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Conan El Libertador (Conan, Rumo Ao Trono Da Aquilônia)

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L.

Sprague de Camp & Lin Crter Conan el libertador

Ediciones Martnez Roca, S. A.


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Coleccin dirigida por Alejo Cuervo Traduccin de Joan Josep Mussarra Ilustracin cubierta: Ken Kelly Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningn medio, ya sea elctrico, qumico, mecnico, ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Ttulo original: Conan the Liberator 1979, Conan Propertes, Inc. Publicado por acuerdo con el autor, c/o Baror International, Inc., Armonk, Nueva York 1997, Ediciones Martnez Roca, S. A. Enre Granados, 84, 08008 Barcelona ISBN 84-270-2179-8 Depsito legal B. 1.556-1997 Fotocomposicin Barcelona Impreso y encuadernado por Romany/Valls, S. A., Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona) Impreso en Espaa - Printed in Spain de Pacmer, S. A., Alcolea, 106-108, 08014

ndice Introduccin (L. Sprague de Camp.......................................... 1. Cuando la locura lleva corona............................................. 2. El campamento de los Leones 3. Ojos de color esmeralda 4. La flecha ensangrentada.................................................... 5. El loto prpura .................................................................... 6. La cmara de las Esfinges................................................... 7. Muerte en la oscuridad........................................................ 8. Espadas cruzando el Alimane.............................................. 9. El semental de hiero............................................................ 10. La sangre de los satiros.....................................................l 11. La llave de la ciudad.......................................................... 12. Oscuridad a la luz de la luna ............................................

Introduccin

Conan el cimmerio, hroe entre los hroes, fue creado por Robert Ervin Howard (1906-1936), de Cross Plains (Texas). Howard escribi activamente relatos pulp, y su carrera coincidi con el auge de las revistas de este gnero. Haba docenas de publicaciones, todas con el mismo formato (aproximadamente, 16x25 cm), e impresas en papel mate de color gris claro. Hoy da, todas estas revistas han desaparecido, salvo unas pocas que mantienen sus antiguos ttulos con un formato distinto. Durante la breve dcada que dur su carrera como escritor, Howard escribi relatos fantsticos, ciencia ficcin, westerns, historias de ambiente deportivo, narraciones detectivescas, historia novelada, aventuras orientales y poemas. Pero, entre todos sus hroes, el ms atractivo es Conan de Cimmeria. En el gnero de los relatos de fantasa, slo J. R. R. Tolkien supera en popularidad a las historias de Conan que escribi Howard. Nacido en Peaster (Texas), Howard pas la mayor parte de su corta vida en ese Estado, aunque tambin hizo breves viajes a estados vecinos y a Mxico. Tuvo como padre a un mdico de pueblo procedente de Arkansas; un hombre de maneras bruscas y autoritarias, con fama de competente. La madre de Robert Howard, nacida en Dallas (Texas), se crea superior a su marido en trminos sociales, y superior tambin a todo el pueblo de Cross Plains, donde se establecieron en 1919. Ambos, pero sobre todo la madre, se mostraban muy posesivos con su nico hijo. Cuando Robert era nio, su madre no le perda de vista, y decida qu amistades poda permitirle. Conforme fue creciendo, se esforz por hacerle perder todo inters en las muchachas, aunque Robert logr salir con una joven profesora durante los dos ltimos
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aos de su vida. Robert senta una abrumadora devocin por su madre, que enfermaba con frecuencia; cuando se compr un automvil, se dedic a llevarla consigo en largos viajes por el estado de Texas. Robert, que haba sido un nio dbil, frecuente objeto de abusos por parte de sus compaeros, se volvi fuerte y corpulento al llegar a la edad adulta. Pesaba casi noventa kilos, de msculo en su mayora. Se mantena en forma ejercitndose con el saco de arena y levantando pesas. El deporte que ms le gustaba, como practicante y tambin como espectador, era el boxeo; se aficion asimismo al ftbol americano. A pesar de su apariencia de fortachn, Robert Howard devoraba libros con gran voracidad. Rpido y poco selectivo en sus lecturas, era capaz de leerse todo un estante de una biblioteca pblica en pocas horas. Ya en la adolescencia, decidi dedicarse a escribir. Cuando en 1928 finaliz un ao de cursos no oficiales en la Howard Payne Academy, en Brownwood (Texas), su padre le autoriz a pasar un ao tratando de escribir por libre antes de presionarlo para que se buscara un trabajo ms convencional. Al terminar el ao, las ventas que obtena, aunque modestas, haban convencido a la familia de que deba permitir que siguiera adelante con su inclinacin. Robert tena tambin un carcter extremadamente inestable;

alternaba momentos de ingenio, encanto y cautivadora jovialidad con otros de profunda depresin, desesperacin y misantropa. Apenas si haba terminado su adolescencia cuando se fascin con la idea del suicidio. La obsesin se fue agravando a lo largo de su vida. Mediante alusiones veladas, y ocasionales comentarios, dio a

entender a sus padres y a varios amigos que no quera sobrevivir a su madre; pero nadie se tom en serio sus disimuladas amenazas. En 1936, Robert Howard era ya un destacado escritor de relatos pulp, y tena los mayores ingresos de Cross Plains. Gozaba de buena salud y de un oficio que le gustaba, se ganaba el sustento sin problemas, le rodeaban cada vez ms amigos y admiradores, y le aguardaba un futuro literario prometedor. Pero su madre se estaba muriendo de tuberculosis. Al enterarse de que haba entrado en un coma terminal, sali, se sent en su coche y se peg un tiro en la cabeza. Entre 1926 y 1930, Robert Howard escribi una serie de relatos de fantasa acerca de un hroe llamado Kull, un brbaro de la desaparecida isla de Atlantis que se coronaba rey de una nacin continental. Howard tuvo poco xito con estas historias; de los nueve relatos de Kull que lleg a terminar, vendi solamente tres. stos aparecieron en Weird Tales, una revista de fantasa y ciencia ficcin que se public entre los aos 1923 y 1954. Aunque pagaba poco por palabra, y a menudo tarde, Weird Tales era el cliente ms fiel de Howard. En 1932, cuando las historias no vendidas de Kull languidecan en el bal que Howard empleaba como archivo, reescribi una de estas, rebautizando a su protagonista como Conan y aadiendo un elemento sobrenatural; El fnix en la espada se public en Weird Tales en diciembre de 1932. La historia se hizo popular en seguida, y, durante varios aos, los relatos de Conan ocuparon una parte importante del tiempo de trabajo de Howard. Dieciocho de estas historias aparecieron en vida de su autor; otras fueron rechazadas, o no llegaron a publicarse. En algunas de sus ltimas cartas, Howard

consideraba la posibilidad de abandonar a Conan para dedicarse a los westerns. Conan era a la vez un desarrollo del rey Kull y una idealizacin del propio Robert Howard, un retrato del hombre que habra querido ser. Howard idealizaba a los brbaros y la vida brbara, igual que Rudyard Kipling, Jack London y Edgar Rice Burroughs, que le influyeron. Conan es un aventurero rudo, duro, desarraigado, violento, viajero, irresponsable, de gran fuerza y estatura, tal y como Howard -hombre de vida tranquila, retrado, reservado e introvertidogustaba de imaginarse a s mismo. Combinaba las cualidades del hroe de la frontera texana Wingfoot Wallace, del Tarzn de Burroughs, del hroe vikingo Swain creado por A. D. Howden Smith y una pizca del voluble humor de Howard. El propio Howard le cont en una carta a H. P. Lovecraft que Conan haba salido de la nada ya adulto, y me puse a trabajar en la saga de sus aventuras [...]. Slo es una combinacin de algunos hombres que he conocido [...] boxeadores profesionales, pistoleros, contrabandistas, tahres y honestos trabajadores con los que he tenido alguna relacin y, combinndolos a todos, se produjo la amalgama que yo llamo Conan el cimmerio. Tras la muerte de Howard, algunas de sus historias se publicaron postumamente en las revistas pulp. Cuando las restricciones impuestas al papel durante la segunda guerra mundial acabaron con los pulps, las historias de Conan fueron olvidadas, salvo por un pequeo grupo de entusiastas. En el ao 1950, un editor de Nueva York public las historias de Conan en pequeas ediciones de volmenes encuadernados en tela.

El autor de estas lneas se vio implicado en esa labor al hallar trabajos de Howard no publicados en manos de un agente literario de Nueva York, y al adaptarlos para su publicacin como parte de la mencionada serie. Una dcada ms tarde, prepar la publicacin de toda la serie de Conan en rstica, junto con varias nuevas aventuras del brbaro que escrib en colaboracin con mis colegas Lin Crter y Bjrn Nyberg. A lo largo de los aos, hemos luchado por aproximar nuestro estilo al de Howard, con el resultado que el lector podr juzgar. La presente novela, a la que mi esposa Catherine Crook de Camp ha contribuido ayudando ampliamente a su edicin, es el ltimo fruto de nuestros esfuerzos. Entretanto, Glenn Lord, agente literario de los herederos de Howard, realizando una astuta y paciente labor detectivesca, logr encontrar el bal donde Howard guardaba sus papeles, que haba desaparecido despus de su muerte. Aparecieron en el bal otras historias de Conan, y fragmentos de historias. stas fueron incorporadas tambin a la serie; Crter y yo terminamos las incompletas. Lord prepar tambin la publicacin de docenas de relatos de Howard no protagonizados por Conan, algunos publicados ya en los pulps, y otros inditos. Aunque el xito postumo de Howard resulte gratificante, los que hemos tomado parte en l no podemos evitar cierto sentimiento de tristeza, porque el mismo Howard no ha podido verlo. Hay varias posibles explicaciones de la extraordinaria popularidad postuma de Howard. Algunos la atribuyen al Zeitgeist. Muchos lectores se haban hartado de los antihroes, de las historias demasiado subjetivistas y psicologizantes, y de la concentracin en los problemas socioeconmicos
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contemporneos

que

haba

predominado en la ficcin de los aos cincuenta y sesenta. Durante

cierto tiempo, pareci que la fantasa hubiera cado vctima de la Edad de la Mquina; pero el xito de El Seor de los Anillos de Tolkien prob que era posible un resurgimiento del gnero. Las historias de Conan fueron las primeras que se beneficiaron de dicho renacer, y desde su publicacin han aparecido un montn de imitadores. La capacidad literaria de Howard debe recibir tambin igual crdito por el xito de Conan. Era un narrador nato, la cualidad indispensable con la que debe contar todo escritor de ficcin. Quien posee este talento logra ocultar sus carencias como escritor; a quien no lo posee, de nada le servirn las otras virtudes que pueda tener. Aunque autodidacta en lo literario, Howard se cofeccion un estilo notable y caracterstico: tenso, abigarrado, rtmico y elocuente. Aunque empleara pocos adjetivos, obtena efectos de color y movimiento mediante el abundante uso de verbos en activa y de la personificacin, como puede apreciarse al principio de su nica novela larga protagonizada por Conan: Sabe, oh prncipe, que, en los aos que transcurrieron desde que los ocanos engulleron a Atlantis y las esplendorosas ciudades [...] hubo una edad maravillosa, en la que reinos florecientes cubrieron la tierra como mantos azules bajo las estrellas [...]. Gracias a la vivida imaginacin de Howard, a sus ingeniosos argumentos, su hipntico estilo, su gran fuerza narrativa y la intensidad con que se representaba a s mismo en sus personajes, aun los relatos ms pulp que lleg a escribir -sus historias de boxeadores y sus westerns- son divertidos. Las ms de cincuenta historias de Conan publicadas hasta ahora narran la vida del brbaro desde la adolescencia hasta la vejez.
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Como escenario para las aventuras que corra espada en mano su hroe, Howard invent la llamada Edad Hiboria, que habra existido hace doce mil aos, despus del hundimiento de Atlantis y antes de los inicios de la historia conocida. Explic que las invasiones brbaras y las catstrofes naturales haban destruido todo resto de aquella era, salvo algunos vestigios que aparecieron en los mitos y leyendas de pocas posteriores. Asegur a sus lectores que se trataba de una mera ficcin, y no de una teora seria sobre la prehistoria. En la Edad Hiboria, la magia funcionaba, y entes sobrenaturales andaban sobre la tierra. La parte occidental del principal continente, cuyos contornos diferan grandemente de los que aparecen en los mapas modernos, estaba dividida en cierto nmero de reinos, basados en varias naciones de la historia antigua y medieval. As, Aquilonia se corresponde ms o menos con la Francia medieval, y Poitain sera su Provenza; Zngara se parece a Espaa, Asgard y Vanaheim a la Escandinavia de los vikingos; Shem, con sus belicosas ciudades-estado, recuerda al Oriente Prximo de la Antigedad, mientras que Estigia es una versin ficticia del antiguo Egipto. Conan (cuyo nombre es cltico) naci en Cimmeria, una tierra desolada, agreste y brumosa poblada por protoceltas. Llega en su juventud al reino oriental de Zamora, y durante varios aos vive all del robo. Luego sirve como soldado mercenario, primero en el reino oriental de Turan y luego en varios pases hiborios. Obligado a huir de Argos, vive de la piratera en las costas de Kush, junto con una pirata shemita y una tripulacin de corsarios negros. Luego, sirve como mercenario en varios pases. Corre aventuras entre los nmadas kozakos de las estepas orientales y con los piratas del mar de Vilayet, predecesor del ms reducido mar Caspio. Se
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erige en jefe de las tribus que pueblan los montes Himelios, en cogobernante de una ciudad al sur de Estigia, en pirata de las Islas Barachas, y en capitn de un navio de bucaneros zingarios. Al fin, vuelve a servir como soldado al servicio de Aquilonia, el ms poderoso de los reinos hiborios. Derrota a los salvajes pictos en la frontera oriental y obtiene un generalato, pero se ve obligado a huir a causa de las asesinas intenciones del depravado y envidioso rey Numedides. Despus de algunas otras aventuras, Conan (que ya tiene cuarenta aos) es rescatado de las costas pictas por un barco que transporta a los lderes de una revuelta contra el tirnico y excntrico gobierno de Numedides. Han elegido a Conan como comandante en jefe de la rebelin, y aqu comienza la presente historia. L. SPRAGUE DE CAMP Villanova, Pennsylvania Julio de 1978

CAPITULO 1 Cuando la locura lleva corona La noche se cerna con sus negras y opacas alas sobre los chapiteles de la regia Tarantia. En las calles silenciosas y cubiertas de niebla, los faroles ardan como los ojos fieros de animales de presa en todo su primordial salvajismo. Pocos salan a la calle en noches como aqulla, aunque en la velada oscuridad se sintiera ya el aroma de la primavera temprana. Los que, por imperiosa necesidad, tenan que
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salir, se escabullan como ladrones, con pies furtivos y temerosos de cada sombra. En la acrpolis, a cuyo alrededor se hallaba la Ciudad Antigua, el palacio de varios reyes ergua su almenada cimera contra las plidas y mortecinas estrellas. El fortificado capitolio se agazapaba sobre el otero como un fantstico monstruo de edades pretritas, y contemplaba los muros de la Ciudad Interior que le tenan aprisionado. Sobre las esplendorosas estancias y pasillos de mrmol, dentro del sombro palacio, pesaba el silencio, de igual manera que pesa el polvo sobre las corruptas tumbas estigias. Siervos y pajes se acurrucaban tras puertas cerradas, y nadie sala a los largos corredores y tortuosas escaleras salvo la guardia real. Aun aquellos veteranos llenos de cicatrices, curtidos en el campo de batalla, no queran mirar demasiado a las sombras y se encogan con cada sonido inesperado. Dos guardias estaban de pie, inmviles, ante una gran puerta adornada con finos cortinajes de prpura con brocados. Se crisparon, y palidecieron, cuando un grito horrible, sordo, se oy en el aposento. Se trataba de una endeble y pattica cancin de dolor, que traspas como una glida aguja el robusto corazn de los guardias. -Mitra nos salve a todos! -dijo con un susurro el guardia de la izquierda, con los labios prietos, plido de temor. Su camarada no abri la boca, pero su acelerado corazn se hizo eco de la ferviente plegaria, y aadi: Mitra nos salve a todos, y tambin al pas....
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Pues exista un refrn en Aquilonia, el reino ms orgulloso del mundo hiborio: Los ms bravos se acobardan cuando la locura lleva corona. Y el rey de Aquilonia estaba loco. Se llamaba Numedides, sobrino y sucesor de Vilerus III, y vastago de una antigua estirpe real. Durante seis aos, el reino haba gemido bajo su pesada mano. Numedides era supersticioso, ignorante, negligente y cruel; pero, en otros tiempos, sus pecados haban sido los de cualquier regio voluptuoso aficionado a las carnes suaves, al chasquido del flagelo y a los chillidos de temerosos suplicantes. Durante algn tiempo, Numedides se haba contentado con permitir que los ministros gobernaran al pueblo en su nombre, mientras l se revolcaba en los sensuales placeres de su harn y su cmara de tortura. Todo esto haba cambiado con la llegada de Thulandra Thuu. Nadie saba quin era este hombre esbelto y oscuro, y muy misterioso. Ni tampoco saba nadie qu regin del lejano Oriente haba abandonado para ir a Aquilonia, ni por qu motivo. Algunos decan en susurros que se trataba de un brujo de las brumosas tierras de Hiperbrea; otros, que haba surgido de las sombras hechizadas que reinaban bajo los ruinosos palacios de Estigia y de Shem. Unos pocos, incluso, crean que era vendhio, puesto que su nombre -en el caso de que aqul fuera su nombre verdadero- lo sugera. Haba muchas teoras; pero nadie saba la verdad. Durante ms de un ao, Thulandra Thuu haba residido en el palacio, haba vivido de la generosidad de un rey y disfrutado de los poderes, de los gajes y emolumentos del favorito de un monarca. Algunos
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decan que se trataba de un filsofo, de un alquimista que trataba de transformar hierro en oro o de elaborar una panacea universal. Otros le llamaban hechicero, y crean que era experto en las negras artes de la goecia. Unos pocos de los nobles de ideas ms avanzadas lo consideraban tan slo un astuto charlatn, vido de poder. Ninguno de ellos negaba, sin embargo, que tena hechizado al rey Numedides. No se poda saber a ciencia cierta si su tan cacareada pericia en la alquimia, con sus promesas de riqueza sin cuento, haba despertado la codicia del rey, o si ms bien haba enredado a ste en una trama de brujescos conjuros. Pero todos vean que era Thulandra Thuu, y no Numedides, quien gobernaba desde el trono de rub. Su ms nimio capricho era ley. Aun el canciller del monarca, Vibius Latro, haba recibido instrucciones de seguir las rdenes de Thulandra como si hubieran emanado del propio monarca. Entretanto, la conducta de Numedides se haba vuelto ms y ms extravagante. Haba ordenado fundir las monedas de oro de sus tesoros para hacer con ellas estatuas de l mismo adornadas con regias joyas, y a menudo conversaba con los rboles en flor, y con las mismas flores cabeceantes que adornaban los senderos de su jardn. Ay del reino cuya corona cie la frente de un loco... un loco que, adems, sirve de ttere a un valido astuto y carente de escrpulos; no importa que ste sea un genuino mago o un avispado charlatn! Tras los cortinajes con brocados de la vigilada puerta, haba un aposento con las paredes cubiertas de mstico prpura. Tena lugar all una extraa escena.

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El rey yaca, en profundo sueo, en un traslcido sarcfago de alabastro. Su tosco cuerpo estaba desnudo. Aun en su reposo, daba testimonio de una vida mancillada por viciosa negligencia. Tena la piel manchada, flaccidos los hmedos labios, y grandes bolsas en los ojos. Sobresala del sarcfago su enorme barriga, obscena y parecida a la de un sapo. Sujeta por los tobillos, una muchacha desnuda de doce aos colgaba sobre el abierto atad. Haba marcas de instrumentos de tortura en sus tiernas carnes. Los susodichos instrumentos reposaban sobre brasas brillantes en un brasero de cobre, delante de una silla de hierro negro parecida a un trono, adornada con incrustaciones de crpticos sellos grabados en plata de suave fulgor. Alguien le haba cortado limpiamente la garganta a la muchacha, y la sangre reluciente resbalaba por su rostro vuelto del revs y le oscureca el rubio cabello. El atad se haba llenado de sangre espumante, y la corpulenta figura del rey Numedides estaba sumergida en parte en aquel bao escarlata. Dispuestas en precisa elipse en torno al sarcfago, para iluminar su contenido, haba diecinueve grandes velas, altas como muchachos en su primera adolescencia. Se deca entre los siervos de palacio que estaban hechas de grasa de cadveres humanos. Pero nadie saba de dnde procedan. Sobre el trono de hierro negro meditaba Thulandra Thuu, un hombre esbelto, de constitucin asctica y, por su aspecto, de mediana edad. Su cabello, sujeto por una cinta de oro rubicundo, peinado a imitacin de una multitud de serpientes entrelazadas, era de color gris plateado; y tambin eran de serpiente sus ojos fros, de grueso
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prpado. En su ademn se reconoca al filsofo, pero su mirada fija delataba al fantico. Los huesos de su alargada cara parecan obra de un escultor. Tena la piel oscura como la madera de teca; y, de vez en cuando, se humedeca los finos labios con lengua rpida y afilada. Se cubra el magro torso con una amplia prenda de brocado morado, que le rodeaba el cuerpo y le caa por encima de un hombro dejando el otro al descubierto, as como los flacos brazos. A ratos, apartaba la mirada del antiguo tomo encuadernado en piel de pitn que tena sobre el regazo, y contemplaba pensativo el atad de alabastro donde el hinchado cuerpo del rey Numedides reposaba en su bao de sangre de virgen. Entonces, frunciendo el ceo, sigui leyendo las pginas de su libro. El pergamino del monstruoso volumen haba sido decorado con trazos finos y alargados, en un idioma que los eruditos de Occidente desconocan. Y muchos de los glifos estaban escritos con tintas de color esmeralda, amatista y bermejo; no les haba afectado el paso de los aos. Una clepsidra de oro y cristal, que se hallaba sobre un taburete cercano, son con plateado tintineo. Thulandra Thuu observ de nuevo el atad. Sus labios prietos dieron mudo testimonio, en su morena faz, del fracaso de su intento. El rico bao rojo de sangre se iba oscureciendo; la superficie se enturbiaba con espuma a medida que el lquido, al enfriarse, perda su vitalidad. De repente, el hechicero se puso en pie y, con airado gesto de frustracin, arroj el libro a un lado. ste fue a dar en los cortinajes de la pared y cay abierto; sus pginas quedaron boca abajo sobre el suelo de mrmol. Si alguien hubiera podido estudiar la inscripcin del
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lomo, y comprender su crptico alfabeto, habra descubierto que el arcano volumen se titulaba: Los secretos de la inmortalidad, segn Guchupta de Shamballah. Despertando de su trance hipntico, el rey Numedides sali del sarcfago y entr en una baera llena de agua con aroma de flores. Se limpi las rudas facciones con una porosa toalla, al tiempo que Thulandra Thuu, con una esponja, le quitaba la sangre del cuerpo. El hechicero no habra permitido que nadie, ni siquiera los vestidores del rey, entraran en su oratorio en el curso de las operaciones mgicas; por consiguiente, tena que encargarse l mismo de lavar y vestir al monarca. El rey mir fijamente a los ojos entrecerrados y meditabundos del mago. -Y bien? -pregunt Numedides speramente-. Cules son los resultados? Ha entrado en mi cuerpo el signum vitalis que drenamos del de esa cachorrilla? -En parte, gran rey -replic Thulandra Thuu con voz montona, en staccato-. En parte... pero no ha bastado. Numedides gru, y se rasc la panza con una ua sin cortar. El vello frondoso y crespo de su barriga, as como el de su barba no muy larga, era del color de la herrumbre con vetas grisceas. -Seguiremos adelante, pues? Hay muchas jvenes en Aquilonia cuyas familias no osarn informar de su desaparicin, y tengo agentes fieles. -Permitidme que lo medite, oh rey. He de consultar el pergamino de Amendarath para asegurarme de que mi parcial fracaso no se deba a

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una conjuncin u oposicin planetaria adversa. Y tendr que volver a haceros el horscopo. Los astros anuncian tiempos de tribulacin. El rey, que haba logrado embutirse en una tnica escarlata, tom una jarra de vino teido de prpura sobre el que flotaban botones de amapola de color carmes, y sorbi la extica bebida. -Lo s, lo s -deca con un gruido-. Hay problemas en la frontera, y conspiraciones en la mitad de las casas nobles... Pero no temas, alarmado taumaturgo mo! Esta casa real ha durado mucho, y an sobrevivir cuando de ti slo quede polvo. Los ojos del rey se pusieron vidriosos, y una leve sonrisa asom a las comisuras de sus labios mientras murmuraba: -Polvo, polvo... todo es polvo. Todo, salvo Numedides. -Entonces pareci que se recobraba, y exigi, irritado-: Es que no puedes responder a mi pregunta? Quieres otra muchacha para tus experimentos? -S, oh rey -replic Thulandra Thuu tras un momento de reflexin-. He meditado un refinamiento en el procedimiento que, estoy convencido de ello, nos permitir alcanzar nuestra meta. El rey sonri ampliamente y, con velluda mano, le dio una palmada al hechicero en las flacas espaldas. El inesperado manotazo hizo tambalearse al delgado mago. Una chispa de clera recorri las morenas facciones del alquimista y, al instante, fue extinguida como por una mano invisible. -Bien, mi seor mago! -bram Numedides-. Hazme inmortal para que pueda gobernar eternamente este bello pas, y te enterrar en
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oro. Ya siento el ardor de mi divinidad... si bien no pienso proclamar an mi teofana a mis devotos subditos. -Pero, Majestad! -dijo el sobresaltado hechicero, recobrando la compostura-. Los apuros en que se encuentra el pas son mayores de lo que parecis entender. El pueblo est agitado. Hay signos de insurreccin en el sur y en el mar. No comprendo... El rey le apart de s. -Ya he acabado con otros chacales traicioneros, y tambin voy a acabar con stos! Lo que el rey despachaba como nimios estorbos, en realidad, habra preocupado gravemente a cualquier monarca. Se haba declarado ms de una revuelta en las fronteras occidentales de Aquilonia, donde el pas estaba dividido por guerras y rivalidades entre los mezquinos barones. El pueblo gema a causa de la testarudez de su soberano, y clamaba contra los opresivos impuestos y monstruosos malos tratos de que era objeto por parte de los agentes del monarca. Pero las preocupaciones del pueblo apenas si interesaban al rey-, haca odos sordos a su clamor. Con todo, Numedides no estaba tan obsesionado con sus peculiares placeres como para ignorar los informes de sus espas, que recopilaba para l su capaz ministro Vibius Latro. Este canciller le haba dado a conocer rumores que afectaban a un caudillo tan rico y poderoso como el conde Trocero de Poitain. Trocero no era hombre al que se pudiera suprimir fcilmente, pues dispona de una fuerza sin par de caballera armada, y de un pueblo belicoso, de fiera lealtad, presto a alzarse a su seal.
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-Trocero -murmuraba el rey- ha de ser destruido, s; pero es demasiado fuerte para un enfrentamiento abierto. Debemos encontrar a un envenenador hbil... Entretanto, mi fiel y esforzado Amulius Procas acampar en la regin fronteriza meridional. Ya ha aplastado a ms de un arrogante latifundista que os volverse revolucionario. Los ojos fros y negros de Thulandra Thuu eran inescrutables. -Leo, en la faz del cielo, presagios de un peligro que puede con vuestro general. Tenemos que ocuparnos nosotros mismos... Numedides dej de escucharle. Su sueo, semejante a un trance, y el estmulo del vino con amapolas le haban despertado los apetitos sensuales. Recientemente, haba entrado en su harn una muchacha kushita apetecible, de generosos senos, y una tortura -todava sin nombre- estaba cobrando forma en sus tortuosas mientes. -Me voy -dijo de pronto-. No trates de detenerme, porque te abrasara con mis relmpagos. El rey apunt a Thulandra Thuu con su rgido dedo ndice, e hizo un sonido gutural. Luego, rugiendo con grosera alegra, apart un panel que se hallaba detrs de los purpreos cortinajes y pas al otro lado. El pasadizo secreto llegaba a la parte del harn a la que se llamaba en susurros, con repugnancia, Casa del Dolor y el Placer. El hechicero vio cmo se iba y sonri levemente, y empez a apagar las diecinueve grandes velas. -Oh, rey de los sapos -murmur en su desconocida lengua-. Has dicho la verdad exacta, pero la has dicho al revs. Numedides ha de volver al polvo, y Thulandra Thuu gobernar el Occidente sentado en
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un trono eterno cuando el Padre Set y la Madre Kali enseen a su solcito hijo a arrancar de las oscuras pginas del gran Ignoto el secreto de la vida eterna... La delgada voz reson en la penumbra, como el seco roce de las escamas de la serpiente que repta sobre plidos huesos de hombres asesinados. CAPITULO 2 El campamento de los Leones

Muy al sur de Aquilonia, una esbelta galera de guerra henda las agitadas aguas del Ocano Occidental. El barco, de estilo argoseo, se acercaba a la costa, donde las luces de Messantia titilaban en el crepsculo. Una verdosa franja luminiscente, sobre el horizonte occidental, anunciaba el fin del da; y, en lo alto, las primeras estrellas de la noche adornaban el cielo de zafiro, y palidecan luego al salir la Luna. En el castillo de proa, apoyadas en la baranda, haba siete personas, que se protegan con sendas capas de los glidos asaltos de la espuma que arrojaba el espoln de bronce al alzarse y volverse a sumergir en las olas. Uno de los siete era Dexitheus, un hombre maduro, de rostro grave y ojos calmos, ataviado con los holgados ropajes propios de un sacerdote de Mitra. A su lado haba un aristcrata de anchos hombros y esbelta cadera, de cabello oscuro ya grisceo, que vesta una coraza plateada en cuyo pectoral haban sido curiosamente grabados, en oro, los tres leopardos de Poitain. Era Trocero, conde de Poitain, y el motivo de los
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tres leopardos apareca tambin en la bandera que ondeaba en lo alto del palo mayor. Al lado del conde Trocero, un hombre ms joven de porte aristocrtico, que bajo una cota de malla plateada iba elegantemente vestido de terciopelo, se pellizcaba la escasa barba. Se mova con presteza, y su fcil sonrisa enmascaraba, con su jovialidad, la dureza del militar veterano y experimentado. Se trataba de Prspero, un antiguo general del ejrcito aquilonio. Un hombre corpulento y casi calvo, que no llevaba espada ni armadura, ni prestaba atencin a la inminencia del ocaso, haca sumas con un estilete sobre un librillo de tabletas enceradas, agarrado a la baranda. Publius haba sido tesorero real de Aquilonia hasta que dimiti como resignada protesta contra la poltica de su monarca, que consista en establecer impuestos desorbitantes y gastar luego sin freno. No muy lejos, dos muchachas se aferraban a la inestable baranda. Una de ellas era Belesa de Korzetta, aristcrata de Zingara, bella y grcil, que apenas si haba dejado atrs la niez. Su largo cabello negro ondeaba al viento marino cual bandera de seda. Apretujada bajo su brazo haba una nia plida, de cabello rubio, que observaba boquiabierta las luces que se alineaban en la costa. Tina, una esclava ophirea, haba sido rescatada de un amo brutal por Belesa, la sobrina del fallecido conde Valenso. Ama y esclava, inseparables, haban sufrido juntas el voluntario exilio del veleidoso conde en los yermos pictos. Destacaba entre todos ellos un hombre sombro de gigantesca estatura. Sus ojos ardientes, de color azul volcnico, y la melena negra de cabello lacio y spero que caa sobre sus hombros

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descomunales sugeran la controlada ferocidad de un len en su reposo. Era cimmerio, y se llamaba Conan. Las botas marinas de Conan, sus ajustados calzones y la rasgada camisa de seda no ocultaban su magnfico cuerpo. Haba robado aquellos atuendos de los bales de un almirante pirata difunto, Tranicos el Sanguinario, en una cueva que se hallaba bajo un cerro de las tierras pictas, donde los cadveres de Tranicos y sus capitanes estaban sentados, todava, en torno a una mesa sobre la que se amontonaban los tesoros de un prncipe estigio. Las ropas, demasiado pequeas para un hombre tan corpulento, estaban deslucidas, rotas y sucias de mugre y de sangre; pero nadie que viera al colosal cimmerio, y el pesado sable que colgaba de su cintura, le habra tomado por un mendigo. -Si ofrecemos el tesoro de Tranicos en la plaza del mercado -murmuraba el conde Trocero-, el rey Milo nos contemplar con desagrado. Hasta ahora nos ha tratado bien; pero, cuando lleguen a sus odos los rumores sobre nuestro tesoro de rubes, esmeraldas y amatistas, y otras baratijas engastadas en oro, tal vez decida que la corona de Argos debe confiscarlo. Prspero asinti. -S; Milo de Argos, como cualquier otro monarca, gusta de llenar sus arcas. Y, si recurrimos a los orfebres y prestamistas de Messantia, el secreto ser conocido por toda la ciudad al cabo de una hora. -Entonces, a quin le vamos a vender las joyas?

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-Preguntdselo

nuestro

comandante

en

jefe.

-Prspero

ri

taimadamente-. Corrgeme si me equivoco, general Conan, pero no habas tenido trato en otro tiempo con...? Bueno... Conan se encogi de hombros. -Quieres saber si fui un sanguinario pirata, y si tena un revendedor en cada puerto? S, lo fui; y quiz ahora mismo volvera a serlo, si no hubierais llegado vosotros a tiempo para encaminarme por la senda de la respetabilidad. -Hablaba el aquilonio con fluidez, mas tena acento brbaro. Tras callar unos momentos, Conan prosigui-: Mi plan es ste: Publius se dirigir al tesorero de Argos y recobrar el depsito que se dej como garanta por el uso de esta galera, salvo la tasa estipulada. Entretanto, yo ir a vender nuestro tesoro a un comerciante discreto que conozco de otros tiempos. El viejo Varrn siempre me pag bien el botn que le llevaba. -Se dice -afirm Prspero- que las gemas de Tranicos tienen ms valor que todas las otras joyas del mundo. Un hombre como ese del que hablas slo podr pagarnos una fraccin de su valor. -Ya puedes irte desengaando -dijo Publius-. El valor de baratijas como sas siempre crece en la leyenda y decrece en la venta. Conan sonri con sonrisa lobuna. -Le sacar todo lo que pueda, no os preocupis. Recordad que me he dedicado a menudo al estraperlo. Adems, con solamente una fraccin del tesoro podramos poner en pie a todas las espadas de Aquilonia. -Conan se volvi hacia el alczar, donde se hallaban el capitn y el timonel-. Eh, capitn Zeno! -bram en argoseo-. Di a tus remeros que si llegamos a tierra antes de que las tabernas
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cierren para la noche cada uno recibir un penique de plata adems de lo prometido! Ya veo las luces del prctico! -Conan se volvi hacia sus compaeros y baj la voz-. Ahora, amigos mos, ms vale que no hablemos ms de nuestras riquezas. Una palabra descuidada, oda por casualidad, podra dejarnos sin recursos para pagar a los hombres que necesitamos. No lo olvidis! El prctico, una lancha donde remaban seis membrudos argoseos, se acerc a la galera. En su proa, una figura envuelta en una capa hizo seales con un farolillo, y el capitn alz la mano en respuesta. Cuando Conan se dispona a bajar a su camarote para recoger sus posesiones, Belesa le puso sobre el brazo su fina mano. Le escudri el rostro con sus ojos gentiles, y habl con voz angustiada. -Todava quieres mandarnos a Zngara? -le pregunt. -Ms nos vale separarnos, mi seora. En las guerras y rebeliones no hay lugar para mujeres nobles. Con las gemas que te di podrs ir viviendo, y tendrs bastante para tu dote. Si quieres, tratar de cambiarlas por moneda. Ahora, tengo asuntos que atender en mi camarote. Sin decir palabra, Belesa le entreg una pequea bolsa de fino cuero, llena de rubes que Conan haba tomado de un bal en la cueva de Tranicos. Mientras el cimmerio se alejaba por el puente camino de proa, donde se hallaba su camarote, Belesa no dej de mirarlo. Todo lo que haba de mujer en ella responda a la virilidad que emanaba de aquel hombre, como emana el ardor de un relmpago rugiente. En el caso de que le hubieran ofrecido el cumplimiento de un secreto deseo, ste habra sido no necesitar una dote. Pero, desde que

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Conan la rescatara a ella y a la joven Tina de los pictos, ste haba obrado meramente como amigo y protector. Comprenda, con cierta amargura, que Conan era ms experto que ella en tales materias. El cimmerio saba que una delicada dama de noble cuna, imbuida de los ideales zingarios de modestia y pureza femeninos, no habra sido capaz de adaptarse a la vida salvaje y brutal de un aventurero. Adems, en caso de que mataran a Conan, o ste se hartara de ella, habra tenido que vivir el resto de su vida como una proscrita, puesto que las casas principescas de Zngara no habran admitido en sus salones de mrmol a la barragana de un mercenario brbaro. Con un leve suspiro, toc a la muchacha que tena apretujada contra su cuerpo. -Tenemos que bajar, Tina, y recoger nuestras cosas. Entre gritos y hurras, la esbelta galera avanz hacia el muelle. Publius pag las tasas del puerto y le dio una propina al piloto. Liquid su cuenta con el capitn Zeno y la tripulacin de ste y, recordndole que aquella misin era secreta, se despidi ceremoniosamente del marino argoseo. El capitn grit algunas rdenes, y los hombres bajaron la vela a cubierta y la guardaron bajo el puente; desarmaron los remos entre juramentos y estrpito y los metieron debajo de los bancos. La tripulacin -oficiales, marinos y remeros- baj alegremente a tierra, donde llameaban luces brillantes en posadas y mesones; y repintadas mujerucas, llamndoles desde las ventanas de los segundos pisos, intercambiaban mofas y alegres obscenidades con los expectantes marineros.
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Los hombres vagaban por los muelles. Algunos andaban borrachos por la calzada, mientras que otros roncaban en prtales aliviaban la vejiga en las oscuras entradas de los callejones. Entre los transentes haba uno, no tan borracho ni fatigado como aparentaba. Era un zingario flaco, de facciones angulosas, que se llamaba Quesado. Unos bucles negros le adornaban el alargado rostro, y los ojos de pesados prpados le daban una falsa apariencia de adormilada indolencia. Ataviado con rados atuendos de sobrio negro, holgazaneaba en un portal como si el mismo tiempo se hubiera detenido; y, al acercrsele un par de borrachos marineros, replic con una muy trillada chanza que les hizo seguir adelante riendo entre dientes. Quesado observ de cerca cmo la galera atracaba en el muelle. Vio que, despus de que la tripulacin se hubiera ido de jarana, un pequeo grupo de hombres armados, acompaado por dos mujeres, desembarcaba y se detena en el puerto hasta que varios ociosos se apresuraban a ofrecerles sus servicios. La curiosa compaa no tard en desaparecer, seguida por un grupo de porteadores que llevaban bales y sacos de lona sobre los hombros o los sostenan con la cabeza. Cuando el ltimo de los porteadores hubo desaparecido en la oscuridad, Quesado anduvo hasta una bodega donde se haban congregado varios de los tripulantes del barco. Hall un lugar acogedor al lado del fuego, pidi vino y observ a los marineros. Al fin, eligi a un moreno y musculoso remero argoseo, que haba bebido ya unas cuantas copas, y empez una conversacin con l.

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Invit al joven a una jarra de cerveza, y le cont una ocurrencia obscena. El remero ri ruidosamente, y, cuando hubieron cesado sus carcajadas, el zingario le dijo con aire de indiferencia: -Has llegado en esa gran galera amarrada al muelle tercero, verdad? El argoseo asinti, y bebi un trago de cerveza. -Es una galera mercante, verdad? El remero irgui su cabeza de revueltos cabellos, y le mir con desdn. -Vosotros, malditos extranjeros, no sabis distinguir un barco de otro! -dijo con un bufido-. Es una nave de guerra, necio zanquivano! Es el Aranus, el orgullo de toda la armada del rey Milo. Quesado se golpe la frente con una mano. -Oh, dioses, qu estpido soy! Hace tanto tiempo que zarp que no he podido reconocerla. Pero, cuando atrac, no enarbolaba una bandera con unos leones? -Seran los leopardos carmeses de Poitain, amigo mo -dijo el remero con aire jactancioso-. Y nada menos que el conde de Poitain alquil el barco, y l mismo lo ha comandado. -Me cuesta creerlo! -exclam Quesado, fingiendo gran asombro-. Debe de tratarse de una importante misin diplomtica, apostara por ello...
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El borracho remero, animado por la total atencin con que le escuchaba el otro, sigui hablando: -Hemos hecho el ms condenado de los viajes, un millar de leguas, o ms, y estoy pasmado de que los salvajes pictos no nos rajaran la garganta... Call, pues un oficial del Aranus, de rostro severo, le acababa de poner una mano sobre el hombro. -Ten cuidado con lo que dices, idiota! -exclam, mirando al zingario con suspicacia-. El capitn nos ha advertido que mantuviramos la boca cerrada, sobre todo ante desconocidos. Cierra el pico! -S, s! -murmur el remero. Evitando la mirada de Quesado, hundi el rostro en su jarra de cerveza. -No importa, compaeros -dijo Quesado con un bostezo,

encogindose de hombros despreocupadamente-. En estos ltimos tiempos no ocurre nada en Messantia, y slo haba querido distraerme con un poco de chismorreo. Se puso en pie perezosamente, pag la cuenta y anduvo lentamente hasta la puerta. Una vez afuera, Quesado abandon su aire de adormilada vagancia. Anduvo gilmente por los muelles hasta una pensin cochambrosa, donde tena alquilado un cuarto desde el que poda observar el puerto. Movindose como un ladrn en la noche, subi por las angostas escaleras hasta su habitacin del primer piso.

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Prestamente, cerr la puerta a sus espaldas, corri las radas cortinas de las ventanas del dormitorio y encendi un cabo de vela con las brasas brillantes de un pequeo brasero de hierro. Entonces, se inclin sobre una mesa desvencijada, y escribi, con una pluma de fina punta, letras menudas sobre una delgada tira de papiro. Tras escribir su mensaje, el zingario enroll el papel de junco y, astutamente, lo introdujo en un cilindro de latn, no ms grande que la punta de un dedo. Luego se levant torpemente, abri una jaula que tena apoyada contra el muro ms cercano al mar y sac una paloma gruesa y adormilada. At el pequeo cilindro a una de sus patas; y, acercndose a la ventana, apart la cortina, abri y arroj afuera al ave. sta sobrevol el puerto y desapareci. Quesado sonri, sabiendo que su paloma mensajera hallara un palomar seguro, y proseguira con su largo viaje hacia el norte cuando llegara el alba. En Tarantia, nueve das ms tarde, Vibius Latro, canciller del rey Numedides y jefe de su servicio de inteligencia, recibi el tubo de latn de manos del cuidador de los palomares del rey. Desenroll cuidadosamente el delgado papiro, y lo sostuvo a la luz del sol que entraba en su despacho por la ventana entreabierta. Ley: El Conde de Poitain, junto con un reducido squito, ha llegado en misin secreta desde un puerto lejano. Q. Hay un destino que planea sobre los reyes, y signos y augurios presagian la cada de antiguas dinastas y la perdicin de antiguos reinos. La brujera de un Thulandra Thuu no era necesaria para saber que la casa de Numedides corra un grave peligro. Los signos de su futura cada podan reconocerse por todas partes.
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Alguien mandaba mensajes desde Messantia, que viajaban al norte por caminos polvorientos o por los invisibles senderos del aire. Estas misivas lograban llegar a Poitain y a otros feudos de la turbulenta y dividida frontera de Aquilonia; algunas entraban incluso en los campos fortificados y en las fortalezas del ejrcito aquilonio leal. Pues en tales lugares haba estacionados espadachines y lanceros, jinetes y arqueros que haban servido junto a Conan en los tiempos en que ste era oficial del rey Numedides, hombres que haban luchado al lado de Conan en la gran batalla de Veltrium, y antes incluso, en la Pradera de la Masacre, donde Conan haba derrotado por primera vez a las huestes de salvajes pictos. Hombres de su antiguo regimiento, los Leones, que le recordaban bien. Y, como las bestias cuyo nombre llevaban, se mantenan leales al caudillo del que se enorgullecan. Otros de los que oan la llamada estaban hartos de servir a un monarca demente que negliga los asuntos del reino para dedicarse a placeres antinaturales y a perseguir locos sueos de vida eterna. En los meses que siguieron a la llegada de Conan a Messantia, muchos aquilonios veteranos de las guerras pictas dimitieron, o desertaron de sus unidades y se marcharon a Argos. Junto con ellos, por los caminos largos y solitarios, merodeaban poitanios y bosonios, gunderios del norte y pequeos propietarios de Taurn, hombres de la pequea nobleza de Tarantia, caballeros arruinados de provincias lejanas, y ms de un aventurero sin blanca. -De dnde vienen todos stos? -deca Publius, maravillado, en una ocasin en que estaba junto a Conan, cerca de la gran tienda del comandante en jefe, contemplando a una cuadrilla de caballeros andrajosos que entraba cabalgando en el campamento rebelde.
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Venan sobre caballos flacos, con los atuendos destrozados, la armadura llena de orn, y cubiertos de polvo y fango reseco. Algunos traan heridas vendadas. -Vuestro loco rey se ha creado muchos enemigos -rezongaba Conan-. Me han informado de la llegada de caballeros cuyas tierras ha confiscado, de nobles cuyas esposas o hijas han sido ultrajadas, de hijos de mercaderes a quienes ha dejado sin dinero... incluso trabajadores comunes y campesinos, con orgullo suficiente para tomar las armas contra su loco rey. Esos caballeros son unos proscritos, arrojados al exilio por haber hablado contra el tirano. -La tirana, a menudo, alimenta su propia cada -dijo Publius-. A cuntos tenemos ahora? -A ms de diez mil, segn los clculos de ayer. Publius silb. -Tantos? Ser mejor que limitemos el reclutamiento antes de que devoren toda la moneda de nuestro tesoro. Obtuviste un caudal muy grande por las joyas de Tranicos, pero acabar por fundirse como nieve en primavera si alistamos ms hombres de los que podamos pagar. Conan le dio una palmada en la espalda al corpulento civil. -sa es tu labor como tesorero, buen Publius, conseguir que nuestra bolsa sobreviva a este festn de buitres. Hoy mismo he importunado al rey Milo para que nos concediera ms espacio donde acampar. Pero me ha replicado con gran nmero de quejas. Nuestros hombres tienen Messantia invadida; abusan de los servicios de la ciudad; hacen subir los precios; algunos han cometido crmenes contra los

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ciudadanos. Quiere que, o bien acampemos en otro sitio, o bien marchemos ya contra Aquilonia. Publius frunci el ceo. -Mientras nuestras tropas se entrenen, tendremos que estar cerca de la ciudad y del mar para poder recibir suministros. Diez mil hombres arrastran mucha hambre si alguien los entrena como t los entrenas. Y diez mil estmagos requieren mucha comida si no quieres que sus propietarios se irriten y acaben por desertar. Conan se encogi de hombros. -No podemos hacer nada. Trocero y yo saldremos a caballo, maana por la maana, en busca de un nuevo emplazamiento. Y la prxima Luna llena nos encontrar de camino hacia Aquilonia. -Quin es se? -murmur Publius, sealando a un soldado que, despus de terminar los ejercicios matinales, merodeaba cerca de la tienda del general. El hombre, ataviado con un rado atuendo negro, deba de haber apurado gran cantidad de jarras aquella misma tarde, pues le vacilaban las piernas y haba tropezado con una piedra que se interpona en su camino. Al ver a Conan y a Publius, se quit la estropeada gorra, hizo una reverencia tan profunda que estuvo a punto de caer, recobr el equilibrio y sigui adelante. Conan dijo: -Es un zingario que se present hace diez das en la tienda de reclutamiento. Nos pareci canijo como un ratn, y que no haba de servir como guerrero, pero se ha acreditado como buen espadachn,
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excelente jinete y artista de la daga arrojadiza; y Prspero le acept junto con todos los dems. Se llamaba... creo que Quesado. -Tu reputacin, como un imn, atrae gentes de cerca y de lejos -dijo Publius. -Pues ms vale que venza en esta guerra -respondi Conan-. En otros tiempos, si perda una batalla, poda huir a tierras donde jams haba estado y empezar de nuevo sin nadie que me conociera. Ahora ya no sera tan fcil; demasiados hombres han odo hablar de m. -Para los dems es una buena noticia -dijo Publius, sonriendo- el que la fama impida que los caudillos huyan. Conan no dijo nada. Desfilaron por su memoria los penosos aos que haba pasado desde que abandonara el fro Norte siendo un muchacho andrajoso y hambriento. Haba guerreado, y viajado a lo largo y a lo ancho del continente Thurio. Ladrn, pirata, jefe de primitivos... haba sido todo aquello, y tambin soldado comn; haba ascendido al generalato y haba cado en desgracia, llevado por las mareas de la fortuna. Desde los salvajes yermos de las tierras pictas hasta las estepas de Hirkania, desde las nieves de Nordheim hasta las junglas de Kush, su nombre y su fama eran leyenda. Por ello, los guerreros estandarte. En aquel momento, la bandera de Conan ondeaba a la brisa, con orgullo, en el palo central de la tienda generalicia. El emblema, un len dorado erguido sobre sus cuartos traseros sobre un fondo de seda negra, era invencin del propio Conan. Hijo de un herrero cimmerio, no poda jactarse de su rbol genealgico; pero haba obtenido el mayor de los reconocimientos como comandante del
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acudan

desde

tierras

lejanas

para

servir

bajo

su

Regimiento del Len en la batalla de Veltrium. Haba adoptado como propia la ensea de aquella unidad, pues saba que los soldados necesitaban una ensea por la que luchar. Sucedi despus de aquella victoria que el rey Numedides, viendo en la fama del cimmerio una amenaza a su propia supremaca, trat de tenderle una trampa y destruir al ms popular de sus generales, en quien vea a un rival en potencia. Envidiaba la creciente reputacin de Conan como guerrero invencible; tema su magntico caudillaje. Tras eludir la emboscada de Numedides, y perder al mismo tiempo su puesto de mando, el cimmerio haba recordado con sentida nostalgia los das pasados con los Leones. Y, en aquel momento, la bandera bajo la que haba obtenido sus mayores victorias volva a ondear sobre su cabeza, como smbolo de sus pasadas glorias y punto de reunin para los que haban de luchar por su causa. Necesitara victorias an mayores en los meses que le aguardaban, y el len dorado sobre campo negro le pareca un buen augurio. Pues Conan no estaba libre de supersticiones. Aunque hubiera armado camorras y se hubiera pavoneado por medio mundo, aunque hubiera explorado tierras lejanas y aprendido las costumbres de pueblos extranjeros, y hubiese conocido las maneras de obrar de reyes y sacerdotes, de brujos y guerreros, de magnates y pedigeos, las primitivas creencias de su herencia cimmeria an ardan en los abismos de su alma. Entretanto, el espa Quesado, que haba pasado frente a la tienda del comandante, recobr de pronto la sobriedad. Sin tambalearse, anduvo con presteza por el camino con roderas que conduca a la Puerta Septentrional de Messantia.

