo, en la ltima trinchera por aquella vieja y desacreditada poltica de amistad con Esparta y, en asuntos de poltica interna, por un retorno a aquellas antiguas y simples normas aristocrticas que existan antes de que Atenas dependiera del mar para su vida y sus empresas. En cierto modo, era ms reaccionario que Cimon y fijaba la vista en un pasado que slo le pareca estacionario porque no lo haba conocido. Cimn haba vivido con los hombres de la flota y si bien lo fastidiaba lo que le parecan extravagantes exigencias polticas de quienes servan con l, no por ello dejaba de respetarlos como hombres y camaradas. Adems, y acaso en forma un tanto irreflexiva, haba abrazado una causa que no era la del imperio ateniense. Su ideal hubiera sido liberar a todos los griegos, excepcin hecha de los que estaban sometidos a Esparta. Tucdides era, si bien menos humano, ms lgico. Consideraba que el viejo prestigio y autoridad de las familias antiguas y de la aristocracia terrateniente en general iban quedando poco a poco sumergidos por gente de nuevas y distintas ideas y estilos de vida, gente cuyos intereses estaban en el mar, en el imperio y en la poltica antes que en sus fincas, una chusma de marineros y estibadores, segn sola denominarlos en la conversacin privada. Miraba el Pireo como el enemigo de Atenas y consideraba los grandes y nuevos edificios y las bien diseadas vas pblicas, mercados, depsitos y arsenales que por entonces, bajo la direccin de Pericles, convertan al Pireo en el mayor y mejor organizado puerto martimo del mundo, una amenaza y un desafo a la misma ciudad. En su opinin, el apoyo de aquella chusma de marineros permiti a Efialto y Pericles despojar al Consejo del Arepago de sus viejos poderes e instaurar un sistema bajo el cual casi todos los miembros del Estado eran elegibles no slo para desempear cargos de responsabilidad sino puestos pagados o sostenidos por un subsidio. La verdadera tradicin de Atenas, porfiaba, era la de Milcades, Jantipo, Aristides y Cimn, y no la de Temstocles y Pericles. Ha de admitirse que aceptaba muchas de las consecuencias lgicas, si bien impopulares, de tales puntos de vista. Comprenda tan bien como Pericles que la estructura de la democracia dependa, para su expansin, y aun para su mantenimiento, de los recursos del imperio, y que para preservar
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el imperio era indispensable que Atenas contara con superioridad naval en todos los mares. Por ello, y puesto que su aspiracin principal era impedir la expansin de la democracia, estaba dispuesto a abandonar el imperio. La amistad con Esparta le pareca digna de este precio, y desde luego pudo valerse de algunos argumentos que parecan poseer fuerza moral. Pon ejemplo, no se cansaba de proclamar que Pericles proceda en forma deshonesta al destinar al embellecimiento de Atenas el dinero allegado por las aliadas para constituir un fondo de defensa. Pero semejantes argumentos resultaban raras veces eficaces, en parte porque las grandes obras pblicas proporcionaban ocupacin a muchos y satisfacan intereses de otros, y en parte porque Pericles representaba en verdad el espritu de empresa y la ambicin de la poca. Tanto Pericles como Tucdides eran hbiles polemistas, pero Pericles tena una ventaja de la que careca su antagonista. Como he dicho a menudo, apelaba a la razn siempre y del modo ms notable, pero al hacerlo su continente impona tanto respeto como su argumentacin, tal era la calma y conviccin con que hablaba. Pareca imposible creer que estuviera equivocado. De ah, supongo, su apodo de el Olmpico. No es que se considerara superior a otros hombres; ms bien se trataba de que no poda evitar el aparecer como tal. Tucdides sola decir: Es como un luchador imbatible. Cuando lo hago caer mediante una argumentacin, se pone en pie al instante, pretende que nunca ha sido derribado y convence a los espectadores de que est diciendo la verdad. Es casi seguro que la ms eficaz tctica poltica que discurri Tucdides fue agrupar a los miembros de su partido en un cuerpo que siempre se sentaba en el mismo lugar en las reuniones de la Asamblea y cuyos integrantes aplaudan a la vez; en general, daba una impresin de unanimidad y entusiasmo mayor acaso que lo que estaba justificado. Entre el resto de la Asamblea haba algunos pequeos granjeros que, viendo a tantos hombres pertenecientes a la clase rica y distinguida -gente a la que estaban acostumbrados a respetar- reunidos en un grupo de aparente cohesin, llegaron a creer que lo que aquellos decan tena algn sentido. Y Tucdides era un poltico lo bastante hbil como para no decir lo que en realidad quera significar. Saba que sera imposible encontrar en la Asamblea una mayora deseosa de modificar la constitucin en cualquier sentido reaccionario, o de hacer a Esparta mas concesiones de las que pudieran evitarse. En verdad, la nica razn por la que, por breve perodo, al pueblo no le agrad la poltica de Pericles, fue que no hizo concesin de ninguna ndole. Sin embargo, salvo en pocas de xitos del todo extraordinarios y sin precedentes, la gente se siente siempre inclinada a comparar desfavorablemente el presente con el pasado. Olvidan pronto lo que era malo en el pasado y lleva tiempo comprender lo que hay de bueno en el presente. En particular, los atenienses apenas parecen vivir en el presente. Viven en el pasado o en el futuro. Pericles conoca de sobra este hecho y, ms que cualquier otro estadista, combinaba la ms profunda reverencia por el pasado con una esclarecida y dinmica conduccin que apuntaba hacia el futuro. Tucdides estaba, por necesidad, reducido al pasado, pero en Atenas siempre le resulta posible a cualquiera que tenga suficiente habilidad impresionar a un auditorio con reflexiones acerca de los buenos das de antes, das en que se supone, en especial por parte de los ancianos, que el pueblo era ms feliz y ms virtuoso que hoy. Un mtodo para desacreditar a Pericles consista en sugerir que, desde un punto de vista moral o religioso, no era ortodoxo y que, por ello, no inspiraba confianza en poltica. Pero era difcil lanzar tales ataques, por convincentes que fueran, si se dirigan contra Pericles. Todos saban de sobra que, en contraste con muchos de sus opositores, era abstemio, corts, honrado y patritico. Su gran devocin por Aspasia haba sorprendido a mucha gente y chocado a algunos, pero nadie tomaba en serio, si bien muchos se divertan con ellas, las historias de que era un seductor de mujeres nobles y de que Fidias, al representar a estas damas en las nuevas obras de escultura y de arquitectura, era empleado en realidad por Pericles como alcahuete. Hasta se deca que aquellos especimenes de esa rara y hermosa ave, el pavo real, que acababan de introducirse por primera vez en Atenas, haban sido especialmente importados por Pericles, quien obsequiaba o sobornaba con ellos a sus queridas.

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En los casos (y no eran muchos) en que el principal antagonista era invulnerable, resultaba normal procurar desacreditarlo lanzando ataques contra sus amigos. Un hombre bueno posee buenos amigos; pero siempre cabe atacar al bueno mientras ste sea desconocido o su conducta sea susceptible de tergiversacin. Muchos de los amigos de Pericles eran conocidos y admirados de todos, como por ejemplo Sfocles. Pero haba otros, entre ellos yo mismo, a quienes se conoca de odas y, en parte por esta razn, eran objeto de sospecha. Puede decirse con verdad que ramos heterodoxos en algunas de nuestras opiniones, y poda suponerse sin mucha justicia que semejantes opiniones tendan a subvertir el orden social. Yo mismo me alarm cuando un traficante de orculos medio loco, llamado Difito, logr excitar a la Asamblea, a la que inst a aprobar un decreto que condenara a quienes no creen en los dioses y a quienes ensean cosas acerca de los cuerpos celestes. Comprend que si se me hacia comparecer acusado de impiedad ante un tribunal, me resultara difcil explicar a un jurado lleno de prejuicios los argumentos que me haban llevado a afirmar que el sol est hecho de roca fundida y es mucho ms grande de lo que parece ser, as como de que mis opiniones sobre los dioses slo son inteligibles para hombres que hayan reflexionado mucho y bien sobre el tema. Peno en esta ocasin se me hizo gracia, en parte porque Pericles reconquist muy pronto su ascendiente, y en parte porque sus enemigos perseguan a otros ms importantes dentro de la poltica que yo. Durante los aos que siguieron a la paz, hubo varios intentos de aplicar el ostracismo a ciudadanos a quienes se saban simpatizantes de la poltica de Pericles; pero s Tucdides y sus consejeros esperaban desembarazarse mediante ese recurso de Pericles, los hechos probaron que estaban equivocados y no pas mucho tiempo sin que se emplearan contra ellos sus propios mtodos. Apenas hubo un solo voto contra Pericles; sin embargo, sus amigos no fueron tan afortunados y uno de los ms viejos, Damn, se vio forzado, por el resultado de una de aquellas votaciones, a marchan al exilio. Fue un trago amargo para Pericles y para muchos de nosotros. Fue tambin un abuso del ostracismo que, en mi opinin, slo es recurso poltico vlido en pocas en que en el Estado contienden con encono dos polticas, una de las cuales ha de adoptarse necesariamente; y en tales casos, es de desear que el hombre que ha de marchar al exilio sea uno u otro de los jefes de los dos partidos. Pero Tucdides no tena una poltica positiva, o ms bien no se aventuraba a revelarla; y Damon, aunque era amigo intimo de Pericles, apenas haba participado en la poltica activa. De modo que la votacin contra Damn no sirvi a ningn propsito poltico til. La mayor parte de quienes inscribieron su nombre en las tablillas de barro cocido que se empleaban para la votacin obraron impelidos por sentimientos mezquinos, como el deseo de agraviar y por malicia. Luego muchos de ellos se avergonzaron de tales sentimientos y, para salvar sus conciencias, volvieron contra Tucdides el resentimiento que en realidad experimentaban contra s mismos. La derrota final de Tucdides se produjo, y estuvo en parte enlazada con ella, cuando se fund la importante colonia de Sibans en Italia meridional. Era un proyecto que el propio Pericles haba apoyado y de cuya organizacin haba sido l principal artfice. Merece, segn creo, algo ms que una mencin al pasar, puesto que para l representaba no slo una extensin de la influencia ateniense en el oeste, sino tambin un ejemplo de cmo Atenas poda cooperar con otros Estados en una arriesgada empresa que era helnica antes que nacional. Se propona, desde luego, que en esto como en otras cosas contrastara la actitud de Atenas con la de Esparta, pues cuando, unos pocos aos antes, haba llegado desde Italia una delegacin para pedir a Esparta y a Atenas ayuda a fin de fundar la nueva colonia, Esparta haba rechazado de plano la proposicin. La delegacin estaba integrada por descendientes de la antigua ciudad de Sibaris que, en su tiempo, haba sido proverbial por su riqueza y lujo. Hacia casi sesenta aos que la gran ciudad haba sido destruida por las fuerzas de la hermandad pitagrica que dominaba la cercana ciudad de Crotn. Y aqu, si se me permite una digresin, me agradara enunciar la opinin de que aquellos pitagricos, que se haban constituido en una organizacin poltica con la intencin expresa de obligan a otros hombres a adoptar sus extraas nociones de pureza y rectitud, actuaban de un modo por completo impropio de filsofos. Y me temo que alguna responsabilidad alcance al propio Pitgoras que, si
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bien cuando viva en Samos pareca ser hombre sensato, despus de establecerse en Italia se dice que crea en su divinidad. Algo semejante suele ocurrirles a los jonios y otros griegos que marchan al oeste. Empdocles de Sicilia, pon ejemplo, se imagina que es un dios, y Parmnides da la impresin de que sustenta la misma creencia sobre s mismo. No es que quiera restar importancia a los mritos reales e importantes descubrimientos de Pitgoras en matemtica y en teora musical. Pero el xito de tales descubrimientos parece haberlo inducido a la extravagancia. Crea que todo el universo era matemtico y musical; despreciaba la observacin y converta a los nmeros en dioses. Pero nosotros, los jonios, hemos intentado, desde la poca de Tales, explican el universo por medio de algn principio general; desde luego, hemos observado que la apariencia no es lo mismo que la realidad; peno nunca hemos dado el paso absurdo de negar que la apariencia existe. Como yo mismo lo expres, lo que aparece es una visin de lo invisible. Pero Pitgoras parece creer que slo lo invisible existe. Tal modo de pensar ha de acabar de modo ineludible en una actitud inhumana. Declara que el cuerpo es una tumba, queriendo significar con ello que slo el alma posee existencia real y valedera. Esta frase me parece falta de sentido y, por consiguiente, ha de llevar a toda clase de contradicciones filosficas. Pero aqu me interesan ms bien las peligrosas consecuencias polticas y morales de este pensamiento. Pues si uno niega el cuerpo, es preciso que vuelva la espalda no slo a la evidencia de nuestros sentidos sino a toda vida humana tal como en general se vive. Y los secuaces de Pitgoras declararn que nada tiene importancia, excepcin hecha de la purificacin del alma. Es sta una doctrina muy distinta de nuestra suposicin normal de que un hombre debe tender a la excelencia, pues en nuestra idea de excelencia incluimos la belleza, la inteligencia, la fuerza, la justicia y muchas otras cualidades sociales, fsicas e intelectuales. Peno los pitagricos, preocupados de manera exclusiva por la purificacin de su alma, no han de entrar, s son consecuentes, en la esfera de la accin en la cual las virtudes se desarrollan y ejemplifican. Consideran tal accin como una suerte de polucin de su verdadera naturaleza, que es matemtica o musical, o ambas a la vez, y, segn ellos, divina. Por ello uno se siente inclinado a imaginar que un pitagrico no participar en los asuntos humanos, o participar en ellos lo menos posible, dado que toda accin que no sea musical o matemtica es impura. Y al parecer, sa fue la doctrina original. Se concibi un estilo de vida que apartara al creyente de la sociedad humana ordinaria. Se impusieron estrictas reglas de austeridad, as como cierto nmero de peculiares prohibiciones concernientes a la carne, las habas, la ropa de cama y los gallos blancos. Pero lo cierto es que, cuando se la reprime, la naturaleza humana tiende a afirmarse. Es natural que un ser humano entre en relaciones polticas y sociales con otros; no slo natural sino bueno, y en una democracia como en la que viv en Atenas, las relaciones personales son tan libres y llanas como sea posible. S que hasta en Atenas cabe hallar inconsecuencias. Damn padeci por entonces, yo padec despus y, sin duda, otros padecern ms adelante una sbita tormenta de estupidez e intolerancia. Pero en general los atenienses se enorgullecen sobre todo de su libertad y, para salvaguardara, toman ms precauciones que cualquier otro pueblo. Y lo hacen a la vez por instinto y por raciocinio. Escuchaban a Pericles como a un amigo y un orculo cuando les explicaba que la felicidad era imposible sin la libertad, puesto que slo en el seno de la libertad poda el hombre desarrollar y acentuar sus numerosas posibilidades hasta el punto de llegar a ser un deleite y un beneficio para s mismo y para los otros. Y esto es, en ltima instancia, lo que distingue a los atenienses de los espartanos y, en verdad, de todos los otros pueblos. A una persona falta de modestia le resultar imposible comprenden o ponen en prctica esta nocin de libertad. A despecho de sus dotes superiores, Pericles slo impona su voluntad a los atenienses por medio de la persuasin, pues crea que cada uno de ellos era importante tanto individualmente como para el bien general. En fin, me he sentido llevado a escribir tanto de estos pitagricos establecidos en Italia no porque merezcan mucha atencin pon si mismos sino porque parecen ilustrar un estilo de pensamiento del todo diferente y con mucho inferior al de Pericles.
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Para empezar, eran inconsecuentes y Pericles fue siempre coherente. En vez de retirarse del mundo y en un lugar apartado cultivar sus almas, que deseaban ver separadas de sus cuerpos, acometieron la empresa de reformar el mundo sin tener para nada en cuenta otras opiniones y deseos que no fueran los propios. En las ciudades italianas se constituyeron en cerradas aristocracias de piedad que dominaban las grandes masas de ciudadanos en los diversos Estados que llegaron a gobernar. Justificaban una conducta que de acuerdo a un criterio normal se calificara de injusta con la teora de que conviene hacer el bien al pueblo, aun contra su voluntad. Por lgica, Pericles no crea que tal cosa fuese posible. El hombre no puede ser bueno sin libertad. As poda emplean las palabras en su sentido normal. En las ocasiones en que se vala de la coercin, jams pretenda que la coercin fuese buena, slo que era necesaria. Optaba, segn deca, por un mal menor, pero tena conciencia de que se trataba de un mal. Los pitagricos hacan el mal creyendo equivocadamente que hacan el bien. Y as, poco tardaron en incurrir en todos los crmenes y exageraciones de una tirana que, a medida que se tornaba ms hipcrita, se volva ms violenta. Una de sus acciones fue, como dije, la destruccin de la gran ciudad de Sibaris que, amante del placer y democrtica, pareca amenazan no slo sus intereses materiales sino su modo de vida. Este acto de barbarie fue una de sus ltimas hazaas. No pas mucho tiempo sin que, como era de esperar, estallaran revoluciones en todos los Estados que se hallaban bajo su dominio. Muchos de los pitagricos fueron muertos, y muchos arrojados al exilio. Los supervivientes hicieron entonces lo que, de haber sido lgicos, debieron haber hecho en primer lugar, y consagraron toda su atencin a la filosofa. A partir de entonces han realizado estudios tiles de matemtica. Pero no me sorprendera que, en un tiempo futuro, intentaran recobrar el podero poltico y autocrtico. Esto es lo que siempre ocurre a los grupos de hombres que no toleran la diversidad. Pericles, a quien se debe en gran parte la cordial acogida que se brind en Atenas a la delegacin de sibaritas y la fundacin de la nueva ciudad en Italia, mostr un espritu del todo distinto y, en verdad, sorprendi mucho a sus antagonistas polticos. Se lo haba acusado de anteponer a todo los intereses de Atenas a expensas de otros, en particular de los aliados. Haca poco haba hablado en favor de alianzas con las ciudades sicilianas de Leontini y Segesta, y Tucdides haba protestado que aqul era otro paso ms que aumentara en forma peligrosa los compromisos atenienses en el oeste. Pero ahora, con respecto a esta nueva colonia, mostr su disposicin de conciliar a los enemigos y de ejercer la influencia de Atenas por medio de la generosidad ms que por la compulsin. Los dos jefes de los colonos eran atenienses, peno colonos de todas las partes de Grecia, incluso de los Estados dricos del Peloponeso, fueron invitados a unirse a la expedicin. El propio Tucdides haba de acompaarla y permanecera all hasta que el poblado hubiera quedado establecido de modo definitivo. En la nueva aventura los atenienses no disfrutaran de derechos exclusivos, sino slo del prestigio de la direccin y la concepcin de los planes. No hay, desde luego, duda alguna de que Pericles esperaba que al fin el resto aceptara de buen grado los mtodos atenienses de gobierno y administracin, y de que la nueva colonia sera aliada de Atenas; pero lo significativo es que no intent asegurar tal resultado por ninguna suerte de compulsin y que, cuando sus esperanzas se vieron defraudadas, no procur modificar el curso de los sucesos. Considero esto una prueba pblica de lo que yo y muchos otros conocemos en privado: que all donde estaban comprometidos los intereses vitales de la seguridad ateniense, Pericles era inflexible, pero que cuando pensaba en el futuro, lo haca en trminos de una generosa cooperacin entre los griegos. Crea que bajo tales condiciones se aceptara a los atenienses como conductores, pero deseaba que tal direccin se fundara, como la suya propia en Atenas, en la habilidad y la persuasin antes que en la afirmacin de la fuerza armada. Estoy bien informado acerca de esta colonia, pues muchos de mis amigos figuraban entre los colonos. Algunos eran hombres muy distinguidos, como por ejemplo Hipodamo de Mileto, el diseador de la ciudad que, en consulta con Pericles, haba dirigido las nuevas construcciones del
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Pireo. Fue uno de los primeros que reconoci las evidentes ventajas, desde el punto de vista de la fiscalizacin del trnsito, de las anchas vas rectas que se entrecruzan en ngulos rectos. Como resultado de su obra, uno puede recorrer en el Pireo el doble de la distancia que recorrera en Atenas durante el mismo tiempo. Haba tambin otro jonio, Herodoto de Halicarnaso, uno de los hombres de espritu ms agudo y de mayor erudicin que yo haya conocido, y gran viajero. Era ya amigo de Pericles, y Sfocles haba escrito un poema en su honor; esto fue antes de que completara su gran Historia. A Pericles lo haban impresionado mucho las partes de la Historia que haba ledo y luego su influencia fue decisiva para que se otorgara a Herodoto el premio literario mayor, por la suma de dinero, que se hubiera conferido nunca a un griego. Y ello no se debi a que Herodoto era su amigo, ni tampoco a que en su Historia subrayaba con razn el importante papel desempeado por Atenas en las guerras contra Persia. Se debi a que la obra era excelente, original, y en la medida en que esto sea posible en historia, verdica. Pericles crea qu era deber y privilegio de Atenas apoyar y alentar todo lo excelente. Otro de los colonos fue Protgoras de Abdera, tambin hombre de inmenso saber, si bien no podra calificarlo de filsofo. Como la mayor parte de los conocidos con el nombre de sofistas, le interesaba ms adquirir y emplear el conocimiento para propsitos de poltica prctica que investigan la naturaleza fundamental del universo. Muchos de estos sofistas declararn que el descubrimiento de la verdad es imposible o que, si fuese posible, tal conocimiento jams podra comunicarse a otros. Encontrareis an a mucha gente que cita la sentencia de Protgoras El hombre es la medida de todas las cosas para justificar su egosmo, su letargo, su falta de curiosidad y su ignorancia. En realidad, esta sentencia tan difundida slo puede significar algo muy evidente o algo falso sin la menor duda. Pero Protgoras es un hombre bueno cuyas opiniones sobre cuestiones prcticas son dignas de atencin. Se le encomend redactar la constitucin de la nueva colonia y, segn se me dijo, realiz la tarea de modo encomiable, aunque defraud a los sibaritas originarios, que esperaban, sin ninguna buena razn que los apoyase, ocupar una posicin de particular privilegio. De hecho, surgieron, como acaece con frecuencia, muchas dificultades y desacuerdos antes de que la ciudad tomara forma final en Turia, cerca de donde estaba emplazada la antigua Sibanis. El propio Tucdides se vio envuelto en una de esas disputas y, cuando regres a Atenas, le entabl querella judicial uno de los dos fundadores atenienses. Se presentaron tambin dificultades con algunas de las ciudades italianas de las cercanas, y el pueblo de Turia tuvo la fortuna de asegurarse los servicios del exiliado espartano Clendnidas, excelente soldado aunque, como descubri Pericles, fcil de sobornar. Hoy Turia es una rica y prspera ciudad. Despus de otra estancia en Atenas, Herodoto volvi all, donde vive honrado como uno de sus ciudadanos principales. Es uno de esos lugares que lleva la marca de Atenas sin depender de Atenas, y esto es lo que deseaba Pericles. Y ocurri (esto a causa, desde luego, de un puro accidente) que la aventura de Turia redund en beneficio poltico de Pericles. Despus de haber sido juzgado por sucesos relacionados con la expedicin, Tucdides se torn, con razn o sin ella, extremadamente impopular. En el pasado reciente haba intentado desacreditar a Pericles atacando a sus amigos y, sin xito ninguno, desembarazarse de Pericles por medio del ostracismo. Ahora le toc el destino que haba proyectado para otros. Se vot su ostracismo y Tucdides se vio obligado a ir al exilio por diez aos. Durante el resto de la vida de Pericles no hubo ya una oposicin resuelta o importante a su jefatura.

