El Rol de La Familia en La Educación de Los Hijos
El Rol de La Familia en La Educación de Los Hijos
El Rol de La Familia en La Educación de Los Hijos
CONFERENCIA INAUGURAL
Tomaré como marco teórico referencial de mi exposición la teoría general de los sistemas,
especialmente la referida a la terapia familiar, aportes de la teoría de la comunicación, de la
psicología evolutiva y de la sociología de la familia.
Idea de familia
La idea de familia, en particular de familia nuclear, como unidad social con sus propios procesos
evolutivos, remite a considerar a la familia como un segmento de un grupo más amplio en un
período histórico particular de tiempo. Es aún un tema joven de la psicología.
La terapia familiar en sus jóvenes 40 años está en plena producción de nuevas miradas y
aproximaciones teóricas y prácticas a esta temática. Pero todavía es largo el camino que debemos
recorrer para dilucidar las dimensiones y procesos específicos del cambio familiar, para poder
responder a preguntas como: ¿por qué, para qué y cómo cambian las familias?, ya sea a cambios
espontáneos como inducidos.
Conocer, desentrañar y utilizar "los tesoros ocultos de la familia", los recursos que posee cada
familia, a veces totalmente insospechados aún para ella misma, arrojan una luz de esperanza
sobre este tema tan complejo.
La familia no se reduce a la suma de interacciones entre padres e hijos y las relaciones fraternas,
sino que es una totalidad dinámica que asume la función de diferenciación y de lazo entre sexos y
entre generaciones.
Quién ejerce la autoridad, qué tareas corresponden a cada sexo, a los jóvenes, a los ancianos,
cómo se ayuda al grupo familiar, quién provee las necesidades, qué códigos de comunicación
están permitidos ya sea gestuales, orales o el silenciamiento de emociones y sentimientos, el
sentido de la vida y la muerte, la importancia de las fiestas, reuniones sociales o ceremonias, todos
y cada uno de estas formas básicas de comunicación, se aprenden, se incorporan dentro de una
familia.
El modelo familiar es un modelo cultural en pequeño. A partir de ese modelo cada familia elabora
su propia variante, en general, a través de mitos, tradiciones y valores. Se incorpora el qué –los
contenidos de la cultura- y también el cómo, es decir, los modos de hacer, de proceder, de
aprender.
El mito familiar es una especie de ideología de grupo compuesta por valores, representaciones y
creencias que proveen los modelos de conducta. Sirve de defensa contra lo que podría amenazar
al equilibrio familiar y también permite el cambio –morfogénesis— de la familia.
Toda familia, al igual que todo sistema, tiene un conjunto de reglas interactivas que muy a menudo
son implícitas, pero suelen hacerse visibles cuando comienzan a tornarse disfuncionales. Cada
regla instaura un sistema de derechos y obligaciones. Estas reglas proveen un contexto
relativamente estable, predictible, indican cuáles son las expectativas recíprocas, cómo anticipar
condiciones o situaciones y cómo interpretar las comunicaciones y comportamientos de sus
miembros.
Por lo tanto, dentro y fuera de la familia nos enfrentamos con la exigencia de reflexionar desde ella,
sobre ella, acerca de ella, en relación con ella. Nada de lo que nos ocurre en la vida parece dejar
de tener relación con la familia.
A pesar de reconocer las casi incontables variaciones culturales e históricas de la familia humana
parece, no obstante, haber algunos universales familiares. Estos se conocen como pautas
normativas, amplias y necesarias de tener en cuenta, a la hora de trabajar con familias. Veamos
algunas:
Resumiendo, los parámetros universales referidos a la familia son, sin lugar a dudas, el
cuidado, el crecimiento y el desarrollo de los hijos y la transmisión de pautas culturales. En
éstas últimas décadas, no obstante, también parece haber tomado relevancia el soporte emocional
entre los cónyuges, la pareja como tal, vínculo que no era considerado central anteriormente como
fundamental de la unidad familiar.
También se observa en la actualidad, en particular en nuestras sociedades occidentales, un mayor
interés en la calidad emocional de las relaciones, no sólo a nivel familiar, sino laboral y de
tiempo libre. El énfasis parece estar puesto en la calidad de los vínculos, en los aspectos de
intimidad y en la conformidad o no con los roles sociales. Ya no parece que alcanza con ser un
padre buen proveedor de recursos, o como hijo sólo ser obediente y laborioso. De la vida familiar
se espera que provea felicidad y plenitud.
