La Catedral y El Ni o de Eduardo Blanco Amor r1.3
La Catedral y El Ni o de Eduardo Blanco Amor r1.3
La Catedral y El Ni o de Eduardo Blanco Amor r1.3
fundada por los romanos, cerca del rio Mio, famosa por sus aguas termales, por el puente de Trajano y sobre todo por una catedral del siglo XIII, que pretende encarnar el espritu de sus habitantes. Los cannigos rigen la ciudad y dan la pauta a su aristocracia tradicionalista, a pesar de la resistencia de un grupo progresista, representado por la prensa y por unas pocas familias pudientes. Una de stas, los Torralbas, protagonizan la novela, contada en primera persona por Luis Torralba, nio de ocho aos al principio del relato, hijo de un matrimonio separado, que vive unas veces con su madre en la casa solariega de frente de la catedral, y otras en el pazo de su padre. Todas las experiencias vitales del nio con su familia y la ciudad son transferidas por ste a ese coloso de piedra, con el cual lucha por arrancarle el misterio de su poder. De ah el acertado titulo de la obra.
La catedral y el nio
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ebookofilo 13.05.13
Ttulo original: La catedral y el nio Eduardo Blanco Amor, 1948 Diseo de portada: Francisco Mantecn Editor digital: ebookofilo (r1.3) ePub base r1.0
discreto lector, no te des a entender que lo que en el presente libro se contiene, sea todo verdad; que lo ms es fingido y compuesto de nuestro pobre saber y bajo entendimiento JUAN DE T IMONEDA
y sta no es una historia, sino una cierta mezcla de cosas que pudieron ser LOPE DE VEGA
PRIMERA PARTE
LA CATEDRAL
CAPTULO I
La catedral, como casi todas, estaba en medio de la ciudad, y era, tambin como las dems, un inmenso navo entre pequeas embarcaciones movedizas, un gran seor entre vasallos obscuros, un prncipe de la Iglesia entre la turba polvorienta de los fieles arrodillados Su cuerpo suba propagndose en el aire, sin una duda, tan seguro en su vertical soberbia, con los contrafuertes tan adheridos a su tronco de granito, como si en vez de apoyarse en ellos fuesen excrecencias rezumadas de su inmenso poder. No era una catedral cuajada en el gesto primario de una expresin unnime, naciendo y muriendo en el suelo del mundo, despus de haberse consentido apenas una area evasin de bvedas y arcos de medio punto, destinados a probar la energa ascensional de la idea divina para humillarse de nuevo sobre la osamenta del planeta. Ni era divagatoria y silogstica, afirmando la fe por lo absurdo con una dialctica de ojivas, empeada en alcanzar a Dios mediante el rtmico escalonamiento de unas razones de piedra. No era, tampoco, al menos de un modo unilateral, retrica y conceptista, perdida de s misma y de su sino, en las metforas de los arcos quebrados, de las columnas centrfugas o de las pirmides sosteniendo esferas: smbolos de una demostracin espiritual que niega leyes a la materia, con los vrtices delirantes de las balaustradas, mnsulas, cartelas, florones, bestiarios cayendo en cataratas o volando en pesadillas por muros, torretas, cornisas y fachadas. Esta catedral, en la mayor suma de sus accidentes, era unos pardos muros sin edad, apenas sensibilizados por algn rosetnabierto en ellos como un incurable lanzazo milagroso en el costado de un paladn. Sobre el crucero flotaba un cimborrio casi musical de afiladas cresteras gticas, que guardaba tan poca consecuencia con la intencin y con las manos que haban erigido la mayor parte del resto de la fbrica, que, sin duda alguna, haba cado del cielo para suavizar tanta rudeza. En el paramento que daba a los trasaltares de la girola, las altas ventanas traan, a travs de la recia espesura de sus arcos declinantes, hasta las luces callejeras, un vaho de sombra azul que desbordaba all, entre el tierno verdor de los lquenes o lanzaban hacia adentro segn las horas celestes una oblicua claridad multicolor que caa sobre los alegres altares barrocos o sobre las graves tumbas de los obispos: ventanas que, de pronto, se tornaban increbles, con sus repentinas guirnaldas de agitados vencejos, sus incendios crepusculares, ya la ciudad en sombra, y sus hierbajos manchados del orn de las rejillas de alambre, protectoras del vitral, que al ser inflamados por el sol revelaban una primorosa floracin cobriza. Y en lo alto de todo, los desvanes inmensos, descansando sobre la nervatura de las bvedas, volando a sesenta varas del suelo, y los pasadizos negros y secretos con la presencia abrupta de los lechuzones que ponan sobre el rostro del furtivo visitante el aleteo invisible de una muerte soplada. Del tejado de las naves vease arrancar la torre grande, esbelta, a pesar de su fortaleza imponente, con la diadema de las campanas: palomar sonoro desde donde se flechaba hacia el confn, junto con la llamada de Dios, el vuelo de las leyendas. Pero, a pesar de todo, el templo ablandaba en el rodapi de su sombra formidable algunas ternuras que los chicos de todas las generaciones haban descubierto y utilizado para su goce, trocndolo en su
mano juguete de piedra: el atrio de la Fuente Nueva con los sometidos lbulos de sus balaustres por los que se poda gatear hasta alcanzar su ancha baranda, la reja tambin escalable, y el riesgo de alguna pequea rampa por la que poder deslizarse: aquellos matarrincones con que los seores cannigos fabriqueros, haciendo salientes de las entrantes, prevenan las urgencias irreverentes de los borrachos, que salan de la taberna del Hervella para desaguar all sus vinos, en las partes sombrizas, sin hacer el menor caso de la advertencia que gritaba desde la pared, con letras de chafarrinn y bronco eufemismo ibrico: Prohibido hacer aguas. Por la otra fachada, como cosquilleando los muros intratables del lado norte, que era el ms antiguo de la estructura trabajada durante ms de cinco siglos, abrase un atrio barroco, en voladizo sobre dos ras, con todos sus paramentos escalables, bastando apenas apoyar el pie en las hernias de la cantera, que no dejaban sosegar ni un palmo de la piedra. Y sobre todo haba all el incomparable secreto de la reja, que conocamos unos cuantos iniciados del barrio. Se trataba de una barra floja que poda hacrsela girar, movindola sobre sus apoyos, hasta que coincida con la curva de la prxima, tambin deformada, dejando espacio suficiente para que pudiramos colarnos hasta la estupenda solana del atrio y gozarla como amos absolutos, y de noche!, los chicos para contar aventuras llenas de miedos imaginarios, los grandes para fumar y todos para jugar un marro espectral, casi en las sombras, o para estorbar el paseo de las gentes que iban por la calle de la Paz o la de las Tiendas, con graznidos, falsetes, risotadas o alusiones a los motes de los transentes: Cotrola! Doa Vendolla! Don Silbante! Nicolasn! Las casas del pueblo llegaban en arremolinamiento borrascoso a chocar contra aquel acantilado, eran un agolpamiento de tejados que venan desde los verdes del paisaje a escachar su penacho de ola contra el quieto arrecife. Las campanas, de voz atolondrada, de voz triste, de voz letal, regan la vida del burgo y eran su alto calendario de normas y sucesos. En el buen tiempo se desplazaban en aturdidos giros transparentes, como crculos de aves fundindose en la luz solar. En el lluvioso, sonaban opacas, distantes y prximas a la vez, con un glogueo sumergido en la blanda modorra de los orballos. En medio de las cambiantes arquitecturas y huidizas voces de la vida civil, era la catedral la soberbia terca y permanente de una conciencia inmortal y sus campanas las voces admonitorias que arrojaban, hora tras hora, sus paladas de muerte sobre el grrulo blacear de los humanos que se agitaban all abajo, aparentemente desentendidos, por sus sendas de hormiguero. El burgo esperaba las rdenes del templo para amanecer, para trabajar, para comer, para amar, para dormir. Antes de que elda fuese una rosada sospecha en los ms apartados horizontes, ya la campana mayor, con el toque de misa de alba, abarcaba en la cpula de sonido negro todo el presumible contorno, como acotando los lmites del da; y a fin de que la aurora, que llegaba desperezando sus vapores por los altos del Montealegre, pudiese hacer pie, filtrndose por los toldos boscosos del valle, la prima, campana de voz impber, agitada en presurosa sncopa, limpiaba con su claro pauelo las legaas de las ventanas y ordenaba el primer desfile de las golondrinas. En medio de los inestables rostros de la vida civil, la baslica era el punto referencial de una quietud que ni se dejaba subyugar por la mutacin de lo natural, que en aquel sitio del mundo todo lo contamina y modifica con el tempo de sus cambios: incluso las almas y las cosas de la quietud. No obstante, como sobre un gigante dormido, los dedos del aire traicionaban esta pasividad e iban
poniendo suavemente en los costados de la mole el gualdrapeado de los lquenes que, con su coloracin, la hacan participar del cambio de las tmporas. La sobria emanacin vegetal laminbase contra los planos y curvas del granito, llenando sus poros de sutil materia cromtica. Y as la catedral era plomiza en los inviernos, hasta participar en la presencia vaporosa de las nubes bajas; en la primavera los musgos la acuchillaban de ngulos verdes, como terciopelos ajironados; en el verano la decoraban unos grises de acero brillante, atemperados por lampos de un rosado carnal, y en el otoo era como una acumulacin de bloques de oro, asaeteados por los combates flamgeros de unos crepsculos de tan belicosa, arcanglica acometividad, como no he vuelto nunca a gozar ni a sufrir
CAPTULO II
La sombra de la catedral era para m como una presencia no admitida de la imbatibilidad del destino. Su vecindad me acercaba a una plstica intuicin de lo eterno, tan potente y veraz, que la vida del pueblo, la de las gentes extraas, la de las gentes mas, se me apareca como sin sentido final, vacua en sus requerimientos de prioridad y de perpetuidad y, por veces, grotesca en la obstinacin orgullosa de tan deleznable materia y de tan inconsistente afirmacin frente a aquella perpetua y segura presencia. Desde el comienzo de esta intuicin, nada lcida en aquellos aos, se entabl entre el templo y mi ser ms insospechado y seguro, una brutal dialctica sin palabras, hecha de rudas y borrosas mociones instintivas; una callada lucha en la que aspirbamos, sin saberlo, a un dominio recproco, o a una no confesada anulacin mutua. Saba yo, tambin sin saberlo, desde los hondones de una razn no formulada, que si me dejaba abatir por aquella potencia sin escrpulos no tardara en ser transfundido en ella, absorbido por tan fuerte presencia espiritual, sin ms posible evasin del alma ni aun de los sentidos que los que ella me consintiese. Este bilateral merodeo daba de s muchos testimonios. Si yo pretenda pasar de largo frente a sus prticos cuajados de profetas desvados y acusadores, o si cruzaba sus naves con pie ligero, temeroso de resonancias, bajo la inmvil amenaza de los santos ecuestres, frente a la dulce insinuacin de los santos peregrinos o ante la ptrea mirada de las vrgenes de esguince danzarn y preado talle, luego senta en mi nuca, a lo largo de la espalda, fuera y dentro de mis carnes, no s qu extraos palpos de fra precisin que inmovilizaban con su contacto mis vitales resortes, espacindome la marcha y acelerndome el resuello. Y si alguna vez ceda a los mudos halagos o amenazas y me quedaba sentado en la basa de un haz de columnas, perdido en aquellas agitadas soledades, cruzadas por el combate policromo de las vidrieras o invadidas por las blandas mareas del rgano, no tardaba en penetrarme una lenta saturacin de tan exquisito cansancio, una soera tan perversa y agnica, que mi imaginacin se recreaba, flotando en la linde de lo irreal, en la patente veracidad de aquellas leyendas de santos eremitas que permanecieron cien aos envueltos en el canto del ruiseor. Desde muchas generaciones las gentes de mi familia haban nacido, vivido y muerto en una casa de tres pisos, situada frente a lo que debi haber sido la fachada principal del templo. Nos separaba de l la calle de las Tiendas, cuya anchura podan cubrir tres hombres cogidos de la mano. La galera de nuestro tercer piso alcanzaba apenas a la altura del arranque del gran prtico exterior que daba primitivo acceso a la nave principal; pues el templo estaba armado sobre los desniveles de la ciudad construida al caer de una montaa, y por el lado que enfrentaba a nuestra casa se interrumpa bruscamente sobre un muro coronado de un balaustre, que tena en su parte inferior, donde haban sido las antiguas bodegas y criptas, unos tabucos abiertos a ras de la calle, en bvedas de medio can, ocupados por unos hojalateros, inquilinos del Cabildo, que llenaban la fimbria de las cercenadas bvedas con el cabrilleo de los enseres de su trato. Realmente el templo haba sido como guillotinado all por la fantasa municipal, que le amputara, dos siglos atrs, una magna escalinata, la cual, partiendo del prtico, bajaba a travs de lo que luego fue nuestra manzana, hasta una calle que
segua llamndose de la Gloria, aunque estaba, en aquellos hogaos, toda ella ocupada por fragantes tabernas. Yo abr los ojos a la tierna solicitacin de las cosas de este mundo mirndome en aquel impasible bastin que afirmaba la terquedad de su misterio frente al dcil temblor y a la amante claridad de todas las otras imgenes y que ya, desde aquellos das primarios, me dio muestras de su poder secreto, de su implacable irreductibilidad. Entre otras, figura el que de all me viniese la primera mencin cabal del miedo: del miedo puro, sin causa precisa, de ese miedo que otros encuentran en la oscuridad de las casas, en los bosques, en el mar, en los resplandecientes cuchillos o en los ojos de las gentes. Los rincones de nuestra vieja casa, aun los ms intransitables recovecos de ella, desalojaban de inmediato sus terrores en cuanto nos acercbamos con un quinqu o raspbamos una cerilla. Es verdad que a nuestro fallado, bajo el ngulo del tejavn, era temible entrar de noche y asistir al chirriante susto de las ratas, tropezar con los bales-mundo y los maniques de mimbre, que se movan al encontronazo como si tuvieran vida, o sentir el abanicazo de un murcilago en el rostro como el propio aliento del terror. Pero qu era todo ello comparado con el simple roer del viento en los ngulos de las torres en las noches de ululante noroeste, o ver al monstruo moverse, con el despacioso encabritamiento que le permita su mole, bajo los arponazos de una intermitente luna, acometindole por entre nubes opacas y veloces, de bordes incandescentes? La ventana de mi cuarto daba, frente por frente, con la columna del parteluz del gran arco doble que, como ya queda dicho, haba sido en otro tiempo el prtico de entrada. Coronando el capitel de esta columna, un pequeo David toca all, desde hace seis siglos, su arpa de piedra. Su yerto perfil, su lobulada diadema, su rgida barba, y su mano triste sobre el cordaje, componan una de las ms poderosas imgenes del bronco acertijo contra el que rebotaban las preguntas sin palabras de mi niez. Cuando algunos das al ao nos levantbamos al amanecer para asistir al Encuentro de Jess, el Viernes Santo; para irnos a la aldea en verano, o para algunas misas de cabo de ao, el David sedente, con los plegados rgidos de su ptreo sayo matizados de verdn, apareca encuadrado en mi ventana, envuelto en el dbil resplandor maanero, con una delicada presencia de cristal lacustre. Por las tardes, a la hora de la siesta, cuando su escueto perfil se recortaba contra el estruendo encendido de los grandes vitrales blancos, que cerraban los arcos a ambos lados, su corona arda como tallada en diamantes, y sus pies lanceolados caan con abandono del capitel, danzando finamente en el aire, mientras su mano de oro resbalaba por el cordaje como siguiendo el canto del rgano lejansimo que filtraba las antfonas canonicales a travs de los encajes de la piedra. Un da entre los muchos de este diluido drama primario, vi, con repentina aclaracin, que tal vez sera posible resolver dualismo tan caprichoso: en vez de sentir el templo como una incansable enemistad, como una agresiva fuerza mgica, tratara de hacerme amigo suyo para dejar de ser su esclavo. Escuchara con prvulo corazn sus bisbiseos maravillosos, y yo le contara mis secretos que, ya liberado de su temor, no seran tantos; me acercara a su dura inmensidad con el alma abierta en todos sus ptalos, con su tierna caricia no estrenada, confindola al ejemplo de su energa, infiltrndola de la perennidad de su smbolo. Y as fue como comenc a devorar la lenta y amarga desazn que haba de rodar por mi sangre ya toda la vida, desacordando su ritmo con el de casi todas las cosas entre las que me toc vivir.
CAPTULO III
Auria, mi ciudad natal fundada hada dos mil aos como una necesidad militar del Imperio Romano, y habitada y enriquecida luego, como punto termal, por funcionarios y seores coloniales, pasaba hogao por ser un pueblo enteramente sometido a la Iglesia, por un pueblo levtico, como decan los progresistas locales, sin saber cabalmente lo que decan, como suele ocurrirles casi siempre a los progresistas que adoptan las grandes palabras no en vista de su significado sino de una aproximacin vagamente sonora al objeto que quieren declarar. Pero no era verdad. Auria, al menos en el mayor nmero de sus gentes, no era levtica, ni nea, ni ultramontana, ni nada que cupiese cabalmente en los tonantes eptetos del liberalismo. La catedral figuraba como la ms hermosa ancdota de su pasado junto con el puente de Trajano, como un bello anacronismo enfticamente ignorado ms all del orgullo que causaba en los aurienses su presencia corprea, material; aunque, en verdad, el ms calladamente admirado por el pueblo y el ms incansablemente interrogado por los eruditos, en cuyo ilustre grupo se mezclaban los de condicin reaccionaria y los de proveniencia liberal y atea. Pero los embates, que eran en aquellos aos muy ardidos, de las ideas avanzadas, no enfilaban casi nunca hacia aquella imbatible pasividad las saetas de sus proposiciones y sarcasmos, salvo que de all partiese la iniciativa. El contacto polmico entre Dios y los hombres tena lugar en las trincheras de vanguardia que eran las parroquias. Por su parte los predicadores del Cabildo, salvo raras excepciones, por cierto muy mal vistas, jams descendan hasta el chapoteo de la actualidad poltica o social, y se mantenan dentro de una retrica orgullosa, ms all de lo fugitivo y secular, ocupados, con fruicin antigua, en escudriar las materias teologales, en esclarecer, para el vulgo de la creencia, el sentido mstico de ciertas festividades de indiscriminable nombre, como la Asuncin, la Pentecosts o la Candelaria, en elevadsimos sermones que la grey jams entenda; lo que prolongaba, junto con aquellas egregias invenciones de la Iglesia triunfante, el prestigio de sus exgetas y comentadores. Los ballesteros de la creencia, la arriesgada cetrera de la Iglesia militante y purgante, estaba en las parroquias, en aquellas barbacanas situadas en la periferia del ncleo central de la fe, para contender con armas parecidas a las de sus merodeadores. Por ello los creyentes ms significativos de Auria las frecuentaban, las enriquecan, las alhajaban en infatigable emulacin, con lo cual las iglesias parroquiales se complicaban de cuerpo y alma en las tornadizas veleidades del burgo y apenas conservaban de su dignidad fundamental las arquitecturas bsicas en las fachadas bellsimas, autnticas, imperturbables, frente al ignaro celo beato que iba aplebeyando sus interiores con los emplastos y cromos adquiridos en los bazares litrgicos, que ya comenzaba a propagar los destrozos irreparables de su ojivalismo industrial de cartn-piedra. Las parroquias eran la beatera del mismo modo que la catedral era la religiosidad. La gente rica acuda a ellas, en feria de vanidades, como si fueran doradas taquillas donde comprar una lo-calidad para el cielo; y el pueblo las frecuentaba por comodidad, por sentido local de barrio, para asistir al lucimiento de la misa de tropa que luego de un conflicto, que dur varios aos, se dispuso su celebracin alternada en todas ellas o para or los sermones de algn orador forastero que llegaba a predicar un novenario precedido de buena fama de listo y liberal.
Mas cuando algn hombre o alguna mujer llevaban en el alma, como una escaldadura, uno de esos problemas de conciencia o de conducta que rebasan con su tumulto la organizacin de las ideas y sentimientos, entonces era a la catedral donde iban a buscar, en su tibia penumbra materna, la paz, el sosiego, la redencin por las calladas lgrimas, y no en el esplendor solemne de las grandes naves, sino en los rincones penumbrosos de las capillas: en el Santo Cristo, en Nuestra Seora de los ngeles, en el Jess de los Desamparados Pero Auria no era un pueblo religioso, al menos en el sentido en que el inocente jacobinismo indgena lo denominaba cubil del fanatismo, y a la catedral, en el verso de un poeta excomulgado, monstruo hidrpico, obedeciendo tambin a razones de inextricable sentido. No, las cosas eran all mucho ms modestas y vulgares. Sin embargo, las gentes rezadoras y principales tenan gran poder y mostrbanse duras de entraa, secas de meollo y de famosa intolerancia. Y como, por poseer el dinero, eran las que regan la poltica y la influencia, Auria daba de s unos diputados a Cortes que, adems de ser una verdadera miseria mental y moral, alteraban, ante los extraos, la imagen de la ciudad. Pero Auria no era nada de eso; nada cubil, empezando ya por su ser en naturaleza y paisaje. Tendase en la cada de un alto castro barbado de pinos, a lo largo de un ro lento, ancho, patriarcal, que corra por entre viedos buscando los valles del Ribero con su alegra frutal y su pachorra dionisaca. Una literata le haba llamado, con trabajada frase decimonnica, bacante tendida entre vias; y las alabanzas antiguas, las de los itinerarios clsicos, las de los poetas medievales y de los escritores ms hacia nuestros das, se referan a ella con elogios para su condicin de abundancia y gozo en la produccin y en el uso de las cosas que halagan el sentido. Las leyendas de glotones y el recuento de clebres comerotas contaba por mucho en las tradiciones de la ciudad. Y en otro orden de cosas, todos los aos reciba la Inclusa buena copia de crios nacidos de tapujos de la lujuria o de secretos amores; y, por su parte, los productos legtimos de los matrimonios eran clebres por su abundancia; todo lo cual prueba que las actividades de los aurienses distaban mucho de ir, tanto en lo normal como en lo clandestino de las costumbres, por las duras vas del ascetismo y del renunciamiento. No; a pesar de la aparente fisonoma que le prestaba la sociedad beatona, Auria no era un pueblo religioso. Dentro de la monotona de su vida, la religin era un aspecto, un matiz, que, segn los espritus, vena a desembocar en una rutina, en una diversin o en una escapatoria, y muy excepcionalmente en una pura ascensin hacia Dios por la escala de la superacin y desprecio del mundo. Quiero decir, en suma, que si bien la catedral rega, con la lengua de sus campanas, la norma de la ciudad, no condicionaba sus modos profundos de vida, quedndose sus admoniciones ms bien flotando sobre la superficie de lo habitual, de lo consentido o de lo rutinario. La casta de los cannigos era respetada, sin saberse a punto fijo el porqu, tal vez por su altivo alejamiento de los asuntos seculares, salvo muy pocas excepciones, y en cuanto al obispo, re-moto, inaccesible, en el gran cubo berroqueo de su palacio, anti-gua mole ceuda, sin estilo, casi sin ventanas al exterior, se le consideraba como un adorno local, con sus mitras ceremoniales, sus largas colas de brillantes sedas los das de solemnidad basilical, su pectoral de oro y su anillo de amatista que los nios besbamos, por antigua costumbre, cuando bajaba del charolado land, tirado por mulas relucientes, negrsimas, para entrar en la catedral o en las parroquias con motivo de las funciones patronales. A veces se le encontraba paseando al sol por la carretera de Los Gozos o de Ervedelo, acompaado del presbtero familiar; pero all, fuera del casco ptreo del burgo, transfundido en un
blando paisaje de lamos y praderas, Su Ilustrsima perda mucha de su significacin y casi toda su imponencia, al trocarse en una especie de cura carnavalero, baldeando el manteo escarlata y con los ringorrangos de las verdes perillas colgndole por la parte posterior de su teja de felpa.
CAPTULO IV
Tambin aquel domingo de Pascua me despert con el rumor de fregoteo que llegaba desde la cocina, comn a todas las maanas de domingo, destinadas al ensaado pulimento de potes, sartenes y peroles. Tal ruido de zafarrancho casero vena siempre acompaado con el olor de la fritanga de los churros correspondientes al chocolate dominical. A las ocho, tambin como los otros domingos, o el campanilleo con que la asistenta de la Filipina, clebre planchadora de brillo, se anunciaba desde el zagun, tres pisos ms abajo. Sube! chirri, como otras veces, la Joaquina, antiqusima criada nuestra, despus de haber trotado con su pasico seo el descanso de frente a mi cuarto y de haber tirado por el cordel que abra, desde arriba, el picaporte, mediante una rara complicacin de alambres y fallebas. La asistenta de la Filipina subi haciendo crujir el maderamen de la escalera, se detuvo en el segundo piso y llam con los nudillos a una puerta, gritando: Doa Pepita, doa Lolita, doa Asuncin Ah les quedan las faldas, y que ustedes lo pasen bien! y se fue, galopando, por los peldaos. A modo, cabalo grande![1] alborot Joaquina, desde la baranda, en su insobornable prosa regional. Frente a la puerta del piso de las tas quedaban, sobre las tablas del piso, relucientes, fregadas con arena y carqueja a horas de un amanecer que nadie supo jams a qu horas ocurra, las tres enaguas, de pie, apoyadas en s mismas, rizadas, encaonadas, escaroladas, como tres damiselas cercenadas por la cintura. Todos estos signos, junto con los finales taidos de la prima, mi campana predilecta, que volteaba durante una hora seguida, anunciaban la presencia de mam en mi cuarto. Ya estaba yo despierto haca un rato largo; ya haba echado una mirada al David, cuyo aire de ausente y dulcsimo pasmo era mucho ms abobado y candoroso las maanas de fiesta, con su diadema ablandada de palomas (de dnde venan, los das de fiesta, aquellas palomas de alas perladas y cuellos de metal?), su boca lnguida y sus manos en paz sobre el cordaje. Tambin haba odo ya el tintineo que armaban los hojalateros colgando sus ristras de candiles, alcuzas y embudos en los arcos de sus tenderetes, y el herrado tamborileo de los borriquillos aldeanos, que llegaban, con su trote fiestero, a las primeras luzadas del da, trayendo frutos de la tierra para el mercado del domingo. Igualmente haban ido pasando el Bocas, llevando en vilo su vozarrn, como una inmensa viga, pregonando El Eco, diario local; Rosa la Fortuna, con su noble contralto, que me traa hasta debajo de la lengua la mencin golosa de la cochura reciente de sus empanadas, y el Zmballo, viejo gigante tuerto, de larga capa cobriza en toda estacin, que matizaba las maanas de Auria con el cabrilleo marinero de sus pescados lanzados en pregn desde las esquinas, unidos al nombre de sus vendedoras, en la Plaza de la Barrera: Hoy, congrio gordo! Lo tiene la Eudoxia! Sardinas vivas! A real, a real! Las vende la Canniga! Era muy grato ir atrapando as la vida, continuada da a da, mediante aquella fragmentada integracin de ruidos y voces familiares. Y era curioso que ocurriendo siempre todo ello de modo tan
semejante tuviese siempre el mismo aire intacto y sorprendido. Dentro de este orden de sucesos, totalmente previstos y sorprendentes, figuraba el que yo me hiciese el dormido cada vez que mam entraba en mi cuarto para despertarme slo ocurra los domingos anunciada por el aura olorosa del soconusco, espeso, monstico, y por la punzante alusin aceitosa de los churros. Mam, como otras veces, se sent al borde de mi cama. La mir por entre los prpados contrados. Estaba realmente hermosa con su matin de seda azul, su cara de Santa Mara la Mayor la misma boca gordezuela, la misma garganta ligeramente convexa, idnticos ojos opacos y negrsimos y la frente tersa, como labrada en una materia dura, que apareca encortinada por los bandos del pelo castao claro, recogidos sobre la nuca en un moo de trenzas. Adems era muy fcil imaginrsela, en tocado de salir o de visitas, que era como ms me gustaba. Bastaba con figurarse aquellas ricas matas meladas, alzndose en airosas cocas, a los lados de la raya blanqusima, centradas en medias viseras sobre la frente, dejando al aire las sienes con la azul geografa de las venas y las orejas de lbulos acarminados, pequeitas, minuciosas, transparentes, pendiendo de ellas los lagrimones del coral o los agitados calabacines de oro portugus. Espindola por entre las pestaas, vi sus manos de abadesa joven partir delicadamente el churro y hundirlo en el chocolate, mientras senta yo en los recantos de la boca una fluxin tibia y abundante como la propia materializacin de la gula. Y cuando, posada la bandeja en la mesilla, una de sus manos se apoyaba en mi hombro para despertarme con una leve sacudida, yo, repitiendo la gracia de otras veces, me incorporaba bruscamente con los ojos espantados y la boca muy abierta, como un pjaro hambriento. Reamos los dos, tambin como siempre, y despus del beso y de los buenos das, tomaba de sus manos el chocolate, tendido en tan espesa capa sobre el churro que nivelaba sus estras, equivocando adrede el mordisco, cuando el pedazo iba disminuyendo, para sentir entre mis dientes el fingido susto de aquellas amorosas pinzas de tibio y blando marfil. Sin embargo, todo lo haca ahora con un gesto ausente, como volviendo, sin atencin, por antiguos caminos del ademn, en procura de hallazgos que ya no se repetan. Su alegra no era la de antes y sus carcajadas infantiles se interrumpan de pronto como asustadas de su propio sonido. En repentina introversin sus ojos dejaban de mirar, detenidos en un punto y se la senta como cayndose hacia dentro de s, en una lenta zambullida, de la que regresaba con sobresalto cuando se senta observada. Aquel domingo de Pascua su aspecto semejaba an ms preocupado que en los ltimos tiempos. Coincida con otros desdobles de su carcter que databan de aquellos das amargos en que los disgustos con mi padre entraban en alguno de sus perodos crticos, agitados, luego de unos plazos llenos de ceos, de crispados silencios o de sbitas descargas de llanto. Pero salvo las recadas melanclicas, propias de una especie de duelo virtual que mam guardaba desde que, haca seis meses, el consejo de familia haba impuesto la separacin de cuerpos, no vea yo razn alguna que justificase la reaparicin de aquella activa amargura y de aquel estado ansioso, como en la proximidad de algn dao desconocido y esperado, que tan bien le conocamos, y que sola coincidir con alguno de los disparates de mi padre: un lio de juego, de faldas o de poltica; una hipoteca absurda o, una venta irresponsable. La separacin haba sido llevaba a cabo, despus de un largo tiempo de disgustos y de interminables disputas, la misma noche que la acord el consejo de familia, dejndonos a todos una
sensacin no slo de alivio sino de catstrofe frustrada. El debate final, al que acudieron parientes de ambas ramas asesorada la de mam por don Camilo, antiguo procurador de mi abuela, y representando a la de mi padre el den de la Trinidad, que haba sido confesor, amigo y compaero de cazatas de mi abuelo paterno, haba empezado a las diez de la noche y termin hacia las dos de la maana, hora inslita para Auria, que slo hallaba de pie a la gente en graves males, agonas o velatorios. Mi padre se haba paseado horas enteras por la saleta del primer piso, con andar alobado, silencioso y frecuentes carraspeos del tabaco y del ron. Yo me haba quedado all, disimulado entre cortinas, aprovechando el hallarse todo desordenado, y haba odo, por la puerta entreabierta, los remusms que llegaban de la sala grande, llena de personajes con aire solemne, y que de cuando en cuando tornbanse en voces airadas, donde entraban las criadas Joaquina y Blandina, la nueva, llevando bandejas con vasos de agua y esponjados de azucarillo, copas de oporto y jicaras de caf. Me haba extraado mucho que mi padre estuviese all, solo, en la contigua saleta del Sagrado Corazn, dando aquellos paseos de sombra, con unas pantuflas de orillo que no le conoca quizs no fuesen de l y que le afelinaban el andar, hacindoselo elstico, traicionero, como atigrado, denunciado apenas por el crujido de las tablas y el tintineo de los prismas de la araa de cristal francs. Las criadas, que me descubrieron agazapado en un cortinn, me empujaron a la cama, con un aire presuroso y cmplice. Tard mucho en dormirme, furioso al descubrir que mis hermanos mayores, Mara Lucila y Eduardo, no estuviesen en sus cuartos, por lo que deduje que les haban permitido asistir al consejo de familia; cosa que, al otro da, comprob no ser cierta, pues los mandaran a cenar y a dormir a casa de los primos Salgado. Al da siguiente tambin, Joaquina me enter, con sus acostumbradas medias palabras, que mi padre se haba ido a la aldea por una cuestin de rentas. Pero yo saba que no era verdad, que se haba ido para siempre. Saba igualmente, por conversaciones fragmentarias, pescadas de un lado y de otro, que por su condicin de manirroto y soberbio ya un anterior consejo le haba privado de la administracin de los bienes personales de mam y que, a fin de que pudisemos continuar viviendo con cierto decoro, intervendran en la administracin de los mismos mi to abuelo, Manolo Torralba, y M odesto, hermano de mi padre, lo cual distaba mucho de ser una garanta, pero Quiero decir con todo ello que la pesadilla de los tumultos, rias y discrepancias que haban ensombrecido tanto tiempo aquella casa, no figuraban ya entre nuestros motivos de temor desde haca medio ao, al menos en la forma terrible e impensada en que solan sobrevenir, a veces en medio de la noche, como los reventones de una tormenta. Mam haba aceptado aquella solucin con un silencio difcil de ser interpretado, y se dedic a nosotros con un celo an ms ardiente y dramtico. No poda, pues, explicarme aquel aspecto, ms que de tristeza, de susto, que mam tena aquella maana de domingo de Pascua. Pero nuestra amistad era entraable y no podamos mantener mucho tiempo nuestras mutuas reservas. Conservaba ella, como trasfondo de su carcter grave, una zona infantil que su existencia prematuramente empujada a las ms brutas responsabilidades haba dejado intacta. All coincidamos para nuestra inteligencia en todos aquellos asuntos que requeran una valiente franqueza basado en dos sentimientos innatos que eran en nosotros de fuerte raz: el de justicia y el de sinceridad. As que tena yo la absoluta certeza de que todo me sera revelado antes de que abandonase mi cuarto. Tom un buche de leche, me limpi los bigotes en la fresca servilleta de alemanesco y me
arrebuj de nuevo con los pies engurruados en la tibia franela del camisn. Mam se levant del borde de la cama, cerr bien la puerta, y poniendo en orden la colcha, exclam, hablndome con aquel acento entero, seguro, como cuando se diriga a los mayores: Bichn, estuvo tu padre a verme De un brinco me sent en la almohada. Cundo? Anoche. Me mand un propio al anochecer y hemos hablado un momento, en el callejn de San M artn. Te vieron? Creo que no; todava no haban pasado los faroleros. Me qued un rato pensativo debatindome, como siempre que de ellos se trataba, entre los distingos de aquel lcido amor y de aquel rencor ms deseado que admitido. Hiciste mal en ir. Por qu? dijo mam sin volver los ojos. Porque ese hombre es malo. Ese hombre es tu padre Y no creas que me halagas al no llamarle como debes. Hizo una pausa para recuperar el dominio de su voz curiosamente destimbrada hacia la voz blanca, como de enferma. Adems no es malo aadi. La gente no es buena ni mala, es como es. Tu padre En fin, dejemos a tu padre Un loco, un aturdido; pero malo malo La voz se le fatigaba de tanto acometer, una vez y otra, las idas y vueltas de aquel problema tan repensado, tan insoluble, hasto casi a no tener causas tan perennemente vivas. Recogi los enseres y los coloc muy ordenadamente en la bandeja tratando luego de aquietarse con el ceremonial minucioso de un superfluo arreglo del cuarto, que culmin en la amanerada disposicin de los pliegues de la cortina que recuadraba la ventana Luego se qued mirando extraamente hacia el David, sumergido en la claridad matinal. Yo me asust. Aquella posible relacin entre ellos me apret el pecho con angustia increble, como si algo de mi intimidad ms exclusiva fuese a ser doblemente violado. Senta confusamente que si aquellos dos elementos de mi mundo entraban en contacto, qu iba a ser de m! Me levant y con violento ademn corr la cortina. La habitacin qued en una penumbra verdosa y los ojos de mam empaaron aquel sbito brillo inquisitivo que la haba llevado hasta la frontera de mi celado universo. Qu haces? pregunt, extraada ante aquella precaucin para ella intil, pues la ventana no daba entrada a la curiosidad de nadie. Pueden ornos dije, consciente de la endeblez de mi disculpa. Y a fin de que no insistiese sobre el punto, aad rpidamente: Y para qu estuvo a verte? Dice que debes irte con l exclam, como alivindose de un peso. Quin, yo? Yo no me voy con l! M i padre es malo repliqu sin demasiada conviccin. Te repito que no es verdad; demasiado lo sabes. Adems le quieres. Claro que le quiero dije con la voz contenida, despus de una pausa, como dejando escapar una dolorosa confidencia, mientras pasaba por la frente de ella una rpida sombra de ceos. Y aad : Y t tambin le quieres! Ella suspir y mir hacia otro lado.
Tenemos que quererlo, aunque slo sea por lo desdichado que es. No, mam; no tenemos que quererle; le queremos porque s Qu hace de malo? Si gasta dinero, gasta el suyo mam me mir con un gesto indescifrable. Quiero decir que gasta el nuestro, que tambin es el suyo. Y es por eso menos carioso y menos guapo? Djalo que gaste, qu lo gaste todo! Cuando yo sea grande ganar para ti. Se levant de mi lado sorprendida, asustada, como regida por una fuerte mano invisible, y se sent en una butaca baja. Qu desatinos dices, Bichn? Quin te viene a ti con esos cuentos? Qu es eso de que tu padre gasta o no gasta? Todava s ms; s que no le quieren porque no va a la iglesia, y porque es de la sociedad de los que no creen en Dios, como el padre de los Cordal; y adems te han dicho que le ven entrar algunas noches en casa de la M anolia M ende Calla, Bichn! grit con la voz rota y hundiendo la frente en las manos. Salt de la cama, me arrodill a su lado y la abrac por la cintura. Sent los sollozos en mi sien pegada a su vientre. Luego le apart las manos y me encaram a su regazo, sintiendo la hmeda lmina de su pelo contra mi mejilla. No haba podido nunca acostumbrarme al llanto de mi madre. Me produca una remezn interna, como una repentina fiebre en todas las vsceras. Adems, el miedo que tena a verla llorar me haca presentir con toda exactitud el punto mismo en que su emocin se convertira en lgrimas y haca todo lo posible para que esto no sucediese. Pero aquel da sera poco el decir que no tuve esto en cuenta; ms bien haba provocado con secreta intencin aquel insufrible llanto, sin saber con qu objeto, pero era as. Por qu lloras, mam? Ahora ya no tienes por qu llorar Por m no tengas cuidado; nadie me llevar de aqu Dar gritos, morder las manos del que se atreva. Adems, quin puede separarme de ti? Quin puede mandar que me separen de ti? El to Manolo? Don Camilo? Las tas? Los que le han dicho a pap que se fuese? Conmigo no podrn Qu sabes t de esas cosas, hijo mo! Ya tengo ocho aos, mam exclam con un tono un poco resentido. S, hijo, s; ya s que tienes ocho aos dijo despus de una pausa. Por primera vez aluda a mi edad como si se refiriese a una dolencia irremediable. Lo mejor ser que no hablemos ms de esto. Dios dir concluy, levantndose. No comentes con nadie esta conversacin y mucho menos con tus tas. Ya sabes que son capaces de armar una tempestad en un vaso de agua, como si a ellas les fuese o les viniese algo en el asunto. Lvate, que voy a buscarte la ropa. Iremos a la misa de diez. No dijo ms y sali del cuarto con aquel andar deslizado, de menudos pasos y graciosa cadencia, que la haca tan adorable, tan increble, tan ser y no ser.
CAPTULO V
Un da de aquellos la ta Pepita entr en mi cuarto de estudio, con sus nfulas de sirena, para anunciarme, entre los intolerables canutos de su voz, que iramos inmediatamente a la aldea a visitar al to Modesto. Era ste un hidalgo rural, hermano de mi padre, diez aos ms viejo que l, mujeriego, glotn y cazantn, con fama de hombre de honor y estricto caballero, aunque, eso s, con cdigos privados y, por veces, de interpretacin difcil. Viva, lo ms del ao, en su casona patrimonial, en el planalto de Gustey, abarraganado con una criada que contaba con heredarlo, pues tena edad para ser hija suya. Pasaba el to Modesto temporadas en su casa de la ciudad, pero apenas vena a la nuestra, como no fuese por los onomsticos o por las fiestas de Corpus y Navidad. ltimamente, aun este gnero de visitas haba ido raleando. Un da que me llevaba mi padre de paseo por la carretera de la Lonia, le encontramos y o que le deca en un aparte: La mosca muerta de tu mujer me impone ms que un len suelto. Y como la quiero bien y t eres un badulaque, no s de qu hablar. Por eso no voy a veros. Y efectivamente, cuando vena a vernos los das obligados, no era nada expresivo. Devoraba en silencio la pitanza de fiesta y se iba al casino, despus de haber apenas refunfuados unos cuantos sarcasmos sobre las gentes del pueblo y de haber deslizado alguna que otra indecencia sobre las de sotana, que no poda ver ni en pintura, pues era tambin incrdulo y masn. No poda yo explicarme, pues, el motivo de la inslita expedicin que me propona mi inverosmil madrina y ta. Parapetada en su silencio, me arrastr de una mano hasta mi dormitorio, abri la cmoda, sac de all mi ropa, y sin volver la cabeza, ech a andar, diciendo: Te vestirs en mi cuarto. Baja ya. Qu pasar?, me deca entre m. Porque si aquel brutote estuviese gravemente enfermo, seran las personas mayores las que iran. Qu tendr que pintar en el pazo del to M odesto? Mientras yo me vesta en su gabinete, la ta, frente al espejo de la consola, se apretaba el cors recogiendo el aliento en los altos del pecho. Dos veces le marr el intento de llegar al punto que se propona, por lo cual yndose a la alcoba y sujetando un asa del cordn a una bola de la cama y llamndome a m para que tirase de la otra, logr completar la operacin, luego de haber aludido, entre dientes, a una reaparicin de los flatos que le dilataban el talle. Ta, para qu vamos all? M enos pregunta Dios y perdona contest recortando las hablas. Mi ta era muy letrada y redicha, y tena una maa singular para no responder nunca a derechas; por esa razn no me molestaba en interrogarla ms de una vez. Poseer un secreto y gozarse en la ajena acechanza del mismo, constitua uno de sus deleites ms pueriles y molestos. Hubiera sido muy fcil insistir en preguntarle el porqu de tan extravagante y repentino viaje, pero de antemano saba la inutilidad de la averiguacin, por lo que me reduje a no aadir palabra y a observarla mientras se vesta. Sin duda alguna no haba tomado tal decisin sin la venia de mi madre; as que yo tardara tanto en saber el motivo de la visita al to M odesto como en verme un minuto a solas con ella.
Se puso un cubrecorss de elstico listado en dos matices de rosa y luego, encima de la enagua, una saya bajera de satn de mucho ruedo y sobre ella una falda de pao en corte de capa, color canela claro, y por encima de las salientes del busto instal las caudas de un tapante con catarata de entredoses color crudo y cuello alto, rgido, sostenido con ballenas. Y sobre todo aquel atuendo, una casaca, color solferino, con mangas de jamn, larga hasta las corvas, en cuya superficie gastbanse los ojos siguiendo los complicadsimos arabescos de la pasamanera. Me hizo poner el pie sobre una banqueta y me repas las punteras de charol con guturales vahos, terminando el pulido con una franela de cerote. Cuando la vi en aquella posicin, inclinada y sumisa como esclava, tuve a flor de labio, salindoseme el ansia que me rebulla dentro, de aclarar tan absurdo misterio. Pero cuando ya estaba a punto de lanzarme, la ta, molesta sin duda por mi largo silencio, que ella saba muy bien que no era resignacin, exclam, con su chchara prolija y llena de distingos romanticones: As me gustan los nios que se confan a los designios expertos de las personas mayores y me mir con el rabo del ojo, mientras se embadurnaba de crema la nariz. Se empolv luego con un gran borln que esparci por el aire el familiar olor a visita que tenan para mi los polvos de arroz y se coloc, con infinitas precauciones, sobre sus altas cocas y aadidos, un canotier de paja de Indias con turbante de gasa y un velillo amaranto salpicado de lunares que le cubra el rostro hasta bajo el mentn. Mientras segua acumulando arreos sobre las cspides y socavones de su cuerpo, que ya empezaba a maltratar la grasa, sentenci, acanutada y refilotera: Ayer, durante la visita con que nos honr doa Blasa, dijiste algunas inconveniencias. Yo no dije nada! cort de mal modo. No me repliques, sobrino! Dijiste o no esgarro, excusado y juanete? No se te ha explicado hasta la saciedad, que se dice flema, inodoro y protuberancia, respectivamente? y a continuacin lanz una tosecilla disimuladora de dos golpes, como haca siempre al rematar una frase que ella crea de gran efecto. Me puso agua de Florida en el tup y me repas las uas con una manecilla de hueso. Coincidiendo con los ltimos toques, sobrevino la criada Joaquina, con su arrugadsima cara de antepasado, enmarcada en su eterno pauelo negro, para decirnos que el Barrigas, cochero alquiln de las familias de Auria que no arrastraban tren por su cuenta, estaba abajo esperndonos. Pregunt por mam y me dijeron que haba ido a la misa, disculpa sin sentido alguno, pues era notorio y buenos disgustos le causaba que mi madre no transiga con ir a la iglesia ms que los domingos y fiestas de guardar. Quise iniciar una protesta, pero como, desde haca algn tiempo, sucedan en aquella casa las cosas ms raras, prefer entregarme a la fatalidad de los acontecimientos. Nos encaramamos en el fiacre, que era de cesto con toldilla y cortinas de lona a franjas; el Barrigas sacudi unos trallazos sobre los pencos enmohecidos y se despegaron, por un instante, de las amatas, las moscas burreras, panzonas y obstinadas, mientras los caballejos empezaban a tamborilear sobre las lajas del empedrado. Unos minutos despus rodbamos por la carretera soleada y polvorienta. Del borde de las cunetas surgan los inmensos ramilletes de los cerezos en flor, con sus troncos de plata y la nube blanqusima de los ptalos con la entraa ligeramente acarminada. Nos cruzamos con el coadjutor de Santa Eufemia del Norte, don Domingo, el Pies, montado en un burro y con un espolique que llevaba los hisopos y cruces del Vitico, y nos persignamos en silencio.
Luego pas el sargento de la guardia civil, del puesto del Bellao, a la cabeza de cuatro nmeros, llevando en medio una cuerda de presos esposados, entre los que iban dos mujeres, jvenes an, pero estragadsimas de aspecto. Empezaba a picar el sol. Cuando los jamelgos iniciaron, con unos resoplidos insospechables en tan escueta anatoma, la ascensin de la cuesta de Cudeiro, mi curiosidad comenz a estorbarme fsicamente. Era como un escozor que me llevaba remegido en la badana del asiento bajo la mirada lateral de mi ta, que segua todos mis movimientos con muda autoridad. Alcanzbamos ya los altos del repecho final donde la carretera forma una alta curva abalconada hacia el valle. Sobre un otero, el bronco pazo sillar de los Arteixo presentaba armas con el espadn desenvainado de su herldico ciprs, frente al prtico de losas enteras, en arco, como la baraja abierta en manos de un jugador, y con la clave ilustrada por el vuelo de plumajes y lambrequines de una enorme piedra de armas, tambin labrada en granito. En la solana, hacia el poniente, asomaban, puestos a madurar sobre los anchos balaustres, los calabazos cohombros como enormes farolones vegetales, brillando al sol la turgencia de sus lacas, azules, rosadas y verdegrises. Los pencos clavaban la herradura en los morrillos del ltimo tramo de la cuesta y soplaban su disnea cada vez que el Barrigas aventaba un denuesto o descargaba un trallazo. Iba quedando abajo el valle de Auria, consu lineal precisin y su gozoso color de cuadro primitivo. En los medios del cielo planeaban los gavilanes con quietud eucarstica. A los lados del camino las parras en espaldera se empelusaban con el bozo blancuzco de sus primeros gromos o se extendan las leiras del maz, en las que la brisa armaba un rumoroso navajeo de facas vegetales. A lo lejos, las cimas de Montealegre con su dolmen crucificado, y en la otra banda del valle el lomazo de Santa Ladaa, pelado, asctico, con su solitaria ermita ventosa y su media docena de pinos cimeros, como la peina de un pavo real. Y ms all la sierra del Rodicio, sombra, violenta, como una rueda suplicial surgiendo entre una boira color cardenillo. La ta exhibi una tosecica, con aflautada voz ajena, anunciando simblicamente que iba a hablar, para lo cual se alivi de sofocos metiendo un dedo entre el cuello y la tira de terciopelo castao en la que lagrimeaba un dije con turquesas. Pero no habl. Yo devoraba mi pauelo y senta ganas de ponerme a gritar. Bizque de nuevo hacia m, sin volver la cabeza, apretando una sonrisa de increble deleite. Luego suspir haciendo subir la chorrera de encajes casi hasta el papo, y puso la mano en alero sobre la frente, con su conocido ademn de estar mirando algo atentamente. Yo me remeg como si me diesen alfilerazos en las nalgas, y la ta busc los registros acontraltados para amonestarme, con sermoneo novelero: Sobrino, jams sers nada si no aprendes a contemplar los panoramas de la Naturaleza tosi luego, media docena de tonos ms arriba, y torn a poner la mano como visera, mirando a lo lejos, fruncida de labios y espetada de riones, como una fofa materia vaciada en el molde del cors. En el comienzo del altiplano de Gustey, Barrigas pidi licencia y se fue a echar un vaso del tinto al mesn de la Trsila, del que sala un olor apetitossimo a peces de ro fritos con aceite y pimentn, y volvi, a poco, chupndose los bigotes, con un caldero en la mano lleno de agua, que arroj sobre la melanclica anatoma de las bestias. En el instante en que nos quedamos solos iba yo a romper las bridas a mi desesperacin con un grito enloquecido, capaz de perforar todas las capas del disimulo de mi ta, a la que planteara, sin darle respiro, en escuetos trminos, el asunto: o me deca a lo que bamos o me echaba a correr por la carretera abajo, de vuelta a la ciudad. Comenzara por llamarle Pepa, a secas nada la enfureca ms
, y luego le dira de un tirn todo el resto. Para mi conciencia ms ntima aquello sonaba a claudicacin. En esto, como en otras muchas cosas, yo saba muy bien lo que convena hacer, pero casi siempre haca lo contrario. Acaso no poda quedarme callado y esperar los acontecimientos, incluso gozndome en el gusto de su propia sorpresa? No, no poda. Y en aquel caso preciso, mi desdn por aquella tarasca y por sus ratimagos, lejos de ser una incitacin a la prudencia, eran un estmulo para mi propensin hacia lo catastrfico. Por otra parte, tambin saba yo que tal visita tena, sin duda, un sentido mucho ms vlido que el capricho de aquella infeliz, que ni siquiera era mala, sino que entre su naturaleza y sus actos mediaba toda la complicada liturgia social, hecha de inverosmiles disimulos, y los repertorios de gestos de la vida provinciana, que no obedecan a otro sentido que a su propia condicin ceremonial. Para quebrar las capas de su involuntaria farsantera haba que saltar sobre su descuido y pisar all con rpido alboroto a fin de no darle tiempo a volver por su gobierno. Y ya me dispona a la escandalera, consciente de su ridicula pantomima. En el punto mismo de ordenar, en una rpida cavilacin, la frase inicial del ataque, un golpe de sol apart, como por magia, las veladuras que encubran la ciudad y prendise, all abajo, entre el apeuscamiento de las casas, a la cruz de la torre grande, que qued luciendo en el aire como un pectoral de topacios colgado al pecho del cielo. Y con la imagen, me lleg el sonido solemne, lento, grave, de la campana mayor, anunciando el momento de alzar a Dios en la misa capitular. Apret los labios y los puos atento a la admonicin de mi ruda maestra, que me enviaba por los aires la leccin de su impasible fortaleza, y me qued repentinamente sereno, satisfecho, ablandado en una dulce languidez y abandono, en una misteriosa y cmoda aquiescencia, sin razones, a lo que tendra que ser. Y sobre el tamborileo de las herraduras me puse a tararear, por lo bajo, una cancin de la escuela, mientras la ta descabezaba un sueecito, apoyada en el amontonamiento de liblulas talladas en el marfil del puo de la antuca, y con un hilillo de baba desti-lndose por un recanto de la boca.
