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ELMUSEODELANADA

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El museo de la nada

Por el día de hoy, que es todo cuanto tengo.


Por ti, primera luz de una mañana esplendente,
bestezuela fugaz de mi dicha.
Amorosa luz
que pude contemplar de frente y cantando
y de cuya fuente emergí con la voz y los ojos
transformados para siempre.
Por la memoria tempestuosa y musical de mi estirpe
que guía y robustece mi sangre.
Por la última rosa que se abre al sol
antes que el mundo reviente.
Por los cuatro gatos
que aún aman la poesía y defienden la vida.
Por esa sencilla nomenclatura
avanzo por los callejones de este museo
e inscribo estos versos.

René E. Rodas

1
GATO DE CALLEJÓN
La sigilosa cadencia del silencio: eso soy.
El ojo fijo que las ventanas miopes acogen
para mirarte mejor.
Amo los árboles, los sillones mullidos.
Los perros me resultan indiferentes:
son un espejismo de los hombres.
Disfruto de un regazo, una caricia.
Más disfruto de la libertad, esa intemperie.
Por ver, me gusta ver cuanto bulle
en medio de la quietud que traen los inviernos.
La luz me aguarda en los rincones,
ilusionada y limpia como una amante.
Por el museo que custodio ha pasado la guerra
con su carga de muertos y su carroza de héroes.
He estado despierto
durante los falsos amaneceres de septiembre.
He sobrevivido al huracán congelado
de una tempestad de hielo.
He caminado por callejones mugrientos.
Por amplias salas
e impersonales habitaciones de hoteles
más estrellados que el cielo.
Por embalsamados salones de poder y riqueza.
He visto a la bestia humana,
rústica e irremediable,
aterida en su alma de empecinado labriego
que sólo cree y ama lo que rinde su parcela.
Alguna alimaña ofuscada ha conocido mi risa.

NAUFRAGIO EN EL ASFALTO
Las crines del sol evaden el calabozo de las ramas.
Por velas un traperío de limpieza puesto a secar.
Por mástil un rollo de alfombra roñosa contra la verja.
Por cubierta cajas y cajas de libros ilegibles de nieve,
hinchados de lluvia, marchitos de otoño, de orfandad.
PUNKY BABE
I

2
Larguirucha. Cara angosta. Ojos grandes, separados.
Mirada de vaca. Flequillo a media frente.
De acero inoxidable los mocos. Labios llenos.
Ella toda un haz de huesos
atados con un fleje de cuero claveteado.

II
Sospecha que hay alguien allí. Sospecha que eres tú.
Quiere mirarte, arrearte en sus ojos de potrero.
Pero te le duplicas. Las dos imágenes se le derraman
hacia extremos opuestos de un punto focal en fuga.

PAULINE
Bella y dipsómana en su glamorosa corte imaginaria
habitada por amantes orientales, serviciales, silenciosos,
donde el tiempo no la humilla y el tendero de la esquina
no la manosea a cambio de verduras pasadas.

ESOTERISMO URBANO
La sacerdotisa del ácido ofició anoche y ahora fuma
su canuto mañanero en las escaleras de emergencia.
Intenta descifrar el oráculo que a sus pies dejaron
los albañiles: un desguace de maderas, cascotes, fierros,
en la inminencia de revelar no se sabe qué misterio.

THE KING
La mole rosada como bofes prensa la hamburguesa
en el almohadón de su puño. Da una dentellada.
Echa un vistazo a su perfil en el cristal. Sonríe.

LA FLAUTA MÁGICA
Una pálida luna diurna escondida en su antifaz
de pálida nube en un cielo velado de altocúmulos.

3
TONIO FELIZ
Vaga por los callejones empujando la carriola de supermercado
que le sirve de casa: sacos de dormir, bastimento,
un álbum de recuerdos, leña, dos gatos. Una hermosa perra
camina a su lado. En las tardes de lluvia, Tonio canta
suaves aires marineros en griego.