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CAPITULO XIII LA GUERRA CON SAMOS


Un notable ejemplo del absoluto ascendiente que Pericles haba conquistado sobre el pueblo ateniense puede hallarse en la guerra con Samos, que estall poco despus del ostracismo de Tucdides. En esta guerra los atenienses perdieron muchas vidas y, durante un breve perodo, corrieron gran peligro. Los restos del partido de Tucdides, que afirmaba que Atenas actuaba con total menosprecio de la justicia y de su seguridad, se opuso en forma terminante a la guerra. Los apoyaban algunos de los poetas cmicos que hacan lo posible pon ridiculizar a Pericles porfiando en su supuesta mezquindad y en su pasin por Aspasia. Por la poca en que estall esta guerra, Samos era con mucho la ms poderosa de las aliadas. Su larga tradicin naval se remontaba a los tiempos del tirano Policrates que, segn se dice, concibi los primeros navos de guerra modernos y convirti la ciudad de Samos, antes de la conquista persa, en una de las ms ricas y brillantes del mundo. Los samios pretenden, no sin cierta razn, que en aquellos das descollaban no slo en la construccin de navos, sino en arquitectura, ingeniera y poesa. Entre sus filsofos podan nombrar a Pitgoras, sobre quien ya he emitido mi opinin. Samos posea una poderosa flota y, junto con las otras grandes islas de Quos y Lesbos, proporcionaba naves ms que dinero como contribucin a la alianza ateniense. Como resultado de ello, estaba habituada a considerarse independiente. Los atenienses no haban intentado modelar o dominan su gobierno, como lo haban hecho en el caso de la gran ciudad continental de Mileto. La guerra estall a causa de una disputa con Mileto, que haba sido rival de Samos durante largo tiempo y poda jactarse de un pasado tambin distinguido (mucho ms distinguido desde el punto de vista filosfico), si bien, en mi opinin, raras veces pueden considerarse las ocasiones que precipitan las guerras como sus verdaderas causas. En Samos exista un fuerte partido antidemocrtico que se senta amenazado por el creciente prestigio de las democracias que, desde luego, estaban apoyadas por Atenas. Pero el nacionalismo puede ser una fuerza tan poderosa como la democracia, y hasta pareca posible que sus antagonistas polticos se unieran en un comn esfuerzo por asegurarse una completa independencia, la cual, si se conquistaba, los consolidara en el poder. En tal situacin la guerra era probable, si no inevitable. Lo mismo cabe decir de la presente guerra, cuyo estallido no dependi de ninguna disputa particular sino del simple hecho de que los espartanos comprendieron que, mientras creciera el poder de Atenas, su propia situacin se ira debilitando, sin remedio. De modo que, con relacin a esta guerra con Samos, los sucesos que la provocaron revisten slo importancia incidental. No es que sea del todo exacto decir que la causa real de la guerra resida en los intereses en pugna de la democracia y un sistema en cuya virtud asuman de un modo natural el poder los ricos y las familias nobles. Esta explicacin se acerca a la verdad, pero confunde la cuestin el hecho de que la democracia ateniense, modelo de todas las democracias, era tambin, y por necesidad, un imperio. Era posible y casi razonable que un samio demcrata considerara cualquier intervencin ateniense en sus asuntos como un ataque a su libertad. Sin duda, Pericles conoca esta actitud y poda simpatizar con ella. Pero su grandeza estriba en que era hombre realista tanto como terico. Lo vital haba de defenderse a cualquier precio; y, en su opinin, la misma Atenas, dirigente y ejemplo de toda libertad y de toda brillante esperanza, dependa para su existencia y supervivencia del mantenimiento de su imperio. Para l, la libertad era ms que una palabra o que una sensacin de irresponsabilidad. La conceba como el resultado de la seguridad, de la iniciativa, y como una integracin de la delicadeza y la fuerza. Poda ser implacable, pero no poda ser inhumano, sentimental o hipcrita. A diferencia de otros estadistas,

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comprenda todas las consecuencias de cualquier decisin que tomara, pero no por ello dejaba de adoptar con toda rapidez una decisin. Sabia que la intervencin en Samos poda significan la guerra, y estaba dispuesto a librarla si ello era inevitable. Acompaaban a los representantes de Mileto que se dirigieron a Atenas para pedir ayuda con motivo de la disputa fronteriza con Samos, cierto numero de demcratas samios, quienes declararon que el gobierno de su isla proyectaba separarse de la alianza e instaron a Pericles a reemplazarlo por una democracia, medida que requerira el empleo de la fuerza. Por mocin de Pericles, los atenienses apoyaron la reclamacin de Mileto y enviaron cuarenta naves a Samos. La operacin fue demasiado repentina como para que pudiera oponrsele resistencia. Los atenienses capturaron a un centenar de rehenes, en su mayor parte nios y muchachos de las familias principales, y los dejaron bajo custodia en la isla de Lemnos. En Samos instalaron un gobierno democrtico, y zarparon despus de dejar all un delegado ateniense al mando de una pequea guarnicin. Pero no haban apreciado bien el podero y resolucin del partido antidemocrtico. Muchos de sus miembros haban escapado al continente tan pronto como se avist la flota ateniense, haban marchado tierra adentro hasta llegar ante el gobernador persa Pisutnes y hallaron que ste tena disposicin de ayudarlos. Como Persia y Atenas no estaban en guerra, no poda ponerse de una manera franca del lado de los antidemcratas, pero les proporcion una efectiva ayuda. Puso a su disposicin alrededor de setecientos mercenarios y con esta fuerza retornaron a Samos de noche, y despus de exterminar a la guarnicin ateniense, mataron o arrestaron a la mayor parte de sus antagonistas polticos y luego, obrando con suma celeridad, desembarcaron en Lemnos y liberaron a los rehenes. Entregaron sus prisioneros atenienses a los persas, no sin antes haberlos marcado a fuego en la frente con el emblema ateniense de la lechuza. Este acto de salvajismo origin, como suelen hacerlo semejantes actos, una represalia igualmente salvaje, y as, en el combate subsiguiente, los atenienses marcaron a fuego a sus prisioneros samios con la figura del samaena, una especie de navo de guerra que, segn se supone, fue diseado por Polcrates y que sola aparecer en las monedas samias del mismo modo que la lechuza en las de Atenas. El que los samios hubieran obrado de este modo parece indicar que se sentan demasiado fuertes para ser atacados. Esperaban asimismo que otros miembros de la alianza ateniense aprovecharan la oportunidad para sublevarse, de modo que si Atenas se decida a obrar, se vera obligada a dispersar sus fuerzas en varios frentes y no sera en realidad efectiva en ninguno de ellos. Y de hecho la importante ciudad de Bizancio, que sin duda estaba en connivencia con los samios, cerro sus puertos a los navos atenienses y se neg a entregar su contribucin al tesoro ateniense. El sentimiento dominante en Atenas era de clera ms que de alarma, aunque haba razones para alarmarse. Hasta entonces, el pueblo haba festejado chistes en el sentido de que el nico motivo de Pericles para apadrinar la causa de Mileto haba sido su pasin por Aspasia, que era, como es sabido, nativa de esa ciudad. Crean que despus de haber aplastado la revuelta de Eubea, no haba motivos de intranquilidad y, al verse ahora defraudados, reaccionaron con su habitual violencia. Estaban dispuestos a dar a Pericles cuanto pidiera, y Pericles no pidi nada menos que el empleo de toda la fuerza del Estado. Vea ms claramente que el resto el peligro real de la situacin y saba que cada da que pasara sin que se emprendiera una accin el peligro aumentara. Al menos algo apareca ahora claro e innegable: no se poda contar con Persia ni con Esparta para mantener la paz. Pisutnes apoyaba ya a los rebeldes y una delegacin de stos estaba camino de Esparta. La lealtad de Quos y Lesbos inspiraba particular ansiedad, puesto que si sus flotas se unan a Samos y las apoyaba la flota fenicia que se hallaba bajo el dominio persa, Atenas se vera superada en nmero en su propio elemento, el mar. Se pidi a los diez generales atenienses que sirvieran en esta campaa. El propio Pericles march inmediatamente con los sesenta navos de que se poda disponer en ese momento, volviendo a correr as una vez mas un riesgo deliberado, pues los samios posean una flota de por lo menos
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setenta navos y a Pericles le era indispensable deshacerse de algunos, para obligar a Quos y Lesbos a enviar sus contingentes y para vigilar cualquier posible movimiento de los fenicios. Pero los atenienses se crean con razn los mejores marinos del mundo y en todas las batallas navales les haba inspirado indiferencia la desigualdad numrica. sta fue una de las tantas ocasiones en que los atenienses fueron llamados a filas y en que los navos se aparejaron para zarpar en medio de una fiebre de prisa, impaciencia y entusiasmo. Muchos de los que sirvieron en esta expedicin eran amigos mos. Sfocles era uno de los generales. Mi antiguo discpulo Arquelao formaba en la infantera, lo mismo que el joven Scrates. No hay duda de que la celeridad e intrepidez de la accin de Pericles sorprendi a los samios. Haban imaginado que Atenas no hara nada o que le llevara cierto tiempo reunir sus fuerzas, y haban decidido emplear lo que les pareca un intervalo para ajustar sus cuentas con Mileto. Pero hubieron de volver precipitadamente de Mileto, llamados por seales de humo que anunciaban la llegada de la flota ateniense. Pericles haba despachado ya algunos buques a Quos y Lesbos, de modo que cuando se enfrent a la flota enemiga, compuesta de unos setenta trirremes, l slo contaba con cuarenta y cuatro. Emprendi batalla sin dilacin, derrot a los samios y los oblig a retirarse al puerto. Sin embargo, careca an de suficiente podero naval y militar para establecer un bloqueo regular. Unos pocos navos samios lograron salir del puerto y navegaron hacia el sur para entrar en contacto con Pisutnes y exhortarlo a que les proporcionara la flota fenicia. Fue ste un peligro que Pericles analiz con mucha prudencia. La flota fenicia no entrara en accin sin una orden del Gran Rey, pero Pisutnes ya haba roto la paz con Atenas y no haba medios de saber con certeza si aqul aprobara o desaprobara tal decisin. En esta ocasin, la mera posibilidad de la ayuda persa hizo tanto bien a los samios como lo hubiera hecho la misma ayuda, en el caso de que alguna vez llegara. Pericles vio pronto reforzados sus efectivos por veinticinco navos procedentes de Quos y Lesbos, y otros sesenta, junto con un poderoso ejrcito, procedentes de Atenas. Estaba ahora en condiciones de desembarcar tropas en numero suficiente como para emprender operaciones, y procedi a erigir fortificaciones a fin de bloquear la ciudad de Samos. Pero antes de que las fortificaciones estuvieran terminadas, llegaron noticias de que la flota fenicia haba zarpado de Tiro y navegaba hacia el norte. Para hacerle frente, Pericles zarp con sesenta naves. Dejaba tras de s sesenta y cinco navos, fuerza bastante poderosa como para contener a la flota samia y, por lo dems, las fortificaciones parecan ya capaces de resistir cualquier ataque. Sus clculos estaban justificados por todas las circunstancias y, por otra parte, resulta difcil ver cmo hubiera podido actuar de modo distinto. Si permita que una gran flota fenicia entrara en contacto con los samios, las dificultades aumentaran en forma incalculable para los atenienses. A los samios se les brind una oportunidad de accin, si bien leve, y la aprovecharon con habilidad y audacia. Hicieron sus preparativos con mucho sigilo, equiparon sus navos con notable rapidez y atacaron por sorpresa, con todo mpetu, a los pocos buques atenienses que vigilaban el puerto; echaron a pique a muchos de ellos y obligaron a huir al resto. Lo que quedaba de la flota ateniense entr pronto en accin y sufri una derrota, si bien las prdidas no fueron considerables. Asimismo, se lanz un ataque contra el campamento ateniense y all los samios hicieron muchos prisioneros. Los atenienses mantenan an las fortificaciones principales, peno ahora estaban a la defensiva y, durante un par de semanas, los samios dominaron el mar. Emplearon este periodo para llevar a la ciudad provisiones y pertrechos blicos, as como para enviar a Esparta otra delegacin, la cual exager la victoria e inst a los espartanos a actuar antes de que fuera demasiado tarde.