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El espa haba conservado prudentemente su cuarto cercano al puerto aun despus de ser admitido en una de las tiendas del campamento que se alzaba frente a la muralla. Y en aquel cuarto, bajo la puerta de tosca hechura, encontr una carta. No tena firma, pero Quesado reconoci la escritura de Vibius Latro. Tras alimentar a sus palomas, Quesado se sent a descifrar el simple cdigo que ocultaba el significado del mensaje. Pareca que hablara de una variedad de trivialidades domsticas; pero, marcando una palabra de cada cuatro, Quesado averigu que su amo le mandaba una cmplice. Se trataba, segn la misiva, de una mujer de seductora belleza. Quesado se permiti una leve y discreta sonrisa. Luego, escribi a lpiz su habitual informe en una delgada tira de papiro y lo mand por aire al norte, a la lejana Tarantia. Mientras el ejrcito se ejercitaba, sudaba, e iba creciendo, Conan se despidi de Belesa y de su joven protegida. Vio como su carruaje se alejaba por el paseo martimo en direccin a Zngara; un pelotn de fornidos guardias lo preceda y segua a caballo. Oculta entre el equipaje llevaban una caja de hierro, con oro suficiente para que Belesa y Tina vivieran bien durante varios aos, y Conan tuvo la esperanza de no volver a verlas. Aunque el robusto cimmerio fuera sensible a los encantos de Belesa, haba decidido, en su circunstancia, no tener relacin con ninguna mujer, y todava menos con una delicada aristcrata para quien no habra lugar en las estancias de los oficiales de la guerra. Ms adelante, si la rebelin triunfaba, buscara una real consorte para afianzarse en el trono. Pues los tronos, por elevado que sea su coste
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en sangre plebeya, precisan a menudo, para defenderse, del poder mstico que emana de una dinasta real. Sin embargo, Conan senta las punzadas de la lujuria, no menos que cualquier otro hombre activo y viril. Llevaba mucho tiempo sin poseer a una mujer, y expresaba su privacin con palabras speras, enojo y tormentosos accesos de clera. Al fin, Prspero, adivinando la causa de sus malos humores, se aventur a sugerirle que le convena ir a buscar entre las rameras de las posadas de Messantia. -Con suerte y discernimiento -le haba dicho- hallars una compaera de lecho que te sea grata. Prspero no tena idea de que sus palabras haban zumbado como moscardones en los odos de un descarnado mercenario zingario, que estaba agazapado no muy lejos de l, recostado en una de las estacas de la tienda, con la cabeza gacha como si durmiera. Conan, tambin desprevenido, se encogi de hombros ante la sugerencia de su amigo. Pero, en los das siguientes, el deseo libr batalla con el dominio que tena de s mismo. Y, con cada noche que pasaba, su necesidad se volva ms fuerte. Da a da, el ejrcito fue creciendo. Arqueros de las Marcas Bosonias, lanceros de Gunderland, caballera ligera de Poitain y hombres de rango elevado y humilde procedentes de toda Aquilonia se le unan. Se oan sin cesar, en el campo de entrenamiento, las rdenes voceadas, el ruidoso avance de la infantera, el chasquido de los arcos y el silbido de las flechas. Conan, Prspero y Trocero trabajaban sin descanso para transformar a sus inexpertos reclutas en un ejrcito bien entrenado. Pero nadie saba si aquella fuerza, formada con gentes de tierras varias y nunca probada en el campo de batalla,
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podra aguantar frente a las excelentes tropas del esforzado, valeroso e invicto Amulius Procas. Entretanto, Publius organizaba un servicio de espionaje para los rebeldes. Sus agentes se adentraron mucho en Aquilonia. Algunos slo buscaban noticias. Otros esparcan rumores concernientes a la depravacin del rey Numedides; rumores que, segn vieron sus propagadores, no precisaban exageracin alguna. Algunos mendigaban una contribucin monetaria a nobles que, aunque simpatizaran con la causa rebelde, no haban osado declararse partidarios de la revuelta. Cada da, al final de la maana, Conan pasaba revista a sus tropas. Entonces, por turnos, iba comiendo con cada una de sus compaas; porque un buen caudillo conoce por el nombre a muchos de sus hombres, y refuerza su lealtad mediante el contacto personal. Pocos das despus de que Prspero le hablara de las mujeres pblicas de Messantia, Conan almorz con una compaa de caballera ligera. Se sentaba con los soldados e intercambiaba bromas obscenas, y comparta su carne, su pan y su cerveza amarga. Al or una voz sibilante que de repente se haba puesto a hablar, Conan se volvi. Vio a su lado a un zingario de alargado rostro -Conan recordaba haberlo visto ya- que haca un discurso con grandilocuentes gesticulaciones. Conan dej una broma a medio contar y escuch con atencin; porque aquel sujeto estaba hablando de mujeres, y Conan sinti que algo se agitaba en su sangre. -Existe cierta bailarina -gritaba el zingario- con el cabello negro como ala de cuervo, y ojos verdes como la esmeralda.

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Y hay brujera en sus suaves labios rojos y en su grcil cuerpo, y sus pechos parecen granadas! -Y los represent en el aire con ambas manos-. Baila cada noche, por las monedas que le echen, en el Mesn de las Nueve Espadas, y desnuda su cuerpo a ojos de los hombres. Pero esta Alcina es rara, es una pcamela altanera y arrogante que se niega a abrazar a ningn varn. Todava no ha encontrado a uno que inflame sus pasiones... por lo menos, eso dice. Por supuesto -dijo Quesado, parpadeando con lujuria- que en esta misma tienda debe de haber guerreros lujuriosos que podran cortejarla, y conquistar a esa muchacha arrogante. Oh, aun nuestro galante general... En aquel mismo instante, Quesado vio que Conan le observaba. Se interrumpi, baj la cabeza, y dijo: -Mil perdones, noble general! Vuestra excelente cerveza ha

desatado de tal manera mi lengua que he perdido el seso. Os lo ruego, perdonad mi indiscrecin, os lo suplico, mi buen seor... -La olvidar -mascull Conan y, frunciendo el ceo, le dio la espalda y sigui comiendo. Pero, aquella misma noche, pregunt a sus sirvientes dnde se hallaba el mesn llamado de las Nueve Espadas. Cuando mont en su silla, con la nica compaa de un mozo como escolta, y se puso en camino hacia la Puerta del Norte, Quesado, oculto entre las sombras, sonri con sonrisa leve, complacida.

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CAPITULO 3 Ojos de color esmeralda Cuando la aurora se asom, risuea, al cielo azul, una trompeta de cuello de plata anunci la llegada de un heraldo del rey Milo. Gallardo en su casaca bordada, el heraldo cabalg al trote hasta el campamento rebelde, montado en una yegua baya, blandiendo en alto un pergamino sellado y adornado con una cinta. El mensajero husme con desdn al llegar al bullicioso campo de entrenamiento, donde una abigarrada hueste estaba formando para pasar revista. Cuando exigi a gritos una escolta que le acompaara hasta la tienda del general Conan, uno de los hombres de Trocero gui su montura hasta el centro del campamento. -Vamos a tener problemas -murmur Trocero al sacerdote Dexitheus cuando ambos vieron al heraldo argoseo. El delgado y calvo sacerdote mitraico se toc las cuentas del collar. -Ya deberamos habernos habituado a tenerlos, mi seor conde -le respondi-. Y sabes bien que nos aguardan otros mucho mayores. -Te refieres a Numedides? -le pregunt el conde con irnica sonrisa-. Mi buen amigo, estamos preparados para hacer frente a problemas de ese tipo. Me refiero a las dificultades que tendremos con el rey de Argos. Aunque me diera permiso para acampar en este sitio, creo que Milo cada vez se siente ms incmodo con la presencia de tantos hombres comprometidos con una causa extranjera acampados frente a su capital. Me parece que Su Majestad empieza a arrepentirse de
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habernos ofrecido un emplazamiento tan cmodo para nuestro campamento. -S -aadi Publius, pues el corpulento tesorero haba salido para unirse a ellos-. No me cabe la menor duda de que ya tiene que haber espas de Tarantia por los burdeles y callejones de Messantia. Numedides presionar sutilmente al rey de Argos para que se vuelva contra nosotros. -El rey sera necio si lo hiciese -murmur Trocero-, pues tiene nuestro ejrcito cerca, y ansioso por luchar. Publius se encogi de hombros. -Hasta ahora, el monarca de Messantia se ha comportado

amistosamente -dijo-. Pero los reyes son gente inclinada a la perfidia, y las conveniencias rigen el nimo del ms noble de ellos. Tenemos que aguardar lo que suceda... Me pregunto qu noticias nos traer ese petulante heraldo. Publius y Trocero fueron a atender a sus deberes, y dejaron solo a Dexitheus, que iba pasando, como ausente, las cuentas de su collar de plegaria. Al hablar de problemas futuros, no pensaba slo en las batallas venideras, sino tambin en otro portento. La pasada noche, un sueo turbador le haba asaltado en su lecho. El Seor Mitra, a menudo, revelaba el futuro mediante sueos a sus leales suplicantes, y Dexitheus se preguntaba si aqul haba sido profeca. En su sueo, el general Conan haca frente al enemigo en el campo de batalla, y enardeca a sus soldados, espada en alto; pero detrs del gigantesco cimmerio acechaba una figura envuelta en sombras, gil y furtiva. El durmiente no pudo identificar ningn rasgo en
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aquella escurridiza presencia, salvo que en su rostro, cubierto por una capucha, brillaban dos ojos gatunos, verdes como la esmeralda, y que se hallaba siempre cerca de la desprotegida espalda de Conan. Aunque el sol naciente hubiera elevado la temperatura de aquella fresca maana de primavera, Dexitheus se estremeci. No le gustaban los sueos como aqul; arrojaban guijarros al profundo pozo de su serenidad. Adems, ningn recluta del campamento rebelde tena ojos de un color verde tan brillante; Dexitheus habra notado aquella rareza. El heraldo iba a medio galope por el polvoriento camino de regreso a Messantia, y algunos mensajeros fueron a convocar al consejo a los caudillos de la hueste rebelde. El gigantesco cimmerio, en su tienda, apenas si ocult su enfado mientras los pajes le ponan la armadura para los ejercicios de combate matinales. Cuando Prspero, Trocero, Dexitheus, Publius y los dems se hubieron reunido, les habl speramente, masticando cada palabra. -Escuetamente, amigos -bram-, a Su Majestad le place que nos retiremos hacia el norte, a las praderas, a nueve leguas por lo menos de Messantia. El rey Milo juzga que nuestra presencia, tan cerca de su capital, pone en peligro tanto a su ciudad como a nuestra causa. Algunos de nuestros soldados, segn l afirma, han estado divirtindose con demasiada licencia en la ciudad, han quebrantado la paz del rey y causado problemas a la guardia cvica. -Me lo tema -dijo Dexitheus con un suspiro-. Nuestros guerreros se entregan en demasa a los placeres de la copa y del lecho. Con todo, pediramos demasiado a la naturaleza humana si esperramos que
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los soldados -especialmente una horda variopinta como la nuestrase comportasen con la mansedumbre de monjes encapuchados. -Cierto -dijo trocero-. Y, por fortuna, estamos preparados para ponernos en marcha. Cundo partiremos, general? Conan se abroch el talabarte con gesto salvaje. Sus ojos azules brillaron como los de un len bajo su negra melena de cuadrado corte. -Nos da diez das para que nos vayamos -dijo con un gruido-, pero yo estoy presto a marchar ahora mismo. Hay demasiados ojos y demasiados odos en Messantia, demasiados soldados nuestros tienen la lengua floja; basta una jarra de vino para que la muevan. Yo no me alejara nueve leguas, sino noventa, de este nido de espas. "As pues, pongmonos en marcha, seores. Cancelad todos los permisos y sacad a los hombres de las tabernas, por la fuerza si es necesario. Esta noche, me adelantar con un destacamento escogido para estudiar la ruta y hallar un nuevo punto de acampada. Trocero, t estars al mando del ejrcito hasta que yo vuelva. Todos le saludaron y se fueron. Durante el resto del da, reunieron a los soldados, prepararon las provisiones y apilaron los bagajes dentro de los carros. Antes de que el sol del amanecer siguiente hubiera acariciado los dorados pinculos de Messantia con sus lanzas de luz, recogieron las tiendas y las compaas formaron en columnas. Cuando algunos jirones de niebla flotaban todava por las tierras bajas, el ejrcito parti: Caballeros y alabarderos, arqueros y lanceros, todos ellos protegidos en la vanguardia, retaguardia y ambos flancos por exploradores e infantera ligera.
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Conan y su destacamento de caballera ligera poitania se haban adelantado al trote hacia el norte cuando la oscuridad todava ocultaba la tierra. El general brbaro no confiaba por completo en las simpatas del rey Milo. Muchas consideraciones influyen en las acciones de los reyes; y tal vez los agentes de Numedides hubieran convencido ya al monarca argoseo de que deba aliarse con el soberano de Aquilonia en vez de adherirse a la impredecible fortuna de los rebeldes. Sin duda, Argos saba que, si la insurreccin fracasaba, la venganza de Aquilonia sera rpida y devastadora. Y, si un rey opta por la destruccin, ms le valdr atacar al otro ejrcito durante una marcha, cuando los hombres andan revueltos y los bagajes les entorpecen... As, los Leones avanzaron hacia el norte. Compaa tras compaa, el inexperto ejrcito andaba por caminos polvorientos, chapoteaba en los vados de ros de poco caudal y serpenteaba por entre los no muy altos montes Didimios. Nadie lo embosc, atac ni estorb en su avance. Tal vez las sospechas de Conan acerca del rey Milo no estuvieran justificadas; tal vez su ejrcito era demasiado fuerte para que los argoseos trataran de acabar con l. O quizs el rey aguardara un momento ms oportuno para arrojar sus fuerzas contra los rebeldes. Fuera Milo un amigo, o un secreto enemigo, Conan se alegraba de su prudencia. Cuando sus tropas hubieron cubierto la primera jornada de marcha sin hallar obstculo alguno, Conan, alejndose a medio galope del sitio que haba elegido para acampar, se relaj un tanto. Se hallaban fuera del alcance de los espas que infestaban las calles tortuosas de Messantia. Sus exploradores y tropas avanzadas abarcaban un
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amplio terreno; Conan haba ordenado que, si unos ojos poco amistosos observaban al ejrcito en campo abierto, los exploradores fueran en pos del que estuviera mirando. No descubrieron a nadie. El gigantesco cimmerio slo se fiaba de unos pocos hombres, y ni siquiera en stos confiaba a la ligera. Los largos aos de guerras y de vida de proscrito haban reforzado su felina cautela. Pero conoca a los que le seguan, y comparta su causa. As, nunca se encontr con espas en el campamento, ni con gentes malintencionadas a sus espaldas. Dos das ms tarde, los rebeldes vadearon el ro Astar en Hipsonia y entraron en la planicie de Palios. Hacia el norte se erguan los montes Rabinos, una serrada hilera de picos purpreos que desfilaban como gigantes a la luz del ocaso. El ejrcito acamp al principio de la planicie, en un altozano redondeado que ofrecera alguna proteccin cuando fuera fortificado con zanjas y empalizadas. All, en tanto que recibieran con regularidad suministros procedentes de Messantia o de las granjas cercanas, los guerreros podran perfeccionar sus habilidades antes de cruzar el Alimane en direccin a Poitain, la provincia ms meridional de Aquilonia. Durante el largo da que sigui a su llegada, los soldados trabajaron, refunfuando, con pico, pala y azadn para fortificar el campamento con un terrapln de defensa. Entretanto, un cuerpo de caballera ligera sali a medio galope por el camino por el que haban venido para escoltar a los carros de provisiones retrasados. Pero, durante la segunda guardia de aquella noche, una delgada figura abandon sigilosamente la tienda de Conan, donde reinaba la penumbra, y sali a la luz de la Luna. Iba envuelta y embozada en un
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caftn de lana amarilla, que se confunda a sus pies con la tierra. Esta figura se acerc a otra, oculta a la sombra de una tienda cercana. Los dos intercambiaron en murmullos una contrasea. Y unos dedos finos, cargados de anillos, pusieron un trozo de pergamino en las manos del otro, curtidas por el trabajo. -He sealado en este mapa los pasos por los que los rebeldes han de entrar en Aquilonia -dijo la muchacha con un susurro sibilante y sedoso, como el ronroneo del gato-. Tambin la disposicin de los regimientos. -Yo llevar la noticia -murmur el otro-. Nuestro seor se encargar de que llegue a manos de Procas. Has hecho un buen trabajo, Alcina. -Todava tengo mucho por hacer, Quesado -dijo la muchacha-. No deben vernos juntos. El zingario asinti, y desapareci entre las sombras. La bailarina se quit la capucha, y contempl la argntea luna. Aunque acabara de abandonar los lujuriosos brazos de Conan el cimmerio, sus rasgos, iluminados por la Luna, aparecan glidos e inalterados. Su rostro plido y alargado se asemejaba a una mscara tallada en marfil amarillo; y, en las fras profundidades de sus ojos de color esmeralda, acechaban trazas de regocijo, malicia y desdn. Aquella noche, mientras el ejrcito rebelde dorma en la planicie de Palios, entre los montes Rabinos, uno de los reclutas desert. Nadie descubri su ausencia hasta que se pas revista al da siguiente; y, al descubrirla, Trocero le rest toda importancia. Aquel hombre, un

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zingario que se llamaba Quesado, tena fiama de perezoso y negligente, y su prdida apenas si tena relevancia. A pesar de su irresponsabilidad, Quesado no era perezoso en absoluto. l, el ms diligente de los espas, disfrazaba con aparente indolencia sus idas y venidas en las que vea, escuchaba, y compilaba informes breves pero precisos. Y aquella noche, mientras todo el campamento dorma, haba robado un caballo del establo, eludido a los centinelas y galopado hacia el norte durante varias fatigosas horas. Diez das ms tarde, salpicado de barro, polvoriento, tambalendose a causa del cansancio, Quesado lleg ante las grandes puertas de Tarantia. El sello que llevaba sobre el pecho le vali una inmediata audiencia con Vibius Latro, el canciller de Numedides. El jefe de espas frunci el ceo al ver el mapa que Alcina le haba puesto en la mano a Quesado, y que el zingario acababa de entregarle a l. Pregunt severamente: -Por qu lo has trado t mismo? Sabes que necesitbamos que estuvieras en el ejrcito rebelde. El zingario se concogi de hombros. -Era imposible mandarlo con una paloma mensajera, mi seor. Cuando me un a esa manada de rebeldes, tuve que dejar mis aves en Messanta, al cuidado de mi sustituto, Fadius el Kothio. Vibius Latro clav en l una fra mirada. -Entonces, por qu no le diste el mapa a Fadius, que podra haberlo trado aqu de la manera acostumbrada? Tendras que haber seguido en ese nido de traidores para poder seguir los vientos del cambio. Yo
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contaba con que te pegaras a las espaldas de Conan con una daga en la mano. Quesado gesticul con desesperacin. -Seor, el ejrcito ya se hallaba a tres das a caballo de Messanta cuando Alcina se hizo con esta copia del mapa. Apenas si logr obtener una licencia de seis das para poder llegar aqu y volver sin provocar ninguna sospecha, mientras que, si hubiera desertado, los argoseos habran investigado y hecho preguntas. Y no habra podido volver con el ejrcito despus de marcharme sin licencia. Y las palomas, a veces, se pierden, o las matan los halcones, o los gatos monteses, o los cazadores. Juzgu que deba traer en persona un documento de tanta importancia. El canciller gru, e hinch los labios. -Entonces, por qu no se lo llevaste directamente al general Procas? Quesado estaba sudando en abundancia. La frente cetrina, y las mal afeitadas mejillas le relucan. No convena contrariar a un hombre como Vibius Latro. -El general P-procas no me conoce. -El espa hablaba ahora con voz gemebunda-. Mi sello no significa nada para l. Slo vos, mi seor, dirigs los canales de transmisin por los que estos mensajes llegan a los jefes militares. Una leve y fina sonrisa se asom a las enigmticas facciones del otro.

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-Es cierto -dijo-. Has actuado bien. Me habra gustado ms que Alcina hubiera obtenido el mapa antes de que los rebeldes abandonaran Messanta y se dirigieran al norte. -Yo creo que, hasta la misma noche de mi partida, los rebeldes no decidieron la ruta que deban seguir -dijo Quesado. No saba si era cierto lo que deca, pero le pareci bastante creble. Vibius Latro dio permiso al espa para que se marchara, y llam a su secretario. Tras estudiar el mapa, dict un breve mensaje para el general Amulius Procas con una copia para el rey. Mientras el secretario copiaba el tosco bosquejo de Alcina, Latro llam a un paje y le dio dos copias de cada uno de los documentos. -Llvaselos al secretario del rey -dijo el canciller-, y pide que Su Majestad imprima su sello en un ejemplar de cada uno. Entonces, si l no tiene ninguna objecin, llevars a caballo los documentos sellados al general Amulius Procas, que est en Poitain. Aqu tienes un salvoconducto para entrar en los establos reales. Elige el caballo ms rpido, y cambia de montura en cada posta. El mensaje no lleg al secretario del rey. El siervo khitanio de Thulandra Thuu, Hsiao, lo hizo llegar a las flacas y oscuras manos de su seor. Al tiempo que lea el mensaje, y examinaba el mapa a la luz de una candela de grasa de cadver, el hechicero del rey sonri con frialdad, y asinti repetidamente en seal de aprobacin para el khitanio. -Ha ocurrido lo que t predijiste, amo -deca Hsiao-. Le cont al paje que Su Majestad y su escriba estaban celebrando una reunin contigo, y me entreg a m los pergaminos.
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-Has hecho bien, mi buen Hsiao -dijo Thulandra Thuu-. Treme cera. Yo mismo los sellar. No tenemos que distraer a Su Majestad de sus placeres por una minucia. El brujo sac de un cofrecillo con cerrojo un duplicado del sello real y, tras poner juntas una copia de cada uno de los mensajes y doblarlas, encendi una vela con uno de los grandes cirios. Acercando a la llama la cera para sellar, dej que goteara sobre el borde abierto del pliego. Thulandra Thuu estamp en la cera el duplicado del sello real, y entreg el pliego al khitanio. -Dale esto al correo de Latro -le dijo-, y dile que Su Majestad quiere que lo entregue con suma prisa al general Procas. Luego, escrbeme una carta para el conde Ascalante de Thune, que en estos momentos est al mando del Cuarto Regimiento Tauranio en Pelaea. Requiero su presencia. Hsiao vacil. -Temible seor! -dijo. Thulandra Thuu mir agudamente a su siervo. -Y bien? -Esta indigna persona no desconoce que t y el general Procas no estis de acuerdo en todo. Permteme una pregunta: Deseas su triunfo sobre el rebelde brbaro? Thulandra Thuu sonri aviesamente. Hsiao saba que hechicero y general competan ferozmente por el favor del rey, y Hsiao era la nica persona en quien el brujo poda confiar. Thulandra murmur:
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-Por

ahora,

s.

Mientras

Procas

se

halle

en

las

provincias

meridionales, lejos.de Tarantia, no pondr en peligro la posicin de que gozo aqu. Y tengo que arriesgarme a que aada una nueva victoria a su abultada lista, pues ni l ni yo veramos con buenos ojos a Conan frente a las puertas de la capital. Procas se interpone entre los rebeldes y su avance hasta Tarantia. Quiero que l aplaste la insurreccin, s; pero de tal manera que todo el crdito recaiga en m. Entonces, tal vez, un accidente nos arrebatar a nuestro heroico general en su momento de victoria, antes de que pueda regresar triunfante a Tarantia. Ahora, pongmonos en camino. Hsiao hizo una profunda reverencia y se retir en silencio. Thulandra Thuu abri el cerrojo de una cajita de bano y guard en ella sus copias de los documentos. Trocero miraba perplejo a su comandante, que iba de un extremo a otro de la tienda como un tigre enjaulado; arda en sus ojos furiosa impaciencia. -Qu te atormenta, general Conan? -le pregunt-. Yo crea que necesitabas a una mujer, pero, desde que trajiste a esa bailarina, ya no me vale la explicacin. Qu te preocupa? Conan ces en sus inquietas idas y venidas y se acerc a la mesa de campaa. Ceudo, se sirvi una copa de vino. -Nada a lo que pueda atribuir un nombre -mascull-. Pero, ltimamente, estoy agitado, me sobresalto por una sombra.

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Se interrumpi, con repentina alarma en los ojos, al mirar a uno de los rincones de la tienda. Luego se forz a rer con aspereza, y se repantig en su silla de campaa hecha de cuero. -Por Crom, estoy inquieto como una perra en celo! -dijo-.

Ciertamente, no s qu es lo que me devora las entraas. A veces, cuando estamos reunidos, casi llego a creer que las propias sombras escuchan nuestras palabras. -Algunas veces, las sombras tienen odos -dijo Trocero-. Y tambin ojos. Conan se encogi de hombros. -S que t y yo estamos solos, puesto que la muchacha duerme, y mis dos escuderos estn pulindome la armadura, y los centinelas hacen la ronda fuera de la tienda -murmur-. Pero, con todo, siento una presencia que nos escucha. Trocero no se burl de l; tena malos presentimientos. Haba aprendido a confiar en los primitivos instintos del cimmerio, porque saba que eran mucho ms agudos que los de hombres civilizados como l mismo. Pero el poitanio no careca de instintos propios; y uno de stos le haca desconfiar de la grcil bailarina que Conan haba trado como voluntaria amante. Haba algo en ella que le molestaba, aunque no tena idea del motivo. Ciertamente era bella, e incluso demasiado bella para bailar en una taberna portuaria de Messantia por las monedas que le arrojaran. Adems, la encontraba demasiado silenciosa y reservada. Trocero, habitualmente, saba encandilar a una mujer y arrancarle un torrente de confidencias; pero haba
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tratado de hacer hablar a Alcina sin xito alguno. Ella responda con educacin a todas sus preguntas, pero evasivamente, y al cabo le dejaba igual que al principio. Trocero se encogi de hombros, se sirvi otra copa y mand todas aquellas angustias a los nueve infiernos de Mitra. -La falta de accin te irrita, Conan -dijo-. En cuanto nos pongamos en marcha, y la bandera del Len ondee sobre nosotros, volvers a sentirte como siempre. Ya no habr ms sombras que te escuchen! -S -dijo Conan con un gruido. Lo que haba dicho Trocero era cierto. En cuanto tena un enemigo de carne y hueso, y fro acero en la mano, Conan haca frente a la ms difcil de las situaciones con nimo valeroso. Pero, cuando se enfrentaba a enemigos impalpables y a sombras insustanciales, las primitivas supersticiones de sus tribales ancestros acudan en tropel a su espritu. En la parte de atrs de la tienda, tras una cortina, Alcina sonrea con sonrisa perezosa y gatuna, y sus finos dedos jugueteaban con un curioso talismn, que llevaba colgado del cuello con una delicada cadenilla. Habra encajado en un nico lugar de todo el mundo. Mucho ms al norte, ms all de las planicies, y de las montaas, y del ro Alimane, Thulandra Thuu estaba sentado en su trono de hierro labrado. Sobre el regazo tena, en parte sin desenrollar, un pergamino adornado con diagramas astrolgicos y smbolos. Detrs de l haba, sobre un taburete, un espejo oval de cristal negro volcnico. Faltaba un trocito semicircular en el borde del espejo mstico, y era este semicrculo de obsidiana, ligado al resto del
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espejo por sutiles vnculos de fuerza psquica, el que colgaba entre los redondos senos de Alcina, la bailarina. Mientras estudiaba el mapa que tena sobre las rodillas, el brujo iba levantando de vez en cuando la cabeza para observar la pequea clepsidra de oro y cristal que se hallaba al lado del espejo. Se oa en el extrao instrumeno un goteo, un goteo inaudible salvo para los odos ms agudos. Cuando la campana de plata del reloj dio la hora, Thulandra Thuu solt el pergamino. Acerc al espejo una mano semejante a una garra, y murmur un extico conjuro en una lengua desconocida. Atisbando en las profundidades del espejo, se uni en pensamiento y alma con su sierva, Alcina; pues, cuando un trance mstico una a entrambos, en un momento determinado, merced a ciertos aspectos de los cuerpos celestes, las imgenes que vea Alcina y las palabras que deca se transmitan mgicamente hasta el hechicero que se hallaba en Tarantia. En verdad, el mago apenas si necesitaba a los hombres del cuerpo de espas de Vibius Latro. Y, en verdad, los agudos sentidos de Conan no haban errado: incluso las sombras de su tienda tenan ojos y odos.

CAPITULO 4 La flecha ensangrentada


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Cada da, al alba, las trompetas de latn arrancaban a los hombres de su sueo para que se entrenaran durante horas en la planicie de Palios y, al ponerse el sol, les ordenaban que volvieran a su sueo nocturno; y el ejrcito segua creciendo. Y, con los recin llegados, vinieron noticias y rumores de Messantia. Una noche, los capitanes de la rebelin se reunieron en la tienda de Conan para cenar, cuando la Luna se haba reducido ya de moneda de plata a hoz de acero. Tras mandar cuello abajo su burda cena de campaa con tragos de cerveza floja y mal fermentada, los caudillos de la hueste deliberaron. -Cada da que pasa -dijo Trocero- parece que el rey Milo est ms inquieto. Publius asinti. -S, no le gusta tener dentro de las fronteras una fuerza armada tan numerosa bajo un caudillaje que no es el suyo. Probablemente teme que nos volvamos contra l, pues sera presa ms fcil que el tirano aquilonio. Dexitheus, sacerdote de Mitra, sonri. -Los reyes, cuando menos, son suspicaces, e incluso temen continuamente por su corona. El rey Milo no es distinto de los dems. -Crees que tratar de atacarnos por la retaguardia? -mascull Conan. El sacerdote de negra tnica alz una flaca mano.

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-Quin puede saberlo? Incluso yo, instruido por mi santo oficio para escudriar los corazones de los hombres, no me atrevo a adivinar los ocultos pensamientos que acechan en las mientes de Milo. Pero aconsejo que crucemos el Alimane, y pronto. -El ejrcito est preparado -dijo Prspero-. Los hombres estn entrenados, y tan prestos a luchar como el que ms. Estara bien que entraran ya en combate, antes de que la falta de accin empiece a embotar su espritu de lucha. Conan asinti sombramente. La experiencia le haba enseado que un ejrcito que se entrena demasiado y acta poco acaba por dividirse en facciones en lucha, a causa de esas mismas fuerzas del orgullo y la militancia que sus instructores han imbuido en ellos con gran trabajo. O se pudre, como la fruta demasiado madura. -Estoy de acuerdo contigo, Prspero -dijo el cimmerio-. Pero un avance prematuro abrigara peligros de la misma magnitud. Sin duda, Procas tiene espas que le han dicho que acampamos en las montaas del Argos meridional. Y un general menos astuto que l habra supuesto que nos disponamos a pasar el Alimane para entrar en Poitain, la ms desafecta de las provincias de Aquilonia. Le basta con establecer una fuerte guardia en cada vado y tener presta a su Legin Fronteriza, lista para marchar contra cualquier posible ataque. Trocero se ech atrs el canoso cabello con dedos confiados. -Todo Poitain se alzar para marchar a nuestro lado; pero mis partisanos callan, para que Procas no sepa de ellos hasta que ya sea demasiado tarde.

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Los otros intercambiaron significativas miradas, en las que se mezclaban esperanza y escepticismo. Das antes, algunos mensajeros haban abandonado el campo rebelde para entrar en Poitain disfrazados de mercaderes, caldereros y buhoneros. Su tarea era urgir a los vasallos y partidarios del conde Trocero a preparar incursiones y ataques de diversin para confundir a los realistas, o para atraerles a una ftil persecucin de bandas de saqueadores. Una vez estos agentes hubieran llevado a cabo su labor, el ejrcito rebelde recibira una seal para ponerse en marcha: una flecha poitania empapada en sangre. Entretanto, todos tenan los nervios tensos en espera del mensaje. Prspero dijo: -No me preocupa el alzamiento de Poitain, que es tan seguro como algo pueda serlo en este mundo azaroso, sino la prometida diputacin de los barones norteos. Si no llegamos a Culario antes del noveno da del mes primaveral, tal vez se marchen de nuevo, pues les habr llegado el tiempo de la siembra. Conan gru, y apur las heces de su copa. Los aristcratas del norte, en latente revuelta contra Numedides, haban prometido prestar apoyo a los rebeldes. Pero no queran comprometerse abiertamente con una rebelin estigmatizada por el fracaso. Si la bandera del Len se quebraba en el Alimane, o s la revuelta poitania no llegaba a producirse, nada atara a aquellos nobles egostas con la causa rebelde. La precaucin de los barones era comprensible; pero la

incertidumbre clavaba sus agudas espuelas en el alma de los caudillos rebeldes. Si tenan que aguardar en la planicie de Palios
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hasta que los poitanios mandaran su seal secreta, tendran tiempo de encontrarse en Culario el da acordado? Aunque su naturaleza brbara le apremiara tozudamente, Conan aconsejaba paciencia hasta que llegase la seal poitania. Pero sus oficiales seguan en la incertidumbre, o presentaban planes diversos. As, los caudillos rebeldes discutieron de noche hasta muy tarde. Prspero quera dividir el ejrcito en tres contingentes, y arrojarlos a la vez contra los tres mejores vados: los de Mevano, Nogara y Tunis. Conan neg con la cabeza. -Procas esperar que hagamos eso -dijo. -Entonces, qu? -dijo Prspero, frunciendo el ceo. Conan despleg el mapa, y con un dedo ndice lleno de cicatrices seal el vado que quedaba en medio, el Nogara. -Pondremos en prctica una estratagema aqu, con slo dos o tres compaas. Sabis que existen trucos para hacer creer al enemigo que hemos ido en nmero ms grande que el real. Plantaremos tiendas vacas, encenderemos ms hogueras de la cuenta en los campamentos y haremos desfilar a las compaas ante el enemigo para hacerlas desaparecer luego en un bosquecillo y, saliendo por el otro lado, repetir una y otra vez la misma operacin. Cargaremos un par de balistas hasta las orillas del ro para molestar a las patrullas que lo crucen. Esos chimantes proyectiles harn acudir a toda prisa a Procas y su ejrcito. T, Prspero, estars al mando de esta maniobra -aadi Conan. Al saber que tendra que perderse la batalla principal, el joven comandante empez a formular una objecin, pero Conan le hizo
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callar-. Trocero, t y yo nos pondremos al mando de las tropas restantes, una mitad hacia el Mevano y la otra al Tunis, y asaltaremos los dos vados. Si hay suerte, atraparemos a Procas en una tenaza. -Tal vez tengas razn -murmur Trocero-. Si nuestros poitanios se amotinan en la retaguardia de Procas... -Que los dioses sonran a tu plan, general -dijo Publius-. Si no, todo est perdido! -Ah, mi triste amigo! -dijo Trocero-. La guerra es un negocio arriesgado, y no podemos perder en ella menos que t. Ganemos o perdamos, tendremos que ir juntos hasta el final. -S, aun hasta el patbulo -murmur Publius. Tras la tela que divida en dos la tienda de Conan, su amante yaca tendida sobre un lecho de pieles, y su esbelto cuerpo reluca a la dbil luz de una nica vela, cuya llama temblorosa se reflejaba extraamente en sus ojos de color esmeralda y en el turbio interior del pequeo talismn de obsidiana que reposaba en el oloroso valle de sus pechos. Sonrea como una gata. Antes del alba, la apremiante mano de un centinela hizo salir del lecho a Trocero. El conde bostez, se estir, parpade, y apart irritado la mano del guardia. -Basta! -grit-. Ya estoy despierto, patn, aunque parece que todava no hay luz suficiente para pasar revista a las tropas...

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Su rostro palideci, y se extingui su voz, al ver lo que el guardin le mostraba. Era una flecha poitania, manchada desde la lengeta hasta las plumas con sangre seca. -Cmo ha llegado esto aqu? -pregunt-. Y cundo? -Hace poco tiempo, mi seor conde; la ha trado un jinete que vena del norte -replic el guardia. -Bien! Haz venir a mis escuderos! Haz sonar la alarma, y llvale esta flecha al general Conan! -grit Trocero, ponindose en pie. El guardia le salud y se fue. Al cabo de poco, dos escuderos, frotndose los ojos para acabar de despertar, entraron a vestir al conde y ponerle la armadura. -Por fin actuaremos, por Mitra, por Ishtar, y por el Crom de los cimmerios! -grit Trocero-. T, Mnster! Convoca a mis capitanes a consejo! Y t, muchacho, dime, DamaNegra ha comido ya, y se ha abrevado? Haz que la ensillen con toda rapidez. Ceidle bien las cinchas! No querra tener que tomarme un bao fro en las aguas del Alimane! Antes de que un sol de rub inflamara los boscosos altozanos de los montes Rabinos, desmontaron las tiendas, llamaron a los centinelas y cargaron los carros. Antes de que el brillante da acabara con los ltimos jirones de niebla matinal, el ejrcito se puso en marcha en tres largas columnas en direccin al paso de Saxula, que se hallaba en las montaas, y hacia Aquilonia, hacia la guerra. Fueron por una tierra spera, y un camino tortuoso. Haba a cada lado desiertas laderas, y en stas afloramientos de roca. Eran las estribaciones de

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los Rabirios, que seguan hacia el oeste, paralelas a la imponente hilera de cercanas montaas. Hora tras hora, guerreros y sirvientes del campamento iban subiendo con dificultad por las largas cuestas y bajando por el otro lado. El ardiente sol caa sobre ellos, que empujaban pesados vehculos por las empinadas laderas, y se apiaban en torno a los carros como abejas alrededor de su colmena para empujar, y luego tirar, y volver a empujar. En las bajadas, los cocheros sujetaban, en cada carro, una de las ruedas con una cadena, para que, al impedir que girara, sirviese de freno. Los demonios del polvo suban arremolinados al cielo, y mancillaban el cristalino aire de la montaa. Cada vez que llegaban a una cima, la cordillera principal pareca retroceder como un espejismo. Pero, cuando las sombras purpreas del final de la tarde se aduearon de la cuesta oriental de todos los cerros, las montaas se abrieron como si alguien hubiera apartado unas cortinas. Se dividieron para ofrecer a la vista el paso de Saxula, una profunda hendedura en la sierra central que pareca haber sido producida por el hachazo de un dios colrico. Cuando el ejrcito empez a subir hacia el paso, Conan orden a un contingente que se asegurara de que no les aguardaba ninguna emboscada. Los exploradores indicaron con seales que no haba peligro, y el ejrcito avanz hasta el paso. Las pisadas de los hombres, el estrpito del equipo, el retumbo de los cascos y el crujido de los ejes reverberaban, a lado y lado, en ambas paredes rocosas. Cuando los hombres volvieron a salir por el otro extremo del paso, hallaron que el camino segua hacia abajo y desapareca entre los
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densos bosques de cedro y pino que ocultaban las laderas meridionales. En lontananza, ms all de las sierras intermedias, columbraron el Alimane, que serpenteaba por las llanuras cual ofidio de plata al calor de los ltimos rayos del sol. Bajaron por la quebrada ladera, con las ruedas de los carros atadas para tenerlas bajo control. Cuando las estrellas empezaron a titilar en el cielo oscuro, llegaron, habiendo salido ya del paso, a una bifurcacin en el camino. All, el ejrcito se detuvo y acamp. Conan distribuy a sus centinelas por una ampla zona, para impedir que el enemigo, atravesando el ro de noche, les sorprendiera. Pero nada perturb el merecido reposo de los soldados, salvo un leopardo vagabundo que huy al or el grito de un centinela. Al alba, Trocero y su contingente siguieron adelante por el ramal derecho de la bifurcacin para ir al vado de Tunis. Conan y Prspero, juntamente con sus tropas, avanzaron por el ramal izquierdo hasta que, poco antes del medioda, llegaron a otra bifurcacin. Una vez all, Prspero, con un pequeo destacamento, sigui por la derecha, hacia el vado central de Nogara. Conan, junto con la caballera restante y la infantera, avanz hacia el oeste en direccin al vado de Mevano. Compaa tras compaa, escuadrn tras escuadrn, los rebeldes de Conan desfilaron por los estrechos caminos. Acamparon otra noche an en los montes, y siguieron adelante. Al descender por las ltimas estribaciones, columbraron una vez ms el ancho ro Alimane, que separaba Argos de Poitain. Cierto que Argos reclamaba una regin que se hallaba al norte del ro, la regin comprendida entre el Alimane y el Khorotas. Pero, en el reinado de Vilerus III, los aquilonios

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se haban adueado de aquella comarca y, como eran los ms fuertes, haban seguido poseyndola. Cuando la divisin de Conan lleg a las planicies, el cimmerio orden a sus hombres que hablaran lo menos que pudieran, y slo en voz baja. En la medida de lo posible, tenan que evitar hacer ruido con sus bagajes. Los carros se detuvieron dentro de un bosque frondoso, y los hombres establecieron un campamento que no poda ser avistado desde el vado de Mevano. Los exploradores que haban sido destacados volvieron sin haber visto rastro alguno de enemigos, pero s trajeron la molesta noticia de que el ro se haba desbordado, henchido a causa de las nieves de las tierras altas que se fundan en primavera. Mucho antes de que amaneciera un nublado da, los oficiales de Conan hicieron salir a los hombres de sus tiendas. Gruendo, los soldados engulleron un desayuno mal cocinado y formaron. Conan iba entre ellos, murmurando maldiciones y amenazando a quien alzara la voz o soltara el arma. Sus aprensivos odos teman que el ruido metlico de stas pudiera ser odo a leguas de distancia, pese al rumor de las aguas del ro. Pens con amargura que una fuerza mejor entrenada habra avanzado con el sigilo de un gato. Para hacer menos ruido, los capitanes daban rdenes a sus hombres mediante signos que hacan con las manos, y no gritando, ni con llamadas de trompeta; y esto causaba cierta confusin. Una compaa, a la que se haba dado orden de avanzar, se mezcl con las filas de otra. Hubo puetazos, y empezaron a sangrar narices antes de que los oficiales pusieran fin a la gresca.

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Un cielo muy encapotado cubri camino y ro al mismo tiempo que las tropas de Conan llegaban a las orillas del Alimane. Montado en Furia, su semental negro, Conan tir de las riendas y observ, a travs de la llovizna, la otra orilla. Las aguas salidas de madre, turbias a causa del sedimento, gorgoteaban ante las pezuas de su caballo. Conan hizo una seal a su asistente Alaricus, un joven y prometedor capitn aquilonio. Alaricus se acerc, a caballo, hasta donde estaba su general. -Te parece muy profundo? -murmur Conan. -Nos cubrir hasta ms arriba de las rodillas -respondi Alaricus-. Tal vez hasta el pecho. Bajar con mi caballo para verlo. -Procura no caer en ningn hoyo -le advirti Conan. El joven capitn urgi a su bayo a entrar en las revueltas aguas. El animal se resisti al principio, y luego avanz obedientemente hacia la orilla septentrional. A mitad del ro, las turbias aguas rozaron las botas de Alaricus; y, cuando ste mir hacia atrs, Conan le hizo seas. -Tendremos que intentarlo -dijo el cimmerio cuando el asistente hubo vuelto con l-. Haz correr la orden de que la caballera ligera de Dio ser la primera en cruzar, y en explorar los bosques que hay al otro lado. Luego, la infantera pasar en hilera, y cada hombre ir agarrado del cinturn del que tenga delante. Algunos de esos palurdos se ahogaran si perdieran pie cargados con sus bagajes.

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Mientras el da sin sol palideca en el sombro cielo, la compaa de caballera ligera entr, dando chapuzones, en el ro. Al llegar a la otra orilla, el capitn Dio indic con gestos que no haba enemigo alguno en el bosque. Conan haba observado expresamente cmo aquellos caballos se metan en el agitado ro, y haba calibrado la profundidad de las aguas. Cuando tuvo claro que, pasada la mitad del cauce, el lecho del ro era menos profundo, y que no les aguardaba ningn peligro en la otra orilla, dio la seal de cruzar a la primera compaa de infantera. Al poco, dos compaas de lanceros y una de arqueros pecharon con la corriente. Cada uno de los soldados iba cogido del que tena enfrente, y los arqueros sujetaban en alto sus arcos para mantenerlos secos. Conan, montado en su semental, se acerc a Alaricus y le dijo: -Ordena que la caballera pesada vadee el ro, y luego que empiecen con los carros; que la compaa de infantes de Cerco se encargue de ir sacndolos de los agujeros donde encallen. Yo voy a entrar en el agua. Furia se zambull en el ro, cuyas aguas arremolinadas y turbias le cubrieron hasta la rodilla. Al ver que el caballo de guerra se encoga y gimoteaba, como sintiendo un peligro invisible, Conan aferr las riendas con ms fuerza y oblig a la bestia a seguir avanzando aun por la parte ms profunda del cauce. Su aguda vista examin el follaje de color verde jade de la orilla septentrional, donde una variedad de arbustos en flor, cuyos colores perdan brillo bajo el cielo encapotado, circundaban los troncos de antiguos rboles. Entre los robles cargados de hoja nueva, que
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parecan sostener el nublado cielo, el camino devena en oscura galera. Conan pens, sombramente, que haba all muchos lugares donde ocultarse. La caballera ligera todava aguardaba, apiada en el pequeo claro donde el camino se interrumpa frente al ro, aunque habran tenido que internarse en los bosques antes de que los primeros soldados de infantera alcanzaran la orilla septentrional. Conan gesticul airado. -Dio! -rugi desde los bajos de la corriente. Conan pens que, si haba algn enemigo cerca, ya les habra visto cruzar el ro, y que no vala la pena seguir en silencio-. Desplegaos y dad una batida por los arbustos! Hacedlo, maldita sea vuestra alma! Las tres compaas de infantera iban trepando a la orilla

septentrional, enfangadas y empapadas; los jinetes de Dio se dividieron en escuadrones y se adentraron en la espesura, a ambos lados del camino. Nunca es tan vulnerable un ejrcito como cuando est atravesando un ro; Conan lo saba bien. Y malos presentimientos anidaban en su brbaro corazn. Oblig a su bestia a darse la vuelta para observar la orilla meridional. La caballera pesada se haba metido ya en el agua hasta las rodillas, y los primeros carros cargados de bagajes estaban luchando contra la corriente. Un par de ellos haba encallado en los lodos del fondo del ro; los soldados, tirando de las ruedas, lo hacan avanzar. Un grito repentino rasg el pesado aire. Al volverse, Conan alcanz a ver unos atisbos de movimiento en el lugar donde el camino terminaba frente al ro. Con un breve grito de advertencia, tir de las riendas de su corcel, y una flecha que le iba dirigida le roz el pecho y, veloz como una vbora en su ataque, se clav en el cuello del
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joven oficial que le segua. Cuando el moribundo se hundi en las agitadas aguas, Conan oblig a su caballo a avanzar, al tiempo que gritaba rdenes. Pens que deba ponerse al frente de las tropas que haban chocado con el enemigo, tanto si se enfrentaban a una miserable guardia fronteriza como si se trataba del ejrcito de Procas en pleno. De pronto, Furia se encabrit, y se tambale a causa del impacto de otra flecha. Relinchando, el animal cay de rodillas, e hizo caer a Conan de la silla. El cimmerio trag un sorbo de agua cenagosa y logr ponerse en pie, tosiendo y maldiciendo. Otra flecha le dio en la coraza, no lleg a clavarse, y se la llev el torrente. A su alrededor, la persistente calma del encapotado da se hizo jirones. Los hombres aullaban gritos de guerra, chillaban con dolor y con miedo, y maldecan a los propios dioses que se hallan en lo alto. Parpadeando para quitarse el agua de los ojos, que le escocan, Conan vio una triple lnea de arqueros y ballesteros vestidos con las sobrepellices azules de la Legin Fronteriza. Al unsono, haban salido del exuberante follaje para diezmar a los rebeldes entorpecidos por el ro con una lluvia de flechas. El chirriante silbido de las saetas se mezclaba con el rasgueo, ms grave, de las ballestas. Aunque los ballesteros no podan disparar sus voluminosas armas con la misma velocidad que los arqueros, las ballestas tenan un alcance ms largo, y sus cuadrillos de hierro podan perforar la armadura ms slida. Los hombres iban cayendo uno tras otro, gritando o en silencio, y las aguas cenagosas se cerraban sobre ellos, y arrastraban sus cuerpos por los cenagosos bajos.

