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Rey Pasmado

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El rey pasmado: notas de historia, novela y cine


MANUEL ARIZA CANALES Doctor en Historia Moderna

2 1. A modo de presentacin La relacin de mutua dependencia que se estableci entre Felipe IV y el conde-duque de Olivares suscit crticas casi desde su inicio1. Pese a la estoica religiosidad de Olivares, rayana en el puritanismo2, una de las habladuras ms recurrentes y escandalosas consista en murmurar que se haba ganado el favor del joven rey, y lo mantena despus, fomentando su rijosidad y facilitndole el acceso a cuantas amantes se le antojasen, ya fuesen cortesanas de lujo, damas de dudosa reputacin o, incluso, candorosas novicias...3 De hecho, llegaron a escribirse en la poca libelos y crnicas que narraban estos supuestos negocios sexuales con profusin de detalles escatolgicos y hasta blasfemos4. Basta, sin embargo, leer la modlica biografa que del conde-duque redact el profesor John H. Elliott para caer en la cuenta de que resulta muy difcil creer que nuestro personaje llegase en algn momento a desempear las funciones de alcahuete real; ms bien, al contrario: intentaba ya con su ejemplo, ya con reconvenciones ms o menos directas, reconducir la fogosa libido de Felipe IV hacia el honesto y productivo, desde el punto de vista de la sucesin legtima, lecho conyugal. Y es que, adems, don Gaspar de Guzmn estaba plenamente convencido de la relacin entre la moralidad de los gobernantes y el xito de su acciones polticas. Desde su perspectiva, probablemente ms juda que cristiana, los diversos avatares eran un sntoma de la ira o la satisfaccin de Dios; quien, en funcin del comportamiento y la fidelidad de su nuevo pueblo elegido, el espaol, lo premiaba o castigaba en los campos de batalla, las travesas atlnticas, las cosechas, la salud generalizada o las terribles epidemias.

Cf. Francisco de Quevedo, Grandes anales de quince das, Obras completas en prosa (ed. Felicidad Buenda) ..., vol. 1, p. 828ab. 2 Vid. Gregorio Maran, El conde-duque de Olivares ..., pp. 37-40. 3 Cf. Odette Gorsse, Castille se meurt, Castille est ..., p. 80. / Vid. Jos Deleito y Piuela, El rey se divierte ..., pp. 10-27. / Cf. Francisco de Quevedo, Poltica de Dios y gobierno ..., 2 parte, Obras completas en prosa (ed. Felicidad Buenda) ..., vol. 1, p. 682a. 4 Cf. Annimo, Historia de la cada del ..., pp. 41-42.

3 La novela que Gonzalo Torrente Ballester titul Crnica del rey pasmado (1989) era prcticamente un guin cinematogrfico: rpida, gil, condensada en escenas que componen una trama intrigante y divertida, trufada de dilogos chispeantes y cargados de intencin... Imanol Uribe slo tena que convertirla en imgenes, y as lo hizo tan slo dos aos despus de su publicacin. Pocas adaptaciones flmicas habr ms fieles a su original literario que sta. El rey pasmado es una historia coral donde la autntica protagonista es la propia corte de los Austrias5. Una cinta que, gracias a la brillantez de los dilogos y la fuerza tragicmica de los personajes, permite una realizacin tpica de las obras teatrales filmadas para cine o televisin. Precisamente por ello exige de los actores un trabajo de gran precisin, pues van a tener la cmara muy cerca. El reparto de esta pelcula exiga nombres como los de Fernando Fernn Gmez (Gran Inquisidor), Juan Diego (padre Villaescusa), Eusebio Poncela (conde de la Pea Andrada)... Adems, el enorme parecido fsico de Gabino Diego y Javier Gurruchaga con Felipe IV y el conde-duque de Olivares, respectivamente, contribuye a dotarla de credibilidad. El joven rey se queda pasmado al contemplar el cuerpo desnudo de Marfisa, la prostituta ms bella de la villa y corte, siendo su cmplice en esta aventura ertica el conde de la Pea Andrada. Despus solicita ver desnuda a la reina y, para mayor escndalo, ordena cubrirse al conde en presencia del valido6. El capricho del rey dividir a la corte y, lo que ms nos interesa como historiadores, sacar a la luz una mentalidad que ya en aquella poca, y no sin riesgos ni camuflajes, se opona a la cerrazn moral y a un providencialismo poltico que, en ltima y paradjica instancia, depositaba sobre las espaldas de Dios las torpezas del mal gobierno y de una poltica anacrnica, ajena a las realidades de los nuevos tiempos7.