EL DESPECHADO
Chico borracho aferrado a la noche
por el tubo cromado del mingitorio.
Sudada la camisa de seda, se pega a su cuerpo.
Babosos y alterados los labios, corrida la mascarilla.
“Los hombres son una mierda”, chilla sin consuelo.

EL NACIMIENTO DE LA NOCHE
Para nacer al mundo la noche apoya sus manos
de terciopelo negro en la espalda de una mujer
que desnuda duerme.

DOCTOR PSICÓTICUS
El concilio se celebra bajo la bóveda de una cabeza al rape.
Cinco seis teólogos discuten sobre la pureza
como causa de la esterilidad de los ángeles,
Puros sí, estériles no, Cállate, infame, no son puros,
El demonio mismo, Aumentaron los cigarrillos,
Hay una mujer aquí, Repararon la fuga de gas,
Dice que es tu prima, Cerraron la carnicería del frente,
¿La que murió en la avalancha del sesenta y cinco?
Esto es intolerable, una mujer entre nosotros,
Dios fuma pipa en un sillón de orejas,
Alguien nos observa, Pregúntale a la prima
por los ángeles, No habla,
Es la hora del té, No es una mujer,

4
Fantasma es, Mataron a una pareja de granjeros,
¿Qué haces tú aquí? Soy tu prima, Es tu prima.

Tened buen día, excelencias.

EL MANTECOSO
Trescientas veintiocho libras rollizas mal empacadas
en un metro ochenta de estatura. Un gorro de pescador.
Candorosos ojos de perdiz. Bigotito Hércules Poirot.
Huele a caballo muerto y a talco para niños.

RSVP
Los muertos recientes conservan algunos hábitos sociales.
En la funeraria debes sacar cita para visitarlos de 4 a 5.

VAGÓN DEL SUBTERRÁNEO


Docenas de murmullos frases incompletas
revoltijo de música y consignas
se derraman por las orejas
como helado derretido entre los dedos
y buscan desesperados
las puertas corredizas
Restos acumulados de anuncios mal digeridos.

BETELGEUSE, LA ESTRELLA MORIBUNDA


Capas sobrepuestas de mugre y maquillaje
la retienen dentro del ajado pellejo.
Hierática en mitad de la vereda
bajo la diabla cenital del sol.
Se cubre con una desastrada sombrilla de raso.
Lánguidas pestañas de jirafa sombrean sus cuarteados pómulos.
Ojeras conseguidas con hambre y crayola verde derretida.

5
Harapos de algún vodevil de los años veinte.
Los pezones le cuelgan entre los jirones de tela
sobre el sucio y lapidado costillar.

COPS ‘R’ US
El chaleco a prueba de balas y el uniforme
engalanan el pecho inflado
a rondas de gimnasio y esteroides.
Acomoda la cachiporra, se ajusta las gafas oscuras.
Va derecho al infractor de la luz roja pensando:
«Hollywood y la sargento McMannon
no saben lo que se pierden».

EL BESO DE LA MUJER ARAÑA


“¿Quieres un beso de la mujer araña?”, te pregunta.
La observas, sentado en el piso.
Alza los brazos como para atrapar la esfera cenital.
Separa los pies. Arquea la espalda.
Ante ti se compone un laborioso cangrejo de las nieves.
Las puntas lacias y derechas del pelo
sirven de telón de fondo a las nalgas enjutas.
El hociquillo vertical de la araña
avanza hacia tu cara, derramando el líquido viscoso
con que te envolverá en su red.

UN RINCÓN CERCA DEL CIELO


La reina de la prángana te ofrece un tour del cielo
por veinte, bueno, quince dólares. Esta es su esquina:
un banco, una gasolinera, una iglesia.
Algo tienes que dejarle para que entretenga el bajón:
una moneda, un par de cigarrillos.

LOS DIEZ PASOS


Bebe un trago largo. Esconde la botella. Alguien pasa

6
sin dejarle un cuarto. Lo maldice. Saca la botella.
Bebe un trago largo. Oye pasos. Esconde la botella.
Sablazo de a dólar. Saca la botella.