Desde otras ciencias sociales, con quienes se hace cada vez más necesario tender y afianzar
puentes, encontramos los valiosos aportes de la sociología de la familia, que utiliza un enfoque
descriptivo del ciclo de vida de la familia, con su secuencia de etapas más o menos ordenada,
caracterizada por tareas evolutivas y marcada por transiciones.
La idea de ciclo vital en una familia, se refiere a aquellos hechos nodales que están ligados a la
pericia de los miembros de la familia, como el nacimiento y crianza de los hijos, la partida de éstos
del hogar, el retiro y la muerte. Estos hechos producen cambios a los que deberá adaptarse la
organización formal o simbólica de una familia, e implica reorganizar roles y funciones. El curso
vital de una familia evoluciona a través de una secuencia de etapas bastante previsibles, parecería
que bastante universal, pese a todas las variaciones culturales y subculturales.
Estos cambios son calificados de "normativos" ya que gran parte de la raza humana comparte
estas expectativas sociales (la entrada a la pubertad, el ingreso a grupos secundarios como la
escuela primaria, el retiro del trabajo, etc). Estas pautas normativas actúan como guías o ideales
culturales que valorados o denigrados, ejercen cierta influencia sobre el modo en que los individuos
perciben su vida y también sobre su conducta en la vida real.
La insistencia en las etapas, tal vez un legado del modelo de la sociología de la familia, conlleva a
que se describan las relaciones como cualitativamente diferentes de una etapa a otra, y se ocupen
más de lo que sucede dentro de las etapas que lo que pasa entre las etapas. La noción de etapa
sugiere períodos prolongados, duraderos, estables versus la idea de transición que se refiere a
períodos breves, más fugaces y de inestabilidad. Sin embargo, los tiempos modernos nos sitúan
más en las transiciones, a veces largas y difíciles y tan importantes como las etapas ("en
cibernética no se puede separar la estabilidad del cambio, pues son las dos caras de una moneda
sistémica , Bradford Keeney).
Por lo tanto, es necesario un modelo más amplio que permita integrar etapas y transiciones a
través de una serie de períodos alternados de construcción de estructuras—etapas—y cambio de
estructuras—transiciones.
El concepto, más actual y más amplio, que estamos comenzando a emplear en el estudio y trabajo
con familias es el de desarrollo familiar. Este abarca todos los procesos co-evolutivos vinculados al
crecimiento de la familia, e incluye los procesos de continuidad y cambio, relacionados con el
trabajo o el desarrollo ocupacional, el cambio de domicilio, mudanzas, la migración y la
aculturación, las enfermedades crónicas o agudas o cualquier conjunto de hechos que alteren
significativamente la trama de la vida familiar. También incluye los procesos psicológicos como el
desarrollo de la intimidad de una pareja, las aflicciones por duelos sufridos, las lealtades invisibles
o la transmisión de triángulos intergeneracionales dentro de una familia. En estos aspectos cada
familia difiere de las demás pues posee su propia y única senda de desarrollo.
El concepto. de desarrollo familiar —más amplio que el tradicional de ciclo vital- es útil para
referirse a los cambios culturales, es decir, a la acción de cada cultura y momento histórico sobre
cada miembro a determinada edad.
De lo universal a la relatividad cultural
Limitarse entonces sólo al esquema de ciclo vital impide, a quienes trabajan con familias, situarlas
dentro de los contextos socioculturales a los que pertenecen. Si bien aceptamos que existen
similitudes universales entre las familias, también sabemos las múltiples diferencias entre ellas,
aunque solemos limitarnos a un prototipo normativo del ciclo vital, que en general es importado y
no responde a nuestro medio. Esta circunstancia puede conducir a graves errores en la
interpretación de modelos familiares.
Las diferencias culturales o subculturales pueden hacer que, en algunas familias, la etapa de
dependencia entre la madre y los hijos pequeños sea más prolongada, o que no exista una etapa
de emancipación neta para los adultos jóvenes o una etapa marcada de "nido vacío" para los
padres en edad madura o en los ancianos.