Cf. Antonio de Guevara, Menosprecio de corte y alabanza ..., p. 182. / Cf. Francisco de Quevedo, Capitulaciones matrimoniales. Vida de corte ..., Obras completas en prosa (ed. Felicidad Buenda) ..., vol. 1, pp. 53a-65b. 6 Cf. Antonio Feros, Vicedioses, pero humanos: el drama ... pp. 110-111. 7 Cf. Philippe Aris, Para una historia de la ..., p. 10.

4 2. Una noche embrujada La madrugada de aquel domingo, tantos de octubre, fue de milagros, maravillas y sorpresas, si bien hubiera, como siempre, desacuerdo entre testigos y testimonios8. Madrugada de domingo, tantos de octubre: es decir, apurando la noche del shabat y en vsperas del Da de Todos los Santos, de la Noche de las Brujas y los Aparecidos, del cltico Halloween. As que Torrente y Uribe abren el juego transportando al cielo nocturno de Madrid la ancestral magia gallega; una magia tenebrosa que, curiosamente, sobre la Corte adopta una apariencia sumamente atractiva. Porque se hizo la belleza para seducir; porque es sugestivo el pecado o su posibilidad, la tentacin. En la pantalla, mientras an se suceden los ttulos de crdito, vemos al prroco de San Martn en una especie de camaranchn donde no faltan libracos abiertos, planetarias esferas e instrumentos para el estudio de los astros; el ms evidente de los cuales es un catalejo de bien servidas y telescpicas dimensiones. Primeros planos picados nos muestran el rostro sorprendido y turbado del sacerdote; quien se concede apenas unos instantes para el respiro y la estupefaccin antes de volver a aplicar con energa su ojo en la mira del catalejo. Algn malsano y turbio entusiasmo se deja transparentar en sus delirantes expresiones faciales. Qu es lo que est contemplando? Como efluvios desprendidos de su halo, evanescentes desnudos femeninos evolucionan en torno a la luna; a ellos se aaden algunas estilizadas figuras masculinas, cuyos movimientos aunque etreos, entrevistos y no tan explcitos como el informe que don Secundino, el prroco, posteriormente redactar, apenas dejan margen para la duda: Gente bellsima (...) y proclive a toda clase de fornicaciones9. La msica de Jos Nieto contribuye a crear un ambiente misterioso, ferico, viciosamente juguetn. No obstante, tanto el rostro del prroco en el film, como lo que puede leerse entre lneas en la novela, dejan al espectador, o al lector, con la duda de si ese espectral y lascivo espectculo no ser, despus de todo, una alucinacin fruto de la reprimida mente del clrigo, o un invento para darse importancia, un fantstico bulo, una pelcula, en cuya veracidad l mismo acaba creyendo10.

Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., p. 19. Ib., p. 34. 10 (...) una noche de sbado, descubri, adems de las estrellas, brujas, y consider oportuno dar cuenta al Santo Oficio de su descubrimiento. Ib., p. 21.
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5 Brujera y desenfreno sexual, mbitos malditos y estrechamente vinculados. Desde la simbologa flica de la escoba sobre la que cabalgan la brujas en sus periplos areos hasta las orgas que, a modo de frentico apoteosis, daban conclusin a los aquelarres. Propiciando la irrupcin en la vida y, por ende, en la sociedad de lo diablico. Y sabido es que, ya desde su etimologa, el diablo es quien divide, pugnando por separar, confundir y sembrar el caos en el espritu, la familia, la cultura, la sociedad, la poltica... Esa noche en el suelo de la calle del Pez11 se abri un socavn que pareca llegar al mismo infierno. Y, por si bastante no fuera, una gigantesca culebra, que con el ir y venir de chismes y chismosos, acab transformada en (...) formidable dragn, de al menos siete cabezas (...)12, abraz los cimientos del alczar con intencin de destruirlo... Precisamente tambin esa misma noche el joven rey incurra en adulterio con Marfisa, la ms bella y cara puta de toda la villa. Actuaba de alcahuete del bisoo monarca un desconocido y apuesto noble, casualmente gallego: el conde de la Pea Andrada. Todos estos acontecimientos son rpidamente divulgados (y distorsionados) por los mentideros de la villa; y, por supuesto y por otras vas, llegan a los odos del Valido, del Gran Inquisidor..., de toda la corte13. En sintona con la mentalidad de la poca, se mezclarn todos estos ingredientes, cocinndose la siguiente interpretacin: el pecado del rey haba trastocado los rdenes natural y sobrenatural, y se haba proyectado en lo alto y lo bajo.