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Toda la operacin haba sido brillantemente concebida y realizada. Es interesante observan que suele atribuirse a un filsofo el mrito de ella. Era Meliso, que mand las fuerzas samias durante el asedio y pon cuyas cualidades militares Pericles mostraba gran consideracin. Y lo cierto es que Meliso merece gran alabanza como general. Como filsofo resulta interesante pero, en mi opinin, es superficial. Desarrolla con gran sutileza la doctrina de Parmnides de que el Todo es Uno. Esta doctrina procura mostrar, entre otras cosas, que todo movimiento, todo cambio, todo acaecer, todo llegar a ser y todo dejar de ser, toda diversidad, son ilusorios, y siempre me pareci curioso que un general conocido por su rapidez de accin creyera que el movimiento es imposible. Despus de unos quince das, Pericles retorn con el cuerpo principal de la flota. No se haban descubierto rastros de la flota fenicia y no se haba entenado de la accin consumada con xito por Meliso. Sfocles me declar que fue sa la nica ocasin en que hall a Pericles impaciente y casi resentido. Se censuro a s mismo su larga ausencia, si bien no cabe imaginar cmo hubiera podido evitarla, y recrimin a los otros generales su falta de previsin y energa. De modo caracterstico, nunca hacia reproches a las tropas o tripulaciones de los buques, pues crea que los hombres que estaban bajo su mando siempre combatiran con todo entusiasmo si tenan una direccin adecuada. Hasta reprendi a Sfocles, que intentando divertirlo, le cont cmo, en un banquete, haba quedado fascinado por la apariencia de un hermoso mancebo que escanciaba el vino y cmo, despus de un diestro intercambio de palabras, haba inducido al muchacho a ofrecerle el rostro para que l lo besana. Y despus de eso -haba concluido Sfocles-, pretendes que no soy estratega. Pero lejos de mostrarse divertido, Pericles haba replicado: En la guerra, un general ha de mantener limpios no slo sus manos sino tambin sus ojos. La observacin era hiriente para Sfocles que, en realidad, era un general eficiente, e inslita en Pericles, que siempre se mostraba indulgente con sus amigos y casi nunca reprenda a nadie. El que hubiera procedido as indica el estado de extraordinaria tensin en que entonces se hallaba su espritu. Pues vea con mas claridad que otros el extremo peligro de la situacin y, acostumbrado como estaba a estimar las posibilidades del futuro, tena conciencia de que la obra de toda su vida se vea ahora comprometida. Los samios eran fuertes y confiaban en s mismos. Les faltaba, en verdad, podero para enfrentarse a todas las fuerzas de Atenas, pero, si sus xitos inducan a Esparta a invadir por tierra y a otros Estados de la importancia estratgica de Bizancio a sublevarse, Atenas no podra ya concentrar su poden y, si perda algo, lo perdera todo. Creo que Pericles consideraba la situacin entonces ms seria que cualquier otra en que se hubiera hallado, ms peligrosa que la surgida despus del desastre egipcio o que cuando tuvo lugar la revuelta de Eubea. Aun en el momento mismo del estallido de la guerra presente, no perdi en modo alguno la confianza, pues lo asistan todas las razones para creer que mientras Atenas se atuviera a la poltica que l le dictara, saldra victoriosa. No poda ver semejante certidumbre ahora que en Samos se haba creado una situacin distinta, y ste, segn creo, fue el nico perodo de su vida en que obr con una impaciencia que le era impropia. Por ejemplo, la Asamblea de Atenas aprob un decreto en extremo singular, el cual, si bien no fue apoyado por Pericles (no estaba en Atenas por entonces), al menos no tropez con su oposicin. Se haba prohibido a los poetas cmicos criticar por dos aos, en la escena, la conduccin de la guerra. En muchos Estados semejante medida hubiera sido normal y esperada en tiempos de crisis, pero en Atenas era algo que no tena precedentes. Pues en Atenas, si bien existen las prescripciones ms estrictas para asegurar la observancia de la cortesa en la vida privada, una vieja tradicin permita a los poetas cmicos gozar en la escena de completa licencia para lanzan ataques contra individuos, por prominentes que stos fuesen. En verdad, sorprender a muchos que semejante licencia sea tolerada por un pueblo que, en la vida ordinaria, considera que un insulto deliberado es ms ofensivo que cualquier otra cosa. Los tribunales pueden imponer castigo hasta por una palabra ofensiva y el que golpea a un hombre, sea ste ciudadano, extranjero o esclavo, se hace merecedor de las ms severas penas legales. Sin embargo, nadie piensa que se pueda injurian a un
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general o a un poltico en la escena. Puede ser acusado de peculado, cobarda o inmoralidad, y se espera que el propio aludido se una a la carcajada general. Por cierto, hacia tiempo que Pericles estaba acostumbrado a las bromas corrientes sobre su amor por Aspasia, su austeridad en la vida privada, los pavos reales comprados para sus queridas, la extraa forma de su cabeza, su extravagancia en lo tocante a entretenimientos musicales y procesiones estatales, y muchas otras cosas por el estilo. Para mi, la incoherencia de esta actitud de los atenienses es ms aparente que real. Siempre se mostraron muy sensibles a la injusticia personal, de modo particular si afecta a los dbiles e indefensos. Por consiguiente, todos los hombres, y sobre todo aquellos que no estn en condiciones de defenderse, son protegidos por la ley, que no tolera que sean objeto de un trato afrentoso e insolente por parte de aquellos que son agresivos por naturaleza, o que, a causa de un concepto equivocado o insensible de su propia riqueza o poder, se consideran superiores a sus semejantes. Pero el hombre a quien los votos de su pueblo reconocen como excepcional y merecedor del poder parece buen blanco para la crtica. Tal crtica deleita a los oyentes y no puede hacer serio dao a un hombre cuya posicin es reconocida, en cualquier caso, como superior. Y en verdad, los ms supersticiosos consideran que tales ataques pblicos resultan ms bien beneficiosos, pues pueden desarmar lo que, segn se supone, es la envidia que sienten los dioses pon los grandes hombres (nocin que, a mi parecer, muestra un concepto bastante mezquino de la divinidad); al paso que otros, ms nacionales, consideran que no deja de ser til recordar a los grandes hombres que ellos tambin son humanos. Pericles no slo conoca esta tradicin, sino que la aprobaba. Mientras la dignidad de los otros le inspiraba el ms tierno respeto y deca a menudo que, puesto que hasta una mirada puede ofender, no menos que palabras y actos insolentes, y que pon lo tanto los hombres injustos y engredos haban de ser castigados por la ley, nunca se sinti herido por las crticas que se le hacan y se manifestaba indiferente ante una falta de consideracin para con l. En cierta ocasin, segn recuerdo, un hombre excntrico y tosco, que imaginaba tener motivos de queja contra Pericles, lo sigui a lo largo de toda Atenas gritndole denuestos. Pericles no le prest ninguna atencin hasta que lleg a la puerta de su casa, cuando ya oscureca. Llam entonces a Aspasia y despus de haberla besado como era su costumbre, dijo: Me agradara que pidieras a un sirviente que traiga una antorcha y que le alumbre el camino a m amigo, que regresa a su casa. Por lo tanto, es natural que mucha gente hallara casi increble que, en una poca en que Pericles gozaba de semejante autoridad en Atenas, se aprobara un decreto que limitara de algn modo la tan encomiada libertad de palabra ateniense. Pon mi parte, no se hasta qu punto Pericles se pronunci en favor de esta medida que, de cualquier modo, slo estuvo en vigor durante dos sesiones dramticas; pero no me parece que por entonces se opusiera a ella, y considero este hecho prueba decisiva de que miraba la situacin reinante en Samos como la ms crtica y peligrosa de todas las que hubo de afrontar. Se me dijo que durante los meses siguientes apenas si durmi. Cuando no estaba dedicado en persona a las acciones militares y navales, enviaba mensaje tras mensaje a Atenas y a las aliadas leales con el objeto de concentrar la mayor fuerza posible en el menor intervalo de tiempo. Apenas lleg al escenario de los sucesos, hizo entrar en accin a su flota contra Meliso y la flota samia. Corri all un riesgo calculado. Otra derrota habra resultado desastrosa, pero, segn su opinin, habra sido igualmente desastrosa cualquier vacilacin en pos de la victoria. Sus clculos quedaron justificados por el resultado. Los samios fueron derrotados y se vieron obligados a refugiarse una vez mas en el puerto. No obstante, permaneca el peligro de la intervencin espartana y de la extensin de la revuelta. Antes de que ninguna de estas amenazas se convirtiera en realidad, Pericles proyect lanzar todos los recursos del Estado contra Samos. En el verano llegaron desde Atenas generales recin elegidos con otra flota de sesenta navos. Quos y Lesbos proporcionaron otros treinta. Pericles dispona ahora de una flota de doscientos barcos y de un ejrcito de cuarenta mil hombres, lo cual constitua una fuerza mayor que las que se haban
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empleado contra Egipto o, en la ltima campaa de Cimn, contra Persia. Los generales eran tambin los ms eficientes, experimentados y brillantes que hubieran podido elegirse. Entre ellos figuraba Hagnon, viejo amigo de Pericles a quien ste consideraba el comandante ms prudente y digno de confianza. Tambin estaba el joven Formion, que por entonces comenzaba su brillante carrera. Hoy se lo conoce, de resultas de sus recientes victorias, como uno de los ms grandes comandantes navales que hayan servido a Atenas, y Pericles tena conciencia de su capacidad y de la promesa que entraaba. El propio Pericles dirigi las operaciones terrestres y, ahora que tena sitiada la ciudad, obr con suma prudencia y cautela, que defraudaron a no pocos de sus hombres, impacientes por cobrarse venganza y que de buena gana hubieran corrido el riesgo de una ofensiva general contra las fortificaciones. Pero Pericles era el de siempre. Estaba resuelto a que ni un ateniense perdiera la vida, a menos que tal sacrificio fuese necesario. Aun as, se perdieron muchas vidas, pues las defensas organizadas por Meliso eran poderosas e ingeniosas, y los samios, bien provistos de alimentos y esperando an la ayuda de afuera, combatieron al principio con confianza y, luego, con la temeridad nacida de la desesperacin. Se me dijo que Pericles mostr el ms profundo inters por el desarrollo de nuevas tcnicas en la guerra de asedio. Para esto emple los servicios de un conciudadano mo, Artemn de Clazomene, que es, segn supongo, el ms grande ingeniero mecnico viviente. Artemn me dijo que el conocimiento mostrado por Pericles de los principios de ese arte era sorprendente, pero esto a m no me sorprendi. Pericles haba descubierto con Fidias la inmensa complicacin de peso, fuerza y tensin que implicaba la construccin del Partenn, y yo conoca, por la experiencia de nuestros aos juveniles, cuando l y yo pasbamos juntos horas y horas dedicados a experimentaciones cientficas, que era una de esas personas excepcionalmente dotadas en que se combinan la ms profunda penetracin terica con la paciencia y destreza prcticas. Aadir que tambin a Artemn impresion el ingenio de las defensas, las cuales estaban bajo la direccin del filsofo Meliso. Pronto result evidente que, a menos que llegara ayuda de afuera, la posicin de Samos era, a pesar de la intrpida resolucin de sus defensores, desesperada. Tal ayuda nunca lleg. Ninguna ciudad de la alianza ateniense sigui el ejemplo de Bizancio, y la misma Bizancio se vio pronto envuelta en dificultades. El Gran Rey estaba satisfecho con la paz de Calias y no tena deseo alguno de renovar las hostilidades con Atenas. Prefera que los griegos combatieran entre ellos a que se unieran una vez ms contra l. Los samios haban cifrado sus esperanzas sobre todo en Esparta, y sta los defraud sin escrpulos. De haber invadido Esparta durante la primera primavera, la posicin de Atenas se hubiera tornado en extremo difcil, y el temor de que ello ocurriera haba inducido a Pericles a movilizar con tal celeridad fuerzas tan considerables. Pero los espartanos perdieron esta oportunidad discutiendo. Su cautela habitual los llev a aguardar el curso de los acontecimientos; podan justifican esta cautela apelando a la legalidad, puesto que la invasin de tica significara la ruptura del tratado de paz y, despus de todo, los samios parecan arreglrselas muy bien solos. En el verano, cuando se recogen las cosechas, se muestran siempre reacios a entrar en accin; en el invierno muchos caminos son intransitables; y la primavera siguiente, Samos se haba rendido. Los espartanos se contentaron con deplorar la tirana de Atenas y se congratularon por el hecho de que el estricto cumplimiento del deber en el plano de las relaciones internacionales les haba impedido transgredir las condiciones de la paz. Samos se vio forzada a capitular, se desmantelaron sus fortificaciones, toda su flota pas a manos de Atenas y durante muchos aos destin la mayor parte de sus ingresos pblicos al pago de los gastos de guerra. Se reorganiz el gobierno y, desde luego, los atenienses tomaron rehenes; pero no hubo salvajes represalias. Me satisface decir que Meliso prosigue an el estudio de la filosofa.

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Como era de esperar, las noticias de la rendicin de Samos provocaron en Atenas un estallido de gozo. Se oa a la gente comparar a Pericles, en un sentido favorable, con Agamenn, el comandante de la expedicin griega contra Troya. Decan que mientras a Agamenn le haba llevado diez aos conquistar, con toda la fuerza unida de Grecia, una ciudad no muy importante de Asia, Pericles, slo con los atenienses, haba reducido en nueve meses la isla ms grande y ms orgullosa del Egeo. Ante cumplidos semejantes, Pericles permaneca del todo indiferente, y hasta pareca que lo fastidiaban. Se me antojaba que algn cambio, difcil de definir, haba sobrevenido en l en el transcurso de aquel ao. Desde luego, comenzaba a envejecer, pero de ningn modo mostraba agotamiento o decadencia. Era por lo menos tan activo como lo haba sido Cimn a su edad. Sus opiniones y sus resoluciones no se modificaron, y su mente era tan rpida e incisiva como siempre. Pero si bien no eluda ninguna fatiga ni ninguna responsabilidad, caba advertir a veces una especie de triste resignacin en sus ojos. Estaba en la cspide de su gloria, pero la gloria nunca haba significado mucho para l. Y ahora no pareca significar nada en absoluto. En su edad madura su mxima aspiracin era la grandeza de Atenas, peno la larga experiencia le haba enseado que no es posible asegurar de modo permanente ninguna grandeza. Saba tambin que conforme a la naturaleza de las cosas, su vida se acercaba a su fin, y conociendo con cunta frecuencia su intervencin personal haba preservado y extendido el podero de aquella ciudad a la que haba entregado el corazn, acaso haya imaginado con ansiedad un futuro que l seria impotente para dirigir. Pero s, a medida que envejeca, cambi su modo de ser, no cambi, como ocurre a menudo, en el control de la severidad o la dureza. La intensidad y la ternura de sus afectos se hicieron ms patentes que nunca. Lo s por experiencia propia, y quiz se me pueda perdonar que recuerde algunos sucesos personales que, aunque puedan decir muy poco a mi favor, ilustran la bondad y la comprensin de mi amigo.

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CAPITULO XIV EL FIN DE LA PRIMAVERA


