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Libro Copequen PDF

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PRESENTACIÓN

ste trabajo se compone de dos partes. La primera, que


incluye los capítulos uno al seis, abarca desde un bosquejo de
la prehistoria, pasando por hechos y personajes de los siglos
XV, XVI, XVII, XVIII y XIX. En ellos se encontrarán algu-
nas citas textuales de los cronistas que vivieron esa época y de
historiadores que la investigaron. Varias son las razones en
haber usado tal criterio. Una de éstas, es que el lector tenga la
oportunidad de captar la intencionalidad de los autores en sus
propias palabras y curiosos dichos, considerando la época y
circunstancias en que fueron escritos.
Tan apegadas al texto son algunas, que en más de una
oportunidad he reproducido manuscritos originales en caste-
llano antiguo como una fenómeno digno de apreciar y que en
nuestra vida actual no están a nuestro alcance.
El escaso conocimiento que tenía del pasado de la zona
central de nuestro país, a través de aislados comentarios y de
ocasionales lecturas me hacía pensar con cierto grado de in-
quietud, pero, al mismo tiempo con un íntimo y prudente op-
timismo que, en esta fascinante aventura que estaba comen-
zando, más de algo encontraría del Copequén prehispánico,
del Copequén colonial, o del Copequén emancipado.
Corría el año 1994 y ya el deseo y la intención de inves-
tigar y escribir sobre Copequén se estaba convirtiendo en una
obsesión. En conocimiento que la provincia de O’Higgins en
el pasado formó parte de Colchagua, comencé la lectura de
7
algunos libros, entre ellos, Colchagua, Arquitectura Tradicio-
nal, del que es autor el sacerdote jesuita Gabriel Guarda junto
a sus alumnos de la Cátedra de Historia Urbana. Y fue aquí
donde se produjo el primer gran hallazgo. Tomé el citado li-
bro con el convencimiento de que mis intenciones eran de-
leitarme con las ilustraciones del patrimonio arquitectóni-
co rural de Chile Central, que evocarían mi niñez, pero,
íntimamente, sabía que el propósito era otro. Encontrar en
sus páginas esa palabra mágica que me había subyugado
por una vida entera.
Una extraña sensación me invadía y de pronto se produ-
jo el hecho que vino a confirmar mis sospechas. Ahí estaba,
con letras que me parecían de oro, luminosas, refulgentes, má-
gicas, como un poderoso imán que cautivó mi vista y que por
largos segundos permaneció inmóvil: Copequén. En una ex-
tensa lista de lugares con referencias religiosas aparece:
"Copequén. Pueblo de indios de encomienda, con Doctrina,
1580". Es decir que Copequén existía no sólo desde hace
cien o doscientos años, sino que desde hace cuatrocientos y
quizás más. Lo estaba diciendo un catedrático y, más aún,
con el respaldo de una de las más prestigiosas casas de estu-
dios superiores del país.
Ahí comenzó la febril búsqueda de más y más informa-
ción que felizmente fui encontrando y que ofrezco a través
de estas páginas.
La segunda parte corresponde al siglo XX, y son el fru-
to de investigaciones personales hechas en el mismo pueblo,
con un sinnúmero de personas que durante largas pero
entretenidísimas horas me prestaron su ayuda y, a las que
nunca terminaré de agradecer y que constan en grabaciones.
Otros testimonios han sido fotografías, certificados, cartas,
testamentos, etc.
8
CHILE

VI REGIÓN

Copequén (Agua de Pequén) es una aldea rural ubicada en


la zona central de Chile, en la VI Región del Libertador Bernar-
do O’Higgins, provincia de Cachapoal. Geográficamente de este
a oeste es el primero de cinco pueblos que conforman la comu-
na de Coinco; Copequén, Coinco, Chillehue, El Rulo y Millahue;
distante 18 kms. al sur oeste de la ciudad de Rancagua. Su po-
blación, según el censo de 1992, ascendía a 1.663 habitantes.
Es un valle de fértiles tierras, flanqueado por el río Cachapoal
por el norte y una cadena de cerros de baja altura por el sur.
9
En el pasado perteneció al corregimiento de Colchagua
desde que éste fue creado, el 30 de mayo de 1593.
Por el momento sólo esta breve descripción.
Estimado lector, ya tendrás tiempo de recorrer su valle,
su río y sus cerros. Ya conocerás su gente y su historia y po-
drás volver sobre tus pasos cuantas veces quieras, si el diálo-
go con estas páginas valió la pena.
Si eres chileno te pido que no sólo pongas tus sentidos al
desgranar esta mazorca de sucesos y pensamientos, sino que
alertes tu corazón y pongas tus sentimientos en un retazo de
tierra chilena que evocará la tuya, y que al terminar estas pá-
ginas quisiera que también la consideraras como vuestra.
Y si eres extranjero te ruego comprensión y generosi-
dad, porque así como tú amas tu suelo y tu gente, en este
lejano país que espero algún día conozcas a cabalidad, aquí
en los confines del mundo, quiero que sepas que el amor
también existe, que la solidaridad es un deleite y la amistad
un sello de raza.
Copequén es mi pueblo. Aquí nací y me crié como tantos
niños que han caminado bajo sus frescas alamedas o sus dora-
dos soles, o como otros que emigraron y que lo recuerdan con
un sentimiento de cariño y un dejo de nostalgia.
Te invito a conocerlo...
Permíteme abrir sus puertas...
Adelante, pasa...

10
CARTA A COPEQUÉN

Octubre de 2002

Querido y recordado Copequén:

e escribo estas líneas con más de un sentimiento


de culpa. A lo largo de estos 50 años desde que nos separamos
habrás pensado que este hijo tuyo, como tantos otros, ya te
olvidó. Nada más lejos de eso.
En 1949 cuando mi madre decidió dejar tus acogedoras
tierras, he seguido paso a paso tu vida. Siempre te estuve
observando, aunque fuera a la distancia y atento a los vaivenes
de tu acontecer.
Sé que has tenido períodos de bonanza...
Yo también los he tenido.
Sé que has sufrido etapas malas...
Yo también las he sufrido.
Tú has crecido...
Yo tambén he crecido.
Así es la vida. Y tenemos que afrontarla como se presenta.
Pero en lo íntimo de tu corazón, tendrás que reconocer que
nos queremos. Con un amor puro y desinteresado; como se
aman dos adolescentes; con esa pureza de la buena intención,
deseando lo mejor del uno para el otro. Ya adultos, con la
firmeza de sus convicciones y la seguridad de ser
correspondidos. Siempre atentos y vigilantes de las vicisitudes
de cada cual.
11
Cómo voy a olvidar, que fuiste testigo de mis primeros y
temerosos días de escolar. De las filas que hacíamos para tomar
una cucharada de ese repugnante aceite de bacalao que du-
rante días y días nuestra directora con severa mirada nos
obligaba a beber para que fuéramos sanos y fuertes.
Tampoco olvidaré jamás mi primera celebración de
cumpleaños, con el único invitado que se hizo presente, el
hasta ahora entrañable amigo Danilo Guzmán, que me llevó
como regalo 6 huevos de pata.
De mis primeros "pololeos" a los nueve o diez años,
cuando en pequeños papeles y con mis hermosas letras patas
de gallo, le enviaba mensajes a algunas de mis compañeras.
Cómo no voy a recordar cuando en el verano, con los
hermanos Gálvez dormíamos en el corralón, bajo un
improvisado techo de lampazos teniendo por cama rumas de
paja de trigo y metidos dentro de sacos paperos. Claro que al
día siguiente, estos gratos momentos lo pagábamos caro con
frenéticos rasquidos acompañados de una sarta de maldiciones
contra los perros y sus pulgas que nos habían acompañado en
nuestro campamento.
¡Ay Copequén querido!, ¿te acuerdas de las encarnizadas
pichangas de fútbol en la cancha chica, sitio en que actualmente
está la escuela? Jugábamos solamente los niños.
Hacíamos dos equipos delimitados por la acequia próxima
a la casa de Pedrito Pérez. Los que vivían de allí hacia La
Puntilla formaban el aguerrido equipo de Los Arribanos; y los
que vivían de allí hacia abajo, el invencible equipo de Los
Abajinos. Eran diarias batallas tras el honor del triunfo; duros
encuentros; dar y recibir sin chistar; gol y gol, con abultados
marcadores, en que sólo las sombras de la noche imponían su
inflexible y postrer sentencia: ¡Último Gol Gana! Los adultos
que ya hacía rato habían terminado su juego en la cancha
grande se aprestaban a presenciar la más encarnizada lucha
entre esos pequeños leones, hasta cuando la destartalada pelota,
12
o lo que quedaba de ella transponía
la imaginaria línea de sentencia
entre dos montículos de piedras.
Cómo no voy a echar de
menos mis primeras experiencias
como jinete en mi yegua "La
Joelina", hija de "La Guatona", que
era tan mansa y vieja que había que
rogarle para que caminara; y de
cuando la ponía al pértigo de mi
carretita para ir a buscar sandías y
melones al potrero de El Bajo.
Cómo no voy a añorar esas
clases de catecismo preparándonos La Joelina y su jinete
para la primera comunión, que todas
las tardes nos hacía una atractiva y hermosa joven. En mi
atormentada cabecita, más que los insondables misterios de la
trinidad, rondaba con machacante insistencia otro misterio,
pero muy terrenal. Cómo el Supremo Hacedor pudo haber
hecho una "cosa" tan preciosa como esa joven catequista. Su
cara, sus manos, sus piernas, su menuda cintura, su voz, su
aroma conformaban un todo perfecto. Ahora que ha
transcurrido medio siglo me pondré valiente y haré una
confesión y una crítica irreverente.
La confesión. Me confieso culpable que en esas clases
aprendí muy poco, por no decir nada; más aprendí con los
repasos que me hacía mi hermana en la casa. Pero esperaba
con ansias las seis de la tarde de cada día, y para qué decir
entre el viernes y el lunes, eran tres días de interminable espera.
En mi larga vida de estudiante, una de las pocas clases que
recuerdo con deleite, son aquellas de catecismo.
La crítica irreverente ¿Quién dispuso que esa joven hiciera
esas clases? ¿No había otra persona? ¿Una señora con unos
cuántos años a cuesta que nos hiciera evocar la ternura de
13
nuestras madres? ¿Un hombre tal vez, treintón, desgarbado,
que nos recordara la figura de Él? ¿O se hizo a propósito para
atraer a los precoces niños que son más reacios que las niñas,
para estas cosas? En todo caso no se puede negar que era un
elemento gratamente distractor. En lo que a mí respecta, muy
agradable y reconfortante después de un duro y sacrificado
día de jugar a las bolitas, al trompo y la pelota.
Son tantos y tantos los hechos de los que tus polvorientos
caminos, tu veleidoso río y tus vigilantes cerros han sido mudos
testigos de las inocentes diabluras de tus hijos y también de
aquellas no tan inocentes.
También tengo recuerdos de los malos.
El primero, cuando falleció mi padre el 11 de mayo de
1945. Yo tenía poco más de seis años. Día triste y gris como
todos los días de otoño. Doblemente triste por tan terrible
suceso. No se lo deseo a nadie. Los padres y las madres no
debieran morir. La casa repleta de gente. Gente buena a
expresar sus sentimientos, más que con palabras, con su
presencia. Después la soledad y más tristeza.
Otro recuerdo amargo, cuando en diciembre de 1949, desde
muy temprano y junto a mi madre y hermanas comenzamos el
día desarmando camas y embalando los enseres de la casa,
emprendimos el éxodo a Rancagua. Jamás olvidaré los ojos
enrojecidos de mi madre y los constantes lloriqueos de mis
hermanas acarreando bultos al camión de Guayo del Río, que
por ese sólo día no salió a su habitual reparto de vinos.
Con la carga ya completa y encaramado arriba de ella,
junto a dos ayudantes bien recomendados para que cuidaran
"el niño", después de unas cuantas vueltas a la manivela partió
el motor con un ruido entrecortado y lastimero que más
parecían sollozos, como solidarizando con nuestra pena.
En los medio días de Diciembre el "care’gallo" pica
fuerte, pero la suave brisa, el cadencioso movimiento del
desvencijado Chevrolet veintinueve y los mullidos colchones
14
pronto me abatieron y transportaron a ese mundo de horribles
pesadillas o maravillosas fantasías. Ni el constante chismerío
de las cuatro jabas con gallinas, ni las gracias y lengüeteos
de mi fiel Pinocho lograron despertarme, pero un brusco
sacudón, destemplados bocinazos y discusiones a grito pelado
me trajeron abruptamente a este mundo. Una trifulca de los
mil diablos estaba en su apogeo. A la entrada del puente
Cachapoal, en el acceso sur a Rancagua habían chocado un
microbús Galgo Azul y un camión que yacía volcado y que
transportaba animales, los que al verse súbitamente libres
corrían de un lado a otro. No estaba claro quién arrancaba de
quien. Si las personas de los animales, o los animales de las
personas. El atochamiento era descomunal. No se podía
avanzar ni retroceder y las discusiones por el derecho a vía
se iban caldeando rápidamente. Estaba entretenida la cosa,
pero; ¡horror! ya no estaba en mi pueblo, otro lugar, otra
gente y qué gente.
Nuevamente la nostalgia se fue apoderando de mí y la
inminencia de lo desconocido me inquietaba. ¿Así cómo estos
enajenados serán las personas en la ciudad? Hasta las vacas
arrancaban atemorizadas. Si parecían más brutos que los
verdaderos brutos. ¿Con estos angelitos tendré que convivir?
Por más que buscaba la cadena de cerros con El Peñón,
La Peña o Las Petacas, no aparecían por ninguna parte. A
cambio, un gigastesco vigía, el cerro Orocoipo y más adelante
la rojisa mole del convento de San Francisco; las gemelas de
La Catedral y la inmortal Torre de La Merced, anunciaban la
proximidad de Rancagua, La Heroica.
Normalizada la situación reanudamos la marcha. Entre mi
casa y yo la distancia cruel que se hacía cada vez más grande.
Atrás tú, el pasado, mi Copequén.
Adelante, el futuro. Incierto. Inmerso en una gran
nebulosa. Pero, futuro al fin y al cabo.
15
Ya he hablado mucho de mí.
Ahora me referiré a lo realmente importante. A quien
motivó la escritura de estas páginas. Me referiré a quien por
siglos ha mantenido oculta su valiosa identidad bajo una gruesa
capa de recato y modestia.
Y ese eres tú Copequén.
¡Basta ya de tanta humildad!
En las páginas siguientes me encargaré de dilvugar la
real valía y, la importancia que tuviste en el pasado. Que tú
existes desde antes que Cristóbal Colón llegara al Nuevo
Mundo, y que tu historia se entronca con el poderoso imperio
inca. Que tu nombre estuvo en los mismísimos labios del rey
Felipe II de España, cuando leyó una carta que le envió el
Ilustrísimo Obispo de Santiago Fray Diego de Medellín en el
año 1580, y ¡tú apareces ahí, en esa carta!
Tú bien sabes que estas afirmaciones no, son antojadizas,
ni invenciones de un loco o advenedizo. Son hechos reales
qué lo dicen respetables historiadores en libros encontrados
en las más solemnes e importantes bibliotecas del país y que
han estado aguardando por nosotros durante siglos.
Para qué seguir. Dejemos que el propio lector se entere
de sucesos ocurridos en estas tierras.
Te pido disculpas por divulgar hechos de tu vida, sin
haberme autorizado, pero la verdad es que alguien tenía que
hacerlo y dejar las cosas en su lugar.
Te contaré también que he donado quinientos ejemplares
de esta edición a nuestra escuela, para que con el producto de
su venta se cree una biblioteca pública en su establecimiento
que permita resolver las inquietudes de estudio e intelectuales
no sólo de alumnos, sino de toda la comunidad.
Se me olvidaba decirte algo. Es una decisión que he
tomado hace mucho tiempo y este es el momento de
comunicártela. Cuanto termine mi tarea en este atormentado
mundo, mucho me habría gustado que mi destino final
16
estuviera en la tibieza de tu tierra, pero este árbol que fue
transplantado de ella siendo pequeño, echó raíces en la gran
ciudad, creció, dio frutos, que a su vez también los dieron y
por estar junto a ellos me quedaré en estos pagos. Sin embargo,
cuando esto ocurra, estaremos más juntos que nunca, porque
he dispuesto que para esa ocasión del terreno del lado de la
capilla que antes fuera de mi madre y que nos brindaba frescas
hortalizas, el mismo que ahora es la plaza, traigan unos pocos
puñados de tierra en un cántaro de greda hecho por las alfareras
de La Vega y que sea puesto junto a mis restos para que
charlemos por toda la eternidad.
Y un último deseo. Unamos nuestras voluntades; la tuya,
la mía y ojalá la de todos los que viven y han vivido bajo tu
firmamento para pedirle fervorosamente a Dios que no permita
que este trabajo termine aquí, y que previendo cualquier
circunstancia, designe a otro soñador para que continúe
investigando y escribiendo tu historia. Sólo me resta decirte
que lo que he hecho con todo cariño, esfuerzo y honestidad.

Un fuerte abrazo

Joel Moraga Orellana

17
INTRODUCCIÓN

a idea de escribir sobre mi pueblo natal, Copequén,


me acompañó por más de cuarenta años. Y cada vez que ésta
golpeaba las puertas de mi conciencia, me invadía una ex-
traña sensación de reproches. Era un sentimiento de culpa
muy parecido a esos negros períodos de flojera en alguna
etapa de estudiante, cuando se avecina una prueba o examen
y uno no atina ni siquiera a tomar los cuadernos para estu-
diar, sabiendo que debe hacerlo. La verdad es que no escribo
con alguna intención literaria desde cuando nuestra profeso-
ra en la escuela pública Nº 43 de Copequén, allá por los leja-
nos días de estudiante primario, ordenaba con una angelical
sonrisa: "saquen una hoja de papel; hoy haremos una compo-
sición sobre el Combate Naval de Iquique"; lo que para nues-
tros oídos era una mortal orden de fuego dada a imaginarios
fusileros frente a nosotros sus condenados.
Si la palabra desamparo pudiera graficarse, bastaría con
ver la cara de, por lo menos, las tres cuartas partes de esos
niños que tan solo diez minutos antes, eran la imagen viva
de la inocencia, el candor y la alegría de vivir. Era la señal
de partida a nuestras atormentadas mentes, para que en fe-
briles y angustiantes cuarenta y cinco minutos trabajaran a
mil por hora.
Sin embargo, esta vez, la diosa fortuna estaba de mi par-
te. A pesar de mis once años ya conocía ese lugar, claro que
con mi imaginación. Mis hermanas mayores en esas largas
19
noches de invierno, al calor del brasero, alumbrados por la
mortecina luz eléctrica que nos proporcionaban las taimadas
turbinas de El Gringo Juan Nenadovich, me habían leído, sien-
do yo bastante menor, la hazaña de nuestro héroe Arturo Prat
al mando de la gloriosa corbeta La Esmeralda; y hubo ocasio-
nes en que pasado algunos días, les pedía que me volvieran a
leer esas hermosas páginas del libro de lectura de Manuel
Guzmán Maturana.
Pero ahora el riesgo sí que era grande, porque esta vez
estaría como protagonista. Conocería a Arturo Prat, a Luis
Uribe y a Ignacio Serrano. No veía galones, ni distinción al-
guna en mi guerrera, pero vestiría el glorioso uniforme de los
marinos de mi patria; sería un subordinado, pero no me im-
portaba. Cumplir órdenes de esos héroes, era lo máximo que
me podía pasar.
Hasta aquí todo bien. Pero, ¿y si me moría en el comba-
te? ¡No!, no podía morir! No podría terminar la composición.
Mi profesora, no sabría nunca que estuve defendiendo mi pa-
tria y, la nota mínima, un uno, no me la despintaría nadie.
Tenía que seguir luchando fieramente, por lo menos trein-
ta minutos más. Al principio con las mayores precauciones,
amparado por el palo de mesana, por el trinquete o por la cofa.
Pero al ver a muchos de mis compañeros caer muertos a mi
lado y ser testigo de los vanos intentos de mi capitán Prat, por
revertir la situación, dejé de lado todo escudo protector y, pe-
cho al frente, desafié las balas enemigas que pasaban por mi
lado con su silbido mortal.
¿Cuántos minutos faltarán para que toquen la campani-
lla? (nuestra escuela era tan pobre, que no habían medios sufi-
cientes para comprar una campana) No sé. Debe faltar poco.
Mejor sigo. Quizás tenga la suerte de acompañar a Arturo Prat
en su último y heroico esfuerzo, el abordaje, y me lleno de
gloria y entro a la inmortalidad. Eso estuvo bueno. Me gustó.
Estaría en todos los libros de lectura. Niños de mi edad se
20
enterarían de mi coraje y singular comportamiento en la más
grande epopeya marítima que se conoce. Cada 21 de mayo
me recordarían... a lo mejor, un poeta famoso me escribe una
poesía... Me sentía más que feliz, eufórico, y a la vez orgullo-
so de ser el único representante de mi escuela y mi pueblo
defendiendo la patria amenazada.
¿Y si remotamente, pero muy remotamente se diera la
posiblidad de que perdiéramos el combate... No fuera hacer
cosa que a ese que llaman El Huáscar, esa inmensa mole de
fierros y cañones que nos embestía sin misericordia, se le ocu-
rriera subir por el río Cachapoal y agarrara a cañonazos a mi
Copequén, y sus mal agestados y feos marineros atacaran a
sus indefensos habitantes y entre ellos a mi novia la Juanita; y
lo peor no estar ahí para encabezar la defensa. Pero si eso
sucede, será con unos cuantos cholos menos, con sus filas diez-
madas por los certeros disparos de mi Máuser.
En medio del tronar de los cañones y las descargas de la
fusilería, del ensordecedor griterío de mis compañeros donde
se mezclaban los lamentos de los heridos con los chilenismos
con madre y todo; en esa infernal confusión de humo, fuego y
pólvora, alcancé a ponerme junto a mi capitán Prat, quien se-
guido de mi sargento Juan de Dios Aldea y tres o cuatro mari-
neros más, ordenó, espada en mano: ¡Al abordaje muchachos!
Y ahí iba yo, volando por los aires del heroísmo con la
brisa del coraje insuflando mis pequeños pulmones y mi
gigantesco corazón de chileno rumbo a la gloria y la in-
mortalidad...
Tilín, tilín, tilín ¡la campanilla! Terminó la clase.
¡Ya niños, entreguen la hoja!
¡Toño Lobos, como siempre el último, no lo puedo espe-
rar más!
Minutos antes de que llegara la profesora, que de seguro
traía la idea fija de la gesta del 21 de Mayo, se desató un he-
cho que fue decisivo en mi desempeño en el combate, y éste
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fue que ante los reiterados afanes expansionistas de mi com-
pañero de banco "El Guata Baya", por arrebatarme mi pues-
to al lado de la ventana, hice tenaz y exitosa defensa de él.
Aunque la refriega esta vez fue tan violenta que me dejó un
ojo en tinta y la camisa hecha jirones tuvo la virtud de des-
pertar en mí el espíritu guerrero de mis antepasados los
promaucaes y, con la sangre hirviendo a flor de piel necesi-
taba con urgencia cualquier enemigo que se me pusiera al
frente para desatar mi belicosidad, y qué mejor si la ponía al
servicio de mi patria.
Una semana más tarde la profesora, además de traer las
pruebas con sus notas, también traía mala cara. Parece que
venía comiendo limón, o algo le había caído mal al estómago.
Pero según Toño Guzmán venía enojada por que momentos
antes estaba discutiendo con su marido "El Chuflay" González
en las puertas del clandestino del "Zunco Trincado". En todo
caso, al parecer las cosas no andaban bien.
Después de pasar lista vino la terrorífica entrega de
las pruebas. Comenzó con su habitual paseo por el pasillo,
con su gélida mirada cual filoso estilete que se clavaba de
uno en uno en esa horda de forajidos, ahora cínicamente
con cara de angelitos:
Marily Valenzuela: un tres. Muy corta. parece telegrama.
Lucía Vidal: un cinco. Muy bien Lucía, está mejorando
-Ahora los quiero ver ¿No les gustó ponerme una lagar-
tija en el cajón de mi escritorio el primer día de clases?-
Jaime Reyes: Un tres. Que más se te puede pedir. Si tú lo
único que sabes hacer es ponerle lazos a los conejos en el
cerro, -además, este rucio debe ser el que me estaba mirando
por las rendijas cuando yo estaba en las casitas, el martes pa-
sado, y salió arrancando-.
Maximino Gálvez: Un tres. Malita la nota, Chinino. Además
cuide la ortografía. Al abordaje se escribe así: "AL ABORDAJE.
No ALA BORDAJE"; escribió enérgicamente en la pizarra.
22
Sus fatídicos pasos se acercaban. Esa es mi prueba. Una
transpiración helada me bajaba por el espinazo... No, no es la
mía, pasó de largo. ¿Se acordará cuando en las vacaciones le
llevé a su casa un atado de hierbas para el dolor de guata y
entre las que puse unos cogollos de pichoga y estuvo tres días
sentándose en la bacinica?
Danilo Guzmán: Un seis. Buena nota Danilo. Me recuer-
das a tu hermana Amelia.
Cristina Miranda: Un cuatro. Qué te pasó Cristina. Tú
eres para un seis.
Noemí Cartagena: Un cinco.
Antonio Rozas: Un dos. Estudie más historia. Carlos
Condell era capitán de La Covadonga. No acompañó a Arturo
Prat en el abordaje.
María Luisa Marchant: Un cinco
Antonio Lobos: Un cuatro. Ud. puede más Toño.
Ahí viene otra vez. Esto es peor que los espolonazos
de El Huáscar. Allá podía defenderme. Aquí sólo esperar
el tiro de gracia. Se detiene a mis espaldas. Posa su mano
en mi hombro... Puedo escuchar su respiración entrecortada.
O está muy impresionada con mi obra literaria o está feliz
de, por fin, consumar su venganza. Avanza dos pasos más,
me encara frente a frente, y su mirada y su voz delataron
un extraño regocijo cuando al pasarme la hoja exclama:
Joel Moraga, un tres. Mucha imaginación, pero olvidó to-
das las reglas gramaticales.
Así como en este caso los minutos pasaron inexorables,
así también han pasado los años de mi vida, implacables e
inflexibles en mi proyecto literario.
Veía a Copequén igual que a mi profesora, mirarme a
veces con cara de pocos amigos; otras con una leve sonrisa,
como diciéndome: ¿Qué estás esperando? ¡Se te está acaban-
do el tiempo! Hasta que un buen día, viendo que mi aflicción
era cada vez mayor, me dijo: "Yo te voy a ayudar. Vas a olvi-
23
dar y dejar de lado todas esas cosas que te enseñaron en el
colegio, y que por lo demás no debes ni recordar. Que la sin-
taxis, que el estilo, que el pretérito plus cuan perfecto, etc".
Por lo demás, tu profesora ya no está para ponerte nota.
¡Sólo escribe! Te aconsejo sí, aclarar estas dos pre-
guntas antes:
¿Por qué quiero escribir? ¿De qué quiero escribir?
Y cuando las hayas contestado, te largas. Así de simple.
Porque quiero escribir.
Quiero escribir, para dejar un testimonio de la vida y el
quehacer de este pequeño pueblo de la zona central de Chile, de
tanta significación para quienes nacimos y nos criamos en él.
Quiero escribir, para que las distintas generaciones re-
cuerden con orgullo la participación que les cupo en la forma-
ción de su pueblo. Porque si hoy en el año 2002, por ejemplo,
la existencia de un hermoso campo deportivo se debe a la cons-
tancia, el entusiasmo y al esfuerzo de las últimas generacio-
nes de dirigentes, con el apoyo de la comunidad; no es menos
cierto que esa misma constancia, entusiasmo y esfuerzo des-
plegaron en su oportunidad quienes fundaron el club un leja-
no 12 de diciembre de 1939, también apoyados por la comu-
nidad de aquella época.
Quiero escribir, porque debe saberse que el campesino
que aró la tierra, el operario de Cachantún que trasnochó, el
comerciante ambulante que recorrió sus pedregosos caminos,
el agricultor que arriesgó su capital, el profesor que enseñó, la
madre que amamantó, la modista, el herrero, el carpintero, el
deportista, el zapatero, el practicante, el peluquero, en fin to-
dos hicieron este pueblo. Transmitir, comunicar, divulgar que
Copequén es un pueblo laborioso, emprendedor, altivo y ma-
duro, que sabe lo que quiere y dónde quiere llegar.
Quiero escribir para que mis palabras sean cual semillas
que esparcidas en los surcos de esta generosa tierra, broten, se
multipliquen y vuelvan a dar frutos en forma de más palabras
24
y más libros escritos por las nuevas generaciones acerca de
esta cantera inagotable de episodios que es Copequén.
¿De qué quiero escribir?
En un comienzo, la idea primitiva era narrar hechos que
han tenido cierta relevancia en su vida, como comunidad rural.
Aprovechar el hecho de que muchos de sus protagonis-
tas o testigos se encuentran con vida y, confiando en su com-
prensión y benevolencia podría obtener la información reque-
rida directamente de ellos, lo cual ha ocurrido como era de
esperarse, y que aprovecho de agradecer infinitamente.
Escribir de algunos logros que a esta fecha, ya comen-
zado el siglo XXI, por el hecho de estar a la vista y al alcan-
ce nuestro, no se les da la importancia que realmente tienen
y, que tras las cuales hay muchas personas que les dedicaron
tiempo y trabajo. Difícil es imaginarse a Copequén sin capi-
lla, sin escuela, sin agua potable, sin luz eléctrica, sin
Cachantún, sin plaza. Pero alguna vez fue así; y en la medi-
da que éstas fueron creándose, fueron dándole la fisonomía
que actualmente tiene. De estos temas quería escribir. De
sucesos, personas, fechas, lugares. De alegrías, penas,
incomprensiones. De cosas formales y serias. También, li-
vianas, amenas, hasta humorísticas, reflejo de la picardía y
sabiduría de sus personajes y actores. Y entre unas y otras,
formales y livianas, serias y humorísticas, mostrar cómo se
ha plasmado el Copequén que hoy conocemos.
Y una última consideración. En aquellos temas que por
su naturaleza son de antigua data, he entregado primero, an-
tecedentes a nivel nacional o general para conocer la reali-
dad o su origen y en que contexto se desenvolvían para tener
un punto de apoyo y una visión global con la cual comparar
la realidad local. Ejemplos: educación, religión, correo, pla-
za, transporte, etc.

25
ALGO DE PREHISTORIA

ara abordar esta materia, de por sí tan compleja, es


aconsejable hacer algunas reflexiones que nos ayudarán a com-
prenderla y, de paso, recordar que el tema de este trabajo, es
brindar antecedentes sobre de la existencia de Copequén en
los últimos cinco siglos y, que sólo como un complemento,
entregamos esta breve síntesis que hemos titulado "Algo de
Prehistoria", la que nos permitirá tener algunos conocimien-
tos de nuestros primitivos antepasados.
Difícil tarea referirse a un período de tiempo tan extenso
en tan breve espacio.
La vida misma del ser humano se desarrolla en lapsos
infinitamente menores, y por consiguiente cuando hablamos
de miles, millones y hasta billones de años, nuestra capacidad
de entendimiento se ve seriamente amenazada y, es en este
contexto donde la prehistoria se sitúa.
Una breve definición señala que Prehistoria es la ciencia
que estudia la historia del mundo y del hombre antes de todo
documento escrito.
Si los orígenes de la vida orgánica en forma de bacterias
fósiles encontrados en Canadá y Sudáfrica, datan de hace dos
billones de años1, podríamos entonces decir que el hombre es
una criatura que vino al mundo hace tan sólo seiscientos mil
años2 y, cuando esto ocurría, ya lo habían antecedido otros
animales y vegetales.
Tan larga como su evolución fue la lucha por la vida,
29
sobreviviendo incluso a fenómenos naturales como los
glaciares que se batían en retirada después de haber cubierto
gran parte de la superficie terrestre; sobrevivió también a ani-
males salvajes que dominaban la tierra, ahora desaparecidos.
Gracias a su inteligencia el hombre va lentamente sen-
tando una superioridad sobre el resto de sus congéneres. A lo
largo de milenios va creando rudimentarios instrumentos de
piedra, cobre, bronce y finalmente hierro, que le sirven como
armas de defensa, elementos de caza, de labranza y utensilios
domésticos.
El poblamiento de América se sustenta en varias teorías ra-
zonablemente aceptadas: 26.000 años antes de Cristo entraron
por la zona de Behring, extremo norte del continente, grupos de
asiáticos que avanzando hacia el sur los encontramos 8.000 años
después en Chile y Argentina. Otros grupos llegaron en canoa
por el Océano Pacífico provenientes de Oceanía y la Polinesia y
se fueron esparciendo por la costa, llegando al extremo sur 7.000
años antes de Cristo. Finalmente, otros habrían llegado al extre-
mo austral y Tierra del Fuego, desde Australia.
La fisonomía del Valle Central a lo largo de millones de
años ha tenido infinidad de cambios, hasta llegar al actual.
Algunos perfectamente demostrables por medios científicos
como el carbono 14 y otros de más fácil comprobación como
nuestros propios ojos.
Fósiles de peces, moluscos y sedimentos marinos encon-
trados en la cordillera indican que en remotas épocas esta zona
estuvo cubierta por las aguas del océano. Por miles de años
tampoco existió la cordillera de los Andes, pliegues que se
formaron al final del período terciario o comienzos del
cuaternario, lo mismo que la cordillera de la Costa y los cor-
dones de cerros que circundan Copequén.
Otra prueba irrefutable y al alcance de quien quiera com-
probarlo son las huellas de pisadas de dinosaurios que vivie-
ron hace 120 millones de años, que pueden verse a simple
30
vista en rocas que han salido a la superficie por los movimien-
tos sísmicos, que están en los contrafuertes cordilleranos, cer-
ca de las Termas del Flaco, frente a San Fernando.
Más cercanos en la distancia y en el tiempo, en la lagu-
na de San Vicente de Tagua Tagua, se encontraron restos de
cazadores, puntas de flechas, cuchillos y utensilios de pie-
dras, junto a fósiles de mastodontes y caballos americanos
con huellas de huesos rotos, producto de la misma caza y
posterior faenamiento. Estos habitaban la zona hace más o
menos 9.000 años3.
En excavaciones que se continuaron haciendo en este si-
glo, en la misma laguna, en el sector denominado Cuchipuy
se han encontrado restos óseos de hombres y mujeres, que por
su posición y gran cantidad demuestran que es un cementerio
y su data se ha estimado en 8.000 años.
Chile en su extenso territorio, como queriendo emular
con su largura a la longeva prehistoria, desde antes que exis-
tiera como nación, ha albergado numerosas culturas que bus-
cando mejores condiciones de vida se fueron estableciendo
en aquellos lugares que les fueran más propicios a sus conoci-
mientos y habilidades.
Por la costa se asentaron aquellas agrupaciones hábiles en
la pesca y extracción de productos del mar como algas y moluscos,
conocidos como "Hombres de los Conchales". Por el norte se
afincaron aquellos que la soledad y la dureza del clima desértico
no los amedrentaron y la clave del sustento lo constituían la leche
y carne de camélidos como la llama y la alpaca y los escasos
frutos de la tierra que les proporcionaban las fuentes de aguas de
quebradas y oasis. También fueron expertos tejedores. Con la
lana de los mismos animales fabricaban sus ropas y elementos de
abrigo. Por el centro sur se establecieron aquellos cuya base
alimentaria era la recolección de frutos silvestres y la caza que les
ofrecía la abundante flora y fauna y más tardíamente balbuceantes
experimentaciones con semillas en la tierra.
31
Algunas de estas culturas dejaron huellas de sus cos-
tumbres como la "Gente de los Túmulos", que al sepul-
tar a sus muertos los cubrían con piedras formando mon-
tículos de vistosas proporciones.
Otros como los
"Hombres de las Piedras
Horadadas", de las que se
han encontrado ejem-
plares en varios pun-
tos del país, incluso
en Copequén, donde
Edmundo Pino tiene una
pequeña colección pro-
ducto de sucesivos hallaz-
gos en el propio pueblo.
La más breve, aunque tos-
ca descripción de estas
piedras, es que son muy
Hermanos Pino y sus piedras prehistóricas
parecidas a un picarón.
Las hay de distintos tamaños; algunas de hasta 10 kilos o más
y, lo más notable es que el orificio es cónico hasta la mitad de
su grosor y de ahí se ensancha nuevamente, en la misma di-
mensión hasta salir al otro lado.
Respecto de su uso, hasta el momento no hay certeza.
Algunos sostienen que las más voluminosas se colocaban
como un peso en el extremo superior de un palo que termi-
naba con varias puntas como un tenedor y que servía para
trabajar la tierra; las más chicas las habrían utilizado como
pesas en redes de pesca.
Cualquier intento por señalar límites de áreas o regiones
donde estas agrupaciones humanas se establecieron no pue-
den considerarse rigurosas ni categóricas, pero tampoco ente-
ramente vanas. De norte a sur se pueden mencionar los si-
guientes: atacameños, diaguitas, picunches, cuncos,
32
chiquillanes, promaucaes, huilliches, araucanos, pehuenches,
puelches, onas, tehuelches, patagones, poyas, chonos,
alacalufes y yaganes.
Tampoco podemos aseverar dónde se sitúa el fin de la prehis-
toria, pero podemos asegurar que los españoles fueron los
primeros que dejaron testimonios escritos y, consecuente con
su definición para nosotros los chilenos, con su presencia nues-
tra historia ha comenzado.

1. Historia del Mundo, edit.1979, Salvat Editores S.A. tomo I. pág. 11.
2. Historia Universal Ilustrada, edit. 1958, Vergara Editorial, tomo I, pág. 15.
3. Carlos Solis de Ovando, Historia de Colchagua, edit. 1997, Editorial Andujar,
pag. 444.
33
HISTORIA

os conocimientos que tenemos de la historia de Chile,


son aquellos que nos han impartido en nuestra vida escolar,
sin que exista a nivel masivo otra instancia en que puedan ser
profundizados, a menos que se abrace alguna carrera profe-
sional que los contemple o que se haga por iniciativa propia.
Las enseñanzas recibidas comienzan con el arribo a es-
tas latitudes de Diego de Almagro y su ejército invasor el
año 1536; como si de ahí para adelante, a contar de esa fe-
cha, hubiera aparecido repentinamente sobre la faz de la tie-
rra este país llamado Chile. Sin embargo, para el caso que
nos preocupa, Copequén, debe-
mos remontarnos por lo menos un
siglo antes.
Cuando doña Susana
Fontanarosa a mediados del siglo
XV, (1451 más o menos, ya que
los historiadores no se han puesto
de acuerdo), dio a luz a su tercer
hijo varón bautizado como Cristó-
bal, y por parte del padre apellida-
do Colón, se puede aseverar con
certeza que en América y particu-
larmente en nuestro territorio es-
taban sucediendo acontecimientos
Cristóbal Colón derivados no precisamente por el
35
protagonismo de este personaje que recién estaba viniendo
al mundo.
En efecto, cuando algunos años más tarde el célebre ge-
novés deambulaba por las cortes del viejo continente, empe-
cinado en convencer a los monarcas que le financiaran su te-
merario proyecto que culminaría tan exitosamente gracias al
apoyo de los reyes españoles Fernando e Isabel, en esos mis-
mos años, el territorio chileno era víctima de una de las pri-
meras invasiones de que ha sido objeto. Esta vez, de un pue-
blo vecino, el imperio inca, que se hacía llamar Tahuantisuyo,
refiriéndose a los cuatro puntos cardinales, por lo extenso de
sus dominios. Respecto a esto nos queda el consuelo de haber
sido parte de poderosos imperios. Recordemos que los espa-
ñoles bajo el reinado de Felipe II se ufanaban de que en su
imperio no se ponía el sol. Triste honra para nosotros los chi-
lenos, que consignamos como mero hecho anecdótico.

Isabel I Fernando V

Lo anterior no hace más que cuestionar aquel concepto de


que la historia comienza con testimonios de pruebas escritas y,
como sabemos, en Chile quienes las dejaron fueron los conquis-
tadores españoles, pero no es menos cierto que fueron los incas
los primeros protagonistas y, consecuentemente con esta verdad,
es que nuestra historia comienza con ellos. Por lo demás, hay una
razón clara y categórica del por qué no hay testimonios escritos
de los incas; simplemente porque desconocían la escritura.
36
CAPÍTULO I

SIGLO XV
LOS INCAS EN COPEQUÉN

Orígenes de Copequén - Indios Chiquillanes - Cronista


Gómez de Vidaurre - Jesuita Diego de Rosales - Indios
Promaucaes - Inca Tupac Yupanqui - Sinchirruca - Huaina
Capac - Curacazgo de Copequén - Mitimaes

opequén no nació por un edicto, un bando, un de-


creto o una ley; en consecuencia no tiene fecha de creación
como tantas ciudades actuales, que deben su existencia al
afán fundacional de los españoles que tres siglos más tar-
de, cuando Copequén ya existía levantaron villas como San
José de Buena Vista de Curicó en 1743 o San José de
Logroño de Melipilla el mismo año y, tantas otras que no
es el caso de mencionar.
Copequén se fue formando paulatinamente como tantas
comunidades, cuyos miembros casi siempre emparentados
entre sí, fueron construyendo sus ranchos cercanos a cursos
de aguas, vegas o vertientes. Este fenómeno obedeció más
que nada a la posibilidad de ayudarse mutuamente ante cual-
quier elemento extraño que hiciera peligrar sus vidas. No po-
dría catalogarse más allá que como una tribu que en su rudi-
mentario aspecto organizacional reconocía como jefe al hom-
bre más anciano y más rico.
37
La zona central estaba poblada por los promaucaes, ver-
daderos protagonistas de la dominación incácica y de la con-
quista española. Algunos cronistas como Gómez de Vidaurre
y el padre Sors mencionan también a los chiquillanes, pero
de relativa importancia en la zona: "Los indios que viven en
las cordilleras que miran a la capital de Santiago y tienen su
comunicación por el Cachapoal, se llaman chiquillanes... Se
alimentan de toda especie de carnes, incluso caballares y hu-
manos y transitan de una a otra parte de la cordillera, cam-
biando sus tolderías, según les pareciera conveniente para
sus andanzas".1
Podemos agregar, que eran originarios de las zonas
precordilleranas argentinas y pasaban hacia territorio chileno
por pasos cordilleranos cuando las condiciones climáticas les
eran favorables y, antes de comenzar el invierno muchos vol-
vían a su lugar de origen.
A diferencia de los promaucaes nunca tuvieron lazos
afectivos con la tierra, ni con los habitantes de este lado de la
cordillera y su vida nómada obedecía exclusivamente a la bús-
queda de medios fáciles de subsistencia, por medio del pilla-
je. Por lo demás, en nuestras investigaciones no hemos en-
contrado referencia alguna que indique que estos chiquillanes
se hayan comprometido con alguna actitud bélica contra los
españoles en defensa de sus intereses. Está claro entonces que
esta zona, era zona de promaucaes.
Por su parte, el historiador y sacerdote jesuita Diego de
Rosales refuerza lo anterior diciendo: "Al río Rapel en sus
tierras más vecinas de la cordillera se llama Cachapoal,
engruésanle otros ríos de mucha sustancia, como el río
Tinguiririca, Malloa y Chimbarongo en cuyos valles se apa-
cientan numerosos rebaños de ganado mayores y menores, y
generalmente es ésta la porción más cultivada, abundante y
fructífera de todo el Reino y donde está situada la famosa pro-
vincia de los promaucaes, que fueron los que estorbaron el
38
paso al poderoso ejército del inca y a sus capitanes, presen-
tándoles tan sangrientas batallas que los obligaron a volver
atrás, y no proseguir con el intento, que traían de avasallar
todo el reino al dominio de su emperador. Vióse muy poblado
de indios este valle de los promaucaes, que en su lengua sig-
nifica lugar de bailes y deleites, porque verdaderamente son
tierras muy amenas, frescas y deleitosas".2
Lo anterior se relaciona al primer intento de los incas
por conquistar el extenso territorio chileno alrededor de 1460
bajo el gobierno de Tupac Yupanqui y comandados por el
generalísimo Sinchirruca. Posteriormente se replegaron al
valle de Coquimbo y Huaina Capac, hijo del primero, em-
prende la segunda conquista 25 años después, llegando has-
ta el río Maule, territorio que mantienen ocupado por cerca
de cincuenta años.3
Ante tales circunstancias, miles de promaucaes prefirie-
ron retirarse hasta más allá del Maule, engrosando las fuerzas
de sus hermanos del sur.
No obstante aquellos que no quisieron abandonar sus fa-
milias, tierras y ganados fueron sometidos por el ejécito del
inca, no sin antes haber sido advertidos "que se rindiesen i
sujetasen al hijo del sol, que iba a darles nueva relijión, nue-
vas leyes i costumbres, en que viviesen como hombres i no
como brutos. Donde no, que se apercibiesen a las armas, por-
que por fuerza o de grado, habían de obedecer al inca".4
Bajo estas circunstancias encontramos las primeras noti-
cias de Copequén. El historiador Tomás Guevara en su Histo-
ria de Chile Prehispánico señala: "Muchos eran estos
curacazgos de incas y naturales en el país, cuando arribaron
los españoles... De ellos suelen hacer referencias los cronistas
y las actas de cabildos... Huasco, Vallenar, Quintero, Marga
marga, Copequén, Chada... Disminuía al sur del río Maipo, el
número de agrupaciones indígenas que estaban
administrativamente bajo la dirección de los ajentes del inca,
39
pero hasta el río Maule no se interrumpía la continuidad de la
influencia del pueblo conquistador. En tal condición se en-
contraban estos centros indíjenas de Colchagua, Copequén,
Pilcún, Nancagua, Manquehue, Apaltas, Rapel,
Taguatagua...".5
Es así como Copequén se convierte en una colonia
incásica a cargo de un curaca, con artesanos, que conforma-
ron los llamados mitimaes, para enseñar su lengua, su reli-
gión y su cultura y mejorar las técnicas a
tejedores, agricultures, alfareros, etc.
Sin embargo, entre historiadores e
investigadores hay un alto grado de des-
acuerdo respecto a este punto. Muchos
sostienen que la influencia de la cultura
quechua es bastante discutible.
Ricardo Latcham historiador,
antropólogo y arqueólogo, a quien Francisco Antonio Encina
no trepida en catalogar de sabio, concuerda plenamente con
él. Sostiene Latcham que el iniciador de estas inexactitudes
ha sido otro connotado historiador, Diego Barros Arana y sus
seguidores: "Hemos visto que el tiempo que duró el domino
incaico en el país era breve, del todo insuficiente para conver-
tir a un pueblo en estado de absoluto salvajismo y barbarie,
como estos autores quieren pintar a los indios chilenos antes
de la llegada de los incas. Hemos visto también que setecien-
tos u ochocientos años antes que llegaran éstos, existía en el
país una cultura avanzada, que conocía la agricultura, el riego
de las tierras, la domesticación del ganado y las industrias del
tejido, de la alfarería y de la metalurgia. ¿Cuáles, entonces,
eran los grandes beneficios que aportaron los incas a la cultu-
ra chilena? A nuestro ver, ninguno de gran novedad e impor-
tancia. Introdujeron cierta estética nueva, algunos métodos más
adelantados, mayor orden político y administrativo, la cons-
trucción de edificios de adobe, que fueron poco adoptados por
40
los chilenos, tapiales con barda y, quizás, en las provincias cen-
trales, el cierre de predios con pircas, costumbre ya antigua en
el Norte. En cambio, impusieron un tributo a toda la región
bajo su dominio. Este consistía principalmente en oro, en pepas
o en polvo, que era llevado todos los años al Cuzco".6
Agreguemos también otros factores de progreso que el
señor Latcham omitió, como por ejemplo el sistema de cha-
cras a medias, la construcción de caminos, nuevos sistemas
de regadíos, nuevos productos agrícolas, la incorporación de
los guanacos como elementos de fuerza en la labranza de la
tierra, el sistema de chasquis (mensajeros) para transportar las
noticias de un sitio a otro, haciendo postas cada quince o veinte
kilómetros donde instalaban tambos o camaricos que eran ver-
daderos refugios bien aprovisionados de alimentos para toda
clase de viajeros, etc.
Al retirarse los incas de nuestro territorio alrededor de
1520-1530, Copequén y todos los curacazgos existentes a esa
fecha, que ya sobrepasaban la cincuentena, siguieron a cargo
de curacas locales, período en que nuevamente pudieron dis-
frutar de una efímera libertad que pocos años más tarde per-
derían nuevamente, cuando otros ejércitos mancillaron el te-
rritorio. Esta vez con Diego de Almagro a la cabeza.

1. Citado por René Leiva en Páginas Para la Historia de Rancagua, pág. 5


2. Diego de Rosales, Historia del Reino de Chile, Libro Segundo, pág. 241.
3. Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, Editorial Zig Zag, tomo I, pág. 20.
4. Los Aborígenes de Chile, La Conquista Incásica.
5. Tomás Guevara, Historia de Chile Prehispánico, Edit. U. de Chile, 1925, pág. 156.
6. Ricardo Latcham, La Prehistoria Chilena, Edit. 1928, Editorial Universo, pág. 235.