Calle que realmente existe en Madrid y donde se encuentra el clebre y misterioso Monasterio de San Plcido, que tanto protagonismo tendr en el posterior desarrollo argumental de la novela. 12 Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., p. 33. 13 Cf. Norbert Elias, La sociedad cortesana ..., pp. 54-55 y 61. / Vid. John H. Elliott, Espaa y su mundo (1500-1700) ..., p. 184.

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6 3. Reflejos de una Venus recostada Nada ms abandonar el lecho de Marfisa, el rey se pone a buscar el medio ducado con el que, segn rezaba en el protocolo, los monarcas espaoles deban pagar a sus putas. El conde de la Pea Andrada sonre: -Seor, el protocolo est anticuado, y Marfisa es la puta ms cara de la villa. Por lo menos diez ducados 14. El rey, quien jams haba tenido en sus manos tan elevada suma, accede a que sea el conde quien pague su deuda y posteriormente, como recompensa por sus servicios, le permite que se cubra en su presencia: Lo repetiremos en palacio, delante del Valido, para que se fastidie. Ahora, vmonos15. As pues el materialismo hedonista se convierte en mrito suficiente para acceder a privilegios reservados nicamente a la ms alta nobleza. Apenas se puede evitar una pregunta: esa nueva aristocracia del dinero y el sexo corresponde slo al siglo XVII? La maana siguiente la pasa el rey embobado: una imagen ha entrado como un vendaval por sus sentidos, apoderndose de su mente. El cuerpo de Marfisa haba quedado medio al descubierto: mostraba la cabellera, la espalda, la delgada cintura, el arranque de las nalgas. El rey la mir con sorpresa, con estupefaccin16. La pose de la cortesana, quien hasta dormida perseveraba en su oficio de seductora, remite, desde luego, al genial universo pictrico de Velzquez, a su Venus del espejo17. La pelcula, y en esto difiere de la novela, muestra al rey contemplando la espalda de la bella meretriz en un espejo. Es la inopinada convergencia de su mirada con ese reflejo lo que provoca el comienzo de su estupefaccin. Uribe rinde as un homenaje a Velzquez y sus celebrrimos enigmas especulares; un guio un tanto avieso: pues, si en la Venus lo que se ve es la espalda y lo reflejado borrosamente el rostro de la dama, en la toma de Uribe sern la cabellera, la espalda y las nalgas lo reflejado (a todo lo cual se aade la incomparable expresin de pasmo compuesta por Gabino Diego / rey).

Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., p. 23. Ib., p. 24. 16 Ib., p. 23. 17 En el celuloide el esplndido y, en cierto modo, recatado desnudo corresponde a una mujer de carne y hueso: la doble de cuerpo de Laura del Sol, actriz que interpreta el papel de Marfisa.
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7 Por si quedase alguna duda de esta premeditada vinculacin, tanto en la portada de varias de las ediciones de la novela como en el cartel anunciador de la pelcula los futuros lectores o espectadores se encontraron con la Venus del espejo de Velzquez, tal cual. Nada nos extraara, por otra parte, que Gonzalo Torrente Ballester hubiese encontrado la inspiracin para esta fbula contemplando el citado cuadro; as como en los retratos que de un Felipe IV de apenas veinte aos realizara el genial sevillano recin llegado a la corte madrilea. En ellos, dada la fisonoma tpica de los Austrias hispanos (tez cerlea, ojos saltones y prpados cados, potente nariz y acusado prognatismo), se le podra adivinar cierto aire de pasmado. Que, sin embargo, no se corresponda con la realidad: el joven Felipe IV no haba heredado la simpleza de su progenitor. Al contrario, era persona de despierta inteligencia y amplia cultura; aunque un tanto inseguro, irregular en lo tocante a la disciplina de su trabajo y proclive a las distracciones (entre las que abundaran los furtivos encuentros extraconyugales)18. Adems de a Velzquez, Flix Murcia, director artstico, ha tenido en cuenta a Zurbarn, cuya huella puede rastrearse especialmente en las dependencias ocupadas por religiosos (el cesto de membrillos del despacho del Gran Inquisidor, la asctica celda del anciano padre Fernn de Valdivielso...). La fotografa de Hans Burmann, sin caer en el tenebrismo ms que en la escena de la reunin de la Suprema, dota al film de unas tonalidades suaves, entre el ambiente algo glido del San Hugo en el refectorio de los cartujos (Zurbarn) y el aire tangible de Las Meninas (Velzquez). En cuanto al vestuario, Javier Artiano se coge de la mano de Velzquez y, siguiendo las instrucciones del propio Torrente Ballester, slo la suelta para disear el atuendo del conde de la Pea Andrada: (...) muy peripuesto, a la inglesa vestido, rutilante19. En este caso, Eusebio Poncela, actor que incorpora al susodicho conde, haciendo gala de un envidiable dominio del arte de la pose y los matices, parece sacado de un cuadro de Van Dyck: hermosos azules o rojos tornasolados, dorados... Desde luego, esta diferencia en el aspecto refleja y simboliza tambin la irrupcin de una mentalidad nueva, tan atractiva como conflictiva, en la opaca y cenicienta corte de espaola.