POOL LOVE
De mesa, la piscina del barrio. La minga es un bañador crema
en el que han inyectado a presión 170 libras de manteca blanca,
redonda y congelada. La ocho es dos bolas de carne prieta,
una chica sobre otra enorme. La minga se impulsa,
amorosa, lenta, sobre el paño turquesa del agua
y hunde su diminuta lengua
en la sensual boca de la bola ocho.

TEMPESTAD EN MIL ISLAS (VALLEJEANA)


El sol arma su tenducho de fuegos de artificio
en un horizonte inalcanzable desde estas islas.

CARROÑEROS IMPLUMES
Él sostiene la carretilla mientras con la mano libre
escarba el basurero del restaurante.
“Han cambiado el menú”, dice ilusionado.
Dos pasos atrás, ella gruñe su asentimiento.
Huelen a plástico quemado y a jaula de conejos.

LA CÁMARA
Ojo que todo lo ve.
Frío testigo electrónico de nuestro devenir.
Que a todos diseca y puede concederte
un lugar junto a las estrellas, la cárcel,
veintisiete segundos de prime time
en el noticiero nacional.
Ave, All-Seeing-Eye.
Las huestes esperanzadas y temerosas

7
de la anonimia te saludamos.

LA ZORRA DE PLATA Y EL POLLUELO DE ORO


La Zorra desciende de la berlina de doscientos cincuenta caballos tan pura sangre
como alemanes. Hace tintinear el llavero para marcar el trote del atlético Polluelo
que avanza por la vereda.

Fijos los ojos de la Zorra en el prometedor paquete que se acerca, en el abultado


trasero de chocolate que amenaza alejarse. El sudor lo cubre como un envoltorio
de celofán. El tintineo cambia de compás y el Polluelo hace trote estacionario. El
tintineo se detiene: el Polluelo gira sobre talones aerodinámicos y una sonrisa de
quinientos dólares la hora ilumina su poderosa cabeza.

EL SOLITARIO
Huérfano de toda la vida, nunca fue a Granada
y nadie le espera en toda Navarra.
“Jubilado, joto platónico, ex seminarista anticlerical,
devoto de Goya, misógino y pobre”: así se define.
Predica la pureza del cuerpo, el Apocalipsis.

TEORÍA DE LOS PARQUES


«A los parques los trae de Londres la cigüeña. Por eso nos seducen con su
vocación de juguete y melancolía».

EL HOMBRE DEL CRUCERO


En la esquina de Parc y St-Joseph un hombre
se desmigaja a diario.
Autobuses, autos, en verano las hormigas,
los bomberos en invierno, peatones todo el año,
tres sucursales bancarias para toda la eternidad,
un café de moda: nadie lo ve.
El hombre ofrece a dólar sus manuscritos,
inconexo agobio en español, francés e inglés.

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Aquí y allá puede descifrarse
“Valparaíso” “exilio” “milicos”
algún dicho mapuche, un nombre de mujer.
Ebrio de no existir, de rabia,
ebrio de hambre, de frío,
patea el cubo de la basura, grita y se marcha.
Mañana a las once estará de vuelta
con unas migajas de menos.

OTOÑO EN EL PARQUE LAFONTAINE


En el foso del estanque perduran los guijarros fríos
y el trasto dormido de la fuente como un birrete de náufrago
que la marea abandonara en una playa de cantos rodados.
Los arces y los cedros se desnudan despacio y de cara al día.
La luz hepática de las farolas ilumina la escalera de piedra
cubierta de hojas pardas y las solitarias bancas de madera.
El cielo es un desmesurado y anónimo monumento de piedra gris
al que nadie supo encontrar un pedestal adecuado.
Tres niños apedrean los charcos congelados
que la lluvia formó entre las piedras
en una guerra inocente
que busca destruir los reflejos del mundo.