41
CAPÍTULO II

SIGLO XVI
COPEQUÉN EN EL
REAL ALCÁZAR DE MADRID

Cartas al Rey - Doctrina de Copequén - Juan de


Ochandiano, Primer Cura Doctrinero - Las Encomiendas
- Pedro de Valdivia otorga encomienda en Copequén -
Mercedes de tierras - Derecho de propiedad, origen
divino - Atrocidades de los conquistadores -
Pueblos de indios.

ue los ejércitos de Huaina Capac hayan establecido


una colonia en Copequén, después de haber hecho una trave-
sía de miles de kilómetros, cruzando ríos, montañas y desier-
tos, es notable y sorprendente. Pero tanto o más asombroso es
que este vocablo, Copequén, también haya atravesado océa-
nos para llegar hasta el Real Alcázar de Madrid, residencia de
los monarcas españoles.
Corría el año 1580, exactamente el 15 de abril, cuando
el Ilustrísimo fray Diego de Medellín, tercer obispo de San-
tiago, como cada cierto tiempo lo hacía, envió una carta al
rey de España, Felipe II, dando cuenta del estado del clero
de su diócesis.
43
"C.R.M. Gra. et pax Chri. Jesu.
Tiene Vuestra Majestad
mandado que en cada flota se le
dé aviso de los clérigos, que en
este obispado residen, y de sus
calidades y en qué se ocupan, y
esto es imposible hacerse desde
Chile en cada flota, porque es
grande la distancia que hay des-
de este obispado hasta la Ciudad
de los Reyes y, cuando acá se sabe
que hay flota, ya es vuelta a Es-
paña; espero hacerlo todas las ve-
ces que pudiere.
Felipe II
Los clérigos sacerdotes, que
al presente residen son: tres prebendados, porque cuatro que
están proveídos con estos tres, están al presente ausentes.
Francisco de Herrera, que reside en Coquimbo y es allí Vica-
rio, Gregorio de Astudillo que sirve de Cura en esta Santa
Iglesia... Juan Jofré es buena lengua de esta tierra y está al
presente ocupado en la doctrina de las minas de Andacoyo.
Juan Cano de Araya está ocupado en la doctrina de las minas
de Chuapa. Juan Gaitan de Mendoza está ocupado en la doc-
trina de Rancagua. Alonso de Toledo está ocupado en la doc-
trina de Tanco y otros pueblos. Juan de Océs está ocupado
en la doctrina de Peteroa y otros pueblos. Francisco de
Ochandiano está ocupado en la doctrina de Copequén y
otros pueblos, sabe muy bien la lengua de esta tierra. Je-
rónimo Vásquez está ocupado en la doctrina de Melipilla y
otros pueblos...".1
Se daba el nombre de Doctrina o mejor dicho Doctrina
de Indios a aquellas comunidades recién convertidas al

Lo destacado es del autor

44
evangelio cristiano y en las cuales aún no se establecía pa-
rroquia o curato; y como puede apreciarse en el documento
anterior, Copequén era una de ellas. Aprovechemos también
de conocer algunos antecedentes de quien fue su primer sa-
cerdote, Francisco de Ochandiano: "hijo del conquistador
Juan de Ochandiano, natural de Valencia hizo sus estudios
en Santiago, y el obispo de esta ciudad, Fray Diego de
Medellín lo ordenó en 1578 ó 1579. Sabía bien la lengua
mapuche y se ocupó de servir doctrinas de indios. En 1580
se hallaba en la de Copequén. El obispo Medellín lo reco-
mendaba como hijo de buenos padres, hábil y de buen ejem-
plo, cualidades que habían hecho provechoso su ministerio
entre los indios. En 1588 era cura de la catedral y desde 1590,
mayordomo de la misma".2
Cinco años más tarde el 18 de febrero de 1585, el mismo
obispo Medellín remite un nuevo informe a S.M. Felipe II, en
el que encontramos lo siguiente:
"En esta provincia de Chile no están los pueblos de in-
dios reducidos, como lo están en el Perú, porque los gober-
nadores que los han de reducir con achaque de la guerra, o
no quieren o no lo han podido hacer. Y ansí las doctrinas se
sirven con mucho trabajo, porque
cada sacerdote de los que las sir-
ven tiene a cargo muchos
lugarillos, y apartados unos de
otros en mucha distancia. Y así,
hasta que se reduzcan como se de-
ben reducir, que hay para ello
buen aparejo por haber buenos
valles y ríos buenos, con buenas
acequias, no puede haber doctri-
nas bien asentadas. Los que
agora tienen doctrinas son los
Obispo Medellín siguientes". A continuación
45
hay varios nombres de sacerdotes y lugares, entre los
que figuran:
"...Pedro Gómez de Astudillo, clérigo presbítero, sir-
ve la doctrina de Copequén, Malloa y Taguataguas, su sa-
lario es trescientos y diez pesos en oro, y comida...".3
Figura también en esta nómina, nuestro conocido Fran-
cisco de Ochandiano, ahora como clérigo y presbítero en la
doctrina de Poquinda, Macu y Tobalava y su salario es ciento
trece pesos en oro y comida.
Desde la primera carta del obispo Medellín, la evangeli-
zación había avanzado considerablemente, de manera que de
estos lugares con doctrina, sólo mencionaremos los más co-
nocidos y tal como se escribían y conocían en esa época:
Mataquito, Teno, Rauco, Duao, Peteroa, Vichuquén, Lora,
Nancagua, Colchagua, Ligüeimo, Peomo, Puchodegua,
Codegua, Quilacura, Guachurava, Lampa, Colina,
Anconcagua, Curimón, Putaendo, Quillota, Cauquenes,
Chanco, Chuapa, etc.
El otro gran tema que irrumpe en Chile y en Copequén
en este siglo, son las encomiendas. Con su instauración co-
mienza uno de los más ignominiosos períodos en la historia
de Chile. Con ello se consolidaba el despojo de la tierra y la
esclavitud de los indígenas. Cristóbal Colón fue su precursor
en América, cuando las implantó en la Isla Española (Haití-
Sto. Domingo). Según una definición del Consejo de Indias,
de fecha 11 de julio de 1678, la encomienda era: "un derecho
concedido por merced real a los beneméritos de las Indias para
percibir y cobrar para sí los tributos de los indios que se les
encomendaren por su vida y la de un heredero, conforme a la
ley de sucesión, con cargo de cuidar del bien de los indios en
lo espiritual y temporal y defender las provincias que le fue-
ron encomendadas...".4

Lo destacado es del autor


46
En palabras más simples, el gobernador en nombre del
Rey estaba facultado para repartir, entre sus connacionales las
tierras conquistadas y los indios que en ellas habitaban, para
que las trabajaran en su beneficio. Las tierras asignadas es lo
que conocemos como encomienda y como encomendero al
beneficiario. Este sistema no enajenaba la propiedad y el usu-
fructo sobre ellas se prolongaba por derecho propio hasta el
primogénito de la segunda generación, pero mediante solici-
tud podían continuar con este dominio hasta tercera y cuarta
generación. El término encomienda proviene del hecho que el
Rey le "encomendaba" al favorecido evangelizar a los indios
y protegerlos, a cambio de que estos pagaran un tributo a sus
protectores en bienes o en trabajo.
La encomienda de Copequén fue
asignada por el propio Pedro de Valdivia
a Pedro de Miranda en la primera reparti-
ción masiva que hizo a sesenta vecinos y
compañeros de armas, mediante un ban-
do pregonado en Santiago el 12 de enero
de 1544. En 1546 tuvo que reducir esta
nómina a treinta y dos encomenderos en
los que se confirmaba el nombramiento
de Pedro de Miranda en Copequén. La
razón de esta medida es que se creía, equi-
Pedro de Valdivia
vocadamente, que el territorio de la juris-
dicción desde el valle de los chañares (sur de Atacama) hasta el
río Maule medía ochenta leguas y que lo habitaban más indíge-
nas de los que efectivamente había. Los primitivamente asigna-
dos, al enterarse que tan sólo tenía treinta y siete leguas, solicita-
ron al cabildo, con cuyos miembros estaban coludidos y que tam-
bién recibirían su parte, se redujera el número de encomenderos.
La petición, como era de esperarse, fue aceptada y Valdivia dictó
un decreto el 26 de julio de 1546, en que los sesenta encomenderos
iniciales quedaron reducidos a treinta y dos.5
47
Otro encomendero en Copequén, que también figura en-
tre estos treinta y dos nominados es Juan Jofré, cesión de la
que escasean mayores informaciones.
Antecedentes de Pedro de Miranda, primer extranjero en
Copequén, señalan que nació en Navarra (España) en 1517.
Sirvió en el Perú a las órdenes de Pizarro y vino a Chile con
Pedro de Valdivia en 1540.
Desempeñó una activa vida pública. Regidor en varias
oportunidades, alcalde ordinario, procurador de Santiago, y
mayordomo de la iglesia, alférez real, etc. Padre de ocho hi-
jos...6. Al momento de morir le sucedió en la encomienda de
Copequén su hijo Pedro de Miranda y Rueda.
Más informaciones de este siglo y de este tema las en-
contramos en estadísticas de fines de la década del sesenta,
que indican la cantidad de indígenas que tenía cada una. Su
unidad eran las bateas, término con el que se designaba al
equipo de trabajo que servía en los lavaderos de oro compues-
to de cinco hombres que se distribuían en cavar, transportar la
tierra hasta el curso de agua y finalmente lavarla en las bateas,
hasta dejar solamente el oro.
Alonso de Escobar, sesenta y ocho bateas, es decir, tres-
cientos cuarenta indios, en las encomiendas de Nancagua y
Chimbarongo; Francisco de Irarrázabal, cincuenta bateas en
Quillota; Alonso de Córdova, setenta bateas en Vitacura, Prin-
cipal en Pirque y Rancagua; Pedro de Miranda, cuarenta y
cinco bateas en Copequén, etc.7
Otra información en que Copequén destaca en este siglo,
es el hecho de que parte de su superficie fue entregada como
mercedes de tierra a Pedro de Miranda y Rueda en 1577 y se
deja constancia de que éste y su familia tenían en Copequén
junto a su encomienda "un pedazo de tierras donde tiene plan-
tada una viña, edificadas casa de molino y vivienda y estancia
de ganados más tiempo de veinte años".8
48
A diferencia de las encomiendas, las mercedes de tie-
rras se concedían a título perpetuo transfiriendo su dominio
y propiedad.
Ante este singular proceder de los conquistadores de con-
ceder encomiendas y otorgar mercedes de tierras, legítimo es
preguntarse de dónde provenía ese derecho de disponer de la
propiedad ajena.
Hay una sola respuesta a este legítimo cuestionamiento y
es de origen religioso. La Bula Intercaetera dictada por el Papa
Alejandro VI el 3 de mayo de 1493 disponía que: "Por la auto-
ridad de Dios omnipotente concedida a San Pedro, y del Vicariato
de Jesucristo que ejercemos en la tierra, a vos y vuestros here-
deros los Reyes de Castilla y León, perpetuamente por la auto-
ridad apostólica, a tenor de la presente, donamos, concedemos
y asignamos (las tierras descubiertas), y a vos y vuestros here-
deros... señores con plena, libre y omnímoda potestad, autori-
dad y jurisdicción os hacemos constituimos y diputamos".9
La mayoría de los estudiosos de nuestra historia no han
tocado este punto por razones que se desconocen pero, no hay
que ser muy suspicaz para pensar que más bien no lo han que-
rido hacer. Sin embargo, Diego Barros Arana no tuvo impedi-
mento alguno al señalar y avalar lo que sostenemos: "Los con-
quistadores llegaban a América con la convicción más pro-
funda de que el suelo y los habitantes de este continente eran
propiedad incuestionable de los Reyes de España..."
"... No se debe llamar conquista, pensaban ellos, (los espa-
ñoles), al acto de entrar en posesión de lo que nos pertenece...".10
Nuestro afán investigativo sobre Copequén, nos ha lle-
vado a descubrir lo anterior; conceptos que consideramos de
la mayor relevancia. Es decir, que las bases del derecho de
propiedad en América tienen un origen divino. Por consiguiente
los conquistadores, desde ese punto de vista, no hicieron más
que hacer uso de esa prerrogativa por lo que jamás se hicieron
cuestionamientos morales.
49
Los atropellos de los sol-
dados a los indígenas se repe-
tían constantemente, muchas
veces sólo con el morboso afán
de entretenerse. "Traen al pre-
sente indios i indias de los que
prenden en la guerra, en cade-
nas, para cebar a los perros, i
vivos se los echan para que los
hagan pedazos, i muchas veces
echan los indios a los perros por
recrearse en ver tan inhumana batalla. Si algún indio, o indios,
por particular interés suyo, mata algún español, va luego un capi-
tán con jente a destruir i matar todos cuantos hai en aquel pueblo
o valle, que tengan culpa, que no la tengan. Allende de todo esto
hacen muertes atroces, destruyen y cortan las comidas (sembra-
dos), queman las casas i pueblos, i muchas llenas de indios; i
tápanles las puertas, para que ninguno se escape..".11
Estas conductas inhumanas se venían practicando desde
siempre y las autoridades eclesiásticas al no ser escuchadas
por los gobernadores no tenían más recursos que informarle
de ello a Su Majestad, quien acogiendo estas quejas ya le ha-
bía ordenado en su oportunidad al propio Pedro de Valdivia...
"A vos encargo y mando tengáis muy gran cuidado del trata-
miento desos naturales y de su instrucción y conversión y de
no dar lugar a que se les haga agravio alguno...".12
El interés de reducir a los indígenas a comunidades lla-
madas pretenciosamente pueblos de indios fue una preocupa-
ción constante de los colonizadores. Reiteradas cédulas dis-
ponían la creación de estos pueblos para facilitar la pacifica-
ción e inculcar la doctrina cristiana. Recordemos que los cu-
ras doctrineros expresaban su desazón por el hecho que los
indígenas vivían a mucha distancia unos de otros, lo que difi-
cultaba su tarea, cosa que ya había hecho notar el obispo
50
Medellín. No está demás señalar que era requisito esencial
para establecer estos núcleos que el territorio ya hubiera sido
conquistado. Su estructura dirigencial, comenzando por el
cacique, era prerrogativa de los españoles; el lugar lo elegían
el corregidor y los caciques; las tierras debían ser fértiles, te-
ner buenos pastos, montes, árboles y buenas aguas para sem-
brados y ganados.
Al concepto de pueblo es dable asignarle dos acepcio-
nes: una se refiere a aquellos que los mismos españoles crea-
ron y establecieron en cumplimiento a las órdenes de la co-
rona. La otra se le asocia a rancheríos de formación espontá-
nea o a pequeñas concentraciones de gentes con ciertas or-
ganización social de origen incásico que los conquistadores
encontraron en el territorio a las cuales decidieron dar conti-
nuidad, adaptándolas a su estilo y conveniencia. A este gru-
po pertenecía Copequén.

1-3. Cartas de los Obispos al Rey 1564 a 1810, tomo II, págs. 12, 13, 14, y 15. Colec-
ción Documentos Históricos,
2. Luis Francisco Prieto del Río, Presbítero, Diccionario Biográfico del Clero Secu-
lar de Chile 1535 a 1918 edit. 1922, pág. 468.
4. Chile Historia, edit. Lord Cochrane, pág. 7
5. Domingo Amunátegui Solar, Las Encomiendas de Indígenas en Chile, edit. 1909,
Imprenta Cervantes, tomo 1, págs. 63, 64, 66 y 67. Apuntaciones y Documentos,
edit. 1910, Imprenta Cervantes, tomo II, pág. 77.
6. Tomás Thayer Ojeda, Formación de la Sociedad Chilena, edit. 1939, Universi-
dad de Chile, tomo II, pág. 286.
7. Mario Góngora, Encomenderos y Estancieros, 1580 a 1660, edit. 1970, Editorial
Universitaria S.A. pág. 135 .
8. Citado por Carlos Celis Atria en Origen de la Propiedad Rural en Colchagua,
Real Audiencia 1895, pieza 1, edit. Boletín de la Academía Chilena de la Historia,
Nº 97, págs. 270 y 271.
9. Citado por Fernando Silva Vargas en Tierras y Pueblos de Indios en el Reino de
Chile, edit. 1962, Universidad Católica de Chile, págs. 31 y 32.
10. Diego Barros Arana, Historia General de Chile, Editorial Universitaria, tomo I,
págs. 215 y 216.
11. Domingo Amunátegui Solar, Las Encomiendas de Indígenas en Chile, edit. 1909,
Imprenta Cervantes, tomo I, pág. 209.
12. Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, edit. Zig Zag, tomo I, pág. 74.

51
CAPÍTULO III

SIGLO XVII
DIMENSIONES DEL VALLE DE COPEQUÉN

El cacicazgo - Nombramientos y prerrogativas - El cacique


Pedro Levy Guanilén y su nieto Luis - Indígenas se resisten
a vivir en pueblos - Administradores y Protectores de
pueblos - Compra de herramientas para Copequén - Guerra
defensiva - Guerra ofensiva - Venta de esclavos - Marcas con
hierro candente - Camino Real - Más mercedes de tierra -
Dimensiones del valle.

l nombramiento de caciques en tierras conquista-


das, como en el caso de Copequén, lo hacían las autoridades
españolas y como es de suponer, la persona elegida además de
ostentar ciertas cualidades morales y religiosas deberían ser
proclives a esas autoridades.
En 1538 se dictan algunas instrucciones tocantes a esta
materia, que prohíbe a los caciques "que se puedan llamar
Señores de los Pueblos, porque así conviene a nuestro servi-
cio y preeminencia Real. Y mandamos a los virreyes, Audien-
cias y Gobernadores no lo conscientan y ni permitan, y sola-
mente puedan llamarse Caciques o Principales... Por otra par-
te se dotaba al cacique una especie del fuero, al establecer que
ningún Juez ordinario pueda prender cacique ni principal si
no fuere por delito grave".1 En el aspecto social se le distin-
53
guía con el título de Don. Otros privilegios, extensivos al hijo
mayor, eran la exención de trabajar en mitas y pagar tributos.
La sucesión en el cargo recaía en el hijo mayor, a falta de
éste en los hijos varones de menos edad o en el pariente varón
más cercano y solamente accedían las mujeres a falta de varones.
En 1697 se inicia un largo proceso por la sucesión en el
cargo de cacique que ejercía el anciano Pedro Levy Guañilén.2
Quienes lo pretendían eran su nieto Luis y su hermano
Ascencio, argumentando tener los mejores derechos a él. Du-
rante el tiempo que demoró el proceso y las distintas instan-
cias de que hacían uso las partes, permitió al cacique Pedro
Levy Guanilén2 hacer declaraciones que favorecieron abierta-
mente a su nieto Luis:

54
"don Pedro Guanilén respondió que respecto de

ha l l a rs e c o n l a h e d a d d e o c h e n ta y seis años, casi

ympedido y falto de la vista [hay mancha] el

govierno uso y exersisio de los [hay mancha]

ca c i c a s g o de s d e l u e g o h a s í a donación de el der e-

cho que a el tenía en el dicho Don Luis Legui2

Guañilem2 su nieto, e hijo lexitimo de su hija

l ex i t i m a m a y o r y q u e e n e l s usedía r enunciaba y

t ra s p a s a b a to d o s s u s d e r e c h o s y acciones r eales y

pe rs o n a l e s q u e t e n í a e n e l d i c ho cacicazgo, par a

que c o m o t a l c a s i q u e l e g o v e r nase y administr ase

y a c u d i e s e a t o d o l o q u e f u e s e de nuestr o r eal ser-

vic i o , b e n e f i c i o d e s u s i n d i o s segun muestr as r ea-

l es o rd e n a n z a s . . . "

Siete años más tarde en 1704 el Presidente y oidores de


la Real Audiencia emiten un decreto que en la parte medular
expresa:
55
56
"Declárase tocar y pertenecer la suseción de el cacicazgo

de el pueblo de Copequén a Don Luis Levy Guañilen 4

nieto lexitimo, por línea materna de Don Pedro Levy

Guañilen, último casique de el dicho Pueblo, que al pre-

sente se halla impedido para Poder le administrar y que

por razón de dicho impedimento y renunciación que tie-

ne hecha el dicho Don Pedro Levy Guanilem en el dicho

su nieto Don Luis Levy Guanilem deve el susodicho en-

trar en el Govierno y administración de el dicho casicazgo

como inmediato sucesor de el sin embargo de lo pedido

por parte de Ascencio Levyguem y Pretención que tiene

al dicho casicasgo que se declara no haver lugar. Prove-

yeron el decreto de suso los señores Presidente y oidores

de esta Real Audiencia, en la ciudad de santiago de chile

en veinte y dos días del mes de Agosto de mil setecien-

tos y quatro años y lo señalaron los Señores Licenciado

don Lucas Francisco de Bilbao La Vieja, don Joseph

Blanco Vejen de el consejo de su majestad, oidores de

esta Real Audiencia. Maldonado"


57
El rechazo de los indígenas a vivir agrupados obedecía,
en pocas palabras, a la legítima resistencia a someterse a cier-
tas normas y obligaciones que pretendían regular aspectos so-
ciales, religiosos, laborales, éticos, etc. Reacción comprensi-
ble, si se considera que su estilo de vida no contemplaba mar-
co conductual alguno, salvo aquellos que garantizaban una
elemental convivencia. La forma de escapar era emigrar a tra-
bajar a otras encomiendas, obteniendo algún salario aunque
mínimo y quizás hasta un pedazo de tierra junto a una rancha;
medios suficientes para vivir con su familia y, en lo posible,
dejar sus tierras en arriendo o, simplemente, abandonándolas.
La confianza en un buen resultado en estas comunidades
los españoles la fundaban en que la organización contempla-
ba la gestión de funcionarios, como los administradores y pro-
tectores de pueblos de indios, que en otros países de América
habían tenido satisfactorios logros, y, se pensaba que en Chile
no tenía por qué ser distinto.
Sin embargo, una vez designadas estas personas, su des-
empeño se hacía muy complejo porque generalmente les asig-
naban varios cargos al mismo tiempo y territorios demasiado
extensos que controlar, como el caso del capitán Gonzalo
Gutiérrez de Sotomayor, nombrado por el gobernador Alonso
de Ribera, como correjidor, administrador y alcalde mayor de
minas de los pueblos de Colchagua, Copequén, Malloa,
Taguataguas, Nancagua, Peumo, Pididegua, Rapel, Ligüeimo,
Teno i Ranco, o sea, todos los del partido de Colchagua, el 8
de Agosto de 1603.5
La responsabilidad de estos administradores era preocu-
parse que los naturales trabajaran en las tierras en comunidad,
en amistosa relación, que acrecentaran los ganados, que se
distribuyeran equitativamente la producción agrícola y obtu-
vieran los mejores precios de los excedentes, procurarles he-
rramientas, vestuarios y medicinas con el producto obtenido.
En 1615 era administrador de Copequén Agustín de
58
Montalban y Sierra; en 1621, Pedro de Aranda y Gatica; en
1628, Melchor Jufré de Aguila.6 En 1622 con los dineros co-
munes se compra una sierra de cuatro palmos, tres hachas,
tres machetes, dos azadones, dos puntas de arar, 12 tijeras y se
distribuyen cuarenta piezas de ropa.7
Por su parte, los protectores debían visitar los pueblos a
su cargo por lo menos cada seis meses y poner especial énfa-
sis en el trato dado a los naturales y del cumplimiento de las
ordenanzas y enviar un informe detallado al gobernador.
Factores de variada índole incidían para que el desempe-
ño de estos funcionarios no fuera de los mejores. Por la gran
distancia entre las autoridades centrales con estos pueblos, no
era posible una supervisión rigurosa de sus obligaciones; in-
cluso había algunos que arrendaban su cargo, como es lógico,
sin autorización, obteniendo una renta adicional, desentendién-
dose y abandonado sus responsabilidades.
La convicción que tenía el padre jesuita Luis de Valdivia
de que la conquista de Chile se podía lograr usando la razón;
el trato amistoso; el diálogo; la cooperación y ayuda mutua,
no tuvo el resultado deseado. Los indígenas consideraban es-
tas conductas poco creíbles o, en el mejor de los casos, como
gestos de debilidad. De tal manera que, en los casi tres lustros,
a comienzos de este siglo, de infructuosos esfuerzos el sacer-
dote fue destituido de sus altas funciones como ejecutor, me-
diador y estratega en lo que se dio en llamar guerra defensiva.
Se desató, en consecuencia, la más brutal embestida por
parte de las fuerzas conquistadoras, legitimando aún las más
aberrantes y sanguinarias acciones. Una de éstas eran las
campeadas o malocas que eran verdaderas caserías de indíge-
nas, los que junto a aquellos tomados prisioneros en las bata-
llas vendían como esclavos a los encomenderos en Chile o a
mejor precio aún en Perú. Una forma de controlar este lucrati-
vo negocio era autorizando a los dueños de los esclavos para
que les marcaran la cara con un hierro candente evitando con
59
esta "humanitaria" medida el "abuso de vender indígenas li-
bres"8. Estaba en marcha la guerra ofensiva.
La principal vía de comunicación en este período y
que unía el territorio de norte a sur era el Camino Real,
cuyo trazado contemplaba el paso por los principales nú-
cleos de población, entre ellos Copequén. Lo que podría
considerarse un privilegio y motivo de satisfacción para
algunos no era compartido por otros. Mirado desde el pun-
to de vista de los indígenas, por el contrario, era un factor
perturbador y preocupante.
Sin embargo, gracias a la enamoradiza encomendera de
Copequén Luisa de Miranda, que al contraer su tercer matri-
monio, esta vez con Agustín Ramírez Sierra, los indígenas
encontraron una vía de escape a los acosos y hostigamientos
que padecían constantemente de manos de los soldados y via-
jeros que pasaban por el lugar.
De ahí que la decisión del último marido de doña Luisa
de llevarla a vivir a su encomienda de Tilcoco, entusiasmó a
unos cuantos indígenas para partir con ella a este nuevo desti-
no, por donde no pasaba el Camino Real.

"...digo que abra doze o trese años que este declarante


casó con doña Luisa de Miranda Encomendera del pueblo de
Copequén..." .(F. 64r)
"...y aviendome cassado con la dicha mi muger la lleve a
mi estancia... y con la dicha mi muger se fueron
boluntariamente los dichos yndios a la dicha mi estansia de
Tilcoco adonde se rrancharon y assimentaron por estar ampa-
rados de mi y tener en la dicha mi estansia mas comodidad
para si y sus sementeras y no estar como estaban en camino
Real sujetos a las molestias...". (F. 78r)
"... las bejasiones y molestias que los pasajeros y solda-
dos i corregiidores les asian ocupandoles en guias y otros
embarasos..." .(F. 64r-v)9
60
La superficie de las tierras de Copequén sobrepasaba lar-
gamente lo que hoy conocemos. Informaciones en tal sentido
así lo establecen. En un listado cronológico de mercedes de
tierras entre los ríos Cachapoal-Rapel y Teno-Mataquito10, el
Valle de Copequén está presente reiteradamente:

15 de octubre de 1577
Pedro de Miranda __ __
Por muerte de su padre pide se le confirmen las tierras
que van desde el Tambo e Iglesia de Copequén orillando el
Cachapoal arriba hasta su junta con el río de Codegua y
desde allí hasta las tierras de Gultro (RA 1985, pieza 1,
Ref. D.J. Gmo. Muñoz).

30 de noviembre de 1603.
Gaspar Álvarez 300 cuadras
En el Valle de Copequén, tierras llamadas Llague lin-
dantes con las de Tilcoco, Tagua Tagua y estero de Chillegue
(RA 1815. pieza 2).

26 de junio de 1612
Diego Paez Clavijo 300 cuadras
En Copequén formó parte con el título a D. Luis de
Guzmán de la estancia El Chaval que el M. C. don Luis de
Guzmán y Soto vendió en 1705 al Alfz. Alfonso de Olea y
Madrid, y que en 1718 es de sus herederos (143-143)

14 de Mayo de 1621
Luis de Guzmán Coronado 600 cuadras
En Copequén, donde Guzmán tenía viña y tierras por estar
casado con Doña Luisa de Miranda y Jofré. Este título formó
parte de la estancia El Chaval de D. Luis de Guzmán Corona-
do y Soto quien la vendió en 1705 al Alfz. Alonso de Olea y
Madrid... (141-224/143-143)
61
3 de mayo de 1622
Juan Bautista de Cabrera 200 cuadras
En el Valle de Copequén, demasias entre el Cachapoal y
el Claro. Propiedad del Gral. Ramírez en su estancia Tilcoco
por la que litigó con Fuenzalida en 1628-30 (RA 1815 pieza 2)

M. de Campo Alonso
Cid Maldonado 1.500 cuadras
Desde la Punta de Copequén y Punta de Miranda hasta
las juntas del Cachapoal y Claro de una y otra parte del
primero. (114-405).

Estas concesiones se prolongaban en el tiempo en virtud


de negociaciones, alianzas matrimoniales, herencias, etc., como
el caso de doña Luisa de Miranda y Jufré, hija de Pedro de
Miranda y Rueda, y nieta de Pedro de Miranda y Bidela. Fue
esposa y viuda de tres beneficiarios de tierras. Primero de
Diego Páez Clavijo de quien heredó 300 cuadras en Copequén;
después casó y enviudó de Luis Guzmán Coronado, que tenía
600 cuadras también en el valle de Copequén, y finalmente
casó con Agustín Ramírez Sierra de quien también enviudó y
recibió 600 cuadras en Huemul.
Doña Luisa de Miranda fue encomendera de Copequén
al igual que su padre, su abuelo, dos de sus maridos, uno de
sus hijos, un nieto y un bisnieto.11
Si a estas concesiones agregamos las tierras de Pedro de Mi-
randa, que le fueron cedidas sin expresión de superficie, se des-
prende que el Valle de Copequén tenía un área que abarcaba varios
de los actuales pueblos. Aunque no se expresa con claridad ni es-
tricta exactitud, los límites de estas propiedades, basta con lo seña-
lado en cada caso para obtener convincentes conclusiones.
En el primer caso los terrenos de Pedro de Miranda, van
desde el Tambo e Iglesia de Copequén orillando el Cachapoal
Lo destacado es del autor

62
hasta las tierras de Gultro, caserío que aún existe a más o
menos quince kilómetros al noreste de Copequén; la conce-
sión hecha a Gaspar Alvarez, en el Valle de Copequén, lin-
dantes con las de Tilcoco, Tagua Tagua, que quedan a unos
trece y veinticinco kilómetros de Copequén respectivamente;
a Juan B. de Cabrera entre el Cachapoal y el Claro, que en
línea recta tiene más o menos diecisiete kilómetros ; lo mis-
mo sucede con Alonso Cid, desde la Punta de Copequén
hasta las juntas del Cachapoal y Claro.
No hay certeza que entre los hitos mencionados hayan esas
tres mil o más cuadras que suman las concesiones menciona-
das, pero en rigor considerando este informe, es indiscutible
que las tierras del Valle del Copequén comprendían desde el río
Cachapoal hasta el río Claro. Inclusive hay historiadores como
el sacerdote Elías Lizana que sostiene que Copequén habría
abarcado el territorio que tenía la provincia de Colchagua.

1. Recopilación de Leyes de Indias, citado por Carlos Aldunate del Solar en Cacicazgo en
el Reino de Chile, edit. 1984, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, pág. 180.
2. La rigurosidad que hoy se observa en el uso de nombres y apellidos no se respetaba hace
algunos siglos. El apellido Guañilén aparece también como Guanilén y Legui Guañilem
y más adelante Bigualilén, Lebigualilén, Leviguanilén y Lebiguelén
3. Real Audiencia, volumen 1697, pieza 8.
4. También se observan omisiones como en el caso de Luis el nieto, que usa el apellido
de su madre Francisca Levy Guañilén, hija lejítima de Pedro y no el de su padre
Salvador Millante.
5. Domingo Amunátegui Solar, Encomiendas de Indígenas en Chile, edit.1909, Im-
prenta Cervantes, tomo I, págs. 303 y 304.
6. Luis de Amesti, Las Casas Troncales, edit. 1926, págs. 222, 19 y 12.
7. Mario Góngora, Encomenderos y Estancieros 1580-1660, edit. 1970, Editorial Uni-
versitaria S.A., pág. 188.
8. Domingo Amunátegui Solar, Encomiendas de Indígenas en Chile, edit. 1909, Im-
prenta Cervantes, tomo I, págs. 468 y 469.
9. Viviana Manríquez S. y María T. Planella O., Proyecto Fondecyt 90-508,
Arqueológia y etnohistoria: una investigación interdisciplinaria pionera para la
cuenca del río Cachapoal (inédito).
10. Carlos Celis Atria, Origen de la Propiedad Rural en Colchagua, citando archivos
de la Real Audiencia, edit. 1986, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº
97, págs. 293, 295, 308, 328 y 330.
11. Carlos Celis Atria, Origen de la Propiedad Rural en Colchagua, citando archivos
de la Real Audiencia, pág. 276.

63
CAPÍTULO IV

SIGLO XVIII
AMBROSIO HIGGINS1 ORDENA
APLICAR RIGOR DE LAS LEYES EN COPEQUÉN

La cacica Pasquala Lebiguelén - Quejas contra el cacique


Pasqual Guaguilén - Se nombra tutor, curador y repara-
dor a Matías Guayquiante - Bernardo Pumarino y
Sebastián Guzmán pretenden apropiarse del pueblo -
Matrícula, Mensura y Plano de 1792

as disputas por el cacicazgo en Copequén


se repetían con cierta frecuencia y se prolongaban en el tiem-
po, a veces, indefinidamente, perturbando la vida y el queha-
cer del núcleo social. Los litigantes respaldaban sus presuntos
derechos, más que con documentos, con testigos, pero las más
de las veces las causas quedaban entrampadas por falta de
evidencias.
En 1735 la cacica Pasquala Leviguelén tuvo que enfren-
tar la demanda de Joseph Bigualilén que decía tener mejores
derechos para detentar el cargo, presentando como testigo a
Juan Chicuy, indio de 70 años quien declaró que "conoce a
Joseph Bigualilén y sabe que es hijo legitimo de don luis
Lebiguelilén y de doña Antonia Serda y nieto de don Pedro
Lebigualilén casiques que fueron del pueblo de Copequén,
los que ya murieron y sabe que el dicho don Joseph es el hijo
65
maior del dicho don luis y doña Antonia a quien toca el dicho
cacicazgo y que esta es la verdad..." (F. 45v).2
Por su parte la cacica se defendió argumentando: "...digo
que abra tiempo de seis años con poca diferencia que murio
don Luis Lebileguén mi ermano y quede yo como la mas
ymediata en la posezion del dicho cacicazgo y aunque a los
tres años poco mas o menos bino al dicho pueblo el referido
Joseph de la estancia de Hidague partido de Rancagua y pre-
tendió excluirme del dicho pueblo y casicasgo... fui amparada
en dicha mi posesion por el maestre de Campo don Pedro de
Acuña siendo corregidor del dicho partido... por que al tiem-
po presente tengo entendido que el susodicho yntenta la nove-
dad referidfa llebado del ynteres de las tierras cassa y algun
ganado que tengo heredado de mi padre Francisco..." (F. 50r)3
"...quedó (Joseph) totalmente excluido de la
representacion o derecho de la susecion de su padre porque
haviendo en vida del susodicho sido desterrado por escandalo
que daba con sus malas costumbres a la dicha estancia de
Hidague casso con una zamba por lo cual el dicho su padre lo
reputto como muerto..." (F. 50v)4
Estas enconadas contiendas por el poder, y las granjerías
del cacicazgo, ponen de manifiesto las nefastas enseñanzas
que los conquistadores introdujeron en la formación de nues-
tra raza y nuestra sociedad. Con los privilegios concedidos,
eximiéndolos de la obligación de trabajar y pagar impuestos,
no sólo se le inducía a la irresponsabilidad y la pereza, vicios
que han perdurado hasta nuestros días, sino que se idealizaba
una forma de vida que de ninguna manera se podría calificar
como ejemplarizadora.
Si a cambio se les hubiera incentivado rebajando los tri-
butos en la medida que aumentaran la producción en la gana-
dería, la agricultura o la minería, en vez de vivir al amparo del
ocio, es muy probable que nuestra nación tuviera un mejor
nivel económico y social.
66
También hubo épocas en que el pueblo se debatió en
la más absoluta anarquía viviendo penosos períodos como
consecuencia de la incapacidad y los abusos de Pasqual
Guaguilén, otro de los caciques de este siglo. Tanto es así
que el protector, se hace eco de esta lastimosa realidad y se
propone restituir los derechos de los indígenas y devolver-
les la tranquilidad quebrantada. Como primera medida, pone
en conocimiento de esta situación al subdelegado del in-
tendente por medio de una carta que hemos reproducido en
castellano actual.
Estos hechos demuestran que en esa época había tam-
bién justicia para ciertos delitos como en todos los tiem-
pos, y se ordenaba aplicar la ley en todo su rigor, como lo
expresaba el gobernador de la época Ambrosio Higgins,
hasta cuyos oídos llegaron las informaciones de que
Copequén estaba siendo avasallado por la codicia de algu-
nos y la inoperancia del cacique Guaguilén incapaz de im-
poner su autoridad.
67
68
"El protector de los Naturales de esta Provincia
de Colchagua: parece ante V. Majestad en la mejor
forma que aya lugar en derecho y dice que teniendo
varias y repetidas quejas que el cacique de Copequén,
don Pasqual Guaguilén no ha querido corregir ni en-
mendar su vida, continuando siempre en sus excesos
y robos, de tal suerte que se halla aquel pueblo perdi-
do a imitación de el mal gobierno de dicho cacique,
sin embargo de que Vuestra Majestad le perdonó con-
dicionalmente sus delitos y que vajo de este supuesto go-
bernase, como mas largamente consta de las diligencias que
Ilustrisimo se sirvio mandar extender en la visita general que
hiso, en dies y seis de noviembre del año pasado de mil sete-
cientos ochenta y seis del que en devida forma haga
manifestacion en el juramento y solemnidad necesaria. En esta
atención y en la de haber muerto Josef Basaes, tutor y
curador de dicho cacique quien estaba al reparo de di-
cho pueblo, se halla dicho pueblo perdido y para evi-
tar semejantes desórdenes se ha de servir Vuestra
Majestad mediante justicia mandar se nombre de caci-
que gobernador interino a Matías Guayquiante, indio
de dicho pueblo, por concurrir en éste todas las cir-
cunstancias necesarias para dicho gobierno, como es
publico y notorio, y asi lo tiene el protector acredita-
do hase muchos años; en cuya atencion:
69
70
A vuestra Majestad pide y suplica se sirva man-
dar al Diputado don Fernando Villalon, lo reciba por
tal gobernador de dicho pueblo, para que este arre-
gle, y corrija los desordenes y excesos que se experi-
mentan en dicho pueblo; pues así parece ser de
Justificia y para ello ver.
"Otro sí, digo que con motivo de los desórdenes
de dicho pueblo se ha hecho dueño de él don Bernar-
do Pumarino y don Sebastián Guzmán, pretendiendo
despojar aún a los mismos indios oriundos de dicho
pueblo y para obviar los perjuicios que se intentan
ocasionar".
"A Vuestra Majestad pide y suplica el protector
se sirva mandarles no se metan en dicho pueblo ni en
su gobierno y que traiga dicho don Bernardo la pro-
videncia que dice tiene de los señores de la Real Au-
diencia para el gobierno de dicho pueblo y lo mismo
el dicho don Sebastián y que para todo se libra la co-
rrespondiente providencia que sirva de suficiente des-
pacho conforma, cometida al dicho don Fernando; que
es junto con costas

Juan Josef Marín

San Fernando oy octubre 7 de 1790"5

71
Respecto de la primera solicitud, la autoridad resuel-
ve favorablemente: "En lo principal siendo cierto las cosas
que se relacionan, cometidas por el casique de el pueblo de
Copequén: se nombra el tutor curador y reparador al indio
Matías Guayquiante... y el casique a quien se le a perseve-
ra que en caso de no poner enmienda en su desarreglada
vida se procederá con ejemplar castigo..."
En cuanto a la segunda petición, ordena se notifique a
Bernardo Pumarino, juez diputado de Gultro presente la
superior providencia (documentación) que le otorgan dere-
chos para internarse en dicho pueblo.
Ante la inobediencia de los citados Pumarino y
Guzmán por concurrir a las citaciones hechas por la auto-
ridad para que enfrentaran a los indios de Copequén con
las pruebas que decían tener, ello sólo se logra cuando
estos hechos llegan a conocimiento del gobernador
Ambrosio Higgins, quien desde la sede instalada tempo-
ralmente en Valparaíso, con fecha 23 de octubre de 1790,
ordena al subdelegado de Rancagua "para que atendida la
corta distancia que media entre su residencia y el pueblo
de Copequén, examinar atentamente los hechos de que
hace mérito esta representación y remediando de pronto
todos los excesos y abusos que encuentre cometidos por
don Bernardo Pumarino y Sebastián de Guzmán en per-
juicio de los indios, restituya autos a su legítimo dueño,
castigue a los que le hubieren ofendido y de cuenta de la
que se practicare con las diligencias que hiciere, para mi
inteligencia y gobierno".

(Rubricado) Higgins
(Rubricado) Doctor Rozas

(Rubricado) Morales

72
El 7 de diciembre de 1790 se logra apresar a
Pumarino y Guzmán. Son llevados a Copequén y en pre-
sencia de todos los indios se establece que ninguno de
los dos tenía documentación que respaldara algún de-
recho sobre esas propiedades y, en el mismo acto, se
procede a restituirlas a sus legítimas dueñas María
Guayquilén y María Grabiel.
Finalmente es el propio gobernador Ambrosio
Higgins, quien pone punto final al caso, haciendo se-
veras advertencias:

73
74
"Valparaíso 5 de febrero de 1791

Agréguese a los autos que se acompañan, y contéstese su

recibo ordenando prevenga a don Bernardo Pumarino, que

en el caso de justificarse alguna ulterior queja contra él

por los indios de Copequén se procederá a castigarle con

el rigor de las leyes, y que el mismo Subdelegado cuide

de éstas a la mira de su cordura para en caso necesario

proceder de oficio como corresponde.

Higgins

Morales"

75
Otros hechos que destacan en este siglo son los que en-
contramos en 1792, cuando se efectuaron en Copequén varias
diligencias que transcurridos ya dos siglos, adquieren espe-
cial importancia en el presente estudio. Ellos son la matrícula
(censo),los detalles de una mensura del pueblo y un pequeño
y elemental plano del lugar.

76
77
78
"Por manera que según parece de la suma general del margen
montan todos los indios del pueblo de Copequén ciento y cinco
indios incluyendo veinte y siete que no alcanzan a doce años y
los restantes son todos de edad de doce años para adelante con lo
que se concluyó esta matrícula y dijeron no haber más indios que
es hecho en dicho pueblo en doce días del mes de marzo de mil
setecientos noventa y dos años [ilegible] con testigos a falta de
escribano de que doy fe.

Testigo Testigo
Dionicio Pérez Juan Caroca

Por mí y ante mí
Domingo Javier de Urrutia"
79
7

80
"En este Pueblo de Copequén, Jurisdicción de la Villa de
San Fernando, en trece días del mes de Marzo de mil Sete-
cientos noventa y dos años. Yo Don Domingo Javier de Urrutia,
Juez Comicionado, para medir y deslindar este Pueblo, y Re-
conocimiento de dicha tierra, estando presente el Cacique, y
demás indios, nos Pusimos de pies en el lindero de la Estancia
del Olibar, perteneciente a Don Zebastian Guzman; y desde
dicho lindero, que es en la orilla del Estero, del lado de arriba
de la Iglesia Caída, y de cuio punto, al oeste, por el deslinde
de Coinco, se corrieron diez y siete quadras, y paró en los
linderos de Coinco, volbiendo al primer lindero, se corrió al
sur mirando al Cerro, apuntando a unos peñascos grandes, y
tuvo trece quadras esta línea, y deeste punto, por la orilla del
Cerro, se corrieron diez y ocho quadras al Oeste, y paró en el
lindero de Coinco; y deeste punto; por el deslinde de Coinco;
al Sur se tiraron catorce quadras; y bajo deestas líneas se ha-
llaron doscientas treinta y seis quadras y media, con lo quese
concluio la medida, actuando con tgos: de que doy fé.

Tgo. Ramón Toledo Tgo. Dionicio Pérez

Por mi y Ante mi
Domingo Javier de Urrutia"

81
8

1792. Plano del Pueblo de Copequén.

1. Este apellido es de origen Irlandés. Originalmente se escribe sin la letra O. Su


uso es el equivalente al de de la lengua española, que indica pertenencia, así
como Pedro de Valdivia, hijo de Valdivia; en el caso de Bernardo O’Higgins,
significa hijo de Higgins.
2-3-4 Viviana Manríquez S. y María T. Planella O., Proyecto Fondecyt 90-508,
Arqueológia y etnohistoria: una investigación interdisciplinaria pionera para
la cuenca del río Cachapoal (inédito).
5. Capitanía General, volumen 530.
6. Capitanía General, volumen 435.
7. Capitanía General, volumen 435.
8. Capitanía General, volumen 435 y mapoteca 299.

82
CAPÍTULO V

SIGLO XIX
COPEQUENINO CIRILO GUZMÁN
DEFIENDE LA PATRIA EN GUERRA DEL PACÍFICO

Fundos, Villas y Lugarejos de corto caserío - Creces del río


Cachapoal - Lugareños abandonan camino viejo - Otros
caciques, otros problemas - Javier de la Rosa vencedor de
El Invencible - Cirilo Guzmán en Guerra del Pacífico.

l ingeniero geógrafo e ingeniero civil hidráulico


Luis Riso Patrón define brevemente con su particular lengua-
je las comunidades aledañas al río Cachapoal, las mismas que
en este siglo XIX sufrieron los rigores que el bien motejado
Río Loco les propinaba una y otra vez.
Chillehue: fundo; se encuentra en la margen sur del cur-
so inferior del río Cachapoal.
Olivar Bajo: lugarejo; se encuentra en la margen sur del
curso medio del río Cachapoal a once kilómetros al SW de Gultro.
Copequén: fundo; se encuentra en la margen sur del curso
medio del río Cachapoal.
Coinco: villa de corto caserío; se encuentra asentada en
la banda sur del río Seco, del río Cachapoal.
Gultro: lugarejo de corto caserío; se encuentra en la ban-
da sur del curso medio del río Cachapoal.1
Río Seco: brazo del río Cachapoal que se separa de éste
por el lado sur poco más al E. del punto en que la cruza el
83
ferrocarril, frente a la ciudad de Rancagua y se le reúne como
a veinte kilómetros al O., dejando en medio una prolongada
isla de terrenos cultivables y casi planos en que yacen Gultro,
El Olivar (parte de Copequén) y varias heredades del fértil
departamento de Caupolicán.2
De este inofensivo y desaparecido río Seco, en Copequén
no queda más que una pequeña hondonada a espaldas del ac-
tual camino público, que con el tiempo, se le ha dado en lla-
mar El Bajo, pero que en el pasado hacía frecuentes y
devastadoras incursiones, transformando bruscamente su apa-
cible apariencia en un agente destructor, cómplice y colabora-
cionista de las veleidades de su díscolo hermano mayor.
Este fenómeno, motivo de preocupación de las autorida-
des locales, prontamente era puesto en conocimiento de instan-
cias superiores. En Rengo, el 14 de septiembre de 1849 el go-
bernador de Caupolicán le comunicaba al intendente: "... des-
pués de pasado el Gorocoipo, el curso que el grueso del río trae
antes de llegar a la estrechura, todo, todo, manifiesta de un modo
inequívoco, que el río fijará su residencia en el canal denomi-
nado río Seco, resultando de aquí peligro y entorpecimiento en
las comunicaciones por el camino público del sud; perjuicios
de consideración a las haciendas de las riveras; y total ruina de
innumerables pequeños propietarios que hay en el vecindario
de Gultro, Olivar, Chaval, Copequén y Coinco..."
Estas advertencias se hacían con conocimiento de causa,
porque dos años antes ya habían ocurrido estos hechos. El go-
bernador de Caupolicán había transcrito en su oportunidad, die-
ciocho de junio de 1847, una nota del delegado interino de Oli-
var al intendente: "... El Cachapoal se alla muy crecido i dividi-
do en dos brazos, llevando uno al río Seco porque a caído la
mitad del pretil, y al verlo parece no permanecerá un día más..."
En la actualidad, todavía existe el camino que, según nues-
tras propias investigaciones, fue el Camino Real y que por más de
cien años hemos llamado camino viejo, donde hasta hace pocas
84
décadas se observaban ruinas de viviendas y árboles frutales
de antiguas quintas.
No ha sido posible establecer cuándo comenzó el éxodo
de estos habitantes hasta tierras más altas, incluso más allá del
río Seco, pero sí hay seguridad que las circunstancias que moti-
varon este paulatino traslado fueron las frecuentes crecidas de
las aguas de ambos caudales, que arrasaban con terrenos en
barbecho, siembras tempranas, animales, corrales y viviendas,
fenómeno que convertía el paraje en una verdadera isla, lugar
que hasta nuestros días lleva el nombre precisamente de La Isla.
A pesar de las desoladoras consecuencias, no faltaba la
inspirada palabra de alguno de los "puetas" del pueblo para
testimoniar estos trágicos momentos:

El Cachapoal se ha llevado
paredes, pircas y ranchos;
perros, gallinas y chanchos
y hasta bueyes se han ahogado.

Incluso nuestra inagotable fuente de información, como


lo es el longevo Carlos Gálvez, quien a sus noventa y ochos
años, y en visitas hechas al antiguo camino nos ha indicado la
ubicación de algunas casas que alcanzó a conocer, como la de
Evaristo Román, Juana Rojas, Germán Córdova y Adolfo Díaz,
donde incluso estuvo almorzando.
Otra fuente de novedades son las que proporcionan las
conductas de los caciques3. Don Pedro Guaguilén, descen-
diente de los Levy Guaquilén, ahora con el apellido más corto
por las razones ya explicadas, es demandado por los herede-
ros de Isidro Garay, representados por Narciso Fariña. Sostie-
ne Fariña que los naturales encabezados por su cacique y acom-
pañados por el territorial (funcionario) Remigio Baeza han
fijado los linderos de las propiedades colindantes sin más co-
nocimiento que la arbitrariedad le ha proporcionado al bene-
plácito de los naturales sin haber citado a sus representados.
85
86
"Don Narciso Fariña a nombre de los herederos del
finado Isidro Garay según Resulta del Poder que con la so-
lemnidad necesaria presento conforme a derecho paresco
ante V. y digo: Que el casique y familia de los Naturales
del Pueblo de Copequén.
Se han alterado los Linderos sin Respetarse los que fijó
Don Francisco Fernández. Por cuya Razón se les a quitado a
mis partes los terrenos de su propiedad y dominio.
Otro si ...digo que en el entre tanto se esclarezcan los
derechos indicados se ha de serbir la justificación de vues-
tra ordenar que ni los Naturales ni mis partes tengan dere-
cho de los terrenos que se les han quitado Asta que se desida
de quienes son, pues no parese Regular este procedimiento
sin hoyr a las partes...

Narciso Fariña

San Fernando, Marzo 12 de 1823"

Desafortunadamente se desconoce el desenlace de este


pleito por no haber encontrado más información a pesar de las
múltiples fuentes revisadas.

1. Luis Riso Patrón, Diccionario Jeográfico de Chile, edit. 1924, págs. 201, 603,
252, 229, 383.
2. Francisco Solano Asta-Buruaga y Cienfuegos, Diccionario Geográfico de la
República de Chile, edit. 1899, pág. 668.
3. Real Audiencia, volumen 1958, pieza 1.

87
DON JAVIER DE LA ROSA
VENCEDOR DE EL INVENCIBLE

Una de las variedades de la poesía es la payada, común-


mente denominada paya. Esta consiste en la expresión oral de
ideas, construidas en versos que además riman. Sus cultores
practican este difícil arte en ocasiones de especial significa-
ción popular, fiestas costumbristas rurales como rodeos, tri-
llas, aniversario patrio o acontecimientos sociales tales como
casamientos, santos, bautizos, cumpleaños, etc.
Lo más admirable de este género literario es el poder de
improvisación, espontaneidad y la instantaneidad a que el
payador se ve obligado a construir sus versos. Muy por el con-
trario del poeta tradicional que le canta a la naturaleza, al amor,
al cosmos, disponiendo de todo el tiempo necesario y vol-
viendo a replantear lo construido cuantas veces quiera, para
corregirlos o modificarlos.
Más meritorio aún, es que muchos de los que cultivan
este arte no tienen una educación sistemática, de manera que
su vocabulario no es muy abundante, lo que suplen hábilmen-
te con giros y ocurrencias propios de su ingenio.
El payador de antaño no se acompañaba con guitarra,
considerada entonces de uso femenino, sino por el guitarrón,
instrumento de mayor tamaño y con más de veinte cuerdas.
Su inspirada faena abarcaba desde las cuestiones terre-
nales hasta las celestiales, de ahí que se popularizó el dicho
que le cantaban tanto a lo humano como a lo divino. Había
ocasiones en que para demostrar su talento instaban a los pre-
sentes a que les indicaran el tema sobre el cual payar y, sin
mayor preámbulo, comenzaba sus actuaciones.
Otra faceta de estos eventos eran los encuentros previa-
mente pactados o casuales entre dos payadores en lo que se ha
dado en llamar payas de contrapunto, en que rivalizan en inge-
nio, dominio del lenguaje y conocimientos del tema planteado.
88
Esto último fue lo que ocurrió alrededor de 1830 en San
Vicente de Tagua Tagua, en que el más grande payador que haya
conocido la historia, hasta ese momento, el Mulato Taguada, hijo
de español y de india, oriundo de la zona del Maule, apodado con
todo merecimiento El Invencible, enfrentó a un bien plantado
huaso, que si sus saberes de libros estuvieran al nivel de su indu-
mentaria y arreos, sería de temer. Caso contrario, no pasaría más
allá de otro fanfarrón que pretendía ganar fama a costillas suyas;
aunque esta vez, precavido el Mulato, algo se había noticiado del
futre; pero envalentonado por el apoyo de sus parciales y unos
cuantos tragos en el cuerpo lo tomaría como una entretención y
haría durar la contienda hasta donde su estado de ánimo lo per-
mitiera y, Dios mediante, esta vez tampoco habría motivo de pre-
ocupación; se lo decía su olfato.
La concurrencia se disponía a presenciar otra más de las
sabrosas contiendas en las que el Mulato dominaría las accio-
nes sin contrapeso; pero ignoraba que sería testigo de la más
grande batalla de este género, porque al frente suyo estaba otro
grande. Javier de la Rosa, as del guitarrón, filósofo y astróno-
mo, latifundista de Copequén y cantor jamás aventajado.1

89
Algo propasao el futre, acompañado de los primeros acor-
des de su guitarrón partió con este versito:

¿Quién es ese payador


que paya tan a lo obscuro?
Tráiganmelo para acá
y lo pondré en lugar seguro.

Sin que mediara un suspiro el Mulato le contestó:

Y ese payador ¿quién es,


que paya tan desde lejos?
Si se allega pa’ cá
le plantaré el aparejo.

Los oyentes tomaban partido mayoritariamente por Taguada.


La algarabía por momentos era incontrolable. Don
Hermenejildo Castillo, designado juez ordenó a Taguada dar
comienzo al evento:

El Mulato Señor poeta abajino,


ya podimos prencipiar;
afírmese en los estribos
qu’el pingo lo va a voltiar.

Don Javier En nombre de Dios comienzo,


de mi padre San Benito;
hágote la cruz, Taguada,
por si fueras el maldito.

El Mulato Mi don Javier de la Rosa,


yo le voy a preguntar:
agora me ha de decir
cuántas onzas pesa el mar.
90
Don Javier Habís de saber, Taguada,
yo te voy a contestar:
dame luego la romana
y quien lo vaya a pesar.

El Mulato Mi don Javier de la Rosa,


no sea tan propasao;
usté es viejo y yo soy joven
y en juerzas lo habré sobrao.

Don Javier Habís de saber, Taguada


que en fuerzas no hay que confiar,
porque en la puerta del horno
se suele quemar el pan.

El Mulato Sépalo desde el principio,


pues le conviene saber:
de toos los payaores
en mi tierra soy el rey.

Don Javier Que eres el rey en tu tierra


lo creo de buena fe;
en la ciudad de los ciegos
el tuerto suele ser rey.

El Mulato Yo soy Taguá, el maulino,


famoso en el mar y en tierra,
en el Huasco y en Coquimbo,
en El Fuerte y Ciudadela,

Don Javier Yo soy Javier de la Rosa,


el que lleva la opinión
en Italia, en Inglaterra,
en Francia y en Aragón.
91
El Mulato A usté, que es tan agallúo,
aquí me lo quiero ver:
Una vara, estando seca,
¿cómo podrá florecer?
Don Javier De este inocente Taguada
la pregunta me da risa...
Quiébrala y échala al fuego;
florecerá la ceniza.
El Mulato Mi don Javier de la Rosa
por lo redondo de un cerro,
agora me ha de decir
cuántos pelos tiene un perro.
Don Javier Habís de saber Taguada,
por lo derecho de un huso,
si no se le ha quéido ni uno
tendrá los que Dios le puso...

El Mulato Mi don Javier de la Rosa


viniendo del Bio Bio,
dígame si acaso sabe
¿cuántas pieiras tiene el río?

Don Javier A vos mulato Taguada,


la respuesta te daré:
pónemelas en hilera
y entonces las contaré.

Los "asuntos" planteados por el Mulato, a don Javier le


recordaban su terruño. Hablar de cerro, de río, de leña seca y
de ceniza le traían añoranzas de su hogar y su pueblo y se
propuso que en la primera oportunidad que tuviera lo haría
presente para que todos supieran de dónde venía este huaso,
92
el primero que le pondría el pie encima al arrogante Mulato.
Esta no tardó mucho en llegar.
El Mulato Señor poeta abajino,
con su santa teología,
dígame, ¿cuál ave vuela
y le da leche a sus crías?
Don Javier Si fueras a Copequén,
allá en mi casa verías
como tienen los murciélagos
un puesto de lechería.

Los aplausos que hacía rato estaban favoreciendo a don Ja-


vier, esta vez fueron más nutridos aún por sus astutas y certeras
respuestas y, además, por enterarse que Copequén era el pueblo
de este atrevido payador. Muchos conocían y recordaban con sim-
patía ese apacible pueblito lleno de bosques de álamos y donde
había unas pozas con aguas termales que nombraban Cachantún.
La titánica lucha, entrado ya el tercer día, parecía acercarse
al final. A pesar de los intervalos para alimentarse y dormir, las
fuerzas habían disminuido notoriamente en los contendientes y
sólo el amor propio, la dignidad y el honor los mantenía en pie.
Don Javier cambió de táctica. Al compás de los punteos
de su guitarrón emprendió ahora la ofensiva, la que a no mu-
cho andar provocó el desenlace.
Don Javier Taguada, yo te saludo
antes de largarte al agua
y que sepa Tagua Tagua
que a bueno te ganaré.
El Mulato No se gaste tanta prosa;
usté lo sabe muy bien,
me ha pegado con sus libros
que hablan de ajeno saber.
93
Don Javier Que confieses tu ignorancia
estoy esperando yo...
¿Hasta cuando te pregunto?
Deja el campo o me iré yo.

El Mulato No me preunte leseras


que yo no pueo saber;
¡dígaselas a su madre,
que yo no le aguantaré!

Don Javier Ya te pasaste, Taguada


hablaste una herejía;
¡hiciste cabe en tu madre
y carambola en tu tía.

Fue suficiente para que el Juez diera por finalizada la


contienda; amonestara al Mulato por deslenguado e insolente
y diera por ganador al huaso copequenino.
¡Doy por ganador a su Mercé, don Javier de la Rosa!
En el acto se procedió a la ceremonia de cortarle un pe-
dazo del ala del sombrero del vencido, costumbre que todo
buen perdedor respetaba y que demostraría donde quiera que
fuera su condición de perdedor pero, hombre de palabra.
Dicen las crónicas que en su desesperación El Mulato
intentó agredir al vencedor. Su novia lo consolaba: No te ganó
él, te ganaron sus libros.
La concurrencia aclamaba a don Javier, caballero lati-
fundista de Copequén, as del guitarrón, filósofo y astrónomo
y cantor jamás aventajado... Vencedor de El Invencible.