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Cf. John Lynch, Espaa bajo los Austrias ..., vol. 2, p. 88. Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., p. 41.

8 Las referencias a la pintura se concretizan en la expedicin del rey al cuarto prohibido, estancia recndita de palacio donde se guardaba la coleccin de desnudos que el puritano Felipe II haba reunido. Para ello Cosme, el ayuda de cmara, tiene que hurtar las llaves, y el rey ha de recorrer largos pasillos y bajar varias escaleras en un largo plano secuencia, a un tiempo elegante y cmico. -Los telogos ms sutiles, Majestad, tienen dudas de que su abuelo, el Gran Rey, se haya salvado, slo por haber gastado en estas porqueras el dinero del pueblo. Las porqueras las firmaban, entre otros, Tiziano y un extrao holands llamado El Bosco (...)20. 4. De soberbios y monjas endemoniadas Tras abandonar el cuarto secreto y asistir a misa con toda la corte, el rey manifiesta a la camarera mayor su deseo de ver a la reina desnuda. En cuestin de minutos (...) la noticia dio la vuelta al saln, y lleg hasta el padre Villaescusa (...)21. Fraile capuchino, capelln mayor de palacio, el padre Villaescusa va a ser el dique contra el que se estrellen los deseos del rey, el acre censor de cualquier intento de apertura moral: un personaje donde Torrente ha fundido toda la intransigente soberbia de quienes se creen puros, por encima de los dems y con derecho a despreciar y manipular por su propio bien; de ese farisesmo que siempre se las arregla para resurgir, colocarse en puestos clave de los organigramas de poder, medrar a toda costa y crucificar o quemar en la hoguera a cualquiera que se le oponga. En la gran pantalla Juan Diego (padre Villaescusa) perpetr una histrinica, genial y malvola caricatura; o sea, la mejor y nica interpretacin que mereca tan mezquino y eglatra personaje22.