COLOMBIANO PERDIDO
Arnaldo un ojo grande almendrado y mustio capaz de teñirte de tristeza altiplana
con sólo alzar tu copa y detener el trapo con que limpia las mesas en un bar de
miserias y decirte: “Entre la bruma que exhalaba la María Beatriz de mi
desgracia, el miedo y los sueños de triunfar, me perdí, hermanito, te juro que me
perdí. Si un día me encuentras por ahí, no dejes de venir a avisarme.”

MANITAS DE TORTUGA
Fue muchas cosas en la vida.
Pintor de estridentes denuncias sociales
y mujeres difuminadas por el vapor del baño.
Coordinador de una Casa de la Cultura
y activista político en Tuxtla Gutiérrez.

9
Renegado inmigrante que asistía a clases de gabacho.
Pepenador de coles y cebollas en las granjas de St-Hubert
(“Que te torturen con chorros de tehuacán disparados a presión
en las fosas nasales es menos jodido”).
Repartidor de puerta en puerta de paquetes publicitarios.
Polemista inflamado de manuales izquierdistas.
Convencido divulgador de una conspiración imperial
entre extraterrestres y gringos.
Todo eso fue con sus manitas de tortuga.

Un verano se sentó en una banca del Carré St-Louis.


Abrió un cartón de vino:
“Cuatro litros de olvido blanco”, dicen que decía.
No se levantó más que para ir a dormir la mona.

Pasé un día por ahí. Le hice la coperacha.


Bebimos del mismo vaso desechable.
Alzó su manita de tortuga para hacer su prédica
zapatista tercermundista separatista antimperialista.
A su cuate no le cuadró que yo fuera
un mestizo demasiado blanco
o que no coreara las consignas.

Vi a Manitas de tortuga por última vez el verano siguiente.


Su cuate el indio militante rasgaba una guitarra.

Como las hojas de los árboles, como las aves migratorias,


un día Manitas de tortuga desapareció en otoño.
Nadie lo vio más.
Quién sabe si retoñe el verano próximo
con sus manitas de tortuga
abriéndose paso entre la tierra
como hojas de jacinto.

LIM LA LEVE
Es tan ligera
que las puertas automáticas no se abren a su paso.
La lluvia no la moja y puesta al sol no hace sombra.
Tiene un frente delicado, armonioso.
Pero desaparece de perfil.

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Los diminutos anteojos redondos resbalan
hasta los dos puntitos de la nariz.
Lim es un suspiro que no suspira nunca.
Le gustan los tipos rudos, pesos pesados,
de manos cuarteadas
y tan anchas como asiento de excusado.
«Los hago retorcerse como pollitos»,
confiesa con la segura levedad de su voz.

ANIMUS VENDITUS
«Hola. Mi nombre es Phil Rod. Me llamaba Felipe Rodríguez, pero me cambié el
nombre. Vine a este país con mi padre y mis hermanos en 1975. Mi padre era
ingeniero, pero aquí trabajó de cargador de carnes en un frigorífico. Ahora está
reumático y sin empleo. Tú acabas de llegar y quieres colaborar en el periódico
de la universidad, ¿no es cierto? No, my friend. En este país hay que cumplir las
leyes. Las escritas y las no escritas. El derecho de piso es una de las últimas.
Anda y deslómate un par de años a la factoría y luego hablaremos. Ten: la
Oración de San Francisco de Asís, es mi editorial de hoy; te hará bien».

KANT Y LA JOROBADA ANDREA


El joven Emmanuel atraviesa la Alexanderplatz
y todo el mundo sabe que es el minuto exacto
en que la jorobada Andrea mete la mano
en el cubo de basura de la cafetería
de Ciencias y Artes Liberales.
Doce veces de preciso y cortante cuarzo al día.
De lunes a sábado.
¿Cómo hará el tiempo para no extraviarse
cuando llega el domingo?

THE PILOT
Se sienta frente al tablero electrónico
—pantallas esmeralda, magenta y ámbar sobre fondo oscuro—.
Se ajusta los arneses, la máscara-respirador-visor.
Pulsa las teclas del código de seguridad.