1. Enrique Bunster, Chilenos en California, edit. 1972, Editorial del Pacífico, pág. 29.

94
CIRILO GUZMÁN
EN GUERRA DEL PACÍFICO.

A las cinco de la madrugada del sábado 14 de Febrero de


1879, Cirilo Guzmán se levantaba sigilosamente para no des-
pertar a su familia y, minutos más tarde, partía pala al hombro,
en dirección del potrero El Moralino. Como siempre, tras su
amo, no le perdían pisada "La Monona" y "El Cholo" sus pe-
rros regalones que en el trayecto jugueteaban a su alrededor,
dejando a su paso el ladrerío de sus congéneres que entre resig-
nados y envidiosos los sentían pasar. La misión de Cirilo, im-
puesta por el mismo, aprovechar la luna llena y regar el sandial
que tenía en medias con su padre Faustino.
A más de dos mil kilómetros al norte, también a las cinco
de la mañana, de ese mismo día, tras el agudo silbato de la
diana, la marinería y la oficialidad del blindado Blanco Enca-
lada de la Armada de Chile anclado en el puerto boliviano de
Antofagasta, se tiraban camarotes abajo para iniciar las fae-
nas de un nuevo día, aunque éste sería un día muy especial.
Minutos más tarde desayunaban en los comedores, entre ellos
el Coronel Emilio Sotomayor. Su misión, entregar a las auto-
ridades locales un mensaje del Gobierno de Chile.
95
A las ocho horas, Cirilo terminaba de regar el último came-
llón. Bien había valido la pena madrugar; con la abundancia de
agua de esa hora, terminó la faena más pronto de lo esperado. De
ahí pasaría a revisar los lazos que tenía puestos entre las chilcas y
las zarzamoras por si había caído algún conejo y potenciar el al-
muerzo dominguero del día siguiente. También a esa hora, 8 A.M.
de ese mismo 14 de febrero de 1879 el Coronel Sotomayor, noti-
ficaba al prefecto, que, en nombre del Gobierno de Chile, tomaba
posesión de la ciudad y de ese territorio, para proteger los derechos
de las empresas chilenas y a los más de seis mil compatriotas esta-
blecidos allí, equivalentes al 85% de la población. (el resto lo com-
ponían un 5% bolivianos, un 5% peruanos y otro 5% europeos).1
No sólo Faustino y su hijo, sino que sus respectivas fa-
milias cifraban grandes esperanzas en que este año la fortuna
les daría una manito, porque hacía ya varias temporadas que
no apuntaban una. El año anterior plantaron lechugas y toma-
tes y los precios fueron tan malos que tuvieron que dárselos a
los animales; en cambio quienes sembraron choclos y porotos
verdes y granados ganaron plata a manos llenas. Esta vez de-
cidieron jugársela por las sandías y los tres cuartos de cuadra
del pedregoso potrero cercano al Cachapoal pronto se tiñó de
verde con las rastreras matas y los voluminosos frutos.
Emprendedor y quitado de bulla Cirilo. Dedicado sólo a las
faenas del campo y cuando le quedaba tiempo trabajaba el mimbre,
haciendo sillas y canastos. Rara vez tuvo problemas con alguien y
cuando llegaba a ocurrir, los zanjaba rápidamente; como aquella vez
que con Clodomiro Saldaña, uno de los Puchos de Oro, se fueron a
las manos en las compuertas, por el derecho de aguas, o cuando le
quisieron trampear en las carreras en pelo el pasado 18 de septiem-
bre. En ambas ocasiones las cosas quedaron claras. La primera, con
un par de certeros derechazos al mentón que dieron con su contrin-
cante de cabeza en la acequia y, la segunda, sólo con la mirada del
tramposo y malagestado afuerino a la reluciente empuñadura de la
daga que Cirilo llevaba al cinto. No hacía otra cosa que defender sus
96
derechos, porque torcidas ambiciones nunca estuvieron en el patri-
monio personal de este joven campesino.
Donde sí había un personaje con enfermizas ambiciones
y delirantes afanes de poder, era en un país vecino, de esos
que de los dientes para afuera nos llaman hermanos. Su nom-
bre Hilarión Daza, caudillo boliviano que, "cansado de hacer
y sostener presidentes, quiso serlo él"2, derrocando en mayo
de 1876 al primer mandatario Tomás Frías.
Al independizarse Chile de España, su frontera norte lle-
gaba hasta el río Loa.3 En virtud del tratado de 1866, ratificado
en 1874, Chile cedió a Bolivia el territorio norte hasta el parale-
lo 24, comprometiéndose esta última a respetar durante 25 años
las inversiones chilenas, sin modificar impuestos y gravámenes
existentes. El señor Daza, a dos años de haber asumido la presi-
dencia, no respetó el acuerdo y promulgó una ley que gravaba
con 10 centavos cada quintal de salitre exportado por la Com-
pañía de Salitre y Ferrocarril de Antofagasta de propiedad chi-
lena y, al negarse ésta a pagar ordenó el embargo de sus bienes
y fijó el remate de los mismos para el 14 de febrero.
En conocimiento de esta situación el Gobierno de Chile
dispuso las medidas señaladas, desatando el jolgorio de los
connacionales residentes que, a las pocas horas, engalanaban
la ciudad con el emblema patrio que desde ese momento no se
arriaría jamás en esas latitudes.
Comenzaba la Guerra del Pacífico.
Chile tendría que pelear contra Bolivia y Perú unidos;
ambos habían firmado un tratado en 1873 de ayuda mutua en
un eventual conflicto armado. El 5 de abril de 1879 Chile les
declaró oficialmente la guerra.
La reacción popular en los tres países involucrados pronto
se dejó sentir, más aún cuando a algunas de sus autoridades los
traicionaban las palabras, víctimas de un nacionalismo irracional
y mal encausado. En un multitudinario acto efectuado en Lima al
que concurrieron autoridades civiles, militares y eclesiásticas, se
97
acordó reducir a Chile a la porción comprendida entre los parale-
los 26 y 47 de latitud sur "territorio suficiente para la escasa po-
blación de dos millones y medio con que cuenta esa republiquilla".4
En Chile la noticia se esparció por todo el territorio con la
celeridad que los medios permitían; los periódicos llevados por
ferrocarril y el más moderno, el telégrafo, que transmitía por sus
metálicas arterias las palpitaciones desde el corazón de los aconte-
cimientos en el norte, o del cerebro desde el Palacio de la Moneda.
Hombres de todas las edades y posiciones, especialmente
jóvenes, niños y mujeres se agolpaban en las puertas de los
cuarteles, pidiendo un cupo en sus filas para defender la patria,
no importándoles el cargo a desempeñar, ya fuera mozo, ayu-
dante de cocina, palafrenero, cantinero, ayudante de enferme-
ría, caballerizo o aprendiz de telegrafista. Lo importante era ser
una pieza más en la invencible máquina de guerra que la ciuda-
danía estaba montando. Había llegado el momento de guardar
el arado y la pala, las redes y los remos, los libros y cuadernos,
la garlopa y el serrucho y tomar el fusil, la bayoneta y el corvo
para hacerle sentir al enemigo el rigor de lo que significa ser
chileno. Era la ocasión en que las madres demostraban su gran-
deza, prestándoles sus hijos a la patria, sin recibir nada a cam-
bio. Ni tan sólo una promesa. Era un contrato tácito que no
garantizaba ni su integridad ni el retorno. Ni siquiera la vida.
El 27 de enero de 1880, Cirilo Guzmán Gálvez ingresa como
soldado de la 5ª Compañía al Batallón Cívico Movilizado
Colchagua, creado 4 meses antes, el 14 de noviembre de 1879,
con sede en la ciudad de San Fernando. Antes de un año, agosto
de 1880, la unidad es elevada al rango de regimiento y es coman-
dada por el Teniente Coronel José Manuel Soffia. El soldado
Guzmán Gálvez pasa a integrar la 3ª Compañía del Segundo
Batallón. Tras un breve período de instrucción en Quillota, zarpa
desde Valparaíso el 12 de febrero rumbo a Iquique.
Las circunstancias propias de los acontecimientos no permi-
tieron que entrara en combate, sino hasta las decisivas batallas de
Chorrillos y Miraflores a las puertas de Lima, la capital peruana.
98
99
El Gobierno y Ejército de Chile sostenían que para que el
conflicto llegara pronto a su término había que dar un golpe
mortal y definitivo a las fuerzas enemigas. Para tal efecto se
había logrado reunir un contingente de más de 24.000 hom-
bres. Si a éstos se le agregaban el personal de la escuadra, el
servicio sanitario, parque, bagaje, arrieros, etc., la expedición
chilena excedía los 30.000 hombres.5
De estas fuerzas el regimiento Colchagua aportaba 3
jefes, 26 oficiales, 854 hombres de tropas y 8 caballos.
Formaba parte de la Primera División y de la Primera
Brigada encabezada por el Coronel Patricio Lynch. Pertene-
cían también a esta brigada los regimientos Atacama, Segun-
do de Línea, Talca, y el Batallón Quillota.
El ejército chileno estaba bien equipado. No se había
dejado nada al azar; contaba con el agua necesaria, abundan-
tes pertrechos y municiones, caballares, mulares y carretas su-
ficientes, hospitales de campaña bien provistos, enfermeros,
doctores, camilleros y hasta sacerdotes.
El estado anímico también era óptimo después de una exte-
nuante pero exitosa campaña que lo tenía próximo a una victoria
final. La pasión y veneración por los valores patrios propios de la
naturaleza guerrera de nuestra raza, reforzada por el heroico ejem-
plo de Prat y sus hombres y por el arrojo y vehemencia que los
militares de carrera ponían en sus acciones, hacía que los civiles
involucrados en esta magna aventura se desempeñaran con igual
bravura, coraje y disciplina. Y ésta, al parecer era la última opor-
tunidad de demostrarlo y, nadie estaba dispuesto a desperdiciarla.
Por el contrario, el ejército adversario estaba compuesto en su
gran mayoría por indígenas, "mal armados, casi sin conciencia
de sus obligaciones, ignorantes hasta de las causas de la guerra",
decía el propio diario peruano El Comercio.6
No obstante para la defensa de Lima, las fuerzas peruanas
habían dispuesto dos posiciones, Chorrillos y Miraflores, comuni-
cados entre sí y con la capital por ferrocarril, para transportar per-
100
sonal y pertrechos de ser necesarios. La línea de Chorrillos estaba
conformada por un cordón de cerros de 17 kms. de extensión, des-
de el Morro Solar hasta Monterrico Chico, 12 kms. al sur de Lima,
protegida por 20.000 hombres. Agréguese los más de 80 cañones
de distintos calibres, ametralladoras, trincheras, campos minados,
pircas de piedra, cerros escarpados y arenosos. Este primer obstá-
culo fue enfrentado por el ejército chileno el 13 de enero de 1881
en lo que la historia llamó Batalla de Chorrillos, con la táctica que
impuso el General Baquedano: "de frente a la chilena". En la ma-
drugada de ese día todas las divisiones chilenas estaban acampa-
das a 5 kms. del enemigo. La 1ª división de Patricio Lynch que
debía ser la primera en entrar en combate, reemprendió la marcha
a las 3:30 horas y dividió la tropa en tres columnas; cada cual debía
apoderarse de un objetivo. La de la derecha la formaban los regi-
mientos Nº 2 del Comandante del Canto y el Colchagua del Co-
mandante Soffia y en el que también formaban parte los Capitanes
sanfernandinos, Pedro Antonio Vivar y Adolfo Krug y el soldado
copequenino Cirilo Guzmán Gálvez.

Regimiento Colchagua en el río Lurín, a las puertas de Lima.


101
Amparados por la oscuridad y la espesa camanchaca y
en absoluto silencio, sólo se escuchaba el rodar de las piedras
y el jadear entrecortado de los soldados que se acercaban len-
tamente al encuentro de la gloria o de la muerte. Mas al ser
sorprendidos, fueron presa de nutridas descargas de la fusilería
y artillería desde las alturas. Los primeros instantes de confu-
sión fueron superados gracias a la disciplina y a las acertadas
órdenes de los oficiales. La sorpresa con que se contaba no se
produjo: la situación más que delicada, parecía insostenible;
la segunda división del General Emilio Sotomayor que debía
haber entrado en acción, no aparecía por parte alguna. Tras
una interminable hora se hizo presente la primera brigada de
la División Sotomayor, mandada por el General Gana y con
este apoyo lograron reponerse y avanzar. El lugar se había
convertido en un verdadero infierno. El aguardiente con pól-
vora, la tan nombrada chupilca del diablo, ingerido momen-
tos antes por las tropas chilenas las había convertido en seres
insensibles, verdaderas bestias y máquinas de matar; habían
desaparecido el temor y la misericordia; sólo vida o muerte.
Los aterradores gritos de los atacantes, los insistentes llama-
dos de los cornetas a la carga y a degüello con los escalofriantes
corvos y bayonetas, decapitando, ensartando cuerpos y va-
ciando entrañas hicieron retroceder despavoridos a los ene-
migos. Al cabo de poco más de tres horas la bandera tricolor
flameaba victoriosa en lo alto de los morros.
A pesar de la aplastante victoria, el alto mando de las
fuerzas chilenas fue objeto de fuertes críticas por no haber
perseguido y aniquilado al enemigo, que podría reagruparse y
presentar una última y desesperada resistencia, como efecti-
vamente ocurrío dos días después.
La segunda línea defensiva, Miraflores, había sido con-
cebida, planificada y convenientemente equipada previendo
la derrota en Chorrillos, como postrer defensa de la capital
peruana. Se extendía por 6 kms. y comenzaba en la playa al
102
sur de la población y corría en línea recta hacia el N.E.7.
Igual que aquella vez, la batalla comenzó imprevistamente
cuando poco después del medio día el General Baquedano y
su Estado Mayor recorrían el terreno donde se desarrollaría
el ataque, recibieron una descarga de fusilería que no alcan-
zó a herirlos. La División Lagos que era la más cercana hubo
de enfrentar la batalla. Una hora después se desplegaban al
centro e izquierda del enemigo el 2º de Línea, el Colchagua,
el 4º de Línea, el Atacama, el Talca, el Chacabuco y el
Coquimbo.8 La Escuadra empezó de inmediato a bombar-
dear las posiciones peruanas y cesó cuando las tropas chile-
nas llegaron muy cerca de la línea enemiga, ya que existía el
peligro de herirlos. El fuego cruzado de defensores y
atacantes, el tropel de caballos sin jinetes que corrían enlo-
quecidos en todas las direcciones, las explosiones de grana-
das, el incesante tableteo de ametralladoras y el característi-
co y escalofriante chivateo de las tropas de asalto minaban
seriamente la resistencia peruana.
El capitán del Colchagua Adolfo Krug estaba ronco de
animar a su gente y en compañía del capitán Pedro Vivar que
llevaba en la mano la bandera chilena, saltaron intrépidamen-
te las tapias, arrastrando con su ejemplo a la ensoberbecida
tropa, en la que se encontraba el soldado Guzmán. El capitán
Krug llegaba ileso al otro lado de la tapia; no así el capitán
Vivar, víctima de su temerario arrojo. Una bala, que le pene-
tró por la boca y saliendo por el cerebro le produjo una muerte
instantánea. Esto exacerbó a tal extremo los deseos de ven-
ganza de sus compañeros que a punta de bayoneta hicieron
espantosa carnicería en el atrincherado enemigo.
Eran poco más de las 4 de la tarde y la batalla se había
extendido por todos los frentes. Los defensores del Ejército
de Reserva y los de la División Cáceres habían sido arrojados
de sus trincheras. Los Carabineros de Yungay entraron en ac-
ción expandiéndose por la llanura, atacando a la caballería
103
peruana, que luego de una corta resistencia se retiraron perse-
guidos hasta cerca de Lima.
A las 6 de la tarde había caído la última posición pe-
ruana que pasaba a poder de los chilenos y los restos de las
fuerzas derrotadas corrían desbandados por la llanura. Nun-
ca se ha podido precisar las bajas del ejército peruano que
fueron mucho más cuantiosas que las chilenas. Según el
historiador B. Vicuña Mackenna las bajas del ejército chi-
leno en Chorrillos ascendieron a 3.416, de las cuales 195
eran del Colchagua; y en Miraflores 2.505, siendo del Re-
gimiento Colchagua 98.
Dos días más tarde de los sucesos de Miraflores el ejér-
cito chileno ocupó Lima al mando del General Baquedano.
La noticia se recibió en Santiago y en todo el territorio con
indescriptibles demostraciones de alegría, que presagiaban un
rápido término del conflicto. El mismo criterio compartían el
Gobierno y el Ejército, que decidieron, a menos de dos meses
de la toma de Lima, el regreso de gran parte de las tropas.
Esto comenzó el 10 de marzo con los transportes que empeza-
ron a llegar a Valparaíso con los primeros regimientos y bata-
llones. El recibimiento en el primer puerto, que se repetía con
la misma intensidad en la capital, dejaba de manifiesto la ad-
miración, cariño y agradecimiento con que la ciudadanía reci-
bía a los vencedores de Lima.
Nunca se imaginó Cirilo, dos años atrás que aquel biza-
rro general de la segunda división, Emilio Sotomayor, que
revistaba sus tropas montando en briosa cabalgadura en los
campos de Chorrillos y Miraflores, el mismo que siendo co-
ronel entregaba el ultimátum al prefecto de Antofagasta, se-
ría el que al cumplir esa misión, cambiaría su apacible vida
por la vorágine vivida en los últimos doce meses. Tampoco
el general Sotomayor supo de la existencia del soldado
Guzmán Gálvez, del novato Colchagua, que inmerso en la
masa de combatientes exponía temerariamente su vida.
104
El Rancagüino, 6 de octubre de 1949

El destino que los unió, los volvía a separar. Cirilo conti-


nuó trabajando la tierra y sus mimbres. Emilio Sotomayor en
su carrera militar, la pasión de su vida. Cada uno a su manera,
cumpliendo con lo suyo, engrandeciendo esta patria que aho-
ra amaban más que nunca y, alertas a cualquier contingencia.
No fuera a ser cosa que a algunos vecinos se les ocurriera
arrastrarle el poncho a esta republiquilla. Aunque no les de-
ben quedar muchas ganas.
Cirilo Guzmán Gálvez, soldado de la Tercera Compañía
del Segundo Batallón del Regimiento Cívico Movilizado
Colchagua, campesino de Copequén y Veterano de Guerra,
falleció el 29 de julio de 1951 a la edad de 101 años. Sus
105
restos fueron acompañados por todo el pueblo hasta el mau-
soleo que la ciudadanía levantó para los héroes del Pacífico
en el cementerio Nº 2 de Rancagua donde fueron sepultados
con honores rendidos por el Regimiento Membrillar.

El Rancagüino,1 de agosto 1951

Otros copequeninos que se alistaron en aquella ocasión,


pero que no participaron en acciones de guerra fueron Este-
ban Gómez, soldado del Batallón Movilizado San Fernando,
Compañía de Granaderos desde el 7 de febrero de 1883 al 14
de diciembre de 1884, por receso de la Unidad; Bautista Garai,
soldado del Batallón Cívico Movilizado Rengo, Tercera Com-
pañía, desde el 6 de marzo de 1880 al 15 de abril de 1881, por
106
disolución de la Unidad; Ignacio Gálvez, soldado del Bata-
llón Movilizado Rengo, Compañía de Cazadores desde el 13
de marzo de 1880, de baja el 25 de enero de 1881 y finalmente
Manuel Rojas, soldado del Regimiento Cívico Movilizado
Rancagua, Segunda Compañía del Primer Batallón desde el 5
de octubre de 1880; ascendido a cabo segundo y después a
cabo primero y licenciado en diciembre 1884. Participó en la
campaña de Arequipa, en la llamada Expedición Urriola en
octubre y noviembre 1883.

1 Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, edit. 1972, Editorial Zig Zag, tomo II,
pág. 1409.
2 Diccionario Enciclopédico Hispano Americano, Editorial Montaner y Simón, tomo
VII, pág. 138.
3 Enciclopedia Temática de Chile, Editorial Ercilla, tomo II, pág. 34.
4 Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, edit. 1972, Editorial Zig Zag, tomo II,
pág. 1418.
5 Benjamín Vicuña Mackenna, Historia de la Campaña de Lima, edit. 1881, Rafael
Jover, editor, pág. 687.
6 Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, edit. 1972, Editorial Zig Zag, tomo
III, pág. 1548.
7 Historia Militar de Chile, edit.1969, Estado Mayor General del Ejército, págs. 162.
8 Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, edit. 1972, Editorial Zig Zag, tomo
III, pág. 1567.
Instituto Geográfico Militar, Glorias del Ejército de Chile, edit. 1998.
Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico, edit. 1974, Editorial del Pacífico.
Virgilio Figueroa, Diccionario Histórico y Biográfico de Chile, tomos IV y V.
Benjamín Vicuña Mackenna, Álbum de la Gloria de Chile, edit. 1883, Imprenta
Cervantes.
Reseñas Históricas de las Unidades e Institutos del Ejército de Chile.

107
CAPÍTULO VI

SIGLO XX
VÍAS DE COMUNICACIÓN

l ferrocarril entre Caldera y Copiapó, que fue el pri-


mero en Chile, inició su recorrido en 1851. Pertenecía a la Com-
pañía del Ferrocarril de Copiapó, empresa privada con claros
intereses comerciales. Este hecho y las noticias que otros países
en América del Sur estaban adoptando los ferrocarriles como el
más moderno medio de transporte, hicieron al gobierno plan-
tearse la posibilidad de construir vías férreas en el centro del
país con objetivos, además de comerciales, eminentemente so-
ciales, favoreciendo a la zona más densamente poblada del país.
En 1855, ante la falta de medios para emprender por sí
solo el proyecto instó a hombres de empresa como José Tomás
Urmeneta, Emeterio Goyenechea y Matías Cousiño a tomar parte
en esta empresa, constituyendo la Compañía del Ferrocarril del
Sur. El Fisco aportó $ 1.000.000 y los particulares $ 843.000.
Cuando en 1862, siendo presidente de Chile José Joa-
quín Pérez Mascayano, se inauguró la línea férrea entre
Rancagua y San Fernando se selló la suerte de Copequén al
no ser considerado en su trazado, quedando aislado de las dos
principales vías de comunicación; la ya mencionada y el en-
tonces llamado Camino del Sur y más tarde Longitudinal.
Tal acontecimiento no pasó inadvertido. Por el contra-
rio; la ansiedad y expectación largamente contenida entre
los habitantes de los pueblos vecinos, tuvo su momento
111
culminante aquel 3 de noviembre, día de la inauguración.
Premunidos de abundante cocaví y usando toda clase de
medios llegaron tempranamente a sus inmediaciones y con
expresivas manifestaciones de curiosidad y alegría, saluda-
ron efusivamente el paso del convoy.
La distinguida comitiva de invitados a bordo devolvía
los saludos agitando brazos y pañuelos a través de las venta-
nillas y el maquinista de la "Colchagua", primera locomotora
en hacer este trayecto, engalanada con banderas chilenas los
saludaba con sonoros y prolongados pitazos.
La construcción de esta vía estuvo plagada de inconve-
nientes. Las dificultades en su financiamiento se repetían con
cierta intermitencia; pero subsanadas éstas, las obras se re-
anudaban aceleradamente, en razón también de los incentivos
pactados entre el fisco y los contratistas por su terminación
anticipada. Pero, en honor a la verdad, esto se lograba más
que nada a la capacidad del obrero chileno venido de los cam-
pos y hecho carrilano en la faena misma, a punta de ñeque e
inteligencia. Y es Enrique Meiggs, uno de los contratistas, que
habiendo sido advertido de la indisciplina y la falta de cons-
tancia de éstos, quien ya lo había señalado y desmentido: "No
todo el honor de este ferrocarril me corresponde; pertenece en
su mayor parte a los trabajadores que con tanta inteligencia
me han ayudado, desde la clase peón para arriba. Cuando iba
a emprender esta obra, me ponderaban y presagiaban sus difi-
cultades insuperables. Me decían: Usted no puede manejar a
los trabajadores de aquí, porque son díscolos e insubordina-
dos. Este pronóstico ha fallado, señores, en la ejecución de
este ferrocarril. Todos los artesanos y peones chilenos han tra-
bajado obedeciendo siempre a la voz del honor y del deber.
En los obreros chilenos he notado mucha inteligencia, mucho
pundonor y grande actividad. Los he visto formarse por sí so-
los y aún aventajar a los extranjeros. Cada vez que yo, em-
prenda obras de ferrocarriles preferiría trabajar con quinien-
tos obreros chilenos a trabajar con mil irlandeses".
112
En cuanto a los caminos y puentes colgantes para sortear
las aguas de los ríos, como lo vimos en el capítulo primero, fue-
ron los incas quienes los construyeron en nuestro territorio. Sin
embargo, fueron los españoles con la introducción de carromatos
los que aprovecharon esta infraestructura vial, readecuando los
vestigios de caminos encontrados y construyendo otros.
La legislación española en esta materia era clara y preci-
sa; los había de dos tipos, los llamados caminos reales o pú-
blicos y cuya mantención y jurisdicción estaba a cargo de las
autoridades administrativas y los caminos privados dentro de
las propiedades particulares.
La falta de puentes fue otra preocupación de las autori-
dades de la Colonia, debido a las dificultades técnicas y a la
escasez de recurso para construirlos.
Para el desarrollo de esta región era de suma importancia
que se construyera uno en el río Maipo, y otro sobre el Cachapoal
en beneficio de una mejor expedición en el transporte de la pro-
ducción agrícola hasta el principal centro de consumo como era
Santiago. El primero que entró en funciones fue el carretero
sobre el río Maipo inaugurado en 1850. Previo pago de un
pontazgo se permitía su uso. Vehículos de cuatro ruedas paga-
ban cuatro reales y de dos ruedas, dos reales. El paso de peato-
nes y jinetes era gratuito. De noche se cerraba.
Otro puente sobre el Maipo fue el ferroviario, que se ter-
minó de construir en 1859.
Sobre el Cachapoal se construyó un puente carretero
que se inauguró en septiembre de 1861. Algunos meses
más tarde el ingeniero Adolfo Ballas emitía el siguiente
informe que decidió el uso para el paso de la vía férrea
por él: "Este puente ha sido construido para el camino
público antes del ferrocarril, y como los estribos y
machones son de bastante anchura, se ha podido ceder la
mitad del puente a la vía férrea, colocando vigas de
palastro para sostener los rieles".
113
Otro puente que se construyó, en 1948, fue el que unió
Doñihue y Coinco y otros pueblos de las riberas norte y sur
del río Cachapoal. Antecedentes técnicos de la Dirección de
Vialidad, señalan que éste se emplaza en el km. 32,5 del cami-
no Quinta de Tilcoco-Coinco-Doñihue. Inicialmente estaba
conformado por una infraestructura con fundaciones con pi-
lotes doble riel, estribos cajón en hormigón armado y una su-
perestructura con vigas Fink de fierro. Longitud total de 216
metros, calzada de madera de 3,2 mts. sin pasillos laterales.
Después de diversas reparaciones, se destaca la recons-
trucción de sus cepas en el año 1988 y el cambio de la carpeta
de rodado de una superestructura de madera a una de hormigón
armado en el año 1990. Para prolongar su vida se le ha incorpo-
rado como obra anexa, enrocado en sus cuatro riberas, sector
sur y norte, teniendo una longitud actual de 300 metros.
El estado de los caminos siempre ha sido motivo de pre-
ocupación y, en 1939, la publicación quincenal de la comuna
La Linterna, publicaba dos noticias de Copequén; una de las
cuales se refiere a esta materia:

114
Otra obra de importancia en el plano local ha sido la
pavimentación del camino entre El Olivar y Copequén, que se
terminó en 1992. El material usado para el denominado trata-
miento superficial doble es gravilla 3/4, gravilla 3/8 y asfalto. El
arreglo de este camino vino a reparar la arbitrariedad, después de
20 años, en que se pavimentó parte del pueblo de Coinco con
dineros recaudados por la ley Nº 16.840 que gravó, entre otras, la
producción de las aguas minerales de Cachantún, cuya fuente
natural y planta de envasado se encuentran en Copequén, y que
en estricta justicia debieron haberse invertido en obras del propio
Copequén primero y en otros lugares de la comuna después.

Esta es la realidad actual. Buenos caminos, sólidos puen-


tes y modernos medios de transportes. Ahora sí, en este es-
cenario los habitantes y la producción eminentemente agrí-
cola de Copequén, por fin han podido acceder con las facili-
dades del caso, a los más importantes centros urbanos que
por tantos años le fueron vedados.
115
TRANSPORTE DE CARGA

En las décadas del treinta y cuarenta del siglo pasado en la


herrería de Luis Mardones se construían las carretas, carretones y
carretelas que transitaban los caminos y callejones de Copequén,
con su variada carga a sus múltiples destinos. La vasta experien-
cia del dueño del taller, unida a la de su primo Ernesto, les permi-
tían trabajar los metales y las
nobles maderas con verdade-
ra maestría, hasta dar las for-
mas finales a esos pesados
carromatos tan útiles en las
labores agrícolas. Tan firmes
y bien estructurados eran sus
diseños y posterior construc-
ción que, a pesar del duro uso
a que eran sometidos, sobre-
vivían con largueza a sus pro-
pios dueños. Así como el de
la familia Mardones en
Copequén, en el siglo pasa-
do y anteriores proliferaron
estos talleres a lo largo de
todo Chile y cada hacienda
contaba con su propia herre-
Carreta y Carretela hechas en los talleres de ría y carpintería donde se
Luis Mardones construían estos vehículos.
Retrocediendo aún más en el tiempo, las crónicas le atribu-
yen al castellano Bartolomé Flores en 1550, el haber sido el
primero, en nuestro país, en construir estos vehículos y de
haber enseñado su técnica a los "indios naturales".
Sin embargo, fueron los lomos de las llamas, guanacos y
vicuñas, animales muy resistentes a las bajas temperaturas y há-
biles para los terrenos montañosos, y las espaldas de los indios,
116
los yanaconas, los primeros medios de transporte utilizados por
los españoles en la conquista de nuestro país. Pero era tan cruel e
inhumano el trato que recibían estos servidores de parte de sus
amos, que muchos morían congelados por la noche o por las ho-
rribles llagas producidas por las quemaduras del sol. Francisco
Antonio Encina en su célebre Historia de Chile refiriéndose a la
expedición de Almagro dice: "Los desgraciados indios, sólo pro-
tegidos por tejidos tenues sin una yerba con que mitigar el ham-
bre ni un triste palo con que hacer fuego, lloraban como niños...
Sus cadáveres pronto jalonaron la ruta. Una macabra comitiva de
cóndores hacia presa de los moribundos, apenas caían, clavándo-
les picos y garras en las carnes aún palpitantes".
Los caballos y las mulas reemplazaron paulatinamente a
los auquénidos y a los indios. Aunque el caballo se usaba prefe-
rentemente en acciones bélicas. Los mulares eran mucho más
rápidos y cubrían de ocho a diez leguas diarias (45 kms.), con-
tra tres o cuatro de las llamas. También soportaban más peso y
se adaptaban a toda clase de terreno. Esta forma de transporte
fue el más usado por hacendados, mineros y comerciantes has-
ta la irrupción del ferrocarril en la segunda mitad del siglo XIX.
La implementación de este moderno medio causó una
verdadera revolución en materia de transporte. La fantásti-
ca velocidad en su desplazamiento, en comparación con
otros que se usaban, permitía hacer realidad hechos
inalcanzables para la época. Poblados nortinos tuvieron ac-
ceso a tiernas y rozagantes hortalizas del norte chico y a su
vez quienes vivían en el valle central tenían en su mesa
frescos pescados y mariscos.

117
Ahora los grandes productores de trigo y otros cereales no
demoraban cinco o más días en llegar a puertos de embarque
como Valparaíso, Constitución o Talcahuano, en lentas carava-
nas de carretas. Además disponían en cada estación ferroviaria
de grandes bodegas donde almacenar la carga, hasta completar la
cantidad necesaria para embarcar. Su predominio se mantuvo por
casi un siglo. Hasta alrededor de 1970 el transporte de carga fue
hecho mayoritariamente por ferrocarril; de ahí para adelante se
produjo un estancamiento en la renovación del material rodante
y un deterioro evidente en las vías férreas y comienza su franca
decadencia, a tal extremo de desmantelar vías y estaciones. Ni
siquiera la centenaria Estación Mapocho, que con su imponente
estructura recibía con silencioso orgullo a dignatarios extranjeros
que llegaban al país, vía Valparaíso, se salvó del mortal golpe
asestado, esta vez por dos fuertes aliados: la modernización de
las carreteras y la incorporación de grandes camiones equipados
hasta con sofisticados sistemas de refrigeración.
El remozado camino público de Copequén también ha
presenciado el paso de estos modernos monstruos del trans-
porte; el pequeño y mediano productor que tampoco ha esta-
do ajeno al progreso ha cambiado la lenta y nostálgica carre-
tela por confortables y rápidos camiones para vender, como
antaño, sus productos en el mercado de Rancagua.

118
TRANSPORTE DE PASAJEROS

La controversia de cuál de los medios de transporte es


el que brinda más ventajas a los usuarios, si el ferrocarril o
los buses, es un tema bastante antiguo. Quienes son partida-
rios de los trenes sostienen que es incomparable la comodi-
dad que le brindan sus coches dormitorios, comedores, am-
plios vagones y mullidos asientos. Por el contrario, aquellos
que toman partido por los buses argumentan que estos no
tienen nada que envidiarle a aquellos en comodidad y buena
atención y, más aún, la ventaja para los pasajeros rurales de
poder abordarlos prácticamente en la puerta de sus hogares.
Quienes tampoco se quedan al margen de este debate
son los que alguna vez utilizaron otros medios más
sofisticados de transporte, como los aviones y barcos, con
razones dignas de considerar.
Claro que para los habitantes de Copequén de comien-
zos del pasado siglo, todo lo anterior, no eran más que fanta-
sías que las infaltables y pegajosas visitas veraniegas se ufa-
naban de haber usado, en el caso de buses y trenes; o de haber
visto en algún cine de la capital en el caso de los barcos o de
las escalofriantes máquinas voladoras.
Sin embargo las visitas santiaguinas a principios del
siglo XIX no eran tan frecuentes, ya que llegar a Copequén
les significaba dos días a caballo o un poco menos si el trayec-
to se hacía en diligencia. Parada obligada era el río Maipo,
distante treinta y cinco kilómetros al sur de Santiago, donde
se alojaba en alguna posada o albergue, y se emprendía la
marcha al amanecer del segundo día, llegando a Rancagua
poco después del mediodía y al atardecer a Copequén.
El deplorable estado de los caminos hacía poco atractiva
esta aventura, más aún si se le sumaba el riesgo de ser asalta-
dos por bandoleros, cosa altamente probable. En cuanto al
transporte local a puntos más cercanos como Requinoa, Rengo
119
o Rancagua se hacía con medios propios como el caballo y los
más pudientes en birlochos, llamados también cabritas, que
eran coches de dos ruedas tirados por uno o dos caballos.
A comienzos del siglo XX hicieron su aparición unos co-
ches de cuatro ruedas tirados por tres caballos, acondicionados
especialmente para transportar pasajeros. Además del asiento
del cochero, en que cabían dos pasajeros, tenía dos asientos
laterales, a lo largo, con capacidad para cinco o seis pasajeros
cada uno, los que se sentaban de espaldas hacia afuera y que-
dando enfrentados y separados por un pequeño pasillo. Estaba
provisto de un toldo para protegerlos de la lluvia y que servía
también para ubicar el equipaje. Demás está decir que carecía
de puertas y de ventanas, sólo los marcos con cueros para pro-
teger de la lluvia en el invierno, pero transporte colectivo públi-
co al fin y al cabo. Pioneros en este servicio fueron Luis Ignacio
Gálvez, de La Puntilla, en sociedad con Floro Granifo, propie-
tarios de dos vehículos; Raimundo Pino y Víctor Arriaza. El
trayecto lo hacían por El Cajón, camino que aún existe y su
destino estaba a once kilómetros en el pueblo de Requinoa, lu-
gar donde está la estación ferroviaria más cercana, lo que per-
mitía acceder por tren a Rancagua distante 14 kilómetros, a
Santiago a 96 kilómetros, o a cualquier punto del país.
Otro hito relevante y que causó gran impacto fue el primer
medio motorizado para el transporte de personas como fue el pri-
mer microbús, en esos años, llamado góndola, en el año 1924. Tal
revuelo causó, que en el viaje inaugural subieron tantas personas
que fue incapaz de moverse, y al decir del testigo presencial de tal
hecho, Carlos Gálvez "no se movía ni pa’ tras ni pa’ delante". Era
éste un pequeño vehículo cuya estructura era muy parecida a los
coches de tracción animal mencionados. En efecto, tenía dos asien-
tos paralelos a lo largo, para 8 ó 10 pasajeros, abierto por los cos-
tados, con marcos de madera, simulando ventanas, pero sin vi-
drios, con un techo de latón, pisaderas por ambos costados y rue-
das con neumáticos y llantas provistas de gruesos rayos de madera.
120
La puesta en marcha
del motor no obedecía
al tantos años usado
botón de partida, ni a
la actual curvilínea y
única llave de contac-
to, sino a una tosca y
pesada manivela de
acero. Esta se introdu- "Tagüa", modelo 1920
cía por un orificio que tenía el parachoque delantero que le servía
de guía, pasando por debajo del radiador, hasta llegar al corazón
del motor y que con un fuerte movimiento rotatorio hacía tal com-
presión de los pistones que producían chispas en los magnetos y
consecuentemente explosión al contacto con el gas del combusti-
ble. Provista de un poderoso motor para la época, le permitía de-
sarrollar una velocidad increíble de hasta cuarenta kms. por hora.
Redujo a menos de la mitad el tiempo que empleaban los coches
a tracción animal hasta Requinoa, lo que decidió a su dueño pro-
longar el recorrido hasta Rancagua, cuyo terminal estaba en la
Plaza de Los Héroes.
La arraigada costumbre de nuestro pueblo de ponerle so-
brenombre a todas las cosas o personas se manifiesta pronta-
mente con estos vehículos al bautizarlos como "Tagüas", rela-
cionando el sonido de sus bocinas con el característico cantar
de los pájaros que lleva este nombre. La que hubo en Copequén
pertenecía a Juan Bautista Álvarez, quien posteriormente la
vendió a su tío Rosendo Álvarez y que fue rebautizada cariño-
samente por el público como "La Chilenita".
Otros empresarios de la locomoción colectiva fue-
ron Pancho Bravo, Horacio Madrid, Manuel Sánchez
con "La Coneja" apodo que recibía su góndola como
extensión de su propio sobrenombre "El Conejo" y Jor-
ge Peña, vecino de Olivar Alto que echó raíces en
Copequén al casarse con Margarita Córdova y quien
121
1948. Jorge Peña, familia y amistades en un día de paseo.

durante cincuenta y cuatro años condujo personalmen-


te sus máquinas que bautizaba con el nombre de sus
hijas, como La Nanita o La Inesita.
Un público totalmente heterogéneo componía la dia-
ria clientela: comerciantes, dueñas de casa, campesinos, ar-
tesanos, estudiantes con sus padres a los internados de las
Monjas Argentinas, Instituto O’Higgins de los hermanos
maristas, o el Liceo de Hombres, todos en Rancagua; cara-
bineros con detenidos a los juzgados de Rengo; futbolistas
los días domingo, madres amamantando a sus hijos; con-
trabandistas de aguardiente (huachucheros) con el precia-
do líquido en cámaras de neumáticos especialmente acon-
dicionadas, llamadas cutras.
Cada pasajero tenía el derecho, que nadie se lo daba,
sino que con el sólo beneplácido y comprensión del con-
ductor-propietario se permitía subir a este mágico vehí-
culo cuanta cosa sea capaz de imaginar el lector. Porque
sólo gracias al arte de la magia se puede explicar que ta-
les volúmenes cupieran en ellos. No es exageración cuan-
122
do nos referimos a sacos con papas, con porotos, con
choclos, zapallos, sandías, melones, cebollas, canastos con
gallinas, patos o pavos vivos, atados de leña, sillas, sillo-
nes y mesas de mimbre, rollos con esteras de totora, cajas
con tomates, con manzanas, canastos con brevas, chuicos
de chicha, cabritos vivos amarrados para vender en el
mercado, chancho faenado con su apetecible e inconfun-
dible aroma, etc.
Para que esta operación se llevara a cabo sin con-
tratiempos, tenían que cumplirse dos condiciones. La
primera es que cada góndola debería tener una
escalerilla posterior mediante la cual se cargaba el te-
cho con toda clase de bultos, incluso pasajeros hasta
límites riesgosos; y la segunda es que además del con-
ductor, contara con un ayudante-cobrador-acomodador-
cargador digno de la más grande admiración. Se recuer-
da con especial simpatía al diligente y hábil Darío Are-
nas, quien haciendo gala de temeraria agilidad y des-
treza siempre tenía la solución para cualquier contra-
tiempo que tuviera algún pasajero. Distaban muchos
años para que apareciera la tan socorrida y muchas ve-
ces mal empleada expresión "atención personalizada"
y sin saberlo, eso era lo que los pasajeros recibían del
solícito Darío.
En la actualidad, a los numerosos microbuses se
han sumado otros tantos taxis colectivos que prestan
un excelente servicio a los usuarios en cómodos vehí-
culos y expertos conductores en un camino asfaltado
de alta calidad.
Otro medio de transporte, pero particular, fueron
los primeros automóviles que algunos connotados y
pudientes vecinos compraron para su uso personal y
familiar, cuyas estridentes bocinas anunciaban su or-
gulloso paso ante la expectación de adultos y niños.
123
Las marcas más conocidas eran Ford, Buick y Chrysler
con sus afamados modelos De Soto Sedan y De Soto Sport y
los primeros propietarios Alejandro Holmes, Raimundo Pino
y Francisco Ramírez.
Como corolario de este capítulo hemos dejado a la
célebre primera bicicleta que conoció el pueblo; de ma-
cizas ruedas, adheridas a poderosas llantas, con un ar-
mazón y manubrio dignos de un acorazado terrestre.
Capaz de transportar no sólo a su conductor sino que a
una bien provista y equipada caja de herramientas que
utilizaba su dueño en los trabajos a domicilio. No sola-
mente era la portadora de pesados martillos, formones,
cepillos, alicates, serruchos, garlopas, platachos; también
era la portadora de la habilidad, la sapiencia, la maestría
y la honestidad de su dueño, el muy querido y solicitado
maestro Abel Díaz Lobos.

1936. Chrysler De Soto Sport, modelo 1930, de Francisco Ramírez. Su hija Anilda y
su esposa Zoila Baeza.

124
CAPÍTULO VII

EDUCACIÓN

aber contar, coser, hilar, bordar, tejer, algunas nocio-


nes de música, y en lo posible bailar, eran los conocimientos
básicos que debían tener las jóvenes casaderas, con pretensio-
nes de acceder a un buen partido con el cual llegar al altar y
ascender en la exigente y veleidosa escala social, en los años
de la Conquista y la Colonia.
Al mismo tiempo si dominaban la lectura y la escritura,
la educación podía considerarse más que satisfactoria y moti-
vo de legítimo orgullo para la familia.
Si a las dueñas de tales atributos, la madre naturaleza las
había dotado de algún atractivo grato a la vista de los varones,
podían estar tranquilas y sus padres optimistas para elegir al
pretendiente que luciera las faltriqueras más voluminosas.
Quienes contribuían entusiastamente en este proceso instruc-
tivo eran las religiosas del convento de las agustinas, las pri-
meras en abrir un colegio para niñas; le siguieron las monjas
clarisas, las de Sta. Teresa de Jesús, las capuchinas, las
Trinitarias de Concepción, etc.
Si retrocedemos en el tiempo, el concepto educación como
hoy lo concebimos, que conlleva la existencia de escuelas, edu-
cadores, textos, metodologías, etc., hace quinientos años, estos
elementos no existían. Las enseñanzas que los nativos se trans-
mitían por generaciones no se pueden catalogar como educa-
125
ción, eran simplemente las herramientas básicas de subsisten-
cia, que asimilaban con toda naturalidad desde la niñez. Apren-
der cestería, alfarería, labrar la tierra, domesticar animales, ca-
zar y pescar, era propio de la vida y el quehacer cotidiano.
Lo que siempre tuvo importancia para ellos era la destre-
za y capacidad física, que lograban con duro adiestramiento;
cualidades que les permitía acceder a puestos de mando en la
organización social en tiempos de paz y militar en tiempos de
guerra. Incluso don Alonso de Ercilla lo señala:

Y desde la niñez al ejercicio


los apremian por fuerza y los incitan,
y en el bélico estudio y duro oficio,
entrando en más edad, los ejercitan,
si alguno de flaqueza da un indicio,
del uso militar lo inhabilitan,
y al que sale de las armas señalado
conforme a su valor le dan el grado

Por su parte, el objetivo de los españoles no era educar,


sino enriquecerse en el más breve tiempo posible, explotando
lavaderos y minas de oro, y de paso evangelizar en la doctrina
cristiana. Por lo demás, de los 150 hombres que llegaron con
Pedro de Valdivia, 89 eran analfabetos. Si hasta su inseparable
compañera, la muy leal y valerosa Inés de Suárez no sabía leer
ni escribir. Quien le enseñó fue el capellán Rodrigo González
Marmolejo, convirtiéndose éste en el primer profesor y aquella
en la primera alumna del naciente reino de Chile.1
En estos primeros años, cargados de preocupaciones y di-
ficultades, la hostilidad y sorpresivas incursiones de los indíge-
nas, la falta de alimentos, equipos, armas, medicinas que llega-
ban tarde, mal y nunca, conformaban una inquietante y nada
alentadora realidad que los mantenía constantemente alertas.
Prioridad uno, salvar la vida, construyendo empalizadas y cho-
126
zas que los protegieran y albergaran; después, procurarse ali-
mentos labrando la tierra y vigilando los sembradíos de los
sorpresivos ataques indígenas; construir frágiles templos para
adorar a Dios y clamar por la salvación del alma; difundir la fe
cristiana, introduciendo la nueva lengua y, finalmente, entregar
algunos conocimientos elementales en primeras letras y nocio-
nes numéricas, como lo establecían las leyes de Indias. En este
estado de cosas, es digno de destacar algunas incipientes expre-
siones en el campo de la educación como las escuelas para na-
turales que se trataron de instalar en algunos lugares como en
Quillota el año 1548, a cargo de Pedro Pastrana; en La Imperial
en 1567, cuando Fray Antonio San Miguel, solicitó a su Majes-
tad Felipe II, la creación de un Seminario a fin de que "la gente
de esta tierra no se críe más ociosa y viciosamente", lo que no
fructificó por falta de medios; más adelante el Colegio de Natu-
rales de Chillán; incluso hay quienes sostienen que en Copequén
también hubo una escuela de este tipo, aseveración que no nos
merece crédito, después de haber hecho una exhaustiva investi-
gación, sin haber encontrado señal alguna, en tal sentido.
Quienes si accedieron a las escuelas fueron los hijos de
los colonizadores, que estuvieron mayoritariamente dirigidas
por órdenes religiosas. En 1580 los dominicos tenían una es-
cuela, que años más tarde se convirtió en la Universidad
Pontificia de San Miguel y funcionó durante 126 años.
Otras congregaciones que regentaron colegios fueron los
franciscanos, los mercedarios, los agustinos y los jesuitas. To-
das las disciplinas confluían en las ciencias sagradas. En nin-
gún establecimiento se enseñaba matemáticas, ciencias físicas
o medicina, considerados de baja condición. Cuando se reque-
rían arquitectos, se traían del extranjero; y si las obras eran
menores se acudía a maestros locales con alguna experiencia.
El siglo XVIII es testigo de un hecho realmente impor-
tante, la fundación de la Real Universidad de San Felipe, siendo
ésta la primera universidad estatal. Su puesta en marcha tardó
127
más de cuarenta años, desde la solicitud a la Corte en 1713,
hasta el inicio de sus primeras clases en 1756.
A la enseñanza universitaria sólo tenían acceso las clases
más acaudaladas, hijos de funcionarios y militares de alto ran-
go, de encomenderos o de comerciantes. Incluso algunos es-
tudiaban en España, Francia o en la Universidad de San Mar-
cos de Lima, o de La Plata en Buenos Aires. También se dio el
caso que el prestigio de nuestra criolla Universidad de San
Felipe traspasó fronteras y, prueba de ello es que en sus regis-
tros se cuentan 136 alumnos argentinos, 5 uruguayos, 7
paraguayos, 12 peruanos y 3 bolivianos. En estos estableci-
mientos se reunía la flor y nata de la juventud americana, ávi-
da por enterarse de movimientos filosóficos, culturales, so-
ciales y políticos en boga en Europa, a los cuales accedían en
furtivas lecturas de libros prohibidos o en clandestinas reunio-
nes con maestros de idearios de avanzada, donde los princi-
pios de tolerancia, respeto, fraternidad y libertad empezaron a
escucharse con mayor frecuencia y vigor. Esta es la misma
juventud que algunos años más tarde participaría resueltamente
en los primeros brotes libertarios en sus respectivos países.
Así llegamos al siglo XIX, en América el siglo de las
luces y la libertad. Chile y su educación en esta etapa de su
historia fue un país afortunado. Convergieron en este período
pleclaras personalidades que dictaron los fundamentos de nues-
tro sistema educacional.
Nunca antes ni después, hubo otra época en que
emergieran tantas y tan esclarecidas mentes, ligadas al servi-
cio público, a la patria y particularmente a la educación. Nos
referimos a José Miguel Carrera, Bernardo O’Higgins, Cami-
lo Henríquez, Manuel de Salas, Domingo Faustino Sarmien-
to, Juan Egaña y su hijo Mariano, Andrés Bello, Manuel Montt,
José Victorino Lastarria, Antonio Varas, Ignacio Domeyko,
Francisco Bilbao, Miguel Luis y Gregorio Amunátegui, Diego
Barros Arana, José Abelardo Núñez, Valentín Letelier, etc.
128
A ellos podemos agregar, en el siglo XX, a Manuel Barros
Borgoño, Darío Salas, Amanda Labarca y Pedro Aguirre Cerda.
En ellos concurrían todas las especialidades que la ende-
ble educación chilena necesitaba: maestros, estadistas, juris-
consultos, diplomáticos, escritores, científicos, historiadores,
pensadores, etc. Ellos dieron vida y letra a decretos y leyes en
virtud de los cuales hoy se sustenta nuestra educación.
El propósito de entregar esta muy resumida reseña sobre
la educación no ha sido otro que destacar la constante preocu-
pación que nuestros gobernantes han tenido en uno de los pi-
lares fundamentales en que se apoya toda nación moderna y,
de paso, recordar que Copequén, en los últimos 100 años no
ha estado marginado de este proceso revitalizador, sino que,
además de haber sido un depositario agradecido de él, tam-
bién ha sido un agente contributivo del mismo.

LOS SEÑORES VISITADORES

Antes de entrar a la parte medular de cómo se comenzó a


impartir la educación en el pueblo; de la frustración sufrida a
mediados del siglo XIX; de los temerarios intentos por instalar
una escuela particular por don Bartolo José del Pino y la poste-
rior y definitiva creación de una escuela pública y como un
elemento más dentro del contexto educacional de la época, pre-
sentamos a continuación a una personalidad muy peculiar que
desempeñó un destacado papel y que nos ayudará a compren-
der más aún las circunstancias en que ésta se desenvolvía.
A comienzos del siglo pasado un personaje de la mayor
importancia en la estructura organizacional escolar era el vi-
sitador de escuelas. Su misión consistía en informar del esta-
do pedagógico y administrativo del establecimiento visitado.
De su mobiliario, salubridad, conservación del local, etc. En lo
pedagógico, hacer cumplir los objetivos impuestos por el Mi-
129
nisterio; si los cursos estaban organizados de acuerdo a las apti-
tudes y conocimientos de los alumnos; vigencia de los métodos
de enseñanza; rendimiento, asistencia, etc. Aspectos sociales y
religiosos; existencia o no de centros de padres, Cruz Roja,
scouts, catecismo; si estaba implantado el ahorro, etc; y, lo más
importante, evaluar el desempeño del profesorado.
Poseía este funcionario el don natural de la metamorfo-
sis. A veces adoptaba la apariencia de un ser que irradiaba
pureza, dulzura, bondad, paz; una especie de ángel salvador y
protector. En estos casos no había de qué extrañarse si uno de
ellos como el señor J. Ahumada, en su visita del mes de no-
viembre de 1904 a la Escuela Mixta Nº 36 de Copequén, emi-
tía el siguiente informe respecto del desempeño de la precep-
tora Hortensia Muñoz: "Lo que de la enseñanza he podido
inspeccionar, me convence que la señorita preceptora hace
sacrificios supremos por adelantar en todos los ramos, obte-
niendo resultados que superan el esfuerzo de una sola maes-
tra, en una escuela que tiene asistencia para dos empleados".
Otras veces su aspecto y su personalidad se asemejaban a la
de un ministro de fe, de un juez, de un inquisidor, del dueño de la
verdad, de un agente del mal, o de todos al mismo tiempo. En estas
circunstancias las consecuencias de sus visitas eran muy similares
a los efectos de un terremoto grado 8. Profusión de heridos; leves
algunos, graves otros, muchos contusos, ilesos los menos y, la
infaltable víctima fatal. Estas fueron las apreciaciones que el 11 de
noviembre de 1905 emitió el visitador Isaías Venegas: "En aritmé-
tica se nota carencia absoluta de cálculo oral i casi ninguna partici-
pación de toda la sección... Al año siguiente, el 16 de noviembre de
1906, el visitador Sr. I. Molina expresa: Se recomienda a las em-
pleadas tomen las medidas tendientes a corregir los defectos que se
notan en los modales de los niños, sobre todo en los grandes, los
que no se admitirán por el pernicioso ejemplo que dan a los de-
más". Califica el desempeño de la preceptora Claudina Leiva como
Regular; y, de la ayudante Sara Bascuñán como Malo. Con este
130
lapidario informe, no es motivo de asombro que el 24 de octubre
de 1907, un año después, la señorita Bascuñán no figurara en la
escuálida nómina de profesores de la escuela de Copequén, que en
honor a la verdad tal nómina ya no existía porque la preceptora
Claudina Leiva, era la única que atendía a los 111 niños que esta-
ban divididos en 4 niveles; y a pesar del esfuerzo desplegado por
esta maestra, el inefable señor Molina califica nuevamente su des-
empeño como regular.
Con esta espada de Damocles dando mandobles a diestra
y siniestra, cortando aquellas cabezas que no estuvieran bien
asentadas en sólidos conocimientos y cierta base pedágica,
los educadores debían ejercer su apostolado. Por añadidura,
vivir en un lugar desconocido, lejos de su familia y su entor-
no. Mas la inquebrantable voluntad de estos transplantados,
en cuyo ser interior bullía a borbotones la savia de la voca-
ción, los mantenía a pie firme cuando los gélidos aguaceros
de la soledad, las ráfagas de tristeza y los temporales de nos-
talgia amenazaban con derrumbarlos.

ESCUELAS, PRECEPTORAS, DIRECTORES

La posibilidad de contar con instrucción pública; méto-


dos pedagógicos y sistemáticos; personal idóneo y un local
escolar, se remontan al año 1850. Antecedentes recopilados
en nuestras propias investigaciones así lo atestiguan. En una
carta, fechada el 25 de enero de ese año, del Intendente de la
Provincia de Colchagua al Gobernador del Departamento de
Caupolicán, en la parte medular le expresa lo siguiente: "...para
su inteligencia i a fin de que para el miércoles de Cenizas se
habra la citada escuela en el lugar de la Subdelegación de
Coinco que a Ud. le parezca más adecuado..." De lo anterior se
desprende que el lugar elegido podría estar en cualesquiera de los
poblados de la subdelegación, como Chillehue, El Rulo, Millahue,
131
Copequén o Coinco. No obstante, tales conceptos que inducen a
los habitantes de estos lugares a crearse una esperanza fundada
de contar con una escuela, entre ellos a los de Copequén, pronto
se desvanecen, porque otro párrafo, de la misma, aclara rotunda
y categóricamente lo anterior, cuando dice: "...creo oportuno pre-
venirle que algunos vecinos de Coinco ofrecieron el local y útiles
precisos para la escuela i que todo está ya dispuesto..."
Complemento de lo anterior es otra carta 3 meses des-
pués, el 12 de abril de 1850, del gobernador de Caupolicán,
Antonio Lavín, que le informa al Intendente: "Con fecha 18
de febrero último dirigió a este Gobierno, el Subdelegado de
Coinco un certificado de haberse abierto en ese día la escuela
primaria de esa sección, por el preceptor Mateo Moreno".2
Este fue el lapidario sello que mantuvo cerrada la puerta de la
educación en Copequén. Sólo hay noticias que tres años más
tarde, un precursor de la educación privada, Bartolo José del
Pino, el 1 de agosto de 1853 se establece con una escuela par-
ticular en Copequén, donde se enseñaría Lectura, Escritura y
Aritmética. Se desconocen mayores antecedentes de matrícu-
la, lugar de funcionamiento y vigencia de la misma.