Ib., pp. 31-32. / Vid. Javier Ports, Los cuadros secretos del Prado ..., pp. 72-80. Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., p. 43. 22 En una entrevista en la que fue preguntado acerca de este asunto, Juan Diego confesaba la clave de su versatilidad: (...) nada de lo que yo haga est fuera de m, sino que estn dentro desde Juan de la Cruz a Franco. As es que cuelgas la percha y rebuscas lo miserable o lo maravilloso que llevas dentro de ti. (...) Si no hubiera hecho el padre Villaescusa no hubiera sido capaz de saltar a Juan de la Cruz. Pero ah lo ves, dentro de dos personajes que viven la misma fe en Cristo, uno es el poseedor de la verdad y la maldad y el otro es el que busca la comunicacin con el amado. Para m el mayor acicate que tena era al padre Villaescusa yendo contra el carmelita descalzo. Cuando venan las tentaciones del diablo siempre traa yo a Villaescusa para meterlo dentro de Juan. Y, claro, al ser yo "uno y trino", el conflicto era muy hermoso para m.. Juan Carlos Rivas, Mundo Obrero (Internet), enero, 2007.
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9 A instancias del agresivamente importuno Villaescusa, el Gran Inquisidor se ver en la tesitura de tener que convocar a la junta de telogos que forman la Suprema para esa misma tarde. Pero, antes de eso, el propio Inquisidor toma la precaucin de mandar aviso a Marfisa, el cuerpo del delito, a quien obviamente frecuenta y conoce bien, para que se esconda; pues el padre Villaescusa ya le ha solicitado la detencin de la bella cortesana. Marfisa, sin revelarle su pretendido escondite ni siquiera a su criada Lucrecia y vestida con ropas masculinas, solicita refugio en el monasterio de San Plcido: Al llegar a la portera del monasterio, pidi ver a la abadesa, que en el mundo haba sido una seorita de La Cerda23. Llegados a este punto, debemos hacer un inciso histrico. La eleccin de refugio de Marfisa no es casual; Torrente est detrs con toda la burlona y erudita malicia que es capaz de desplegar. En Madrid existi y existe el monasterio de San Plcido. Asimismo, es real el personaje de doa Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, cuyo ilustre linaje estaba emparentado con la misma casa real castellana; aunque no fue abadesa del monasterio de San Plcido, sino su priora y fundadora. El monasterio cobrara oscura celebridad por una serie de fenmenos de posesin diablica que dieron mucho que hablar24. No terminaron con esas historias sobrenaturales, y el ulterior proceso inquisitorial, los episodios escandalosos que tuvieron al monasterio de San Plcido como escenario. En 1638 una joven novicia, clebre por su sublime belleza, profes all adoptando el nombre de sor Margarita de la Cruz. Era una tentacin demasiado fuerte para el mayor donjun de la corte, el propio rey Felipe IV. Quien se las arregl para que le cavasen un butrn que daba acceso directo a la alcoba de tan codiciada presa. Alertada sor Margarita de la operacin tramada, busc la proteccin y el concurso de la escarmentada priora. Ambas idearon una barroca, bizarra y macabra representacin. La monja se acost en un atad, fingindose muerta; a su alrededor, la ttrica y vacilante iluminacin de unos cirios y parte de la congregacin musitando afligidos rezos de difuntos. Cuando el real galn apareci por el boquete y se encontr con semejante escena perdi repentinamente todo su mpetu y se aprest a regresar por donde haba venido25.
Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., p. 45. Vid. Enrique Gonzlez Duro, Demonios en el convento ..., todo el volumen es muy significativo al respecto. 25 Vid. Annimo, Historia de la cada del ..., pp. 41-42.
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10 Se dice que, como prenda de su arrepentimiento, don al monasterio el famoso Cristo que pintara Velzquez en 1632. All permanecera hasta su traslado al Museo del Prado. En suma, monumental y pcaro guio el que Torrente y Uribe le hacen a la historia, y seguramente a la leyenda urbana, al situar, como veremos, una parte fundamental del desenlace en el monasterio de San Plcido. 5. Una reunin trascendental Abierta la reunin de la Suprema, el padre Villaescusa pide la palabra para declarar su disgusto por el tono indulgente de la exposicin preliminar de los hechos, ya que daba la impresin de que estaban all reunidos para comentar un desliz del monarca, un pecadillo venial y no (...) un verdadero adulterio y una verdadera profanacin del santo sacramento del matrimonio (...)26. Acto seguido, el padre Almeida se levanta y, tras solicitar permiso para hablar, expresa sus dudas acerca de que tal adulterio haya tenido lugar. Detengmonos siquiera un instante en este crucial personaje, contrapunto erasmista del fantico Villaescusa. Segn la narracin de Torrente, entre los consultores (...) figuraba un jesuita portugus, el padre Almeida, bastante joven an, pero de rostro tostado por los soles brasileiros27. Estaba de paso en Madrid, pues le haban adjudicado el delicado destino de capelln secreto de una familia en Inglaterra, lo que en los tiempos que corran era tanto como decir un seguro martirio; (...) se portaba con naturalidad, mucha ms que la de sus compaeros, a pesar de la reputacin de telogo sabio que su rector proclamaba en la carta de presentacin al Gran Inquisidor (...)28. A ello habra que aadir su amistad con el misterioso y atractivo conde de la Pea Andrada, cuyo origen se nos explicar un poco ms adelante: ambos se haban conocido en las costas de Brasil, donde uno actuaba como misionero entre los indgenas y el otro como corsario perseguidor de buques ingleses y holandeses.

Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., p. 59. / En la pelcula un elevado plano cenital nos permite ver, durante unos instantes, la sala y a todos los participantes. 27 Ib., p. 57. 28 Ib., p. 58.

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11 Anotemos, como de pasada, que el perfil personal, religioso e ideolgico del padre Almeida coincide sospechosamente con el de los actuales telogos de la liberacin: jesuita, misionero en Latinoamrica, hipercrtico con el sistema, pragmtico en su examen de las autnticas necesidades tanto espirituales como materiales de los pueblos, candidato a mrtir, etc29. Por cierto, el papel del padre Almeida es interpretado por el excelente actor portugus Joaquim de Almeida. Seguro que a Torrente le divirti la coincidencia. Continuando con la reunin de la Suprema, el padre Almeida declara que no se haba producido ningn adulterio porque el rey, en realidad, no estaba casado. Argumenta que la invalidez del matrimonio podra basarse en la falta de libertad de los contrayentes; ya que, en su doble calidad de adolescentes30 y prncipes, no se hubiesen podido negar a los deseos de sus progenitores; no haba sido, por tanto, un acto de amor y libertad, sino una ceremonia forzada por la diplomacia internacional. En la sutil y, sin embargo, valiente exposicin de Almeida se va perfilando un nuevo tipo de ser humano para el que la libertad y, en consecuencia, la responsabilidad son cuestiones esenciales y personalmente intransferibles.