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Oye el potente rugir de los reactores.
En la pantalla central, un mapa
que se configura y define a velocidad de vuelo.
El objetivo aparece marcado en ámbar —es de noche—:
el cubo de un edificio sobre el que aparece una X magenta.
Un cerebro electrónico traza las coordenadas.
La pantalla de la izquierda marca la trayectoria ideal
del disparo y señala el momento preciso de lanzar el proyectil.
La mano pulsa el botón. Una fugaz cabeza de flecha indica
la trayectoria real. El objetivo ha sido alcanzado.
El cubo desaparece bajo una espesa humareda.
Giro horizontal de 180 grados. Vuelta a la base.
¿Es un simulador de vuelo, un juego de video, la guerra?
Virtuales o de carne reventada, los muertos no hablan.

LA SOMBRA
Dicen que se llamaba Miguel o Manuel.
Apareció por las calles del Plateau a mediados de un otoño.
Era común verlo caminar por St-Laurent o Jean-Mance,
entre Prince Arthur y Bélanger.
Un abrigo gris con una caperuza rota y los codos raídos.
Ceniciento, un hilo de plumillas se desgranaba tras sus pasos.
No hubo Ariadna que lo siguiera entre la dispersión de la ventisca,
el tráfico, la nevada.
Dicen que cantaba y hablaba solo,
contrariado de su voz, sus pasos, el paisaje urbano.
No era viejo ni delgado,
pero tras cuatro años deambulando sin rumbo
se le vio perder peso y prestancia.
Solía entrar en un café de St-Viateur.
Tomaba su taza y encendía un cigarrillo.
Fijos los ojos en una columna empapelada de geranios desteñidos.
Luego volvía calle arriba calle abajo.
Alguien —la mesera del café, algún vecino— le preguntó
de dónde venía a qué se dedicaba.
Nunca respondió. Nunca habló con otra persona.
A principios del invierno lo encontraron
bajo el cobertizo de un callejón.
Era casi una momia.

12
GALO
Somos amigos y es otoño.
Pero hoy prefiero que no me vea.
Hace doce años que está jubilado.
Cuatro décadas trabajó como topo de construcción.
Se acerca a los columpios, elige uno.
Puede elegir cualquiera. Es un parque desierto un día gris.
Se sienta. Bascula su peso para comprobar
que las cadenas resisten. Se columpia.
Despacio al principio, enseguida gana confianza.
Se impulsa a todo fuelle con las piernas.
Ríe Galo, iluminado por todo el sol de su infancia,
y canta una canción de glorias escueleras
en su tosco italiano de Calabria.

ON THE CATWALK
Los andenes del barrio son su pasarela particular. Briago en la tarde y sin camisa,
se acicala canas y cejas frente a los fogonazos de las cámaras que adivina tras la
vitrina de la librería, la carnicería, lo que caiga. Sus manos pegadas a las costillas
ofrecen un par de tetas que sólo él ve. Del centro de su espalda parten en carrera
descendente dos puñados de líneas oblongas como pliegues de una cortina de
pana anudada al marco de la ventana. Se abraza la cabeza, alborotando una
melena imaginaria, y dirige un vistazo seductor tras del cual sueña ojos de
hombres. Avanza por la pasarela siguiendo con brazos y caderas los acordes de El
lago de los cisnes. Hace mutis en la esquina.

UNA MOSCA DE SU SEÑOR


«Yo soy Willie Moncada, alias la Mosca, comodín de todas las barajas. Abandoné
la escuela para ahorrar tiempo y a la familia para ahorrarme vergüenzas. Tengo lo
que tú buscas y si no lo tengo lo encuentro. Pórtate sabroso, apréciame, invítame
una copa, y te llevo a conocer mi reino. Si me quieres machito, calzo del doce,
pero también me puedo disfrazar de cabrita para complacerte si eres el chivo del
corral. Vivo en la noche y en mis dominios jamás se levanta el sol. Yo soy la
mosca que puede hacer realidad tus sueños, mi señor».