HORTENCIA MUÑOZ SOTO


1903 - 1906

Exactamente medio siglo después se establece la tan an-


siada escuela. El 26 de marzo de 1903 se abren las matrículas,
siendo los hermanos Carmen Rita, Elena y Clodomiro Miran-
da a quienes les cupo el honor histórico de ser los primeros
alumnos regulares. Se la califica como mixta y se le asigna el
Nº 36. Se nombra como preceptora interina, el 16 de febrero
del mismo año a la señorita Hortencia Muñoz Soto, hasta ese
momento alumna del Internado Normal de Preceptoras.
La inexperiencia y juventud de la recién asumida Srta.
132
Muñoz no fueron obstáculos para cumplir exitosamente su tra-
bajo, no obstante afrontar una realidad que no muchos educa-
dores han vivido y es que tanto ella, como padres y alumnos
desempeñaban por primera vez, cada uno su respectivo rol en
este proceso educativo que estaba comenzando.
Su matrícula al 19 de mayo, la conformaban 121 alum-
nos, 56 niños y 65 niñas (7 mayores de 14 años) divididos en
2 cursos: 103 en primer año y 18 en segundo año. Los ramos
eran Historia Sagrada, Catecismo, Lectura, Gramática, Arit-
mética i Sistema Métrico, Jeografía y Caligrafía.
El rendimiento de los alumnos se evaluaba solamente en
los exámenes que se efectuaban a mediados de diciembre de cada
año. Para este efecto el Gobernador Departamental nombraba
una comisión compuesta por tres personas. Había sólo tres califi-
caciones: A, Aprobado; D, Deficiente y R, Reprobado. Así por
ejemplo el alumno de primer año Juan de Dios Guaquiante en
Catecismo, obtuvo 3D, lo que significa que los tres miembros de
la comisión coincidieron en calificar sus conocimientos como
Deficiente. En Lectura, Gramática y Aritmética y Sistema Métri-
co, 3D en cada asignatura y en Geografía, 3R.
Había también disparidad de criterios y en tal caso, como el
de la alumna Carmen Rita Miranda en Aritmética obtuvo 2A y 1R.
El presidente de la comisión Javier A. Lavín en los exáme-
nes del 15 de diciembre de 1903, expresa su satisfacción por el
desempeño de la preceptora Hortencia Muñoz y por el rendi-
miento de los alumnos "El infrascrito se hace un deber en decla-
rar que el resultado de estos exámenes ha sido sobresaliente y es
de admirar como la Señorita Preceptora ha podido adelantar tan-
to a niños que jamás habían visto un libro. Es de lamentar que la
escuela no cuente con la mitad de los libros que se necesitan, y
que una sola Maestra tenga que atender a más de cien niños".
Dos años más tarde, en 1905 se produce un hecho que
puede sonar a ironía, pero los números no mienten cuando de-
cimos que el personal aumenta en un 100% al llegar la señorita
133
Sara Bascuñán como preceptora ayudante, la misma que antes
de cumplir dos años en el cargo desapareció de la vista de los
alumnos y de la vista y paciencia del visitador Sr. Molina.

CLAUDINA LEIVA CARRASCO


1906 - 1918

1906 fue un año de cambios. El 5 de junio cesa en sus fun-


ciones la señorita Hortencia Muñoz y esa misma fecha asume la
señorita Claudina Leiva Carrasco. El número 36 asignado a la es-
cuela es cambiado por el 64; sigue calificada como mixta y ele-
mental. El otro cambio que hubo se refiere a las calificaciones que
ahora pasan a ser numéricas en vez de letras.
En 1907 la escuela ocupaba la casa ubicada a la entrada del
camino a La Isla, de propiedad de don Alberto Madrid (actual-
mente de la familia Vidal Rojas), a quien se cancelaba trescien-
tos pesos anuales por el arriendo.
En el inventario practicado el 24 de mayo, se consigna parte
del equipamiento disponible para desarrollar sus funciones: 36
escritorios de dos asientos; 2 pizarras grandes de madera, 1 es-
tante, 1 mesa, 1 silla, 1 tablero contador, 1 mapa de Chile, 1 de
América, 1 mapa mundi, 1 caja de letras movibles, 1 campanilla;
75 pizarras de piedra; 6 escobas, 2 baldes, 1 regadera, 2 plume-
ros, 18 silabarios; 15 ejemplares del Lector Americano, Libro I;
18 del Libro II y 26 del Libro III; 12 poesías para niños; 45 porta-
plumas, 24 lápices de madera, 18 gomas de borrar, etc.
Su preceptora Claudina Leiva y su ayudante Sara Bascuñán
matricularon ese año 113 alumnos, 50 de los cuales se presenta-
ron a exámenes de fin de año, aprobando sólo 47; el resto aban-
donó durante el período o simplemente no se presentó.
Estos magros resultados eran la consecuencia de una ac-
titud no sólo permisiva de los padres, sino abierta e irrespon-
sablemente instigadora para que no estudiaran.
134
CORINA CASTRO MARCHANT
1915-1946

Proveniente del cercano poblado de Lo de Lobo, la


señorita Castro se encontró con un desolador escenario.
La miseria en que se debatían algunas familias alentaba
el ausentismo escolar y, peor aún el abandono definitivo
de las aulas. Tan dramática era la situación que ese mis-
mo año 1915, se encuentran estampadas en el libro de
matrículas, páginas 42 y 43, estas reveladoras y crudas
palabras, cuando cuatro padres decidieron retirar a otras
tantas niñas:"Motivo del retiro: por pobre". Edades, en-
tre 5 y 12 años. En 1916 el ausentismo llega al 46% en
el examen de fin de año, al asistir 86 alumnos de una
matrícula de 159.
Nada podía hacer doña Corina ante el simple razo-
namiento de aquellos padres sumidos en la desesperan-
za y la miseria. Era cierto, se necesitaban más brazos
para ayudar al esmirriado presupuesto familiar. Por lo
demás, era preferible tener hijos ignorantes pero sanos y
junto a los padres, que hijos medianamente educados pero
135
lejos del hogar. Las grandes ciudades, las salitreras del
norte, el cercano mineral de cobre de la Braden Copper
o las carboníferas del sur, eran los monstruos que devo-
raban con avidez el apetitoso bocado de la juventud cam-
pesina. Sólo se recibían noticias de ellos cuando se
accidentaban o cuando los pulmones se negaban a pro-
cesar el vital fluido, víctimas tempraneras de la mortal
silicosis que clavaba sus garras a quienes se atrevían a
llevar sus ilusionados sueños hasta los voraces socavo-
nes de las minas.
Esta actitud de rechazo a la educación, la encontra-
mos reflejada en el Censo de Población de 1930.

Hombres Mujeres Total

Saben leer 247 234 481


No saben leer 216 154 370

Analfabetismo: 46,7% en hombres; 39,7% en mujeres.

En 1928, las autoridades educacionales, como un sig-


no de reconocimiento a la labor de la señora Corina, en esa
larga lucha contra la adversidad, la ascendieron al grado de
Directora, siendo la primera en ostentar ese cargo. Ade-
más, a la escuela se le asignó el Nº 43, bajo el cual estudia-
ron varias generaciones.
El aislamiento casi absoluto del lugar y la falta de co-
municación eran otros factores adversos que impedían de
algún modo incentivar a la gente de las ventajas que propor-
ciona el estudio.
La radio no se conocía en el lugar, por no existir luz
eléctrica, tampoco el teléfono. Los diarios se divisaban, cuan-
do los traían algunas visitas o el dueño de casa, si sabía leer,
los compraba en la ciudad cuando hacía una diligencia, pero
136
desaparecían prontamente, privilegiando su uso higiénico en
las casitas, al uso intelectual de la lectura.
La pobreza se manifestaba al trasponer el dintel de en-
trada, y tropezar en los primeros hoyos del piso, por la falta
de algunas tablas, que hacía ya bastante tiempo se habían
batido en retirada.
Un legítimo orgullo nos invadirá cuando más ade-
lante hagamos referencia de la actual escuela y su amplia
y moderna estructura. Respecto del ausentismo, una im-
portante ayuda para combatirlo eran los carabineros que,
casa por casa, "invitaban" a los más rebeldes, llevándolos
en el acto hasta la escuela.
Otros eficaces elementos de apoyo de que se valían los
profesores, eran el mechoneo en las niñas y la varilla de mim-
bre en los niños, haciendo efectivo el refrán de que la letra
con sangre entra.
Ese par de piernas rojizas, partidas y escamosas por
el frío y los sabañones, que terminaban en pies descal-
zos o en rústicas ojotas, eran las que sufrían las conse-
cuencias de los acompasados varillazos por no haberse
aprendido las partes que componen el aparato digestivo
animal (panza, bonete, librillo y cuajo); la tabla de mul-
tiplicar del 9; o las partes de una flor (cáliz, corola, es-
tambres y pistilos).
Volviendo a la Directora Corina Castro sólo queda
por destacar que su carrera funcionaria ha sido una de
las más extensas en la historia de la educación en el
pueblo. Fueron 31 años, hasta su jubilación en 1946,
en la mayoría de los cuales trabajó sola o, en contadas
oportunidades, con alguna otra profesora, entre las que
se recuerdan a la Srta. Hilda Vargas, Viola Melo y su
nuera Olivia Moreno.

137
MARÍA CARRASCO AVENDAÑO
1946-1959

El transporte de personas, que con el tiempo se ganarían


el afecto y el respeto de sus coterráneos, al parecer estaba reser-
vado a los caballos alazanes. Calígula, uno de ellos, era el que
utilizaba el cura Piña, en sus quehaceres apostólicos. El otro, un
alazán cariblanco que semanalmente llevaba en sus lomos a la
maestra María Carrasco Avendaño desde su hogar hasta una
escuela rural, distante dos pueblitos más el noreste.
Con paso cansino, como la vida misma de estos cam-
pos, y como si supiera la valía de su jinete, el noble bruto
emprendía el viaje desde Coinco. Tras dejar atras los fron-
dosos bosques de La Angosturilla, aparecía Copequén y su
escuelita, que la veían pasar cada tarde de domingo y de vuelta
los sábados por la mañana; pocos kilómetros más arriba de-
trás de los últimos paltales de Lucho Arenas, surgía brusca-
mente la inconfundible mole del cerro Las Petacas.
Este obstáculo que la madre naturaleza había puesto sabia-
mente en ese lugar para servir de atalaya a los promaucaes, algu-
nos siglos antes, ponía al caminante o al jinete en la disyuntiva de
elegir una de sus dos laderas para seguir su camino. El cariblanco,
sin el menor movimiento de rienda, sabedor del gusto de su jinete,
tomaba por la derecha, donde la soledad y el silencio de El Cajón
138
serían sus acompañantes por los últimos tres kilómetros y antes de
caer la oración recibían los primeros saludos de los habitantes de
El Rincón de Abra, destino final de cabalgadura y jinete.
Desde 1933 a 1946 la señorita Carrasco se desempeñó
como maestra en la escuela Nº 33 de este pueblo, uno de los
tantos de los extensos campos de la provincia de O’Higgins,
aunque en honor a la verdad su carrera la comenzó en la escue-
la Nº 51 del departamento de Cachapoal en 1929.
Fue nombrada Directora de la escuela Nº 43 de Copequén
el 6 de noviembre de 1946.
Fue tan grande el impacto que le causó el deplorable es-
tado del local, que se propuso organizar a la comunidad para
solucionar el problema en el más breve plazo posible. Tanto
fue así que a cuatro días de haber llegado efectuó la primera
reunión donde formó el "Centro de Padres y Vecinos".3
Nuestros ya conocidos visitadores habían dado cuenta de
esta situación, aunque con bastante benevolencia, producto qui-
zás de que en sus extensos recorridos conocieron locales peo-
res. El hecho es que sus informes muy escuetos dan cuenta de
lo siguiente: "Local arrendado. Estado higiénico y pedagógico
regular. Mobiliario: no cuenta con el mobiliario y material de
enseñanza necesario. El estado sanitario de los niños deja que
desear, hay muchos niños con tos, debido en gran parte a los
cambios de clima y a que las salas están sin vidrios".
Nada se dice en esta breve exposición de la falta de agua
potable reemplazada por una noria y como consecuencia la
falta de servicios higiénicos apropiados. Cumplían esta fun-
ción dos pozos negros, "las casitas", construidas al fondo del
patio con tablas de álamo, las que por efectos de la lluvia y el
sol pronto perdían su forma y derechura, dejando entre una y
otra indiscretas y tentadoras rendijas.
Curiosamente, cuando se daba esta circunstancia, era
cuando con mayor frecuencia y entusiasmo los alumnos ma-
yores jugaban a las topeaduras, en que dos niños simulando
139
Antigua Escuela Nº 43
cabalgaduras, llevaban en sus grupas a sendos "jinetes" y se
trenzaban a caballazo limpio, los que sospechosamente termi-
naban en las paredes de las "casitas" de las niñas, que hacían las
veces de quinchas y de reojo mirar al interior.
La señorita Carrasco, durante los trece años a cargo de la
escuela, siempre trabajó en el mismo local, ubicado frente al cos-
tado poniente de la capilla, entre las casas de Heriberto Álvarez y
Ricardo Guzmán, de propiedad de la familia Cartagena Lobos.
Por motivos que ya explicaremos, nos detendremos breve-
mente en este local escolar, testigo y protagonista del contagiante
entusiasmo que la directora Carrasco sembró en la comunidad.
Su frontis no excedía los 12 metros. Su edificación la
conformaban dos habitaciones; la más amplia con una puerta
que servía de acceso al recinto y la otra con sólo una venta-
na a la calle; detrás de éstas, un corredor de ladrillos. En su
interior, por el lado izquierdo otro largo corredor con piso
de tierra que guarecía, en los recreos, a los niños en los
días lluviosos. Con el correr de los años se habilitaron dos
cuartos contiguos a las piezas, como nuevas salas de clases.
Lo más destacable era el patio donde había algunos árboles
frutales; limoneros, naranjos, parras, una frondosa higuera, que
140
daba brevas e higos blancos y negros, una gran mata del medici-
nal tilo, una palmera y al fondo una acequia que proveía de agua
a los árboles y donde tenían que acudir los castigados a lavar sus
culpas y sus pies, cuando la profesora lo estimaba pertinente.

Silabario Matte Primera Lección

La inagotable vitalidad de la directora no dejaba a nadie


indiferente. Fue en las vetustas salas de esta vieja casa donde se
hacían las reuniones de padres y apoderados, en las que se toma-
ban importantes acuerdos respecto del futuro de la escuela; fue
en sus inhóspitos corredores temperados con braseros en el in-
vierno donde se efectuaban rifas y beneficios; y fue en su largiru-
cho patio perfumado por azahares y una centenaria flor de la plu-
ma, engalanado con multicolores luces y guirnaldas, donde se
hacían los bailes y veladas bufas, con el propósito de juntar fon-
dos para comprar el terreno de la escuela que hoy es una realidad.
Tan sólo 45 días la señorita Carrasco llevaba en el car-
go cuando en una fiesta en beneficio de su más preciado pro-
yecto, recaudó $ 4.344,90, ocho veces más de lo reunido
hasta la fecha con el mismo objetivo.
Con su puño y letra ella lo explica de esta manera:
141
142
143
Lo anterior ha quedado corroborado en la escritura públi-
ca extendida el 4 de marzo de 1947 ante el notario Álvaro Garín
Rojas de la ciudad de Rancagua, e inscrita en el Conservador de
Bienes Raíces de Rengo el 24 de marzo del mismo año. Com-
parecen Edictio Ramírez Álvarez como vendedor y la Comi-
sión nombrada por los padres y vecinos de Copequén para que
los representara en la eventualidad, compuesta por los señores
Heriberto Álvarez Carrasco, Juan Pino Pino y doña María
Carrasco Avendaño como compradores. La transacción efecti-
vamente asciende a $ 8.500 al contado "que el vendedor decla-
ra haber recibido en dinero efectivo a su entera satisfacción".
El terreno mide 35 varas de frente por 85 de fondo, am-
pliado en 6 varas más de frente, por el mismo fondo al poco
tiempo después, cuando el vecino Germán Córdova accede a
vender este retazo a la tenaz directora.
Algunos meses más tarde, el 30 de diciembre del mismo
año se procede a inscribir otra escritura pública en el Conser-
vador de Bienes Raíces de Rengo, extendida en Rancagua
ante el notario Álvaro Garín el 19 de noviembre de 1947,
144
en la cual consta que Heriberto Álvarez Carrasco, Juan
Pino Pino y doña María Carrasco Avendaño, directora de
la escuela Nº 43 de Copequén "hacen donación gratuita a fa-
vor del Fisco para quien acepta el Sr. Intendente de la Provincia
de O’Higgins, Osvaldo Pazols Alfaro, casado, domiciliado en
la Plaza de los Héroes de la ciudad de Rancagua, de un predio
ubicado en Copequén de este departamento, de un octavo de
cuadra, al fin de que se construya en él un edificio destinado a
la Escuela número cuarenta y tres de este departamento..."
Pasaron casi ocho años para tener noticias de este poco
frecuente hecho, que un pueblo done al Fisco un terreno. Du-
rante todo ese tiempo fueron infructuosas las gestiones de los
vecinos acompañados por el diputado Carlos Miranda, para
reactivar el proyecto que al parecer, estaba perdido en la mara-
ña impenetrable de la fría burocracia del monstruo estatal.
Los periódicos de la provincia El Rancagüino y Crítica
se encargan de publicar la alegría y el renacer de las esperan-
zas del pueblo de Copequén, cuando informan que con un gran
acto efectuado el domingo 21 de agosto 1955, se colocó la
primera piedra del edificio que albergaría la escuela pública.

El Rancagüino, 24 de agosto 1955


145
Crítica, 20 de agosto de 1955

Se destaca que el terreno fue donado al Fisco con el produc-


to del trabajo de toda la comunidad, la que concurrió en gran
número al evento. Asistió también el alcalde Luis Valenzuela
Lavín, el padre mercedario Juan Carrasco, hermano de la direc-
tora, que impartió las bendiciones y el diputado Miranda.

146
1959 fue un año de sucesos contradictorios. Alegría y
satisfacción por haberse terminado la construcción y tristeza
y desencanto por haberse acogido a jubilación la artífice de la
obra. Profundamente cristiana y poco aficionada a los hala-
gos, la Srta. Carrasco, es muy probable que ni siquiera haya
echado de menos una gran fiesta de inauguración. Su alegría
la llevaba oculta en su interior. Lo realmente valioso era el
bienestar que recibirían sus niños; ya no habrían más chiflones
de aire por falta de vidrios; por fin se terminaría el martirio de
las insalubres casitas; sería hasta gracioso ver a sus pequeños
aprender a caminar en el lustroso piso de salas y corredores. A
pesar de llevar esa felicidad oculta, algo había en su mirada y
en su rostro que la delataba, por que había Alguien Más, testigo
de su contentamiento y eso, ella lo sabía...

147
ROSA ESTER OLGUÍN SOTO
1960-1981

La Sra. Rosa Ester sucedió en el cargo a la Srta. Carrasco


el año 1960. La Sra. Ocha, como le gusta que la llamen, no
tiene ningún empacho en reconocer que habiendo nacido en
el vecino Coinco, y haber ejercido la docencia en su escuela
por 15 años, se siente profesional y afectivamente ligada a
Copequén. No le hacen mella las críticas de sus coterráneos
cuando le enrostran su proceder y le han dicho por qué no se
quedó a vivir aquí después de haberse acogido a retiro. Su
actitud y sus palabras tienen plena justificación en las fuertes
raíces que echó en los más de 20 años como directora, cuyos
comienzos fueron en la inhóspita y vieja casona que albergó a
la escuela Nº 43 y en los sólidos lazos con los padres y apode-
rados quienes en un principio dudaron que la persona que re-
emplazara a la idolatrada Srta. Carrasco pudiera acercársele
siquiera en capacidad, constancia, sacrificio y entrega.
Sin embargo, respaldada fuertemente por una comunidad
ansiosa de seguir trabajando hasta ver a sus hijos instalados en
el nuevo local, que con justificada razón sentían como propio, y
con la colaboración de un excepcional grupo de profesores, co-
148
menzó su labor con una audaz medida elogiada por todos, pero
que casi le cuesta el puesto que recién estaba asumiendo. La
Sra. Ocha que no se andaba con chicas, decidió que el 5 de
junio de 1960 sería el "Día D" para abrir el fuego del postrer
ataque a la pobreza y miseria que se enseñorearon por más de
medio siglo en la escuela del pueblo. La burocracia centralista
del estado había demorado la entrega del nuevo edificio más
allá de lo razonable y colmado la paciencia de los afectados. El
objetivo, tomarse el flamante local que por varios meses yacía
abandonado. Esta circunstancia fue fundamental porque ante
ese heterogéneo y decidido comando formado por alumnos,
padres y profesores, el objetivo sucumbió a la primera y decidi-
da embestida, desatando la jubilosa algarabía de las fuerzas ven-
cedoras, que no encontraron más resistencia que unas débiles
cerraduras y unas cuantas cadenas y candados oxidados.
Pocas horas tardaron en trasladar los escasos pertrechos.
Una treintena de bancos cuyos asientos abatibles se inclina-
ron miles de veces, cual respetuosa reverencia ante Sus Ma-
jestades los Niños de Copequén. Unos cuantos tableros de
rústica madera y otras tantas jabas vacías de Cachantún, que
servían de asientos completaban los pupitres para los alum-
nos. Tres desvencijados, blanquecinos y moribundos pizarro-
nes que se equilibraban a duras penas en sus envejecidas y
tantas veces reparadas patas, observaban estupefactos y ate-
rrados el febril movimiento, presagio de un final en la hogue-
ra, en la cenizas de la nada o, peor, en el desván del olvido sin
retorno. Un abollado balde que extraía el agua de la noria que
refrescaba las sedientas gargantas de los los sudorosos niños
y las sonrojadas mejillas y largas cabelleras y trenzas de las
niñas; dos descoloridos e hilachentos mapas; otro pizarrón con
pequeñas y multicolores bolitas movibles de madera, que al-
guna vez fueron un moderno elemento para adentrarse en los
misterios de los números y las matemáticas. Completaban el
mobiliario unos vacíos tarros mantequeros de lata cuadrados,
149
que servían de basureros y algunos raídos chongos de escobas
que los semaneros del aseo manejaban con sin igual pericia.
Con la toma del nuevo edificio doña Rosa se ganó de inme-
diato las simpatía general, no así la de Ramón Rebolledo, Di-
rector Departamental de Educación, quien montó en la yegua
cólera, cuyos corcoveos estuvieron a punto de sacarlo brusca-
mente de su propia y mullida montura funcionaria. Amenazó
a la intrépida directora con las penas del infierno, empezando
con un sumario administrativo que no prosperó, debido a los
poderosos santos en la corte democratacristiana que regenta-
ba el monarca de la época Eduardo Frei Montalba, en cuyos
registros comunales figuraba con letras de molde doña Rosa.
Superada la situación, el próximo paso fue dotar de mobi-
liario apropiado a las amplias y relucientes dependencias. Estas
consistían en 7 salas de clases, oficina para la dirección, secre-
taría, sala de profesores, servicios higiénicos para niñas, niños
y profesores; cocina, departamento para profesores solteros,
amplios corredores y una cancha de basquétbol. La directora
recurriendo, una vez más, a sus influyentes correligionarios, no
tardó en recibir todo lo solicitado y en tal cantidad que el exce-
dente los distribuyó entre las otras escuelas de la comuna.
Con casa nueva y bien equipada, la atención la vol-
có de lleno al aspecto pedagógico, ampliando su cam-
po de acción desde párvulos hasta adultos.
La reforma del año 1966 establece que la educación míni-
ma obligatoria que deben recibir sus educandos es hasta el oc-
tavo año, agregando dos más a los seis existentes hasta ese
momento. A contar de esa fecha para medir la habilidad verbal,
matemática y orientación vocacional de los alumnos de octavo
año, se rinde la Prueba Nacional, en la que al año siguiente,
1967, la alumna María Isabel Díaz Miranda de la escuela de
Copequén logra las más altas calificaciones obteniendo el pri-
mer lugar entre los estudiantes de todo el país. María Isabel es
hoy día enfermera universitaria.
150
1968. Profesoras: Victoria Carrasco, Eugenia Théoduloz, Rosa Olguín (Directora),
Yolanda Connell, Eliana Villanueva, Rosa Moreno y Lilian Valenzuela.

1967 fue pródigo en buenas noticias. Ese mismo año la pro-


fesora Eugenia Theoduloz, quien ostenta el récord de 40 años de
trabajo en la escuela, crea el primer Centro de Educación para
Adultos partiendo de la alfabetización. Se enseñaba también Corte
y Confección, Electricidad, Peluquería y Repostería.
Para culminar tan exitoso año el establecimiento obtiene
otro galardón que reconoce y premia el notable rendimiento
alcanzado en su gestión por alumnos y profesores, cuando es
elegida la Mejor Escuela Rural de Chile.
En 1971 se comienza a impartir los cursos a nivel parvu-
lario. Tres años más tarde se crea un Taller Artesanal a cargo
del hijo de la recordada directora Corina Castro, el profesor
Carlos Mardones Castro primero y de Jorge Hernández des-
pués. El propósito de este taller era mantener viva la legenda-
ria tradición de haber sido Copequén durante siglos, un pue-
blo de eximios artesanos de la greda, el mimbre y la totora.
La satisfacción personal y el deseo de servir eran los únicos
acicates que tenían presentes los maestros al momento de em-
151
prender algún nuevo proyecto en beneficio de bien común. Para ello
no escatiman tiempo ni medios para asistir a cursos de perfecciona-
miento, postular a becas para ampliar sus conocimientos y nuevas
técnicas de enseñanza que después volcarían en sus alumnos. Hasta
en la misma directora se refleja este constante afán de superación
profesional. Cumpliendo uno de los tantos requisitos exigidos para
acceder tanto ella como la escuela, a la categoría de Primera Clase,
asiste al curso que la normativa vigente le exige, alcanzando tan
conceptuoso nivel en 1973.
La constante superación de profesores y el alto nivel de cono-
cimiento de alumnos no tarda en manifestarse. Los egresados no
tenían mayores dificultades en ingresar a colegios secundarios en la
cercana Rancagua u en otras ciudades o ganar becas en los mismos
establecimientos.
Con tantos merecidos honores y distinciones alcanzados
es comprensible que estas noticias llegaran a oídos del más des-
tacado comunicador de la televisión chilena, Mario Kreuzberger,
"Don Francisco", quien se interesa en conocer el tan mentado
Copequén y su gente. No pasó mucho tiempo en que en un frío
y lloviznante día de invierno se dejó caer con todo su equipo
técnico y humano en la escuela.
Acontecimientos de esta naturaleza no son frecuentes por estos
lados y, pese al nerviosismo de profesores y alumnos, y el alboroto
generalizado del pueblo, el animador logró hacer su trabajo con la
activa participación de los artistas de esa tarde, los alumno de la
escuela de Copequén.
Terminado el acto, la admiración de la comunidad se exteriori-
zó con lo que ellos saben hacer, hartas sopaipillas, pan amasado,
unos cuantos arrollados de chancho y muchos mates con malicia.
Los episodios señalados hacen que la opinión pública de
pueblos vecinos como Olivar, El Rulo, Coinco, Chillehue y
Millahue fije su atención en la cada vez más prestigiosa fuente
de enseñanza de la comuna y, como consecuencia, muchos ni-
ños de estos lugares, muy pronto engrosan los registros de la
escuela que muy graciosamente, pero con mucha razón, apoda-
ban la "Universidad de Copequén".
152
ROBERTO CINTO CUADRA
1981-

Afortunado don Roberto. Por lo menos en el campo profe-


sional, porque aparte de la indiscutible capacidad como conduc-
tor de un grupo humano tan heterogéneo como lo es una comuni-
dad escolar rural, el destino le tenía reservado un lugar para des-
empeñar sus funciones en las postrimerías del siglo XX, período
en que se han producido más descubrimientos científicos y tec-
nológicos que en el resto de la humanidad. Hallazgos de alcances
insospechados y de los cuales la educación ha sido una de las
más beneficiadas; circunstancia que don Roberto y su equipo
docente, atento a estos aconteceres no han dejado escapar.
Egresado en 1967 de la Escuela Normal José Abelardo
Núñez con el título de profesor normalista. En 1969 llega a la
Escuela Nº 43 de Copequén a cumplir un reemplazo. Como
tantos otros, el poderoso imán del cariño de la gente y sus niños
lo han mantenido gratamente atrapado junto a ellos y, en 1981
asume el cargo de director, a pocos meses de haberse producido
la enésima reforma educacional, que entre otras cosas, le cam-
bió la denominación a la escuela, pasando ahora a ser la F-245.
Empecinado como sus dos anteriores colegas, ha sido un
digno sucesor. Si a la señorita Carrasco le tocó la parte más difí-
cil, como fue la compra del terreno para la escuela y la engorrosa
153
tramitación para que fuera construida; y a la señora Rosa Olguín
su alhajamiento y despegue de la enseñanza; a don Roberto le ha
correspondido consolidar y acrecentar el bien ganado prestigio
de una de las escuelas rurales mejor evaluadas y, de paso, moder-
nizar su infraestructura y equipamiento, ampliar su dotación pro-
fesional y optimizar la enseñanza.
Es larga la lista de logros conseguidos en estos últimos
veinte años. La aprobación de un proyecto de ampliación del
edificio permitió construir cuatro salas de clases, dos bodegas,
un comedor para cien niños, mejoramientos de baños, etc. Más
recientemente se compró a la sucesión Cartagena Lobos, un
terreno contiguo en el que se ha construido un gimnasio.
Dentro de la última reforma educacional, que considera la jor-
nada completa, cuenta con Brigada de Tránsito, Cruz Roja, Medio
Ambiente, Banda de Música desde el año 2000. Talleres de Arte,
Teatro, Atletismo, Básquetbol, Folclore, Computación, Crochet,
Repostería, Soldadura, Gimnasia Aeróbica y Pintura en Género.
En el aspecto pedagógico propiamente tal, la enseñanza
de la computación se imparte desde pre-kinder hasta octavo
año. Mediante la Red de Enlace del Ministerio de Educación
la escuela está conectada a una red informática nacional que
permite el acceso a páginas web y portales del propio ministe-
rio, establecimientos educacionales de todo el país y otras ins-
tituciones nacionales e internacionales vía internet.
2002. Alumnos en clase de computación.

154
Cuenta además con aulas tecnológicas para ramos técni-
co-manuales y científicos, provista de modernos instrumen-
tos y equipos como proyectoras, televisores, videos, micros-
copios, tubos de ensayo, probetas, soldadora, torno, juegos
didácticos, equipos de música, etc.
La especialización de sus maestros alcanza hasta la edu-
cación diferencial para atender niños con problemas de apren-
dizaje, deficiencia mental, falencias físico motores, Síndrome
de Down y discapacidades físicas. En el nivel comunal forma
parte de un Proyecto de Integración formado por un grupo de
profesionales como fonoaudiógolos, psicólogos, kinesiólogos
que atienden niños con deficiencias en estas áreas, y que cons-
tituyen la Unidad de Apoyo Psicopedagógico.
A punto de cumplir un siglo de haberse implantado la
educación, hay situaciones que han cambiado radicalmente o,
simplemente han desaparecido. La matrícula de aquel lejano
primer año de principios de siglo pasado se ha incrementado
en más de trescientos por ciento, llegando a más de cuatro-
cientos alumnos; el personal docente con la solitaria presen-
cia de la preceptora Hortencia Muñoz, ahora lo componen die-
ciocho profesores; las escasas y remendadas vestimentas de
aquellos alumnos han dado paso a vistosos uniformes; los
escarchados y tumefactos pies de antaño, ahora están protegi-
dos por abrigadores zapatos o relucientes botas impermeables.
2002. Director: Sr. Roberto Cinto y Profesores.

155
Tampoco es necesa-
rio que Carabineros vaya
en busca de los más rebel-
des para asistir a clases;
hoy concurren voluntaria-
mente porque el ambien-
te es grato, el aprendizaje
asequible y la relación
profesor-alumno es fran-
ca y amistosa; por lo de-
2002. Desfile de Fiestas Patrias.
más la varilla y el
mechoneo son sólo ingratos recuerdos del pasado. Los padres
ya no retiran a sus hijos aduciendo pobreza; por el contrario,
ahora la máxima aspiración es que, en lo posible, sean profesio-
nales; prueba de ello es que el noventa por ciento ingresa a la
enseñanza media y los más capacitados a la universidad. Bene-
ficiario de esta superación ha sido el país. En sus industrias,
hospitales, colegios, grandes compañías, y también en peque-
ños y perdidos poblados como alguna vez fue Copequén hay
ingenieros, profesores, abogados, químicos, matronas y técni-
cos copequeninos; los mismos que en sus frecuentes viajes al
terruño natal, visitan su escuela para recordar los inolvidables
años vividos en sus aulas y patios.
Razones hay, y más que suficientes para afirmar que don
Roberto y sus colegas son personas muy afortunadas y que
por añadidura puedan expresarlo cuando el 26 de marzo del
año 2003 celebren el primer centenario de la escuela. Aniver-
sario que nunca antes se celebró por desconocimiento de la
fecha de su fundación.

1. Amanda Labarca, Historia de la Enseñanza en Chile, edit. 1939, Universidad de


Chile, págs. 7 y 8.
2. Aunque el Decreto de Creación Nº 248 es del 28 de abril de 1848, la escuela empezó
a funcionar casi dos años después, el 18 de febrero de 1850.
3. María Carrasco Avendaño, Libro de Vida Escolar 1947, pág. 121

156
CAPÍTULO VIII

RELIGIÓN

n el mundo prehispánico, la religiosidad, si pudiera


llamarse tal, era absoutamente secundaria. En el caso de Chile,
las creencias en lo divino, misterioso o inexplicable estaba
representada en El Pillán: ser invisible que tenía poder sobre
los hombres y la naturaleza. No había templos, ídolos ni sa-
cerdotes. Los indígenas no tenían hábitos de culto u oración
y, sólo se acordaban de él en momentos de aflicción cuando
los fenómenos naturales los trataban con demasiado rigor.
Establecida la conquista, la evangelización de los territorios
ocupados vino por añadidura y Copequén no estuvo al mar-
gen; por el contrario, desde sus comienzos siempre fue un
pueblo profundamente religioso donde la Iglesia Católica ha
estado presente por más de cuatrocientos años.
Como se ha podido apreciar en los primeros capítulos,
la importancia que tenía el lugar al llegar los españoles pron-
to fue advertida por los primeros religiosos, y la cercanía
con la capital y alta concentración humana para la época,
hicieron que este asentamiento fuera uno de los pocos elegi-
dos en el territorio nacional para introducir los principios
cristianos por medio de las llamadas Doctrinas. Más adelan-
te la designación de curas estables como Francisco de
Ochandiano y Pedro Gómez de Astudillo en el siglo XVI así
lo atestiguan.
157
No fue fácil la tarea que se impusieron estos verdaderos
apóstoles, porque antes que ellos, la despiadada y devastadora
acción de los soldados había sembrado el terror y la descon-
fianza de los naturales, ante la presencia de cualquier extraño.
La apacible y relajada vida anterior se vio abruptamente vio-
lentada por estas hordas de extranjeros que victoriosos des-
pués de cada batalla, se apropiaban no sólo de las tierras, ga-
nados y cultivos, sino que también de las mujeres y los hijos.
Por eso es comprensible el recelo en estos nuevos personajes,
(sacerdotes), de similares trazas y misma lengua que los anteriores,
pero que a cambio de filosas espadas y tronantes arcabuces sólo
blandían las más poderosas armas que conoce el mundo cristiano,
el signo de la Cruz, la fuerza de la Palabra y el poder de la Fe.
Así llegamos al siglo XVII, donde encontramos al último
sacerdote que desempeñó su ministerio en Copequén, Luis de
Molina Parraguez entre 1621 y 1624. Posteriormente las auto-
ridades eclesiásticas decidieron no enviar más sacerdotes, en
razón de la escasez de feligreses. Así comienza un período de
más o menos tres siglos de oscurantismo religioso, en que las
necesidades del espíritu y la propagación de la fe cristiana se
satisfacían con las esporádicas visitas de los curas misioneros.

CAPILLA NUESTRA SEÑORA


DEL ROSARIO

Al muy castizo andaluz Luis de Cartagena, Copequén le debe


un merecido reconocimiento. Gracias a su decisión de venir a con-
quistar fama y riqueza a América, uno de sus descendientes echó
raíces aquí y tuvo un rol protagónico en el devenir del pueblo.
Don Luis fue el primer español que ostentó tal apellido en
el país. Nació en Granada en 1513. Buscador de fortuna como
muchos en su tiempo, a los veinticuatro años se encontraba en
Perú en busca de ella. Cuando Pedro de Valdivia decidió con-
quistar Chile, el mentado granadino lo acompañó sirviéndole como
158
secretario y escribano. Aventurero de profesión y enamorado por
afición, en 1550 ya estaba casado con la mestiza Isabel de Zurbano,
de cuya unión nacieron Andrés y Ana, quienes a su vez tuvieron
numerosa descendencia esparcida entre La Serena por el norte,
San Antonio y Cartagena por la costa y Cañete por el sur .1
A principios del siglo XX, uno de ellos, José de la Cruz
Cartagena vivía en Copequén y a instancias de su hija Rosario y en
retribución a la amistosa y cálida relación con la gente del lugar, y
a una vida exitosa en los negocios, decidió regalar un terreno para
construir una capilla que sirviera de culto a la doctrina Católica.
Hasta ese momento los feligreses participaban de las prácti-
cas religiosas a través de las llamadas misiones. Estas consistían en
delegaciones de dos o más sacerdotes enviados a aquellos lugares
más apartados y sin culto. Eran acogidos en hogares de familias
con mayores recursos y comodidades, donde permanecían por al-
gunas semanas. Desde
aquí impartían sus ense-
ñanzas a través de misas,
procesiones, novenas, vi-
sitas a enfermos, sacra-
mentos, etc. Los más asi-
duos misioneros en
Copequén, provenían del
convento franciscano San
Antonio de Malloa.2
Posteriormente, entrado ya el siglo XIX, los feligreses
asistían a los oficios religiosos en la parroquia del vecino pue-
blo de El Olivar, fundada en 1824 y más tarde a la de Coinco
al ser creada como Vice Parroquia de El Olivar en 1863 y,
erigida parroquia en 1871.3
Las dificultades de traslado tanto para los curas misione-
ros como para los feligreses no serían superados hasta varias
décadas más tarde, cuando a comienzos de 1908 el cura y vi-
cario de Coinco, Fidel Rojas, envía una carta a las autoridades
eclesiásticas de Santiago, solicitándoles autorización para acep-
159
tar la donación que el señor Cartagena le hacía. Solicitud que
fue aprobada por el Vicario General Manuel Antonio Román,
en un escueto comunicado: "Como se pide. Tómese razón" ,
como lo veremos enseguida:
"Ilustmo. y Reverendísimo señor Arzobispo: Fidel Rojas,
cura y vicario de la parroquia de Coinco, a Vuestra Señoría
Ilustrísima y Reverendísima digo: que don José de la Cruz
Cartagena, propietario, en el lugar de Copequén de esta parro-
quia, dona a esta parroquia un retazo de terreno para que en él
se levante una capilla. Dicho terreno mide cuarenta varas de
largo por veinte varas de ancho y deslinda al Norte, con el ca-
mino público, al Sur, con don Francisco Ramírez; al Oriente
con don Marco A. Cánepa; y al Poniente con el camino público.
Dicho terreno lo avalúa el donante en la suma de trescientos
pesos. El señor Cartagena hace la donación sin ningún grava-
men para la parroquia ni obligación alguna para los curas. En
esta virtud, a Vuestra Señoría Ilustrísima y Reverendísima pido
que, si lo tiene a bien, se sirva autorizarme para aceptar esta
donación, por escritura pública. Fidel Rojas, cura y vicario.
Santiago, 25 de Enero de 1908. Como se pide. Tómese
razón. Román Vicario General. Morán C., secretario".4
Las obras levantadas con el trabajo y los aportes de la
comunidad son, por lo general, lentas de realizar; más aún
cuando el grupo humano que la sustenta no pasa más allá de
unas pocas decenas de personas, como sucedía en este caso.
Testimonios orales y otros escritos encontrados en los Li-
bros de Fábrica, curioso nombre dado a aquellos volúmenes en
que se registraban las partidas de ingresos y egresos de dinero de
la iglesia, pertenecientes a la parroquia de Coinco, permiten de-
ducir que la construcción de la capilla demoró alrededor de 15
años ya que el entusiasmo y trabajo desplegados por la colectivi-
dad no eran suficientes para terminarla con la prontitud deseada.
Quince años de arduo trabajo, que si se le compara con gran-
des obras de la misma naturaleza levantadas en otros lugares del
160
mundo, son relativamente un corto tiempo. Guardando las debi-
das proporciones daremos dos ejemplos: la Catedral de la Sagra-
da Familia en la ciudad de Barcelona, España, inició su construc-
ción también por erogación popular el año 1882 y concluido el
siglo veinte, aún no se ha terminado; es decir, casi ciento veinte
años. Sumémosle además la profunda religiosidad del pueblo
español y que Barcelona tiene una población de más de dos mi-
llones de habitantes, con toda la capacidad económica que ello
significa. Un último ejemplo más cercano, en Chile, es el Templo
Votivo de Maipú cuya erección demoró más de 50 años.
Al poco tiempo de ser aceptada la donación del terreno,
hecha por la familia Cartagena, la comunidad se organizó para
trabajar en lo que hasta ese momento era sólo un proyecto y
nadie quedó indiferente ante tamaño desafío. Los más adine-
rados hicieron donaciones de materiales como Miguel
Carrasco, abuelo materno de los hermanos Oyarzún Carrasco,
que regaló varios cientos de adobes; Raimundo Pino, 800 ta-
blas; otros pusieron carretas con las yuntas de bueyes que fue-
ran necesarias para transportar piedras del cerro Las Petacas
para los cimientos, u otros materiales. Los menos pudientes
tampoco se quedaron atrás, y la falta de medios económicos
la suplían con largas y extenuantes jornadas de trabajo, ya
abriendo los enormes y profundos heridos a golpe de chuzo y
pala, donde se asentarían las robustas murallas; ya cargando y
descargando piedras para el mismo fin, o subiendo pesados
adobes en rústicas escaleras, haciendo crecer lentamente las
murallas, que en 1911 ya alcanzaban los dos metros.
Quienes encabezaban la ejecución de las obras eran los
hermanos Abelardo y Juan Bautista Álvarez y entre los cola-
boradores y cooperadores se encontraban Francisco Ramírez,
Luis Ramírez, Santiago Guzmán, Agustín Miranda, Erasmo
González, Raimundo Pino, Estanislao Medina, Manuel Ro-
jas, Bautista Garay, Higinio Álvarez, Daniel Bazaes, Abel
Marchant, Antonio Córdova, Juan de Dios Lobos, Jerónimo
161
Guallilen, Evaristo Román, Cirilo Guzmán, Alejo Reyes, José
Díaz, José David Gálvez, Francisco Carrasco, Alejo Pardo,
Filidor Muñoz y Miguel Carrasco.
Muchos eran los medios y el ingenio desplegados por
este grupo humano para reunir fondos; las rifas y erogaciones
voluntarias eran las más recurrentes. También, cada cierto tiem-
po se hacían procesiones llevando en andas la imagen que
llamaban La Virgencita Circulante hasta Olivar Bajo. Llega-
ban hasta la plaza, de ahí a los Corrales de Piedra y regresa-
ban a Copequén. En el trayecto recibían en una alcancía las
limosnas de los feligreses del vecino pueblo. Las habituales
colectas de las misas también arrojaban buenos aportes.

162
Los dineros recaudados en las misas en el año 1923 indi-
can que la construcción del cuerpo principal de la Capilla es-
taba próximo a su fin, porque las anotaciones en el Libro de
Fábrica de ese año están bajo la descripción de "Limosna para
terminar la iglesia".
Diciembre 1923
8 Al maestro carpintero $ 60.00
8 Para comprar dos libras de clavos 1.80
14 Para una docena de bisagras 7.00
15 Al maestro albañil 70.00
16 Limosna para terminar la Iglesia 14.50
29 Limosna para terminar la Iglesia 22.60
30 Telegrama para pedir vidrios 1.15
31 Pagados a Luis Ramírez por 4 umbrales,
viguetas y tapa de madera 25.00
En 1924 se hicieron importantes trabajos de terminacio-
nes. El 3 de febrero "se le pagó al maestro Lobos el resto del
trabajo ejecutado en la Capilla, reboque, enlucido, abertura de
ventanas y blanqueo, todo lo cual da un total de $ 430.00. Se le
descontó lo que se le había adelantado y el 10 de septiembre al
maestro Lobos por pintar y enlucir la capilla $ 370.00".
Otro tipo de gastos son aquellos que ocasionan la cele-
bración de oficios religiosos, para los cuales se deben adquirir
ciertos elementos. Un cajón de velas costaba $ 17.00; tres ki-
los de carburo para las lámparas $ 3.00; un litro de vino de
misa $ 1.40. Por otro lado, por un matrimonio de segunda
clase se pagaba $ 3.00, y por uno de tercera clase $ 1.00.
El año 1929 encuentra a la capilla en plena madurez y los
gastos efectuados bien merecen caratularse como inversiones.
Las preocupaciones de sus administradores se centraban en su
equipamiento y alhajamiento. La señorita Carmen Rita Miran-
da, capillera por muchos años, recibió para su custodia seis can-
delabros y un crucifijo de bronce; útiles de ornamento, mante-
163
les, cortinas del sagrario, albas, roquetes, encaje del altar ma-
yor; todo esto último comprado a las monjas francesas de San-
tiago, eximias bordadoras que proveían a los templos del país.
Hemos dejado para el final la más importante adquisición
hecha el mismo año veintinueve. Una verdadera joya musical
para la época; un armonio fabricado por la casa de Rodolphe Fils
& Debain, en su industria ins-
talada en París, Francia, en el
Nº 15 de la Rue Chaligny, ins-
trumento que por muchos años
deleitó con sus melodiosos
acordes a la feligresía.
De tan buena calidad
eran los productos que salían
de sus talleres que obtuvieron
el primer premio, medalla de
oro, en las exposiciones de
1889 y 1900. Su precio $ 1.270.
El templo construido está ubicado en el centro del pueblo,
desde donde nacen los caminos hacia los cuatro puntos cardi-
nales que llevan a los sectores de La Vega, La Isla, La Puntilla y
La Angosturilla. Escasos metros lo separan de la escuela públi-
ca; de la casa que albergó la última oficina de correos que hubo;
del campo deportivo y, contiguo a la plaza.
Su forma es rectangular y a ambos lados de su cabecera
sur, dos habitaciones que en su conjunto semejan una letra T.
Una de ellas es la sacristía que cobija los ornamentos sacerdotales
y la otra sirve como pequeña bodega. La superficie construida
es de más o menos trescientos metros cuadrados y, con los co-
rredores exteriores que lo circundan alcanza a cuatrocientos cin-
cuenta metros aproximadamente. Su capacidad estimada es de
250 a 300 personas. La madera de álamo se observa en abun-
dancia en su estructura y equipamiento interior; también en el
piso, cielo, coro, altar, confesionario, escala y bancas; y made-
164
ras nobles en las puertas y ventanas. Por muchos años lució un
muy bien trabajado balaustro de madera de raulí, donde los fie-
les hincados se apoyaban para recibir la comunión. Sus mura-
llas de adobes de barro y paja, ladrillos en los corredores, tejas
de arcilla y basas de piedra para sostener los pilares exteriores
completan un sobrio y bien estructurado edificio que con las
edificaciones cercanas conforman un conjunto arquitectónico
armónico del más clásico estilo rural de la zona central.
A lo largo de su existencia ha requerido de varias repara-
ciones y también obras mayores, destacándose a mediados del
siglo pasado la construcción de un salón y habitaciones para
religiosos visitantes; obra que fue bautizada como La Casa de
los Misioneros y en la que trabajaron vecinos y el Hermano
Cristóbal, Humberto Álvarez.
Completan el recinto dos elementos ubicados en el frontis.
Uno es una gruta al costado izquierdo de la entrada, que cobija la
imagen de la Virgen de Lourdes. Construida en 1948 luce nume-
rosas placas colocadas por los fieles en agradecimiento por favo-
res recibidos. El otro es su singular campanario compuesto por
dos robustos brazos de un aromo que sostienen en lo alto una
campana. Podría decirse que es uno de los pocos campanarios
vivientes en el país y que con el transcurso de los años se acerca
cada vez más al cielo, pretendiendo quizás que algún día sea San
Pedro quien haga volar por los aires sus celestiales tañidos, lla-
mando a los más rebeldes a acercarse a la casa de Dios.

165
EL CURA DE MI PUEBLO
RIGOBERTO DE JESÚS PIÑA DEL PINO

Casi dos mil años tardó el cristianismo en encontrar un


defensor que enmendara las afrentas del hereje y déspota em-
perador romano Cayo Julio César Germánico (37-41 D.C.),
más conocido como Calígula quien no sólo mandó levantar
estatuas con su figura en todos los templos del imperio, in-
cluido el Templo de Jerusalén, sino que se autoerigió Dios y
exigió le rindieran culto y veneración como tal. Veinte siglos
después un desconocido cura rural, guía espiritual de un pe-
queño poblado en un remoto país llamado Chile no había ol-
vidado este hecho. Para reparar esta ignominia y poner en su
lugar al tal Calígula, le puso su nombre a su noble y fiel bruto,
un caballo alazán que lo transportaba en sus quehaceres, por-
que para él, no otra cosa sino un bruto fue aquel que con
demencial arrogancia se hacía llamar Dios.
Lo anterior es una muestra de la singular personalidad
del sacerdote Rigoberto Piña asignado a la Parroquia de
Coinco, cuya jurisdicción abarca desde Copequén por el Este
166
hasta Millahue por el Oeste. Designación hecha por el
Obispo de Rancagua, Rafael Lira Infante el 6 de mayo de
1931. Nacido en el seno de una familia católica, el 15 de
agosto de 1902 en Verdún, predio agrícola de sus padres,
cercano a Ciruelos y Cahuil, actual provincia Cardenal
Caro. Recibió el óleo y crisma en el sagrado sacramento
del bautismo el 30 de noviembre del mismo año de manos
del seglar aprobado Crispín Cornejo, en la Parroquia San
Andrés de Cahuil. Fueron sus padrinos sus abuelos ma-
ternos Casimiro del Pino y Juana Josefa del Pino; antece-
dentes que constan en el Libro de Bautismos Nº 12, fojas
214 de la Parroquia mencionada.
Desde niño mostró sus inclinaciones religiosas, partici-
pando con verdadero entusiasmo en todos los actos de esta
naturaleza que se celebraban en su tierra natal; vocación que
se vio fortalecida cuando su hermano Alfonso ingresó a estu-
diar el sacerdocio en 1916. Pocos años después siguió sus pa-
sos cuando sus padres Sabino y Rogelia lo matricularon en el
Seminario de Santiago.
El 1 de septiembre de 1926 el presbítero Jaime
Planells, cura párroco de la parroquia San Andrés de
Cahuil, cumpliendo férreas disposiciones de carácter éti-
co y a requerimiento expreso del Arzobispado de Santia-
go, comunica al Vicario General de Santiago, Daniel
Fuenzalida, "que durante tres domingos en la misa de
mayor concurrencia fueron leídas las proclamas del alum-
no del Seminario de Santiago Don Rigoberto Piña del Pino
sin que se presentara contra dicho Sr. Piña ningún cargo
que le impida aspirar al estado sacerdotal". Superada esta
barrera sigue sus estudios en el grado de subdiácono y
finaliza su carrera, recibiendo el sagrado orden del
presbiterado el 1 de mayo de 1928 de manos del Ilustrísi-
mo Señor Doctor Rafael Lira Infante Obispo Diocesano
en la iglesia Catedral de Rancagua.
167
168
Entre sus condiscípulos que egresaron con él, se encontraban
algunos sacerdotes que años más tarde serían grandes dignatarios
de la Iglesia, como Alejandro Menchaca Lira, Obispo de Temuco;
Hernán Frías Hurtado, Obispo de Antofagasta y Javier Bascuñán
Valdés, Administrador de Bienes del Arzobispado.
Su primera misa la celebró en Cahuil el 3 de mayo de
1928, tan sólo dos días después de haberse ordenado. Aquí
permaneció algunos meses; posteriormente estuvo tres años
en San Vicente de Tagua Tagua y de ahí trasladado a Coinco,
donde según palabras de su superior no estaría por más de
seis meses, plazo que se prolongó por 66 años.
Su primer medio de transporte y motivo de gran asom-
bro y sabrosos comentarios era una curiosa bicicleta, que le
regaló su padre y, cuya tracción la coformaban un cardán con
robustos piñones, en lugar de la conocida cadena.
No tardó mucho tiempo en que este nuevo personaje ejercie-
ra gran influencia en la relajada vida pueblerina de estas aldeas y
no es de extrañarse que la clase dominante compuesta por hacen-
dados, ganaderos y comerciantes trataran de conquistar su amis-
tad, pero pronto dejó en claro que esos "tiuques" no eran santos de
su devoción. Siempre asistió con sus atinados consejos a los más
desposeídos, convirtiéndose, además de consejero espiritual, en
consejero social, comercial y legal, hechos que tendrían muy orgu-
llosa a su madre, porque ella siempre pensó que sería abogado.
Respetado y admirado por su gestión sacerdotal cumplía
gustoso los preceptos cristianos, visitando a enfermos, no im-
portando la distancia, las inclemencias del tiempo, ni lo avan-
zado de la hora, pero respetando el derecho canónigo no asis-
tiendo a suicidas ni "amancebados" (convivientes).
Hospitalario con cuanto visitante llegara a la casa
parroquial; los invitaba a compartir los sencillos platos de su
mesa preparados por su fiel asesora María del Rosario Carrasco
–Raquelita– quien lo acompañó hasta el fin de sus días. Gran
consumidor de agua mineral, agüitas de hierba y el infaltable
169
mate, en lugar de té o café. Sólo compraba vino para sus invi-
tados curitas, cuando llegaban por algunos días, como misio-
neros; porque el vino de misa que producía personalmente
ayudado por Raquel era sólo para ese efecto.
El desconocimiento que algunas personas tenían de él, les ha-
cía pensar equivocadamente que era poco sociable y hasta hosco. La
verdad era otra, porque las respuestas con monosílabos o gestos cuan-
do alguien trataba de entablar un diálogo, era porque iba conversan-
do con Dios y las enseñanzas de esos diálogos las compartía con los
fieles el domingo siguiente en la misa dominical.
Conservador a ultranza en el uso de su vestimenta sa-
cerdotal, jamás abandonó su sempiterna sotana negra que
casi rozaba el suelo ni su agraciado birrete que cubría su
incipiente calva.
Su buen humor y la agudeza de su juicio quedaban de
manifiesto cuando estaba con personas de su confianza o en-
tre sus iguales. En cierta oportunidad se encontró con dos jó-
venes sacerdotes vestidos a la usanza moderna como cual-
quier ciudadano, quienes lo saludaron afectuosamente, recor-
dándole la última vez en que habían estado juntos, a lo que él
socarronamente les contestó: "yo pensaba que Uds. eran fun-
cionarios fiscales, bancarios o profesores". En otra reunión
informal varios sacerdotes comentaban maliciosamente que
el Presidente de la República Jorge Alesandri Rodríguez, nunca
se hubiera casado a pesar de haber pasado hace rato la
cincuentena de años, lo que despertaba más de alguna suspi-
cacia. Todos quedaron con un palmo de narices con su con-
tundente opinión: "todos ustedes nunca se han casado; me
imagino que ninguno será maricón". Sus chanzas llegaron a
tal extremo, que en la década del 40 cuando parodiando al
emperador romano citado anteriormente, que nombró miem-
bro del Colegio Sacerdotal a su caballo, postuló a su servicial
Calígula al cargo de Regidor (actual Concejal), en vista de
que, según él, ninguno de los candidatos reunían los requisi-
170
tos, ni la capacidad para desempeñar ese cargo. Para tal efecto
mandó imprimir las cédulas a la Imprenta Estrada de Rengo.
No está claro cuántos votos sacó Calígula, pero el inédito epi-
sodio fue destacado hasta por los principales diarios del país.
Nunca demostró interés en viajar al extranjero ni aún a la
Santa Sede en Roma. La última vez fue cuando el obispo Ale-
jandro Durán lo invitó reiteradamente. Su negativa la respal-
daba ladinamente diciendo que se había dado cuenta que iría
de maletero.
Todos los domin-
gos hacía dos misas en
Coinco. Además el pri-
mer domingo de cada
mes en El Rulo, el se-
gundo en Copequén, el
tercero en Millahue y
el cuarto en Chillehue.
Poco amigo de las mo-
das femeninas, no ad-
mitía en el templo jó-
venes con faldas muy
cortas ni pantalones Don Rigoberto oficiando misa en capilla de Copequén.
demasiados ajustados. Izquierda inferior balaustros de madera.
Tampoco le gustaba el uso de la guitarra como acompaña-
miento de los cánticos dentro de la iglesia; sólo en las postri-
merías del siglo lo aceptó a regañadientes. Según él este ins-
trumento era muy representativo de la vida licenciosa en las
casas de tamboreo y huifa, y que además, la usaban los "her-
manos descarriados" (evangélicos).
En uno de los tantos terremotos ocurridos en el país, el
de 1985, la Parroquia El Carmen de Rancagua y sus fieles
apadrinaron la comuna de Coinco y la entrega de la ayuda
recolectada se la encargó a Mauro Carvacho, quien fuera su
acólito cuando niño y colaborador privado ya mayor, relación
171
amistosa que perduró por más de 30 años. Le recomendó que
no discriminara entre los damnificados "reparte por parejo;
no mires si son politiqueros, canutos (evangélicos), tiuques
(gente de malas costumbres), amancebados o de clase media,
porque a éstos no los ayuda nadie".
La casa parroquial y especialmente el templo quedaron en
muy malas condiciones y fueron varias las entidades, como el
Ministerio de la Vivienda, la Municipalidad y el Obispado que
le aconsejaron su demolición y posterior construcción, medida
a la que se opuso de plano. Sin aportes ajenos, sólo con medios
propios logró repararlos, dirigiendo personalmente las obras.
Superado los efectos de los sismos, decía que también era bue-
no que temblara, por que sólo en esas circunstancias algunos
malulos se acordaban que existía Dios, poniéndose a rezar.
Gran lector de textos en latín y griegos, sólo encontraba
interlocutores en estas lenguas en las reuniones y retiros con
sus hermanos frailes, como él los llamaba.
Siempre atento y preocupado del quehacer nacional, es-
pecialmente políticos, era asiduo lector de los artículos de la
periodista María Eugenia Oyarzún en el diario La Tercera y
de programas radiales como La Tribuna Política de Luis
Hernández Parker y posteriormente La Crónica Política de
Germán Gamonal. Gran satisfacción le produjo el hecho de
que este último, a instancias de su ayudante Mauro Carvacho,
lo visitara en la Clínica de la Universidad Católica de Santia-
go cuando se operó de cáncer al estómago el año 1992.
Cuando al cumplir 75 años de edad el obispo le recordó
que el momento de su retiro había llegado, con todo desparpa-
jo le comentó: "si yo renuncié a los 6 meses, hace como 50
años. Por ahí debe andar la renuncia; búsquela". Superado ese
arrebato de juventud, si es que no fue una de sus clásicas bro-
mas, más de alguna vez había comentado que la única manera
de abandonar su querida parroquia, sería cuando muriera, cir-
cunstancia que tampoco le preocupaba. A lo que sí le tenía
172
miedo era al juicio final, "porque ahí no hay pituto que valga;
no se puede echar mano a ningún resquicio legal, ni hay abo-
gado ni tinterillo que lo defienda. Yo le he dicho a Él que me
lleve cuando quiera, pero que no tengo ningún apuro".
Sus deseos fueron escuchados y los 75 años los excedió con
largueza, pues al morir estaba por cumplir 95, lo que permite
aseverar que por lo menos en esta vida sí estaba muy bien apitutado
y por el más grande Padrino que todo ser humano quisiera tener.
Y el juicio final que con toda seguridad se llevó a efecto
el mismo 6 de mayo de 1997, día de su fallecimiento debe
haberlo sorteado con éxito porque palabras, argumentos y uno
que otro resquicio legal no le deben haber faltado y grande
debe haber sido el regocijo del Supremo Juez, al constatar el
apoyo multitudinario y las demostraciones de cariño que reci-
bió, desde "amancebados" hasta "tiuques".
Cura de mi pueblo, genio y figura, descansa en paz.