Redundando en este perfil y en las casualidades: la Crnica del rey pasmado conoci su primera edicin en 1989; ese mismo ao se produjo la tristemente clebre matanza de jesuitas en la residencia de la Universidad Centroamericana de San Salvador. 30 Incluso de nios, ya que, efectivamente, Felipe IV contrajo matrimonio a los diez aos con una linda princesa francesa de slo doce.

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12 La reunin llega a un impasse que el Gran Inquisidor resuelve dictaminando que del adulterio debe ocuparse el confesor del rey; por otra parte, se prev la formacin de una comisin que resuelva si los reyes estn o no efectivamente casados. A continuacin, ofrece a los convocados media hora de receso y unas bebidas para refrescarse. En el transcurso de este descanso se produce una conversacin entre el Gran Inquisidor y el padre Almeida que no tiene desperdicio: -La culpa de todo ese alboroto la tiene el padre Villaescusa. La fe ardiente, a veces, resulta incmoda (...). -Que Dios me castigue si me equivoco, pero ese fraile no cree en Dios. -Qu dice usted, padre Almeida? -Es de esos hombres que hablan, gritan, agitan, amenazan, todo en nombre de la doctrina ms pura, pero jams se atreven a mirarse al interior. Le ha escuchado alguna vez referirse al Evangelio? Cree Vuestra Excelencia que tiene la menor nocin de la caridad? El padre Villaescusa cree (...) en la Iglesia, a la cual pertenece y a la cual encarga de que crea por l; dentro de la cual espera medrar y, sobre todo, mandar. (...)31. Este dilogo podra hacer suponer que en la mente de un anacrnico Torrente Ballester quedan resabios del feroz anticlericalismo vivido en pocas relativamente recientes de nuestra historia. Y no es as. Al contrario, la vasta cultura del escritor y profesor gallego le hace estar precisamente en sintona con los padres conciliares de Trento (1545-1563); quienes, en su misin de reformar la Iglesia desde dentro y restaurar la pureza cristiana, abominaban de los personajes como Villaescusa 32 y propiciaron la aparicin de jesuitas como Almeida. Aceptando de mala gana que el tema del adulterio del rey hubiese de ser pospuesto y resuelto por una comisin de telogos, Villaescusa arremete sacando a la palestra y censurando agriamente el intolerable deseo del rey de ver a la reina desnuda. A lo que Almeida repone que, por tratarse de un asunto privado, no resulta de la incumbencia de los all reunidos.
Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., pp. 67-68. / Cf. Eugenio Garin, La educacin en Europa (1400-1600) ..., pp. 137-138. 32 Cf. (...) los venerables padres de Trento, quienes, a lo largo de casi todas las sesiones se esforzaban a impedir o por lo menos suavizar y poner cierto orden a los sermones incendiarios, promulgados por frailes exagerados, patanes atiborrados de textos en latn venidos de la gleba, fugitivos del arado (...). Kurt Reichenberger, Gritos de alarma innecesarios: los .... Internet.
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13 Es la ocasin que Villaescusa (y tambin la socarronera de Torrente) estaba esperando para exponer una de las teoras poltico-morales ms en boga: (...) el Seor que todo lo puede, premiador de buenos y castigador de malos, hace extensiva a los reinos de Espaa su indignacin por los pecados del Rey. (...) En este momento, se espera una gran batalla en los Pases Bajos, decisiva para nuestras armas, y la Flota de Indias se acerca a nuestras costas. Es lgico que Dios nos castigue hacindonos perder la batalla y dejando que la flota la asalten y roben los corsarios ingleses33. La inteligente respuesta de Almeida denota, adems, que est bien informado: Ms bien creo que Dios castiga a los pueblos por su estupidez y la de sus gobernantes, y les ayuda cuando stos no son estpidos. Ruego a Vuesa Paternidad que considere el estado de los grandes pases nuestros vecinos. Inglaterra es ya una gran potencia, duea del mar; lo es tambin, aunque slo de la tierra, Francia; no