CAPTULO VI
Resaltando de las traceras de la puerta de hierro enteriza hasta lo alto del soportal, se vean las letras del Ave Mara en anagrama. Y en lo alto del arco rebajado, pomposas en su barroquismo de cantera, las del nombre del lugar: Quintal de doa Zoa, que era el nombre de mi bisabuela paterna. Un inmenso nogal, con argollas incrustadas en el tronco, para las caballeras de los visitantes y renteros, sombreaba el paraje; y, tallada en el muro que rodeaba toda la heredad, a la derecha de la entrada, haba una fuente con dos delfines, de colas entrelazadas y bocas de sapo, que dejaban caer el agua en el piln que serva de abrevadero. Me fue permitido tirar de la cadena del llamador y o cmo la campanita daba sus avisos cristalinos, all en la corraliza de la casona. Prodjose luego un chirrido de alambrados artilugios y la cancela se abri silenciosamente, sobre sus goznes engrasados, obedeciendo a una mano distante. Recorrimos el camino central, bajo la parra en tnel, bordeado de alcachofas y plantas de fresones; entramos en el pazo, sin haber visto a nadie, y ascendimos por la ancha escalera de piedra, que arrancaba del zagun amplsimo, como un patio de armas. En el rellano, donde la escalinata bifurcaba en dos brazos su ancho seoro, se me aclar gozosamente el misterio al ver a mi padre, esbelto, hermoso, con un batn de veludo color malva, y un tanto enmascarado con sus bigoteras de caamazo sostenindole las sedosas y doradas guas del bigote. Se me iba dibujando lentamente, mientras ascendamos, en las retinas todava alampadas por la luz exterior, y fui descubriendo sus finas manos hidalgas, su boca roja y adolescente, sus ojos de audaz cabrilleo verde y el tup airosamente encrespado sobre la frente impulsiva. La ta se lleg a l, alz en silencio su velo de tul y mi padre la bes en la mejilla y le dijo gracias. Me pareci que ella se pona demasiado plida. Luego me cogi por los brazos y sentndose, sin soltarme, en el arcn que all haba, me atrajo hasta tenerme entre sus rodillas, sin dejar de llenarme los ojos con aquel chisporroteo de los suyos, y como bandome de gozo en el resplandor de su sonrisa. De pronto me sacudi por las caderas y me dijo con un temblor casi vido en la voz: Qu hay, caballerete! yo aspir su olor caracterstico a piel sana, a cosmtico y agua de lavndula y, sin contestar, le quit la bigotera, forzando el elstico sujeto a la oreja, y le bes en los labios, sintiendo a travs de su pulpa los dientes firmes y parejos. Nos separamos un instante tomados de los brazos y volvimos a besarnos de nuevo. La Pepita, que detestaba lo que ella llamaba esos transportes, zanque por la escalera arriba torciendo el morro y murmurando con blanduchera cubana, imitada de la ta Asuncin: Qu relajo!. Mi padre me llev luego abrazado contra su pecho y yo le oa el corazn con sus dos golpes precisos, netos, seguros. El to Modesto tomaba las once lo que sola ocurrir despus de las doce, por la misma razn que la comida del medioda se haca all pasadas las dos abatido sobre un pernil de lechn fiambre y frente a un vasote de vino, de grueso cristal. Apenas me lanz una mirada esquinera, contestando a mi saludo con un gruido. En una de las ventanas que daban a un patio de labor, colgaban tres conejos despanzurrados, chorreando sangre, y un racimo de trtolas con un aire inocente de seoritas estranguladas. Sobre el alfizar, que tena de ancho todo el grosor del muro, un bho enorme, estpidamente herido por vanidad de cazador, estaba echado sobre el lomo, crispadas las garras hacia
el vaco, intentando un vuelo intil con un ala desarticulada por la municin, cada a lo largo de las cales del muro, como un gran abanico barcino. Cuando se cerr la puerta tras nosotros, el avechucho renov su protesta con chistidos furiosos, que tenan un no s qu de helado, de maldiciente, de amenazador. Yo lo mir con miedo y me vi tan envuelto en la acusacin de sus ojos bellsimos que tuve que volver la cabeza. Mi padre se sent y me mantuvo sobre sus rodillas, sin parar de sonrer, dejando ver sus dientes de fuerte y fina perfeccin animal, y sus encas altas y rojas. De pronto exclam, con un acento entre tierno y burln, como siempre que aluda a cosas del sentimiento: Vamos a ver, Bichn, quieres o no quieres a tu padre? El rubor me subi, de golpe, a la cara escandalizado de que tal pregunta pudiera hacerse en presencia del to Modesto, quien permaneci un rato sin alzar la cabeza de la presa, pero inmvil, como esperando or mi respuesta, para continuar luego con su crujir de mandbulas y el ruido de los dientes raspando la ternilla del pernil, ya sobre el hueso. Mi padre comprendi el sentido de mi azoramiento por una rpida mirada ma hacia el hidalgo, y exclam: No hagas caso de se. Cuando traga tiene intiles todos los otros sentidos. El to meti entre pecho y espalda, de una sola vez, el contenido del vasote, que era ms de un cuartillo, y dijo, envolviendo las palabras en un saludable regeldo: Saldr tan canallita como t Tiene tus mismos ojos de vaina y los emplea de frente como ese bicho y se levant para darle a morder el yesquero al gran duque, que chistaba, furioso, en el vano de la fenestra. No seas animal, M odesto, que asustas al pequeo! Yo me abland de mimos, defendindome de aquel ambiente cruel, aplastando mi mejilla contra el pecho de mi padre. Sent su maxilar apoyado en mi crneo con firmeza protectora. Y casi en un soplo le dije, continuando nuestra conversacin: Claro que te quiero mucho, pap. Ms que a tu madre? dijo con voz violenta de intencin y opaca de timbre, como si quisiera no ser odo. Igual contest sin una duda. No puede ser. Se quiere ms o menos. O se quiere diferente, zoquete interpuso el to Modesto dando una chupada al cigarro. Yo le agradec en el alma la oportuna intervencin, maravillado que tal distingo pudiera haber salido de aquella roma cabeza castrense. Luego, andando el tiempo, vine a saber que otras muchas finuras se celaban tras aquel adusto talante y aquella fachenda brutal. Eso es, pap; te quiero igual, pero de otra manera aad con algo de miedo y tratando de sonrer, pues saba yo que el carcter obstinado y simplista de mi padre no iba a mitigar sus demandas ante artificios ms o menos sutiles. A ver, a ver, explica eso bien, que para algo te llaman sietelenguas! Demasiado me entiendes Dejemos ya eso y dime para qu me han trado. Me voy a quedar aqu? Tanto te pesara quedarte con tu padre? Ves cmo no le quieres? Djate de decirle mariconadas al chico, y que se vaya a destripar nidos por ah! grit el to, con malhumor.
Y a ti qu hostia te importa? Por qu no te largas? Por m que os zurzan a los dos aadi congestionado. Y al mismo tiempo abri de un puetazo la ventana y cogiendo al bho por en medio del cuerpo, sin preocuparse de sus aleteos y araazos, grit hacia el salido: Bricio, Bricio! Dnde anda ese acmila? se oy abajo la voz de un zagal dando excusas. Tira eso a los perros! Pero vivo, eh! Si lo matas antes, te breo a vergajazos y se oy el golpe sordo del avechucho cayendo contra las losas. Luego sali del despacho cerrando la puerta de un golpe. Mi padre, insensible a todo aquel horror, me mir flamante durante un rato, y luego, apartando los ojos de m, dijo casi penosamente: Luis, tienes que escoger entre tu madre y yo. Luis! Luis! Qu cosa horrible or pronunciar mi nombre! No recordaba habrselo odo nunca a mi padre. Demorado en la punzante sensacin de mi nombre en aquellos labios, como una apelacin a nuevas y tremendas responsabilidades, no alcanc a entender, as de pronto, el significado de las palabras, como si se me hubiesen quedado un instante detenidas en el umbral del sentido. Las escuch luego en mi interior como un rebote de alarmantes ecos. Qu dices, pap? grit desasindome de sus brazos y quedndome de pie frente a l, clavndole los ojos. Que te vengas aqu a vivir conmigo, o que te quedes de una vez y para siempre con tu madre. Yo no te reparto con nadie. Pero cmo quieres que deje a mam sola? Tiene a tus hermanastros. Me pareci una grosera indigna de mi padre orle llamar a mis hermanos con aquella palabrota: hermanastros! Adoraba yo a Mara Lucila y a Eduardo; y aun cuando su comportamiento, a raz de las desavenencias de mis padres, haba sido un tanto desapegado, no dejaba de quererles. La situacin estaba llegando a una tirantez tan insoportable que slo pens en irme y cuanto antes mejor. Y as, dirigindome hacia la puerta, exclam: Quiero marcharme Se levant de un salto y me cogi por un brazo. Qu es eso de quiero, mocoso? T hars lo que se te mande dijo gritando, al borde de aquel terrible encolerizamiento que yo conoca tan bien y que era tan peligroso provocar. No obstante, insist, dando un tirn: Yo me voy. A dnde, imbcil? y me atenace ms fuertemente el brazo. Por vez primera senta de aquel modo la mano de mi padre sobre mi cuerpo, aquellos duros y finos dedos mandones, animados por una antigua sangre de seor. Era una sensacin de noble placer, a pesar del dolor fsico, el sentirme dominado por una tan resuelta energa. Di todava un tirn para acentuar el extrao y secreto goce y sent las uas de mi padre penetrando en mi piel a travs de la sarga de la blusa, mientras le miraba a las pupilas de ancha franja verde, contradas y brillantes. Permanecimos un momento en aquella dolorosa averiguacin del alma a travs de los ojos desafiantes. Su mano se fue suavizando poco a poco, y alz la otra apoyndola en mi hombro izquierdo. Se acuclill hasta mi altura, sin dejar de mirarme, mientras su rostro empezaba a ablandarse, hacia la
sonrisa. Yo permanec enfurruado y duro de cejas. Cre que eras una anduria[2], criado como fuiste entre faldas y ahora me resultas un miato[3] Soy hijo de mi padre. Quin te ense eso? M e lo dicen en casa, cuando hago algo mal. Fino enseo te da tu madre! M am nunca te nombra. M e lo dicen las tas Buen atajo de brujas y gorronas. M am te quiere tambin Calla, monigote exclam apartndose bruscamente de m. Sac la petaca y el librillo de hojas del bolsillo del pantaln sesgado sobre el muslo, a la paisana; li la picadura con parsimonia que el temblor de sus dedos haca difcil; bati luego el pedernal, alborotando un racimo de chispas, dio una chupada honda y exhal el humazo azul por boca y narices. Ludivina! Trae una botella de tostado y unas lonchas de jamn grit, entreabriendo una puerta. El vano de la ventana que daba a poniente se recortaba en el cielo luminossimo, de un rojo blancuzco, como candente; zumbaban las moscas y se oa a lo lejos el quejido musical de los carros de bueyes, con su eje de abedul sin ensebar. Mi padre se quit el batn y recogi las mangas de la camisa hasta el codo, dejando al aire los antebrazos espinosos de pelos duros y claros. Se asom a la ventana, mir hacia abajo y grit: Sujeta esa becerra, brbaro! No ves que se est crismando? Bscale el tbano ah, en la entrepierna Y volvindose de pronto hacia m, continu casi en el mismo tono: Tu madre no me entiende, sabes? Uno tiene sus cosas Ya comprenders estos fandangos cuando seas mayor. No me entiende! Yo quiero que, si hago alguna burrada, me griten. No quiero caras de mrtires ni llantos por los rincones. Uno tiene sus cosas, qu caray! Pero lo cierto es que yo nunca le falt. Todo hubiera podido evitarse si no se metieran a hozar en lo que no les importa toda esa patulea de cuervos y brujas Bueno, pero el caso es que yo nunca le falt. Porque una cosa es hacer burradas y otra faltar Tu madre no me entiende, sabes? Uno tiene sus cosas Ya comprenders estos fandangos cuando seas mayor. No me entiende! Yo quiero que, si hago alguna burrada, me griten. No quiero caras de mrtires ni llantos por los rincones. Uno tiene sus cosas, qu caray! Pero lo cierto es que yo nunca le falt. Todo hubiera podido evitarse si no se metieran a hozar en lo que no les importa toda esa patulea de cuervos y brujas Bueno, pero el caso es que yo nunca le falt. Porque una cosa es hacer burradas y otra faltar Tu madre no me entiende, sabes? Uno tiene sus cosas Ya comprenders estos fandangos cuando seas mayor. No me entiende! Yo quiero que, si hago alguna burrada, me griten. No quiero caras de mrtires ni llantos por los rincones. Uno tiene sus cosas, qu caray! Pero lo cierto es que yo nunca le falt. Todo hubiera podido evitarse si no se metieran a hozar en lo que no les importa toda esa patulea de cuervos y brujas Bueno, pero el caso es que yo nunca le falt. Porque una cosa es hacer burradas y otra faltar Tambin t sabes eso, hijo mo! Tambin te han dicho eso! sac las manos del bolsillo y
grit, apretando los puos: Criminales, brutos, criminales! La criada Ludivina se detuvo en el umbral con el asombro titilando en sus iris de agua, transmitiendo su temblor a los enseres de la bandeja que traa. M i padre le dijo secamente: Deja eso ah y dile a Pepita que venga. Sali despavorida la sierva y yo me fui hacia mi padre abrazndole por la cintura. No, pap, no! Qu vas a decirle a la ta? Brutos, criminales! repeta con mi cabeza apretada entre sus manos. No le digas nada, pap! Criminales, sucios! Echar as estircol en el corazn de una criatura! Me levant con un movimiento brusco y me apret la cara contra la suya. Mi cuerpo bambole sobre su hondo respirar y entre nuestras mejillas resbal algo tibio y custico. Mi padre estaba llorando! M e acometi un ahogo repentino, como si una esfera de plomo se me hubiese atascado en la garganta. Met a la fuerza una bocanada de aire y de un tirn la devolv, con un sollozo que era casi un grito: Pap, pap! rode su cuello con mis brazos como si quisiera meterme en su carne, y hubiese deseado que en aquel momento la sangre tendida asomase abruptamente por algn sitio de mi cuerpo. Yo no tena lgrimas para decirle hasta qu punto lo adoraba y cmo me pareca razonable, aunque no pudiese explicrselo, todo lo que suceda, por el solo hecho de que l fuese el causante. Mi padre se volvi hacia la ventana y me hizo recostar la cabeza sobre su hombro, para que no le viese limpiarse los ojos. En este desdichado momento apareci Pepita, enfundada en una bata de cfiro lila y con un paizuel de guipur atado flojamente sobre las areas cocas. Se detuvo en la puerta, tosi en la ajena tesitura, como siempre que se dispona a afrontar el dilogo, y exclam, varios tonos ms abajo: Me requeras, cuado? No vine antes porque esperaba a que terminase el idilio aadi con irona cursilona. M i padre dijo, sin volverse: Vete a la mierda! Jess! cacare la ta, con subido gallo de sncope. T y el aquelarre de tus hermanas y parientes Todos a la mierda! Cuado! alborot con desgarrones en la voz. Olvidas los respetos que me debes! Jams de los jamases hubiese credo que una pasin de nimo Su voz se rompi como un flautn de caa, y se apoy luego con la mano muy alta en la jamba de la puerta, como preludiando un desvanecimiento. Si te desmayas sales por esa ventana a dormir la cursilera en el corral, con los cerdos la ta recompuso de un golpe sus flaccideces, se encuadr teatralmente en la puerta y declam, con prosa de novelorio y voz entera: Pap le dije al odo, le va a dar algo a la ta se volvi y le dijo secamente: He sido ofendida en mis fibras ms ntimas! Qu avisen al Barrigas! Ni un momento ms aqu Y con la misma dio la vuelta en redondo y se fue por el corredor muy tiesa, a largos y acompasados trancos, ligeramente genuflexos, pinzando con dos dedos de la mano derecha los delanteros de la bata y con el dorso de la izquierda apoyado en la frente. M i padre me puso en el suelo, me alis el pelo con la mano y dijo calmosamente:
CAPTULO VII
Siguieron tres das de tupida llovizna abrilera en los que no se pudo salir de la casona. Relucan los prados a lo lejos, en las caudas de las colinas, como lminas de cristal verdiamarillo iluminadas por debajo. Descenda por las corredoiras, roto en hilos de azogue, desbordado, el regato de las Zarras, y despus de hundirse en los blandos cspedes de un soto de castaos, en los bajos del pazo, juntbase en un caz de ms formal andadura, tapado casi por los helechos espessimos, por las matas de malvela y las varas de la digital con sus altos sistros de campnulas purpreas y barbadas y sus hojas anchas como lenguas lanosas y fras. En la linde del paredn, donde acababa la huerta y empezaba la dehesa, sala al paso del riacho un molino de rodicio vertical que alegraba aquellas sumergidas horas con el ritmo bailarn de su tarabilla, antigua inventora de coplas y de danzas. La llovizna de espesos vapores daba a todo un aire fantasmal y pesimista. Y cuando el sol meta su lanzn repentino, para iluminar una escenografa de boscajes, pareca anunciar la irrupcin de algn genio desaforado, harto ya de tanta modorra y dispuesto a terminar con aquel adormilado pespunteo de agujas grises sobre las encantadas luces del mundo. Fueron unos das para m muy fatigosos y tristes. Al final de ellos senta los huesos del pecho como resortes apretados contra el corazn, como si el costillar del lado izquierdo tuviese sus curvas hacia adentro. El to Modesto extraa, de pronto, de entre los filos y mazazos de su habitual ordinariez, unas delicadezas tan impropias en l que ms bien semejaban cazurreras encubiertas, como es de uso entre las gentes rsticas que disimulan as sus burleras. Pero su reiteracin y la eleccin de su oportunidad descubran la naturaleza de tales atenciones, denotando una gran ternura de alma, hundida, negada, quizs defendida por aquel exterior puntiagudo, como la carlanca de pas defiende el pescuezo del buen perro guardin. No permita que su barragana interviniese en mis cuidados, y apenas la vi un par de veces, mirndome desde lejos, entre maravillada y rencorosa. Las perentorias reclamaciones a la servidumbre, no slo sobre mis comidas principales sino sobre cosas de la gula y merendolas de entrehora, eran tan speras como si la cochura de un roscn o la temperatura de un vaso de leche fuesen asuntos de los que dependiese la vida de un ejrcito. Y all eran los vozarrones de mando: Eh, t, Ludivina! Dnde rayos has visto que se le den a los chicos filloas sin miel? Gerardo, o centellas! Vas a ir o no a los trasmallos de la presa a ver si hay truchas? Dos comidas sin que este pequeo tenga un miserable pez que llevarse a la boca Estas reclamaciones eran a condicin de que yo tcitamente no las oyese. Si tena que dirigirse a m, las cosas cambiaban. No s quin carafio te educa a ti! Echale los dedos al pollo, canijo, que se te queda lo mejor pegado al hueso! Suena para abajo esos mocos, hom! Fuerte, fuerte! Pero to, si hago ruido! Anda, concho! Y cmo vas a sacar ese endrollo de moquero que tienes ah, nams que acariciando las ventas con ese lenzuelo de dama? No os ensean ms que mariconadas. Ven aqu
Sopla y me coga la nariz con su horrible panoln, oliendo a tabaco y a sudor. Sopla encanijado, sopla! Ah est. Vistes? Lanzaba luego una risotada y me apartaba de s con un empelln, como si quisiera demostrarme que nada tena que ver conmigo y que el sonar a un chico era la cosa ms natural del mundo, que se haca con cualquiera. Cuando estbamos en stas sola aparecer mi padre con su paso alobado y, sin decir oste ni moste, como quien se apodera de un objeto, me sacaba de all de un tirn y me llevaba a otro cuarto, sometindome a uno de aquellos interrogatorios llenos de matices y distingos, interminables, torturantes, sobre el irme o el quedarme, sobre el elegir entre mi madre y l, que me dejaban aturdido. Era terrible su tctica. A fuerza de idas y vueltas del razonamiento quera persuadirme de que mi alejamiento de mam sera asunto de mi libre decisin y que por parte de ella ya estaba descontada una tranquila conformidad. Y como esto no era cierto, quera que lo fuese acumulando palabras, argucias e interpretaciones caprichosas sobre la irreductibilidad simple de los hechos. Y as era en todo: una gran decisin, una escueta violencia ejecutiva para llevar a cabo actos que casi siempre descansaban sobre bases arenosas, movedizas, que l intentaba consolidar artificiosamente sometindolas a su terquedad, a su capricho, a fuerza de transformarlas con palabras, identificndolas con la imagen de su deseo, o desechando las contradicciones, como si no las viese. Cercado por la contumacia de aquella tremenda voluntad, empeada en saturar ms que en mandar, acud al subterfugio de colarme por la porosidad de sus propias malicias, declarndole que necesitaba pensar en todo lo hallado, pero lejos de all, en mi casa y en mi cuarto. Unos pocos das seran suficientes. Realmente haba un fondo de verdad en tal promesa. No todo lo que mi padre hablaba iba a humo de pajas para mi atencin. Uno de sus argumentos sobresala, con su limpio patetismo, sobre los dems. Razonaba que, si le dejbamos solo, ya nada le contendra en aquel librarse al azar de las cosas y sera peor para todos. Y peor para l, pensaba yo vindole tan inseguro, tan desasistido, refugindose en mi parva entidad, como en un final reducto, para no caer del todo en la desintegracin social y en el caos ntimo. Y as, despus de unas repentinas llamaradas del carcter, con numerosos no me da la gana, no faltara ms y se har lo que yo mande, el primer da en que el sol dio cuenta de aquella ceniza final de la rezagada inverna, parta yo de regreso para mi casa, montado en la Cuca, la yegua predilecta del to M odesto, con el zagal Gerardo de espolique.
CAPTULO VIII
El avispero de las tas estaba siniestramente alborotado. Despus del rspice de mi padre, Pepita adopt una actitud de silencioso encono. Su flato habitual vino a aguzarse en tremolados gases que la tenan sacudida horas enteras, sin decir palabra, aderezndose tisanas de tila y manzanilla, y bizmndose las sienes con rodajas de patata o con lunarones de hule negro, untados en diaquiln. La ta Pepita era un extrao ser que, en la mocedad, haba disfrutado de una belleza de rostro, un tanto provocativa, y de una abundante disposicin de las carnes que gustaba a los varones. Mas, a pesar de su apariencia maciza, haba denotado, desde joven, cierta flojera de salud, de no muy claro origen, que daba, adems, de s, temporadas de ocena de muy fastidiosa conllevancia. Esto la fue haciendo recelosa e insegura de sus reales valores como hembra, que vea diezmados por aquellas penosas y emanantes molestias que, aun cuando temporarias, la alejaban de toda relacin consecuente, capaz de llegar a trminos definitivos por los caminos del estado civil. Con todo ello, se haba ido recociendo en su clida morenez, privada de hombre, aunque bien pudo haberlos tenido; pero su austera honestidad provincial y su intransigente moral religiosa la haban hecho soslayar aquellos internos repelones de la carne hacia los derivativos del culto, de los novelones, de los fugaces noviazgos de balcn o de las calcinantes ensoaciones solitarias a cuenta de las intrigas de alcoba que escuchaba, como quien no quiere la cosa, pero, en el fondo, ardiendo de curiosidad, de labios de las cinteras, corredoras y modistas que todo lo saban y que, en cierto modo, la tenan por involuntaria confidente e indirecta consejera para sus tratos y discretsimas terceras. Y usted, que hara en tal caso, doa Pepita? Una es quien es y hara lo que hara. Pero tratndose de esa perdidona, qu importa uno ms? Dios bendiga ese discernimiento! Exped una opinin, no di un consejo Todas estas idas y vueltas del carcter, las contradicciones entre los fuegos del temperamento y lo frgido de las apariencias; las ansias frustradas, las ternuras sin destino, las pobladas soledades y las sofocadas pasiones del nimo, habanla llevado a aquellos trminos de flatulencia y nerviosidad; y no pudiendo desenfrenar aquella carne por los cauces normales, la puerilizaba en una artificiosa inmadurez, con lo cual vino a quedarse, entre abobada del cuerpo y aniada del alma, en esa zona donde lo cursi se realiza como una falsa imagen de la vida que el cursi va crendose para no sucumbir ante los brbaros embates y los rudos mandatos del mundo y del deseo. La ta Asuncin, repatriada de Cuba algunos aos antes, viuda de un coronel monstruoso que la haba desposado a los catorce, acentuaba en los das de perplejidad y conflicto pues en los otros pareca no existir su jarabosa memez tropical, inflada de innocuas ironas, y se los pasaba cambindose sus vestidos de cotorrona, colgndose cadenas, prendindose dijes y sacudiendo, en el balcn, los uniformes de su marido, para acentuar, con toda aquella simbologa, su presunta superioridad sobre nosotros. En cuanto a la ta Lola, con su ladino aire monjil, sus trotecillos perdigueros y sus jorobitas naufragadas entre los encajes de sus espumosos caness, en cuanto hallaba razn para ofenderse, que para ella era tanto como vivir, se pasaba las horas, azogada y ardilla, corriendo de aqu para all,
abriendo y cerrando armarios y bales como en la proximidad de un urgentsimo viaje. Las puertas y ventanas del segundo piso, que era el que mam les ceda, se vean batidas minuto a minuto por descargas injustificadas de maderas y cristales. Y entre el fragor de toda aquella actividad, la voz de Asuncin la emprenda de pronto con unas desgaitadas habaneras, sacudiendo a palmetazos las galas del extinto espadn: De Yocotango a La Habana una mandinga vi yo y como era tan bonita con mandinga me fui yo. La cantata se interrumpa por el tajo de una carcajada, sin origen alguno razonable, y sta para dar paso a alguna incongruencia que intentaba ser irnica, dicha en pamemoso lenguaje colonial: Laj cosa pasan po que tienen que pas! Ay y cuantaj calaveraj va hab ner da der Gran Juisio, unas peladaj y otraj con pelo! Ya lo desa mi finadito: No oro todo lo que reluse A m con esas! Ja, ja, ja! Guanabacoa la bella con tus murallas de guano hoy se despide un cubano porque el hambre le atropella Y paf, paf, paf, la palmeta cayendo sobre las mangas historiadas del remoto usa, patriticamente hecho cisco en la guerra estpida, por mambises y cimarrones o por los pestilentes alientos de la manigua. Y as todo el da, de la maana a la noche, aquel cotarro
CAPTULO IX
Mam, sentada en una butaca baja, de yute, con cenefa de madroos entrelazados, no levantaba los ojos de su labor ni pareca darse cuenta de aquel estruendo. Estaba bordando unas matas de pensamientos, en labor de realce, para una rinconera de la sala. Sus dedos, ligeros y exactos como picos de pjaros, manejaban, con disciplinada paciencia, aquellas increbles agujas tan delgadas como las mismas hebras de la seda. Yo la miraba de vez en cuando por encima del borde de mi atlas, haciendo esfuerzos para mantenerme callado dominando el tumulto de mi corazn, cuyo palpitar acelerado apenas me dejaba trazar el contorno diminuto de las islas del archipilago malayo, reflotadas por los lpices de colores a la turbia superficie del papel cebolla. El problema que me haba planteado mi padre arrojaba sobre m una insufrible carga de vida. Luego supe que mam haba accedido a aquella entrevista nuestra sin querer entremeterse ni en sus causas ni en sus resultados. Pepita, dando pbulo a sus figuraciones noveleras y cogiendo por los pelos la ocasin que se le presentaba de ver nuevamente a pap, se ofreci a llevarme, sin decirme el objeto, pues tema, y con razn, que, de saberlo, yo me negase a ir. Mis sentimientos hacia l participaban del temor y del deseo, como la atraccin abismal, pero me resultaba ms llevadero no acercarme hasta el borde mismo del peligro para no tener que afrontar comprobacin tan rigurosa, por lo cual evitaba el verle; me pareca que con ello traicionaba de algn modo a mi madre. Por su parte, ella me haba interrogado toda la tarde del da de mi regreso, buscando en la escualidez de mis respuestas la minuciosidad de matices que le permitiesen reconstruir las conversaciones sostenidas con mi padre, como si quisiese orlo hablar por mis labios. Pero qu fue exactamente lo que le dijiste? Eso, mam: que me quera quedar contigo. Y l cmo lo tom? Pues como siempre toma las cosas. Eso es no decir nada. Quin sabe cmo l toma las cosas! Y cuando te lo propuso, lo hizo rogando, ordenando? M e lo dijo, sencillamente. Claro Pero yo te pregunto por el tono, por los gestos. Habl con violencia o trat de persuadirte con razones? Te habl mal de m? Te lo dijo a la vista de M odesto o estabais solos? La pugna era terrible y se repiti en das sucesivos. Ella saba que yo no iba a decirle nada que aadiese nuevos sinsabores a los muchos que sofocaba en su aparente serenidad. Pero aquel da estaba decidida a arrancarme una confidencia completa. Detuvo un momento el picoteo atamborilado sobre el raso extendido para enhebrar una aguja, y dijo, con los dientes cerrados, sin soltar el cabo de la hebra: Preferira que resolvieses de una vez y sin consejo de nadie con cul de los dos quieres vivir. Tal vez a su lado No te dira todo esto si no supiese que eres capaz de obrar por tu cuenta. Pinsalo y decdete, pero pronto Su voz era suave, matizada, de tono bajo y timbre penetrante. Cuando hablaba un rato largo, yo senta por todas partes la presencia tctil de su voz, como si me envolviese, como si me entrase por
todos los poros; flotaba y me meca en ella como en un tibio lquido. Era una voz sufrida, suavemente martirizada, sin desniveles, como desangrndose. Era como el resplandor de su ms honda vida, de aquel vivir reservado, tan ajeno al placer como al resentimiento. Se dira que el sufrir sin eco ni reaccin visible era su manera normal de existir; nunca pude imaginrmela entregada al goce de los sentidos o a la carcajada abierta, ni tampoco al grito airado o a la irrupcin brusca en el alma de los dems, ni aun en esos momentos en que un gesto extremo puede decidir el rumbo de las cosas y resolver su indecisin. Pero aquella imparcialidad era mucho ms coercitiva que el ms desgaitado repertorio de los ademanes habituales con que las gentes glosan y dramatizan hacia afuera sus anhelos y dolores. No era frialdad ni disimulo, sino un dominio de su temperamento, de su fuerte temperamento, llevado a cabo a fuerza de abandono, de orgullo y de soledad. Hurfana a los diez aos y casada en primeras nupcias apenas salida del colegio de monjas, tuvo que soportar las enfermedades y la dureza de carcter de un hombre de mucha ms edad que ella que la haba llevado al matrimonio por un trato familiar en realidad, por un enjuague del to Manolo, su tutor, un repugnante avaro que no vea ms que los intereses inmediatos, como quien adquiere un objeto caro y magnfico para su disfrute exclusivo. Ella misma sola decir que no haba tenido vestidos intermedios entre su uniforme de colegiala y su traje de novia, y que antes de cumplidos los quince aos llevaba en su cario la ltima mueca y en sus entraas el primer hijo. No haba habido amor alguno en aquellas monstruosas coyundas, y su carne sana y generosa respondi, simplemente, con la maternidad al deseo de aquel tsico que la abrazaba entre ahogos y sudores. Pesaba tambin sobre ella la predileccin de su padre, que la adorara y que la mejor notablemente en la herencia, hasta el extremo de que sus hermanas luego de las trifulcas y canalladas del albacea, que era el mismo to M anolo, quedaron punto menos que en la miseria. Mam tena un respeto casi mtico por la figura de mi abuelo. Este haba sido un liberal intransigente y un librepensador activo, odiado y perseguido por toda la clereca y la beatera, aunque nunca pudieron meterle el diente, pues haba sido un gran seor del corazn y de la inteligencia y el pueblo le haba rodeado con un gran afecto. Mam lea sus publicaciones y folletos a escondidas. De tales lecturas le vena su originalidad desconcertante al juzgar hechos del pueblo a contrapelo de todas las opiniones, y de ah tambin le vinieron los matices y aparentes deformaciones de su religiosidad, que en nada se pareca al farisaico automatismo de los denodados rezadores de Auria, capaces de las ms aparentes contriciones y de los ms feroces procederes en la conducta. Por todo ello, el abuelo haba ido a parar al cementerio civil, o como deca mi madre, haba tenido el honor de inaugurarlo, mientras todo el resto de la familia ocultaba este enterramiento como una irreparable desgracia. De todo esto tena yo noticia gracias a mis rebuscas por armarios y desvanes, y a mi costumbre de escuchar, entre cortinas y tras las puertas, los coloquios de los mayores. Un da casi mato a mam de susto, pues no se me ocurri otra cosa que copiar con crep las barbas del abuelo y presentarme ante ella, con un levitn, recogido por detrs con imperdibles, y arreado con todas las insignias de la masonera que haba encontrado en una vieja cmoda. La ta Lola, con una intencin que no comprend en aquel entonces, me ayud, con risitas de liebre, a disfrazarme, copiando los detalles del gran retrato de la sala, que el funesto to Manolo haba hecho retocar suprimindole, precisamente, todas aquellas bandas, mandiles y joyas de la jerarqua. A pesar de estas tempranas frecuentaciones al mundo de las ideas libres y de este juvenil contacto con aquella incitacin al propio gobierno de su vida, mam se haba mantenido, al menos en
lo externo, fiel a los usos y costumbres, aunque dentro de una femineidad menos rgida y rutinaria que la de sus contemporneas, y que, tal vez por ello, resultaba ms grcil y ms ntima a la vez que la de aquellas tarascas, perdidas en las chcharas de receta y en los ademanes tradicionales que formaban el ceremonial de las antiguas costumbres, vaco ya de su gracia y oportunidad originales. Su recato que, en el fondo, era desdn por su medio, su alejamiento de aquel mundo de insulsa frivolidad, y su sometimiento resignado a las contradicciones dolorosas que constituan la exterior urdimbre de su vida, fueron tal vez los atractivos que, por contraste, acicatearon a mi padre: hombre de primera juventud muy corrida, seorito guapo, rico y acometedor, arriscado jugantn, con mucho de Don Juan provinciano, y con el prestigio de sus aos de estudiantn en Compostela, organizador de tunas, osado garitero y raptor, y el de sus correras en los Madriles, y luego, al caerle la herencia, por el extranjero finisecular, de donde haba trado descripciones fulgentes de Cortes y Exposiciones Universales, de mujeres despampanantes y de excitantes usos, y un modestsimo poliglotismo, apenas de portera hotelera, pero que le daba mucho lustre en Auria. No fue sin arduos empeos y constancia que logr atraer primero la atencin y despertar luego el amor de mam. Como siempre ocurre con esta clase de irredentos, empez por sentir curiosidad hacia l, a medida que le iban llegando, minuciosamente referidos y conscientemente exagerados, los cuentos y recuentos de sus desatinos, querellas y despilfarras. Complet esta primaria inclinacin de la curiosidad, y tal vez de la conmiseracin, la oposicin cerrada de sus hermanas, familiares, amigos y consejeros, que era como aadir combustible a los levsimos fuegos de la pasin naciente. Tena mam veinticuatro aos y l poco ms cuando se casaron calladamente, casi sin noviazgo visible, en la capilla del pazo familiar de los Torralba, en el planalto de Gustey; lo que fue comentadsimo, pues en todo lo que se recordaba de ceremonias de esta clase, en Auria, no se haba sabido nunca de una desposada que fuese a contraer nupcias en la casa de su prometido. Con todo, las crticas no fueron ms all de esta pequea circunstancia ceremonial, la dignidad de aquella mujer, su serenidad magnfica y su honestidad perfecta ungan de tranquila razn todo cuanto tocaba y realizaba, y lo ms que se dijo, que resultaba innocuo comparado con la capacidad de maledicencia del burgo, fue que el loco Torralba se casaba para apuntalar sus finanzas alicadas y continuar su vida de disipacin con los dineros de la mujer, lo que result una triste profeca. Pero lejos de hacerlo con la premeditacin que se le atribuy en aquel entonces, lo llev a cabo con la ms inconsciente naturalidad. Para mi padre el dispendiar todo lo que tena a su alcance, sin pararse en escrpulos legales o morales, era la cosa ms lgica de este mundo y no le ocasionaba ni vacilaciones ni remordimientos; todo lo ms se enfureca cuando los medios le faltaban, y trataba de conseguirlos fuese como fuese. Para l el gastar era una funcin tan automtica como la de respirar; y cuando no tena qu, caa luego en la gesticulacin incoherente y desatinada del que se ahoga. El mundo se le converta en clavo ardiendo y echaba mano de lo que le haca falta, completamente ajeno a sus consecuencias, con un aire urgente de agnico. Ello no significaba, como ya dije, ni clculo en su matrimonio ni desamor hacia su mujer, y cuando alguien le haca observaciones sobre el particular se quedaba estupefacto, como si le hablasen un idioma incomprensible y ligeramente burln. Mi padre era uno de esos hombres que pasan por la vida con las franquicias de aquellos a quienes se consiente, como un valor convenido, que hagan las cosas a su modo. Consentir en que alguien haga las cosas a su modo, es decir, en forma que resulten inocentes cosas de Fulano, es tanto como otorgarle carta blanca para que obre como un imbcil, como un bruto o como un malvado, sin que puedan los dems
decir seriamente que lo es, y sin dejar de sus bellaqueras o de sus sevicias un rastro de responsabilidad por donde irle al alcance. Cuando mi padre jugaba a una sota, en una chirlata villega, el hermoso casal barroco de las tierras del Viana, la gente murmuraba, sonriendo: cosas de Luis Mara, como lo dijo cuando, todava estudiantn, haba corrido media Europa tras las enaguas, no muy limpias, de una diva tronada que conociera en una funcin de pera, en las fiestas del Apstol, la que, a su vez, mantena a un bartono afnico, a quien mi padre dej tendido, segn se murmur, en una calle de Budapest. Las cosas de mi padre eran, pues, cosas a su modo, cosas de Fulano; es decir, cosas de la impunidad, del crimen implcito, consentido, casi legal. A mam tambin la quera a su modo, es decir, sin renunciar a sus cosas, casi obligndola a comprenderlas ya que no a compartirlas. De este cario no participaba nada que se pareciese, no ya a un sacrificio, sino a la ms leve incomodidad. En cuanto algo o alguien le impona obligaciones que significasen la ms leve cortapisa a la simplicidad caprichosa de su temperamento, no tena, aunque lo desease, fuerza suficiente de carcter para soportarlo. Pero su misma arbitrariedad, aquel librrimo ademn frente al aprisionamiento de una vida que nosotros vivamos y suframos del lado contrario, encuadrada en el ritmo de lo previsto, de lo formal, de lo aburrido, me haca amarle y admirarle aunque sin plenitud, sin total entrega, con un contradictorio sentimiento de superioridad y amparo, como si l, tan fuerte y en apariencia tan libre, necesitase, no obstante, de mi proteccin, cuidado y fortaleza. Su gesto flotante, como desasido, sobre las rutinas ms respetables, me hacan temer por l como si fuese a despearse a cada paso. Su energa abrupta y discontinua y la gracia imprevista de sus desenfados y mandoneras, tenan algo de la rfaga de viento o del vuelco de la ola, capaces, con igual indiferencia, de acariciar y destruir. Para quererle haba que tratar de no transgredir tales lmites y que detenerse en aquel punto de roce en que su personalidad y la de los otros conjugaban el equilibrio de sus atracciones y repulsas. Ms all de esto estaban el conflicto y el choque. Pero l era, exactamente, todo lo contrario. Lo que no coincidiese con la direccin de sus impulsos, lo arrollaba o lo ignoraba, segn fuese la resistencia del obstculo. Nada tena de comn aquel amor tan real, pero tan construido y vigilado, con el total enajenamiento del que me una con mi madre, renunciante a toda disparidad, transfundindome en ella, como desnacindome. Empero, cuando en mi cario hacia l no rega aquella especie de conciencia del sentido de los lmites, aquel tenso cuidado y salvaguarda de m mismo, me senta atrado, como hacia una fulminacin temida y deseada, como queriendo probar mi poder de persistencia a travs del impacto mismo de aquella impulsin irresistible, desintegradora. En mis secretas relaciones de amor y miedo con el templo, haba algo de aquel dramtico cario hacia mis padres, del cual el templo era como una obscura alegora.
CAPTULO X
Mam call largo rato y yo me mantuve con la cabeza entre mis papelorios escolares, aunque sin hacer nada. En el piso de las tas continuaba el batir desmandado de ventanas y puertas, y el canturreo de la criolla aquerenciada; y resultaba fcil imaginarse el trotecillo fantasmal de la gibosa y la melanclica postracin de Pepita, hundida en los cojines de su canap, devolviendo, en regeldos aflautados, los vapores de las tisanas de azahar y sumidades de culantrillo. Apareci Joaquina, con la desolacin labrada en las masillas del rostro, para decirnos que las tas, tras haberse negado a desayunar, haban mandado luego a comprar, para el medioda, comida de la fonda de la Javiera; viandas plebeyas que estaban comiendo a deshora sobre los muebles o con los platos apoyados en las rodillas, como los mendigos de portal o como en las casas donde hay duelos o enfermos, que nadie piensa en poner mesa, aludiendo a la situacin con gimoteos, dichos y refranes hirientes, tales como ms vale pan en mi casa que ave en la ajena, fui a tu casa y me enoj, vine a la ma y me acomod y mencionando su triste posicin de pobres recogidas, cuando, en realidad, eran las dueas y hacan siempre lo que se les antojaba, sin consultar con nadie. La Joaquina, que conoca muy bien el pao, hizo partcipe a mam de sus sospechas acerca de aquel misrrimo refrigerio tabernario, como de jornalero, en el que se demoraban haca ya media hora larga, alternndolo con idas y vueltas, injirindolo tan despacio que ya daba asco de fro, y asomndose entre bocado y bocado, a la ventana de la calle de las Tiendas, como si esperasen a alguien ante quien exhibir la bazofia humillante. Dicho y hecho. Apenas la vieja sierva haba acabado de referirse a esto, cuando se oy la esquila del picaporte agitada por el tirn del cordel desde la perilla del zagun. Joaquina sali al corredor para abrir y se encontr con que ya la Lola, desde el segundo piso, interceptaba la soguilla, chirriando, sin venir a cuento, con alboroto de corneja: Mtete en tus cosas, fisgona, estantigua! Acaso es visita vuestra? O es que ya se nos prohibe tambin recibir visitas en esta casa? Volvi Joaquina, esta vez con un espanto real abrindole las enmohecidas fauces, para anunciarnos que acababan de entrar nada menos que las Fuchicas. Mam frunci el ceo con severidad. Eran las Fuchicas dos hermanas beatsimas, sin edad reconocible, con manto negro en toda poca, que vivan de la dulcera privada y de corretear secretamente prendas y alhajas de las viejas familias de Auria venidas a menos. Estas prendas iban a engrosar los ajuares y galas domsticas de los soberbios tenderos maragatos que formaran una asoladora emigracin interior hacia los mediados del siglo anterior, invadiendo las provincias limtrofes y que haban acabado por constituir la nueva aristocracia con dineros cazados en las trampas de las escrituras de hipoteca, en los pellejos de aceite, o en los productos del pas, acaparados por ellos para la exportacin. Estas Fuchicas, a quienes los rapaces llamaban castellanas rabudas, pertenecan al escassimo maragatero pobre y haban llegado a la sombra de un hermano, cabo de carabineros, destinado a Auria, haca ms de treinta aos. Muri el tal hermano y ellas quedaron all, tal como vinieran, aferradas a su dura prosodia y a sus hbitos de pueblo estepario y cigeero, sin que la ternura y el humor del medio adoptivo las hubiese calado en lo ms mnimo. Eran, cada una por su estilo,
fsicamente pavorosas, tanto la flaca con su abrujado perfil de cuento de nios, su pelo ralo y polvoriento asomando bajo el peluqun, colocado en los altos de la cabeza con una flojedad de toca, y sus largos miembros lentos de araa; como la gorda, con su abacial belfo pendiente y violeta, como un pedazo de hgado puesto al sereno, su gran seno fofo y sus ojos bociudos y saltones. Eran las correveidile de la ciudad, y el extremoso ensaamiento con que declaraban sus chismorreras participaba de la exageracin caricaturesca de sus facciones. La flaca daba sus nuevas con un rispido asco hacia la humanidad condenada, perdida, sin remedio posible, y la gorda con una compuncin aconsejadora y resabiadsima, ms peligrosa en sus ungentos verbales, que la otra con sus bblicos aspavientos. Tan a lo serio tomaban su misin que cuando alguien se les anticipaba en el conocimiento y difusin de una intriga por ejemplo, la Vendolla, famosa alcahueta, o Andrea, la partera de las madres que no queran serlo caan enfermas: la flaca con fiebres y la gorda con disnea. Y, adems, como represalia, tomaban la defensa de los ofendidos por el rumor. Y esto, que parece tan inverosmil como sus caras, es tan verdad como su horrible contraste en un mundo soado de meigas y adefesios. Su celo insomne las tena noches enteras colgadas e inmviles, como murcilagos, bajo el alero de su tabuco, en el ms alto saledizo de una casa de pajabarro, de paredes abarrigadas y ruinosas, all en la plazuela de los Cueros, espiando, entre postigos, la vida de los nuevos vecinos o adivinando, al pasar por los crculos de luz mugrienta de los farolones de petrleo, la silueta de los hombres que venan del lado de la Herrera, de las casas de perdicin, irreconocibles para quien no fuese ellas, bajo las capas o tras el alzado cuello y espeso guateado de las zamarras; y era fama que haban comprado en el chamaril de la Filleira un viejo catalejo de la Marina, capaz de meter las ventanas ms distantes en su acuoso redondel y que lo empleaban de noche y por la maana temprano, encaramadas en lo alto de la guardilla, a riesgo de partirse el alma de un resbaln. La verdad es que saban tales cosas que, sin el catalejo, habra que atriburselas a pacto con el diablo. Tambin se comprob que se disfrazaban de pordioseras campesinas para seguir, de lejos y cada una por su lado, a las muchachas artesanas que salan de la ciudad, llevando un atadijo como para un recado, y se desviaban luego por las carreteras y corredoiras de extramuros a fin de encontrarse con novios de su clase, o con seoritos, al amparo de los pinares soledosos. Cuando el idilio resultaba entre iguales, las Fuchicas desinteresbanse de l, porque se amenguaba la posibilidad del escndalo; que una costurera se metiese en un maizal con un ebanista era una simple indecencia, de la que no vala la pena ocuparse, si no era a condicin de que la artesana fuese duea de una de aquellas bellezas estupendas que frecuentemente se daban en las clases populares de Auria y que tentaban la codicia de los buscadores de picos pardos, o que su familia tuviese acrisolada fama de honesta e intransigente en materia de honra. Tratndose de una muchacha as, en condiciones de interesar al seoro, las Fuchicas la anulaban para siempre con un somero y firme golpe de aguijn, pues ponan un celo particular en impedir el contacto y mezcla de las clases. Por todo ello, la gente popular las odiaba desde siempre, pero con ms saa an desde que mediante su testimonio, en la Audiencia, mandaron a presidio al hermano de Alcira, la guardesa del tren, seducida por un alfeique lbrico, hijo de unos maragatos, fuertes aceiteros de la localidad, que sola cabalgar en una alta yegua gris por los alrededores de la ciudad procurndose aventuras. En una de ellas haba sucumbido Alcira, con su blanca y dulce belleza de nyade. Era hurfana y le haban mantenido la guardera mientras su hermano cumpla el servicio del rey. Cuando ste volvi de la milicia la encontr de cinco meses. Fue a ver al seductor, quien lo hizo echar de la puerta. Cuando ya
haba nacido el nio, un da lo par all, cerca de la chavola donde vivan, para pedirle ayuda. El otro, que vena cabalgando en su airosa yegua, lo apart de un pechazo, sin querer detenerse a pedir razones con el fuerte bigardo, el cual, no obstante, detuvo al animal con su recio puo de serranchn. El orgulloso zascandil, mal aconsejado por la soberbia, le cruz la cara con la fusta, pero apenas lo haba hecho, cuando se vio arrancado de la silla por un fuerte tirn que dio con l en tierra; y all, llevado por la saa antigua y por la ofensa irreparable en la honra de su hermana, el muchacho, despus de destrozarle la cara a puadas le rompi la columna vertebral pisotendolo, una y otra vez, hasta dejarlo por muerto, con sus zuecos claveteados. Sali de la tunda, pero qued para siempre hecho una piltrafa, con las piernas colgando, tullido en un carricoche, y el muchacho fue a presidio porque las Fuchicas se presentaron como nicos testigos de vista, pues andaban por all espiando, al olor de una murmuracin que deca que la guardesa tena tratos con otros seoritos y que ahora lo haca por dinero: especie infame, sin el menor fundamento, pues la pobre, a quien mi madre, por cierto, protegi con ddivas y vestidos para ella y el nio, hizo una vida decentsima criando a su hijo y no consintiendo, por nada del mundo, que los abuelos aceiteros, al final enternecidos, pues no tenan otro nieto ni esperanza de l, le viesen, ni admitiendo de ellos socorro alguno, lo que fue un gran castigo. Las Fuchicas eran avisadas siempre que alguna de sus amigas, clientes o protectoras necesitaba tomar alguna resolucin innoble. Su destreza para justificar las mayores monstruosidades era famosa y temible. Consista su tctica en desvalorizar previamente a las personas que iban a ser vctimas de la agresin o de la infamia, en forma tal que sus dictmenes contribuan a aligerar la ntima responsabilidad del que se resolva a hacer la canallada. As como hay zurcidoras de voluntades ellas oficiaban de liberadoras de conciencias. Tales eran las visitantes de mis tas que, con tanta razn, alarmaron a la criada Joaquina. Mam oy sus alborotados escrpulos con grave silencio, y desviando la conversacin le orden que se metiese en sus cosas y le pidi pormenores sobre unas lampreas que nos haba mandado de regalo un rentero de la Arnoya. Los exquisitos peces, lo mejor que aquellos ros producen, exigan un ceremonial culinario que estuviese a la altura de la rareza de su pesca, por lo cual mam y, en realidad, para evitar las hablillas espantadas de la sierva termin por irse ella misma a la cocina a dar los ltimos toques. Al salir cruz conmigo una mirada de inteligencia que yo interpret en el sentido de que nuestro coloquio quedaba momentneamente interrumpido, pero de ningn modo terminado.
CAPTULO XI
No poda quedarme solo. La soledad me atenazaba como un mal fsico, como si me lastimase. El problema que desde semanas atrs me vena fatigando, surga cada vez ms apremiante bajo la especie de una creciente desazn que no se mitigaba si no era yendo en busca de la gente o caminando sin ton ni son, posedo de una verdadera necesidad ambulatoria, cosa muy difcil pues en aquellos tiempos yo deba justificar todas mis salidas. Tena otro medio de hallar el indispensable reposo o, al menos, de cambiar la forma de la angustia, que era el meterme en la catedral; mas esto era, en realidad, substituir un desasosiego con otro: el conminatorio de aquellos das por el perpetuo y solapado que el templo me causaba. Calcul que faltara media hora hasta la de comer y me fui a mi cuarto a coger la gorra dispuesto a salir sin permiso. Estaba mi habitacin casi en penumbra, pues en aquel momento del estruendoso medioda de mayo la casa quedaba sumergida en la zona de sombra, por lo que el David se recortaba en el marco de mi ventanal, delicado, cristalino, en medio del alboroto de millares de vidrios heridos por el sol, que llenaban los dos grandes arcos rebajados, apoyando su vuelo en la columna del parteluz, que David coronaba con su hiertico concierto. Esta vez no me vino de l ningn eco de mi estado de nimo y me pareci ms bien inexpresivo y ausente, con sus pies como derretidos, escurrindose, y su perfil de judo adormilado, como dejndome librado a mis propias fuerzas. Empero, mirndolo con ms fijeza, me pareci que los plegados de su tnica tenan en aquel instante un aspecto abandonado y una levedad que contradeca la materia ptrea; la frente semejaba ms cada sobre el instrumento y la mano se ofreca en melanclica laxitud, como asindose al cordaje para no caer a lo largo del cuerpo. Lo mir largamente, sin pestaear, como sola cuando esperaba de l algo extraordinario. Al poco rato de iniciada esta contemplacin sostenida sent que se me aflojaban las piernas y que mi cuerpo pesaba extraamente sobre los brazos apoyados en el alfizar. Los canelones de la fimbria acababan de moverse y su barba tembl tambin un instante entre los dedos del viento. De pronto todo su cuerpo entr en una blanda ondulacin, como cosa soada o sumergida. Mis manos se agarrotaron al marco de la ventana. El doble vano del gran prtico acristalado se mova tambin, con un corrimiento de mojados moars, sobre los vitrales encendidos, cuyas figuras opacas, apenas entrevistas como plomizas sombras, organizaban una procesin alucinante. Los altsimos muros sillares que cubran la perspectiva del cielo, se contaminaron tambin de aquel portentoso cataclismo, que trocaba la mole del templo en algo sbitamente transitorio, levitante y licuoso, en un ingrvido mundo de prodigio. Me encaram a la cama para sacar del todo la cabeza y abarcar los lmites de los inmensos lienzos y sus crestados confines celestes, buscando un apoyo para no dejarme llevar hacia el horror de lo imposible, mecido en aquel fantstico vaivn. Cuando pude mirar hacia arriba, en procura de la referencia inmvil del cielo, buscando de sujetar aquel mundo desorbitado, negador de su propia materia, vi las nubes pasar, en grandes y rpidos islotes, resbalando por las claras luces de mayo y veteando el mundo con sus fugitivos jaspes movedizos.