OTRAS RELIGIONES
ALIANZA CRISTIANA Y MISIONERA
IGLESIA DE DIOS, VOZ EN EL DESIERTO

Elías Moya López y Manuel Ramírez Ramírez de 65 y


74 años de edad respectivamente son dos destacados vecinos
del pueblo que se establecieron en él en la década del sesenta.
Su connotación no ha sido en el ámbito político, educacional,
económico ni profesional; más aún, curiosamente ha existido
un paralelismo en sus vidas que se enmarca dentro de ciertos
rasgos de similitud que hacen pensar con toda propiedad que
el adagio "Dios los cría y el diablo los junta", se quiebra vio-
lenta y contrariamente a su significado, porque en este caso,
Dios los crió y el mismo Dios los juntó en Copequén.
Don Elías y don Manuel no nacieron en el pueblo; el
primero es oriundo de Pelequén y el segundo de Rancagua.
173
Ambos provienen de familias modestas, lo que les impi-
dió acceder a niveles de educación superiores.
Felizmente casados, sus respectivas cónyuges han sido
el apoyo fundamental en sus laboriosas vidas; recios troncos
que han cobijado bajo su protector alero a numerosa prole.
Víctimas del infortunio en alguna etapa de sus vidas. Don
Manuel en 1997 cuando sufrió un accidente carretero que lo
tuvo al borde de la muerte y que gracias a su fortaleza física y
espiritual pudo sobreponerse; y don Elías, cuando siendo un
adolescente, una desconocida y obstinada enfermedad lo tuvo
a mal traer por más de 13 años, y también salió airoso por
haberse encontrado con Dios.
Su relevancia, aún en perjuicio del bienestar material de
los suyos, cosa que al parecer no ha sido prioritario en sus
vidas, ha estado centrada en el campo espiritual.
Don Elías es el re-
presentante de la iglesia
Alianza Cristiana y Mi-
sionera. Afincada en
Copequén el año 1968,
vino a satisfacer las in-
quietudes espirituales
de quienes no se sentían
interpretados por la doc-
trina de la Iglesia Cató-
lica. Con templo propio
Templo Alianza Cristiana y Misionera
que empezaron a cons-
truir en 1985, La Alianza, como sus fieles la llaman, está esta-
blecida en Chile desde hace más de un siglo, con más de cien-
to treinta templos esparcidos en el territorio nacional.
Por su parte, la presencia de la Iglesia de Dios Voz en el
Desierto, se remonta a 1962 cuando Manuel Ramírez, su ac-
tual Pastor, llegó a Copequén y empezó a predicar el Evange-
lio de Jesucristo por los caminos y en reuniones familiares. En
174
1978 compran un pe-
queño terreno y con el
esfuerzo de sus miem-
bros construyen un sen-
cillo templo, carente de
toda imagen y adornos,
que es la casa de ora-
ción donde adoran a
Dios en espíritu.
Los principios
doctrinarios de ambas Templo Iglesia de Dios, Voz en el Desierto
iglesias son similares. Se reconocen como protestantes y no
aceptan ser catalogados como una religión, recalcando que su
doctrina no es una religión, sino una forma de vida. Refuer-
zan su punto de vista explicando que Jesús sostuvo que la
religión no puede salvar al hombre, que no es por esfuerzo
humano que éste se salvará, sino que su salvación está en el
Evangelio. Más aún que el Evangelio es el esfuerzo por salvar
al hombre. No aceptan que las personas cometan toda clase de
faltas y que limpien su alma y su conciencia en un acto de
arrepentimiento, pagando una penitencia, reincidiendo innu-
merables veces en las mismas faltas u otras más graves, repa-
rando sus pecados de la misma manera.
Por el contrario, ese camino de vida que han elegido libre
y voluntariamente, ratificado en el sacramento del bautizo, ya
adulto, no es motivo de sacrificio, privaciones o penitencias;
porque vivir sin robar, sin abusar del más débil, ni esquilmar al
más pobre, dejándolo más pobre aún, no es ningún sacrificio,
es un estilo de vida enriquecedor y gratificante que permite al
hombre vivir en paz con Dios y sus semejantes.
Las diferencias de estas corporaciones evangélicas con
la religión católica no solamente son doctrinarias. Los pasto-
res no usan hábitos; no hacen votos de pobreza, obediencia ni
castidad; se pueden casar, procrear y conformar un núcleo fa-
175
miliar que es propio de la naturaleza humana y, a sus hijos
desde pequeños se les enseña los valores del respeto, el amor
a Dios y al prójimo, la tolerancia, la honestidad, la justicia,
etc. Sus autoridades, como en el caso de la Alianza Cristiana
no son vitalicias; se eligen cada cierto tiempo y son confirma-
das o relevadas en sus cargos por votación universal.
También se pueden señalar algunas coincidencias. En la
iglesia de Dios Voz en el Desierto, sus autoridades sí son vita-
licias. En el campo social y humanitario ambas entidades apo-
yan a sus hermanos más necesitados, incluso la Alianza Cris-
tiana financia instituciones de beneficencia como hogares de
niños, ancianos y colegios. Finalmente en el campo educacio-
nal y del perfeccionamiento la Alianza Cristiana y Misionera
posee un Seminario donde obtienen títulos en Licenciaturas,
Maestrías y Doctorados; y la coincidencia más destacable, amar
a Dios sobre todas las cosas.

1. Tomás Thayer Ojeda, Formación de la Sociedad Chilena, edit. 1939, Universidad


de Chile, tomo II, págs. 208 y 209.
2. Elías Lizana M, Historia de Guacarhue, edit. 1909, La Revista Católica, págs. 40 y 41.
3. Presbítero Raymundo Arancibia Salcedo, Parroquias de la Arquidiócesis de Santia-
go, 1840-1925, pág. 116.
4. Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Santiago, 1908-1910, pág. 33

176
CAPÍTULO IX

ECONOMÍA

no de los factores fundamentales en un aná-


lisis de economía, es el lugar y entorno en que éste se hace; de
lo que se deduce que economía y geografía siempre se les ve
unidas. Para explicar este o cualquier otro aspecto de esta cien-
cia hay dos maneras de hacerlo. Primero, como lo abordan los
profesionales como el norteamericano Edward Ullman, quien
sostiene: "el modelo gravitacional postula que la interacción
entre dos lugares es directamente proporcional al producto de
las masas e inversamente proporcional a la distancia que se-
para a esas masas".1
Estimado lector: si nuestras molleras tuvieron alguna
dificultad para entender lo que dice el "míster" no importa,
porque mirada la economía en esos términos y en ese len-
guaje es como no nos interesa comentar, analizar y ni siquie-
ra tratar de entender.
La otra forma de hacerlo y la que sí nos interesa se refie-
re a la economía que trata de la producción y distribución de
la riqueza a nivel local. De cómo el sector agropecuario ha
sido por siglos el pilar fundamental en que se ha sostenido la
vida y la existencia del pueblo. De la riqueza de su tierra,
motivo de admiración, incluso de cronistas de la colonia. De
cómo aparecieron oficios nuevos y de cómo éstos fueron evo-
lucionando al compás del progreso y tecnologías emergentes,
que la ciencia ha puesto a disposición del ser humano, mejo-
rando los ingresos y los niveles de vida. Contarles también de
177
verdaderas afrentas a la dignidad humana, como de aquel
patrón que en 1928 pagaba a un inquilino un peso veinte
centavos por un día de trabajo y, que ese mismo patrón, en
su almacén le vendía un kilo de azúcar en ochenta centa-
vos; que una lavandera tenía que restregar seis docenas de
piezas para comprar un metro de tocuyo para hacerle un
delantal escolar a su hija; que a cambio de una pollona o un
capón el despachero le daba un kilo de manteca, un cuarto
de chancaca, dos kilos de harina y dos cafés de higo. Aun-
que cuando de comida se trataba, el ingenio siempre salía
vencedor sobre el hambre que solapadamente se acercaba
a la cocina amenazando con dejar cesantes a ollas, palan-
ganas y cucharones, cobrando fuerza el refrán que afirma
que "mientras más pobres, más ricos".
Este mecanismo de defensa era activado cuando la he-
billa entraba en el último ojetillo del cinturón del dueño de
casa y las cosechas para el invierno estaban tocando fondo.
Los porotos, las papas, las cuelgas de cebollas, las lentejas,
el maíz y el trigo exhalaban los últimos y agónicos suspi-
ros. Por ahora, ya no habrían más porotos con mote, papas
con chuchoca, motemei, ni harina tostada; sólo algunas
papas y cebollas asadas, una sopa de pan, un raquítico
charquicán o un escuálido ajiaco con dos solitarias papas
que más parecían islas en un inmenso y amarillento océa-
no de agua con sal y grasa.
Aunque en un par de meses llegarían las pencas y yuyos
para las sabrosas ensaladas; pero en lo inmediato la situa-
ción era crítica y las tripas pedían a gritos algo más sustan-
cioso y contundente. Deseos que se cumplían con creces
cuando el jefe de la familia se decidía a faenar chanchos,
gallinas, pavos y patos, que se cocinaban en todas sus for-
mas, asados, cazuelas, arrollados, perniles, costillares, es-
tofados, chanfainas, chicharrones, prietas, queso de cabe-
178
za, acompañados con tortillas de rescoldo con chicharro-
nes, sopaipillas, picarones y el infaltable chacolí. En este
veranito de San Juan provocado por la escasez, se le daba
en el gusto a los sentidos y se comía en cantidad y calidad
como lo hacían habitualmente los patrones, es decir, mien-
tras más pobres, más ricos.
Volviendo a los economistas de verdad, aquellos
de organismos internacionales, de entidades privadas o
del estado, sólo queda lamentar que nunca hayan podi-
do revitalizar la economía de sectores rurales como
Copequén. Por el contrario sus propios habitantes han
salido de la pobreza y el abandono gracias a su cons-
tancia, esfuerzos y deseos de superación, pero dejando
de manifiesto como ellos, con toda justicia, sostienen
que siempre ha estado mal pelado el chancho, pero con
sabiduría y resignación agregan que por el camino se
arregla la carga.

AGRICULTURA

La fertilidad de la tierra del Reino de Chile y parti-


cularmente del corregimiento de Colchagua, posterior pro-
vincia del mismo nombre, ha sido testimoniado sin reser-
vas a lo largo de nuestra historia. En 1789 el sacerdote
jesuita Felipe Gómez de Vidaurre es bastante elocuente,
al decir: "La provincia de Colchagua, es una de las más
apreciables del Reino de Chile por la fertilidad de sus tie-
rras, que rinden más de ochenta por uno. Ninguna provin-
cia da tanto trigo para el comercio de Chile con el Perú
como ésta".2
La alta calidad de los suelos y una elemental red de rega-
dío, mejorada por los incas, permitía a los indígenas una pro-
179
ducción que junto con los frutos silvestres, la caza y la pesca,
era más que suficiente para alimentarlos. Cultivaban el zapallo,
las papas en muchas variedades, el maíz, el poroto pallar, el
ají, paltas. Agréguese a lo anterior, el hecho de que ningún
historiador jamás dio cuenta de sequías, nevazones, huraca-
nes, u otros fenómenos destructores de la naturaleza y no tarda-
ron mucho los españoles en introducir semillas y plantas
traídas desde su país como el trigo, cebada, avena, cáña-
mo, alfalfa, lino, legumbres, etc., que se diseminaron por
el territorio nacional y que perduran hasta el día de hoy.
Sin embargo, en la primera centuria, a pesar de tener todos
los elementos a favor, para la explotación de la tierra, buen
clima, abundante agua, excelentes suelos, semillas, debie-
ron afrontar dos obstáculos insalvables. Uno de ellos, la
amenaza latente de los indígenas, que en sorpresivos ata-
ques destruían los sembrados, debiendo reducir sus culti-
vos al interior de sus solares, lo que sólo los proveía de lo
justo y necesario para su sobrevivencia.
Por otro lado, si este obstáculo hubiera sido superado
tampoco había suficiente población a quien venderle, ni
existían los medios para transportar sus productos a cen-
tros poblados de consumo masivo como Lima, el más cer-
cano, o más distante, a España. Por lo demás, trabajar la
tierra, para hacer fortuna, nunca estuvo en sus propósitos,
por consiguiente se dedicaron a lo que venían, a buscar y
explotar minas de oro; la forma más rápida de hacer fortu-
na y con ella volver a su país.
Sin embargo esta situación fue cambiando paulatina-
mente. Los placeres y yacimientos del valioso metal fueron
agotándose y a medida que pasaban los años, los españoles
que llegaban al país a engrosar las filas de los ávidos
buscadores del dorado metal veían que sus esfuerzos cada
día eran menos fecundos.
180
Disminuida esta fuente de ingresos, se vieron obli-
gados a volcar su atención en la agricultura. Aquellos am-
biciosos aventureros, empedernidos e insatisfechos
patiperros reacios a establecerse en un lugar o constituir
un hogar, debieron cambiar de actitud y hacerse agricul-
tores a la fuerza y, al cabo de algunas generaciones, el
lento ciclo anual de los frutos de la tierra, los ató indefec-
tiblemente a ella, casándose con españolas o indígenas o
simplemente conviviendo con una o más de éstas últi-
mas, formando familias y numerosa descendencia. Así na-
cieron núcleos humanos rurales; así nació también el mes-
tizaje, base de nuestra sociedad.
En el siglo XVIII y XIX, la mayor capacidad de los
navíos permitió exportar al Perú el trigo que se producía
mayoritariamente en la zona de Colchagua. De regreso es-
tos mismos barcos traían aquellas mercancías que Chile no
producía como azúcar, yerba mate, géneros, calzado, he-
rramientas, pertrechos para la guerra, etc. Otros productos
del agro que se sumaron en este afán exportador fueron el
vino, cáñamo, almendras, nueces, huesillos, cocos, lente-
jas, porotos, cebada, etc.
La fundación de centros poblados a fines del 1600 y me-
diados del 1700 fue otro valioso elemento para los agricultores
de la zona que vieron aumentar significativamente el poder con-
sumidor existente hasta ese momento. Cerca de Copequén, en
1692 el gobernador Tomás Marín de Poveda fundó Río Claro o
Clarillo, actual ciudad de Rengo; José Manso de Velasco en
1742 fundó la villa de San Fernando de Tinguiririca y en 1743
la villa de Santa Cruz de Triana, actual Rancagua.
A continuación del censo efectuado en Copequén en 1792
(páginas 76-79), el Juez Comisionado Domingo Javier de
Urrutia, hace algunos comentarios del sector agropecuario y
frutícola y de las potencialidades futuras, que hemos conside-
rado pertinentes incluirlos en este capítulo.
181
182
"Acabada la mensura de que se compone este Pueblo

asociado del Casique, y demás Indios salimos al Reconoci-

miento del panizo de la tierra cuia demostración, acompa-

ño, en los autos; que se compone, toda la tierra, sepan llebar,

por ser de sobradissimas aguas todo el paño de la tierra por

las muy abundantes azequias, que bañan todo el pueblo;

En igual modo, sus Arboledas de toda fruta; Siembras de

todo genero de grano y mui favorable, para la mantención

de animales por la ermosa vega que tiene; y un famoso

Carrizal; que tiene; con una falda de cerro, que le espaldea

al Sur y fenece al oeste; Asi mismo, se hallan en otro Pue-

blo dos arrendatarios, que lo son Jph. Carrasco y Feliciano

Sanches; conganados; y en atencion á sus cultivos, y

travajos, se halla mal arreglado, á causa, la vida Lizenciosa,

con que viben, assi eneste Pueblo, como en la antecedente

de taguatagS y radicados en la continua embriagues; assi

mismo, sin capilla, ni menos arreglo, por ser ambos,

casiques, assi de un Pueblo como de otro, sin el menor ex-

perimento, en arreglar, sus Pueblos, por lo que parece muy


183
184
conveniente, tengan Iglessia, y los casiques, tutor o alcal-

de, y fiscal, que les obedescan, pues los Fiscales, nombra-

dos se quejan de sus Inovediencias assi para la Doctrina

como para cumplimiento de la Iglesia; y para que assi cons-

te, lo pongo por diligencia, actuando como testigos por fal-

ta del Essno. de que doy fee".

Tgo. Dionicio Perez Tgo. Ramon Toledo

Por mi y Antemi

Domingo Javier de Urrutia

185
Esto no hace más que ratificar los testimonios anteriores
y de paso reafirmar que la vida del pueblo siempre estuvo
sustentada en la productividad de la tierra. No hay informa-
ción que indique la existencia de otra fuente de trabajo, a no
ser de algunas menores o individuales, que señalaremos opor-
tunamente.
Otro decisivo agente que potenció la comercialización
de la producción agrícola fue la red caminera y ferroviaria
que comenzó a construirse a mediados del siglo XIX, como
ya lo vimos en el capítulo correspondiente.

LOS DUEÑOS DE LA TIERRA

Cuando se escucha o lee esta frase, los dueños de la


tierra, surge de inmediato una predisposición negativa, in-
clinada al juicio crítico, a la suspicacia, incluso hasta la con-
dena a priori, sin siquiera esperar recibir más antecedentes.
Sea porque las informaciones de que disponemos son
mayoritariamente ingratas o porque en carne propia más de
alguien haya vivido alguna nefasta experiencia. Casi siem-
pre se le asocia con el antiguo terrateniente, amo y señor no
sólo de la tierra sino que de las mujeres y las hijas de los
campesinos y a punto de engullirse también el concho de
dignidad que a éste le quedaba, haciendo públicas sus "gra-
cias". Si esta realidad se vivió alguna vez en Copequén, ya
es cosa del pasado.
Las grandes extensiones de tierras pertenecientes a un
solo dueño, los llamados latifundios, pueden tener varios orí-
genes. Algunos, en las mercedes de tierra y que fueron here-
dando los descendientes. También cuando por alianzas matri-
moniales de los hijos unían las heredades conformando una
sola y gran hacienda. Otra causa, la compra sistemática de
propiedades colindantes hasta conformar un latifundio.
186
Por el contrario, el minifundio se fue formando cuando
los propietarios de grandes o medianas extensiones de terrenos
tenían muchos hijos y fueron repartiéndola entre ellos, fenóme-
no que al repetirse por varias generaciones disminuyó notable-
mente su tamaño. Otro fenómeno que contribuyó a la jibarización
de las propiedades ha sido la venta parcial y fraccionada de
terrenos a compradores diferentes; hecho que adquirió especial
relevancia, cuando en 1819 se legisla en favor de los indígenas,
permitiéndoles celebrar toda clase de contratos, y en consecuen-
cia en condiciones de vender sus propiedades.
Finalmente, otra circunstancia que colaboró a esta segre-
gación fue la reforma agraria puesta en práctica bajo el go-
bierno de Eduardo Frei Montalba y que en el caso de Copequén
afectó al fundo del mismo nombre. El organismo creado para
estos efectos, La Corporación de Reforma Agraria (CORA),
mediante el acuerdo Nº 1.623 del 15 de julio de 1971 expro-
pió a su dueño Oscar Ureta Köster los sitios A, B, C, E, F y G;
hijuelas segunda, hijuela tercera y cuatro propiedades raíces,
equivalentes en su conjunto a 181 hectáreas. Cinco años más
tarde estas propiedades fueron vendidas por CORA, a Gonza-
lo de las Mercedes Aránguiz Herrera, René del Carmen Hi-
187
dalgo Calderón, Juan José Guerra Garay, Luis Alberto
González Fuentes, José Ignacio Miranda Aburto, Enrique
Antonio Reyes Bozo y Héctor del Carmen Reyes Bozo. En
1990, se regulariza la situación del sitio B de 0,36 hectáreas
de superficie, que no fue vendido a las personas mencionadas.
Este terreno lo ocupaba desde 1974 la señora María del Car-
men Garay Ruz, quien solicita le sea vendido a su hija Eduvina
del Carmen Olguín Garay, solicitud que es aceptada por el
Servicio Agrícola y Ganadero, sucesor de la Corporación de
la Reforma Agraria.
Hoy los dueños de la tierra son medianos y pequeños agri-
cultores que la trabajan con sus hijos, familiares y algunos pocos
trabajadores, y la producción algunas veces la venden en verde,
antes de cosecharla o en los mercados de Rancagua o Santiago.

LOS TRABAJADORES DE LA TIERRA

Bastante mísero debe haber sido el salario que Bartolo


Osorio ganaba en 1906, para verse obligado a retirar a su hijo
Juan de Dios de la escuela, quien con doce años de edad cur-
saba el tercer grado. La causa consignada en el libro de clases
ese día 10 de diciembre, ahorra todo comentario: "Por pobre".
Pocas oportunidades en la vida había tenido Bartolo.
Próximo a cumplir los cuarenta, trabajaba ocasionalmente
como gañán con distintos patrones y en las más diversas fae-
nas como podar viñas, ordeñar, sembrar, arar, trillar, segar tri-
go, etc. Era lo que con toda propiedad se podría llamar un
suple falta, y ocupaba el último peldaño en la escala ocupa-
cional rural, conviviendo a diario con Angustia su fiel y leal
compañera, hija de Misería e Infortunio.
La crisis política y social que se vivía en el país en 1930,
agravada por la crisis económica mundial, se manifestaba con
crudeza en los campos donde sólo tenían trabajo los inquilinos
188
y esporádicamente algunos de sus familiares. Pero había otros
en peor situación, como aquellas familias completas que deses-
peradas abandonaban las ciudades para deambular por los cam-
pos con sus bártulos a cuestas, pidiendo trabajo y comida.
El inquilino tildado como
apatronado porque era emplea-
do estable de un solo patrón,
bajo un contrato inexistente en
el papel, sólo de palabra, esta-
ba consciente de su situación.
Recibía un exiguo salario, pero
tenía como compensación la
seguridad en el trabajo y algu-
nas regalías como una casa, que las más de las veces era un mise-
rable rancho con piso de tierra, paredes de quinchas con barro y
techo de totora, pero casa al fin y al cabo. Un pedazo de tierra
adyacente para cultivar una huerta y talaje para dos animales com-
pletaban las llamadas regalías. Acuerdo de aquella relación pa-
trón-inquilino era la responsabilidad que debía asumir el primo-
génito cuando el padre cansado por tantos años de trabajo deci-
día traspasarle sus obligaciones para dedicarse él a otras activida-
des más rentables o simplemente a descansar. Era lo que con toda
propiedad se le llamaba el "hijo obligado". Los restantes hijos
trabajaban como peones, generalmente con el mismo patrón, no
tenían ninguna clase de derechos, ni siquiera estabilidad laboral.
Otro trabajador era el afuerino. Casi siempre andaba en
pareja con un amigo, con sus pilchas al hombro, alojando donde
los sorprendiera la noche, en alguna pesebrera o parva de paja,
compartiendo los logros y sinsabores de una vida aventurera.
Aparecían en los tiempos de cosecha, de vendimia o trilla y,
tan pronto éstas terminaban, partían a las salitreras o a engan-
charse en obras camineras o ferroviarias o donde el destino
los llevara. Lo único que, a veces no compartían era la actitud
frente al trabajo expresando con firmeza sus puntos de vista.
189
Compadre: Quien temprano se levanta
goza de salud cumplida,
más se le alarga la vida
y su trabajo adelanta.

No compadre: Quien temprano se levanta


deja de gozar el sueño,
queda la cama sin dueño
y cualquier bulto la espanta.3

Era muy cierto que se trabajaba de sol a sol, y los


patrones eran claros y categóricos: "¿De dónde saca-
ron que hay que trabajar ocho horas? Aquí no hay más
horas que el sol. Y al que no le gusta, se va".
Los peones se junta-
ban diariamente en la
casa del patrón, donde re-
cibían de manos de éste,
o del mayordomo, las he-
rramientas y las órdenes
para la jornada y como re-
galía un pan de gran ta-
maño que le llamaban ga-
José Gálvez Reyes, volviendo del riego.
lleta. A falta de reloj, el
único indicador horario
era el invisible tren doñihuano que pasaba puntualmente
a las once y media de la mañana por la ribera opuesta del
Cachapoal y que, a través de la espesura de los bosques y
el murmullo de las aguas hacía escuchar su agudo silbato,
advirtiendo que en media hora más se pondría término a la
jornada mañanera. Se volvía a la casa patronal donde les
esperaba un suculento almuerzo, que podía ser cazuela de
vacuno, de chancho o cordero; papas con mote, carbonada
o papas con chuchoca y, como segundo plato, todos los días,
190
porotos con chicharrones o
con mote o cuero de chan-
cho que podían repetirse sin
problemas, si los comensa-
les lo pedían. No había pla-
tos individuales, sino que en
grandes lebrillos de greda se
servían varias porciones y
cada cual iba cuchareando y
consumiendo sonoramente.
Todo esto acompañado con
ají verde a destajo y una
fuente de ensalada de toma-
te con cebolla en el verano
o cebolla y ají en escabeche
Juan Jerez, Roberto y Felipe Abarca plan- en el invierno. Después a se-
tando zapallos.
guir trabajando hasta la
puesta del sol y así, de lunes a sábado, día de pago.
Con el dinero recibido se abonaba lo pedido fiado en el
almacén del mismo patrón u otro despacho del pueblo. El res-
to, si es que quedaba, para abonar a otras calillas como la del
carnicero, el panadero o el casero de los géneros. Y así se
daba vuelta el año y la vida seguía su curso, abriéndose paso a
empellones, entre las melancolías y las frustraciones, sin más
horizontes que la dura realidad y las esquivas esperanzas.
El mediero, otro trabajador de la tierra, además es un
pequeño empresario. Aferrado a la madre tierra, siempre dis-
puesto a desafiar la incertidumbre invirtiendo tiempo, trabajo
y dinero. Acuerda con el propietario del predio, trabajarlo bajo
su responsabilidad. El dueño, aporta también, la mitad de la
semilla y la fuerza de trabajo como los bueyes o caballos
aperados; el mediero pone el otro cincuenta por ciento de la
semilla y el trabajo. Al final del período se reparten por partes
iguales las cosechas o el producto de su venta.
191
VENTA DE PRODUCTOS AGRÍCOLAS

El pequeño y mediano agricultor, ya sea propietario,


arrendatario o mediero, es de aquella clase de personas que
nació y se crió de la mano con riesgos y desafíos. Para sus
padres y abuelos, para sus hijos y nietos fue y será siempre lo
mismo. Inserto en un ambiente de incertidumbre y a merced
de factores incontrolables persiste año tras año en lograr los
frutos que su esfuerzo en justicia debieran brindarle. Con una
tenacidad y sana porfia muy parecida a la del pirquinero en
busca del veleidoso y escurridizo filón que lo hará rico, pero
que nunca encuentra. Nada se puede hacer ante el alza en los
precios de las semillas, fertilizantes y pesticidas. Hasta el mo-
mento el ser humano con todos los descubrimientos científi-
cos logrados en otros ámbitos tampoco ha sido capaz de con-
trolar los agentes climáticos tan perjudiciales como las sequías,
las heladas y las lluvias a destiempo, que afortunadamente en
Copequén nunca han sido tan severos.
Si con buena dosis de fortuna, logran superar estos con-
tratiempos, empieza a rondar la inquietante pregunta ¿cómo
estarán los precios esta temporada? Porque cada año se ven
enfrentados a la disyuntiva de qué productos sembrar, para
lograr buenos precios en su venta. La decisión se tomaba y
aún se sigue haciendo simplemente al ojo, teniendo sólo como
referencia los precios del año anterior.
Los estudios que se hacen en este aspecto por organis-
mos del Estado o particulares, no datan de muchos años
atrás; además, no tienen mucha credibilidad en los intere-
sados, o simplemente no son tomadas en cuenta. De tal
manera que si las papas, por ejemplo, habían tenido un buen
precio, la mayoría esta vez las sembraba, y, como es de
suponer, ahora el precio se venía al suelo con la consiguiente
frustración del afectado y las trágicas consecuencias para
el núcleo familiar.
192
Ante hechos como éste los grandes favorecidos, ade-
más de los comerciantes de la ciudad, eran los animales. Los
chanchos se hartaban con melones, tomates y sandías en el
verano, o con zapallos y papas en el invierno; los caballos
también tocaban lo suyo con tiernas lechugas milanesas y
las aves aseguraban su alimentación para el resto del año
con abundante maíz.
Lo normal, sin embargo, era que el forraje para el gana-
do y los productos de guarda para el "gasto de la casa" se
obtuviera de las siembras de tarde y que la producción de tem-
prano se vendiera en Rancagua, tal como hoy en día se hace.
Para estos efectos, y como lo vimos, en la zona central, el
primer medio de transporte de carga fueron los machos y las
mulas, equipados con dos arguenas, nombre que se le daba a
grandes y resistentes canastos de mimbre, que se colocaban
en los costados del animal y se llenaban con papas, cebollas o
choclos que se ponían en la parte inferior y encima lo más
delicado como los tomates, brevas, uvas, etc.
Estas recuas, que después se transformaron en caravanas
de carretas y posteriormente carretelas, partían de Copequén
a la hora de la oración entre siete y nueve de la noche, y des-
pués de un par de descansos para abrevar las bestias y revisar
la carga arribaban tempranamente a Rancagua para lograr bue-
na ubicación en la Vega Central ubicada en la manzana com-
prendida entre Cuevas, Alcázar, Germán Riesco, Plaza de los
Héroes y Estado. Este recinto estaba dividido en un gran patio
empedrado donde se estacionaban ordenadamente las carrete-
las con sus variada oferta y cuya entrada estaba por calle Al-
cázar; el resto lo conformaba un edificio de un piso en forma
de letra L que partía en Alcázar y daba la vuelta por Cuevas y,
frente al Convento de la Merced, otro gran portón franqueaba
la entrada a los peatones. En este edificio estaban los puestos
de fruta y verdura y las infaltables cocinerías.
193
Terminada la venta de la mercancía y después de una
pesada noche de vigilia se imponía un buen desayuno en La
Central, o Las Tres Marías, dos de las más afamadas cocinerías
de la época. Este consistía en un reconfortante caldo de cabe-
za, que incluía media cabeza de cordero; un gran bistec con
huevos, una gigantesca taza de café con leche, bastante pan y
sopaipillas. Con la guatita llena y el corazón contento, y do-
blemente contento por tener los bolsillos también repletos de
billetes se dirigían a hacer las compras y encargos caseros.
En primer lugar la reposición de útiles de trabajo como
palas, horquetas, asadones, puntas de arado, rastrillos, etc. y
algunas herramientas en la Ferretería Orueta ubicada en calle
San Martín o Ferretería El Candado en avenida Brasil.
De ahí a escasas dos cuadras en dirección a la esta-
ción de ferrocarriles, a la Chamantería La Doñihuana a
comprar los aperos faltantes o deteriorados, tales como
cuellos, pecheras, tiros, balancines y jáquimas. Después
los infaltables encargos de la patrona, zapatos para los
niños en La Bota Verde, Las Dos Castillas o El Gallito;
géneros para la señora y los niños en Almacenes Mundia-
les o La Batalla; artículos escolares en la Librería Colón
o Cervantes; café molido y de higo y la infaltable yerba
para el mate en Los Tres Montes; provisiones varias en el
emporio de los Moreno de calle Brasil o Acevedo de calle
Cuevas con Alcázar; chancaca para las sopaipillas pasa-
das, maní para los niños, harina tostada para el pihuelo
mañanero en la Tostaduría Mendoza de calle Carrera Pin-
to; y los infaltables Mejoral y Aliviol, buenos para toda
clase de dolencias en la Botica de Geyter.
Hasta aquí si todo andaba bien se aprestaban al regreso,
pero más de algunos, entre compra y compra, después de to-
marse un par de chuflais, Bilz con aguardiente, pronto olvida-
ban algunos encargos, se calentaban los cachos y como la car-
ne es débil, cedían fácilmente a la tentación de ir a saludar a
194
las amistosas niñas que tratan de tú en las vecinas calles Auro-
ra, Maruri, Carrera Pinto o Rubio.
Mal que mal, después de un duro año de trabajo, la hoja
de conducta en la casa estaba inmaculada en la mayoría de los
casos; y en las menos algunas pequeñas anotaciones por lle-
gar tarde algún día de pago o después de un partido de fútbol
el día domingo. De esta manera, con la conciencia más que
tranquila no era pecado ni venial echar una canita al aire y
darle gusto al cuerpo también.
Al compás de alegres corridos y apretados valses la tem-
peratura ambiente y corporal aumentaba de tal modo que no
sólo hacía perder la cabeza, sino que el resto de plata que que-
daba. Ya camino de regreso y, con los bolsillos a medio morir
saltando, aro obligado era el restaurante El Chorro, en las afue-
ras de Olivar Alto, para saciar la sed y el apetito que se hacían
presentes nuevamente. Los temas de conversación eran los
precios que habían logrado en sus ventas; las compras efec-
tuadas y lo bien que lo habían pasado en La Casa de Ladrillo,
El Cuartito Azul o El Embassy.
El arito en El Chorro que no pasaría más allá de un par
de maltas con huevo o con harina para componer el cuerpo,
bien podía alargarse por horas, o hasta el día siguiente si la
conversa era buena y el trago y las cazuelas mejores; además
si faltaba el billete había crédito a discreción que se cancelaba
en el próximo viaje en tres o cuatro días más.
Otro producto importante que tenía que venderse fuera
de Copequén, era el trigo. Generalmente el mejor precio se
obtenía en el Molino Santa Elena de Los Lirios. Si no, en el
Molino San Pedro o Koke de Rancagua. Otros molinos de la
zona eran el Rosenthal y Santa Filomena en Doñihue. Aquí
el asunto era más difícil porque al no existir puente sobre el
río Cachapoal, había que vadearlo, con el consiguiente ries-
go que el trigo se mojara, o alguna de las carretas se volcara
en los traicioneros hoyos que tenía su lecho. Para subsanar
195
lo primero se utilizaban barriles cubiertos con cueros; y para
lo segundo, Pedro Garay, experto en esta faena conocía el
río como la palma de su mano y contaba con carretas de
grandes ruedas y cuatro buenas yuntas de bueyes y un caba-
llo vadeador con los cuales prestaba este servicio de trans-
porte a los productores.
No en vano con su apodo "El Pescado", les garantizaba
la operación: atravesaba el río a como diera lugar.

GANADERÍA

Pedro de Valdivia tenía toda la razón cuando en carta


que enviaba al Rey refiriéndose a la calidad de la tierra de
este territorio, le expresaba: "Es tal que para vivir en ella y
perpetuarse no hay mejor en el mundo. Es la más abundan-
te en pastos y sementeras y para darse todo género de ga-
nado y plantas".4
Estos quiméricos juicios se convirtieron en realidad
algunos años más tarde cuando la ganadería se incrementó
fuertemente con la introducción de vacunos, caballares,
mulares, asnales, ovejunos, cabríos, porcinos y aves de co-
rral. La sobreabundancia que se apreciaba a principios del
siglo XVII, el cronista Alonso González de Nájera la co-
menta diciendo: "abunda de todo género de ganados de los
de nuestra España llevados a aquella tierra... que sólo se
aprovechan el sebo y grasa y las pieles, de que se hacen
cordobanes y algunas badanas y cueros para suelas, todo lo
cual es la principal saca que se lleva por mar a la ciudad de
los Reyes, que está de aquel reino quinientas leguas por
mar, y en general queman toda la carne... y es tan grande
este número que queman de ganados, que pasan cada año
de cien mil cabezas entre carneros y cabras, y de vacas se-
rán más de doce mil...".5
196
Las últimas señales de ganadería masiva que se recuer-
dan en Copequén, datan de la medianía del siglo XX, cuando
Alejandro Meyer que arrendaba parte del fundo que llevaba el
mismo nombre del pueblo, se dedicaba a la crianza y
comercialización de vacunos.
Propio de septiembre era ver pasar por los caminos, en
medio de una gran polvareda una masa de ganado, que hosti-
gada por vigilantes perros contestaba este acoso con insisten-
tes mugidos o certeras coces que daban con algún quiltro por
los aires. Esta operación anual que le llamaban Veranadas era
conducida por expertos vaqueros hasta los faldeos cordilleranos
para aprovechar los pastos de primavera. Se internaban por el
camino que comienza frente a Gultro, y que va por la orilla
sur del Cachapoal hacia las Termas de Cauquenes. Algunos
kilómetros antes de llegar a este punto ascendían por los pri-
meros contrafuertes cordilleranos, donde permanecían hasta
poco antes de comenzar las primeras nevazones.
Sin embargo, aquellas vaquillas que habían ganado os-
tensiblemente en peso y tamaño pagaban caro su glotonería
porque aprovechando la cercanía con Rancagua iban a parar
directamente a la Feria Regional de Animales donde ávidos
carniceros las adjudicaban. Con el tiempo esta actividad fue
decayendo y sólo algunas pocas personas, en paralelo con la
agricultura, le dedicaban algún tiempo y dinero. Hasta la utili-
zación de animales en trabajos del campo como arar, rastrear,
cruzar, aporcar, ha disminuido notablemente. Lo mismo suce-
de con el transporte de carga o pasajeros; las carretelas y ca-
rretones con musculosos caballos, las elegantes y mullidas
"cabritas" con dos o tres pasajeros a cuesta; los briosos caba-
llos con sus jinetes; las carretas con dos y tres yuntas de bue-
yes ya no forman parte del paisaje rural. Todo ha ido quedan-
do en el pasado. El sosiego y la calma han cedido sus lugares
al pragmatismo y la inmediatez. Para eso están el tractor, el
camión, el microbús, el automóvil, el taxi y la bicicleta. Pero
197
no olviden estos artefactos que pasean presumidos su vigen-
cia hoy, que con suerte serán piezas de museo mañana, cuan-
do los nobles y postergados bueyes y caballos, con su inge-
nuidad y nobleza, y una imperceptible sonrisa reflexionen:
¿qué habrá sido de aquellos endemoniados inventos creados
por la psicótica raza humana, que llamaban máquinas y que
convirtieron nuestras vidas en eterna desdicha y abandono?

SILVICULTURA

Otra actividad productiva ha sido la silvicultura o ex-


plotación de bosques. Estos, casi exclusivamente del erró-
neamente llamado álamo chileno, por que en verdad lo traje-
ron los españoles, ocupan una prolongada franja de tierra
que comienza al este del pueblo, en el límite con Olivar Bajo
y se extiende por más o menos cinco kilómetros bordeando
el río Cachapoal, hasta el límite con Coinco.
En medio de esta masa arbórea de aproximadamente
dos kilómetros de ancho, aún se conserva el antiguo camino
público, que lo atraviesa de un extremo a otro.
El auge de esta actividad se vivió en el siglo pasado y
su incidencia en la economía, aunque notablemente inferior
que la agricultura, comparativamente con la actualidad, era
mucho más significativa por el hecho de haber menos habi-
tantes y menos fuentes de trabajo.
Los propietarios de estos aserraderos ambulantes
compraban los bosques para explotarlos o solamente da-
ban el servicio. Pioneros en el rubro fueron Luis del
Río en su fundo maderero El Chaval; sus yernos Vicente
Zavala y Juan Nenadovich; Edmundo Pino y posterior-
mente su hijo Juan; Rosendo Álvarez; los hermanos Fran-
cisco y Luis Ramírez y los hijos de éste Edictio, Fran-
cisco y Osvaldo.
198
Eran los tiem-
pos en que la postura
(aserradero) la enca-
bezaba el locomóvil,
una máquina de
grandes dimensiones
de color negro, pare-
cida a una locomoto-
ra a carbón, construi-
da enteramente de
fierro, operada hábil- 1952. Humberto Ramírez en La Isla.
mente por maestros
maquinistas como Arturo Cavieres y Juan Marchant. Tenía una
gran polea a un costado, que giraba por la fuerza del vapor que
expelía su voluminoso vientre. De esta polea se conectaba una
correa transmisora que ponía en movimiento una dentada sierra
que al compás de un escalofriante y agudo chillido descuartizaba
el moribundo árbol, convirtiendo su robusta humanidad en
delicadas y esbeltas tablas, robustos cuartones, desgarbadas ta-
pas y maltrechos y deformes lampazos.
Contiguo a las maquinarias se construía un par de cuar-
tos para guardar herramientas, aperos, algunas "payasas"
donde dormían los trabajadores afuerinos y el indispensa-
ble fogón para cocinar.
Estas faenas no ocupaban gran mano de obra, pero mu-
cho más que en el presente, en que la mecanización ha hecho
estragos en el campo ocupacional. En esos tiempos no exis-
tían las motosierras para talar los bosques, ni montacargas, ni
tractores, ni carros de arrastre, sólo los resistentes carretones,
la fuerza y nobleza de los bueyes y la pericia del ser humano.
Lentamente al cabo de algunos días, iban levantándo-
se los simétricos "castillos" tomando cuerpo, ufanos y or-
gullosos, semejando edificios de una extraña metrópolis y,
que, paradojalmente, sucumbían prontamente cuando apare-
199
cía don Dinero y con la prepotencia que le es propia, se
apoderaba de ellos, vendiéndolos al cabo de un tiempo como
esclavos al mejor postor.
Aunque sin incidencia inmediata en el aspecto socio-eco-
nómico del pueblo, los dineros transados en estas faenas eran
reinvertidos a veces en el mismo rubro o en la agricultura o
ganadería, generando otras fuentes de trabajo.
Transcurridas algunas semanas, una vez terminada la fae-
na, se levantaba el campamento, se cargaban los peroles, y
con camas y petacas partían como los gitanos, a instalarse a
otro lugar a veces tan distante de la familia, como los intere-
ses del patrón lo dispusieran.

FRUTICULTURA

La explotación de frutales en la VI región, se está abrien-


do camino rápidamente, convirtiéndose en la principal fuente
de ingresos y de trabajo, dentro de las actividades agrarias.
No hay estadísticas muy recientes al respecto, pero estu-
dios hechos por el Ministerio de Agricultura en 1991 y por la
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, ba-
sados en el censo de 1992, permiten entregar algunos antece-
dentes demográficos de la VI región donde se encuentra
Copequén. Algunas de características muy especiales que no
se dan en otras zonas. Su población de casi 700.000 habitan-
tes, representa un 5,2% del total del país. Esta cifra se divide
en 68% de población urbana y 32% rural, pero curiosamente
es en esta última, en el sector silvoagropecuario donde se
concentra la más importante generación de empleo, equiva-
lente al 48%. El resto, 52% lo absorben la minería, la indus-
tria, la construcción, el transporte, el comercio y los servicios.
Es en esta región donde se encuentra el 29% del total de
frutales del país y el 79% de estos frutales está en la provincia
200
de Cachapoal a la que pertenece Copequén y éste no ha estado al
margen de estas cifras; por el contrario, ha sido uno de los pione-
ros en la producción de manzanas en la zona, cuando en 1946 el
visionario Oscar Ureta Köster, plantó las primeras hectáreas de
las variedades Reineta y Winter, convirtiéndose en uno de los
primeros empresarios agrícolas en dar trabajo temporal a jóvenes
y mujeres del pueblo, cuarenta o cincuenta años antes que
irrumpiera en el léxico agrario el vocablo "temporero".
Actualmente la mayor producción de frutales la tiene
David del Curto S.A., con cerca de 100 hectáreas de nectarines,
cerezas, ciruelos, duraznos, que da ocupación estable a traba-
jadores que se dedican a podar, ralear, fertilizar y mantener y
cuidar los viveros. En época de cosecha proporciona empleo
a más de un centenar de los nombrados temporeros, recogien-
do, seleccionando y embalando las frutas que se exportan a
los exigentes mercados de Estados Unidos, Asia y algunos
países de América Latina.
Esta expansión frutícola ha desarrollado otras fuentes de
trabajo en la agroindustria regional como son los frigoríficos,
deshidratadoras, fábricas de concentrados, conservas, etc. for-
taleciendo la economía, y mejorando el estándar de vida de la
población rural.

COMERCIO ESTABLECIDO
Y AMBULANTE

A decir verdad el comercio establecido no ha tenido re-


levancia alguna en el aspecto económico local; ni como sus-
tentador de fuentes de trabajo, ni de transacciones o movi-
mientos de dinero de alguna importancia.
Bastaría con mencionar que en la Guía Universo, volu-
minosa publicación de carácter cívico-administrativo-comer-
cial y que abarca todo el país, en la edición del año 1925, en la
201
página 1299 aparece Copequén con cinco comerciantes, Mar-
garita Gálvez, Carolina González, Luis Ramírez, Elvira Román
y Dorila Soto; y un carnicero, Samuel Díaz.
Tres cuartos de siglo más tarde, la situación no ha varia-
do radicalmente, y el comercio existente languidece y se man-
tiene a duras penas, afectado por la cercanía de la ciudad de
Rancagua, centro comercial de primer orden, que los medios
de transporte actuales conectan en menos de media hora.
El comercio ambulante tampoco ha tenido gran signifi-
cación, pero muchos de quienes lo ejercen, le dan trabajo prác-
ticamente a toda la familia, como es el caso del amasijo, el
faenamiento de cerdos, la confección y posterior venta por las
calles de las ciudades de artículos de mimbre y totora. No
obstante, esta forma de ganarse la vida, durante décadas, su-
frió la invasión de agentes externos, como los carniceros que
venían a caballo primero y en carretelas y vehículos motori-
zados después, desde Coinco, con sus canastos de mimbre re-
pletos de carne , previamente trozada, y que vendían al crédi-
tos a sus caseras. Lo mismo que el panadero que no traía el
tradicional pan amasado, sino que la novedosa marraqueta o
pan francés y las allullas o colizas, es decir el pan de ciudad.
Otros como los mal llamados turcos, que de aquel país,
Turquía, no tenían absolutamente nada, sino que su origen
provenía de países árabes, visitaban el pueblo todos los do-
mingos, en un comienzo simplemente a pie, posteriormente
a caballo o coches a tracción animal y, posteriormente en
automóviles antiguos, con techos de lona, pisaderas y rue-
das con rayos de madera. Atiborrados de géneros, zapatos y
prendas de vestir, vendían a crédito o trueque por pavos,
gallinas o legumbres.
Otro que recorría los caminos, pero éste sólo compraba,
era un comerciante que apodaban "Petizo". Era este señor de
baja estatura, de tez rojiza, un tanto esmirriado, con un som-
brero de pita que alguna vez fue blanco y que por lo estropea-
202
do parece que no se lo sacaba ni para dormir o tal vez era una
prolongación de su cuerpo. Edad indescifrable, ni viejo ni jo-
ven; ni amable ni hosco, de pocas palabras, sólo las estricta-
mente necesarias para hacer su negocio. Una desvencijada ca-
rretela y un tristón y viejo jamelgo de facha tan estrafalaria
como su amo, completaban esta singular triada empresarial.
. . . ¡Hueeesos, fieeerros, boteeellas cooompro!. . . era
el grito de batalla con el que algún día esperaba ganar la
guerra a la pobreza y al eterno sacrificio. Hubiera bastado
que su pregón se hubiera circunscrito a la compra de hue-
sos, porque en Copequén no habían fierros ni para remedio;
menos botellas que podrían asociarse más bien a los envases
que los futres dejaban después de haber consumido caros y
refinados licores, cosa que acá tampoco sucedía. En cam-
bio, con los huesos le iba bastante bien, porque a los carni-
ceros los llevaban pillados con los encargos de huesos, ojalá
carnudos, para hacer unas sopitas.
El otro seguro proveedor de huesos era un simpático per-
sonaje que se aquerenció en el pueblo y que nadie supo nunca
su procedencia ni su nombre; se calificaba a sí mismo como
maestro, trabajando ocasionalmente en obras de construcción.
Aficionado a la poesía, le sacaba versos a cuanto suceso esca-
para de lo rutinario, y locuaz conversador. Deambulaba por
todos lados acompañado de sus bien amaestrados perros La
Muñeca y El Vale. Pues bien, este señor obedecía al nombre de
Juan Muñeco, rescataba y consumía todo animal que cayera
muerto, no importándole la causa de su deceso, tanto así que
cuando se enteraba muy a destiempo del hecho y los dueños ya
habían enterrado el animal en algún apartado lugar para que no
se propagara la posible peste, iba de noche y a escondidas lo
desenterraba y lo llevaba a su casa y procedía a despostarlo
para hacer charqui y, si por los días transcurridos habían hecho
su aparición los gusanos y larvas, él decía que era arrocito que
se estaba juntando para las cazuelas que prepararía.
203
Otros comerciantes foráneos que llegaban de tarde en
tarde, eran los llamados costinos, que en recuas de mulas car-
gaban sal, cochayuyo y luche, algas marinas, que las madres
obligaban a comer a los niños, por la alta concentración de
nutrientes, minerales y vitaminas.