He observado con frecuencia que los perodos ms peligrosos y difciles de nuestra vida, tanto desde el punto de vista fsico como desde el psicolgico, son aquellas pocas de transicin entre la infancia y la pubertad, la pubertad y la primera juventud, la juventud y la edad madura, la edad madura y el comienzo de la vejez. En tales perodos los jvenes de ambos sexos, los hombres y las mujeres son proclives a dolencias corporales y a extraas perturbaciones del alma. Estamos habituados a hablan del salvajismo e irresponsabilidad de la juventud, pero en esto, segn creo, exageramos o distorsionamos, porque es casi seguro que deseamos convencernos de que ahora somos mejores que antes. Peno en general no es as. No pocos jvenes, hombres y mujeres, son a los veinte aos mas capaces e inteligentes que lo que sern luego, y est muy lejos de ser cierto que el salvajismo y la irresponsabilidad se limiten a aquellos aos de juventud. Los peores crimines y excesos, los extremos de la desesperacin, los ms manifiestos absurdos de la conducta, suelen verificarse en la edad madura, o despus de ella. Todos conocemos casos de hombres de avanzada edad, en apariencia sobrios y respetuosos de la ley, que sin que quepa preverlo se vuelven viciosos o enloquecen, caen en el letargo, la lujuria o en una sorda desesperacin, se prendan de un modo ridculo de muchachas o muchachos. Lo mismo puede decirse de las mujeres. Respetables y ancianas matronas se revelan incapaces por completo de refrenar su concupiscencia, tema que Eurpides ha tratado con gran talento en su reciente tragedia Hiplito. En mi opinin, nuestra vida tiende a seguir una pauta de relativa calma y crecimiento colocada entre breves interludios de desorden, y los ltimos interludios de transicin son, en contra de la creencia general, los ms peligrosos. La gente acepta con frecuencia este diagnstico en el caso de las mujeres, cuya estructura fsica y cuyas funciones orgnicas se modifican sin duda posible con el paso de los aos. Peno los hombres estn compuestos de los mismos materiales bsicos que las mujeres, y hemos de suponen tambin en los hombres una constante modificacin, una desaparicin y reemplazo de las simientes o elementos que, en sus diversas combinaciones, modelan y dirigen todo el ser. En esto, como en todo lo dems, es slo la Inteligencia la que puede imponer y preservar el orden y, en la sociedad humana, cabe robustecen y reforzar esta Inteligencia pon medio de las costumbres, las leyes, el ejemplo y las convenciones. Pero aun en las mejores condiciones, el dominio que ejerce el hombre sobre si mismo es precario y, en pocas de desastre, terror o inseguridad, suele resultar inoperante por completo. Muy pocos hombres (y creo que Pericles era uno de ellos) son capaces de vivir con cordura toda su vida. Segn creo, Pericles atravesaba por el ltimo de estos perodos difciles, que pueden caracterizarse como cambios del modo de vivir, pon la poca de la guerra con Samos, y ya he dado algunos ejemplos de la inslita tensin que en l se manifestaba. Su carcter no se asemejaba, como dije, al que haba exhibido durante los dems perodos de transicin a travs de los que lo haba visto pasar desde la infancia. Me temo que de m no pueda decirse lo mismo. Tambin yo tena conciencia en esta poca de que avanzaba en edad y si bien haba observado con frecuencia las locuras, miserias y errores de otros que se hallaban en la misma situacin, me faltaba la necesaria fuerza intelectual para imponer orden y resolucin en el caos y desintegracin de mi espritu. En una palabra, ca en un estado de completa desesperacin y resolv, en un momento de debilidad, poner fin a mi vida. Algunos factores extraos contribuyeron a hacerme adoptar esta insana resolucin. Pero ninguno de ellos era
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importante y slo la desorganizacin de mi naturaleza me impuls, contra mi mejor juicio, a exagerarlos fuera de toda medida. Me vea privado, por ejemplo, de la sociedad de mis amigos, todos los cuales servan en el ejrcito de Samos. Me hallaba en una abyecta pobreza, pues haba tolerado como un necio que se me despojara del poco dinero que posea. Y as, viv algunas semanas casi sin alimento, de resultas de lo cual sufr constantes vrtigos y desfallecimientos y largos perodos de total agotamiento. En verdad, podra haberme acercado a Aspasia o a cualquier miembro de la casa de Pericles, quienes hubieran satisfecho sin demora mis necesidades. El orgullo y la desesperacin me impidieron dar paso tan lgico, pues al mismo tiempo me senta descontento de todo el esfuerzo y empeo de mi vida. Me pareca que en mi larga bsqueda de la verdad desde la poca en que, siendo nio, haba contemplado en Clazomene los colores cambiantes del cielo y del mar, admirando la naturaleza e indagando las causas del movimiento y del cambio, no haba descubierto nada que fuese en verdad verificable, nada, en vendad, que tuviese alguna importancia. Mucha gente cae de vez en cuando en semejantes estados anmicos sombros y, con razn y valor, puede superarlos. Pero m razn y mi valor estaban minados por la inanicin, y me dispuse a morir. Era sta una decisin indigna, que an me avergenza. Que ninguno de vosotros, amigos mos, sospeche que he de caer de nuevo en tal estado, deshonrndome a mi mismo y a vuestra hospitalaria ciudad con mi suicidio. He recobrado el dominio de m mismo que, en aquellos das y por razones tanto intelectuales como fsicas, haba perdido. Recuerdo que cuando me encerr en mi cuarto, me arrebuj en la capa y, sumido en una especie de letargo, esper la muerte, no sent impaciencia por su dilacin ni aprensin por su llegada. Apenas pensaba, y los pensamientos que tena pueden caracterizarse como agradables ms que como penosos. Surgan de una cesacin de todo esfuerzo y de una absoluta resignacin. Perciba el regocijado alboroto de las calles, que sealaba el retorno del ejrcito desde Samos, pero no me conmova y apenas si me preguntaba qu suerte habran corrido mis amigos. Sera interesante investigar ms a fondo este estado anmico, estado ms animal, segn creo, que humano. Pero no es tal el propsito de este recuerdo. Tengo vagusima conciencia de que en determinado momento alguien, tal vez un sirviente, tal vez un conocido, entr en m cuarto y me habl. Ignoro si le respond o no, pero, si algo dije entonces, sin duda habr sido para rogar que me dejaran solo; quera morir en la paz que imaginaba haber ganado. Este solitario testigo de mi condicin parece haber corrido en busca de Pericles para informarle que yo no slo me estaba muriendo sino que pareca querer morir. Luego recuerdo haber visto a Pericles en mi cuarto; me tomaba de los hombros, me quitaba la capa de la cabeza y me obligaba a volver el rostro hacia l. Me pareca verlo desde una gran distancia y, con su cabello gris y su expresin cansada, apenas lo reconoca. Tras el rostro visible vea el rostro del muchacho a quien haba conocido en Salamina, y me confundan tanto la diferencia como la semejanza. Durante algn tiempo no pude comprender el sentido de sus palabras. Observe con desmayado sentimiento de sorpresa que sus ojos estaban arrasados de lgrimas y que se esforzaba por contener una emocin cuya causa no poda entender. Poco a poco, comenc a escucharlo comprendiendo a duras penas lo que deca. Aferraba mi mano entre las suyas en un apretn que era a la vez firme y suave, y su voz casi se quebr cuando pronunciaba estas palabras: Anaxgoras, viejo amigo, compadcete de ti mismo, compadcete de m y de todos nosotros. Qu necesitas? Quin te ha hecho dao?. Sacud la cabeza y no contest, pero sus maneras empezaron a conmoverme, si bien todo aquello segua aparecindoseme tan extrao que me resultaba incomprensible. Lo o con desgana mientras continuaba hablando de la gran felicidad que uno y otro habamos hallado en nuestra
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recproca compaa, del afecto de mis amigos, de mis descubrimientos cientficos, de mis deberes para con la amistad y para conmigo mismo. La voz pareca proceder de un remoto pasado, pero, mientras segua oyndola, tal pasado comenz de algn modo a acercarse y a convertirse en realidad. De repente y no sin cierta conmocin, tuve conciencia de la situacin: yaca en mi cuarto a punto de morir y Pericles, mi amigo, se comportaba como siempre y deseaba salvar mi vida. Me di cuenta de que sonrea: Pericles -dije con un hilo de voz-, hasta una lmpara se extingue si no se le pone aceite. Pericles se puso en pie de un salto y entonces pude comprender las confusas emociones que se reflejaban en su rostro. Lo alborozaba el que al fin yo hubiera hablado y lo horrorizaba el pensamiento de que, hasta ese momento, no haba comprendido que por lo menos una de las causas de mi postracin era la falta de alimento. Hizo ademn de abandonar el cuarto, y yo, ahora que segundo tras segundo recobraba mi vitalidad, sent pavor ante la perspectiva de quedar solo. Pero Pericles no me abandon. Llam a un sirviente, le imparti rpidas instrucciones y volvi a sentarse en mi cama. Su felicidad y alivio eran tan manifiestos que yo tambin romp a llorar. Eran lgrimas no slo de vergenza sino de alegra. Deseaba encontrar palabras para darle las gracias pero, dada mi condicin, no me permiti hablar. En lugar de ello, me abrum de afectuosos reproches. Por qu no haba informado a Aspasia de mi estado? Haba dudado de su buena disposicin? Me avergonzaba, contra toda razn, de complacer a mis amigos pidindoles ayuda? En cuanto a m, recuper la cordura y casi la salud aun antes de haber probado los alimentos que Pericles haba ordenado llevar. En cuanto estuve en condiciones de moverme, me llev a su casa y me mantuvo all varias semanas, hasta que me hall del todo repuesto. Me visitaba todos los das y, cuando estaba ausente, me acompaaba Aspasia o algn otro amigo; pues Pericles haba instado a todos los miembros de nuestro crculo a mostrar por m el afecto que l senta. No intentar describir mis profundas emociones de gratitud y de vergenza. Slo mencion el incidente para ilustrar, en alguna medida, un aspecto del carcter de Pericles, conocido de sobra por sus amigos pero con el que no estn familiarizados aquellos que piensan de l slo como un general, un estadista y un administrador. A principios del invierno, me repuse del todo y a Pericles le content el que no recayera en el msero estado del que l me haba salvado. Aquel invierno asist al funeral pblico celebrado en memoria de los que haban perdido la vida en la guerra con Samos. Tales funerales pblicos son una peculiar y, segn mi parecer, admirable institucin ateniense. La ceremonia completa ocupa dos das. Se juntan los huesos de los muertos y durante un da permanecen en una tienda. Entonces los amigos y parientes acuden para hacer a sus muertos las ofrendas que juzguen ms adecuadas. El da siguiente desfila una larga procesin a la que todos pueden incorporarse, los ciudadanos, los extranjeros y las mujeres que lloran a los hijos, a los padres y hermanos que han perdido. La procesin cruza Atenas, bordeando el gora y los edificios pblicos para trasponer al fin la gran puerta nueva que da al barrio del cementerio, ms all de los muros de la ciudad, en uno de sus arrabales ms hermosos. Todos los atenienses caldos en acciones blicas estn sepultados all, excepto los que murieron combatiendo contra los persas en Maratn. stos fueron sepultados en el mismo campo de batalla, donde el gran tmulo que cubre sus huesos es un mojn que con seguridad perdurar por milenios. En la procesin, los carros transportan atades de madera de ciprs. Hay un atad para cada tribu, y un atad vaco en recuerdo de aquellos cuyos huesos no se recobraron del mar o del campo de batalla. Cuando la procesin llega al cementerio, los atades se depositan con gran solemnidad en tierra, mientras las mujeres dan rienda suelta a sus lamentaciones y profieren sus plegarias. Al fin, un hombre famoso, elegido ex profeso por sus condiciones oratorias, sube a una tribuna y pronuncia un discurso en alabanza de los muertos ante la multitud reunida, la cual se dispersa en silencio una vez acabada la oracin fnebre. De este
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modo los atenienses rinden el ms grande honor ciudadano a quienes murieron por ellos. Asimismo, asisten con fondos pblicos a los hijos de los muertos hasta la mayora de edad. En muchas ocasiones anteriores se haba elegido a Pericles para pronunciar la oracin fnebre, y era natural que tambin en aquella ocasin se lo eligiese. Era, sin disputa, el orador ms elocuente que yo hubiera odo, pero en estos discursos fnebres conmova an ms que en los polticos. Ello no se deba tanto a su habilidad como a su honda sinceridad. Valoraba la vida ms que cualquier otro hombre y honraba ms que cualquier otro hombre a quienes haban dado la vida por Atenas. Haba en sus palabras esplendor y tristeza, y quienes lo oan se marchaban felices, pues haba expresado y compartido la pena comn, al paso que haba dado a todos razones verdaderas y vlidas para enorgullecerse del pasado y para miran con resolucin el futuro. Cuando yo escuchaba la oracin fnebre que pronunci despus de la guerra con Samos, me pareci que haba en su expresin y en la eleccin de sus palabras una tristeza ms profunda que la habitual. Fue entonces cuando emple la frase a la que ya he aludido: Nos parece que la primavera ha desaparecido de nuestro ao, y, en ese momento, imagin que sobre l se abata una especie de cansancio cuando echaba una mirada retrospectiva a tantos aos de lucha sin cuartel: las glorias de la guerra contra Persia, las confiadas campaas martimas de su primera juventud, las victorias y la intrepidez de Cimn, Minnides y Tlmides, el desastre egipcio y los esfuerzos sobrehumanos hechos para superarlo, Megara, Tanagra, Coronea, Eubea, campaa tras campaa, peligro tras peligro, hazaa tras hazaa. Entonces me pareci semejante a un brillante auriga forzado a dirigir para siempre sus fogosos caballos dando vueltas y ms vueltas por una huella cruel. Nunca acabara la carrera? No tropezaran los caballos o se debilitaran sus rodillas? No creo que tales ideas se le ocurrieran a Pericles, si bien le inspiraban particular simpata las debilidades de los otros, y as, renda los mayores honores a aquellos que lograban superan sus deficiencias. Cuando baj de la tribuna, lo salud una de las mayores demostraciones de afecto de que yo haya sido testigo. Los hombres se apiaban en torno de l para estrecharle la mano o tocar sus vestidos. Las mujeres lo cubran de guirnaldas, como si fuese un atleta victorioso. La nica voz disidente fue la de la anciana Elpinice, hermana de Cimn. Su marido Calias haba muerto poco despus de la paz con Persia y, aunque haba tenido y criado hijos propios, pareca interesada sobre todo en los hechos de su hermano. La lealtad que le profesaba hablaba en su favor, pero la desvirtuaba en cierto modo por su exageracin, su terquedad y su falta de justicia. Haba censurado con amargura la paz negociada por Calias. Vituper a Pericles pon el ostracismo de Cimn y no le agradeci el que hubiera aprobado el decreto en cuya virtud se lo llam del exilio y se le dio su ltimo mando. Se abri entonces camino entre la multitud y, como era una dama formidable y respetada, logr hacerse or. Hermosa cosa, Pericles -exclam a gritos-, que te coronen con guirnaldas! Estos bravos hombres perdieron la vida luchando contra una ciudad griega y aliada. Cimon nunca dirigi un ejrcito como no fuese contra los persas, los fenicios y los brbaros. La muchedumbre comenz a encolerizarse e impacientarse con la anciana, peno Pericles sonri y le habl con dulzura. No le record que su apreciacin de los hechos era, en todo caso, inexacta. Cimn haba sido el primero que dirigi un ejrcito ateniense contra un aliado que se haba sublevado. Se limit a poner la mano sobre su brazo y dijo: Querida Elpinice, no recuerdas el verso de Arquiloco? "Este cabello gris no necesita perfume ni guirnaldas". Acaso supiera que siempre se senta irritada por la actitud juguetona que acostumbraba adoptar con ella. Ahora, cuando echo una mirada a aquella poca y a las pocas anteriores, cuando ramos jvenes, veo con mucha ms claridad que entonces la significacin de las palabras la primavera ha
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desaparecido de nuestro ao, si bien recuerdo tambin que slo tenamos conciencia de un esplndido verano. El ao siguiente se complet la construccin del Partenn y, en la gran celebracin de la Panatenea, las multitudes eran ms nutridas y se mostraban mas entusiastas que cualesquiera otras que se hubieran visto en Atenas. Como sabis, el festival es el ms esplndido de Grecia. Incluye carreras de caballos y pedestres, contiendas musicales y poticas, y se otorgan ms de un centenar de premios a los ganadores de los diversos certmenes. No slo los atenienses sino tambin los dems miembros de la alianza participan en el festival y los sacrificios. Tambin los residentes extranjeros, ataviados todos con capas rojas, tienen su lugar en la gran procesin hacia la Acrpolis, con la que concluyen las ceremonias. En esta procesin, el manto especialmente recamado para la diosa, tejido y decorado durante todo el ao por muchas atenienses de la ms alta cuna y de la mejor reputacin, se conduce a travs de las calles, desplegado como la vela de una nave capitana, para recordar quiz a los atenienses y al mundo que en el mar se conquist y afianz la grandeza de la ciudad. Representantes de toda la poblacin escoltan la sagrada vestidura. Grupos de muchachas llevan en cestos los utensilios para los sacrificios, se ve a muchachos con cntaros, a ancianos con ramas de olivo en las manos, carros y, finalmente, un destacamento de jvenes de caballera, los ms apuestos de su edad, montados en los mejores caballos. Aquel ao el espectculo provocaba ms alegra y excitacin que nunca, pues el manto estaba destinado a la nueva estatua de Atenea, de marfil y oro, que era la gran obra de Fidias. Es una figura de cuarenta pies de alto y en el santuario sumido en la penumbra parece arder y resplandecer con luz propia. Las facciones son radiantes y severas. Parece divina, pero tambin ateniense, y en ese templo el pueblo de Atenas parece confundirse con los dioses y ser casi inseparable de ellos. En el friso esculpido estn representados los muchachos y las muchachas, los jvenes y los ancianos de Atenas, y todos ellos se mueven con la gracia, la dignidad y la libertad de los dioses. No conozco ningn otro templo donde los mortales tengan semejantes lugares de honor. La mitad del pueblo, hombres libres y esclavos, haba participado en la construccin de esta obra. El jbilo que les infundi el haberla concluido era indescriptible, y tambin grande era la admiracin de los atenienses y extranjeros, todos los cuales se formulaban la misma pregunta: Qu otra ciudad del mundo puede exhibir algo tan esplndido?. La grandeza provoca envidia, peno sin embargo, durante los das de la celebracin y la ofrenda tal sentimiento estuvo ausente. Todo era alegra, triunfo y generosa admiracin. Aquel estado de nimo no poda durar mucho. Pronto comenzaron a orse de nuevo las antiguas quejas de que Pericles haba despilfarrado los recursos de los aliados en un ostentoso despliegue con el que l mismo se favoreca. Pero tales criticas mezquinas y solapadas no produjeron efecto alguno. La posicin de Pericles estaba ms afianzada y era ms invulnerable que la de cualquier otro estadista que hubiera dirigido los destinos de Atenas. Como haba ocurrido antes, quienes queran atacarlo haban de desviar los ataques hacia sus amigos. La vctima elegida fue Fidias y el instrumento de que se valieron, un artista pendenciero, vano y porfiado, llamado Menn, que haba trabajado bajo la direccin de Fidias en la decoracin del templo y que se consideraba un gran escultor cuyos meritos no se haban reconocido en medida suficiente. Menn adopt en el mercado pblico la actitud de suplicante y, cuando la gente le hacia preguntas, deca que estaba en condiciones de formular cargos contra Fidias, pero que tema acusar a alguien que posea amigos tan poderosos y que no lo hara a menos que se le garantizaran su seguridad y su inmunidad. Era una hbil maniobra, pues la curiosidad de los atenienses es tan grande que antes perdonaran un crimen que verse privados de cualquier informacin escandalosa que el criminal pueda dar. Se le ofrecieron a Menn garantas y entonces acus a Fidias de haber distrado para su propio uso parte del oro que haba sido votado para la construccin de la estatua. Tanto Fidias como Pericles acogieron con menosprecio e indiferencia semejante acusacin. En verdad, el oro se haba aplicado de modo tal que caba desprenderlo fcilmente de la estatua. Esto fue lo que se hizo y el peso del oro fue con toda exactitud el que deba ser. Ello habra sido suficiente para desacreditan a Menn, quien sin embargo encontr auditorio para su segundo cargo. Acus a
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Fidias de impiedad y sacrilegio. Seal que en el escudo de la diosa, adornado con esculturas alusivas a la batalla contra las amazonas, podan verse semejanzas con Pericles y con el propio Fidias. Y lo ciento es que Fidias haba dado en divertirse de este modo. Se haba representado a s mismo como un anciano calvo que se esfuerza por levantar con ambas manos una roca, y tambin haba incluido un retrato de Pericles como un joven empeado en lucha con una amazona. Aqu la semejanza poda discutirse, pues un brazo en alto cubra el rostro de la figura, pero el carcter general y la apariencia de la figura eran sin duda los de Pericles. A cualquier hombre inteligente esta travesura de Fidias le hubiera parecido del todo inocente, pero, como tengo razones de sobra para saber, la sola mencin de la palabra impiedad suele afectar a gran parte de los atenienses de modo irracional. No haba duda alguna de que hara comparecer a Fidias ante los tribunales. Pericles estaba deseoso de defenderlo, pero ni siquiera l poda tener la certidumbre de que el prejuicio y la envidia no fuesen demasiado grandes para afrontarlos victoriosamente. En cuanto al mismo Fidias, haba terminado su obra en Atenas y, de cualquier modo, ansiaba aceptar un pedido de Olimpia, donde se le haba encargado construir otra gran estatua de oro y marfil, esta vez de Zeus. Rehus por ello la ayuda de Pericles como abogado y, prudentemente, segn pienso, se limit a pedirle que lo ayudara a escapar de Atenas antes de que se fijara el da del juicio, cosa que se concert sin dificultad, de modo que Fidias lleg sano y salvo a Olimpia. Muri all en los primeros aos de la presente guerra, no sin antes concluir la estatua de Zeus, que muchos consideraban su obra ms grande. Los ataques de Menn no produjeron ningn efecto sobre Pericles. Tan pronto como Fidias desapareci, se olvid todo el asunto. No se realiz ningn esfuerzo por modificar las semejanzas que aparecan en el escudo de la diosa, ni por quitar las figuras. Todava hoy puede vrselas. Pero a Pericles y a mi nos entristeci este incidente. Primero Damn y despus Fidias haban sido tratados con injusticia. Tampoco satisfizo a Pericles su propia inmunidad. Le pareca deshonroso que un enemigo atacara a sus amigos y se abstuviera de atacarlo a l.