CAPTULO XII
Traspuse el patn desierto y furiosamente asoleado, y entr en el templo por la puerta del Perdn. Cruc la nave del Rosario, esquivando la amenaza del san Jorge, con su lanza suspendida sobre el dragn del aire, arbitrariamente adosado a una pared por un juego de grapas que mantena el gran caballo de madera con su jinete en un galope ptero de naturaleza increble. No saba bien a lo que iba. Muchas veces entraba en la catedral as, sin designio cierto. La inmensidad de su estructura, su silencio, el color y el olor de su atmsfera, sin duda influan en mi estado moral y fsico, nunca supe si para bien o para mal. A veces era como si aquel silencio me redujese a m mismo, cuajada de pronto la interna dispersin en un punto de interior solidez; y otras, en cambio, me senta como desledo en sus penumbras, como sorbido por un grato y moroso vampirismo que me postraba en una tibia inmovilidad de desmayado. Entr en la capilla del Santsimo Cristo, que a tal hora se amodorraba en una sombra espesa llegada de los rincones, con olor a pbilo y a siglos, tan slida que pareca sentirse, al andar, su resistencia como una mano blanda, inmensa, posada contra los huesos del pecho. La ranciedad del aceite votivo chisporroteaba en los lampadarios de plata y cristal, que eran como rojizos faros en aquella negrura. Los altos vitrales, en su embudo de roca, traan desde la calle, a travs del espesor del muro, una luz de fondo lacustre, transparentada de santos y profetas, y sta era la nica mencin del da fulgente que estrellaba afuera sus solazos contra las lajas de las ras. Anduve unos pasos con las manos extendidas y tropec, sin verla, con la mesa de las cuestaciones, entapetada de veludo, y mis dedos dieron justamente en el pequeo crucifijo de marfil, que apret un momento, con gesto involuntario, sintiendo el cuerpecillo amuecado como un fro contacto de cosa muerta. Comprend que no iba bien, puesto que la mesa de las limosnas se hallaba a uno de los lados, y rectifiqu la direccin apoyando la mirada en la curva del barandal de bronce del nuevo comulgatorio, que recoga en un punto de su convexidad pulida las pequeas luces dispersas. Al llegar al barandal lo sent oblicuo, como algo tropezado en el duermevela y me coloqu bien para arrodillarme frente a l, que estaba all, a cinco varas de altura, tras el pesado cortinn de peluche, que no se poda descorrer si no era por manos autorizadas y en fechas severamente marcadas por el ritual. Me resultaba siempre un espectculo de magia aquel lento advenir de las cosas que iban amanecindome en el fondo de los ojos, anunciadas por sus brillos y relieves para irse completando en hondura y volumen, lentamente. A los pocos instantes se hicieron presentes, como si vinieran flotando por un tnel de oscuro escarlata, los smbolos de la Pasin, bordados en haz de abundante oro sobre la gruesa felpa de la cortina; fueron despus amaneciendo los bulbos, florones y bruidos de los seis enormes candelabros de plata dispuestos a ambos lados del sagrario, y las tablas de los evangelios, con marcos de oro vivsimo, a los extremos del altar. Con lentitudes de pincel despacioso, iba la luz desencantando aquel alto mundo de capiteles y crujas, ornadas con el rudo universo animal, floral y frutal del convencionalismo gtico. Entre yo y la bveda, ya visible por una rasante luz cristalina, como nacida de las piedras, empezaba a interponerse un nubarrn de espesa y no obstante, vaporosa calidad; era el baldaquino, con su inestable delirio de formas barrocas, que empezaba a dibujarse contra el dovelaje de las piedras antiguas, enarcadas en poderosa y limpia curva eterna. Un dinmico
apeuscamiento de visiones superpuestas fue concretndose luego en la entraa del slido nubarrn, poblado de serafines rampantes, de espiriformes cornucopias, desbordado de pomas y racimos, con sus cartelas de crispado contorno; los torsos anatmicos frustrados, de repente, en miembros de ramajes fugitivos, los florecimientos policromos en la sublevada geometra de los acantos y las columnas en fofa torsin visceral; todo ello crepitando en silenciosa alharaca de incendio fro, dignificado el conjunto por los colores asordados y los oros tristes, polvorientos, crepusculares. Sostenase el ingente nubn airosamente en el cielo de la capilla, descargando su peso sobre los hombros de cuatro arcngeles gigantescos, largos de diez varas, oblicuamente tendidos a travs del espacio, sonrientes sus inmensas caras de nios, como para desmentir el esfuerzo, vestidos con rutilante armadura romana, yelmos de plumas esculpidas y rgida loriga hasta la mitad de los potentes muslos desnudos, que apoyaban sus pies, como barcas, en las distantes pechinas Todo ello labrado en un tumulto de troncos de castao que haban perdido la ms remota relacin con la materia originaria, transmutada en resplandor y vuelo. En los testeros laterales los retablos renacentistas del Descendimiento y de las Mujeres de Jerusaln sosegaban, con un patetismo ms noble e indirecto, el tempo apasionado de aquel rapto de la madera. Cuando todo estuvo ordenado en sus justos trminos y luces adecuadas, sent que me volva la tentacin, casi incontenible, de otras veces y quise huir, tambin como otras veces, pero aquel da no pude. Saba yo, por los monaguillos y por los nios de coro, dnde estaba el hilo de la roldana que dejaba el cuerpo de Dios al descubierto. En muchas ocasiones haba visto la tremenda imagen por las fiestas y novenario de la Santa Cruz o en la fiesta mayor de Auria, que era la del Corpus Christi. La prodigalidad de las luces, el apeuscamiento de los fieles y la obligada distancia, no eran condiciones suficientes a mitigar la doble sensacin de atraccin y terror que meta siempre en mi alma aquella figura desolada que destacaba, apenas sin contorno, del fondo de los viejos brocados. Era como si en aquella presencia, tan inerte y activa a la vez, se concretase todo el inmenso poder del templo. La tentacin de verlo, frente a frente, de cerca y a solas, haba llegado, por veces, a serme tan irresistible que me levantaba bruscamente, como perseguido, y cruzaba el templo, en desalada carrera, buscando la salida con un ansia de liberacin corporal frente a un peligro prodigioso e inminente. No era la prohibicin estricta de descubrir la imagen lo que me contena, sino la secreta responsabilidad de abrir las esclusas de no saba qu aniquilantes misterios. Pero ese da mi estado moral, la perturbacin de mi voluntad, puesta por mis padres en aquel brutal trance electivo, me hacan ajeno a m mismo, insensible a fuerza de sentirme vivir y deseoso de afrontar la aventura, como si sus revulsivas consecuencias fuesen los elementos que yo necesitaba para volver a m o para aniquilarme en un tan alto portento que necesitaba la complicidad de Dios. Me defend unos instantes barboteando oraciones informes, donde se amontonaban fragmentos entremezclados como si quisiera buscarles nuevo sentido a las que lo haban perdido ya a fuerza de repetirlas en sus ritmos apacibles, rutinarios. De pronto sal de mi postracin, como alucinado; sub por la pequea escala lateral, disimulada en las ensambladuras del retablo, busqu a tientas la manivela de la roldana, que chirri extraamente, y descorr la cortina de un tirn. Consciente de la violacin volv, con la cabeza baja, sin mirarlo y me arrodill de nuevo en el comulgatorio. All estaba, frente a m, tan cerca como slo lo haban tenido los oficiantes, desplegado
como una inmensa voz que vena de todas partes, como un vivo resplandor hiriente que me envolva. S, estaba all con su brutal severidad, su costillar escueto, sus descarnadas tibias de osario, sus largusimos brazos de embalsamado. Las manos y los pies desdibujbanse hacia lo obscuro en una especie de borrosidad carcomida, y el pelo de muerto le caa, lacio y lateral, sobre la mitad del rostro hundido en la clavcula, hasta mezclarse con la barba largusima, tambin de pelo natural. De la cintura, increblemente consumida, penda, en vez del sudario, un faldelln de terciopelo carmes, con franja de amatistas y brillantes que, por contraste, haca resaltar, an ms pattica, aquella tremenda muerte esculpida. La media cara visible, a travs de la lacia pelambrera, mostraba una demacracin de mejillas hundidas y pmulos gangrenosos y salientes, y el prpado recoga, en su grieta, un hilo de luz distante elaborndolo en reflejo de lgrima sobre la revuelta pupila. All estaba, frente a m, el Santsimo Cristo de Auria, con su enigma inviolable para la razn del arquelogo y con su obscura potencia para el alma porosa del fiel. Su origen lo sita fuera de todo raciocinio de pocas y escuelas, y mucho ms que la grandiosidad imperial de los Cristos bizantinos o que las sedentes moles coronadas de los romnicos, este gigantn, ulcerado y esculido, desplaza de su ruda invalidez un agresivo dominio que hace abatir la frente, sudar la espalda y temblar las rodillas. A travs de su evasin de la forma vital, a pesar de ser todo muerte y trasmuerte, conserva un recuerdo tan patente de la materia sufridora, que resulta pura y vibrante mencin y riguroso lenguaje del ms hondo dolor transmisible. En su forma tan lejana y veraz, es y no es; su apariencia es ya trascendencia, vive por la grandeza de su no vivir; y, sin embargo, su insensible despojo alude, con muda e hiriente lengua, a un sufrimiento temporal que alcanza, como un dardo, a la responsabilidad del contemplador, que se transforma en ejecutor, para sentirse luego descendido, desde aquella altsima impavidez condenatoria, a su propia conciencia contrita donde ha de buscar, a solas, el entrevisto perdn. El Santsimo Cristo de Auria no incita al contento esttico ni halaga el alma con la armona del canon imaginero; penetra en los instintos primarios, alancendolos por las hondas vas del terror obscuro; nos lleva a la esencia por la presencia, ya que l mismo est en el punto de deslinde entre lo que es representada realidad y una arrolladora energa que puede enajenarnos, lanzndonos a la imitacin o al arrobamiento; y el contemplador puede seguirle en la peligrosa invitacin hacia el vuelo o quedarse, humillado de labios y corazn, en la viscosidad tristsima de sus pstulas y desgarrones. Es Dios y Hombre como no logr serlo jams ninguna imagen; no encanta, ni siquiera ordena: anonada. Yo trat de calmar mi agitacin todava sin querer verlo, apoyando la frente en el fro barandal. Comprenda que aquel no era momento para el juego pueril y arriesgado a que me entregara, desde lejos, en otras ocasiones, y que consista en probar cunto tiempo resistira mirndole fijamente. La idea de intentar a solas aquella pugna de miradas me iba dominando y quise huir una vez ms, pero no pude. Adems, para qu? Aguantara all, tundido y solo, todo aquel rigor, que era como un torrente implacable, a la espera de una amistad hecha de resistencia, que resolvera para siempre aquel dramtico forcejeo, grotesco de desproporcin, que exista entre el templo y yo, centrndome en el vaivn del impulso y de la contencin, entre mi amor y mi espanto, para gobernar aquel poder, ms que simbolizado, vivo, en el esculido despojo de un cuerpo de madera. Quera, mudo, fuerte y esperanzado, ponerme a merced de aquella pulsin arrolladora, de aquella fuerza casi irnica, de tan segura en su poder, de aquella energa que me vena de l para alejarme de l.
Lo mir un instante y baj de nuevo los ojos. Un rombo de luz verde, suavemente disparado desde un vitral, vino resbalando por una escala de luz pulverizada a posarse en el costado de la herida y lo torn cristalino. Yo estaba rezando arrodillado, con la piel roda contra el escaln de piedra, e insertaba en la confusin de las oraciones los trminos de mis propios pesares. Despus de un largo rato en que me sent ms calmo y liberado, me atrev a alzar de nuevo los ojos hasta l, como temiendo encontrarme con alguna pavorosa novedad, y lo vi indiferente, lejano, con nuevos goterones de luz amarilla y azul, resbalando sobre las laceras de su frente y hundidos en su pelo, como extraas lucirnagas. Me pareci que la humildad de mi oracin era menos humillante que otras veces. Dulcsima flojedad me fue enfriando los miembros y sent como si me faltaran las rodillas, bajo las que pareci ablandarse el diente del granito. Lo mir con ms insistencia y advert que era graciosa, casi tierna y mujeril, aquella clara tregua del cabello estirado por la corona de espinas a los lados de la raya, en contraste con la pelambrera borrosa de las barbas y guedejas. La inclinacin de su frente aquel insoportable resentimiento de su cabeza inclinada me pareci que ahora se sosegaba en un amable gesto humano, como de aburrimiento y soera Si no me pesaran tanto los brazos de buena gana le desclavara para acostarle dulcemente a dormir en el mullido sof de las salas capitulares. Pero era tan grande! Quizs no pesase nada, tal como estaba ahora todo transparentado de luces, como si fuese la luz misma. Era increble, pero todo empezaba a animarse con aquel creciente resplandor que no vena de ningn lado y que iba agrandndose como un fanal sin contornos. Debi haber sido en este momento cuando las Mujeres de Jerusaln se pusieron a respirar y a sonrer y cuando la Santa Brbara de la columna espant, con su palma, un rayo de luz blanqusima que se le vena sobre la torre. Todos los candelabros temblaron como un humo de plata y san Martn de Tours entr por el aire, jinete de un caballo blanco, con la cara de mi padre. La fragata del exvoto, que estaba colgada en la capilla del Carmen, entr, tambin en ingrvida navegacin, con todas sus velas desplegadas. Mam cosa ropas de nio en el cuadro de santa Ana. Qu fcil era todo! Los brillantes y amatistas se desprendieron del sayuelo del Seor y volaban como flgidos moscones. Estaba seguro de que no era posible a tales horas y, sin embargo, all estaban, con los trmolos de sus ms puras voces, los rganos, pero tocando habaneras San Miguel tiene rostro de nia y relucientes pies de bailarn. San Pedro Abad es inocente y pequeito, con su barba rizada y su seguidor gorrinillo de juguete. San Jernimo, con cara de no saber por qu, se rompe el pecho a pedradas en un sombrizo de rocas, y el pobre Cristobaln quiere desprenderse de la pared para pasar el ro, y no puede. Ya s que ests ah, pero no quiero mirarte. Todo puedo ordenarlo, combinarlo y moverlo a mi antojo, pero T estars siempre ah, seguro y lleno de certeza, en tu provocadora calma. No te necesito ya! Tal vez te has desclavado y vienes a estrangularme con tus grandes manos leprosas, pero no te mirar. Termina de una vez! Estoy seguro de que has levantado la cara, has echado atrs el pelo y me ests observando con dos terribles ojos de luz. Pero no necesito mirarte; dentro de m veo todo lo que quiero Las Pursimas de bulto sufren todas de sus prpados enfermos. He aqu que las palomas comen en las manos, con hoyuelos, de la Dolorosa. San Antonio canta y el Nio Dios baila en su hombro, muerto de risa Ya te miro, as, con los ojos bien abiertos, todo el tiempo que quiero. Ves? As No me das miedo. No puedo levantarme, no podr ya jams moverme, ya lo s, pero te miro. Te miro y te culpo de todo y te digo que te odio. Dnde est tu poder, dnde tu ira? Mrame, levanta la cabeza! Ves como no puedes? Pero yo puedo ir y volver y volar con slo desearlo. Aqu estoy junto a Ti, toco tu
piel spera, siento mis dedos entre tus guedejas que tienen fro y olor de tierra. Si te pusieran cara de nio! Desde ahora gritar, mandar, ir por lo obscuro sin que los pisos se me hundan Pero quin me acost en esta losa? Y estas agujas que me atraviesan las piernas? Mam, no, mam! No te pongas la cara del David, sera intolerable! La cruz da vueltas y te veo como una mancha circular, veloz, vertiginosa. San M artn me alza hasta su altura y me besa en los labios; lleva la cara de mi padre, pero su boca es fra, como de retrato, y sabe a barniz
CAPTULO XIII
Me curaban los reventones de los labios con toques de miel rosada y me daban a beber pequeos sorbos de agua y vinagre; tambin a causa de la calentura me ponan sobre la frente interminables paos de agua fra. En Auria, donde todo era sabido a los pocos momentos de ocurrir, y a veces antes, se dijo que me haban dejado solo en la catedral a la hora del cierre de medioda y que me desvanec de miedo, luego de haber golpeado las grandes puertas y de haber gritado enloquecido por las naves. Una criada del procurador Pastrana, que viva callejn por medio, frente a la parte posterior de la capilla de las nimas, afirmaba haber odo voces aterradoras a la hora de la siesta; cosa que no poda ser verdad, aunque alguien las hubiese dado, pues las paredes tenan all un espesor de ms de cinco varas de piedra sillar y las lucernas se hallaban a ms de veinte del suelo. Llevada por su afn de mimar la primicia, la criada reprodujo, durante semanas, ante todo el que la quiso or, aquellos tremebundos brados, que resultaban, ms que gritos de un chico, aullidos de una bestia adulta y feroz. En realidad, tales habladuras tenan por nico fin el poder motejar, una vez ms, de locas a mis tas pues se dijo que Pepita me haba olvidado all adentro y de extravagantes a mis padres, que no hacan ningn caso de m. Esta ltima explicacin era la de las gentes de calidad y la utilizaban para poder aadir como final remoquete: tales padres tales hijos. Esa loca dej all al chico y sali pensando en las musaraas o cotorreando con cualquier galn. Y cuando se vio solo y encerrado, habr gritado como un demonio; luego le dio el ramo de locura, que siempre les acomete a los Torralba, y se fue a tirarle de la cortina al Cristo. Y claro, el Seor le castig privndole del sentido! No me negar usted que eso es un sacrilegio, don Juan Manuel, en cualquier tierra de garbanzos. De ninguna manera, doa Herminia. No hay sacrilegio sin conciencia de su comisin. Buena doctrina es sa! As anda el mundo lleno de malicia y de irresponsabilidad, con sus buenos ribetes de atesmo. Un chico, sin malos ejemplos, no hara tal desatino, caballero. No tiene usted razn, seora. Los Torralba son farfantones y violentos, pero de ningn modo herejes. Y a Carmela no puede usted aludirla como origen de malos ejemplos. Esa santa! No tan santa, no tan santa No voy a negar que es una mujer honesta a carta cabal, pero en punto a materias de la fe, vamos a dejarlo ah Luis Mara y Modesto son un par de tarambanas, capaces de cualquier irresponsabilidad, a cuenta tambin de su teora de usted, o sea de ampararse en el desconocimiento del alcance del mal que pueden causar con sus badulacadas. Y que el chico es raro, se ve a las leguas! Ese pequeo es una chispa y dar que hablar si no se malogra; y si no al tiempo Esa criatura, si Dios no baja las manos por l, ser otro jacobino, patente o disimulado, como muchos que hay en este pueblo desdichadsimo, sobre el que un da caern los fuegos de Sodoma y Gomorra. No querr ser eso una alusin personal, mi seora doa Herminia! Peor es menearlo, mi seor don Juan M anuel.
Tal conversacin dar la muestra de lo que se habl en Auria, y la escuch, todava una semana despus, en casa de mis primos, los Salgado. Este menudo suceso, como todo otro acaecimiento, por insignificante que fuese, bast para agitar durante meses, hasta que otro ms reciente vino a sustituirlo, el quieto ambiente del burgo, que esperaba siempre estas pedradas en la charca para sentir conmovida su superficie. Yo creo que lo que en realidad me sucedi, fue que me sent invadido por un sueo dulcsimo y que me qued tendido sobre el escaln del comulgatorio, hasta que me encontr all, cuando ya la alarma de mi desaparicin haba cundido desde mi casa al vecindario, el cannigo fabriquero del Cabildo, don Jos de Portocarrero, cuando, acompaado del pincerna, haca su habitual recorrida de prima tarde, antes del coro. Don Jos era un hombre corpulento, un poco congestivo, de grandes manos labriegas y cabeza hirsuta y potente, Sus cejas, negras y abigotadas, prestaban a su rostro un aire de primitiva violencia, pero, por debajo de aquellos peludos alerillos, asomaban unos ojos agrisados, brillantes, optimistas, llenos de dulzura infantil a la par que de penetracin madursima. Era visita de casa. A m me quera mucho y cada vez que le atosigaba con los infinitos porqus que a m mismo me planteaba el templo, me palmeaba las mejillas llamndome sietelenguas y me mandaba a jugar con los otros chicos, prometiendo decrmelo todo cuando fuese grande. Las muchas veces que me encontraba perdido y tembln en aquellas soledades, sola decirme: Qu andars t tramando por aqu, perilln! De dnde te viene esa mana de andar por la catedral cuando no hay nadie? Luego me pellizcaba los carrillos y me mandaba para casa, no sin antes advertirme, una y otra vez, casi con las mismas palabras: El templo es para el culto y no para venir a l cuando no hay nadie ni ocurre nada, a pensar tonteras. Si sigues as sers un hombre triste y raro. Hala, lscate para la calle! Gracias a la aficin que nos tena don Jos de Portocarrero haba sido yo perdonado las dos veces anteriores que me encontr el pincerna o tornacs echaperros, como le llamaba el pueblo, en la capilla del Cristo, a solas y en actitud que fue calificada de sospechosa, y que la intervencin de clon Jos ante el Cabildo rebaj a pueril y atolondrada. Desempeaba por aquel entonces el oficio de pincerna, pertiguero o tornacs, un aldeano cetrino y malhumorado de mediana edad, a quien llambamos Nern, por mote, a causa de su mala catadura. Los das de gran funcin intervena en los ritos vestido con una amplsima pnula de enormes mangas cadas, igual al color del revestimiento del oficiante. Llevaba en la mano una alta prtiga de plata e iba tocado con un peluqun blanqusimo, terminado en un bucle semicircular a la altura del cogote y de las sienes. Como el Nern era de estatura muy cumplida quedbale la hopa casi a media pantorrilla, vindosele por los bajos del brillante ruedo de brocado los pantalones de tela dura, y por las mangas cadas, las de su aldeana camisa de estopa. El pincerna, adems de sus funciones auxiliares en el ritual donde vena a ser una especie de lacayo del maestro de ceremonias desempeaba otras de limpieza y polica, ayudando por las maanas a las mujeres que barran el templo y trajinando el resto del da de aqu para all, metindose en aquella inmensidad de capillas, escaleras, recantos, bvedas y escondrijos sin preciso nombre, ora despabilando una vela corrida, ora armndole trampas a los ratones; reponiendo aceites, sopesando cepillos, despertando beatas y expulsando perros. Todo ello acompaado por el tintineo del llavero colosal y por los abruptos ruidos de pasadores enmohecidos y de fallebas chillonas que despertaban ecos impropios, repetidos por las altas naves.
En los brazos de este indiferente cristobaln litrgico me despert, pues fue l quien me carg cuando all me encontraron, de los que me deslic apenas vuelto en m, intentando echar a correr, lo que impidi el cannigo fabriquero cogindome duramente de un brazo. No puede ser, Luis, no puede ser; esta vez tengo que llevarte y dar cuenta de todo me haba dicho con palabra pesarosa pero enrgica. Y efectivamente, me llevaron hasta las salas capitulares, donde estaban vistindose los cannigos para el oficio diario del coro. En dos palabras musitadas aparte, don Emilio Velasco, magistral del Cabildo, fue impuesto de todo, y ste a su vez llam al penitenciario, y despus de un breve concilibulo de cabezas juntas, durante el cual ambos me miraron con asco y extraeza, se vinieron hacia m. Era don Emilio un castellano viejo, seco, de alta estatura, color ahuesado y duro el mirar de sus ojos brillantes, pequeos y negrsimos como de alimaa. La ltima vez que me llevaran all, por algo mucho ms venial, me haba tenido apretado entre sus rodillas, estrujndome a preguntas malvolas que nada tenan que ver con el suceso y que se referan a los hbitos y sucesos de mi familia. Tema yo que aquella escena se repitiese, seguida de las risillas y zumbas con que los otros cannigos, sobre todo los de la regin, reciban las complicadas preguntas que me encaminaba el solemne castellano, con terrible seriedad, y el salaz desgaire con que yo las barajaba y responda. Pos clon Emilio en m sus ojos de tejn y comenz con su complicada monserga: Contesta, infeliz! Esa satnica curiosidad que vienes denotando, es propia o es inducida? Yo le mir mohino, sintiendo en mi cabeza la turbidez de la pasada crisis y en el estmago los retortijones del hambre. Y antes de que pudiese soltarle el afilado disparate que me hormigueaba ya en la punta de la lengua, intervino el cannigo Eucodeia, un navarro titn, fantico, conocido por la acritud de su carcter, por sus psimos sermones y por su fuerza de toro, diciendo, al mismo tiempo que me pinzaba una oreja con tal presin como si el lbulo fuese a hacerse papilla entre sus dedos: No se moleste usted con preguntas sublimes, don Emilio. A estos crios chiflados, productos de casas irregulares e histricas, lo que hay es que darles una somanta de vez en cuando que los deje baldados, as se les bajarn los humos. Si me lo dejaran a m por mi cuenta Don Jos terci, repentino, cogindome de un hombro y poniendo una cara de tan grave altivez y de tan indiscutible y desdeoso seoro como yo no hubiera esperado nunca de su natural llanote y campesino. Ante el gesto de mi protector, la mentecata solemnidad del formalista y la barbarie del gigante quedaron por igual desarmadas. Dejen ustedes al nio! Ya me cargan estas farsas Yo s por qu hace lo que hace. Tambin yo fui chico y no estoy seguro de no haber andado en lances parecidos. Son algo ms que meros caprichos y travesuras; nadie es responsable del alma que recibe al nacer Y qudese esto aqu y dejmonos de parodias inquisitoriales, que los chicos son despus grandes y no est la Iglesia tan sobrada de amigos como para andar sembrando malos recuerdos en los espritus. Peor que las tonteras que hace este perilln sera que no aportase por aqu. Y con la misma, sin soltarme ni decir ms palabras, cruzamos el claustro gtico, y, ponindome en la puerta de la calle del Teceln, me dio suelta como a un gorrin hacia el lucero de la ra, dicindome mientras me alejaba: Si te vuelvo a ver por aqu a horas indebidas ser yo el que te d la zurra que te ofreci ese brbaro de Eucodeia. Hala para casa, pillaban! yo me alej con las orejas ardiendo, la frente baja y las manos en los bolsillos. M e tambaleaba de hambre y senta la cabeza como vaca.
Entr mam trayndome un cocimiento de tilo y malvavisco, que yo me negu redondamente a tomar. Dej la taza en la mesa de noche, pues ella saba bien cundo era intil insistir y cun poco obedecan a simples caprichos mis decisiones. En realidad yo me senta bien, y todo lo que tena era hambre. Adems, don Pepito Nogueira, el mdico, haba dicho que no se le volviese a llamar por aquellas cosas, que yo no tena nada y que nada poda hacer contra la innata configuracin de mis nervios y humores. Prescribi el jarabe de ruibarbo de siempre y una vaga pcima de bromuro, que tampoco tom, naturalmente.
CAPTULO XIV
Por la expresin de mam comprend que andaba cargada con algo que le resultaba embarazoso declarar. Nos conocamos tan bien que, con toda naturalidad y como si estuvisemos convenidos de antemano, le dije: Habla, mam. Tu padre lo supo todo Todo! Despach en seguida un propio a preguntar por ti. Sin duda anduvo en ello la lengua de las Fuchicas, que le mandaron recado por las primeras lecheras que regresaron a la aldea. Contina all, en aquel nido de milanos, con el bruto de M odesto. Insiste en que, en cuanto mejores, te vayas con l. T dirs. Yo digo que no exclam sin la menor duda y sintiendo mi angustia repentinamente mitigada. Es tu padre, Bichn. Y t, mi madre, Carmela siempre que yo quera desinflar una situacin demasiado tensa, le llamaba por su nombre de pila, ocurrencia que le haca fingir un cmico enfado ante lo que semejaba ser una vulneracin del respeto. Mas esta vez no tom en cuenta la maniobra y continu, con aquella sencilla gravedad que tanto me conmova y desarmaba: Yo tengo otros hijos y l no te tiene ms que a ti. Pero tus otros hijos no estn contigo, sino internados en sus colegios por decisin de tu marido. Y no es justo, ya que por m te privan de los otros, que ahora te dejen tambin sin m. Todo esto es aad con una de aquellas penetrantes salidas que me haban dado fama de resabido y sietelenguas y que yo soltaba sin reflexin ni esfuerzo alguno por inconsciente imitacin del lenguaje de los mayores que te quiere privar de todos porque no puede privarse de ti. Bichn! M am! Qu disparates dices, hijo? No s, mam, ya sabes que nunca s lo que digo, pero que no puedo dejar de decirlo. Lo cierto es que yo no te dejo sola; peor que sola, con esas brujas Bichn! M am, ya sabes que estoy en lo cierto, son unas brujas. Son tus tas. S, y tus hermanas. Pero t eres mi mam aad cambiando de tono y con la voz repentinamente trmula, mi mam querida, mi mam bonita, con esa cara que quieres poner de mala y no puedes, porque eres una santa, una santa guapa como ninguna de ningn altar, con esas manos que me como a besos y ese cuello que me como a mordiscos, con ese olor de mam coqueta Quieto, loco! con esta naricita que te voy a arrancar de un pellizco, con este moo de vieja revieja, que te deshago y te pongo de lado Sal de ah, Bichn! porque t eres mi Carmelia bonita, la ms bonita de Auria, mi mam guapa, mi mam buena
Pero esta vez la loca acometida de piropos, besucones y mordiscuelos, que tanto nos haca rer otras, termin con un abrazo y un sollozo. Pegado a ella, con su cuello entre mis brazos, mostrndome mucho menor que mis aos, continu unos instantes queriendo resistir, para caer al final en un convulsionado llanto. Mam, yo no te dejo, no! no estorb ella aquel desahogo con palabras intiles. Me tuvo reclinado contra su seno todo el tiempo que dur, acaricindome la cabeza con aquella leve y firme presin de su mano, que era un milagro de paz y de suavsimo dominio. Volvi luego al motivo de nuestra conversacin, con la limpia serenidad de su voz, imperturbable y dramtica al mismo tiempo, aquella contenida, mgica y caliente voz, empapada en una tenue veladura: Haz lo que te parezca, hijo mo, pero ya sabes que tu padre es hombre violento y de resoluciones inesperadas. Sin embargo le mandar a decir que eres t quien decides quedarte conmigo. Ests conforme? S, mam dije sin despegarme de ella y sin mirarla. Descansa ahora un poco Quieres comer algo? S, mam Si me hicieras arroz con leche, con mucha canela! Te lo har, con poca canela. A ver, mrame Me llamas guapa y no quieres mirarme! Cmo tienes esos labios, hijo! Para qu haces esas cosas? Qu va a ser de ti con esa alma desmandada? A veces me das miedo! Eres tan hijo mo, que, a veces, me parece que slo te tengo a ti Ya me ir corrigiendo, mam. No ves que todo son chiquilladas? Me dio unos toques con el hisopillo de la miel rosada en las ampollas eruptivas, me anud de nuevo la jareta del camisn y despus de acostarme, me dio un beso en la sien y sali. Durante unos instantes o el frufr de su saya bajera, que era el rumor que preceda sus llegadas y que no la dejaba irse del todo hasta unos instantes despus de su partida. Yo me arrebuj en las ropas, gratas en aquel atardecer de mayo destemplado, y volv a sumirme en el blando y misterioso cansancio de los das pasados, pero esta vez con una grata sensacin de levedad en la cabeza y de notable aflojamiento de aquellas bridas interiores que me venan sujetando la respiracin.
CAPTULO XV
La ta Pepita, sin pedrselo nadie, casi un mes despus de su inicial encocoramiento, nos acord un armisticio, con motivo de mi primera comunin, fijada para el da de Corpus. Una maana se nos apareci totalmente vestida como para una visita de gran cumplido, luego de haberse hecho anunciar, muy seriamente, por Blandina, la criada nueva; todo ello para bajar de un piso a otro, pues mam mand a decirle que la entrevista tendra lugar en la sala del primero, destinado a recepcin. Mam, que frente a la aparatosidad de sus hermanas reaccionaba cazurramente, la recibi en pie, vestida de seda azul cobalto, con cuello y mangas de encajes, y puesto el antiguo aderezo de grandes topacios que luca en las solemnidades. Pepita entr cinco minutos despus de la hora convenida, como era de refinadsimo uso en las normas de Auria, y luego de saludar a mam con una inclinacin de cabeza ligeramente oblicua, echando el mentn hacia un hombro, la invit a que tomase asiento con una indicacin apenas esbozada del cerrado abanico que llevaba colgado al cuello pendiente de una largusima cadena de doublet. Se sent a su vez, adoptando un aire de superior complacencia, como en una visita benfica, y, aventando las calandrias de su voz, exclam, frunciendo mucho los labios y espiando al detalle el atuendo de mam: Es muy de mi agrado, hermana, empiezo por confiarte, verte recuperar las buenas maneras de la familia, lamentablemente descuidadas de un tiempo a esta parte. Lola asegur hasta hoy, durante la semana que hemos discutido la oportunidad de este pour parler, que me recibiras en bata y en el cuarto de costura. Ya sabis cunto me desvivo por agradaros contest mam en un tono cuya intencin hubiese advertido otra que no fuese aquella panfila. No te vayas a creer que no nos hacemos cargo de tu dilemtica situacin. M s vale as. Conque ya ves. Bueno, bueno Vaya, vaya La ta encanut la voz hasta el pinculo de la escala para mondar el pecho. Yo conoca muy bien aquel gorgorito, aquella preludial carraspera que era la preparacin para acometer las cuestiones importantes o que eran de difcil expresin para su complicada farsantera. Luego baj al tono sochantre en que se le lograba el matiz enternecido. Vengo a referirme a mi dilecto ahijado y predilecto sobrino. A Luisito, quieres decir. Duples significado tiene para m aadi con prosa refilotera. Favor que me haces repuso mam con sorna. Supongo que habrs pensado continu, luego de haber carraspeado otra vez en falsete, sacando una chispa de flemilla en el pauelo en que se aproxima el da de su primera comunin. No pienso en otra cosa desde hace un mes. Ya sabemos que viene a prepararle don Jos de Portocarrero, que, por cierto, no se dign entrar
en nuestro piso ni una sola vez. Esta casa no tiene ms que una puerta y la gente que entra por ella nos visita a todos. No fue esa tu opinin cuando vinieron a vernos las seoritas de Mombuey. (Era el nombre de las Fuchicas). M e refera a la gente Pepita tasc el freno, se pas el paizuel de gasa por la nariz alisando los polvos y volvi a lo suyo. No deja de ser un honor que un cannigo de la Santa Iglesia Catedral nos favorezca con atencin tan sealada en tan sealada ocasin. Pero salvo tu mejor opinin y lamentando que no nos hubieras consultado sobre este punto, nosotras creemos que hubiera, o hubiese, sido preferible don Isaac, el nuevo cura de Santa Eufemia del Norte, que ha ganado celebridad repentina por su severidad continu, acumulando cacofonas. Quita de ah, con ese cura casposo y maloliente! dijo mam perdiendo estilo. Carmela! alborot la ta levantando a medias las posaderas, como para irse, y mirando en lnea recta por encima de su interlocutora, que era su mirar de ofendida. Mam, que se haba olvidado un momento de la farsa, apresurse a remediar el exabrupto. No me vas a comparar un coadjutor, teniente de parroquial, pues falta por ver si queda de prroco, con un dignidad del Cabildo No es mi objecin al respective de la jerarqua, aunque un fabriquero es apenas un poco ms que un beneficiado argy la redicha. Lo que queremos decir es que hubisemos preferido un poco ms de entereza con el catecmeno. Don Jos le quiere demasiado como para iniciarle con austeridad en los arduos misterios y sacras obligaciones. La otra tarde, sin ir ms lejos, como en esta casa se oye todo no era verdad, no se oa nada, si no se pona un gran cuidado, a travs de aquellas paredes de fortaleza, omos, por pura casualidad, asomadas como estbamos a la ventana, que ambos se rean a carcajadas, lo cual ya nos pareci una irreverencia en el terreno secular y figrate lo que habremos deducido en el mstico! Y aqu, para inter nos, te dir, de hermana a hermana, que el tal don Jos tiene fama, entre las clases elegidas de Auria, de ser, no slo un simple, sino un poco brbaro, es decir, bastante animal Pepita, por si no te das cuenta la ataj mam, creo de mi deber advertirte que ests diciendo algo muy parecido a una hereja. Dulce Nombre, no me hice cargo! espeluzn, santigundose. En fin, no dir tanto como una hereja, pero es una ligereza peligrosa juzgar con tales palabras el carcter de un dignidad, y justamente cuando se halla en plena tarea de iniciacin eucarstica, que l entiende y practica segn su leal saber y entender aadi mam, remachando el clavo y ganando tantos, por si haba despus algo a qu oponerse. Espero, Carmela, que no hars hincapi ni mucho menos dars pbulo entre tus amistades a este pasajero trastorno de mi ideacin. Ni por pienso M e interpretas? Como t misma. Gracias mil. Se enfrascaron luego en los pormenores de mi traje y discutieron, con enfadosa prolijidad, si
tomara la comunin de manos de Su Ilustrsima, en la misa grande de la catedral, o del abad de los Dominicos en la iglesia nueva: un horrendo armatoste de piedra y mrmoles recientes, costeado por los maragatos y que era la iglesia preferida por la buena sociedad de Auria. Al mediar la tarde, Joaquina trajo sendos pocilios de chocolate con torrijas y vasos de agua con esponjados de azucarillo. El aroma incitante lleg hasta el cortinn donde yo estaba escondido, espiando la entrevista, y me fui a merodear por la cocina donde la vieja criada me dio un tazn de lo mismo. Media hora despus mam y Pepita se despedan en el rellano, como para una separacin de aos y leguas, cuando iban a verse dos horas ms tarde en el comedor comn; pues en aquellas histricas capitulaciones qued resuelto que las tas diesen por terminada la rfaga de enojos y dejasen de mandar a comprar la comida a la fonda, lo que Pepita agradeci en nombre de los flatos y gastritis de las dos hermanas.
CAPTULO XVI
Pero esta paz iba a durar poco. La vida de Auria, tan sosegada en la superficie, pareca estar siempre almacenando en sus honduras una oculta presin que luego surga, con bro inusitado, por cualquiera grieta de la diaria rutina, como la descarga de una solfatara de la maloliente entraa del suelo. Esta vez la sarracina alcanz con una salpicadura a nuestra casa, como si fueran pocas las calamidades que sobre ella se cernan. Pero si toda la verdad ha de decirse, y aunque la cosa qued a medias sumergida en la incertidumbre, mi madre tuvo parte de la culpa por su manera especial de entender sus protecciones y caridades. Analizando ahora su prctica e inteligencia de estos asuntos, me siento tentado a pensar que tales extravagancias, que a veces lindaban con el disparate, venan a ser una forma de nivelacin de la forzada pasividad a que su clase social la someta y la energa apasionada de su personalidad, relegada a la morigeracin y al disimulo por su medio; un desquite, en suma. No haba en el burgo persona criticada que ella no defendiese ni muchacha despreciada y cada con quien no hablase. Cuando Pilar de las Muas, una artesana bellsima, encajera de bastidor e hija de un alquilador de bestias, fuera rechazada por la comisin de reconocimiento de un baile de mscaras del gremio de ebanistas lo que equivala a una pblica y perpetua fulminacin social a causa de unos rumores, desgraciadamente veraces, que terminaron en el ms ostentoso y desafiante embarazo, mam detuvo a la infeliz, nada menos que en el atrio de la catedral, a la salida de la misa de doce, cuando ya la barriga le llegaba a la boca, y habl con ella largo rato, prcticamente mientras dur el desfile, ante la estupefaccin de todo Auria. Doa Mara Palms de Lema, una marquesa retaca y culona, famosa por su locuacidad y sus conocimientos de geografa poltica, la llam a un breve aparte, en pasando. Te has vuelto loca, Carmela? O te propones ponernos a todas en ridculo? No s a qu te refieres, M aruja Para qu hablas con esa desdichada? Te parece poco que sea desdichada? La de Lema la mir desde la furiosa tembladera de sus impertinentes y se alej dignsima. Sin duda era un matiz de su inclinacin antisocial el interesarse por las solteras en desgracia. Muchas veces he visto entrar en mi casa a las tristes preadas; venan a ella en los das ltimos de su gravidez, demacradas y temerosas, no tanto por la prxima maternidad, que su carne sana llevaba con secreta alegra, sino por las tundas de los padres y hermanos que crean ponerse a cubierto, con aquellas bestialidades, de la deshonra que se les haba entrado por las puertas. Venan a ella las primerizas, ms aniadas an por la carga de su vientre impropio, con los ojos miedosos, melanclicos, como dulces animales asustados, con sus sienes hundidas y sus bocas renunciantes, con sus mejillas maltratadas por un llanto sucio y con sus manos repentinas sobre el vientre, al menor ruido, en gesto de defender la entraable carga, aprendido en el temor de los amagados puntapis de los brutos familiares. Mi madre las aconsejaba en misteriosos cuchicheos y, a veces, era llamada doa Florinda, la partera de la aristocracia de Auria, que acuda con notoria desgana y slo por respeto a mam, y se encerraban las tres en concilibulo. Cuando andaba en una de stas, arda
Troya con los zipizapes que armaban las tas, con sus habituales represalias de no subir a comer, sus espeluznos silenciosos al verla pasar, el zafarrancho de puertas y ventanas batidas y el vari simbolismo de un urgente viaje que jams llegaban a emprender. Un da en que viniera a ver a mam la pobre Antonia la Cebola, hija menor del barrendero municipal, que haba cado por segunda vez, se pusieron especialmente molestas. Anda, jaleo gritaba la cubiche, que si eto no la Inclusa, venga Di y lo vea! Toava hemo de vrlaj poniendo er gevo en la propia ecalera! En esta ocasin la gibosa trot veinte veces todos los peldaos de la casa, diciendo con ritmos histricos: No puede ser, no puede ser, no puede ser! Y cuando, al fin, se recogi a su cuarto, dispar su ponzoa hacia nosotros, envuelta en un graznido, por la ventana que daba al patio: Un da vendrn los hombres confundidos, a deshora, a llamar a esta puerta. Mam palideci de golpe y la Cebola, levantndose como aguijonada, baj las escaleras como si las rodase. Casi en seguida se oy abajo el chasquido de una terrible bofetada seguida de un grito, de un cuerpo que cae en tierra y de una loza que se escachifolla. Era muy fcil reconstruir la escena: el trompazo de la fuerte bigarda dio en tierra con la jorobeta, en una de sus crisis; la criolla huy con su chillido de rata y la Pepita dejo caer la taza de tisana con que, en tales momentos, trataba de ahogar sus gaseosos sinsabores. Pero mam no cejaba. Y cuanta ms resistencia hallaba esta particular forma de hacer el bien, ms insista, exagerndola en su publicidad y detalles. Mi padre jams se meti en nada de esto, pues no slo tena por norma pasar altivamente por encima de todo cuanto fuesen cuestiones del mujero, sino que, en el fondo, tal conducta lo halagaba y vena a pelo con su enemiga hacia la sociedad de Auria, regida por beatas, por funcionarios del reino, por curas ignaros y por traficantes venidos a ms. Este otro escndalo a que me refiero, haba sido maysculo y, como casi siempre que tronaba gordo en Auria, haba tenido que ver con la Iglesia, tan audaz en su intolerancia y en su soberbia, que esta vez ni se detuvo, sin ningn gnero de prueba, en sealar, entre los responsables, a mi madre, que llevaba dos de los apellidos ms tradicionales y respetados de la regin. Exacerb an ms aquel bro punitivo de la Curia, la circunstancia de que tal suceso vino a quebrar una carnestolenda litrgica que organizaba para repatriar los restos del obispo Valerio: un santo auriense, lleno de humildad y desaparecido en la pobreza, que haba dispuesto, al morir en una lejana dicesis, ser enterrado humildemente en su ciudad natal y en el cementerio comn; disposicin que empez por violar el Cabildo que se aferr al caso para hacer un despliegue de fuerzas, con motivo de la llegada de los despojos del justo, y ordenando que fuese sepultado en la catedral. Los hechos ocurrieron as: popularmente se conoca a la Pelana, propietaria de la casa de lenocinio ms lujosa de Auria, heredada por su primitiva duea, como a una mujer de gran bondad, que no slo reparta con las pupilas mucho de sus tristes ganancias, sino que haca infinitas caridades. Nadie se acercaba a su puerta sin ser socorrido. Mientras los ruines tenderos alimentaban su farisesmo dndoles a los pobres una moneda de dos cntimos cada sbado, luego de haberlos hecho esperar, en exhibicin, un par de horas, la Pelana les daba un tazn de olla caliente, con buen compango; un vaso de vino y un par de reales; casi siempre ella misma les serva al abrigo del gran zagun de azulejos, al que llegaban, desde el interior de la casa de pecado, las palabrotas y olores a pachuls de las pupilas. Y muchas veces forzaba la ddiva en metlico, cuando la situacin de sus
pobres, que conoca con todo detalle, as lo requera. Se deca de ella, entre otras cosas, que haba pagado los primeros estudios del hijo de la Silvana, una ciega que tocaba el acorden y cantaba por las calles con bellsima voz, a la que le haba salido aquel hijo que era un asombro de inteligencia, y que estaba terminando su carrera en Compostela, despus de haber retirado a su madre de la mendicidad, protegido por un abogado de nota, que le tom de pasante. Tambin era fama de que haca llegar, bajo cuerda y dentro del ms juramentado sigilo, su ayuda a algunas viejecitas de Auria, pertenecientes a familias principales, que haban ido quedando solas y desvalidas, contando para ello con recaderas tan prudentes y sagaces como la Veedora y Paca la Coja, que mantenan en la penumbra el origen de aquellas ddivas, insinuando, si acaso, que venan del obispado. Por todo ello y por lo que el pueblo aade de legendario a las cosas de la rara bondad de los pudientes, la Pelana era muy querida. Adems, dentro de su nefando trato, ella haca una vida ya alejada de lo ms directamente reprobable, y quienes la conocan de cerca decan que lo nico que la retena en el ludibrio de aquella existencia era su afn de no dejar en la miseria a muchos de sus protegidos. Haba sido hermossima y conservaba a travs de los aos una lozana de carnes y una gracia popular, extraamente mixturada con los finos ademanes aprendidos del seoro y con la palidez de su rostro y manos macerados de afeites, de trasnochadas y de aos de enclaustramiento, pues no sala jams si no era, segn se deca, al amanecer, muy arrebujada y desconocida, para asistir a algunas misas en capillas extraas y desiertas. En los ltimos tiempos su palidez se haba extremado en pocas semanas, hasta adquirir un tinte amarillento, como pajizo, y sus ojos se haban ido hundiendo tras unas ojeras papudas y salientes, como de borracha. El rumor de que una grave enfermedad la minaba se hizo certidumbre cuando la criada del mdico Corona dijo, en el lavadero pblico de las Burgas, que la Pelana tena un cncer abajo. Fue breve el proceso del terrible mal, y cuando las cosas se inclinaron a lo decisivo se hizo trasladar, desde los esplendores y comodidades de la casa de pecado, a una chavola de madera en las afueras, cerca de las Lagunas, donde una prima suya, vieja y algo idiota, tena un pequeo parador para servir cerdas y un zaquizam donde despachaba gaseosas y paquetes de picadura de tabaco a los jornaleros. Los das finales de la Pelana fueron de gran edificacin, y los alrededores de la humildsima casucha vironse da y noche poblados de gentes humildes que iban a ofrecerse, a llevar remedios caseros y a rezar hincadas en tierra, a veces en nmero tal que llegaron a preocupar al clero y a las autoridades. Dispuso de sus bienes, que no eran muchos casi todo lo haba dado en vida, con gran equidad, entre su parentela que apenas conoca, pues haba salido siendo una nia de su aldea para vivir en la abominacin a donde la arrojara un portugus ambulante, serrachn de bosques, que la trajera a la ciudad despus de haberla perdido. Entre tales disposiciones figuraba el cierre definitivo de la casa. Cuando pidi confesin empez a esbozarse el conflicto, pues ninguno de los curas de las parroquias de Auria quiso ir hasta el castizo, donde agonizaba la pecadora, a suministrarle el pan redentor, insistiendo en que la llevasen al hospital, que era un casern siniestro, lleno de hedores y de crueldades, resistido hasta por los pobres de solemnidad. Esta actitud caus gran irritacin en la gente del pueblo y hasta en alguna de la clase media y de las profesiones liberales. Cuando estaba casi en las boqueadas del trnsito y los rezadores empezaban a amotinarse, apareci un clrigo medio loco,
don Lucio Abelleira, que viva entregado a unos raros estudios e invenciones para el aprovechamiento de la fuerza de las olas del mar y que subsista gracias a las misas de manda y testamento, y de una pequea y misteriosa ayuda que reciba de una sociedad inglesa. Don Lucio sali de la chabola, despus de dos horas largas de confesin, y cruz por entre el gento con lgrimas en los ojos, murmurando como para s: Una santa una santa El mismo padre Abelleira volvi al da siguiente trayendo el hbito de san Francisco con que la Pelana pidi ser amortajada y ya no se movi de all hasta que la infeliz expir, siendo su ltima voluntad que le vistiesen el sayal en vida, luego de pedir que le cortasen su preciossima mata de pelo que haba sido el orgullo de sus tiempos de vanidad. Fue tambin don Lucio, que estuvo sin pegar ojo cuatro noches, el nico sacerdote que acompa el entierro hasta el cementerio, cantando en voz alta, casi desafiante, salmos y responsos, durante todo el largo trayecto, tras los despojos que iban en un caja humildsima cubierta de percalina negra, por la que transparentaban las tablas de pino nuevo. El atad fue llevado a hombros por mujeres, cosa nunca vista en Auria, y seguido por gran muchedumbre. Las que lo llevaban eran cuatro gigantas silenciosas llamadas las Catalinas; unas aldeanas que venan al rayar el alba, desde su lejano lugar de la Valenz, a ganarse un jornal picando pedernal, de sol a sol, para las obras de la carretera nueva. Al llegar el imponente cortejo a la puerta del camposanto, que estaba en los altos de la ciudad, el conflicto adquiri su gravedad definitiva. El capelln del cementerio, cruzado de brazos, ocupaba la entrada, asistido del Paulino y el Elias, los dos sepultureros, armados de relucientes palas, y se neg en redondo a dar cristiana sepultura a aquellos restos. Las Catalinas posaron el atad en tierra y la muchedumbre, casi toda de mujeres, se repleg con un rumor de pasmo y de ira. Los hombres haban acordado no meterse en aquello, pero vigilaban en gran nmero, algo alejados, pues todo haba sido combinado a fin de que el entierro coincidiese con la tregua del medioda. Mientras don Lucio parlamentaba con el obstinado cura, hubo una rpida consulta entre las menestralas. Las Catalinas, en su calidad de aldeanas, mantenanse aparte de las puebleras, a los lados del atad, sin meter baza en sus deliberaciones, grandiosas, llenas de poder, con las chambras delgadas empapadas de sudor sobre los agresivos senos, casi visibles, y trasluciendo tambin sus espaldas musculosas, dignsimas en su grave fortaleza, como figuras de un grupo escultrico. Despus de la breve consulta destacronse hacia el cura dos mujeres muy respetadas del pueblo, en realidad dos cimas dentro del prestigio de la menestrala: Balbina la cascarillera, una viuda que sacaba adelante cinco hijos cascando cacao para la chocolatera de Rey, y la Mara del Sordo, pulqurrima costurera de blanco, muy solicitada y querida por las familias de Auria, que quedara soltera a causa de una quemadura que haba sufrido de nia que le haba dejado la boca contrada cmicamente, como para un beso lateral, y un prpado derretido y lagrimeante, siendo, por contraste, el otro lado de la cara hermoso, y resplandeciendo en l un ojo de incomparable belleza. Hablaron brevemente con el capelln, que era un tal don Blas, brutazo, con los mofletes acarbonados por la recia barba. Por los gestos se vio que insista en su malhumorada negativa. La multitud empez a remegerse y los hombres fueron apretando su cerco vigilante, mientras algunas mujeres y chicos se bajaban a recoger piedras. Balbina y Mara del Sordo se volvieron y hablaron con las ms cercanas, mientras las otras se arremolinaban en torno queriendo or. En el tramo despejado entre la gente y la puerta del cementerio, estaba el atad, al final de una pequea cuesta, de forma que resultaba muy visible para todos,
custodiado por el recio grupo de las Catalinas, que all se estaban al rayo del sol, quietas, con las manos en la cintura, como talladas en piedra y, al parecer, sin enterarse de nada. Continuaron unos momentos ms las idas y venidas entre el cura terco y los corros de las mujeres agraviadas. En una de esas se vio a las Catalinas entablar entre ellas un breve coloquio, por encima del fretro, sin descomponer el ademn, y que fue ms de miradas que de dichos. Y, de pronto, se adelantaron, arremangndose, hacia el cura y los enterradores, a los que, sin decir palabra, acometieron con tan certeras y hombrunas puadas que los dos custodios de la pala rodaron por tierra, mientras el cura hua, alzando el balandrn a mujerengas, dejando ver las botas de elstico y las medias rayadas. Mas casi en este mismo momento se vieron aparecer a retaguardia, por el final de la calle de Crebacs, los charolados tricornios de los guardias civiles que haban sido avisados y que llegaban, en el sorprendente nmero de cuatro parejas, con el asesinato ya escrito en las jetas fatales y el mosquetn bajo el brazo, venteantes del crimen gubernativo. Los hombres se interpusieron en amenazante barrera y el tenientillo, que era de Academia, se adelant a inquirir, con el espadn desenvainado, imponiendo contencin a los nmeros, por lo cual el sargento, que era de cuchara, lo mir con asco. Se acord que se dejase donde estaba el fretro, a cargo de una pareja de la benemrita y retirarse todos, tal como lo exiga el seor gobernador, a fin de reducir, en sus comienzos, lo que haba calificado de intolerable amenaza de motn, y destacar una delegacin que fuese a discutir con l el asunto del entierro en sagrado. Cuando la delegacin de mujeres volvi, a eso de las tres de la tarde, provista del permiso de su excelencia, aunque sin haber conseguido el de la autoridad eclesistica, se enter, con gran indignacin, que la guardia civil sin duda obedeciendo rdenes emanadas del gobernador mismo, luego de despejar de curiosos aquellos contornos, haba hecho enterrar a la Pelana en el cementerio civil o de disidentes, inaugurado veinte aos antes y del que continuaba siendo habitante nico mi abuelo materno, don Juan Mara de Razamonde, sabio y filntropo de infinitos mritos, gran caballero y esclarecido masn, quien junto con el obispo Valerio, en el otro polo de la concepcin filosfica aunque no de las prcticas humanas, haba sido el ms admirado y amado varn de las ltimas dcadas de Auria. El pueblo, lejos de resignarse, se ech a la calle y hubo juntanzas y corrillos en cada barrio durante toda la tarde, que vali por un da de huelga, pues nadie fue al trabajo. Hacia el anochecer las cosas tomaron peor cariz y unos cuantos mozalbetes del gremio de fundidores, que era el ms levantisco, apalearon a los faroleros, no dejndoles encender las luces en los arrabales y apedrearon las galeras del palacio episcopal hasta no dejar vidrio sano. Durante la pedrea se oyeron varios disparos, afirmando algunos que haban sido hechos por los guardias civiles parapetados en las cocheras eclesisticas de la ra del Obispo Carrascosa, y otros que haban salido del palacio mismo. A prima noche una comisin de mujeres recorri las principales casas de la gente liberal de Auria demandando consejo. A su paso por la plazuela de los Cueros, las Fuchicas las atajaron blandiendo un crucifijo y llamndolas zorras, bandoleras y condenadas, por lo que hubo una breve zalagarda de araazos y repelones donde las Fuchicas llevaron la parte peor. Segn afirmaron luego las mismas Fuchicas, jurando por sus cruces, donde las tas aquellas haban recibido el plan preciso, que luego haban de poner en prctica, fue en nuestra casa, en la que, efectivamente, estuvieron a ver a mi madre; reunin que no pude espiar, pues se encerraron con llave en la saleta y hablaron cerca del balcn, en voz muy baja. En los das que siguieron no pude arrancarle
a mam otra respuesta que una sonrisa al parecer de satisfaccin, como quien recuerda una peligrosa travesura. A eso de la medianoche unas cuantas mujeres, encabezadas por las Catalinas y dirigidas todas ellas por una que se arrebujaba en un manto lujoso y que picaba menudo al andar, suban hacia los cementerios, que estaban separados por un muro, dando un rodeo por el callejn de la Granja, al amparo de las altas paredes que lo flanqueaban, y como fundidas en la espesa llovizna que caa a tales horas. Se las vio llegar al de disidentes, y a las Catalinas, con fuerza y decisin viriles, escalar las tapias y tender unas sogas. Desde adentro mandaron una escala de mano y fueron pasando casi todas, hasta unas doce, quedando fuera tres o cuatro para ventear si alguien llegaba. No hubo modo de encender las cerillas, que se empapaban en la raspa hmeda de las cajas, y fue preciso buscar a tientas la tierra recin removida; y aunque el cementerio, en previsin de los pocos herejes que Auria haba de dar de s, era pequesimo, de unas cincuenta varas de largo por veinte de ancho, el asunto fue trabajoso. Cuando una de las Catalinas dio con el sitio, al hundrsele, con susto, un pie en la tierra esponjosa, cayeron en la cuenta de que no haba trado instrumentos con que librar al fretro de los terrones. Pero ya emprendida la hazaa y metidas en la aventura hasta aquel punto en que el miedo se trueca en furioso valor, las mujeres se abatieron sobre la fnebre gleba y arrodillndose, animndose unas a otras con bisbiseadas expresiones, empezaron a sacar la tierra con las manos. Afortunadamente, hecha aprisa y de mala gana, la sepultura era de poca hondura, y muy pronto las uas dieron en la tela del msero sarcfago. El contacto con el macabro objeto dioles todava ms nimo y en pocos instantes la caja era levantada a pulso, atada con las cuerdas, y sacada de all por encima de las tapias. En las primeras horas del da siguiente una noticia pavorosa corri por toda la ciudad. El atad, conteniendo los restos de la Pelana, haba sido hallado por el pincerna de la catedral en su primera ronda, antes de la misa de alba, en el mausoleo que esperaba, abierto, los restos del santo obispo Valerio. Sobre el lugar donde ira la lpida de cierre, vease una tapa de madera con el siguiente epitafio, trazado en letras de negro chapapote, aunque con diestro pincel: R. I. P. M ara del Roco Rz. Canedo Natural de Sta. Cruz de la M erteira M uri reconciliada con Dios El 3 de mayo de 19.. A los 40 aos de edad. Rogad por ella!