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Caminando con dificultad hacia la orilla, Conan busc un trompeta que llamara a sus dispersos hombres a formacin de combate. Entontr uno en los bajos, un gunderio cabeza de estopa que contemplaba estpidamente la matanza. Gruendo maldiciones, Conan anduvo chapoteando hasta el pasmado idiota; pero, cuando trat de cogerlo por el justillo, el cuerpo del gunderio se dobl y dio con el rostro en el agua, pues un cuadrillo se haba clavado en sus rganos vitales. La trompeta cay de su dbil mano, y la corriente se la llev. Al detenerse para tomar aliento, Conan mir en torno como un len acorralado, y el creciente estrpito que se oa en el claro le llam la atencin. La caballera aquilonia -lanceros con armadura, y espadachines montados sobre robustas bestias- estaba saliendo con gran estruendo del bosque, y se abalanz sobre la revuelta masa de la caballera ligera y la infantera rebeldes. Los caballos ms pequeos de los exploradores rebeldes no resistieron la embestida; los infantes cayeron ante los caballos, y fueron pisoteados. En un abrir y cerrar de ojos, los rebeldes abandonaron la orilla septentrional. Entonces, con precisin de relojero, los escuadrones armados de Procas se desplegaron en una gran lnea de jinetes, que se arrojaron al agua para atacar a los rebeldes que se esforzaban por avanzar. -A m! -rugi Conan, blandiendo su espada-. En recuadro! Pero los sobrevivientes del desastre, a los que la caballera aquilonia haba obligado a regresar al ro, pugnaban por andar dentro del agua, presas del pnico, apartando o golpeando a los camaradas que avanzaban hacia la orilla septentrional. La caballera de Procas avanz por la turbulenta corriente entre salpicones de espuma. Tras
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la segunda lnea se despleg una tercera, y luego otra, y otra. Y, desde los flancos, los arqueros de Procas prosiguieron con su salva de proyectiles, a la que los rebeldes, que no llevaban los arcos tensados, no podan replicar. -General! -grit Alaricus. Conan mir en derredor y vio que el joven capitn se acercaba a l, pechando con el agua-. Slvate! Aqu nos han derrotado, pero puedes reunir a los hombres para plantar cara en la orilla meridional, Toma mi caballo! Conan espet una maldicin a la lnea de jinetes con armadura que se acercaba a toda velocidad. Dud por un instante, y pens en arrojarse l solo entre el enemigo, asestando mandobles a derecha e izquierda. Pero descart la idea al mismo tiempo que se le ocurra. En das ms tempranos, Conan habra emprendido el temerario ataque. Ahora era general, responsable de la vida de otros hombres, y la experiencia haba atemperado con prudencia su juvenil arrojo. Cuando Alaricus iba a desmontar, Conan agarr el estribo del asistente con la mano izquierda, y le grit: -No te muevas de ah, muchacho! Sigue adelante, ve hacia la orilla meridional, maldiciones de Crom! Alaricus espole a su caballo, que anduvo dificultosamente hacia la orilla argosea. Conan, aferrndose a su estribo, lo acompa con largas zancadas que ms parecan saltos entre la muchedumbre de rebeldes que se bata en retirada a caballo y a pie, chapoteando todos hacia la orilla del sur en confusa y abyecta fuga. Tras ellos cabalgaban los aquilonios, hostigando con sus lanzas y espadas a los ms retrasados de los que luchaban con la corriente. Las cenagosas aguas del Alimane bajaban rojas por el vado de
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Mevano. Slo el hecho de que los perseguidores tambin se vean estorbados por los remolinos de la corriente salv a las unidades avanzadas de Conan de la completa aniquilacin. Al fin, los fugitivos dieron alcance a una compaa de caballera pesada que se haba zambullido en el ro despus de la infantera rebelde. Se abrieron camino entre sus caballos, chillando aterrorizados. Ante este acoso, las bestias, atemorizadas, se encabritaron y dieron coces en el agua hasta que sus jinetes se unieron tambin a la retirada. Tras ellos, encallados en el fango, los cocheros trataban de dar la vuelta a sus grandes carros cargados de bagajes, o, desesperados, los abandonaban y saltaban a las aguas, e iban chapoteando hasta la orilla meridional. Cayendo sobre los vehculos abandonados, los aquilonios mataban a sus bueyes y seguan adelante. Cadveres empapados, arrastrados por la corriente, se amontonaban como leos en horripilantes pilas. Los carros eran volcados; entonces, las telas de las tiendas y sus palos, los fardos de lanzas y haces de flechas flotaban ro abajo en la implacable corriente. Conan, gritando hasta quedarse ronco, logr llegar a la orilla meridional, donde las compaas restantes haban estado aguardando su turno para cruzar. Trat de ordenarlos en formaciones de defensa, pero, por todas partes, la hueste rebelde se dispersaba en confusos grupos de hombres que se daban a la fuga. Arrojando las lanzas, los escudos y los yelmos, buscaron refugio, huyeron de los bajos en todas direcciones por las llanuras que lindaban con el ro. Toda la disciplina, tan laboriosamente inculcada durante los meses anteriores, se haba esfumado en el terror del momento.

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Unos pocos grupos se mantuvieron firmes cuando la caballera aquilonia les dio alcance, y pelearon con testaruda fiereza, pero fueron arrollados por los caballos, y murieron o se dispersaron. Conan hall a Publius en el tumulto y, agarrndole por el hombro, le grit al odo. El tesorero, que a causa del estrpito no poda or a su comandante, se encoga de hombros indefenso, sealando a algo. A sus pies yaca el asistente de Conan, que Publius haba estado protegiendo de las toscas botas de la soldadesca que se daba a la fuga. El caballo de Alaricus haba desaparecido. Con un grito de clera, Conan dispers a la multitud que le rodeaba dando golpes con el plano de la espada. Entonces, carg a Alaricus sobre sus hombros y huy a la carrera hacia el sur. El corpulento Publius corri tras l, resoplando. No muy lejos de ellos, los jinetes aquilonios estaban saliendo del ro para perseguir a los rebeldes en su retirada. Cercaron los carros alineados en la orilla a los que no haba llegado el turno de luchar con el ro. Entre los que se hallaban ms lejos de la orilla, algunos de los cocheros lograron dar la vuelta a sus pesados carros y fustigaron a sus bueyes para que se lanzaran en desordenada carrera, de nuevo hacia los ms seguros montes. El camino que iba hacia el sur estaba abarrotado de fugitivos, y otros huan por las praderas para esconderse en los bosques. Como la hora era temprana, y las fuerzas aquilonias estaban descansadas, la divisin de Conan corra el peligro de ser aniquilada por sus perseguidores, que cabalgaban en buenas monturas. Pero entonces tuvo lugar un incidente, no importante, pero suficiente para que los fugitivos ganaran cierta ventaja. Los aquilonios que haban
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cercado los carros de bagajes, en vez de seguir adelante, se detuvieron para saquear los vehculos, a pesar de las rdenes que les gritaban sus oficiales. Al orlos, Conan dijo entre jadeos: -Publius! Dnde est el cofre de la soldada? -No... lo... s -respondi trabajosamente el tesorero-. Se hallaba en uno de los ltimos carros, tal vez haya escapado al desastre. No... puedo... correr ms. Sigue adelante, Conan. -No seas necio! -le grit Conan-. Necesito un hombre que sepa sumar, y adems mi joven fardo est volviendo en s. Cuando Conan dej en el suelo a su carga, sta abri los ojos y gru. Conan le examin apresuradamente en busca de heridas, y no hall ninguna. Al parecer, el capitn haba sido derribado por un cuadrillo de ballesta, que tan slo haba rozado su cabeza y abollado su yelmo. Conan le puso en pie. -He cargado contigo, amigo mo -dijo el cimmerio-. Ahora, te toca ayudarme a m a cargar con nuestro corpulento amigo. En seguida, los tres se pusieron en camino hacia la seguridad de los montes, y Publius andaba tambaleante entre los otros dos con un brazo agarrado a los hombros de cada uno. Empez a llover, primero suavemente, y luego a cntaros. Los vientos del infortunio azotaron con su frialdad el rostro de Conan en aquella noche que pas sentado en una hondonada de los montes Rabinos. El da terminaba en derrota, sus hombres se haban dispersado... Los que haban sobrevivido a la batalla y a la sangrienta venganza eran acosados por el general realista y sus partidas de
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bsqueda. Pareca que, en pocas horas, su misma causa se hubiera ido a pique, se hubiera hundido en las aguas cenagosas y ensangrentadas del ro Alimane. All, en la hondonada roquea, ocultos entre robles y pinos, Conan, Publius y otros cien rebeldes aguardaron la oscura y desesperanzada noche. Los refugiados constituan un grupo variopinto: caballeros aquilonios renegados, pequeos propietarios leales, forajidos armados y soldados de fortuna. Algunos estaban heridos, pero muy pocos de muerte, y en muchos corazones resonaban los tambores de la desesperacin. Conan saba que las legiones de Amulius Procas estaban buscndoles por los montes, decididas a matar a todos los sobrevivientes. Los victoriosos aquilonios, evidentemente, queran aplastar para siempre la rebelin procurando rpida muerte a todo rebelde que capturaran. Conan, a regaadientes, tuvo que admitir los mritos del veterano comandante por su plan. Si se hubiera encontrado en el lugar de Amulius Procas, habra hecho lo mismo. Inmerso en callada melancola, Conan se pregunt por la suerte de Prspero y Trocero. Prspero tena que crear una diversin en el vado de Nogara para atraer hasta aquel lugar al grueso de las tropas de Procas, a fin de que Conan y Trocero solamente tuvieran que hacer frente a pequeos contingentes de guardias. Sin embargo, las tropas de Procas haban aparecido de repente cuando la vanguardia de Conan, metida en el Alimane hasta la cintura, se hallaba en insuperable desventaja. Conan se pregunt cmo habra podido Procas adivinar con tanta inteligencia los planes de los rebeldes.

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Congregados en torno a su fugitivo caudillo, en la solitaria penumbra, se apiaban hombres empapados de lluvia y de agua de ro. No osaban encender una hoguera, para que no guiara, a modo de faro, a las fuerzas que podan destruirlos. La tos y los estornudos de los fugitivos daban el toque de difuntos por sus esperanzas. Cuando uno maldijo el mal tiempo, Conan mascull: -Da gracias a tus dioses por la lluvia! Si hubiramos tenido un da claro, Procas nos habra asesinado a todos. Nada de hogueras! -le grit a un soldado que estaba tratando de encender una fogata con acero y pedernal-. Es que quieres atraer hasta aqu a los perros de Procas? Cuntos somos? Id diciendo dnde estis, pero en voz baja. Cuntalos, Publius. Los hombres fueron respondiendo aqu! aqu! y Publius fue contando con los dedos. Cuando se oy el ltimo aqu!, dijo: -Son ciento trece, general, sin contarnos a nosotros mismos. Conan gru. Aunque el fuego de la venganza se inflamara, refulgente, en su brbaro corazn, pareca imposible convertir a tan despreciable nmero en el ncleo de un nuevo ejrcito. Aunque se mostrara animoso ante los rebeldes sobrevivientes, el buitre del desaliento haba clavado las uas en su fatigada carne. Dispuso centinelas, y durante la noche, guiados por ellos, fueron llegando hombres exhaustos a la hondonada, solos, o en nmero de dos o de tres. Hacia la medianoche apareci Dexitheus, el sacerdote de Mitra. Lleg cojeando sobre una improvisada muleta, agarrndose con fuerza al brazo del centinela que le guiaba, y dando respingos por el dolor que senta en el torcido tobillo.
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Casi doscientos fugitivos, algunos gravemente heridos, llegaron a reunirse en la hondonada. El sacerdote mitrasta, pese a lo que le dola su propia lesin, se puso a atenderlos, extrajo flechas y vend heridas durante horas hasta que Conan le orden bruscamente que reposara. El campamento era tosco, sus comodidades primitivas; y Conan saba que los rebeldes tenan pocas esperanzas de llegar con vida al anochecer siguiente. Pero, por lo menos, estaban vivos, la mayora conservaba sus armas, y muchos pelearan salvajemente si Procas descubra su escondrijo. Y as, por fin, Conan se durmi. La aurora se asom a los cielos, donde las nubes se dispersaban y menguaban, y dejaban en el cielo una clara bveda azul. Conan despert, pues gran cantidad de hombres armados hablaban cerca de l en voz baja. Los recin llegados eran Prspero y el destacamento con el que haba de llevar a cabo una maniobra de diversin: quinientos hombres. -Prspero! -grit Conan, al tiempo que se pona en pie para abrazar con fuerza a su amigo. Entonces, se apart de su oficial, y habl en voz baja para que las posibles malas noticias no quebrantaran todava ms el espritu de sus hombres-. Gracias a Mitra! Cmo te ha ido el da? Cmo nos has encontrado? Qu hay de Trocero? -Vayamos por partes, general -dijo Prspero, conteniendo el aliento-. No hallamos a nadie en el Nogara salvo unos pocos guardias, y tocamos trompetas y tambores, pero no logramos atraer a los realistas hasta el vado. Como aquello me extra, envi a un hombre, al galope, hacia Tunis. Me inform de un duro enfrentamiento, y de que la divisin de Trocero se haba retirado.
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Entonces, se present un fugitivo que se haba hallado entre los que te seguan, y nos cont el desastre que habais sufrido. Como no quise verme cogido en la tenaza de dos divisiones enemigas, retroced hasta las tierras altas. All, otros fugitivos nos contaron por dnde os haban visto huir. Dime, cul es vuestra situacin? Conan apret las mandbulas para contener el reproche que se deba a s mismo. -Esta vez he actuado como un necio, Prspero, y he metido a la tropa en las fauces de Procas. Tendra que haber esperado a que Dio explorara el bosque antes de ordenar que mis muchachos atravesaran el ro. Bien est que Dio cayera ante el primer ataque, porque, si no, yo le habra hecho arrepentirse de seguir con vida. El y sus hombres dieron vueltas como corderos, a paso de caracol, antes de inspeccionar la maleza. Pero tambin tuve yo la culpa, pues me dej dominar por la impaciencia. Procas tena centinelas en los rboles que dieron la seal para atacar. Ahora, todo est perdido. -No, Conan -le dijo Prspero-. Como t mismo dices, siempre queda esperanza, hasta que el ltimo de los hombres muerda el polvo o se someta; y, en todas las guerras, los dioses van repartiendo dones y amarguras a ambos bandos. Retrocedamos hasta la planicie de Palios, hasta nuestro campamento. Tal vez demos alcance a Trocero en el camino. Ahora somos varios centenares, y seremos millares cuando nos encontremos con los otros rezagados. En estos montes, un centenar de barrancos ocultar a grupos como el nuestro. -Procas tiene muchos ms hombres que nosotros dijo Conan sombramente-, y sus fuerzas, bien equipadas, tendrn el nimo muy alto despus de sus victorias. Cmo quieres que unos pocos
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millares, abatidos despus de sus derrotas, logren vencerlos? Adems, ya debe de haber ocupado los pasos de montaa de los Rabirios, o por lo menos el paso principal de Saxula. -Sin duda -dijo Prspero-, pero las tropas de Procas estn dispersas buscando fugitivos. Nuestro hambriento orgullo de leones podra ir devorando una a una sus jauras de sabuesos. De hecho, nos hemos encontrado al venir con una de esas jauras, un escuadrn de caballera ligera, y los hemos matado a todos. nimo, general! T, ms que nadie, eres indomable, eres el hombre que jams se resigna. T has logrado transformar una panda de bribones en un ejrcito, y has hecho que un trono se tambaleara; puedes hacerlo de nuevo. As pues, no pierdas el coraje! Conan tom aliento, e irgui sus hombros descomunales. -Tienes razn, por Crom! No pienso seguir lloriqueando como una anciana hambrienta. Hemos perdido una escaramuza, pero nuestra causa aguantar mientras dos de nosotros puedan seguir defendindola codo con codo. Por lo menos, nos queda esto. Tendi el brazo hacia un lugar que ocultaban las sombras, y sac, de una grieta que haba entre las rocas, la bandera del Len, el smbolo de la revuelta. El portaestandarte, aunque herido de muerte, la haba llevado hasta la hondonada, entre los cerros. Despus de que sucumbiera, Conan haba enrollado la bandera y la haba escondido. En aquel momento, volva a desplegarla a la plida luz del alba. -Poco es lo que hemos salvado de la derrota de un ejrcito -bram-, pero han cado tronos por menos. Y Conan sonri con sonrisa torva y resuelta.
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CAPITULO 5 El loto prpura

El risueo da revel que el Destino no haba abandonado por completo al ejrcito insurrecto. Pues aqulla haba sido una noche muy nublada y, en la oscuridad, los fatigados guerreros de Amulius Procas no lograron encontrar a muchos de los dispersos grupos de sobrevivientes, como el que Conan haba logrado reunir a su alrededor. Por ello, cuando el sol de la maana apart de s su sbana nubosa, bandas de rebeldes con el corazn amargo, que haban logrado eludir las partidas de bsqueda o rechazar a las que haban tropezado con ellos, empezaron a meterse de nuevo por la sierra Rabiria. Poco faltaba para la noche cuando Conan y sus sobrevivientes se acercaron al paso de Saxula. El cimmerio orden que algunos hombres se adelantaran para explorarlo, pues estaba convencido de que tendra que abrirse camino luchando. Buf sorprendido al decirle los exploradores que no haba trazas de la Legin Fronteriza en las inmediaciones del paso. Haba rastros -cenizas de hogueras de acampada, y otros desechos- que indicaban que una partida de hombres de Procas haba acampado dentro del paso, pero ya no estaban all.
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-Crom! Qu significa esto? -murmur Conan, al tiempo que observaba la gran hendedura que parta la sierra por la mitad-. A menos que Procas haya ordenado a sus hombres adentrarse todava ms en Argos... -No lo creo -dijo Publius-. Sera como declararle la guerra

abiertamente a Milo. Es ms probable que haya ordenado a sus hombres cruzar de nuevo el Alimane antes de que la corte de Messantia tuviera noticia de su incursin. As, en caso de que el rey Milo proteste, Procas puede aducir que no queda ningn soldado aquilonio en suelo argoseo. -Esperemos que tengas razn -dijo Conan-. Vosotros, adelante! Antes de que llegara el siguiente medioda, varias compaas, que haban escapado de la emboscada del Mevano sin sufrir dao alguno, se unieron a la cuadrilla de Conan. Pero los rebeldes no agradecieron ninguna presencia como la del mismo conde Trocero, al que hallaron acampado en lo alto de un collado con doscientos hombres entre jinetes e infantes. Tras erigir una tosca empalizada, el conde de Poitain se haba aprestado a defender su pequeo fuerte contra Procas y sus legiones de hierro. Emocionado, Trocero abraz a Conan y a Prspero. -Gracias a Mitra que estis vivos! -grit-. O que habas cado ante una flecha, y que tu divisin haba huido hacia el sur como aves silvestres que emigran en invierno. -Siempre se cuentan muchas cosas de las batallas, y quizs una de cada diez sean ciertas -dijo Conan. Le cont lo ocurrido en la

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emboscada del Mevano, y pregunt-: Con qu os encontrasteis en el Tunis? -Nuestra derrota a manos de Procas fue tan grande como la que pudieras sufrir t. Nos embosc en la orilla meridional del ro, y nos atac por ambos lados cuando nos disponamos a atravesarlo. Yo no crea que se atreviera a hollar tan descaradamente el territorio argoseo. -Amuius Procas no es necio -dijo Conan-, ni tiene escrpulo alguno en correr riesgos cuando hace falta. Pero cmo has venido hasta aqu? Por el paso de Saxula? -No. Cuando nos acercbamos al paso, encontramos un fuerte destacamento de hombres de Procas acampado all. Por suerte, uno de mis jinetes, contrabandista de profesin, conoca un paso muy angosto y poco transitado por el que nos gui. Tuvimos que sufrir mucho vrtigo, pero logramos pasar al otro lado sin ms prdida que dos bestias. Dices que ahora no hay nadie en el paso de Saxula? -Por lo menos, no haba nadie la noche pasada -dijo Conan. Mir en derredor-. Volvamos a toda prisa a nuestro campamento de la planicie de Palios. Con tus hombres y los mos, tendremos ms de mil luchadores. -Mil hombres apenas si llegan a ejrcito -gru Publius-. Meros restos de los diez mil que marcharon al norte con nosotros. -Por algo se empieza -dijo Conan, cuya melancola de la noche se haba desvanecido a la luz del da-. Yo recuerdo que al principio slo tomaban parte en nuestra empresa cinco corazones fuertes.

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Cuando los rebeldes sobrevivientes se pusieron en marcha, otras partidas que haban escapado a la matanza se les unieron, y fugitivos solitarios y pequeos grupos rezagados les dieron alcance. Conan no dejaba de mirar hacia atrs con aprensin, esperando que en cualquier momento la Legin Fronteriza de Procas bajara en pleno de los montes Rabinos para darles caza. Pero Publius pensaba de otra manera. -Mira, general -dijo-. El rey Milo an no nos ha traicionado, ni se ha vuelto contra nosotros, porque, en tal caso, nos habra asaltado por la espalda mientras Procas haca frente a nuestra vanguardia. Yo creo que ni siquiera el rey loco de Aquilonia se atrever a emprender una guerra abierta y declarada contra el estado soberano de Argos; los argoseos seran un bocado duro de roer. Amulius Procas conoce la poltica; si se hubiese dedicado a provocar imprudentemente a los reinos vecinos, no habra durado tanto en el servicio de Numedides. En cuanto volvamos a establecernos en nuestro campamento y levantemos barricadas estaremos a salvo, al menos de momento. Las provisiones de reserva y los civiles del campamento nos aguardan. Conan frunci el ceo. -Hasta que Numedides soborne a Milo, o le obligue a volverse contra nosotros. En cierto sentido, Conan tena razn. En aquel mismo momento, los emisarios de Aquilonia estaban reunidos con el rey Milo y sus consejeros. El jefe de estos agentes era Quesado el Zingario, que haba llegado a Messantia con sus hombres tras una larga y dura

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cabalgata desde Tarantia, en la que haba dado un amplio rodeo para no tropezar con los ejrcitos enzarzados en batalla. Quesado, que estaba deslumbrante en sus ropajes de terciopelo negro y sus botas de excelente cuero rojo kordavano, haba cambiado; y dicho cambio no beneficiaba a su patrn. Al or las hazaas realizadas por el espa al servicio de Vibius Latro, un encantado rey Numedides haba insistido en promover a Quesado al cuerpo diplomtico. Haba cometido un error. El zingario haba sido excelente como espa, se haba entrenado durante largo tiempo para afectar modestia y discrecin. Pero de pronto, al ascender en sueldo y prestigio, dej que se agrietara su fachada de humildad, y el pomposo orgullo y la arrogancia del zingario aspirante a gentilhombre empezaban a asomar por los resquicios. Irguiendo su nariz picuda, trataba de persuadir al rey Milo y a sus consejeros, con amenazas apenas si disimuladas, de que les convena ms ganarse el favor del rey de Aquilonia que el apoyo de sus harapientos enemigos. -Mi seor rey, caballeros -deca Quesado con voz chillona y pedantesca-, sabis sin duda que, si decids no manteneros en buena relacin con mi seor, tendris que contaros entre sus adversarios. Y, cuanto ms tiempo permitis que vuestro reino cobije a nuestros rebeldes enemigos, tanto ms quedaris inficionados con el veneno de la traicin contra mi seor soberano, el poderoso rey de Aquilonia. Con el ancho rostro rojo de clera, el rey Milo se incorpor bruscamente. Milo, que era un hombre fornido de mediana edad, cuya frondosa barba le cubra el pecho, tena un aire de flema taciturna, y ms pareca un honesto campesino que el gobernante de
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un reino rico y sofisticado. Como siempre tardaba en decidirse por algo, poda mostrarse exageradamente testarudo cuando por fin haba tomado una resolucin. Mirando furiosamente a Quesado, exclam: -Argos es un estado libre y soberano, seor! Nunca hemos estado ni, si Mitra quiere, jams estaremos sujetos al reino de Aquilonia. Se entiende por traicin un acto de felona de un subdito contra su seor. Acaso insinuis que el gordo Numedides reina en Argos? Quesado comenz a sudar; su huesuda frente reluci, hmeda, a la suave luz que entraba en franjas azules, verdes y carmeses por las vidrieras de colores de la cmara del consejo. -No era sa mi intencin, Majestad -dijo, apresurndose a

disculparse. Con ms humildad, rog-: Pero, con todo mi respeto, seor, debo sealar que mi seor no puede pasar por alto la asistencia dada por un hermano monarca de un reino vecino a unos rebeldes opuestos a su Trono de Rub establecido por los dioses. -No les hemos prestado ayuda -dijo Milo, mirndole con ceo-. Vuestros espas os deben de haber comunicado ya que los rebeldes sobrevivientes estn acampados en la planicie de Palios y que, carentes de suministros alimento de por Messantia, la campia. estan Sus buscando celebrados desesperadamente

arqueros bosonios estn empleando sus habilidades en la caza de patos y ciervos. Decs que la victoria de vuestro general Procas fue decisiva? Qu, entonces, puede temer Aquilonia de una cuadrilla de fugitivos, reducidos por el hambre al mero bandidaje? Nos han dicho que apenas si les queda la dcima parte de su fuerza original y que las deserciones reducen da a da su nmero.
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-Cierto, mi seor rey -dijo Quesado, que haba recobrado la compostura-. Pero, por el mismo motivo, qu puede ganar la cultivada Argos cobijando a tal banda? Incapaces de asaltar a su legtimo soberano, por necesidad tendrn que obtener su sustento mediante depredaciones contra vuestros leales subditos. Ceudo, Milo cay en el silencio, pues no tena una respuesta convincente para el argumento de Quesado. Mal poda decirle que haba dado su palabra a un viejo amigo, el conde Trocero, de que permitira que los rebeldes emplearan sus tierras como base de operaciones contra un rey vecino. Adems, estaba enfadado por los intentos del emisario de forzarle a tomar una decisin. Le gustaba tomarse su tiempo para resolver sus asuntos, sin tener que aguantar bravatas. Ponindose en pie con torpeza, el rey aplaz bruscamente la sesin. -Meditaremos las peticiones de nuestro hermano el monarca, embajador Quesado. Nuestros gentileshombres os informaran de nuestra decisin cuando nos parezca indicado. Os damos permiso para retiraros. Con los labios fruncidos en falsa sonrisa, Quesado se march haciendo reverencias; pero el veneno le devoraba el corazn. La fortuna haba favorecido en aquella ocasin al rebelde cimmerio -pens-, pero, cuando volviera a arrojar los dados, el resultado sera distinto. Porque, aunque l no lo supiera, Conan abrigaba una vbora en su regazo. El Ejrcito del Len no estaba tan debilitado ni reducido al hambre como crean Milo y Quesado. Ya contaba con ms de quince centenares de hombres, y diariamente reconstitua sus fuerzas y
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reuna suministros. Los esbeltos caballos pacan en los anchos pastos de la planicie; las mujeres del campamento, que se haban quedado all mientras el ejrcito marchaba hacia el norte, atendan a los heridos. Buena parte de los carros de bagajes se haban salvado, y andrajosos sobrevivientes seguan llegando, cojeantes, en desorden, para unirse de nuevo a las menguadas pero resueltas filas de la rebelin. En los bosques se oa el murmullo de las pisadas de cazadores, y el eco de los hachazos de los leadores, mientras que, en el campamento, los flecheros cortaban astiles para lanzas y saetas, y los yunques de los herreros resonaban con el golpe de la maza sobre puntas y hojas de acero. Creci su coraje al saber que la retaguardia, unos mil hombres que diriga el barn aquilonio Groder, haba escapado al desastre de Tunis y estaba deambulando hacia el este por las montaas. Para investigarlo, Conan envi a Prspero con un destacamento de caballera ligera a buscar a sus camaradas perdidos y guiarlos hasta el campamento. Dexitheus rog a Mitra que el rumor fuera cierto, pues la adicin de los hombres de Groder habra casi doblado sus fuerzas. Los reinos haban cado ya en otras ocasiones ante menos de tres mil decididos guerreros. La luna llena contemplaba, hostil, la planicie de Palios, como el amarillo ojo de un dios colrico. Un viento glido, molesto, susurraba entre las hierbas altas del prado y tiraba con fantasmales dedos de las capas de los centinelas, que montaban guardia en torno al campo rebelde. En su tienda iluminada por velas, Conan estaba sentado delante de una jarra de cerveza, escuchando a sus oficiales. Algunos, abatidos todava por la reciente derrota,
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se resistan

tomar

parte

inmediatamente en nuevos conflictos. Otros, vidos de venganza, exigan un pronto ataque, aun con sus disminuidas fuerzas. -Escchame, general -deca el conde Trocero-, Amulius Procas no esperara un asalto tan inmediato despus del anterior desastre, y le tomaremos por sorpresa. Tan pronto como atravesemos el Alimane, nos uniremos a nuestros amigos poitanios, que estn aguardando nuestra llegada para amotinar a la provincia. El alma salvaje de Conan le impulsaba a seguir el consejo de su amigo. Si cruzaban la frontera en aquel momento, cuando su fortuna haba cado hasta lo ms bajo, convertiran la derrota en victoria y le aadiran la venganza. Necesitaba con urgencia hacer una enrgica salida para elevar los nimos de sus hombres. Algunos ya se marchaban, desertaban de una causa que les pareca desesperada. Si no poda apuntalar los diques de la lealtad con esperanzas de triunfo, el goteo de desafectos acabara por convertirse en torrente, y no quedara nada de su ejrcito. Pero, en sus aos de campaas, el poderoso cimmerio haba ganado experiencia en los usos de la guerra. Esa experiencia le impela a refrenar sus ansias, a no comprometer las fuerzas que le quedaban, por lo menos hasta que Prspero regresara con noticias del barn Groder y su contingente. En cuanto supiera que poda contar con aquellos poderosos refuerzos, decidira si haba llegado el momento del asalto. Tras hacer marchar a sus comandantes, Conan busc los clidos brazos y los suaves pechos de Alcina. La morena bailarina le haba embrujado con sus astutas maneras de mitigar sus pasiones; pero

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aquella noche, entre risas, eludi su abrazo, y le ofreci una copa de vino. -Es el momento, mi seor, de que disfrutes de una bebida de gentilhombre, y no de repugnante cerveza amarga como un campesino cualquiera -le dijo-. He trado una jarra de excelente vino de Messantia, slo para tu placer. -Por Crom y Mitra, esta noche ya he bebido bastante, muchacha! Ahora estoy sediento del vino de tus labios, no del que mana de la uva. -Slo es un suave estimulante, seor, para acrecentar tus deseos y tambin mi goce -dijo ella, engatusndole. De pie a la luz de las velas, envuelta solamente en azafranada seda que apenas si esconda los exuberantes contornos de su cuerpo, sonri seductoramente y le acerc la copa, dicindole-: Contiene especias de mi patria que te aguzarn los sentidos. No me complacers bebindotelo, mi seor? Mirando con deseo el valo plido como la Luna que era el rostro de la muchacha, Conan dijo: -Cuando aspiro el perfume de tus cabellos, no necesito ms estmulo. Pero dmela; beber por los placeres de esta noche. Se bebi el vino con tres largos tragos, ignorando el sabor levemente acre de las especias, y arroj la copa al suelo. Luego, trat de abrazar a la apetitosa muchacha, cuyos ojos rasgados estaban clavados en l.

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Pero, al intentar cogerla en sus brazos, la tienda dio vueltas absurdamente a su alrededor, y un dolor lacerante le estall en las entraas. Trat de agarrarse al palo de la tienda, pero no pudo, y cay pesadamente. Alcina se inclin sobre su cado cuerpo. Conan vio, con la vista enturbiada, que sus rasgos se disolvan en niebla, aunque sus ojos verdes siguieran reluciendo como esmeraldas incandescentes. -Muchacha, por la sangre de Crom! -dijo Conan entre jadeos-. Me has envenenado! Se esforz por ponerse en pie, pero le pareci al cimmerio que su cuerpo se haba vuelto de plomo. Aunque le palpitaran las sienes, su rostro se pusiera prpura a causa del esfuerzo y los msculos se tensaran en sus miembros como amarras de barco, no pudo ponerse en pie. Cay, con la respiracin entrecortada. Entonces, su visin se oscureci, hasta que le pareci que se alejaba flotando del iluminado interior de la tienda, como si anduviera dormido en trance. No poda hablar ni moverse. -Conan! -murmur la muchacha inclinndose sobre l, pero no obtuvo respuesta. Con un sedoso susurro, le dijo-: Vas a morir, cerdo brbaro! Y, muy pronto, los deshechos restos de tu ejrcito te seguirn de nuevo a los infiernos de los que salisteis arrastrndoos! Sentndose calmosamente, se quit el amuleto que le colgaba entre los pechos. Con una mirada a la vela marcada que, puesta sobre un taburete, indicaba el paso del tiempo, supo que an faltaba media hora para que pudiera comunicarse con su seor. Call como una esfinge, inmvil, hasta que lleg el momento. Entonces, se concentr en el fragmento de obsidiana.
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En la lejana Tarantia, Thulandra Thuu, que estaba observando su espejo mgico, solt una risilla seca al ver la inerte figura del gigantesco cimmerio. Alzndose, volvi a meter el espejo en el armario, despert a su sirviente y lo envi con un mensaje para el rey. Hsiao encontr a Numedides desvestido, recibiendo un masaje de manos de cuatro hermosas muchachas desnudas. Sin levantar del suelo sus recatados ojos, Hsiao hizo una profunda reverencia y dijo: -Mi seor informa respetuosamente a Vuestra Majestad de que el bandido rebelde Conan ha muerto en Argos, vctima de los poderes ultraterrenos de mi seor. Gruendo, Numedides se incorpor, y alej de s a las muchachas con un empujn. -Eh? Dices que ha muerto? -S, mi seor rey. -Excelentes noticias, excelentes noticias. -Con una sonora carcajada, Numedides se golpe la desnuda cadera-. Cuando yo sea... pero, dejmoslo. Qu ms tienes por decirme? -Mi seor os pide permiso para enviar un mensaje al general Amulius Procas, que le informe de este hecho y le autorice a entrar en Argos para dispersar a los rebeldes sobrevivientes antes de que puedan elegir otro caudillo. Numedides le orden con un gesto al khitanio que se marchara.
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-Vete, perro amarillo, y dile a tu seor que haga lo que le parezca bien. Ahora, continuemos, muchachas. As, aquella misma noche, un correo viaj por el largo camino hasta las casernas del general Procas, en la frontera argosea. El mensaje, que llevaba el sello del rey Numedides, haba de arrojar, en menos de una quincena, toda la furia de la Legin Fronteriza contra los hombres que seguan la bandera del Len. En la tienda de Conan, Alcina abri su bal y busc un disfraz de paje, que se puso. Debajo de aquel atuendo, dentro del bal, haba una cajita de cobre, que se abra al darle la vuelta al dragn de plata que adornaba la tapa. La cajita contena una seleccin de anillos, brazaletes, collares, pendientes y otros adornos incrustados en joyas. Alcina busc entre las joyas hasta encontrar una pequea pieza oblonga de cobre con inscripciones en argoseo. Aquel objeto -una falsificacin que le dio Quesado- autorizaba a su portador a cambiar de caballo en las postas reales. Hizo una rpida seleccin de joyas, se escondi las mejores en la faja y llen la pequea bolsa que colgaba de su cinturn con monedas de oro y plata. Entonces, apag la vela y sali atrevidamente de la tienda. Se dirigi recatadamente al centinela: -El general duerme; pero me ha ordenado que lleve un mensaje urgente a la corte de Argos. Ordenars a los mozos que ensillen acto seguido un caballo y que lo traigan aqu? El centinela llam al cabo de la guardia, quien envi a un hombre a que satisficiera la peticin de Alcina; mientras, la muchacha aguardaba en silencio a la entrada de la tienda. Los soldados, que se haban acostumbrado a las idas y venidas de la amante del general,
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y admiraban su esplndida figura y su carcter desenvuelto, se apresuraron a cumplir sus rdenes. Cuando hubieron trado el caballo, mont gilmente y sigui al centinela que le haban asignado hasta los lmites del campamento. Luego, con ligero trote, desapareci en la lejana bajo la luz de la Luna. Cuatro das ms tarde, Alcina lleg a Messantia. Fue a toda prisa hacia el escondrijo de Quesado, donde encontr al sustituto del espa, Fadius el Kothio, dando de comer a las palomas mensajeras. Le pregunt: -Dime, dnde est Quesado? -No te has enterado? -le respondi Fadius-. Ahora es embajador, y su orgullo no le permite perder el tiempo con gentes de nuestra jaez. Ha venido aqu en una sola ocasin desde que lleg con su embajada. -Bueno, tengo que verle ahora mismo a pesar de su grandeza. Traigo noticias de mxima importancia. Gruendo, Fadius gui a Alcina hasta la fonda de Messantia donde se alojaban los aquilonios. Alcina y Fadius irrumpieron, sin anunciarse, en el mismo momento en que el siervo de Quesado le descalzaba las botas a su amo y le preparaba para la cama. -Maldicin! -grit Quesado-. Qu suerte de chusma de baja ralea sois vosotros, que perturbis el retiro nocturno de un gentilhombre? -Sabes perfectamente quines somos -dijo Alcina-. Vengo a decirte que Conan ha muerto.
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Quesado se qued boquiabierto, y luego fue cerrando la boca lentamente. -Bien! -dijo por fin-. Desde ahora, tendremos que contemplar muchos problemas bajo una nueva luz. Vuelve a calzarme las botas, Narss. He de ir a palacio inmediatamente. Qu ha sucedido, mi seora Alcina? Poco ms tarde, Quesado se present en palacio exigiendo

perentoriamente ver al rey. El zingario quera recomendar un ataque inmediato de las fuerzas de Argos contra el ejrcito de Conan. Estaba seguro de que los rebeldes, desmoralizados por la prdida de su caudillo, se derrumbaran ante un ataque vigoroso. El destino, sin embargo, quiso que los acontecimientos siguieran otro curso. Arrancado a su sueo, el rey Milo se encoleriz ante la insolencia de Quesado, que le exiga una audiencia a medianoche. -Su Majestad -le dijo el jefe de los pajes a Quesado- ordena que os vayis al instante, y volvis a una hora ms apropiada. Os sugiere que vengis maana, una hora antes del medioda. Quesado enrojeci de la rabia que le produjo la frustracin. Mirndole con menosprecio, dijo: -Amigo, creo que no sabes quin soy, ni lo que soy. El paje ri, y su propia imprudencia igual a la de Quesado. -S, seor, todos sabemos quin sois, y lo que erais. -Aparecieron sonrisas burlonas en los rostros de los guardias que escoltaban al paje, quien continu hablando-: Y ahora, os ruego que os marchis,
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y a toda prisa, so pena de incurrir en el desagrado de mi soberano seor! -Te arrepentirs de estas palabras, siervo! -gru Quesado, dndole la espalda. Anduvo por las calles empedradas hacia su antiguo cuartel general del puerto, donde hall a Fadius y Alcina aguardndole. Entonces, escribi una furiosa misiva al rey de Aquilonia donde le contaba el desaire de Milo, y la mand, atada a la pata de una paloma. Al cabo de pocos das, el informe del antiguo espa lleg a manos de Vibius Latro, que lo entreg al rey. Numedides, que apenas si poda refrenar sus pasiones en la ms relajada de las circunstancias, supo de la terquedad del rey de Argos para con su poderoso vecino, y mand otro correo de urgencia al general Amulius Procas. Este despacho no se conformaba, como el anterior, con autorizar al general a atacar dentro de las fronteras de Argos con las fuerzas que necesitara. En trminos de exigencia, le ordenaba que atravesara las fronteras de Argos, con todas las fuerzas que necesitara, para pisotear las ltimas ascuas de la rebelin. Procas, un veterano curtido y astuto, se espant ante la orden real. En la noche que haba seguido a sus victoriosas batallas en el Alimane, se haba apresurado a retirar del territorio argoseo los destacamentos a los que haba ordenado cruzar el ro para que hostigaran a los fugitivos rebeldes. Aquellas incursiones podan ser perdonadas, porque se haban producido en plena persecucin. Pero, si comenzaba un nuevo ataque, la declarada violacin de la frontera tendra como resultado casi seguro que el rey Milo abandonara la

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prudente neutralidad por la abierta hostilidad contra la causa del rey aquilonio. Pero la orden regia no admita discusin ni negativa. Si quera seguir con la cabeza sobre los hombros, Procas tendra que atacar, aunque todos los instintos que anidaban en su pecho de militar clamaran en contra de aquella apresurada e inoportuna instruccin. Procas retras su avance durante varios das, con la esperanza de que el rey, al serenarse, anulara su orden. Pero no le lleg ningn comunicado, y no os demorarse ms. Y as, en una radiante maana primaveral, Amulius Procas cruz el Alimane con todas sus fuerzas. El ro, que hasta cierto punto haba vuelto a su cauce, no ofreci obstculo alguno a sus escuadrones de caballeros de armadura reluciente, ni a sus imperturbables lanceros, que vestan cota de malla, ni a sus arqueros ataviados con chaquetas de cuero. Chapotearon por el ro y marcharon, implacables, por el tortuoso camino que llevaba al paso de Saxula por la sierra Rabiria, y desde all al campamento rebelde de la planicie de Palios. Los oficiales de Conan no se dieron cuenta de la dolencia de su caudillo hasta la maana que sigui a la partida de Alcina. Se congregaron en torno al cimmerio, lo pusieron sobre la cama y buscaron las heridas que pudiera tener. Dexitheus, que todava cojeaba con su bastn, husme las heces de la copa de donde Conan haba bebido la pocin de Alcina. -La bebida -dijo- estaba envenenada con el jugo del loto prpura de Estigia. En principio, nuestro general tendra que estar tan muerto como el rey Tuthamon; pero todava vive, aunque slo quede de l un cadver viviente con los ojos abiertos.
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Publius chasc los dedos al tiempo que haca clculos para s, y dijo: -Tal vez el envenenador emple una cantidad de droga suficiente para matar a un hombre ordinario, sin contar con la gran corpulencia y la fuerza de Conan. -Ha sido esa bruja de ojos verdes! -grit Trocero-. Nunca he confiado en ella, y su desaparicin, esta pasada noche, confirma su culpabilidad. Si la tuviera en mi poder, la hara quemar atada a una estaca! Dexitheus se volvi hacia el conde. -De ojos verdes, dijiste? Una mujer con los ojos verdes? -S, verdes como esmeraldas. Pero qu ms da? Ya debas de conocer a la concubina de Conan, la bella Alcina. Dexitheus neg con la cabeza; su ceo daba a entender sus malos presentimientos. -Haba odo decir que el general haba trado a una bailarina de las tabernas de Argos -murmur-, pero siempre trato de ignorar esas fornicaciones que practican mis hijos, y Conan tuvo el tacto de ocultarla a mis ojos. Infortunio para nuestra causa! Pues nuestro seor Mitra me advirti, en un sueo, que tuviera cautela con una sombra de ojos verdes que se cerniera sobre nuestro caudillo, aunque no saba yo que la maldad ya se hallaba entre nosotros. Infortunio para m, que no confi aquel augurio a mis camaradas! -Basta ya -dijo Publius-. Conan vive, y podemos dar las gracias a nuestros dioses de que la bella envenenadora supiera poco de aritmtica. Que nadie le atienda salvo sus escuderos, ni entre en la
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tienda. Diremos a los hombres que est enfermo de una tisis menor, y seguiremos reconstituyendo nuestras fuerzas. Si puede, ya se recuperar; pero, entretanto, tendrs que ponerte t al mando, Trocero. El conde poitanio asinti sombramente. -Har lo que pueda, puesto que soy el segundo al mando. T, Publius, tendrs que zurcir las redes de tu sistema de espionaje para que podamos estar al tanto de los movimientos de Procas. Es hora de pasar revista a las tropas, y tengo que salir. Entrenar a los muchachos con la misma dureza con que Conan los entren, s, y todava ms! Cuando Procas inici su invasin, los Leones ya haban desplegado de nuevo a sus espas. Los caudillos del ejrcito rebelde, que se hallaban reunidos en la tienda de Conan, tuvieron noticia de la gran fuerza de los invasores. Trocero, que portaba la plateada condecoracin de la edad y los surcos del cansancio, pero, con todo, conservaba la confianza en s mismo, pregunt a Publius: -Qu sabemos del nmero del enemigo? Publius se inclin sobre sus tabletas de cera para hacer sumas. Levant los ojos con expresin alarmada. -Tres veces ms que nosotros, y an ms -dijo apesadumbrado-. ste es un da funesto, amigos mos. Poco podemos hacer, salvo librar la ltima batalla. -No pierdas el nimo! -dijo el conde, dndole una palmada en la espalda al corpulento tesorero-. No serviras como general, Publius; iras a decir a los soldados, antes de empezar la batalla, que la
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derrota es segura. -Se volvi hacia Dexitheus-. Cmo se encuentra nuestro paciente? -Est recobrando en parte el conocimiento, pero todava no puede moverse. Creo que vivir, gracias a Mitra. -Bien, si l no puede montar a caballo cuando la trompeta llame a la batalla, tendr que hacerlo yo. Sabemos algo de Prspero? Publius y Dexitheus negaron con la cabeza. Trocero se encogi de hombros, y dijo: -Entonces, habremos de pasar con lo que ya tenemos. Por la maana, el enemigo llegar aqu, y hemos de decidir si luchamos o huimos. La caballera en armadura y la infantera de la Legin Fronteriza bajaban de las montaas como un torrente. Un torbellino de exploradores montados les preceda al galope, y en el centro de stos iba el general Amulius Procas en su carro. Saliendo para hacerles frente, los rebeldes formaron sus lneas de batalla en el centro de la llanura. El callado aire no ofreci consuelo alguno a la mirada de miedos y silenciosas plegarias de aquellos hombres expectantes. El frente amplio de las superiores fuerzas aquilonias no dejaba al conde Trocero ocasin alguna de realizar una astuta maniobra envolvente. Pero, si se retiraba, la fuerza rebelde se habra disuelto al instante. El conde saba que no poda emprender una retirada preparada con astucia en la que grupos de retaguardia retrasaran la persecucin. Slo con unas tropas bien entrenadas y seguras de s mismas habra podido recurrir a una retirada estratgica. Aquellos hombres, desmoralizados por la suerte corrida en el Alimane, habran huido sin
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ms cada uno por su lado, y la caballera ligera aquilonia habra ido derribando a los fugitivos, habra matado y matado hasta que el ocaso cobijara a los sobrevivientes bajo sus alas de dragn. Trocero, que estudiaba la hueste enemiga desde su puesto de mando, en lo alto de un collado, orden con un gesto a su escudero que le trajera el caballo de batalla. Se ajust una correa sobre la armadura y se encaram a la silla. A los pocos cientos de jinetes que tena en derredor, les dijo: -Ya sabis nuestro plan, amigos mos. Las posibilidades son escasas, pero no tenemos otras. Porque Trocero haba llegado a la conclusin de que no les quedaba otra esperanza que un ataque suicida contra la formacin aquilonia, en un loco intento de capturar al propio Amulius Procas. Saba que el comandante enemigo, un hombre corpulento de mediana edad, frenado por heridas antiguas, no cabalgaba fcilmente a causa de sus envejecidos tendones, y prefera ir en su carro. Trocero tambin saba que el cochero del general lo tendra difcil para maniobrar con su pesado vehculo en la agitacin de la batalla. As, en caso de que la caballera rebelde, por algn milagro, lograse dar alcance y matar al general aquilonio, sus tropas vacilaran y perderan el aliento. Los pronsticos, tal y como haba dicho Trocero, aparecan sombros, pero aquel plan era el mejor que haba podido concebir. Entretanto, se esforzaba por no dar a sus subordinados ningn signo de su desnimo. Se rea y bromeaba como si hubieran ido hacia la victoria, y no hacia un desesperado intento de derrotar a otro ejrcito que les triplicaba en nmero y contaba con los mejores soldados del mundo.