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CAPITULO XV ANTES DE LA GUERRA


Pienso que por aquella poca nadie (y ni siquiera Pericles) imaginaba que la paz apenas durara cinco aos. Me pareca que la larga obra de toda la vida de Pericles se mostraba triunfante y estaba afianzada en forma tan slida como puede estarlo cualquier organizacin humana. La administracin del imperio funcionaba como sobre ruedas; los impuestos se haban fijado sobre una base ms equitativa; no pareca existir la probabilidad de una sublevacin como la de Samos. En Atenas, continuaba el gran programa de edificaciones. Apenas se hubo terminado el Partenn, Mnesicles comenz a trabajar en el gran prtico de los Propileos, obra arquitectnica todava no rematada pero que aun ahora puede compararse, por su esplendor y audacia, con el mismo Partenn. La autoridad de Pericles estaba ms consolidada que nunca. Ao tras ao le elegan general y casi siempre tena por colega a su amigo Hagnon. Bajo la gua de ambos, el podero y la influencia de Atenas fueron creciendo sin cesar, pero semejante expansin no se alcanz infringiendo alguna de las clusulas del tratado con Esparta de treinta aos de paz. Como Pericles haba previsto, fuera del Peloponeso se ofrecan inmensos horizontes al espritu de empresa ateniense. Las consecuencias de semejante expansin modificaran a la larga el equilibrio de fuerzas existente, pero tal modificacin sobrevendra, como esperaba, en forma pacfica y, por as decirlo, natural. Las zonas sealadas para tal expansin fueron el norte, el nordeste y el oeste. En cada una de estas zonas se desarrollaron diferentes polticas, y en todas ellas se vieron coronadas por el xito. El ao en que comenz la edificacin de los Propileos, Pericles zarp al frente de una gran flota con destino al mar Negro. Se enorgulleci mucho de esta expedicin, pues la llev a cabo sufriendo prdidas insignificantes. En aquellas distantes aguas apareci no slo como un general ateniense al mando de una flota invencible, sino tambin como campen de todos los griegos contra sus enemigos brbaros y sus opresores. Como sabis, hay gran nmero de ciudades griegas en la costa septentrional y meridional del mar Negro, y muchas de ellas son objeto de constante presin por parte de las tribus del interior, los tracios, los escitas y otros. Pericles mostr que una flota ateniense poda navegar por cualquier mar sin hallar resistencia y que Atenas estaba en condiciones de prestar proteccin a todos aquellos que la necesitaran. Gran parte de las importaciones atenienses -en particular cereales, pescado seco y hierro- procede de estos puertos del mar Negro, y en el curso de su viaje Pericles robusteci los vnculos polticos y econmicos que unen sus intereses con los de Atenas. En la importante ciudad de Sinope, intervino en una guerra librada por el pueblo de la ciudad contra su gobernante, que se haba declarado dictador. La intervencin ateniense bast para inclinar la balanza y, en seal de gratitud, el pueblo de Sinope percibi de buena gana una colonia de seiscientos atenienses, a quienes otorg plenos derechos de ciudadana. Tambin en el lejano este, en Amisos, y tambin por invitacin de la poblacin local, se estableci otra colonia ateniense, la que recibi el nombre de Pireo. Estas eran, como Pericles deca con orgullo, realizaciones panhelnicas. Atenas empleaba ahora su podero, como haba ocurrido al principio, no para subyugar a otros sino para acrecentar y mantener la libertad de sus aliados. El ao siguiente, Hagnon desarroll la misma poltica y, al frente de un gran ejrcito, lleg a Tracia para fundar, en el paraje conocido con el nombre de Nueve Caminos, la gran ciudad de Anfpolis. Haban pasado casi treinta aos desde aquel desastre en que diez mil colonos atenienses haban sido exterminados en aquel lugar y, como era natural, en Atenas se salud con fervor patritico el xito de la expedicin de Hagnon. La posicin estratgica de la colonia es de gran importancia y, al parecer, Hagnon construy y fortific la ciudad de modo tal que resulta inexpugnable. Domina la ruta principal que une Macedonia con Tracia y, como me inform el
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joven Tucdides, que es dueo de propiedades en esa zona, se trata de un centro muy valioso desde donde se pueden explotar los grandes recursos naturales de la comarca y la excelente madera para construir buques que las aguas desde el interior arrastran ro abajo. Aqu tambin, como en Turia, la poltica que se desarroll en relacin con la nueva ciudad puede caracterizarse como panhelnica ms que ateniense. Hagnon fue el fundador, pero se invit a colonos procedentes de todas partes y, entre stos, los atenienses constituyen una minora. Todas estas operaciones se llevaron a cabo en lugares del mundo griego sobre los cuales ni Esparta ni ninguna de sus aliadas podan pretender derecho alguno. Hablando con justicia, lo mismo cabe decir de las operaciones realizadas en el oeste bajo la brillante direccin de Formio, si bien es cierto que algunas de las aliadas de Esparta, y en particular Corinto, se mostraron afectadas por toda accin de los atenienses en el mar occidental. Al responder a una peticin de ayuda de los acarnanianos, establecidos en la comarca septentrional de la boca del golfo de Corinto, Atenas no infringa ningn tratado preexistente, ni tampoco nadie sospechaba, como ahora sospechan algunos, que tuviera el designio de ocupar las islas del mar Jnico y ni siquiera las ciudades de Italia y Sicilia. Pericles haba concertado alianzas con algunas de aquellas ciudades, pero tales alianzas no eran ms que defensivas. En el caso de la fundacin de Turia haba mostrado ya con claridad meridiana que no tena ambiciones de conquista en el Oeste. Y la fundacin de Anfipolis dio nuevas pruebas de que la influencia ateniense se extendera en forma pacfica e imbuida de un espritu liberal. De modo que desde un punto de vista legal no puede sostenerse que durante aquellos aos Pericles planeaba recurrir a la guerra en forma premeditada. No obstante, seria necio negar que tena conciencia de que poda verse amenazado por la guerra en cualquier momento. Por lo dems, posea mucha experiencia e inteligencia para abrigar ilusiones sobre el particular. Conoca la lentitud de la mentalidad de los espartanos, as como su extraordinaria arrogancia, por la cual se convencen a s mismos de que deben ser, en todas las circunstancias, irresistibles. Saba tambin que entre ellos haba algunos que no eran del todo lerdos ni negados. stos slo tenan que abrir los ojos para ver que, mientras crecieran el poder y el prestigio de Atenas, admitirase o no el hecho, la influencia de Esparta en el mbito internacional disminuira. Pericles esperaba que al fin se reconociera y aceptara este hecho. Despus de todo, los espartanos se enorgullecen de sus miras limitadas y han mostrado poca inclinacin y ninguna capacidad para trascender las limitaciones que se impusieron a s mismos. Era posible que, mientras nadie los molestara en el Peloponeso, no advirtieran, hasta que fuese demasiado tarde, que el Peloponeso se haba convertido, de hecho y a los ojos de todo el mundo griego, en algo pasado de moda y carente de importancia. Pero si bien sta era una solucin posible, no poda considerarse obligada. La nica certidumbre era que Esparta, si deseaba mantener lo que an consideraba su posicin dominante en Grecia, haba de declarar la guerra tarde o temprano. Caba sostener con toda razn que el adoptar esa decisin no favorecera sus mejores intereses, pero los hombres no siempre actan siguiendo aquellos. Con frecuencia el miedo y el orgullo exceden a la razn. Por ello, Pericles, aunque decidido a respetar las condiciones de la paz, estaba preparado para la guerra. Crea que, en la medida en que caba confiar en cualquier vaticinio o clculo, si estallaba la guerra Atenas vencera con certeza, y no hara la menor concesin a Esparta en ninguna cuestin que, a sus ojos, fuese vital para Atenas. Pero saba que no se puede predecir el curso de ninguna guerra. Se producen hechos que estn ms all de todo clculo y aun los ms sabios pueden incurrir en errores que acaso se revelen, gradual o inmediatamente, fatales. Confiaba, segn creo, en que, mientras l viviera y gobernara la poltica, no se cometeran tales errores; pero saba que tanto su ascendiente como su experiencia eran nicos y no le inspiraban confianza algunos de los nuevos polticos que, escudados en la palabra democracia, comenzaban ya a vulgarizar y deformar la precisin y justicia de sus ideas. Siguiendo a Temstocles y a Efialto, Pericles haba promovido
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en forma coherente una poltica destinada a hacer de Atenas un Estado independiente y poderoso. Sus antagonistas haban sido aquellos hombres reacios a la expansin por miedo a Esparta, a la democracia, o a ambas. Contra estos opositores, Pericles haba desarrollado argumentos para mostrar que, sin imperio, Atenas nunca podra ser independiente y que, para conquistar y conservar el imperio, era necesario que todo el pueblo tuviera responsabilidades y estuviera educado para afrontaras. Peno tras estos argumentos yacan sus ponderadas opiniones acerca de la naturaleza y de la vida humana. El imperio no era un fin en s mismo; era el nico medio posible para llevar a la realidad las potencias que vea ocultas en la naturaleza humana y en la ateniense. Haba, s, de ejercerse el poder, pero no por el poder mismo. La libertad, la justicia, la generosidad y el florecimiento de la personalidad y el genio eran los fines ltimos. Su aversin a Esparta y su menosprecio por ella derivaban de la conviccin de que, cualesquiera que fuesen los mritos de los espartanos, les haban sido impuestos por necesidad y disciplina en vez de haberlos desarrollado por propia determinacin y en mrito al verdadero valor capaz de hacer frente a cualquier riesgo que se presente. Sus opiniones, podra decir, eran las de un filsofo que reconoce y admira la variedad y que, al imponer el orden, permitir que existan el cambio, el crecimiento y el movimiento. Aun en aquella poca, en Atenas eran pocos los que comprendan cabalmente estas opiniones de Pericles, si bien algunos se haban visto estimulados y ennoblecidos por una vislumbre o comprensin parcial de ellas. Segn me parece, nadie las comprendi mejor ni las admir ms fervientemente que el joven Tucdides, el pariente de Cimn, con quien mantengo ocasional correspondencia. Pero haba ya otros que, apropindose de alguna frase o argumento de Pericles, deformaban por completo su significacin al sacarla de su contexto y, al despojara de su complejidad, la reducan a algo falso. Por ejemplo, Clen, rico propietario de una curtidura que pretende sen hombre del pueblo y que, segn se me ha dicho, goza ahora de ms influencia que entonces, si bien tampoco entonces le faltaban algunos adictos. Su autoridad, desde luego, no poda compararse en modo alguno con la de Pericles, pero lo significativo y peligroso de aquella pequea autoridad de que disfrutaba era que la haba conquistado diciendo que persegua, con mayor energa y realismo, una poltica que en el pasado haba quedado asociada a la de Pericles. No slo favoreca la expansin del podero y la influencia atenienses sino que quera extenderlos de modo extravagante y por cualquier medio. No slo deseaba fiscalizar las actividades de los aliados sino que peda sin ambages que fueran sometidos. Apoyaba la violencia de sus opiniones valindose de los sofismas ms comunes y vulgares, en los que pareca creer. No interpretaba la democracia como un estado de cosas en que cada hombre tiene el derecho y la oportunidad de desarrollar sus potencias y virtudes, sino como uno en que nadie tiene el derecho de ser ms capaz y virtuoso que cualquier otro. A pesar de ello, al mismo tiempo declaraba que era ley de la naturaleza el que el poderoso tuviera siempre el derecho de imponer su voluntad, cualquiera que fuera sta, sobre el dbil. Para l, la generosidad era flojedad de nimo, una juiciosa consideracin por la debilidad de los otros y una prdida de tiempo. Se jactaba de sen obtuso y simple, un realista activo antes que un intelectual vacilante, y no adverta que su realismo consista en una incapacidad de ver algo ms que una fraccin de la realidad, ni que su simplicidad derivaba de su incapacidad de razonar. Cabe imaginar que semejante personaje, si bien puede conquistar algn apoyo de aquella minora que pon costumbre envidia la superioridad de los otros y se resiente de ella, no poda gozar de considerable influencia entre gente de mentalidad tan cultivada y dctil como los atenienses; y la gente se senta inclinada a rerse de l antes que a tomarlo en serio. Sin embargo, a pesar de todos sus defectos, posee ciertas cualidades que podran volverlo peligroso y eficaz. Su energa es ilimitada y exhibe la enorme confianza en s mismo que suelen tener las personas irreflexivas, as como una especie de instintiva agudeza que le permite explotar cualquier aparente debilidad de un opositor y exagerar hasta el frenes cualquier estado anmico transitorio o cualquier prejuicio de sus oyentes. Para Pericles resultaba una experiencia nueva el que se le opusiera alguien que pretenda ser mas demcrata que l mismo y, aunque consideraba esta parodia vulgar con el mayor menosprecio, tena plena
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conciencia de que, si bien su posicin personal nunca sera socavada por un hombre como Cleon, no siempre poda estar presente para contraatacarlo, y de que poda crearse una situacin en la cual, debido a la desesperacin, al desengao o al exceso de confianza, la violencia y la brutalidad, si se expresaba con suficiente conviccin y verosimilitud, podan prevalecer sobre el sentido comn. l mismo haba conocido semejantes estados de nimo colectivos y haba podido dominarlos, peno reconoca el peligro que entraaban. No temo -sola decir- nada que un enemigo pueda intentar contra nosotros. Slo temo nuestros propios errores. Por ello, acaso Pericles, teniendo presente a figuras como Clen, hubiera preferido librar una guerra, suponiendo que sta fuese inevitable, en un momento en que l y quienes depositaban confianza en l estuviesen en condiciones de dirigirla. Pero no creo que considerase la guerra inevitable, aunque tena mas conciencia que la mayor parte de nosotros de su posibilidad. Y en verdad, cuando echo una mirada retrospectiva a los sucesos que, segn se dice, provocaron la guerra, no puedo ver que alguno de ellos, y ni siquiera todos ellos tomados en conjunto, tuvieran suficiente peso para explicarlo. La guerra no se libra a causa de Corcira, Potidea o Megara. Sus motivos son mucho ms profundos. Se trata de una lucha entre dos estilos de vida inconciliables. A la larga, los espartanos reconocieron lo que Pericles siempre haba sabido, esto es, que Atenas y el modo de vida ateniense haban de dirigir y moldear el futuro a menos que Atenas fuera destruida. Cabe hablar de los celos y del temor espartanos, y sin duda estas emociones desempearon su papel. Pero la verdadera causa es algo ms profundo y ha de buscarse en la naturaleza del hombre y del universo. Es algo que, segn me parece, fue reconocido por Herclito cuando escribi: La contienda es la justicia, lo cual creo que significa que toda vida y toda creacin, si han de persistir, deben avanzar sin detenerse hacia el cambio, es decir, que en cierto sentido, el futuro siempre estar en guerra con el presente y con el pasado. Por otra parte, algo del pasado ha de conservarse y perdurar de algn modo aun en el cambio. De otro modo, la existencia sera una serie de sucesos discontinuos que no guardan relacin entre s y a los que no cabria percibir ni comprender. Existe, por lo tanto, una necesaria tensin entre dos fuerzas, una adhesin a la permanencia y un impulso hacia lo desconocido, el reposo y el movimiento, la paz y la guerra. La naturaleza de los minerales consiste en resistirse al movimiento y en negar el crecimiento. Los vegetales que echan races en el mismo lugar son capaces de una variedad de transformaciones; los animales no slo modifican y renuevan sus estructuras sino que se desplazan con entera libertad por el mar, el aire y la tierra. Pero de todos los seres, el hombre es el que parece tener ms aptitudes para elaborar e inventar. Es el nico que puede crean y que puede elegir, dentro de ciertos lmites, caminos nuevos e inexplorados. No obstante, tambin el hombre ha de poseer algunas de las cualidades de la piedra para asegurarse su continuidad. El recuerdo lo enlaza con el pasado, la tradicin es base necesaria de la innovacin. Y siendo ms consciente que una piedra, un vegetal o un animal, siendo ms sensible al placer y al dolor, experimenta con particular severidad la tensin de las dos fuerzas de cuya oposicin depende su existencia. Encontrar tanto deleite como desasosiego en la innovacin, y en el letargo hallar tanto la paz como el descontento. La creacin implica ruptura; persistir ha de ser equivalente a reprimir. Esta verdad la encontramos expresada hasta en nuestra mitologa, por ejemplo en la historia de Prometeo, que Esquilo, ya anciano, trat de modo eminentemente filosfico. Pues Prometeo representa la creacin, la libertad, la transformacin; eleva a los hombres desde el estado mineral y vegetal a la condicin humana y divina; de resultas de ello, entra en conflicto con un dios que domina lo que es y se opone con toda su crueldad a lo que ha de venir. Quin es justo? Prometeo o Zeus? Como Esquilo reconoce con mucha sabidura, tanto Prometeo como Zeus son necesarios, y en su tragedia procura una reconciliacin entre ellos. Pero el que ambos sean necesarios no quiere decir que ambos sean buenos por igual. Cualquier hombre esclarecido simpatizar con Prometeo, su liberador, antes que con Zeus, su opresor; e incluso la historia mitolgica insiste en el valor superior, si bien no es siempre el poder superior, de la innovacin sobre la estabilidad forzada. Pues el propio Zeus no slo conquist su poder supremo por medio de la violencia y del cambio, sino que tiene la certeza de que lo perder a menos que pueda adaptarse a un movimiento continuo.
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Hallamos, pues, en la naturaleza y en todos los asuntos humanos una base de necesaria contradiccin, pero de ello no hemos de concluir que cada opuesto tenga un valor igual. Lo que es capaz de movimiento y creacin ha de juzgarse superior a lo que no es capaz de ello. Pero lo que no es estar siempre en oposicin con lo que es. Si tenemos presentes estas verdades generales, comprenderemos mejor las causas de la guerra actual y lo que en ella se juega. Atenas y Esparta son organizaciones de seres humanos y, como tales, han de depender de la tradicin y deben crecer por obra de la innovacin. La existencia de cada una de ellas est determinada por este antagonismo interno. Pero ambas organizaciones no son en modo alguno similares. Cada una de ellas, es cierto, posee un profundo sentido de la tradicin, es decir, un fondo de inercia; pero aqu acaba toda semejanza, porque en Atenas el elemento creador y revolucionario es mucho ms poderoso y est ms difundido que en Espanta, de modo que si bien en realidad ninguna organizacin de seres humanos puede ser esttica, uno se siente casi inclinado a comparar a Esparta con una piedra y a Atenas con alguna criatura alada. En esto la desproporcin es tan considerable que resulta imposible que ambos sistemas se mezclen. De cualquier forma, sera mejor y ms noble, de ser esto posible, que una piedra se convirtiera en pjaro que un pjaro se convirtiera en piedra. Por consiguiente, y dejando a un lado la lealtad personal, en esta guerra estoy de parte de Atenas y, si bien vacilara en vaticinar su desenlace, s que las cualidades prometeicas de Atenas han de extenderse, ya salga victoriosa o derrotada, hacia el futuro, para moldearlo, al paso que la inercia espartana no puede ofrecen ms que una cierta estabilidad que, al carecer en el grado necesario de la posibilidad de variacin, no puede alcanzar desarrollo y, por lo tanto, est condenada a la decadencia o a la desaparicin. Desde luego, los pretextos para declarar la guerra, aunque distintos de sus causas reales, poseen cierta importancia. Cabe argir que si Atenas no se hubiera aliado con Corcira o si se hubiera derogado el decreto megarense, la guerra no habra estallado, y puede decirse que, puesto que la paz favoreca ms que la guerra los intereses de Atenas, sta incurri en serios errores. No era tal la opinin de Pericles. Segn l, el modo ms probable de evitar o posponer la guerra era afirmar que, bajo ninguna circunstancia, Atenas renunciara a ninguno de sus derechos ni hara concesiones frente a una amenaza. Observara estrictamente las condiciones de la paz y estara dispuesta a aceptar un arbitraje sobre cualquier punto en que pudiera discutirse la interpretacin de tales condiciones. En todos los otros asuntos, insistira en su completa libertad de accin. Al adoptar esta lnea de conducta, contaba sin duda con el hecho de que los espartanos profesan ser, y en cierto sentido lo son, irreductibles en materia de legalidad y en extremo cautos cuando en un conflicto dan el primer paso. Pero sabia que al fin Espanta actuara, dentro de la legalidad o no, con arreglo a lo que consideraba sus intereses, y crey, con mucha razn, que el mejor modo de dilatar esta accin era continuar aplicando la poltica que haba desarrollado durante toda su vida. Dudo que ni siquiera sospechara que la batalla naval empeada en los mares septentrionales entre las flotas de Corinto y Corcira, batalla que tuvo lugar el ao siguiente al de su triunfal expedicin al mar Negro, pudiera tener consecuencia alguna, de un modo u otro, para el futuro de Atenas. Por su parte, a las autoridades de Esparta no les interesaba esta batalla y se contentaban con haber hecho lo posible por impedirla. En Atenas se recibi con cierta indiferencia la noticia de que una flota de setenta y cinco barcos corintios haba sido destruida por una flota de ochenta buques de Corcira. Los atenienses no profesan mayor afecto a los corintios, con quienes estuvieron en guerra varias veces durante esta generacin, pero como los corintios haban sido siempre derrotados, los atenienses, y ste es uno de sus rasgos caractersticos, no alimentaban resentimientos contra ellos. Tampoco les interesaba mayormente Corcira. Esta isla constitua una
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considerable potencia martima, capaz de aparejar y pertrechar ciento veinte naves, pero a los atenienses jams les inspir temor tal podero y ni siquiera deseaban tenerlo como aliado. Podra decirse, por consiguiente, que casi nadie previ los sucesos que siguieron a aquella batalla. Adems, no pareca que hubiera habido una razn suficiente para librarla. El motivo fue una disputa entre Corinto y Corcira concerniente a sus respectivos derechos a una colonia, Epidamno, que haban fundado conjuntamente en la costa de Iliria. En su condicin de ciudad fundadora de la misma Corcira, Corinto reclamaba una autoridad que Corcira, que desde haca tiempo era independiente, le negaba. Desoyendo el consejo de Esparta, Corinto haba rehusado el arbitraje, equip lo que para ella era una flota excepcional por lo numerosa, la cual fue aniquilada, y perdi as todo poder sobre Epidamno. Se esperaba que all terminara todo. Pero en realidad, aquello no fue ms que el comienzo. Pues durante los dos aos siguientes los corintios consagraron todas sus energas a la construccin de una gran flota, a alistar contingentes de sus aliados y a contratar avezados pilotos y remeros procedentes de todas las partes de Grecia. Ofrecieron considerables sumas de dinero, y muchos de esos remeros acudieron de distintas ciudades de la alianza ateniense. Atenas no hizo nada por evitar que se alistaran. Tampoco Esparta intervino de ningn modo. Ni alentaba ni desalentaba a Corinto cuando sta se preparaba a una guerra de venganza. Es natural que el pueblo de Corcira se alarmase. Corinto construa una flota ms grande y ms eficiente que la suya propia; asimismo, reciba ayuda de muchos Estados del Peloponeso, aunque no de Esparta. Por su parte, Corcira slo dependa de sus propios recursos. Si bien tena slo una enemiga, no tena amigas. Y as, antes de que se completaran los dos aos de los preparativos corintios, envi una embajada a Atenas para solicitan sen admitida en la alianza ateniense. Los corintios enviaron tambin una embajada para oponerse a tal solicitud. Hubo un debate en la Asamblea ateniense sobre el particular que dur dos das. Los argumentos de mayor peso nada tenan que ver con la legalidad o la ilegalidad de una alianza ateniense con Corcira, si bien ambos bandos hablaron mucho sobre esto. En realidad, la cuestin era muy clara. No se hizo mencin alguna de Corcira, conforme a las condiciones del tratado de paz, y tanto a Atenas como a los Estados del Peloponeso les asistan derechos legtimos para concertar alianzas con cualquier Estado que no estuviese incluido, de manera explcita, en aquellas condiciones. El verdadero problema era muy distinto. Se trataba de optar entre dos riesgos: el peligro de malquistarse con Corinto y, a travs de ella, con Esparta, y el peligro de permitir que Corinto, despus de someter a Corcira, uniera la flota de Corcira a la suya propia y se convirtiera as en una considerable potencia martima, capaz de desafiar a Atenas en los mares occidentales. Haba, desde luego, otras consideraciones, pero sta era la nica decisiva. Como es sabido, Pericles recomend que se concertara una alianza nada ms que defensiva con Corcira, y la Asamblea, como sola hacerlo en todas las cuestiones de importancia, sigui su consejo. Desde entonces, he odo decir a menudo que mediante esta accin, Pericles precipitaba con premeditacin la guerra. Semejante opinin, estoy convencido de ello, es errnea, y esto puede demostrarse sin dificultad. Si Pericles hubiera deseado precipitar la guerra, habra buscado desencadenarla con una ventaja inicial, y tal ventaja poda lograrse con absoluta certidumbre si la alianza hecha con Corcira hubiera sido al par ofensiva y defensiva. Una combinacin de las flotas de Atenas y Corcira hubiera destruido sin disputa el podero martimo de Corinto, por lo menos por una generacin. Pero Pericles, en su deseo de paz y llevado por el natural disgusto que le inspiraba la injusticia (puesto que un ataque a Corinto constitua una clara violacin del tratado), rechaz esta