CAPTULO XVII
Cuando apenas faltaba una semana para el da del Corpus Christi, en el que sola realizarse la primera comunin de los nios de Auria, sobrevino, toda aspada de sustos, la criada Joaquina en el cuarto de costura donde mam y la ta Pepita, nuevamente reconciliadas, pero an mirndose de lado a causa de las murmuraciones del fragoroso entierro, asistan a la prueba de mi traje de ceremonia, que era de marinero, de sarga azul con anchos pantalones de campana. La presencia de Lisardo el Tijera de Oro, que en aquel momento estaba arrodillado a mis pies, manejando febrilmente el jaboncillo en las vueltas de la prenda, contuvo a la sierva en la descarga del aspaviento que traa preparado en los ojos llenos de noticias, y en el iniciado volatn de las manos. Ante el sastre se fracas de gestos e hizo una sea a la Pepita, indicndole que alguien la esperaba abajo. A los pocos instantes fuese el Tijera de Oro, protestando de aquel defecto, que atribua a un error de reentrado de la pantalonera, esa chambona, y que sera corregido ipso facto. La Pepita, que nunca obraba a derechas, sali con el pretexto de acompaarlo y como si no se hubiese percatado de la sea. No bien quedamos a solas, Joaquina se cubri la cara con las manos moteadas de vejez, como negndose a mirar hacia alguna horrenda aparicin. Qu pasa, Joaquina? interrog secamente mam, a quien nunca agradaron aquellos extremos gesticulantes de la vieja. Estn abaixo as Fuchicas[4] balbuce por entre los dedos, en su insobornable prosa regional. Mam hizo un gesto contrariado, pero lejos de participar, al menos en apariencia, de los repulgos de la bondadosa estantigua, la calm con palabras entre severas y afectuosas. Vamos, Joaquina, que ya tienes aos para no hacer chiquilladas! Qu te va ni qu te viene en que vengan las seoritas de M ombuey, a quienes no s por qu tienes que llamarlas Fuchicas? Nunca eiqu vieron sen traer calamidades, como a sombra do moucho Meigas! Linguas pezoosas![5] Silencio, Joaquina! Mejor haras en ir a ver lo que hace Blandina con las confituras Llega hasta aqu el tufo del almbar quemado Vete ya! Ya sabes que no me gustan habladuras. E logo vostede, alma de cntaro, non sabe que andan por a apondolle o conto da Pelana, dicindo que foi nesta casa onde se deron os cinco pesos para emborrachar a Xel, o sereno, e que deixase entrar as mulleres na Catedral? E anda as defende![6] Terminemos, Joaquina. Vete, hazme el favor Joaquina se alej refunfuando. Casi inmediatamente apareci Pepita y se par en seco, en los medios, con la vista recta y fija hacia donde no haba nadie. Qu mosca te pic? pregunt mam, tratando de reducir, con esta frase familiar, la expresin de turbulento mensaje que Pepita anticipaba con aquella entrada teatral. La mosca de la evidencia! Lo que eran vagos rumores son hoy certidumbre continu, sin moverse y sin mirar. Y aadi luego, con voz destrozada: Caer sobre esta casa el anatema! Mira, Pepita, habla como todo el mundo y djate de pamplinas. Qu nueva infamia te han trado esas embrollonas? repuso mam con mal humor. No las llames as; esta vez son mensajeras indirectas de ms altos poderes.
Quieres dejarte de noveleras, estpida? grit mam, seriamente indignada. Qu altos poderes ni qu nio muerto van a elegir tales recaderas? La Pepita, con los ojos alzados hasta casi ocultarlos en el prpado superior, declam, mantenindose con dificultad en el medio tono: No le darn comunin a tu hijo en la catedral! Las Fuchicas traen la noticia de muy buena fuente. Y habr que meter muy serios empeos para que lo reciban en cualquier alejada parroquia. He ah tus genialidades! Dies irae, dies illa! Esto es el fin! Qu no va a ser recibido mi hijo en la catedral? Ignoran esos miserables quin soy yo? exclam mi madre, erguida, con una altiva gravedad que yo no le haba visto nunca. No saben que desde hace cuatro siglos nuestra gente tiene asiento en el coro? No faltara ms sino que media docena de clrigos maragatos y vizcanos vinieran aqu a plantar pases. Dile a tus emisarias, de parte de Carmen de Razamonde, que nos veremos las caras sos y yo! No faltara ms Es intil, el asunto viene de la jerarqua Aunque venga del Padre Santo! Joaquina! exclam, lanzndose hacia la puerta. Qu vas a hacer, desventurada? Desventurada sers t! grit mam, volvindose de pronto. Y no vuelvas a arriesgar palabras como sa si no quieres quedarte sin postizos aadi con uno de aquellos prontos villanescos que tan salada hacan su indignacin. Pepita sali, hendiendo el aire con el perfil como una majestuosa proa. Apareci Joaquina enjugndose las manos en el mandil y preguntando con sus iris blancuzcos perdidos en las huesudas cuencas. Anda en seguida a casa de don Jos de Portocarrero y dile a qu hora puede recibirme, hoy mismo; que se trata de asunto urgente. Y vete al parador del Roxo; si est all todava el peatn de Gustey, dile que venga en seguida a verme, que tiene que llevarle un mensaje a mi marido. Esta ltima parte de la orden dej a Joaquina asombrada y se qued un instante, como esperando una rectificacin. Qu aguardas, momia? Joaquina volvi en s y, haciendo crujir las bisagras de sus antiguas articulaciones, parti con su gil trotecito de anciana diligente. No bien sali la criada pregunt a mam el porqu de recado tan increble. Yo siempre supuse que, aun cuando nos quemsemos vivos, mi padre sera la ltima persona del mundo a quien demandara auxilio aquella orgullosa mujer. No seas mtomentodo, Bichn; djame disponer, djame hacer. Hay que cortar esas intrigas por lo sano y con mano dura, desde el mismo momento en que nacen, sin fijarse en los medios. Despus Dios dir. Por algo don Jos me dijo, el ltimo da que estuvo aqu, que consideraba acabada mi preparacin y que, adems, le resultara muy difcil seguir frecuentando esta casa exclam, como pensando. Pues seguir viniendo, te lo aseguro. No faltara ms! Claro que vendr! concluy mi madre, frentica. Las gestiones fueron firmes y minuciosas. Mi madre feri ruegos y amenazas. Anduvieron en ello, por la parte persuasiva, don Camilo, el procurador, anciano respetabilsimo que haba sido amigo de mi abuelo, y por la parte compulsiva mi padre y el to Modesto, que bajaron inmediatamente de la
aldea con ese fin. Parece ser que el to, no bien llegado, se encontr con el cannigo Eucodeia, al atardecer, en la oscura ra de San Pedro; y, cogindolo de un brazo, le amenaz, de buenas a primeras, con romperle la crisma, o mejor dicho, el crneo, que la crisma era demasiada cosa para un cannigo. No tanto la amenaza personal cuanto la brutal frase, por su carcter genrico, cay psimamente en el Cabildo y estuvieron en un tris de perderse las negociaciones del viejo procurador, que lo era tambin de la Curia eclesistica. Modesto fue instado por l a que quitase las manos de aquello y dejase que mi padre, como hombre de ms mundo y de humor ms gobernado, se entendiese con las gentes de sotana, asesorado por el mismo respetable picapleitos. Y, efectivamente, en la primera reunin que tuvo con tres de ellos, don Emilio Velasco, Eucodeia y don Po el den, mi padre, poniendo punto final a la entrevista, cuando apenas los otros haban terminado de disponer las bateras de su amanerada dialctica, les dijo que, o arreglaban el asunto del chico sin tantos ringorrangos del palabrero o que no habra procesin de Corpus, que de eso se encargaba l. Y para final aadi, encasquetndose la bimba: Que ya haca tiempo que les tena ganas a muchos farsantes e hipcritas y que al primero que volviese a mentar a su mujer, para envolverla en los de la canalla, le dara dos bastonazos en medio de la calle, as fuese el propio sursum corda coronado. Y con la misma, sali del despacho de don Camilo, picando furiosamente el yesquero. Buena manera de apagar faroles! No result fcil abatir el terco orgullo de aquellos hidalgos y burgueses ensotanados que formaban el Cabildo, ms avivado an por las expresiones despectivas de mam hacia la casta canonical, de las que no haca el menor secreto.
CAPTULO XVIII
Despus del da de Vsperas, aturdido de campanas, transitadsimo de aldeanos y forasteros, con su vistoso folin nocturno en la Alameda del Concejo, el limpio cielo negro del verano triunfal surcado de globos de papel, las repentinas corolas de los cohetes de lucera, abrindose al final de su alto tallo de chispas, las ruedas de fuego y los castillos de bengala, y la caprichosa iluminacin a la veneciana, encargada a los maosos portugueses de Braga, lleg, envuelto en suntuoso junio, el de la gran fiesta, oliendo a lilas y a hinojo. El ambiente festival era una cosa que se vea, se oa, se respiraba, como una atmosfrica presencia que entrase por todos los sentidos hirindolos dulcemente, inmersos en aquellas imgenes, que daban de s su alegra intacta, inacabable, como perpetuas fuentes del placer. Era el da de las cosas sin tasa, de ponerse encima todo lo mejor y lo ms nuevo que se tena, de gastar dinero sin pensar en el maana, de hundirse, hasta el dolor, en los manjares y golosinas. Los inconvenientes de esta furia vital indigestiones, chichones, lamparones que restaban como saldo del glorioso da, no ocasionaban disgustos, rias ni remordimientos, y eran algo as como nobles heridas recibidas en la batalla del goce, consentido por el celo ritual y el frenes de aquel da en que lo sagrado y lo profano se entretejan dndose mutua incitacin y relieve. Me despertaron las alegres dianas y alboradas que suban de la calle, ejecutadas por las bandas de msica del Municipio, del Regimiento y las venidas de otros pueblos, y por las gaitas, que enternecan, con su saudoso trmolo campesino, las ptreas estructuras de la ciudad. Muy temprano, me vistieron con el hermoso traje que el Tijera de Oro haba dejado hecho una pintura. Desde las primeras horas estaba la casa llena de un clido olor a alta repostera destacndose de entre la suma de las cochuras, el aroma de las tartas de almendra, lo que converta mi ayuno, que haba de prolongarse hasta muy cerca de las dos, en un suplicio intolerable. Criadas y asistentas zumbaban, afanosas y excitadas, en la cocina como abejas en un panal. Entre los primeros que llegaron a verme estuvo Ramona la Campanera, envuelta en su tufo de aguardiente maanero, que subi un instante, entre dos toques, a felicitarme, y Matilde, la pobre tullida que peda limosna en la gradera de entrada a la catedral. Transig con el beso de Ramona, a condicin de que me prometiese, una vez ms, llevarme un da al altsimo campanario. Hizo la extraa mujer grandes carantoas y extremos a propsito de mi traje, moviendo todos los msculos de su cara pecosa, aplastada y hombruna, metindose a cada paso los dedos entre el pauelo de la cabeza y el pelo de estopa que se le desvedijaba por todas partes. Danz a mi alrededor, pequearra y movediza, asombrndose de cada detalle, y sali con la misma agitacin, despus de haber dejado unos churros, que nadie comera, envueltos en un papel rezumante de aceite. La pobre Matilde no se atrevi a besarme en la cara y me bes en una mano. Luego me regal una medalla de plata muy borrosa, con un San Jos, an caliente del contacto de su pecho. Me llam caravel y me apret, desde el suelo, contra sus andrajos limpsimos, estrechndome por la cintura. Cuando iba a emprender su penoso descenso, arrastrndose apoyada en las manos, que era su manera de andar, la llam por su nombre y la bes en la mejilla. Con la emocin le dio una especie de hipo y sali asperjando bendiciones. As me gusta gallipave la Pepita, que ofrezcan esas tempranas pruebas de humildad.
Yo no lo hago por humildad. No me repliques! No olvides el estado de gracia. A ver, levanta esa pierna puse el pie sobre el borde de una silla y me pas los dedos en pellizco, por la raya del pantaln. Sent de nuevo el infinito placer de verme con pantalones largos y de poder hundir las manos en los bolsillos tibios y hondsimos. En esto apareci mam, que andaba desde muy temprano patroneando la complicada cocina del da, y que en lo ataedero al indumento dejaba que Pepita ejerciese sus derechos de madrina, aunque bajo su estricta vigilancia para que no se le fuese la mano en los primores. Encontr que la blusa no estaba bien asentada de plancha, lo que ocasion un dilogo no por breve menos apasionado, tras el cual me quit la prenda y se la llev. La ta me recogi un poco ms los tirantes, pues no se me vean bien las chinelas, y sent una vez ms la tibieza del gnero en toda la pierna y aquel picor de las asperezas de la sarga en las pantorrillas, tan delicioso como el golpe rtmico de las botamangas, al andar, en el empeine y en el contrafuerte del calzado. Se alej unos pasos para ver el efecto de las hebillas de plata sobre el charol y amohin un gesto de cejas peraltadas y balanceada cabeza, que en seguida substituy por otro de concentrada atencin que vino a posarse en mi pelo. Seguidamente sent el golpeteo sordo de la barra del cosmtico asentndome otra vez la base del tup y el arranque de las patillas, rizadas con tenazas calientes. Entr de nuevo mam, con la blusa marinera cogida por los hombros, oliendo a plancha. Pero el momento ms emocionante, tanto que casi se me caen las lgrimas, fue cuando mam, arrodillada, a mi lado derecho, me fij con unos hilvanes en la manga el brazalete de seda en el que haba bordado una Eucarista con la paloma del Espritu Santo en realce, y que terminaba con dos bridas colgantes, fileteadas por galones y flecos de oro. Despus de otra corta discusin, tambin vehementsima, sobre si deba llevar a no puesta la gorra, se resolvi que s, pues tendra ambas manos ocupadas con el devocionario y el cirio de la ofrenda. En caso de apuro, Pepita, que defenda la tesis de la gorra, me prestara ayuda, pues qued definitivamente resuelto que sera ella quien me llevase a la catedral, ya que mam tena pocas ganas de aguantar miradas impertinentes y, por aadidura, las visitas familiares y de cumplido que luego haba que hacer. Puse los pies en la calle tan liviano como si en vez de andar volase sobre el cr-cr de mis chinelas de charol, hechas, con suavidades de guante, por Juanito el Pepino, zapatero litrgico de obispos y dignidades. Los hojalateros, que holgaban, domingueros y lavadsimos frente a sus tabucos, me miraron y me sonrieron como a cosa propia. La seora Florentina, la del pan, que tena all contiguo el tenderete, ahuec su cara de hogaza, dejando ver los dientes, como gastados por una lnea y quiso, a toda fuerza, meterme una rosca en el bolsillo; cosa que la ta impidi con un gesto imperial y una seca impertinencia aludiendo a que en casa sobraba el pan. Al vernos llegar, las Fuchicas revolotearon en su alero y, en volandas tambin, bajaron de su chiribitil recibindonos en el portal de la casa, fantsticamente enchorizadas en unas tnicas de percal gris, muy ceidas al cuerpo y llenas de pegujones de masa y de lamparones grasosos a causa de la repostera casera que ejercan, excedidas de encargos en tales solemnidades. La flaca me bes con repelente succin de vampiro y la gorda con la uncin de su belfo hmedo, como lardoso. La ta me pas ligeramente el borln de los polvos de arroz por la cara, lo que siempre me haca escupir, y nos fuimos en seguida, mientras las Fuchicas nos gritaban desde la puerta, sin duda para
darse pisto ante el vecindario, que volvisemos por all a la salida, que me tendran preparado un buen cartucho de merengues y pitiss. Al pasar frente a la taberna del Narizn apareci el to Modesto, avisado de nuestra proximidad por el Pencas, zagal de la diligencia de Vern y medio espolique suyo. Surgi de la fresca penumbra vinosa con un vaso del blanco entre sus dedos de catador, y yo pens que estara vendiendo algn pico de la cosecha vieja, pues no era hombre de tascas. M e toc la mejilla con dos dedos olientes a mosto y exclam, sin mirar a la ta: Bien amariconado te llevan! Lo que es hoy, el beatero de tu casa no se priv de nada! Pasa por el Casino, que est all el barbin de tu padre me puso un par de duros en el bolsillo del pito y peg la vuelta, despus de haberme echado una mirada indescifrable, que tambin poda ser de ternura, aunque muy lejana y contenida. Cuando habamos dado unos pasos la ta musit, con voz destrozadsima: Me relevars del sinsabor de conducirte hasta la presencia de tu padre y se abanic con una prisa desproporcionada a la temperatura ambiente. Ir yo solo, y t me aguardas enfrente, en el comercio de los Madamitas. Vuelvo en seguida dije esto con tanta seguridad que no replic palabra. Doblamos por la plaza del Recreo y enfilamos por la calle del Seminario Conciliar de San Fernando, llena de seoro que sala de asistir, en Santa Eufemia del Centro, a la misa de diez. Pronto me vi naufragado en los Ay, qu monsimo! Qu traje caprichoso, Pepita! No s a quin sale este chico tan guapo!, y otras pamemas de las seoras que encontrbamos, cuyas manos, enguantadas de cabrilla de colores, oliendo rabiosamente a peau dEspagne, me producan repugnancia y fastidio al rozarme las mejillas. La ta se deshojaba en excusas farsantonas sobre mi elegancia, al mismo tiempo que colocaba su ponzoa. Todo fue improvisado, haceos cuenta! No hay humor para nada con tantos disgustos Una cosa sobre otra. Claro que el pequeo no tiene la culpa, pero Desde el asunto de mis padres se evitaba, con zorrera provinciana, el aludirlos en mi presencia y ninguna de aquellas bambolleras, que no servan ni para descalzar a mi madre, me dio recuerdos para ella, como era de elemental cortesa en Auria. Su serena belleza, su cuna limpsima y la valenta de su carcter, que desde muy joven le atrajeran el afecto y la admiracin respetuosa de los hombres, eran prendas que jams le haban perdonado aquellas cursis que aprovechaban toda ocasin para tratar de meterle el diente. En cuanto llegamos frente al Casino la ta me dej, y con mucho garbo, pues salerosa s lo era, se fue hacia el comercio de los Madamitas, recogindose la falda y dejando ver la blanqusima escarola almidonada de las bajeras, que acompasaban su paso con un acartonado crujido. Cruc la calle de esquina a esquina, orgulloso de que me dejase ir solo, con el pantaln largo y el cirio rizado, que blanda como el bastn de un mariscal. Mi padre, que estaba sentado, con otros, en los sillones de mimbre de la acera, se levant al verme llegar y sali a mi encuentro muy ruborizado. Me cogi por los brazos y sin decirme nada me alz en vilo y me bes en los labios. Me pos luego y me sacudi los polvos de arroz con su pauelo de batista, mascullando algunas palabrotas, naturalmente sobre las tas. Estaba magnfico con su traje a cuadros diminutos, en gris y blanco, de chaqueta ms bien corta, entallada, con ribetes de trencilla negra, el estrecho pantaln con los bolsillos al bies y su alto chaleco de solapas, cruzado de bolsillo a bolsillo por una cadena de oro con saboneta y guardapelo. Se sent quitndose la bimba gris, y el sol le encendi los vivos oros del tup.
M e retuvo entre sus muslos, mirndome un largo rato, y luego me dijo: Ests guapote, jovencito! Tienes a quien salir, no hay duda Claro, a ti exclam un veterinario, llamado Pejerto, famoso por sus impertinencias. Hablas como tus pacientes repuso mi padre, que no perda una. Acaso los hijos son slo del pap? Se callaron todos, all donde las lenguas adiestradsimas no dejaban nada indemne, y yo agradec aquel tcito homenaje a la belleza de mi madre. Era criterio formado en toda aquella venenosa camarilla que mis padres estaban enamorados, aunque no se entendan, pues, tal como teorizaba don Jesusito Cavesta, un magistrado de la Audiencia dado a la filosofa, el amor va por un lado y el discernimiento por otro, cuando la casualidad los junta, uno acaba matando al otro. Furonse acercando aquellos caballeros y celebraron, sin ambages, mi apostura y vestimenta. Uno verdoso, delgado y altsimo, a quien llamaban don Narciso el Tarntula, con chalina a lunares y sombrero de haldas, que tena fama de algo arquelogo y gran ateo, dijo, con una voz resonante de bajo profundo, que pareca no pertenecerle: No s cmo consientes estas pamemas, Luis Mara. Se empieza por estos simulacros y perifollos de juerga mstica y se acaba en el oscurantismo. Ests criando un retrgrado! Son cosas de las mujeres, Narciso. Algo hay que dejarles de los hijos. Cuando sea grande ya pondr mano en ello repuso mi padre. De tales transigencias sufre luego el pas. No fastidies, t! Qu concho tiene que ver el pas con que mi hijo vaya un da a la catedral a tragar una oblea amasada por las Fuchicas y bendecida por Su Ilustrsima, don Antoln? De lo que sufre el pas es de que vosotros andis manosendolo a diario con la soba de tantos escrpulos y teoras. Es cuestin de principios, Luis Mara insisti el Tarntula, y de severidad para sostenerlos con lo privado de la conducta. Siete hijos tengo y ninguno pas por las horcas caudinas del agua lustral. No faltara ms! Y con la misma se inclin para mirar, con curiosidad mezclada de desdn, la Eucarista bordada en mi brazalete. Luego, alejndose hasta el borde de la acera y, al parecer, sin que tuviese relacin una cosa con la otra, sac el labio inferior y sopl sobre las losas un lavativazo de escupe amarillo a causa de la hedionda tagarnina que andaba fumando. Todos ellos me dieron pesetas y me palmearon la cara, llamndome buen mozo, presumido y otras lisonjas. Alejo, el adamado y viejo conserje, con su papo de rey, su melena de fgaro y su sonrisa de alcahueta, lleg de los adentros del casn recreativo envuelto en el permanente olor a colillas nocheras, pues el saln de la timba, que estaba barriendo, daba all, contiguo. Traa en una mano la escoba de palma, y en la otra una copita de vino tostado, en un bandeja, en la que tambin lucan unas galletitas. Apenas mi padre, despus de haberme puesto su pauelo como babero, me acercaba la copa a los labios, cuando se oy un alarido que sala de tras las piezas de cot, puestas en columnata a ambos lados de la puerta del comercio de los Madamitas. Era la voz de mi ta lanzada en filos de diverso grosor, todos ellos dramticos. Bichn, el estado de gracia! roci la acera con el buche delicioso, apenas paladeado, y me qued confundido. Mi padre mir severamente hacia la tienda frontera, y, limpindome los labios, pidi un vaso de agua.
Y ahora, pap? Ahora, qu? No s si podr comulgar. No tragu nada. El Tarntula, desde su butaca de mimbre, expidi su opinin mientras jugaba con la trenza orejera de la que pendan unos lentes de oro con los pequeos cristales en forma de media haba. No habrn de faltarle das ni hostias, pequeo reaccionario! Tuve ganas de darle un puntapi en la canilla a aquel sujeto turbio y acre. Y a usted qu le importa? dije, sustituyendo una agresin por otra y mirndole de muy mal modo. Qu es eso, Bichn? dijo mi padre con seriedad. Viste? Lo dicho. An no asamos y ya pringamos abund Pepe del Alma, el droguero, que tambin era de la cscara amarga. Este pequeo, por mucho que hagas, ya tiene en el alma el virus ultramontano agreg don Narciso con voz sepulcral. As empez mi primo Pampn terci el otro y ah lo tienes en Mindanao, vestido de fantasma y convirtiendo leprosos. Un plan de vida! No seas lambn t tambin, Pepe! A ti te caen peor que a stos esas melopeas que leis en El Motn y que atufan a cosa prestada y trasnochada! Cada uno habla segn su cultura terci Barrante, un empleado de Correos marcado de viruelas y escptico conocido, y el que claudique, all l. No ir eso por m repuso mi padre. Yo soy de los de al pan pan y al vino vino. Mi anticlericalismo es de hechos y no de retricas cafeteras. Al que le pica, ajos come agreg, indirecto, el Tarntula, ofendiendo con la paremiologa, que es recurso de taimados. Eso de los ajos me lo aclarars luego replic pap con la voz llena de amenazas. M e va a ser imposible improvisarte un olfato. Caballeros! terci un seor de edad, que estaba all, al margen, leyendo un peridico. Por ese camino llegarn ustedes a las vas de hecho. Qu de hecho alborot mi padre, de deshecho, dir usted! Hay caras que ofenden slo con su presencia. Como la discusin iba subiendo de tono y, adems, Pepita ya haba asomado diversas veces con el paizuel de encajes moscardoneando sobre frente y mejillas, lo cual era en ella una muestra de gran impaciencia, pap me despidi con otro beso, dicindome, con una rara firmeza, hasta luego. La ta sali del comercio de los Madamitas y me mir espantada como si me faltase un pedazo. Yo iba pensando en que mi padre, de ordinario tan desprendido, no me haba regalado nada, ni dinero siquiera, en un da tan sealado para m. Anduvimos unos pasos y cuando llegamos a un lugar donde no era posible que nos viesen los de la acera del Casino, la ta, parndome con un tirn del brazo, inquiri con inesperado y dramtico laconismo: Tragaste? No. Ests seguro? Segursimo.
Vamos, pues.
CAPTULO XIX
Llegamos cuando ya estaban en los kiries. Cruzamos las naves del Rosario, a donde llegaban las oleadas del incienso y el espeso pleamar de la msica. Tenamos que alcanzar el sitio, entre el presbiterio y el coro, reservado, en aquella ocasin, para los nios comulgantes. El rgano grande cubra casi todo un lienzo del muro derecho, sobre el coro, con las escalas de sus tubos de plomo que iban desde lo grueso de los caones hasta lo delgado de los flautines; con sus ngeles trompetarios surgiendo, en atrevidos vuelos, del imponente artilugio; con los salientes abanicos de sus cornetas fusiformes, con sus cabezas de querubines de carrillos hinchados, soplando como eolos de mapa; todo ello envuelto en flmulas, agitado de palmas, accidentado por los incesantes mundos de la fauna y la flora, como si fuese la intencin de los lejanos artistas que labraron aquella selva de tallas, el representar plsticamente el nfasis, igualmente barroco, de aquel apasionado mundo de sonidos. Bajaba la msica en potentes caudas desde el alto arrecife de madera y metal o, de pronto, se aminoraba su fragor en levsimos trmolos para dejar desnudo en el aire el aleteo de un solo acorde y aun de una nota nica, como un ave sobre el mar. La capilla de tiples, salmistas, tenores, bartonos y sochantres, reforzada, como en todas las grandes ocasiones, por elementos del ilustre Orfen Auriense y por una orquesta adicional de oboes, clarinetes, flautas y el delicado mundo de las cuerdas, era, de tanto en tanto, envuelta, arrollada, aniquilada por el vendaval del rgano grande, centro, excipiente y norma de aquella tromba musical. Saltando sobre las pantorrillas de los fieles arrodillados, farfullando excusas y dando algunos pisotones y codazos, consegu llegar hasta la reja del altar mayor, frente a la cual se apiaban los chicos solos, en hileras, del lado derecho; del izquierdo estaban las nias, como una agitada espuma blanca, con sus largos velos de tul. Las familias principales, revueltas con los fieles de toda condicin, se colocaban donde podan en el amplsimo espacio de los brazos del crucero, colmados de gentes. (Esto era lo que haca que las familias de Auria abominasen de la baslica, pues en las parroquias se les asignaban lugares especiales). Dentro del presbiterio haban instalado un comulgatorio provisional, que luego alcanzaramos nosotros penetrando en tandas por la puerta del Evangelio y las nias por la de la Epstola. El retablo del altar mayor se elevaba unas veinticinco o treinta varas del suelo, hasta alcanzar los ltimos ventanales, formado por casetones con imgenes enteras historiando la Vida, Pasin y Muerte del Seor, desde la Anunciacin hasta la Ascensin. Entre los cuarteles iconogrficos, en los paramentos, jambas y dinteles de la formidable obra, se desarrollaba un universo de agujas, pinculos, flechas y estalactitas trabajado en oros, azules y rojos del ojival flameante, sin que un slo espacio de los entrepaos estuviese libre de los lanzales encajes de la madera. En la base del areo retablo estaba, separado de forma que se poda circular en torno, como en los altares antiguos, la mesa litrgica, que era de planchas macizas de plata de un estilo posterior, de Churriguera, teniendo encima seis altsimos candeleros del mismo metal y, en medio de ellos, un Cristo de la escuela surea, violento y crispado, como queriendo arrancarse de la cruz. Del lado de la Epstola, bajo dosel escarlata con franjas de oro, en un estrado de tres peldaos, el seor obispo, revestido de pontifical, con alba de finos bordados, capa pluvial de metlicos brillos y bculo de plata y oro, asistido por dos cannigos que oficiaban de diconos, segua la misa cantada levantndose y
sentndose, yendo de la silla al altar y de all a la silla, segn los complicados ritos de tales funciones. En lo alto de la airosa farola gtica, sobre el crucero, los ventanales debatan su esgrima de colores. Todo el espacio vibraba, y los sentidos no tenan tiempo de gustar, con la debida calma, tanta y tan primorosa grandeza. Su Ilustrsima intervena en el sagrado oficio contestando al tumulto del coro con una voz solitaria, atenorada y casta. Despus de cada pax vobis, la voz del prelado sucumba bajo los et cum spiritu tuo, que bajaban de la capilla coral como cataratas. Era el obispo de Auria, por aquel entonces, un leons carilargo, alto y soberbio de mirada, de unos sesenta aos muy enhiestos, a quien llamaban el Torero por su garbosa andadura y por la manera, entre militar y chulapa, de llevar terciado el manteo. En el plpito era hombre seco y duro, y sus escasos sermones tenan un acento tremebundo, que no casaba bien con las mirficas materias que solan servirle de tema y que nadie entenda. Jams se refera, de cerca ni de lejos, a ninguna viviente contingencia de la poltica o de las costumbres, pudiendo sus discursos haber sido pronunciados, con idntica propiedad, en cualesquiera de los vastos siglos de la historia de Nuestra Santa Madre Iglesia. En cambio tena fama de ser, en privado, suave conversador y hombre de razones sutiles, un poco inclinado a la irona. Discurra la misa, magna y pausada, como si fuese a durar eternidades. Mezclbanse en el aire a los aromas litrgicos, los perfumes de las damas y el olor a cuero, a sudor y a ganado de los labriegos que haban llegado en romera numerosa. Los diconos andaban entre el altar y el coro en misteriosos paseos, precedidos del pincerna y de seis monaguillos, con tnica roja, roquetes blancos y algunos con casullas diminutas, graciossimas, portando humeantes turbulos. Diconos y oficiantes saludbanse con amaneradas reverencias, se reunan en hierticos consejos y esbozaban abrazos, tocndose hombros y caderas, con rgidos brazos de marionetas. De vez en cuando el seor obispo dejaba la silla curul y se acercaba al altar, haca unos gestos, mascullaba unas palabras y volva bajo el dosel, donde sus asistentes le quitaban y le ponan la mitra y le entregaban o le desposean del bculo, mientras la msica se despeaba sobre la multitud en torrentes sonoros llenos de kiries, glorias, benedictus y neumas del aleluya, en la parte catequstica del divino oficio, intensificando, cada vez con mayor mpetu, su cicln musical que no ofreca ms treguas que los solos que entonaba, con su hermossima voz popular, Gonzalo el ebanista, primer tenor del Orfen, o por la serfica alegra de la de los nios sopranos y las fulminaciones del sochantre del Cabildo, un beneficiado aragons, que blanda su terrible bajo profundo, como una mtica clava, para cantar los salmos, versculos y doxologas, como si todos ellos contuviesen amenazas sobre la inminente extincin del gnero humano. Al comenzar la Consagracin oyose un rumor de ropas remegidas y de pisadas presurosas y todo el mundo se arrodill como pudo, quedando el templo en silencio expectante. El fragor de la msica fue descendiendo y qued apenas un hilillo en el rgano, como una cristalina vena de agua, que se prolong durante el sublime momento de la Elevacin, para abrir de nuevo sus poderosas compuertas en el amn del final del Canon, organizando ya las anchas riadas del Paternoster y del Agnus Dei que volveran a sepultarnos bajo el turbin de voces e instrumentos. Despus del ad pacem, el obispo se inclin hacia los diconos como para besarlos y luego stos formaron una pequea procesin con el pincerna, el maestro de ceremonias y los nios turiferarios, que vinieron a buscarlos desde el coro; luego volvieron todos all para darles a besar los portapaces y relicarios, llevados ostentosamente, cogidos con estolas, a los cannigos y dignidades, y volvieron al
presbiterio donde los besaron igualmente el gobernador, el alcalde y otros fuerzas vivas, que ocupaban all un sof de talla, nada cmodo, y que sudaban tinta dentro de sus cumplidos levitones, en forma tal que, por dos veces, cre que el coronel del Regimiento iba a tomar el portante y marcharse, tanta era su impaciencia y tanto su apopltico desasosiego. El maestro de ceremonias, un andaluz repulido, joven, de finos labios rojos y diminuto pie, ordenaba, apenas insinundolos, aquellos movimientos, con un bastoncillo de plata, deslizndose agilmente sobre sus chinelas, con alicatados saltitos de bailarn de pera. Apenas acabara de consumir el celebrante, bajo la tronada del Dominus, cantada a todo poder, cuando los Padres Escolapios, que eran quienes aportaban mayor nmero de nios, empezaron a agitarse y a dar voces de alerta, salindose tanto de su anterior ensimismamiento como si de pronto hubiesen desembocado en un campo de batalla. Eran ms de las doce y media y yo me senta tan alanceado por el hambre, que se me iba a la cabeza. Los otros chicos, pasada la primera hora de asombro litrgico, haban empezado a moverse y a parlotear en voz baja. En el grupo de los Salesianos, debi de ocurrir algn acto de indisciplina, pues se vio al Padre Papuxas, a quien apodaban as por su exagerado prognatismo, avanzar rpidamente hasta el centro de sus discpulos y darle un par de repelones a Pepito el Malo, y luego sacar de una oreja, como si llevase un animal repugnante colgado de los dedos, a uno de la clase de pobres, a quien llamaban el Peliqun, que haba sido sorprendido royendo una onza de chocolate que, sin duda, le haba sido obsequiada para despus. Como estaba convenido, fuimos avisados por un triple campanillazo. Yo entr con la quinta tanda, que constaba de unos veinte muchachos. Al pasar, me encontr con los ojos de la ta Pepita, abiertos, casi desorbitados, en el rostro palidsimo, veteado por el corrimiento de la espesa capa de crme Simn. Le dirig una sonrisa tranquilizadora y entr en el amplio recinto ceremonial, cuyo pavimento estaba recubierto por una alfombra roja, donde se apagaban los pasos. Nos arrodillamos todos a la vez, procurando reproducir fielmente el gesto de uncin que nos haban enseado, y repas mentalmente la oracin del caso. Yo pensaba que aquel templo sonoro, lleno de cristiandad y fulgente de luces, nada tena que ver con la inmensa oquedad, con el impresionante bosque ptreo, con la soledad abrumadora, brbaramente activa, de mis frecuentaciones El obispo avanz hacia el comulgatorio sosteniendo el copn con ambas manos, moviendo los labios y con los ojos en el suelo. Desde cerca me pareci mucho ms viejo y ms humano. Le asista el reverendo Padre Eusebio, Superior de los Escolapios, llevando una bandeja y una palmatoria. Los nios, acompaados por la capilla y el rgano, cantaban el Venid, venid, Jess mo por la vez, por la vez primera Muchas madres lloraban, tratando de disimular su emocin abanicndose, esparciendo por el aire el inoportuno aroma de los polvos de arroz. Yo estaba arrodillado cerca del marquesito de Altamirano, y tenamos en medio a Pepe el Peste, de la clase de pobres de los Hermanos Maristas, pues se haba dispuesto, como prueba de cristiana humildad igualatoria, que comulgsemos seoritos y artesanos alternados, en las mismas filas. A medida que se acercaba Su Ilustrsima, murmurando latines y cogiendo delicadamente las Formas con rapidez y seguridad, sent como un ligero
desvanecimiento, sin duda causado por el hambre. El Peste le mir a los ojos con una tranquila desvergenza y sac toda la lenguaza para recibir la partcula, bajando luego la cabeza con artificiosa compuncin y espiando con el rabo del ojo la escena que segua, cuyo azorado protagonista era yo. Me asest el Padre Eusebio la bandeja bajo la barbilla y me arrim tanto la vela que tuve miedo por mi tup. Su Ilustrsima traz frente a mis labios, con la hostia, el signo de la cruz y la pos en mi lengua seca. Le temblaba ligeramente la mano y vi que tena el vello de la mueca chorreando sudor. Baj la cabeza gozando de una extraa y delicada emocin, mientras acariciaba la inspida partcula contra el paladar cuidando de no herirla con los dientes. La fui luego abarquillando cuidadosamente con la lengua y la tragu entera.
CAPTULO XX
Mam, que esperaba mi regreso en la ventana, bajo a recibirme en el descanso del primer piso. Tena los ojos tristes y brillantes y las manos indecisas, como doloridas, todo lo cual denotaba en ella ansiedad y disgusto. Me acompa hasta mi cuarto y se qued para ayudarme a que me quitase el traje y a ponerme un delantal. Le ped que me dejase puestos los pantalones largos hasta la hora de la siesta, con el firme compromiso de no arrugarlos. No pareci muy interesada por los detalles de la ceremonia, que escuch con una sonrisa ausente. Todo denotaba que haba ocurrido algo. Cuando mam caa en aquella resignada preocupacin era que algo referente a mi padre andaba de por medio. Apareci Blandina, la criada nueva, una brava chiquillona de catorce aos, que nos haban mandado de la aldea, para avisarnos que estaba en el recibidor un hombre de afuera, de parte de Obdulia, la ecnoma y barragana del to; Modesto. Nos encontramos all con un jornalero que puso en manos de mam una canasta de ciruelas Claudias, olientes y doradas, y un inmenso haz de lirios blancos. Dio una peseta al muchacho y orden a las criadas que se quedase a comer con ellas en la cocina, como era de uso cuando vena algn trabajador o rentero de nuestras tierras. Mientras mam dispona parte de los lirios en dos floreros, que eran unas grandes manos de opalina sujetando sendas cornucopias, en el chinero del comedor, me fui a la cocina a sonsacar a la vieja sirvienta, sobre la que yo ejerca una tirana cariosa pero resuelta, y a merodear sus cacerolas, pues no poda ms con el hambre. La abord con las manos metidas en los hondos bolsillos del pantaln, lo que acentuaba mi aplomo y autoridad. De acuerdo con su tctica habitual empez por no darse por informada de que yo haba entrado. Estaba decorando con lengetas de bizcocho unas natillas. Decid atacar el asunto de frente. Quina, qu le ocurre a mam? Vaia, meu homio! dijo, como siempre, ajena en el primer instante a la pregunta que se le diriga si sta implicaba algn compromiso en su respuesta. Gracias ao Seor que te vexo. Nin siquera vieches a darme un bico nin a mostrarme o vestido novo[7]. M e di cuenta de mi injustsimo descuido y trat de disfrazarlo. Despus hablaremos de eso, dame ahora algo de comer que me caigo, y dime, de paso, qu es lo que tiene mam y la mir de lado esperando el efecto. Ella sigui trajinando en sus fuentes y peroles, inalterable. Qu ten, que ten! Todos temos algo nesta vida, meu neno. As Deus me dea, que a ningun lle faltan alifafes! Toma este vasio de leite para ires matando o rato, senn non ters logo apetite de comer[8]. Joaquina sumaba a la raposera natural de aquellas aldeanas, el sutil tacto adquirido en su relacin con los caracteres arbitrarios y tumultuosos de mi familia, a la que vena sirviendo desde casi medio siglo atrs. De antemano saba yo que tendra que repetirle la pregunta media docena de veces y que sera contestada utilizando la ms parablica jerga, y eso siempre que no trajese ulteriores consecuencias y nuevos embrollos. Pero tampoco, en modo alguno, arriesgara ninguna franca
negativa a contestar. Mientras se iba ablandando de recelos, abandonando, con lentitud y ensaada casustica, su prosear salmdico, hasta ofrecer un claro, por el que yo me tirara a fondo con energa de amo, continu estimulando el progreso de sus respuestas, mientras mitigaba mi hambre, apenas entretenida con la leche, arrebanando los perrajos de natillas del fondo de un cazo de cobre con los restos de los bizcochos, cortados para la minuciosa decoracin. Estaba la cocina toda abarrotada de marmitas, fuentes, ollas y cazuelas que expedan olores entreverados y magnos. La criada nueva abri el horno y golpe con la yema del dedo un roscn buscando el sonido parcheado de su punto. Las dos asistentas, que venan durante el da para los trabajos mas pesados, andaban, por all, calafateando aquella inmensa cocina que ofreca siempre la pulcritud de un laboratorio intacto. Desque un vai vello continu Joaquina sin preguntarle yo nada ningun lle fai caso, meu homino. Pero xa saba eu que viras a verm[9]. Sali una de las mandaderas enarbolando el roscn y dejando en el aire un rastro de maravillas olfatorias. Joaquina se limpi la boca sumida con un recanto del mandil blanqusimo. Dme ac un bico, agora que vs santo le acerqu la mejilla, sin dejar de remoler el bizcocho, y me beso repetidas veces, con sus labios fros y duros. Luego continu en voz de rezo. Eu non che son das que ando con andrmenas, como as culipavas das tas tas, pero querer qurote como quixen ta nai, como vos quixen e vos quero a todos como a luz destes ollos que case xa non te ven[10] agreg temblndole la barbilla y a punto de llorar. No te pongas as, Joaquina, no hay para qu ponerse as Qu pasa? Pasa que vos teo lei, que lle teo a lei a esta casa, agora tan disgraciada[11] Por qu tan desgraciada? Ai, meu homio, ogall que nunca ti medraras para non teres que saber as cousas desta vida![12] Las lgrimas brotaron de sus ojos opacos y blancuzcos desflecndose por las arrugas de sus mejillas. Desde algn tiempo atrs la firmeza, que pareciera inquebrantable, de aquella reliquia, se iba desmoronando como si verdaderamente la socavase el llanto que ahora asomaba a sus prpados con el menor motivo. Vamos, Quina, que no quiero verte llorar en un da como hoy! A ver: qu ibas a contarme? Limpi los ojos con la punta del delantal, suspir, compuso el rostro hasta donde le fue posible y mand a la asistenta restante a no s qu menester, con el evidente propsito de alejarla; luego alz por el lado derecho sus siete sayas y refajos hasta dejar al descubierto la policroma faltriquera, hecha de piezas sobrantes de la costura, que llevaba sujeta con una baraza a la cintura, y dijo, mientras cacheaba entre rosarios, dedales, alfileteros y dems enseres que all se amontonaban: Meu homio, a vella Quina gorntase moito de verte tan cumprido de corpo, tan lanzal e xuizoso, neste da que recibiches ao Seor. Tamn eu che teo un regalo. Vele tes![13] Y sacando la mano de la faltriquera la abri dejando ver en su cuenco una grandiosa y resplandeciente onza pelucona de oro. No, no, Joaquina! exclam retrocediendo, casi asustado. Para qu quiero yo eso? Grdaa para a cadea do reloxo, cando sexas grande. E non digas nada a ningun, meu ben yo cog la enorme moneda con extrao temor. Joaquina call y fuese a destapar una tartera de barro
donde prob una de sus ilustres salsas. Luego se sent a medias en el ngulo de una artesa baja y continu: Estas onzas, e moitas mis, truxoas mei pai de Cdiz, onde estivo, anda solteiro, na guerra dos gabachos, con don Belintn[14]. Contbase que llas sacaron aos franceses, que as roubaban nos mosteiros sonri con una mueca de huesos, y aadi, como para sus adentros: E algunhas anda quedan para cando eu case! E eso que os meus parentes ventaban por elas como cans perdigueiros, os condanados hi hi[15]. En labios de la vieja Joaquina, que permaneca contumazmente aldeana en indumento, mentalidad y verba, a travs de tantos aos de ciudad, el romance fundamental adquira de inmediato una ptina de leyenda. El tema era lo de menos para su innato don de narradora, maestra en graduar los efectos y en situar la accin, aun la ms real y prxima, en un trasmundo de lejanas. Me dio mucha desazn el no poder seguirla, desandando los caminos de aquella limpia onza Carolina, que pareca acabada de acuar y que apenas lograba yo abarcar con mi mano en el bolsillo, mas no poda perder tiempo, si haba de enterarme de lo que sucediera en mi ausencia. Ya me contars todo eso, Quina, insist. Pero dime ahora qu le ocurri a mam. No estaba disgustada cuando yo me fui Pregntalle a ela, meu homio, que eu xa sabes que estou xorda e case non vexo[16] ataj con sorna aldeana. No empieces, Joaquina, que ya sabes que yo nunca cuento nada de lo que me dices. Volvi pronto Blandina con un botelln de vino blanco, viejo, y se puso a rociar un estofado. Las carnes de la zagalona, rojiza de cabello y clara de piel, se sacudan con el asperjado del mosto; sac luego una jarra del alzadero y la llen extrayendo el agua de un tinajn de arcilla, de los que haba dos en el cantarero, avellocinados con una pelusa de roco. Luego la vi sacar un vaso fino de una alacena para ponerlo en un plato, por lo que deduje que acababa de llegar un invitado, trajeado de cumplido en aquel riguroso da de junio, y llegaba aspeado de sed. Cuando me dispona a insistir, apareci mam, vestida ya para la mesa, con una blusa de batista de cuello bajo y canes rizado y una falda de alpaca con anchas lorzas contrapeadas del mismo gnero y ahuecada, en ruedo de campana, por la enagua de almidn. Cea su cintura, esbeltsima, un gran cinturn de charol, azul marino, cerrado por una hebilla de similor terminada en ngulo agudo sobre el vientre. Su pelo, en entera coca aviserada, le cubra la mitad de la frente espaciosa y dejaba al aire sus lindsimas orejas, decoradas por rosetas de turquesas menudas, sujetas a tomillo. Al cuello llevaba una cadena de oro de tres vueltas de la que penda un dijereloj francs, con tapa de esmalte, recogido en onda el conjunto y fijado, con pasador tambin de turquesas, sobre el seno izquierdo. Qu haces aqu todava? exclam con algn desabrimiento. Ya sabes que no me gustan los hombres en la cocina. Mira cmo has puesto el delantal! efectivamente, tena un lagrimn de natilla sobre el pecho, que me rasp con un cuchillo. Luego me tom por un brazo y me sac de all. Joaquina ni volvi la cabeza, como ignorando la escena. Me hizo lavar las manos en el lavabo de su gabinete, y me arregl el pelo sujetndome el tup con un toque de pomada y ahuecndome las rizadas patillas mediante unos tirones de peine. Me parece que ser mejor que no te pongas la blusa para ir al comedor dijo, con el mismo tono desapacible. Qu te pasa, mam? No me pasa nada. Por qu ha de estar siempre pasndole algo a una? Mira que eres
testarudo! Te crees que no me di cuenta de a lo que fuiste a la cocina? La mir en silencio con un triste reproche en los ojos. M e acerc su cara luego, y en un transporte de efusin, exclam riendo: Ay, qu hijo tan pamplinero tengo, Virgen Santa! Viste? Ya te despeinaste otra vez. Fuiste t, mam protest llorando, sin saber por qu. Tienes razn, hijo. Vamos, ponte la blusa que ya estn todos, y M odesto estar al caer. Me ayud a ponerme la blusa, me repas el cabello y luego se qued inesperadamente inmvil, con la mejilla pegada a la ma. Quines vienen, Carmelia? pregunt para interrumpir aquel agobiante silencio. Y sin separar la cara me contest, con tierna enumeracin infantil, acompaando los nombres con un vaivn del cuerpo, como si me meciese: La ta Pepita, la ta Lolita y la ta Asuncin, que por cierto estn furiosas las dos porque no entraste a saludarlas Pero, en qu quedamos? No me tienen prohibido entrar antes del arreglo, y nunca se encuentran arregladas hasta despus de las once? el to M odesto, don Jos de Portacarrero, don Camilo el procurador, y para de contar. En uno de aquellos prontos mos, que no haca nada para evitar, precisamente por una especie de obscura intuicin de que eran imprudencias, pero imprudencias llenas de sentido, exclam: Y pap? Por qu no viene pap un da como hoy? Un ao vino desde Pars, otro desde Lisboa, aun estando enfadado contigo; t misma me lo has dicho. Y hoy que, adems del da de Corpus, es el de mi primera comunin, no est aqu, aun estando en el pueblo Lo esper hasta ahora mismo dijo mam con voz rencorosa, ponindose en pie. Para tenerlo a l me privo de mis hijos, alejados por su mala voluntad Creo que desde hoy ya las cosas no tendrn remedio. Se oy la campanilla de la escalera, agitada en su fleje por un enrgico tirn y qued luego repicando un rato con temblores intermitentes, cada vez ms dbiles. Ah est M odesto. Vamos.