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Una vez ms, el Destino intervino en favor de los rebeldes, en la regia persona de Milo, rey de Argos. Aun antes de que comenzara la invasin aquilonia, un espa argoseo, matando a tres caballos en su prisa por llegar a Messantia, haba hecho saber a la corte que Numedides ordenaba violar el territorio de Argos. As, el rey Milo tuvo noticia del planeado ataque al mismo tiempo que los comandantes rebeldes. Insultado ya por la arrogancia del embajador Quesado, Milo, aun cuando soliera tener el nimo templado, sufri un acceso de rabia. Orden al instante que la divisin de su ejrcito mejor situada para ello marchara hacia el norte, a marchas forzadas, para interceptar la invasin. Tal vez, en un momento de mayor tranquilidad, Milo habra contemporizado. Como no crea que Numedides quisiera arrebatarle alguna porcin de tierra de la manera en que lo haba hecho el difunto rey Vilerus, tena buenas razones para demorar cualquier accin irrevocable. Pero, en el momento en que se hubo enfriado su temple, sus tropas marchaban ya hacia el norte, y con su habitual testarudez el rey se neg a modificar su decisin. Amulius Procas haba ordenado al ejrcito que se detuviera, y estaba ordenando meticulosamente a sus tropas para el asalto, cuando un explorador, sin aliento, lleg galopando hasta donde estaba su carro. -General! -grit, respirando con dificultad-. Hay una gran nube de polvo en el camino que viene del sur; parece que se acerca otro ejrcito! Procas le hizo repetir el mensaje. Entonces, avergonzando al mismo aire con sus maldiciones, se sac el yelmo y lo arroj, produciendo metlicos ecos, al fondo de su carro. Ocurra lo que haba temido; el
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rey Milo se haba enterado de la invasin y estaba mandando tropas para detenerla. Grit a sus asistentes: -Decid a los hombres que descansen, y aseguraos de que tengan agua. Ordenad a los exploradores que eviten al ejrcito rebelde y vayan al sur a averiguar el nmero y composicin de la fuerza que se acerca. Plantad una tienda, y llamad a mis oficiales de alto rango para una reunin. Cuando, una hora ms tarde, los exploradores informaron de que un millar de caballeros se aproximaba, Amulius Procas se vio atrapado entre la espada y la pared. Sin rdenes explcitas de su rey, no osaba provocar a Argos a una guerra declarada. Y tampoco se atreva a desobedecer una orden directa de Numedides sin contar con una razn imperiosa. Ciertamente, el ejrcito de Procas habra aplastado a los rebeldes y obligado a la caballera de Milo a retroceder hasta Messantia. Pero tal accin habra sido el principio de una gran guerra para la que Aquilonia no estaba bien preparada. Aunque este reino fuera el mayor y ms poblado, su rey, para empezar, era un excntrico; y su reinado haba debilitado gravemente a la poderosa Aquilonia. Los argoseos, adems, lucharan con justa indignacin contra un invasor de su tierra nativa, y tal vez pudieran, con la ayuda de una pequea fuerza rebelde como la que se haba reunido bajo el estandarte del len, volver las tornas contra la patria de Procas. Adems, Procas no poda retirarse. Como sus tropas superaban en nmero a la suma del ejrcito rebelde y las fuerzas argoseas, el rey Numedides habra entendido su retirada como un acto de cobarda o

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de traicin, y habra ordenado que le acortaran el cuerpo en una cabeza por su desobediencia. Mientras el sol avanzaba hacia el occidente, Procas, enzarzado en el debate con sus oficiales, fue demorando su decisin. Al fin, dijo: -Es demasiado tarde para iniciar una accin hoy mismo. Nos retiraremos hacia el norte, hasta el sitio donde hemos dejado los bagajes, y estableceremos un campo fortificado. Mandad un hombre a que ordene a los zapadores que empiecen a cavar. Trocero, que observaba atentamente a los realistas desde su altozano, haba desmontado desde haca rato. Tena a su lado a Publius, que estaba masticando una pata de pollo. Al fin, el tesorero dijo: -Qu hace Procas, en nombre de Mitra? Ya nos tena donde nos quera, y ahora retrocede y establece un campamento. Es que se ha vuelto loco? Podramos escabullimos en la noche que se acerca, o dar un rodeo para entrar en Aquilonia. Trocero se encogi de hombros. -Cabe que la noticia que hemos tenido de que se acercan los argoseos haya influido en sus actos. Ahora tendremos que ver si esos jinetes argoseos pretenden ayudarnos o combatirnos. Podramos vernos atrapados entre dos fuerzas y reducidos a polvo, a menos que Procas cuente con que los argoseos le hagan el trabajo sucio. Antes de que el conde terminara esta ltima frase, el estruendo de pezuas le oblig a volverse hacia el sur. Al cabo de poco, una pequea partida de jinetes subi a medio galope al collado: un grupo
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de argoseos, guiados por un caballero rebelde. Dos de los recin llegados desmontaron con gran estrpito de armaduras y se le acercaron. Uno era alto, flaco y de rostro correoso, con pintas de soldado profesional. Su compaero era ms joven y pequeo de estatura, con mejillas mofletudas y nariz arrogante en el rostro, y ojos brillantes e interesados. Vesta una coraza sobredorada y una capa purprea con ribetes de color escarlata, y tambin de color prpura y escarlata eran las plumas que ondeaban en el penacho de su yelmo. El flaco veterano habl primero: -Salve, conde Trocero! Soy Arcadio, capitn superior de la Guardia Real, a vuestro servicio, seor. Puedo presentaros al prncipe Casio de Argos, proclamado sucesor al trono? Deseamos celebrar consejo con vuestro general, Conan de Cimmeria. Tras asentir con la cabeza al oficial y hacer una ligera reverencia al prncipe de Argos, Trocero dijo: -Os recuerdo bien, prncipe Casio, como travieso nio y licencioso adolescente. En cuanto al general Conan, lamento deciros que se halla indispuesto. Pero, siendo yo el segundo al mando, podis declararme el propsito de vuestra visita. -Nuestro propsito, conde Trocero -dijo el prncipe-, es el de frustrar esta violacin aquilonia de nuestra integridad territorial. Para ese fin, mi padre el rey me ha mandado aqu, junto con estas fuerzas, tan pronto como pudieron ser reunidas. Presumo que mis oficiales, y yo mismo, os habremos de considerar a vos y a los vuestros como aliados.
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Trocero sonri. -Sed bienvenido tres veces, prncipe Casio! Por vuestro aspecto, dirase que habis recorrido un camino largo y polvoriento. Querris venir con el capitn Arcadio a mi tienda para refrescaros mientras vuestra escolta descansa? Hace tiempo que se nos termin el vino, pero todava nos queda cerveza. De camino hacia la tienda, Trocero habl privadamente con Publius. -Esto explica que Procas se retirara cuando ya nos tena en sus garras. No se atreve a atacar por miedo a dar comienzo a una guerra no autorizada con Argos, y tampoco osa retirarse para que no le tachen de cobarde. Por eso ha acampado donde ya estaba, aguardando... -Trocero! -Se oy un profundo rugido en la tienda-. Con quin ests hablando, adems de Publius? Hazlo entrar! -se es el general Conan -dijo Trocero, disimulando su sorpresa-. Querris pasar adentro, caballeros? Hallaron a Conan en camisa y calzones cortos, sentado sobre su camastro. Bajo los cuidados de Dexitheus, haba recobrado su plena consciencia, y su poderoso cuerpo haba resistido los peores efectos de un brebaje que habra matado a un hombre ordinario. Aunque fuera capaz de pensar y hablar, poco ms poda hacer; pues los residuos del veneno todava le encadenaban los fornidos miembros. Incapaz de levantarse sin ayuda, se irrit con su invalidez.

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-Dioses y diablos! -escupi-. Si pudiera levantarme y alzar una espada, le enseara a Procas a herir y acometer! Y quines son estos argoseos? Trocero le present al prncipe Casio y al capitn Arcadio, y volvi a explicar el ltimo movimiento de Procas. Conan gru: -Quiero ver esto por m mismo. Escuderos! Ponedme en pie. Tal vez Procas finja una retirada para atacarnos mejor al caer la noche. Con un brazo en torno al cuello de cada uno de los escuderos, Conan anduvo tambalendose hacia la entrada. El sol, empalado al oeste en los picos de los montes Rabinos, arrojaba sombras oscuras sobre las laderas montaosas. A media distancia, los ltimos rayos arrancaban reflejos de color escarlata a las armaduras de los aquilonios que trabajaban para establecer un campamento. El golpeteo de los mazos sobre las estacas de las tiendas se haca or suavemente en el ocaso. -Creis que Procas querr parlamentar? -pregunt Conan. Los otros se encogieron de hombros. -No nos ha mandado ningn mensaje; tal vez no llegue a hacerlo -dijo Trocero-. Tendremos que aguardar. -Hemos aguardado todo el da -mascull Conan-, y hemos tenido a nuestros muchachos bajo el sol dispuestos para el combate. Yo, en su lugar, querra que algo sucediera... cualquier cosa, con tal de terminar con esta prdida de tiempo.

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-Creo que nuestro general est a punto de ver satisfecho su deseo -murmur Dexitheus, empleando la mano a modo de visera para observar el lejano campamento realista. Los otros le miraron. -Qu quieres decir, sacerdote? -le pregunt Conan. -Mirad! -dijo Dexitheus, sealando con el dedo. -Por Ishtar! -exclam el capitn Arcadio-. Fredme las entraas si no huyen corriendo! As era; si no corran, por lo menos estaban iniciando una retirada ordenada. Sonaron las trompetas, dbiles y lejanas. En vez de seguir reforzando la fortificacin de su campamento, los hombres de la Legin Fronteriza, que parecan hormigas en la lejana, estaban desmontando las tiendas que acababan de plantar, cargaban los carros de bagajes e iban desfilando, una compaa tras otra, hacia el paso de los montes Rabinos. Conan y sus camaradas se miraron perplejos. Pronto se ech de ver la causa de su retirada. Avanzando enrgicamente por el oriente, una cuarta hueste estaba rodeando la ladera de un cerro. Los recin llegados, que segn las estimaciones de Trocero eran ms de quince centenares, se desplegaron y avanzaron en un amplio frente, prestos para la batalla. Un explorador rebelde, fustigando a su caballo para hacerlo subir por la ladera, salt de su montura, salud a Conan y dijo con voz entrecortada: -Mi seor general, huyen de los leopardos de Poitain y de las armas del barn Groder de Aquilonia!
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-Por Crom y Mitra! -dijo Conan con un susurro. Entonces, su rostro se aclar, y su carcajada reson por los cerros. Pues se trataba de Prspero, con la fuerza rebelde que haba ido a buscar al este. -No me extraa que Procas huya! -dijo Trocero-. Ahora que le superamos en nmero, puede hacerlo sin suscitar la ira de su rey. Le contar a Numedides que tres ejrcitos podran haberle rodeado y aplastado. -General Conan -dijo Dexitheus-, tienes que volver a tu lecho a reposar. No podemos arriesgarnos a que sufras una recada. Mientras los escuderos acomodaban a Conan en su camastro, ste murmur: -Prspero, Prspero! Por sta te armar caballero del trono si alguna vez Aquilonia llega a ser ma! En el sucio cuarto que Fadius tena en Messantia, Alcina estaba sola, sentada, sosteniendo ante su rostro el amuleto de obsidiana y observando las franjas blancas y negras de la vela que indicaba el paso del tiempo. Fadius estaba deambulando, de noche, por las calles de la ciudad; Alcina le haba ordenado bruscamente que se marchara para poder comunicarse en privado con su seor. La parpadeante llama descenda; una de las franjas negras de la vela de cera se estaba consumiendo. Cuando el anillo negro hubo desaparecido por completo en la cera fundida, y la llama empez a temblar sobre una franja blanca, la bailarina y bruja levant su talismn y orden sus pensamientos. Dbilmente, como palabras
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dichas en un sueo, llegaron a su receptiva mente los speros acentos de Thulandra Thuu; mientras que, apenas visible en la estancia mal iluminada, apareci ante ella una visin del propio brujo sentado en su silla de hierro. La voz de Thulandra Thuu susurraba con tanta suavidad en las mientes de Alcina que le exiga completa atencin, as como constante observacin de los labios y los gestos de la imagen, a fin de comprender el mensaje del mago. -Has obrado bien, hija ma. Ha ocurrido algo en Messantia? Alcina neg con la cabeza, y el fantasmal susurro prosigui: -Entonces, tengo otra tarea para ti. A la primera luz del alba, te pondrs tu vestimenta de paje, tomars un caballo e irs por el camino del norte... Alcina solt un gritito de consternacin. -Tengo que vestir esos feos harapos y volver a meterme en ese yermo, y dormir con hormigas y escarabajos? Te lo ruego, mi seor, deja que me quede aqu, y que por un tiempo siga siendo una mujer! El hechicero enarc una ceja con sarcasmo. -Es que te gustan ms los burdeles de Messantia? -le respondi. La muchacha asinti con resolucin. -Ay, no podr ser. Ya has cumplido con los deberes que tenas ah, y necesito que vigiles a la Legin Fronteriza y a su general. Si el camino te resulta duro, ten presentes las futuras glorias que te he prometido.
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Las tropas enviadas por el rey argoseo deben de haber llegado ya a la planicie de Palios. Antes de que haya amanecido por segunda vez, Amulius Procas, con toda seguridad, se habr retirado a Poitain atravesando el Alimane. Predigo que lo cruzar por el vado de Nogara; ve, pues, esquivando a los ejrcitos, y acrcate a l por el norte, cabalgando hacia el sur por el camino que parte de Culario. Entonces, infrmame en la siguiente conjuncin favorable. El murmullo call, y la traslcida visin desapareci; Alcina qued sola y meditabunda. Entonces se oy un fuerte golpe en la puerta, y Fadius entr tambaleante. El kothio haba consumido en una taberna messantia ms tiempo y ms dinero de Vibius Latro de lo que era prudente. Alzando los brazos, anduvo hacia Alcina con paso vacilante, farfullando: -Ven, mi pequea flor de pasin! Estoy harto de dormir en el suelo, y ya es hora de que le concedas a tu camarada las mismas atenciones que tienes con los brbaros fanfarrones... Alcina se puso en pie de un salto y retrocedi. -Ten cuidado, mi seor Fadius! -le advirti-. No admito estas presunciones en hombres de tu calaa! -Ven aqu, bonita ma -balbuci Fadius-. No te har dao... Alcina se meti la mano en el corpino del vestido. Como por arte de magia, una daga de hoja estrecha apareci en su mano adornada con joyas.
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-Retrocede! -grit-. Con un solo pinchazo, te convierto en espa muerto! La amenaza se abri camino por los embotados sesos de Fadius, y ste retrocedi ante el arma. Saba que la bailarina y bruja acometa y apualaba con la celeridad del rayo. -Pero... pero... pequeuela ma... -Sal de aqu! -dijo Alcina-. Y no vuelvas hasta que ests sobrio! Soltando maldiciones por lo bajo, Fadius se march. Entretanto, en la estancia, entre las jaulas de las dormidas palomas, Alcina busc en su bal la vestimenta que tendra que ponerse por la maana.

CAPITULO 6 La cmara de las Esfinges

Entre el anochecer y la medianoche, los hombres de Argos marcharon en formacin hasta el campamento, entre el estrpito de los tambores y los vtores de los rebeldes. Carne salada messantia, burdo pan de cebada y pellejos de cerveza, tomados de las menguadas provisiones de los rebeldes, fueron entregados al famlico regimiento del barn Groder y al fatigado destacamento de
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Prspero. Los caballos se abrevaron y se les herr, y se les llev a pacer en el prado de lozana hierba, mientras los rebeldes y sus nuevos aliados encendan hogueras y se acomodaban para cenar. Al poco, el parpadeante fulgor de los fuegos, esparcido por la planicie de Palios, rivaliz con las estrellas que titilaban en las planicies del cielo; y los gritos y risas de cuatro mil hombres, que la brisa vespertina arrastraba hacia el norte, se estrellaban como los acordes disonantes de un canto fnebre en los odos de los soldados de Procas en su retirada. En la tienda del comandante, el prncipe Casio, el capitn Arcadio y los caudillos rebeldes se reunieron en torno al lecho de Conan para compartir una frugal colacin y pergear los planes para el da siguiente. -Vayamos todos tras ellos cuando amanezca! -gritaba Trocero. -No -replic el joven prncipe-. Mi padre el rey dio instrucciones explcitas. Slo si el general Procas se adentra con sus tropas en nuestro territorio debemos presentar batalla. El rey tiene la esperanza de que nuestra presencia disuadir a Procas de tal temeridad; y parece que lo hemos logrado, puesto que los aquilonios estn huyendo. Conan no dijo nada, pero el volcnico fulgor de sus ojos azules delataba su enojo y su desengao. El prncipe le miraba, mitad con temor y mitad con simpata. -Comprendo tus sentimientos, general Conan -le dijo amablemente-, pero tambin t debes comprender nuestra posicin. No queremos estar en guerra con Aquilonia, que nos supera por dos hombres a
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uno. S, ya nos hemos arriesgado bastante dando cobijo a tus fuerzas en nuestro territorio. Con la mano temblando a causa del esfuerzo, Conan agarr su cerveza y se la acerc lentamente a los labios. El sudor le perlaba la frente, como si la jarra hubiera pesado medio quintal. Derram una parte de su contenido, se bebi el resto y dej que el recipiente vaco cayera al suelo. -Entonces, persigamos a Procas por nuestra cuenta -insisti Trocero-. Podemos empujarlo hasta la otra orilla del Alimane; y cada hombre que caiga ser uno menos que se oponga cuando sublevemos Poitain. Si los sobrevivientes se deciden a presentar batalla... pues bien, la victoria yace siempre en el regazo de dioses inconstantes. Conan se sinti tentado. Todos los belicosos instintos de su brbara alma le impelan a mandar a sus hombres en persecucin de los realistas, para que los acosaran como una jaura de perros, para que los fueran matando de uno en uno y de dos en dos en el camino que llevaba al Alimane. La sierra Rabiria pareca inventada por el Destino para la suerte de accin que habra iniciado contra los invasores que le superaban en nmero. Quebrados por un millar de barrancos y escarpados, sus rugosos cerros y picos prominentes pedan una emboscada para cada soldado fugitivo. Pero, si las tropas de Procas se detenan y presentaban batalla, tal vez el Hado no brindara su galardn a los rebeldes de Conan. Aun en aquel momento, andaban escasos en provisiones y pobres en armas; y el regimiento que Prspero haba rescatado estaba fatigado y abatido, sus monturas enflaquecidas y tambaleantes tras das de esconderse y de comer lo que encontraban en el campo. Adems, el
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general que no puede montar a caballo, ni blandir una espada, difcilmente inspirar hazaas de gallarda y atrevimiento a quienes le sigan. Todava dbil a causa del veneno de Alcina, Conan saba muy bien que habra de quedarse en el campamento, o asistir a la refriega como espectador en una litera. Cuando la noche se torn brumosa aurora, y las trompetas tocaron a diana, Conan, sostenindose con la ayuda de dos escuderos, inspeccion el campamento que en aquel momento despertaba y medit su posicin. No poda permitir que Procas regresara a Aquilonia ileso. Pero, para derrotar a la poderosa Legin Fronteriza, deba inventar alguna inesperada manera de hacer la guerra, una innovacin que compensara su nmero ms reducido. Necesitaba una fuerza capaz de moverse y maniobrar con rapidez, pero tambin de golpear al enemigo desde lejos. Mientras observaba a los hombres que se iban juntando, su mirada meditabunda se detuvo en un nico bosonio que suba a caballo y galopaba hacia la empalizada. Conan pens que deba de llevar algn mensaje a los centinelas del permetro del campo, y que el mensaje deba de ser urgente, pues el hombre no se haba molestado en deshacerse del arco sin tensar que llevaba colgado a las espaldas, ni en dejar el pesado carcaj lleno de flechas que le iba golpeando la cadera. Los aos pasados al servicio del rey de Turan acudieron a la memoria de Conan. En aquel ejrcito, los arqueros montados eran el contingente principal; aquellos hombres podan tirar con sus arcos de doble curva, hechos de cuerno y de tendn, a lomos de un corcel al galope con la misma precisin con que un hombre habra disparado estando en el suelo. Los arqueros bosonios no habran logrado
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adquirir

aquella

destreza

con

menos

de

una

dcada

de

entrenamiento; adems, el arco largo de los bosonios era mucho ms difcil de manejar en pleno galope. De pronto, con su imaginacin, Conan vio una hueste de jinetes montados que persegua a su enemigo fugitivo hasta que, al tenerlo al alcance, desmontaba y empezaba a arrojar saeta tras saeta, y retroceda cuando por fin el acosado enemigo se volva para hacer frente a quienes le daban tormento. La explosiva carcajada de Conan sorprendi a sus asistentes de campo, que quedaron boquiabiertos como palurdos en un circo mientras el capitn Alaricus corra a despertar al mdico-sacerdote. Cuando Dexitheus irrumpi en la tienda de Conan apenas vestido, ste sonri al reconocer su agitacin. -No -dijo, riendo entre dientes-, el loto prpura no me ha envenenado el seso, amigo mo. Pero nuestro seor Mitra, o Crom, u otro dios bendito, me ha dado una inspiracin. Manda a alguien a toda prisa a buscar a los caudillos argoseos. Cuando el prncipe Casio y el capitn Arcadio, ya con armas y armadura, subieron por la ladera hasta la tienda generalicia, Conan les grit un saludo y les habl: -Decs que el rey Milo os prohibe atacar a los aquilonios en su retirada. La orden real tambin afecta a vuestros caballos? -Nuestros caballos, general? -repiti Arcadio, perplejo. Conan asinti con impaciencia.

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-S, vuestras monturas. Vamos, capitn, respndeme, por favor. Nuestros corceles, los pocos que nos quedan, estn mal alimentados, como ya habrs notado contando sus pobres costillas. Pero los tuyos estn frescos, y son de excelente raza. Prstanos cinco monturas, y no necesitaremos ni a un nico soldado argoseo para poner en fuga a Amulius Procas con el rabo entre las piernas. A la par que Conan iba explicando su plan, el prncipe Casio sonri. Cada vez le gustaba ms aquel brbaro de torva faz venido del norte, que haca la guerra de maneras tan ingeniosas como originales. -Prstales quinientos caballos, Arcadio -le dijo-. El rey, mi padre, no ha prohibido eso. El oficial argoseo sali para ir a cumplir las rdenes. Y al instante, doscientos mozos argoseos llevaron monturas ensilladas a la llanura donde los arqueros bosonios formaban para pasar revista por la maana, al campo que quedaba libre detrs de stos. Trocero y Prspero asaltaron al unsono a los sorprendidos y desordenados soldados de infantera, y con su autoridad los obligaron a formar de nuevo disciplinadamente. -Traedme mi semental y atadme a la silla -gru Conan-. He de explicar mi plan a los hombres que lo llevarn a cabo. -General! -grit Dexitheus-. No debes, en tu presente estado... -Ahrrame tus cuidados, Reverendo Padre. Los hombres llevan un mes sin verme, y ya se estarn preguntando si sigo con vida.

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Cuando los escuderos de Conan, con la ayuda de muchas manos, hubieron colocado su gigantesco cuerpo encima de la silla, el cimmerio se irrit contra la torpeza que encadenaba sus poderosos miembros. Sus ojos azules brillaban con el fuego de una voluntad indomable, y la furia de sus esfuerzos por insuflar nueva vitalidad en sus flaccidos msculos le arrugaba la amplia frente. Aunque luchara, la sangre flua dbilmente por su entumecida carne; pues Alcina haba elaborado su mortfero brebaje con sumo cuidado. Al fin, los escuderos ataron a Conan a la silla, y entretanto el cimmerio bramaba juramentos e invocaba a sus sombros dioses norteos para que vengaran aquella odiosa indignidad. Y aunque la perlesa sacudiese su membrudo cuerpo, sus ojos, en los que herva elemental furia, ordenaron a todos los rostros que le estaban mirando que no le mostraran cortesa ni compasin, sino tan slo el respeto que le deban. El prncipe Casio lo vio todo, hechizado por su mismo asombro. En Messantia, los cortesanos haban despreciado a Conan por salvaje, porque era un brbaro inculto a quien los aristcratas aquilonios rebeldes, por alguna extraa razn, haban elegido para que acaudillara la revuelta. Ahora, el prncipe senta el poder primordial de aquel hombre, sus grandes reservas de vigor elemental. Perciba la indomable voluntad del cimmerio, la originalidad de su pensamiento, su dinmica presencia... Cualidades merced a las que tanto aristcratas como soldados ordinarios se vean cautivos de su personalidad. Casio pens que aquel hombre haba sido creado para gobernar, haba nacido para ser rey. Con el apoyo de un escudero montado a cada lado, Conan avanz lentamente con su caballo de batalla hacia las lneas del batalln de
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arqueros bosonios. Aunque tuviera el rostro congestionado por el esfuerzo, logr alzar la mano como saludo mientras iba pasando entre las filas de sus leales seguidores. Los hombres irrumpieron en entusiasmados vtores. A media legua hacia el norte, un par de exploradores realistas, que se haban demorado para vigilar al ejrcito rebelde, estaban desayunando en el camino que llevaba hacia el paso de Saxula. Haban odo los vtores en la lejana, e intercambiado miradas de alarma. -Qu ocurre ah? -dijo el ms joven de ambos. El otro emple la mano a modo de visera. -Estn demasiado lejos para verlo, pero debe de haber ocurrido algo que ha animado a la hueste rebelde. Ser mejor que uno de nosotros informe al general Procas. Ir yo; t te quedas. As, engull el ltimo bocado, se puso en pie, desat su caballo de un rbol cercano y mont. Los ecos cada vez ms dbiles de los cascos de su montura se oyeron en el aire matinal mientras se alejaba por el camino. Haciendo callar a sus hombres con un ligero movimiento de su mano alzada, Conan habl a las filas de arqueros. Les dijo que ellos, entre todo el ejrcito, haban sido elegidos para infligir destruccin entre los invasores en retirada. Tendran que acercarse a caballo, sin hacer ruido, a pequeos grupos de enemigos, y entonces desmontar y apuntarles con sus saetas. Tirando desde cubierto en grupos de dos o tres, podran abatir a docenas de fugitivos; y cuando por fin el enemigo se volviese, como ellos no llevaran puesta ninguna armadura que los entorpeciera, podran volver a montar con rapidez
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y dejar atrs a los caballeros aquilonios, que s iran pesadamente armados, cuando stos los persiguieran. Cada escuadrn sera capitaneado por un experto caballista, que se asegurara de que manejaran bien a las bestias y vigilara a los caballos cuando los arqueros desmontasen. Y los que apenas si supieran cabalgar -y Conan, al decirlo, sonri con cierta maliciatendran que ir agarrados de la silla de montar, o de la crin del caballo; pues para aquella infantera provisionalmente montada las artes de la equitacin carecan de importancia. Bajo el mando de un soldado de fortuna aquilonio, de nombre Palntides, que en otro tiempo se haba entrenado con los jinetes montados turanios y ltimamente haba desertado del bando realista, los bosonios devenidos en jinetes abandonaron el campamento a un constante medio galope y marcharon hacia el norte por el empinado camino que llevaba a Aquilonia. Alcanzaron a la retaguardia del ejrcito realista en las estribaciones de los Rabinos, cerca del paso de Saxula; pues la retirada de Procas se vea frenada por los carros de los bagajes y por sus compaas de infantera, aplicadas pero lentas. Espiando al enemigo, los bosonios se separaron, desmontaron en medio de una maleza desde donde podan alcanzar al enemigo con sus arcos y pusieron manos a la obra. Una veintena de lanceros realistas cayeron, gritando o en silencio, o maldijeron heridas menos graves, hasta que un estruendo de jinetes con armadura hizo saber a los rebeldes que la caballera de Procas acuda a dispersar el ataque y cubrir la retirada. Entonces, los bosonios destensaron sus arcos y, tras correr hacia sus atados caballos, montaron en silencio y se desperdigaron por el bosque.

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Slo uno de ellos fue herido, un arquero que, poco acostumbrado a montar, cay y se rompi la clavcula. Durante los tres das siguientes, los bosonios hostigaron a los aquilonios en su retirada, como perros que hubieran mordido los talones de unos criminales fugitivos. Atacaban desde las sombras; y, cuando los realistas se volvan para hacerles frente, se marchaban, se ocultaban en mil oquedades abiertas por el viento y por el clima en la rugosa faz de la tierra. Amulius Procas y sus oficiales se maldecan a s mismos con voz ronca, pero poco pudieron hacer. Una flecha poda venir silbando desde detrs de un peasco. Algunas veces fallaba, y slo lograba que los soldados retrocedieran o se arrojaran al suelo. Algunas veces se clavaba en el flanco de un caballo, incitando as al animal herido a encabritarse y saltar, con lo que su jinete caa al suelo. Algunas veces, un soldado gritaba de dolor cuando una flecha se le clavaba en el cuerpo; o un jinete, con gran estrpito de su armadura, caa muerto. Desde las alturas, oculta en la oscuridad, una repentina lluvia de flechas poda matar o tullir a tres veces doce hombres. Amulius Procas tena pocas opciones. No poda acampar cerca del paso de Saxula, porque all apenas haba campo abierto, y caba la posibilidad de que el agua de las fuentes no pudiera beberse. Tampoco poda atacar en orden cerrado para aprovechar su ventaja en nmero y armaduras, porque sus enemigos no queran acercarse. Si arrojaba todo el ejrcito contra ellos, podra sin duda barrer a los rebeldes como paja que se lleva el viento; pero, si lo haca, volvera a acercarse a la planicie de Palios, y tendra que enfrentarse a los argoseos.

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As, no le quedaba a Amulius Procas otra opcin que seguir adelante con penas y trabajos, mandando a la caballera ligera a perseguir al enemigo cada vez que ste delataba su presencia con una lluvia de flechas. Numricamente, sus bajas eran triviales, una pequea fraccin de los que habran cado en combate abierto. Pero aquella incesante guerra de desgaste estaba minando la moral de sus hombres; y el viento de glidos presagios que le azotaba el corazn estaba dicindole en susurros que el rey Numedides no olvidara, y an menos perdonara, el fracaso de la expedicin iniciada por expresa orden del monarca. En la quebrada del paso de Saxula, una avalancha de peascos cay sobre los indefensos realistas. Procas, abatido, orden que apartaran la roca, que abandonaran los carros aplastados y que los hombres y animales heridos de muerte fueran piadosamente pasados a espada. Al otro lado del paso, sus tropas siguieron avanzando, pero el hostigamiento sigui sin mengua alguna. Procas se apercibi de que su enemigo cimmerio era un maestro en aquella irregular manera de hacer la guerra; y se dio cuenta, avergonzado, de que su presurosa retirada haba estimulado la fecunda inventiva del brbaro. Jur lavar aquella mancha en su honor con sangre rebelde. Al tercer da de retirada, en el que los cielos grises se volvieron plomizos, los descorazonados y exhaustos realistas se reunieron en la orilla meridional del Alimane, cerca del vado de Nogara. Procas se demor all durante un rato, atormentado por la indecisin. Aunque las inundaciones de la primavera hubieran terminado, la anchura del ro invitaba a un ataque que poda producirse cuando sus hombres, vadendolo, estuvieran en la posicin
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menos

oportuna

para

rechazarlo. Habra sido una cruel chanza de dioses caprichosos engatusar al general aquilonio para que se metiera en la trampa con la que, menos de dos meses antes, haba aplastado casi por completo a los rebeldes. Adems, un intento de cruzar en la penumbra de la cercana noche le habra costado, casi con seguridad, prdidas en hombres y bagajes. Pero, si estableca un campamento en la orilla argosea, los centinelas y los hombres dormidos habran muerto bajo nubes de flechas fantasmas procedentes del bosque. Procas se mordi los labios. Puesto que sus tropas no podan defenderse con efectividad contra tales tcticas, cuanto ms pronto cruzaran el Alimane ms seguros podran dormir. Aunque el ro fuera ancho y su corriente rpida, por lo que los vados eran difciles, al menos defendera a su ejrcito de las saetas de la ribera meridional. Mientras estos pensamientos se sucedan en las mientes de Amulius Procas, uno de sus oficiales se acerc al carro en el que se hallaba de pie, en lo alto de una pequea elevacin cercana a la corriente del ro. El oficial, un hombre gigantesco de robustos hombros -bosonio por su acento-, con hosca expresin en su cara de toscas facciones, salud. -Seor, aguardamos vuestras rdenes para empezar a cruzar el vado -dijo-. Cuanto ms tiempo esperemos, tantos ms de los nuestros caern ante esos malditos arqueros escondidos. -Lo s bien, Gromel -dijo el general, envarado. Entonces, suspir e hizo un ademn brusco-. Muy bien, poneos en marcha! No ganaremos nada con vagar por aqu. Pero me revuelve las entraas el que esos canallas harapientos nos persigan hasta nuestro pas sin
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pagrselo con su propia moneda. Si no hubiera por medio consideraciones polticas... Gromel escrut las colinas que haban dejado a sus espaldas con mirada de desprecio. -Malditas sean esas polticas que atan las manos del soldado! -mascull-. Esos cobardes no nos esperan para luchar, porque saben que los destrozaramos. As, slo nos queda reagruparnos en el territorio de Poitain, y una vez all aprestarnos a aplastarlos si de nuevo tratan de cruzar los vados. -Estaremos trompetas. La retirada a la otra orilla del Alimane se realiz en buen orden, aunque el crepsculo dio paso a la noche antes de que la ltima compaa se metiera en las aguas del ro. Mientras los hombres se alejaban de la ribera meridional, unos doscientos arqueros, que haban acechado entre la maleza, salieron a la vista con los arcos tensados y las saetas listas. Procas haba bajado del carro y se haba subido, gruendo de dolor a causa de heridas antiguas, a la silla de su caballo de guerra. Al frente de una pequea retaguardia de caballera ligera, el viejo y severo veterano se hall entre los ltimos que hicieron entrar a sus corceles en la oscura corriente, mientras flechas procedentes de la orilla pasaban zumbando cual insectos airados. A mitad del ro, el general se exclam de sbito y se sujet la pierna con una mano. Al or su grito, el oficial bosonio que le haba hablado antes se le acerc montado a caballo y tir de las riendas. Abri sus
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prestos

-dijo

Procas

gravemente-.

Haz

sonar

las

gruesos labios para preguntar qu ocurra, y entonces vio la flecha rebelde que se haba clavado en el muslo del viejo, ms arriba de la rodilla. Un fulgor de satisfaccin parpade en los ojos porcinos de Gromel, y luego se desvaneci; pues ste era un hombre que, implacablemente, se dedicaba a obtener promociones por cualquier medio que tuviera a su alcance. Estoicamente, Procas acab de cruzar el ro montado en su corcel; pero, una vez se hall entre los arbustos que flanqueaban la ribera septentrional, toler que sus asistentes lo bajaran de la silla de montar mientras Gromel se adelantaba al trote para buscar un cirujano. Despus de arrancarle la saeta y de vendarle la herida, el mdico dijo: -Pasarn muchos das antes de que podis volver a viajar, general. -Muy bien -dijo Procas, impasible-. Montad mi tienda sobre aquel altozano. Acamparemos aqu, y dejaremos que los rebeldes vengan a por nosotros si tienen coraje. Como un espectro entre las sombras de los rboles que les rodeaban, una esbelta figura, vestida con un atuendo de paje muy rado y polvoriento, miraba y escuchaba. Si algn observador de ojos felinos se hubiera fijado en las opulentas redondeces de su juvenil figura, habra reconocido en ella a una mujer esbelta y hermosa. sta, sonriendo sin alegra, desat el caballo y gui silenciosamente al animal hasta una prudente distancia del campamento que estaba erigiendo la Legin Fronteriza.

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La noticia de que su rival, Amulius Procas, haba sido herido en el curso de una cobarde retirada frente a una chusma habra de agradar a Thulandra Thuu, segn pens Alcina. Ahora que el poderoso cimmerio haba muerto, Procas ya no era til, y podra ser sacrificado sin problemas a la enorme ambicin de su seor. Tena que hacrselo saber al brujo tan pronto como los aspectos de las estrellas y planetas permitieran de nuevo el empleo de su talismn de obsidiana. Se ocult en la penumbra, y desapareci de aquel lugar. Inclinado sobre el espejo mgico de obsidiana bruida, Thulandra Thuu se inform con placer de la herida sufrida por el general Procas. Cuando la imagen de Alcina desapareci del reluciente cristal, el hechicero se palp, pensativo, su aguilea nariz. Tendiendo la esbelta mano, alz una maza de metal y golpe un gong con forma de crneo que colgaba al lado de su trono de hierro, y la sonora nota reson pesadamente por la purprea estancia. Entonces, los tapices se apartaron a un lado, y apareci Hsiao el khitanio. Escondiendo los brazos en las voluminosas mangas de su tnica de seda verde, se inclin, aguardando en silencio las rdenes de su seor. -El conde de Thune todava me aguarda en la antesala? -inquiri el hechicero. -Seor, el conde Ascalante espera a que os dignis a recibirle -murmur el siervo de raza amarilla. Thulandra Thuu asinti. -Excelente! Voy a hablar ahora con l. Infrmale de que le recibir en la cmara de las Esfinges, y ve t mismo a notificarle al rey que
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solicito una audiencia por cuestiones de Estado urgentes. Tienes mi permiso para irte. Hsiao hizo una reverencia y se retir, y los tapices volvieron a ocupar su lugar, con lo que ocultaron la puerta por la que haba entrado el khitanio. La cmara de las Esfinges, una estancia abandonada de palacio que Thulandra Thuu haba hecho suya, llevaba este nombre con justicia. Parecida en su desnudez a un sepulcro, tena las paredes y el suelo de mrmol rosado, y no haba en ella mobiliario visible salvo un asiento de piedra caliza, colocado junto a la pared, enfrente de la puerta. Este asiento, que tena forma de trono, se sostena sobre dos soportes de piedra esculpidos con la forma de monstruos felinos con cabeza humana. Este motivo se repeta en los dos tapices idnticos que cubran, a modo de suntuoso conjunto, la pared que haba detrs del trono. Ah, hbilmente bordadas con hebras brillantes, dos bestias felinas de rostro semejante al humano, barbadas e imperiosas, miraban con ojos fros y altaneros. La nica luz de la glida cmara provena de un par de tederos de cobre, cuyas llamas danzaban en los espejos de plata puestos detrs en la pared. No difera en mucho de las esfinges Ascalante, oficial y aventurero y, segn l deca, conde de Thune. Era un hombre alto y esbelto, elegantemente vestido con terciopelo de color ciruela, y andaba de un lado para otro de la estancia con gracia felina. Pese al porte militar y los aires de jovialidad que gastaba, sus ojos, como los de los monstruos bordados en los tapices, eran fros y altaneros; pero tambin cautos, y una pizca aprensivos.

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Haca algn rato que Ascalante aguardaba una audiencia con el todopoderoso hechicero de desconocido origen. Aunque Thulandra Thuu hubiese hecho regresar a Ascalante de la frontera oriental, y le hubiera exigido diaria presencia en la corte, el mago llevaba das hacindole esperar delante de la cmara de audiencias. Tal vez ahora su fortuna estuviera a punto de cambiar. De repente, Ascalante se detuvo, y agarr por instinto el puo de su daga. Uno de los tapices se alz y dej a la vista una angosta entrada, en la que estaba de pie un hombre esbelto y moreno que le contemplaba en silencio. La inteligencia fra y burlona que brillaba en aquellos ojos de grueso prpado pareca capaz de leer los pensamientos de un hombre como si ste los hubiera llevado pintados en la frente. Cuando Thulandra Thuu entr en la estancia, Ascalante, recobrando la compostura, hizo una corts reverencia. El hechicero llevaba un bastn tallado con gran adorno, en el que se entrecruzaban inscripciones escritas en unos caracteres desconocidos para Ascalante. Thulandra anduvo sin prisa alguna hasta el otro lado de la cmara y se sent en el trono sostenido por esfinges. Respondi a la reverencia del otro con un asentimiento y la sombra de una sonrisa, y dijo: -Confo en que ests bien, conde, y en que tu forzada inactividad te haya sido llevadera. Ascalante le respondi con cortesa. -Conde Ascalante -dijo el mago-, tu experiencia y tus logros no han escapado a los hombres que me sirven como ojos y odos en lugares lejanos. Ni tampoco, debo aadir, tu ambicin por conseguir una posicin elevada, ni cierta carencia de escrpulos al elegir los medios
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para obtenerla en donde te sea posible. Me apresuro a asegurarte que el rey y yo aprobamos tu ambicin, y tu, ah, pragmatismo. -Te lo agradezco, mi seor -respondi el conde, con una compostura que remedaba la gentileza del hechicero. -Voy a ir directamente al grano -dijo Thulandra Thuu-, pues los acontecimientos se estn precipitando ahora mismo, y los hombres mortales debemos darnos prisa para poder hacerles frente. En breve, sta es la situacin: le place a Su Majestad retirarle su favor al honorable Amulius Procas, comandante de la Legin Fronteriza. El asombro brill en los inescrutables ojos de Ascalante, pues la noticia le dejaba perplejo. Slo saba que Procas deba de ser el ms capaz de los comandantes que Aquilonia poda mandar al campo de batalla despus de que Conan abandonara el servicio del rey. Si alguien poda someter a los revoltosos barones del norte, y aplastar la rebelin en el sur, se era Amulius Procas. Quitarle el mando en un momento como aqul, antes de que ambas amenazas hubieran sido destruidas, era una locura. -Puedo adivinar los pensamientos que ocultas por lealtad -explic Thulandra con aviesa sonrisa-. El hecho es que nuestro general Procas ha encabezado un imprudente y mal planeado ataque a la otra orilla del Alimane, y se ha arriesgado con ello a provocar una guerra abierta con Milo, rey de Argos. -Disclpame, mi seor, pero me resulta casi imposible creerlo -dijo Ascalante-. Invadir un reino vecino amistoso, sin orden expresa de nuestro monarca, constituye delito de traicin!

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-As es -dijo el hechicero, sonriendo-. Y me temo que la historia no registrar el dato de que el rey haya ordenado imprudentemente una expedicin punitiva contra Argos, puesto que, por extrao que parezca, todas las copias del documento han desaparecido. Me entiendes, seor? La burla chispe en los ojos de Ascalante. -Creo que s, mi seor. Pero, te lo ruego, prosigue. El conde de Thune saba apreciar un sutil acto de villana, de la misma manera que un conocedor de los vinos saborea una cosecha exquisita. -El general habra podido eludir la censura -aadi Thulandra Thuu, como con burln lamento- si hubiese pisoteado las ltimas ascuas de la revuelta; pues los rumores que has odo sobre el que se llama a s mismo Ejrcito de Liberacin, ahora acampado al norte de los Rabinos, son ciertos. Un aventurero que se hace llamar Conan el cimmerio... -Aquel gigante que el ao pasado gui al Regimiento del Len de Aquilonia a la victoria sobre los merodeadores pictos? -exclam Ascalante. -El mismo -respondi Thulandra-. Pero el tiempo corre, y apenas si nos permite complacernos en charlas sin objeto por entretenidas que stas sean. Si el general Procas hubiera aplastado a los rebeldes que an quedan, y se hubiese retirado al norte del Alimane antes de que el rey Milo se enterara de la incursin, todo habra ido bien. Pero Procas ech a perder la expedicin, suscit las iras de Argos y huy del campo de batalla sin derramar una sola gota de sangre rebelde.
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Tanta fue su torpeza al cruzar el Alimane, que los arqueros rebeldes abatieron a docenas de nuestros mejores soldados. Y los errores de Procas se juntaron con las meteduras de pata que cometi en Messantia un estpido espa de Vibius Latro, un zingario que se llama Quesado, a quien Su Majestad, impulsivamente, ascendi al cuerpo diplomtico. Lo peor es que, durante la retirada, el propio general result herido, y de tal gravedad que me temo que no podr seguir al mando. Para fortuna nuestra, el caudillo rebelde Conan tambin ha perecido. As que, hablando nuevamente de ti, mi querido conde... -De m? -murmur Ascalante, afectando un aire de infinita modestia. -De ti -dijo el hechicero con la sombra de una sonrisa-. Creo que tu servicio en las fronteras ofirea y nemedia te cualifica para tomar el mando de la Legin Fronteriza, que ya no se halla en las torpes manos del general Procas, o por lo menos as ser en cuanto reciba este documento. El hechicero call, y se sac de la ancha manga de su atuendo un pergamino profusamente adornado con cintas de color azul y topacio, sobre las que reluca el sello regio como un cogulo de sangre recin derramada. -Empiezo a comprender -dijo Ascalante. Y el entusiasmo se inflam en su corazn, como una fuente que burbujea bajo una piedra. -Has aguardado desde hace mucho tiempo la ocasin de ascender a una posicin elevada en el reino, y ganarte el favor de tu rey. Esa ocasin se acerca. Pero... -y entonces, Thulandra levant un dedo en

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advertencia, y sigui hablando con una voz que sibilaba de puro nfasis- tienes que entenderme bien, conde Ascalante. -Mi seor? -Estoy al corriente de que la Corte Herldica todava no ha aprobado tus aspiraciones el condado de Thune, y que ciertas, ah, irregularidades envuelven el fallecimiento de tu hermano, el llorado conde, que pereci en un accidente de cacera. Enrojeciendo, Ascalante abri los labios para replicar con una protesta apasionada; pero el hechicero le silenci alzando la mano, y con una sonrisa suave y condescendiente. -Se trata de malentendidos de poca monta, que desaparecern entre los vtores que aclamen al laureado vencedor. Procurar que se te recompense bien por tus servicios a la corona. -Thulandra Thuu sigui hablando con astucia-. Pero tendrs que obedecer mis rdenes al pie de la letra, y si no jams obtendrs el condado de Thune. S que tienes poca experiencia en las guerras de frontera, y en el caudillaje de unidades militares ms grandes que un regimiento. As pues, la direccin de hecho de la Legin Fronteriza recaer en cierto veterano oficial, llamado Gromel el Bosonio, que se ha portado bien en nuestra reciente guerra contra los pictos. Hace tiempo que observo a Gromel, y tengo pensado ganrmelo con esperanzas de recompensa. Por ello, mientras l despliega y ordena las lneas de batalla, t ostentars el mando nominal. Ha quedado claro? -S, mi seor -murmur Ascalante, apretando los dientes.