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ELSE, ALGUNAS VECES
Siempre que llegaba a su bar, me decía: «Hi, love» o «There is my sunshine». A
cada parroquiano le decía cosas diferentes. De pie tras la barra o sentada en una
mesa cerca del piano, Else tenía en la cara todo su pasado. Alguna vez fue bella
—hay quien afirma que eso duró una larga temporada—. Alguna vez fue puta.
Alguna vez fue amante de un viejo rico que le heredó una pequeña fortuna.

En las noches solía calibrar con olfato de capitán la marea de alcohol y deseo que
inundaba el bar. Alguna vez observó las maniobras de amarre de mi vecina en la
barra y en un momento oportuno me dijo: «Esa chica no te conviene. Es un saco
de cucarachas. Tómate otra copa mientras te acerco aquella pelirroja que ves
junto a la puerta y que nos mira con cara de niña perdida. No lo vas a lamentar.
Es como el buen whisky: brilla y te calienta, pero no te quema».

Llegué al bar un martes de verano. El mesero, que parecía hermano marista, me


dio la noticia. Else. Hospital. Cirugía. Fui a verla. «Hello, my sunshine», dijo al
recibir las flores. «Me han abierto en canal como a una res y no pudieron
encontrar un solo órgano que funcione aceptablemente». Cuatro meses después
volvió al bar. «Well, hi love. There you are, finally. Esta es mi amiga Heather,
ain’t she a beauty? Sería formidable que la trataras bien. La vida no ha sido
amable con ella últimamente».

La madrugada de un 26 de diciembre, Else cerró el bar y se fue a su apartamento.


Llevaba dos botellas de single malt 12 años y un cartón de cigarrillos egipcios. El
27 llegaron a su casa los bomberos, alertados por los vecinos. El 30 la cremaron
en el cementerio de Côte-des-Neiges. Esa noche hubo una fiesta a su recuerdo en
el Else’s. Todo pago, hasta agotar las existencias. Fue su última voluntad.

RIDDLE FISHING TACKLE AND APPLIANCES


Dos escaparates repletos de avíos de pesca, cañas rotas,
truchas laqueadas, tabletas con la Oración del Pescador,
cornamentas de reno, una bota alta, carretes,
tres grandes máscaras africanas labradas en madera,
un sarape de Saltillo, infiernillos de gas, un dios-sirena hindú de latón,
una cabeza de plástico con gorro marinero y anteojos de Janis Joplin,
piezas sueltas de cobre de algún velero,
la cosa más inútil del mundo: una hoja de apio
marchita, a pesar de ser de plástico.
Todo arrumbado en un caos que sólo el tiempo

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puede disponer con tanto desparpajo.
Destiñéndose al sol de la mañana, pegadas en los vidrios,
postales desvanecidas de paisajes que tal vez ya no existen,
fotos de imprecisos pescadores mostrando salmones de difuminado japonés.
Dentro hay un viejo que lo sabe todo sobre la pesca.
Lo difícil es sacarlo de su estupor de años, de ciudad, de olvido.

SEÑAS DE IDENTIDAD
a Horacio Castellanos Moya
«¿Sabés por qué me vine a Canadá? Porque quería una cheroqui. No te digo que
trabajo como negro, porque no soy racista y porque los negros son unos
güevones. De operario de máquina fui subiendo hasta jefe de planta. Cuando he
tenido que bajar la cabeza, la he bajado, a vos no te voy a dar paja. Horas extras
pagadas como normales, turnos de noche, fines de semana. Ahora soy yo el que le
soca las tuercas a los operarios. La Roxana también le ha hecho güevo, no creás.
Y todo para tener yo mi cheroqui y ella su televisorsote del tamaño de una cobija.
¿Te acordás cuando aparecía una cheroqui en la esquina y pasaba despacito, con
los vidrios ahumados, a la par de uno? Si al que llevaban adentro se le ocurría
señalarte con el dedo, era cosa de ponerte a contar cuántos minutos te quedaban.
O cuando pasaban tres o cuatro hechas un cuete, escoltando a algún cachuchudo o
a un viejo rico, ¿te acordás? Se cagaba uno del miedo, brother, decíme si no.
Primero me conseguí una usadita. Después he podido pagarme la del año. La que
tengo ahora es esa que ves allí, edición limitada, con su antenita del teléfono en el
techo y todos los gadgets. ¿Qué decís, brother, nos echamos la otra, o querés que
vayamos a dar un vueltín? Ahí está la cheroqui, que sólo es ganas».