Debemos ser sensibles al hecho de que existen muchos ciclos vitales normativos. Introducir la idea
de relatividad cultural, con respecto a cuestiones de organización y desarrollo de la familia, es
indispensable en particular en ésta época en que nuestro país cuenta con numerosos grupos
étnicos y culturales.
Es común y se presta poca atención (o se toma muy a la ligera) la tendencia a crear estereotipos
culturales o a omitir diferencias por aplicación de las normas de la cultura dominante.
A pesar de lo mucho que se nombra a la familia, o de las veces que se la toma como eje de
diversos discursos, insisto, es poco lo que sabemos acerca de los procesos familiares "normales" y
el grado de satisfacción con la familia en cada una de las etapas. Es mayor nuestro conocimiento
de los problemas individuales, que no obstante han comenzado o terminan dentro de la familia.
Hoy las familias se encuentran con interminables desafíos y frustraciones que amenazan sus
estructuras presentes y someten sus recursos a exigencias excesivas. Para complicar sus
problemas, la sociedad en general presta bastante poco reconocimiento a la importancia de la
familia y no acude en su ayuda hasta tanto no se encuentre en un estrés intenso y sea incapaz de
desempeñarse.
En general, la mayoría de los estudios se centran en aquellas familias que tienen dificultades para
hacer frente a una gama de problemas emocionales, físicos (drogas, maltrato, abuso), por
consiguiente, sabemos bastante más sobre las familias "problema" y presumimos que las familias
"normales" carecen simplemente de estas características. Lo que no conocemos, o no damos a
conocer, son justamente los aspectos positivos, los lados fuertes y los atributos de las familias que
enfrentan eficazmente el estrés cotidiano.
En la época actual en que existe gran preocupación por la desaparición o disolución de la familia,
nuevas herramientas conceptuales y no sólo técnicas, son necesarias para brindar apoyo y
fortalecer a parejas y familias.
"Los niños del cielo" justamente muestran, en un lenguaje metafórico, como el crecimiento, la
fortaleza personal y la del grupo familiar pueden alcanzarse a través del apoyo y colaboración ante
la adversidad. Me refiero a la preparación desde la familia para enfrentar la incertidumbre, los
desafíos futuros a través del apoyo mutuo, la flexibilidad y la innovación indispensables para contar
con una fortaleza evolutiva frente a un mundo que cambia rápidamente.
Dentro del conjunto de las investigaciones familiares más recientes, tres conceptos son centrales:
la cohesión familiar, la adaptabilidad y la comunicación familiar, es decir son indispensables para
atribuir a la familia una influencia mediadora positiva.
La cohesión familiar se refiere a la ligazón emocional que los miembros de una familia tienen entre
sí. Existen cuatro niveles de cohesión familiar: desvinculada (o sea una ligazón muy baja),
separada, conectada y enmarañada. Cuando la cohesión es excesiva, se trata de un sistema
enmarañado y existe un exceso de identificación con la familia, de manera tal que la lealtad hacia
ella y el consenso interno impiden la individuación de sus miembros. En el extremo opuesto, los
sistemas desvinculados estimulan un alto grado de autonomía: los miembros de la familia "hacen
cada uno lo suyo" y tienen un apego o compromiso limitado hacia ella. En el área central que se
corresponde con los modelos separados y conectados los miembros pueden experimentar la
independencia de la familia y la conexión con ella, de maneras equilibradas.
A partir de estas tres dimensiones podemos mirar, entender y ayudar a una familia, aunque todavía
son necesarios otras lentes y varias frecuencias simultáneas.
a) Atender a la forma en que los miembros de cada familia se nombran, se definen y adjudican
entre sí variados grados de inteligencia, capacidad, pereza diligencia o creatividad en áreas
particulares, muestra como se establecen en el seno del grupo familiar etiquetas o rótulos —igual a
lo que sucederá más tarde en la escuela o en el trabajo, por ejemplo "brillante", "estúpido", "torpe",
"lento", "exagerada", "una niña difícil", "sensible". Estas etiquetas traducen el modo en que los
padres responden a sus hijos y a su vez los hijos tienen un tremendo poder para controlar la
conducta parental.