CACHANTÚN
(PIEL HERMOSA)

"Desde un alfiler hasta una hélice de barco" era el slo-


gan que Alexander Paysley Holmes y su primo Robert acu-
ñaron para su negocio de importaciones cuando alrededor
de 1920 se instalaron en la ciudad de Concepción.
Ciudadanos escoceses, pero na-
cidos en la provincia de Cabo de Bue-
na Esperanza en Sudáfrica, en la dé-
cada de 1880, decidieron emigrar
para conquistar y "hacerse la Améri-
ca". Fijaron su atención en Chile y
Argentina, llegando a Buenos Aires
donde estuvieron un corto tiempo. Si-
guieron, vía el Estrecho de
Magallanes, hasta Talcahuano cono-
ciendo sus alrededores y finalmente
desembarcaron en Valparaíso llegan-
do en sus inquietudes exploratorias
hasta Santiago. Eligieron finalmente
la ciudad de Concepción para esta-
blecerse, instalando un negocio de
importaciones de toda clase de artí-
culos para la industria, la agricultura,
Matrimonio Holmes Muñoz y sus la navegación y el hogar, como su pu-
hijos Alejandro y Elizabeth blicidad tan bien lo graficaba.
204
La legislación chilena hizo que Alexander chilenizara su
nombre, usando en primer lugar el apellido paterno y cam-
biando el agringado Alexander por Alejandro. Sin impedimento
alguno, el ahora Alejandro Holmes Paysley no tuvo inconve-
niente en firmar el más importante contrato de su vida en la
oficina del Registro Civil de Concepción cuando se casó con
la penquista Carlina Muñoz Andrade, unión de la que nacie-
ron Alejandro en 1917 y Elizabeth, un año después.
En 1925 se establece en Copequén, comprando el fundo
de igual nombre al doctor Juan Montenegro.
Entusiasmado con las vertientes de agua del sector
sur del pueblo conocido como Cachantún, se propone ha-
cer realidad un gran proyecto turístico-medicinal, con
baños termales, hotel, instalaciones recreacionales, etc.
Para hacer más atractivo el lugar refuerza la fores-
tación con eucaliptus, ins-
tala mesas, bancas y parri-
llas para asar carne bajo
los árboles; posteriormen-
te habilita una cancha de
carreras a la chilena y, lo
principal, construye una
piscina y cabinas con tinas
individuales para baños
termales. El agua se calen-
taba con fogones a leña en
grandes pailas de cobre y
se llevaba en baldes hasta
las tinas.
Algunos años más tar-
de, paralelamente con la
explotación de los baños Elizabeth Nagel Holmes, Patricia
Holmes Heins y Eleanor Nagel Holmes
comienza la producción y en la piscina construida por su abuelo
comercialización del agua Alejandro Holmes Paysley
205
mineral como bebida, envasándola y trasladándola a centros
de consumo. También se fabricaron otras variantes, agregán-
dole colorantes, esencias y saborizantes de frutas, obtenien-
do la limonada, naranjada y otros que se vendían con el nom-
bre de jarabes.
El primer trabajador de la naciente industria que ya ve-
nía trabajando con Alejandro Holmes en otras tareas, el
mismo que plantó los eucaliptus, fue Misael Abarca, des-
empeñándose ahora como entapador de botellas, en una
máquina vertical a pedal. Años más tarde siguiendo los
pasos de su padre, ingresó su hijo Sixto, "El Mono", tra-
bajando en labores secundarias como el aseo o cargando
camiones; también en resposabilidades mayores como el
control sanitario e higiénico de los envases. Por añadidu-
ra "El Mono" era un destacado futbolista que se peleaban
los clubes de la zona, circunstancia que prestigiaba su
fuente de trabajo y su pueblo. Otro longevo colaborador
de la empresa fue Emiliano Avilés que llegó a trabajar en
la construcción del galpón de la fábrica en 1939. A cargo
de la obra estaba Clemente Pizarro, quien conocía su gran
capacidad cuando lo tuvo bajo sus órdenes en la cons-
trucción del Restaurante Cap Ducal de Viña del Mar y, en
el hotel Carrera de Santiago.
La producción se sacaba en carretas hasta el cami-
no público, distante unas seis cuadras, a las que en in-
vierno había que ponerle dos a tres yuntas de bueyes,
porque el barro alcanzaba hasta el mismo pértigo. En este
lugar se cargaban carretelas conducidas por Cecilio Cer-
da y Adolfo Caroca que hacían entregas en pueblos ve-
cinos y en Requínoa embarcaban el producto por ferro-
carril hacia lugares más distantes.
En 1935 fallece Alejandro Holmes, "viejo", y le sobre-
viven su viuda Carlina y sus hijos Elizabeth y Alejandro,
"nuevo", continuando con la empresa familiar con nuevos
206
bríos y tratando de modernizarla en la medida que se podía.
Se compró el primer camión que conducía Belarmino Vidal
a quien por lo marcadamente moreno de su piel apodaban
irónicamente como "El Palomo". Otros conductores fueron
Alamiro Marchant y un señor delgado y muy alto que apo-
daban "El Culebra Pará".
Del más antiguo administrador que se tiene memoria
es de Humberto Cerda, "El Tachuela", proveniente de
Requínoa. Otro bastante posterior que dejó buenos recuer-
dos fue Daniel Murillo.
Pronto se incorporaron las mujeres, trabajando como
etiquetadoras. Las etiquetas, diseñadas por el propio Alejan-
dro "viejo", se pegaban con engrudo; dos en cada botella, una
en el gollete y otra más grande en el centro. El mínimo eran
60 jabas de 48 botellas cada una por jornada diaria.
A fines de los años
treinta se instaló energía
eléctrica a la planta indus-
trial. Aún hay ruinas de lo
que fue la casa de fuerza,
pozo y canales. Estaba ubi-
cada a unos doscientos me-
tros de la fábrica, a la entra-
da de La Cabrería, al lado de
la casa en que por muchos
años vivió Amador Flores.
Emiliano Avilés recuer-
da también que a principios
de los cuarenta (1940) acom-
pañó a "unos futres que ve-
nían de Santiago" a hacer
prospecciones para localizar aguas subterráneas, internán-
dose por detrás del cerro El Peñón, pasando por La Lecarina,
Los Estanques, Las Bandurrias y Las Tres Picas, compro-
207
bando abundante presen-
cia del vital elemento.
En el control sanita-
rio de las botellas se uti-
lizaban dos de los más
eficaces instrumentos de
la época: la vista y el ol-
fato; rechazando aquellas
con residuos u olores ex-
traños. Extremo cuidado
se ponía cuando por ex-
ceso de gas se reventaba
El Rancagüino, 7 de marzo de 1942 alguna, teniendo que re-
visar al trasluz la presen-
cia de vidrios en las que
aún no se tapaban.
Mientras tanto los
Baños Cachantún, tam-
bién bajo la dirección de
Alejandro Holmes, hijo,
seguían ganando presti-
gio. Muchas organizacio-
nes sociales los preferían
para hacer paseos y go-
zar de sus parajes y aguas
termales. Tan buenas ex-
El Rancagüino, 20 de junio de 1942 pectativas ofrecía el futu-
ro de la empresa que no
tardaron en aparecer interesados en adquirirla; entre ellos,
según el diario El Rancagüino, hasta la propia Municipali-
dad de Coinco.
En 1944 la más prestigiosa publicación nacional espe-
cializada en turismo el anuario, La Guía del Veraneante, le
dedicaba más de media página a los Baños de Cachantún.
208
209
Con el arribo del gringo Holmes y sus alentadores planes,
brotaron las esperanzas en los habitantes, que vieron en ellos una
nueva fuente de trabajo. Una fábrica era absolutamente novedoso;
ningún pueblo de la comuna tenía alguna; era propio de ciudades,
sinónimo de progreso, de especialización, de estabilidad laboral y
de leyes sociales. Trabajar ahí sería un privilegio; los hijos de los
operarios se sentían orgullosos y lo comentaban en la escuela; los
demás niños también considerábamos "la fábrica" como nuestra,
pero reconocíamos que ellos tenían mejores derechos.
¿Hasta que lejanas tierras llegará el agua cristalina de mi
pueblo? ¿Alcanzará hasta las pampas nortinas a refrescar las
gargantas de esos sudorosos y sacrificados compatriotas?
¿Cuántos soñarán con conocer algún día ese idílico lugar
que muestra en su multico-
lor etiqueta a una desnuda
indiecita de juvenil inocen-
cia jugueteando en sus ver-
tientes?, pero ¿dónde que-
da?, ¿cómo se llama? Pa-
rece que Requínoa; no,
Rancagua; no, tampoco.
Los propietarios nun-
ca repararon en ese detalle.
Copequén no aparecía en la Primera etiqueta de Cachantún
etiqueta, ni siquiera en lugar secundario; para que quede más
claro, no estaba en ninguna parte.
Para qué decir de las siguientes empresas propietarias,
hasta llegar a la actual, en que en las etiquetas de las botellas
aparece Copequén s/n (sin número) con letras microscópicas,
como si les provocara vergüenza; o si Copequén fuera una
callejuela perdida en algún barrio marginal y despreciable.
Todo lo contrario de lo que sucede con otros productos que se
indentifican orgullosamente con su tierra y que con sólo men-
cionarlos, todo Chile sabe su procedencia. Ejemplos: pisco-
210
Elqui, cemento-La Calera, aceitunas-Azapa, chamantos-
Doñihüe. Hasta los maestros mundiales del marketing y la
publicidad lo hacen; computadores-Silicon Valley; Coca-Cola-
Atlanta; cine-Hollywood, en Estados Unidos.
Es evidente que la finalidad de toda empresa es alcanzar
el éxito en su gestión y si identificarse con el pueblo donde se
fabrica el producto, según los cerebros criollos de la mercado-
tecnia, no es un tema relevante, se desprendería que los gigan-
tescos staffs publicitarios de esas compañías norteamericanas
estarían equivocados, lo que parece altamente improbable.
Las campañas publicitarias en este caso, se refuerzan una
vez al año contratando rutilantes estrellas internacionales de la
moda, con amplia cobertura de prensa escrita, radial y televisiva
y, si las presentaciones son en inglés, mejor aún. En noviembre
de 1999 Cachantún Fashion trae a la top model española Esther
Cañadas; en noviembre de 2000 a la modelo estadounidense
Naomi Campbell; en 2001 al modisto venezolano Óscar de la
Renta en el Cachantún Fashion Alter Ego; en octubre de 2002 a
la modelo chilena Carolina Parsons, todas promocionando nues-
tra criolla Cachantún producida en ... quizás donde.
Son miles y miles de dólares que se van al extranjero, equiva-
lentes a otros tantos miles de botellas del agua mineral extraídas
gratuitamente de las entrañas del pueblo de Copequén, cuyos habi-
tantes estarían muy complacidos si la empresa propietaria, en cada
uno de estos eventos hiciera una donación de bien social al pueblo
que le ha dado la riqueza de su suelo y el trabajo de su gente. Apro-
vechar, por ejemplo, la presencia de la señorita Campbell, del se-
ñor de la Renta o de la señorita Parsons para entregar una beca
universitaria a un hijo de un trabajador, o un bus a los escolares.
Muchas cosas se pueden hacer. Sólo falta voluntad y el de-
seo de hacerlas, porque medios no faltan. Lo que falta es interés.
¿Por qué no se hacen? Porque ¿mostrar Copequén no es
rentable?, o porque como siempre, a falta de argumentos se re-
curre a la manida frase: "no está dentro de las políticas de la
211
empresa". O será porque los creativos de las campañas publici-
tarias no conocen Copequén ni su histórico pasado y en conse-
cuencia piensan que el Valle de Copequén no es vendedor como
si lo son el Valle de Elqui, el Valle de Azapa o el Valle de Silicon.
La diferencia está en que los productores de pisco, de
aceitunas, de cemento y de chamantos son oriundos de esos
lugares, nacidos en su suelo, con un profundo arraigo y cariño
a su tierra, a diferencia de los accionistas de Cachantún que
no lo son, incluso muchos de ellos ni sabrán donde queda la
fuente de origen, lo que al parecer tampoco les interesa.

LA MUJER TRABAJADORA

Las seis de la mañana le parecía a la señora Mercedes


Bazaes Marchant una hora más que aceptable para comenzar el
día. El horno que había dejado cargado la noche anterior estaba
listo para ser encendido; tarea que cumplía religiosamente a esa
hora, invierno y verano. A eso de las siete, una hora antes que
pasara la primera góndola a Rancagua, los vahos del pan recién
sacado traspasaban los inmaculados paños que lo cubrían, ten-
tando con su inconfundible aroma a los madrugadores transeún-
tes y a los moradores de las casas vecinas.
Incansable trabajadora, llegaba por las tardes, con su ca-
nasto al brazo hasta los más alejados rincones, voceando la
mercadería que iba cambiando a la par con las estaciones del
año; panes de huevo, empanadas de pera, de alcayota, de pino,
pescado frito, sopaipillas, patitas de chancho, arrollados, etc.
Cincuenta años antes, los mismos caminos habían visto
pasar a otra mujer de aspecto más modesto y con la resigna-
ción reflejada en su rostro. Porque Dorotea Soto, como tantas
mujeres que necesitaban trabajar no tenía más alternativas y,
es poco probable que esta madre soltera con dos hijos estu-
diantes, Juana y Manuel Jesús, haya elegido ser lavandera por
toda su existencia. Año tras año, horas y horas con las manos
212
sumergidas en las frías aguas, con sus huesos deformados y
los músculos en franca rebeldía, negándose a ejecutar las ór-
denes del tiránico cerebro, hasta que la implacable artritis o el
martirizante reumatismo dijeran basta. A pesar de esto, el ofi-
cio de lavandera es el que mayoritariamente desempeñaban
las madres de los alumnos en el año 1903.
Otras ocupaciones u oficios eran, locera, ordeñadora,
partera, cocinera, costurera y preceptora. Algunos ya desapa-
recidos y otros con nuevos nombres como los dos últimos,
que ahora se les llama modista y profesora.
Al transcurrir los años fueron surgiendo otros oficios,
actividades y profesiones, fenómeno natural, producto de los
cambios y modernización experimentados en el país, llegan-
do incluso a sobrepasar las expectativas laborales del pueblo,
viéndose obligados a buscar otros horizontes. La lista es tan
extensa como las posibilidades económicas de los padres y
los deseos y capacidades que los hijos pudieran asumir:
contadora, enfermera universitaria, secretaria, ingeniera co-
mercial, técnica en alimentación, profesora, matrona, auxiliar
de enfermería, auxiliar de párvulo, auxiliar de farmacia, bi-
bliotecaria, modista, arsenalera, peluquera, asesora del hogar,
abogado, periodista, etc.
Muchas han sido las mujeres a las que no les ha tembla-
do la mano para tomar las riendas del hogar, como la señora
Mercedes Bazaes o Dorotea Soto, asumiendo un papel
protagónico, como único sustento de la familia, sea porque
eran madres solteras, viudas o separadas, o porque el marido
era un cero a la izquierda.
Finalmente, otra mujer trabajadora, aquella que no tiene
oficio definido, ni título profesional que exhibir, ni especiali-
zación alguna; que no tiene horario de trabajo, que nunca co-
noció una licencia maternal, menos vacaciones; ni siquiera el
derecho a enfermarse, es aquella que no trabaja de sol a sol,
sino que de sol a luna, desde que aparece el astro rey hasta
213
entrada la noche cuando los rayos de la luna la acompañan en
las últimas tareas. Esa es la mujer que irónicamente se le ha
dado en llamar dueña de casa y que en muchos casos tiene
estudios menos que básicos, pero que es capaz de manejar las
finanzas del hogar, desempeñándose también como enferme-
ra, modista, peluquera, maestra de cocina, lavandera, ordeña-
dora, etc. Esa es la misma mujer que a juicio de los expertos
tiene cero incidencia en los índices económicos del país, pero
es la que sustenta otro aspecto quizás más importante que el
anterior, como es la familia, base de nuestra sociedad y que
con legítimo orgullo ostenta los dos más grandes títulos que
lo otorga solamente la universidad de la vida: Madre y Esposa.

ARTESANÍA

Más allá del significado de las palabras, no cabe duda


que también cargan con el estigma de la deshonra o el virtuo-
sismo de la dignidad. Así por ejemplo, del término artesano se
dice que es aquella persona que fabrica objetos domésticos
con las manos y alguna tosca herramienta. Por nuestra parte la
asociamos también con creatividad, ingenio, habilidad, esfuer-
zo, tenacidad; porque éstas y muchas más son las virtudes de
que han hecho gala las loceras, los estereros y los antiguos
mimbreros y talabarteros del pueblo.
Esa tierra rojiza, noble y obediente que esperó por siglos en
las laderas del cerro que fueran en su búsqueda, es la que con la
habilidad y maestría de las loceras de La Vega, como les gusta
que las llamen, fue tomando forma de ollas, cántaros, fuentes,
maceteros, cayanas, palmatorias, floreros, tinajas, etc. Estos prác-
ticos utensilios de greda que siempre se han usado y adornado
nuestros hogares, también fueron usados por nuestros antepasa-
dos los promaucaes y en las bien equipadas y relucientes cocinas
y amplias casas de los encomenderos de Copequén.
214
Sus reconocidas ventajas es-
pecialmente en el sabor que toman
los guisos sobre tradicionales va-
jillas han llevado a que restauran-
tes de todas las categorías hayan
preferido su uso en comidas típi-
cas como el pastel de choclos, ca-
zuelas, pailas marinas, etc.
Ayer fueron las diestras y ex-
pertas manos de Manuela Olguín,
Carmen Madrid, Jesús Guaquiante,
Adela González y Magdalena Pin-
to y hoy las de María Padilla, Car-
men y Norma Pinto las que las El Rancagüino, 28 de septiembre de
han producido en sus rudi- 1995. "Tachito" vendiendo su arte
por las calles de Rancagua.
mentarios talleres y hornos.
Otros artesanos son los estereros, oficio que tuvo su épo-
ca de esplendor en el siglo XX, cuando los pisos de los hoga-
res eran cubiertos por alfombras vegetales hechas de totora
trenzada. Muchas se hacían a pedido, con medidas y formas
especiales para cada habitación. El más antiguo artesano en
este oficio es Anastasio Marchant, "Tachito", quien lleva más
de 75 años en el rubro, acompañado por su hijo Abelardo.
Antes lo fueron sus hermanos Guillermo y Humberto y otros
como Daniel Bazaes, David Gálvez, Segundo Palominos, etc.
quienes cubrían los exigentes pedidos incluso de pueblos y
ciudades cercanas. Tan extendido estaba el uso de las esteras
que por allá por 1930-1950, Pablo Bazaes, que se había ido a
vivir a Viña del Mar venía a Copequén a comprar totora sólo
trenzada. La unidad en la transacción era llamada tarea. Cada
tarea tenía 24 pares de hebras trenzadas de 12 varas cada una.
En la ciudad jardín tenía un taller para fabricar y engalanar los
chalets del más conspicuo y elegante balneario de la sociedad
chilena con la totora producida y trenzada en Copequén.
215
Quien no ha tenido en su casa una pequeña silla de mim-
bre con apoya brazos, donde el regalón de la familia se sienta
como un príncipe de ese reino donde todo gira a su alrededor,
no sabe de las bondades y satisfacciones que este arbusto brinda
a las familias campesinas.
Los artesanos que han trabajado el mimbre, Cirilo Guzmán,
Juan Guaquiante, Zenobio y Jorge Vidal, Manuel Padilla, Juan
Marchant González, lo mismo que las loceras y los estereros,
han contribuido en igual medida a
equipar y alhajar esos hogares con
mesas, sillas, canastos, maletas, es-
tantes, cómodas, veladores, etc.
Es difícil saber desde cuándo
estas larguiruchas y cimbreantes
varillas se han utilizado en la con-
fección de mobiliario hogareño,
pero en pinturas e ilustraciones de
siglos pasados se encuentran testi-
monios de él en confortables sillo-
nes, canastos, árguenas, etc.
Finalmente el otrora im-
Juan Ramón Moraga, el talabartero
prescindible talabartero en zonas
campesinas, el tan solicitado artesano que trabajaba los cue-
ros, las suelas y las badanas, en Copequén es sólo un re-
cuerdo de quienes lo conocieron y que hoy son venerables
abuelos o bisabuelos.
El último talabartero de Copequén, que fabricaba las
inigualables monturas "chilenas", las botas corraleras, los an-
chos cinturones con dibujos de copihues y herraduras, esas bien
trenzadas riendas y rebenques y los zapatos de huaso con altos
tacones que sacaban chispas y hacían estremecer las ramadas al
compás del tamboreo y huifa de una cueca bien chilena; ese
talabartero, el último que conoció Copequén, Juan Ramón Mo-
raga, falleció un 11 de mayo de 1945.
216
Estos son los artesanos que dieron fama e ingresos a
Copequén y que han desaparecido o están en extinción por-
que las nuevas aleaciones de metales en la vajillería, las eco-
nómicas fibras sintéticas en las alfombras, el avasallador plás-
tico en mobiliario y los jinetes que se baten lentamente en
retirada, están escribiendo el final de esta historia, la historia
de la artesanía en Copequén.

OTRAS FUENTES DE INGRESOS

También había otras actividades para ganarse la vida,


algunas relacionadas con la agricultura y otras de carácter ge-
neral. La mayoría malamente remuneradas y, como en el caso
de las mujeres, no habían alternativas. Varias de curiosos y
ya desaparecidos nombres como el trenzador, que se dedicaba
a hacer trenzas de totora; el sota de peones, especie de capa-
taz, de cierta jerarquía dentro del personal; el labrador, espe-
cialista en descortezar largos trozos de álamo, con un hacha
de gran tamaño, hasta convertirlos en vigas o viguetas; el
pellonero, que curtía los cueros de oveja o cabríos hasta dejar-
los dóciles, suaves y mullidos para usarlos en la confección
de monturas y arneses; el tejador, experto en hacer tejas y la-
drillos, preparando primero la tierra arcillosa que se traía de
los cerros vecinos, después cortando las tejas que exponía al
sol por varios días; posteriormente las ponía ordenadamente,
formando una especie de pirámide, en cuyo interior ponía leña
de espino, que una vez encendida esparcía uniformemente el
calor por los ductos dejados ex profeso. Al cabo de algunos
días, las tejas estaban cocidas y en condiciones de ser usadas.
Otros oficios que no merecen ser descritos, por lo explícito
de su nombre, fueron: albañil, trabajador al día, vaquero, admi-
nistrador, carpintero, herrero, cochero, tonelero, cantero, zapate-
ro, peluquero, carbonero, practicante, talabartero, etc.
217
Como en el caso de la mujer trabajadora, los hombres
también fueron accediendo a centros de estudios que les per-
mitieron especializarse en oficios y profesiones vedados has-
ta algunos años atrás, fenómeno que los obligó a dejar
Copequén para desarrollarse profesionalmente. La gama de
profesionales, en este momento, es asombrosamente amplia:
topógrafo, técnico electromecánico, ingeniero civil, profesor
de educación física, mecánico automotriz, técnico veterina-
rio, ingeniero en ejecución eléctrica, técnico agrícola, agente
de ventas, militar, bachiller, contador, profesor de historia,
ingeniero comercial, mecánico de banco, técnico eléctrico,
dibujante técnico, peluquero estilista, técnico en estructuras
metálicas, ingeniero mecánico, ingeniero en computación, in-
geniero agrónomo, ingeniero metalúrgico, técnico en óptica,
carabinero, tornero, técnico en control de calidad, etc.
El espectro ocupacional no estaría completo, si no reco-
nocemos que también hubo actividades moralmente inacepta-
bles o, por lo menos reprochables; algunas bastante rentables
como tahúres, prestamistas, cuatreros, asaltantes, guachucheros,
etc. Es decir, un nutrido firmamento ocupacional en que cada
cual tenía el brillo o la opacidad que se merecía.

1. Enciclopedia Temática de Chile, Geografía Económica I, Editorial Ercilla, tomo


V, pág. 45.
2. Felipe Gómez de Vidaurre, Historia Geográfica, Natural y Civil del Reino de Chile,
pág. 32.
3. Versos de Juan Ramón Moraga, padre del autor.
4. Historiadores de Chile, Introducción, pág. XII
5. Alonso González de Nájera, Desengaño y Reparo de la Guerra de Chile, pág. 22

218
CAPÍTULO X

DEPORTES Y RECREACIÓN

AMANSADURAS

stas faenas, propias del quehacer campesino, en que


se mezclan el trabajo con la diversión, tienen sus raíces en la
época de la conquista. Algunas, como la amansadura, man-
tienen su vigencia y objetivos prácticos. Para los españoles,
el caballo, constituía un elemento esencial. A las ventajas
como máquina de guerra, por su corpulencia, velocidad, re-
sistencia y maniobrabilidad, se deben agregar otras cualida-
des como medio de carga y transporte. Para ello necesaria-
mente las crías una vez lograda cierta edad y envergadura
física debían ser domadas.
En la actualidad esta labor perdura en nuestros campos,
aunque en menos grado, porque la utilización de estos anima-
les como medio de transporte y trabajo es cada vez menor por
haber sido reemplazados por las máquinas.
Consecuencia de este fenómeno es que estos eventos, en
que los jinetes muestran su pericia ante un público reunido
espontáneamente, son cada día menos frecuentes. En ese due-
lo entre cabalgadura y jinete debía haber un vencedor y un
vencido. Por un lado, uno defendía la libertad que la naturale-
za le había dado y por el otro, la primacía de la especie huma-
na sobre las otras especies que la misma madre naturaleza
también le había otorgado. Sin embargo, la indómita libertad
de uno y la soberbia y envanecimiento del otro se convertirían
219
con el paso del tiempo en una profunda y leal amistad pocas
veces vista en especies diferentes. Por algo se dice que los
más grandes amigos del hombre son el caballo y el perro. En
Copequén, hasta antes de la vorágine que ha significado el
uso de la bicicleta y otros medios mecánicos de transporte,
hubo grandes amansadores que a costa de porrazos y
machucones dejaban como mansos corderitos a endemonia-
dos energúmenos que a la distancia parecían dóciles caballos
y agraciadas potrancas. Entre ellos, Jano y Alfredo Alegría,
Yayo Moya, Ángel Molina y Cosme Aquiles Olguín.

TRILLA

La más auténtica y espontánea frase para expresar


orgullosamente nuestra nacionalidad "más chileno que los porotos",
la hemos escuchado desde niños y es utilizada en los más variados
sectores de la ciudadanía y no es de extrañar que extranjeros que se
han aquerenciado en esta tierra la hayan hecho suya demostrando
así todo el cariño por este país que los ha cobijado.
Esos porotos con rienda, con mote o con chicha-
rrones que engalanan nuestra mesa sólo han podido
llegar hasta ella gracias al cuidado del campesino y
cuando éste vio que las vainas de abultado vientre
anunciaban la proxi-
midad de un parto
múltiple accedía a la
dolorosa y postrer ta-
rea de inminente des-
enlace: arrancar de
raíz esas plantas para
que esas vainas dieran
La trilla, según Claudio Gay. a luz sus frutos.
220
Trilla proviene del verbo trillar que significa pisotear. La
trilla a yeguas es la faena que permite extraer los granos de
las vainas, en este caso los porotos. Se limpia y empareja un
terreno de aproximadamente cien-doscientos metros cuadra-
dos llamada "era" donde se depositan en forma circular las
gavillas secas de porotos y sobre ellas trotan caballos sin he-
rraduras para que no trituren los granos. Si el volumen a trillar
no es mucho basta con tres o cuatro caballos que van unidos
con un lazo que sostiene un trabajador que se ubica en el cen-
tro del círculo y que azuza a los pingos con gritos y una ame-
nazadora varilla. Si el volumen es mayor se utilizan varios
caballos sin ningún tipo de atadura, lo que ha dado en llamar-
se trilla a yegua suelta, los que son arreados por un jinete.
Cada cierto tiempo se detiene el trote, se remueven las matas
y como su volumen ha bajado se le agregan otras pocas y se
reanuda el trote, esta vez en sentido contrario. Terminada esta
primera parte se retira la paja y los porotos desgranados son
aventados mediante palas de madera para que el viento se lle-
ve la paja más liviana y la tierra suelta acumulada. Finalmente
los porotos cosechados se retiran en sacos hasta la casa del
dueño y cuando éste lo estime conveniente ordenará la lim-
pieza definitiva quitando otras impurezas, como terrones,
piedrecillas, pedazos de palos, granos en mal estado, etc.
Finalizada la tarea muchas veces el dueño agasajaba a
los trabajadores y a sus familias con un asado o un causeo
bien regado, amenizado con algún guitarreo si alguno de los
presentes o invitados sabía sacarle alegres y contagiosas no-
tas a la "cogote de yegua".
Esta es la trilla que se hacía y aún se hace en Copequén,
aunque en menor medida. La presencia avasalladora de má-
quinas que reemplazan con grandes ventajas a los animales
ha sido la causa de que esta faena de auténtica raigambre
campesina vaya desapareciendo, ante la desazón y el des-
consuelo de muchos.
221
RODEO

A García Hurtado de Mendoza, Gobernador de Chile en-


tre los años 1557 y 1561, hábil jinete y gran aficionado a los
juegos ecuestres, se le atribuye los orígenes del rodeo. Lo que
comenzó como una labor de apartar y marcar ganado, activi-
dad de entretenidos, festivos y también trabajosos ribetes, don
García la convirtió en una competencia donde los jinetes y
cabalgaduras demostraban su destreza. Al evento le dio el re-
alce merecido, fijando su realización cada año los días 24 y
25 de julio, con motivo de la celebración del Apóstol Santiago
y el lugar la Plaza de Armas.
Posteriormente se habilitaron recintos especiales que te-
nían forma rectangular y se dictaron los primeras reglas. A
mediados de 1800 hace su aparición la medialuna que reem-
plaza al primitivo rectángulo. De ahí en adelante, múltiples
reglamentaciones se han establecido en beneficio del espectá-
culo, y la protección del ganado.
Un hito destacable lo constituye el hecho que el Consejo
Nacional de Deportes y el Comité Olímpico de Chile designa-
ron el rodeo como deporte nacional el 10 de enero de 1962.
Las prácticas deportivas siempre han estado ligadas a un
sinnúmero de factores que les dan fisonomía e identidad pro-
pias a cada deportes. Estos elementos pueden ser climáticos,
sociales, ambientales, económicos, estacionales, geográficos,
etc. Así por ejemplo, al golf, la pesca de alta mar y al polo se
les vincula con clases sociales y económicas de alto nivel; el
sky, la caza y la pesca se desarrollan bajo ciertas condiciones
climáticas, estacionales, ambientales y geográficas; y el ro-
deo es sinónimo de ganado, caballos, medialuna, cuecas,
huasos bien plantados y esencialmente campo.
Sin embargo, la Federación de Rodeo de Chile, el orga-
nismo rector, afirma que este deporte aunque identificado ple-
namente con el sector agropecuario, se ha introducido tam-
222
bién en las ciudades donde hay gran cantidad de cultores, clu-
bes organizados e instalaciones bien equipadas.
Sostiene, además que, el rodeo es el deporte que a nivel
nacional, después del fútbol, es el que convoca más especta-
dores que cualquier otro. Un nutrido calendario de activida-
des dan cuenta que en el ejercicio 2000-2001 se efectuaron
352 rodeos organizados o supervisados por las 32 asociacio-
nes y sus 270 clubes. Tal ha sido su desarrollo y difusión que
incluso hay competen-
cias a nivel escolar, uni-
versitario e incluso even-
tos en que se incentivan
los lazos familiares don-
de las colleras las forman
padres e hijos.
En el plano local,
sin embargo, los cultores
han sido muy escasos, José Oyarzún y Alfonso Reyes
como escasos también los escenarios. Las medialunas que al-
guna vez hubieron fueron construidas y financiadas por afi-
cionados para "pichanguear" con algunos parientes y amigos.
Hubo una en el potrero La Cantera, en El Cajón; otra en La
Cabrería, contigua a Cachantún; y la última todavía en pie en
el potrero El Calabozo de la señora Mercedes Guzmán Soto.
El intento más serio lo constituyó la creación del club Los
Chacareros de Copequén fundado en 1996, terminando su efí-
mera existencia en 1999 a pesar de los vanos intentos por pro-
longar sus actividades desplegados por Toño Flores y otros
entusiastas aficionados a las corridas en vaca.
A decir verdad la presencia de nuestro criollo deporte en
Copequén no ha sido frutífera ni relevante. Ha conspirado tam-
bién el hecho que no hay grandes praderas, pastizales, ni ga-
nado en abundancia, sólo el necesario en aquellas familias que
los tienen, menos ahora en que la "leche descremada y de lar-
223
ga vida" ha reemplazado al blanco, espumoso y apetitoso ali-
mento consumido al pie de la vaca, realidad acentuada por la
cada vez más escasa presencia en el paisaje pueblerino del
hombre de a caballo.

CARRERAS A LA CHILENA

Quienes no estaban de acuerdo con el refrán "la gordura


es parte de la hermosura", por allá por los años treinta, acu-
dían discretamente a la Botica El Indio frente a la Iglesia de
La Merced en Rancagua, donde preparaban unas excelentes
píldoras para bajar de peso. Aunque no siempre el resultado
era el esperado, sobre todo en el invierno, donde la tentación
de unas sabrosas sopaipillas, las cazuelas de ave con harta
enjundia, o unos porotos con cuero de chancho y manteca con
ají de color, hacían exactamente el efecto contrario.
En esta misma botica es donde los jinetes de las carreras
a la chilena compraban las mágicas píldoras para bajar unos
kilos y hacer el peso convenido para la próxima competición.
Si ésto no era suficiente, había que sacrificarse durante la se-
mana previa, con una estricta dieta a base de frutas, verduras
y unas escuálidas sopas y tecito puro. Si los porfiados y rebel-
des gramos permanecían firmes en sus posiciones, el enfren-
tamiento final era en los baños turcos, en cuyo agobiante campo
de batalla finalmente sucumbían.
Si por el contrario, al jinete le faltaba peso, la situación
era más preocupante aún, porque las carreras se pactaban
con un mínimo de kilos. En esta eventualidad, éste además
de sobrealimentarse, el día de la carrera bebía grandes canti-
dades de líquido, de preferencia gaseosas, y como último
recurso, echándose dentro del chaleco unas cuantas muni-
ciones de plomo.
Estas y muchas cosas más hacía Julio Álvarez, el más
224
experimentado y destacado jinete que ha tenido Copequén en
sus más de doscientas carreras en que participó. Nacido en
1921, recuerda que sus primeras incursiones es estas lides co-
menzaron a los quince años de edad cuando su peso era cua-
renta y dos kilos. Su padre Juan Bautista, fue quien le brindó
las primeras enseñanzas y secretos en el arte de correr en pelo.
En 1932 Alejandro Holmes propietario de las termas de
Cachantún, contrató a Juan Bautista, pagándole sesenta pesos
mensuales, para que organizara carreras en un lugar habilita-
do para tal efecto, cerca de la piscina, y de esta manera
promocionara el naciente balneario.
Las carreras se realizaban los días domingo, pero
cuando alcanzaban verdadero realce era para el 18 de sep-
tiembre, ocasión en que acudían a competir los hacenda-
dos vecinos con sus veloces pingos, montados por los más
afamados jinetes de la zona, y donde también se hacía pre-
sente lo más granado y representativo de la sociedad
copequenina y pueblos vecinos.
Atractivas mujeres y bien
cacharpeados huasos participaban
entusiastamente junto a toda la fami-
lia, arribando tempranamente en los
más diversos medios para tomar bue-
na ubicación y no perderse ninguna
carrera. Traían consigo las vituallas
necesarias para beber y alimentarse
todo el día. El lugar muy bien acondi-
cionado, tenía parrillas para hacer asa-
dos, mesas y bancas, al reparo de fron-
dosos árboles.
Fueron muchos los escenarios
que conocieron la habilidad y destre-
1937. "La Guinda", su jinete
za de Julio Álvarez. Recuerda haber Julio Álvarez y su preparador
corrido en Rancagua en la cancha El Celedonio Carrasco.
225
Listón que quedaba a un costado de la avenida Membrillar; en
la cancha Alameda, en la avenida del mismo nombre, entre
Freire y el camino longitudinal.
Participó también en Graneros, Coya, Olivar Alto, El
Rulo, La Quinta, San Vicente de Tagua-Tagua, Curicó,
Coltauco, Machalí, Doñihue. Y fue aquí donde Juan Bautista
Miranda, alcalde de la época, gran carrerista y propietario de
varios caballos y potrancas, que entusiasmado con los éxitos
del copequenino, lo contrató por dos años, a razón de sesenta
pesos mensuales para que corriera para él en forma exclusiva.
Aunque con cierta nostalgia por el pasado evoca con entusias-
mo los éxitos alcanzados montando la yegüita "La Pulga", pa-
seándose triunfalmente por las canchas de la región, desta-
cándose aquellas que se efectuaban cada 24 de septiembre, en
Doñihue, día de Las Mercedes patrona del pueblo. La última
carrera de su extensa trayectoria fue en 1939 en La Quinta
cuando ya pesaba cincuenta y ocho kilos.
Entre las muchas diferencias entre las carreras de
los hipódromos y las carreras a la chilena, hay dos que
las hacen especialmente atractivas y emocionantes. Una
es la corta distancia, generalmente entre ciento cincuen-
ta y doscientos metros, en que tanto el jinete como la
cabalgadura, en escasos segundos deben desplegar el
máximo de habilidad, fuerza, velocidad y maña para
vencer. Aquí no se puede echar mano a ninguna estra-
tegia; no hay tiempo. Desde el primero al último metro
hay que correr "como las velas". La otra diferencia es
que aquí hay solamente dos competidores. Se gana o se
pierde. No hay alternativa. No hay segundo lugar que
tenga un reconocimiento, aunque sea de consuelo; es
perdedor, así de simple.
De ahí que tenga especial importancia el respeto por
la rigurosidad con que actúa el "gritón" o "mandón" que es
el juez de partida; los "veedores", uno por cada participan-
226
te que se colocan en el lado contrario de "su caballo" para
confirmar o cuestionar el fallo del juez de llegada. Tan va-
lioso como los anteriores es el "veedor de malicia" cuya
misión es denunciar cualquier trampa o acción dolosa de
alguno de los jinetes en la carrera. Por que no es antojadizo
afirmar que puede suceder que éstos por ganar recurren a
todo lo que esté a su alcance, como sujetar las riendas del
adversario o simplemente dar de chicotazos al otro jinete.
No hay que olvidar que además del honor de ser vencedor,
se transan apuestas entre los dueños de los caballos, como
entre el público asistente; apuestas que van desde un sim-
ple jarro de chicha o una caja de cervezas, hasta gruesas
sumas de dinero.
En sus comienzos se les llamaba carreras en pelo, por el
hecho que el jinete montaba a lomo pelado, sin siquiera rien-
das; los crines hacían las veces de tales. Ni tampoco algún
elemento como fusta o espolines. Pasaron muchos años para
que el uso de estos accesorios fueran permitidos y hoy están
en plena vigencia.
En Copequén han habido otras canchas. La de El
Cajón al pie del cerro Las Petacas y, una segunda en
Cachantún hacia La Cabrería. Otros carreristas y pingos
que han dado gloria y satisfacción a sus seguidores son
José Miranda con la yegua "La Aceituna", madre de "La
Muñeca", con su jinete Alfonso "Poncho" Caro en la dé-
cada del ‘80; Fernando Pinto Pardo con "El Pluma de
Oro" y el jinete Juan Pinto, "El Calila"; Fernando Gómez
con "El Tralca" montado por Amador Flores y Alejo
Álvarez con su yegua "La Chica" montada por el mismo
en la década del cincuenta.
Otros tiempos, otros escenarios, otros jinetes, otros
pingos. El mismo alborozo, el mismo entusiasmo, la
misma pasión.
227
RAYUELA

Los jugadores del Club El Espino siempre - en rigor a la


verdad casi siempre -, han sido muy respetuosos de las dispo-
siciones reglamentarias y decisiones arbitrales, y el 22 de fe-
brero de 1992, en los partidos jugados en Requínoa, no había
sido la excepción. A la fecha, El Espino, era uno de los equi-
pos rayueleros que había desarrollado una intensa actividad
en el último tiempo, y la reconocida capacidad de sus dirigen-
tes y el alto nivel competitivo de sus jugadores, fueron facto-
res más que suficientes para que el Director de Deportes de la
comuna de Coinco, lo eligiera para representarla en el Cam-
peonato Regional Laboral con sede en Requínoa.
Lamentablemente no siempre los buenos ejemplos son
imitados, y lo que es peor aún, algunas veces se recurre a
artimañas en pos de un objetivo y ésto fue lo que sucedió
en aquel evento.
Ante la inminente victoria de los representantes de
Copequén, que tenían un gran equipo, sus adversarios trama-
ron la historia que les habían robado los tejos. Eran más o
menos las once y media de la noche. Las sospechas según los
afectados, apuntaban directamente a la delegación de
Copequén. De esta manera, serían severamente castigados;
pasados al tribunal de disciplina y finalmente perderían el tí-
tulo por secretaría. La batahola que se armó fue de "padre y
señor mío", y como la inferioridad numérica de los nuestros,
era manifiesta, José Miranda el presidente, cual moderno
Lautaro, el gran estratega araucano ordenó a los suyos reple-
garse y atrincherarse alrededor del microbús, rodeándolo com-
pletamente, impidiendo que alguien se acercara.
Esta acertada maniobra guerrera, defender a todo tran-
ce su cuartel general, tenía dos objetivos: primero, ganar
tiempo hasta que llegaran refuerzos, los carabineros en-
viados a buscar por él mismo; y, segundo, no permitir que
228
el cuerpo del delito, los tejos robados, fueran puestos den-
tro del vehículo. Grande fue el alivio al llegar la fuerza
policial; alivio que se transformó en verdadera alegría al
cerciorarse que entre ellos venía Luis Chacón, nacido y
criado en Olivar Bajo, pueblo vecino a Copequén, y por
supuesto amigo de todos ellos. Establecida la inocencia
y restablecida la calma, emprendieron alegremente el re-
greso recordando los ingratos momentos vividos.
La rayuela es uno de aquellos
deportes que goza de especial sim-
patía y cariño popular. Quienes lo
practican o lo presencian no
alcanzan cuantitativamente la
masificación del fútbol o el rodeo,
pero tienen la ventaja de poder ha-
cerlo fácilmente. ¿Quién no ha ju-
gado más de alguna vez, al tejo,
como también se le conoce? A ni-
vel de entretención, lo puede prac-
ticar cualquiera en cualquier lugar.
Club El Espino. Basta un reducido espacio de 8 a
10 metros de largo por 2 ó 3 de ancho, para dibujar en el suelo
una rudimentaria cancha, consistente en un cuadrado de más
o menos un metro por lado, y un par de monedas por jugador
para entretenerse por largos momentos, demostrando la habi-
lidad tratando de llegar con ellas lo más cerca o apuntarle de
lleno a la línea central dibujada en la cancha.
Recordemos que los comienzos de este juego datan de la
colonia, y según historiadores, fueron los españoles los que lo
introdujeron en Chile y quienes lo practicaban con mayor fre-
cuencia eran los soldados para hacer más llevaderos los lar-
gos días de acuartelamiento previos a alguna campaña bélica.
En la plaza de armas de Santiago, en el actual edificio del
cuerpo de bomberos estaba el cuartel de Los Dragones de la
229
Reina, en cuyo interior se entretenían los soldados jugando a
la rayuela en una de las canchas más antiguas de que se tiene
memoria. Los araucanos también adoptaron este juego, usan-
do tejos de piedra de variados colores; le llamaban tecum. El
juego de la rayuela no estaba reglamentado. Los tejos eran de
regular tamaño y podían ser de fierro, bronce o plomo; el ta-
maño de la cancha, la distancia del lanzamiento y los puntos a
disputarse se acordaba previamente.
Al comienzo del siglo que recién terminó, en vista de la
gran difusión alcanzada se empezaron a formar clubes, poste-
riormente asociaciones, y finalmente se fundó la Federación
de Rayuela de Chile el 9 de junio de 1946, quien es el ente
rector, bajo cuya tutela y autoridad se cobijan las menciona-
das entidades. Posteriormente fue reconocido como deporte
nacional y el 19 de julio declarado Día del Rayuelero.
El Club Galvarino es el más antiguo que se recuerda en
Copequén y data de 1951. En los últimos años de su existencia
tenía su sede en la casa de Panchito Vidal, a la entrada de La Isla.
A cincuenta metros del anterior, funcionaba el Unión
Copequén, en la casa de Gerardo Marchant. Otros clu-
bes han sido Los Buenos Muchachos; el 12 de octubre,
El Parrón y El Espino.
En la rayuela, a diferencia de otros deportes, no tienen
cabida, la mala intención, el egoísmo, el foul, la mentira, la
simulación. No se requiere de caros implementos, ni de costo-
sas instalaciones. Si hasta la edad y sexo tampoco son obstá-
culos para su práctica. Aquí sólo sirve la habilidad, el respeto,
la disciplina, el dominio de sí mismo y la destreza. Sus cultores
conforman verdaderas cofradías, donde la camaradería y soli-
daridad son los factores primordiales. Cuando un club visita a
otro y donde la gran distancia impide el regreso el mismo día,
los anfitriones le proporcionan hospedaje y alimentación gra-
tuitamente a toda la delegación, sean jugadores, dirigentes o
familiares. Aquí se reflejan en toda su magnitud algunas de
230
las virtudes de la idiosincrasia de nuestra raza: la hospitalidad
y amistad. Si hasta cuando se está jugando aflora el buen hu-
mor con una oportuna y certera talla, que el afectado sin eno-
jarse contesta de inmediato con otra, de igual o mayor calibre.
¿Será tal vez por eso que la largura de nuestro país se asemeja
a una cancha de rayuela, y que si pudiéramos observar desde
lo alto podríamos ver que en la llanura el campesino, en la
costa el pescador, en la montaña el minero y en el desierto el
calichero, están jugando rayuela?

FIESTAS PATRIAS

En el campo la celebración de las fiestas patrias de anta-


ño constituía el más importante acontecimiento cívico-
recreacional en el que participaban todos los sectores de la
ciudadanía con inusitado fervor y entusiasmo. Los preparati-
vos se manifestaban por lo menos un par de meses antes, em-
pezando por el aspecto culinario, brindándoles especiales cui-
dados y alimentación a cerdos, pavos, patos o gallinas que
enriquecerían la mesa familiar en esos días.
El segundo aspecto, no menos importante que el ante-
rior, lo constituía el vestuario de la familia. Las madres y abueli-
tas les confeccionaban a las niñas vaporosos y floreados

231
vestidos, completando el conjunto con un cinturón, y cintas en
las trenzas de un mismo color. A los niños les hacían pantalones
cortos de brin sujetos por tirantes del mismo género o por
suspensores elásticados, una camisa de popelina generalmente
blanca, y un sweater tejido a palillo; y si el presupuesto lo per-
mitía se les compraba zapatos (bototos) y calcetines Caffarena,
de lo contrario continuarían usando las diarias ojotas. Si la llu-
via se hacía presente, el poncho de lana, el compañero insepa-
rable de todo el invierno, volvía a cobrar vigencia.
El padre y la madre postergaban sus pretensiones y como
de costumbre la solución era el terno negro y el clásico traje
sastre. Sometidos a rigurosos escobillazos con la espumosa
agua que producía unas cuantas cortesas de quillay, desapare-
cían las manchas y el lustre de las gastadas prendas, devol-
viéndoles por un par de días la tersura ya perdida.
Una banderita chilena de hojalata en la solapa y unas
cuantas lapiceras fuentes en el bolsillo exterior de la chaqueta
completaban la elegante tenida.
La preocupación por lo estético se extendía también al
cuidado de las casas, pintando y reparando fachadas y rejas.
Sin más afán que la satisfacción personal, esta costumbre te-
nía la virtud de ser generalizada, mostrándose como una co-
munidad viva, alegre y amante de su pueblo.
El ambiente dieciochero, propiamente tal, comenzaba con
los primeros brotes primaverales en las dos salas de clases que
conformaban la escuela. Los artífices de este fenómeno eran los
maestros y alumnos. Los poemas a la patria, a la bandera, a nues-
tros héroes y las estrofas del himno nacional y de la canción de
Yungay, ensayadas una y otra vez, eran las semillas que se espar-
cían por el pueblo cuando los niños camino a casa, pletóricos de
un naciente y entrañable amor a la patria tarareaban o silbaban
los marciales acordes de nuestros símbolos musicales. El acto
inaugural se efectuaba en el frontis de la escuela, izando el pabe-
llón nacional y algunos números artísticos interpretados por los
232
alumnos. En 1944 esta ceremonia se trasladó unos metros, frente
a la casa del vecino Ricardo Guzmán, lugar más espacioso donde
se construyó un monolito que sostenía un gran mástil con nuestro
tricolor presidiendo el acto (ver El Monolito, página 274).
Las entretenciones propias de estas actividades se realiza-
ban en la cancha de fútbol, participando niños, jóvenes y adul-
tos. La mayoría eran competencias individuales como las ca-
rreras de ensacados, el palo ensebado, carrera con un huevo en
una cuchara sostenida con los dientes, carreras con obstáculos,
como platos con agua y con harina en las que se colocaban
monedas que había que sacar con la boca; una manzana colga-
da que había que comer, sin tomarla con las manos, etcétera.
Otra prueba que causaba gran algazara consistía en ven-
darle la vista al concursante, entregándole un robusto palo con
el que tenía que acertarle un garrotazo a una olla de greda
colgada en el medio de la cancha que tenía un premio en dine-
ro en su interior; a cierta distancia había otras dos sin premio
alguno, una con agua y otra con ceniza.
Al competidor lo guiaba una persona, que lo acercaba
hasta los objetivos y después de unas cuantas vueltas, en dis-
tintos sentidos lo dejaba solo, empezando éste a dar golpes
con el garrote a diestra y siniestra, a veces cayendo en las
zarzas que limitaban la cancha o acercándose peligrosamente
al público que huía prestamente; hasta que finalmente destro-
zaba una de las ollas, obteniendo el premio o quedando empa-
pado de agua o cubierto de polvillo blanco.
El palo ensebado era otra prueba que acaparaba la aten-
ción del público. Con grasa que se usaba en los ejes de las
carretas se cubría totalmente un poste un poco más corto que
los del alumbrado por el cual debían trepar los concursantes
en procura de un premio en dinero ubicado en lo más alto. Un
avezado competidor y varias veces vencedor era Alejo Álvarez,
quien dejaba que lo antecedieran otros concursantes y de paso
limpiaran el palo con sus ropas. Además, en su expedición
233
llenaba sus bolsillos con tierra que espolvoreaba en el palo
hasta lograr su objetivo.
Quien llevaba la voz cantante en estos eventos era el incansa-
ble Lorenzo Labraña organizando incluso peleas de box con guan-
tes traídos de Santiago. También traía unos novedosos globos de
gigantescas dimensiones a los que en su interior se les encendía
una mecha que al consumir el oxígeno los hacía más livianos que
el aire, elevándose a grandes alturas hasta perderse en el infinito.
El programa de las fiestas patrias no estaba completo si
el fútbol no estaba presente. El Club Deportivo Copequén in-
vitaba a otro club a una tarde deportiva donde se disputaban
tres partidos "amistosos", comenzando con la tercera serie.
Pero casi siempre la fraternidad y el principio de que en el
deporte lo más importante es competir, se cuestionaba a la
primera falta que el afectado consideraba una agresión, res-
pondiendo con puños y pies, teniendo el amistoso un abrupto
final (ver Club Deportivo Copequén página 238).
En la década del sesenta la celebración se hacía en la
cancha de fútbol Óscar Ureta del Club Deportivo Copequén.
En la mañana se comenzaba con un acto cívico, el izamiento
del pabellón nacional, algunas representaciones artísticas y
bailes folklóricos como la refalosa, el cuando, la trastasera y
las infaltables cuecas, interpretados por los alumnos.

18 de septiembre de1968

234
A continuación las tradicionales competencias que perdu-
ran hasta nuestros días. También se habilitaban stands en bene-
ficio de instituciones de bien social, que vendían artículos típi-
cos de greda, mimbre, volantines, dulces chilenos, cabritas, chi-
cha, ponches de culén, de membrillo y guindo; borgoña, empa-
nadas, pescado frito, sopaipillas, tortillas de rescoldo, etcétera.
El día 19 se hacían y aún se hacen paseos hasta El Cajón,
lugar que corresponde a las faldas del cerro Las Petacas, tapi-
zadas de un verde inmaculado, donde se efectúan competen-
cias de volantines, carreras a la chilena y los infaltables asa-
dos familiares.
Hoy las celebraciones se concentran en Coinco, donde
concurren delegaciones de las diversas instituciones y los co-
legios de los otros pueblos de la comuna a participar en el
desfile. Sin embargo, gran parte de los habitantes de Copequén,
Chillehue, El Rulo y Millahue que no pueden trasladarse has-
ta allá quedan marginados de presenciar los actos de la más
importante festividad en que se honra y se recuerda los valo-
res patrios y sus próceres.
Esta situación ha conspirado contra el otrora entusiasta
ambiente que se vivía en estos lugares y no es de extrañar ver hoy
que, en esos días, los hombres se dediquen a tareas agrícolas y las
dueñas de casa continúen con la diaria rutina de sus labores.