VIRTUDES DE LA COMUNICACIÓN
El Open da Night corre el telón de los ventanales para estrenar una pieza de luz
que monta la tropilla itinerante del verano. El letargo en la tarde de jueves se
condensa en un café con leche, un expreso alongé. A la derecha de la barra, una
chica hace su tarea. Al fondo, Amalie improvisa destinos y encrucijadas sobre
una palma en la que poco se habrá demorado Saturno a pergeñar miserias, a
juzgar por la cara aborregada de su dueña.

El galancete irrumpe con ropa informal de moda, una gorra beisbolera en la


acicalada cabeza y un celular pegado a la oreja. Un llavero cuelga de su puño.
Una rola rapera ha comenzado a sonar en la calle. Ordena dos cafés. “¿Cuántas
de azúcar?”, pregunta en el celular. “Tu café,” grita, “¿cuántas de azúcar en tu
café?” Alza un dedo para congelar en su sitio al que atiende la barra. Repite dos

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tres veces la pregunta. Se enfurece. Protesta. Sacude el celular, lo guarda en el
bolsillo de la camisa. Se asoma al ventanal. “¿Cuántas cucharadas de azúcar en tu
café?” Oímos todos la respuesta, y él asiente. Recoge la orden y sale. Se escucha
el golpe seco de una puerta, un motor en marcha, un rap que se pierde entre los
ruidos de la avenida.
HIJA DE DEMIURGO
Un diosecillo menor trazó sus calles y puentes y arboló sus parques en un solo día
—era primerizo, tenía afán—. A falta de mar, se agenció un río y del río una isla,
cuatro leones verdes de segunda mano, un canal que no conduce a China. Elevó
mercaderes a condición de héroes patricios, saqueó pueblos vecinos hasta
conseguir cientos de iglesias de cultos y estilos surtidos, amputó de su pasado la
lengua de Versalles y se la metió en la boca a los desmemoriados vecinos, montó
escaleras exteriores en cada casa para que se enamoraran los bomberos y para que
las hijas de sus calles derramaran por ellas la cascada azul de su eterno celo.

Le sobraron silos, borrachos, plazas, temerarias adolescentes empujando carriolas


—y ellas son las primeras en ignorar si empujan una criatura o un muñeco—,
ciclistas del Money Express, perritos cagones, edificios a media obra,
motociclistas enajenados, y los fue tirando donde más estorbaran. Le faltó sereno,
le faltó sol: contrató asesores extranjeros. En cuanto a lo primero, no le alcanzó el
presupuesto o la imaginación. De lo segundo, le dijeron: “Algo tendrán de vez en
cuando, pero la mayor parte de sus días el sol será un lejano rumor.”

El diosecillo vio su obra con resignación y abrió presuroso las puertas. La ciudad
se vio invadida por generaciones de hippies, punkies, jóvenes góticos, salidos de
todos los rincones del país en busca de cultura, libertad y olvido, tal vez no en ese
orden de necesidad, que llegaron con los tambores del tam-tam (y los leones se
inquietaron con la llamada de caza). Enseguida llegaron los inmigrantes con
falafeles, calendarios zoológicos, la luna creciente y promisoria de sus hijas,
muertos y lenguas errantes, sopas won ton, canciones, estafadores, carne
ahumada, nostalgia y pupusas.

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GALERÍA DE CRÉDULOS (ALA NORTE)

“Las personas pueden ser más atractivas


que su imagen en este espejo.”
De una caricatura en The New Yorker

“La base de todo negocio es la sinceridad.


Cuanto más pronto aprendas a fingirla,
mejor te irá.”
Groucho Marx

«Creer en nuestra bondad esencial, al margen de cualquier evidencia en sentido


opuesto que la realidad nos presente, es un acto de fe en Dios».

