Baladas Del Ornitorrinco
Baladas Del Ornitorrinco
Baladas Del Ornitorrinco
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con su sonrisa de infante y la vehemencia de sus palabras,
impuso su credo en nuestra habitación, rellenándola de
revistas Atalaya, libros de estudios bíblicos de muchos
colores y otros impresos que —quién lo diría— meses
después manejaría yo mismo con destreza y aplomo.
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Al final de ese año me uní a la enana legión de
«testigos» peruanos que se rehúsan a celebrar la Navidad
«por ser fiesta mundana», y me vine a Chimbote donde
vivían mis padres, casi a la fuerza. Estaba dispuesto
a argumentar mis razones bíblicas de no comer pavo
al horno y hacerme el sordo ante los empalagosos
villancicos de esos coros infantiles que uno escucha por
esos días hasta en el baño.
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estaba seguro, sería el de mi pasaporte para recuperar el
Paraíso perdido.
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hermanitos, lejos de condenarme, me aseguraron que
pronto comenzaría a mostrar mis progresos.
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Todo sucedió demasiado rápido. Tras una larga jornada
de oración en «El Paraíso», un enorme descampado
sembrado de césped inglés y levantado al mejor estilo
americano, casi donde termina la urbe y se filtra la sierra
limeña, me metieron en una piscina, me mojaron todito
y me aseguraron que había recuperado el Paraíso.
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retorné a Pablo Neruda y a Ernesto Sabato, a Rudyard
Kipling y Antonio Machado, aquellas otras lecturas
por las que me mantengo vivo y que, finalmente, me
convirtieron en el feliz apóstata de ese sueño tan humano
(e imperfecto por eso) de recuperar el Paraíso perdido.
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HISTORIA DE HISTORIETAS
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sus modales groseros de mal perdedor, fueron motor
ideal de mi admiración y envidia. Porque yo fui como la
Pequeña Lulú, la fantasía y el asombro chorreándome por
cada uno de los poros, pero dando todo por parecerme
al rechoncho de Tobi, a quien le llegaban altamente las
maneritas obtusas de Lulú y de su manchita de amigas,
por lo que fundó su club de muchachos en un lugar del
bosque donde no se admitía a las niñas: un monumento
a la naturaleza machista en párvula versión.
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uno de los kioscos de revistas que rodeaban el Mercado
21 de abril de Chimbote.
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vertiginosa carretera de alguna pasión. Y en estas cuatro
revistas de manufactura argentina se guarda lo más
próximo de mi marcha por las mágicas hondonadas de
la historieta.
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ser esclavo para recuperar su reino; Savarese, un impasible
policía que no le teme a las familias italianas que hacen lo
que Lucky Luciano ordena; Martín Toro, inspirado en ese
otro Martín al que le cantaron Borges y José Hernández;
Dax, que no necesita ver para conocer que el peligro
no duerme y acecha a cada instante; Gilgamesh, cuyos
únicos enemigos son el tiempo y la condenación de su
inmortalidad; y Pepe Sánchez, el perfecto antihéroe, espía
despistado en un mundo que admira lo que él logra de
pura buena leche. He aquí el escaparate con algunos de
mis favoritos de El Tony, D’artagnan y Nippur Magnum.
Porque el encantamiento no tiene desembarcaderos; y si
navega en forma de historieta, menos.
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Solo resta confesar que, a donde vaya, siempre andaré
tras una revista de historietas que me permita visitar
una vez más y para siempre a la nostalgia y la inocencia,
aquellas otras formas de la vida que se recuperan solo
entre las viñetas de la soledad, o en ese viejo kiosco de
revistas que aún es para mí el mundo de la imaginación.
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CRÓNICA MOROSA PARA
SANTIAGO AZABACHE
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Soplaba un viento del diablo y yo conocía muy poco
el ambiente literario en Chimbote cuando una amiga,
saliendo de la Universidad Nacional del Santa, lo bajó
a tierra para «presentarte a Ricardo Ayllón, poeta como
tú, Santiago». Y no es por nada, pero el buen Azabache
llevaba la misma cara otoñal de hoja volcada (como ahora
en el banco) cuando me extendió la mano, temeroso y
abismado en la oquedad de sus ojos.
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Una de esas pasiones tuvo el amparo del grupo literario
que un día compartimos en el intento de dar a conocer
nuestra voz a los cuatro vientos, y, claro, también tomar
por asalto la capital del Perú, como ha sido la obstinada
intención de muchos grupos de escritores provincianos a
lo largo de la historia.
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tenía el respaldo ni de medio céntimo para cancelarle los
cuatro meses que ya le debía de renta.
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a la calle para enfangarnos en el limbo del nunca jamás,
haciendo sordos oídos a la consejera de Cobranzas que
señala a otro moroso (con la misma cara del pobre
Azabache) esperándome para seguir alargando su deuda.