CAPTULO XXI
La comida transcurri en una atmsfera de reticencia y de incomodidad. La imposicin de mi padre, referente a que mis hermanos viviesen en internados, aada a su arbitraria severidad de siempre, su resaltante injusticia en aquel da de tan entraable significacin para todos los hogares de Auria. Portocarrero, que era hombre animoso, liberal, pero, a fin de cuentas, tan cannigo como los otros, estaba, contra su costumbre, silencioso y con aspecto de mejor-hubiera-sido-no-haberaceptado; aunque desde su juventud haba sido protegido de mi abuela paterna era comensal fijo en las fiestas sealadas, lo mismo que don Camilo, que tambin habamos heredado de mi abuelo materno. Sin duda alguna aquella casa no era la misma. La agresiva chifladura de mis tas, cada vez ms desmandada; la existencia amenazadora de aquellos Torralba que nunca se podra sospechar por dnde iban a salir; los chismes, ciertos o no, que circulaban sobre todos nosotros; la separacin de mis padres, cada vez ms irreparable, no en su aspecto formal sino como conflicto en s, en sus desavenencias profundas al margen de las fantasmonadas del consejo de familia que ellos hubieran desconocido buenos eran ambos! de haberlo deseado realmente, todo contribua, junto con los gastos verdaderamente ruinosos de mi padre, a desmembrarla y hundirla cada vez ms. El simptico dignidad estaba, pues, muy ocupado en sostener, aunque ms no fuese, un apacible rostro farsantn de visita de cumplido, lo que resultaba muy molesto de advertir, pues todos sabamos que no era as en confianza. Claro que tambin estaba don Camilo para hacer el gasto de la conversacin, pero el noble anciano, hasta haca muy poco tan vistoso y campanudo con sus explosiones oratorias y con su barba blanca separada en dos ramas, haba empezado a momificarse antes de la muerte, y lo nico para lo que pareca vivir era para las comidas prolijamente condimentadas y para los vinos hidalgamente apellidados. Asuncin y Lola, vestidsimas como para un sarao, mantenanse reservadas y con aire de ofendidas en lo alto de sus corss, como si llevasen el busto en una canastilla o como si estuviesen asomadas al balcn de s mismas. Pepa estaba algo ms sociable, aunque la encontraba yo metida en una amable artificiosidad, un tanto nerviosa y excesiva, que me dio mucho que cavilar, acentuando esta sospecha el haber sorprendido a mam, varias veces, mirndola con una extraa fijeza, como amenazante, lo que Pepita acusaba ponindose encendida bajo la corteza de los afeites. El to Modesto, que no bien sentado a la mesa se bebi, seguidas, tres copas de vino blanco, apenas abra la boca para otra cosa que no fuese engullir, eso s, con evidente satisfaccin, grandes trozos de empanada de anguilas de ro, que desaparecan en sus fauces como en un bal, lamentndose, mientras segua trasegando vino blanco en las grandes copas de agua, de aquel indecente calor de Auria que privaba a todo dios de su natural apetito. Cuando Joaquina entr con su guisado de lampreas, presentado en cazuela de barro, Modesto meti las narices en el recipiente, dicindole: Detente ah, estafermo! A ver en qu han venido a parar en tus manos estos portentos de nuestros ros! y aspir largamente. Cancelando luego toda etiqueta sac un trozo con la cuchara de palo con que haba de ponerse en
los platos a fin de que el exquisito pez no se deshiciese. Lo parti en dos con el tenedor, y sopeteando pan de Cea en la salsa mastic, mirando al techo con deleite. Luego extrajo un duro del bolsillo del chaleco y se lo dio. Toma para un trago, venerable Joaquina; cierto es que el zorro pierde el pelo y no las maas. Sigues poniendo el mejor guiso de lamprea de todo este obispado y provincia. El mejor, Quina, el mejor! exclamaba sin dejar de masticar ruidosamente. El mejor incluyendo el convento de Ervedelo donde hay un lego cocinero, Dios lo bendiga!, que tendra que ser cardenal si las cosas de la jerarqua anduviesen como debieran andar. Y mejor que el cocinero de Su Ilustrsima, a cuyo episcopal pesebre va a parar lo mejor que da el ro Mio. Perdn, seoras y caballeros, pero para m la lamprea es la verdadera misa mayor de este da! Y poniendo los ojos en blanco, mientras embaulaba otro pedazo, exclam: Dominus non son dignus! Portocarrero lo fulmin con una mirada, y murmur algo entre dientes. Vamos, seores, a ellas! continu con rara locuacidad, l, que siempre hablaba punto menos que con monoslabos. Srvenos t, Carmela; esas manos de bienaventurada no harn ms que mejorar este man con salsa. Las tas estaban aterradas; Portocarrero se desentendi de la chchara e inici una conversacin con don Camilo que no le hizo el menor caso y no separaba los ojos de la cazuela, mientras mam haca los platos, enfrascndose, entre tanto, en el regusto del vino Priorato blanco, finsimo. Cuando todos se sirvieron dos veces y el to cuatro, inst a Joaquina a que hiciese su plato all mismo, pues la otra aldeana no lo haba menester, mientras no fuese reduciendo la barbarie de su paladar, y la emprendi luego con el resto, que era una apreciable cantidad, arrebaando con la cuchara de palo la pringue espesa que todava quedaba en el fondo. Otro tanto hizo con el cabrito lechal, asado a horno; y aun pidi de aquellas perdices escabechadas que eran gloria de los Razamonde, digna de figurar en sus blasones y ejecutorias. A los postres, cerr contra el roscn, grande como una rueda, y se zamp la mitad, mojando sopones en el vino tostado, que se sirvi en la copa del comn. Luego la emprendi contra una colina de requesn, que dor, como hacindola crepuscular, con abundante miel; todo ello sin dejar de picotear en las confituras y frutas escarchadas y en las riqusimas yemas de las monjas de clausura de Redondela, que en Auria, por una revelacin especial del secreto, solamente hacan las Fuchicas. Cuando trajeron el ron con el caf, apur de un trago la infusin y llen el pocilio de la fuerte bebida. A estas alturas estbamos todos volados, menos mi madre, a quien la documentada voracidad del to uno de los ms enterados paladares de la regin diverta grandemente, aparte del implcito homenaje a su cocina, pues Modesto, segn l deca, no se dejaba convidar all donde no daban ms que jigotes y bazofias con pomposos nombres de extranjis. Pero lo cierto es que no haba manera de empalmar una conversacin, preocupados todos por aquel apetito mitolgico, por aquel hambre de semidis, que arremeta contra los manjares como si fuesen enemigos, en callado soliloquio de mandbulas crujientes y gruidos deleitosos. Portocarrero echaba sondas a lo que se iba convirtiendo en irremediable sumersin alcohlica de don Camilo, y trataba en vano de anudar la hebra sobre los propsitos del nuevo diputado liberal. Lola y Asuncin se haban puesto a cotillear en voz baja, agitadas e incmodas, y mam segua jugando al ratn y al gato mareando a Pepita con sus imprudentes miradas, que a la otra, a lo que se vea, le resultaba difcil soportar, y cuyo significado no se me alcanzaba. Cuando Modesto acababa de dejar limpia, como de lengua de perro, una fuente
de natillas que los dems no haban querido catar, de ahitos que estaban, Asuncin crey del caso, mientras boquilleaba con ligeros sorbitos su anisete, lanzar una de sus jarabosas indirectas, envuelta en los dengues prosdicos de la zalamera tropical, que no pegaba ni con cola al propsito. Pu sepa usted exclam dirigindose, como ms inofensivo, a don Camilo, que la miraba con ojos agnicos que ay, en Cuba, la gente e mu frug po el cal sofocante, casi como aqu hoy. Poque yo digo que hoy hase una cal tremenda Pasado un rato y cuando el to se meta en la boca puados de almendras de pico, de tres a la vez, insisti la cubiche, glosando la aparicin de la caja de puros: Ay, mi Cubita linda, con loj hombrej fino que hay ay! y se abanic histricamente mientras Lola rechinaba con una risilla. El to le dirigi un ojo inyectado y burln, y dejando apenas espacio entre carrillos y paladar para que pasasen las palabras por entre el bolo de los dulces, que le llenaba la boca de banda a banda, dijo, aludiendo al agitado abanico de la islea: Deja ya tranquilo ese pay-pay, t, que me ests poniendo nervioso! La aludida cerr de golpe el abanico y la gibosa se hundi en su canasta de ballenas, como la tortuga en su carapacho. Pepita, viendo que el ambiente se nublaba, creyse, como ms experta en lides sociales, en el caso de interponer sus buenos oficios y lo hizo, tratando de dar con su voz media, lo que no consigui; por lo cual, entre desgarrones del tono, y al tiempo que Modesto introduca en las fauces un ovillo de huevo hilado y una cucharada de guindas en aguardiente, logr decir: Estoy segursima, mi dilecto pariente, que de nutrirme yo en la venturosa medida en que t lo efectas, no tardara en verme presa de la gastralgia y como el to le echase encima los ojos relampagueantes ella desvi la monserga hacia el cannigo, que estaba encendiendo una breva con deleite de buen fumador; espetndole, sin venir a cuento: En cuanto a m, s decir, mi seor don Jos, que si por m fuese, no ira ms all de ensaladitas y sopicaldos. As andas, baldada del cuerpo y tsica del alma! intervino brutalmente el to. Las solteronas agreg vivs requemndoos por los adentros, y debais de pensar en reponer lo que se os arde. Don Camilo, que reaccionara un tanto con el par de tazas de caf que haba ingurgitado, se mes las barbas hacia los lados despejando la sonrisa. La ta quiso salir del paso con un golpe maestro de su tacto diplomtico y lanz una carcajada que le sali ms falsa que una mula. La islea aquerenciada asom una cara consternadsima por el plinto del cors, y la jorobeta, desentendida del dilogo, se aplicaba a los manjares; pues tambin ella, en todo silenciosa y contumaz, coma con la lenta e implacable seguridad de una lima. Mas ni esto, que siempre constitua un motivo de respeto y admiracin por parte de mi to, la libr de sus trabucazos. Ves? Esta me gusta; traga de lo lindo, a lo zorro, como los buenos, y no como yo que todo se me va humo de pajas. Claro est que lleva trabajo el llenar esas cavidades del hueso, entre las que tienen ms lugar, para dilatarse, las entraas de la coccin La chepuda sac su aguijn y sin perder la serenidad ni levantar los ojos del plato, donde persegua con el dedo unas laminillas de hojaldre, contest: Te diferencias de los otros animales en que ellos, por lo menos, callan cuando comen. Bravo, gibosa! As me gusta que salgas al ruedo
No hables que pierdes bocado, tragaldabas La cursi advino rpida con el sahumerio de su tacto social. Supongo que interpretarn ustedes estas expresiones como inequvocas pruebas del trato familiar que ustedes nos inspiran. De otro modo sera Ahrrate la pelotilla, concuada, que este par de vainas me conoce mejor que t Son antiguos plepas de Auria, como cada quisque Acaso te crees que si fuesen tenderos castellanos o cabilderos vizcanos estara yo de buen humor entre ellos? La urbanidad no reconoce clases ni fronteras aventur la ta, en el terreno de los principios generales. No seas burra, Pepita, y guarda esos relumbrones para cuando vuelva Pepn Prez a arrastrarle el ala! Qu volver, no lo dudes! Vuestros amores coinciden con los eclipses totales; pero ah estn, qu demonio, eternos. Modesto! intervino mam severamente, ya podas guardarte esas chanzas para la golfera del casino, que aqu no hacen gracia a nadie. Cllate, falsaria, que ests muerta de risa por dentro, como estos dos pjaros pintos! Tengo dicho! agreg mam con acento cortante. Modesto, que la quera y la respetaba como a nadie, la mir con aire de fiel mastn apaleado y se dedic a vaciar, en silencio, un frutero lleno de grandes higos regados. Es mucho Modesto ste! coment Portocarrero sonriente y con un dejo melanclico en la voz que traa, quiz, a su mente el pasado, como un eco de agitadas mocedades, gozadas y sufridas en comn, en pocas de fuerte y fino romanticismo, cuando el burgo viva su autntico ritmo aristocrtico y popular, la armona de sus familias proceres y de sus antiguos gremios. Yo estaba muy triste y desanimado, como siempre que me tocaba soportar ambientes regidos por la violencia y el sarcasmo. Oyse el repique para los oficios litrgicos de la tarde, y don Jos de Portocarrero aludi a que estaba prxima su hora de coro. El to Modesto encendi otro puro de la media docena que traa en el bolsillo de pecho y larg dos bocanadas de humo azul hacia la lmpara colgante. Casi inmediatamente se levant y, sin tenderle la mano a nadie, se despidi con el gesto, dndole una ligera palmada en el hombro a mam y a m un pellizco en la mejilla. Y sali diciendo que iba al casino. En seguida nos levantamos todos como si el contradictorio nexo de la reunin hubiera sido el incmodo husped que acababa de irse. A m me mandaron a dormir la siesta. Cuando al poco rato sal de mi cuarto, para ir a un lugar, o que mam y Pepita dialogaban apasionadamente, aunque en voz bajsima, en la penumbra del corredor. Me detuve ocultndome, y vi como mi madre le entregaba un envoltorio de papeles. Slo pude or las frases finales del raro coloquio, que fueron dichas con voz irritada y casi alta: La culpa es de tu imprudencia al haberlos ledo. Esos cuadernos contienen mis anotaciones ntimas, donde se mezclan la fantasa con la lejana realidad. Ya te dar a ti fantasas, hipcrita, canalla! Por qu tienes que mezclar en esas chifladuras el nombre de mi marido? No por ti, que eres capaz de cualquier cosa, sino por mi propio decoro, no quiero creer que haya nada de verdad en tales desvergenzas de loca. Pero si llegase a saber La ta no contest. La o alejarse por el pasillo y bajar la escalera hacia su piso. Y o tambin que mam entraba en su gabinete, corriendo violentamente un cortinn cuyas anillas de madera
CAPTULO XXII
Entr en mi cuarto, aburrido. El bravo sol de junio se cuajaba, como un gran lingote, en el hondo socavn de la calle de las Tiendas. La ciudad agalbanbase en el ahto pasmo de la siesta fiestera, despus de los azacaneos y tareas del trajn matinal, recostada en el sopor de las comerotas. Me arrodill en la cama, sobre las almohadas para alcanzar bien el alfizar. La catedral era como un inmenso monstruo durmiente, como si ella misma estuviese haciendo la digestin laboriosa de las muchedumbres que aquella maana haban entrado en su vientre. El David prolongaba su nariz colgante en un moco de sombras y las manos apenas se sostenan contra el instrumento, ablandadas en una flojera de fatiga. Como si fuese la nica voz sobreviviente de la ciudad, pas Lisardo, el ciego, pregonando El Noticiero de Vigo. Sonaron los tres broncos badajazos de la campana mayor sealando un momento culminante del oficio capitular, y unos vencejos chillaron al desprenderse del cornisn de una arcatura. El tedio estival anuncibase en aquella tarde de junio, hundida la ciudad en la apabullante quietud de la institucional siesta provinciana. Con la cabeza apoyada en los brazos y sin abandonar la incmoda posicin, me qued un momento dormido mientras los dedos del aire abran grietas de frescor entre mis cabellos. El resto del da volvi a ser de gran actividad. A las cuatro y media ya estaba de nuevo arreglado para la procesin y las visitas de cumplido y de familia. Antes deba ir con las tas a la catedral para asistir a la ceremonia de la expulsin de los diablillos, que tena lugar los das de la Santa Cruz y del Corpus Christi, pues mam, que era quien de antiguo haba prometido llevarme, insisti en no salir, y Pepita haba emprendido, inmediatamente despus de comer, la restauracin de su tocado, lo que significaba dos horas, por lo menos, de tenacillas, emplastos, fricciones, coloretes, vinagrillos y pomadas. Yo senta una gran ansiedad por ver a los desdichados posesos, cuya descripcin me haba hecho tantsimas veces, llena de arcaicos terrores, la criada Joaquina. Ella misma haba tenido una hermana tan infestada por el genio del mal que tuvieron que llevarla varias veces a la Romera de los Gozos y otras tantas a la de los Milagros, antes de haberse visto libre en la que hizo al Cristo de Auria de aquella bestial intromisin, pasndosele en tales esfuerzos la flor de los aos y quedando luego tan estragada que muri pronto de las resultas, pero al menos muri en la gracia de Dios. No bien entramos en la catedral ya omos unos gritos, como bramidos de animales, que fueron precisndose a medida que nos acercbamos a la capilla del Cristo, hasta que se concretaron en palabrotas y juramentos que lanzaban aquellos infelices. Estaban a la entrada de la capilla. Eran cuatro mujeres y dos hombres, todos aldeanos; pues era cosa sabida que los de la ciudad gozbamos del privilegio de que no nos entrasen los diablillos. De ellas, estaban calladas una chiquilla albina, muy plida, ojiabierta y asustadsima y una vieja, que, sentada sobre los talones, con la mandbula apoyada en la palma de una mano, miraba hacia adelante, sonriente, con una indiferencia burlona. Los dems se revolvan en terribles contorsiones, echando espuma por la boca, blasfemando de manera que resultaba insoportable el orlos, contenidos, a duras penas, por los esfuerzos de sus acompaantes. Todas las injurias estaban dirigidas hacia el altar donde l, imponente y soberbio
entre las gemas y los candelabros de ricos metales, encendidos todos aquel da, que era el de su mxima exhibicin anual, apenas lanzaba sobre la escena el mnimo resplandor de su ojo revirado, visible de lejos en blancuzca grieta, bajo el prpado cado, con aquel abandono de su gran dolor ignorado, despreciado, como insensible. Acompaado de dos sacerdotes, sali de la sacrista particular de la misma capilla don Jacobito, el cura de la misa de una, menudo, con su nimbo de blanqusimos cabellos y sus manos puras, nerviosas y descarnadas. Revestido de estola y alba el exorcista, con sus ojos de aniado azul mirando mansamente, se acerc a los miserables, asistido de los otros dos, uno de los cuales llevaba un crucifijo y un acetre e hisopo para el agua bendita y el otro un incensario y una vela. Acudieron atropelladamente los fieles desde todos los lados del templo para asistir a la escena, arrodillndose al llegar y rezando con gran uncin. Los acompaantes de los endiablados encendieron los grandes cirios de las ofrendas, gruesos como brazos y del altor de los enfermos, segn era el canon popular. Los pobres posesos, empanados en sus flojas tnicas de tarlatn de colores chillones, que dejaban transparentar los trajes labriegos, retrocedieron ante la presencia de los sacerdotes, y encandilados por las luces, apretronse contra sus parientes, como bestezuelas tmidas; solamente la muchacha de ojos pasmados y pelo de lino continu inmvil, arrodillada, pero ya con el terror desvanecido, como desarmado, en sus claros y dulces iris. La vieja pas, repentina, de su actitud pasiva a una yacente convulsin que se le haba ensaado con las caderas y que la agitaba de un modo ruin, obsceno. Al quedar sin el pauelo, con los refregones que daba contra el piso, apareci al descubierto la cabeza monda, de la que pendan, como trapos sucios, aislados mechones de pelo gris. Don Jacobito se puso grave y murmur unas oraciones, arrodillado entre los fieles; los posesos trataban de interrumpirle con palabras horribles, proferidas a gritos. Luego el oficiante se levant y con una voz tan clara, alta y potente, que pareca imposible saliese de tan anciana humanidad, dijo:
Yo te ordeno, quien quiera que t seas, espritu inmundo y compaeros, que por el Misterio de la Pasin, etc., me declares en alguna forma tu nombre y el da y hora de tu salida y que en todo me obedezcas, como a ministro de Dios, aunque indigno, y no daes en nada a esas criaturas de Dios, ni a los circunstantes ni a sus bienes
Continu con estos o parecidos trminos y exclam luego alzando ms la voz, cuya escala pareca inagotable de bro y claridad:
Escucha y tiembla, oh, t, Satans, debelador de la fe, enemigo del gnero humano, autor de la muerte, raptor de la vida, violador de la justicia, padre de los males, atizador de los vicios, seductor de los hombres, traidor de los pueblos, despertador de la envidia, origen de la avaricia, causa de la discordia!
Y continu exaltndose, enrojecido, enarbolando su limpia voz, como una espada desnuda:
Sal de ah, oh, engaador, y haz lugar, oh, crudelsimo, oh, impisimo, a Cristo que te expoli, que desbarat tu imperio, que te amordaz y redujo a cautividad! Vete al destierro que es tu sede y a tu habitacin que es la serpiente! Humllate, rndete! Puedes burlarte de los hombres, mas no de Dios, que todo lo sabe y que manda en el Universo!
Don Jacobito, como si tuviese ante s, visibles, a los poderes infernales, continu largo rato con la violencia de sus apostrofes. Aquellos infelices, despus de haberse debatido en contorsiones
lastimosas, en los brazos de sus deudos que los amordazaban con pauelos, casi ahogndolos, para interceptar las palabrotas, sudando y llorando a lgrima viva, fueron poco a poco calmndose, rindindose, hasta caer por tierra plidos, exnimes, derrengados, realmente como luchadores vencidos despus de denodada contienda, menos la chiquilla, que permaneci arrodillada, inclume, como ausente. Don Jacobito se limpi la frente, y luego, empuando el hisopo y volviendo a las oraciones masculladas, arroj sobre el grupo la salpicada cruz del santo roco. La muchacha de cabellos albinos recibi la aspersin en pleno rostro, sonri como si toda su cara fuese de luz y cay desvanecida. Desde la altura llegaba, triunfal, el Tantum Ergo, coreado, en las naves, por millares de fieles. Iba a dar comienzo la procesin y all nos fuimos, procurando yo acomodar la dignidad que a mis pasos deba conferir el pantaln largo, al trote canino de mis tas, hecho an ms sincopado y diligente por la excitacin de su piadoso celo.
CAPTULO XXIII
Nos asomamos a todas las bocacalles que nos fue posible, durante un par de horas, para poder ver pasar ntegra la grandiosa procesin media docena de veces. Las ras hallbanse alfombradas de hinojo en todo el trayecto. Todos los balcones y ventanas lucan hermosos reposteros, colchas de ricos gneros o colgaduras con la bandera nacional. Tanto esplendor justificaba nuestras carreras, en las que termin por perder la cadencia de mi paso. El principal altar de los varios que haba en el trayecto, en que se entronizaba momentneamente al Santsimo, para cantarle los motetes, estaba en la plaza de los Cueros, frente a la casa de las Fuchicas, y all nos encaramamos, a su alto alero, para poder abarcarlo todo en una visin de conjunto. Resultaba realmente sobrecogedor contemplar aquel inmarcesible poder de la Iglesia manifestado con tanto arte y suntuosidad, sobreviviendo a la ramplonera contempornea y al mal gusto de la mayora del clero. La escasez de imgenes de bulto en el sacro desfile le confera una tal pureza y una fuerza de abstraccin teologal tan poderosa como si fuese la propia presencia del Dogma, apenas corporizada y, no obstante, tan arrolladora y eterna. Abran la marcha, como una concesin a arcaicas y potentes paganas, los gigantes y cabezudos bailando la danza rural de la regin, que les dictaban los trinos alegres de las gaitas del Cabildo, dirigidas, con su instrumento parlanchn y dulcsimo, por el famoso gaitero de Penalta: arrogante mozo, como un dios aldeano, de cara abierta y apicarado mirar, que desmenta el cortesano atuendo de su ropn de brocado, con los salerosos remeneos del cuerpo, transmitidos a los flecos del instrumento y con el clavel reventn, que llevaba dando gritos encarnados en lo alto de una oreja. Vena luego un grupo de nios, con roquetes rojos, dando guardia a un estandarte bordado en oro sobre damasco blanco con una escena de la Santsima Trinidad, de buen pincel antiguo. El estandarte, montado sobre stil de plata, era conducido por el seor gobernador civil, que vesta levita y calzaba guantes blanqusimos, de cabritilla. Las borlas las llevaban el presidente de la Audiencia y el de la Diputacin provincial, igualmente enguantados, igualmente enlevitados. Tres ordenanzas de sus respectivos organismos iban un poco atrs llevndoles, muy serios, las chisteras, apoyadas suavemente en el antebrazo. Segua luego el grupo de San Tarcisio, de la Adoracin Nocturna, en el que formaban los nios de las mejores familias de Auria, graciossimos, todos de chaqu, como diminutos caballeros, un poco nerviosos bajo aquel solazo, metidos en el incmodo indumento, y un turno de las escuelas de pobres, compuesto por chicos vestidos de nuevo gracias a la munificencia de la marquesa de Valdevelle cuyos trajes eran de marinero, con muchas dobleces horizontales, a causa de la posicin en los estantes, por lo cual los chicos tenan aire de nufragos vestidos de urgencia en una maestranza. Llevaban todos gorras de plato cadas a la espalda, sujetas al cuello por un barboquejo de elstico. En medio de los nios pobres iba la fulgente cruz procesional de Arfe, la ms preciada joya del tesoro basilical, rodeada ms de cerca por ocho franciscanos descalzos, con blandones de cera obscura, todos de igual edad, del mismo luengo y color de barba que parecan disfrazados. Al pasar por las bocacalles, el sol oblicuo arrancaba destellos a la cuantiosa pedrera que un indiano, del pasado siglo, quin sabe en expiacin de qu delitos de Ultramar, haba hecho incrustar en la
imponente alhaja, que pesaba tres arrobas, y cuyos portadores tenan que turnarse de tanto en tanto. A continuacin se aparecan las corporaciones, gremios y cofradas con sus pendones y enseas. En medio de ellos iba el Orfen Auriense con las flmulas, banderas, estandartes y gallardetes de sus triunfos innumerables, colgados de placas, medallones y palmas de oro. Estaba anunciado que cantara, frente a uno de los altares, la secuencia Lauda Sion, del doctor Anglica, en una nueva armonizacin del maestro Trpedas, barbero y compositor, eminente hijo del pueblo. En la parte central de la procesin, entre un piquete de guardias civiles, vestidos de gran gala, con sus fracs cortos, ribeteados de blanco, lo mismo que sus tricornios de castor gris; con su pantaln de blanca malla, calzados con altas botas de charol y portando los fusiles a la funerala, iba Su Ilustrsima el obispo de Auria, revestido de pontifical, con prendas de antiguo y ostentoso bordado, bajo el palio, llevado al comps de sus seis prtigas de plata por las dignidades del Cabildo. El prelado avanzaba a pasos lentos portando entre sus manos, envueltas en amplia estola, el viril, como un pequeo sol de oro y brillantes, que ostentaba, en el centro de su entraa flamgera, la cndida y tierna redondez opaca de Dios en la Eucarista. Iban a ambos lados los diconos recogindole las puntas de la capa pluvial para desembarazarle la marcha y otros asistentes llevando el bculo y la mitra. Detrs de este grupo seguan los curas parroquiales, igualmente revestidos, y luego la banda municipal y la del regimiento de Ceriola, que tocaban alternadas, y un cornetn de rdenes del mismo regimiento que haca sonar el toque de atencin, imponiendo silencio, cada vez que la custodia llegaba a uno de los altares. Remataba el magno desfile, en su parte ms significativa, la Corporacin M unicipal, en pleno, con sus vistosos maceros vestidos con ropas copiadas del tiempo del emperador y sus alguacilillos con atuendo de la poca de los ltimos Felipes. A ambos lados, toda la procesin iba flanqueada por una triple fila de hombres, mujeres y nios de toda condicin, con cirios encendidos, y ms atrs, en muchedumbre apeuscada, los aldeanos, deslumbrados por tanta grandeza, llevando consigo a los ofrecidos: nios encanijados, enfermos con horrendas laceras, mujeres de impresionante palidez, y paralticos llevados a pulso; y, cerrando el desfile, el ya calmo grupo de los posedos. An ms atrs de todos, ya como desprendidos del conjunto, dos camilleros de tropa y el cuerpo de barrenderos municipales, formado por diez nmeros, con sus caras joviales, vinosas y afantochadas, tras los grandes bigotes, su inslito uniforme limpio y escobas nuevas, de verdsimo escambrn, sobre el hombro. Durante todo el trayecto y a todo lo largo de la procesin, incluso sobre los barrenderos, cayeron desde los balcones millones y millones de ptalos de rosas, sin tregua alguna en su multicolor y olorosa nevada.
CAPTULO XXIV
El final de aquella tarde fue horrible. Yo estaba cansado y sooliento, no obstante lo cual, apenas llegamos a casa, la madrina me pein y me condujo, sin dejarme tomar aliento, a las visitas de familia y de cumplido. Por las calles nos encontramos con otros nios tambin de primera comunin, que hacan las mismas visitas. Las madres espiaban mi traje y mis lucientes chinelas con un gesto entre despectivo y maravillado. La ta saludaba a diestro y siniestro, sin hablar, con cabezazos equinos, muy pronunciados, y ladeando ligeramente la antuca que llevaba abierta sobre el hombro derecho y que, a veces, pinzaba, tomando la punta de las varillas, con los dedos de la mano izquierda; gestos todos ellos de consentida coquetera y de extrema distincin entre las seoritas de Auria. Tambin ella, de vez en cuando, lanzaba un vistazo disimulado a la ropa de los otros chicos. Cuando pasaron los nietos de Cuevas, que era el jamonero ms rico de la localidad, la ta musit complacida, haciendo girar la sombrilla: No s si est bien que provoque tu naciente vanidad masculina, pero llevas el traje ms caprichoso de este ao. Qu ello estimule tu gratitud hacia tu ta y madrina! y acerc a los labios, para interceptar un regeldillo que le bulla en los adentros como resultado de la comilona, el paizuel de encajes que llevaba siempre trabado en los dedos con un aire de infantina seronda. Estuvimos en casa del fiscal, cuyas hermanas, unas viejas chochas llenas de apresuramientos sin motivo, se agitaron febrilmente en cuanto entramos, haciendo tintinear sus collares y dijes, para traernos corriendo tarta de almendras y espeso licor de caf. El ama de llaves otros decan la antigua manceba de don Camilo el procurador, tomada de inoportuna piedad, me hizo rezar dos padrenuestros en una saleta donde haban entronizado, aquella misma maana, el Sagrado Corazn de Jess, en lamentable versin de la imaginera salesiana. Luego me regal un pesado cartucho de rosquillas de Allariz, que qued en mandarme por una criada. Slo en casa de Consuelo, prima carnal de mi madre, me sent realmente bien. Era una casa de gente franca y alegre donde parecan estar siempre de buen humor, y cada vez que bamos nos reciban con una cordialidad sorprendidsima, como si acabsemos de resucitar. Ah, vosotros por aqu! Juan Carlos, Amparo, Concha, bajad, que estn aqu los primos! Parece mentira! Dichosos los ojos que os ven! y habamos estado all la semana pasada. Eran muy ricos, tanto por parte de ella, que haba heredado de su madre el seoro de Boiro, como por el marido, Pepe Salgado, hombre distinguido, muy dulce de hablas y modales de origen auriense se deca que humilde pero nacido en una provincia de la Repblica Argentina, llamada de Entre Ros, donde su padre le haba dejado tantas tierras que caba en ellas buena parte de nuestra provincia; cosa tenida por exageracin y tomada a chacota en el casino, pero que era verdad. Se refera que en cierta ocasin, discutiendo el caso, Salgado se puso rufo y tomando una vara de medir, pues ocurra la disputa en la tienda de los M adamitas, le dijo a el Tarntula, que era el de las dudas: Tome usted esto. Le pago el viaje a Amrica, y si las mide usted en todo lo que le resta de vida, le cedo la mitad. Lo cual ola a broma fnebre, pues el Tarntula, por su aspecto de tsico, no pareca conservar alientos para medir su propia calle, que tena cincuenta pasos de largo.
Haba all muchos forasteros e indianos bebiendo de lo lindo, y luego se improvis una especie de baile donde Consuelo toc al piano valses, polcas y rigodones. Al salir de all, ya casi anocheciendo, pasamos por la plaza de la Sal, en el barrio popular, donde haba un troupoloutrou de gaitas y tamboriles y se danzaba con furioso denuedo, a lo suelto, entre una polvareda tan clida como si fuese el resplandor de una hoguera. All Chaparro el chocolatero, Valcarce el pintor, Ramn el Chino y otros puntos de baile, bordaban, con fina precisin e infatigable violencia, muieiras, ribeiranas y cachoupinos, sobre las lajas de la plazuela, en torno a cntaras del espeso vino local, que, entre una danza y otra, circulaban por todos los labios. La ta pas de largo frunciendo la nariz, ajena al arrebato con que el pueblo, obediente a su honda entraa pagana, cltica, traduca los labernticos significados de la jornada litrgica. En cambio me consinti detenerme unos instantes en la plaza del Corregidor, donde otra muchedumbre, no menos sensual y hertica, herva de actividad y de excitacin celebrando una follateira: misteriosa fiesta de Auria, reminiscencia, quizs, de cultos bquicos del latino colonizador. Mas apenas pude entrever, entre el gento apiado, una especie de templete, de tablas, cubierto de verde pinocha y de ramas de laurel y vid, donde un viejo y una vieja, al son de cantigas y panderos, batan leche en rojas ollas de barro, con miradas y gestos de evidente concupiscencia, todo ello en medio del ms ruidoso desenfreno y algaraza de la plebe, que bailaba al comps de rsticos instrumentos y se agrupaba, cantando y pataleando, a la puerta de las tabernas, con la taza del vino en la mano y bajo las guirnaldas de los verscromos farolitos de papel, que acababan de encender. Insist con la ta para que me permitiese acercarme un poco ms al templete de los viejucos, mas slo consegu que exclamase, con brevedad espartana, sealando el cotarro con el regatn de la sombrilla: Ah? Jams! y adelantando un papo de emperatriz me cogi la mano y me remolc de un tirn. Al emprender la marcha, ya entrada la noche, me pareci ver entre las cabezas de la multitud unos ojos fijamente posados en m, bajo una visera de charol muy hundida en la frente. M adrina, si corres tanto me caer. M ejor sera que nos fusemos a casa. No puedo ms. Comprendo que ests al sumo de tus fuerzas dijo acortando el paso y acumulando palabras intiles, como siempre, pero nos faltan los Cardoso, nobles amigos, e iremos a verlos como visita final. Y eso que nos dejamos otras ocho o diez entre las ms principales. Estoy corrida! Maana se hablar en todo Auria de mis omisiones. Iremos maana. No puede ser, habr que esperar a la octava de Corpus. Nos encaminamos a la abominable casa de los Cardoso, en la calle de Santo Domingo, cuyo jefe era un apopltico magistrado de la Audiencia, hijo de un abad de aldea y de una criada, casado con una ricachona adusta y solemne, y famoso por sus tragaderas y por su estupidez judicial. Asista a los juicios orales sesteando, con los ojos semicerrados durante las pruebas, y las manos cruzadas sobre el vientre por debajo de la toga. Corran acerca de l innumerables chascarrillos, siendo el ms famoso una pregunta, en una vista por lesiones en ria tumultuaria: Dgame el testigo: en el momento en que ocurran los autos, la vctima estaba en el balcn o viceversa? Tenan los Cardoso cuatro hijos varones, entre los veinticinco y los cuarenta, y dos hijas entre esas edades, todos ellos feos, atezados, silenciosos y morrudos; todos con los ojos abesugados y todos de luto riguroso por un hermano de la seora que haba muerto, cinco aos atrs, de un
envenenamiento de setas. Cuando llegamos estaban a punto de pasar, unnimes, al comedor; pues la madre era muy regimentera, y lo hacan corporativa y puntualmente, como en desfile, a las nueve y media en punto. Eran gentes de rosario despus ele la cena, tras el cual las mujeres iban a recocerse a sus alcobas y los hombres salan de tapadillo, en noches rigurosamente sealadas para ello, alternndose y simulando los unos que no saban la salida ele los otros. Iban a verse con sus querindangas baratas en srdidos tabucos instalados en las casas ele pajabarro de los arrabales, por la Puerta de Aire, en la antigua judera. Como haba odo yo tantas crticas sobre aquellos enlutados, que pasaban, no obstante, por las gentes ms honestas del burgo, me fastidiaba su asnal solemnidad y nunca pude verlos, sobre todo cuando estaban juntos, sin sentir unas endiabladas ganas de soltar la risa. Al pasar, habamos preguntado al portero del resonante casern si llegaramos a tiempo, y nos dijo que nos apresursemos, pues apenas faltaban unos minutos para el toque de la cena. Efectivamente, all estaban, todos de negro, esperndonos en un saln tapizado de damasco prpura, los padres en el estrado y los hijos en semicrculo, como los maniques de una familia real ante el pintor ulico; ellos con americana abotonada hasta el cuello, morenos y barbados, y ellas con blusas de mangas enterizas, abullonadas, y con aderezos de cabuchones y abalorios. Cuando entramos, anunciados en alta voz por un sirviente, los vimos moverse vagamente contra las figuras del tapiz del testero, a la luz de las velas de una araa de cristal francs. La ta salud a todos, extremando su reverencia caballuna, y luego se dirigi a la duea de la casa y le dijo, besndole en ambas mejillas: Perdonaris, Gertrudis, se nos hizo tarde. Os traigo al nio un par de minutos para que lo veis. Una no puede partirse en dos! aadi, con retrasada conclusin. La mayesttica Cardoso, como si la chchara de mi ta no fuese con ella, nos indic un confidente con un gesto, que prolong luego en un ademn semicircular que tena por objeto indicar los asientos a los otros, y se dejaron caer todos a la vez. La hirsuta dama recobr la voz. No te preocupes, Pepita; ya sabes que siempre se te recibe en esta casa con particular afecto aunque ello no pueda hacerse ahora extensible a toda tu familia desgraciadamente. M ucho me honras; ya sabes que me hago cargo de la rigidez de vuestros principios. Hay ropa tendida dijo vulgarmente, por un lado de la boca, la mayor de las hijas. La ropa tendida era yo, claro est. Luego vino un silencio. La ta empalm, desviada: Hace un instante, si no me equivoco, se oy la retreta del cuartel de San Francisco. Debis de estar a punto de pasar al comedor Hubo otro silencio durante el cual los hombres consultaron, con simultneo gesto, sus pesados relojes de bolsillo; luego miraron todos hacia el hermano mayor, uno que tena la color ms aceitunada y la barba ms negra (y que vena a ser el querido de Elena la Sucia: una antigua hospitalera que lavaba ropa y a la que Cardoso pasaba cincuenta reales al mes para pagar el cuarto), y ste, a su vez, mir hacia el reloj de la chimenea, mirada en que le acompaaron tambin los otros. El jefe de la casa surgi de su mutismo segundn para preguntar a mi ta, con una franqueza popular que contrastaba con la burda solemnidad de los otros: Y cmo anda tu hermana Carmela? Buena chica! Y guapa, guapsima toda la familia se volvi hacia l; y el vinculero, que, por lo visto, era el encargado de resumir los gestos de todos, le asest una dura mirada. Era ste otro indicio ms de que las familias de Auria haban condenado a mi
madre, a la separada, a la liberalota, al silencio, que era la condena a muerte social que dictaban aquellos farsantes. El viejo Cardoso, ms que viejo envejecido por los placeres de la mesa, que eran en aquel hogar cotidianas orgas, conservaba, aunque ya muy espesa, su viva sangre aldeana que se opona, en cuanto le daban las fuerzas, al proceso de solemnizacin emprendido por su mujer y sus hijos y que, al menos en l, no haba logrado dar frutos definitivos. Y fue as como, ajeno a las mudas fulminaciones, continu: No puedo creer que Carmela Razamonde haya tenido arte ni parte en el lo ese del entierro, y as lo afirm en el Tribunal y lo jurara sobre las brasas Padre! cort, desmandndose del vinculero, Armida, la hija menor, con abierta iracundia. Casi al mismo tiempo el reloj de la chimenea dio la hora tocando una delicada mazurca. Se pusieron todos de pie, como movidos por un muelle, menos el padre, que tard un rato en desenclavijar las articulaciones, levantndose con ayes, puestas las manos sobre la rionera. Con igual simultaneidad apareci en la puerta un criado de librea, con un candelabro en una mano y un apagavelas en otra. Yo no haba abierto la boca. Me desped casi sin alterar aquel silencio, y la madrina gallipave durante unos instantes las cortesas del adis, que fueron contestadas por todos con impacientes gruidos y salimos de aquella casa infernal habitada por condenados a los trabajos forzados de la simulacin y del bandullo. Ya en la calle la ta mir hacia arriba y exclam: Ya me pareca a m, este bochorno! El cielo mustrase opaco y amenazador no bien lo haba dicho, un trueno retumb propagndose en ecos por las ras. En el cruce de las calles se levantaron remolinos de polvo y papelorios. Apretamos el paso en la obscuridad, con tiempo apenas suficiente para alcanzar los soportales de la Plaza Mayor, cuyo espacio central reciba ya, con rumor atamborilado, el golpeteo de las gotas tempestuosas. Salan en aquel instante, retrasados por la insubordinacin de las fiestas, de los bajos de Ayuntamiento, los faroleros, abultados por sus grandes corozas de paja para la lluvia que les daban un aire de mascarones ebrios. Llegaron chorreando, slo con cruzar, y aplicaron a los farolones del soportal la estopa chisporreante, metindose luego por la sombra de las callejas dejando tras s el tufo del petrleo. La ta habase puesto nerviossima, pues acababa de pasar bajo el reverbero recin encendido, Pepn Prez, el cronista social de El Eco de Auria, distinguido poeta local y pianista del teatro, que se le declaraba un par de veces por ao, desde haca doce o catorce, en estrofas de diverso metro, aunque del mismo inmitigable fervor. Aquella acechanza, pues se puso a pasar y repasar, indicaba que tal vez no estaba lejano el plazo de las reiteraciones. La igualmente obstinada negativa de ella originbase no tanto en el tipo, que no le era del todo indiferente, sino en el misrrimo sueldo que Pepn perciba por la suma de sus habilidades, ni an arrimndole la mesada de un puesto de bbilis bbilis, que desempeaba en la Diputacin Provincial, pues tena que mantener a una hermana, con la cual viva, la que a su vez se ayudaba haciendo ramilletes de flores de cera. Pepn pas de nuevo, como queriendo decir algo, lo que extrem la nerviosidad de la ta, que se hubiera lanzado al arroyo si en aquel momento la tronada no estuviese desatacndose de sus ms entusiastas chaparrones. De pronto, volviendo sobre sus pasos, muy aprisa, como quien coge impulso para no desanimar una decisin arduamente tomada, Pepn Prez se detuvo frente a nosotros y quitndose el bombn, dijo, con acento emocionado:
Quisiera usted honrarme aceptando mi paraguas? la ta, sobreponindose a su turbacin y tratando de aplacar la insurreccin de su laringe, que la acometa muy excedida en trances como aquel, contest: Sentirame inclinada a hacerlo por el inocente el inocente era yo, pero no me atrevo, ante el temor de las interpretaciones. Pepita Yo en realidad Lo cierto es que no somos de hoy Porque una cosa es Y otra, como vulgarmente se dice. Siendo as Nos adelantamos hacia el borde del escaln que separaba el soportal de la calle. Pepn, que lo haba alcanzado antes, haca esfuerzos desesperados para abrir el paraguas, que era de los de nueva invencin, de resorte. Forceje durante unos instantes contra el rebelde artilugio. Entretanto, la lluvia pareci ceder un poco. No se moleste, Prez, ya escampa. Lo mismo reconocida. Vamos, Bichn! Disimule, Pepita Estos implementos modernos! la ta le alarg lnguidamente la mano. No bien pusimos el pie en la calle, iniciando una carrera, cuando se oy detrs de nosotros un ruido, como un golpe dado con fuerza sobre el bordn de un contrabajo: era el paraguas de muelle de Pepn que acababa de abrirse con la velocidad de una exhalacin de tela. Nuestra casa hallbase a doscientas varas de all y nos largamos en su procura a grandes zancadas. Estaba como boca de lobo, pues an no haban pasado los faroleros. Ya prximos a nuestro zagun advertimos que estaba enfrente un coche, en direccin contraria a la que bamos. Los relmpagos nos permitieron identificar un faetn de la empresa del Mangana, con tiro de fuertes caballos, cuyos atalajes mojados brillaban con las descargas elctricas. La ta iba un poco adelante, pegada a los muros, procurando salvar, en lo posible, su sombrero, que era una atmosfrica mole de gasas y flores de raso, y sus botitas de tafilete castao claro, y yo la segua tratando de cobijarme en la estrecha franja que protegan los aleros y de pasar indemne bajo los chorros de las altas grgolas que se estrellaban contra las losas de granito, en medio de la calle, salpicndolo todo. Evidentemente, aquel coche estaba parado frente a nuestra casa, aunque siempre era muy difcil, tan juntos estaban los portales, distinguir si un vehculo all detenido sera para nosotros o para nuestros vecinos. Cuando llegamos, las linternas del coche, que estaban tapadas, fueron liberadas de su obstculo y nos dio la luz en los ojos encandilndonos, pues haca unos minutos que andbamos en la obscuridad. Apenas mi madrina haba dado los primeros pasos en el obscuro zagun, protestando de que se hubiesen olvidado de encender el faroln de entrada, y cuando yo iba a alcanzar el umbral, despus de haber mirado recelosamente hacia el faetn, alguien sali de tras la puerta de mi casa y me tom en vilo por las corvas y la espalda apretndome contra un macferland que ola a goma hmeda. El raptor entr en el coche y la portezuela se cerr tras nosotros con fuerte golpe. En medio de la pestilencia de la goma percib un fresco olor a agua de lavndula. Sobre mi cara se abata el capuchn del impermeable, estirado en el frente por la visera rgida de una gorra. O la voz de mi padre que deca: Tira ligero, Pencas! las herraduras resbalaron un momento sobre las lajas y el ganado sali al trote largo. Tras nosotros se oy la voz despavorida de la ta: Auxilio, favor! Bichn, Carmela! Mi padre me mantuvo en el regazo, apretado contra s. Yo no me mova. Oa su corazn con
golpes lentos y fuertes. Cuando, unos minutos despus, el coche pasaba del empedrado de las calles al barro de la carretera, me incorpor sobre sus rodillas y adivinndole el rostro en la sombra, le dije: Qu has hecho, pap? No s, hijo mo; las gentes de nuestra casta nunca sabemos bien lo que hacemos. Por lo pronto quererte mucho Procura ahora dormirte, que tenemos para largo. Me arrebuj en sus brazos, y luego me cubri con una manta de viaje. Yo me dej llevar innime, callado, sin otra sensacin que la de un dulce sosiego, tras las emociones y el cansancio ele la jornada, oyendo como las llantas mordan, a travs del barro, los morrillos de pedernal de la carretera y pensando en el extrao remate que haba tenido el da de mi primera comunin y de la fiesta mayor de mi pueblo.