Esperando el turno para desfilar

235
Club Deportivo Copequén

En el verano de 1944, en la cancha del Club Deportivo


Delirio, del fundo del mismo nombre, se enfrentaban por la
final del campeonato de fútbol, el dueño de casa con el Club
Deportivo Copequén, que esa misma tarde había ganado al
Club Deportivo Lautaro de Requínoa.
Casi setenta minutos divididos en dos períodos de treinta
y cinco, llevaban luchando ardorosamente los jugadores de
ambos equipos, en procura del ansiado gol que quebrara el
porfiado empate. El pitazo del árbitro no tardó en llegar y los
trajo violentamente a la realidad, poniendo término a la brega
y señalándoles también que tras un breve descanso, se daría
comienzo a la penúltima instancia de diez minutos de alargue,
divididos en dos tiempos de cinco cada uno, según lo dispo-
nían las bases del campeonato, a ver si alguno de los equipos
se alzaba con la esquiva victoria.
Desde su fundación, poco más de cuatro años, el C.D.
Copequén se había presentado en cuanto campeonato se
disputaba en la zona y nunca había estado tan cerca de al-
canzar la gloria. Esta vez sus dirigentes habían hecho to-
dos los esfuerzos a su alcance para conformar un gran equi-
po. Sus jugadores ya poseían la destreza y la habilidad que
a fuerza de tanto jugar habían adquirido y que con toda
seguridad les daría la gran satisfacción.
Era una oportunidad que no se podía desaprovechar, y
que quizás en cuánto tiempo más se volvería a presentar.
Esto lo sabían no sólo los jugadores, quienes pensaban que
solamente en ellos estaba el lograrlo. La numerosa hinchada
que los acompañaba, de cierto modo también se creían res-
ponsables y fuera de los gritos de aliento, lo único que esta-
ba a su alcance era hacer mandas a cuanto santo o animita
que en ese momento recordaran. Más no podían hacer; la
suerte estaba echada.
236
Terminado el tiempo complementario y con las som-
bras de la noche ya encima, el ganador lo decidiría el simple
lanzamiento de una moneda al aire y como el árbitro en ese
instante no la tiene, pide una al público. Fue en este instante
que los ruegos de esa enfervorizada legión de hinchas fue-
ron escuchados. Corriendo al medio de la cancha aparece
Julio Álvarez quien le entrega al árbitro, tan importante ele-
mento y disimuladamente le guiña un ojo al capitán Pepe
Pinto llevándose la mano a la cara.
Momento electrizante.
Moneda al aire y Pepe pide con todas sus ganas ¡CARA!
¡Copequén Campeón!
La moneda es devuelta a su dueño, quien la guarda cual
fabuloso tesoro.
Alegría total. ¡Copequén Campeón! ¡Copequén Campeón!
Lo que nunca supo el árbitro, es que esa moneda era una de
las que Julio tenía arreglada con dos caras para jugar al chupe.
Este fue el primer campeonato ganado.
Además de los parti-
dos en los campeonatos, se
acostumbraba pactar en-
cuentros amistosos, llama-
dos así en virtud de que no
había puntos en disputa o
la temida eliminación
como en aquellos torneos.
Tan amistoso y cordiales
eran estas relaciones que
muchas veces se atendía a
las visitas con un "recibi-
miento", consistente en un
opíparo y bien regado al-
muerzo donde reinaba la Julio Álvarez, socio fundador con la primera
camaradería y la cordiali- pelota usada en el club.
237
dad; relajado ambiente que un par de horas más tarde desapa-
recía por completo en el campo de juego. Los buenos modales
y la fraternidad daban paso a la vehemencia y la brusquedad
llegando a situaciones límites a punto de sobrepasar el regla-
mento, lo que inevitablemente ocurría, cuando una falta no
cobrada encendía la mecha y el afectado acicateado por los
pícaros grados de la ingesta alcohólica del almuerzo, las em-
prendía con golpes de pies y puños contra el agresor. En el
acto una gresca de padre y señor mío se generalizaba hacién-
dose extensiva hasta el público. A estas alturas entraban en
escena los carabineros a caballo blandiendo sables y
correteando a los contendientes, tratando de separarlos. Aun-
que la única forma que llegara a su fin era cuando los invita-
dos tomaban sus pertenencias y se batían aceleradamente en
retirada en medio de una lluvia de peñascasos hasta el camión
o la góndola que los movilizaba, señal que indicaba que el
"amistoso" había terminado.
La moda y la pobreza en el equipamiento del campo de-
portivo y en la indumentaria convivían armoniosamente y el
entusiasmo y los deseos de jugar suplían la falta de cualquier
implemento deportivo.
La cancha rodeada de zarzas era totalmente de tierra y se
marcaba con ceniza. Los camarines brillaban por su ausencia
y por consiguiente las duchas eran absolutamente desconoci-
das; los jugadores se vestían a la orilla de la cancha y se lava-
ban en una acequia contigua.
Los arcos estaban hechos de tres rústicos palos de ála-
mo, desprovistos de mallas; razón más que suficiente para
validar o invalidar discutibles goles con las
consecuencias que son de imaginar.
La pelota tenía una abertura que se ama-
rraba con un grueso corrión de cuero que al
dar bote saltaba a cualquier parte y que tam-
poco invitaba a cabecearla.
238
1940. Juan Garay, Manuel Soto, Rafael Guzmán, José Pino, Luis Mardones, Fernando
Pinto, Manuel Saldaño, Julio Álvarez, Rogelio Marchant, Heriberto Álvarez y Pepe Pinto

El uniforme comenzaba por la cabeza. La moda imperante


era usar gorros cuidadosamente diseñados y hechos por las
madres o las esposas y, el jugador que no lo tenía, rápidamen-
te fabricaba uno con un pañuelo anudándole las puntas. Los
jugadores que no tenían zapatos de fútbol se conseguían con
amigos de las otras series. Sin embargo, había otros que sim-
plemente les gustaba jugar descalzos, como era el caso de Chilo
Moscoso y Luis Hormazábal apodado indistintamente "Casu-
cha" o "Ruca", quienes se deleitaban rechazando balones a
puntete limpio con el dedo gordo.
Los zapatos tenían los clásicos estoperoles, aunque ha-
bía otros con unas tiras de suelas superpuestas a lo ancho de la
planta y del talón, dos en cada parte, que los suplían y que les
llamaban puentes.
Unos buenos jarros de tinto y blanco y un bien adobado
costillar de chancho comprado a la señora Mercedes Bazaes,
apodada cariñosamente "La Poto de Diuca", fueron los crio-
llos manjares que amenizaron la reunión del nacimiento del
239
club. Comensales y fundadores Rafael Guzmán, Julio Álvarez,
Pedro Zapata, los hermanos Luis y Ciro Mardones; Ernesto,
primo de estos últimos; y Manuel Pinto (Pintoco), dueño de
casa y representante de La Vega.
Julio Álvarez único socio fundador vivo al momento de
escribir este capítulo, cuenta que después de varios intentos frus-
trados, por fin logró hacer esta reunión y unificar criterios. Los
Mardones querían solamente gente de la parte de afuera del
pueblo. Se oponían a que participaran los habitantes de La Vega;
más aún argumentaban que estos tenían suficiente gente como
para formar su propio club. Además querían que el club se lla-
mara Club Deportivo Mardones Hermanos.
Después de largos y acalorados debates la pasión fue dando
paso a la razón. Los hermanos Mardones depusieron sus puntos de
vista y se convencieron que la grandeza del club necesitaba el res-
paldo de la mayor cantidad de gente, sin exclusión ninguna y, me-
jor aún, si la naciente institución llevaba el nombre del pueblo.

1951. Equipo Campeón en La Viña.


Manuel Rozas, Enrique Pino, Manuel Saldaña, Francisco Alegría, Willy Geldres, Heriberto
Álvarez, Osvaldo Guajardo, Chicho Jofré, José Jofré, Enrique Mardones y Jorge Briceño
240
Esto ocurrió el 12 de noviembre de 1939.
La primera directiva estuvo compuesta como sigue: Pre-
sidente: José Luis Ramírez, Secretario Juan Bautista Álvarez
Ramírez; Capitán Primer Equipo: Ciro Mardones; Capitán
Segundo Equipo, Julio Álvarez.
El primer partido se hizo con dos series con el C.D. San-
ta Ana de Olivar Bajo, el 24 de diciembre de 1939.
El juego de camisetas para el primer equipo, de color
blanco costó $ 120 y para la segunda serie $ 90. La primera
pelota de fútbol, (que aún conserva Julio) costó $ 12. La pri-
mera cancha estaba ubicada en terrenos de la Sra. Dorila Soto
en el actual callejón Los Pardo.

En una sesión recientemen- Vice presidente, Sr. Pedro


te celebrada por el C. D. Co- Pérez.
pequén, del pueblo del mis- Secretario, Sr. Daniel Car-
mo nombre, ha elegido la si- tagena.
guiente mesa directiva, que
regirá sus destinos durante Pro Secretario, Sr. Heri-
el presente año: berto Alvarez (Jr.)
Presidentes Honorarios, se- Tesorero, Sr. Humberto
ñores, Oscar Ureta y Juan Ramírez B.
Nenadovich. Capitán, primer equipo
Vice presidentes honorarios, Rafaél Guzmán.
señores Alejandro Holmes y
Daniel Murillo. Capitán, segundo equipo
Juan Pardo.
DIRECTORIO ACTIVO:
Presidente, Sr. Humberto Capitán, tercer equipo Au-
Ramírez. relio Garay.

El Rancagüino, 15 de mayo de 1945. C.D. Copequén hace noticia


241
CLUB DEPORTIVO CACHANTÚN

Aunque la máxima aspiración de un club deportivo, que


participa en alguna competencia es lograr el título de campeón, y
exhibir con legítimo orgullo el trofeo obtenido, en algún momen-
to de su historia, el Club Deportivo Cachantún, producto de los
éxitos conseguidos, estuvo a punto de incursionar en un rubro de
la economía, en esos años bastante rentable.
Con los premios en dinero obtenidos al ganar el campeonato
organizado por el Club Deportivo Bandera de Chile de El Rulo,
consistente en $ 350.000; ganar también el campeonato de los Ba-
rrios de Doñihue y con ello $ 400.000 y, los poco usuales premios
obtenidos en el campeonato de Cailloma y en el fundo La Esme-
ralda, consistente en sendos novillos de más de 500 kilos bien po-
dría haber ampliado el rubro a la ganadería, donde sin duda tam-
bién habría tenido éxito. Por lo demás, contaba con el respaldo de
la empresa, pastos en abundancia en los lomajes de los cerros de
Cachantún, más la eficiente gestión de los dirigentes de la época.
Bromas aparte, el hecho es que en la trayectoria de la
institución, los éxitos han sido abrumadoramente mayori-
tarios que los fracasos.
De vacilantes comienzos allá por los años 1952-53, con
una rudimentaria cancha en el potrero Las Pataguas, el club
entró en un largo receso hasta 1958.
En 1962 en medio del enfervorizado ambiente del cam-
peonato mundial de fútbol, que se realizaba en nuestro país, el
club estaba en franca recuperación y sus socios trabajaban ar-
duamente en la construcción de una cancha de fútbol en un te-
rreno pantanoso que les cedió la empresa. La primera etapa con-
sistió en rellenarlo con piedras, que sirvieron para el drenaje, y
finalmente, sembrando pasto que por efecto de la humedad se
mantenía siempre en buenas condiciones. Dirigentes de aque-
llos primeros años fueron Daniel Murillo, presidente honorario
y otros como Carlos y Humberto Salas, Jorge Briceño, Daniel
Sánchez y Jorge Tapia. Mención especial merece el gerente de
242
la planta Francisco Pérez, quien contrataba operarios, privile-
giando su calidad de futbolista a su capacidad laboral.
Esa fue la mejor época que vivió el club. Ganaron cinco
campeonatos seguidos; los anteriormente nombrados organi-
zados por el Bandera de Chile, el de los Barrios de Doñihue,
el de Cailloma y además otros como el del Juventud Doñihue
y el de Alianza de Cerrillos.
En la actualidad participa en la Asociación de Fútbol de
Coinco, compartiendo amigablemente las preferencias de los
aficionados del pueblo con el Club Deportivo Copequén.
También desde hace algunos años participa en las olimpía-
das organizadas por la empresa propietaria de Cachantún, que
posee además otras plantas industriales en Antofagasta, La Sere-
na, Concepción, Osorno y Limache, en deportes como atletismo,
rayuela, vóleibol, básquetbol y fútbol adulto y senior. Este año
2002 obtuvo el campeonato en atletismo; segundo lugar en am-
bas series de fútbol y campeón por enésima vez en rayuela.

1968. Equipo Campeón en Fundo La Esmeralda y en Rincón de Abra.


Manuel Díaz, Gabriel Zúñiga, Estanislao Peralta, Luis Gilberto,
Ismael Rodríguez, Luis Marchant, Miguel Marchant (entrenador),
Erasmo Reyes, Sergio Liberona, Guido Fuenzalida, Orlando
Guayquiante y Osvaldo Sánchez.

243
CAPÍTULO XI

ENTRANDO A LA MODERNIDAD

LUZ ELÉCTRICA

Juan Nenadovich

e cayó la corea! exclamaban al unísono los habi-


tantes de Copequén cuando repentinamente se apagaban las
luces de todo el pueblo en aquellas lejanas noches al co-
mienzo de la década del cuarenta. Y no es que estuvieran
juntos presenciando algún espectáculo, que en ese instante
se interrumpía por algún hecho circunstancial. No; cada uno
estaba en su casa haciendo los quehaceres propios de esa
hora, los niños afanados en sus tareas escolares, y los mayo-
res planificando las actividades para el día siguiente, o sim-
plemente descansando.
245
Juan Nenadovich apodado cariñosamente El Gringo, ha-
bía acuñado esta expresión cuando efectivamente se caía la
correa que hacía funcionar la turbina instalada en su propie-
dad, y que generaba la electricidad que abastecía de una tenue
e inestable luz a los hogares del pueblo y que se interrumpía
momentáneamente.
No era una expresión burlesca ni sarcástica, sino un di-
cho simpático que imitaba la forma de hablar de su autor, y
que los vecinos con sano humor habían hecho suyo. Después
de todo, que más daba estar cinco o diez minutos sin luz, lo
que tardaba poner la corea en su lugar, si hasta no hacía mu-
cho sólo se alumbraba con velas y chonchones con su malo-
liente carburo de combustible.
El concepto del gringo que tienen los habitantes que vi-
ven al sur del Río Grande, frontera entre México y Estados
Unidos nunca ha sido de los mejores. Casi siempre se les ha
asociado con grandes corporaciones no sólo explotadoras de
las riquezas naturales de estos países de habla hispana, sino
también de los habitantes que en esos lugares trabajan para
ellos. El vocablo es también tan genérico que se les denomina
gringo a casi todos los extranjeros que se asientan en nuestros
países y que tengan un idioma distinto al español.
En el caso de El Gringo Juan Nenadovich sólo se cum-
plía esto último. Su lengua materna era el serbio, de fonética
muy distinta a la nuestra, lo que le dificultaba pronunciar co-
rrectamente algunos sonidos como las eres y que, en algunos
casos le salían hasta graciosos. Por otra parte, él tampoco era
de los gringos del hemisferio norte de América, de los cuales
ha surgido el tan poco amistoso concepto. Él provenía de la
lejana Yugoslavia, país del sur de Europa y que por obra del
destino llegó a sudamérica y gracias al amor por una
copequenina se estableció en el pueblo.
Ex combatiente en la Primera Guerra Mundial fue con-
decorado en su patria con la Medalla al Valor. Después de
246
terminado el conflicto bélico trabajó en variados oficios en su
país, pero al cabo de algunos años de infructuosos esfuerzos
no logró las metas y la estabilidad que se había propuesto. Por
su acendrado espíritu guerrero decidió viajar a Sudamérica a
la lejana y desconocida Bolivia, país de constante inestabili-
dad institucional que le permitiría participar en un ambiente
confrontacional como él quería. En 1929 llega al puerto de
Buenos Aires y vía Mendoza pretende conocer Chile donde
encontraría gente muy parecida a la de su amada Yugoeslavia,
según le habían contado. Arriba a Los Andes y trabaja un cor-
to tiempo en la hacienda de Pascual Baburiza. Sus planes de
viaje hacia el norte comprendían conocer y trabajar en algu-
nas ciudades, pero primero conocer Santiago, la capital. Aquí
ingresa al Bar Restaurante Confitería Torres, centenario ne-
gocio que aún existe en Alameda esquina Dieciocho y que en
esos años pertenecía a su compatriota José Vuletín; relación
que no influyó en absoluto al ser despedido a las 24 horas de
haber ingresado, por no haber sabido hacer dos huevos fritos
a un parroquiano. No obstante este traspié, su paisano serbio
le consigue trabajo en el campamento de Coya, asiento de la
central hidroeléctrica que abastecía de electricidad a todos los
campamentos y centros de trabajo de la empresa minera Braden
Copper Co. su propietaria. Aquí se desempeña en labores de
ornato del campamento y en la construcción del Club de Campo
y su afamada cancha de golf.
En sus frecuentes visitas a Rancagua conoce a Vicen-
te Zavala, casado con la copequenina Luisa del Río y a su
hermana Regina, quien al cabo de un tiempo se convertiría
en su esposa y establecen su residencia en Copequén. En
sociedad con su concuñado Vicente Zavala trabajan el fun-
do El Chaval, continuando con la explotación de álamos,
como lo hacía su suegro.
La principal corriente de agua que riega los campos de
Copequén es la gran acequia La Copequenina, que capta sus
247
aguas del río Cachapoal; su volumen aumenta considera-
blemente con las vertientes naturales del sector. Este he-
cho, sumado al desnivel del terreno al fondo de la propie-
dad de El Gringo, más los conocimientos de hidráulica ad-
quiridos en Coya, lo decidieron a emprender el más ambi-
cioso proyecto de bien social jamás visto aquí: instalar luz
eléctrica para todo el pueblo.
Su paso por la compañía minera fue bastante provecho-
so. Ahí conoció y trabó amistad con el ingeniero hidráulico
Juan Alfageme, quien desarrolló el proyecto; ahí también
compró la turbina que entre otras particularidades tenía el
volante, el eje y los descansos de madera de acacio. Se re-
construyó una parte del canal con cemento y se le dio mayor
declive para que las fuerzas de sus aguas pudieran hacer fun-
cionar la turbina.
Después de muchos intentos, rectificar cálculos y ha-
cer las correcciones aconsejables se logró el objetivo, ante
la satisfacción y alegría general. Con la seguridad que les
dio un período de prueba que en principio sólo proporcio-
naba luz a su casa, decidió emprender la segunda etapa
que fue la postación que en un primer tramo llegó hasta la
capilla, y la instalación eléctrica en las casas del sector.
Se fijó una tarifa de cinco pesos por dos ampolletas, las
que no podían ser de más de veinticinco watts. El horario
era de siete a diez de la noche en el invierno y de nueve a
doce en el verano.
Quienes participaron activamente en esta gran obra
fueron Jorge Merengher, su ayudante Juan "Pata Gran-
de", Lucho Mardones, Víctor Román y el maestro Abel
Díaz quien posteriormente se desempeñó como cobrador
domiciliario.
El balbuceante proyecto del visionario gringo llevaba casi
un año en fallidos intentos, pruebas y un período de marcha
blanca, hasta que en 1943 se inauguró oficialmente, y nada
248
más acertado que celebrarlo como Dios manda. Se organizó
una gran fiesta en que participó todo el pueblo; se contrató en
Santiago a Los Sabios del Siglo XX, compañía de artistas
que actuaban en Radio del Pacífico donde participaban Elga
Cristina, los humoristas Héctor Santelices, "El Flaco"
Gálvez, y Jorge Boudón; María Elena Pinilla con sus bai-
les españoles y los recitadores Jorge Pavez y Ernesto Mo-
rales con sus poemas favoritos el "Ojo de Cristal" y "El
Sembrador". Morales se casaría más tarde con Cecilia
Álvarez, hija de Juan Bautista.
Tampoco podía pasar inadvertido un acontecimiento de
tamaña magnitud para quienes acostumbraban inmortalizar en
versos los sucesos del pueblo.

Copequén está orgulloso


por su linda luz que tiene
los coinquinos envidiosos
también se la quieren llevar,
pero se van a equivocar
porque les cuesta ser buenos
y tenemos un sereno
que se da a respetar.

También la quieren pasar


a la alcaldía alcahuete
para que don Pancho Astete
se la pueda embuchar.

Palos gruesos y delgados


todos se han enterado
Ricos, pobres y chiquillos
todos hemos economizado
para pagar el dinero
y no pasar encalillao.
249
Todo se ha pagado
y nada se debería
para que don María
no nos venga a molestar.

Carretones y camiones
todos se han admirado
por ver a Copequén
que lo pasa iluminado.

Pasajeros y comerciantes
todos se lo han preguntado
¿Por qué pasa iluminado
la esquina de los curados? (Carlos Gálvez)

Este fue el comienzo de la admiración y respeto que el


pueblo le entregó merecidamente a este querido gringo, y no
pasó mucho tiempo para que fuera rebautizado con un segun-
do apodo: don Juan de la Luz.

EL CORREO

La raza humana fue dotada de atributos que comparativa-


mente la han situado en niveles de supremacía con otras espe-
cies. Con una inteligencia superior y sociabilidad, sintió la ne-
cesidad de comunicar sus ideas, modelos, inquietudes y necesi-
dades. Y esa valiosa herramienta, la inteligencia, fue la que en
los albores de la humanidad creó rudimentarios medios de co-
municación que con el transcurso del tiempo ha perfeccionado
a tal extremo que hoy no es motivo de asombro contactarse casi
instantáneamente con otra persona a miles de kilómetros.
Sin embargo, antes de estas maravillas actuales que además,
están en permamente perfeccionamiento y remontándonos a los
250
comienzos de la civilización, fue la escritura la más grande
invención que ha presenciado la humanidad.
Las primeras formas que tuvo el ser humano para expresarse
fueron los sonidos y los gestos. Pero esto sólo resolvía la comunica-
ción directa, intragrupal. Pero para comunicarse a grandes distan-
cias, aparte del inseguro mensaje oral no había otra forma de hacerlo.
Pasaron miles de años en esta ardua tarea de cómo darle
formas gráficas a esos sonidos antes que el hombre pudiera dar fe
que la escritura había nacido. Así nació también el mensaje escri-
to con claras ventajas sobre el oral, de inviolabilidad, privacidad
y elemento de prueba de lo expresado. Con la necesidad de en-
viarlo, surgieron los mensajeros y finalmente el correo.
Durante la colonia, la correspondencia y las encomien-
das entre España y Chile se transportaba en barcos-correos
llamados naves de aviso y en su trayecto eran acompañados
por galeras de guerra para protegerlos de los piratas.
Manso de Velasco y Domingo Ortiz de Rosas (1745 - 1755)
iniciaron lo que denominaron Red Postal desde La Ligua al sur.
Posteriormente, en 1765, el Mariscal de Campo y Gobernador de
Chile, Ambrosio Gil de Gonzaga, le encargó a Ambrosio O’Higgins
que en ese entonces se desempeñaba como ingeniero agrimensor,
el estudio de un sistema de Correos entre Santiago y Buenos Aires,
cuya puesta en marcha fue tres años más tarde, cruzando la cordi-
llera de Los Andes y haciendo escala en Mendoza.
Posteriormente, Bernardo O’Higgins determinó que la
administración del correo fuese estatal. A mediados del si-
glo XIX, Correos de Chile contaba con servicios de buzo-
nes urbanos, estafetas por barrios, uso de estampillas y te-
légrafo eléctrico.
Más adelante, en la segunda mitad del mismo siglo se
instituyó por ley, la obligación de transportar el correo gratui-
tamente por los ferrocarriles. Desde entonces la expan-
sión y modernización de los servicios ofrecidos no ha
cesado, cubriendo todo el territorio nacional.
251
En Copequén, en la medianía del siglo XX, un verdade-
ro ritual se vivía diariamente, excepto domingos y festivos, a
eso de las 13:30 horas, cuando una de las góndolas (microbu-
ses) como La Coneja de pro-
piedad del Conejo Manuel
Sánchez, o la de Pancho Bra-
vo o la de Horacio Madrid,
dejaban la valija de la corres-
pondencia en el correo, que
estaba ubicado en la casa es-
quina que enfrenta el camino
a La Vega. Esperanzados veci-
nos se agolpaban a sus puertas, Último domicilio del Correo
expectantes y ansiosos cuando la señorita Juanita Álvarez leía
los nombres de los destinatarios de las cartas recien recibidas:

"- Aurora Miranda de Briceño...


- Laura Muñoz Vidal...
¡Aquí!
- Hernán Soto...
- Angélica Pino...
- Alfredo Pinto...
¡Aquí!"

El estafeta Juan "El Largo" comenzaba su jornada diaria en el


pueblo más distante, El Rulo, donde vivía. A los 7:30 horas de la
mañana, partía la góndola con destino a Rancagua, retirando las va-
lijas en los pueblos intermedios, Chillehue, Coinco, Copequén y El
Rincón de Abra para entregarlas en Requínoa, punto de enlace con la
red ferroviaria. De regreso, al mediodía, la operación se hacía a la
inversa, retirando en Requínoa y entregando en cada pueblo.
En la Geografía Postal y Telegráfica de Chile, del año
1920, aparece Copequén como Agencia Postal, que ofrecía
sólo servicio de correspondencia y certificados.
252
Sin embargo, es Ramón Ibarra (hijo) el primer estafeta de
correo de quien se tiene noticias por allá por el año 1915. Hacía su
trabajo a caballo diariamente ida y vuelta entre El Rulo y Requínoa.
En verano soportando altísimas temperaturas, sobre todo en el tra-
yecto de vuelta en la tarde; y en el invierno, equipado con una
gruesa manta de Castilla, a merced de la lluvia y el frío, agravado
por los pésimos caminos, convertidos en verdaderos lodazales.
Quien tenía que enviar una carta debía recurrir a algún
despacho (almacén) a comprar "una carta completa" que cos-
taba veinticinco centavos; una estampilla quince, un sobre cin-
co y una esquela cinco.
El primer lugar donde funcionó el correo fue en la actual
casa de Humberto Ramírez, en la que vivía y atendía esas la-
bores la señora Juana Rojas viuda de José Urzúa
El segundo, en la actual casa de la señora María Román
que entonces pertenecía a la señora Dominga Carrasco y tenía
como arrendatario a Luis Fuentes, padre de Aurora y Tila,
quienes atendían el correo.
Posteriormente estuvo en la actual casa de Chemo Rosa-
les y, lo atendía la señora Liduvina Soto.
El cuarto y último el ya mencionado de la señora Juanita
Álvarez, donde funcionó hasta 1966.
Para finalizar, algo más de la señora Juanita. Es costum-
bre en nuestra sociedad que las personas tengan más de un
nombre, y es usual también que hasta adultos se les conozca
por el segundo, desconociendo totalmente el primero. Como
también es frecuente el uso de apodos originados por ciertas
circunstancias, características físicas o expresiones o dichos
empleados por quienes los ostentan. Pero el caso de Juanita
Álvarez Carrasco es bastante curioso. Su nombre verdadero
era María Teresa, pero como a ella no le gustaba, se hizo lla-
mar Juanita, de tal manera que las generaciones más jóvenes
que ella, nunca se enteraron de este hecho y, para todo el mun-
do, la señora del correo era la señora Juanita.
253
RETÉN DE CARABINEROS

En vista de la indefensión en que siempre estuvieron


los habitantes del pueblo por los hechos delictuosos, que
se repetían cada vez con mayor frecuencia, y ante la im-
punidad de los autores, era imprescindible la presencia
policial. A pesar de las insistentes solicitudes de los veci-
nos, pasaron muchos años hasta ver satisfechas sus aspi-
raciones. Hasta la prensa regional daba cuenta de esta
necesidad y de las poco convincentes medidas que se pre-
tendían tomar. El diario La Región de Requínoa en su edi-
ción del 11 de marzo de 1939, publicaba que debido a la
supresión del retén de Los Lirios, la tropa de esta unidad
se distribuiría entre la Tenencia de Requínoa, la Comisa-
ría de Rengo, el Retén de Gultro y Coinco y se instalaría
una Garita en Copequén, sin mencionar fechas ni dota-
ción; hecho que por cierto no fructificó, por lo menos en
lo que a Copequén se refiere.
254
La Región, 11 de marzo de 1939

Transcurrieron tres años más, hasta que mediante la


Orden N. R. 1151 del 2 de julio de 1942, de la Superioridad
del Cuerpo de Carabineros se dispuso la creación del ansia-
do Retén. Al cabo de algunos meses se encontraba ya insta-
lado en la casa que aún existe, ubicada en la esquina del
camino público con el actual callejón de Los Pardo y en cuyo
terreno está también la copa del agua potable.
255
Ocho años más tarde
la voluntad de su propie-
taria beneficiaría por mu-
chos años más a esta no-
ble institución y por con-
siguiente a la comunidad.
El 2 de septiembre de 1950
la señora Florentina
Casa de ex Retén de Carabineros
Álvarez Ramírez encon-
trándose enferma en el hospital San Juan de Dios de
Rancagua, ante el notario público Alberto Cortínez
Bascuñán extendió su testamento que en uno de sus
acápites disponía lo siguiente:
"OCTAVO. Lego por todo el tiempo que la Superioridad
del Cuerpo de Carabineros determine mantener en mi pueblo
de Copequén, el Retén de Carabineros, el usufructo de mi casa
que dicho retén ocupa en la actualidad, debiendo pasar dicho
usufructo junto con la nuda propiedad a mis herederos univer-
sales, si dicho retén es retirado o cambiado de lugar". Este
noble gesto no hacía más que ratificar formalmente su gene-
rosidad y, además, resarcía con creces los agravios y la poco
amistosa relación que su difunto esposo Luis Ramírez "El
Peludo", mantuvo en vida con los guardianes del orden.
La historia de la función policial en Chile se inicia cuando
el conquistador de Chile Pedro de Valdivia nombra Alguacil
Mayor a Juan Gómez de Almagro y a su ayudante Francisco
Carretero con el título de Alguacil Menor. A éstos les suceden
Las Rondas, integradas por vecinos de la ciudad, autorizados para
portar armas. Posteriormente surgen los oficios de justicia, desta-
cándose los alcaldes de la hermandad y las milicias del comercio.
En 1758, en plena época colonial, Manuel de Amat y Junient,
gobernador de Chile y más tarde virrey del Perú crea la muy
noble compañía Dragones de La Reina, compuesta por lo más
256
granado de la sociedad española residente "para dar respeto a las
autoridades y hacer cumplir las órdenes administrativas".
Diego Portales, ya en la independencia en 1830, orga-
niza el primer cuerpo policial moderno, la policía vigilante
y preventiva. Posteriormente surgen nuevas organizaciones
tanto fiscales como comunales; el Cuerpo de Vigilantes, Los
Serenos, que dan origen a La Brigada; La Guardia de Segu-
ridad Municipal de Santiago; el antiguo Cuerpo de Carabi-
neros que primitivamente funcionaba como Cuerpo de
Gendarmes del Ejército y que, al fusionarse con policías fis-
cales, daría origen el 27 de abril de 1927 al actual Cuerpo de
Carabineros de Chile.
Volviendo al plano local los más frecuentes sucesos
policiales obedecían a pendencias por ebriedad, robos de
especies y ganado y lo más grave, salteos a mano armada
en que los autores hacían gala de una crueldad y ferocidad
irracionales que mantenían aterrorizada a la población.
La presencia de carabineros pronto había de dar sus fru-
tos. Varias eran las formas y estrategias usadas para cumplir
su cometido. La más abierta y directa, era la ronda diaria al
atardecer en briosos caballos, luciendo impecables uniformes
y saludando amablemente a los transeúntes. Otra función dis-
tinta, y no tan amistosa era cuando conformaban la temida
"Comisión", nombre que se les daba a funcionarios que vesti-
dos de civil combatían la venta de bebidas alcohólicas en ne-
gocios clandestinos. También de noche, caracterizados de ga-
ñanes, hacían interminable vigilancia esperando que apare-
ciera algún sospechoso a visitar a su familia tras una prolon-
gada ausencia, después de haber cometido algún delito.
Muchos años antes que se instalara el retén, la única aten-
ción policial que recibía el pueblo, eran las esporádicas visi-
tas que hacían los llamados "pacos" o "azules", en virtud del
color de su uniforme. Venían de Requinoa primero y después,
los fines de semana desde Coinco.
257
El 27 de abril de 1927 fecha de la creación del Cuerpo de
Carabineros de Chile, como en todo el país, hubo una gran
fiesta en Coinco y en medio de la algarabía varios de los ex
azules quemaron sus antiguos uniformes y lucían ufanos y
orgullosos los nuevos, de color verde.
El primer "huésped" que el Retén alojó en sus calabozos
fue "El Ñato" Garay, tranquilo y amistoso vecino, que su único
defecto era su debilidad de carácter, aceptando cuanta invitación
recibía en las cantinas, camino a su hogar. Tal era la frecuencia de
sus visitas al cuartel, que los carabineros lo consideraban como
de la casa. Una vez repuesto de los excesos de la noche anterior,
les ayudaba en el aseo de las pesebreras, el riego del jardín, la
alimentación de los caballos, etc. y en más de una ocasión no
quería irse a su casa, pues tenía alimentación gratis y un trato a
todas luces deferente. Tan amistosa llegó a ser la relación entre
policía y detenido que en cierta oportunidad, ante la ausencia
obligada de los carabineros por razones del servicio, lo dejaron al
cuidado del retén, con la orden expresa de no moverse de ahí bajo
ninguna circunstancia. Orgulloso de tal misión, no recibió de muy
buenas maneras a un extraño visitante, cuando éste llegó pregun-
tándole por el cabo Sánchez. "Salió pa’ Coinco. ¿Y el carabinero
Muñoz?... Con él anda. ¿Y el carabinero Soto?. Está enfermo en el
hospital ¿Y vo’ quién soy?... Chi, ¿y Ud. quién es po’?"
Después de tan breve y poco amigable diálogo al afuerino no
le quedó más que armarse de paciencia y esperar. Su autoridad
como jefe de la Tenencia de Requínoa, muy bien disimulada por su
traje de civil, en esta oportunidad no le sirvió de mucho. La desa-
fiante actitud del "jefe" del retén de no dejarse amedrantar, ni me-
nos abandonar su puesto, convencieron al visitante que no sacaba
nada con insistir y que el retén estaba en muy buenas manos.
Treinta y cuatro años permaneció el retén en Copequén.
Al comienzo con muchas dificultades para cumplir sus fun-
ciones. El recelo y desconfianza de algunos lugareños ante su
presencia, pronto dio paso a señales de alivio y a no mediar
258
mucho tiempo, de recíproco respeto. Fueron más de tres déca-
das de una ardua y paciente labor en que los delitos y la vio-
lencia paulatinamente se batieron en retirada, hasta forjarse
una franca y sólida amistad entre la civilidad y los hombres
del verde uniforme.

259
Al momento de cerrarse la unidad el equipamiento lo
componían un sinnúmero de elementos, entre los que des-
tacan una bandera nacional reglamentaria de 2,55 x 1,70
metros, una plancha de bronce de 40 x 30 cms. con la
leyenda CARABINEROS DE CHILE; Retén Copequén.
Tres carabinas Máuser, modelo 1935; un fusil automático
liviano SIG-SG-510-4, cuatro revólveres Ruby extra; dos
sables alemanes, dos esposas de seguridad; quinientos car-
tuchos Máuser de guerra; doscientos cartuchos de punta
de plomo, un equipo de radio marca Phillips, 465 kilos de
pasto; 314 kilos de avena, dos yeguas, "La Huraña" Nº
176 y "Joyada" Nº 172 que fueron trasladadas al retén de
Corcolén; dos cascos de sillas, estriberos de suela y fie-
rro, fundas, jáquimas, maneas, morrales, riendas cortas y
largas, rasquetas, cinchas, etc.
Elementos administrativos: libro de novedades de
guardia; libro entrega de partes; libreta de patrullajes, li-
bro de registro de guías de libre tránsito, libro de encar-
gos policiales; muebles y útiles varios, como mesas, es-
tantes, sillas, etc.
Por razones de buen servicio (?) se suprimió el retén,
mediante la Orden O.S.I. N.R. 38776 del 24 de Septiem-
bre de 1976. Tres meses más tarde, el 1 de enero de 1977
el teniente Nemesio Camus Pizarro se encarga de dar cum-
plimiento a esta orden, retirando las especies y entregan-
do el inmueble al propietario de entonces señor Adolfo
Leupín Hutter, quien la recibe conforme. Sirven en ese
acto como testigos los vecinos Pablo Marchant Carrasco
y Marcos Marchant Miranda.

260
LA PLAZA

No cabe duda que entre los hitos importantes, la pla-


za ocupa un lugar destacado entre todos ellos; y sería muy
sencillo respecto de su creación proporcionar fechas, nom-
bres y cifras, que también entregaremos, pero más ade-
lante. Porque no es sólo un espacio físico con prados y
árboles. Es mucho más que eso; es un lugar de encuentro
y esparcimiento.
Forman parte de su paisaje los niños a la salida de la
escuela; los feligreses después de la misa; es la juventud
alegre y despreocupada con sus sueños e inquietudes; son
los ancianos que han cultivado una amistad por años y años
y que recuerdan con nostalgia el pasado. Todo esto y mu-
cho más es la plaza.
Hay cientos, miles de ellas diseminadas por el mundo;
cada una con su propia fisonomía y personalidad muy parti-
culares. Las hay de aquellas con gran rango y señorío que han
261
logrado merecidamente a través de siglos de historia. Como
también las hay tristemente célebres por sucesos penosos y
lamentables.
Intentaremos una pequeña clasificación y trataremos de
descubrir donde encaja la nuestra.
Históricas : Plaza de los Héroes de Rancagua, lugar de la
gesta heroica del 1 y 2 de octubre de 1814.
Religiosas: Plaza San Pedro de Roma, donde el Papa ce-
lebra misas para miles de peregrinos.
Militares: Plaza Roja de Moscú, escenario de gran-
des desfiles.
Tristes: Plaza de Mayo de Buenos Aires, donde se re-
unen las madres de hijos desaparecidos en la llamada guerra
sucia ocurrida en el vecino país, hace algunos años.
Románticas: Plaza San Marcos de Venecia, con ele-
gantes orquestas interpretando melodías para cientos de tu-
ristas y enamorados.
Políticas: Plaza de la Revolución de La Habana, escena-
rio de multitudinarias concentraciones.
Sangrientas o crueles: Tiananmen en China, donde tuvo
lugar la masacre de estudiantes en 1989.
Alegres: Todas las de Río de Janeiro en tiempo de carnaval.
Pecadoras: Plaza Dam de Amsterdam, lugar donde todo
puede suceder en materia de sexo y droga.
Elegantes: Karls Platz de Viena, donde se pasean los
amantes de la llamada música seria, antes de asistir al Teatro
Imperial de la Ópera. Las damas vestidas de trajes largos y
sus mejores joyas; y los hombres de finos trajes de etiqueta.
¿Cuál de estos calificativos le queda bien a nuestra plaza?
Sólo algunos. Veamos:
No es una plaza política, ni histórica, tampoco es tris-
te, ni militar. Menos sangrienta. ¿Cruel?, posiblemente;
cuando alguna joven le haya negado su amor por enésima
vez a algún pretendiente. ¿Pecadora?, tal vez, pero no nos
262
consta. ¿Elegante?, por supuesto que sí; cuando después de
la misa dominical los jóvenes de ambos sexos, visten sus
mejores galas para impresionar a sus enamorados. ¿Reli-
giosa?, de soslayo por la proximidad de la capilla. ¿Ro-
mántica?, sí; desde su creación se transformó en el corazón
del pueblo y también muchos corazones han sucumbido ante
los juramentos de amor eterno. La intimidad de sus rinco-
nes, la complicidad de la noche, el mágico croar de los gri-
llos, le han dado el ambiente preciso para que dos almas
errantes se hayan encontrado; y que mejor que el tañir de
las campanas de la iglesia, llamando al Mes de María o la
Novena del Niño, para soñar con el momento en que esas
mismas campanas anuncien a los cuatro vientos que ese
vínculo ya es una realidad.
En sesión municipal de fecha 9 de septiembre de 1964,
siendo alcalde el señor Hugo Lecaros Concha, y por la una-
nimidad de los regidores, se acordó comprar parte de la pro-
piedad de la señora María Orellana viuda de Moraga para
ser destinada a plaza pública. Su valor fue Eº 1.700.00. Au-
tor de esta iniciativa fue el entonces regidor, vecino de
Copequén, Humberto Ramírez Baeza; quien junto con su so-
brino Jaime, también diseñó los jardines e iluminación. Para
esto último, en sesión del 25 de enero de 1967, se aprobó el
presupuesto solicitado por él a la empresa Famela de Santia-
go, y que ascendía a Eº 3.856.00.
Los primeros trabajos consistieron en derribar los res-
tos de un antiguo murallón de adobes que la separaba del
camino; emparejar y nivelar el terreno; se trazó y construyó
una calle que la rodeara y conectara al camino principal por
la parte posterior de la capilla. Para esto se emplearon ma-
quinarias del Departamento de Vialidad, del Ministerio de
Obras Públicas.
Un hecho curioso, la plaza nunca fue inaugurada.
263
CINE

Beno Ramírez que entre otros ofi-


cios, se desempeñaba preferentemen-
te como carretero, fue el primer espec-
tador en llegar a la función inaugural
del primer cine que se instaló. Tan tem-
prano lo hizo, cerca de las cinco de la
tarde, que tuvo que aguardar más de
tres horas hasta el comienzo de la pe-
lícula a las veinte horas. Pero la espe-
ra valió la pena, porque tanto él como
las más de cien personas que acudie-
ron a ver la novedad, salieron felices
con el espectáculo, comentando a viva
voz los pasajes más llamativos de lo
recién visto, ya que la película exhibi-
da, Alí Babá y los Cuarenta Ladrones,
les había colmado las espectativas con
el suspenso, la intriga y la violencia
que jamás habían imaginado. En su Juan Cartagena.
gran mayoría, ésta era la primera ex-
periencia como espectadores de cine.
Estamos hablando de diciem-
bre de 1950.
Pionero y artífice de este proyec-
to, fue Juan Cartagena Lobos, quien,
como tantos otros, en 1946 había emi-
grado a conquistar la capital. Su pri-
mer trabajo fue como aprendiz de me-
cánico en un garage ganando veinti-
cinco pesos al mes, que le alcanzaban
escasamente para pagar una pieza don-
de alojar, alimentación y el pasaje en
264
el carro 36. Posteriormente, fue aprendiz de tornero y, final-
mente, en lo que sería su actividad definitiva, ayudante de pas-
telero, hasta llegar a maestro en pastelería fina. Gracias a esto
tuvo la oportunidad de conocer otras ciudades, trabajando en
connotados centros vacacionales como el hotel Portillo y el ho-
tel Pedro de Valdivia en la ciudad del mismo nombre. De regre-
so a Santiago y ya en el más importante negocio del rubro de la
época, los Establecimientos Oriente en plena Plaza Italia, co-
noció al matrimonio de Juan Bertelón y señora, quienes eran
dueños de una proyectora de cine de fabricación francesa, mar-
ca Pathé, con la cual exhibían películas en colegios, sindicatos,
parroquias y otros centros sociales. Les propuso la idea de ha-
cer lo mismo, pero en su pueblo los fines de semana. Él por su
parte se encargaría de buscar el local y habilitarlo para este efecto.

El futuro de la pequeña empresa se presentaba auspicioso,


y razones había de sobra. En esos años la única entretención
en el pueblo era el fútbol dominical diurno, de tal manera que
no se toparía con el horario vespertio del cine; y los sábados
no había ninguna entretención. Otro factor importante para
los habitantes era que tendrían la oportunidad de presenciar la
hazañas de los héroes del celuloide; conocer por fin a los po-
seedores de esas hermosas voces que cantaban esas sentidas y
265
lastimeras rancheras y alegres corridos mejicanos; la ventaja
adicional de no tener que salir del pueblo, ni entrar en gastos
de traslado; es decir, público más que suficiente.
Y en lo personal, por fin se le daba a Juan, la oportuni-
dad de volver semanalmente a compartir con los suyos y
ganar plata más encima.
Pero como dice el
refrán, "del dicho al he-
cho hay mucho trecho".
Pagado el arriendo del
galpón a la señora María
Pino, gastos de luz, con-
fección de las entradas,
traslado de equipos y
otros, según el matrimo-
nio Bertelón, el negocio
había salido "ras ras" y
por supuesto, ahí mismo Beno Ramírez, primer espectador.
término la sociedad.
Sin embargo, nuestro empresario del cine no se dio por
vencido y un mes después, y ahora con equipo arrendado a
los hermanos Ocaranza, instaló una nueva "sala", en la casa
del vecino Ricardo Guzmán. No tendría la elegancia ni el
confort del cine Metro de Santiago, pero emparejando el piso
de tierra y tapando algunos ajugeros en el techo quedaría en
buenas condiciones. Por fin pudimos conocer a Jorge Negrete
y Pedro Infante interpretando esas canciones que hacían sus-
pirar a las jóvenes y apreciar también sus pistolones que
vomitaban fuego a lo mero macho; supimos y gozamos de
las gracias de Cantinflas con su endiablado lenguaje, y los
varones adultos deleitarse con las curvas de María Félix en
las playas de Acapulco.
Con un poderoso parlante en el frontis de la casa, la músi-
ca y los sones de la marcha Adiós al Séptimo de Línea eran la
266
señal inequívoca que al término de ésta, comenzaba la función.
Aquellos que venían atrasados no les quedaba más que em-
prender veloz carrera para llegar a tiempo.
También se exhibían películas chilenas como Tonto Pi-
llo con Lucho Córdova y Pepe Guixé y Espuelas de Plata con
Arturo Gatica e Iris del Valle como protagonistas; argentinas,
con Hugo Del Carril o Carlos Gardel y norteamericanas, es-
pecialmente de vaqueros. En una de estas últimas, según cuen-
tan las malas lenguas, en la pantalla apareció de izquierda a
derecha un tropel de caballos salvajes corriendo en estampida
y Heriberto Moscoso "On Liba" salió corriendo de la sala a
avisarle al vecino Salvador Rosales, que entrara rápidamente
a la casa para que no lo fueran a arrollar.
Consultado Heriberto dice que fue efectivo y agrega:
"quedó la tendalá de señoras y chiquillos chicos por el suelo,
al darse vuelta las bancas".
Hermosos tiempos aquellos, como gratos e inolvidables
los momentos vividos en esa realidad mentirosa que es el cine,
que además hacían olvidar las preocupaciones cotidianas. Ahí
nadie se acordaba de lo abultada que estaba la cuenta en la
libreta de la carne o la libreta del Despacho; ni de los rumores
de que los tomates y los porotos estaban bajando de precio en
el mercado de Rancagua. Tampoco era el momento de recor-
dar que el hijo había repetido curso, o que la hija soltera esta-
ba encinta. Eran momentos de evasión de la realidad y del
presente que a veces golpeaba fuerte. También era la ocasión
en que el marido o hijo no malgastaba el dinero en alcohol
con sus amigos, sino que, por el contrario, asistía con su mu-
jer o su novia a disfrutar momentos de esparcimiento sano,
entretenido y barato.
La irrupción del cine fue la primera señal que la mo-
dernidad tocaba a las puertas del pueblo, para entrar tími-
damente en él. Señal que lamentablemente fue perdiendo
fuerza y luminosidad en el firmamento de Copequén, hasta
267
apagarse definitivamente a pesar de los vanos intentos de
otros empresarios como Sofanor Jara y Hermes Lantadilla.
En cuanto a Juan Cartagena hoy es propietario de
una bien equipada pastelería en el barrio independencia
de Santiago y es muy posible que por allá por los lejanos
años cincuenta después de los fallidos intentos en el ne-
gocio del cine, haya reflexionado sabiamente: "Pastele-
ro a tus pasteles".

AGUA POTABLE

Demás está decir la importancia que el agua como ele-


mento vital, tiene para el ser humano, más aún si es de alta
calidad y pureza. Con anterioridad a la instalación de la red
potable actual, la mayoría de los hogares, incluida la escuela
pública con una matrícula de más de cien niños, se abastecía
en norias. Otros la sacaban de acequias, depositándola en ti-
najas de greda o vacijas de madera donde se iba asentando
hasta dejarla apta para la comida y la bebida.
Otra forma de purificación, era excavar un pequeño pozo
contiguo a la acequia que la recibía en mejores condiciones al
emerger a través de las capas arcillosas de la tierra.
Los más afortunados, que vivían en La Isla, usaban agua
de vertientes que abundaban en ese sector.
En 1966 Copequén fue elegido por las autoridades para
encabezar un plan piloto para dotar de agua potable a comu-
nidades rurales, siendo el primer pueblo de la comuna en
contar con ella.
Con fondos del Banco Interamericano de Desarrollo,
(80%) entregados al gobierno de Chile, quien los administró a
través del Servicio Nacional de Salud y con aportes de los
socios (20%) se constituyó la Cooperativa de Servicio de Agua
Potable Copequén Limitada. Con tal propósito el 18 de di-
268
ciembre de 1966 se reunieron cuarenta y tres vecinos en el
local de la escuela, quienes desde ese momento pasarían a
ser los socios fundadores. Se abrió la sesión a las 10 horas,
encabezada por Humberto Ramírez Baeza, presidente del
Comité Organizador.
Puntos relevantes tratados en ella fueron la exposi-
ción de los estatutos sociales, elección de los miembros
del Consejo de Administración y Junta de Vigilancia y
designación de una persona para que tramitara y obtuvie-
ra la autorización de funcionamiento y aprobación de los
estatutos ante el Supremo Gobierno.
A esta reunión asistió también un funcionario del
Servicio Nacional de Salud, quien hizo una detallada
exposición del Programa de Agua Potable Rural.
Los estudios técnicos
efectuados determinaron
que la ubicación del pozo
para captar el agua, debe-
ría estar en la parte alta del
pueblo pero cercana al ca-
mino público, a cuyos cos-
tados se concentran la ma-
yoría de las viviendas. Des-
graciadamente el primer si-
tio elegido fue rechazado
por su dueño, quien se negó
a cederlo o venderlo.
Como no hay mal que
por bien no venga, otro ve-
cino más generoso que el
anterior, Adolfo Leuppín fue
quien cedió gratuitamente el
terreno donde siempre ha es- Danilo Guzmán, 34 años al servicio del
tado la copa de agua, algu- agua potable
269
nos metros más abajo del anterior, y por un plazo equivalente
a la existencia de la cooperativa. Este gesto desinteresado y
humanitario, no necesitó de documento escrito, sino que la
sola palabra del señor Leuppín fue más que suficiente y de
hecho la respetó hasta el día de su muerte.
El siguiente propietario, Luis Pino Álvarez vendió parte
de él, 8 x 8 metros, a la cooperativa, de tal manera que los
habitantes están conscientes de la tranquilidad que les brinda
esta situación.
Durante el primer año el servicio fue totalmente gratui-
to. Posteriormente se fijó una tarifa de cinco pesos por casa, y
si ésta además tenía manguera para regar plantas, debía pagar
diez pesos. Años más tarde se instalaron medidores, y cada
cual cancela lo que efectivamente consume.
Quien también merece la admiración y gratitud de la co-
munidad es el vecino Danilo Guzmán, quien desde la funda-
ción de la Cooperativa hasta nuestros días, ha estado vincula-
do a ella, como técnico, cobrador, gerente, director, etc. A la
fecha, treinta y cuatro son los años de esfuerzo y sacrificios
que le ha dedicado, no ajenos de algunas incomprensiones;
doce de los cuales los sirvió totalmente ad honorem.

270
CAPÍTULO XII

OTRAS EXPRESIONES Y VIVENCIAS

APARICIONES
ALEJITO LOBOS Y EL MONO QUE CRECÍA

omo en todos los campos chilenos los relatos


relacionados con la presencia del "maligno", en Copequén
también existen y lo meritorio es que sus protagonistas
son del lugar. Estos hechos inexplicables y casi siempre
terroríficos, son atribuidos a la fantasiosa imaginación de
algún lugareño difícil de identificar, y de imprecisa data,
a los que se les va agregando o quitando detalles para ha-
cerla más atractiva.
Es común también que en la medida que se va conociendo
en los pueblos vecinos, sus propios habitantes van acomodan-
do y cambiando lugares y personajes hasta hacerla suya. Fenó-
menos semejantes los vemos en la vida real profusamente di-
vulgados por la prensa, donde se les atribuye distintas autorías
y escenarios.
Generalmente se le asigna a una persona ya fallecida
o que no vive en el lugar, lo que impide su confirmación.
El comienzo de las historias en este sentido no
varían mucho:
..."Mi taita me contaba que al papá de su abuelo, una vez
le había salido...
271
...Lucho 'Camarón', decía que a su tío el Lucho viejo,
una noche cuando venía por La Angosturilla...
...Dicen que en el Callejón de Las Compuertas en las
noches de San Juan, pasado las matas de litre..."
Sin embargo, en la selección de estos temas hemos
elegido uno que cumple plenamente con la condición que
nos habíamos impuesto: que su autor hubiera vivido perso-
nalmente los hechos relatados.
Ramón Alejandro
Lobos Saldaña, es un
hombre de trabajo. Por
su forma de ser, de trato
amistoso, amable y res-
petuoso, todo el mundo
se refiere a él como
Alejito. Para conocer
mejor al protagonista de
esta historia habría que
agregar que es nacido y
criado en el pueblo; de
nivel educacional básico,
sin vicios, casado, y de
costumbres sencillas y
"quitado de bulla".
Al momento de contar su experiencia, a eso de la
oración de un otoñal día de abril de 1998, tenía cuaren-
ta y nueve años de edad y cuando esto le ocurrió anda-
ba en los veinte.
Su p a d r e R a m ó n t r a b a j a b a c o m o i n q u i l i n o a
Humberto Ramírez, vivía a unos cien metros al interior
de la casa patronal separada por una arboleda de frutales.
Su vivienda que ocupaba junto a su mujer Edelmira y a
sus cinco hijos, estaba ubicada en un altillo en la esquina
sur oriente del protrero El Nogal.
272
A pesar de su extensión de más de dos hectáreas, desde
la puerta de la casa había plena visibilidad sobre el predio,
incluso en noches de luna llena, como aquella vez.
La primera tarea del día para Ramón era ordeñar las 6
vacas ayudado de sus hijos Toño y Alejo, quienes se turnaban
para ir a buscar los animales que estaban en el mismo potrero.
Aquella madrugada le correspondió a Alejo. Se levan-
tó cuando aún no aclaraba y encaminó sus pasos resuelta-
mente a la esquina de los sauces donde el piño acostumbra-
ba a pernoctar. A no mucho andar se dio cuenta que no ha-
bía animal alguno, pero siguió sus pasos hasta la misma
esquina, confirmando sus temores. Decidió dar vueltas al-
rededor del potrero de terreno liso y plano, sembrado de
pasto de baja altura, llegando al mismo lugar de partida sin
resultado alguno.
¡No podía creerlo! Había una sola puerta que daba ac-
ceso al lugar y las trancas estaban perfectamente colocadas,
"daré otra vuelta... no vaya a ser cosa que hayan abierto un
agujero en las cercas y se hayan escapado... Cuando terminé
la segunda vuelta ni una señal de animales, ni agujero; y
cuando estaba principiando la última vuelta y voy llegando
arriba donde hay una corrida de álamos, cerquita, como a
seis - ocho metros, veo un monito chico, así no más, (señala
sus rodillas); era negrito, como africano, con hartos hoyos
en la cara, pero los dientes blanquitos. Y lo quedo mirando
yo... Y como lo iba mirando iba creciendo, creciendo. No
estaba agachado, que se fuera parando. Nó! Estaba bien pa-
rado... Iba creciendo... y cuando llevaba unos dos metros,
me da un hielo en la espalda y me le empiezan a engrifar las
mechas... y yo miro pa’ todos lados y arranco pa’ la casa
gritando... y ahí salió mi mamá, mi taita y el Toño... y aga-
rramos los perros y nos fuimos pa’ llá a ver. Cuando llega-
mos no había ninguna cosa... y no me va a creer, como a diez
metros estaban las vacas echadas..."
273
EL MONOLITO

18 de septiembre 1944. Inauguración del Monolito

Tanto en las grandes ciudades, como en poblados que


se precien de tener cierta connotación, aunque sea en el ám-
bito regional, disponen de un lugar apropiado para celebrar
festividades patrióticas, religiosas, políticas o de cualquiera
otra índole, y en nuestro pueblo, ese lugar no existía. Ni si-
quiera había plaza pública, ni un lugar semejante que hiciera
las veces de tal.
Fue a Lorenzo Labraña, incansable y tenaz colaborador,
que en el año 1944 se le ocurrió que esta situación debía ser
superada. Con el apoyo de algunos vecinos y el siempre dis-
puesto maestro Abel Díaz y contando con el consentimiento
de Ricardo Guzmán, se construyó un monolito de cemento
frente a la casa de este último.
Su inauguración fue el 18 de septiembre de 1944, cele-
brándose una misa de campaña en el mismo lugar, a cargo del
padre Carlos Orlando Lantadilla. Asistieron también numero-
sos vecinos, padres y apoderados de la escuela. El pabellón
274
patrio fue izado al son de nuestra canción nacional interpreta-
da por los alumnos, marcialmente formados. El programa con-
templó unas breves palabras de la directora de la escuela se-
ñora Corina Castro de Mardones, lectura de una composición
de una alumna alusiva a tan magna fecha, canciones y el poe-
ma "Al pie de la Bandera" del poeta Víctor Domingo Silva,
interpretado por la alumna Camila Moraga.
Desde entonces y por muchos años se respetó esa cos-
tumbre y el caminante, cualquiera que fuera la dirección de
sus pasos divisaba a la distancia flamear el tricolor en lo alto
de un gran mástil sujeto al monolito.
Hoy la situación es diferente. El implacable paso de los
años y en beneficio del progreso, éste terminó con él relegán-
dolo a segundo plano, tapado por la mayor altura que le die-
ron al camino pavimentado y finalmente destruido.
¿De cuántas anécdotas habrá sido testigo el monoli-
to? A más de algún alumno, se le habrá olvidado la poesía,
que con encendido entusiasmo declamaba en el improvisa-
do escenario y pasado el bochorno, concluía en medio de
calurosos aplausos.
Cuántos abuelos de hoy recordarán con nostalgia aque-
llos momentos. Cuántos de ellos participaron como principa-
les actores de aquellos actos, rindiendo un homenaje a la Pa-
tria y a sus Héroes.

¡Ay! monolito de mi pueblo


que estás sumido en el olvido
y que fuiste mudo testigo
de jornadas memorables.

Alumnos y profesores
vecinos y autoridades
de todas clases y edades
te rindieron grandes honores.
275
Pasó delante tuyo
la vida de Copequén
portándose mal o bien
pero con legítimo orgullo.