lo es ya el Gran Turco, modelo de desgobierno. De la difunta reina de Inglaterra, que llev a sus pas a la prosperidad, no tenemos informes muy favorables acerca de sus costumbres, menos an de su fe. El cardenal que gobierna en Francia tampoco es un ejemplo de virtudes personales, pero parece inteligente y enrgico. De modo que su teora hay que aplicarla nicamente a Espaa34. La percepcin de la crisis que durante el siglo XVII afect a los reinos hispnicos, cebndose con particular saa sobre la depauperada Castilla, vara sensiblemente segn la perspectiva adoptada35. Analizada desde nuestros das, tan marcados an por el positivismo cientifista y el materialismo histrico, por el nfasis en el nmero, en el dato objetivable, lo sucedido es el resultado de una estructura productiva y comercial prcticamente inexistente, de las distorsiones econmicas y monetarias inducidas a lo largo del siglo precedente por la llegada masiva de la plata y el oro americanos y de una presin fiscal agobiante y sin contrapartidas, pues los recursos obtenidos se dilapidaban posteriormente en aras del sostenimiento de una hegemona y un prestigio internacional que no reportaban beneficios concretos en el campo de la geoeconoma.
Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., p. 69. Id. / En cursiva la parte de este parlamento que se omite en el guin de la pelcula. / Cf. El cardenal Richelieu se dirige al embajador espaol: Los espaoles siempre tenis a Dios y a la Santsima Virgen en los labios y un rosario en la mano, pero nunca hacis nada por motivos que no sean de este mundo. Apud R. A. Stradling, Europa y el declive de ..., p. 145. 35 Cf. Augustin Redondo, Le corps comme mtaphore dans ..., p. 46.
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14 De estas cuestiones, cada cual a su modo y manera, se ocuparon los arbitristas 36. El clebre Memorial de Gonzlez de Cellorigo, por citar un ejemplo ciertamente notable, contina sorprendiendo por su pragmtica clarividencia, por el inteligente y realista estudio de los mltiples aspectos de la situacin, por la modernidad de sus planteamientos y lo acertado de sus conclusiones. Sin embargo, este tipo de anlisis se vea ahogado por una marejada de propuestas basadas en la firme conviccin de que la races de la crisis se hundan y alimentaban en el humus de la depravacin moral, proponiendo reformas de las costumbres y un cambio de mentalidad que tena bastante de reaccionario37. Viviendo como vivan, lo mismo que la mayora de sus contemporneos europeos, en un mundo en el que el orden de los acontecimientos reflejaba una determinada relacin entre la voluntad de Dios y la conducta de los hombres, los castellanos del siglo XVII reconocan una proporcin natural entre moralidad y bienestar nacional38. El sentimiento religioso de culpa, castigo y redencin daba el salto de la dimensin personal a la nacional, de la ntima conciencia individual a la colectiva, empapndose de un providencialismo que crea contemplar en la sucesin de los acontecimientos histricos la respuesta de Dios, la ejecucin de sus sentencias. As pues, y segn criterios estrictamente historiogrficos, la tesis del padre Almeida resulta demasiado actual como para no suponer un anacronismo. Preguntado por Villaescusa qu entiende por desgobierno, el padre Almeida da una explosiva respuesta, que, incluso en nuestros das, encendera la polmica: Quemar judos, brujas y moriscos; quemar herejes; atentar contra la libertad de los pueblos; hacer esclavos a los hombres; explotar su trabajo con impuestos que no pueden pagar; pensar que los hombres son distintos cuando Dios los hizo iguales...?39. Ni que decir tiene que estas palabras dejan estupefacta a su audiencia; incluso el cnico Gran Inquisidor, que hasta ese momento se diverta disimuladamente con la discusin, se sobresalta. Pronto comenzarn susurros acerca de meter en cintura al jesuita, y ya se va a alzar la primera voz de protesta cuando se anuncia la presencia de un testigo voluntario.

