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El Salto Del Fraile

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El salto del fraile de Ricardo Rossel (A Ricardo Palma) Corran los ltimos das del mes de mayo de 1876,

y la aristocrtica villa de Chorrillos, que poco antes se vea animada y bulliciosa, iba quedndose silenciosa. No invada ya su malecn, la apiada y elegante concurrencia que en la estacin de baos, se trasladaba de la capital; ni obstrua sus estrechas callejuelas ese inmenso gento que todos los aos acuda, para templar los ardores del verano y buscar salud y descanso, obedeciendo a los supremos mandatos de la moda; y que, lejos de disfrutar de la deliciosa vida del campo, ostentaba refinado y no pocas veces ruidoso lujo, viviendo con la ceremoniosa etiqueta de corte, tan ajena de ese lugar. Entre los escasos habitantes que podan contarse en la solitaria poblacin, hallbame yo, que con el objeto de reparar la delicada salud de la mitad ms preciosa de mi vida, deba permanecer all durante algunos meses. Y en verdad que no nos pesaba, pues ya entonces se haca muy agradable la morada del tranquilo pueblo. Libre de la odiosa etiqueta que reina en la temporada, o cuando un cmodo rancho situado en la ribera y gozando de una temperatura tan distante del ardor del esto como del rigor del invierno, se deslizaban nuestros das serenos y apacibles, como las mansas olas que a la playa escuchbamos morir suspirando sobre la arena. Nuestras obligaciones me obligaban a ir diariamente a Lima; pero al regresar por la tarde, la primera cabeza que en la estacin del tren se ofreca a mis ansiosas miradas, era de la mujer querida que haba elegido por compaera de mi vida. Desde all, y cumpliendo los preceptos del mdico, que recomendaba el saludable ejercicio, partamos, su brazo apoyado en mi brazo, su mano puesta en mi mano, y ya vagbamos por los verdes de amenos campos de las chacritas, entretenidos con las plticas siempre sabrosas de los que se aman, o bien, subiendo la falda del Salto del Fraile, contemplbamos con religioso recogimiento el bellsimo paisaje que se descubre baado por los melanclicos resplandores del sol moribundo. Algunas veces, no nos detenamos en la cima, sino que prolongbamos nuestras excursiones, descendiendo por la falda opuesta y sentndonos sobre las escarpadas rocas donde las olas se estrellan con estruendo. All permanecamos hasta la cada del sol, mirando las montaas de blanca espuma que el mar levantaba en su imponente lucha contra las peas de la orilla, y las brillantes cataratas que formaban las aguas al deslizarse sobre su superficie; o escuchando el imponente rumor que su choque violento produca en las profundas grutas labradas en la mole de granito. En algunas ocasiones me separaba por pocos momentos de mi compaera de paseo, con la escopeta al hombro, para cazar las aves marinas, que pasaban sobre nuestras cabezas en direccin a las altas crestas en cuyas grietas tenan sus dormitorios. Una de esas tardes, bella como la felicidad soada, fugaces ay! como lo son siempre las horas dichosas de nuestra existencia, nos hallbamos en ese encantado sitio. Ella estaba sentada sobre un alto peasco cuya base azotaban las olas con furor, lanzando menudas gotas que besaban su blanca frente y salpicaban sus pequeos pies. Yo, que haba estado cazando en la vecina playa, acababa de reunirme a ella, y echndome a su lado, dej la escopeta y reclin mi cabeza fatigada en su bendita falda. El cielo estaba azul y sereno, y slo se divisaba, all, en los ltimos confines del Occidente, flotante grupo de brillantes celajes, cual magnfico cortinaje de encendida grana, que decoraba el dorado prtico por donde pronto veramos desaparecer al padre de la luz. As permanecimos, mudos los labios, baada el alma en esa dulce melancola que adormece nuestro ser en aquella hora en que la naturaleza parece decir con su acento ms triste, al sol que se v: "hasta maana". Al cabo de algunos instantes, rompi el silencio mi esposa, preguntndome: Dime: Por qu se llama este cerro el Salto del Fraile? Siento hija ma, le contest, no poder satisfacer tu curiosidad, porque todava no he encontrado quien satisfaga la ma a ese respecto. La geografa lo designa con el nombre de Morro Solar; pero el pueblo no le conoce con otro que con el de Salto del Fraile, nombre cuyo misterio nadie descifra hoy. Pero el pueblo, replic ella con acento de conviccin, jams da nombres caprichosos y que no estn justificados por alguna tradicin.Participo de tu creencia, querida ma, observ, y justamente de esa causa proviene nuestra ignorancia en este caso, en el que, como en otros muchos, habindose perdido la tradicin del acontecimiento que dio origen al nombre, es muy difcil, si no imposible, averiguarlo. Haz, sin embargo, algunas diligencias sobre el particular, insisti, y escribe una tradicin como las de Palma. As pagaremos las gratas horas que hemos pasado en este lugar, salvando del olvido el motivo de su nombre con la presentacin de su fe de bautismo. Te prometo hacer cuanto pueda, le dije, y ya que de boca de los viejos chorrillanos ninguna respuesta he podido obtener, me dar a registrar esos apolillados pergaminos que son la mina inagotable que con tanto talento como buen xito explota mi distinguido "tocayo", a quien t quieres que imite, y lo cual s no podra ofrecerte sin engaarte. Quedse ella callada y satisfecha, y yo pensativo y preocupado con el compromiso que acababa de contraer. Poco a poco el cansancio fue embargando mis sentidos, mis ojos se cerraron y qued sumido en ese letargo que, sin ser la muerte, est tan distante de la vida. De repente vi una gaviota que en rpidas espirales revoloteaba a diez metros sobre nuestras cabezas, llevando pendiente del cuello un objeto que no podamos distinguir. Sin poder resistir a la natural curiosidad, empu la escopeta y, apuntando al ave, dispar el arma. La gaviota continu su vuelo; pero el plomo le haba cortado la cuerda que sujetaba al cuello el objeto desconocido, que vino a caer sobre la falda de mi compaera.

Lo tom y lo examin prolijamente: era un cilindro del tamao de mi dedo pulgar; estaba hermticamente cerrado, no mostrando tapa ni abertura alguna. Ms sorprendidos aun y deseosos de saber lo que contena, saqu una cuchilla y le hice con cuidado un corte longitudinal. Nuestra admiracin fue grande al descubrir un papel de seda perfectamente enrollado; pero nuestro asombro lleg a su colmo cuando, desenvolvindolo, lemos a la cabeza de la larga tira de papel, que estaba toda escrita con letra menuda, este epgrafe. Tradicin del salto del Fraile. El papel se me cay de las manos, y sin poder articular una palabra, nos miramos por largo rato con esa mirada en que se refleja el estupor, el espanto de que se est viviendo algo sobrenatural. Qu cosa tan admirable!, exclam al fin mi esposa. Inexplicable, milagrosa!, repet yo. Y volvimos a quedar en profundo silencio... La natural curiosidad venci finalmente la profunda emocin y volviendo a tomar el misterioso papel, le lo que voy a contaros. Acaba de cumplir sesenta aos el siglo pasado. Entre las nobles familias que habitaban esta ilustre ciudad de los reyes, se distingua por lo esclarecido de su raza y los blasones de su escudo, la del marqus de Sarria y Molina. Fiel a su rey y seor, sabiendo leer de corrido su "Ao Cristiano", y escribir correctamente de cuando en cuando; dueo de buenas propiedades que reditundole tres por ciento al ao le daban sin embargo, en relumbrantes pesos, ms de lo que poda gastar; con combinacin de crdito, sin desvelarse por la depreciacin de los billetes de banco, y sin soportar las contribuciones municipales y los abusos de las empresas pblicas. Casado en edad madura, haca dos aos que haba enviudado, concentrando desde entonces todo su afecto en su nica hija, Clara, que su esposa le haba dejado al abandonar este mundo. La nia prometa ser tan hermosa como lo haba sido su madre. Ojos negros y chispeantes, tez morena, abundantes cabellos de bano, boquita de