CAPTULO XXV
Tard varias semanas en saber que el origen de aquel verdadero secuestro no fue, como yo haba credo, un pronto de los muchos que le acometan a mi padre; por lo visto tuvo origen en un rumor que llegara a sus odos segn el cual el consejo de familia, atizado por el odioso to Manolo, pensaba substraerme a la potestad de mis padres, considerada como inconveniente para dirigir mi educacin y enviarme de pupilo a un colegio. La vida de colegial interno se me haba siempre representado como una maldicin, y si algn motivo concreto tena yo de resentimiento hacia mi padre, era el de haber impuesto aquella brutal condicin que mantena alejados de nosotros, y en lugares distantes entre s, a mis hermanos: a Mara Lucila, en las carmelitas de La Corua y a Eduardo, en los jesuitas de La Guardia. Precisamente estaban por llegar en aquellos das, pues aquel ao el Corpus haba cado muy temprano y los cogi en medio de los exmenes. Por otra parte, su llegada era tambin uno de los motivos que haban apresurado a pap a tomar tal determinacin. Nada le incomodaba ms que nuestro cario, mejor dicho, mi cario; pues ellos, fuertemente ligados entre s por el rencor y por el sentimiento de despojo de aquel padrastro fanfarrn y manirroto, que entrara a saco tambin en la herencia de su padre, me admitan en su sociedad con una frialdad condescendiente, y, ni qu decir tiene, este desvo se iba acentuando a medida que pasaba el tiempo de lo que ellos llamaban, con justa razn, su castigo. Tres meses dur mi secuestro en el pazo de Amoeiro, casn de la familia de los Castrelo, antigua residencia seorial y, en aquel entonces, centro de ricas tareas de labranza y ganadera y de mimosas vegas de vino en Santa Cruz de Arrabaldo y en el Ribero de Avia. Su dueo era, en aquellos das, el vinculero de la familia, Ulpiano Castrelo, pariente lejano y gran amigo de mi padre, cuyas correras admiraba, anclado en su sedentarismo rural y en los cuidados de su casa y sus dos hijos, aumentados por una viudez temprana. El pazo era una inmensa residencia sillar con patio almenado, balconadas y chimeneas monumentales, que alzaba su orgullosa silueta de castillo al borde del planalto de Amoeiro, abarcando el curso del ro Mio, entre el hondo valle central de Auria y las tierras ms abiertas del Ribero, con sus verdes mltiples y jugosos. Mi padre se qued un par de semanas y viva pendiente de m con ternura tan extremosa que comprend sera pasajera. Ms sosegadamente que en otras ocasiones pude, en aquellas circunstancias, advertir el asombroso contraste que haba entre la habitual simplicidad de su carcter y los exquisitos matices que entraban en su trato conmigo. Cada propio que iba a Auria vena cargado de cosas para mi regalo. Mi cuarto, una inmensa habitacin, que daba a la solana, estaba al poco tiempo casi intransitable de juguetes y chucheras. Como un da yo me quejase de la obscuridad que lo invada todo, en cuanto el atardecer meta sus sombras en los distantes ngulos, hizo poner en ellos cuatro velones de ocho torcidas, con lo cual la habitacin adquira un terrible aspecto funerario y se llenaba de un olor aceitoso que se pegaba en la garganta. Un criado se quedaba all, de imaginaria, con orden de apagarlos cuando yo lo pidiese o cuando me quedaba dormido, dejando encendida una lamparilla en la mesa de noche. M and taponar con sacos una aspillera del balcn en la que roncaba el viento nocturno, y jams se iba del borde de mi cama hasta que Ulpiano Castrelo no le mandaba
media docena de avisos para echar la partida de tresillo con el prroco de Trasalba, que vena cada noche a caballo, impulsado por el terco vicio. Cuando mi padre se entretena demasiado tiempo y tardaba en bajar, a pesar de los recados, se oa el vozarrn del rico labrador: As que acabes de darle la teta a se, bajas, que ya est aqu el curazo! Si soplaba viento o haba truenos me llevaba a su cama, inventando un miedo que yo no tena. Una noche de mucho norte y gran luna, cuando la nostalgia de mi madre y de mi casa empezaba a trabajarme, me encontr, al volver de la partida, a eso de las dos de la maana, sentado en uno de los escaos de piedra que flanqueaban el interior del ventanal, todo empapado en luz blanqusima. No sabiendo qu decirle, disculp mi insomnio con el canto de los gallos. Sali sin decir palabra y unos instantes despus se oyeron un par de escopetazos en el corral y el escndalo subsiguiente de las aves. Castrelo asom por la gran balconada, en calzoncillos, gritando hacia nuestras ventanas: Qu haces, badulaque? Estos avechuchos que no dejan dormir al pequeo. Ests loco con el cro Pues tienes que hacer si piensas acabar con todo ese cacareo! se volvi a meter y asom de nuevo, en seguida: Oye, t, si me matas el hurn te cuesta cien duros la juerga! y cerr de golpe las contras. Por la ventana de arriba asomaron sus cabezotas mellizas los hijos de la casa, rindose sofocadamente. De inmediato se oyeron dos garrotazos, dados sin lstima en ambos crneos y una cascada voz de mujer que les rea; todo ello sin dejarse de or las risadas de aquellos dos pigmeos, malos como diablos, duros y amarillos como tallados en boj. Los hijos de Castrelo, que empezaran su vida acabando con la de su madre, eran dos cabezudos callados y mirones, perversos y solapados. Andaran por los diez aos de edad, pero no los aparentaban sino por la expresin, que tena una extraa madurez, como si fueran hijos de viejos. Estaban a cargo de una hermana de su padre que, por haberse visto obligada a exclaustrarse de un convento, donde haba profesado veinte aos atrs, para hacerse cargo de aquella leonera, estaba siempre de un humor sombro y andaba por la casa fugitiva, casi impalpable, como una sombra. La educacin de las bestezuelas la llevaba a cabo majando en ellos como en un centeno verde, pero sin resultados, a lo que se vea. Tras su mansa resignacin aldeana y su suavidad monjil, azorraba un carcter de mil demonios y una tremenda impasibilidad para el dolor, que tal vez le vena de su vida en asilos y hospitales aunque los chicos eran igual. Cuantas ms varas de fresno zumbasen contra sus piernas y espaldas o cuantos ms palitroques se quebrasen contra su invulnerable cabeza, ms se rean ellos; aunque a veces, como si por azar les hubiese tocado un incgnito punto sensible, acusaban el dolor con un breve gesto y gritndole: Monxa, monxa!, se zafaban del potro y convertan todo cuanto tuviesen a mano en arma arrojadiza. A m no me podan ver y, con esa predisposicin de la gente rstica a confundir las buenas maneras con el afeminamiento, me llamaban Sarita y Xan-por-entre-elas. Pero todo dicho tras los dientes y como si no fuese por m. En una ocasin me hicieron caer en una trampa para zorros, con la consiguiente desolladura del tobillo, y otras veces me soltaban perros mastines o carneros topones que me hacan huir aterrado. Tambin hacan descender, atadas con cordeles, sobre la ventana de mi dormitorio unas espantosas calaveras talladas en sandas huecas, con una vela dentro, que se me aparecan all, de noche, flotando en el vano, tras los cristales, como el pndulo de un reloj. Especulaban con mi discrecin, pues saban muy bien que si Castrelo llegaba a enterarse los baldara de una tunda. Mi padre, que no poda prescindir de la vida del agro, pero que, a la larga, aguantaba poco en l,
se fue, como ya dije, pasadas dos semanas. Baj a Auria por unos das para entender en sus pleitos y trapatiestas y para frecuentar chirlatas de toda condicin, aunque de idntico resultado; pues para l, como para todo jugador de raza eran sus palabras, le pareca indecoroso salir de la timba con el dinero ajeno ni aun con el propio. A los pocos das de su marcha yo estaba desesperado, sin noticias de mi madre y soportando aquella sociedad enemiga y bestial; perdido, adems, en medio de una naturaleza temblorosa, huidiza, modelada por los cambiantes de la luz, donde todo variaba a cada momento bajo aquellos cielos amplsimos, de un colorido inagotable, llenos de proezas de las nubes, que hacan y deshacan, sin tregua, inestables universos de formas y tonos. En aquella imponente plataforma telrica, donde an se rezagaban algunos gestos de la inverna, me di cuenta, por vez primera, hasta qu punto estaba yo apresado entre los bloques de piedra de mi ciudad, en su trabazn segura, antigua, protectora; y hasta dnde me era ajena, casi hostil, la agobiante suntuosidad natural que rodeaba aquel islote de enftica estructura, pues no haba casa alguna hasta las de la primera aldea tributaria, que se agarraba, all arriba, a los costurones del suelo, como un pardo nido. La nostalgia se me iba haciendo insoportable y apenas alcanzaba a mitigarla encaramndome, al atardecer, a un alto peasco de la crestera que daba borde final a la meseta, siguiendo con la vista la lnea azogada del ro hasta el contorno, ms adivinado que visto, de la ciudad, casi siempre esfumado en la distancia, bajo la bruma. Y lo que acentuaba de modo ms preciso mi tristeza era un pequeo codo, muy curvo, de la carretera que iba de Vigo a Auria, que era lo nico que se vea de ella en el rodapi del altsimo repecho; blanqusimo tramo alegre, entre el severo verdor de un pinar. Una maana de domingo en que haba asistido a la misa en la ermita de la aldea, hice el gran descubrimiento que tanto habra de ayudarme a conllevar mi cautiverio: una alta roca desde la que se dominaba un enorme horizonte. A la salida, Peregrina tal era el nombre de la Castrelo, que no me prestaba nunca la menor atencin, se adelant con los mellizos y yo aprovech el descuido para encaramarme a mi nueva atalaya. La perspectiva resultaba totalmente distinta. La ciudad se vea ntida, recortada en la distancia como en la fresca hondura de un cuadro acabado de pintar; la masa rojiza de sus tejados, los cubos grises de las casas viejas y la blancura de las canteras de las de ms reciente fbrica. Y en los medios del burgo, airosa y precisa, la torre de la catedral recortada contra el Montealegre, que ahora resultaba tan ma, tan dcil, as de pequeita y de naufragada en distancias y luces, que me pareca cosa fcil poder cogerla con dos dedos y ponerla en la palma de la mano, como un juguete. Con aquel descubrimiento, que me trocaba el paisaje casi en hogar, qued un poco ms sosegado. Por deduccin poda situar mi casa. En rpida asociacin de ideas invadironme mis preocupaciones familiares y tambin mi secreta relacin con la iglesia, que en aquellos instantes pareca inadmisible. A la distancia del tiempo y del espacio sent con toda claridad cunto haba en aquella ligazn, de costumbre, de cotidiano pacto, de no s qu sedimentacin hecha de imgenes reiteradas e ininteligibles, de experiencias obscuras, de infinitos y mudos dilogos, entre tan fuerte inercia y la tierna y lenta construccin de mi vida, de mi conciencia de ser; todo condicionado por la lgica presencia del templo y por la ilgica consecuencia que desplazaba de s, envolvindome, arrastrndome, enajenndome con poderes situados ms all de lo visible, de lo comprobable, que me hacan vivir todo lo dems, aun las cosas ms inmediatas, en su dolor y en su goce, ms veraces, como provisionales modos del existir.
CAPTULO XXVI
El tedio de aquellos das fue sacudido por una repentina diligencia que cogi a toda la aldea y en cuyo torbellino entr tambin la rica casa labradora. Se acercaba la romera del santo patrn de la parroquia y una contagiosa actividad se propag por todas partes. Se allanaron los baches y desniveles del camino de carro que suba desde la carretera abrazado al pecho del monte; se rellenaron los socavones hechos por el agua en las torrenteras y se quemaron las maraas de zarzamoras que coronaban los muros de las heredades que daban al camino. Las jambas y dinteles de puertas y ventanas lucieron enjalbegado nuevo. La naturaleza, muy fra en tales alturas, pareci tambin contagiarse de aquella urgencia, y de la noche a la maana, ganando el tiempo de rezago y al amparo de unos das de abundantsimo sol, encendieron sus minsculas tulipas los tojos y retamas, con lo cual los montes cambiaron su parda tristeza por flotantes tnicas de oro; los rocos nocturnos dejaban cubierto el campo, a la maana, de temblona pedrera; volaban los pjaros dejando tras s musicales estelas y el paisaje montas fragmentaba la cuna de su esplendor en minuciosas ancdotas de corola y trino. Cerca de los regatos y de las pozas, disimuladas bajo el verdn, las flores del lino movan sus iris diminutos de asustado azul; en los secanos mecan los centenos una suave marea de verdes plateados y las mazorcas del maz empezaron a babear, por el pice, una pelambrera achocolatada. En los pinares acordbase, en ms afinados tonos, el viento que llegaba, alzado en remolinos, desde las hondas y suaves bocarriberas y se afelpaba, al abrirse en la libertad del altiplano, hasta trocarse en una brisa que era, en el rostro, como una tibia mano enguantada. Los cerezos tardos erguanse como enormes ramos de cristal blanqusimo, y los manzanos urdan bajo un velln blanquecino, la lenta redondez del fruto. Volaban gallardamente las urracas, y las codornices contaban en su buche el metal reiterado de sus siete monedas sonoras. En el tibio y lento medioda oase el trabajo de las colmenas, apostadas contra la pared del huerto, bordoneando sobre la aguda quejumbre de los carros lejanos y el escndalo de la calandria, aleteando, inmvil, toda cnit, clave musical de la cpula del cielo. Un da de aquellas agitadas vsperas apareci mi padre. Lo vi galguear por la corredoira con elstico paso de muchacho. Traa la gorra de visera en la mano y le brillaba el tup sobre la frente osada. Unos pasos ms atrs le segua, echando los bofes, uno de aquellos golfantes de Auria, entre paje, rufin y espolique, a los que eran tan aficionados los seoritos, y que siempre tenan gorroneando a su vera para que les sirviesen en sus recados y tapadillos. Vena el tal cangado bajo una montaa de paquetes. Sobre un hombro destacaba un gran caballo de ruedas, de flotantes crines y herldica cabeza de ajedrez. Los vi subir desde la solana. Mi padre me salud desde all abajo con un largo silbido metindose los dedos en la boca. El faqun dej sus paquetes sobre la gran mesa del recibimiento y se enjug el sudor. Yo fui desenvolvindolo todo, con calmoso saboreo, gozando, ms que con los juguetes, al tomar contacto con la ciudad a travs de los familiares nombres de cada comercio que lea impresos en los papeles de los envoltorios. Venan all regalos para todos, golosinas de lujo para las comilonas patronales; vestidos y juguetes, destacando entre estos ltimos una escopeta de verdad que disparaba balines y diminutos cartuchos de municin.
Ped instrucciones para cargarla, y una vez introducido uno de los cartuchos de plvora sola, para la prctica, busqu una presunta vctima. En aquel instante vi que asomaban sus cabezas iguales los mellizos, que estaban avizorando por la ventana alta que daba al despacho y apret el gatillo, luego de encaonarlos rpidamente. Fuego! grit. Se oy la detonacin y se vio el fogonazo, como una escobilla de chispas. Los Castrelo se asustaron tanto que dieron consigo en el piso, desde el alto bargueo a donde se haban encaramado para espiar la paquetera que vieran llegar con ojos ansiosos y resentidos. Mi padre me reprendi severamente dicindome que eran bromas de muy mala pata y que las armas las carga uno y las dispara el diablo, etc. M and luego que le bajasen viandas y un jarro de vino al cochero, que se haba quedado en la carretera esperando rdenes, pues al comienzo le vi poco inclinado a quedarse. M edia hora despus orden que desenganchase y que acomodase el ganado en la cuadra del mesn. Nos fuimos luego a pasear por el hortal y, sin que yo se lo demandase, me cont las consecuencias inmediatas de mi escapatoria, como le llam tan frescamente, con una de aquellas naturales tergiversaciones que le eran propias. Pepita, tal como era su deber, se haba enfermado y se pas das y das tirada en su canap, sacudida por las flatulencias, envuelta en un peignoir de tonos celestes, acompaada de visitas ntimas, a cuya conversacin responda con un rictus dolorido de la boca muda y enarcando las cejas, como los enfermos muy postrados. Las otras, luego de unos das de concilibulos con las Fuchicas, se pasaran las horas en nuestro piso, rodeando a mam de pegajosas atenciones y recibiendo a las visitas con chistidos y hablares entre dientes, como si dentro hubiese un moribundo. M i madre haba recibido el golpe con su habitual entereza de nimo que tanto se pareca a la frialdad y a la indiferencia, limitndose a contestar a los condolientes: No se lo llev ninguna tribu de gitanos. Se lo llev su padre, que tiene tanto derecho a disfrutarlo como yo con lo cual quedaban desarmadas, en su iniciacin, las hipcritas compasiones. Lo que no me aclar mi padre y que luego supe yo, fue que Barrigas, el cochero, apresado al da siguiente por la Guardia Civil, atizada por mi to Manolo, lo haba contado todo; y tampoco me dijo que mi madre haba tenido un largo desvanecimiento, durante el cual el mdico dictamin que haba all un corazn muy flojo. Pap termin su informe dicindome, como pasando sobre ascuas, que a su regreso ella lo haba hecho llamar y que tuvieron una entrevista a solas, en las afueras del pueblo, en el mesn de La Cristalina; mam no haba querido sentarse ni mucho menos participar en la merienda que l tena preparada. Tan orgullosa como siempre T ya la conoces, Bichn, con aquellos aires de reina ofendida. Una calamidad! Me pregunt si habas sufrido mucho, figrate! Las madres siempre creen que sus hijos sufren si ellas no andan de por medio, como si a uno no le doliese su propia sangre Pregunt tambin si estabas contento para que yo le contestase que no, pero le dije que estabas como unas pascuas, saltando todo el da, como un corzo, por entre esas matas y riscos. Qu se fastidie! Eso le dijiste, pap? A las mujeres hay que domarlas y nada mejor para ello que demostrarles que no son tan indispensables como se figuran En fin, para detener la accin judicial, ya iniciada por el consejo de familia buen atajo de cuervos y mojigatas!, don Camilo el procurador, ese papanatas reblandecido, cuya respetabilidad le viene de no haber hecho nada en su vida por el temor a equivocarse, propuso que pasases en la aldea el tiempo suficiente como para dar lugar a que volvieran
tus hermanastros y, luego de una breve vacacin, regresaran a sus colegios Por esta vez el juicio salomnico del babieca no anduvo muy descaminado, pues no me da la gana que coincidas en casa de tu madre con sos Ah s que no transijo! Durante una pausa en la que se fum un pitillo en tres o cuatro chupadas interminables y se dedic a deshacer con las uas unos botones de rosa, le suger, cautelosamente, sin poner en la peticin demasiado empeo, que me dejase pasar unos das con ellos, a lo que se neg con la ms seca respuesta. Por lo que dijo en aquella ocasin, supuse que lo que pretenda era borrar en mi, hasta donde fuese posible, todos los afectos que no fuesen el suyo. Se aferraba a m como si yo fuese el nico asidero en el vrtigo de su vida, vivida sin continuidad ni proyecto, en alocada sucesin de improvisaciones, sin conciencia clara de tal desorden y, consecuentemente, sin deseo alguno de oponerse a l. (Esto crea yo entonces, pero el tiempo me hara ver que toda aquella dramtica aficin que me mostraba no iba ms all de un simple empeo de jugador donde yo era la carta momentnea).
CAPTULO XXVII
La vspera de la fiesta, al atardecer, me confes con el coadjutor de Trasalba, que estaba all para ayudar a nuestro prroco. Era un cura ordinario y sucio, con dientes amarillos y dedos quemados de fumador. Musit el Yo, pecador, me confieso, con la lentitud meditativa que me haba enseado don Jos de Portocarrero, y me meti prisa dicindome que haba esperando otros muchos, que tenan que descargar ms que yo. Luego me interrog atropelladamente, siguiendo, en cierto modo, los mandamientos, y cada vez que quera detenerme en alguna explicacin, pasaba adelante sin hacerme el menor caso. Me levant muy mohno y proponindome no hacer la comunin al da siguiente, luego de confesin tan incompleta. Consult con mi padre y me dio plena razn, como haca siempre con mis decisiones en el orden de lo extrafamiliar. Por la noche, en torno al pequeo atrio, que era a la vez cementerio, instalronse los puestos de agua limonada, fritangas, bebidas y rosquillas. A eso de las nueve empez el folin. Durante horas y horas rayaron el cielo los cohetes de aquella y otras parroquias distantes. Bajo la espectral luz del acetileno temblaban las diminutas florestas de azcar en el interior de las botellas de ans escarchado, y las sombras del gento se trenzaban en movibles arabescos contra el suelo. El gaitero y la charanga tocaban alternadamente y las parejas danzaban a lo suelto, casi entre los sepulcros, ofreciendo una mgica perspectiva de brazos alzados y rtmicos y de enormes siluetas lanzadas por la luz contra la fachada de la iglesia. Resonaba el eco de los tambores en los valles y, de cuando en cuando, el coral de los burros de los romeros despeaba, desde aquellas alturas, su cmico turbin de rebuznos hacia las riberas. El cielo era hondo y negrsimo y las estrellas pulan su metal contra los altos terciopelos. El obstinado ritmo de la danza no lograba complicar la grave calma del paisaje, en cuyo centro el folin era como una luminosa intromisin movediza. Por los caminos que suban del valle adivinbanse hileras de romeros tardos, revelados por las hileras rojizas de los faroles de aceite tachonando la cuesta. En los bordes de aquella agitacin los sapos golpeaban su sistro y los mochuelos mecan el aire con el birimbao de su rumor disconforme. Yo no poda dejar de pensar en mi madre. El aturdimiento circundante no haca ms que llevarme a su lado con una insistencia imaginativa que trastrocaba aquella alegra en una punzante tristeza. Despus de cenar no poda ms con mi desazn. Los invitados de Castrelo, que eran muchsimos, metan gran algazara en la que mi padre intervena, con notable capacidad de adaptacin, hablando a los labriegos con una ordinariez de dichos y ademanes que yo jams le haba visto ni en las peores circunstancias, y bebiendo el mismo mosto espeso por los mismos jarros de barro amarillo. Aprovechando un descuido, pude escaparme fcilmente y marcharme a uno de los lugares de mi predileccin, que era la solana posterior del pazo, sobre el hortal ajardinado. La noche era maravillosa vista desde all en la plenitud de su silencio, ms acentuado an por la msica lejana y por la serenidad de la alta curva celeste, sesgada por la fugaz trayectoria de algn desviado cohete de lucera. All me estaba sufriendo y pensando a mis anchas, cuando apareci mi padre, quien, despus de reprenderme por aquella extravagante inclinacin a la soledad, me llev de nuevo hacia el folin entre el gento agitado en medio de una nube de polvo que inflamaba en fro la cruda luz de los gasgenos. Entramos por entre dos puestos, donde hervan las grandes calderas del
pulpo, y salud a unos y a otros, interviniendo en las conversaciones de los indianos y de los labradores ricos con su cautivante simpata y su veloz sentido de la adaptacin. El habla regional, que tena en labios de aquellos paisanos un dejo timorato, brusco o raposo, adquira en los de mi padre una resolucin, un mando y una nobleza de antiguo texto, y era magnifica de or. Por vez primera comprend aquella noche que no era una fabla sierva, de labriegos y menestrales, sino un cadencioso y noble lenguaje de seores. Andaban tambin por all los bigardos del husped, serios y mirones, tomados de la mano, cacheando en los puestos. Parbanse de cuando en cuando y devoraban las ordinarias golosinas con veloz fruicin de mandbulas y ojos adormilados por el gusto. Un poco antes de la media noche parte del folin baj desde la aldea a la explanada exterior, frente al pazo, siguiendo a la banda que vena a dar la serenata al seor, segn era uso, mientras en el atrio quedaban los gaiteros y los cerros en torno a las cantigas y panderetas. Castrelo entraba y sala febrilmente, llevando convidados de toda ndole. La mesa del recibimiento, en el piso bajo, iluminada por quinqus, desapareca cubierta de botellas, dulces y ricas viandas y reposteras. Los renteros y mayordomos cogan timidamente las finsimas copas de cristal ingls, como si fuese a estallar en su mano parda y dura, y chasqueaban la lengua a cada trago y los curas de las parroquias vecinas, en gran nmero, de balandrn y solideo, junto a los hidalgos, indianos y aurienses, armaban la parranda, ya medios chispeados, levantando repentinas carcajadas sobre los bisbiseos de cuentos verdes y coprolalias, mientras manejaban, con magistral levedad, pesados garrafones de licores de la tierra o botellas de remota edad, llegadas de todos los cantones de la Espaa vincola, y aun de Francia y del hermano Portugal. Los guardias civiles dejaban ver el charol de los tricornios, con su brillante agorera, desde la parte de afuera de una ventana apaisada, donde tenan el retn, moviendo en el espacio, como en un lienzo de sombras chinescas, las cabezas mostachudas, y empinando el codo con seriedad ordenancista. Algunas seoritas y seoras venidas de la ciudad, que rehuan la mezcolanza, eran atendidas en el despacho por la monja y las criadas, y mordisqueaban pionates y cecinas con minucioso diente, mientras libaban apelmazados anisetes y moscateles, adobando el cotilleo con risitas de conejo, esguinces de figurn y contoneos de sus talles de palmera, con las cabezas separadas del cuerpo por las golillas de pluma rizada, que entonces constituan el dernier cri. Empez a subir del valle, como un inmenso teln, una espesa niebla, y las sombras de los romeros se agigantaron fantsticamente en el espacio. Algunos aldeanos peneques cantaban y batan furiosamente, en los panderos, alals y ruadas, cercando, con su vozarrn, el tiple de las zagalas que se encaramaba por el aire como una serpentina musical. Mi padre me llev por todas partes y me present a todo el mundo, pues era muy conocido por su fama de cazador y de juerguista, y por su atolondrada esplendidez. Cuando subamos, la cuarta o quinta vez, del pazo a la aldea, empez a pesarme la esclavina de lanilla que me haban puesto por el relente, y me quit tambin el sombrero de paja, que me apretaba con el barboquejo debajo del mentn y me hacan sentir los latidos de las sienes. No bien salimos de la obscuridad empec a ver las mechas del carburo prolongadas en anchos nimbos lechosos, a sentir el redoble de los tamboriles como si me sonasen dentro del crneo y los chillidos de la gaita como puntazos en los odos. Cuando mi padre intent hacerme beber otra copa de moscatel, en la casa parroquial, sent que la sola mencin del vino me daba bascas y me secaba la boca. Se ri de lo lindo y me alz por debajo de los brazos, mostrando mi estado a todos aquellos seores, mientras yo me tapaba los ojos con los
puos, pataleando en el aire. Se despidi apresuradamente y me llev, muy apretado contra si, de nuevo a la casona, besndome, dicindome chanzas y llamndome borrachn, mientras yo senta el vaivn de su elstico paso, como una grandiosa oscilacin area que abarcaba las cimas del valle de banda a banda. Al otro da de la fiesta, en una de sus inoportunas y rpidas decisiones, sin hacer caso de mis ruegos, volvise a la ciudad, aplastando de recomendaciones a Castrelo y a la fraila exclaustrada acerca de mi cuidado.
CAPTULO XXVIII
Casi nunca pasaba una quincena sin que mi padre viniese a verme. Hablaba poco de mam y me ofreca dejarme volver en cuanto llegasen los primeros fros otoizos. A mediados de septiembre, yo no poda ms y estaba haciendo mis planes para escaparme, fuese como fuese, tal vez siguiendo las lentas reatas de muas que pasaban por la carretera, camino de Auria, cuando una de aquellas maanas amanec enfermo con calentura e inflamacin de labios y garganta. Temiendo que se tratase del garrotillo, mi padre fue llamado por un propio, que sali en la bestia ms ligera de las cuadras de Castrelo; vino en el da, acompaado por don Pepito Nogueira, que era el mdico de nuestra casa, como para que cayese de su lado la responsabilidad si la haba. Don Pepito me examin con detencin sin aventurar dictamen, y aconsej que sera conveniente llevarme a la ciudad; insinuacin que yo recib protestando como si no me gustase la idea, pero aferrndome a ella, exagerando los sntomas en lo que me era posible. Nadie mejor que yo saba cun infundados eran los temores del garrotillo, pues el malestar tena su origen en que los cabezudos me haban dado a comer uvas, de las que estaban del lado de la carretera, protegidas con polvo hinchamorros, de las depredaciones de golosos y viandantes, circunstancia que, tanto ellos como yo, tuvimos buen cuidado en silenciar. Ante la reserva dubitativa del mdico, mi padre se llen de ceos y se puso a pasear mordisqueando una gua del bigote, mientras don Pepito ordenaba unos gargarismos con semilla de adormidera y unos pediluvios, bien fuertes, de mostaza en agua tan caliente como pudiese resistir. Cuando me estaban metiendo los pies en el barreo, mi padre dio fin a sus paseos, parndose en seco y exclamando: Vmonos ahora mismo, don Pepito! No respondi, azorado, el mdico y se mostr ofendido el Castrelo por aquella urgencia desconfiada, como si en su casa no se pudiesen cuidar enfermos. Los mellizos asomaron su cara de lechuzos, mirndome con ojos asustados y culpables, mientras mi padre empez a liar ropas y juguetes con una prisa atolondrada. Luego grit, asomndose: T, Caparranas! Baja en un salto al mesn y que enganchen, que nos vamos don Pepito, sacando fuerza de flaqueza, dijo con un hilo de voz: Yo no respondo de nada, si es que emprendemos un viaje de cuatro horas, de noche y con esta criatura en estado febril. Y si es garrotillo lo que tiene? De momento y mientras los sntomas no se aclaren, nada se puede hacer ms de lo hecho. Parece una inflamacin trivial, pero hay que aguardar y no perder la cabeza. Y quedarse aqu, repudrindose los hgados! Tambin me los repudro yo, que tengo mis enfermos abandonados. Eso irn ganando los infelices y sali de la habitacin a grandes pasos mientras don Pepito se qued moviendo la cabeza y mirndome con una sonrisa que me pareci de comprometedora inteligencia.
Al ver tan preocupado a mi padre estuve tentado de decir toda la verdad; pero arda yo, no de fiebre sino de deseo de ver a mi madre y de alcanzar a pasarme unos das con mis hermanos antes de que volviesen a su castigo. Partimos mediando la maana siguiente. Me baj en brazos hasta la carretera. Nos acompaaron en el descenso, hasta la aldea, Castrelo, la monja y los lechuzos, que me miraban en silencio, despavoridos, en la firme creencia de que haban cometido un crimen. Los criados, que me haban tomado ley por la suavidad de mi trato, nos vieron partir, salmodiando bendiciones y ojalases con enternecida mirada. Yo, que estaba muchsimo mejor, mimaba la farsa con un gesto blanducho y desvalido. Sali el fiacre al galope por la tibia maana otoal y mi padre le dio una puada al cochero en los riones: Te crees que llevas un fardo, animal? Pon esos cueros al trote! El Barrigas sofren a los parejeros y quedamos un rato envueltos en una nube de polvo. Bajamos al paso toda la pendiente de Amoeiro y al llegar al valle los caballos fueron puestos de nuevo al trote largo. Por entre los negrillos y cerezos que bordeaban el camino, veanse los viedos con las cepas bajas, recostadas en largusimas espalderas de alambres, sostenidas en poyos de blanco granito. En las entradas a las casas grandes de labor, daban comienzo los largos tneles de parrales, con sus racimos de naparo, moscatel, albilla y mozafresca. El verdor de las hojas se empenachaba aqu y all con resolanas de hojas otoizas, como rescoldos de una llamarada. Por los caminos y congostras que salan a la carretera iban hacia los lagares lentos carros de bueyes, trocados en cestos inmensos, con las tiras de verga entretejidas en los estadullos. Zagalonas de pierna desnuda y morena cruzaban en acompasadas filas, con los canastos llenos de racimos, en equilibrio sobre la cabeza, oscilantes de cintura, encendidas por el sol y por la incitacin secreta de aquellos agros, abiertos al aliento dionisaco de la ms viva tradicin pagana, acompaadas de muchachos que llevan a la espalda, sobre mullidas de paja arrollada, sujetas por una correa a la frente, los grandes cestos de pmpanos, arregaados de risa los blancos dientes destacndose en la boca apayasada por el morado zumo, rijosos de mirada y gesto, como faunos adolescentes. Mi padre me dej seguir con el mdico y l se baj en la fonda de doa Generosa, donde paraba cada vez que su hermano Modesto se iba a la aldea y dejaba cerrada la casa patrimonial, arreando con l a la servidumbre. Le hizo prometer que cada dos horas le llegaran, all o al casino, noticias sobre mi estado. En cuanto desapareci en el zagun yo dej de lado el parip de enfermo y le confes toda la verdad a don Pepito, quien carraspe, se puso muy colorado y finalmente se limpi la calva con un pauelo. Me mir luego con mucha fijeza y me hizo sacar la lengua, para afirmar despus, mirando hacia otro lado, que desde el primer momento haba sabido a qu atenerse. Al entrar el fiacre por la calle de las Tiendas, en el silencio de la siesta, oyse redoblado el ruido de las herraduras y el campanilleo de las colleras. Apenas puse pie en la ra, asomronse las tas, apiadas en retablo, en una ventana del segundo piso, y Joaquina, que oteaba por otra del tercero, asp el braceo de las alarmas y desapareci, arrepiada de urgentes avisos. Mam, que nos esperaba en el descansillo del primero, ech sobre don Pepito una mirada de ansiedad mientras me pona una mano en la frente. La encontr muy demacrada y se conduca con una agitacin que no le era propia. El mdico asegur que no haba pasado de un conato de calentura gstrica. No quiso subir y se march, prometiendo que volvera de all a un par de horas. Cruzamos una mirada y una sonrisa, que mam atrap al vuelo y tradujo de inmediato; lo comprend en su
cambio de expresin, a pesar de lo cual, en cuanto surgi el tropel espeluznado de las tas, recuperamos ambos, con aire de complicidad, nuestro aspecto compungido. Destacse del aquelarre la Pepita; mirme un instante, dio un paso atrs y exclam con voz aleonada: Este ngel viene en las ltimas! y se puso a sollozar en seco. Al verla en tal afliccin sent de veras no estar tan enfermo como ella se figuraba. Un poco atrs Joaquina se anudaba tranquilamente el pauelo de la cabeza y se pas luego los pulgares por las comisuras de la boca, con aire de sorna. Qu no sabra aquella vieja! Lola no baj del todo el tramo, y la criolla aquerenciada sentenci, acuclillndose a mi lado y volvindome los prpados: Ete cro lo que et e soleao y na m No hai sino dale agua de coco y ponelo a la sombra. Mam, con buenas maneras, y yo con labios apucherados, dimos fin a aquel burdo paso, en el que nadie senta lo que estaba haciendo, y subimos a nuestro piso. En cuanto entramos, como si ya hubiese mediado una declaracin, me pregunt: De veras no es nada, Bichn? De veras, mam. Y por qu llamaron con esa urgencia a don Pepito? Qu congoja, Dios mo! Los salvajes de los hijos de Castrelo me dieron uvas con hinchamorros. Me vino un poco de fiebre y lo dems lo puse yo. Quera verte, mam, y quera venir antes de que se fuesen Mara Lucila y Eduardo. M am permaneci un rato mirndome, con un gesto que no lograba hacer severo. Ni siquiera me has dado un beso, Carmelia! le dije con acento dolido. Estaba pensando si lo mereces. Cada vez que me haces cosas parecidas a las de tu padre, tiemblo me bes tiernamente y entramos en el comedor. Me dio un salto el corazn al ver a mis dos hermanos, que repasaban unos libros sobre la mesa. Pero estabais en casa? fue lo nico que acert a decir, extraado de que no se hubiesen acercado a recibirme. Eduardo despus de permanecer un rato con la cabeza inclinada sobre el libro, como si no me hubiese visto entrar, exclam, sin levantarse: Ah!, pero no estabas malsimo? Lo dijo de tal modo que, dispuesto como me hallaba a lanzarme a besarlos, no me mov del sitio. Mara Lucila se concret a mirarme como si fuese un extrao. Cerr tranquilamente el libro y aadi, burlona: Nos tenas sin aliento, chico! Sent un sollozo que me ahogaba, pero lo contuve y me limit a contestar: Parece que esperabais que me muriera M am intervino con acento airado. Qu es eso? Es esa manera de recibir a vuestro hermano? Acercaos y dadle un beso. Los otros, despus de cambiar una mirada, con un aire que tanto poda ser de burla como de lstima, se levantaron sonriendo uno para el otro y meciendo la cabeza. Cuando estuvieron cerca de m, grit, retrocediendo: No me hace falta! Sal precipitadamente del comedor y me encerr en mi habitacin a llorar cuanto me dio la gana,
sin hacer el menor caso de todos cuantos vinieron a dar golpes, amagando con echar la puerta abajo, ni siquiera a las splicas de mi madre. Tanto me daba una cosa como la otra. Lo que yo quera era morir all mismo, en aquel mismo momento. Y no sal hasta que el cerrajero forz la puerta, varias horas despus.
CAPTULO XXIX
Todo cuanto hizo mi madre en las semanas siguientes para mitigar aquella desavenencia fue por completo intil. Por mi parte saba muy bien que algo se haba roto entre mis hermanos y yo quiz para siempre. No me perdonaban ninguna irona. Me llamaban hijo de papato, delfn Un da les pregunt mam por qu no me llevaban a casa de unos parientes de su padre y le respondieron que aqulla era su familia. Escondan todas sus cosas, reciban sus visitas aparte y se alejaban de m como de un apestado. Se vea a las claras que seguan un plan perfectamente discutido. Mam tuvo uno de aquellos prolongados desvanecimientos que tanto alarmaban al mdico, y desmejor tan a ojos vistas que terminaron por asustarse e hicieron algunas concesiones para un arreglo momentneo de la situacin; mas yo no quise entrar en el juego, pues senta que en mi interior se iba acrecentando un desprecio, que era casi odio, hacia aquellos hermanos a quienes haba querido tan tiernamente. Con todas estas cosas, yo, que no era nada valiente de apetito, di en no querer comer y me qued en los huesos. Mi padre, enterado de todo este desbarajuste, le envi a mam un billete perentorio donde le deca que o aquella sucia canalla, de la rama de los tsicos Maceiras, volva inmediatamente con sus frailes y monjas o que me sacara nuevamente de all, por encima del consejo de familia y de la cara de Dios, y que me pondra donde nadie pudiera manosearme. Con este desorden todo andaba en mi casa a la deriva. Mam termin por caer en uno de sus perodos de abatimiento e indiferencia que me alarmaban ms que sus enfermedades. Las tas hallaban en ello ocasin para sus desenfrenos y mandoneras. Se agitaban como demonios y tenan a mis hermanos todo el da pegados a sus faldas. Las comidas eran lgubres y efectubanse en tres tandas. Joaquina andaba con los pergaminos del rostro ablandados de lgrimas, amenazando, entre dientes, con marcharse a su aldea, para siempre jams, que era su argumento de las grandes ocasiones, su forma ms compulsiva de hacerse valer y que utilizaba desde cincuenta aos atrs en que vena honrando nuestra casa con su fidelidad y abnegacin. Las Fuchicas iban y venan como devanaderas negras y Pepita se pasaba las semanas tomando infusiones y pergeando pginas en su diario, pues tena la inspiracin trgica y slo en circunstancias as le acometa. De vez en cuando apareca en mi cuarto, donde yo estudiaba horas y horas no s si para emborracharme con los libros o para recuperar el tiempo perdido; me echaba la frente hacia atrs y, mirndome un rato a los ojos, exclamaba: Infeliz hijo mo! Un da en que yo estaba en la saleta de costura con mam, irrumpi para decirnos, con repentino acuerdo y muy mala voz: Carmela, esto lleg al paroxismo; o tus hijos se avienen o partir de esta casa, aunque tenga que casarme con Pepn. M am, que no estaba de humor para aguantar caricaturas, aunque fuesen involuntarias, contest: Tal da haga un ao, Pepita. Con Pepn o con el moro Muza, no te vendra mal una solucin as que te privase de pensar en quimeras. Mi salud no gana nada en una casa donde, por una razn o por otra, se vive con el alma en un hilo. Mira, Pepita, haz todo lo que se te antoje menos venir a atosigarme. Ya vas teniendo aos como para exigir de ti misma un poco ms de juicio.
Y an te atreves a aadir tus dicterios? Pero qu quieres que haga, estpida? grit mam en un arrebato. Golpeis todos en m, como en un hierro fro, y encima me echis la culpa de vuestros golpes? Ya no soporto ms ni quiero veros ni oros Siendo ello as terque la flatosa, con voz repentinamente abatida, nada me queda que reponer. De hoy ms, las que hemos sido hermanas ejemplares Quieres dejarme en paz y salir de aqu, Pepa? Adis, inocente hijo mo! aadi, ajena al enfado de mi madre y abatindose sobre m, que la separ de un empujn. No creo que vuelvas a tener ocasin de ver ms a tu ta y madrina. En esta casa M am arroj la labor en el cestillo y cogindola de un brazo la puso en el corredor: Largo de ah, fachosa, cursi! Al volver se dej caer en la butaca, palidsima, respirando con dificultad. Qu tienes, mam? exclam asustado. Nada, nada, hijo; nada Djame as un poquito, descansando As Nunca la haba visto tan asaltada por las cosas, tan indefensa frente a los hechos. Todo es por mi culpa, pensaba yo, entretanto. Despus de unos instantes su respiracin volvi a ser casi normal. Me atrajo hacia s y me hizo reclinar la cabeza sobre su hombro, como sola, y termin por hacerme sentar en su regazo. Estuvimos un largo rato sin decirnos nada; yo pensando en m, reprochndome, odindome, y ella tratando de llenar de aire el pecho, suspirando a cada momento. Mis cavilaciones, que eran ingobernables, que eran casi sentimientos sin palabras ni imgenes terminaron girando en un solo plano, como formando una masa borrosa; oa algo as como las voces de muchas personas irreconocibles, hablando al mismo tiempo Empez a germinar en m una resolucin La angustia me agobiaba en cada hora del da y continuaba su persecucin en el trasmundo del sueo. Era como una solapada fuerza que se apoderaba de m hasta substituirme, hasta hacerme otro. Nada de la anterior depresin, ni de aquel descaecer del nimo; ahora era una energa que peda a gritos interiores el mando de m mismo para destruirme desde adentro. Me llegaba en impulsos repentinos durante los cuales perda el gobierno de mi ser. En el regazo de mi madre sent uno de aquellos brotes de exasperada energa inmvil. Mis ojos se haban quedado como sin luz, mirando hacia un punto todava inconcreto en la resolucin, donde estaba la salida de aquel poderoso cerco de miserias, obsesionante. Y en sbita ocurrencia, me vi manejando a mi antojo todas las posibilidades, concretadas en una, en mi ida irremediable. Todo lo circundante se desvi ante aquella fcil cancelacin donde lo inmediato ingresaba en un mundo de gestos intiles. De pronto advert, con sensacin casi molesta, que me haba ido acomodando en el regazo de mam y que mis piernas colgaban ridiculamente de sus rodillas; por vez primera sent su carne ajena, casi hostil. Ella advirti mi rigidez y afloj los brazos. Me puse en pie y la mir de modo tal que la extraeza hizo subir el rubor a su frente. Qu te pasa, hijo? Nada; que ya voy siendo demasiado grande para estar en sus rodillas. Los hijos nunca son demasiado grandes esper un rato mi respuesta y yo me encamin hacia la ventana. Luego aadi: Te encuentro muy nervioso, Bichn. Acustate un rato, voy a hacerte
una taza de tila. Y sali con paso rpido, como liberndose de una situacin cuya rareza no se le alcanzaba ms que en la forma de una sensacin penosa. Yo me qued pensando en que mi relacin con aquella mujer, mi fijacin a ella, entraba en una nueva fase. Era como si algo la arrancase de m para no arrastrarla en mi liberacin. Me fui a mi cuarto y me tumb en la cama. Un fino sol de cobre iluminaba la estampa industrial de san Luis, tan bonito que resultaba inhumano. Debajo de ella, sobre una alta cmoda portuguesa, una Pursima aquietaba, bajo el fanal, la dispersin barroca de sus ropajes de talla, rodeada por la minuciosa exactitud de un arco de conchillas. Mi abuela, con un gran polisn y bucles en cascadas sobre el escote, sujetaba con una mano lnguida el ave convencional del abanico, y el abuelo, en otro daguerrotipo, de levitn entreabierto, con chaleco floreado, corto y sotabarba de almirante, miraba hacia el vaco. Tales menciones aburridas y su lamentable reiteracin me parecan en aquel momento ms intolerables que nunca y contra ellas se rebelaba mi tenso afn de huida. Yo quera no tener nada que ver con todo aquello, romper el crculo de los seres y de las cosas, no ser de nada ni de nadie, poder desplazarme en una direccin solitaria y vertiginosa que me librase, para siempre, de aquel cerco de fantasmas. Fue luego cediendo la tensin y empec, otra vez a sentirme oprimido y triste. Comenzaba a actuar el otro lado de aquella aniquilante alternancia que haba llegado a ser mi vida. Me enderec de pronto y abr de un golpe las hojas de la ventana. El chasquido de un cristal al romperse contra el muro y la lluvia de los fragmentos estrellndose, un instante despus, contra las losas de la calle, me alivi, dndome una sensacin de mando sobre la brutal energa de las cosas. Los hojalateros asomaron, sacando la cabeza de sus tenderetes, y el guardia municipal, desde la esquina, enderez hacia mi ventana el palitroque con gesto interrogante. Yo los mir, sin respuesta alguna, y me acod en el alfizar. Frente a m el David se enorgulleca en la impasibilidad de su ptrea vida, orgulloso, invencible de indiferencia. Sus derretidos escarpines colgaban del escabel, entrecruzados en fina tontaina gtica, y sus manos atrapaban delicadamente los piansimos del real instrumento. Cmo envidiaba yo su vida aplacada en un solo gesto poderoso, en su inmovilidad que no era quietud, en su slida permanencia sin muerte! Vino a quebrar aquella paz relativa la irrupcin de mi madrina, que se apareci enfundada en un casab de paete cremoso con sombrero de fieltro de recogidas alas, casi de amazona, cubierto de velo espessimo que le tapaba el rostro. La ta se desplom sobre la butaca y se levant el velillo, sollozando en seco (en realidad yo nunca la haba visto llorar de veras), y limpindose con prolijidad las lgrimas que no tena. Qu te pasa, madrina? Qu me pasa? No lo has visto? Qu me arrojan! Ya sabes que no es verdad Penetra en el sentido de la afirmacin. No he dicho que me arrojen los seres, sino los aconteceres aclar, con retrucano de folletn. Nadie tiene la culpa, ta. Nadie? se alz majestuosa y expidi, a gran voz: Nadie? Y el Destino? No es nadie el Destino? y al mismo tiempo que deca estas cosas increbles, dej caer al suelo el cabs de viaje que llevaba en la mano, en el que cabran malamente media docena de medias, para derrumbarse de nuevo llorando con los hombros. Yo no saba qu hacer. Me acerqu a ella y le dije con la voz ms dulce que me fue posible:
Vamos, ta, no es como para ponerse as! Gimoteaba, sacudida por el histrico, sin poder exprimir una sola lgrima verdadera de todo aquel tumulto de la carne. Sin duda este fracaso deba mortificarla mucho, y quin sabe qu retumbante frase o qu desgarrada tesitura de los tonos andara buscando en los adentros para abrirse a s misma el dique del llanto. Cmo hara yo para ayudarla a llorar? Ciertamente le tena a aquella infeliz un afecto que lindaba en la compasin, y jams haba dudado del hondo cario con que ella me agobiaba. Pero entre la realidad de tales sentimientos y su expresin, se interpona siempre aquel repertorio de gestos convenidos, tras los cuales, sin duda, se ocultaba un alma ingenua y vehemente, aunque yo nunca supe encontrar el punto de juntura y deslinde entre lo accesorio de su sensiblera y lo real de su sentimentalidad. Le cog una mano y repitiendo maquinalmente una frase que le haba odo a ella misma muchas veces y de cuyo sentido no me percataba muy bien, exclam: La verdad, madrina, es que eres una incomprendida. No haba terminado de decir esto cuando empez a anegarse en llantos torrenciales, como una nube que se rompe. S, hijo, s; eso es! La voz de Dios habla por tus labios inocentes Eso es, una eterna incomprendida Eterna vctima propiciatoria! gimoteaba estas vejeces de los libros, utilizando todos los registros de su voz, tan pronto en el estridente gallipavo como en las profundidades ms hombrunas, hasta que, al fin, sus frases terminaron por asomar entre las cataratas del ms autntico lloro, como truenos entre hilos de lluvia. Mi afliccin consisti luego en hallar la forma de taponar aquella brecha que no daba tregua alguna en aguas, voces y ademanes, acompaando sus exclamaciones con gestos tan denodados e imprecatorios que slo el asombro me impeda soltar la carcajada. Alzaba con los dedos de una mano los delanteros de la saya para desembarazar los pasos largos, teatrales, mientras declamaba los oh, desdicha!, de hoy ms!, esto es el fin!, o cruzndose de brazos frente al miriaque y al levitn de los abuelos exclamaba: Para qu me disteis el ser? Resultaba patente que estaba utilizando la ocasin de sus lgrimas verdaderas para agotar la expresin de todas sus reivindicaciones. En medio de lo ms rugidor y tremolado de la escena, se interrumpi, con voz de aparte, y dijo, en el tono ms natural: Alcnzame un moquero, que ste ya lo moj todo abr la cmoda y le di uno de mis pauelos que ella enrosc, por una punta, en un dedo, dejando flotante el resto y se entreg de nuevo al frenes con ms mpetu que antes. Entonces me aburr y le dije: Bueno, madrina, basta ya. A ver si te crees que eres t la nica que sufre en esta casa! La pobre mam no tiene siquiera esa facilidad tuya para alborotarse por nada y decir tonteras a gritos Quieres dar a entender que finjo? aadi con voz normal. Quin habla de eso? Digo que la cosa no es para tanto, en todas las familias hay disgustos aad perdiendo definitivamente la paciencia que, menester es confesarlo, con ella me duraba muy poco. Una cosa son disgustos y otra la ms negra deshonra. M e puse resueltamente furioso y exclam, acercndome a ella, amenazante: Aqu no hay deshonra ninguna, sabes? El que mis padres no se lleven bien y el que alguien haya envenenado a mis hermanos contra mi, nada quiere decir Lo que ocurre es que t ests loca y te has enamorado de mi padre
Bichn! grito, corriendo hacia m y tapndome la boca. s, s aad zafndome; lo s todo, lo o todo. Eso s que es deshonra Se puso muy colorada y recuper sin transicin alguna todo el gobierno de s, menos dejar el artificio de su prosa, que le era connatural. Esto no puede quedar as. Quin te hizo partcipe de la infame calumnia? Me voy de esta casa, pero antes me oir tu madre! Deja a mi madre en paz contest tambin ms tranquilo. Yo tengo las hojas que habrs echado de menos en tu cartapacio. Yo las tengo y no te las dar. Dnde las ocultas, criminal? En el momento en que iba a lanzarse sobre m, se abri la puerta con una lentitud que pareca calculada y apareci Joaquina, con su cara de visin y sus annimos lutos, trayendo en la mano una taza de tila, cuyo azcar revolva calmosamente con la cucharilla. Pepita recogi el cabs y sali como una exhalacin. A onde vai esa tola?[17] Conque t no lo sepas! dije con voz todava temblona y ya pesaroso de haberme desprendido del terrible secreto que haba descubierto al azar, buscando una pluma en el bufete de mi madrina y leyendo unas hojas sueltas de su diario. En ellas, al relatar la visita al pazo del to Modesto y su encuentro con mi padre, me haban llamado la atencin algunas frases que luego me resultaron clarsimas al relacionarlas con el aparte que haba sostenido con mam el da de mi primera comunin. Joaquina termin de revolver la tisana y dej caer: Ay, Seor, que casa deixada da man de Dios![18] Calla t tambin, con tus brujeras. Deja eso ah y vete. Ai, meu homio salmodi la sierva, sin hacer el menor caso de mi rspice; nesta casa entrou o inimigo, Dios me lo Santo Padre perdone! aadi, santiguando el piadoso trabalenguas. Y luego con hondo acento: El Seor me perdone, mais penso que era mellor morrer![19] Claro que si; mejor, mucho mejor dije, glosando con voz reconcentrada la jaculatoria de la vieja. Todo se andar! Joaquina se volvi con increble rapidez; quedse un instante considerndome, con el ceo fruncido; avanz hacia m, con los brazos abiertos y su rgido andar de peana, y me apret con fuerza la cara entre sus manos de palo, buscndome los ojos con sus iris de borde blancuzco. A ver, di comigo[20] exigi, con un rigor desusado. Djame! Di comigo: y lbranos Seor de las malas obras y deseos. y lbranos Seor de las malas obras y deseos. Ya est, sultame! Non, deste modo non. Telo que dicir con humildade [21]. Y lbranos Seor de las malas obras y deseos. Djame, Joaquina, o llamo a mam! Non te solto anda que chames a quen chames. Di comigo, pero sen xenio nin soberbias[22]: Y lbranos Seor de las malas obras y deseos. Tard un momento en poder calmar mi rabia y encontrar una voz pasablemente humilde, y repet la frase penetrando, de pronto, todo el sentido de aquella oracin, tantas veces recitada como un
encadenamiento rutinario de sonidos. Me solt y me pas la mano por la cara como para borrarme de ella la pesada impronta de sus huesos. Joaquina sigui rezando entre dientes, sin mirarme, mientras trajinaba, aqu y all, temblorosa, dando unos toques de arreglo superfluo al cuarto en orden. Yo tom el brebaje, sacudido por presentimientos informes. Joaquina recogi los enseres en la bandeja y sali diciendo: Qu perdicin, Seor, que perdicin! As es, qu perdicin, pensaba yo tambin. Pero no hay otro remedio.