Estas atribuciones pueden socavar o apuntalar los logros del niño o joven, creando una profecía
autocumplida (Rosenthal y Jacobson, 1968, Watzlawick, 1984). Cada uno actúa y encarna aquellas
características que le son atribuidas por otros, en particular estas etiquetas o rótulos familiares
tienen mucho peso y por muchos años.
b) Analizar la estructura,(cómo se configura u organiza ese grupo familiar, cuáles son los
subsistemas, las jerarquías, las alianzas entre miembros, las fronteras, el poder de cada miembro)
y el estilo de comunicación familiar permite entender la concepción que la familia tiene sobre sí
misma.
Esta característica se observa de manera muy evidente frente a las situaciones de resolución de
conflictos cuando en lugar de dirimirse en diálogos, confrontaciones, consensos, acuerdos mínimos
u otras formas, se eligen o se opta por diversas formas de amenazas o contra amenazas. En estos
casos la intensidad de la acción y el ruido (gritos) van en detrimento de una comunicación verbal
fluida y más satisfactoria. Los miembros -adultos y jóvenes por igual- no esperan, ni han aprendido
a ser escuchados, no se implementan soluciones a largo plazo ni respuestas cognitivamente
mediadas. Suele imponerse la relación jerárquica por sí misma y se exige acatamiento si es
necesario por la fuerza (real y física o simbólica. )
Distintos niveles de mensajes en la comunicación formal (lo que se dice) y la informal (lo que se
hace o se da a entender) se anulan mutuamente.
En definitiva situaciones no claras respecto de roles y funciones en los distintos miembros, suelen
producir una desorientación generalizada frente a las tareas al desconocerse el qué y el cómo se
espera de cada uno.
Una tercera forma de estructuración y comunicación familiar es aquella en la que se da poca o nula
motivación. El estilo comunicacional en este grupo familiar es de descalificación continua o
desvalorización de las conductas y en particular de los logros de sus miembros. Hay un débil
marco de contención familiar y se responsabiliza exclusivamente al niño de sus éxitos o fracasos
sin tomar en cuenta la atmósfera familiar y social. Se dan concomitantemente atribuciones
inapropiadamente negativas de la familia y bajas expectativas o desvalorización en el área de los
logros.
Suele además ser explícita y abierta la descalificación del contexto escolar o laboral. Los padres
pueden desvalorizar los logros académicos también explícita o implícitamente por medio del
ejemplo. Para establecer una escala de valores atribuidas al logro se apoyan en sus propios éxitos
o fracasos intelectuales, culturales o sociales y en sus formas de relación con figuras escolares de
su propia historia.
Obviamente una comunicación positiva, flexible, en un grupo familiar que confía en sus propios
recursos, con una pareja conyugal fuerte y satisfecha con el matrimonio y la vida familiar potencian
las fuerzas de orgullo y acuerdos familiares, que parecen servir de amortiguadores ante los
sucesos estresantes de la vida. Cualquier perspectiva positiva debe naturalmente ser nutrida por
un contexto alentador, las condiciones de vida tienen que presentar recompensas accesibles y
predecibles.
c) Otro aspecto imprescindible en el trabajo con familias es considerar los propios valores (del
profesional correspondiente) que siempre actúan como filtros, tanto desde lo profesional como
desde el género al que pertenecemos.
d) Tomar en consideración la clase social a la que pertenece esa familia, los aspectos de etnicidad
(tradición y conflictos con la aculturación), el ciclo vital por el que atraviesa, las etapas evolutivas
de cada uno de sus miembros y que es lo esperable que pase en ese determinado contexto social.
A esta altura, ya expuestos los conceptos centrales pasaremos a considerar las distintas
configuraciones y transformaciones que está atravesando lo que hasta ahora llamábamos sin
demasiadas dudas "una familia".
La familia, como institución primaria y básica, ha sufrido cambios importantes en las últimas
décadas.
El concepto tradicional de familia y los roles que dentro de ella juega cada uno de sus miembros,
se ha modificado sustancialmente.
Desde la familia extensa, en que convivían varias generaciones (patriarcado) reconocemos hoy a
la familia nuclear (de padres e hijos) y otras formas de agrupamientos familiares muy diferentes de
pautas históricas anteriores.