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solucin. Por otro lado, como dije, tena ms conciencia que cualquier otro de la posibilidad de la guerra, y no poda correr el riesgo de lo que, en fin de cuentas, bien poda ser una combinacin de Corinto y Corcira contra Atenas. Le resultaba del todo imposible evitar los dos peligros, entre los cuales haba de elegir. Apuntaba a disminuirlos en la medida de lo posible. Si se abstena de toda accin agresiva contra Corinto, respetaba las condiciones del tratado; y si garantizaba la independencia de Corcira, evitaba la ocupacin de la isla y que un enemigo en potencia capturara su flota. En mi opinin, esta poltica era prudente y los resultados la justificaron. En primer lugar, slo diez buques atenienses fueron enviados para unirse a la flota de Corcira, y los mand el hijo de Cimn, a quien su padre haba puesto por nombre Lacedemonio o Espartano y que era proclive a compartir las simpatas de su padre. Luego se comprendi que esta fuerza ms bien simblica era demasiado reducida para tener algn peso, y se enviaron otros veinte buques. Todos tenan instrucciones de evitar la batalla con los corintios, salvo en caso de que stos amenazaran, en verdad, desembarcar tropas en Corcira. En realidad, cuando en el otoo tuvo lugar la esperada batalla naval, slo estuvieron presentes en ella los diez buques atenienses. Por las cifras, fue la mayor batalla naval librada entre Estados griegos. Los corintios posean una flota de ciento cincuenta naves, y los de Corcira, una de ciento diez. La accin se libr cerca de la costa de Corcira y los atenienses que estuvieron presentes manifestaron que, si bien el combate fue duro, se desarroll utilizando mtodos anticuados. Ninguno de los bandos pareca conocer nada de la moderna tctica naval ni poseer mucha pericia en el mando. En la batalla, los atenienses obedecieron sus rdenes. Acudieron en apoyo de los buques de Corcira que se hallaban en peligro, pero se abstuvieron de lanzarse contra ningn buque enemigo hasta que, en las ltimas horas del da, se hizo evidente que los corintios triunfaban y que se disponan a desembarcar en la isla. Por entonces, setenta de los navos de Corcira haban sido echados a pique, muchos de sus hombres haban sido tomados prisioneros y, por lo dems, hubo muchos muertos en uno y otro bando. Slo en tales circunstancias los atenienses participaron activamente en la lucha y cuando caa el da, junto con el resto de la flota de Corcira, se disponan a oponen resistencia al desembarco del enemigo. Los victoriosos corintios haban entonado ya su himno de batalla y avanzaban para entrar en accin cuando de repente comenzaron a retroceder, a virar en redondo y a perder todo contacto con el enemigo. La razn de esta conducta sorprendente era que haban avistado en el horizonte los veinte buques que Atenas haba enviado para reforzar la flotilla de Lacedemonio. As, la lejana presencia de una escuadra ateniense bast para que la confianza se trocara en temor. Los atenienses entraron en el puerto de Corcira sin hallar resistencia y el da siguiente, con todos los buques que encontraron a su disposicin, zarparon hacia la base corintia. Los corintios enviaron un mensajero, quien present una protesta oficial; pidi que los atenienses se retiraran, aduciendo que estaban violando el tratado de paz. Los atenienses replicaron que los corintios podan desembarcar en cualquier parte, excepto en el territorio de una aliada de Atenas. Entonces los corintios retornaron a su Estado. Los resultados de esta accin fueron que tanto Corinto como Corcira quedaron seriamente debilitadas, que haba fracasado el intento de ocupar Corcira, que Atenas haba ganado mucho en prestigio sin sufrir una sola baja y que, desde un punto de vista legal, no caba decir que haba violado las condiciones del tratado de paz. En mi opinin, tales resultados bastan para justificar la poltica de Pericles, y habran sido suficientes para impedir la guerra, si no se hubieran presentado otras circunstancias.

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CAPITULO XVI SE DECLARA LA GUERRA


En verdad, los sucesos de Corcira aclararon ms que modificaron la situacin existente. Cierto que Atenas haba ganado en podero, pero desde hacia aos vena hacindolo. Por lo tanto, lo ocurrido en Corcira reviste particular significacin porque all se subray tal hecho, de modo que Esparta y los Estados del Peloponeso comenzaron a verlo con mayor claridad y a alarmarse ante l. Era natural que los corintios, despus del ignominioso fracaso de su gran expedicin naval, intentaran hacer cuanto estuviera a su alcance para desquitarse, peno saban que no podan emprender nada efectivo sin la ayuda de los espartanos, y por algn tiempo en Esparta las opiniones estuvieron divididas. Un fuerte partido reclamaba la guerra inmediata, pero muchos de los ancianos que recordaban cmo en las campaas del pasado, Atenas no haba sufrido daos irreparables y haba surgido de cada una de ellas tan fuerte o ms que antes, aconsejaban cautela. El jefe de este partido era el viejo rey Anquidamo, amigo personal de Pericles por quien ste tena cierta consideracin. Estaba dispuesto a admitir que, en cierto momento, los intereses de Esparta podan exigir la guerra, pero comprenda el valor del podero martimo ateniense e instaba a que, antes de adoptarse una decisin irrevocable, Esparta se equipara con un poder naval suficiente que demostrara su capacidad para custodiar sus costas y dispuesto a intervenir en ayuda de cualquier aliada ateniense que pudiera sen inducida a la rebelin. Pareca imposible decir cul de los dos partidos prevalecera en Esparta, pero en general en Atenas se reconoca que haba peligro de guerra, y la posicin de Pericles, que desde hacia tiempo haba previsto tal posibilidad y desde haca tiempo se haba preparado para afrontarla, se torn, si ello es posible, aun ms fuerte que antes. No es que no tuviera oposicin. Haba algunos (y a estos antagonistas los consideraba peligrosos) que proponan que se tomara la iniciativa sin dilaciones. Y algunos de ellos hasta hablaban de invadir el Peloponeso antes de que los espartanos pudieran movilizarse; otros proponan que se extendiese el imperio hacia el oeste para incorporar a la alianza ateniense el podero naval y los contingentes humanos de las ciudades italianas y sicilianas. Pericles se opona en forma clara y terminante a semejantes aventuras. Hacia tiempo que haba decidido su estrategia. En su opinin, Atenas contaba ya con recursos suficientes como para asegurarse la victoria. Slo poda ser derrotada si disipaba su energa en zonas que no fueran vitales o arriesgaba sus contingentes humanos en una batalla campal contra un enemigo igual o superior en numero. Pero tena conciencia de la importancia del oeste y, por entonces, renov las alianzas entre Atenas y algunas de las ciudades sicilianas. Consideraba que esto sera suficiente para que ninguna de las otras ciudades que simpatizaban con Esparta decidiera enviar buques u hombres para luchar contra Atenas. Como dije, Pericles tema sobre todo la precipitacin de quienes queran hacer demasiado en muy poco tiempo, y, sin duda, saba que en la Asamblea l y slo l posea autoridad e influencia para frenarlos. Haba gente como Clen que, a fin de ganan prominencia, exageraba toda poltica; y haba muchos hombres jvenes, como por ejemplo Alcibades, que, con escasa experiencia de la guerra, estaban ansiosos de adquirir fama y dispuestos a afrontar cualquier riesgo. Cuando, como en el caso del joven Alcibades, esta gente no slo era ambiciosa, sino tambin capaz e inteligente, resultaba, si no se la vigilaba, tanto ms peligrosa a causa de su evidente talento.

