La Huerfana de Ate
La Huerfana de Ate
La Huerfana de Ate
LA HUÉRFANA DE ATE
Ricardo Rossel
1841 en Lima, Perú. Fue un empresario, escritor, poeta y político fundador del Club
Literario de Lima.
Entre sus obras destacan El Salto del Fraile (1890), Catalina Tupac Roca (1877), La
Roca de la Viuda (1875), Manuel Bretón de los Herreros (1874), Entre dos años 1873-
1874 (1874), Los Dos Rosales (1885), entre otras.
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I
UN DÍA DE CAMPO
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entablamos bulliciosa plática, salpicada de chistes y
ocurrencias, que excitaban nuestra juvenil hilaridad.
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—¿Qué miras? —le pregunté.
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—¡Es singular! —repitió— Pero te confieso que me
interesa esta criatura, y el misterio que parece rodear su
existencia despierta en mí un interés mayor todavía.
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granado, en sus rojos labios, que, al entreabrirse, dejaban
ver dientes tan blancos como los copos del algodón, y una
sonrisa suave y encantadora como la luz de la aurora. El
eco de su voz era blando y apacible como el murmullo del
aire entre las hojas. Caían sus negros cabellos trenzados
sobre la redonda espalda, y la vasta tela de su corto traje
dejaba ver sus pies descalzos y maltratados.
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Y tal era el acento de su voz, que todos acogimos
con respetuosa sorpresa el inesperado toast de nuestro
impresionado camarada, que, al levantarnos de la mesa,
me dijo en voz baja:
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convicción, tanta ternura, que ejercía su poderoso influjo
sobre su atronado cortejo, y, casi sin pensarlo, le prometí
hacer cuanto estuviera a mi alcance para descorrer el
velo que encubría la existencia de la pobre huérfana.
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—¡Huérfana!... —repitió lentamente mi preocupado
amigo,
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canastas, y, con lo poco que gano, la mantengo... ¡la pobre
es tan buena y me quiere tanto!...
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Cuando aquella noche me despedía de Enrique,
volvió a encargarme encarecidamente que no olvidase
mi promesa, y le ofrecí nuevamente cumplirla.
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II
SOMBRAS
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—He tenido ayer —continué—, una larga conferencia
con mama Joaquina sobre el asunto que tanto te interesa,
y voy a traducir fielmente en lenguaje más culto, pero tal
vez menos elocuente, la sencilla narración de la buena
negra.
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conduciéndote con lealtad en esta ocasión. Mas ¡ay de
ti! —continuó, mostrándole la hoja de un puñal—, si
traicionas el secreto que te entrego con esta niña.
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había perdido a su hijo, de dos meses de edad, y sin
poder dormir en el resto de la noche, vio brillar la aurora
meditando y resolviendo la manera de cumplir, del mejor
modo posible, las órdenes de su nuevo y desconocido
amo.
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El tiempo, mientras tanto, corría presuroso. Seis meses
hacía ya que la esclava tenía en su poder a la misteriosa
niña, y todo marchaba perfectamente.
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sabes que la amo más que a mi vida; ámala tú también,
y vela por ella. Estoy contento de ti, y he cumplido la
promesa que te hice: hoy he firmado tu carta de libertad».
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—Esto es, querido Enrique, añadí para concluir, todo
lo que me ha referido mama Joaquina, y cuanto se sabe
sobre la vida de la huérfana de Ate.
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Y continuamos aun hablando más de una hora sobre
lo que convendría hacer para lograr nuestro propósito.
Acordamos los primeros pasos que se deberían dar, y
los medios que sería necesario poner en juego, y nos
separamos.
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III
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la había cultivado con provecho. Comenzó por darle
algunas lecciones de lectura y caligrafía, y admirado
de ver los rápidos progresos que hizo la discípula en
cortísimo tiempo, la inició en el conocimiento de otros
ramos de instrucción elemental. Así que Rosa ya sabía
escribir una carta con intachable ortografía, hacer
cálculos complicados con los guarismos, señalar en una
carta geográfica la isla o cabo que se le pidiese, y referir
con claridad y exactitud la conversión de Constantino el
Grande, o el descubrimiento de América.