Estos modelos se dan en todas las clases y niveles sociales dando lugar a diversas
configuraciones familiares: familias uniparentales, familias ensambladas, familias reorganizadas,
hijos que no conviven con sus padres, convivencias de miembros que no poseen lazos
consanguíneos, "parientes sin nombre", (el lenguaje cotidiano lo expresa con su habitual riqueza:
"el hijo de la novia de mi papá, que obviamente no es mi hermano", o la relación entre " ex-
consuegros" o ex- cuñadas).
Lejos de la idea de "familia tipo" sin abrir juicios, ni detenerme en el análisis de posibles
consecuencias cuyos resultados aún no podemos evaluar, hoy encontramos y debemos trabajar
con formas diversas de configuraciones familiares. Grupos familiares con padres (es interesante
mencionar que la palabra padres = parents en inglés no tiene género), adultos de un mismo sexo,
hijos engendrados en úteros ajenos, hijos de un padre del que sólo se requirió su esperma, etc.
Varios y fuertes modelos sociales proclaman estas nuevas formas de configuraciones familiares
(Xuxa, Madonna, etc).
Lo cierto es que existen y como grupo padecen, sufren y demandan atención profesional diversa,
(jurídica, de salud, de educación, social, etc).
Los roles asignados a cada sexo, inmutables por siglos, hoy también son "sacudidos" y deben
adecuarse a necesidades y formas nuevas.
Respecto del rol femenino asistimos al cambio del orden jerárquico anterior. La mujer accede a
roles que no hubieran podido ocupar sus madres.
El rol masculino paterno naturalmente también ha variado, no siempre en sintonía con los cambios
del rol femenino materno. El rol de autoridad antes exclusivo, incuestionable, rígido, la toma de
decisiones, el manejo del dinero y otras dimensiones que se ven fuertemente cuestionadas.
Familias uniparentales, en su mayoría nucleadas alrededor de la figura materna, nos muestran hoy
una mujer sola, soportando todo el peso de la crianza, la manutención y el cuidado y educación de
los hijos.
Se esgrimen como explicaciones a estos nuevos fenómenos de la vida familiar, entre otras, la
incorporación de la mujer al mercado laboral, su igualación en muchos planos con el hombre, los
divorcios, la variabilidad en las relaciones de pareja, las familias ensambladas. Lo cierto es que
entre otros aspectos, se han reducido de manera drástica los miembros fijos en la familia nuclear.
La consecuencia es que hay cada vez menos mujeres y ancianos ( y hasta criados) que antes eran
los miembros de la familia que más tiempo pasaban en casa junto a los niños.
Como efecto de ello hoy tenemos niños y jóvenes que pasan solos o en grupos de pares (a veces
pandillas o patotas) muchas horas del día.
Parece haberse producido "un eclipse de la autoridad de los adultos" (Savater). Padres y adultos
parecen haber abdicado de algunas de sus funciones específicas respecto de los niños y jóvenes.
Este "eclipse de autoridad" se hace patente en todo lo que se refiere especialmente a modelos
adultos de conducta y aprendizaje.
Los cambios en la configuración de la familia, los nuevos roles femenino- materno y masculino-
paterno, las exigencias laborales, económicas, la incertidumbre existencial, la complejidad de la
vida actual, ha transformado a la familia en una instancia social que no cubre su papel socializador
de antaño y cada vez delega más y más funciones sobre otras instituciones.
Padres y/o tutores que han perdido su autoridad o no la ejercen, delegan sobre la escuela y otras
instituciones cada vez más funciones primarias.
La escuela, por ejemplo, imperceptible y sutilmente las asume y los docentes pasan a ocupar roles
paternos, terapéuticos y de trabajadores sociales. Se complejiza así su función específica de
enseñanza haciéndose cargo en bloque de aspectos socio- emocionales y culturales de los
alumnos que, por otra parte, no puede cubrir, lo que produce un círculo de frustración y
descalificación continuo. Los docentes, también partícipes de esta cultura social, actúan estos
mismos modelos de adultos abdicantes lo que da como resultado una forma radicalmente opuesta
al tradicional y cuestionado autoritarismo: el permisivismo y el facilismo.
A modo de cierre
Hasta aquí los conceptos teóricos y pautas centrales respecto de la familia, pero dado que el título
de esta conferencia se refiere explícitamente al rol de la familia en la educación de los hijos
quisiera exponer algunos parámetros, modelos o estilos familiares que la clínica nos muestra como
disfuncionales.