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Haba tambin, desde luego, un reducido nmero que, llevados por el odio a la democracia o al propio Pericles, habran acogido la paz con beneplcito y a cualquier precio, para disfrutar con seguridad de sus posesiones. Eran, por lo general, miembros de aquella pequea minora que en el pasado haba intentado perjudicar a Pericles persiguiendo a sus amigos. Pon entonces, lanzaron contra l algunos ataques. Fueron de una ndole particularmente cobarde y aunque no lo perjudicaron en modo alguno, le provocaron gran ansiedad y angustia. Tales ataques parecen haber sido originados nada ms que por el despecho. Ningn fin poltico poda tener el acusar a Aspasia de impiedad ni el repetir las viejas historias, que nadie crea, sobre aventuras de Pericles con mujeres casadas. En este caso, el acusador fue el poeta cmico Hermipo. Haba gozado de cierto xito en la escena y acaso con esta acusacin estuviera tan ansioso de ganar popularidad como de injuriar a quienes atacaba. El cargo de impiedad se basaba en el rumor de que Aspasia haba organizado una reunin en la que las muchachas presentes estaban vestidas como las Nueve Musas y se las nombraba como a stas. En el curso de la acusacin, se refirieron las habituales historias acerca de la inmoralidad de Aspasia y de las propensiones amatorias de Pericles. Hermipo aprovech esta coyuntura con su acostumbrada vulgaridad. Pero ms desdichada todava fue la conducta de Jantipo, hijo de Pericles, que haca poco tiempo haba disputado con su padre, como siempre lo haca, por cuestiones de dinero. En esta ocasin, lo ofendi el que Pericles se negara a dar su nombre como garanta para que l obtuviese un prstamo bajo falsos pretextos. Apareci entonces en escena Jantipo y acus a Pericles de haber seducido a su mujer. Con este acto esperaba vengarse tanto de su padre como de su mujer, a quien, y ello no puede extraar a nadie, inspiraba repulsin. Como era mujer y adems extranjera, Aspasia no compareci, desde luego, ante los tribunales. Pericles habl en su defensa y se me dijo que sa fue la nica ocasin en que se dej ganar en pblico por sus emociones. Ignoro si fue el pesar o la ira lo que le hizo derramar lgrimas, pero el efecto de stas sobre el jurado, as como el de su discurso, fueron indudables. Aspasia fue absuelta y desde entonces Hermipo dej de atacarla en la escena. Todo este asunto aument an ms el prestigio de Pericles. En cuanto a su hijo, nunca aludi a su comportamiento y nunca volvi a hablarle. Menciono esta historia no porque sea importante en s misma sino para sealar cun dbil era por entonces cualquier oposicin que pudiera organizarse contra Pericles. Pocos aos despus, cuando yo mismo fui objeto de ataque, la situacin haba cambiado, pero, en el perodo inmediatamente anterior al estallido de la guerra, se acept su poltica y su nico temor era que se pretendiera exagerarla. Haba poco de lo que podra llamarse fiebre blica, peno no haba disposicin a hacer concesin alguna. Y as la gran mayora de los atenienses haba llegado, por lo menos en aquella poca, a adoptar los puntos de vista precisamente sustentados por Pericles. Si antes de la poca del debate sobre Corcira se haba pensado poco en la guerra, ahora se hizo evidente que la posibilidad de la guerra aumentaba de da en da. Por supuesto, la gente consideraba tal perspectiva con sentimientos distintos, pero no observ signo alguno de miedo o de ansiedad. Por entonces, no hay duda de que la mayor parte de los jvenes la esperaban con impaciencia. Alcibades, por ejemplo, que contaba unos dieciocho o diecinueve aos, se mostraba dondequiera con una armadura nueva y particularmente brillante. Su conducta era tan descontrolada y extravagante como siempre, pero ahora, por primera vez en su vida, vea la oportunidad de distinguirse por el arrojo en la batalla antes que por su belleza, sus borracheras o sus actitudes afrentosas. A su amigo Scrates lo deleitaba el cambio que se haba operado en l. Era uno de los pocos que siempre haban sostenido que Alcibades era capaz de excepcionales virtudes y nobleza, y en presencia de Scrates, el joven se comportaba con toda correccin. Podra decirse que Scrates es el nico hombre a quien Alcibades respeta en verdad; y lo ama tanto como lo teme.
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La actitud de Scrates frente a la guerra era caracterstica de este hombre. Era del todo indiferente a la gloria militar, pero nunca consider la posibilidad de rehuir el sacrificio de su vida si as lo requera la ciudad. l y Alcibades participaron en la campaa de Potidea y compartieron la misma tienda. En la primera batalla ambos se distinguieron, y cuando Alcibades, que se haba expuesto de modo temerario en la lucha, cay herido, Scrates permaneci junto a l y pareca, segn dicen, una osa protegiendo a su cachorro; rechaz todos los ataques hasta que Alcibades pudo ser retirado del campo de batalla. Luego, cuando se plante la cuestin de quin deba recibir el premio al valor, Scrates propuso que se le concediera a Alcibades, y ste estaba dispuesto a rechazarlo para que se le otorgara a Scrates. Teniendo presente la popularidad de Alcibades entre los jvenes y sus nobles relaciones en Atenas, los generales se felicitaron de contar con el apoyo de Scrates, para conferir el premio al muchacho, y Scrates se sinti feliz pon el hecho de que la pasin de su amigo por el honor y el verdadero mrito obtuviera tan rpida recompensa, pues l era indiferente a todos los honores. Me refirieron luego esta historia Pericles y otros. No vi a Scrates ni a Alcibades desde que participaron en esta campaa. La batalla de Potidea se libr, desde luego, antes de la declaracin de guerra. Por s misma, no hizo inevitable la guerra, pero, como todos los sucesos de aquel tiempo, era un paso ms en esa direccin. En esto Atenas actuaba, como siempre, estrictamente dentro de sus derechos pues Potidea, aunque colonia de Corinto, es aliada de Atenas y a ella debe pagar tributo. El lugar es, como sabis, de gran importancia estratgica en la zona de Tracia, y era inevitable que Atenas estuviera decidida a conservar all su dominio. De modo que, cuando se hizo patente que los corintios residentes en la ciudad intrigaban con el rey de Macedonia y con otras ciudades y tribus de las inmediaciones, con el propsito de organizar una sublevacin general, slo se esperaba que los atenienses exigieran la expulsin de los magistrados corintios y el desmantelamiento de parte de las fortificaciones. Pero los corintios reunieron una fuerza de llamados voluntarios y la introdujeron en la ciudad. As, la rebelin de una aliada ateniense fue organizada por Corinto, ciudad que, segn se supona, estaba en paz con Atenas. Volvi a haber lucha, esta vez mucho ms seria que la habida en Corcira, entre los atenienses y los corintios. En la batalla, los corintios fueron derrotados, pero an ocupaban la ciudad y Atenas se vio obligada a un asedio prolongado, difcil y costoso. Y slo muy recientemente capitul Potidea. Aun antes de esta batalla, sin embargo, los corintios haban pedido ayuda a Esparta, y parece ciento que por lo menos algunos de los gobernantes espartanos haban prometido invadir tica a menos que los atenienses se retiraran de Potidea. Otros Estados apoyaron a los corintios. Megara envi una delegacin a Esparta. Y lo mismo hizo, de modo no oficial, Egina. Los megarenses se quejaron de la reciente disposicin ateniense segn la cual se les prohiba vender sus mercancas en Atenas y en todos los mercados de la alianza ateniense. El fin de este decreto megarense, propuesto por Pericles, era mostrar lo peligroso que resultaba para los pequeos Estados emprender cualquier accin contra Atenas. Los megarenses haban suministrado en Corcira un contingente a la flota corintia. Haban dado asilo a esclavos escapados de Atenas y se haban unido a los corintios para apoyar en Egina al partido antiateniense. Sin duda, los atenienses recordaban tambin la poca en que los megarenses haban dado muerte mediante una traicin a muchos de los hombres que formaban las guarniciones atenienses en ciudades del territorio de Megara. El partido que en Esparta quera la guerra aprovech todos estos motivos de queja. Poco despus del sitio de Potidea, se celebr un congreso al que fueron invitadas todas las aliadas de Esparta. Pericles comprendi al punto que tal congreso sera decisivo para la paz o la guerra y se las arregl para tener en Esparta algunos enviados atenienses, en apariencia ocupados en otros negocios pero instruidos pon l, en persona, para decir lo que deban decir si lograban hacerse
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escuchar por la Asamblea espartana. Los discursos que pronunciaron en este congreso las aliadas de Esparta fueron tales como poda esperarse. Los corintios, que, sin ayuda, perderan con certeza el ejrcito de Potidea, lanzaron los ataques mas furibundos y enrgicos contra Atenas. La mayor parte de los Estados martimos del Peloponeso los apoyaron, y algunos de los de las tierras interiores, que no se sentan en modo alguno amenazados, aconsejaron prudencia. Al fin, los atenienses pidieron la palabra y se los invit a que usaran de ella. Pericles les haba dado instrucciones de que dejaran aclarada en forma bien explcita la posicin ateniense, de modo que no hubiera ninguna posibilidad de equvoco. En su opinin, el peligro de guerra aumentara en vez de disminuir si los espartanos imaginaban que podan lograr sus objetivos, ya fuera por medio de amenazas o por un empleo limitado de la fuerza. Consideraba ms probable contenerlos por el pensamiento de que, si emprendan cualquier accin contra Atenas, se veran comprometidos, sin alternativa posible, en una guerra mucho ms arriesgada que cualquiera otra que hubieran experimentado antes. Los atenienses hablaron ajustndose a las instrucciones recibidas. Defendieron la conquista y el mantenimiento del imperio ateniense con palabras que el propio Pericles hubiera empleado. Lo haban ganado a causa de su superior patriotismo en una poca en que Espanta haba declinado responsabilidades; lo mantenan por razones de seguridad; por su estructura y su sistema poltico, era ms liberal que cualquier otro imperio que hubiera existido, y ofreca un contraste favorable con la dominacin ejercida por Esparta sobre sus sbditos griegos. Atenas no reconocera de ningn modo que un congreso de Esparta y sus aliadas tuviera derecho para fiscalizar y ni siquiera criticar su poltica. Como Esparta, Atenas era un Estado independiente. Si surgan disputas entre ellas, deban zanjarse por arbitraje, como lo estipulaban las condiciones del tratado existente. Atenas estaba dispuesta a someterse a arbitraje. Si Esparta no lo estaba, a ella correspondera toda responsabilidad por la guerra. Si Esparta optaba por la guerra, Atenas combatira con el mximo de sus recursos. Los espartanos haran bien en reflexionar sobre la magnitud de tales recursos. Semejantes palabras no estaban destinadas a bienquistar a los atenienses con los espartanos, y algunos sugirieron que el propsito de Pericles al ordenan a los embajadores que hablaran de este modo, era inducir a la Asamblea espartana a que declarase la guerra. Tal opinin es del todo errnea. Es caracterstico de Pericles el haber credo que, aun cuando tena que vrselas con los espartanos, el argumento ms poderoso era la verdad. Acaso haya juzgado que, de cualquier modo, no eran muchas las probabilidades de evitar la guerra, peno estaba convencido de que la nica oportunidad consista en que Atenas declarara del modo ms claro su resolucin. Era imposible apelar a la amistad de Esparta, pero era posible contar en cierto modo con su tradicional cautela y su repugnancia a actuar, de modo ostensible, al margen de lo legal. Por lo dems, se me dijo que, aunque el discurso de los atenienses provoc la viva irritacin de los espartanos, produjo el efecto deseado: los hizo pensar. Despus de estos discursos, los representantes de los aliados y de los atenienses se retinaron y la Asamblea espartana discuti la paz o la guerra. Dicen que el anciano rey Arquidamo expres de modo admirable aquellos sentimientos que, segn Pericles esperaba, actuaran como influencia moderadora. Al paso que admita el peligro de la expansin ateniense, arguy que seria ms prudente reflexionar antes de comprometer a Esparta en una guerra que haba de durar ms de lo que todos esperaban y cuyos resultados no podan preverse. Si bien Espanta y sus aliadas podan revelarse superiores en tierra, no podan competir con Atenas en el mar, y, por otra parte, su situacin econmica dejaba mucho que desear. Por ello era necesario que comenzaran pon construir una flota y por cobrar contribuciones, como haba hecho Atenas, a sus amigas y aliadas. Dentro de unos pocos aos, se hallaran en condiciones de librar una guerra breve y decisiva. Y en cualquier caso, prosigui diciendo, antes de dar un paso irreparable, deban aceptar el
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ofrecimiento ateniense de arbitraje. De otro modo, parecera, tuviera o no razn, que Esparta y no Atenas haba roto la paz. Dicen que su discurso produjo considerable efecto. Pero se haba llegado a un punto en que no se trataba ya de una eleccin entre la paz o la guerra sino de cundo resultara ms conveniente iniciar la guerra. En semejante estado de nimo, la gente no suele pensar u obrar con paciencia o deliberacin. Lo que desea es una rpida y simple solucin de un problema que, por exigir mucho a sus capacidades intelectuales, la llena de ansiedad. Y ms que a cualquier otro pueblo, a los espartanos les satisface or una enunciacin llana, por errnea que sea, que los libere de la necesidad de emplear cualesquiera facultades crticas o analticas que posean. Y su orgullo por valerse slo de unas pocas palabras deriva de la gran satisfaccin que experimentan al no tener que considerar al mismo tiempo ms que una o dos ideas. Y as el discurso del foro Estenelaidas, al eludir cualquier cuestin importante que hubiera podido plantearse, result mucho ms eficaz que la juiciosa exhortacin del rey Arquidamo. Los atenienses -dijopronuncian siempre largos discursos para alabarse a s mismos. Si eran hombres buenos en la poca de las guerras con Persia, resulta tanto ms lamentable que ahora sean malos. Cuanto queremos or es que dejan tranquilas a nuestras aliadas. Pero nada dicen sobre este punto. Debemos proteger a nuestras aliadas. Por lo tanto, debemos librar la guerra. En su condicin de magistrado que presida la Asamblea, puso entonces la cuestin a votacin y, por gran mayora, se aprob la guerra. Despus de esto hubo un intervalo de casi un ao antes de que comenzaran las hostilidades, pues los espartanos y sus aliados necesitaban tiempo para hacer los preparativos indispensables. Durante este intervalo, los atenienses ordenaron sus defensas, pero no emprendieron ninguna accin blica. Los espartanos mostraban gran ansiedad ante la perspectiva de que se los considerara los primeros que haban roto la tregua y, por medios diplomticos y de otra ndole, intentaron crear la impresin de que la guerra era justa y de que se les haba impuesto. Tales maniobras revisten inters psicolgico ms que poltico. Despus de la votacin en la Asamblea espartana, no haba ya posibilidad de paz. En primen trmino, los espartanos se las arreglaron para lograr una respuesta del orculo de Delfos en el sentido de que si combatan con todas sus fuerzas, el dios estara de su lado. Luego enviaron una embajada a Atenas para pedir a los atenienses que conjurasen la maldicin de la diosa. Era una oscura referencia a sucesos ocurridos algunas generaciones antes, cuando un remoto antepasado de Pericles haba sido anatematizado. Sin duda, los espartanos esperaban fortalecer as cualquier opinin que en Atenas se opusiera a Pericles. Pero el apoyo a Pericles fue casi unnime. Los atenienses replicaron pidiendo a los espartanos que conjurasen la maldicin de la casa de Latn, tambin una referencia en cierto modo oscura a un acto de sacrilegio ms reciente cometido por un gobierno espartano. Luego lleg una segunda embajada para pedir que Atenas concediese la independencia a Egina, revocase el decreto megarense y abandonase el asedio de Potidea. Como era de esperar, Atenas rechaz todas estas exigencias. Por ltimo, arribaron enviados espartanos que, sin mencionar ninguno de esos temas en particular, se limitaron a decir: Esparta quiere la paz. La paz es posible si dais a los griegos su libertad. A nadie impresion esta muestra tpica de la hipocresa espartana. Los espartanos y sus aliados ya haban movilizado el ejrcito y, a principios de la primavera, comenzaron a avanzar, a travs de la frontera megarense, hacia tica.

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CAPITULO XVII LOS LTIMOS AOS