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-Bien. Ahora que Conan yace muerto, t y Gromel podris inmovilizar fcilmente a los rebeldes restantes al sur del Alimane hasta que la horda facciosa se disuelva a causa del hambre y la falta de xito. -Thulandra Thuu le ofreci el pergamino, al tiempo que deca-: stas son tus rdenes. Una escolta te aguarda en la Puerta del Sur. Cabalgad con toda prontitud hasta el vado de Nogara, en el Alimane. -Y qu suceder, mi seor, si Amulius Procas se niega a reconocer mi autoridad? -inquiri Ascalante, que, en cualquier juego de fortuna, prefera asegurarse de que tena todas las piezas. -Nuestro valiente general sufrir un accidente antes de que t llegues all para asumir el mando -le dijo Thulandra Thuu con una sonrisa-. Un accidente que, cuando t informes oficialmente, se entender como un suicidio debido a la afliccin que le habr causado su cobarda frente a un enemigo insustancial, y al remordimiento que sentir por haber provocado una guerra con un reino vecino. Cuando esto ocurra, asegrate de que su cadver sea devuelto a Tarantia. En vida, Procas no habra sido bien acogido; despus de muerto, se le brindar un suntuoso funeral. Ahora, ponte en camino, mi buen seor, y no te olvides de seguir las instrucciones que te ir dando de vez en cuando una tal Alcina, una mujer de ojos verdes que me sirve y en quien confo. Tras coger el pergamino estampado, Ascalante hizo una profunda reverencia y sali de la cmara de las Esfinges. Observando cmo se iba, Thulandra Thuu sonri levemente, sin alegra. Saba que los instrumentos de su voluntad eran todos dbiles y defectuosos; pero un instrumento defectuoso es el ms apto para desecharlo despus de haberlo empleado.
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CAPITULO 7 Muerte en la oscuridad

Durante muchos das, la presencia del ejrcito de Amulius Procas en la otra orilla del ro Alimane disuadi a los rebeldes de intentar cruzarlo. Aunque el mismo Procas, herido e incapaz de caminar y de cabalgar, no saliera de su tienda, sus veteranos oficiales mantenan un ojo alerta a todos los movimientos de las tropas rebeldes. Los hombres de Conan marchaban diariamente arriba y abajo por el margen meridional del ro, y fingan ir a vadearlo por uno u otro vado; pero los exploradores de Procas seguan cada uno de sus pasos, y nada ocurra que pudiera complacer al cimmerio y a sus compaeros. -Estamos en tablas! -gimoteaba el inquieto Prspero-. Ya tema yo que acabaramos as! -Lo que necesitamos para salir de sta -sugiri Dexitheus- es algo que desoriente al enemigo, pero tiene que tratarse de algo colosal... tal vez una repentina intervencin de los dioses. -En toda una vida dedicada a las artes de la guerra -respondi el conde de Poitain-, he aprendido a fiarme menos de las deidades que de mi pobre seso. Excsame, Reverendo Padre, pero opino que, si
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queremos que algo desoriente a Amulius Procas, tendremos que hacerlo nosotros. Y creo saber bien lo que vamos a hacer; pues, segn afirman nuestros espas, la olla que es mi condado nativo est a punto de entrar en ebullicin. Aquella noche, con la aprobacin del general, un hombre vestido todo de negro nad por lo ms profundo del Alimane, se arrastr todava empapado entre las malezas y desapareci. Era una noche muy nublada, oscura y sin luna; y una fra llovizna haba obligado a los centinelas realistas a guarecerse bajo los rboles, y cubra los dbiles sonidos de la noche que, de otro modo, les hubieran alertado. El nadador vestido de negro era poitanio, un vasallo de las tierras solariegas del conde Trocero. Oprima contra el pecho un sobre de seda aceitada, cuidadosamente plegado, que contena una misiva escrita de puo y letra por el conde, dirigida a los rebeldes de la incipiente revuelta poitania. Amulius Procas no durmi aquella noche. La lluvia, que resbalaba por la tela de su tienda, abata a su deprimido espritu y le inflamaba la dolorosa herida. Mascullando juramentos brbaros, que recordaba de los aos pasados como joven oficial en las fronteras de Aquilonia, el viejo general sorba clido vino especiado para zafarse del fro y la fiebre, y se distraa de su melancola con un juego de mesa al que jugaba con uno de sus asistentes, un sargento. Su pierna herida, envuelta en vendas, reposaba intranquila sobre un tosco taburete. El rumor de un trueno hizo que el veterano del ejrcito levantara su dolorida cabeza. -Es slo un trueno, seor -dijo el sargento-. sta es una noche tormentosa.
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-Una noche perfecta para que los rebeldes de Conan traten de cruzar los vados -dijo Procas-. Espero que los centinelas hayan recibido instrucciones de hacer sus rondas y no esconderse bajo los rboles. -Han recibido esa orden, seor -le asegur el sargento-. Os toca jugar a vos; observad que mi dama os tiene en jaque. -As es, as es -murmur Procas, mirando ceudo el tablero. Sintindose incmodo, se preguntaba por qu un glido escalofro le penetraba en el corazn al or aquellas palabras inocentes, mi dama os tiene en jaque. Entonces, se burl de aquellos temores nocturnos, propios de mujeres, y bebi un trago de vino. No era propio de soldados viejos como Procas el atemorizarse ante frivolos augurios! Sin embargo, habra preferido poder ir a inspeccionar personalmente las guardias, pues los centinelas, inevitablemente, se relajaban en la ausencia de un severo comandante... La entrada de la tienda se abri, y entr un soldado de elevada estatura. -Qu sucede? -le pregunt Procas-. Los rebeldes se han movido? -No, general; pero tenis una visita. -Una visita, dices? -replic Procas, perplejo-. Bueno, hazlo pasar. Hazlo pasar! -Es una mujer, seor -dijo el soldado.

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Cuando Procas orden con un gesto que la desconocida visitante entrara, su compaero en el juego se levant, salud y abandon la tienda. Entonces, el soldado hizo pasar a una muchacha ataviada con los atuendos de un paje. Se haba acercado valerosamente a los centinelas, diciendo ser una agente de los ministros del rey Numedides. Nadie le pregunt cmo haba llegado hasta all, pues todos estaban impresionados por su fro ademn de tranquila autoridad, y por la extraa luz que arda en sus rasgados ojos del color de la esmeralda. Procas la observ dubitativamente. El sello que le mostraba vala poco para l; tales baratijas pueden forjarse, o robarse. Tampoco dio mucho crdito a los documentos que le traa. Pero cuando dijo que vena con un mensaje de Thulandra Thuu, sinti curiosidad. Conoca y tema al flaco y moreno hechicero, cuya influencia sobre Numedides haba envidiado y tratado de contrarrestar desde haca largo tiempo. -Bien -gru por fin Amulius Procas-, habla. Alcina mir a los dos centinelas que la escoltaban, uno a cada lado, con la mano en el puo de la espada. -Slo vos podis orlo, mi general -dijo con gentileza. Procas reflexion durante un momento, y luego hizo un gesto de asentimiento a los centinelas. -De acuerdo; esperad afuera!

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-Pero, seor! -dijo el ms viejo de ambos-. No podemos dejaros solo con esta mujer. Quin sabe qu trucos podra emplear Conan, ese hijo de la maldad... -Conan! -grit Alcina-. Pero si ha muerto! En el mismo momento de proferir estas impetuosas palabras, se hubiera mordido con gusto la lengua con tal de hacerlas regresar a sus labios. El viejo centinela sonri. -No, moza; ese brbaro tiene ms vidas que un gato. Dicen que, durante un tiempo, estuvo en el campamento rebelde afligido por una terrible dolencia; pero, cuando cruzamos el ro, ah estaba persiguindonos a caballo, gritando a sus arqueros que nos convirtieran en erizos. Amulius Procas bram: -Esta joven, evidentemente, cree que Conan muri; y estoy deseoso de saber por qu lo piensa. Dejadnos, amigos; yo no soy todava un viejo babeante, ni debo temer a una dbil muchacha. Cuando los centinelas saludaron y se retiraron, Amulius Procas le dijo a Alcina, riendo entre dientes: -Mis mozos aprovechan todas las ocasiones para no tener que estar bajo la lluvia. Y ahora, dime el mensaje de Thulandra Thuu. Luego, investigaremos el otro asunto.

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Mientras la lluvia azotaba la tienda, y el trueno retumbaba, Alcina busc algo entre los lazos de la camisa de seda que llevaba debajo de su empapada tnica de paje. Iba diciendo: -Seor, el mensaje de mi dueo es... La cada de un rayo, y el estrpito del trueno, ahogaron sus siguientes palabras. A la vez, baj la voz hasta hablar en susurros. Procas se inclin hacia ella, y su canosa cabeza se acerc a un palmo del rostro de la muchacha en un esfuerzo por or. Ella segua hablando con el mismo dulce murmullo: -... que ha llegado... la hora... Con la celeridad de una serpiente en su ataque, empuj su estrecha daga contra el pecho de Amulius Procas, tratando de alcanzarle el corazn. -... de que mueras! -acab diciendo, y salt para evitar que los brazos del herido general la cogieran con violencia. Aunque su golpe hubiera sido certero, hall un obstculo. Debajo de su tnica, Procas llevaba puesta una cota de buena malla. Aunque la punta de la daga hubiera entrado por uno de los eslabones, y se hubiese hundido entre las costillas del general, la hoja, al ensancharse, tuvo que detenerse en el eslabn mismo, y slo lleg a clavarse media pulgada de acero. Y, en su frentica lucha por extraerla, Alcina quebr la punta de la hoja, que se qued clavada en el pecho del general. Con un ronco grito, el viejo militar se puso en pie a pesar de la herida, y arremeti en un intento de agarrar a la muchacha con
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ambos brazos. Alcina retrocedi y, tumbando el taburete sobre el que se hallaba la vela, apag la llama, y dej la tienda sumida en unas tinieblas ms profundas que las de una tumba. Amulius Procas coje en la negra oscuridad hasta que sus fuertes manos acertaron a agarrar un atuendo de seda. Por un instante fugaz, Alcina se crey condenada a morir, estrangulada por las gruesas y nudosas manos del general; pero, al mismo tiempo que rasgaba el tejido, el viejo militar jade y se tambale. Su pierna herida cedi, y la muerte gorgote en su garganta al tiempo que caa cuan largo era sobre la alfombra. El veneno de la daga de Alcina haba cumplido con su labor. Alcina corri hacia la entrada y mir afuera por un agujero que haba en la tela. El fulgor de un relmpago ilumin a los dos centinelas, que estaban acurrucados con las capas empapadas, inmviles como estatuas, a derecha e izquierda. Comprendi con satisfaccin que el fragor de la tormenta haba ocultado los ruidos de pelea en la tienda del general. Buscando a tientas en la oscuridad, encontr pedernal, acero y yesca, y, con gran dificultad, volvi a encender la vela. Examin brevemente el cuerpo del general, y aferr el enjoyado puo de su rota daga. Corriendo de nuevo hacia la entrada de la tienda, espi a los soldados, que seguan en sus puestos, envarados e inmviles, y enton una dulce cancin; fue subiendo lentamente el tono de voz hasta que los centinelas pudieron or su melodioso ritmo. Estaba cantando una especie de cancin de cuna, cuyos sonidos haban sido cuidadosamente establecidos para que hipnotizaran al oyente. Poco a poco, sin advertir aquella msica frgil y ultraterrena,
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los centinelas cayeron en una letarga catatnica, y dejaron de sentir la lluvia que repiqueteaba en su yelmo. Una hora ms tarde, tras haber eludido a los guardias en los lmites del campamento, Alcina lleg a su propia y pequea tienda, en lo alto de un collado boscoso cercano al ro. Jadeando de fatiga, entr en su refugio y empez a quitarse los atavos empapados de lluvia. La camisa estaba rasgada... echada a perder... Entonces, se toc con una mano el pecho, sobre el que haba reposado su talismn de obsidiana; pero ya no lo tena all. Consternada, se dio cuenta de que Procas, al agarrarla en la oscuridad, haba aferrado la cadenilla de la que penda la joya, y la haba roto. El semicrculo vitreo deba de yacer en la tienda del general, sobre la alfombra que cubra el suelo; pero cmo podra recobrarlo? Cuando descubrieran el cadver de su caudillo, los realistas saldran a buscarla como airados avispones. Y los centinelas de severa mirada que guardaban el campamento iran por todas partes, con rdenes de matar en cuanto la vieran a una mujer morena de ojos verdes vestida como un paje. Temblando de horror e incertidumbre, Alcina aguant el furioso retumbo de los truenos y el repiqueteo de la lluvia. Pero sus mientes no descansaron. Sabra Thulandra Thuu que Conan haba sobrevivido a su veneno? La ltima vez que hablaron por medio del talismn perdido, su seor no le haba dado a entender siquiera aquella desgraciada noticia. Si las nuevas de la curacin del cimmerio no haban llegado al hechicero, la muchacha deba hacrselo saber cuanto antes. Pero, al no tener su fragmento mgico de obsidiana, slo poda informarle regresando a Tarantia.

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Se le ocurrieron todava otros negros pensamientos. Si Thulandra Thuu hubiese sabido que Conan an viva, le habra ordenado asesinar a Amulius Procas? No se enfurecera con ella, puesto que la direccin de Procas an habra sido necesaria para salvar la causa realista? An peor, la castigara el hechicero por no haberle dado suficiente veneno al jefe de los rebeldes? Lo peor de todo, cmo no iba a vengarse de la mujer que le haba perdido su amuleto mgico? Estaba sin armas, no poda comunicarse con su mentor, careca de todo recurso salvo sus escasos conocimientos en formas elementales de brujera; Alcina se desanim, y por un momento dud entre regresar a Tarantia y huir a algn pas extranjero. Pero entonces pens que Thulandra Thuu siempre la haba tratado amablemente, y la haba recompensado bien. Record sus promesas, apenas explicitadas, de instruirla en las artes ms elevadas de la brujera, las insinuaciones de que haba de conferirle un gnero de inmortalidad similar al suyo propio, y -cuando se erigiese en nico soberano de Aquilonia para reinar por siempre- su propsito de asociarla a su poder. Alcina decidi regresar a la capital y arriesgarse a incurrir en la ira de su seor. Adems, como era bella y sagaz, saba tratar a los hombres de cualquier condicin. Se durmi sonriente, dispuesta a partir con la llegada del alba. Hacia la aurora, un capitn aquilonio acudi a la tienda del general para que ste firmara la orden del da. Los dos centinelas de la noche anterior, presintiendo, fatigados, que se acababa su turno, saludaron a su superior, y uno de ellos se avanz para abrir la tienda e invitar a pasar al capitn.

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Pero el general Procas ya no habra de firmar ms rdenes, salvo, tal vez, en el infierno. Yaca boca abajo en un charco de su propia sangre a medio coagular, y tena cogida con la mano la punta del pual de estrecha hoja que haba acallado para siempre la voz del mejor guerrero de Aquilonia. Los dos soldados se acercaron al cadver y lo observaron. El cabello cano de Procas, ahora manchado de sangre seca, estaba revuelto, y ocultaba en parte sus rgidas facciones. -No me creo que nuestro general se haya quitado la vida -susurr el capitn, conmovido hasta lo ms hondo-. l no era as. -Yo tampoco lo creo, seor -dijo el centinela-. Acaso un hombre decidido a matarse a s mismo iba a tratar de clavarse la daga sin quitarse antes la cota de malla? Tiene que haber sido aquella mujer. -Mujer? Qu mujer? -exclam el capitn. -La de ojos verdes, que yo traje aqu la pasada noche. Dijo que vena con un mensaje del rey. Mirad, all hay una huella suya. -El soldado seal el contorno de una bota pequea, que haba quedado estampado en barro seco sobre la alfombra-. Le insistimos al general en que nos permitiera quedarnos aqu durante la entrevista, pero no nos hizo caso y nos orden salir. -Y qu ha sido de la mujer? El centinela levant desesperadamente ambas manos. -No s cmo, pero se ha ido. Os aseguro, seor, que nosotros no la dejamos pasar. Sergius y yo estuvimos bien despiertos en nuestro
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puesto desde el momento en que salimos de la tienda hasta que vinisteis con la orden del da. Podis preguntar a los de la guardia. -Mm -dijo el capitn-. Slo un diablo puede desaparecer en medio de un campamento de guerra armado y vigilado. -En ese caso, tal vez el diablo sea mujer, seor -murmur el centinela, mordindose el labio-. Mirad ah, sobre la alfombra: un cristal en forma de media luna, negro como los abismos del infierno. El capitn toc con el pie el fragmento de obsidiana, y luego, impaciente, lo apart de una patada. -Un estpido amuleto, como los que llevan los supersticiosos. Con o sin diablo, no podemos quedarnos aqu charlando. Vosotros vigilaris el cadver del general, y mientras tanto yo llamar a un escuadrn para que busque por el campamento y las colinas circundantes. Sergius, hazme venir a un trompeta! Si agarro a la diablesa... Una vez solo en la tienda, el centinela busc furtivamente entre las sombras, por la alfombra, y hall el amuleto. Examin su hallazgo, at los extremos rotos de la cadenilla y se lo colg del cuello. Aunque aquel ornamento no pareciera valioso, al menos le dara buena suerte. Alguien deba de haberle atribuido aquella cualidad, y los soldados necesitan toda la buena suerte que les concedan los dioses. Conan se asom por el borde de una gran roca y estudi la disposicin de las tropas realistas, todava acampadas en la orilla septentrional del Alimane. Slo un da antes, algo haba ocurrido que les haba alterado; pues se haban odo muchos gritos, y ruidosa confusin. Pero, desde aquel altozano, ni siquiera el agudo ojo del cimmerio poda distinguir la causa del tumulto.
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Sin apartar la vista de la escena que tena lugar en la otra orilla del ro, Conan acept una chuleta fra que le haba ofrecido su paje y la devor con gran apetito. Se sinti de nuevo lleno de vigor, pues ya haba superado los efectos debilitadores del vino envenenado; y los das pasados acosando a la Legin Fronteriza haban apaciguado su rabia por la batalla perdida en las aguas del Alimane, donde tantos de sus leales partidarios haban muerto entre los remolinos de la corriente. Haban pasado aos desde la ltima vez en que el aventurero cimmerio luchara en una guerra de guerrillas, atacando desde las sombras, emboscando a los rezagados, persiguiendo a una fuerza superior en nmero al abrigo de la oscuridad. Por aquel entonces, haba acaudillado una cuadrilla de forajidos del Desierto Zuagir. Le complaca que sus habilidades no le hubieran abandonado, que su memoria las retuviera, que se conservaran a pesar del largo tiempo que haba pasado sin emplearlas. Con todo, ahora que el enemigo haba cruzado el Alimane y haba acampado en la otra orilla, los problemas de aquella guerra volvan a cambiar en su planteamiento... y -pens el impaciente cimmeriohaban cambiado para peor. Las huestes que seguan el estandarte del Len no podran cruzar el Alimane mientras los realistas estuvieran prestos a repeler cualquier asalto. Pues, para que su ataque no fracasara ante la vigorosa resistencia que iban a encontrar, habra necesitado un nmero de guerreros muy superior; y los rebeldes no lo tenan. Tampoco podran seguir empleando tcticas de guerrilla, ni el reciente hallazgo de los arqueros a caballo. Adems, se les estaban acabando las provisiones.
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Conan, ceudo, fue masticando la fra carne. Pens que, al menos, el ejrcito de Amulius Procas no pareca ir a cruzar de nuevo el ro para presentar batalla. Y, por vigsima vez, trat de adivinar cul poda haber sido el hecho que, el da anterior, haba perturbado de aquella manera la ordenada calma del campamento enemigo. La Legin Fronteriza haba agrandado el espacio abierto que ya exista en el otro margen del Alimane, all donde el camino de Culario se vea interrumpido por la corriente; haban talado rboles, y haban ensanchado el claro, siguiendo el ro en ambas direcciones, a fin de tener sitio para acampar. Al otro lado del campamento, el bosque pareca un muro de montono verdor, pues las flores primaverales de rboles y arbustos se haban marchitado ya. Mientras Conan miraba, una partida de hombres armados entr en el campamento, y la cancin de las trompetas anunci una visita de cierta importancia. Conan emple la mano a modo de visera, mir ceudo el alejado campamento y se volvi hacia su escudero. -Ve a buscar al explorador Melias, rpido. El escudero sali corriendo, y volvi al cabo de poco con un viejo flaco y curtido. Conan levant la mirada, y le salud clidamente con el ademn del rostro. Melias haba servido con Conan, aos antes, en la frontera picta. Tena los ojos ms agudos que el halcn, y sus pies calzados con mocasines se movan por entre los arbustos secos con el sigilo de una serpiente. -Quin es el que entra en aquel campamento, anciano? -le pregunt Conan, sealando con la cabeza el campamento realista.
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El explorador observ fijamente a la partida que estaba avanzando por la va central del campamento. Al fin, dijo: -Un oficial de alto rango, por lo menos un comandante de campo, a juzgar por el tamao de su escolta. Y, por sus blasones, debe de tratarse de un aristcrata. Conan mand a su paje a buscar a Dexitheus, que tena como aficin el descifrar smbolos herldicos. Cuando el explorador le hubo descrito la insignia bordada en la sobrepelliz del recin llegado, el sacerdote-mdico se frot lentamente la nariz con el dedo, como para estimularse la memoria. -Yo creo -dijo por fin- que se es el escudo de armas del Conde de Thune. Conan se encogi de hombros, irritado. -Su nombre no me es desconocido, pero estoy seguro de no haberme encontrado nunca con ese sujeto. Qu sabes de l? Dexitheus reflexion. -Thune es un condado oriental de Aquilonia. Pero no conozco al detentador actual del ttulo. Recuerdo que hubo un rumor, quizs hace un ao, sobre un escndalo relacionado con su toma de posesin; pero soy incapaz de recordar ms detalles. Tras regresar al campamento rebelde, Conan busc a los dems caudillos para preguntarles si saban algo del recin llegado. Pero poco pudieron decirle acerca del Conde de Thune aparte de lo que l mismo ya saba; solamente que haba servido a ttulo de oficial en las pacficas provincias orientales, y, por lo que ellos saban, no se haba
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destacado ni por su excepcional bravura ni por haber mancillado su nombre con su cobarda. A media tarde, Melias inform de que las tropas de la Legin Fronteriza se haban alineado para pasar revista, y que se estaban dando a leer en voz alta documentos adornados con impresionantes sellos y cintas. Prspero y su asistente abandonaron el campamento y, ocultndose en el follaje del margen del ro, escucharon lo que se deca. Como un sargento realista iba repitiendo cada una de las frases de la proclamacin con voz estentrea, que llegaba al otro lado del ro, los asombrados rebeldes se enteraron de que su adversario se haba dado muerte, y de que Ascalante, Conde de Thune, haba sido designado en su lugar como comandante de la Legin Fronteriza. Se apresuraron a comunicar la sorprendente noticia a los jefes rebeldes restantes. -Procas se ha suicidado? -mascull Conan con enojo-. No, por Crom! Ese viejo, aunque yo lo tuviese por enemigo, era un soldado de pies a cabeza, y el mejor oficial de toda Aquilonia. Los hombres como Procas venden cara su vida, no se matan a s mismos! Huelo en esto el hedor de la traicin; qu decs los dems? -Por lo que a m respecta -murmur Dexitheus, haciendo pasar las cuentas de su collar de plegarias-, veo en esto la astuta mano de Thulandra Thuu, que desde hace mucho tiempo ha abrigado odio contra nuestro general. -Ninguno de vosotros sabe nada ms de este conde Ascalante? -pregunt Conan-. Sabr conducir las tropas en la batalla? Est curtido en el combate, o es uno de tantos perfumados parsitos que rodean a Numedides? -Cuando los otros negaron con la cabeza,
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Conan aadi-: Bien, enviad a vuestros sargentos a preguntar entre los soldados y, si alguno ha servido a las rdenes del conde, que nos diga qu clase de oficial era. -Crees -le pregunt Prspero- que este nuevo comandante de la Legin Fronteriza podra servir involuntariamente a nuestra causa? Conan se encogi de hombros. -Quiz; y quiz no. Ya veremos. Si la maniobra de diversin que nos prometi Trocero se lleva a cabo... El conde Trocero sonri con secreta sonrisa. A la maana siguiente, los caudillos rebeldes, reunidos en el otero, miraron al otro lado del ro con sombra fascinacin. Mientras la Legin Fronteriza aguardaba en formacin de parada, una pequea partida de hombres a caballo atraves el campamento sin prisas y desapareci por el camino de Culario. Entre ellos, un par de caballos negros, guiados por el auriga del general Procas, tiraban ruidosamente del carro del general a paso lento y solemne. El vehculo llevaba un gran bal o atad de madera en la parte de atrs. Conan gru: -sta es la ltima vez que vemos al viejo Amulius. Si l hubiera sido rey de Aquilonia, ahora las cosas seran de otro modo. Pocas noches ms tarde, cuando una densa niebla cubra las aguas del Alimane, un nadador vestido de negro, a quien el conde Trocero haba enviado pocos das antes al otro lado del ro, regres. Traa de nuevo una carta, bordada dentro de un sobre de seda bien aceitada.
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Aquella misma noche, la Bandera del Len se alz frente al plateado esplendor de la vigilante Luna.

CAPITULO 8 Espadas cruzando el Alimane

Los enemigos del conde Trocero haban estado haciendo su trabajo durante varios meses, y lo haban hecho bien. En la plaza del mercado y en la posada del camino, en el pueblo y en la aldea, en la ciudad y en la villa, el susurro se propag por toda la provincia de Poitain: Viene el Libertador!. Tal era el ttulo otorgado a Conan por los partisanos del conde Trocero, hombres que recordaban temibles relatos de aos pasados acerca del gigante cimmerio. Haban odo cmo Conan haba asestado estocadas y mandobles en las plateadas aguas del ro Trueno para quebrantar la voluntad de los salvajes pictos, para evitar que stos atacasen por millares la frontera con la intencin de saquear, y matar, y devastar las Marcas Bosonias. Los poitanios que conocan estas historias contemplaban ahora la indomable figura de Conan con la esperanza de que les librara de las garras del sanguinario tirano.
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Durante semanas, los arqueros, caballeros y hombres de armas se haban ido infiltrando en el sur, cada vez ms hacia el sur, hacia el Alimane. En los pueblos, los hombres hablaban en murmullos frente a sus jarras de cerveza, juntando las peludas cabezas, de la invasin por venir. Ahora, por fin, el Libertador se acercaba. Faltaba poco para el momento de liberar Poitain y, a su tiempo, toda Aquilonia, postrada en aquel momento bajo la pesada bota del loco Numedides. La orden esperada con tantas ansias haba llegado en un sobre de seda aceitado, estampado con el sello de su amado conde. Y estaban prestos. Aterido por la fra y brumosa noche, un joven de Gunderland estornud, al tiempo que golpeaba el suelo con la bota y sacuda los hombros. Hacer la guardia, aun con el mejor de los climas, era una labor tediosa. Pero en una noche hmeda, en que haca mucho fro, poda rozar lo insufrible. Si, por lo menos, no se hubiera dejado cazar como un estpido mandndole besos a la amante del capitn -pensaba sombramente el gunderio-, tal vez habra podido estar divirtindose en aquellos momentos, al alegre calor de la juerga que los sargentos se corran con sus camaradas ms afortunados. Al fin y al cabo, qu necesidad haba de guardar la puerta principal de los barracones de Culario en una noche como aqulla? Acaso el comandante crea que un ejrcito haba de atacar inesperadamente el campamento desde Koth, o Nemedia, o incluso desde la lejana Vanaheim? Se dijo, apenado, que si hubiera gozado de la fortuna de un terrateniente, y de sangre noble, ya habra llegado a oficial, y habra
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estado fanfarroneando en el baile de los oficiales, vestido de raso y de acero sobredorado. Tanto se ensimism con sus sueos que no oy un dbil rumor de pies que avanzaba a sus espaldas por el empedrado. No se dio cuenta de nada hasta que una correa de cuero le rode el cuello, apret con fuerza y lo estrangul. En el baile de los oficiales reinaba la alegra. Las araas de luces brillaban con la luz de mil velas, que centelleaba y refulga en las plateadas copas. Esplndidos en sus uniformes de parada, los oficiales jvenes competan por los favores de las bellas del lugar, que mariposeaban, bonitas, y se contoneaban al or los melosos susurros de sus compaeros, mientras sus madres las contemplaban con indulgencia desde las sillas doradas dispuestas a lo largo de la pared. La fiesta se hallaba en su mejor momento. El gobernador real, Conradn, haba hecho su necesaria aparicin para declarar abiertos los festejos, y haca rato que se haba marchado en su carruaje. El anciano capitn Armandius, comandante de la guarnicin de Culario, bostezaba y se dorma delante de una copa llena de la mejor cosecha de dicha ciudad. Sentado en su silla de terciopelo rojo, observaba con amargura a los bailarines, y pensaba que todas aquellas cabriolas, reverencias y giros valan tan slo como pasatiempo para nios. Pens que, si aguardaba otra hora, no parecera grosero por su parte el abandonar la fiesta. Record una vez ms a su amante zingaria de ojos negros que, sin duda, le estara aguardando con impaciencia. Sonri adormilado, pensando en sus suaves labios y en otras de sus gracias. Y entonces, se durmi.

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Fue un siervo el que primero oli el humo y abri la puerta principal, y vio un montn de madera de arbusto en llamas apilada delante de las casernas de los oficiales. Dio la alarma a gritos. Al cabo de unos instantes, los oficiales del rey se apretujaron en torno al edificio incendiado, como las abejas que tienen que abandonar su colmena a causa del humo producido por los muchachos que quieren su miel. Los hombres y sus damas, furiosos o aturdidos, encontraron el patio ya atestado, abarrotado de hombres callados y sombros, con una mirada torva en sus rostros gastados por el trabajo, y acero desnudo en las manos curtidas por el sol. Ay, de los oficiales; stos slo llevaban dagas, ms bellas que tiles, y poco pudieron hacer contra los bien armados rebeldes. Al cabo de una hora, Culario fue libre; y la bandera del Conde de Poitain, con sus leopardos carmeses, onde al lado de un nuevo y extrao estandarte, que exhiba el blasn de un len dorado sobre campo negro. En una habitacin privada del mesn ms afamado de Culario, el gobernador real haca apuestas con su camarada, el asesor tributario aquilonio para la regin meridional. Ambos estaban concentrados en sus cubiletes, y las continuas prdidas tenan malhumorado e irritable al gobernador. Con todo, habiendo escapado del baile de los oficiales, Conradn prefera demorarse en volver a casa, sabedor de que su esposa le preparara una desagradable bienvenida. La presencia del centinela destinado a la puerta le haba enojado tanto que, bruscamente, haba ordenado al soldado que saliese afuera del mesn.

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-Dejadme tener algo de intimidad -haba refunfuado. -Especialmente ahora que pierdes, eh? -le dijo burlonamente el asesor. Supuso que el centinela no tendra que sufrir durante mucho rato la fra y hmeda niebla, pues la bolsa de Conradn estaba casi vaca. Prosiguieron con su juego, tan absorbidos por la danza de los dados de marfil y las caprichosas variaciones de la fortuna que ninguno de los dos jugadores oy un golpe sordo, ni el sonido de un cuerpo que se desplomaba al otro lado del pesado portn de madera. Al cabo de un instante, varias botas abrieron a patadas la puerta del mesn; una turba de rsticos de ojos fieros, armados con cachiporras, rastrillos y guadaas, as como con armas ms convencionales, irrumpieron en la sala y arrastraron a los jugadores hasta el patbulo que acababan de construir en el centro de la plaza del mercado. Los hombres de la Legin Fronteriza tuvieron la primera noticia de que se incubaba una insurreccin en la provincia cuando un oficial de la guardia, que haca entre bostezos su ronda en torno al campamento para asegurarse de que todos los centinelas estuvieran alerta y en sus puestos, sorprendi a uno de ellos durmiendo a la sombra de un carromato. Con un juramento, el capitn le dio una patada en las costillas al remoln. Al ver que no lograba despertarle, se agach para examinarlo. Sintiendo humedad en los dedos, apart la mano; y observ con incredulidad la mancha oscura que le haba quedado en sta, y el profundo corte que divida en dos la garganta de aquel
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sujeto. Entonces, se incorpor a medias, y se llen de aire los pulmones para dar la alarma; una flecha se le clav justo a tiempo en el corazn. La niebla se cerna sobre las rizadas aguas del Alimane, y serpenteaba por entre los troncos de los rboles y las tiendas de los hombres dormidos. La niebla se arremolinaba tambin en los lmites del campamento; all, en los oscuros y sombros bosques, ms abajo de la rodilla slo se vea purprea penumbra. Los espectrales vapores envolvan los troncos de robles centenarios, y entre los anillos de niebla se arrastraba una hueste fantasmal de agazapadas figuras, vestidas con ropajes oscuros, con dagas en la mano y arcos tensados colgando de las espaldas. Aquellas borrosas formas pechaban con la cortina de niebla, iban de tienda en tienda, entraban sigilosamente en stas y volvan a salir, momentos ms tarde, con sangre en las hojas de sus silenciosos cuchillos. Mientras estos intrusos marchaban furtivamente entre los hombres dormidos, otras oscuras figuras pugnaban con las poderosas aguas del Alimane. stos tambin iban armados. Ascalante, Conde de Thune, sali de su sueo a causa del grito inarticulado de dolor de un hombre. Una veintena de gritos sigui a aqul, y las trompetas del caos retumbaron en el campamento. Por un instante, el aventurero aquilonio se crey inmerso en sueos sangrientos. Entonces, se oyeron en la hmeda noche los gritos de hombres enzarzados en mortal combate, los chillidos de los heridos, los gorgoteos de los moribundos, las carreras de muchos pies, el silbido de las flechas y los ecos del acero.

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El conde salt medio desnudo de su catre, profiriendo maldiciones; sali a la entrada de su tienda y contempl una escena de rugiente matanza. Las tiendas incendiadas arrojaban horripilante luz sobre una fantasmagrica escena de indescriptible confusin. Haba cuerpos desperdigados y hundidos en el viscoso fango, como juguetes arrojados por las descuidadas manos de un nio. Soldados aquilonios a medio vestir peleaban, frenticos de desesperacin, contra hombres protegidos con cotas de malla y armados con lanzas, espadas y hachas, o que tiraban con arcos largos, a tan poca distancia que todas sus flechas acertaban en el blanco. Los capitanes y sargentos realistas lucharon con herosmo para hacer formar a sus lanceros, y armar a aquellos que haban salido de sus refugios sin prepararse. Entonces, una terrible figura apareci ante la tienda donde el Conde de Thune segua sin moverse, pasmado por el asombro y el horror. Se trataba de Gromel, el robusto bosonio, de cuyos gruesos labios manaba un torrente de maldiciones. Ascalante parpade sorprendido al verle. El oficial iba desnudo, salvo por un taparrabos y una cota de malla que le llegaba a las rodillas. La malla estaba rota y cortada por una docena de sitios al menos, y dejaba al descubierto el torso de poderosos msculos de Gromel, que el delicado conde crey ver rojo de sangre. -Nos atacan a traicin? -farfull Ascalante, agarrndose al

ensangrentado brazo con el que Gromel sostena la espada. Gromel apart de s la mano que le aferraba y escupi sangre. -Nos han atacado a traicin, o sorprendido, o ambas cosas a la vez... por las viscosas entraas de Nergal! -rugi el bosonio-. La provincia
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se ha alzado. Han matado a los centinelas; han soltado a nuestros caballos en el bosque. El camino que lleva al norte est bloqueado. Los rebeldes han atravesado el ro en secreto, ocultndose en esta maldita niebla. Los campesinos han degollado a la mayora de centinelas. Estamos atrapados entre dos fuerzas, y no podemos contraatacar. -Entonces, qu vamos a hacer? -susurr Ascalante. -Huye por tu vida -le espet Gromel-. O rndete, como yo pienso hacer. Ven, aydame a vendarme estas heridas antes de que me desangre hasta la muerte. Al principio, oculto por la niebla, Conan haba guiado a sus lanceros por el vado de Nogara. Despus de que empezara el combate, Trocero, Prspero y Palntides se haban presentado con la caballera. Antes de que la plida Luna se abriera paso entre las densas nubes, el Conde de Poitain se vio enzarzado en violenta batalla; pues un nmero suficiente de legionarios se haba reunido para hacer un muro con sus escudos, detrs del cual sus largas espadas se erizaban como un gigantesco espino. Trocero capitane a sus caballeros armados contra la barrera de escudos y, tras varios intentos infructuosos, la destroz. Entonces, comenz la matanza. El campo numidediano haba sido improvisado a lo largo de la orilla del Alimane, y tena el bosque a sus espaldas. Su forma alargada lo haca difcil de defender. Por norma, los soldados aquilonios construan campamentos de permetro cuadrado, y lo fortificaban con terraplenes o con empalizadas de madera. Ninguna de aquellas defensas era practicable en el caso presente, y, por ello, el campamento de la Legin Fronteriza era vulnerable. La forma del
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terreno, as como la completa sorpresa producida por el Ejrcito de Liberacin (pues as dio en llamarse) inclinaron la balanza a favor de los rebeldes, aun cuando los legionarios todava superaran en nmero a las fuerzas unidas de Conan y de sus rebeldes poitanios. Adems, los nimos de la Legin haban declinado, de tal manera que los que haban sido los mejores soldados de Aquilonia acabaron por desmentir su reputacin. Ascalante haba informado a los oficiales de que su antiguo jefe, Amulius Procas, se haba quitado la vida, humillado por su penosa conducta ante la incursin argosea. Los soldados de la Legin apenas si podan dar crdito a aquel bulo. Conocan y amaban a su viejo general, pese a la estricta disciplina que Procas haba impuesto y a su carcter adusto. A los oficiales y soldados, Ascalante les pareca un petimetre y un engolado. Ciertamente, el Conde de Thune tena alguna experiencia en el ejrcito, pero slo en guarniciones, y en fronteras tranquilas. Y adems, todo general que aspire a hacerse grande en la direccin de oficiales ms veteranos, endurecidos en la batalla, debe enfriar el clido aliento del rencor en aquellos mismos a quienes manda. Pero las maneras lnguidas y los aires cortesanos del recin llegado no le ayudaron a congraciarse con sus subordinados; y su descontento se transmita, sin que mediaran palabras, a los soldados de a pie. El ataque estaba bien planeado. Cuando los campesinos poitanios hubieron derramado la sangre de los centinelas, incendiado las tiendas y sacado los caballos de su improvisada cuadra, los somnolientos soldados, que por fin se apercibieron del peligro, formaron para hacer frente a los atacantes en el lmite septentrional del campamento. Pero cuando se vieron atacados tambin desde el

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sur por las no esperadas fuerzas de Conan, sus lneas de defensa se deshicieron, y la cancin de las espadas devino en clamor de muerte. No pudieron encontrar al general Ascalante por ninguna parte. Tan pronto como encontr caballo, el cortesano haba montado a horcajadas sobre la bestia sin ensillar y, como no tena espuelas, haba azuzado al animal con una rama que arranc de un rbol cercano. Esquiv a los montaraces poitanios por muy poco, y huy galopando en la noche. Un astuto oportunista como Gromel sabra ganarse el favor de los vencedores entregndose con su contingente; pero, para Ascalante, la cuestin era muy otra. Tena el orgullo de un noble. Adems, el conde adivinaba lo que hara Thulandra Thuu cuando tuviera noticia del desastre. El hechicero haba esperado que su oficial contuviera a los rebeldes al sur del Alimane, una tarea no muy difcil en circunstancias normales para un comandante con un mnimo de pericia militar. Pero las artes del mago, por la razn que fuera, no haban logrado prever la insurreccin de los poitanios, un hecho que habra desalentado incluso a un oficial ms veterano que el Conde de Thune. Y ahora el campamento estaba quemado y abrasado, y la derrota era inminente. As, Ascalante slo pudo marcharse del lugar y alejarse tanto como pudiera de, por una parte, el astuto caudillo rebelde, y por otra, del moreno y enjuto nigromante de Tarantia. En la noche sin luna, el Conde de Thune cabalg por entre los altos rboles, y el alba lo hall a nueve leguas al este del lugar donde se haba producido el desastre. Espoleado por la imagen de la inconmensurable ira de Thulandra Thuu, huy tan rpidamente como pudo con su exhausta montura. Haba sitios en los desiertos

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orientales donde esperaba que ni siquiera el vengativo hechicero pudiese encontrarle. Pero, a medida que pasaban las horas, Ascalante fue concibiendo un fiero e inextinguible odio contra Conan el cimmerio, al que culpaba de su derrota y su huida. El Conde de Thune jur con el corazn que algn da habra de pagar a Conan el Libertador con la misma moneda. Hacia el alba, Conan anduvo de un extremo a otro del arruinado campamento de la Legin Fronteriza, recibiendo informacin de sus capitanes. Cientos de legionarios yacan muertos, o agonizantes, y cientos mas se haban refugiado en el bosque, de donde les estaban expulsando los partisanos de Trocero. Pero todo un regimiento de soldados realistas, siete mil hombres, se haba pasado a la causa de Conan, convencido por las circunstancias y por un oficial bosonio llamado Gromel. La rendicin de aquellos hombres -poitanios y bosonios, junto con algunos gunderios y unos pocos aquilonios de otras procedencias- complaci en grado sumo al cimmerio; pues los profesionales veteranos y bien entrenados haban de reforzar su poder de combate y dar alas a la resolucin de su abigarrada hueste de seguidores. Conan, agudo juez de hombres, sospechaba que Gromel, a quien haba conocido brevemente en la frontera picta, era un luchador formidable y un astuto oportunista; pero el oportunismo puede perdonarse cuando es til. Y as, felicit al robusto capitn por su cambio de parecer, y le nombr oficial del Ejrcito de Liberacin. En un momento en el que escuadrones de hombres fatigados trabajaban despojando a los muertos de armas utilizables, y apilando
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los cuerpos en una pira fnebre, se present Prspero. Su armadura, manchada de sangre seca, tena color rubicundo a la rosada luz de la aurora, y l pareca estar de inusitado buen humor. -Qu noticias traes? -le pregunt Conan speramente. -Todas buenas, general -dijo el otro, sonriendo-. Hemos capturado todos sus bagajes, con provisiones y armas suficientes para una fuerza que nos doblara en nmero. -Buen trabajo! -dijo Conan con un gruido-, Qu hay de los caballos del enemigo? -Los montaraces han acorralado a las bestias que antes haban soltado, as que volvemos a tener monturas. Y hemos tomado a varios cientos de prisioneros, que arrojaron las armas en cuanto vieron que su causa estaba perdida. Palntides querra saber lo que tenemos que hacer con ellos. -Ofrceles el alistamiento en nuestras fuerzas. Si rehusan, que vayan adonde quieran. Desarmados, no podrn hacernos dao -dijo Conan con indiferencia-. Si vencemos en esta guerra, tendremos que contar con tanta buena voluntad como podamos. Dile a Palntides que permita a cada uno hacer lo que quiera. -Muy bien, general; qu ms ordenas? -pregunt Prspero. -Por la maana cabalgaremos hacia Culario. Los partisanos de Trocero nos informan de que no queda un solo realista en armas entre nosotros y la ciudad, y sta nos aguarda para darnos la bienvenida.

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-Entonces, nos espera una marcha fcil hasta Tarantia -dijo Prspero, sonriendo. -Quiz s, quizs no -le respondi Conan, entrecerrando los ojos-. Pasarn das antes de que las noticias de la derrota realista lleguen a Bosonia y a Gunderland, y las guarniciones de esas regiones vengan al sur a interceptarnos. Pero acabarn por llegar. -S. Apuesto a que los comandar el conde Ulric de Raman -dijo Prspero. Entonces, al ver que Trocero se acercaba a sus colegas oficiales, aadi-: Qu opinis vos, mi seor conde? -Vendr Ulric, no tengo ninguna duda -dijo Trocero-. Es una lstima que no pudiramos reunimos con los barones del norte. Le habran retenido durante algn tiempo. Conan se encogi de hombros. -Prepara a los hombres para que partan al medioda. Voy a ver a los prisioneros de Palntides. Poco ms tarde, Conan recorri la hilera de soldados realistas desarmados, detenindose aqu y all para hacer una severa pregunta. -Quieres servir en el Ejrcito de Liberacin? Por qu? En el curso de la inspeccin, su ojo se fij en que la luz del Sol matinal se reflejaba sobre el velludo pecho de un desharrapado prisionero. Al mirarlo ms de cerca, vio que el centelleo proceda de un pequeo semicrculo de obsidiana, colgado de una cadenilla en torno al robusto cuello del hombre. Por un instante, Conan lo observ, tratando de recordar dnde haba visto antes aquella
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baratija. Tomando aquel objeto entre el pulgar y el ndice, le pregunt al soldado, rezongando por lo bajo: -De dnde has sacado esta chuchera? -Si os place saberlo, general, la cog de la tienda del general Procas a la maana siguiente de que el general fuera... despues de que muriera. Cre que me valdra como amuleto para tener suerte. Conan le observ por entre sus prpados entrecerrados. -No cabe duda de que no le trajo suerte al general Procas. Dmelo. El soldado se apresur a quitarse el ornamento y, temblando, lo entreg a Conan. En aquel momento se acerc Trocero, y Conan, sosteniendo aquel objeto ante sus ojos, murmur: -Ya s dnde he visto esto antes. La bailarina Alcina lo llevaba en el cuello. Trocero enarc las cejas. -Aja! Entonces, eso explica... -Luego -dijo Conan. E, indicndole su conformidad al cautivo con un asentimiento, prosigui con la inspeccin. Cuando las saetas del sol matinal inflamaron las nubes que se haban demorado en el cielo de oriente, el convoy de bagajes de Conan y su retaguardia atravesaron torpemente el Alimane; y poco despus, el Ejrcito de Liberacin inici su marcha por Poitain, hacia Culario, para ir desde all hasta Tarantia la Grande y el palacio de sus reyes. Pisar el suelo de Aquilonia, tras haber pasado tantos meses
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escalando riscos en una tierra solitaria y hostil, haba levantado el nimo de los guerreros rebeldes. Aunque fatigados tras una noche de matanza, cantaban a gritos una cancin de marcha y avanzaban hacia el norte entre los altsimos robles poitanios. Algo ms adelante, ms veloz que el viento, corra la alegre noticia: Ha llegado el Libertador! Vol desde las granjas y aldeas hasta las villas y ciudades; al principio como mero susurro, pero luego se creci en su avance hasta convertirse en un poderoso grito, un grito que atemoriza a los monarcas, pues presagia la cada de un trono o el fin de una dinasta. Conan y sus oficiales, que iban en vanguardia montados en buenos caballos, estaban exultantes. Pareca que fueran a avanzar por los dominios del conde Trocero con la celeridad del guila. Las fuerzas realistas ms cercanas, que no tenan noticia de su llegada, se encontraban a varios cientos de leguas de all. Y como Amulius Procas reposaba en su tumba, no deban temer a ningn enemigo hasta que alcanzaran las mismas puertas de la bella Tarantia. Una vez all, encontraran los portalones de la ciudad cerrados y atrancados; esto lo saban. Y los Dragones Negros, la guardia de la casa del monarca, habran tomado las armas para defender a su rey y su capital. Pero, como les segua un pueblo y les aguardaba un trono, destrozaran todas las defensas y pisotearan a todos los enemigos. En esto, los rebeldes andaban equivocados. Les quedaba un enemigo de quien apenas si saban nada. Se trataba del hechicero Thulandra Thuu.