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Cf. Henry Kamen, El gobernante ..., p. 23. Cf. Manuel Ariza Canales, La crisis moral de la ..., pp. 59-66. 38 John H. Elliott, El conde-duque de Olivares ..., p. 109. 39 Gonzalo Torrente Ballester, Crnica del rey pasmado ..., pp. 72-73.

15 Se trata, nada ms y nada menos, que del conde de la Pea Andrada, quien nada ms entrar solicita permiso para despabilar los cirios; a lo cual procede con dos cuchilladas como dos relmpagos. 6. Un diablico conde gallego Surgido de entre la brumas de Galicia y el ocano Atlntico, el conde de la Pea Andrada es, cuando menos, un personaje misterioso. Con su solar en el valle de Valdovio, el conde sufraga y capitanea una flota corsaria que, bajo patente real, patrulla las rutas americanas en busca de navos ingleses y holandeses a los que abordar y arrebatar un botn que seguramente proceda de posesiones o flotas espaolas. Pero este aristocrtico gallego, tambin posee habilidades sobrenaturales tales como desvanecerse en el aire cuando le andan buscando. O tiene planes (marchar a Roma) que coinciden sospechosamente con los que el Diablo le revela al padre Rivadesella, alucinado franciscano y confidente personal del Maligno. Al final, no quedar del conde de la Pea Andrada ningn rastro ni en los archivos, ni siquiera en la memoria del valido... Ser como si nunca hubiese existido, ni pasado por la vida de la corte..., a pesar de haberlo vuelto todo del revs. Algo parecido pasar con su amigo, el joven y osado padre Almeida: Ese jesuita, Excelencia. En la calle de Toledo ni le conocen ni saben nada de l. Dicen que si era un impostor40. Un conde diablico y un jesuita angelical, personajes evanescentes, como venidos de otra dimensin, con un puntillo sobrenatural y juguetn, pero mucho ms humanos que esos cortesanos que, contemplados de nuestra perspectiva actual y por contraste con ellos, s que parecen aliengenas, seres de otro planeta o especie... Y, sin embargo, seguro que tambin en nuestra poca hay condes de la Pea Andrada y padres Almeidas poniendo en evidencia nuestros absurdos prejuicios, nuestro miedo a evolucionar, nuestra ansia de dominio, nuestras represiones, todo lo que nos aparta an de nuestra autntica humanidad. Ese es el guio moral de Gonzalo Torrente e Imanol Uribe... El que salga de la lectura de esta novela o de la sala de cine con cara de suficiencia, seguro que se equivoca, que su sombra se asemeja en algo a la del detestable y peligroso padre Villaescusa.

40

Ib., p. 170.

16 7. La descendencia del valido Entre todas las frustraciones y disgustos que el valido acumula, una le hiere en lo ms ntimo. Su esposa, doa Brbara, no consigue concebir un hijo. Habiendo luchado tan duramente para conseguir una posicin elevada y ampliar la importancia de su casa nobiliaria, el cielo parece empearse en negarle un futuro ms all de s mismo. Y, por supuesto, el valido se pregunta qu pecado podra haber cometido para merecer tan cruel indiferencia por parte de las instancias celestiales. Consulta tan delicado tema con el padre Villaescusa, quien, fiel a su monomana, le interroga acerca del grado de placer que tanto l como su esposa obtienen durante la coyunda marital. Al saber que el valido disfruta como cualquier otro hombre y su esposa an ms, el capuchino se hace cruces y atribuye a tan pecaminoso goce el castigo de la esterilidad de doa Brbara. Ni corto ni perezoso deja caer tambin, aunque no sin cierto misterio, que barrunta la manera de forzar a la divina providencia para que se logre la tan ansiada preez41. Con esa difusa promesa captura la voluntad del valido, convertido as en el principal y ms poderoso instrumento al servicio de sus maquinaciones. Y otra vez el monasterio de san Plcido; y por partida doble, como comprobaremos a continuacin. La solucin que el cielo le inspira al inmarcesible capuchino hubiese resultado aberrante y blasfema hasta en el ms rabioso esperpento de Valle-Incln: el conde-duque y su mujer deben copular en el coro de la iglesia de san Plcido, rodeados de monjas cantando el salmo, concretamente el cincuenta, de la misa que abajo Villaescusa oficia en una iglesia vaca. La vuelta de tuerca consiste en que tambin el conde de la Pea Andrada y el padre Almeida han urdido una trama para que el rey y la reina puedan tener su tan anhelado encuentro ntimo; el cual, precisamente, se desarrollar en la celda que la refugiada Marfisa ocupa en el monasterio de san Plcido. De tal modo que rey y valido se encuentran cohabitando con sus respectivas esposas prcticamente a la misma hora y casi en el mismo lugar.

41

Vid. ib., pp. 100-103.

17 A la salida de tan placenteros encuentros y, como en los finales amaadamente felices, aparecen sendos correos anunciando la llegada de la flota de Indias a Cdiz, con todo su preciado cargamento, y la victoria de las tropas espaolas en Flandes. Cuando Villaescusa intenta apuntarse el tanto por sus procesiones de penitentes, el valido le hace notar lo siguiente: Fjese en las fechas, padre. La victoria aconteci hace ms de una semana, y la flota arrib a Cdiz anteayer, justo el da en que el Rey se fue de putas42. Una de las profticas locuciones de las monjas de san Plcido, segn consta realmente en la documentacin del proceso inquisitorial, anunci que un gran ministro, con quien Olivares no dud en identificarse, tendra un hijo varn43. Se equvoco la supuesta voz demonaca; el conde-duque slo tuvo una hija, Mara, que falleci a muy temprana edad. FUENTES

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42 43

Ib., p. 160. Vid. Beatriz Monc, Antropologa e historia: un dilogo..., p. 163.

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