No es mi intencin, amigos mos, describir los sucesos de la guerra actual. Me limito a hacer lo que me pedisteis, que es referiros cuanto se acerca del amigo a quien am y admir. Desde el instante en que los del Peloponeso invadieron tica, no vivi mucho ms de tres aos y durante casi dos de esos aos perd contacto con l, pues yo viva ya en Lampsaco. En ese perodo no ocurri nada que revelara algn aspecto del hombre que yo no hubiese ya notado. Uno de sus rasgos ms notables es su extraordinaria coherencia. En este periodo de crisis se comport como se haba comportado siempre; habra modificado sus opiniones si hubiese tenido alguna razn para cambiarlas, pero la vendad es que cada una de sus apreciaciones qued confirmada. El nico acontecimiento que trastorn sus clculos fue algo que no caba prever en modo alguno, y siempre haba subrayado la importancia de lo imprevisible. Su nica desgracia poltica (de la que pronto se recobr) fue originada por ese mismo quebrantamiento nervioso de sus conciudadanos contra el cual los haba prevenido por anticipado. En el comienzo de la guerra su autoridad era indiscutida. Algunas de sus rdenes eran impopulares, pero eran lgicas y precisas, muy bien explicadas y mejor obedecidas. Crea que Atenas era invencible mientras no disipara su energa humana y su flota dominara los mares. Nada previsible, excepto la temeridad o la impaciencia, poda, en su opinin, infligirle ningn dao vital. Traz y explic su estrategia desde el principio. Como en toda oportunidad, mostr la justeza e intrepidez del que ve en forma clara y distinta lo que es esencial y aquello que no lo es. Dijo a los atenienses que sus bienes en el mundo estaban dondequiera pudieran llegar sus buques. Podan deshacerse de sus fincas, de sus casas de campo, de la tierra que posean en tica. De lo que no podan deshacerse era de su energa humana, de su flota y de su imperio. As, haban de evitar toda batalla campal con el grueso del ejrcito del Peloponeso y, en lo que concerna a las operaciones en tica, deban contentarse con emplear la caballera para impedirles la retirada a los destacamentos enemigos aislados y cortar las lneas de aprovisionamiento. Cada ao haban de zarpan flotas hacia el Peloponeso para hacer estragos en las costas y construir bases fortificadas desde las que pudieran acometerse otras operaciones. Advirti al pueblo que los meses durante los cuales deba abandonar sus fincas y refugiarse tras las fortificaciones de la ciudad serian duros y que deban estar preparados para afrontar ciertas prdidas. Pero deban reconocer que la prdida de casas y de cosechas no tena ninguna importancia. Las casas podan volver a construirse y las tierras podan sembrarse de nuevo y, entretanto, toda la tierra del mundo que pudiera alcanzarse por mar estaba a su disposicin. Si alguien iba a sufrir por falta de alimentos, sos serian los del Peloponeso, que nada importaban y que, al invadir tica, descuidaran el cultivo de sus propias tierras. De modo que, tan pronto como se supo que se acercaba el ejrcito enemigo, los atenienses transportaron sus ganados a la costa y los embarcaron con destino a Eubea y otras islas. Ellos mismos, tomando todos los brtulos que podan transportar, se dirigieron a la ciudad. Los ms afortunados fueron a vivir a casa de amigos o parientes, pero la mayora hubo de acampar en parques o templos, o en el terreno en que no haba construcciones del suburbio de Praieo y, tambin, cerca de las Murallas Langas. As se haba procedido todas las veces que se haban producido invasiones y hoy en da los atenienses aceptan esta situacin como casi natural. Una vez que los ejrcitos enemigos se retiraban, volvan a sus casas, reconstruan lo que podan, transportaban de nuevo sus rebaos y ganados y reanudaban, en la medida de lo posible, su vida normal desde del otoo hasta la primavera siguiente. Pero en este primen ao de guerra todo pareca extrao y casi insoportable.
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Los atenienses que viven fuera de los muros de la ciudad sienten mucho apego por su casa, sus templos locales y toda la tradicin de la comarca. Desde luego, se enorgullecen de Atenas, pero tambin profesan, como es natural, profundo afecto pon sus propias aldeas, a las que consideran de algn modo superiores a todas las dems. Asimismo, estn acostumbrados a la seguridad y al xito. Hoy da, slo los ancianos pueden recordar la poca de la invasin persa, cuando los atenienses hubieron de abandonar no slo el pas sino tambin la ciudad. Nunca haban visto, como Pericles y yo, flotar nubes de humo sobre tica, que sealaban la destruccin de sus hogares. Y as, si bien caba convencerlos de la sabidura de la poltica de Pericles, los resultados de llevarla adelante les parecan casi intolerables. Pronto cundi el descontento que Pericles haba predicho. Qu general es ste -decan una y otra vez- que posee un ejrcito y no lo utiliza? En vendad, Pericles utiliz el ejrcito tal como se haba propuesto hacerlo. Mientras los del Peloponeso estaban todava en tica, envi una flota de cien naves con mil hoplitas y una numerosa dotacin de arqueros para realizar incursiones pon la costa enemiga. Esta fuerza hizo por lo menos tantos estragos como los que haba hecho el enemigo en tica, y acaso provoco no menos ansiedad que ste, pues nadie poda saber dnde asestara el prximo golpe. Entretanto, tres mil hoplitas sitiaban an Potidea; muchos ms ocupaban puestos en tica y defendan las fortificaciones de la misma Atenas. Y hacia fines de ao los atenienses pudieron experimentar al menos la satisfaccin de haber ocasionado tantas prdidas al enemigo como las sufridas por ellos. Durante el verano arrojaron de Egina a toda la poblacin y volvieron a establecer en la isla una colonia ateniense; por lo dems, y una vez que los del Peloponeso se retiraron, el propio Pericles invadi, a la cabeza de un gran ejrcito, el territorio de Megara y asol todo el pas, demostrando as que los espartanos no se hallaban en condiciones de defender a sus aliados. Y as, cuando finalizaba el ao, haba desaparecido buena parte del descontento que se haba sentido contra Pericles durante los primeros meses. Cualquier hombre inteligente comprenda el valor y eficacia de su estrategia. Atenas haba perdido algunas propiedades, peno pocos hombres; haba ocasionado ms daos al enemigo que los que haba padecido; mostr que, mientras que sus enemigos slo podan operar por breve tiempo y en un solo lugar, sus fuerzas podan golpear dondequiera lo desearan y en cualquier momento. Cuando, hacia fines de ao, se plante la cuestin de quin haba de pronunciar el habitual discurso en los solemnes funerales de los que haban perdido la vida en la guerra, el pueblo, sin vacilar, confi una vez ms este honor a Pericles. Su discurso fue el ms conmovedor y hasta dira el ms grandioso que yo haya escuchado. No intent justificar ni con una palabra su minuciosa poltica. Su objetivo era honran a los muertos y convencen a los vivos de que, si bien la vida era preciosa, aquellos haban muerto por algo ms precioso an. Para l, Atenas no era slo grande sino absolutamente nica. Considero que esta opinin es acertada. Cuando Pericles (o, para el caso, Sfocles o Eurpides) habla de Atenas, las palabras de que se vale son del todo distintas de lo que resulta habitual en la literatura o la declamacin patritica. La victoria, el valor, la resolucin, el honor, son los temas de siempre, pero estos atenienses apelarn tambin, y del modo ms sealado, a otras cualidades como la sabidura, la belleza, la adaptabilidad y la perfeccin. En aquel primer ao de guerra se represent una nueva tragedia de Eurpides, Medea. Slo se le otorg el tercer premio, en gran medida, segn pienso, debido a que la complejidad psicolgica de la protagonista no satisfizo al auditorio. Pero todos en el teatro oyeron con el ms profundo placer y con extraa reverencia uno de los coros. En ese coro, Eurpides parece haber expresado tanto la antigedad de Atenas como su vertiginosa modernidad. Hasta donde alcanza mi memoria, reza as: Desde antiguo los hijos de Erecteo son esplndidos, hijos de los dioses bienaventurados. Viven en la santa tierra de Atenas, nunca conquistada, donde la sagrada Sabidura los alimenta, y gozosamente van siempre a travs de ese aire brillantsimo donde, segn dicen, aquella dorada Armona dio a luz
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las puras nueve Musas de Pieria, y junto a la dulce corriente del Cfiro, donde Cpris floto, segn dicen, para hacer manar agua, dulces suaves brisas alentaban a lo largo de su sendero y a su cabello arrojaban fragantes guirnaldas de flores de rosas los Amorcillos, compaeros de la Sabidura, su escolta, auxiliadores de los hombres en toda suerte de excelencias. sta era, amigos mos, la Atenas que yo conoc y que pronto perdera. No es que mis calamidades, que acabaron en una vida feliz y pacfica en Lampsaco, tengan la mnima importancia. Lo que ms me conmueve, cuando pienso en las grandes y altivas palabras de Pericles y de Eurpides, es que expresaban la verdad, y acaso sigan siendo ciertas aun despus de la miseria y la desilusin que se abatieron sobre la ciudad y sobre el propio Pericles. El ao siguiente comenz con confianza y termin en un clima de histeria, ilegalidad, terror y persecucin. Los atenienses nunca temieron a sus enemigos; si sufren una derrota, redoblan sus refuerzos para lograr la victoria. Pero ahora deban afrontar un peligro contra el que no podan luchar y a un enemigo cuyos ataques eran sbitos, imprevisibles e irresistibles. No haban sido muchos los muertos en el campo de batalla durante el primer ao de guerra, y todos ellos haban sido sepultados con gran solemnidad. Los que murieron de peste en el segundo y tercer aos fueron innumerables; sus cadveres yacan en las calles, donde ni siquiera las aves de rapia ni los perros hambrientos los tocaban, tapaban las cisternas o, si se los enterraba, se haca de forma rpida e indecente. Poco despus de que los espartanos invadieron tica en la primavera, llegaron del Pireo noticias de las primeras victimas de esta enfermedad. A la semana, se haba extendido a la ciudad alta, donde la gente comenz a morir como moscas. Adems, la muerte era particularmente dolorosa y, en todas sus diferentes formas, horrible de ver. Algunos moran delirando de sed y fiebre, otros a causa de ininterrumpidos vmitos, ulceracin de las entraas y consuncin. Muy pocos de los que cogieron la enfermedad se repusieron, y nadie saba quin podra contraerla y quin eludirla. Las reglas higinicas recomendadas por los mdicos probaron ser del todo ineficaces, y murieron mas mdicos consagrados a su tarea que cualquier otra clase de ciudadanos. Tambin eran ineficaces las oraciones y ofrendas a los dioses. Nada ofreca garantas de proteccin; los sanos eran tan susceptibles a la contaminacin como los enfermizos; los que se haban sealado por su piedad moran junto a criminales y blasfemos. Era aqulla una situacin en la que toda la decencia, la confianza mutua y las convenciones sobre las que se funda la vida civilizada, resultaban impotentes para guiar, estimular, o refrenar. Ocurra algo que estaba ms all de toda costumbre y de toda comprensin, y sin la costumbre ni la comprensin la naturaleza humana est sentenciada a pender su integridad y a sumergirse en el caos. En algunos casos individuales, el terror, el miedo y la confusin llevaban a la desesperacin, a la abyecta cobarda, a la furia atolondrada, a la apata o al vicio, conforme al carcter, circunstancias o constitucin fsica de cada cual. Durante este perodo fueron pocos los que conservaron su virtud, su valor y su buen sentido; y como era de esperar, esta corrupcin continu propagndose con el transcurso del tiempo. Al principio, los atenienses proseguan la guerra con vigor. Cuando los espartanos estaban todava en tica, el propio Pericles zarp dirigindose al Peloponeso con ciento cincuenta naves, que transportaban considerables fuerzas de infantera y caballera. Cuando la flota estaba a punto de zarpan y Pericles se embarcaba en la nave capitana, hubo un eclipse de sol. De haber ocurrido esto estando el ao ms avanzado, o de haber mandado la expedicin cualquier otro, es probable
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que todo el esfuerzo hubiese quedado paralizado por el terror supersticioso. En fin, el timonel del navo de Pericles estaba demasiado aterrado como para dar las rdenes necesarias. Pericles se quit entonces su capa de general, la despleg frente a los ojos de ese hombre y dijo: Consideras esto un terrible presagio?. El timonel admiti que no lo consideraba as, y Pericles le pregunt luego: Hay acaso alguna diferencia entre esto y el eclipse, como no sea que el eclipse fue causado por algo ms grande que mi capa?. Al punto, l mismo imparti las rdenes para las libaciones y, cuando volvi a brillar la luz del sol, la flota se hizo a la mar llena de confianza. Como en el ao anterior, infligieron ms dao al enemigo que los que el enemigo poda infligirles en tica. Pero ni ellos ni los espartanos podan hacer los estragos que haca la peste. Cuando Pericles retorn de esta expedicin, hall que los espartanos se haban retirado, temiendo sin duda contaminarse, y que la peste asolaba an ms despiadadamente la ciudad. Decidi entonces permanecer en Atenas. El ejrcito y la flota que haban realizado incursiones depredadoras por el Peloponeso, fueron puestos bajo el mando de Hagnon y enviados hacia el norte, a fin de reforzar el ejrcito que sitiaba Potidea. Pero algunas de estas tropas haban contrado ya la enfermedad y la llevaron consigo a Potidea, donde contaminaron a los hombres all destacados. A las seis semanas, Hagnon haba perdido la cuarta parte de sus hombres y se vio obligado a regresar a Atenas, sin haber logrado nada til. Y ahora, con la visin y fetidez de los cadveres pon todas partes, con el temor que cada hombre senta por su propia vida, con los hogares y fincas destruidos y sin contar ni siquiera con el estmulo de la victoria, los atenienses, incapaces de comprender como se haban abatido tan repentinamente sobre ellos tales infortunios, cayeron en un estado de nimo de total desesperanza, animados slo por la acritud y la irritacin. Si pensaban en la guerra, slo queran concertar la paz a cualquier precio. Deseando cargar sobre alguien la responsabilidad de su propia irresolucin y de sus inmerecidas aflicciones, comenzaron a censurar a Pericles por todo lo ocurrido. Bien hubiera podido, decan, evitar la guerra, olvidando que ellos mismos la haban votado. O bien hubiera podido adoptan una estrategia distinta. Era preferible morir en el campo de batalla, combatiendo contra los espartanos, que perecer enjaulados tras las fortificaciones, en edificios que slo dejaban de estar atestados a causa del nmero de muertes. O acaso, se deca, hubiera cierta verdad en lo que se murmuraba de la casa de Pericles: que sobre ella penda una maldicin. Los ataques contra Pericles comenzaron, como en el pasado, con ataques contra sus amigos. Yo fui una de las primeras victimas, pues se me acus de impiedad y de simpatas pro persas. No es necesario que yo, a quien todos vosotros conocis, comente lo absurdo de semejantes cargos que, desde luego, slo perseguan el propsito de desacreditar a mi amigo. Pericles, agotado como estaba pon el ininterrumpido trabajo y la ansiedad, me hubiera defendido de buena gana ante el tribunal, pero saba que su posicin era ahora ms dbil que nunca y tema que su intervencin pblica me perjudicara en vez de beneficiarme. Recuerdo la dulce sonrisa con que dijo: Solas ensearme a poner primero las cosas primeras. En esta situacin, lo primero es tu vida. Y as, como sabis, segu su consejo. An tena suficiente poder como para impartir rdenes que se obedecieran. Puso a mi disposicin un buque que me trajo a Lampsaco, y aqu me confi a la bondad de aquellos de vosotros que sois sus amigos. No es ste el lugar de agradeceros el haberme dispensado el generoso trato que el propio Pericles habra deseado. Tampoco vale la pena que me demore en mis sentimientos personales cuando me desped de l. Si digo que sent ms preocupacin pon l que por m mismo, acaso parezca que me permito una jactanciosa afectacin; pero si vosotros lo conocisteis y amasteis como yo, creeris que he dicho la verdad. Nunca volv a verlo. Lo poco que me resta deciros lo conozco de odas, peno mis fuentes son dignas de confianza. He recibido con regularidad noticias de Hagnon y, asimismo, el joven
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Tucdides, que contrajo la peste pero por suerte pudo reponerse, me envi algunas relaciones muy conmovedoras y claras de los acontecimientos. No es el nico que profes suma devocin por Pericles, pero es notable pon la claridad con que lo comprende. Al parecer, muy poco despus de que yo escapara de Atenas, Pericles convoc una reunin de la Asamblea. Habl con su habitual autoridad a un auditorio que, si bien le era hostil en su mayora, lo escuch con respeto y sigui sus argumentaciones, aunque estaban resueltos a no simpatizar con ellas. Se expres con profundo sentimiento acerca de los padecimientos a que todos estaban expuestos, y se refiri con humor a las iracundas criticas de que era objeto. Si haban de censurarlo, dijo, por todos y cada uno de los infortunios que se les presentaban, entonces deba esperar que lo alabaran por cada golpe de suerte. Del mismo modo, bien podan alabarlo o censurarlo conforme al estado del tiempo. En cuanto a su poder, saban de sobra que lo dejara de buena gana s podan encontrar a alguien ms capaz de usarlo con sabidura, en beneficio de todos. Pero el fin principal de su discurso era devolverles el valor y la resolucin y dejan bien sentado que no deba hablarse de concertar una paz deshonrosa. Les dijo que ni siquiera ahora tenan conciencia de su propio podero. El mundo entero, dijo, poda dividirse en dos partes, la tierra y el mar, y los atenienses eran imbatibles en una de esas dos partes. Este poder de que disponan era de una categora del todo distinta a la de la propiedad de tierras o casas. Mientras conservaran la libertad, podan recuperar lo que hubiesen perdido, pero si se sometan una vez a la voluntad de otros, perderan todo lo que an posean. No poda hablarse de enviar embajadas a Esparta. Lo que haba hecho la grandeza de los atenienses era su capacidad para sobrellevar el infortunio con el ms alto valor, y para reaccionar contra l con toda energa. En esta ocasin, los atenienses procedieron de un modo extraamente ilgico, pero, considerando las variadas emociones y los sufrimientos sin precedentes, no ms perjudicial que el que hubiera podido esperan cualquier estudioso de la naturaleza humana. Estaban tan acostumbrados a confiar en el juicio de Pericles y a seguir la exactitud y certeza de sus argumentos, que aceptaron una vez ms la verdad de sus anlisis y, desde entonces, no pensaron ya en la paz sino que mostraron una renovada energa para librar la guerra. Por otro lado, consideraron esencial que alguien que no fuese ellos mismos cargara con la responsabilidad de los padecimientos que no podan comprender y que todava perduraban, pues era an pleno verano y slo a principios de otoo comenz a disminuir la violencia de la peste. Y as, depusieron a Pericles de su cargo de general y lo sentenciaron a pagar una elevada multa en dinero. Por primera vez en quince aos, Pericles no desempeaba cargos pblicos, si bien los que ahora gobernaban seguan su poltica y buscaban una y otra vez sus consejos. Como me dijo Hagnon, Pericles soport su desgracia con dignidad. Haba logrado lo que le pareca vital, esto es, que la guerra continuara librndose con resolucin y, antes de que finalizara el ao, Potidea haba capitulado y Formion haba conquistado una brillante victoria en el golfo de Corinto, demostrando as, una vez ms, la completa superioridad de la flota ateniense. Pero en su vida privada Pericles sufri tantos infortunios como cualquier otro. Primero, muri su hermana, de la peste, y luego sus dos hijos, Jantipo (con quien nunca se haba reconciliado) y Panalo. Su familia se haba pues extinguido, porque el hijo que tena de Aspasia, el joven Pericles, estaba descalificado para la ciudadana. Dicese que cuando, en el funeral de Panalo, su padre deposit una corona sobre el cadver, no pudo contener las lgrimas. Antes slo una vez haba mostrado su pesar en pblico. Poco despus, el propio Pericles contrajo la peste y, por algunas semanas, sus amigos desesperaron de salvarlo. Durante este tiempo se verific un cambio repentino de sentimientos entre los atenienses. Los haban alentado las victorias, as como el hecho de que, con el clima ms fro, eran cada vez menos los que contraan la peste. Ahora comenzaban a lamentar lo que
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reconocan como ingratitud hacia el hombre que los haba conducido durante tanto tiempo y que, aun en la desgracia, haba continuado inspirndolos. Se apenaron por sus desgracias privadas y consideraron que ellos mismos quedaran deshonrados si l mora con la reputacin y el poder disminuidos. As como haban censurado a Pericles por decisiones que ellos mismos haban adoptado bajo su gua, ahora comenzaron a censurar a quienes los haban persuadido a decretar su desgracia. Todos los das la gente se interesaba ansiosamente pon su estado y, cuando se supo que haba grandes posibilidades de que se repusiera, se regocijaron casi tanto como si uno de sus hijos o hermanos hubiera sido devuelto a la vida. S que los miembros del circulo de Pericles permanecieron, sin excepcin, leales a l durante todo este tiempo. Hasta el joven Alcibades, que haba vuelto de Potidea con una brillante reputacin, se comport con una gentileza y consideracin que sorprendieron a todos aquellos a quienes en el pasado haban chocado a menudo la ligereza y la impaciencia de la conducta del joven en sus relaciones con su tutor. Fue Alcibades, segn se dice, quien apoy ms vehementemente a Hagnon y a otros en la peticin de que Pericles fuera general el ao siguiente, y creo que no lo hizo por ambicin personal, es decir, para realzar el esplendor de su familia, sino porque crea con sinceridad que Atenas no poda prescindir de los servicios de un hombre a quien en el pasado l se haba acostumbrado a llamar el viejo. Y estoy seguro de que fue llevado por un sentimiento del deben, antes que por cualquier otro deseo de poder o de gloria, que Pericles consinti en presentarse a la reeleccin. El pueblo estaba ansioso y orgulloso de devolverle sus antiguos honores y, simpatizando con sus prdidas, aprob un decreto por el que se confera la ciudadana ateniense a su hijo ilegitimo Pericles. Al parecer, esta medida dio a Pericles ms placer que cualquier otra. Se senta an demasiado dbil para entrar en el servicio activo, pero continu asistiendo a todas las reuniones del consejo de guerra, hasta que se hizo patente que su recuperacin haba sido slo parcial y que su salud haba quedado definitivamente minada. Yaci postrado en su casa y apenas era capaz de realizar algunos movimientos durante varias semanas antes de morir. Aunque en los ltimos das estaba demasiado dbil para hablar, conserv el pleno uso de sus facultades mentales, y la gracia y gentileza de su trato eran las de siempre. Se dice que, poco antes de morir, Aspasia, que en su dolor tenda a ser, como la mayor parte de las mujeres, supersticiosa, le colg del cuello, cuando Pericles dorma, una especie de talismn o amuleto. Cuando Pericles abri los ojos, le sonri y dijo: Realmente debo de estar enfermo, si crees que tomare en serio esta tontera. Cuando estaba a punto de morir, lo rodearon muchos de sus amigos. Intentaron darle placer hablndole de sus triunfos y victorias, de los trofeos que haba conquistado, de las expediciones que haba mandado. Se sorprendieron al orlo hablar, si bien muy dbilmente pudo proferir las palabras: No estoy orgulloso de esas cosas -murmuro-; muchas de ellas dependieron de la suerte. Estoy orgulloso de que, por mi causa, ningn ateniense haya tenido que llorar a un pariente. As muri m amigo. Permtaseme aadir que el ao siguiente Eurpides gan el primer premio en el festival dramtico con su tragedia Hiplito. Cuando el coro declamaba las ltimas palabras, el pblico se puso en pie y permaneci en silencio, pues consideraron aquellas palabras una alusin al extinto conductor y a su propia pena. Es ste un dolor comn a todos, y lleg inesperadamente. Son muchas las lgrimas que ahora se derramaran,
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pues por los grandes hombres las voces luctuosas perduran no poco.

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