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COMO UN ENDEBLE FORASTERO
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temprano de mi fortín de azotea cercano al puente
Tingo María, en el distrito de Breña, caminar hasta
el supermercado Scala Gigante de la avenida Alfonso
Ugarte, en cuya esquina abría muy temprano mi kiosco
de revistas preferido, y venirme hojeando de regreso por
la avenida Venezuela. Aquella caminata lunar de siete de
la mañana sintiendo el desperezamiento de las tiendas
comerciales, los viejos microbuses que iban al Callao y
los vendedores ambulantes, fue el más apetitoso de mis
desayunos esos días.
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los recuerdos de cachimbo sanmarquino que dejé en
aquel cuarto.
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admiración. Escribo estas líneas en el quinto piso de un
edificio vaporoso en San Isidro, desde una oficina de
Seguros por donde se filtra casi el mismo paisaje que me
ahogaba en las tardes de invierno los días de estudiante.
Es una pradera de cemento por la que se extiende el ruido
de miles de automóviles navegando casi sin sentido, el
valle infinito de la melancolía en el que me extravío cada
vez que —entre el humo de las combis y el ocaso de las
descascaradas azoteas— cae a mi memoria el nombre de
Chimbote como una oleada repentina.
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tranquilo si la dejara eructando el recuerdo de mis años
de estudiante, cuando me veía atravesar sus avenidas
pastoreando la soledad y el desconcierto como un
endeble forastero.
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NOVIEMBRE
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a la minusvalía innata de sus 28 días, se las arregla como
sea para hacer frente a los calores de verano con globos
de agua, talco y serpentinas. Marzo se desborda todo el
tiempo, y no únicamente desde esas fiestas excesivas que
son las yunzas y los cortamontes, sino también desde los
ríos ribereños que, azuzados por las abundantes lluvias
impuestas por El Niño, ponen al país entero en una alerta
que nos hermana tanto como la Semana Santa, aquellos
días venerables que han tomado por costumbre habitar
en abril.
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convierte en el mes de lo sublime, porque setiembre le
pertenece a la juventud, a esa especie de las pieles con
fragancia natural como dice bien mi amigo el poeta
Dante Lecca. Y a octubre, lo dejamos «moreteado» de
tanto ajetreo tras ese Cristo de Pachacamilla nacional
y multitudinario que ya tiene siglos, y por eso octubre
es más patriota que julio en 28 y se mide en fervor con
Semana Santa. ¿Pero noviembre? En este mes no ocurre
nada. Empieza con dos días ambiguos de guardar y luego
todo es como tomar aire, retenerlo en los pulmones
y exhalarlo la primera mañana de diciembre. Si su
cumpleaños es en noviembre, esté alerta, amigo mío,
estos días son tan poco interesantes que uno de estos
años tal vez se desvanezca en el aire y usted se pierda en
la incertidumbre de su edad. De una cosa estoy seguro: si
a nuestros abuelos se les hubiese escapado noviembre en
su distribución de meses en el calendario, nadie lo habría
notado.
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MI VIEJO HERMANO MENOR
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no preveo nada, pero su pasado lo tengo aquí, palpitante
como un corazón invisible que me habla de nuestra vida
en común ahora amputada.
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un repentino y violento quiebre, el muchacho derrumbó
a Hernán y casi le hizo comer tierra si no fuera por mí que
intervine rápidamente en la pelea, todavía sorprendido
de lo ocurrido porque, al igual que mi hermano, también
pensaba que aplastaría al gordito.
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seguridad en sí que hizo que casi medio mundo pensara
que él era el mayor de los hermanos. Pero no, no lo había
perdido. Hernán solo había cambiado. Parecía saber
bien lo que haría con su vida y comenzó a trabajar en
ello. Entonces se hizo adulto: contrajo matrimonio aun
estudiando su carrera y le dio un nieto a papá mientras
yo me empecinaba en divagar entre los vestigios de la
adolescencia y el relajo de la juventud.
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OFRENDA
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mirándolo entrenar giros y ajisecos; amaba a esos gallos,
los engreía y a veces los trataba mejor que a sus hijos.
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prometerme no volver a soltar una lágrima más en la
vida.
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O LA SINFONÍA PERFECTA
DE LA INSPIRACIÓN Y EL DELIRIO
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La traje conmigo a Lima cuando ingresé a la
Universidad de San Marcos, y me sirvió noblemente
todos los años que precedieron a la ineludible presencia
de las computadoras. Fue la hermana flacuchenta que
acompañó con devoción mis primeras aventuras de
escritor.