Manos chilenas curtidas


y con la bendición de Él
¿quién otro que el maestro Abel,
para darte forma y vida?

Ahora sí que tenemos


un lugar con gran estilo
para homenajear a Cirilo
Apellidado Guzmán.

El tricolor orgulloso
sobre tu maciza estructura
flameará a gran altura
con garbo, alegría y gozo.

Gloriosa fecha escogiste


está esculpida en tu pecho
y aunque agónico en tu lecho
nuestro recuerdo persiste.

Fue el ‘44, en septiembre,


18 para ser preciso
el destino así lo quiso
te recordaremos siempre.

276
ROSENDA LÓPEZ INOSTROZA, LA COMPOSITORA

Aunque en 1916,
en Copequén, no suce-
dió nada digno de seña-
lar, con el correr de los
años, nos daríamos
cuenta que sí tuvo im-
portancia, porque, fue
en ese año, el 16 de
mayo, que en Parral na-
ció la señora Rosenda
López Inostroza, quien durante más de medio siglo ha dado
fama a Copequén, gracias a sus prodigiosas manos. Aunque
ella sin saberlo, por su inquebrantable espíritu de lucha y su
legítimo afán de superación, estuvo a punto de torcer la nariz
del destino, y si esto hubiera ocurrido, no habría tanta gente
agradecida de ella y con los huesos en su lugar, sonriéndole a
la vida y caminando por lugares tan distantes como Egipto,
Bolivia, Estados Unidos, Israel, Isla de Pascua, etc.
Siendo niña aprendió a tejer a crochet y palillo; poste-
riormente fue chamantera, hilando y tiñiendo la lana que da-
ría vida a multicolores chamantos que vendía a los huasos de
la zona. Después aprendió corte, confección y sastrería, oficio
que desempeñó por muchos años. "Soy modista. Ahora no,
porque hay tanta fábrica", expresa con su modestia habitual.
A los tres años tuvo un sueño. Se le presentó un señor con una
caja de cartón, en cuyo interior habían huesos de distintos tamaños
y formas. Le dijo que pertenecían a un pie humano y que ella tenía
que armarlo. En lo que recuerda, aceptó el desafío y después de
muchos intentos logró terminar satisfactoriamente la tarea.
Desde ese entonces y dada su naturaleza traviesa, practi-
caba con pollos y otras aves, zafándole las patas para después
componérselas.
277
Estando algo más crecida, 11 años, ocurrió otro hecho
que afianzó más aún su naciente actividad. Su padre, muy se-
vero, la castigaba frecuentemente y un buen día apareció un
compadre de él con una mano descompuesta, que la niña a
escondidas de su progenitor le arregló de un santiamén. Re-
cuerda que esta fue su primera experiencia profesional con
personas. Su paciente en agradecimiento intercedió ante su
padre: "compadre, no castigue más a la niña. Mire las cosas
que sabe hacer. Me compuso la mano".
Desde ese día la relación padre-hija, mejoró ostensible-
mente y la niña Rosenda pudo seguir practicando con pollos y
gallinas, y desarrollando su potencial de compositora.
No conoció las escuelas. Aprendió a leer, cuando a los
18 años le regalaron el Silabario El Ojo. Pero, si hubiera po-
dido estudiar, la profesión que habría elegido habría sido me-
dicina. "Siempre le ha trabajado a los huesos". Es su especia-
lidad. Es tal su honestidad, que según sus propias palabras,
jamás recetaría un remedio para otras dolencias, porque no
tiene los conocimientos ni estudios para ello y, además, por-
que sería hacerle un daño a las personas.
Tiene historias la señora Rosenda. Y todas enmarcadas en
un dejo de satisfacción personal y orgullo profesional. Cuando
fue a firmar la escritura por la compra de su casa a Rancagua, el
notario reparó en su nombre "Rosenda López... Rosenda López...
¡Ah!, vos fuiste la que le pegó a mi papá y le dejaste un ojo en
tinta... Ahí recordé, que pocos años atrás atendí al entonces Pre-
sidente de la Corte Suprema, el señor Marcos Aburto, y como
no se quedaba sosegado, le pegué cuatro charchazos en la cara,
y como es blanco, lo dejé con un ojo negro".
"Le voy a decir que vos existís todavía".
Al viaje siguiente a la notaría, recuerda: "Dice mi papá
que lo vayas a ver. Que no seas ingrata".
"¡Iría ir a verlo!"
Nunca ha tomado vacaciones. A lo más 4 a 5 días en su
278
parcela de Parral. "A mí se me termina el mundo en la Esta-
ción Central". No conoce Viña del Mar, ni ningún lugar de
veraneo de la zona central. Confiesa tajantemente no tener el
menor interés tampoco. Y ante la pregunta si hipotéticamente
viajara, qué medio de transporte preferiría, si avión o barco,
contesta prontamente: "ninguno, me da susto salir".
Conoció más allá de su Parral natal, por razones profesio-
nales. Un señor que ella nombra Efren Hausen, concesionario
de la Mercedes Benz de Temuco, vino a buscarla para atender a
su madre, que estaba postrada en cama desde hacia cuatro años.
"¿Es muy lejos Temuco?"
"No. Poquito más allá de Parral. Vamos y volvemos en el
día. Me engañó como una chiquilla chica".
"Salimos antes que saliera el sol y llegamos pasado las
cuatro de la tarde. Para acortar el camino, me contaba chistes.
Yo ni lo miraba, porque iba con rabia. Después de almorzar en
su casa pasé a ver a la viejita. La arreglé y como a las siete de
la tarde ya estaba andando".
Casada en 1940 en Olivar Alto, con Ovidio Bustamante y
madre de cinco hijos, toda su vida la ha dedicado al trabajo.
"De que soy mujer, nunca he ido a una fiesta, y jamás nunca he
pasado la puerta de una celebración. Cuando estaba chiquilla,
no me daban permiso. Y cuando casada, mi marido salía solo".
"La tele no la sé ni prender, ni apagar". Nada de cine, de
artistas, ni de cantantes. Tanto es así que a Lucho Gatica, nues-
tro más grande y famoso ídolo de la canción, no lo conoce
como tal, pero sí como paciente.
Otros ilustres que han pasado por sus manos: Constantino
Kochifas, propietario de los barcos de turismo Skorpios, quien en
agradecimiento la ha invitado insistentemente a participar en sus
cruceros por el sur de Chile y acompañada con quien ella quiera.
También han llegado a su consulta, un cónsul de Argentina,
otro de Estados Unidos; la periodista María Eugenia Oyarzún, el
jugador de fútbol de Colo-Colo Severino Vasconcellos; el ani-
279
mador de televisión Juan La Rivera y otros del mismo medio
"que después que se van, mi nieta Marcela me dice los nombres,
porque como yo no veo tele, no los conozco".
También atendió a Augusto Pinochet Ugarte. La mandó a
buscar para llevarla a Coya, donde él se encontraba, en la resi-
dencia reservada a los presidentes de la nación: La Casa 100.
"Tenía problemas en una rodilla y en la columna cervi-
cal, producto de los golpes recibidos en un aterrizaje forzoso
del helicóptero en que viajaba; mientras lo atendía estaba muy
callado. Nunca atenderé a una persona más sufrida".
Otro paciente del que guarda gratos recuerdos es del sacer-
dote Rigoberto Piña, a quien asistió diariamente los últimos me-
ses de su vida, haciéndole masajes para aliviar sus dolencias.
De sus conocimientos y habilidades, también se han be-
neficiado caballos de carrera en el Club Hípico de Santiago y
un corralero de Santiago Urrutia, "On Chanca", en el Cam-
peonato Nacional de Rodeo de Rancagua, quien en agradeci-
miento le obsequió un caballo de raza.
Por su bien ganado prestigio, le han hecho entrevistas en
revistas, diarios y televisión. Pero a quien tiene vetado es al
popular Don Francisco porque "es muy burlesco".
Hasta hace poco tiempo su horario de trabajo se extendía
hasta medianoche, si era necesario. Ahora por la edad y reco-
mendación médica sólo lo hace hasta las trece horas, siempre
que no se presente una emergencia.
También las ha pasado duras. En 1988 estuvo muy gra-
ve, víctima de una neumonía fulminante, infarto al corazón y
un shock nervioso. Todo al mismo tiempo. Afortunadamente
se recuperó con éxito. Sin embargo, reconoce que no es la
misma de antes; le están faltando las fuerzas. No en vano, son
más de sesenta años de dura actividad. Confiesa que su mayor
deseo es "que Dios me de permiso para seguir trabajando"; y
no cabe duda que su ruego ha sido escuchado y el permiso
otorgado, para regocijo y tranquilidad de sus pacientes.
280
DELINCUENCIA

Llama la atención que en la citada Guía Universo, edi-


ción del año 1925, no figure ningún bar, restaurante o cantina
en el comercio establecido de Copequén. De este hecho sur-
gen varias hipótesis. La primera, muy poco probable, es que
toda la población era abstemia y nadie consumía ni siquiera
una inofensiva caña de vino o chicha. Segunda posibilidad:
que los negocios del ramo, eran todos clandestinos, ninguno
de sus dueños pagaba patente municipal y, en consecuencia,
para las estadísticas simplemente no existían. Tercera alterna-
tiva: que todo lo que se consumía, en cualquiera de sus varia-
das formas, se traía de pueblos vecinos, lo que era muy poco
probable e incómodo. Cuarta hipótesis: que en todas las casas
se produjera la chicha, chacolí y aguardiente suficientes para
el consumo de la familia hasta la temporada siguiente.
Sin que medie el más elemental análisis sobre el tema, la
realidad saltaba a la vista. La mayoría, por no decir todos los
hogares siempre han tenido y tienen parrones y muchos dueños
de casa se daban a la tarea de restregar las uvas en rústicas
sarandas y hasta en simples canastos de mimbre, produciendo
deliciosos caldos, que una vez fermentados se guardan en ba-
rriles y chuicos. Otros más equipados contaban con refinados
alambiques para extraer aguardiente del orujo de la uva que
quedaba como residuo después de haberla exprimido en el pro-
ceso de la chicha. Hasta aquí todo bien. Cada productor-consu-
midor estaba a este lado de la ley. Pero la línea divisoria entre lo
legal e ilegal era tan delgada que una buena cosecha de chicha
bastaba para trasponerla, vendiendo la sobreproducción, mu-
chas veces al detalle en la misma casa, transformándose de in-
mediato en un negocio clandestino. Otro tipo de clandestino es
aquel en que el propietario no teniendo producción propia, sen-
cillamente compra para vender, desafiando a la autoridad y
transgrediendo conscientemente las leyes vigentes.
281
En estos lugares es donde al calor de unos buenos tra-
gos, las mentes comienzan a confundir la realidad con la fan-
tasía; la audacia con el delito y la valentía con la impruden-
cia. En ese torbellino alcohólico de falso coraje, de dimen-
siones irreales distorsionadas, es donde brotan los resenti-
mientos, los odios y las pasiones largamente contenidas. Bas-
ta una inocente broma, un gesto, una palabra para que los
contertulios, de ahí para adelante continuen elucubrando con
la idea de la fechoría que nació como una chanza y que liba-
ción tras libación tomó cuerpo hasta convertirse en un pro-
yecto serio y sin vueltas atrás.
Así fue como ocurrió el salteo a la casa de Isaías
Guallilén (Chavita) y su señora Rosita, quienes habían ven-
dido una yunta de bueyes y los autores en conocimiento de
este suceso cometieron el delito, asesinando a la dueña de
casa y dejando malherido a su marido, sin conseguir el an-
siado botín, que lo habían prestado a un amigo. Gran im-
pacto causó este hecho de sangre ya que las víctimas eran
antiguos y apreciados vecinos del pueblo. Carabineros de
Coinco, por no existir aún retén en Copequén, tomaron a
su cargo la investigación y detuvieron como sospechosos a
Eleazar Pinto, "El Turco" Salvador, comerciante ambulan-
te, Pedro Vilches y Reinaldo Palominos. También, a Carlos
Gálvez, por transitar diariamente de madrugada de su casa
a su trabajo en la amasandería de Juan Ramón Moraga a
escasos cien metros del lugar del crimen. Posteriomente
fueron trasladados al juzgado de Rengo y después de cua-
tro días de intensos interrogatorios fueron dejados en liber-
tad incondicional. Los verdaderos autores nunca fueron
arrestados a pesar de las múltiples pistas que carabineros
decía tener en su poder.
Si hasta el legendario Abraham Toro Díaz, alias "El
Torito", y su banda se le mencionaba como uno de los
sospechosos. Pero para la gente había algo que no calza-
282
ba. Las víctimas de este connotado bandolero eran siem-
pre poseedores de pequeñas o grandes fortunas, hacen-
dados, comerciantes o ganaderos de la zona central del
país, y el matrimonio formado por Chavita y Rosita no
tenían ni el linaje, ni la fortuna objetos de la predilec-
ción de "El Torito".
Algo más de este célebre personaje. A tal punto llega-
ban sus repentinas y temerarias correrías que tenían de ca-
beza y totalmente desconcertada a la policía, que incluso
se le llegaba a comparar con nuestro ilustre guerrillero Ma-
nuel Rodríguez, por su forma de actuar. Un buen día apare-
cía por los cerros de Naicura, otro por la hacienda Las
Mercedes, Guacarhue o Coltauco, y siempre sus víctimas
eran acaudaladas y de alta posición social, hecho que entre
los más desposeídos no pasaba inadvertido y que fue tor-
nándose en simpatía y admiración.
Por otra parte, para los afectados, el hecho de ser asalta-
dos por la banda de "El Torito" era un verdadero privilegio;
no cualquiera podía vanagloriarse de ello. Por el contrario,

El Rancagüino, lunes 2 de diciembre de 1940.


283
para aquel que nunca fue merecedor de su "atención", era poco
menos que un agravio. Había que reconocerlo, era ser lisa y
llanamente de medio pelo. Es decir, en Copequén éramos de
medio pelo... afortunadamente.
Otro crimen fue el que la banda de "El Abuelo" cometió
en La Vega, siendo víctima el dueño de casa Rolando Guzmán,
quien explotaba un clandestino de licores que le permitía vi-
vir cómodamente y juntar algunos ahorros. Los hechores esta
vez sí que fueron descubiertos, aprehendidos, declarados cul-
pables y condenados a veinte años de cárcel, que cumplieron
en el presidio de Punta Arenas.
También ocurrían sucesos de generación espontánea
sin que mediara planificación alguna. Hechos
circunstanciales que derivaban en desenlaces fatales. Fran-
cisco Ramírez tenía almacén y cantina en su casa. Cierta
noche en que había un grupo de parroquianos bebiendo y
charlando animadamente, a uno de ellos le bajó la odiosidad
y como dice la canción ranchera "echando mano a su fie-
rro, como queriendo pelear". En vista que nadie le hacía
caso y persistía en sus propósitos, el dueño de casa lo aga-
rró de un brazo y lo lanzó a la calle, sin percatarse que al
darse vuelta, éste se le fue encima agrediéndolo mortal-
mente, enterrándole un cuchillo en la espalda. Autor, "El
Zorro". Testigos, Pedro Meneses, Arturo Cavieres, Mundo
Severino quienes lo redujeron y entregaron "maneaito a los
pacos". Al cabo de una breve condena de tres años y un
día, El Zorro volvió al pueblo y en venganza una noche le
salió a Mundo Severino en el camino largo y lo acuchilló.
Otro hecho de esta naturaleza es el que sucedió en el
clandestino de Luis Ramírez, "El Peludo", quien estando en el
patio de su casa atendiendo a algunos clientes que jugaban
despreocupadamente a la rayuela y otros al monte, juego de
naipes estrictamente prohibido, se encontró a boca de jarro
con el teniente de carabineros de Requinoa. Sin mediar pro-
284
vocación alguna, la autoridad hechó la prepotencia encima y
agredió de palabras y de hecho al dueño de casa, retirándose
tan abruptamente como había entrado, en medio de las
imprecaciones y juramentos de venganza del afectado y los
presentes. Pasado el impacto de tan sorpresiva y prepotente
actitud, el trago corrió a destajo por cuenta del dueño de casa
y se concertó con los más audaces para asaltar esa misma tar-
de el Retén de Carabineros de Coinco, punto final del tenientito
en su viaje inspectivo. Armados hasta los dientes con escope-
tas, cuchillos, revólveres y chocos (carabinas recortadas),
emprendieron la marcha decididos a todo, la que a no mucho
andar tuvo que suspenderse, al ser informados que el pajarito
había volado como a las cuatro de la tarde de vuelta a Requinoa,
en el automóvil del alcalde Luis Valenzuela.
Estos son algunas botones de muestra de la delincuen-
cia imperante en aquellos años. Hechos violentos, que hacen
noticias, que impactan, que corren de boca en boca, que se
exageran o se minimizan, según la conveniencia o el cristal
con que se miren, hechos condenables y que generaciones
posteriores, de tanto escucharlos, lo comentan como si los
hubiesen presenciado.
No obstante, en estos casos las víctimas no son más allá
de una, dos o tres personas; además son hechos circunstanciales
y esporádicos; factores que en nada atenúan el hecho mismo o
que los hagan menos condenables, pero que no alcanzan la
magnitud ni los masivos estragos de otra delincuencia.
Esta es una delincuencia silenciosa y encubierta, más
dañina y perniciosa que aquella de los hechos descritos. En
ésta, sus víctimas son cientos y miles, si la proyectamos a
todo el país. Más aún, si tomamos en consideración que su
práctica se remonta a la instauración de las encomiendas, en
que los conquistadores repartían a sus soldados no sólo las
tierras sino que los indígenas que en ellas habitaban para
trabajar en su beneficio. Nos referimos a las múltiples for-
285
mas de abusos y atropellos de que han sido objeto los cam-
pesinos. El vocablo delincuencia proviene del verbo de-
linquir, que significa transgredir, violar, vulnerar, come-
ter un delito. ¿No es delito quedarse con el dinero de las
leyes sociales, con todos los perjuicios que esto conlleva,
como no poder jubilar, no tener atención de salud, etc.?
¿Qué otra cosa sino delito es, pagar salarios de hambre?
¿Qué se puede decir de aquel patrón que jamás otorgó va-
caciones a sus obreros agrícolas? ¿Cómo se pueden cali-
ficar estos despojos y atropellos?; simplemente como de-
lincuencia; delincuencia consciente, sistemática, preme-
ditada y perversa.
Los constantes atropellos y atrocidades que cometían los
encomenderos con los indígenas se podrían comprender si con-
sideramos que sus objetivos eran sólo el enriquecimiento
en el más corto tiempo posible y a costa de cualquier medio.
Agréguese a esto también, el ningún vínculo de raza, lengua o
religión entre conquistados y conquistadores; más aún la inte-
ligencia, altivez y alta belicosidad de los naturales, mantenían
en los dueños de las armas y la fuerza la predisposición al
maltrato y al abuso.
Más condenable aún, es el hecho de que quienes usaron
estas prácticas siglos después, los hayan realizado en perjui-
cio de sus propios compatriotas, en que la relación y la convi-
vencia diaria entre patrón y empleado, y las enseñanzas del
evangelio, no hayan sido suficientes para sensibilizar a estos
malos patrones. Por otro lado, también ha sido lamentable la
intromisión de aparecidos e indeseables que desconociendo
acuerdos privados entre las partes, hayan sembrado la cizaña,
perjudicando a quienes dicen defender.
También es digno reconocer y destacar que han habido
patrones conscientes y justos; preocupados del bienestar de
su personal y familia, con un trato deferente y amistoso que
ha enriquecido la relación y convivencia en el agro chileno.
286
VELORIOS DE ANGELITOS

Mi casa, como casi todas las casas de mi pueblo, tras la


primera corrida de habitaciones que conforman el frente que
da al camino, tiene un primer patio. A su derecha, un largo
corredor de piso de ladrillos, que en los días de verano nos
brindaba un agradable frescor y que en el invierno guarecía
de la lluvia a los trabajadores, hombres y mujeres, que con
entretenidas y picarescas charlas amenizaban y hacían más
cortas las jornadas como la limpia de porotos y la escogida de
papas. A la izquierda, un patio con un añoso parrón, algunas
matas de lirios y cardenales y una noria. Por la derecha, am-
plios y vetustos dormitorios. Al final de este corredor comen-
zaban los cuartos para almacenar las cosechas. El primero de
éstos, fue el que sirvió de recinto velatorio, al fallecer un pe-
queño de aproximadamente dos años, hijo de una robusta y
agraciada joven que trabajaba en la casa.
Carmela, la madre, guardaba celosamente el secreto de
la paternidad de su hijo y según las malas lenguas hasta algu-
nos cercanos colaboradores tenían cara de sospechosos. Ante
287
tal situación, había que tomar severas medidas. Pero al mo-
mento de poner en la balanza la falta cometida, su condición
de madre soltera, con todos los cuestionamientos morales y
religiosos, por un lado; y por el otro, su irreprochable desem-
peño en el cumplimiento de sus deberes; honrada a toda prue-
ba, trabajadora como la que más, pesaron más éstos y mi ma-
dre decidió no sólo perdonarla, sino ayudarla, preparando la
llegada del nuevo ser.
Por desgracia, el niño salió muy enfermizo. No había en-
fermedad que pasara de largo. Todas o casi todas paraban en
el pobrecito. Ya la tos convulsiva, un empacho, un catarro, la
escarlatina, la peste cristal, dolores de oído. Inútiles eran los
tratamientos para cada caso. Que las calitas de cardenal, el
aceite de congona, agüitas de matico, cataplasmas de barro,
ventosas, etc. Pero fue un "mal de ojo", estando ya muy débil,
del que no se pudo sobreponer, a pesar de haberlo santiguado
y falleció ante la aflicción de toda la familia.
En medio del profundo dolor había que enfrentar la si-
tuación, disponiendo las medidas necesarias para que el velo-
rio guardara la solemnidad y dignidad del caso. Se habilitó la
habitación ya señalada, sacando sacos, cajones y herramien-
tas; se le dieron apresuradamente un par de manos de cal para
blanquearla y se esparcieron algunos litros de creolina por los
rincones en precaución por posibles insectos.
De punta y adosada a la pared del fondo se puso una gran
mesa, que diariamente servía de comedor a los trabajadores, cu-
bierta con una sábana blanca; encima una pequeña silla de totora
con apoya brazos de madera, de propiedad del mismo niño. En
ésta fue sentado el angelito, ataviado con una túnica de raso blan-
co arreglada con dobleces y vuelos, dejando solamente a la vista
el rostro, con sus ojos abiertos y sus manos tomadas, con los
dedos entrecruzados, sosteniendo una flor. Un gorro con el mis-
mo género, y un pequeño crucifijo cubría su cabeza semejando la
corona de un rey. Rodeando este pequeño trono algunas velas
288
encendidas, en sus correspondientes palmatorias. Muchos rami-
lletes de margaritas, clavelinas, rosas, huilles, calas, amarrados
con huiras de pita, o envueltos en papel celofán de vivos colores,
llevados como ofrenda por los vecinos.
Más tarde, junto con el pequeño ataúd blanco traído des-
de Rancagua, algunas coronas de papel fueron colgadas en la
pared. Al anochecer, los rezos, cánticos y lastimeros letanías
de los presentes recordándole al pequeño difunto que él en
esta vida fue un ser inocente y puro y, como tal, el Señor lo
recibiría jubiloso en su reino otorgándole un lugar de privile-
gio para su eterno descanso.
Hay que recordar también, que estas ocasiones eran el
momento propicio para enviar con tan inmaculado emisario,
recados al Altísimo, pidiendo favores personales, por la salud
de la familia, las lluvias, las cosechas o el ganado.
En plena madrugada y ya mermada la asistencia, un
reponedor consomé, con algunas presas de gallinas, sandwi-
ches de pernil y algunos vasos de chacolí (vino de la zona, sin
procesar), reponían las fuerzas, hasta que las primeras luces
del alba, anunciaron que la hora del funeral ya estaba cerca. A
eso de las diez de la mañana se emprendió la marcha hacia el
cementerio distante a unos tres kilómetros. Encabezaba la co-
lumna el féretro transportado por dos varones, quienes lo sos-
tenían con una mano y en la otra sus sombreros en señal de
respeto. Más atrás, la acongojada madre, de riguroso luto, fa-
miliares y amigos rezando el rosario.
En medio de los desgarradores llantos de su madre, con
un breve y poco entendible responso (algo en latín y algo en
castellano), el sacerdote Rigoberto Piña dio comienzo a la ce-
remonia final de sepultación. Las plegarias a Dios por la Glo-
ria y Vida Eterna del fallecido y las súplicas, oraciones y cán-
ticos entonados con verdadera unción se perdían en las faldas
del vecino cerro y los esbeltos y cimbreantes álamos se adhe-
rían al dolor inclinando sus delicadas copas.
289
CAPÍTULO XIII

CARLOS GÁLVEZ, EL CAMPESINO

Tú que cultivas el trigo


en las haciendas chilenas,
tú el de las manos morenas
de los pájaros amigo
tienes a Dios por testigo
y en el Santo Tribunal
de la Corte Celestial
puedes decir con orgullo:
La hostia que es cuerpo tuyo,
fue una espiga en mi trigal.

on estos sentidos versos, también hechos canción,


el gran poeta rancagüino, Oscar Castro, le canta al hom-
bre que trabaja nuestros campos. A ese ser anónimo, que
debiéramos tener presente en nuestras plegarias cuando
alimentamos nuestro cuerpo con los frutos de la tierra,
extraídos por esas manos morenas; o cuando satisfacemos
las necesidades del espíritu con la sagrada hostia, producto
290
del trigo cultivado también por esas mismas manos.
Es admirable la genialidad del poeta para describir tan
certeramente algunas facetas del campesino chileno, y me
he llegado a preguntar con legítimo derecho si él conoció a
Carlos Gálvez, porque, en mi modesta opinión, no es a otro,
sino a él a quien van dirigidas tan elocuentes palabras. Y
como tan temeraria interrogante ha sido imposible aclarar,
quedémonos con la orgullosa convicción, de que nuestro cam-
pesino Carlos Gálvez con su extensa y laboriosa existencia
representa digna y legítimamente al campesino chileno.
Cada vez que leo o escucho esas estrofas del poema "Del
cielo a tu Corazón", en cosa de segundos, medio siglo de mi
vida desaparece en lo más profundo de la nada, para dar paso
a un cúmulo de imágenes de Copequén y su gente, y en donde
destaca nítidamente Carlos Gálvez. Ya pala en mano, cubierto
de la cintura hasta las rodillas con un fresco paño blanco he-
cho de sacos de harina, que reemplazaba al pantalón, regando
el tomatal; ya transportado por un brioso corcel, equilibrán-
dose sobre una rastra, emparejando el terreno para la próxima
siembra; o ensartando con su horqueta enormes gavillas de
trigo para alimentar el voraz apetito de la máquina trilladora;
o sacándose su raída chupalla para secar el sudor de su frente
después de ir y venir por los áridos surcos esparciendo las
semillas; o en los escasos momentos de descanso, con su nu-
merosa prole, disfrutando sonoramente un enorme jarro de té;
o un dieciocho de septiembre con su pulcro terno negro, ca-
misa blanca, sombrero al ojo y una banderita chilena de ojalata
en la solapa, tomándose una cerveza malta en la ramada, acom-
pañado de su fiel esposa, la señora Toña.
Sin embargo, conozco a Carlos desde mucho antes. Sé
de su existencia desde antes que yo naciera. No físicamente;
pero desde el cálido vientre de mi madre, escuché su voz fir-
me y su risa franca. Creo haber oído el diálogo de mis padres,
cuando decidieron que ya era el momento que Carlos, ahí
291
presente, ensillara El Rosado, para ir a buscar a la matrona,
señora Clara de Parada, para que yo naciera. Transcurrido
un lapso de tiempo que no sé precisar, algunas horas talvez,
de estar en este extraño mundo, unas fuertes risas varoniles
y unos comentarios de grueso calibre me despertaron. Ahí
conocí a mi madre. Afuera en el corredor, mi padre y Carlos
comentaban con entusiasmo que por fin había llegado el
hombre de la casa; que ahora no se perdería el apellido y
otras cosas por el estilo. Comprendí que se referían a mi di-
minuta persona, por ser el primer hijo varón de la familia,
después de cinco hijas.
De ahí para adelante su nervuda figura me fue muy
familiar. Muchas eran las señales que recibía mi asustadizo
cerebro que delataban su tranquilizadora presencia; el la-
drido cariñoso de bienvenida con que lo recibían los pe-
rros, cuando de madrugada arreaba las vacas a los corrales
para ordeñarlas; su alegre silbido mientras podaba el pa-
rrón, entonando con todo sentimiento "pajarillo, pajarrillo/
que vuelas por el mundo entero/ llévale esta carta a mi ado-
rada/ y dile que por ella muero"; o cuando con extraños
sonidos conversaba con El Clavel y El Muñeco, su yunta
de bueyes preferidos, instándolos a hacer el último esfuer-
zo, anunciándoles la proximidad de la casa para descargar
la leña y poner fin a la jornada. Así empecé a admirarlo y
más aún a quererlo cuando al fallecer mi padre, se transfor-
mó en el brazo derecho de mi madre en las labores del cam-
po, desconocidas para ella hasta ese instante.
Testigo y actor de los acontecimientos ocurridos en el
pueblo en este siglo. Nació en Copequén, un 3 de noviem-
bre de 1904. Su señora esposa Lastenia de las Mercedes
Reyes lo acompañó por más de setenta años. Le dio doce
hijos, ocho de los cuales aún viven y, quienes a esta fecha
le han dado sesenta y cinco nietos, setenta y cuatro bisnie-
tos y ocho tataranietos.
292
Hombre de gustos sencillos. Se contenta con estar
"alentao" y orgulloso de sus hijos. "Ninguno me salió pillo o
de malas costumbres".
En su extensa vida laboral, ha trabajado en las más di-
versas actividades, casi todas relacionadas con la tierra. Sin
embargo, también ha desempeñado otros oficios, como pana-
dero, maquinista de aserradero, podador, carretero, cobrador
de la luz, ordeñador, cabrero, viñatero, y en más de una oca-
sión como juez en algún litigio por deslindes.
Como dice con orgullo "siempre apatronado". Para él
no es un estigma, por el contrario, siempre trabajó con gus-
to, cumpliendo más allá de sus obligaciones. Si tenía que
estar a las cuatro de la mañana, como más de una vez se lo
pidió Pancho Ramírez, su patrón en los años treinta, él lle-
gaba a las tres; si lo mandaba al molino Santa Elena de Los
Lirios con la carreta "hasta los alamitos" con sacos de tri-
go, prefería ir solo, sin acompañante. Y así, son muchos
los ejemplos que podrían citarse de cómo enfrentaba sus
deberes, y con qué gusto los cumplía. Certero en sus re-
flexiones cuando dice que siendo apatronado se gana me-
nos plata, pero que tiene trabajo seguro, le dan una casa, un
pedazo de tierra donde criar algunos animales y sembrar
para el gasto de la casa.
Así como en el siglo XV Sinchirruca, el generalísimo
del inca Tupac Yupanqui, estableció un mitimae en Copequén,
enseñando a los naturales nuevas técnicas en la agricultura,
así también Carlos, con su rica experiencia en las labores del
campo, ha tenido la generosidad de entregar sus conocimien-
tos a quienes han trabajado con él.
Así como en el siglo XVI el sacerdote Francisco de
Ochandiano divulgó la doctrina de la fe en Jesucristo a sus
habitantes; así también Carlos Gálvez en un momento de su
vida abrazó su religión, brindándole solaz a su espíritu y ejem-
plo de devoción a los suyos.
293
Así como en el siglo XVII el reparto de las tierras entre
los hispanos se institucionalizaba por medio de las encomien-
das; así también Carlos Gálvez repartió entre sus hijos las pocas
tierras que pudo obtener en una vida de esfuerzo y trabajo.
Así como en el siglo XVIII los indios de Copequén exi-
gieron sus derechos ante el abuso del cacique Pascual
Guaguilen, en concomitancia con Bernardo Pumarino y
Sebastian Guzmán; así también Carlos Gálvez defendió los
suyos cuando los vio amenazados por la prepotencia, la codi-
cia y la voracidad de más de algún patrón.
Así como en el siglo XIX, el gran poeta y payador
copequenino Javier de la Rosa, esparció por toda la comarca
sus ingeniosos versos, de la misma manera Carlos Gálvez,
con su modestia pero con gran sabiduría plasmó en versos su
visión de un hecho tan trascendente en su momento, como fue
la instalación de la luz eléctrica por primera vez y, defendió
con su verdad y su florida palabra ese tesoro tan preciado.
Ya en las postrimerías del siglo XX, y el los albores del
XXI, próximo a cumplir un siglo de vida, manifiesta que su
más ferviente deseo es seguir trabajando y no darle problemas
a nadie, anhelos que concuerdan con las palabras del poeta
Oscar Castro cuando dice:

Hombres de ingenua canción,


varones de valle y sierra
que tenéis como la tierra
generoso el corazón,
en la celestial mansión
hay montes de azul color
y potreros de verdor
y bueyes de lomo blando
para seguir trabajando
las haciendas del Señor.

294
CAPÍTULO XIV

JUAN Y MARÍA

295
296
sta carta guardada celosamente por María por
más de cincuenta años fue encontrada por sus hijos después
de haber fallecido. Sin duda que fue el más valioso tesoro que
la acompañó secretamente a través de su sacrificada pero her-
mosa existencia. ¿Cuántas veces la habrá leído bajo la débil
luz de una vela en aquellas solitarias e interminables noches
297
de su Copequén natal, mientras Juan permanecía internado en
un hospital en Santiago? Acompañada solo por el acompasa-
do sueño de los pequeños hijos en las camas vecinas en aquel
enorme dormitorio de murallas interminables, soportaba la so-
ledad noche tras noche.
¿Cuántas lágrimas derramaron aquellos enrojecidos ojos
sobre esa hoja de papel y que al fundirse con la tinta parecían
desvanecer toda esperanza?
¿Cuántos desgarradores mensajes envió María a su fa-
llecido esposo tras la lectura de esta carta en los que le supli-
caba ayuda para soportar tanto sufrimiento?
¿Cuánta fuerza, cuánto coraje, cuanta sabiduría le infun-
dieron a María aquellas palabras del único hombre a quien amó?
Así, con esta carta se gesta la formación de una familia como
tantas otras en Copequén. Su autor con decisión y valentía antepone
el amor por una mujer ante todas sus debilidades y temores. Porque
la valentía no sólo se demuestra en el campo de batalla o en situacio-
nes de peligro. Para Juan su campo de batalla estaba en lo íntimo de
su ser, y la encarnizada lucha entre sus sentimientos hacia esa joven
y el dejar a descubierto sus carencias se tornaba por momentos dra-
mática y hasta cruel. Y como lo dijera sesenta años más tarde S. S.
Juan Pablo II, esta vez también el amor fue más fuerte.
Con escogidas palabras, con su más pulcra y cuidada le-
tra y la inmaculada presentación en una delicada y fina hoja
de papel con una rosa de color rojo en su extremo, símbolo
eterno de los enamorados, envió a través de un amigo, su men-
saje del más tierno y puro amor, con la terrible incertidumbre
como el mismo lo dice: "sea por bien o por mal".
¿Cuánto tiempo transcurrió antes de recibir la ansiada respues-
ta? No lo sabemos. Pero el hecho es que en esas circunstancias ha-
bían dos realidades, dos presentes, dos perspectivas de ver la vida.
La realidad de Juan, incierta, vaga, imprecisa, con algunos
tibios rayos de esperanza que asomaban en ese brumoso presente.
La realidad de María, por el contrario, de completa feli-
298
cidad. Por fin aquellos silentes mensajes a través de fugaces y
a veces atrevidas miradas de Juan, habían tomado forma de
palabras y de palabras tan hermosas y llenas de sentimiento:
"...para comunicarle todo lo que mi corazón siente... ...no puedo
por más tiempo callar la pasión que me de vora..."
Dos realidades que pronto se habrían de fundir en una sola,
porque tan infundados eran los temores de Juan de no ser co-
rrespondido, que poco tiempo después, el 22 de enero de 1928,
se unían para siempre bajo el santo sacramento del matrimonio.
Aunque en verdad las cosas no fueron nada de fáciles. La
rotunda negativa del padre de ella en que las amenazas de deshe-
redarla y expulsarla de la casa, si persistía en su intento, se hacían
cada vez más frecuentes. La deteriorada relación entre padre e
hija llegó a extremos críticos. La cerrada oposición paterna de no
permitir una relación sentimental con un desconocido llegado a
Copequén desde las lejanas tierras colchagüinas de El Cardonal
de Panilonco, cerca de Pichilemu, hicieron que María, en ese
entonces con 22 años, un buen día decidiera abandonar la casa
paterna, yéndose a refugiar a la casa parroquial de Coinco. Su
cura confesor, una vez enterado de los hechos, envió por el novio
y sin más trámite procedió a casarlos.
El único atenuante en favor del recién forzosamente in-
corporado miembro familiar, era que tenía un primo sacerdo-
te, cosa muy bien vista en esa época, y que ya empezaba a
hacer noticias en el ámbito nacional, con sus posturas socia-
les. Su nombre José María Caro Rodríguez, años más tarde
primer cardenal de la Iglesia Católica de Chile.
El azaroso comienzo de esta sociedad conyugal, sin más
capital que el amor aportado por los socios por partes iguales,
se fue consolidando poco a poco en el bucólico Copequén de
los años treinta. Mera coincidencia quizás, el hecho es que
nuestro personaje de oficio zapatero-talabartero fue padre de
seis "chancletas", Irma, María Uberlinda, Camila Elisa, Silvia
del Carmen, Gilda Elena y Eulalia de las Mercedes; estas dos
299
Silvia, Irma, Camila, Uberlinda y Joel junto a su regalón "Pinocho" .

últimas fallecidas antes de cumplir dos años. Poco tiempo des-


pués nació el anhelado hijo varón, que mitigaría en parte la
pena que ensombrecía este hogar. Poco a poco renacía en María
la alegría por vivir y en Juan el renovado vigor por trabajar en
beneficio de los suyos.
Cada orificio de su puntuda lezna; cada mascada de su
sacabocado; cada puntada de su reluciente "Singer", cada remate
del albo tiento en las dóciles badanas, estaban impregnados de
los mejores deseos de perfección para satisfacer a sus exigentes
clientes y gratificar a su familia con los honorarios recibidos.
Entre suelas y tenazas, entre hormas y contrafuertes, en-
tre cueros, agujas e hilos se entremezclaban el amor a los su-
yos y el deseo de surgir, sin más apoyo que el de su joven
esposa y el tierno e inocente cariño de sus pequeños hijos.
El primer hogar del recién formado matrimonio fue la casa
ubicada entre la de Ricardo Guzmán y Heriberto Álvarez, fren-
te a la capilla y que años más tarde sería habilitada como escue-
la pública. Después arrendaron la casa de Gaspar Labraña.
A estas alturas, el inquieto y emprendedor Juan, ade-
más de zapatero, ya las oficiaba de peluquero para incre-
mentar los ingresos de la creciente familia. No conforme
300
con ésto, en la última casa que vivieron, la tercera a la iz-
quierda a la entrada del camino a La Vega, a los ya mencio-
nados dos oficios agregaron la explotación de una
amasandería, y su mejor cliente era el fundo al que le ha-
cían entregas diarias de panes de gran tamaño, al que lla-
maban galletas y que se entregaba a los trabajadores como
una regalía. A lo anterior, hay que agregar en el mismo lu-
gar, el Restaurante Las 3 B, que en honor a la verdad, de
restaurante tenía bastante poco; más que nada la patente
para vender embriagadores mostos a los parroquianos des-
pués de la agotadora jornada diaria. La chicha se compraba
por arrobas a Plutarco Dinamarca en Chillehue, o al com-
padre Carlos Cartagena del mismo Copequén. El vino se
compraba a Guayo del Río y venía en chuicos y damajua-
nas de vidrio protegidos con mimbre, y tenían una capaci-
dad de 15 y 10 litros respectivamente.
Unas cuantas botellas de bebidas gaseosas puestas
distanciadamente unas de otras para disimular las estanterías semi
vacías completaban el desolador escenario. Entre las poco solici-
tadas ginger ale, una que otra orange crush en su característica
botella café con innumerables anillos, el sorbete letelier con una
guinda en su interior, lucían vanidosas las reinas de la época:
papaya y bilz que eran las preferidas no tan sólo por la juventud,
sino también por los adultos, especialmente varones. Claro que
éstos la mezclaban con aguardiente de uva, de preferencia la bilz,
lo que daba lugar al criollo y mareador chuflay. La mayoría de
sus fanáticos consumidores lo bebían muy de mañana y rápida-
mente sin siquiera apearse del caballo para no perder el tiempo y
continuar rápidamente el camino hacia el trabajo.
Otro negocio que le reportó algunas ganancias a Juan, fue la
introducción que él hizo en Copequén, de un novedoso material
en las ojotas, popular calzado usados por los trabajadores del cam-
po. Este era la goma de los neumáticos en desuso de los emer-
gentes automóviles. Las confeccionaba personalmente y las ven-
301
día con gran éxito, revolucionando el mercado masculino por lo
firmes, cómodas y de duración poco menos que eterna.
Respecto a María, sus primeros años de vida transcurrieron
junto a su abuela materna en una modesta casa al interior del
Callejón Las Compuertas. No conoció a su madre y jamás se le
escuchó la más leve evocación de quien la trajo a este mundo.
Cargó durante toda su vida con el estigma de ser hija
natural, condición que hasta hace poco la legislación chilena
contemplaba y que la clasista sociedad de la época aceptaba
con evidente menosprecio.
Las reiteradas amenazas paternas de desheredarla que-
daron de manifiesto al morir su padre, al no figurar entre los
herederos; desafecto que fue más evidente aún, cuando ni si-
quiera la reconoció como hija. Sin embargo, cuando años más
tarde falleció su madrastra, tuvo la nobleza de hacerse cargo
de cinco medios hermanos menores que sumados a sus hijos
duplicaron el núcleo familiar. Delicada y difícil situación que
vino a agravarse más aún cuando en 1945 falleció Juan.
Cuatro años más permaneció en Copequén, durante los
cuales envió a algunos hermanos e hijos a estudiar a Rancagua,
Santiago y Viña del Mar, diseminados en internados, pensio-
nes y casas de familiares. Cuatro años en que recibió el desin-
teresado apoyo de mucha gente, traducido en enseñanzas y
consejos relacionados con la agricultura; préstamos de semi-
llas, abonos, dinero, maquinarias para faenas diversas, sega-
doras, trilladoras, enfardadoras, etc. Los mismos cuatro años
en que tuvo que soportar abusos y sinvergüenzuras de algu-
nos desleales y mal agradecidos empleados.
Común era divisar su menuda figura acompañada por el hom-
bre de la casa, su hijo de menos de 10 años, y el regalón de éste, el
pequeño "Pinocho", atravesar potreros, cercos y acequias, bajo la
incesante lluvia o con la crujiente escarcha y un frío que calaba los
huesos. Su destino, Las Tres Cuadras, potrero a los pies del cerro
El Peñón, de propiedad de su hermano Alfredo, joven inválido a su
302
cargo, para cercionarse si los trabajadores cumplían con sus tareas
o las habían abandonado para dedicarse a beber.
Cuando el invierno aflojaba sus despiadadas garras y la
casquivana primavera insinuaba sus encantos, volvía a rena-
cer el optimismo de María. Con el dinero recaudado por las
ventas de las primeras hortalizas pagaba deudas y compraba
alguna indumentaria para los hijos. Pero esta bonanza era de
corta duración, porque al comenzar enero, se cumplía el infa-
lible ciclo anual de las visitas de la ciudad. Ante su devastadora
presencia no había bolsillo que resistiera y el hogar de María
no era la excepción. Se tomaban por asalto la casa y se insta-
laban tranquilamente por uno o dos meses, disfrutando de las
atenciones de la dueña de casa, quien trabajaba como burro y
gastaba lo que no tenía, endeudándose con el carnicero, y el
Despacho (almacén) de las comprensivas señoritas Miranda.
El primer canto del gallo al amanecer era el primer
disparo con que su enemigo el destino, alertaba a María
que una nueva batalla estaba a punto de comenzar; una de
las mil batallas que enfrentó en una guerra sin cuartel a la
que no se le veía tregua ni fin.
Esta nueva realidad, más la dura experiencia personal
vivida en su niñez, sin la presencia y guía protectora de su
padre, es la que María temió se repitiera con sus hijos y deci-
dió emigrar a la ciudad para educarlos y brindarles mejores
alternativas de vida. Estando en Rancagua, no desfalleció y
siguió peleándole a esa vida tan perversa y despiadada. Insta-
ló en calle Ibieta un pequeño comercio de frutas y verduras; la
mayoría llevada de Copequén; negocio que no prosperó por
falta de público y experiencia. Pronto languidecieron las le-
chugas, las acelgas, el cilantro y el perejil; los duraznos y da-
mascos esperaron más allá de lo aconsejable por los compra-
dores que nunca llegaron; para qué, hablar de los rozagantes
tomates, la prematura vejez, caló hondo en su otrora lozana
piel y finalmente sucumbieron. Ni los robustos zapallos, ni
303
las longevas papas y las pretenciosas sandías fueron capaces
de soportar tanta indiferencia.
Lejos de mejorar, la situación se hizo cada vez más críti-
ca. Rancagua, La Heroica, le puso nuevas pruebas a María.
Terminado el negocio, la subsistencia era cada día más difícil.
Aquí no había un pedazo de tierra para hacer una huerta; sem-
brar una hilera de porotos, papas o choclos; menos donde plan-
tar una mata de tomate o cebolla. Todo se compra. O se tiene
dinero, se pide fiado o se roba. No mucho donde elegir.
El principal ingreso provenía del arriendo de las tierras
de su hermano Alfredo, que ella tenía a su cargo, dinero que
antes de cumplirse el contrato ya estaba pedido y gastado y
así sucesivamente por años. Otra fuente de sustento eran los
constantes viajes de María a su pueblo, y en una verdadera
operación hormiga llevaba a su casa de un "cuantuay". Otra
importante ayuda al presupuesto familiar fue cuando la hija
mayor María Uberlinda empezó a trabajar en una curiosa acti-
vidad que con el tiempo desapareció. Consistía en "tomar pun-
tos" a las medias de nylon que usaban las mujeres. Este feme-
nino atuendo era tan caro que cuando se "corrían los puntos"
eran remendados por estas especialistas con un curioso admi-
nículo. Gracias al apoyo que de por vida le brindó su hija mayor
Uberlinda, pudieron educarse los tres hijos menores, los que
al comenzar a trabajar compensaron en parte los desvelos y
esfuerzos desplegados por esa noble y sacrificada madre.
Tras unos breves años de bonanza la desgracia nueva-
mente golpeó las puertas en su vida, al fallecer su hija Silvia a
los 45 años de edad. Este fue el golpe final del que no se pudo
sobreponer, falleciendo el 13 de agosto de 1992.
Lo que en un comienzo fue una bella historia de amor
entre Juan y María, truncada por la muerte de aquél, no podría
finalizar sin decir que sus nombres completos fueron Juan
Ramón Moraga Rodríguez y María Lucrecia Orellana Orellana,
padres del autor de estas líneas.
304
REFLEXIONES Y FANTASÍAS DE UN NIÑO CON TIFUS

Nada de amistosa fue la recepción que me brindó Rancagua


ese mes de diciembre de 1949, cuando a los once años llegué a
vivir allí. Mal podría decirse que fue una bienvenida, porque
antes de una semana estaba aquejado de fuertes dolores de ca-
beza, altas temperaturas y colitis. Según el doctor Enrique
Dintrans el temido tifus exantemático estaba haciendo estragos
en mi enclenque humanidad y sólo con una estricta dieta y un
prolongado reposo podría recuperarme.
¿Cuarentena? ¿Qué es eso? Que palabra más extraña;
se parece a cuarenta. ¿Cuarenta días en cama y en pleno vera-
no? ¿Contagiosa? O sea, ningún amigo podrá visitarme y na-
die me contará como estuvo la fiesta de fin de año en la escue-
la. ¿Quién repetiría curso? ¿Y el mes de María y la Procesión?
¿En cuánto tiempo más veré a mi yegua "La Joelina"?
La última vez que estuve en cama en Copequén, mi mamá la
llevó hasta el dormitorio para que nos viéramos. Seguro que
ella también me echaba de menos porque vi sus ojos llenos de
lágrimas, como ella también vio los míos.
Cuarenta días serían interminables porque a pesar de vi-
vir en la ciudad, la situación económica no nos permitía dis-
frutar de sus ventajas. No teníamos un aparato de radio para
escuchar noticias o música; tampoco se podía comprar algún
periódico de Santiago o El Rancagüino o La Crítica; menos
El Peneca, El Simbad o El Billiken. En otras palabras para
matar el tiempo en esas seis semanas sólo podía regalonear
con mi mamá, pelear con mis hermanas o contar las tablas del
techo una y otra vez (eran cuarenta y dos).
No importa, ya seré grande y entonces otro gallo canta-
rá. Compraré una casa, "chalet que les llaman", con grandes
salones, con cocina eléctrica; no se lloverá ninguna pieza y no
habrán ratones en el entretecho que nos despierten con sus
carreras y peleas a medianoche.
305
¿Cómo será mi nuevo colegio, el Instituto Comercial?
Dicen que es un edificio grande, que tiene salida a dos
calles; y a sólo dos cuadras de la plaza, con muchas salas de
clases; que es mixto, es decir, hay niñas; eso sí está bien; no
podría ser de otra manera, en una educación moderna como la
actual con igualdad para todos. Seguro que hay muchas rubie-
citas, de esas que se ven en las ciudades. Pero habrán tantos
alumnos que de seguro pasarán a través mío sin siquiera ver-
me. ¡Será como no existir! ¡Ah, pero soy bueno para la pelota.
Entonces existiré y me tratarán bien!
En cambio en mi escuela éramos pocos, pero todos amigos;
todos conocíamos las casas de todos; los papás conversaban entre
ellos, a veces muy bajito, se reían; las mamás también conversa-
ban, le ganaban a los papás. ¿De qué conversarían tanto? ¿Será
verdad que se les gasta la lengua a las personas que hablan mucho?
Mi mamá será la reina en el palacio y mis hermanas las
princesas; serán atendidas por personal sólo femenino que yo
personalmente seleccionaré.
La fiebre subía y subía. Compresas y más compresas.
En el Instituto a lo mejor por fin puedo ganar a la hachita
y cuarta, al emboque o al trompo; porque lo que era allá con
Esteban Rosales, Nibaldo Ramírez o Cosme Olguín no había
caso. Mejor era no meterse con ellos.
Mi madre día y noche junto a mí. Su triste semblante
cambiaba levemente cuando en esperanzadoras visitas el mé-
dico presionaba mi vientre con sus enormes manotas, golpea-
ba mi espalda con sus dedos y escudriñaba a través de sus
lentes poto de botella mis amígdalas, mis ojos y mis oídos
como esperando hallar algo que felizmente nunca encontró.
Aquí en la ciudad ¿habrá lugares para cazar tórtolas,
diucones o zorzales? Mi madre me ha dicho que solamente
hay árboles en las plazas y que están llenos de gorriones que
no sirven para nada y palomas que no tienen ninguna gracia
porque se pueden agarrar con la mano. De todas maneras traje
mi honda con una buena horcaja de espino.
306
A mis hermanas les compraré montones de blusas, vesti-
dos y zapatos para que cada una tenga los suyos y no peleen y
también una plancha eléctrica para que no se ensucien las
manos al prender el carbón. A mi madre la llevaré a Santiago
a la Casa García o Falabella para que compre todo lo que
quiera, pero yo le elegiré un paraguas francés que no se desar-
me y un elegante abrigo piel de durazno, como el de esas se-
ñoras que sus maridos trabajan en la Braden Copper.
Mis nuevos compañeros ¿serán buenas personas o antipáti-
cos y peleadores? En fin, que tanta preocupación; en la cancha se
ven los gallos. Además para los combos tampoco soy tan malo.
Meses después pude comprobar que mis temores no tu-
vieron fundamento alguno. La providencia acudió nuevamente
en mi auxilio y otra vez en una figura femenina de grandes
atributos físicos, que no tenía nada que envidiarle a mi recor-
dada instructora de catecismo y que a no mucho andar me
gané su protectora simpatía y altas calificaciones.
Su nombre: Enriqueta Delgado Roa, profesora de inglés.
La popular Miss Enriqueta lucía oronda su bien contorneada
figura, objeto de los más ardientes y soterrados comentarios
de la jauría juvenil masculina que diariamente la rodeaba y de
la fingida indiferencia de las niñas. Grandes ojos verdes, y
grandes también las protuberancias pectorales que le abrían
paso, cual poderoso mascarón de proa, entre el cardumen de
entusiasmados alumnos que intencionalmente caminaban a su
encuentro y después volvían sus pasos tras ella. Protuberan-
cias que habían inspirado un verso que rimaba con la última
sílaba de Enriqueta y aunque a mí me molestara mucho, por-
que yo la consideraba "mí" profesora, no dejaba de ser certero
y, que a decir verdad, yo también repetía, pero en silencio.
¿Y qué pasó con el tifus? Gracias a los cuidados de mi
madre me recuperé totalmente y nunca más volví a acordarme
de él. La presencia de Miss Enriqueta me ayudó a olvidarlo.

307
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Cervantes, 1883.
V ILLALOBOS , SERGIO, Historia de la Ingeniería en Chile. Editorial
Universitaria, 1990.
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FUENTES INSTITUCIONALES
Archivo Nacional.
Archivo del Arzobispado de Santiago.
Archivo General del Ejército. Estado Mayor General. Ejército de Chile.
Biblioteca Casa Central Universidad de Chile.
Biblioteca Congreso Nacional.
Biblioteca Escuela Militar.
Biblioteca Escuela Derecho, Universidad de Chile.
Biblioteca Facultad de Arquitectura, Universidad de Chile.
Biblioteca Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
Biblioteca Facultad de Humanidades, Universidad de Valparaíso.
Biblioteca Dirección de Vialidad, Ministerio de Obras Públicas.
Biblioteca José María Arguedas.
Biblioteca Ministerio de Educación.
Biblioteca Museo Precolombino.
Biblioteca Nacional.
Biblioteca ODEPA.
Biblioteca Seminario Pontificio.
Biblioteca Vicuña Mackenna.
Carabineros de Chile.
Cementerio Nº 2 de Rancagua.
Convervador Bienes Raíces de Rancagua.
Conservador Bienes Raíces de Rengo.
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Federación de Rodeo de Chile.
Ferrocarriles del Estado.
Iglesia Cristiana y Misionera, Santiago.
Iglesia de Dios, Voz en el Desierto, Santiago.
Instituto Geográfico Militar.
Instituto Nacional de Estadísticas.
Ministerio de Agricultura.
Ministerio de Defensa Nacional.
Ministerio de Educación.
Ministerio de Minería.
Ministerio de Obras Públicas.

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Museo de Carabineros de Chile.
Museo Colonial de San Francisco.
Museo de Correos de Chile.
Museo Regional de Rancagua.
Museo Histórico Nacional.
Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna.
Museo Nacional de Historia Natural.
Museo Precolombino.
Obispado de Rancagua.
Oficina de Estudios y Políticas Agrarias.
Parroquia de Coinco.
Registro Civil de Coinco.
Seminario Pontificio, Santiago.
Servicio Agrícola y Ganadero.
Servicio Nacional de Geología y Minería.

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