CAPTULO XXX
El pretexto fue que tena que ir a casa de Antoito Cordal para hablar de algo relacionado con la escuela. Tras algunas recomendaciones no tuve inconveniente para salir. Evit, a ltimo momento, ver a mam, pues tendra que besarla. Cuando le ped permiso, despus de comer, me haba encontrado silencioso y preocupado. Tales observaciones carecan ya de sentido, pues en tal estado me haba mantenido, sin dar explicaciones, los ltimos tiempos. Sal corriendo asustado por mi presencia de nimo, y como si, en el fondo, esperase algo que, a ltima hora, pudiese evitar Di la vuelta por los soportales de la plaza del Trigo, tanto para guarecerme de la lluvia como para librarme de una posible vigilancia desde los balcones de mi casa. Acaso aquello poda ser tan fcil? Los zapateros de banquilla que, bajo el soportal, remendaban el calzado del pobretero, me insultaron al pasar, como siempre hacan con los seoritos, llamndome faldero y zapatos de p, pero esta vez, lejos de contestarles por sus apodos, los o como desde una tremenda lejana. Entr en la catedral por la puerta del Reloj. Las naves estaban llenas de apagados ecos que venan por una atmsfera color estao. Oanse, apartadas, las voces de los nios del coro llevando el rosario, con cascabelera melopea que, entre rezo y canto, se esparca por las bvedas, contestadas por el arenoso bisbiseo de los fieles. Di la vuelta por el deambulatorio, aprovechando sus curvas para esconderme. Vi que avanzaba un cannigo y me met en una capilla. Sal cuando se alej el dignidad, y me detuve tras un haz de columnas, espiando quin haba en la nave del Rosario, pues si algn conocido me vea me hara echar de all, como otras veces. Estaba el mismo beatero farisaico de siempre: Pepe de Rentas, con sus crdenas manos que, hasta al rezar, mantenan crispacin de garras; don Abimael de la Escosura, arquitecto eclesistico, prodigioso de falsedad; Casanueva el ferretero, rechoncho y seboso, con mandbulas de chacal y entornados ojos de hartura; don Antonio el Silbante nunca supe su verdadero nombre, seorito indigente y un poco cnico que viva casi de caridad, muy de cuello planchado y bastn, con las ropas muy percudidas, pero limpias, tomado de la triste mana de anciano galanteador; Encarnacin Pieiro, solterona de rostro nobilsimo, ya un poco canosa, con fama de culta, que abra las ventanas, fuese la hora que fuese, para tocar la Marcha Real al paso del Vitico de la parroquia de Santa Eufemia, que arrancaba por su calle Desflecbase ms atrs el resto del concurso conocido, perdindose en la borrosidad de las beatas annimas con manto y de las mujerucas del pueblo con pauelos floridos, anudados bajo la barba, sentadas sobre los talones; y ms atrs todava algunos mendigos: la Bruja, bisoja, plida y menuda; un ciego forastero taedor de violn y decidor de malicias, con lazarillo apicarado; Matilde con sus harapos pulqurrimos y su inocente aire de santa perdida en este mundo Entre los primeros, casi pegado a la reja del altar, estaba don Jos de Portocarrero, con su esclavina canonical y su seriedad de creyente profundo grabada en el gesto de atencin con que iba desgranando las montonas letanas, y casi a su lado Manolo, mi to abuelo, corpulento, adusto, con su ensortijado pelo blanqusimo, su color cetrina y su cara de sefardita seoril, aspavientado en un gesto de ofertorio, con los brazos abiertos y el rosario colgado en la mano derecha; y dos pasos ms atrs, arrodillada sobre un ostentoso reclinatorio de madera y peluche morado, con las iniciales de ambos
labradas bajo una cruz, su mujer, una de la familia de los Mantera, que lo haba pervertido, contaminndolo de su avaricia y hacindolo mentiroso, beato y ladrn. Apretando los dientes y los puos, como si temiese que la determinacin que all me llevaba pudiera escaprseme por algn lado del alma o de la piel, me encamin resueltamente hacia la capilla del Cristo. Entr con andar firme, ajeno al temor de otras veces. Ante mi decisin todo cobraba un lugar secundario: la imponencia del sitio, el mirar espin de las imgenes, la lobreguez de las capillas, la altura mareante de las bvedas. Me arrodill sin la forzada humillacin de otras veces. Los vitrales, embazados por la boira, tamizaban la luz que llegaba al interior como un gas pesado, acuchillado de colores rados. Vena de las naves del Rosario la voz alada de los nios de coro que jugueteaba en el aire, puerilizando el rezo. Mi oracin empez a barbotar, continua y humilde, como una limpia fuente campesina, acompandose con los hilos de la lluvia otoiza que caa lenta, como aceitosa, resbalando por los vitrales. Tampoco alteraba mi firmeza la adivinada presencia de l, al otro lado del cortinn, con su melena polvorienta, sus brazos aspados y su ojo revuelto. En realidad, mi oracin no estaba dirigida a l, a su debatida presencia corprea, que ahora me pareca tan insignificante como el nutico exvoto, pendiente de la fimbria como un juguete, o como el infantil Cristobaln que all fuera, en la pared de la Epstola, exhiba su tierno gigantismo. Mis palabras balbucidas, ni siquiera enhebradas por los conductos habituales de la oracin, saltaban hacia otros destinos, apenas apoyando su dramtica persuasin en los pretextos de las imgenes; lanzadas a un ultramundo donde yo saba que eran esperadas y que seran justamente entendidas. Para qu ms demoras? Por qu aadir nuevas treguas, acogido a la tensin dolorosa de aquel ambiente? Qu era lo que justificaba aquel hipcrita abrir plazos para lo que haba ya resuelto como irremediable? Me sent retemplado por una mayor energa. Interrump mi oracin, bes las losas y sal de la capilla. El aire abierto de las grandes naves me enfri en las mejillas el surco de las lgrimas. En aquel momento se disolva la concurrencia del rosario. Para no ser visto tendra que salir por la puerta de los Profetas y entrar de nuevo por la del Reloj. Pero rechac tal idea. Salir a la calle, aunque slo fuese por unos instantes, sera enlazarse otra vez con las imgenes de la vida y caer, otra vez, en los tejemanejes de las dudas, en los especiosos distingos, en los espejismos de la esperanza. Si perda pie desde aquel filo agudsimo por donde caminaba, si me desprenda un momento de aquel desasimiento de las cosas, que el templo me otorgaba aquel da ms fuertemente que nunca, si me apartaba un segundo de aquella justificacin de toda osada, estaba perdido. Me qued, pues, oculto, tras el altar de san Pedro Blanco, cerca del Prtico del Paraso, esperando que la puerta, que all contiguo haba, se escurriese de fieles. Luego, sin aguardar a que desfilasen los mendigos, cruc al descubierto y entr por la puerta baja y negra que llevaba al campanario de la torre mayor. Un vaho de humedad y de espeso aire encerrado me hizo sentir el sudor de la frente. Slo eran visibles, y muy escasamente, los peldaos iniciales de la escalera interminable, acolchonados de polvo, de mugre y de telaraas cadas desde la bovedilla. Haba que zanquear cuarenta peldaos adivinando el piso, hasta la luz circular de la primera tronera, apoyando las manos en las paredes viscosas. Las aristas de los escalones, gastadas en su parte media por un trnsito de siglos, me obligaban a ir pegado al muro, sintiendo, de tanto en tanto, en los prpados y en la nariz, el tacto asqueroso de las babas de araa.
Otra vez haba subido ya, a raz de mi primera comunin, y como regalo de ella, muy de maana, con Ramona la campanera, para echar a volar la prima. Pero aquello haba sido otra cosa. Estaban en el aire todas las alegras de julio que se colaban, en forma de chorros de oro, por todos los resquicios hasta aquella lobreguez. Y Ramonia Cadavid, menuda, patizamba y gil a sus sesenta aos, con las greas caprinas de veteado azafrn asomndole por los bordes del pauelo, con sus rpidas hablas y sus graciosas salidas de peneque, haba encendido, al comienzo de la subida, un cabucho de cera, manejndose divinamente en aquellas negruras, que conoca palmo a palmo, trotndolas, con alegre vivacidad de comadreja. Al poner pie en el primer escaln, me haba dicho: Cgete a mi saya, prendia, y no te sueltes si no quieres ir a parar a los profundos infiernos. Luego emprendi su liviana ascensin de bruja, cantando sobre el comps del tranco: Por detrs de la crcel no se puede pasar, porque dicen los presos arrinconamel, arrinconamel y chamela a un rincn, si es casada la quiero, si es soltera, mejor Al llegar a la tercera tronera, apag el cabucho y, despus de escupir sobre la ciudad, sac de la faltriquera un frasco de aguardiente, y, luego de un buen trago se haba estremecido, murmurando: Ay qu asco, no s cmo pueden beber esto los hombres!, para continuar su ascendente deslizarse, sobre el ritmo de la copla soez: Ai, que pindills ai, que pindills, andan os borrachos polos calexs Cada veinte peldaos la escalera hacia un ngulo recto y haba que llevar los primeros tramos muy bien contados, para no dar contra la pared. Despus de cuatro recodos apareca la segunda tronera, con su escasa luz, limitada a su redondel, trada a travs del espesor del muro. Era una ventana en forma de bocina, a la altura de las bohardillas de las casas de Auria. Ascendiendo otro poco, la luz de la tercera ya daba por encima de los tejavanes de los ms altos edificios y encaonaba un pedazo de cielo, y as hasta las ms elevadas en las que se abata la zona penumbrosa. El tramo catico de los bichos, de los orines seculares, del vaho catacumbal y de los ngulos confusos trocbase luego, en la zona clara, que era la ms extensa, en la gracia de una escalera de caracol que ascenda perforando el espacio, sin apoyar el borde de sus abanicos en los muros, sostenida por un eje y festoneada por mnsulas y canecillos donde se plastificaba pjaro, bestia, querube toda la alegre mueca medieval. La escalera renda su ltima corola en un rellano final, donde sus curvas, mediante una dispersin de las nervaturas, se cambiaban en erectos balaustres. Ocho ventanas abiertas en el muro, traan el
alivio de la plena luz y ciaban salida a una balconada que sacaba su calado pecho, mecida en el aire, a cien varas del suelo. Los contrafuertes, cimborrios, cpulas y dems cuerpos del templo quedaban all abajo con sus aristas y lomos ptreos y herbosos. Hacia el oriente era visible la traza de la cruz formada por el templo. La Fuente Nueva mitigaba las ancdotas de su cantera, transformada en un limpio medalln colgado en el pecho de la plazuela, y los cantos rodados, que empedraban la Plaza de la Constitucin, perdan su juanetuda rudeza para convertirse en tapiz de lucientes escamas. La orgullosa Alameda del Concejo vena a ser una diminuta lmina de cuento infantil, y las gentes que transitaban por la calle de las Tiendas, por la del Teceln o por la plazuela del Recreo, haban perdido la alternancia pedestre para figurar unos someros puntos que resbalaban por las lajas con andar reptante. Desde aquel rellano parta an la escalerilla de veinte peldaos, saliendo del muro interior, que daba a una trapa, tras la cual estaba el piso del campanario propiamente dicho. Suba yo aquella tarde evocando, con toda nitidez, mis recuerdos que databan de varios meses. Qu diferente era todo! Cuando Ramona me haba llevado le dije, un poco amedrentado por la descomunal presencia de las campanas vistas de cerca, que prefera quedarme en aquella especie de entrepiso. Tard tambin bastante en hacerme al fragor de las mismas, que en su cercana resultaba intolerable. All haba estado durante todos los toques matinales, que eran cuantiosos por la festividad del da del Apstol. A eso de las diez, ech ella una mirada al reloj del Ayuntamiento y se encaram por la escalerilla, dejando ver, por bajo de la saya, sus tres refajos de colores y sus medias amarillas. Casi en seguida, se oy el badajazo de la campana mayor, inmenso cuenco de metal en cuyo interior caban seis hombres y cuyo sonido alcanzaba a varias leguas y se oa en el burgo como un disparo de artillera; mas all, tan cerca, era, inicialmente, como un blando contacto que empapaba de su temblor a las piedras de la torre, e instantes despus se iba fortaleciendo en una tremenda intensidad sonora que produca castaeteos en los dientes y cosquillas en la nariz. Despus de las tres campanadas, que correspondan al momento del alzar, en la Exposicin, vinieran los toques complicados y difciles de los oficios, que se ajustaban a una estricta norma tradicional y en los que intervenan, a veces, las ocho campanas. Este da, que era la vspera de san Martn, haba un repique general a la hora del Coro. Me asom a la escotilla y vi que Ramona se haba quitado el pauelo, la pelerina de estambre y la chambra rameada, para quedar en justillo. Una luz extraa fulga en sus vivos ojos grises. Tena entre los dientes una rama de menta de su areo jardn, cultivado sobre un cornisn de la torre, en latas de petrleo, bacinillas y ollas viejas. En sus manos coincidan, como las varillas de dos abanicos, las sogas, sujetas al orificio de la extremidad de los badajos. Acompasndose con la cabeza produjo el tema del repique, con las campanas de ms delgada voz, a las que luego fueron agregndose las otras, hasta sonar todas en un comps de doble tiempo, sobre un ritmo de marcha solemne. Estaba la mujeruca en el centro del gran campanario, ennoblecida, como transfigurada por el rtmico goce, perdida en aquel fragor, con un pie apoyado sobre un cordel que, enganchado en la pared, mova el badajo de la campana mayor, agitada en medio de aquel estruendo, conmovindolo todo con ajustados tirones de los brazos desnudos y llevando el contrapunto con el pie de la soga, que era como el bajo continuo de aquella estupenda tocata a cargo de miles de arrobas de metal. Descend de nuevo sin que me viese. Yo haba ido all a algo muy concreto y tena que dar cima a
mi propsito o convencerme que era incapaz de acometerlo. Atraves una especie de sotabanco, donde pasaba la campanera sus horas vacas entre los toques, y me encamin resueltamente hacia la balconada. Al asomarme, me detuve un momento sintiendo las piernas pesadas, como dormidas. Haciendo un gran esfuerzo me escurr, arrastrndome por entre las pilastras de los balaustres exteriores, y enlazando con los pies uno de ellos me qued, asomado sobre el vaco, al borde de la cornisa resbaladiza de musgos y de la humedad del chubasco reciente. Caa vertical mi mirada, sin un obstculo, hasta las losas del atrio. Era suficiente con soltar los pies y dejarse ir suavemente, resbalando por el plano musgoso ligeramente inclinado. Mi cabeza estaba lcida como nunca y mi pensamiento discerna con claridad y prontitud milagrosas. Pens, sin ningn sobresalto, que ya no me era posible retroceder, pues aun suponiendo que reuniera fuerzas para volver atrs, encogiendo las piernas, sin duda alguna me sera imposible, sin que los pies se me desprendiesen al menor movimiento falso, lograr la torsin suficiente del tronco para reincorporarme, alcanzando con las manos la pilastra. Siempre he pensado, despus, que lo que fren mi decisin en aquel momento, en que me hubiese dejado ir insensiblemente al otro lado de la vida, fue el detenerme a esperar que el atrio quedase libre de algunos fieles que entraban para asistir a la Exposicin. Un instante hubo en que las campanas callaron y el atrio qued desierto. Toda la ciudad pareca desierta, sin un rumor, vaca de toda posibilidad de ruidos, como atrapada en una repentina forma mineral. Y yo tambin y el templo, y el aire y la luz que nos contenan. Pero all abajo sobrevino un revuelo de gentes, como si yo hubiese ya cado. Tambin se agrupaban en torno a un muchacho. Era un nio del coro, al que sacaron a empellones de la catedral, claramente visible entre el grupo negruzco, por la tnica color cinabrio y la blanca sobrepelliz. Un sacerdote lo empujaba y sacuda brutalmente, y las mujeres le daban puntapis y golpes con los sillotes plegadizos. Ante un gesto de huida del aclito el cura lo arroj al suelo de un bofetn. O el alarido del nio al caer contra las losas y vi el gesto airado de las beatas que le amenazaban de nuevo con los sillotes en alto. Todo ello ofreca el aspecto de una representacin de tteres, curiosa en su aplastada perspectiva y en su terrible lentitud. Sin duda lo que ocurra all en unos instantes tenia para m una duracin de siglos. En medio de mi extraa situacin pensaba con una rapidez espeluznante. Cog de aquel maremgnum una idea al vuelo. Por qu no haba elegido otro sitio? No era lo mismo abrirse la cabeza contra el filo de un tejavn que quedarse tendido en las losas del atrio? No, no era lo mismo. All abajo, en el paso obligado de los fieles, deshecho, en el sagrado del templo como en la piedra de un sacrificio, tendido como una acusacin No, no era igual. Por otra parte, sta haba sido la forma inicial a que se ajustaba la imagen de mi aniquilamiento, que era, al mismo tiempo, la vindicacin con que yo iba a cobrarme de la crueldad egosta de los mos. Y una cosa era que me hallasen, luego de buscarme unas horas o unos das, para encontrarme al final, afantochado, grotesco, entre los hilos de las tejas, y otra la dignidad de aquel final casi heroico, all en las lajas, repentino, convicto, acusador, rodeado del pasmo y de la consternacin de todo el pueblo que averiguara, que clamara contra mi gente, sobre todo contra aquellos hermanos que me ajusticiaban con un desdn tan inmerecido y cuyo remordimiento ya nadie podra borrar ni mitigar, signados para siempre por los otros y por su mismo silencio, acorralados, vencidos por la imagen de aquel nio exange en las losas, como en la piedra de los sacrificios Mientras estas cavilaciones me venan, como relmpagos mentales, en planos superpuestos y clarsimos, continuaba all abajo representndose la dolorosa e interminable farsa del aclito. Dos mujeres entraron a la carrera en el templo; el ensotanado mantena al chico tendido boca abajo en el
suelo, torcindole un pulso. Empec a sentir mareos. Las nieblas instantneas, tan frecuentes en aquella estacin, vinieron en sueltos jirones desde la prxima cuenca del Barbaa. Por entre sus esmeriles alcanc a ver todava cmo las mujerucas regresaban del interior del templo, trayendo algo, que result ser un cordel. Alzaron al muchacho y le ataron las manos. En este momento o la melopea de Ramona, que deba de andar trajinando en el sotabanco. Mi situacin empez a parecerme ridicula. Hice un esfuerzo desesperado; y, contra lo que haba supuesto, logr replegarme y alcanzar con la mano derecha una saliente de la moldura baja del balaustre. Enclavijados los dedos en aquel accidente de la piedra, consegu hacer retroceder el cuerpo hacia atrs, hasta abrazarme a la pilastra, liberando los pies mediante una contraccin del tronco y qued sentado en la cornisa inclinada, con la frente llena de sudor. En el momento en que o la voz de Ramona ms cerca, al intentar levantarme rpidamente, resbal en el musgo y ca con los pies hacia el vaco, con tiempo apenas para asirme a un relieve de la moldura, con una rpida crispacin de las uas, que no poda durar sino brevsimos instantes. En efecto, empezaron a relajrseme los brazos y sent que mi cuerpo se escurra por los lquenes resbaladizos; hice todava un esfuerzo ms aventurado, como si diera un salto sobre el vientre, al mismo tiempo que gritaba: Ramona! Apareci la campanera instantneamente, mirando hacia ambos lados, entre la balconada y el cuerpo de la torre. Ramona, aqu! Al verme en tal posicin por entre las pilastras, hizo un rpido gesto y se clav los dientes en el codillo de un dedo. Luego, con pasos cautelosos y tranquilizndome, con el ademn de quien va a recobrar un animal espantado, y los ojos terriblemente fijos en los mos, fuese llegando. Pas la mitad de su menudo tronco por entre los balaustres, abati sobre mis ropas su mano derecha, con la firmeza de una zarpa, sujetndose con la izquierda, y de un lento tirn, arrastrndome hacia arriba sobre los empapados lquenes, me fue llegando hacia s. Cuando estuvimos en el pasadizo me alz en los brazos y me llev adentro, acostndome en una yacija. Al dejarme caer, medio desvanecido, en el crujiente jergn de espatas de maz, sent sobre la cara un tufo de aguardiente. Se qued en pie, a mi lado, y le acometi una especie de tembladera como si no pudiese gobernar la cabeza ni las manos, por lo que termin sentndose en el camastro, santigundose varias veces, mientras deca: Ass, Dios mo, ass! No es nada, Ramonia, no fue nada pude decir, sollozando. Cllate! orden, con acento tremendo. Luego se levant y se fue hacia una alacena, hecha con tablas de cajn, y sac de all un acetre viejo del culto con una rama de olivo empapada de agua bendita y me asperj, con intencin de hacer cruces, cuyas rectas salpicaduras le desviaba el temblor, mientras murmuraba: Si buscas milagros, mira: Muerte y error desterrados, miseria y demonios huidos, leprosos y enfermos sanos; el peligro s'arretira, los pobres van remediados El mar sosiega sus iras,
redmense encarcelados, miembros y bienes perdidos recobran mozos y ancianos Y sin dejar de murmurar el responso, volvi otra vez a la alacena y trajo un pequeo san Antonio de bulto, al que le faltaba uno de los ojos vidriados, y me lo puso sobre el pecho. Luego, de la misma alacena, sac una caneca de aguardiente y me hizo beber dos largos tragos, que me hicieron lagrimear pero que me libraron, casi inmediatamente, de aquel interior escalofro y de las ganas de vomitar que me tena tan desasosegado. Quedamos un momento as, y luego, incorporndome, exclame: M e marcho. Espera; falta el ltimo toque y bajas conmigo. M e recost otra vez en la yacija. Tras una pausa le rogu: No dirs nada a mam, Ramona! Y qu quieres que le diga? respondi con una mirada entre indiferente y maliciosa. Qu te caste? No se te ve en el delantal que lo has puesto perdido de verdn? Qu otra cosa quieres que le diga, ms que la verdad? No caba duda de que Ramona haba penetrado, como yo mismo, mis intenciones. Conoca mi casa y sus disgustos; conoca mi genio disparatado y, sobre todo, conoca la tradicin de aquel lugar desde el cual algunos, a lo largo de los aos, haban dado el salto infinito, por lo que estaba prohibido el acceso de visitantes a aquella balconada que los liberales de Auria haban bautizado, con fnebre irona: la mstica Tarpeya.
CAPTULO XXXI
Hallbase otra vez la ciudad agitadsima, con brotes de motn, contra el cannigo penitenciario don Ignacio Eucodeia. Los desmanes de la gente de sotana siempre terminaban produciendo estas turbulencias. El pueblo replicaba a ellos con mucha ms vivacidad e impulso ms unnime que a las expoliaciones de patronos y ricos, que eran los otros factores capaces de desatar la iracundia colectiva. Era don Ignacio un navarro del valle de Roncal, alto, fuerte, de pupilas claras, mejillas enjutas y peluda voz de coronel, conocido, en privado, por su mana respecto a la limpieza y en pblico por su belicosa intransigencia en materia confesional; en ambos casos comprometa un amor propio por igual desproporcionado. Las penitencias que impona a los escassimos fieles que acudan a su tribunal eran punto menos que sentencias del Santo Oficio. Practicaba a rajatabla todos los aspectos negativos del sacerdocio, pues era, entre otras cosas, duro, orgulloso, dogmtico e implacablemente obstinado, y ninguno de los positivos, pues careca de aquellos claroscuros del carcter y de la doctrina aplicada, donde se cobija, misericordiosa, la cristiana comprensin; estaba totalmente falto de aficin humana, de piadosa ternura y de toda otra forma de caridad. Pareca andar siempre, como un gendarme de Dios, al acecho del pecado, desprovisto de las reservas piadosas para el perdn. Era tan denodado fantico como misrrimo cristiano. Haca casi tres lustros que estaba en Auria y no tena tratos con nadie. Viva en la fonda de doa Hermelinda y era muy temido por ella, en quien se personificaban las ms acendradas virtudes de la pulcritud casera, y por las sirvientas, a causa de su rigidez en lo que ataa al orden y polica de la vivienda. Cada vez que don Ignacio Eucodeia entraba en la casa no tena otra labor de ms prisa que ir pasando ensaadamente, ya desde el arranque de la escalera, los dedos sobre el pasamanos, y, despus, sobre toda superficie de muebles; y cuando su refinadsimo tacto hallaba la menor partcula de polvo, dentro o fuera de su aposento, sacuda toda la casa con su aristoso vozarrn, mientras acariciaba la presa entre pulgar e ndice: Doa Hermelinda, venga ustez aqu! Acuda la duea azoradsima, que por ser soltera y reviejada era pronta de rubores, recogindose la punta de su albo mandil almidonado, que era un espejo; y el dignidad, grandioso, apocalptico, sin decirle palabra, mostrbale la menguada pizca de pelusa, asaetendola con sus ojos azules, fulminantes bajo el alero de las grandes cejas de camo. Luego, sin despegar los labios y como si hubiese ganado una batalla, se meta en su habitacin, donde todo estaba muerto de tan limpio, dando un portazo. En el plpito era de una tal violencia, caso verdaderamente excepcional entre los oradores del Cabildo, que Su Ilustrsima estaba ya harto de llamarle la atencin. El ltimo da de una infraoctava de Pascua, que le tocaba el turno, el seor obispo, deduciendo por el estado de la poltica que Eucodeia iba a desbarrar de lo lindo, le mand recado por un familiar, la vspera, dicindole sutilmente que lamentaba mucho su ronquera y que anduviese con ojo, pues haba una verdadera peste de trancazo. El Penitenciario, que no estaba nada ronco, no pesc la vaya episcopal y se dirigi a palacio para desmontar el equvoco, donde le dijeron que Su Ilustrsima acababa de partir, a todo andar de sus muas, a pasar el da en la quinta diocesana. Y el sermn de la infraoctava lo pronunci el joven
cannigo, don Abilio Montero que, segn decan las devotas, era tan repulido de la verba que semejaba un milagroso violn. Tal era el hombre contra el cual volvase airado todo el burgo, o, mejor dicho, la mayor parte de la masa popular de Auria y muchas de las personas ilustradas. El Vrtigo, semanario pagado, escrito y ledo por los cratas de la localidad, public con sus pelos y seales el incalificable atropello del ultramontano inquisidor y forastero. La crnica vena a toda plana y concebida en estos trminos: Un inocente aclito, de los que explota el Cabildo para hacer de ellos tristes ex hombres, congneres, en lo espiritual, de los castratti vaticanos, cedi a la infantil tentacin de apoderarse de unas monedas de cobre, que a fin de cuentas es dinero del pueblo, de los cepillos de la Iglesia mayor. Tal vez ceda el pobre menestral a la necesidad, tan de sus aos!, de comprar golosinas; las golosinas que desprecian los nios pudientes y que el actual sistema poltico-social niega a nuestras criaturas desvalidas. El funesto neo, ya conocido por otras andanzas de este jaez, obedeciendo sin duda a los atavismos inquisitoriales que le llevaron al curato, convirtindose a s mismo (con qu derecho?, nos preguntamos), en brazo armado de la justicia secular, no slo maltrat con el vejamen de las palabras ms inconsultas a este hijo del pueblo, sino que le tundi con brbara saa y le expuso ms tarde al ludibrio de las turbas, las cuales, ms ilustradas y sensibles que el Torquemada pamplons que le cay en desgracia a nuestra culta poblacin, le libraron de las ataduras. Terminaba El Vrtigo su inflamada crnica entregando el caso a la consideracin de los diputados liberales que estn en el Congreso para defender ante el mundo el crdito de la Nacin y estableciendo un maoso encadenamiento de responsabilidades que iban desde el oprobioso rgimen imperante hasta la dorada madriguera del dictador romano, pasando por el alcalde, el gobernador y el inspector de Polica, hasta llegar a doa Paula, la de los Madamitas, que le haba atizado un buen par de sillazos al rapaz. Aun desposedos los hechos de la elevada retrica con que los relataba, en su progresista estilo, El Vrtigo, no eran menos indecorosos, injustificados y brutales. Pedrito, el Cabezadebarco, como le llambamos a causa de su interminable crneo de raqutico, nio de coro y aparente hijo de un remendn de portal, extraa las monedas de los cepillos valindose de un artilugio de su invencin; sa era la verdad. Tambin lo era que el pobre ratero ni siquiera haba elegido las abundantes alcancas o petos circulantes de las suntuosas misas dominicales. No; el infeliz Pedrito Cabezadebarco, merodeaba por las capillas obscuras donde la pobretera depositaba el testimonio de su fe y de su esperanza acuado en cobres, de a perra chica y de a perra grande; y los hurtaba, no para comprar golosinas (y es extrao que El Vrtigo no hubiese cado en explotar esta veta sentimental) sino para llevar a su casa unos reales aadidos a las magras propinas de la ayuda de misas, junto a los veinte reales de la mesada que le daban por desgaitar latines y rosarios, pues tal era el sueldo que el altivo Cabildo pagaba a aquellas criaturas. Su audacia habale llevado tambin, segn luego se supo, a apoderarse de algunos restos de velas para que su padre hiciese la pez y el cerote con que preparar los cabos del cosido y bruir las viras, pues trabajaba para los carabineros del cercano cuartel, que eran muy extremados en este punto y que le hacan gastar mucha lustrosa materia. Nern, el pincerna, que viva en perpetua desesperacin a causa de las implacables bromas de que le hacan objeto los aclitos, y que iban desde pegarle rabos de papel hasta esconderle grillos vivos entre los bucles del peluqun, por lo cual se las tena siempre juradas a aquellos insurrectos, vena montando, desde tiempo atrs, una cuidadosa guardia, atizada por la comprobacin inicial de que el
cepillo de Nuestra Seora de las Nieves, que, desde tiempo inmemorial, vena dando unos treinta reales por semana y el de san Antonio de Padua casi ciento, haban descendido bruscamente a un residuo de insignificantes cntimos, sin que ninguna de las naturales fluctuaciones de la devocin lo justificase; pues en los ltimos aos no haba habido santos nuevos que desviasen el caudal con la actualidad de una repentina moda piadosa. Acurrucado en los antealtares o disimulado tras las grandes imgenes de los retablos, esper el Nern varios das la llegada del ratero sacrilego. Nada le detuvo, ni la agotadora paciencia que supona, por ejemplo, el colocarse tras la imagen de san Pascual Bailn, imitando con el cuerpo sus coreogrficos quiebros barrocos, desplazando una cadera violentamente y con un brazo alzado en la misma direccin y altura en la que el santo enarbolaba el viril. Otras veces se escondi en el propio camarn de la santa, parapetado tras las abundantes sedas del manto, pues era imagen de vestir; pero all se encontr con el inconveniente de que las telas, al removerse, despedan un viejo polvo custico que haca toser y estornudar. Mediando la semana, aparecise Pedrito Cabezadebarco, armado con las industrias y ganchos del impo despojo, precisamente en la capilla de San Pascual Bailn. Cuando ms enfrascado estaba en la tarea, vio, por un instante, que la imagen trastabillaba y cuando estaba en un tris de atribuir el asunto a milagro, sobrevino el pincerna bajando como un alud por las gradas del altar, entre el estruendo de los candeleros derribados y floreros rotos, abatindose sobre el pobrete que no acert ms que a caer de rodillas, gritando: No, no! Luego de unos repelones previos, el Nern se llev su trofeo a travs de las naves, donde quedaban los rezagos del beatero farfullando rosarios de complemento, con gran alarde de pisadas de sus zapatones claveteados, diciendo en voz alta: Ladrn, grandsimo ladrn!, hasta entrar en las salas capitulares donde le tumb, de una pescozada, a los pies del Penitenciario Eucodeia, que ya estaba, desde haca unos das, avisado de la vigilancia. Conque eras t el elegido de Lucifer? exclam el pavoroso cura, arrojando el breviario sobre la poltrona y cogiendo por el cuello al miserable. Pues ahora veris! grit, implicndonos a todos en el vengativo plural. Se har un escarmiento digno de este pueblo de incrdulos y ladrones El nio, que ya se vea en las ltimas, empez a dar gritos en demanda de perdn, con lo cual lo nico que consigui fue atraer a las beatas que se aspavientaron de seguida, en la puerta, con revuelo de mantos y faldas, pidiendo informacin. Tras lo cual, luego de un breve cuchicheo entre ellas, propagndose, repulgosas, la noticia, se santiguaron velozmente con la misma mano donde llevaban colgados los sillotes plegadizos, que seguan grotescamente el vuelo de las figuradas cruces sobre pechos y rostros. El escarmiento haba consistido no slo en la paliza que all mismo le dieron unos y otras, sino en llevarlo, a empujones, hasta el patn, donde le asegundaron la tunda que yo vi desde la torre, y en atarlo luego a la parte exterior de la de entrada, expuesto al paso ele las gentes, con el pincerna a su lado, como vivo carteln del escarnio, quien qued encargado de informar que estaba all el rapaz aquel, por ladrn y sacrilego. En pocos minutos, la noticia se extendi por la ciudad. Don Jos de Portocarrero, que estaba all cerca, haciendo su tertulia en el comercio de los Madamitas, vino en un instante y apareci congestionado, con la teja echada hacia la nuca y terciado el manteo; cruz por entre el corro de los
papanatas, que no acababan de salir de su pasmo, y en presencia del brbaro desatino, exclam a voz en cuello: Quin hizo esta enormidad? Quin fue el bestia que orden esta enormidad? y en tanto que el pincerna nombraba de mala gana a Eucodeia, el fabriquero empez a desligar al supliciado, diciendo: Vlgame el Seor, qu bruto; vlgame el Seor! Quiso el Nern intervenir, hablando de rdenes superiores, y don Jos lo hizo rodar con un limpio bofetn de sus manos labriegas. Estando en stas aparecironse los hermanos de Pedrito, por parte de madre, Linos mozallones tiznados, que podan tener dieciocho o veinte aos, obreros de la fundicin, acompaados del director de El Vrtigo y de Tarntula, el ateo. Este se adelant, haciendo farolear la capa y brillar los lentes; subi un par de peldaos de la escalinata, para alcanzar nivel sobre la gente, que se haba juntado en mayor nmero, al olor de la escandalera, y empez a discursear: Pueblo: Odo al parche! Nos hallamos en presencia de un nuevo atropello ultramontano. El fanatismo, del que dijo Pascal que es el asno que bebe sangre Salga usted de ah! intervino, indignadsimo, don Jos, cogindole de un brazo y bajndolo de un envin. Estoy ejerciendo mis derechos de ciudadano. Pues vaya usted a ejercerlos al M ontealegre, so idiota! Esto es un burdo atropello. Estamos en el medioevo? Pueblo! torn a declamar subindose a las gradas. Don Jos volvi a cogerlo del brazo y de un tirn lo arroj contra los primeros curiosos, que al separarse dejaron caer al Tarntula en tierra, con gran algazara de todos. El director de El Vrtigo, que estaba al quite, le ayud a levantarse y grit hacia el cannigo: Ya nos veremos en la prxima edicin! M e limpio con ella Dios me perdone! A todo esto, los hermanos de Pedrito lo haban desligado cortando la soga, llena de nudos, con una faca, y don Jos se los llev a los tres hacia el atrio, a tiempo que casi era de noche. Orden al pincerna que abriese ipso facto la puerta chica del templo y entraron en las salas capitulares. Ven ac, hijo mo! dijo atrayendo al rapaz hacia un lavabo. Por las mejillas de Cabezadebarco corran a hilo sangrientas lgrimas, escocindole en los araazos de las brujas. Lo inclin sobre la jofaina de plata de las dignidades, y mientras lo lavaba con sus propias manos, le deca a los otros: Cuidado con sacar las cosas de quicio; no hay que dar pie para que esa gentuza la emprenda con la Iglesia. Entre nosotros tambin hay brutos Vaya si los hay, y de ordago! Pero la Iglesia nada tiene que responder por sus malos servidores Lo dice usted por el Eucodeia? pregunt tmidamente uno de los tiznados. Claro que lo digo, y no os privis de repetirlo. Es un animal agreg interrumpiendo un instante el lavatorio, un verdadero animal. Ir maana a palacio. O se o yo! Abri un armario y dio a Pedrito un pao inmaculado, con festones de puntilla de hilo. Lmpiate, hijo, lmpiate! Lo voy a manchar de sangre gimote el muchacho, indeciso. Mejor, y se lo dejaremos aqu para que lo vean todos. Cuidado con guardarlo, t! dijo hacia el tornacs. Y desabotonando la sotana, meti dos dedos en el bolsillo del chaleco y sac de all un reluciente duro; se lo dio al muchacho y despidi a todos con el gesto. Cuando se haban ido, mirse
largamente en el gran espejo del testero; despus se encamin a la contigua sacrista, que estaba ya completamente a obscuras, encendi un par de velas y arrodillndose en el suelo, frente al pequeo crucifijo de la consola, se puso a rezar con la cara escondida entre las manos. El pincerna no se atrevi a decirle que estaba muy excedida la hora reglamentaria para tener abierto el templo. Y no sabiendo qu hacer, sali a la nave lateral y encaramndose en el borde del enterramiento de un obispo, termin sentndose encima de la mole yacente liando un cigarrillo.
CAPTULO XXXII
Por lo que a m respecta, he aqu lo que sucedi durante el resto de aquel da: Cuando llegu a mi casa me disculp como pude del verdn que manchaba todo el delantero de mi delantal, y de las desolladuras en manos y rodillas. La discusin que se haba armado sobre el suceso del aclito diluy un tanto aquella manera ma de presentarme. Finga yo un gran aplomo, pero, en mi interior, estaba todava aterrado por mi rapto de locura. Sub a mi cuarto a mudarme la ropa y a poner un poco de agua fenicada en los raspones. Vino conmigo Joaquina a encenderme el quinqu. Estaban abiertas las ventanas. El David se revelaba, entre las sombras, por los pequeos toques de resplandor que le llegaban desde las ventanas y galeras de las casas fronteras, donde empezaban a encenderse las luces. Luego, en la cena, se coment nuevamente el escndalo. Por debajo de nuestros balcones pasaban las turbas pidiendo la cabeza de Eucodeia. Una de las pandillas se puso a apedrear la catedral. Salimos al balcn y aquellos revoltosos aplaudieron a mam dando vivas al nombre de mi abuelo. Mi madre les hizo un gesto de que siguieran camino y la obedecieron en el acto. La ta Pepita, en la discusin, decidise sin vacilar por el partido del Cabezadebarco y sus defensores, en razn de que una travesura no era un delito y mucho menos un sacrilegio. Mam opin que la cosa en s no estaba bien, pues no es lcito ni simptico defender al que roba, sea lo que sea. Pero la culpa no era del muchacho, sino del tenerlo unos todo y otros nada. Lo que s le resultaba inadmisible y odioso era el entrometimiento del cannigo y de las beatonas en todo ello. Estoy segura afirm que ele haber pasado yo por all en aquel momento les quito el rapaz de las manos, aunque hubiera tenido que araarme con todas ellas. T s, s! murmur la jorobeta, que, en el fondo, era del bando inquisitorial; buena rebelde eres; no s cundo se te irn esos humos. No soy rebelde, soy madre. Si t lo fueras, ya veras lo que es el que te traigan a casa un hijo destrozado. Las palabras de esta rplica me dejaron sin sangre. Come, Bichn! Qu te pasa? Ests alelado desde que llegaste Por dnde habrs andado! Te parece poco que haya presenciado espectculo tan cruento? arguy Pepita. De m s decir que no hubiese podido aguantarlo. Opin luego la ta Asuncin metiendo en baza, como era su costumbre, y haciendo con ellas parangn, las refinadsimas costumbres cubanas en oposicin a la barbarie espaola. Mi hermano Eduardo, sin levantar la cabeza del plato, con aquella dura seriedad que nunca le abandonaba, murmur: Lesteis el peridico de ayer? Han linchado a tres negros en Camagey. Despus los quemaron, cuando todava agonizaban. Refinadas costumbres, verdaderamente! Por algo sera insisti la cubiche. Si, por un tiquimiquis electoral entre el coronel Prez y el comandante Vzquez. Mis hermanos, luego de algunas breves intervenciones, abandonaron el debate y se sonrean, mirndose con aquel aire de molesta superioridad, que, a veces, pareca complicidad; como si
estuviesen solos y a cien leguas de lo que all se deca. Era algo insufrible aquel silencio lleno de reservas y de desdn burln. Terminaron por imponer a los dems su actitud recelosa y la conversacin fue decayendo hasta quedarnos todos callados. Blandina entraba y sala trayendo y llevndose fuentes y platos. M am, deseando cortar por algn lado la fatigosa pausa, dijo: Esta chica Nunca me acostumbrar a su silencio. Parece un fantasma Un fantasma bien alimentado. Sonri de su misma frase y yo la acompa con una risita timorata, ayudndola en la intencin; todo lo cual rebot contra la mirada de mis hermanos, a quienes la gracia de los dems ofenda como una injuria, lo que no les impeda rerse como locos cada vez que alguno de ellos soltaba una simpleza. Mam hizo un nuevo intento para empalmar la conversacin volviendo sobre el pretexto sensacionalista. As que estabas all cuando lo castigaron? dijo hacia m. No estaba all, pero lo he visto igual. Adivina adivinanza dijo Mara Lucila con voz provocadora. T siempre tan redicho, nio. Por qu no cuentas las cosas como manda Dios? Quieres explicarnos, hermoso agreg Eduardo, como si escupiera las palabras, cmo es ese logogrifo de estar y no estar? Seguan, con estas desproporcionadas rplicas, su conducta de siempre. Se estaban callados hasta que hablaba yo; entonces, dijese lo que dijese, lanzaban sobre m sus alfilerazos. Estaba arriba, en el campanario, asomado al ltimo barandal. M e miraron todos fijamente y me puse colorado. Y qu hacas tu en semejante lugar? pregunt mam, con acento muy extraado, aunque sin alarma. Continu comiendo sin contestar, sofocadsimo por habrseme escapado semejante contestacin. La Pepita, queriendo echarme un capote, aflaut, con aire indiferente: Un deseo de soledad le acomete a cualquiera. S dijo Eduardo, atornillando las palabras con un dedo en la sien, esos deseos abundan mucho en esta casa. Gurdate tus observaciones sobre esta casa! repuso mam. No le viste llegar con las manos ensangrentadas y echo una basura? intervino Mara Lucila . Vete a saber qu anduvo haciendo este chiflado. Este cree que todos comulgamos con ruedas de molino. Sabis dnde hay que meterse y asomarse para ver lo que pasa en el atrio, desde aquella altura? terci de nuevo Eduardo, con un incontenible odio en la voz. A ste lo que hay que hacerle es Basta! En ese tono slo hablo yo aqu dijo mam. M enos mal que ahora slo eres t a hablar fuerte repuso Eduardo. S, mmalo ms, es lo que le hace falta remach M ara Lucila. A m no me hacen falta mimos, sabes? Te mimas t solo, claro est aadi mi hermano, con acento burln. O te mima tu papato del alma? y dirigindose a mam, continu: Has visto cmo tambin s hablar con dulzura? Imbcil! exclam, lanzndole una mirada de asco.
Pero qu es esto, hijos? interpuso mam con voz severa. Las tas, con la exagerada consternacin que siempre despertaban en ellas los acontecimientos de la casa, empezaron a desprenderse los imperdibles con que sujetaban las servilletas en los altos del pecho, prestas a bajar a su piso. Esto es dijo con su terrible serenidad Mara Lucila que haras muy bien en admitir que no debemos sentarnos a la mesa con se. Que se vaya con su padre de una vez! Esta es mi casa, tanto como vuestra. Cllate, mariquitas! A ver si te tiro un plato a la cabeza, amenaz Eduardo. A quin? A m? dije saltando de la silla. Y antes de que nadie pudiese impedirlo, cog de la fuente del asado el cuchillo de trinchar y me abalanc sobre l. Mam me dio un fuerte golpe en la mueca y el arma rod bajo el chinero. Pero, qu es eso, desdichados? grit con voz quebrada, levantndose. Esto es el derrumbe final rugi Pepita, abanicndose con un plato. Mis hermanos, que tambin se haban puesto en pie, cruzaron una mirada y salieron del comedor, seguidos de Asuncin y Lola, que sin duda estaban de su parte. Mam se sent de nuevo, ahogndose, demudada. Pepita se fue hacia ella y le puso una mano en la frente. No poda concentrarme en los libros, era intil. Al da siguiente, cuando supuse que iban a llamarme a comer, me lanc a la calle, sin pedir permiso. Necesitaba aire libre; aquella casa me iba oprimiendo como un metal que se enfriase en torno mo. Cuando bajaba me detuve un instante, por casualidad, frente a la entrada del piso de las tas, a levantarme los calcetines. La puerta se abri, como empujada por un vendaval, pues siempre haba alguna de ellas curioseando por la mirilla cuando se oan pasos en la escalera. Qu hase t ay? Te mandan que epes? inquiri la coronela. M e mandan un rayo que te parta! le contest, con palabras aprendidas de la golfera. Si vuelvej por aqu te crijmo, ame, safao! Volver con mi padre, para que os eche a todos grit desde el ltimo descansillo. Y cruzando las calles, abatidas por la cellisca, me fui en procura del Casino. Estaba mi padre comiendo unas costilletas con patatas fritas y huevos, cerca de la estufa, en una mesa de tresillo, cubierta con un mantel, sentado sobre el ngulo de un sof esquinero. Empezaban a armarse las primeras partidas de los juegos de baza y oase el tintineo de las cucharillas en los gruesos vasos de vidrio, donde se serva el caf. Entre bocado y bocado mi padre ojeaba, penosamente en aquella penumbra, apenas disipada por la luz del cielo entoldado que vena del jardn, una revista francesa donde haba lminas con seoras en cors, grandes sombreros de plumas y medias negras, que aparecan mecindose en altos columpios, con los senos casi al aire y sosteniendo sombrillas muy pequeas. Me acerqu a l bordeando los ruedos de luz artificial que daban sobre los billares y las primeras mesas de juego y le tap los ojos con las manos. Coo! Qu haces t aqu? No me haba visto llegar, enfrascado como estaba en la lectura. Me qued a su lado, de pie, muy serio, y durante este nterin me interrog con la mirada. Vengo a hablar contigo. Quiero irme de casa. Se limpi la boca con la servilleta y me bes en los labios. Empecemos por el principio dijo escondiendo la revista. Comiste? No? Pues que te
hagan algo aqu. A ver, t, Alejo, una tortilla para este! Sintate. No, ah no, aqu a mi lado. Suelta ahora. Qu pasa? Le puse al tanto de la inaguantable hostilidad de mis hermanos y de la escena ocurrida la noche anterior. Tienen a quien salir esos jesuitas. An ayer me los encontr en la calle, tan arrimaditos como andan siempre, y me saludaron con gran primor. Por cierto, les di cinco duros para chucheras. En casa no dijeron nada. El canalla debe ser l, por algo progresa tanto en las matemticas. Dicen en su colegio que es un talento. Gente de cifra, puaf! Ella parece ms tierna. No la conoces bien. Luis Mara grit desde lejos Ramn Paradela, ingeniero de las obras del canal, haces pie para un mus violento? Hay aqu unos de la aldea que piden castigo No puedo, tengo visita. El otro mir, frunciendo los prpados, desde el extremo del saln. Mi padre me hizo levantarme y saludar. Ah!, tenemos por aqu a don Sietelenguas? Ahora voy a cumplimentarlo. No vengas, que hay deliberacin en serio. Bueno prosigui dirigindose a m, t dirs lo que resuelves. Mira si tena yo razn, hace ahora ms de un ao! Cien veces te dije que tu lugar estaba al lado de tu padre. Ya sabes que mam no mereca ni merece que la deje sola. Bien, bien, dejemos ese aspecto dijo, escurriendo el bulto, como siempre que se aluda, entre nosotros, a mi madre. Algo habrs decidido. S, quiero irme tambin de interno. Permaneci un rato pensando, fruncido el entrecejo. Eso es darles una razn que no tienen esos malvados. Quiz la tengan, pap. Si se les obliga a vivir lejos de su madre por mi causa, es natural que me odien. Yo har igual. Vivir lejos de ella y los odiar tambin. Se qued otro largo rato en silencio, mirando, como hipnotizado, hacia el fuego del hornillo de la estufa, atizado por el tiro hasta zumbar con el fuerte noroeste que soplaba en la calle. El fuego se le miniaba en las pupilas poniendo en su apretado turqu grietas rojizas, mientras con los dedos de la mano derecha apretaba los garfios del tenedor hasta apiramidarlos. Luego me mir largamente, retorciendo, una y otra vez, las guas del bigote. Cundo empieza el curso? pregunt, con aire reconcentrado. Pero, pap, si ya estamos a mediados de noviembre. Ellos consiguieron un permiso para estudiar por libre unas cuantas asignaturas y quedarse hasta despus de San Martn. Se irn uno de estos das. Pero yo quiero irme antes, para que no le escriban a mam esas cartas que tanto dao le hacen, hablndole de nosotros. Tambin hay eso? Y cmo lo sabes t? Yo s todo lo que sucede en casa, aunque no me lo digan afirm con una desfachatez no exenta de orgullo. Hay que hablar con tu maestro, a ver qu aconseja dijo, debatindose en la ltima trinchera. Cuando me dio punto este verano, le dijo a mam que, salvo el latn, poco ms podra ya
ensearme. Alejo empez a poner la comida, con aquella sonrisa de alcahuete que nunca se le caa de la boca. Ya veremos; por lo pronto te quedas conmigo. Ah tienes tu comida. Mtele diente, luego seguiremos hablando. La danza sale de la panza sentenci, anudndome la servilleta en la nuca. Alejo haba puesto sobre la mesa una gran tortilla de patatas y chorizos y dijo que luego me traera un flan y dulce de membrillo, si daba cuenta del plato. Coma yo con el paladar halagado por el gusto de la vianda, distinto del casero, adems de la excitacin que me causaba el ambiente aquel de personas mayores, que resultaba ms grato an, con sus humos y tibiezas, en vista del tiempo insoportable que tena aplastada a la ciudad desde haca casi una semana. Mi padre me cortaba el pan en rebanadas y de tanto en tanto me acariciaba, pasndome la mano por el pelo o pellizcndome suavemente las mejillas. Ven ms ac, hombre me acerc hasta tener mi pierna pegada a su muslo, luego me sirvi una copa de vino tinto, sin agua. Vino solo, pap? Un da es un da Hoy haces vida de casino, que, digan lo que digan los pazguatos, no es de las peores. Adems, eres husped de tu padre, que digan lo que digan, no es tan brbaro como dicen. Mientras terminaba el bocado para contestarle entr el Tarntula, nervioso, piafante, con su chalina alborotada, lleno de visajes, seguido hasta de media docena de tipos muy diversos, aunque todos iguales en el bracear y en el gesticular. De la saleta del monte, y de la biblioteca, vinieron en seguida otros muchos socios que los rodearon con subida expectacin. Qu atrocidad! exclam don Narciso el Tarntula, con su voz de bajo. Increble, verdaderamente increble! aadi sacudindose la capa, que la traa perdida de lluvia. Es el colmo! Oh! Nada, nada, que hay que cortar por lo sano! decan sus acompaantes, todos ellos con las ropas mojadas y algunos entregando sus paraguas al Alejo. Desembuchad de una vez! Fuisteis o no a ver al obispo? pregunt uno del corro. Claro que fuimos respondi airado el ateo, con resentido acento. T, Alejo, tindeme esa capa por ah, cerca de la estufa! Cuidado con las bandas, que son nuevas Y treme un doble ojn. Bueno, pero qu os dijo? inquiri, con muy mala intencin, un tal Hinestrosa, que era cronista de El Eco, diario de sacrista. El Tarntula callaba, ceudo. Le trajeron el aguardiente anisado y se sirvi l mismo, con mucha parsimonia, dejando desbordar el lquido en el platillo. Bebi un sorbo sin levantar la copa, a morro, y la llen de nuevo con el residuo desbordado. No s a qu viene ese sigilo! No hay que olvidarse que ibais como delegados nuestros intervino el presidente de la Liga de Amigos. Don Narciso el Tarntula, ms apremiado por los rumores que por las palabras, busc con la mirada a sus acompaantes y no hall ms que la del director de El Vrtigo. Los otros haban ido desertando indecentemente hacia las mesas. Que os haga ste la crnica y seal con el mentn al arriesgado periodista. El tal, que estaba deseando hablar: Menudo sofin nos ech Su Ilustrsima! resumi, con la falta de matices caracterstica de los levantinos, pues era d Castelln de la Plana y representaba en Auria, con igual dedicacin, a una compaa de abonos qumicos y a la Junta Federal Anarquista de Catalua.