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En su capilla de tapices purpreos, iluminado por las velas de sebo de cadver, Thulandra Thuu meditaba, sentado en su trono negro. Mir fijamente el espejo de obsidiana, tratando, con la mera fuerza de su resolucin, de arrancar del opaco cristal fulgurantes visiones de personas y sucesos lejanos. Al fin, con un leve suspiro, se arrellan en su trono y dio reposo a sus fatigados ojos. Entonces, frunciendo el ceo, observ de nuevo la hoja de pergamino en la que, con su flaca mano, haba inscrito los aspectos astrolgicos que juzgaba favorables a la comunicacin con aquel medio esotrico. Miraba la clepsidra de cristal dorado, y no hallaba error alguno en el da ni en la hora que explicara su fracaso. Fuera cual fuese la causa, Alcina no lograba comunicarse con l en los momentos previstos, y haba ocurrido lo mismo durante varios das. Un golpe en la puerta le distrajo de sus melanclicas meditaciones. -Entra! -dijo Thulandra Thuu con los labios lvidos de frustracin. Los tapices se apartaron, y Hsiao apareci en el umbral de mrmol. Inclinndose, el khitanio dijo con su voz vibrante: -Seor, la dama Alcina querra hablar con vos. -Alcina! -La voz chillona con la que respondi el sacerdote delat su agitacin-. Que pase ahora mismo! Los tapices volvieron silenciosamente a su lugar para luego abrirse de nuevo. Alcina entr con pasos vacilantes. Su atuendo de paje, desgarrado y roto, haba quedado gris a causa del polvo, y estaba manchado de barro que se haba secado al sol. Su cabello negro se le haba enredado en torno a la cara, llena de mugre y de aprensin. Andaba arrastrando los fatigados pies, apenas capaces de sostener
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su cuerpo vacilante. La bella muchacha, que haba partido tan bien compuesta para Messantia, pareca ahora una mujer fatigada en el invierno de sus aos. -Alcina! -grit el brujo-. De dnde vienes? Qu haces aqu? Con un susurro apenas audible, ella replic: -Mi seor, puedo sentarme? Estoy exhausta. -Sintate, pues. Cuando Alcina se derrumb sobre un banco de mrmol, y cerr los ojos, la sibilante voz de Thulandra Thuu reson por toda la cmara. -Hsiao! Trae vino para la dama Alcina. Ahora, mi buena moza, reltame todo lo que te ha sucedido. La muchacha tom aliento con un gimoteo. -He pasado ocho das en el camino, detenindome apenas para echar alguna cabezada y comer un bocado. -Vaya! Y por qu? -Vine a decir... a decirte a ti... que Amulius Procas ha muerto... -Bien! -dijo Thulandra Thuu, y destellos de luz danzaron sobre sus ojos de grueso prpado. -... pero Conan todava vive! Ante tan sorprendente informacin, el hechicero, por segunda vez en un da, perdi la compostura.
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-Por Set y Kali! -grit-. Cmo ha podido ocurrir? Dmelo, muchacha; dmelo! Antes de responder, Alcina bebi un trago de la copa de vino azafranado que Hsiao le haba trado. Entonces le cont con titubeos sus aventuras en el campamento de la Legin Fronteriza: cmo haba apualado a Procas, cmo haba descubierto que Conan an viva; y cmo haba escapado de la guardia. -Y as -concluy-, temiendo que no sabrais nada de la milagrosa supervivencia del brbaro, juzgu que era mi deber informaros con la mxima rapidez. Juntando las cejas en un ceo feroz, el hechicero contempl a Alcina con hipntica mirada. Entonces, ronrone con la controlada rabia de un felino encolerizado. -En vez de emprender este fatigoso viaje, por qu no te alejaste a una distancia prudente del campamento de la Legin, y trataste de comunicarte conmigo a la hora apropiada con tu fragmento del espejo? -No pude, mi seor -Alcina se frotaba las manos nerviosamente. -Por qu no? -De repente, la voz de Thulandra Thuu la atraves como un pual-. Es que has perdido la tabla de las posiciones de los planetas que te proporcion? -No, mi seor; ocurri algo an peor. Perd mi fragmento del espejo... perd mi talismn! Arrugando los labios como para gruir, Thulandra profiri un silbido de ofidio.
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-Por los demonios de Nergal! -grit-. Pequea imbcil! Qu demonio de la dejadez te posey? Es que ests loca? O ms bien entregaste tu necio corazn a algn patn lujurioso, como una gata en celo? Te voy a castigar por esto con castigos que los hombres mortales no conocen! No slo voy a flagelarte el cuerpo, sino que tambin te desollar el alma! Revivirs los dolores de todas tus vidas previas, desde la primera gota de cieno protoplsmico hasta el gusano, hasta el pez, hasta el simio! Me suplicars que te d muerte, pero... -Te lo ruego, mi seor, escchame! -grit Alcina, cayendo de rodillas-. T sabes que la lujuria de los hombres no significa nada para m, a menos que la emplee a tu servicio. Llorando, le cont cmo haba luchado a muerte en la oscuridad con Amulius Procas, y cmo haba descubierto ms tarde que ya no tena el talismn. Thulandra Thuu se mordi el labio para dominar su creciente ira. -Ya veo -dijo por fin-. Pero, cuando uno quiere alcanzar grandes trofeos, no puede permitirse errores. Si hubieras clavado la daga con tino, Procas no habra vivido para agarrar tu amuleto. -Yo no saba que vistiera cota de malla debajo de la tnica. No podrais cortar otro fragmento del espejo? -S podra, pero el encantamiento del fragmento para que transmita mensajes a distancia es un proceso tan largo que la guerra terminara antes de que lo hubiera completado. -Thulandra Thuu se acarici el afilado mentn-. Ests segura de la muerte de Procas?
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-S. Le tom el pulso, y busqu el latido de su corazn. -Bien. Pero no hiciste lo mismo con el cimmerio! se fue el error ms grande. Alcina hizo un gesto de desesperacin. -Le serv veneno en cantidad suficiente para matar a dos hombres ordinarios; pero, entre su gran corpulencia y la inhumana vitalidad que le impulsa... Se dej caer abyectamente a los pies de su amo, y su voz se fue apagando. Thulandra Thuu se puso en pie; y, alzndose sobre la temblorosa muchacha, seal al cielo con un dedo huesudo. -Padre Set, es que ninguno de mis siervos puede llevar a cabo la misin ms sencilla? -Entonces, volvindose hacia la encogida muchacha, aadi-: Pequea idiota, acaso le daras a un dogo la misma racin que a un perrito faldero? -Seor, no me avisasteis, y, cmo iba a saber yo cuntos granos de veneno de loto hacan falta para un gigante? -Alcina levant la voz, y habl con furia-: Os estis cmodamente sentado en vuestro palacio mientras esta pobre sierva cabalga por el campo con buen y mal tiempo, y arriesga el pellejo por vuestras imposibles misiones. Y no podis ofrecerle ni una sola palabra amable! Thulandra Thuu abri los brazos, y volvi las palmas hacia arriba en un gesto de perdn.
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-Vamos, vamos, mi querida Alcina, no hablemos mal el uno del otro. Cuando los aliados disienten, el enemigo les derrota sin necesidad de comparecer. Si alguna otra vez te pido que envenenes a un enemigo mo, mandar contigo a un asistente capaz de calcular la dosis. -Se sent, con aviesa y amarga sonrisa-. En verdad, los dioses deben de estar riendo como diablos ante esta irona. Despus de enviar a Amulius Procas al mundo infernal que le haya impuesto el Hado, querra con todo corazn que ese viejo rufin volviera a la vida; pues en nadie, salvo en l, habra podido confiar para que derrotara al brbaro y a sus rebeldes. Cre que Ascalante y Gromel podran desbaratar ellos solos los esfuerzos de los rebeldes por cruzar al Alimane; y podran hacerlo, de no hallarse Conan al mando. Ahora, habr que encontrar un general ms capaz para la Legin Fronteriza. Tendr que pensar en ello. El conde Ulric de Raman tiene al Ejrcito del Norte en Gunderland, vigilando a los cimmerios. Es un comandante hbil; mas la Luna habr completado su ciclo antes de que reciba la orden y atraviese Aquilonia. El prncipe Numtor est ms cerca de la frontera picta, pero... El prudente golpe que Hsiao dio a la puerta reson como una campanilla de bronce. Al entrar, dijo: -Un despacho trado de Messantia por una paloma mensajera, mi seor, que Vibius Latro acaba de recibir. Inclinndose, entreg el pequeo pergamino al brujo. Thulandra Thuu se levant y acerc el pergamino a una de las grandes velas, y apret los labios hasta que slo se vio de ellos una fina lnea en su rostro moreno. Al fin, dijo:
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-Pues bien, mi seora Alcina, parece que los dioses de mi lejana isla no se preocupan por su hijo favorito. -Qu ha sucedido ahora? -pregunt Alcina, al tiempo que se pona en pie. -Segn dice Fadius, el prncipe Casio ha mandado un mensaje a su padre, que est en Messantia, desde los montes Rabirios. Parece ser que Conan, que se ha recobrado por completo de una dolencia que le afligi, ha cruzado el Alimane y, con la ayuda de los nobles y campesinos poitanios, ha destruido por completo a la Legin Fronteriza. El capitn primero Gromel y sus hombres han desertado para unirse a los rebeldes; Ascalante debe de haber huido, pues no se le ha hallado a l ni a su cuerpo sin vida. El brujo arrug la misiva y mir ferozmente a Alcina; y los ojos que clavaba en ella ardan con una rabia que la muchacha no haba visto jams en unos ojos vivos. Thulandra mascull: -Muchacha, a veces me tientas con extinguir tu despreciable vida, igual que un hombre apaga una vela encendida. Tengo un hechizo silencioso que convierte a mi enemigo en un insignificante montn de ceniza, sin necesidad de llama ni de humareda... Alcina se encogi y cruz los brazos delante del pecho, pero no pudo escapar de la hipntica mirada del hechicero. Le arda el cuerpo, como si se lo hubieran lamido las lenguas de fuego que se asoman a la puertecilla abierta de un horno. Las mgicas emanaciones traspasaban su ms ntimo ser, y la muchacha cerraba los ojos como para no dejar entrar a las crueles radiaciones. Cuando los volvi a

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abrir, levant las manos como para protegerse de un golpe y chill histricamente. En el mismo lugar donde haba estado el hechicero, se alzaba ahora una monstruosa serpiente. En su erguida cabeza, que se meca delante de la de Alcina, unos ojos de ptreas pupilas derramaban rayos malficos en su alma, mientras un hedor reptilesco le abrasaba la nariz. Las escamosas mandbulas se abrieron ampliamente, y dejaron a la vista un par de colmillos puntiagudos cual dagas; la gran cabeza se arroj sobre ella. Arredrndose, la joven parpade de nuevo; y, cuando se atrevi a abrir los ojos, se encontr con que tena delante a Thulandra Thuu. Con una malvola sonrisa en el alargado rostro, el brujo dijo: -No temas, muchacha; yo no emboto deliberadamente mis cuchillos mientras an tengan filo. Temblando todava, Alcina se recobr lo bastante para preguntar: -De... de verdad habis tomado la forma de una serpiente, mi seor, o tal vez me hicisteis ver un simulacro de realidad? Thulandra Thuu esquiv su pregunta. -Slo te he recordado cul de nosotros es el amo, y quin la aprendiza. Alcina quiso cambiar de tema. Sealando el arrugado pergamino, le pregunt: -Cmo descubri Fadius la informacin dada por el prncipe Casio?
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-Milo de Argos anunci una celebracin pblica, y todos saban por qu. Se sabe bien a qu bando favorece ese viejo necio. Y todava algo ms: Milo ha expulsado de su reino a ese palurdo de Quesado, y nuestro aspirante a diplomtico fue visto por ltima vez, junto con una escolta de guardias de la casa de Milo, en el camino que lleva a Aquilonia. Tengo que decirle a Vibius Latro que ponga a trabajar a nuestro amigo como recogedor de basuras; no sirve para nada ms. Y ahora, tal vez nuestro entrometido rey loco dejar los asuntos del Estado en mis manos y se retirar a sus embrutecedores placeres. Tengo que meditar mi prximo movimiento en este juego con el Destino, en el que se juega un reino. As pues, Alcina, cuentas con mi permiso para irte. Hsiao te procurar alimento, bebida, el bao que tanto necesitas y atavos femeninos. El refulgente ro de una legua de largo que era el Ejrcito de Liberacin serpente entre altozanos coronados de rboles, fue dejando atrs campos y villorios, y lleg ante las puertas de Culario. Conan, que iba al frente, tir de las riendas de su semental negro al ver que le abran la puerta. En las torres de la entrada ondearon banderas con los leopardos carmeses de Poitain; pero el guila negra, representacin herldica de Aquilonia, no se vea por ninguna parte. Tras los muros de la ciudad, el pueblo se alineaba a ambos lados de la estrecha calle. La g inteligencia de Conan recel de la doblez de los hombres civilizados. Volvindose hacia Trocero, que cabalgaba a su lado sobre un caballo blanco castrado, Conan murmur: -Ests seguro de que esto no es una trampa de los realistas?

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-Ofrezco

mi

cabeza

como

prenda!

-replic

el

conde

con

apasionamiento-. Conozco bien a mi pueblo. Conan contempl la escena, y dijo con tono spero: -Creo que me conviene no entrar con muchos aires de conquistador. Espera un poco. Desabroch la correa del yelmo y se lo quit, y lo colg del arzn de su silla de montar. Entonces desmont armando estrpito con la armadura, y avanz a pie hacia la puerta, llevando el caballo de la rienda. As, Conan el Libertador entr modestamente en Culario, y fue asintiendo gravemente con la cabeza a los ciudadanos que se apiaban a ambos lados. Ptalos de flores olorosas llovieron sobre l; los aplausos levantaron ecos por la tortuosa calle. Siguindole a caballo, Prspero tir de la manga de Trocero, y le murmur al odo a su camarada: -No fuimos necios al preguntarnos la otra noche quin haba de suceder a Numedides? El conde Trocero le respondi con una sonrisa maliciosa y se encogi de hombros en su armadura de hierro, al tiempo que alzaba la mano en saludo a sus dedicados y leales subditos. En su gabinete, Thulandra Thuu examinaba un mapa, que tena desplegado sobre un taburete con la ayuda de pesas de metales preciosos que sujetaban sus extremos. Se volvi hacia Alcina, que haba descansado ya de su viaje, y estaba resplandeciente en su

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flotante tnica de satn amarillo, que se cea en torno a su hermoso cuerpo y realzaba su negra cabellera. -Uno de los espas de Latro nos informa de que Conan y su ejrcito estn en Culario, descansando de la batalla y de las marchas forzadas. Acabarn por atacar el norte, remontando el Khorotas hasta Tarantia. -Seal con una ua larga y bien cortada-. El lugar ms apropiado para detenerlos es el Escarpado Imirio, en Poitain, que se halla a la mitad de su camino. La nica fuerza lo bastante numerosa que puede llegar a tiempo de cumplir con esa tarea es la Real Guardia Fronteriza de Numtor, que tiene su cuartel en el Fuerte Thandara, en la Marca Occidental de Bosonia. Alcina observ el mapa, y dijo: -Entonces, no deberas ordenar al prncipe Numtor que marchara a toda prisa al sudeste con todas sus fuerzas, salvo una pequea guarnicin? El brujo ri secamente entre dientes. -Mi buena muchacha, an te nombraremos generala. Un jinete que llevaba ese mensaje en su bolsa parti antes del alba. -Entonces, Thulandra Thuu midi las distancias con los dedos, movindolos como el comps de un delineante-. Pero, como puedes ver, si Conan se pone en marcha dentro de menos de dos das, Numtor no podr alcanzar antes que l ese escarpado. Tenemos que lograr que se retrase. -S, mi seor, pero cmo?

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-No

desconozco

por

completo

la

magia

de

los

fenmenos

atmosfricos, y puedo controlar los espritus del aire. Trazar un plan para retrasar a Conan en Culario. Treme esos polvos y pociones, muchacha, y probaremos el poder de mi brujera. Conan se hallaba en las almenas del muro de la ciudad, al lado del alcalde recin elegido de Culario. Haban empezado su paseo con un bello da; pero ahora vean el cielo de color ndigo, y una interminable procesin de pesadas nubes grises desfilaba en lo alto. -Esto no me gusta, seor -dijo el alcalde-. Hemos tenido un verano hmedo, y parece que van a comenzar ms aguaceros. Un exceso de lluvia puede ser tan malo para los sembrados como la sequa. Y ya lo tenemos aqu! -acab diciendo, mientras se secaba una gruesa gota que le haba cado sobre la frente. Cuando los dos hombres bajaron por la escalera de caracol de la torre, un agitado Prspero les sali al encuentro. -General! -grit-. Has vuelto a escaparte de tu escolta! -Por Crom, a veces me gusta pasear yo solo! -gru Conan-. No necesito que me venga cuidando ninguna niera. -se es el precio del poder, general -le dijo Prspero-. Ms que nuestro caudillo, te has convertido en nuestro smbolo y nuestra inspiracin. Tenemos que protegerte, igual que protegeramos nuestra bandera, u otra sagrada reliquia; pues, si el enemigo te diera muerte, habra ganado las tres cuartas partes de su lucha. Te aseguro que espas de Vibius Latro acechan en Culario, aguardando una oportunidad de arrojar veneno a tu vino, o un pual a tus costillas.
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-iSon alimaas! -rezong Conan. -S, pero el aguijn de una de esas criaturas te podra matar igual que el de cualquier otro hombre. As pues, general, no tenemos otro remedio que mimarte como si fueras un prncipe recin nacido. Tendrs que aprender a sobrellevar estas molestas minucias. Conan suspir ruidosamente. -Podra decirse mucho en favor del modo de vida de los aventureros sin hogar, que fue el mo. Volvamos al palacio del gobernador antes de que este chaparrn nos caiga encima. Conan y Prspero se marcharon a paso rpido por la empedrada calle; el corpulento alcalde perdi el resuello tratando de seguirles. En lo alto, un quebrado rayo de luz violcea hendi el cielo, y el trueno retumb como el fragor de mil tambores. Empez a llover con fuerza.

CAPITULO 9 El semental de hierro

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Mientras Poitain gema bajo el azote de la ms violenta tempestad que recordaran los hombres vivos, sonrea un sol benigno sobre la bella Tarantia. Gozando de su saludable calor en un balcn de palacio, Thulandra Thuu, servido por Alcina y Hsiao, contemplaba las suaves laderas de los campos de la Aquilonia central, donde el trigo veraniego maduraba en lanzas de oro. A la bailarina de nuevo joven y bella, que se haba adornado el cabello negro como la noche con joyas centelleantes, y haba cubierto su bien conformada figura con una ceida tnica de satn, le dijo el brujo: -La rueda del cielo me revela que los espritus del aire me han servido bien. Mi tormenta no cesa; y, despus que remita, los caminos del sur y todos los vados estarn intransitables. Numtor acude a toda prisa desde la Marca Occidental, y yo tengo que ir con l. Alcina le mir. -Queris decir que iris al campo de batalla, mi seor? Por Ishtar! No es lo que solis hacer. Puedo preguntaros por qu? -Las fuerzas de los rebeldes superarn en nmero a las de Numtor; y, aunque avance a marchas forzadas, Ulric de Raman no podr llegar a Poitain hasta por lo menos quince das ms tarde que el prncipe. Adems, el prncipe Numtor es un completo estpido. sa es, sin duda, la razn por la que nuestro artero rey ha permitido vivir a su primo despus de haber asesinado o exiliado al resto de su familia. No, no puedo confiar en que el prncipe defienda el Escarpado Imirio hasta que llegue el conde Ulric. Necesitar de la ayuda de mis artes arcanas.

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El hechicero se volvi hacia su sirviente, el hombre inescrutable, de ojos rasgados, que le haba seguido desde tierras de allende los mares. -Hsiao, dispon mi carro y junta todo lo necesario para nuestro viaje. Partiremos al alba. Tras hacer una reverencia, el hombre se retir. Volvindose hacia Alcina, Thulandra Thuu sigui diciendo: -Como los espritus del aire me han servido bien, voy a descubrir lo que los espritus de la tierra pueden hacer por mi causa. Y t, mi buena muchacha, te dejo aqu en calidad de lugarteniente. -Yo? No, mi seor; no soy lo bastante hbil para ocupar vuestro lugar. -Te instruir. Primero, aprenders a emplear el Espejo de Ptahmesu para comunicarte conmigo. -Pero no tenemos el talismn que necesitaramos! -Yo soy capaz de proyectar imgenes mediante el poder compulsivo de mi mente, aunque t no puedas. Ven, no hay tiempo que perder. Hsiao sac de las cuadras reales el caballo que tiraba del carruaje de su amo. A quien lo hubiese visto de casualidad, el animal le habra parecido un gran semental negro; pero una observacin ms atenta de su pellejo habra revelado un extrao lustre metlico. La bestia, adems, nunca piafaba, ni espantaba a las moscas con la cola. De hecho, ninguna mosca se le acercaba, aunque una mirada de alas zumbara en el establo. El semental sigui inmvil hasta que Hsiao
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pronunci una orden, ininteligible para cualquier hombre que hubiera podido orle; entonces, la criatura le obedeci al instante. Hsiao llev al semental negro hasta la cochera y lo hizo entrar en la dependencia donde se hallaba el carro de Thulandra. Cuando una descuidada pezua golpe una de las varas del carruaje, un sonido metlico reson por el callado aire. El vehculo, un carro de dos ruedas en forma de palco, lacado en color bermejo y ornado con un friso de serpenteantes ofidios de oro, tena un asiento en la parte de atrs. Un par de postes de madera tallados que se erguan a cada lado del carro sostenan un armazn de madera cubierto con un toldo. Nada ordinario haba en ste; tena bordados extraos smbolos que superaban a la comprensin de quienes los mirasen, a menos que alguno ms astuto hubiera discernido las formas de la Luna y de las principales constelaciones del hemisferio meridional. Hsiao meti todo tipo de pertrechos en un bal que llevaban debajo del amplio asiento del singular vehculo, y amonton encima de este cojines de seda en profusin. Y, al tiempo que trabajaba, iba tarareando una quejumbrosa cancin de Khitai, plagada de curiosos intervalos de medio semitono. Conan y Trocero contemplaban la pesada lluvia desde la mansin del gobernador. Al fin, Conan gru: -No saba que tu pas se hallara en el fondo de un mar interior. El conde neg con la cabeza.

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-Nunca, en el medio siglo que llevo de vida, haba visto una tormenta de tal magnitud. Nada, salvo la hechicera, puede haberla provocado. Piensas que Thulandra Thuu...? Conan le dio una palmada en el hombro a su compaero. -Vosotros, los aquilonios, veis magia en cada sombra fugaz! Si tropiezas con el dedo del pie, le dars la culpa a Thulandra Thuu. En mis tratos con brujos, apenas he encontrado a ninguno que fuera tan poderoso como deca ser... Qu sucede, Prspero? -dijo, porque el oficial acababa de entrar precipitadamente. -Los exploradores han regresado, seor, y dicen que todos los caminos estn irremediablemente cortados. Aun los ms pequeos arroyos se han convertido en furiosas corrientes. De nada servira ordenar a la columna que avance; no lograran alejarse de la ciudad ms de una legua. Conan profiri una maldicin. -Las sospechas que te inspira ese brujo de Tarantia empiezan a tener fundamento, Trocero. -Y adems, tenemos visitas -dijo Prspero-. Los barones del norte, que partieron hacia sus tierras antes de que llegramos a Culario, han tenido que detenerse a causa de la tempestad y han vuelto aqu. Una sonrisa ilumin el rostro oscuro y marcado de Conan. -Gracias a Crom, por fin una buena noticia! Hazlos pasar. Prspero hizo pasar a cinco hombres, vestidos con ropa de viaje de lana, empapada, de buena calidad, llenos de barro de la cabeza a los
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pies. Trocero present al barn Roaldo de Imirus, cuyas tierras se hallaban en el Poitain septentrional. Este noble curtido, de cabello gris, antiguo oficial del ejrcito del rey, haba guiado a los otros barones y sus escoltas hasta Culario, y los present al cimmerio. Conan juzg que aquellos aristcratas eran hombres de carcter diverso: uno, robusto, de rostro enrojecido, siempre rebosante de tumultuoso buen humor; otro obeso, y obviamente conocedor de los placeres de la mesa y la bebida; y dos de sombro ademn y pocas palabras. Aunque fueran gente muy variada, todos prestaban sincero apoyo a la rebelin; pues se haban irritado contra los codiciosos recaudadores de impuestos de Numedides, y su orgullo ancestral se haba visto ofendido por las tropas reales, que haban acampado en sus tierras para sustraer un tributo anual a seor y vasallos a la par. Deseaban vidamente la cada del tirano, y haban acudido con inters al sucesor de Numedides para poder ganarse el favor de su futuro monarca. Despus de que los barones reposaran y se pusieran ropa limpia, Conan y sus amigos escucharon su memorial de agravios y alimentaron sus secretas esperanzas. Conan prometa poco, pero su aire comprensivo dejaba a cada uno con la impresin de que haba de ocupar un puesto importante en el nuevo rgimen. -Estad advertidos, seores -dijo Conan-. Ulric, conde de Raman, pasar por vuestras tierras con sus tropas cuando venga al sur para hacer frente a nuestro ejrcito rebelde. -Y qu tropas debe de comandar ese avejentado conde? -dijo rezongando el barn Roaldo-. Unos andrajosos, sin duda alguna. La

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frontera cimmeria lleva mucho tiempo en paz, y una fuerza dbil se basta para defenderla. -Al contrario -le respondi el conde de Poitain-. Estoy informado de que el Ejrcito del Norte es fuerte, y cuenta con veteranos que han participado en muchos enfrentamientos fronterizos. Adems, el propio Raman es un gran estratega, y escap hace muchos aos del saqueo de Venrium. Conan sonri torvamente. An muchacho, haba formado parte de la salvaje horda cimmeria que asolara el Fuerte Venrium, pero no mencion el hecho. En cambio, dijo a los barones norteos: -No dudo de que Numedides enviar tropas desde la Marca Occidental; y, como estn ms cerca, llegarn antes. Tendris que hostigar a esos contingentes del norte para demorarlos, por lo menos hasta que acabemos con los realistas bosonios. El conde Trocero mir intensamente a los barones. -Podris poner en pie una fuerza de combate sin que se den cuenta los hombres del rey acampados entre vosotros? El barn Amin de Ronda le dijo: -Esas langostas humanas aparecen slo en el tiempo de la siega para arrebatarnos el fruto de nuestro trabajo. Si los dioses quieren, no vendrn hasta dentro de uno o dos meses. -Pero -argy el obeso barn Justin de Armavir- un conflicto como este, si tiene lugar en nuestras tierras, nos arruinar a nosotros y a nuestro pueblo. Tal vez podamos demorar a Ulric, pero slo hasta que

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incendie nuestros campos, ponga en fuga a nuestras gentes y cobre venganza en nuestras personas. -Si el general Conan no logra tomar Tarantia, estaremos igualmente condenados -coment Roaldo, el de duras facciones-. Los espas del tirano no tardarn en saber que nos hemos unido a la causa rebelde. Ms vale que nos arriesguemos por una guila de oro que por una moneda de cobre. -Dice la verdad -coment Amin de Ronda-. A menos que derribemos al tirano, habremos de ver cmo el cuello se nos vuelve demasiado largo o demasiado corto, y no importar lo que hagamos. As pues, corramos el riesgo, y ganmonos nuestra seguridad entre peligros abrumadores! Al fin, los cinco coincidieron en esto, algunos con entusiasmo, otros entre dudas. Y as, se decidi que, tan pronto como el tiempo mejorase, los barones partiran con gran urgencia hacia el norte, hacia sus baronas, como espigas de trigo arrastradas por la tormenta, para hostigar al Ejrcito del Norte del conde Ulric cuando tratara de pasar por su propiedad. Despus de que los barones se hubieron retirado a sus alcobas, Prspero le pregunt a Conan: -Crees que llegarn all a tiempo? -Es ms -aadi Trocero-, crees que se mantendrn fieles a su nueva alianza si Numedides siembra de acero nuestro camino, o si Tarantia resiste nuestro asalto? Conan se encogi de hombros.
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-No soy ningn profeta. Slo los dioses son capaces de leer en los corazones de los hombres. El carro del hechicero avanzaba ruidosamente por las calles de Tarantia; Hsiao, con los pies firmes sobre las tablas, llevaba las riendas, y Thulandra Thuu, embozado en una capa, iba sobre el asiento cubierto de cojines. Los ciudadanos que vean acercarse el vehculo apartaban el rostro. Si alguien hubiera intercambiado por casualidad una mirada con el moreno hechicero, le habra hecho notar su presencia, y en cualquier caso no pareca oportuno llamarle la atencin. No haba nadie que no hubiese odo hablar de sus siniestros experimentos ni de las desapariciones de muchachas. Los grandes portales de bronce de la Puerta Meridional se abrieron al acercarse el vehculo, y se cerraron despus de que saliera. Ya en el camino abierto, el corcel galop a una velocidad que doblaba la de los caballos corrientes, y el carro traqueteaba y daba saltos, y levantaba una fina nube de polvo. Cada da, dejaban atrs ms de cuarenta leguas de blanco camino; y ni el calor, ni la lluvia, ni las tinieblas de la noche apartaron al semental de hierro de la tarea que se le haba encomendado. Cuando Hsiao se fatigaba, su amo tomaba las riendas. Durante aquellos descansos, el hombre de piel amarilla devoraba carne fra y aprovechaba un hechizo de sueo reparador. Hsiao no saba si su dueo cerraba los ojos en algn momento. Despus de seguir durante varios das el margen oriental del Khorotas, el carro de Thulandra Thuu se acerc al gran puente que el rey Vilerus I haba hecho construir sobre el ro. All, el Camino de los Reyes, tras dar un rodeo en torno a dos serpenteantes recodos del ro, lo atravesaba, y continuaba en su margen occidental. El puente,
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edificado sobre seis pilares de piedra que emergan del lecho del ro, era de madera, y empezaba y terminaba en sendas empinadas rampas. Al ver el adornado carro, el recaudador de peajes hizo una profunda reverencia y les permiti pasar; mientras el vehculo suba por la rampa de madera, Thulandra mir en derredor. Cuando divis una nube de polvo que se alzaba ms adelante en el camino, su aviesa sonrisa volvi todava ms siniestra su faz. Si aquello eran las estruendosas pezuas de la caballera del prncipe Numtor, que agitaban la tierra de los suelos y la arrojaban al aire, sus cuidadosos clculos de tiempo y distancia habran resultado correctos. Deban de encontrarse en el lugar donde el Camino Bosonio se cruzaba con la va de Poitain. El carro descendi a gran velocidad por la rampa occidental y prosigui hacia el sur y, al cabo de una hora, Thulandra dio alcance a una columna de jinetes. Al acercarse el pintado carro, un soldado de la retaguardia lo reconoci. Cuando la voz corri por las filas, los jinetes se apresuraron a apartar a sus caballos, y dejaron el camino franco para el hechicero del rey. Los caballos retrocedieron y dieron saltos al pasar entre ellos el corcel metlico, y la manada de monturas de refresco, y tambin las bestias de tiro, se encabritaron y piafaron, y causaron muchos problemas a quienes las guiaban. El mago hall al prncipe Numtor al frente de la columna, cabalgando sobre un enorme caballo castrado. Al igual que su primo el rey, este prncipe era un hombre de complexin pesada, y tena vetas rojizas en el cabello y la barba. En todo lo dems, ofreca un
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aspecto muy distinto; sus ojos, azules y candidos, embellecan un rostro de amplia frente, bronceado por el sol, que era la viva estampa de la simpata acomodadiza. -Hola, mago Thulandra! -exclam Numtor, sorprendido, cuando Hsiao tir de las riendas de su singular corcel-. Qu te trae por aqu? Vienes con algn mensaje importante del rey? -Prncipe Numtor, vas a necesitar mis artes de hechicera para contener la marcha de los rebeldes hacia el norte. El prncipe le mir con perplejidad. -No me gusta emplear magia en mis guerras; no es digno de hombres luchar as. Pero si mi primo el rey te ha enviado, tendr que aceptarlo. Un destello de malicia reluci en los ojos de grueso prpado del hechicero. -Hablo en nombre del nico gobernante de Aquilonia -dijo-. Y mis rdenes tienen que se obedecidas. Si avanzamos con rapidez, podremos llegar al Escarpado Imirio antes que los rebeldes. Estos dos regimientos de caballera son los nicos que vienen contigo? -No, ms adelante se unirn a nosotros cuatro regimientos de infantera. An no han llegado al cruce con el Camino Bosonio. -Son pocos, aunque de todas formas nos enfrentaremos a una turba de canallas indisciplinados. Si somos capaces de contenerles al pie del escarpado hasta que llegue el conde Ulric, podremos decir que les hemos arrancado los colmillos. Cuando lleguemos a la cumbre del

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escarpado, querra que destacaras a cinco de tus hombres, cinco experimentados cazadores, para que lleven a cabo cierta tarea. -De qu tarea se trata? -Ya te lo explicar ms tarde. Baste con decir que necesito a hombres que conozcan los bosques para llevar a cabo el hechizo que tengo en mente. Al fin, dej de llover en Culario. Los barones norteos y sus squitos se marcharon con gran dificultad por el camino embarrado, donde se alzaban vapores de las charcas que se iban secando al sol. Poco ms tarde, el Ejrcito de Liberacin parti por la misma va, de camino hacia el norte, hacia las provincias centrales y hacia la orgullosa Tarantia, que se hallaba en la otra ribera del Khorotas. Cada vez que se acercaban a una villa o una aldea, nuevos reclutas engrosaban las filas del Ejrcito de Liberacin: caballeros viejos, deseosos de tomar parte en una ltima y gloriosa refriega; antiguos soldados curtidos en la batalla, que haban servido junto a Conan en la frontera picta; flacos montaraces y cazadores que vean en Conan a un amante de lo salvaje, semejante a ellos mismos; forajidos y exilados, atrados por la amnista que se haba prometido a quienes lucharan bajo el Len Dorado; pequeos propietarios, comerciantes y operarios; leadores, carboneros, herreros, albailes, empedradores, tejedores, bataneros, bardos, escribanos; hombres de mirada hosca, ansiosos por correr aventuras con el ejrcito del Libertador. Tomaron tantas armas de los bagajes, que al final Conan insisti en que todos los reclutas tendran que acudir armados por lo menos con un hacha de leador.

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Conan y sus oficiales se entregaron a la ardua tarea de convertir a aquellos dedicados voluntarios en algo parecido a una fuerza militar. Dividieron a los hombres en escuadrones y compaas, y escogieron sargentos y capitanes de entre los que tenan experiencia de la guerra. Durante las paradas, estos nuevos oficiales entrenaban a sus hombres, fatigados por el camino, con ejercicios simples; pues Conan les haba advertido: -Si no sigue una prctica constante, cualquier horda de reclutas bisnos se transformar en una masa de fugitivos chillones en cuanto se derrame la primera sangre. Entre las tierras de labranza del Poitain meridional y el Escarpado Imirio se encontraba el extenso Bosque Brocelio, por el que serpenteaba el camino como un ofidio entre helchos. Cuando los rebeldes se acercaron al bosque, las canciones de los voluntarios poitanios dejaron de orse. Conan not que los reclutas iban cayendo cada vez ms en un melanclico silencio, e iban mirando con aprensin las elevadas copas de los rboles. -Qu les preocupa? -le pregunt Conan a Trocero cuando, al anochecer, se reunieron en la tienda del comandante-. Parece que haya serpientes venenosas enroscadas a los rboles. El conde de grises cabellos sonri con indulgencia. -Aqu slo encontrars la vbora comn de Poitain, y ni siquiera en gran cantidad. Pero el pueblo que habita estas tierras arrastra muchas supersticiones campesinas, y cree que este bosque sirve de refugio a criaturas sobrenaturales que podran emplear su magia contra ellos. Tales creencias no carecen de aspectos provechosos;
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preservan un esplndido coto de caza para mis barones y mis amigos. Conan gru. -Una vez escalemos el escarpado y lleguemos a la Meseta Imiria, encontrarn sin duda un nuevo duende con el que obsesionarse. Nunca haba estado en esta parte de Aquilonia, pero calculo que el precipicio debe de hallarse a menos de un da de marcha. Cmo es el paso por el que se llega a la meseta? -Se trata de una profunda quebrada, en la que el turbulento ro Bitaxa, un afluente del Alimane, cae en cascada sobre la pared del barranco. El camino, que va haciendo recodos hasta llegar a la meseta, sube por un reborde rocoso que se halla en uno de los lados de la quebrada. La garganta, que nosotros llamamos Muesca del Gigante, es resbaladiza, abrupta y angosta. Mal lugar para hacer frente a un enemigo que se halle en lo alto del precipicio! Rugale a tu Crom que los guardias fronterizos de Numtor no lleguen a la Muesca antes que nosotros. -Crom no presta mucha atencin a los rezos de los hombres -coment Conan-; al menos, eso me dijeron en mi mocedad. Insufla fuerzas en cada uno de los mortales para que haga frente a sus enemigos; y eso es todo lo que se puede pedir razonablemente a los dioses, pues stos ya tienen sus propios asuntos. Pero no podemos arriesgarnos a que nos ataquen en esa trampa mortal. Maana, al alba, toma una numerosa partida de exploradores a caballo y ve con ellos a reconocer el escarpado. Publius entr con pasos torpes; llevaba ambos brazos cargados de libros, y Trocero dej a Conan para que estudiara el inventario de
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suministros. El conde busc por las tiendas de sus jinetes poitanios y escogi entre ellos a cuarenta expertos espadachines para que le acompaaran a la maana siguiente en el reconocimiento. La Muesca del Gigante se ergua ante la compaa de Trocero, y sus mellados barrancos ocultaban negros pozos de penumbra al sol del medioda. El conde y sus exploradores iban montados a caballo y observaban con atencin la cumbre, buscando en vano el reflejo de un rayo de sol en alguna armadura. Tampoco vieron el humo de ninguna hoguera de acampada en lo alto del precipicio. Al fin, Trocero dijo: -Nos meteremos por la espesura y volveremos a encontrarnos en el camino un cuarto de milla ms al sur, all donde un elevado reborde de piedra se yergue sobre el sendero forestal. Vopisco, t irs por el este con tu mitad del destacamento, y nos reuniremos all dentro de una hora. Yo ir por el oeste. El destacamento se dividi, y los jinetes forzaron a sus monturas a avanzar entre el denso follaje que invada los mrgenes del camino. Una vez hubieron superado este obstculo, apenas si encontraron maleza al pie de los grandes troncos de los robles vrgenes. Durante algn rato, la partida de Trocero cabalg en silencio; las pezuas de sus caballos no hacan ningn ruido al pisar la gruesa alfombra de hojas en putrefaccin. De pronto, el montaraz que iba en cabeza levant una mano, se volvi y murmur: -Vienen hombres por delante, seor. Creo que montados a caballo. La tropa se repleg; los hombres estaban tensos y aprensivos, las monturas inmviles. Los ojos de Trocero distinguieron un movimiento
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inquietante entre las sombras hileras de rboles; sus odos, un murmullo de voces extraas. -Espadas! -susurr el conde-. Disponeos a cargar, pero no ataquis mientras yo no lo ordene. No sabemos si son amigos o enemigos. Veinte aceros salieron de sus vainas acompaados por un siseo, y los jinetes condujeron a sus caballos a derecha o izquierda hasta formar en lnea entre los rboles. Las voces eran cada vez ms fuertes, y un grupo de hombres montados apareci entre los rugosos troncos de los robles centenarios. Sealando con la espada en alto, como si sta hubiera sido un dedo, Trocero dio la orden de ataque. Zigzagueando entre los rboles, la veintena de poitanios carg contra los desconocidos. Al cabo de pocos instantes, pudieron verlos bien. -Quietos! -grit Trocero y, estupefacto, tir de las riendas de su caballo. El animal se encabrit, al tiempo que mova frenticamente los ojos y agitaba las patas delanteras en el aire insustancial. Cinco hombres montados, que no llevaban armadura, pero s sobrepellices blancas adornadas con el guila negra de Aquilonia, se detuvieron y les miraron. Todos, salvo uno de ellos, llevaban cautivas a unas criaturas mediante crueles cuerdas atadas con fuerza en torno a su cuello. Estos cautivos -tres machos y una hembra- no eran ms grandes que nios a medio crecer, y una fina pelambre de color marrn, parecida a la de un cervato, velaba en parte su desnudez. Tenan rostros humanoides de nariz chata y orejas puntiagudas. Cuando sus captores soltaron las correas para desenvainar las espadas, y las criaturas, vindose libres, se volvieron para huir
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corriendo, Trocero vio que todas ellas tenan un rabo corto y peludo de color blanco, parecido al de un ciervo. El capitn de los aquilonios, recobrando la compostura, grit una orden a sus hombres. stos, de inmediato, espolearon a sus monturas y se lanzaron a la carga, -Matadlos! -grit Trocero. Los cinco realistas, aferrndose a la cerviz de sus caballos, arremetieron contra los poitanios; la muerte cabalgaba en sus ojos sombros. Los espadachines rebeldes no haban podido formar una lnea de combate slida, pues estaban dispersos entre los rboles, y los aquilonios trataron de interponerse entre ellos. Su jefe carg contra Trocero, esgrimiendo la espada como si se hubiera tratado de una lanza. A derecha e izquierda, los hombres del conde, como furias vengadoras, se abalanzaron sobre el enemigo. Hubo un instante de salvaje confusin, desgarrado por los gritos, e iluminado por la blanca luz del terror que arda en los ojos de unos hombres impulsados por la furia de la desesperacin. Dos soldados se arrojaron sobre un aquilonio, quien, en pleno galope, blanda en alto su espada sobre su cabeza de revueltos cabellos con intencin de matar. Uno le clav su acero en el brazo con el que sujetaba la espada; el otro le asest un mandoble con todas sus fuerzas, y abri una larga herida en el flanco de su veloz caballo. Pero el animal, relinchando, sigui adelante, y el aquilonio logr eludirles. Una espada rebelde logr esquivar un arma que trataba de herir a su dueo, y hundi hasta seis pulgadas de su hoja en un vientre adornado con el emblema del guila negra. El flaco y musculoso capitn aquilonio asest un mandoble a Trocero, que lo par
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ruidosamente, y el murmullo del acero sobre el acero devino en cancin de muerte. Al fin, los cinco caballos huyeron, como hojas en un vendaval de otoo, con cuatro de sus jinetes. El quinto estaba tumbado sobre el lecho de hojas putrefactas que cubra el suelo del bosque, y se le iba formando un charco de sangre cada vez ms grande en torno a la sobrepelliz blanca. -Gremio! -grit el conde-. Persigelos con tu escuadrn! Trata de capturar a uno vivo! Trocero se volvi hacia el pisoteado lecho de hojas, que retena un mudo testimonio del furioso encuentro. Observando al hombre que haba cado, dijo: -Sargento, comprueba si el amigo ese todava vive. Cuando el sargento desmont, otro hombre dijo: -Con vuestro permiso, mi seor, ese hombre se empal en mi espada al chocar conmigo. Estoy seguro de que ha muerto. -S, ha muerto -dijo el sargento despus de examinarlo brevemente. Trocero profiri una maldicin. -Le necesitbamos para interrogarle! -Aqu tenemos a uno de sus cautivos -dijo el sargento, arrodillndose delante de una de las desnudas criaturas que haba sido arrojada como un fardo contra un tronco cado. -Lo debi de tumbar la pezua de algn caballo, y luego qued aturdido en medio de la pelea.
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A fuerza de pensar, Trocero se mordi el labio inferior. -Creo que debe de tratarse de uno de esos fabulosos stiros de los que la gente rstica explica terrorficos cuentos de viejas. Una mirada de horror supersticioso aflor al rostro del sargento, que apart las manos con que estaba examinando el cuerpo. -Qu tenemos que hacer con l, seor? -dijo. Se puso en pie y dio un paso hacia atrs. El stiro, que tena las manos atadas con una fina correa, abri los ojos, vio el hostil crculo de hombres a caballo y se puso en pie. Tembloroso, trat de huir corriendo; pero el sargento agarr la cuerda que llevaba atada en torno al cuello, dio un tirn y le hizo caer de nuevo. Cuando lo hubieron dominado, Trocero le habl. -Criatura, sabes hablar? -S -dijo el cautivo en imperfecto aquilonio-. Hablar bien. Hablar mi lengua. Vuestra hablar poco. Vosotros qu hacerme? -Eso lo decidir nuestro general -le respondi Trocero. -No cortar gargantas, como otros hombres? -No tengo ningn inters en cortarte la garganta. Por qu dices que otros quieren hacerlo? -Otros cogernos para sacrificio mgico. El conde gru.

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-Ya veo. No debes temer nada semejante de nosotros. Pero tenemos que llevarte al campamento. Tienes algn nombre? -Yo, Gola -dijo el stiro con su voz amable. -Entonces, Gola, irs montado detrs de alguno de mis hombres. Lo has comprendido? El stiro mir hacia el suelo. -Yo temer caballo. -Tendrs que reprimir tu miedo -dijo Trocero, y le hizo una seal a su sargento. -Arriba -dijo el soldado, al tiempo que levantaba en el aire a la pequea criatura; y, desatando el lazo que oprima el cuello de Gola, anud firmemente la cuerda en torno a la cintura del stiro, y su otro extremo en torno a la del soldado sobre cuyo caballo lo sent. -No corrers ningn peligro -le dijo, riendo. Mecindose sobre su silla de montar, orden que la columna diera media vuelta. El escuadrn que tena que perseguir a los realistas lleg al pie de la Muesca del Gigante justo a tiempo para ver que los fugitivos desaparecan por la abrupta caada. Temiendo una emboscada, los poitanios abandonaron la persecucin. Luego, en la tienda del comandante, Trocero inform de su misin a los caudillos rebeldes reunidos. Conan observ al cautivo, y dijo: -Parece que esa atadura de las muecas te aprieta mucho, amigo Gola. No es necesaria.

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Desenvain la daga y se acerc al stiro, que se acurruc y chill, presa de mortal terror: -No cortar garganta! Hombre prometi no cortar garganta! -Cllate ya con tu dichosa garganta! -mascull Conan, y sujet las muecas del cautivo con su gigantesca mano-. No voy a hacerte dao. Cort la correa y volvi a envainar el pual, mientras Gola doblaba los dedos y se encoga, a causa del dolor que le causaba la circulacin sangunea al volver a la normalidad. -Eso est mejor, eh? -dijo Conan, al tiempo que se sentaba delante de una mesa de caballete e invitaba con un gesto al stiro a que se sentara con l-. Te gusta el vino, Gola? El stiro sonri y asinti; y Conan hizo una seal a su escudero. -General! -exclam Publius, alzando un dedo para indicar que no se cumpliera la orden-. Ya casi no nos queda vino. Slo con que se beban algunas jarras, no nos quedar nada ms que cerveza. -No importa -dijo Conan-. Ya volveremos a tener vino. Los nemedios tienen un refrn: En el vino se halla la verdad, y voy a ver si da resultado. Publius, Trocero y Prspero intercambiaron miradas. Desde el primer momento en que haba visto al stiro, Conan haba demostrado cierta afinidad con aquella criatura subhumana. Pareca que, siendo l mismo un retoo apenas domeado de las tierras vrgenes, sintiera instintiva simpata por otro hijo de la naturaleza, que haba sido arrastrado fuera de su territorio nativo por unos hombres
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civilizados cuyos procederes e intereses deban de parecerle enteramente incomprensibles. Despus de que se terminara medio odre de vino, Conan tuvo noticia de que dos regimientos de caballera realista se haban adueado de la meseta que remataba el Escarpado Imirio. Haban acampado, no en lo alto del precipicio, desde donde habran podido atacar si los rebeldes hubiesen tratado de subir por los barrancos de la Muesca del Gigante, sino a varios tiros de arco -tal vez a un cuarto de leguadel borde. Y, durante varios das, las partidas de caza realistas haban estado bajando por la Muesca para explorar los bosques circundantes en busca de stiros. Arrastraban vivos hasta su campamento a cuantos capturaban, y los encerraban, sin desatarlos, en una mazmorra construida slo para aquel propsito. -Mi gente alejarse de la Muesca -dijo Gola, tristemente-. No tener flautas preparadas. Ignorando la extraa afirmacin, Conan le pregunt: -Cmo sabes que quieren emplear la sangre de tu gente en sacrificios mgicos? El stiro le ech una mirada astuta y esquiva a Conan. -Nosotros saber. Tambin tener magia. Gran mago arriba de los barrancos. Conan medit, al mismo tiempo que miraba fijamente a la criatura. -Gola, si echamos a esos hombres malos de la meseta no tendris que temer ms abusos. Si nos ayudas, os devolver vuestros bosques.
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-Cmo saber yo lo que harn hombres grandes? Hombres grandes matan nuestra gente. -No, nosotros somos amigos tuyos. Oye, puedes irte cuando quieras. Conan, abriendo los brazos, seal la entrada de la tienda. Un destello de alegra pueril ilumin el rostro del stiro. Conan aguard a que aquel destello se desvaneciera, y entonces le dijo: -Puesto que hemos salvado a algunos de los tuyos del caldero del brujo, tambin podemos pedirte ayuda. Cmo sera posible encontrarte? Gola mostr a Conan un huesecillo hueco; colgaba de un trozo de liana que llevaba anudado en torno al cuello. -Ir al bosque y soplar. El stiro se llev el silbato a los labios, e hinch los carrillos. -Yo no oigo nada -dijo Conan. -No, pero stiro or. Quedrtelo. Conan tom el pequeo silbato en la gran palma de su mano, y lo estudi con la mirada mientras los otros fruncan el ceo, y pensaban que aquel pedazo de hueso era un juguete intil con el que el stiro haba querido engaar a su general. Entonces, Conan se guard el silbato en el zurrn, y dijo con seriedad: -Te lo agradezco, pequeo amigo. -Entonces, llam a sus escuderos y al centinela ms cercano, y les dijo-: Escoltad a Gola hasta los
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bosques que se encuentran fuera del campamento. No permitis que nadie le moleste... Cabe la posibilidad de que alguno de nuestros supersticiosos soldados le tome por una encarnacin del mal y trate de apualarlo. Que te vaya bien. Cuando el stiro se hubo marchado, Conan habl a sus camaradas: -Numtor ha acampado algo lejos de la Muesca, y aguarda a que trepemos por sus laderas para dar la seal de ataque! Qu opinis vosotros? Prspero se encogi de hombros. -Yo creo que se fa mucho de ese gran mago... Se trata del hechicero del rey, estoy seguro. Trocero neg con la cabeza. -Es ms probable que quiera dejarnos el camino libre hasta la cima, para que podamos hacerle frente en trminos de igualdad. Ese hombre es un caballero bienintencionado, que cree que en las guerras hay que luchar segn las normas de la caballera. -Debe de saber que le excedemos en nmero -dijo Publius, perplejo. -S -le respondi Trocero-, pero sus tropas son las mejores de Aquilonia, mientras que en la mitad de nuestra variopinta horda no hay ms que mocosos que juegan a la guerra. l confa en el arrojo y la disciplina de... El debate fue largo, y no llegaron a ninguna conclusin. Cuando el crepsculo dio paso a la noche, Conan golpe la mesa con su copa.

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-No podemos pasarnos toda la vida al pie de estos barrancos tratando de imaginar cules son los planes de Mumtor. Maana escalaremos la Muesca del Gigante, dispuestos a entrar en combate.