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que supo hacerme la vida tolerable, aunque no dichosa,
pues una infortunada tarde de suprema inspiración,
cuando acudí a ella para buscar mi solapado archivo de
poemas y continuar atiborrándolo de versos, me estrellé
con el infortunio de que el archivo había desaparecido
para siempre, todo por culpa de una nueva practicante
de periodismo a quien el uso de la computadora la tenía
aún «descomputada».
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Y esta historia tiene su final transitorio con el arribo
a mi vida de la Pentium 2 con que escribo estas líneas.
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me hace buscar sin descanso, casi a tientas, la sinfonía
perfecta de la inspiración y el delirio.
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EL SAN PEDRITO DE MI VIDA
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la vida que nos hace falta y que un día nos salvará, por
ejemplo, en instantes como este en que quiero rescatar
al San Pedrito de mi infancia y con las justas lo consigo.
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Pero también recuerdo a San Pedrito por los desfiles
escolares de la plaza de armas, había que marchar por
San Pedrito, ganar el gallardete que todos los años ponía
en juego la municipalidad. Desfilé dos años integrando
la banda de guerra del colegio Inmaculada, agarré
tarola y me enamoré de una panderetera a quien jamás
le declaré mi amor, vi a mis compañeros destrozar
cueros de tambores y desportillar boquillas de cornetas
en su desesperación por integrar la banda, tomarse en
serio aquello de ganar para el colegio el gallardete de la
municipalidad... y todo por el San Pedrito, ese hombrecito
de yeso estoico, capucha roja y sombrero huachafísimo.
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de Los Chimus, auténtico caletero, similar al chimbotano
pero con acervo y abolengo.
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una vez más en el corazón de Chimbote con estas pobres
líneas que navegan en la peligrosa brisa del recogimiento
y la melancolía.
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EL IGNORADO NACIMIENTO
DEL CENTRO COMERCIAL
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empobrecidas del interior de la provincia. Tocados por
la escasa sensibilidad que les sobrevive milagrosamente
entre su preocupación por la compra de regalos y el pavo
para la Nochebuena, los padres de familia no lo piensan
mucho: levantan a sus pequeños retoños, los confían a
las piernas de este viejo pascuero de fieltro y algodón,
sufragan sus cinco monedas y son felices de llevarse
consigo una imagen de sus hijos, además de haber
apoyado en esa otra felicidad anónima y lejana de los
niños de las comunidades.
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Resulta embarazoso fijarse en los rostros afligidos
de ese San José y aquella Virgen María ofendidos por
la indiferencia de los viandantes. Yo los veo seguido y,
no les miento, cada vez me parecen más pequeños y
jorobaditos. Allí están: con su endeble cayado San José y
sus manos entrelazadas María, arqueados para adorar al
que llegará mañana a la medianoche, pero con una cara
de circunstancias y una mirada tan bovina como la del
preocupado buey que los acompaña en la contingencia.
Si no fueran de piedra ya habrían levantado pesebre y
animales, y se habrían largado de allí. Casi nadie se
fija en ellos, abstraídos todos en la chillona traza de
ese contundente Papá Noel y aquel impúdico árbol de
plástico de tres metros de alto que refuerza su artificiosa
escenografía.
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que aún queda gente decente sobre esta tibia tierra que se
ha fijado en ellos, ha admirado sus bellas formas pétreas
y el fino acabado alcanzado por las expertas manos del
artesano que los moldeó. Haré una oración para que el
Hada Azul que le dio músculos y tendones al inquieto
Pinocho vuelva a las andadas, y les otorgue vida. De este
modo, si en lo que resta del tiempo que se mantendrán en
ese centro comercial siguen ignorándolos, tendrán todo
el derecho de tomar el dinero recaudado por el excesivo
Papa Noel que tenían de vecino, y llevarlo personalmente
a los niños de las comunidades: justa lección para los
hombres de mala voluntad que hasta ahora se niegan a
apreciar la excelente escultura de Porcón.
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QUEMAR EL MUÑECO DE AÑO VIEJO
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a un terreno baldío frente a la casa y lo dejábamos
esperando su hora decisiva. Por más que le delineáramos
la sonrisa más sublime, esta nos parecía siempre la mueca
encubierta de un condenado a muerte.
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entrelazaban con ingenua sinceridad en deseos de un
feliz año y ayudábamos a mi padre a que Judas partiera
completamente extinguido, sin dejar a la aventura
ninguna chispa peligrosa.
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ritual, las convenciones sociales me persuaden de ir y
saludar a mis familiares a otro barrio.
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EL PRIMER LIBRO
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Aquí estás ahora, nuevamente conmigo, como si
recién te descubriera. Te he traído a mi escritorio para
que inspires estas líneas y me concedas la fidelidad
que necesito en esta confesión de amistad tantas veces
postergada. En pésima caligrafía, tu tercera página lleva
mi nombre y el año en que llegaste a mis manos: 1976.