indulgencia plenaria, talle esbelto y pie primoroso, era el conjunto que a los quince deba formar el tipo de la ardiente y voluptuosa criolla. Ahora, que slo contaba con doce, era la nia traviesa y mimada, cuya voluntad era soberana en la casa. Entre la numerosa servidumbre se distingua Evarista, arrogante mulata que haba sido la nodriza de Clara, y su hijo Francisco, tres aos mayor que la nia. Esta le profesaba tierno cario, lo que equivale a decir que estaban segregados de las tareas del servicio. Evarista era la togada ama de llaves, y Panchito, como se le llamaba, era el engredo del seor marqus. Es verdad que Panchito era un "cuarentoncito" muy bien plantado y su raro parecido a uno de los tos de Clara daba motivo para que las malas lenguas dijesen, que este noble seor no haba sido indiferente a los incitantes atractivos de la mulata, cosa que a nadie debe escandalizar, pues es cosa reconocida, la aficin que a la canela tenan antiguos dominadores. Clara y Panchito, pasaron su infancia asistiendo algunas horas del da a la amiga, donde nada aprendan, y jugando el resto del tiempo a la pega y las escondidas. El tiempo, mientras tanto, corra presuroso y ms pronto de lo que se cree, la nia fue mujer y el engredo cumpli diez y ocho aos. Eran, sin embargo, tan inocentes los nios de aquel tiempo, que a pesar de su edad, continuaban en el ejercicio de sus infantiles juegos, y aunque no faltase persona maliciosa que temerariamente adelantase el juicio, hasta suponer que no estaba exenta de peligros la estrecha intimidad de Clara con el nico hombre a quien trataba, el seor marqus no se preocup por cosa tan desprovista de buen sentido, y los nios siguieron jugando a "la pega" y "las escondidas". Por eso, debi ser tan doloroso y violento cambio de opinin que revelaba el espectculo que ofreca la casa una maana, en la cual haban sucedido a la calma y paz domsticas, la confusin y la discordia. El desgraciado padre gritaba airado, y amenazaba a su hija, a quien llamaba desnaturalizada, echndole en cara haber manchado su nombre y sus blasones. Esta sufra desmayos y convulsiones, y su compaero de infancia se haba refugiado en el ltimo rincn de la casa, huyendo del furor del marqus, que le acusaba de haber deshonrado sus canas. La situacin era "por naturaleza" irremediable, y el pobre ni saba qu partido tomar. Por fin, con ms calma, mand llamar al to de Clara y a su confesor, que lo era el padre Mendoza, religioso de la orden dominica y despus de una larga conferencia, se resolvi que el mancebo sera encerrado en la Recoleta y se le hara fraile. En cuanto a la nia, fueron todos los pareceres que un largo viaje era lo ms conveniente. Tres das despus, poda verse a Panchito con el cerquillo y hbito de Santo Domingo, ayudando en la misa del padre Mendoza, en la Recoleta Dominica. El marqus, mientras tanto, haca sus preparativos para partir a Espaa en la fragata "Covadonga" que deba de salir dentro de un mes. El joven fraile obedeca a la fuerza de las circunstancias, y encenda ms la hoguera en que se abrasaba con la ausencia de aquella que encerraba cuanto de dulce, bello y potico puede ofrecer la existencia en esa ciudad. Verse, era imposible, y los das, mientras tanto, pasaban sin que ni el uno ni el otro, supiesen la eterna separacin a la que estaban condenados, pues los preparativos de viaje se hacan con extremo sigilo. Pero la nodriza de Clara, quien sospechaba algo, descubri por fin el secreto, escuchando oculta tras una cortina la conversacin de su amo, con el capitn de la "Covadonga". Al da siguiente, muy temprano, se dirigi a la Recoleta, y hacindose ver de su hijo, mientras ste ayudaba en la misa, le hizo seas para que, terminada, procurase hablarle. As sucedi, y tras de un confesionario, hubo de informarle de todo. Desde aquel da, todas las maanas poda encontrarse a la mulata en la Recoleta oyendo misa de ocho, y un observador atento podra haber visto tambin que, al retirarse, introduca la mano debajo del confesionario, donde dejaba una carta y recoga otra. La correspondencia de los amantes estaba casi asegurada desde entonces, y ya se pueden imaginar cmo alimentaran la llama de su amor, esas pginas misteriosas. Slo podemos llevar nuestra indiscrecin, hasta revelar el contenido de la ltima, por ser necesaria para la inteligencia de este relato. Era del fraile y deca as:

"Esta ser la ltima ma que recibirs, Clara querida; maana parto para Chorrillos con el padre Mendoza, a quien el mdico manda salir de este pueblo. Debo obedecer... no tengo voluntad propia... soy un esclavo".... "Me dice mi madre que el 17 parte el buque que debe alejarte para siempre de m; escucha pues, la splica que te hago. Cuando pases frente a Chorrillos, dirige la vista, auxiliada de un anteojo, a la punta del cerro que se avanza al mar, all estar yo para darte mi postrera despedida!... "Adis, alma de mi alma!" Al da siguiente, se vea en efecto, con direccin a Chorrillos, un balancn en el que iban el padre Mendoza y su pupilo. Ocho das despus, el 17 de octubre, el marqus y su hija se dirigan al Callao y se embarcaban en la fragata, que deba zarpar a las dos de la tarde. Clara estaba serena, pero su rostro plido, sus hermosos ojos hundidos y sin brillo; y su respiracin entrecortada por frecuentes suspiros, que en vano trataba de ahogar, revelaban el hondo sufrimiento que devoraba esa alma destrozada por el dolor. A la hora fijada, se oy un caonazo, cuyo eco reson en el afligido corazn de la joven, como el estrpito que haca el encantado palacio de su amor y su esperanza al hundirse en el abismo...! Dos lgrimas ardientes y silenciosas resbalaron por sus mejillas y entornando los prpados, tuvo que apoyarse contra la borda de la embarcacin para no caer. Pocos minutos despus, la "Covadonga" se deslizaba con direccin al Sur, al empuje de una fresca brisa. La fragata sigui el rumbo paralelo a la Isla de San Lorenzo y eran las cinco y media cuando pasaban a la altura de Chorrillos, que se divisaba vagamente, envuelto en la bruma de la tarde. Cuarto de hora despus, la embarcacin se hallaba frente al Morro Solar. Una mujer estaba de pie y en actitud majestuosa sobre el castillo de proa; tena en sus manos un magnfico anteojo con el que miraba fijamente a la indicada punta. Era Clara que, as como busca el navegante en medio de la tempestad el faro salvador, buscaba al ser querido, cuyo amor era la nica luz que poda penetrar en su alma azotada por la borrasca de la pasin. De repente, se entreabrieron los crdenos nubarrones que ocultaban el disco del sol, y sus rojizos resplandores fueron a hervir vivamente la cumbre del monte. La joven exhal un ah! de sorpresa y de ntimo placer; su rostro se inflam, y el anteojo tembl entre sus manos convulsas. Acababa de descubrir a Francisco, que parado sobre la pea ms alta, sostena sobre su cabeza con ambas manos, el manto que se haba quitado y que agitaba en el aire. Un minuto despus, el fraile se precipitaba desde la altsima cima al fondo del abismo, y no quedaba de l, ms que los rasgados jirones de sus vestiduras, que, prendidas de la filada cresta de un pen saliente, flotaban al viento como una bandera fnebre!... Mientras ese trgico desenlace se realizaba en tierra, pasaba a abordo una escena no menos terrible. Clara haba lanzado un agudo grito, el anteojo se cay de sus manos, y exclamando con acento de suprema angustia: Adis, padre mo, voy a reunirme con Francisco!; se arroj al mar, que la sepult en su hondo seno. Yo tambin, conmovido, espantado, haba lanzado un grito que me despert, y haba levantado la cabeza que reposaba sobre la falda de mi esposa. Qu tienes?, me pregunt asustada. Oh, qu sueo!, qu sueo tan hermoso y horrible!..., le contest, restregandome los ojos. Cmo, te habas quedado dormido?, me dijo ella. S, hija ma, repuse, y ya puedo cumplir mi compromiso. Ya conozco la tradicin del Salto del Fraile. Nos levantamos y mientras volvamos a casa, le coment lo que habis ledo

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