CAPITULO 10 La sangre de los stiros

El prncipe Numtor andaba nerviosamente por el campamento realista. Las hogueras donde se haba cocinado ya se extinguan, y los regimientos de la Real Guardia Fronteriza se iban retirando a sus tiendas para pasar la noche. Sali la luna nueva, y en la inescrutable oscuridad las estrellas avanzaban lentamente hacia el oeste como diamantes prendidos en la capa azul de una bailarina. En el oeste, donde se demoraba la luz del crepsculo, la huidiza figura de un murcilago que buscaba su sustento pareca una mancha en el horizonte, y, en lo alto, el aleteo de un chotacabras quebr el silencio. El prncipe traspuso la lnea de centinelas y anduvo hasta el borde del escarpado, adonde Thulandra Thuu haba llevado todo lo que necesitaba para su magia. El campamento, a sus espaldas, se perda de vista entre las sombras del bosque. Tena delante un abruptsimo precipicio. A su izquierda se abra la negra caada que tena por nombre Muesca del Gigante.
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Aunque los apacibles odos del prncipe no distinguan sonidos de movimiento alguno en la garganta, haba algo en derredor del campamento que le inquietaba; pero, durante largo rato, no entendi cul era la causa de su intranquilidad. Tras alejarse a varios tiros de arco de las tiendas, el prncipe Numtor columbr las llamas danzarinas de una pequea hoguera. Se acerc a ella con presteza. Thulandra Thuu, cubierto con una capa y un embozo negro, parecido a un pjaro de mal agero, estaba inclinado cerca del fuego; Hsiao, de hinojos, iba alimentndolo con ramillas. Un trpode de metal, de cuyo pice colgaba, sujeta con una cadena, una pequea olla de latn, se cerna sobre el voluble fuego. A un lado, un gran caldero de cobre se agazapaba entre la hierba. Al acercarse Numtor, el hechicero se alej de la hoguera y, buscando dentro de una bolsa de cuero, sac un frasco de cristal. Entonces le quit el tapn, al tiempo que murmuraba un conjuro en una lengua desconocida y vaciaba su contenido sobre el recipiente que haba calentado. Un repentino siseo y una nubcula de humo, teida con los colores del arco iris, salieron de la olla. Thulandra Thuu mir al prncipe, dijo un breve Buenas noches, mi seor!, y volvi a buscar algo dentro de su bolsa. -Maestro Thulandra! -dijo Numtor. -Seor? -El hechicero dej de buscar. -Has insistido en que el campamento se halle lejos del precipicio; yo me pregunto por qu. Si los rebeldes atacan furtivamente por la
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Muesca del Gigante, caern sobre nosotros antes de que los hayamos descubierto. Por qu no acampamos aqu cuando llegue la maana para que nuestros hombres puedan herir al enemigo desde lo alto con sus saetas? Los ojos que asomaban bajo la capucha del hechicero estaban velados con purprea oscuridad, pero el prncipe supuso que deban de relucir en el fondo de sus hundidas cuencas, como los de las bestias de presa en la noche. Thulandra murmur: -Mi seor prncipe, si los demonios que voy a liberar cumplen bien con su tarea, mi hechizo pondra en peligro a los hombres que estuviesen aqu. Comenzar con los ltimos preparativos a medianoche, dentro de menos de tres horas. Hsiao te informar en su momento. El mago ech ms polvos a la olla hirviente, y agit la lquida mixtura con una delgada vara de plata. -Ahora te ruego que me disculpes, mi buen seor, pues debo pedirte que retrocedas mientras trazo mi pentculo. Hsiao entreg a Thulandra Thuu la vara de madera del mago, bellamente tallada, que le serva como bastn cuando paseaba por el campamento. Mientras su siervo amontonaba ms carbn sobre la hoguera moribunda, el hechicero cont pasos hasta cierta distancia del fuego y dibuj en la tierra con el pomo de su bastn. Murmurando algo, traz un crculo de doce pasos de dimetro, y marc lneas de un extremo a otro del espacio que haba acotado. Siguiendo un rito ancestral, inscribi un smbolo en cada uno de los ngulos del pentculo. El prncipe no comprendi ni el diagrama ni
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las letras, pero tampoco senta ningn deseo de explorar los impos misterios del brujo. Entonces, Thulandra Thuu se irgui y se puso detrs de la hoguera, dndole la espalda al precipicio. Empez con una recitacin -un rezo o encantamiento- en un musical idioma extranjero. Luego, mirando al este, repiti su invocacin, y, de esta guisa, fue dando toda la vuelta al pentculo. Numtor vio que las estrellas perdan brillo, y que sombras informes revoloteaban en el claro aire nocturno. Oy el siniestro trueno que causaban en su movimiento unas invisibles alas. Creyendo que le convena no presenciar los extraos preparativos del favorito de su primo, regres al campamento dando algn tropezn. Orden a sus capitanes que hicieran levantarse a los hombres una hora antes de la medianoche para que cumplieran con las instrucciones del hechicero. Luego, se march para acostarse. Tres horas ms tarde, Hsiao habl con un centinela, que a su vez mand a otro a que despertara al dormido prncipe. Al ir hacia el barranco donde el brujo preparaba su hechizo mgico, ste se encontr con la columna de soldados que haba pedido Thulandra Thuu. Cada uno de ellos llevaba preso y atado a un stiro. Una docena de peludas criaturas del bosque geman y sollozaban mientras sus captores los ponan brutalmente en fila. Hsiao haba reavivado el fuego, y la olla de latn, burbujeando alegremente, arrojaba una nube de humo multicolor al cielo cuajado de estrellas. Al or la seca orden de Thulandra, el primero de los soldados arrastr a su frentico cautivo al caldero de cobre que haba sobre la hierba y oblig a la quejumbrosa criatura a meterse en l de cabeza. Mientras la oscuridad palpitaba al ritmo de un tambor inaudible -o se trataba del redoble de los temerosos corazones de
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los soldados?- el hechicero raj con destreza la garganta del stiro. En respuesta a una seal, el soldado levant a la vctima del sacrificio por los tobillos y vaci su sangre en el gran recipiente. Luego, obedeciendo un callado mandato, arroj el pequeo cadver por el precipicio. Se hizo una pausa mientras Thulandra aada ms polvos a su siniestra mixtura, y pronunciaba otro conjuro. Al fin, seal al siguiente hombre de la hilera, quien oblig a su stiro a avanzar al frente para que le dieran muerte. Los otros soldados iban moviendo nerviosamente los pies. Uno de ellos murmur: -Esto es ms largo que una coronacin! Ojal terminemos pronto y podamos volver al lecho. El cielo oriental ya clareaba cuando muri el ltimo stiro. Slo quedaban cenizas de la hoguera que haba calentado la olla de latn. Hsiao, a una orden de su amo, descolg la olla, que segua echando vahos, y vaci su contenido hirviente en el caldero manchado de sangre. Los soldados que se hallaban ms cerca vieron, o creyeron ver, figuras fantasmales que surgan de este ltimo recipiente; pero otros tan slo distinguieron grandes nubes de vapor. A la engaosa media luz que precede al alba, nadie pudo estar seguro de lo que haba visto. Dbilmente, en la lejana, los que se hallaban en lo alto del barranco oyeron movimiento de hombres. Ninguno de estos deca palabra alguna, pero el tintineo de los arneses y las pisadas de muchos pies gritaban un reto en el silencioso aire matinal. Thulandra Thuu alz la voz, estridente a causa de la tensin.
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-Mi seor! Prncipe Numtor! Ordenad a vuestros hombres que se vayan! Arrancado a su somnolienta letarga, el prncipe dio la orden: -Todos firmes! Volvemos al campamento! Creci el estrpito del ejrcito que se acercaba. El hechicero alz ambos brazos y murmur un conjuro. Hsiao le entreg un cucharn, con el que Thulandra tom algn lquido del caldero y lo derram en una profunda grieta de la roca. Retrocedi, alzando los brazos en imploracin al cielo que ya clareaba, y volvi a gritar en lenguas desconocidas. Entonces, vaci una vez ms el cucharn en la grieta, y todava otra vez. Por el camino de Culario, antes de que el sendero de arena desapareciera bajo un dosel de follaje, el mago alcanz a ver un par de hombres a caballo. stos iban al trote hacia la Muesca del Gigante y, en su camino, estudiaban la pared rocosa y los bosques que haba al pie de sta. Entonces, apareci una tropa entera de caballera; y despus de sta, las lneas de la infantera, desfilando con las armas sobre los hombros. Thulandra Thuu se apresur a vaciar ms lquido del caldero, y una vez ms alz sus enjutos brazos al cielo. Conan, que iba al frente de la primera lnea de caballera rebelde, se incorpor sobre los estribos para mirar en derredor. Sus exploradores no haban visto realistas ocultos entre el verdor que flanqueaba el camino forestal, ni en la Muesca del Gigante, ni por los imponentes barrancos. La vista de guila del cimmerio inspeccion la cima, que en aquel momento pareca de color rosado por los sesgados rayos
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del sol matinal. La aprensin que senta Conan por las trampas ocultas se agit en su salvaje alma. Saba que el prncipe Numtor no era ningn genio; pero incluso un hombre como l se habra preparado para defender la Muesca. Pero no vio ni traza de grupo alguno de realistas. De verdad iba a permitir Numtor que los rebeldes llegasen a la Meseta Imiria para que no se encontraran en desventaja? Conan saba que los nobles de aquella tierra profesaban obediencia a las reglas de la caballera; pero en todos sus aos de guerra no haba visto que ningn general arriesgara una victoria segura por un principio tan abstracto. No, el enemigo tena la mano ms alta; era obvio que se trataba de una trampa! La experiencia que tena de la hipocresa de los hombres civilizados haca que el cimmerio se tomara con cinismo los ideales que aquellos proclamaban con tanta elocuencia. Los brbaros entre los que haba crecido eran igualmente traicioneros; pero no trataban de enmascarar sus sanguinarias acciones con sentimientos nobles. Un explorador inform de un extrao descubrimiento. Al pie del escarpado, a la izquierda de la Muesca del Gigante, haba hallado una pila de cadveres de stiros, degollados todos ellos. Los cuerpos, destrozados y dispersos, haban cado desde los riscos. -Esto es obra de brujera! -murmur Trocero-. Apostara a que el brujo del rey est con Numtor. Cuando los dos jinetes que iban en cabeza llegaron a la Muesca, espolearon a sus corceles y desaparecieron por un camino paralelo al caudaloso ro Bitaxa. No tardaron en aparecer de nuevo en lo alto de un reborde rocoso, e indicaron con gestos que no haba nada que temer. Conan volvi a escudriar la cima. Le pareci atisbar algo que
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se mova, una simple mancha negra que podra haber sido una ilusin, debida a la luz o a sus ojos fatigados. Volvindose, hizo seales al cabecilla de la tropa, el capitn Morenus, para que entrara por el fondo de la Muesca. Conan se detuvo con su caballo al lado del camino, y observ con gran atencin. Cuando los jinetes pasaron al trote por su lado, se le levant el nimo ante el porte militar que ahora les distingua, gracias al incesante entrenamiento al que les haba sometido. Su caballo, un bayo castrado, pareca inquieto, y piafaba y se volva hacia uno y otro lado. Conan le acarici la cerviz para calmarlo, pero el bayo segua intranquilo. Al principio, pens que el animal deba de estar impaciente por ir con los del resto de la tropa; pero, al ver que el caballo estaba cada vez ms agitado, una premonicin tom forma en sus mientes. Tras echar otra mirada al escarpado, Conan, con el ceo fruncido en su rostro lleno de cicatrices, se cay de la bestia y dio en el suelo haciendo estrpito con su armadura. Agarrando las riendas, cerr los ojos. Sus sentidos brbaros, ms agudos que los de los hombres criados en la ciudad, no le haban engaado. Sinti un leve temblor a travs de las suelas de sus botas. No se trataba de la vibracin que produce en el suelo un grupo de jinetes cabalgando al galope; era algo ms lenta, ms deliberada, tena ms movimiento, como si la tierra hubiera despertado, y bostezara y se desperezara. Conan no dud ms. Haciendo bocina con ambas manos y llenndose los grandes pulmones, grit: -Morenus, vuelve! Sal de la Muesca! Todos vosotros, espolead a los caballos! Volved!
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Hubo un momento de confusin en la Muesca, porque los soldados se haban ido pasando la orden y estaban intentando que sus caballos se dieran la vuelta en el angosto pasaje. Ms arriba, en lo alto del barranco, el hechicero grit una invocacin final, y golpe las rocas que rodeaban su pentculo con el bastn de extraas tallas. Un retumbo, un fragor profundo que apenas si se poda or con claridad, surgi de la tierra. Los barrancos retemblaron sobre los caballeros en retirada. Pedazos de basalto negro se desprendieron y cayeron con engaosa lentitud, y luego con ms y ms rapidez, golpeando los rebordes, rompindose, e iban a estrellarse en el fondo de la caada. Grandes chorros de espuma saltaron del ro Bitaxa hacia lo alto, y empequeecieron la cascada. Conan recuper el estribo con alguna dificultad, pues su aterrorizada bestia iba dando saltos en torno a l. Una vez hubo apoyado el pie, subi a la silla profiriendo maldiciones y se volvi para contemplar a la columna de infantera, que segua avanzando vigorosamente hacia la Muesca. -Retroceded! Retroceded! -rugi, pero nadie pudo or sus palabras en el sordo y angustioso estruendo del terremoto. Hizo marchar a su caballo hasta el sendero por el que vena la columna, al tiempo que gesticulaba frenticamente. Los hombres que iban en cabeza lo comprendieron y se detuvieron; pero los que seguan detrs no cesaron en su avance, y no tard en reinar el desorden. En la Muesca, las rocas retemblaron, se tambalearon y se

desplomaron. Con el rugido de un dios furioso, millones de toneladas de roca cayeron a la caada. De tal manera temblaba y daba
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sacudidas la tierra bajo los pies de los soldados, que stos se agarraban entre s para poder seguir en pie; unos pocos cayeron, y sus armas chocaron ruidosamente con el suelo. La caballera de Conan sali al galope de la mortfera caada, azuzada por el pnico. Sus cabecillas toparon con la columna de infantera, y algunos caballos cayeron y descabalgaron a sus jinetes, e hirieron a muchos soldados de infantera que haban quedado atrapados entre unos y otros. Los gritos de los hombres y los relinchos de los caballos lograron imponerse al fragor del terremoto. El ro Bitaxa se sali de madre, pues las aguas expulsadas por las rocas que iban cayendo se desbordaron ms abajo, en terreno ms llano, e inundaron el camino. Los soldados chapoteaban con el agua hasta los tobillos y rezaban a sus variados dioses. Sujetando frreamente las riendas para dominar a su frentica montura, Conan trat de restaurar el orden. -Morenus! -grit-. Han podido salir todos tus hombres? -Todos salvo una docena de los primeros, general. Mirando con ceo la Muesca del Gigante, Conan maldijo aquellas bajas. Una gran nube de polvo oscureci el paso hasta que empez a soplar el viento y la dispers. Al aclararse el polvo, Conan vio que la Muesca se haba ensanchado mucho, y que sus laderas ya no eran tan verticales. La caada haba quedado obstruida por un talud de fragmentos de roca, de piedras de todo tamao, desde guijarros hasta peascos tan grandes como una tienda. De vez en cuando, segua habiendo pequeos corrimientos en la ladera que acababan por engrosar el talud. Todos los hombres que se hubieran visto
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atrapados por la avalancha de roca haban quedado sepultados para siempre. Una parte del barranco de la izquierda se haba mantenido extraamente firme en su lugar; ahora se alzaba sobre la ladera a modo de estrecho contrafuerte. En el pinculo de la extraa formacin rocosa, Conan vio un par de pequeas figuras, en tnica negra y embozadas. Una de ellas alz los brazos en alto, como para suplicar. -Si se no es Thulandra Thuu, el hechicero del rey, es que yo soy estigio! -dijo una voz spera y cercana. Conan se volvi, y vio a Gromel a su lado. -Crees que l ha provocado el terremoto? -S. Y si hubiera aguardado a que todos estuvisemos dentro de la Muesca, ya estaramos todos muertos. Est demasiado lejos para alcanzarlo con un arco; pero si tuviera uno, lo intentara. Un arquero le oy y le ofreci el suyo, dicindole: -Probad con el mo, seor! Gromel desmont; tir de la cuerda hasta que la punta de la flecha toc el arco, corrigi en una pizca su puntera, y dispar. La flecha vol alto, y dio en el risco a veinte pasos de la cima. Las pequeas figuras desaparecieron. -Buen intento -gru Conan-. Tendramos que haber construido una balista. Gromel, hay huesos rotos por entablillar; encrgate de que los mdicos hagan su trabajo.
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Ceudo, Conan mir hacia el talud. Sus brbaros instintos le decan que llamara a sus hombres, que hiciera desmontar a la caballera y que los guiara a una carga frontal por la empinada cuesta, que saltaran de roca en roca con un acero desnudo en la mano. Pero la experiencia le adverta que aqul habra sido un gesto ftil, que habra perdido hombres por nada. El avance habra sido lento y laborioso; los esforzados escaladores habran sido diezmados por las flechas que les arrojaran desde arriba; los que sobrevivieran a la escalada estaran demasiado fatigados para luchar. Mir en derredor. -Aqu, Trocero! Prspero! Morenus, manda un soldado a que les diga a Publius y Palntides que quiero que vengan. Ahora, amigos, qu vamos a hacer? El conde Trocero detuvo a su caballo ms cerca de Conan, y observ la masa de roca cada. -El ejrcito no podr subir de ningn modo por la ladera. Los hombres podran ir ascendiendo lentamente a pie, si Numtor no les asalta ni el hechicero les arroja otro mortfero hechizo. Pero los caballos no podrn, ni tampoco los carros. -No podramos construirnos otro camino que sustituyera al reborde rocoso sepultado bajo los peascos? -sugiri Prspero. Trocero ponder la idea. -Con un millar de obreros, varios meses y oro en abundancia, te pondr a punto un camino inmejorable.
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-No tenemos tanto tiempo, ni dinero -bram Conan-. Si no pasamos por la Muesca, tendremos que pasar por encima de la Muesca, o por debajo, o dar un rodeo. Ordena a los hombres que retrocedan un cuarto de legua por el camino, y que planten las tiendas entre los rboles del bosque. En el campamento realista, Thulandra Thuu tuvo que enfrentarse a un furioso prncipe. El exhausto hechicero, que pareca mucho ms viejo de lo habitual, se sostena apoyndose en el robusto hombro de Hsiao. El rea donde estaba marcado el pentculo no se haba desplomado con el risco, y el brujo haba abandonado aquel angosto saliente. -Necio nigromante! -mascull Numtor-. Ya que quisiste recurrir a la magia, tendras que haber esperado a que la Muesca estuviera llena de rebeldes. As los habramos matado a todos. Ahora, han huido con pocas bajas. -No entiendes en esta materia, prncipe -respondi framente Thulandra-. Retras el ltimo acto del encantamiento hasta que vi que algo, o alguien, haba advertido al caudillo rebelde de la trampa y que los rebeldes comenzaban a huir. Si hubiera refrenado todava ms mi mano, todos habran podido escapar. En cualquier caso, la caada est obstruida. Los rebeldes tendrn que marchar al este, hacia el Khorotas, o al oeste, hacia el Alimane, pues ya no pueden asaltar el escarpado. Y ahora, Vuestra Alteza deber disculparme. El esfuerzo ha consumido mis fuerzas psquicas, y debo descansar. -Nunca me han gustado los milagreros -mascull Numtor al volverse.
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Aquella noche, en el campamento protegido por el bosque, Conan y sus oficiales volvieron a examinar cierto mapa. -Para rodear el escarpado -dijo Conan-, tendremos que retroceder hasta el pueblo de Pedassa, desde donde parten sendos caminos hacia los dos ros. Pero ser una marcha bastante larga. -Si hubiera algn paso poco conocido en esa larga serie de riscos -dijo Prspero, quejumbroso-, podramos, andando en silencio por los bosques, ocultarle nuestra marcha a Numtor y caer sobre l cuando est desprevenido. Conan frunci el ceo. -En este mapa no aparece ningn otro paso; pero hace tiempo que he aprendido a no fiarme de los autores de mapas. Se necesita suerte para que dibujen los ros en la direccin correcta. Trocero, conoces alguna otra ruta? Trocero neg con la cabeza. -No. -Debe de haber algn otro ro, aparte del Bitaxa, que abra un pasaje entre los riscos. Trocero se encogi de hombros, exasperado. Entonces, Palntides dijo: -Disclpame, general, pero dos hombres de la compaa de Serdicus han desertado. Conan resopl.

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-Cada vez que venzamos, desertarn soldados realistas para unirse a nosotros; cada vez que nos derroten, desertarn por el rey. Es como un juego de azar que se somete al decreto del Hado. Manda exploradores en su busca, y ahorcadlos si los encontris; pero no lo hagas pblico. Ordena que, al alba, hombres conocedores del bosque exploren la pared del precipicio, hasta una legua en ambas direcciones, por si encuentran algn paso que lleve a la cima. Y ahora, amigos, dejadme, para que pueda seguir meditando este asunto. Conan rumiaba, con una gran jarra de cerveza, al lado de su lecho de campaa. Volvi a estudiar el mapa, y se devan los sesos por descubrir cmo podra su ejrcito superar el escarpado. Absorto, acarici el semicrculo de obsidiana que haba colgado entre los opulentos senos de la bailarina Alcina, y que ahora llevaba sujeto al grueso cuello. Mir el objeto, y pens en el acierto de Trocero al sospechar que ella haba sido la causante de la muerte del viejo Amulius Procas. Poco a poco, las piezas del rompecabezas iban encajando. Alcina haba sido enviada por el jefe de los espas o por el hechicero del rey para que tratara de matarle. Luego, haba tenido xito al asesinar al general Procas. Por qu Procas? Porque, si Conan hubiera muerto, Procas ya no habra sido necesario para defender al rey loco de Aquilonia. Por lo tanto, ni ella ni su amo deban de saber, en el momento de la muerte de Procas, que Conan se haba recobrado de su mortfero elixir. As pues -pens Conan, y no sin amargura-, en adelante tendra que elegir con ms cuidado a sus compaeras de lecho. Pero por qu
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haba tenido que morir Procas? Porque el amo de Alcina, fuera quien fuese, no haba querido que aquel viejo se interpusiera en su camino. Conan pens entonces en Thulandra Thuu, pues todos saban que hechicero y general rivalizaban por los favores del rey. Al entenderlo de sbito, Conan agarr el negro talismn. Y al hacerlo, se apercibi de una curiosa sensacin. Pareca que unas voces estuvieran dialogando dentro de su crneo. Una sombra figura tom forma ante sus ojos. Cuando Conan iba a desenvainar su espada, la visin se solidific, y el cimmerio vio una imagen de mujer sentada sobre un trono negro de hierro labrado. La visin era hasta cierto punto transparente -Conan alcanzaba a entrever la tela de la tienda detrs de la imagen-, y demasiado nebulosa como para poder reconocer los rasgos de la mujer. Pero unos ojos verdes como la esmeralda brillaban en el sombro rostro. Sintiendo un hormigueo por todos sus nervios, Conan observ la imagen y escuch las voces. Oy una oscura voz femenina, cuyas palabras seguan el movimiento de los labios de la imagen. La voz era de Alcina, pero no pareca darse cuenta de que Conan la miraba. La otra voz era seca, metlica, carente de pasin, y hablaba en aquilonio con sibilante mal acento. Conan nunca haba intercambiado una palabra con Thulandra Thuu, aunque s haba visto al mago en la sala del trono, en las ceremonias de la corte de Tarantia, siendo todava general del rey. Pero, por las descripciones que se hacan del brujo, ya haba imaginado que el favorito del monarca deba de hablar de aquella manera. La voz estaba diciendo: -... no s quin ha traicionado mi plan; mas algn traidor debe de haber advertido al jefe rebelde. Alcina le responda:
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-Quiz no, amo. Ese cerdo brbaro tiene sentidos ms agudos que los hombres ordinarios; tal vez detectara en alguna agitacin del aire el cataclismo que se avecinaba. Qu haris ahora? -Tengo que quedarme aqu hasta que llegue el conde Ulric, para impedir que ese zoquete de Numtor cometa algn error asnal. Las estrellas me informan de que llegar dentro de tres das. Con todo, estoy fatigado. He quedado postrado tras invocar a los espritus de la tierra. No podr obrar ms conjuros hasta que recobre mis fuerzas psquicas. -Entonces, os lo ruego, partid al instante! -deca, apremiante, la visin de Alcina-. Seguramente, Ulric llegar antes de que los rebeldes logren escalar los riscos, y yo tengo necesidad de vuestra proteccin. -De mi proteccin? Cmo es eso? -Su gusana Majestad, el rey, me importuna constantemente para que me una a sus bestiales entretenimientos. Estoy asustada. -Qu quiere que hagas esa pila de excremento? -Sus deseos desafan toda descripcin, mi amo. Me he acostado con algunos hombres siguiendo vuestras rdenes, y a algunos los he matado. Pero no quiero pasar por esto. -Set y Kali! -exclam la seca voz de hombre-. Cuando acabe con Numedides, desear poderse ir al infierno! Partir hacia Tarantia por la maana.

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-Tened cuidado de no caer en manos rebeldes durante el viaje! Han sido vistas bandas de insurgentes en el Camino de los Reyes, y ese cerdo brbaro podra ordenar breves incursiones en territorio leal. Es un adversario a tener en cuenta. La voz de hombre ri dbilmente. -No temas por m, querida Alcina. Aun en mi actual debilidad, puedo matar de cerca, con mis peculiares poderes, a cualquier mortal. Y ahora, adis. Las voces callaron, y la visin desapareci. Conan se estremeci, como quien despierta de un vivido sueo. Puesto que Thulandra haba huido del lugar de la batalla, y Ulric no haba llegado todava, tendra una oportunidad de caer sobre el ejrcito de Numtor y derrotarlo si era capaz de alcanzar la cima de la meseta antes de que el conde de Raman llegara con refuerzos. Necesitaba aire para aclarar sus agitados pensamientos, y se levant para salir de su pequea alcoba. En la divisin adyacente de la tienda, los guardias que Prspero le haba asignado estaban absortos en un juego de azar, y ninguno vio que Conan, como una sombra, pasaba por su lado. Afuera, los centinelas, acostumbrados a sus merodeos nocturnos, supusieron que sala de inspeccin. Le saludaron cuando iba de camino hacia la salida del campamento y se adentraba luego en el tenebroso bosque. Conan pens con torva sonrisa que Prspero se inquietara al saber que haba podido esquivar una vez ms a sus guardias.

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Busc dentro del zurrn el silbato de hueso que Gola le haba dado, lo sac y lo llev en la mano. El stiro le haba dicho que, si en alguna ocasin quera la ayuda del pueblo que habitaba en aquel bosque, slo tena que soplar. Medio en broma, se puso en los labios el pequeo silbato y sopl. No ocurri nada. Con mayor empeo, sopl de nuevo. Tal vez los stiros sobrevivientes hubieran huido del lugar de la destruccin. Aunque oyeran su llamada, quiz necesitaran tiempo para acudir. Conan aguard inmvil, con la cauta paciencia de la pantera que acecha agazapada a su presa, y escuch el zumbido y el chirrido de los insectos, y el susurro de una brisa pasajera. De vez en cuando, se pona en los labios el silencioso silbato y volva a soplar. Al fin, not que algo se mova entre los arbustos. -Quin t, que soplar silbato para llamar a stiro? -le pregunt en mal aquilonio una voz aguda y dbil. -Gola? -No, yo Zudik, el jefe. Quin t? -Unos arbustos se abrieron. -Conan el cimmerio. Conoces a Gola? Conan, cuyos ojos se haban ido acostumbrando a la penumbra, pudo ver que se trataba de un stiro viejo y encorvado con el pelambre ya canoso. -S -respondi el jefe stiro-. l hablar de t. T salvar l y otros cuatro. Qu querer?

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-Vuestra ayuda para matar a los hombres que se hallan en lo alto del precipicio. -Cmo ayudar Zudik a hombre grande como t? -Ahora que la Muesca del Gigante est cegada por las rocas -dijo Conan-, tenemos que encontrar un sendero hasta la cima. Conoces algn otro camino? La noche cant en el silencio con sonido de insectos. Entonces, Zudik habl lentamente: -Por all hay pequeo sendero. El stiro seal hacia el este. -Est muy lejos? El stiro respondi en su propio lenguaje, y sus palabras parecan graznidos de cuervo. Perplejo, el cimmerio le pregunt: -Podremos llegar all con un da de marcha? -Caminar duro. S poder. -Nos mostrars el camino? -S. T estar preparado antes de salir el sol. Algo ms tarde, Conan busc a Publius y le dijo: -Iremos al alba a un sendero que, segn los stiros, lleva al despeadero; pero es demasiado angosto para los carros. Irs con el convoy de los bagajes hasta Pedassa, y desde all seguirs el camino hasta el Khorotas. Si nos unimos a ti en el camino de Tarantia, ser
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que hemos derrotado a Numtor. Si no -Conan se pas el dedo de un extremo al otro de la garganta-, tendrs que seguir solo. Esta otra quebrada era mucho ms angosta que la Muesca del Gigante. Era invisible desde abajo, pues la exuberante vegetacin y las rocas voladizas la ocultaban. Los jinetes tenan que guiar a sus monturas por el arroyo que gorgoteaba en el fondo de la torrentera y por el camino roqueo. Ms de un caballo, asustado por las estrechuras de la caada, demoraba a los otros, pues relinchaba, miraba de un lado a otro con temor y se encabritaba. Los soldados de infantera, que caminaban en una nica hilera, apenas si podan abrirse paso. Cuando el crepsculo volvi ms oscuro y siniestro el sendero, Conan apremi a los hombres a que cada uno se aferrara al atuendo del que tena delante y siguiera a pesar de los traspis. Al amanecer, ya haban entrado todos. Mientras el Ejrcito de Liberacin reposaba de la forzada marcha y la ardua escalada, Conan mand exploradores a observar la posicin de Numtor. Cuando regresaron, su jefe explic: -Numtor ha levantado el campo y ha retrocedido varias leguas por el camino. Sus hombres han erigido otro campamento en el bosque, a lado y lado del mismo camino. Conan pregunt algo con la mirada a sus oficiales. Palntides dijo: -Cmo es esto? Aunque Numtor sea estpido, nunca he odo decir que fuera cobarde!

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-Es ms probable -observ Trocero- que sepa que hemos encontrado una manera de subir al escarpado, y tema que le empujemos al precipicio. -El hechicero debe de haberle advertido -sugiri Prspero. -Eso no es todo, general -dijo el jefe de los exploradores-. Otros cuatro regimientos han venido a reforzar al enemigo. Hemos reconocido sus banderas. Conan gru. -Numtor no ha dejado tropas regulares en la Marca Occidental, y ha confiado a la milicia local su defensa contra los pictos. As, una vez ms nos superan en nmero; y los Guardias Fronterizos del rey son expertos luchadores. He peleado junto a ellos y lo s. -Call por un momento, y luego aadi-: Amigos, ese stiro, Gola, dijo algo de emplear flautas contra un enemigo. Qu creis que quera decir? -Nadie lo saba. Al fin, Conan dijo-: Creo que tendr que consultar de nuevo a nuestro pequeo amigo. Cuando el crepsculo cubri el revuelto arroyo con un velo gris de bruma, Conan baj por el estrecho sendero por el que sus hombres haban trepado con tanta dificultad. Se detuvo, sin ninguna compaa, en las inescrutables tinieblas del Bosque Brocelio, y escuch en vano por si oa alguna pisada. Sopl en el silbato de hueso y, como antes, aguard a la sombra de un rbol viejo. Cuando por fin su llamada tuvo respuesta, vio con alivio que se trataba de Zudik, el stiro que haba llevado a su ejrcito hasta el paso. En respuesta a la pregunta, Zudik dijo: -S, nosotros usar flautas. Hombres tuyos taparse los odos.
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-Dices que nos hemos de taponar los odos? -le pregunt Conan, maravillado. -S. Usar cera de abeja, trapo, arcilla... para no poder or ms. Entonces, nosotros ayudaros. La Guardia Fronteriza de Numtor se haba distribuido en semicrculo en torno al camino de Tarantia. El prncipe pareca dispuesto a aguardar a la defensiva hasta la llegada del conde Ulric. Sus hombres cavaban terraplenes y plantaban puntiagudas estacas en ellos para frenar a un posible atacante. Debido a las densas arboledas, los rebeldes no podran atacar a la larga columna realista por un flanco. Silenciosamente, el Ejrcito de Liberacin se despleg delante del semicrculo y se ocult en la maleza. Pero, cuando un centinela realista not que algo se mova entre los arbustos, dio la alarma. Los hombres soltaron las palas, cogieron las armas y formaron para combatir. Conan indic con un gesto a sus asistentes, cuyos odos estaban taponados, que ordenaran a los arqueros acribillar al enemigo con sus flechas; y entonces, el rasgueo de los arcos y el silbido de las saetas hendi el aire. Pero los hombres de Conan no oyeron nada. Los defensores realistas que se hallaban en los extremos de la columna oyeron un sonido sobrecogedor, una meloda de flauta estridente, ululante, ultraterrena. Provena de todas partes, y de ninguna. Hizo que los hombres sintieran dolor en los mismos dientes, y les infundi un pnico extrao e irracional. Los soldados dejaban caer sus armas para aferrarse la cabeza atormentada por el dolor.

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Algunos prorrumpieron en risas histricas; otros se deshicieron en lgrimas. Cuando el sonido se acerc, el sentimiento de terrible condena creci hasta desbordarse en sus almas. El impulso de marcharse, que al principio haban dominado, se impuso a sus aos de batallas. Aqu y all, algn hombre abandonaba su posicin en la columna y corra, chillando como un demente, hasta la retaguardia. Otros se fueron uniendo a la fuga, hasta que las lneas exteriores de la columna se disolvieron en una masa de aterrorizados fugitivos que corran sin saber por qu. Cuando los flancos del prncipe hubieron dejado de existir, los invisibles flautistas avanzaron hacia el centro, hasta que ste tambin se desintegr. La caballera de Trocero se abati sobre aquellos hombres en su huida; mat y tom cautivos. -En cualquier caso -dijo Conan al contemplar el abandonado campamento realista-, nos han dejado armas suficientes para un ejrcito que doble al nuestro en nmero. Ahora, podremos reclutar a todos los voluntarios que hallemos. -Ha sido una victoria fcil -dijo Prspero con regocijo. -Demasiado fcil -le repuso Conan sombramente-. Las victorias fciles suelen ser tan falsas como las sonrisas de un cortesano. Slo me convencer de que tengo el camino libre hasta Messantia cuando vea los muros de la ciudad, y slo entonces. CAPITULO 11 La llave de la ciudad

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El Ejrcito de Liberacin avanz sin hallar oposicin alguna por aquella tierra sonriente, donde las manadas de magnficos caballos de Poitain y de ganado pastaban en prados exuberantes, donde los castillos lucan torres almenadas de carmes, prpura y oro. El ejrcito rebelde serpente por entre redondeadas montaas cubiertas de lozana vegetacin, y al fin se acerc a la frontera que separaba Poitain de las provincias centrales de Aquilonia. Pero Conan, en un momento en que se detuvo con su caballo de guerra en un terrapln para contemplar el avance de sus soldados, tena la mirada sombra. Pues, aunque los Guardias Fronterizos de Numtor se hubieran dispersado como la hojarasca ante un vendaval de otoo, un nuevo enemigo, contra el que no tena defensa alguna, haba asaltado a su ejrcito. Era la enfermedad. Una dolencia, que llenaba a los hombres de ronchas escarlatas y les haca caer postrados con escalofros y fiebre, se estaba propagando entre sus filas; un invisible demonio, que abata a ms soldados que una dura batalla. Muchos hombres tenan que quedarse acostados en algn pueblo; muchos, temiendo a la terrible plaga, desertaban; muchos moran. -Cuntos somos ahora? -le pregunt Conan a Publius una noche en que el ejrcito se acercaba a la aldea fronteriza de Elimia. El antiguo canciller estudi sus informes. -Unos ocho mil si contamos a los enfermos que an pueden caminar; stos son unos mil. -Crom! ramos diez mil cuando dejamos atrs el Alimane, y desde entonces se nos han unido varios centenares. Qu ha sido de ellos?
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Trocero dijo: -Algunos vinieron con candidas ilusiones, como el novio que va a buscar a su novia, pero cambiaron de opinin despus de haber sudado y sufrido algunas leguas de camino fuera de su terruo. Se inquietan por sus familias, y quieren volver a casa para la' cosecha. -Adems, esta plaga de las ronchas ha matado a varios miles -dijo Dexitheus-. Yo, y los mdicos que me sirven, hemos probado en vano todas las hierbas y purgas. Parece que sea fruto de la magia. O bien un mal destino nos prepara nuestro fin. Conan se trag algunas desdeosas palabras de incredulidad. Despus del terremoto, no osaba subestimar la poderosa magia de su enemigo ni la caprichosa crueldad de los dioses. -Si hubiramos podido persuadir a los stiros de que nos siguieran con sus flautas -dijo Prspero-, poco importara nuestro pequeo nmero. -Pero no queran abandonar sus hogares en el Bosque Brocelio -dijo Conan. Trocero le respondi: -Podras haber tomado como rehn a su viejo Zudik, y as obligarles. -Yo no hago las cosas de esa manera -mascull Conan-. Zudik se port como un amigo en tiempos de necesidad. No sera capaz de traicionarlo. Trocero sonri levemente.
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-No eres t aquel que se burlaba del prncipe Numtor por sus elevados ideales de caballera? Conan gru. -Entre los salvajes, el jefe tiene poco poder. He vivido entre salvajes, y lo s. Adems, dudo que ni siquiera su gran amor por el bienestar de su jefe se sobrepusiera al miedo que siente esa gente pequea ante el campo abierto. Pero pensemos en el futuro, y no evoquemos fantasmas de un pasado muerto. Los exploradores han hallado algn rastro del ejrcito de Ulric? -No han hallado nada -dijo Trocero-, dejando aparte que hoy han avistado desde lejos a unos pocos jinetes, que al instante han huido al galope. No sabemos quines eran; pero apostara a que los barones del Norte estn logrando que el conde Ulric se demore todava. -Maana -dijo Conan- me adelantar con la tropa de Girto a explorar la frontera de Poitain mientras el resto segus avanzando hacia Elimia. -General -le objet Prspero-, no debes actuar con tanta temeridad. El comandante tiene que quedarse detrs de las lneas, desde donde puede controlar sus unidades, y no debe arriesgar su vida como un aventurero sin tierra. Conan frunci el ceo. -Si yo soy el comandante, tengo que mandar como me parezca ms apropiado! -Viendo el afligido rostro de Prspero, aadi con una sonrisa-: No temas; no har nada estpido. Pero incluso un general tiene que compartir a veces los peligros con sus hombres. Adems, es que acaso yo no soy un aventurero sin tierra?
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-Creo -murmur Prspero- que simplemente transiges con tus brbaras ansias por combatir cuerpo a cuerpo. La sonrisa de Conan se convirti en la de un lobo, pero el cimmerio ignor el comentario. El camino les pareca una cinta dorada; la tropa de Conan andaba en el brumoso amanecer. A la cabeza de la columna cabalgaba Conan, vestido, como los dems, con una cota de malla, y el capitn Girto iba a su lado. Apoyando la lanza en el estribo, los caballeros cabalgaban orgullosos por el ondulado paisaje. Unos pocos exploradores avanzados recorran a medio galope los campos en barbecho, pero esquivaban las sencillas granjas y los campos de grano en sazn. Los rsticos que trabajaban en sus tierras aradas, o en sus vias, cesaban en sus labores y, apoyados en el rastrillo o el azadn, contemplaban el avance de los hombres armados. Uno o dos se permitan cautos vtores, pero la mayora parecan estpidamente indiferentes y silenciosos. Aqu y all, Conan alcanzaba a ver el color rojo o amarillo de unas enaguas cuando una mujer corra a ocultarse de los soldados. -Estn aguardando a ver quin vence -dijo Girto. -Y ms les conviene -dijo Conan-, pues, si perdemos, los que nos hayan ayudado sufrirn por ello. Tras pasar el siguiente collado, encontraron Elimia en un valle no muy profundo. Un riachuelo se abra paso difcilmente por entre las

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casas de adobe y prosegua hacia el este, hacia el Khorotas, y los sauces contemplaban su propio reflejo en sus lentas y oscuras aguas. La aldea, habitada por menos de doscientas almas, careca de proteccin; pues las dcadas de paz haban engatusado a sus gentes hasta el punto de que stas haban permitido que el viejo muro de adobe se cayera a pedazos. Sus habitantes -si alguno haba que trabajara en el mismo pueblo- no se dejaban ver. -Esto es demasiado tranquilo para m -murmur Conan-. En un da soleado como ste, las gentes tendran que estar levantadas. -Puede que todava estn digiriendo la comida del medioda -sugiri Girto-. O quiz se hayan ido todos a trabajar en el campo salvo los nios y las viejas. -Es una hora demasiado tarda -mascull Conan-. Esto no me gusta. -O tal vez estn escondidos porque temen que les roben o asesinen. Conan dijo: -Enva dos exploradores al pueblo; nosotros les esperaremos aqu. Dos soldados bajaron cabalgando por la ladera y desaparecieron por las fauces de la angosta y tortuosa calle. Al poco, la misma calle les regurgit; y, galopando hacia sus compaeros, les indicaron con gestos que todo estaba tranquilo. -Vayamos a echar una mirada -mascull Conan. Y Girto orden a sus cien lanceros que avanzaran a paso ligero.

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El Sol, parecido a un gigantesco disco anaranjado, se acercaba al horizonte occidental; y las casas de Elimia parecan negras y siniestras bajo su ardiente fulgor. Los rebeldes iban mirando en derredor con cierta aprensin; pues todava no haban hallado ningn rastro de habitantes humanos en la miserable calle, ni detras de las puertas cerradas. -Tal vez -sugiri Girto- las gentes oyeron que se acercaban dos ejrcitos y huyeron, temiendo verse atrapadas entre yunque y martillo. Conan se encogi de hombros, y desat la espada de su vaina. A cada lado de la calle haba pequeas casas con gruesos tejados de paja. Una de las casas estaba abierta por delante, y tena un mostrador. Una jarra pintada sobre la humilde puerta daba a entender que se trataba de la taberna del pueblo, puesto que aquella localidad era demasiado pequea para poder alardear de un mesn. Al otro extremo de la calle, algo apartada, haba una casa parecida a un granero. Las barras de hierro en desorden, unas pinzas y un brasero probaban que perteneca a un forjador; pero no se oa ningn eco metlico. Conan sinti que algo, no saba el qu, haca que se le erizara el vello de la nuca. El cimmerio, sin desmontar, se volvi para poder ver cmo los ltimos soldados de su doble columna entraban al trote en la calle desierta. Los caballos, que iban de dos en dos, tenan que ir rozando las paredes de las apiadas casas; tan estrecho era el camino. -Mal lugar para un ataque -dijo Conan-. Ordena a los hombres que se den prisa.

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Girto le hizo seas al trompeta, y entonces se oy, muy cerca, otro instrumento. Al instante, las puertas de todas las casas se abrieron, y aparecieron soldados realistas en gran cantidad, y ensombrecieron el crepsculo con sus gritos de batalla. Atacaron a la tropa de Conan por ambos lados; sus espadas y picas estaban sedientas de sangre. Ms adelante aparecieron tres hileras de piqueros, que cegaron la calle con un muro de acero afilado. Avanzaron lentamente, con sed de batalla en la mirada y lanzas que relucan con apagado color carmes bajo los rayos del sol poniente. -Por Crom e Ishtar! -grit Conan, al tiempo que desenvainaba la espada-. La muerte nos tiene en su bolsillo! Girto, que los hombres den media vuelta! El estruendo de la batalla creci: los gritos de hombres airados, los relinchos de los caballos que caan, el chirrido del acero contra el acero, el choque de las espadas con los mellados escudos y el sordo golpe de los cuerpos que caan en tierra. Atacados desde tres costados por un nmero superior, los soldados de Conan se encontraban en desventaja. El reducido espacio les impeda reordenarse en formacin compacta, o tomar carrerilla para cargar. Una lanza, en la mano de un jinete que carga, es mucho ms formidable que en la del mismo jinete si se le fuerza a detenerse. Los soldados rebeldes, espoleados por el miedo y la furia, blandieron las lanzas y trataron de herir a sus enemigos. Algunos soltaron las lanzas y, desenvainando la espada, hirieron a los atacantes y dieron muchos atinados mandobles. Los hombres juraban con fuerte voz por sus respectivos dioses. Los caballos heridos se encabritaban, y chillaban como diablos en el infierno. Uno, al que le haban rajado el
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vientre, cay dando coces, y su jinete qued atrapado debajo; los realistas se arrojaron encima de aquel hombre, y le arrearon golpes y mandobles hasta que qued rojo de sangre. Otro jinete, atravesado por una pica blandida en alto, se vio levantado por el aire y arrojado bajo los herrados cascos de un corcel malherido. Otro ms fue desmontado, pero arrim la espalda a la pared de una de las casas y mantuvo a raya a sus atacantes con el rpido filo de su espada. Algunos de los soldados del conde Ulric cayeron bajo las lanzas y las veloces espadas de los rebeldes. La sangre se mezclaba con el polvo en el camino de tierra, y los hombres heridos gritaban de dolor; la muerte gorgoteaba en sus gargantas. Rugiendo como un len, Conan se abri paso por entre la columna, pasando como pudo entre el torbellino de sus hombres y las paredes de la angosta calle. Su gran espada suba y bajaba; casi con cada golpe, uno de los realistas se desplomaba o caa muerto. Tres de sus mandobles separaron tres brazos de sus respectivos hombros, y tres veces man en chorro la sangre de las horribles heridas. Al tiempo que hera, Conan iba gritando con fuerza: -Salid! Salid! Retirada! Abandonad el pueblo! Reunios afuera, en el camino! Por muy poderosa que fuera su voz, un torrente de cacofonas la ahogaba. Pero, poco a poco, sus hombres fueron logrando que sus monturas dieran media vuelta y se abrieron paso hacia el sur. Detrs de Conan, el capitn Girto y dos veteranos lanceros iniciaron una desesperada accin de retaguardia contra la masa de piqueros, que avanzaba precedida por sus puntiagudas armas. Esgrimiendo sus
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lanzas, espolearon a sus aterrorizadas bestias contra el muro de picas; pero, cuando uno de los piqueros caa, otro corra a ocupar su lugar. Y as, a pesar de su torva resolucin de vencer o morir, no pudieron detener la implacable oleada de hombres en armadura. Y entonces, uno de los lanceros muri. El corcel de Conan tropez con un cuerpo tendido en el suelo. El cimmerio tir de la brida para impedir que el animal cayera. Asest un revs con la espada a un espadachn realista, que detuvo el brutal golpe con su escudo; pero la mera fuerza del mandoble hizo caer delante de una desvencijada puerta al soldado, y ste, de rodillas, se aferr un brazo roto; las lgrimas resbalaban por sus mejillas. Al fin, Conan vio que los soldados que le quedaban se haban librado de sus atacantes, y que, cabalgando cuesta arriba, se alejaban del escenario del desastre. Separndole de los suyos que se retiraban, los soldados de infantera realistas haban ocupado por completo la angosta calle, y resbalaban con las ensangrentadas entraas de hombres y caballos, y se tambaleaban a causa de la fatiga. Pero, como sabuesos humanos que huelen a su presa, se iban acercando ms y ms a los tres jinetes que haban quedado atrapados en las crueles fauces de la astuta trampa. Mirando a la derecha, Conan encontr un estrecho callejn entre dos casas, un simple pasaje lleno de maleza. -iGirto! -grit Conan-. Por ah! Seguidme! Obligando bruscamente a su caballo a volverse hacia el estrecho callejn, Conan se detuvo slo el instante necesario para asegurarse de que los dems le seguan de cerca. Las sombras cada vez ms

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largas de las casas envolvieron en la oscuridad a los fugitivos, y por un momento nadie les ladr en los talones. En aquel breve respiro, Conan tir de las riendas de su exhausta montura y permiti que la bestia se fuera abriendo paso entre la marchita vegetacin. Entonces, a pesar de la poca luz, alcanz a ver una pocilga, atrancada con una estropeada madera que estaba sujeta con cuerdas a la cerca. Cort la gruesa cuerda con su espada manchada de sangre, y la tosca puerta se abri. Girto y su compaero se horrorizaron, y se preguntaron si el calor de la batalla o el fuerte golpe que haba desmontado a su caudillo le habran trastornado. Entonces, sealando adelante con el dedo alzado, Conan espole a su caballo y, seguido de cerca por sus leales soldados, volvi a cabalgar por el estrecho pasaje. Una oleada de infantes realistas, mezclados con jinetes armados, dobl corriendo la esquina de aquella casa y sigui adelante por el estrecho cauce del callejn. Girto le grit a Conan: -Galopa, galopa! Ya nos pisan los talones. Conan dobl el cuerpo sobre la cerviz de su montura, y ocult el rostro en la suelta crin del animal. Y entonces, al final del callejn, una valla alta, apenas visible en la creciente oscuridad, les impidi ponerse a salvo. El caballo de Conan, reuniendo fuerzas en sus poderosas ancas, se alz, magnfico, y salt el obstculo, y el compaero de Girto, Sardus, sigui de cerca a su rauda cola. Pero Girto tuvo menos suerte. Su
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animal, demasiado fatigado para saltar, cay sobre la barrera y relinch con el dolor de su cerviz rota. Girto, tras caer al suelo, se puso en pie y desenvain la espada, dispuesto a vender cara su vida. De pronto, los jinetes que le perseguan tiraron de las riendas y empezaron a proferir juramentos porque sus monturas se encabritaban y daban saltos, y, en su pnico, obligaban a los espadachines a arrimarse a la pared o les arreaban peligrosas coces con sus cascos. Girto se maravill de que se hubiera demorado su casi segura destruccin. -Magia de nuevo? -murmur entre los dientes que apretaba con fuerza. Entonces, vio la causa de su salvacin. Una cerda y veinte gorrinos haban salido de su porqueriza y, recubiertos de hedionda mugre, corran chillando entre la maleza y buscaban con el hocico algo comestible. Oy que Conan gritaba: -Trepa por la valla, rpido! Y, sin dudar ms, se agarr a la burda barricada, trep por ella y salt al otro lado en el mismo instante en que llegaban los realistas. -Agrrate a mi estribo! -rugi Conan-. No trates de montar! Girto se aferr a la correa del estribo de Conan y le sigui dando saltos mientras la bestia cobraba velocidad. Atravesaron los campos a medio galope y sin luz, y dejaron atrs a los realistas.
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Cuando la aldea pareci pequea en la lejana, Conan tir de las riendas. Mirando en derredor el oscuro paisaje, dijo: -Ya nos reuniremos con la columna. Ahora, quiero echar una ojeada al campamento enemigo. Tal vez lo divisemos desde aquel otero. Desde lo alto de la colina, Conan escrut las sucesivas pendientes y hondonadas; y, al norte de la aldea, descubri un campamento. Una elevacin poco pronunciada impeda verlo desde el pueblo; pero, desde la altitud, su gran extensin era patente. Veintenas de hogueras parpadeaban en el ocaso, y finas y azuladas nubculas de humo se deshacan con la suave brisa. -se es el ejrcito del conde Ulric -dijo Conan-. Cuntos te parece que deben de ser, Girto? El capitn hizo sus clculos. -Por el nmero de hogueras y el tamao del campamento, creo que debe de haber una docena de regimientos, general. Qu te parece a ti, Sardus? -Veinte mil hombres por lo menos, seor -dijo el veterano caballero-. Qu estandarte es aquel que ondea en lo alto de un mstil, ah a la derecha? Conan bizque, esforzndose por que sus ojos de gato vieran a pesar de la creciente oscuridad. Entonces, exclam: -Que me maldigan por estigio si se no es el estandarte de los Dragones Negros!