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Se habían leído una a una las partidas de bautismo de
la época a que se refería la historia de mama Joaquina, en
todas las parroquias de Lima y pueblos circunvecinos, se
habían registrado los testamentos hechos desde entonces
en distintas escribanías, para ver si, en unas o en otras,
vislumbrábamos algún débil rayo de luz; pero nada
absolutamente se descubría.
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Cuando su amante la quería convencer de lo contrario:
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IV
MARÍA
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que tengan relación con nuestro asunto, vino a avisarme
que una mujer, anciana y moribunda, quería hablarme
con urgencia. Tomé mi sombrero y seguí al momento a
mi cicerone.
Yo le contesté afirmativamente.
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—Bien, continuó, le he hecho venir por orden de mi
confesor, y para que se imponga Ud. de una historia que
tal vez tenga relación con un asunto que su encargado,
D. Patricio, me dijo que hace tiempo ocupa su atención.
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Y la niña correspondió de tal suerte el cariño que
le profesaba Marcelina, que esta se quedó en la casa, y
cuando aquella fue mujer, era su camarera y sirvienta de
toda confianza.
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—No tengas cuidado por mi honra —añadió—, pues
nos hemos casado hace tres meses, en este mismo cuarto,
una noche.
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Una noche, esta dio a luz una hermosa criatura,
auxiliada por Marcelina y D. Francisco. Se llevó este a
la recién nacida, la hizo bautizar, y ni la nodriza ni la
señorita supieron más en dónde estaba la niña.
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corva. D. Francisco, antes de partir, le había revelado
imprudentemente su secreto, con la mira de que, en un
caso desgraciado e imprevisto, velara por la suerte de
María y de su hija. Con tal motivo lo conocía esta, y él
era quien, entrando por la puerta excusada, entregaba
las cartas a la joven, y le daba noticias de su esposo.
Marcelina, sin embargo, miraba a ese hombre con temor
y desconfianza.
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pariente. Tendría que salpicar esas riquezas con la
sangre de una madre moribunda; tendría que labrar la
desdicha de un ser inocente, robándole sus bienes y su
nombre; pero no trepidó: los montones de oro que veía
acumulados ya ante los ávidos ojos de su imaginación
inclinaron a su lado la balanza de su conciencia, cegada
por la avaricia.
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—Gracias a Dios —exclamó D. Cosme, con efusión.
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Derrepente abrió los ojos, y viendo a D. Cosme a
su lado, correspondió con una sonrisa de gratitud su
afectuoso saludo.
—Con que ya estás aliviada, hija mía —le dijo este con
ternura.
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en todos sus miembros, y, con las manos crispadas y los
ojos azorados, gritaba:
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—He concluido —agregó Enrique, visiblemente
conmovido por la relación que acababa de hacerme. ¡Ha
sonado, Carlos, la hora de la reparación!
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tribunales que la huérfana de Ate es la hija de María, falta
ligar las dos historias que conocemos.
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V
EL PAÑUELO
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Mi amigo no exhaló un grito ni una queja, sus únicas
palabras fueron:
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—¡Ah! ¡Carlos! ¡Carlos! —gritó el enfermo como
fuera de sí—, ese pañuelo, ese pañuelo; pronto, quiero
verlo; sácalo, arráncalo, dámelo pronto, pronto, ¡Carlos!
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Yo me arrojé en los brazos de mi amigo, llorando
también de alegría, mientras Joaquina hacia otro tanto
con Rosa.
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¡Ay, cuando pienso que yo soy la causa de los dolores que
Ud. padece! ¡Con qué podré pagar tanto como le debo!...
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VI
JUSTICIA DE DIOS
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Con este documento, y las declaraciones de Joaquina
y de los antiguos vecinos de Ate, el juicio entablado
contra D. Cosme, fue resuelto favorablemente en las dos
instancias; y pronto debía fallarse la causa definitivamente,
en la Corte Suprema.
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VII
CONCLUSIÓN
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Índice
Presentación 04
Un día de campo 09
Sombras 19
María 31
El pañuelo 44
Justicia de Dios 49
Conclusión 51