Predicar sobre "lo que debemos hacer" en este terreno parece peligroso y sin dudas audaz y muy
soberbio. Por otro lado, anularía esta característica tan genuina de las familias de hacer las cosas
"a su manera" y quitaría lo que precisamente es necesario salvaguardar el lugar y la decisión de
los padres y, en todo caso, de todos los otros miembros de decidir qué y cómo hacerlo y en qué
tiempos.
Quienes trabajamos con situaciones humanas complejas sabemos cuán poco nos sirven y qué
poco claros, o excesivamente amplios, son los pretendidos criterios de normalidad y salud.
Voy a recordar un chiste que solía contar Carl Whitaker, precursor y pionero del trabajo con
familias. Contaba con mucha gracia un chiste gráfico en el que se veía la sala enorme de un teatro
y en el escenario un cartel que decía: "Convención Nacional de hijos adultos de familias sanas
(normales)"; en la enorme platea, llena de butacas vacías, había sentada una sola persona.
Quisiera una vez más a destacar algunos ejes que como padres o profesionales pueden
orientarnos en la tarea de lograr un mayor bienestar de las familias, cada uno desde su pequeño o
gran campo de intervención.
La necesidad de una seria reflexión como adultos, padres, docentes, profesionales, ya que no
escapamos tampoco al signo de los tiempos. El fanatismo por lo juvenil está presente en los
modelos contemporáneos de comportamiento adulto. La moda joven, la despreocupación juvenil, el
cuerpo ágil, los culto a los deportes, lejos del concepto adulto vigente para generaciones anteriores
sobre la madurez adulta, esa aleación de experiencia, paciencia, moderación y sentido de la
responsabilidad parecen estar desdibujados como modelos de aprendizaje para nuestros jóvenes.
Para que una familia funcione como modelo de aprendizaje o favorezca el aprendizaje de un
modelo, es imprescindible que alguien se resigne a ser adulto. El padre que quiere funcionar como
el mejor amigo del hijo, la madre que prefiere se la confunda con una hermana mayor, no funcionan
desde su nivel jerárquico correspondiente de padres y confunden al hijo. Cuanto menos padres
quieren ser los padres más paternalista se le exige que sea al Estado y se delegan sucesiva y
simultáneamente funciones de la familia en otros sistemas, por ejemplo, discotecas, horarios,
carnet de conducir, prohibiciones diversas.
Lo que hemos llamado "una crisis de autoridad en la familia", también merece un espacio de
reflexión. La autoridad no consiste en mandar, etimológicamente proviene de un verbo latino que
significa ayudar a crecer, ayudar a que crezcan mejor, puesto que de todos modos van a crecer
irremediablemente. Si los padres no ayudan a los hijos con su autoridad amorosa a crecer y
prepararse para ser adultos, serán las instituciones públicas las que se vean obligadas a
imponerles el principio de realidad, no con afecto, sino por la fuerza.
La autoridad paterna, antes incuestionable y casi exclusiva, sólo heredada por los maestros, hoy se
ve jaqueada entre otros aspectos por la TV que tal vez sea uno de los protagonistas centrales de la
"revolución familiar". Ya no sólo se trata de que no eduque, sino que educa con una fuerza
irresistible. Hasta hace pocos años las dos principales fuentes de información eran los libros y las
lecciones orales de padres y maestros y otros adultos significativos, dosificadas sabiamente. Pero
la irrupción de la TV como un miembro más del grupo familiar terminó con esa dosificación o
progresivo revelamiento de realidades feroces e intensas de la vida: enfermedades, guerra,
violencia, muerte, ambición, corrupción, incompetencia.
La TV rompe los que eran tabúes para la infancia, transforma violentamente lo que llamábamos
"inocencia infantil", lo cuenta todo. Ofrece modelos de vida, ejemplos y contraejemplos, valores y
contravalores, sin permitir discriminar información, noticias y mensajes contradictorios. La TV.
socializa a través de gestos, climas afectivos, tonalidades de voz, promueve creencias y
emociones y adhesiones totales, masivas. Lejos de sumir a los niños en la ignorancia les hace
aprenderlo todo y, en general, en soledad, sin padres que puedan acompañar, opinar, compartir,
oponerse, contraargumentar.