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-No es sa la guardia de la casa del rey, mi general? -exclam Girto-. Eso no puede ser, a menos que el propio Numedides acompae al conde Ulric. -Lo dudo, porque no veo el estandarte real -exclam Conan-. Es hora de que nos reunamos con nuestros camaradas. Tenemos un buen trecho hasta el campamento. Sardus mont detrs de su capitn de pies magullados, y los tres dieron un cauteloso rodeo en torno a la aldea donde tantos de los suyos yacan muertos. Cuando por fin llegaron al camino, fueron a toda prisa hacia una arboleda en donde les aguardaban los sobrevivientes de la batalla. Faltaba como mnimo un tercio de los sesenta hombres. Muchos de los que ya llevaban vendajes estaban ayudando a vendar las heridas de sus camaradas. Cuando Conan, Girto y Sardus aparecieron, sus alicados soldados les aclamaron con dbiles hurras. Conan gru: -Os doy las gracias a todos, pero guardaos los vtores para el da de la victoria. Tendra que haber hecho registrar las casas antes de meteros en esa trampa para novatos. Pero, muchachos, habis luchado mejor que ellos. Ahora pongmonos en camino, y ojal que encontremos el campamento de nuestro ejrcito antes del alba. A la maana siguiente, Conan cont sus aventuras. Prspero silb de asombro. -Veinte mil hombres! En batalla abierta, se nos comeran vivos. Despus de darle un buen bocado a una chuleta de carne de vaca, Conan dijo:
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-No digas en voz alta pensamientos como se, no vaya a ser que se hagan realidad. Ordena que se levanten todos los hombres salvo los exploradores que lucharon en Elimia, y ponlos a fortificar el campamento. Como ha venido con tantos soldados, el conde Ulric podra arriesgarse a atacarnos de noche. Si no tenemos zanja ni empalizada que le detengan, puede aplastarnos como un carro aplasta los insectos. -Pero, son los Dragones Negros! -exclam Trocero-. Es increble que Numedides haya enviado a sus tropas palaciegas para proteger a Ulric, y haya dejado indefensa a su propia persona! Conan se encogi de hombros. -S bien lo que vi. Ninguna otra de las unidades tiene como smbolo un monstruo alado sobre fondo negro. Palntides dijo: -Al enviar a los Dragones Negros, Numedides ha quedado expuesto a un ataque; pero eso no soluciona en nada el problema que tenemos. -En cualquier caso, la llegada de los Dragones lo agrava -aadi Trocero. -Entonces, pongamos manos a la obra, amigos, y empecemos con las fortificaciones -dijo Conan-. No tenemos tiempo que perder. Una suave brisa matinal acarici la empalizada rpidamente erigida, y refresc los ojos inyectados en sangre y los doloridos miembros de sus constructores. Cuando los civiles del campamento -cantineros, aguadores, mujeres y nios- trataron de acarrear agua de un ro cercano, una compaa de la caballera realista apareci por una loma y cay sobre ellos al galope, y tuvieron que huir para salvar la
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vida. Un viejo y un nio pequeo, que no podan correr con rapidez, cayeron muertos. Una partida de exploradores rebeldes fue atacada y tuvo que huir. Cuando llegaron al campamento, sus perseguidores pasaron de largo, gritando pullas y arrojando jabalinas a la empalizada. Los arqueros de Conan, llamados con urgencia, abatieron a dos de los caballos enemigos, pero sus jinetes se subieron a las bestias de sus camaradas y huyeron. As, aunque no se hubiera lanzado un ataque de verdad contra los rebeldes, los abatidos hombres de Conan estaban fatigados a causa de la tensin y las alarmas. En la reunin del anochecer, Publius dijo: -Aunque yo no sea militar, mi general, opino que tendramos que huir durante la noche, antes de que Ulric acabe con nosotros o nos mate de hambre. Tiene la fuerza necesaria para hacer lo que desee, puesto que la enfermedad, como un fantasma gris, merodea entre nosotros. -Yo creo -dijo Trocero, dando un puetazo sobre la mesa- que debemos resistir mientras mis poitanios amotinan a los campesinos. Entonces, si Ulric logra rodearnos, los campesinos podrn rodearlo a l. -Ahora que se acerca el tiempo de la siega -le respondi Publius-, tendrs problemas para amotinar a mil hombres. Adems, unos granjeros armados tan slo con hachas y horcas no podran aguantar una carga de los soldados de Ulric, que visten armaduras. Ms nos valdra retroceder hasta el Bosque Brocelio, donde nuestros amigos, los stiros, podran ayudarnos de nuevo! Prspero intervino:
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-S, hasta que los realistas aprendieran a taponarse los odos... no tardaran en hacerlo. Yo digo que ataquemos por sorpresa el campamento de Ulric esta misma noche. Palntides neg con la cabeza. -Nada acabara ms fcilmente en confusin, en camaradas luchando con otros camaradas, que un ataque nocturno con hombres mal entrenados como los nuestros. La discusin sigui y sigui sin que se llegara a ninguna conclusin, y Conan estaba sombro; frunca el ceo, pero apenas si hablaba. Entonces, un centinela anunci: -Un oficial realista y unos cincuenta hombres han venido bajo bandera de tregua, mi general. El oficial pide hablar con vos. -Desarmadlo y hacedlo entrar -dijo Conan, al tiempo que se sentaba bien en su silla. Se abri la entrada de la tienda, y entr un hombre en armadura. Luca el guila negra herldica de Aquilonia en el pecho de su sobrepelliz blanca, y el dragn de bronce de los Dragones Negros sobre el yelmo. El oficial salud envaradamente. -General Conan? Soy el capitn Silvanus, de los Dragones Negros. He venido a unirme a vos junto con el resto de mi tropa, si nos aceptis. Conan mir al capitn de arriba abajo con los prpados

entrecerrados. Vio un hombre alto, de buena planta, rubio, algo joven para su rango.
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-Bienvenido, capitn Silvanus -dijo por fin-. Te agradezco tu oferta. Pero, antes de aceptarla, debo saber ms cosas sobre ti. -Ciertamente, mi general. Aguardo vuestras preguntas. -En primer lugar, qu te impulsa a cambiar de bando en esta coyuntura? Debes de saber que nuestra situacin es precaria, que Ulric nos supera en nmero y que es un comandante competente. As pues, por qu quieres cambiar de casaca? -La razn es sencilla, general Conan. Mis hombres y yo hemos preferido arriesgarnos a morir por la causa rebelde que vivir en seguridad con ese loco, si es que alguna vida puede hallarse a salvo bajo el estandarte del rey. -Pero por qu en este preciso momento? -sta ha sido nuestra primera oportunidad. Los Dragones llegaron a Elimia ayer por la noche, antes de la escaramuza entre los hombres de Ulric y los vuestros. Si hubiramos abandonado Tarantia para unirnos a vos, las fuerzas leales al rey nos habran impedido llegar aqu y nos hubieran aniquilado. Conan pregunt: -Numedides ha enviado aqu a todo el regimiento de los Dragones Negros? -S, salvo unos pocos jvenes que todava reciben instruccin. -Por qu ese perro aleja de s a sus guardias personales?

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-Numedides se ha proclamado dios. Cree ser inmortal; y, puesto que es invulnerable, no necesita guardia. Adems, est resuelto a aplastar vuestra rebelin, y ha enviado a todos los contingentes con el ejrcito del conde Ulric. Estn viniendo ms de la frontera oriental. -Y qu hay de Thulandra Thuu, el mago del rey? El rostro de Silvanus palideci. -A veces, los demonios acuden a la mencin de su nombre, general Conan. A causa de la locura de Numedides, ese hechicero gobierna el reino; y, aunque menos necio que el rey, le iguala en crueldad y rapacidad. Todos saben que sacrifica vrgenes en sus repugnantes experimentos. Buscando en su bolsa, sac una miniatura de alabastro pintado que colgaba de una cadenilla de oro. La pintura mostraba a una muchacha de quiz diez aos de edad. -Era mi hija. Ha muerto -dijo Silvanus-. Se la llev. Si los dioses me otorgan una nica oportunidad, le arrancar la garganta con mis propios dientes. La voz del capitn flaque, y sus manos temblaron a causa de la intensidad de sus emociones. Un fulgor salvaje de fuego azul destell en los ojos de Conan. Sus oficiales se agitaron, incmodos, pues saban que los malos tratos sufridos por mujeres solan suscitar la implacable y furiosa indignacin del cimmerio. ste les mostr la miniatura y se la devolvi a Silvanus, dicindole:

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-Queremos ms informacin acerca del ejrcito del conde Ulric. Cuntos son? -Creo que casi veinticinco mil. -Y de dnde ha sacado Ulric a tantos? El Ejrcito del Norte no tena tantas fuerzas cuando abandon el servicio de ese rey loco. -Muchos de los Guardias Fronterizos del prncipe Numtor, tras recuperarse de su pnico, se reagruparon y se unieron al conde Ulric. Y tambin el regimiento de Dragones Negros que enviaron desde Tarantia. -Qu fue de Numtor despus de su derrota? -Se suicid, desesperado por su fracaso. -Ests seguro? -le pregunt Conan-. Se dijo que Amulius Procas se haba quitado la vida, pero yo s que lo asesinaron. -No cabe ninguna duda, seor. El prncipe Numtor se clav un pual delante de testigos. -Qu triste -dijo Trocero-. se era el ms decente de toda la cuadrilla, si bien demasiado simple para luchar en una sangrienta guerra civil. Conan exclam: -Tenemos que hablar de esto. Palntides, busca un lugar donde puedan dormir el capitn Silvanus y sus hombres; luego, vuelve con nosotros. Buenas noches, capitn. Publius, que apenas haba dicho nada, habl entonces:
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-Un momento, si me disculpas, capitn Silvanus: a quin tuviste por padre? El oficial, que se hallaba a la entrada de la tienda, se volvi. -A Silvius Macro, seor. Por qu lo preguntis? -Lo conoc cuando serva al rey como tesorero. Buenas noches. Despus de que saliera el capitn, Conan dijo: -Bien, qu os parece esto? Cuando menos, es bueno que algunos nombres deserten para unirse a nosotros, y no al revs... para variar. -Yo creo -dijo Prspero- que Thulandra Thuu quiere infiltrar entre nosotros a un nuevo asesino. Aguardar una ocasin para meterte una daga entre las costillas, y luego huir como un diablo huye del infierno. Trocero dijo: -Disiento. Me ha parecido un oficial joven y franco, y no creo que sea uno de los que acompaan a Numedides en sus ampulosidades, ni un hechizado esbirro de Thulandra. -No podemos fiarnos de las apariencias -insisti Prspero-. Una manzana puede estar roja aunque por dentro la devoren los gusanos. -Si me permits -les interrumpi Publius-, os dir que he conocido al padre de ese joven. Fue un ciudadano excelente e intachable, y debe de serlo todava si an vive.

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-Los hijos no se parecen siempre a los padres -dijo Prspero con un gruido. -Prspero -dijo Conan-, tu preocupacin por mi seguridad me honra. Pero todo hombre debe aceptar riesgos, especialmente en la guerra. Por mucho que me protejas de una daga oculta, es probable que Ulric acabe por matarnos a todos, a menos que un inesperado golpe de suerte invierta nuestra fortuna. Se hizo el silencio; Conan estaba meditabundo, y sus profundos ojos azules miraban fijamente al suelo. Al fin, dijo: -Tengo un plan... un plan arriesgado, pero no entraar ms peligros que nuestra situacin presente. Tarantia est indefensa, desprovista de soldados, y el loco Numedides est haciendo de dios en su trono. Una banda de hombres desesperados, disfrazados de Dragones de la Guardia de la Casa Real, podra llegar a palacio, y... -Conan! -grit Trocero-. Es una inspiracin de los dioses! Yo dirigir la incursin. -Vos sois demasiado importante en Poitain, mi seor -dijo Prspero-. Ser yo quien... -Ni el uno ni el otro iris -dijo Conan con firmeza-. Los poitanios sois mal vistos en las provincias centrales, pues sus gentes no han olvidado que los invadisteis en tiempos de la guerra con el rey Vilerus. -Entonces, quin? -pregunt Trocero-. Palntides? Conan neg con la cabeza, agitando su cabellera negra, y su rostro refulgi con sed de combate.
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-Yo llevar a cabo esta misin tan bien como sepa, o morir en el intento. Escoger un escuadrn entre los ms veteranos, y tomaremos prestadas las sobrepellices y yelmos de los hombres del capitn Silvanus. l tambin vendr para identificarnos a las puertas de la ciudad. S, l es la llave que las abrir. Publius alz una prudente mano. -Un momento, caballeros. El plan de Conan podra triunfar en un conflicto ordinario. Pero, en Tarantia, no os enfrentaris tan slo a un rey demente, sino tambin a un malvolo hechicero, cuyos gestos msticos y palabras mgicas pueden mover montaas, o hacer venir demonios de la tierra, del mar o del cielo. -Los brujos no me dan miedo -dijo Conan-. Hace aos, en Khoraja, hice frente a uno de los ms mortferos y lo mat a pesar de sus gesticulaciones y balbuceos. -Cmo lo lograste? -le pregunt Trocero. -Le arroj mi espada. -No cuentes con lograrlo de nuevo -dijo Publius-. Tus fuerzas son grandes, y tus sentidos ms agudos que los de los hombres comunes; pero la fortuna no es siempre amable, ni siquiera con los hroes. -Cuando llegue mi hora, mi hora ser -mascull Conan. -Pero tu hora tambin podra ser la nuestra -dijo Prspero-. Djame que mande llamar a Dexitheus. Un sacerdote mitraico siempre sabr ms acerca del ms all que nosotros, los mortales ordinarios.
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Conan consinti, aunque de mala gana. Dexitheus escuch, juntando las manos, en qu consista el plan de Conan. Al fin, habl gravemente: -Publius tiene razn, Conan. No subestimes el poder de Thulandra Thuu. Los de mi corporacin sacerdotal tenemos alguna nocin de las fuerzas oscuras e innominables que el hombre no puede comprender. -De dnde procede ese pestilente taumaturgo? -pregunt Trocero-. Algunos dicen que es vendhio; otros, que estigio. -Ni lo uno ni lo otro -replic Dexitheus-. En mi hermandad sacerdotal decimos que es lemurio, y ha venido, no s cmo, de islas que se encuentran ms all del mundo conocido, en Oriente, en el ocano que baa Khitai. Esas ocultas islas son lo nico que queda de una anchurosa tierra que se hundi bajo las olas. Si quiere vencer a un hechicero con tantos poderes, nuestro general no podr valerse de armas materiales ni de armadura. Trocero pregunt: -No hay brujos en este campamento que quieran llevar a cabo esta misin? -No! -exclam Conan-. No quiero para nada a esos charlatanes. No pienso dar asilo a ninguno, ni recabar su ayuda. Dexitheus le mir con el rostro entristecido. -Aunque no lo sepas, general, estoy muy dolido.
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-Cmo es eso, Reverendo Padre? -dijo Conan-. Te debo mucho, y no querra disgustarte sin motivo. No me hables en acertijos, mi buen amigo. -No quieres para nada a los magos, mi general, y dices que son charlatanes y embaucadores; sin embargo, cuentas con uno entre tus amigos. Necesitas un mago; y sin embargo rechazas la ayuda de uno. -Dexitheus call, y Conan le anim con un gesto a proseguir-. Tienes que saber, pues, que en mi juventud estudi las artes negras, aunque apenas si super los rangos ms bajos de la hechicera. Luego vi la luz de Mitra, y abjur de todo trato con demonios y con las fuerzas de lo oculto. Si la corporacin sacerdotal hubiese conocido mi pasado, no me habran admitido en la orden. As pues, si te acompao en esta peligrosa misin... -T, dices? -exclam Conan, ceudo-. Brujo o no, eres demasiado viejo para galopar cien leguas! No sobreviviras. -Por el contrario, estoy hecho de una fibra ms fuerte de lo que t crees. La vida asctica me ha dado un vigor que supera en mucho a mis aos, y me necesitars para que arroje uno o dos contrahechizos. Pero, cuando te acompae, mi secreto saldr a la luz. Ser obligado a renunciar a mi santo oficio... Triste fin para la carrera de mi vida. -Yo creo que el uso de la magia para un buen fin es un pecado perdonable -dijo Conan. -Para ti, seor; no para mi orden, que es sumamente intolerante en esta materia. Pero no tengo alternativa; debo emplear por Aquilonia los poderes que tenga.
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Suspir con abrumadora pena. -Cuando todo haya terminado -dijo Conan-, tal vez pueda persuadir a tu corporacin sacerdotal para que hagan una excepcin con el rigor de sus reglas. Preprate, buen amigo, partiremos dentro de una hora. -Esta misma noche? -Y cundo mejor? Si aguardamos al alba, podramos encontrarnos el campamento cercado por los realistas. Prspero, selecciona un grupo entre tus jinetes ms hbiles. Procura que cada uno lleve dos caballos, para que puedan cambiar a menudo. Pero hazlo con discrecin. Tenemos que partir antes de que la cosa se sepa. Y los dems, mantened ocupados a mis hombres en la mejora de las fortificaciones mientras estoy fuera. Adis a todos! Aun cuando la luna llena apenas si iluminara las copas de los rboles, una columna de jinetes, cada uno de los cuales llevaba una montura de refresco, abandon sigilosamente el campamento rebelde. Conan cabalgaba al frente, ataviado con el yelmo y la sobrepelliz de los Dragones Negros. El capitn Silvanus cabalgaba a su lado, y Dexitheus, sacerdote de Mitra, vestido de manera parecida, es segua al trote. Cincuenta de los soldados en quienes ms confiaba Conan iban tras ellos, disfrazados de la misma manera que sus cabecillas. Guiada por Silvanus, la columna se alej del campamento realista dando un largo rodeo. Cuando se hallaron de nuevo en el camino de Tarantia, siguieron adelante al trote ligero. La luna se ocult, y la negra noche envolvi a aquella hilera de hombres desesperados.

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CAPITULO 12 Oscuridad a la luz de la luna

El sol se haba puesto y, en lo alto, una brillante media luna penda del cielo sin nubes. En el palacio real de Tarantia, la solitaria cena del rey, servida en bandejas de oro en su comedor privado, haba terminado ya. Salvo un catador que haba estado de pie tras el silln regio, dos guardianes que vigilaban la puesta guarnecida de plata y los lacayos que haban servido los platos del rey, nadie le haba acompaado en su colacin. Millares de lmparas y velas centelleaban en los aposentos reales; tan bella era su luz, que un extrao que hubiera entrado all se habra preguntado si una coronacin o la visita de un monarca vecino eran la causa de tan suntuosa pompa. Pero el palacio pareca curiosamente desierto. En vez de la charla de las amables damas, los caballerosos jvenes y los nobles de ms alto rango del reino, solamente los ecos del pasado resonaban por los pasillos de mrmol, que estaban vacos, salvo por unos pocos guardias en cuyas corazas plateadas se reflejaba la multitud de velas. stos eran, o bien muchachos adolescentes, o bien veteranos de barba gris; pues, cuando la guardia de palacio haba ido al sur para hacer frente a los rebeldes, los oficiales del rey se haban apresurado a reemplazar las unidades de Dragones Negros con
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muchachos que estaban haciendo la instruccin y veteranos retirados. Las lmparas y velas ardan toda la noche, pues el rey, que se crea un dios solar, opinaba que nada, salvo una luz semejante al da, poda hacer justicia durante la noche a su alta condicin. As, los siervos iban corriendo de una lmpara a otra para asegurarse de que todas tuvieran suficiente aceite, y llevaban puados de velas de una araa de luces a otra para reemplazar a las que se haban consumido. Al irse agravando la locura del rey, los cortesanos y funcionarios que normalmente se hallaban presentes se haban escabullido. El primero de stos haba sido Vibius Latro, que tena despacho y aposentos en palacio. El canciller haba hecho entregar a Numedides un mensaje en el que le peda una breve licencia. La nota deca que su salud se estaba resintiendo de las largas horas de trabajo, y que, si no se tomaba un breve reposo en sus fincas rsticas, tema no poder servir ms los intereses de Su Majestad. Numedides, que acababa de flagelar a una de sus concubinas hasta la muerte, se hallaba de extrao buen humor, y le haba concedido su peticin. As, Latro hizo subir a toda su familia en un carruaje y parti hacia sus propiedades, que se hallaban al norte de Tarantia. En la primera encrucijada, se haba desviado hacia el este y, fustigando a sus caballos, se haba puesto en camino hacia la frontera nemedia, que se hallaba a doscientas leguas. Otros miembros del cuerpo de oficiales del rey encontraron otras razones urgentes para solicitar una licencia, y se marcharon a toda velocidad.

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El trono que Numedides tena en la Cmara de Audiencias Privadas estaba puesto encima de una alfombra iranistania decorada con motivos, tejida con finas lanas hbilmente teidas de color rub, jade, amatista y zafiro, y entretejida con hebras de oro. El mismo trono, un mueble ornado, aunque no tan imponente como el Trono de Rub del Saln Pblico del Trono, estaba aparatosamente decorado con dragones, leones, espadas y estrellas. El guila herldica de la dinasta numedidiana pareca elevar el vuelo en el alto respaldo, y tena las alas y los ojos salpicados de piedras preciosas en las que se reflejaba la abundante luz de las velas. El cetro de plata del rey, el smbolo ceremonial de su realeza, yaca sobre los cojines de color prpura que cubran el asiento, mientras que la Espada de Estado, una gran arma con dos asas, adornada con joyas en el puo y la vaina, reposaba encima de uno de los amplios brazos del trono. Haba dos personas de pie en la estancia: el rey Numedides, que llevaba en la cabeza una fina diadema que era la corona de Aquilonia, y vesta una tnica de color carmes con manchas de comida, vino y vmitos; y Alcina, con un ajustado vestido de seda verde marino. Se miraban amenazadoramente desde lados opuestos del dorado trono. Alcina murmur: -Perro viejo y sarnoso! Morir antes que someterme a tus perversiones! No podrs cogerme, viejo gordo, asqueroso grumo de mugre! Vete a buscar una perra o una cerda para que sacie tu lujuria! Hazlo con tus semejantes!

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-Ya te he dicho que no te har dao, mi fogosilla! -dijo Numedides resollando-. Pero te coger! Nadie puede escapar de los deseos de un rey, y menos de los de un dios! Ven aqu! De pronto, Numedides se alej del trono con insospechada agilidad. Alcina, cogida por sorpresa, retrocedi de un salto, con lo que ya no pudo protegerse tras el enjoyado asiento. Entonces, abriendo los brazos y tratando de aferrara con las manos, el rey la empuj hasta una esquina alejada de las dos puertas de doble jamba, cuyos dinteles, sostenidos por columnas, adornaban la pared a derecha e izquierda del ostentoso trono. Alcina meti las manos en el corpino y sac una estrecha daga, baada en la punta con la misma pocin que haba matado a Amulius Procas. -Retrocede, te lo advierto! -grit-. Slo con que te pinche una vez, morirs! Numedides dio un paso hacia atrs. -Pequea imbcil, es que no ves que soy inmune a tu alfiler envenenado? -Como te acerques ms, veremos si lo eres. El rey retrocedi hasta su trono y cogi su cetro. Entonces, una vez ms, se acerc a la temblorosa muchacha. Cuando Alcina levant la daga, el rey le dio un golpe en la mano con la vara de plata que le hizo abrirla. El arma cay al suelo y rebot en la alfombra, mientras Alcina, con un grito de angustia, oprima contra el pecho la mano dolorida.
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-Ahora, pequea bruja -dijo Numedides-, vamos a... Las dos jambas de la pared derecha de la Cmara de Audiencias se abrieron. Thulandra Thuu, apoyndose en su bastn tallado, apareci en el umbral. -Cmo has entrado aqu? -bram Numedides-. Las puertas estaban cerradas! La sibilante voz del moreno hechicero son como el chasquido de un ltigo. -Majestad! Os advert que no molestarais a mis siervos! El rey frunci el ceo. -Slo estbamos jugando a un juego inofensivo. Y, quin eres t para hacerle advertencias a un dios? Quin es el que gobierna aqu? Thulandra Thuu sonri con sonrisa aviesa y amarga. -Vos reinis aqu, pero no gobernis. Gobierno yo. Las quijadas de Numedides enrojecieron a causa de su creciente ira. -Blasfemo demonio! Sal de mi vista antes de que te abrase con mis rayos! -Calmaos, Majestad. Os traigo noticias... Entonces, el rey grit: -Te he dicho que salgas! Te voy a ensear lo que... La mano de Numedides busc a tientas el puo de la Espada de Estado y lo encontr. Desenvain el pesado acero de su enjoyada
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vaina y avanz hacia Thulandra Thuu, blandiendo con ambas manos el arma. El hechicero aguard tranquilamente a que se le acercara. Con un chillido incoherente, el rey le asest un mandoble que pretenda decapitarle. En el ltimo instante, Thulandra, cuyo ademn no haba variado, alz su bastn con el fin de pararlo. Acero y madera tallada chocaron con gran estrpito, como si Thulandra hubiera blandido tambin una enorme espada. Haciendo una diestra pirueta con el bastn, el hechicero arranc el arma de las manos del rey y la arroj a lo alto; subi y subi, dando vueltas en el aire. Al volver a caer, el acero golpe a Numedides en el rostro y abri una herida, larga como un dedo, en la mejilla del rey. Los reguerillos de sangre mojaron su rojiza barba. Numedides se puso una mano sobre la mejilla y mir estpidamente al vaco mientras la sangre le resbalaba por los dedos. -Sangro igual que un mortal! -murmur-. Cmo es posible? -Todava os falta mucho para poder cubriros con el manto de la divinidad -le dijo Thulandra Thuu con una fina sonrisa. El rey grit en un sbito ataque de miedo: -Esclavos! Pajes! Fedn! Manius! En cul de los nueve infiernos os habis metido? Estn matando a vuestro divino amo! -De nada le servir -dijo tranquilamente Alcina-. Me dijo que haba ordenado a todos sus sirvientes que abandonaran el palacio para que yo pudiera gritar cuanto quisiera sin ser oda. Y se ech hacia atrs sus cabellos del color de la noche con la mano que no le haba herido.
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-Dnde estn mis leales subditos? -gema Numedides-. Valerius! Procas! Thespius! Gromel! Volmana! Dnde estn mis cortesanos? Dnde est Vibius Latro? Es que todos me han abandonado? Ya no me quiere nadie, pese a todo lo que he hecho por Aquilonia? El abandonado monarca empez a llorar. -Como ya sabis en vuestros momentos de lucidez -le dijo severamente el hechicero-, Procas ha muerto; Vibius Latro ha huido; y Gromel se ha pasado al enemigo. Volmana est luchando a las rdenes del conde Ulric, igual que los dems. Ahora, por favor, sentaos y escuchadme; tengo cosas importantes que contaros. Numedides anduvo torpemente hacia el trono y se dej caer sobre el asiento; al hacerlo, su manchada tnica se agit en torno a su cuerpo. Se sac un sucio pauelo de la manga y lo oprimi contra la mejilla herida, y la tela enrojeci de sangre. -Si no podis dominaros mejor -le dijo Thulandra Thuu-, tendr que prescindir de vos y reinar directamente, y no a travs de vos como hasta ahora. -No podras ser el rey! -murmur Numedides-. Ningn hombre de Aquilonia te obedecera. No tienes sangre real. No eres aquilonio. Ni siquiera eres hiborio. Hasta empiezo a dudar de que seas humano. -Call por un momento con el ceo fruncido-. Aunque nos odiemos, me necesitas, igual que yo te necesito a ti.

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Y bien, cules son esas noticias de las que hablabas? Espero que sean buenas. Habla, mi seor hechicero, no me mantengas en la ignorancia! -Si os avens a escucharme... esta noche he hecho nuestros horscopos, y he descubierto la inminencia de un peligro de muerte. -Un peligro? Y de dnde procede? -No lo s; las indicaciones no eran claras. No puede tratarse del ejrcito rebelde. Mis visiones del plano astral, confirmadas por el mensaje de ayer del conde Ulric, me informan de que los rebeldes estn acorralados sin haber llegado a Elimia. Pronto se retirarn por lo desesperado de su situacin, y sedispersarn o sern aniquilados. No hemos de temer nada de ellos. -Y si ese diablo de Conan ha logrado eludir la vigilancia del conde Ulric? -Ay, mis visiones astrales no son lo bastante claras como para distinguir individuos desde lejos. Pero el brbaro es un sujeto con recursos; cuando lo pusisteis en fuga, os advert que tal vez volverais a verle. -He sido informado de que se han visto cuadrillas de traidores cerca de los muros de la ciudad -dijo el rey, a quien le temblaban los labios con petulante incertidumbre. -Tienen que ser falsos rumores, a menos que haya aparecido un nuevo caudillo entre los desafectos de las provincias centrales.

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-Y si se alza una marejada que nos alcanza, y golpea los muros de la ciudad? Qu podramos hacer ahora que los Dragones Negros estn lejos? Fue idea tuya mandarlos con el conde Ulric. El rey hablaba con voz estridente, pues el miedo y la rabia haban roto el delgado hilo del que penda su compostura. Sigui divagando: -Yo te di el mando de esta campaa, porque decas poseer un gran caudal de sabidura arcana. Ahora veo que, en cuestiones militares, eres un simple novato. Lo has complicado todo! Cuando mandaste a Procas hacia Argos, dijiste que su incursin iba a acabar con la amenaza rebelde de una vez por todas; pero no fue as. Me aseguraste que esa chusma no atravesara nunca el Alimane, y, mira por dnde!, la Legin Fronteriza fue derrotada y se dispers. T decas que no tendran ninguna oportunidad de pasar el Escarpado Imirio, y sin embargo los rebeldes lo hicieron. Por fin, dijiste que la plaga que les habas enviado acabara con esos advenedizos, y sin embargo... -Majestad! -Una voz joven interrumpi las recriminaciones del rey-. Os lo suplico, dejadme entrar! Es una emergencia terrible! -se es uno de mis pajes; conozco su voz -dijo Numedides, y se levant y fue hacia la puerta, todava cerrada, que se hallaba a la izquierda del trono. Cuando le hubo dado la vuelta a la llave, un joven vestido de paje entr sin resuello: -Mi seor! El rebelde Conan se ha apoderado del palacio! -Conan! -grit el rey-. Qu ha ocurrido? Habla!
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-Un destacamento de Dragones Negros, o de hombres vestidos como ellos, entr galopando por las puertas de palaci, gritando que traan noticias urgentes del frente. Los guardias no cayeron en la cuenta y los dejaron pasar, pero yo he reconocido a ese corpulento cimmerio al ver su cara llena de cicatrices en la antesala iluminada. Le conoc en la Marca Occidental, antes de venir a Tarantia para servir a Vuestra Majestad. Y he corrido a avisaros. -Quieres decir que est a punto de caer sobre nosotros, y que no hay guardias en palacio aparte de esa pobre cuadrilla de cachorros y sus abuelos? -Con los ojos brillndole de rabia, se volvi hacia Thulandra Thuu-. Entonces, brujo sinvergenza, haz un hechizo que lo detenga! El mago ya estaba gesticulando con su bastn, y hablando en una lengua sibilante y desconocida. Mientras recitaba sonoras frases, tuvo lugar un extrao fenmeno. La luz de las velas se enturbi, como si la estancia se hubiera llenado de agitado humo, o de remolinos de niebla como los hay de noche en las marismas que la podredumbre vuelve malsanas. La atmsfera se oscureci ms y ms, hasta que la Cmara de Audiencias Privadas qued negra como una mazmorra sellada durante siglos con una roca. El rey grit aterrorizado: -Me has dejado ciego? -Calmaos, Majestad! He arrojado un hechizo de oscuridad sobre el palacio, una defensa mgica. Si cerramos las puertas y hablamos en susurros, los intrusos no nos descubrirn.

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El paje busc a tientas el camino por la habitacin alfombrada y dio la vuelta a la gran llave de la puerta de la izquierda, mientras que Alcina, gil como una pantera, cerr de la misma manera la de la derecha. El rey volvi a su trono y se sent en silencio, demasiado aterrorizado como para hablar. Alcina busc el esbelto cuerpo del hechicero y se acurruc a sus pies en muda splica. El paje, no sabiendo bien qu le rodeaba, se alej de la puerta que acababa de cerrar y dese poder volver a su casa, en su humilde callejn de Tarantia. El silencio era completo, salvo por el palpito de cuatro asustados corazones. De pronto, la puerta que haba cerrado el paje se abri, y se oy un cntico en lengua hiboria antigua. La negrura se difumin y desapareci, y la luz de las muchas velas volvi a inundar los cuatro rincones de la cmara de audiencias. Conan el cimmerio, con una espada ensangrentada en la mano, apareci en el umbral; tena a su lado a Dexitheus, el sacerdote de Mitra, que estaba canturreando las ltimas frases de su poderoso encantamiento. -Mtalos, Thulandra -chill Numedides, quien, tras ver a su antiguo general, tena los ojos desorbitados. Se sostena el ensangrentado pauelo sobre la mejilla herida y gema. Alcina se acerc todava ms a su mentor, y mir con ojos tristes al hombre que haba sobrevivido a su mortfera pocin. Thulandra Thuu alz el bastn tallado, se lo arroj a Conan y escupi una maldicin en el idioma de su ignota tierra, o tal vez una vibrante invocacin a un dios desconocido. Una rizada onda de luz, como un ro azul de fuego vivo, surgi del bastn en direccin al pectoral de la
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armadura del cimmerio. Con el horrible fragor de un trueno, el rayo se estrell contra una barrera invisible y se deshizo en centellas. Frunciendo el ceo, Thulandra Thuu repiti su conjuro con ms fuerza y con voz de profunda autoridad, apuntando esta vez a Dexitheus. De nuevo, la llama azul zigzague por el espacio que les separaba y se disgreg, como agua arrojada contra una luna de cristal. Cuando Conan arremeti contra el hechicero, con las ansias de matar brillndole en los ojos, el capitn Silvanus se le adelant, gritando: -T eres el que mat a mi hija! Quiero venganza! Silvanus, en cuyos ojos inyectados en sangre reluca la locura, atac al hechicero con la espada en alto. Pero antes de que hubiera dado tres pasos, el mago le seal con su bastn y volvi a gritar. De nuevo, el rayo azul ilumin la estancia con terrible brillo; y Silvanus, profiriendo un grito de horror, cay de bruces al suelo. Haba un orificio grueso como el pulgar de un hombre en el espaldar de su coraza, y el ennegrecido acero se combaba en torno a l como los ptalos de una rosa de muerte. Un charco rojo se iba extendiendo sobre la alfombra iranistania, y se mezclaba con sus colores de joya. Conan no perdi tiempo lamentndose por su compaero y avanz con rapidez hacia el brujo, alzando la espada para atacar. El paje, con el rostro ceniciento, se escondi detrs del trono; Alcina y el rey estaban con el cuerpo pegado a sendas paredes. Pero Thulandra Thuu no haba agotado sus recursos. Aferr los dos extremos del bastn con sus manos huesudas y lo sostuvo frente a s, cantando en una lengua que ya era antigua cuando los mares
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engulleron Lemuria. Al dar otro paso, Conan se encontr con que una extraa resistencia lo obligaba a detenerse. Era una superficie invisible, blanda y elstica; y, sin embargo, contuvo el fortsimo avance de Conan. Se le hincharon las venas del enorme cuello; su rostro se oscureci a causa del esfuerzo casi sobrehumano; los msculos se le retorcan como pitones. Pero la informe barrera aguantaba. Al golpear con la espada aquella invisible sustancia, vio que el bastn de Thulandra Thuu retroceda como empujado por una fuerza invisible, pero no se rompa. La magia ms potente de Dexitheus no poda contra aquel bastn, ni contra la proteccin que ste otorgaba a Thulandra Thuu. Al fin, el hechicero habl, y pareca arrastrar en su voz el peso de muchos aos. -Veo que ese sacerdote de Mitra renegado te ha escudado de mis rayos; pero ni siquiera toda su insignificante magia podra destruirme. Aquilonia no es digna de mis esfuerzos. Me ir a una tierra que se encuentra ms all del amanecer, donde las gentes valorarn mis experimentos y el don de la vida eterna. Adis! -Amo! Amo! Llvame contigo! -grit Alcina, alzando los brazos en humilde splica. -No, muchacha, retrocede! Ya no me sirves para nada. Thulandra Thuu se acerc a la puerta por la que haba entrado en la cmara de audiencias. Mientras andaba, la barrera elstica tambin retrocedi. Con una sonrisa carente de alegra en los labios, y fuego en sus ojos azules, Conan sigui paso a paso al flaco hechicero. Su

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magnfico cuerpo se estremeca con la controlada furia del len que es privado de su presa. Cuando lleg a la puerta por la que haba entrado, Thulandra Thuu empez a mecerse, y luego a dar vueltas sobre s mismo. Gir ms y ms rpido, hasta que de su morena figura slo qued un borrn. De sbito, se esfum. Al desaparecer el brujo, la invisible barrera dej de existir. Conan salt hacia adelante, con la espada presta para un mandoble asesino. Gritando una terrible maldicin, sali al pasillo. Pero all no haba nadie. Escuch, pero no oy pasos. Sacudindose la revuelta cabellera como para ahuyentar un sueo, Conan se volvi hacia la Cmara de Audiencias Privadas. Encontr a Dexitheus guardando la otra puerta, a Alcina con el cuerpo pegado a la pared ms alejada y al rey Numedides sentado en su trono, acaricindose el herido rostro con el pauelo ensangrentado. Conan se acerc al trono para encararse con el rey. -Atrs, mortal! -chillaba Numedides, sealndole con un rollizo dedo-. Tienes que saber que soy un dios! Soy el rey de Aquilonia! Conan alz un brazo, en el que sus duros msculos se anudaban como serpientes. Aferrando la tnica del rey, oblig al loco a ponerse en pie. -Di, ms bien -le mascull-, que habas sido rey. Quieres decir algo antes de morir? Numedides se vino abajo, como el sebo fundido que queda en torno a una vela extinguida. Las lgrimas resbalaban por su fofa cara y se
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mezclaban con la sangre que todava manaba de su herida. Cay de rodillas, y balbuci: -Por favor, no me mates, valeroso Conan! Aunque haya cometido errores, yo slo quise el bien de Aquilonia! Mndame al exilio, y no regresar. No puedes matar a un anciano desarmado! Con un resoplido de menosprecio, Conan arroj al suelo a

Numedides. Se limpi la espada con el dobladillo del atuendo del cado monarca, y la envain. Dando media vuelta, dijo: -Yo no cazo ratones. Atad a esta escoria hasta que encontremos un manicomio donde confinarlo. Un sbito movimiento que vio por el rabillo del ojo y un respingo de Dexitheus advirtieron a Conan del peligro. Numedides haba encontrado la daga abandonada por Alcina y, arma en mano, se pona en pie en un ltimo y desesperado intento de apualar al Libertador por la espalda. Conan se volvi, y agarr la mueca de su atacante con la mano izquierda. Con la derecha aferr la flaccida garganta de Numedides y, tensando los poderosos msculos de su brazo, forz a su atacante a sentarse en el trono. Con la mano que tena libre, el rey tir en vano de la inflexible mueca de Conan. Mova las piernas espasmdicamente. Cuando los frreos dedos de Conan se hundieron todava ms en el seboso cuello, los ojos de Numedides parecieron ir a saltar de sus rbitas. Abri la boca, pero no emiti ningn sonido. Como una pitn, la mano de Conan le oprimi ms y ms el cuello, hasta que los otros que se hallaban en la estancia, conteniendo el aliento, oyeron el
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chasquido del cartlago. La sangre man de las comisuras de los labios del rey, y se mezcl con los cogulos que le ensuciaban el rostro, la barba y los cabellos. El rostro de Numedides se puso lvido y, poco a poco, sus frenticos brazos quedaron yertos. La daga envenenada cay al suelo y rod hasta un rincn. Conan sigui oprimiendo con abrumadora fuerza hasta que hubo huido toda vida. Por fin solt el cadver, que cay del trono como un fardo mal hecho. El cimmerio respir hondo, y entonces se volvi y desenvain su acero; se oa estrpito de pies corriendo y ruido de armaduras por el pasillo. Unos veinte hombres de los suyos, que lo haban estado buscando por el palacio, se agolparon a la entrada de la cmara. Todas las voces callaron, todos los ojos le miraban a l, que estaba en pie, espada en mano, al lado del trono de Aquilonia; haba una mirada triunfal en los ardientes ojos del cimmerio. Nadie ha sabido nunca qu pensamientos atravesaron entonces el nimo de Conan. Pero, al fin, envain la espada, se agach, y tom la sangrienta corona de la desastrada testa del difunto Numedides. Sosteniendo la fina diadema con una mano, desat con la otra la correa del yelmo y se lo quit. Entonces, alz la corona con ambas manos y se la puso en la cabeza. -Y bien -dijo-, cmo me veis? Dexitheus habl con fuerte voz: -Salve, rey Conan de Aquilonia! Los dems repitieron su ovacin; y por fin, incluso el paje, que miraba alelado desde detrs del trono, particip en los vtores.

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Alcina, adelantndose con su seductor encanto de bailarina que tanto haba enardecido a Conan en Messantia, se acerc a l y cay graciosamente de rodillas. -Oh, Conan! -grit-. Yo siempre te he amado a ti. Pero, ay, ese perverso taumaturgo me hechiz y me oblig a hacer su voluntad. Perdname, y ser siempre una sierva leal! Ceudo, Conan la contempl, y habl con voz parecida al trueno que retumba entre los montes. -Cuando alguien trata de matarme, sera necio por mi parte darle una segunda ocasin. Si fueras un hombre, te matara aqu y ahora. Pero, como yo no hago la guerra a mujeres, puedes irte. Si una vez terminada esta noche se te encuentra en estas regiones que han tomado partido por m, perders tu bonita cabeza. Elatus, llvala a los establos, ensllale un caballo y haz que la acompaen hasta las afueras de Tarantia. Alcina se fue; la negra nube de sedosos cabellos ocultaba su semblante. Al salir, se volvi para mirar una vez ms a Conan. Resbalaban lgrimas por sus mejillas. Entonces, se march. Conan arre una patada al cadver de Numedides. -Clavad la cabeza de esta carroa en una lanza y mostradla por la ciudad, y luego llevdsela al conde Ulric, que est en Elimia, para convencerles a l y a su ejrcito de que un nuevo rey gobierna Aquilonia. Uno de los soldados de Conan se abri paso dando codazos por la atestada sala.
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-General Conan! -Y bien? El hombre se detuvo a tomar aliento. Tena los ojos como platos. -Nos ordenasteis a Cadmus y a m que guardramos las puertas del palacio. Pues bien, acabamos de or un caballo y un carro que salan de los establos, pero no hemos podido ver ni bestia ni carruaje. Entonces, Cadmus ha sealado al suelo, y haba una sombra en el camino iluminado por la luna, parecida a un caballo con su carro. Se mova por el suelo, pero no haba nada de lo que pudiera ser sombra! -Qu habis hecho? -Que qu hemos hecho, seor? Y qu podamos hacer? La sombra ha salido por el portaln, que estaba abierto, y ha desaparecido por la calle. Por eso he venido corriendo a decroslo. -Eran el hechicero del difunto rey y su criado, no me cabe ninguna duda -dijo Conan a la multitud que le rodeaba-. Dejemos que se vayan; ese brujo ha dicho que se marchara a alguna lejana tierra de oriente. No volver a molestarnos. -Entonces, volvindose hacia Dexitheus, le dijo-: Tendremos que establecer un nuevo gobierno por la maana, y t sers mi canciller. El sacerdote replic con voz angustiada. -Oh, no, gen... Majestad! Voy a tener que llevar una vida de ermitao, por haber recurrido a la magia contraviniendo las reglas de mi orden.
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-Cuando Publius venga con nosotros, podrs irte con mi bendicin. En el nterin necesitaremos un gobierno, y t entiendes de poltica. Procura tener reunidos a todos los oficiales pblicos y escribientes al medioda. Dexitheus suspir. -Muy bien, mi seor rey. -Mir el cadver de Silvanus y neg tristemente con la cabeza-. Lamento mucho la muerte de este joven, pero no pude mantener mis campos defensivos en torno a vosotros dos a la vez. -Ha muerto como un soldado; lo enterraremos con honores -dijo Conan-. Es posible tomar un bao en esta chabola de mrmol? Afeitado, envuelto su poderoso cuerpo en terciopelo negro, Conan se sent en el mismo trono cubierto de purpreos cojines, en la Cmara de Audiencias Privadas. Toda traza de violencia haba desaparecido. Se haban llevado los cadveres, haban enterrado la daga envenenada, haban limpiado las manchas de sangre de la alfombra. Una expectante sonrisa iluminaba el anguloso rostro de Conan. Entonces apareci el canciller Publius, vestido de terciopelo, llevando varios pergaminos bajo el brazo. -Mi seor -empez a decir-, os traigo... -Diablos de Crom! -exclam Conan-. Es que no pueden esperar esos asuntos? Prspero me ha trado una veintena de bellezas que se han presentado voluntarias para ser concubinas del rey. Tengo que elegir entre ellas. sus

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-Seor! -dijo Publius severamente-. Algunos de estos asuntos requieren preocupacin inmediata. No les ocurrir nada a esas jvenes por esperar un rato. Aqu, por ejemplo, tenis una peticin de la barona de Castria, que suplica se le condonen sus atrasos en el pago de impuestos. Estas son las cuentas del tesoro. Y estos son los informes de los abogados referentes al proceso civil de Phinteas contra Arius Priscus, que ha sido remitido a la corona por apelacin. El proceso ha durado diecisis aos sin llegar a resolverse. Aqu tenis una carta de un tal Quesado de Kordava, un antiguo espa de Vibius Latro. Me parece que ya habamos tenido algn trato con l. -Qu quiere ese perro? -rezong Conan. -Suplica que le devolvis su antiguo empleo como agente de inteligencia al servicio de Su Majestad. -S, era bueno en ocultarse y en fingirse beodo o idiota. Dale un puesto... a ttulo de prueba, pero no se te ocurra enviarlo como emisario ante otro monarca. -S, seor. Aqu tenis una peticin de indulto para Galenus Selo. Y esta otra peticin, que han mandado los del gremio de herreros. Quieren... -Dioses y diablos! -grit Conan, dando con su velludo puo en la palma de la otra mano-. Por qu no me avis nadie de que un rey tena labores tan montonas? Casi preferira piratear por las mares oceanas!
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Publius sonri. -Aun la ms ligera de las coronas puede pesar en ocasiones. El gobernante tiene que gobernar, porque si no acabar gobernando otro. El difunto Numedides eluda sus tareas, y acab por... Conan suspir. -S, s. Supongo que tienes razn, Crom maldiga todo esto. Paje! Treme una mesa y extiende sobre ella estos documentos. Ahora, Publius, veamos primero el estado de las cuentas del tesoro...

THE END

ESCANEADO EL 15-10-2003 POR A.G.M. CORREGIDO EL 16-10-2003 POR A.G.M.

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