«Sospechar un germen de maldad innata en los extranjeros, al margen de


cualquier falta de evidencia, es un acto de defensa propia».

«Confiar en que nuestros hijos y nietos sabrán encontrar soluciones a los


problemas que nosotros les estamos heredando es un acto de fe en el futuro».

«Ignorar por qué la injusticia y la desigualdad que nuestros líderes fomentan en el


extranjero favorecen nuestro bienestar es un derecho de protección a nuestra paz
interior financiado con nuestros impuestos».

«El mundo se divide en nosotros y los fuereños. A nosotros nos ha sido


encomendada la tarea de completar la obra de Dios. A los fuereños, Dios no les
tiene confianza y por eso los mandó nacer en otro lugar».

«Si Dios, que todo lo ve y todo lo sabe, no confía en los otros pueblos, ¿por qué
habríamos de confiar nosotros?».

«Un número abrumador de manzanas podridas en el cesto de nuestra sociedad no


es prueba concluyente contra la bondad esencial de nuestras instituciones y de
cada uno de nosotros».

«Todo ciudadano tiene derecho a enriquecerse, convertirse en espectáculo,


engordar, copular, adelgazar, hacer el ridículo, emparejarse los dientes, portar un
arma, siempre que pague sus impuestos y no intente subvertir el orden
establecido».

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«La democracia es como el automóvil. No todo el mundo puede pagarse un
modelo de lujo. Algunos deben conformarse con modelos utilitarios o compactos.
Los menos afortunados no pueden pagarse un vehículo propio. Para ellos existe el
transporte público, que sigue un recorrido preestablecido y que alguien más
conduce».

«En tiempos de amenaza, aun los privilegiados deben aceptar un modelo


restringido de democracia. A veces, los frenos de poder o la dirección asistida son
lujos impagables».

«Mientras haya un hombre apremiado de necesidad que esté dispuesto a pasar


cuantos trabajos sea necesario para satisfacerla. Mientras ese hombre acepte
satisfactores sucedáneos para aplacar su insatisfacción original. Toda vez que ese
hombre asuma ese estado de necesidad crítico como una condición natural y su
mejor arma. Siempre que esto sea así, el capitalismo seguirá funcionando. El
capitalismo no padece ciclos de crisis. Es la crisis».

«Ser el pueblo elegido de Dios nos faculta a ejercer la paradoja de la gracia:


proponernos hacer el bien, terminar haciendo mucho mal, acusarnos de ello,
enjuiciarnos y perdonarnos».

«Si no salió en la tv, en realidad no sucedió. Si no salió en prime time, no tuvo


importancia. Si no fue en nuestro suelo ni en nuestros intereses, no es noticia, es
espectáculo —cada quien elige el suyo; allá quien quiera verlos todos—. Ahora
bien, si salió en prime time y nos daña, seguro que fue un extranjero».

PEQUEÑAS HEREJÍAS AFTERHOURS

I. SOLEMNE DECLARACIÓN
«Ante tanta quiebra colosal, ante los fraudes astronómicos a pensionistas
confiados, ante la evidencia de numerosas fortunas hechas sobre prácticas
especulativas irresponsables, no queda más remedio que aceptarlo: el capitalismo
es el peor enemigo del capitalismo».

II. WARNING
“Los mortales del común” hemos determinado que el American dream tiene el
nocivo efecto secundario de causar pesadillas en la vigilia del resto del mundo.

18
III. TEOLOGÍA DE LA ESPECULACIÓN
«Dios no juega a los dados. Apuesta en la NYSE».

«La bolsa de valores es el casino de los ricos. La lotería es el impuesto de los


pobres».

IV. PUBLICIDAD EN UNA GASOLINERA


«Ponga un iraquí en su tanque».

V. EL JUEGO DEL TRILE


«La garra invisible del mercado es más rápida que la mano visible de la
ciudadanía. ¿Dónde quedó la quimérica bolita de la democracia?»

Montreal, invierno - verano 2003

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