La información masiva (no sólo de la TV, videos, periódicos, revistas) a que estamos sometidos y la
instantaneidad de todo lo que ocurre en cualquier lugar del planeta sin tiempo, antes de una nueva
y distinta información, fragmenta nuestra conocimiento y nuestros vínculos más estrechos. Es muy
difícil mediatizar esta loca y arbitraria fragmentación de contenidos. A niños y jóvenes se les
develan realidades atroces, de tal crudeza que ni los adultos podemos a veces tolerar.
El éxito, la fama, la riqueza, el sida, las drogas, la violencia social, la corrupción, la mentira y el
engaño dan lugar a veces a identificaciones masivas, otras a una actitud general de saturación,
poco curiosa y muy poco cuestionadora. Asistimos, a veces muy pasivamente, a una pérdida
gradual de la capacidad de distinguir lo real de lo virtual. "Se acabó la trabajosa barrera que la
alfabetización imponía ante los contenidos de los libros", dice Savater., "al irse haciendo superflua
la preparación estudiosa que antes era imprescindible para conseguir información". Esta cultura
"Light", del zapping* de la saturación, de la pasividad de espectadores, juega en contra de la tarea
de socialización de la familia.
En este sentido, en lugar de adultos abdicantes, o ausentes, la única vía o camino para mediatizar,
y si es posible articular la información, parece ser convertirse en adultos maduros y presentes.
Adultos padres y docentes que eduquen (sin temor a la palabra educar, que también ha sufrido
censura en nuestra educación) para la selectividad, la crítica, la confrontación, la autonomía y la
libertad responsable.
Desafiar creencias, a veces clichés de nuestro tiempo como "no puedo controlarme", que justifica
comportarse de forma perjudicial para otros o para sí mismo (esto vale especialmente para la
violencia) es útil. Significa promover el control deliberado voluntario y responsable de la conducta.
Obviamente esto no nace por generación espontánea es necesario una educación, larga,
coherente con este principio, desde los estadios más tempranos.
Transformar en recursos los déficits que apunta al uso y desarrollo de un pensamiento positivo,
creador, de la mano de la autoestima, la esperanza y la confianza en sí mismo y en otros en lugar
de la sensación de desesperanza, también se aprende en la familia.
Aquí cabe mencionar que nuestra idea occidental de "dominio" también necesita cierta revisión. No
todas las crisis de la vida tienen que ser "dominadas", en el sentido que nosotros le damos al
término. Revertir el avance de una enfermedad invalidante, derrotar a la muerte, implican el desafío
de compartir los esfuerzos de superación y una mayor confianza de que serán capaces de sortear
los escollos futuros.
Aprender el uso del humor, el razonamiento, el perdón o la reparación, cuando es necesario, como
parte de las costumbres de la vida cotidiana son otros ingredientes no poco importantes.
Evidentemente la socialización se inicia en cada familia pero el mundo exterior penetra muy
rápidamente en ella, por lo tanto, se trata no sólo del papel y modelo de padres sino además de
otros adultos significativos, entre los que estamos todos incluidos, especialmente desde nuestros
roles profesionales.
La construcción de sólidas redes de apoyo y sistemas sociales más amplios que fomenten vínculos
comunitarios, dado que las familias en situación de crisis los han perdido. Por ejemplo, grupos
psicopedagógicos multifamiliares, grupos de auto ayuda, la despatologización de la angustia
reencuadrándola como un desafío, el acento puesto no únicamente en la reparación o resolución
actual de problemas sino en la preparación y aprendizaje para retos futuros, son otros elementos
que no puedo dejar de mencionar en este contexto.
Para concluir voy a citar un comentario de Jonas Salk, dijo en cierta oportunidad que si tuviera que
volver a desarrollar su obra desde el comienzo, la dedicaría nuevamente a la inmunización de los
niños… pero a una inmunización psicológica. Haciendo uso de la analogía y en este espacio
que reúne personas a quienes importan otras personas, confío en un esfuerzo de trabajo conjunto
en que todas las intervenciones psicosociales y educativas preventivas que podamos llevar a cabo
apunten a aumentar la resistencia y la fortaleza de la familias y cada uno de sus miembros frente a
los efectos potencialmente dañinos que detectemos en nuestros medios.
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