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concebido; porque Emilio Salgari, tu autor, te escribió
como parte de esa estupenda serie bibliográfica llamada
Piratas del sudeste asiático, una colección que nunca
pude completar y que ahora sé —gracias a Internet— que
lo conforman once títulos. Solo llegué a cuatro y fueron
suficientes, porque lo que en realidad hiciste conmigo,
compadrito de mi alma, fue provocarme el primer y más
grande vicio en esta vida: el de la lectura. Y francamente
te agradezco, pues leer fue el inicio de mi razón de ser en
este mundo, las respuestas a casi todas las preguntas y el
percutor de las más importantes interrogaciones.
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NOVISSIMA VERBA
De magnicidios y conjuras
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«A ver si puedes matar tan bien como yo alargar el
cuello». Y no menos inquietante, el impasible desafío
de Cicerón al tribuno Pompilio Lenas que llegó a
asesinarlo por orden del emperador Antonio: «Acércate,
veterano, muestra cómo sabes apuñalar». El estoicismo
de Agripina, madre de Nerón, es igual de sorprendente;
luego de desnudar su vientre con vehemencia, le pediría
al centurión que había llegado para liquidarla: «¡Aquí,
aquí es donde hay que herir, pues ha engendrado tal
monstruo!», comprendiendo que su propio hijo acababa
de ordenar su muerte.
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oía aproximarse los ágiles cascos de los caballos de sus
perseguidores.
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Con cicuta, fusil o guillotina
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mostró solemne, aunque su muerte resultó muy penosa.
Facultado de elegir la forma de irse de este mundo, el
filósofo romano decidió cortarse las venas; pero como se
desangraba con demasiada lentitud, cambió de opinión
y prefirió beber un trago de cicuta. Antes de hacerlo,
brindó con orgullo y serenidad: «Ofrezco esta libación a
Júpiter libertador».
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sanguinario terrorista Juan Bautista Carrier. La última
voluntad del célebre Dantón, quien no pudo eludir el
frenesí de Robespierre durante la Revolución Francesa,
reproduce un honor ganado que la historia no puede
objetarle. Antes de tumbarse sobre la báscula, el político
francés le pidió a su ejecutor sin palidecer: «Enseñarás
mi cabeza al pueblo, bien vale la pena». Y el verdugo
cumplió. Luego de hacer su trabajo, llevó la cabeza de
Dantón hacia las cuatro esquinas del cadalso mientras
el gentío tributaba con lágrimas y aplausos a uno de los
personajes más venerados de la época.
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Ney condenado a muerte por la restauración borbónica
en Francia. Con envidiable serenidad, Ney se atrevió a
ordenar su propio fusilamiento: «¡Soldados, al corazón!».
En cambio, Murat, cuñado de Napoleón, temeroso de
que uno de sus ejecutores fallara el tiro e incapaz de
imaginar su rostro destrozado por las balas, fue claro en
solicitar: «¡Soldados, apuntad al corazón, no tiréis a la
cara...!». Ambos fueron afortunados, porque el pelotón
de fusilamiento acertó en el primer intento; sin embargo,
el marino español Montes de Oca, quien luego de que el
pelotón le asestara tres balas en el vientre y no llegara a
matarlo, aun tuvo fuerzas para precisar: «¡Qué desgracia,
es necesario repetir!».
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Genio y figura, hasta la sepultura
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«¡Más luz!», de connotaciones espirituales y filosóficas;
la otra, la vertida por la señorita Seidler, amiga íntima de
la familia Goethe, quien, en una curiosa carta del 23 de
marzo de 1823, narró que segundos antes de sucumbir,
el poeta le pidió a su hijastra: «Dame tu manita rica» (¿!).
Usted «dirá».
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Índice
Presentación 04
Paraíso recuperado 07
Historia de historietas 14
Crónica morosa para Santiago Azabache 20
Como un endeble forastero 25
Noviembre30
Mi viejo hermano menor 33
Ofrenda37
O la sinfonía perfecta de la inspiración y el delirio 40
El San Pedrito de mi vida 45
El ignorado Nacimiento del centro comercial 50
Quemar el muñeco de Año Viejo 54
El primer libro 58
Novissima verba61
Ricardo Ayllón
Nació en 1969 en Chimbote, Perú. Fue Primer Puesto en el certamen El Poeta Joven
de Chimbote del Instituto Nacional de Cultura y la Comisión de Semana Cívica
de Chimbote (1993), Primer Puesto en el Concurso Nacional de Narrativa Tercera
Cuentatón de Lima (2003) y Primer Puesto en el Premio Internacional de Novela
Infantil Altazor (2014). Es director del sello Ornitorrinco Editores.