Supongo que le habris dado lo suyo insisti solapadamente Hinestrosa, tras su altsimo cuello planchado, como asomado a una chimenea de porcelana. Ca, hombre! prosigui el de los abonos. ste y seal al Tarntula, que era el que tena que hacer uso de la palabra, se desencaj todo en cuanto vio aparecer al obispo de pantalones. Porque, hay que decir la verdad, la jugada fue maestra! Uno est acostumbrado a verlo de mscara, con sus colas y tal Y lo que all apareci fue un tiazo de pantalones y levita, fumando un puro, que entr sacando un reloj del bolsillo del chaleco y diciendo: Caballeros, lo siento mucho, pero apenas tengo diez minutos para estar con ustedes. Y se sent tras la gran mesa del despacho, dejndonos a todos en pie, como si fuera a examinarnos. Ji, ji, ji! expidi Hinestrosa, al pao, frotndose las manos. Este prosigui el anarquista, sealando al Tarntula empez a decir: S, s, claro, claro. Y hubo un momento en que estaba tan ido, que le llam Su Eminencia, a lo que respondi el Torero: Todava no; espero serlo con la prxima implantacin de la Repblica. Y as empez la juerga, conque figuraos lo que habr sido el resto de la conversacin! Los dems delegados, aunque iban de comparsas, se rajaron todos. Y ah y seal otra vez al abrumado ateo se escachifoll de arriba abajo, hasta quedar mudo. Pero no llevabais de refuerzo a Barbads, el del Centro de Sociedades Obreras? Qu bamos a hacer, qu querais que hicisemos, si ste, que era el de la voz cantante, se nos entreg a las primeras de cambio? No mientas, t intervino al fin don Narciso. Fu Barbads quien se achant, con el pretexto de que no poda complicar en un asunto religioso la responsabilidad sindical, como aclar a la salida. Vamos, contra! Slo a vosotros se os ocurre llevar ante el obispo a un carpintero vestido de panilla y sin cuello! coment el presidente de la Liga. Creas impresionarle con ese ejemplo de humildad, como a los papamoscas de los mtines? Jess andaba descalzo ahuec el Tarntula, volviendo a sus andadas retricas. Pero no ibais a llevar tambin a Remigio? Ms pico de oro que se! repuso una nueva voz. Adems, conoce el pao, pues cuando colg el manteo llevaba cinco aos largos de seminario. Sabe casustica para regalar, adems de su natural facundia de literato Nos dijo ayer que ira, luego se azorr, como todos esos republicanos de cartn cuando llega la hora de la verdad, o sea la de la accin dijo el levantino. Adems, es poeta, y con eso ya est dicho tocio. No exageres, t aclar Alans, el del Correo; mand a decir ayer noche que le disimulsemos, pues estaba otra vez con el ataque de almorranas. Pero, bueno terci mi padre, qu es lo que pas? Supongo que no os habr pegado, ni que os habr echado de all empuando una reliquia y amenazndoos con la excomunin! Pues usted ver insisti el director de El Vrtigo. Como pegamos, no; pero nos llam demagogos provincianos y nos dijo que era una inocentada, que hablaba muy menguadamente de nuestro sentido poltico, el haber llevado el asunto del chiquillo a la prensa y a la tribuna, lo que no le haba servido de nada al al Al Pedrito sopl uno. eso es, al Pedrito; y que, en cambio, se haba puesto una vez ms de manifiesto la inopia de
nuestro estilo literario y oratorio, bastante inferior al de un alumno del segundo ao de Humanidades del seminario. La hostia, casi nada! coment pap. Aqu y seal a don Narciso, en un instante de lucidez aceit a decirle, yndose por el atajo: Acaso Su Ilustrsima aprueba la conducta de Eucodeia? No sea usted infeliz, hombre, con esa peticin de principio respondi el preboste; lo que yo apruebo o dejo de aprobar en el terreno de la disciplina jerrquica, debe importarle a usted una higa, hablando mal y pronto. Tambin yo fui periodista y no se me olvid el oficio. Lo que ustedes vienen a buscar aqu es la expresin de mi solidaridad con el seor Penitenciario del Cabildo, para luego arrearnos a los dos en ese papelucho. No es as? Frente al caso prctico, que es el que aqu interesa, les digo a ustedes que hubiera sido mucho ms discreto, ms humano y desde luego ms til, mandarle cincuenta duros al padre, o lo que sea, del pilluelo para que le echase un traje y unas botas y se quedase con el resto. El zapatero hubiese dado por muy bien empleada la zurra, que al fin no fue cosa del otro mundo, y aqu paz y despus gloria. Pero, le contest yo prosigui el de Castelln, y la exhibicin en la reja? Una estupidez mucho menos vejatoria que cuando quemis a nuestro Santo Padre, en efigie, en vuestras inocentes carnavaladas Ahora hay un proceso abierto que lo nico que demostrar es que el chicuelo tena el latrocinio en la masa de la sangre, e ir a parar a manos de un juez de menores, que es la peor calamidad que le puede ocurrir a un nio Ninguna de las piadosas seoras que vieron el asunto querr declarar nada contra el seor Penitenciario; por su parte, Eucodeia ya ha depuesto, diciendo que el pequeo se ara a s mismo cuando quisieron sujetarlo, al ser cogido in fraganti. En cuanto la tontera de haberlo atado a la reja, se lo atribuyen al brbaro del pertiguero Ya ven qu claro est todo! El pincerna habl de rdenes superiores, lo oy todo el pueblo argument Barbads. Pues ahora dir que no lo dijo, rearguy el obispo. Y que juez va a dudar, en el peor de los casos, entre lo que afirma un pincerna y la segunda dignidad del Cabildo? Hasta ese extremo llego en sus provocaciones? inquiri, con su doliente falsa, el clerical Hinestrosa. A ver si te callas, t, chupacirios! le contest mi padre. O es que te supones que no nos damos cuenta de tus coas baratas? A lo mejor ests ganando el llevar de aqu la cabeza sepultada en el cuello! El hipcrita callo como un difunto. Sigue, t! agrego pap dirigindose al de la perorata, con voz muy malhumorada. Qu ms queris que os diga? contest el levantino con su prosodia campanuda. Este, completamente azarado, ya desde que vio al obispo vestido de hombre y fumando, y luego ante aquel torrente de lgica y de cinismo lanzados por un to al que no habamos odo ms que frases mirficas y visto en gestos rituales Luego, al advertir que Barbads tambin aflojaba Figrese usted, ya no veamos el momento de salir. El hombre es hijo de las circunstancias! glos, con su lgubre vozarrn, el ateo. El concurso haba seguido la exposicin de los hechos con gestos de aprobacin o negativos, segn los casos. Y t, qu dices a todo esto? inst mi padre al Tarntula. Pues, francamente, que me desconcert ante la insolencia desafiante de aquel chulo Aunque bueno soy yo para achicarme ante la chulera de nadie! Pero ante la de un obispo Luego los
razonamientos Habl de la plebe novelera Claro que dijo plebe y no pueblo; si hubiese dicho pueblo, yo hubiera saltado. Pero dijo plebe, que ya es harina de otro costal. Hay plebe en todas las clases. Aunque dice Nietzsche, sin ir ms lejos, que cuando la plebe se hace consciente de su condicin Bueno, bueno ataj mi padre, eso nos lo cuentas luego. Volvamos ahora al grano. Estaba justificando que puede haber exageraciones por ambas partes en la apreciacin de Porque bien mirado, el hecho delictuoso de un lado y las consecuencias ticas por otro Te ests haciendo un lo le observ uno. Quiero venir a que el rapaz pudo haberse crismado por su cuenta cuando quisieron echarle el guante Mentira! grit yo, con una irritacin que haba ido amontonando mientras escuchaba la falsa versin del obispo. Se volvieron todos hacia m con un gesto sorprendido y curioso. Le pegaron todos. Don Ignacio, las seoras y el tornacs. Le pegaron con los puos y con las sillas, lo tiraron al suelo y le dieron puntapis y pisotones. Luego le ataron las manos a la espalda con una cuerda que trajeron de dentro de la catedral. Qu ests diciendo, hombre? alborot mi padre, quitndome del medio del corro donde me haba metido para hablar. Digo lo que vi. Estabas t all? Estaba en la torre, con Ramona la campanera. Pero desde las aspilleras no se ve el atrio. Desde donde yo estaba lo vea Preguntadle a la campanera dnde estaba yo Lo dir todo aad cada vez ms excitado; delante del obispo o de quien sea. Que me lleven, lo dir todo! As se habla, Sietelenguas! Si las cosas son como t las cuentas ya es otro el cantar. Quien esto deca era mi to Modesto que, sin duda, haba entrado haca ya un rato y se haba mantenido al margen del corro, oyendo. Traa las botas llenas de barro y el zamarrn hecho una sopa; seguramente acababa de llegar de la aldea, a caballo. Se quit la pelliza y la coloc en una silla cerca de la estufa. Nos camos! dijo mi padre, palideciendo. No saba yo que estaba se ah. Modesto se abri paso hasta los medios del corrillo, que engros con el rumor de su llegada y con el adjunto del maragatero que, a causa de sus chamarileos comerciales, llegaba ms tarde a tomar el caf y se mantena un poco alejado y tmido, como siempre que los seores discutan asuntos personales o locales. El to, llegndose a m, me palme la mejilla con su mano enorme. No niegas la sangre; as me gusta. No hay que negar nunca la sangre, aunque ande por ah muy mezclada y rebajada dijo con palabras un tanto misteriosas. Sac del monedero de mallas de plata unas pesetas y me las dio. Era su manera de aprobar. Luego dijo, con frase que tambin me result poco comprensible y menos an las risas con que fue subrayada. Te hartas bien de dulces, primero. Y si luego te sobra algo, compras unas docenas de huevos para stos, que andan muy dbiles y seal al Tarntula y al director. Los aludidos no levantaron los ojos del suelo. Ahora habr que insistir, con este inesperado y valioso testimonio aadi, dirigindose a los amilanados.
Que vaya Rita! dijo el federal. M enudas pulgas se gasta el purpurado se! Don Narciso reaccion por el lado de la pedantera. De dnde sacas t que un obispo es un purpurado? De donde me da la gana! Ya me ests t cargando con tanto saber! replic el aludido, lanzando sobre el otro la rplica que no se atreva a enderezar hacia M odesto. Si la mitad de lo que berreas por ah se lo hubieses papillado al obispo en las narices! Bueno nos va a poner maana El Eco! Ven ac, pequeo dijo mi to atrayndome de nuevo. Maana vamos t y yo a ver a ese diestro. Te atreves? Claro que s. Deja al chico intervino pap llevndome a su vera. No quiero que mi hijo ande en tales fregados. Pues yo estoy dispuesto a que el asunto no quede as. Y a fin de cuentas, qu te va ni qu te viene? Tengo mis razones. No s qu clase de cencerrada piensas hacer! M odesto asordin la voz y aadi: Por lo pronto, darle una buena lea al bruto de Eucocleia y jugarle alguna mala pasada al obispo, que bien merecido se lo tiene. Y luego juntarle unos miles de reales al chico y mandarlo a unos frailes, que algunos hay buenos, para que lo compongan. Al Csar lo que es del Csar. Hay que sacar a ese cro de sus malas maas Uno no est exento de culpa Conque no faltis, esta noche, a eso de las once. Asistiris, valientemente de lejos, a la tremolina. Para estas cosas de hombres no hay que contar con vosotros. Y ese guapo, berrendo en sotana, ser duro de faenar, me consta. Una cosa es echar discursos y otra darle una tunda a un navarro. Y cuidado con la lengua. No hay moros en la costa? dijo Alans, mirando recelosamente a todos lados. No; ya me cercior de que Hinestrosa se haba ido. Y mis palabras no llegaron a sos dijo sealando a los comerciantes, hipcritamente enfrascados en la lectura de los peridicos y no atrevindose a comentar el caso. As que slo lo sabis vosotros. Prometieron todos ir sin falta, reanimados por la perspectiva del escndalo sin tener que intervenir ellos directamente. Yo me qued mirando a mi to con gran respeto. El concurso empez a disolverse y furonse todos a sus jugatas, chismorreos y negocios. Muy brbaro eres, Modesto! dijo mi padre, cuando nos sentamos los tres en torno a la mesa donde habamos comido y donde todava me esperaba el postre. No s qu menos se puede hacer con ese forastero que viene aqu a moler a golpes a un hijo del pueblo. All sabrs en lo que te metes Te vers luego en fandangos de justicia, que es el nunca acabar. No te preocupes. El juez Zubiri me debe quince mil reales de un boquillazo que dio en la subasta de un bacar, hace tres o cuatro Corpus. Y el presidente de la Audiencia, cuarenta onzas del lo que le arregl con la hija de la Flora. No s de dnde te viene esa furia filantrpica por el hijo del remendn! Qu? el to Modesto hizo una pausa. Di una gran chupada al cigarro y exclam en voz
muy baja, como para evitar que yo pudiese orlo. No estoy seguro de que ese rapaz no sea mo. A veces ellas tienen razn. La Teodora No te acuerdas de la hija de Mariscal, el sastre aquel de la Rabaza? S, hombre, s; una rubia guapsima que tuvo que ver con el notario Acevedo Yo la trat, ya un poco ajada, har de esto unos diez o doce aos. Tena ya dos chicos del Simen, aquel leons albardero que luego puso un gran establecimiento en Vigo. Por ese entonces yo anduve mucho con ella y me tena ley Luego me enganch con Felipa, la monfortina Por aquellos das tuvo Teodora ese hijo, y se cans de jurar y perjurar por ah que el chico era mo. Vete a saber! Luego se cas con el remendn, hace unos cuatro o cinco anos, ya hecha una lstima. Uno comete esas canalladas! Mi padre permaneci en silencio, mirndome de vez en cuando. Yo no consegua hacer resbalar el flan por la garganta. Pensaba en Pedrito y le encontraba, de pronto, un parecido impresionante con el to Modesto. Sera gracioso que el pobre Cabezadebarco fuese mi primo carnal! Si llegaran a saberlo mis hermanos Luego, volvindose hacia m, agreg el to: Muy bien t, migaja As se hace. Hay que decir siempre la verdad, aunque le escueza a los otros y a uno mismo No contestas? Se te trabaron las siete lenguas? M e dejas que te d un beso, to? No me gustan esas mariconadas. Pero venga, hoy lo mereces agreg inclinando su corpachn y presentndome la mejilla. M e abrac fuertemente a su cuello y sent en los labios los speros canutos de su barba crecida. Al poco rato se acerc a la mesa Reara, el de los nios, como le llamaban, con sus ojos redondos, obsesos y su rostro lampio y colorado. Hablaba a borbotones, tal vez por su costumbre de no conversar nunca con nadie, recortando las palabras y mirando siempre hacia los lados como si temiese algo que no se saba lo que era M e han dicho que vas a zurrarle al Eucodeia. Te han dicho bien. Cundo? Esta noche, si Dios quiere. Puedo ir? Si eso te hace gracia! Es que tengo una cuenta pendiente con ese bestia No compliques las cosas; en aquella cerdada tuya con el monaguillo tena razn. Reara de rojizo se torn violceo. Se vea que estaba haciendo un gran esfuerzo para no fijarse en m. Dnde ser la cosa? En el callejn de Santa Mara la Madre. l baja por all, a eso de las once, de vuelta de la casa de su querida. No exageres, t terci mi padre; viene de la tertulia del gramtico Arce. Yo s lo que me digo. Lo de la tertulia es el tapujo. De all sale a las diez, y se mete, luego de dar una vuelta, en la ra de San Pedro, que es donde tiene la coima, una tal Castora Todo se sabe Todo se sabe! murmullo Reara, como hablando con el vientre. Al irse me envolvi vidamente en la mirada de sus ojos de pez.
CAPTULO XXXIII
Mi padre mand recado a casa para que me enviasen mi capote y alguna otra ropa, pues pensaba retenerme unos das. Aquella tarde la pas deliciosamente en la templada atmsfera del Casino, con su excitante olor a tabaco y la agridulce sensacin que me causaba el or hablar a aquellos seores mezclando a sus razonamientos, que se volvan iracundos al menor motivo, palabras sucias y blasfemias tan rebuscadas que causaban ms risa que indignacin y que soltaban sin darle la menor importancia, como elementos normales del coloquio. M i padre acab por emprender una interminable partida de tresillo. Me fui a curiosear por otras habitaciones en las que tambin se jugaba. En una muy larga haba una gran mesa de forma vagamente parecida a una guitarra donde dos seores, ceudos y callados, daban cartas de un enorme montn, a otros sentados en torno, quienes ponan unos discos multicolores, manteniendo las cartas tapadas. Segn los casos, los discos eran como raspados del tapete por unas palas largas, que se llevaban tambin las cartas, o acrecentados por los seores del centro, que tiraban otros frente al ganador, en graciosos revoleos del ncar. Todo resultaba muy sorprendente al verlo unos instantes, pero en seguida aburra, pues era siempre igual. Ruga en los jardinillos un helado noroeste. Los pltanos de la Alameda del Concejo se doblaban como vencidos por una fuerza silenciosa, pues dentro de la slida estructura de piedra del viejo palacio, en la que estaba instalado el Casino, apenas se oa el vendaval. Durante mucho rato estuve pegado a los vidrios de la galera viendo caer las rfagas del agua oblicua, transparentadas por repentinos temblores de luz. Ms all del caf de La Unin, las casas se perdan en borrosas siluetas, como evaporndose en grises esfumaturas. A eso de las cinco de la tarde, luego de haber cruzado por entre las grietas de la cerrazn unas extraas luces hiperbreas, de un verde licuoso y matices asalmonados, anocheci de pronto y la cellisca empez a caer an ms rabiosa, acabando en una lluvia de apretados haces como si el cielo fuese a fundirse con la ciudad. Mi padre, haciendo una tregua, vino a buscarme para que tomsemos chocolate. A mi lado estaba Enrique Goyanes, empleado del Ayuntamiento, mirando tambin el estropicio meteorolgico. M e parece que hoy se le agua a mi hermano la funcin. Este pueblo, en invierno, es un bacn! No te creas dijo Goyanes; estas noroestadas se van como vienen. Con un poco ms de norte limpia todo en unos minutos. Mira y seal a un punto del horizonte donde, en medio de la sombra casi nocturna, acababa de abrirse una brecha luminosa, como la puerta de un horno de metales en fusin. Los soportales de la calle del Cardenal Cisneros ofrecan un aspecto conspiratorio y un tanto teatral. Cada pilaron del soportal abrigaba en su sombra a unos cuantos caballeros de capa y de bimba; sombras ellos mismos en aquella obscuridad que haca an ms maciza el farol de petrleo iluminando semicircularmente un trecho breve de la calle, que no alcanzaba, en todo su ruedo, a media docena de pasos. Soplaba el viento helado y, por momentos las bruidas losas de la calle relampagueaban con los lampos lunares que se metan por entre las nubes, delgadas y veloces. A cada tramo de las repentinas luces del cielo, los murmullos de los del soportal se interrumpan, como denunciados por aquella fosforescencia que todo lo encenda de vivsimo azulplata. Mi to estaba acompaado solamente por el Carano, su espolique de turno, frente a la entrada del
callejn de Santa Mara. Era un pasadizo estrechsimo, en forma de gradera, de unos cuarenta escalones que bajaban hasta la plaza de la Verdura, flanqueado por el muro de Santa Mara la Mayor y por una casa tambin muy alta de unos carniceros llamados los Sordos. Ni el templo ni la casa tenan ventanas que diesen al callejn. Mi to permaneca all a pie firme, sin moverse, apenas resguardado del helado viento, que aguzaba sus filos en aquella esquina de un modo criminal. Yo me senta muy protegido bajo mi capa de aguas y el vuelo de la de mi padre, que me tena abrigado contra su cuerpo, protegindome las orejas con sus manos Siempre ardiendo. Qu llevas ah? le haba dicho, cuando cruzbamos la plaza del Trigo, el cirujano Corona, un hombre muy distinguido, de rostro noble y ajudiado. Yo asom la cabeza a la altura del talle de mi padre. Vaya mala ocurrencia la suya, traer al pequeo a estas zalagardas! No est de ms; se cri entre sayas y hay que endurecerlo. A las once y minutos, se vio aparecer a Eucodeia en el ruedo del faroln. Su alta y poderosa silueta ya resultaba visible a lo lejos, y el pisar firme de sus borcegues resonaban en el silencio de la calle. En los altos se oy el chirrido de algunas fallebas que se descorran con precaucin y hubo entre los del soportal un rumoreo de aviso. Los falsos conspiradores asomaron el ansioso perfil por las aristas de los poyos. Mi to Modesto sali de donde estaba, tirando con fuerza la colilla del puro que levant, al caer, un florn de chispas, y se plant en medio de la ra, frente a la entrada del pasadizo, con las manos metidas en los bolsillos de la zamarra y la gorra hundida hasta los ojos. Su respiracin, denunciada por el humoso aliento que le sala en dos chorros de las narices, era profunda y tranquila. Sin duda alguna Eucodeia haba sido advertido, pues un instante despus de haber pasado bajo la luz del faroln, se vio a tres bultos, que venan tras l, quedarse pegados al muro de Santa Mara que daba a la calle del Cardenal Cisneros, quizs por si la agresin era mltiple; cosa totalmente desusada en Auria, donde las peleas eran siempre de hombre a hombre. Eucodeia avanzaba solo, alto y firme, con una varonil prestancia en el paso, que no alter su comps en ningn momento. Al pasar frente a mi to ste le detuvo por un hombro, con firmeza pero sin brusquedad. Apenas lleg a nosotros el rumor de unas palabras que cruzaron en voz baja. El cannigo las interrumpi separando a mi to de un recio empujn en medio del pecho, e inmediatamente dej caer en brazos de alguien, que haba salido de las sombras del portal, y que result ser Hinojosa, el manteo y la teja, mientras mi to haca lo propio con su gorra y zamarrn en manos del Carano. El cura peleaba prodigiosamente. Tena agilidad y msculo de antiguo pelotari e infatigable empeo de fantico. Se acometieron una y otra vez con furia de animales. A m me pareca que tendran que caer muertos tras cada uno de aquellos golpazos que sonaban unas veces con la seca violencia de una estaca quebrada y otras con el bronco eco de un timbal. Mas parecan no sentirlos. Aquel forcejeo de valientes, inmunes, segn se vea, a la reciedumbre de las embestidas, prestaba a la pelea la grandeza de un terrible y noble juego cuya prolongacin se deseaba. Pap, muy excitado, gesticulaba siguiendo con sus brazos la adivinada trayectoria de los golpes de su hermano. Mi to quera sacar a su adversario de la calle y empujarlo hacia las gradas del pasadizo, pero su tctica era tan visible que el navarro siempre quedaba de frente al callejn. De cuando en cuando, desaparecan tras el ngulo de la ltima casa del soportal, en un trozo muy sombro, y entonces se denunciaba la pelea por los golpes asordados, por las interjecciones y los entrecortados resuellos.
En uno de los regresos al crculo de luz pringosa, se vio al cannigo demudado y con los cantos de la boca y el mentn llenos de sangre. Por primera vez se le notaba a la defensiva y mir ansiosamente hacia los bultos rezagados en la sombra. Hizo un mal movimiento para cubrir la retirada, pero antes le dio a Modesto un puntapi en una tibia, que son como una caa rota. El Carano tir la zamarra y se destac, enarbolando un grueso palo de tojo. Las transgresiones a las tcitas leyes de la pelea autorizaban la intervencin. Nadie se mueva! grit mi to. Conque sas tenemos, criminal? A patadas, como las muas? y se fue de nuevo hacia l con tal mpetu que se les vio meterse en la boca del pasadizo, abrazados. De inmediato se oy un grito y pudo percibirse claramente un cuerpo que rodaba por la lbrega gradera. Y ya no se oy ms. Todos habamos salido al medio de la calle. Mi to surgi de las sombras del callejn Con sangre en un pmulo y en la ceja del otro lado. El Carano no encontraba el zamarrn y pidi cerillas; la prenda fue hallada en lo obscuro, unos pasos ms lejos, lo que provoc la extraeza del golfante, que aseguraba haberla dejado en la grada del soportal, all mismo. En lo alto de las casas volvi a orse el suave correr de las fallebas. Luego todo qued en silencio. Cuando empezbamos a dispersarnos, con la consigna de vernos de nuevo en el Casino, viose llegar, muy afanada, a una pareja de guardias municipales. Qu pas aqu? demand, con voz que pretenda ser autoritaria, el ms pequearro, uno que era casi enano, a quien llamaban el M ilhombres. No lo veis? Una conspiracin contra sus Graciosas Majestades contest alguien, sin detenerse siquiera. Mi padre anduvo unos pasos con los dems y luego se fue quedando rezagado. Cuando estbamos algo distantes del grupo principal, donde iba M odesto, me dijo: No hay que dejar a ese hombre as. Yo no estoy ofuscado. Le acompaaban algunos. S, pero yo no dormira tranquilo sin saber los resultados. Vamos! Cuando llegamos a los bajos del callejn deliberaban los sigilosos acompaantes del cura, frente al cuerpo exnime de ste, que haba rodado hasta quedar atravesado en las ltimas gradas con la cabeza hacia abajo. En el punto donde el cuerpo se haba detenido, las escaleras escurran unos chorretones espesos que parecan negros a la luz de un farol que all haba. Uno de los embozados levant la cabeza del cannigo y la apoy en su rodilla. La cara apareca irreconocible, tumefacta. Hinestrosa se la tap con el manteo apenas llegamos. Mi padre separ la prenda y busc el latido de la arteria en el cuello. En esto apareci Anastasio, especie de gnomo, entre mandadero y sastre, de la servidumbre del palacio episcopal que estaba all contiguo, pared por medio con Santa Mara. Vena envuelto en una manta a cuadros y se adivinaba que estaba casi en ropas menores. Llam, en un aparte, a Hinestrosa y le susurr un recado. Este pareci impresionarse mucho y mir repetidas veces hacia uno de los muros del casn episcopal, en cuyos altos apareca una ventana iluminada, cosa inslita en tal sitio y a aquellas horas. Se fue hacia los otros y cuchichearon. Entre los cinco levantaron penosamente el corpachn del cado. Mi padre quiso ayudar y lo rehusaron de mal modo. Hicimos como que ascendamos de nuevo a toda prisa. Pero mi padre se detuvo a medio andar, en la sombriza gradera. Desde all vimos cmo se abra una puerta excusada del palacio y metan en l el cuerpo, tundido y desmayado, del seor Penitenciario del Cabildo Catedral, don Ignacio de Eucodeia y Zarzamendi.
CAPTULO XXXIV
Llegamos en seguida al Casino y mi padre encarg algo para cenar. Modesto se estaba lavando. Volvi con un pegote de tafetn sobre la ceja, no queriendo hacer caso del cirujano Corona que quera, a toda fuerza, examinarlo. Pap lo llam aparte y le inform de lo que acabbamos de ver. Cuando hablbamos de esto, se arm un gran revuelo y se apagaron las luces de la timba. Salieron de all todos plidos como muertos, tratando de aparentar actitudes naturales en la sala de juegos de baza, donde nosotros estbamos; otros se fueron a la biblioteca o a los retretes. Fue algo tan teatral y exacto como si estuviese ensayado. Haba corrido el rumor de que llegaba la polica; todos supusieron que por el juego, pues haca muy poco que acababa de entrar en vigor un decreto prohibindolo. Casi con la noticia apareci el inspector acompaado por otros dos sujetos, que eran de la polica secreta, conocidsimos en todo el pueblo. Se dirigieron en lnea recta hacia nosotros. Don Modesto dijo el inspector, muy serio, no tengo ms remedio que interrogarle en mi despacho. Estoy a las rdenes de usted. Perdone estas formalidades tan penosas y haciendo una sea hacia los agentes, stos se pusieron a cachear a mi to Modesto, que apret las mandbulas como haciendo un esfuerzo para contenerse. Al meterle la mano en el bolsillo interior de la zamarra, uno de ellos hizo un gesto de sorpresa y extrajo de all un raro artilugio que brill siniestramente. Se oy una exclamacin en todo el gran corro de los socios que presenciaban la escena. Se trataba de un arma canallesca conocida con el nombre de llave inglesa[23] cuatro anillos de acero unidos entre s, terminados en sendas protuberancias, como puntas de diamante, que se metan en los dedos y que formaban pieza con una especie de asa que se ocultaba en la palma de la mano. Era un arma cobarde y extremadamente prohibida. M i padre y mi to palidecieron horriblemente. Qu hace eso ah? pudo decir M odesto con voz ahogada. La cosa es clara; cuando el Carano tir la zamarra alguien te meti eso en el bolsillo aventur el cirujano Corona. No recuerdas que apareci unos pasos ms all? El to, con una voz llena de pesar y al mismo tiempo de entereza, dijo hacia el inspector, sealando al numeroso grupo: Estos caballeros me conocen todos, algunos desde que nac. Apelo a su testimonio moral para que digan si me creen capaz de usar semejantes recursos. Una exclamacin unnime sigui a las palabras de mi to y algunos se adelantaron y le palmearon en los hombros. El ambiente era de irreprimible indignacin. Tampoco yo lo creo declar el inspector. Desgraciadamente, en materia legal, las certezas hay que probarlas. Haga usted el favor de acompaarme. Se lo llevaron, seguido de casi todos. A mi padre no le dejaron salir. Se dej caer en un silln, demudado, pronunciando una terrible y escueta blasfemia. Qu das de gran disgusto los que siguieron a estos lamentables sucesos! Mi to, despus de la declaracin sumaria no quiso permanecer detenido y prcticamente se fug de la inspeccin de
polica, abrindose paso a puada limpia. Agrav an ms su situacin el hecho de haber recibido a tiros a la guardia civil, cuando fue a buscarle, dos das despus, al Quintal de Doa Zoa, donde se haba refugiado. No poda concebir aquel hombre, perteneciente a una antigua casta arbitraria y mandona, que opona a cualquier forma de coercin la violencia de una desatada fuerza natural, que por defender lo que consideraba justo, hubiese que someterse a intervenciones que a l le parecan abstrusas y vejatorias, no tolerando que existiese otro cdigo entre hombres de honor que su directa capacidad de lucha y aguante. En todo caso aquellas trapaceras e intromisiones de esbirros y jueces, estaban bien para actuar entre la plebe campesina o cuando se trataba de la desvalida chusma de villas y ciudades. Tuvieron que aquietar su resistencia por medios brutales y traerle a Auria fuertemente esposado. Luego se neg a recibir a su defensor y no quiso tampoco prestar declaracin alguna, manifestando, apenas, ante el juez que aquello haba sido una pelea entre varones y que nada tenan que entender en el asunto las gentes de toga; pues as como Eucodeia haba quedado hecho cisco, lo que demostraba que Dios le haba negado la razn, otro tanto pudo haberle sucedido a l, sin que, en tal caso, se le hubiese ocurrido acudir a los interminables rasgueos de los rbulas para que dirimiesen; y, finalmente, que la justicia no era otra cosa que el refugio de los capones, de los intrigantes y de las mujerucas, y que a l no le sala de los redaos contestar nada. Y no hubo quien lo sacase de ah. Por su parte el dignidad que, sin duda, era de la misma laya, cuando volvi del agnico soponcio, que le tuvo conmocionado dos largos das, con un pie en el camposanto, declar ms o menos lo mismo, salvo, claro est, la capciosa alusin de mi to al juicio de Dios, pero afirm que no se prestaba a enjuagues y que tan buenos y bien puestos tena l los pantalones como los del hidalgo; que ya se veran las caras en cuanto l rehiciese la suya y que todo el favor que podan hacerle era el desentraparlo pronto para que finiquitasen, entre ellos, el asunto. Y tampoco sali de ah a pesar de los requerimientos de su letrado y de los recados, cada vez ms enrgicos, de Su Ilustrsima que le mandaba dejar el embrollo en manos de la justicia secular para no darle ms alas a la escandalera, que a fin de cuentas slo aprovechaba a liberales y masones. Y como el navarro se mantuviese irreductible, obtuvo un certificado del mdico forense y mand, sorpresivamente, a Eucodeia a que fuese a serenar su nimo en la quinta episcopal de Esgos, con dos ensotanados guardias de vista, instruidos con rdenes muy severas, hacindole representar en el sumario por letrados de la Curia, a causa de su momentnea inutilidad fsica y de su evidente turbacin moral. A todo esto la ciudad estaba conmovida y agitada por tan principales acontecimientos. Mediara una tregua tcita mientras Eucodeia fluctuaba entre la vida y la muerte; mas apenas zaf del peligroso marasmo, la polmica se desencaden como un turbin. Tal como ocurra con todas las cosas en que la opinin entraba en disparidad, el campo de la lucha qued pronto escindido: de un lado, las clases populares y buena parte de las ilustradas; del otro, la alta sociedad aliada a los maragatos, como siempre que se trataba de cuestiones de iglesia o de poltica. Eran argumentos vlidos para el pueblo y para los cultos, la forastera del sacerdote, la condicin de nativo de mi to y su campechanera, un poco brbara, en la que el pueblo reconoca algo substancialmente suyo; sus reacciones, siempre valerosas y seoriales, en favor del dbil; su inagotable generosidad y, finalmente, la propia nobleza de la causa que defenda en la que diera la cara por un hijo del pueblo que, adems pues ya el asunto se haba hecho pblico, era su hijo natural. Por su parte, las clases altas y el maragatero del comercio de paos adoptaran la causa del cannigo, en primer lugar porque era la del obispo; en
segundo, porque era la de las fuerzas vivas reaccionarias, en realidad, las fuerzas muertas; en tercero, porque el origen de todo ello estribaba en un granujilla insignificante y, en resumen, por el antiguo odio, mezclado con el miedo, que unos y otros tenan al to Modesto, ya que por un motivo o por otro, nadie se haba librado de la ruda franqueza de sus comentarios. Pero donde la polmica hizo verdaderos estragos fue en el seno del ilustre Orfen Auriense, a causa de la hibridez poltica de sus elementos, y en la rebotica de Ardemira, donde tenan su reunin las celebridades locales, igualmente hbridas, unidas tan slo por el sutilsimo hilo de su alto saber especializado, y que integraban miembros de la Comisin Provincial de Monumentos, Paleografa y Numismtica, de la Junta Cltica y Epigrafista Romana cuyos miembros eran, en ms de un aspecto, enemigos solapados de los anteriores y de la Junta de Estudios Romnicos, separada, en lo corporativo, de las otras dos por un desprecio recproco que apenas se contena bajo la capa de la buena educacin indispensable en la secular convivencia. De todos estos fuertes y prestigiosos grupos, la primera chispa brot en el Orfen que, por ser de gente ms joven, tena menos capacidad simuladora. Se ensaya, con grave empeo, el Carnaval de Roma, obra de dificultades casi insuperables, que estaba fijada como de concurso para el certamen regional de las Fiestas de Tuy. Como compensacin de este tremendo bloque polifnico, preparbase, para la de libre eleccin, el grcil epigrama musical, como le llamaba el director, titulado: Oh, Pepita!, de facilidad ms aparente pero en el cual la inagotable capacidad de matiz que imprima a su masa el maestro Trpedas, alcanzaba resultados pasmosos. El primer incidente relacionado con la polmica que agitaba al burgo se haba producido cuando se ensayaba el solo de Arlequn, que, en la obra, representaba cantarse frente al convento donde haba profesado Colombina, y cuyo patetismo sonaba contra las armonas, a boca cerrada, que simbolizaban a los frailes del monasterio frontero, incitando al amador a entrar en la vida expiatoria. Dos segundos tenores se haban hecho repetidas seas con el codo, mirando a uno de la cuerda de bajos, que era de la Adoracin Nocturna, al parecer para comentar una falsa entrada del mismo. Las seas luego se convirtieron en miradas y en sonrisas propagndose a la cuerda de los segundos que perteneca, casi totalmente, al Centro de Sociedades Obreras. Tal hostilidad ocular se fue extendiendo a los flancos de la cuerda de bartonos, que estaba acaparada por el gremio de ebanistas, y hall su pronta respuesta en la de bajos, en la que pululaban los reaccionarios de toda ndole; con lo cual, al terminar el ensayo de la parte final de la ciclpea partitura, el observador menos experto se hubiese atrevido a afirmar que el ambiente se hallaba caldeado. De todas maneras continu el repaso, con la tradicional disciplina que haba hecho del Orfen Auriense una entidad sin igual entre sus congneres. Algo debi de pescar el Trpedas, con su odo de msico y su mirada de lince, porque no dio tregua alguna entre ambas piezas; y as, apenas acalladas las armonas sublimes de la obra ejemplar, en la que se debaten, con tan grandiosa elocuencia, lo sacro y lo profano, en el mbito de la Ciudad Eterna, golpe el diapasn contra el atril, lo acerc gravemente al odo y se fue a darle el la a los bajos, que eran quienes empezaban el galantsimo scherzo que daba entrada a la obra de libre eleccin. Vamos, seores! Ejem! Oh, Pepita, Oh, Pepita cant un instante, recitando las notas del comienzo. Y corrindose a la cuerda de segundos, sin dejar de tararear, les dio su tercera armnica con un largo: Oooooh, Pepitaaaaa! Y vosotros cant dirigindose a los bartonos: Oh, pepepep; pepepep Vamos, a una! y baj la batuta.
A los pocos compases, el bajo reaccionario pifi de un modo lastimoso, y los dos tenores del Centro de Sociedades Obreras se dieron de nuevo al codo desfigurando su nota al sonrerse. El aludido con el juego de las seas, abruptamente desacatado, se sali del rgido redondel humano y se fue hacia ellos, mientras la masa musical se deshilachaba hasta quedar, aqu y all, las voces ridiculamente aisladas de algunos que, por estar metidos en el papel de la solfa, no se dieron cuenta, en el primer momento, de lo que all se vena. Tengo monos en la cara? prorrumpi el bajo, encarndose con los otros. Hombre, as en plural no contest uno de los menestrales, con aquel rpido ingenio auriense, que le haba valido a la ciudad el deprimente remoquete de Andaluca occidental. Qu pasa ah? intervino el Trpedas, adusto. Este, que entr mal en el oh, y porque le hemos mirado Yo entro cuando me da la gana exclam el otro, airadsimo, y no habis de ser vosotros los que, en materia musical, me enseis dnde me aprieta el zapato! Ves cmo t mismo declaras que cantas con los juanetes? Orden, orden! gritaron algunos. Para qu coo estoy yo aqu? alborot el Trpedas, furioso, tirando la batuta al suelo. Quin os manda meteros en camisa de once varas? Vamos, cada uno a su sitio! orden con graves ceos en su cara de len de escudo, blandiendo el diapasn y tomando la batuta que alguien le devolva. Pero los otros continuaban discutiendo. No se conoca un caso igual de indisciplina en la historia de la ilustre masa. En esto se oy ms alta la voz de uno de los ebanistas. A ver si te crees que es igual cantar que rezar Eso es una provocacin grit el adorador nocturno. A medida que avanzaba el incidente, el coro perda la colocacin de sus seis cuerdas para adquirir la ms simple de su ideologa bilateral, donde todas se redujeron a dos bandos, con sus elementos vocales mezclados incultamente. Basta ya! insista Trpedas, predicando en desierto. Qu es lo que realmente importa en esta casa del arte? Es que yo no puedo pasar porque me digan que desafin. Yo no te dije eso, sino que eres desafinado de nacimiento. De voz y de ideas insisti otro. Seores, seores! intervino finamente el vocal de turno, que haba llegado desde el ambig, donde estaba jugando al codillo. Cmo podemos consentir que resquebraje nuestra hermandad, artstica y esttica, la indecencia de la poltica? concluy, prodigando esdrjulos para imponerse por las vas de la superioridad intelectual. Indecente ser usted! Orden, orden! El artculo tercero de nuestros reglamentos Vyase usted a la porra! Insisto en que es una provocacin Llmale hache Ya me lo diris al salir. Al salir, al entrar y dentro.
Siiilencio! rugi el Trpedas, haciendo vibrar tanto la batuta que se la vea como un abanico. La masa coral qued un instante aplastada por el grito. El director se col por la rendija de aquella tregua e insisti en las grandes palabras. Nos hallamos aqu para reir por futesas de la actualidad o para cumplir los eternos mandatos del arte? Dejarse ya de pamplinas! Estamos a dos semanas del certamen. Adnde ir a parar el crdito de nuestra culta poblacin y de este coro, vencedor en cien lides? Qu digo en cien? En cientos! Cada uno a su sitio cogi al bajo amistosamente por la nuca, y lo incrust, todava muy enfurruado, en su cuerda. Los nimos se fueron aplacando y cada uno volvi a su lugar, mientras el maestro, atusndose una patilla, daba de nuevo el tono golpeando el diapasn contra el borde del atril. A ver esos bajos! Con mucha insinuacin, eh?, con muchsima insinuacin. Oh, Pepita; oh, Pepita Vosotros ah: Oh, Pepita, oh, Pepepepepiiiita! Vamos, a una! Y de nuevo las armonas, unificando las almas con su exquisita marea, dejaron el coro hecho una balsa de aceite. Mas a la salida, los odios, artificialmente mitigados por la coordinacin orfenica, recuperaron su liberacin, y hubo aquellas noches y otras muchas, discusiones y puetazos en la plazuela del Trigo, con el funestsimo resultado de que la masa coral no pudo presentarse en el certamen de Tuy, llevndose el premio el orfen de Lugo, ignatamente dirigido por el msico mayor de la banda del Regimiento. En cuanto a la botica de Ardemira, las cosas fueron todava, si cabe, ms lamentables, por tratarse de personas de mayor entidad. Aquellos seores llevaban toda su vida metidos de hoz y coz en las tareas de la ilustracin, y aun cuando muchos de ellos eran, declaradamente, de la cscara amarga, no dejaban de coincidir en muchos aspectos de la vida local, al margen de sus ideologas. Sus pendencias, si algunas haba, tenan ms bien origen en los criterios que unos y otros sustentaban sobre la prioridad espiritual de las pocas histricas. Los medievalistas sostenan que el Renacimiento haba sido un pandemnium de frivolidad y de pagana que desvi el destino de una Europa empapada de la idea de Cristo, y llamaban a los celtistas coleccionadores de croios y de ferranchos, o sea de pedruscos y hierros viejos, en el lenguaje regional. Por su parte, los humanistas murmuraban de los del medioevo, diciendo que eran frailes corruptos disfrazados de eruditos, y fanticos llenos de citas del bajo latn; y los celtistas, a su vez, decan de unos y otros, con displicente orgullo, que no pasaban de ser una especie de memorialistas de la sabidura, sin sentido histrico de ninguna especie, cuyas lucubraciones flotaban sobre lo fundamental como pajas en la superficie de un arroyo. Y as iban tirando. Parte de unos y de otros se haban inclinado al bando de mi to o al contrario, por razones invariablemente laterales, de poltica o de religin, que nada tenan que ver con el asunto en s. Por su lado, El Vrtigo arremeti contra todos ellos, por su pasividad verdaderamente de intelectuales, en un crepitante artculo titulado, con dos generosas faltas en la ortografa francesa: Je acuse, enrostrndoles el haberse negado a firmar un manifiesto contra la Curia eclesistica. El eco que en la culta rebotica hall la cuestin fue, como ya hemos dicho, por dems lamentable. Desde casi dos generaciones atrs, venase discutiendo, como materia franca y comunal, en tan ilustre arepago, acerca de temas cuya actualidad languideca o se reavivaba, segn las estaciones. En el verano, cuando sacaban las sillas al espoln de la plaza, sobre cierta traduccin local de la Epstola a
los Pisones, y sobre si eran o no poesa las Odas a la imprenta y a la vacuna, de don Manuel Josef Quintana. En el invierno, cuando la tertulia era adentro, al lado del brasero, casi todo el consumo de temas giraba en torno a las filosofas religiosas, como deca el seor de las Cabadias, con denominacin que se le antojaba redundante al cannigo Brasa, quien propona que se dijese aspectos religiosos de la filosofa. En tales ocasiones, los dilogos eran edificantes y elevadsimos, aunque, de vez en cuando, se colasen otros motivos que los conducan hacia la pasin y el moderado enojo, como eran ciertos puntos de la poltica nacional o la tesis de si la espada que tena, en su pazo de Alongos, el seor de las Cabadias, representaba un gtico harto primario o un romnico muy tardo, pues todos desechaban la teora visigtica de Vicente Alcor, arquelogo e historiador de la nueva escuela, y la de Primitivo Montero, otro jovenzuelo gegrafo, poeta y ocultista, que deca, simple y osadamente, que se trataba de una falsificacin hecha en Leipzig, y que l podra traer en seguida, por catlogo, cuantas hiciesen falta, a cincuenta duros desenmohecidas y a cincuenta y cinco con moho. En cuanto al asunto de mi to con Eucodeia que tal vez no era otra cosa, decan los medievalistas ante la sonrisa desdeosa de los otros, que un regazo inconsciente del pleito secular entre el burgo y la Iglesia Mayor que rega toda la vida medieval de Auria apunt desde los primeros comentarios como sumamente agresivo y peligroso, y se trat de contenerlo con inauditos esfuerzos por parte de todos los bandos del saber, confinndolo, poco a poco, en aquellos trminos del noli me tangere, que eran el sumidero de las probables iracundias y el archivo de las posibles desavenencias y en cuyo tcito establecimiento todos se hallaban de acuerdo. Mas fue intil. A medida que iba creciendo la marejada de la discordia popular, base acentuando, entre aquellos claros varones, un reconcomio divisionista, ms visible en lo que se callaba que en lo que se deca, que tampoco auguraba nada bueno, pues haba tomado el peligroso camino del lenguaje metafrico e indirecto. Un da de aqullos, despus del yantar, se adivinaba, a travs de las idas y venidas, de las vueltas y revueltas del dilogo, que ste iba a centrarse en el penoso motivo. Uno dijo, de pronto, sin venir a cuento, que el cdigo napolenico era una antigualla para todo espritu realmente progresista, y don Narciso el ateo, se meti en unos laberintos dialcticos con el cannigo Brasa, para llegar a la sorprendente conclusin, que enfureci al dignidad, quien le llam, lisa y llanamente, burro, de que la escolstica y la teologa moral eran la momificacin del Evangelio. Otro son ms all, cerrando contra un coronel numismtico y de muy malas pulgas, mientras citaba a gritos a Comte y a Descartes, oponindolos, nunca resultaron claros los fundamentos, a san Agustn y a Tertuliano; luego cant un himno a ambos Reclus y otro a Pi y Margall, con pareja inconsecuencia. De cuando en cuando el maestro Villar, que era ordinariamente muy callado y circunspecto, mova lentamente su cabeza de estopa para expedir, con la inmovilidad labial de un ventrlocuo: Dice Condorcet Don Argimiro el registrador, que representaba all algo as como la corporizacin oficial del patriotismo, se sulfuraba con toda aquella apestosa cultura de extranjis, a lo que replicaba el Tarntula, con irona feroz, que Ambrosio no era precisamente de Tamallancos y que tampoco tena la menor noticia de que Atanasio, Jernimo o Toms, hubiesen nacido en la Sanza o en Rabodegalo, y que, en cambio, eran de casa los Torquemada, los Arbus, los Loyola. Cuando las cosas se agriaban demasiado, el boticario Ardemira llegaba desde el fondo del laboratorio, gesticulando con la caja de hacer sellos, para preguntar que dnde le dejaban el sentido
universal y civilizador del catolicismo, o para protestar de las eternamente sofsticas afirmaciones del liberalismo, mientras agitaba unos meos espumosos en un tubo, mirndolos, de cuando en cuando, al trasluz. Juan Bispo, el fiel mancebo que, desde treinta aos atrs, vena moliendo genciana en el enorme mortero de cobre de la oficina de farmacia de Ardemira, estaba maravillado y afligido por aquel nunca visto desorden. Su certero instinto popular le haca presumir que aquel andarse por las ramas no era otra cosa que el trnsito por los finales baluartes de la buena crianza para llegar a la lucha en campo abierto. Los parroquianos que entraban a comprar harina de linaza, purgas o jarabes para los romadizos y trancazos de la estacin, quedbanse atnitos viendo a aquellos graves caballeros gritando corno verduleras, a ambos lados de la gran redoma de cristal tallado, lleno de hermosa agua azul sulfato de cobre, de pie, bajo el arco de ebanistera culminado por la estatua de Hipcrates. Todos demoraban unos instantes, luego de despachados, para asistir en silencio al verboso pugilato, menos la Garela, una aguadora muy popular y mal hablada, que entr a comprar pomada de cebadilla, por habrsele abierto a un hijo suyo la piojera, quien exclam, saliendo: Ancla, salero, que tambin lleg a estos momias la trapisonda del cura y el seorito! No s qu nos dejan para nosotros!
CAPTULO XXXV
Los autos sumariales salieron de manos del inferior con la calificacin de homicidio frustrado, por lo que las cosas tomaron an peor cariz. Hubo pedreas contra casi todas las parroquias y un conato de incendio en las cocheras del obispo. El gobernador dio un bando amenazando con el estado de sitio y el alcalde un edicto apelando a la serenidad del pueblo. Mam, que no paraba en todo el da, visitando a unos y a otros, fue a verse con la esposa del presidente de la Audiencia, a la que conoca poco ms que de vista, para hacerle ver que todo lo que estaba ocurriendo era un desatino y para informarle sobre el carcter de Modesto, a quien aquella causa poda aniquilar de desesperacin; que hablase de ello a su marido a fin de que procurara darle un corte al asunto, antes del escndalo del juicio oral. Se encontr la pobre mam que crea que estas cosas podran arreglarse as con una burguesita, renegrida y menuda, helada y formalista, mucho ms insignificante y mucho ms obstinada de lo que haba supuesto, y que, como todos los castellanos, a pesar de su mucho tiempo de vecindad en Auria, continuaba impermeable al espritu local. Oy a mam con ojos de escasa inteligencia, muy tiesa, en el sof enfundado de una sala de visita que ola terriblemente al barniz con que alguien, que haba dejado all los trebejos, estaba tratando de reavivar el brillo de un viejo piano. El fervor de mam se mell de inmediato contra la seca cortesa de aquella figurona. Cuando mediaba la entrevista, entr, muy excitado, su esposo con El Mio en la mano, en cuyos grandes titulares se lea: Horroroso terremoto en Messina. Al ver a mi madre recompuso el gesto y la salud con extraeza. Usted dispense, me dijeron que estaba aqu sola Doloritas. La seora de Torralba, si no me equivoco? Servidora de usted contest mam. Beso a usted los pies y se sent, muy espetado, en una silla. Se mantuvieron unos segundos as. Precisamente comenz mam, un poco aturdida me he permitido visitar a su esposa de usted, a quien supongo mi amiga, luego de habernos visto muchas veces en casas de comn relacin, para ver de explicarle de algn modo el carcter de mi cuado, a fin de que este enojoso asunto no pase a mayores. El digno magistrado se levant casi de un salto y la mir severamente. Yo le deca interpuso la aludida, que no haba abierto la boca, le deca que Perdona, Doloritas; estoy yo en el uso de la palabra la mujercilla lo mir de una forma que se vea a las leguas que lo tena dominado y que se callaba por guardar las apariencias. Y dirigindose a mam continu, luego de estirarse los puos: No ha llegado todava la instruccin a los estrados que me honro en presidir, porque de ser as no le oira a usted ni una sola palabra, ni una sola palabra! Hay muchas formas de cohecho medit en voz media el faramallero curial. Sabe usted lo que es cohecho? Soy hija y nieta de letrados, seor presidente. No creo que sea de este caso usar tal palabra dijo mam sonriendo, a ver si poda desbravar aquella estpida gravedad del mequetrefe jurdico.
Sencillamente, crea yo que explicando, con verdad y honradez algunos aspectos del carcter de ese ser un poco elemental que es mi cuado Ni una palabra ms, seora ma! agreg el capitoste de la justicia local. Hay un tono de coaccin moral en lo que usted dice Qu me va ni qu me viene a m con el carcter bueno o malo de los acusados, de aqullos a quienes la vindicta pblica arroja al banquillo? La justicia tiene sus caminos inexorables! No lo niego, seor presidente, pero esos caminos estn empedrados con seres humanos, no con losas. Creo que el conocer la intimidad, el temperamento de un acusado Precisamente una paisana ma, Concepcin Arenal Esas sensibleras de aficionados a la literatura nada tienen que ver con el cuerpo de las leyes. M am, que era dura de roer, insisti: Con el cuerpo, tal vez no, pero con el alma, sin duda. Seora, esa polmica en mi casa Es la casa de un funcionario pblico agreg mam, odiando a aquel fantasmn que ayudaba a mandar hombres a presidio como quien manda fardos a un depsito. El presidente de la Audiencia se calm de pronto y consider a mam con una larga mirada, tras la cual expres: Me haban dicho, mi respetable seora, que era usted de armas tomar en cuanto al liberalismo de sus ideas de usted; mas no cre que alcanzasen tal punto de audacia. Las mujeres no tenemos ideas sino sentimientos dijo mi madre, levantndose; y ahora es usted quien parece olvidarse de que sta es su casa. No he venido aqu para que usted me juzgue, sino para que comprenda. Veo que no va ms all de la letra de los cdigos. Todo eso, distinguida seora, es acracia pura, de la que est seriamente inficionada esta ciudad. No diga usted tonteras, caballero! exclam mam, echndose por la calle del medio, como vulgarmente se dice. El faran judicial palideci. Tonteras? Sabe usted con quin est hablando? Ahora s, lo s. Con la venia de ustedes me retiro dijo, saludando a ambos con una inclinacin de cabeza. El magistrado recuper su avellanada sequedad, que pareca ser la forma de su correccin, y acompa hasta la puerta a la visitante. Tolera usted mal el dilogo, seora de Torralba Mam sali sin contestarle y sin volver la cabeza. Lleg a casa disgustadsima y me cont todo, para terminar diciendo: Ya no s ms a quin ver Modesto est perdido. Parece que todo el mundo esperaba esta ocasin para echarse sobre nosotros. La gente del pueblo no es as. La gente del pueblo rompe cuatro faroles y se esconde valientemente en su casa en cuanto sale por ah la guardia civil. Ay, si yo fuera hombre! M am pensaba, en esta ocasin, como todas las mujeres. Arreci an ms la campaa de El Vrtigo en una serie de escritos donde intervenan los editorialistas del grueso calibre doctrinario al lado de los francotiradores y guerrilleros de los sueltos y gacetillas. Por su parte El Eco, hablaba de incitacin crata al atentado personal colectivo, a lo
que el Tarntula contest en un artculo, valientemente firmado, con cosas como stas: Se nos dice que preconizamos el atentado personal porque descendemos al gora ciudadana el gora era el pestilente Campo de la Feria, en los arrabales de Auria, lleno de boigas de los mercados ganaderos, que all tenan lugar cada quince das, y que era donde se celebraban los mtines de "ideas avanzadas" para defender los Derechos del Hombre y el derecho de un hombre, en cambio, no se llama atentado personal a fraguar la perdicin de un dignsimo caballero en las lbregas covachuelas donde el holln de los sahumerios clericales macula el peplo augusto de Temis, prrafo, entre otros, que fue juzgado de excelente factura por los entendidos. Las algaradas del populacho seguan cada noche ms ardidas y numerosas, y el alcalde public un segundo edicto apelando a la tradicional cultura del pueblo auriense y diciendo que toda la Pennsula tena puestos sus ojos en la ciudad. A todo esto el asunto de Pedrito Cabezadebarco haba llegado al Parlamento, donde los diputados liberales lo aprovecharon para interpelar al ministro de Gracia y Justicia sobre un proyecto de ley relativo a los recursos de alzada, y al de Gobernacin acerca de un acta por Huelva, que haba llegado muy sucia. nicamente el solitario diputado socialista trat de coger al toro por las astas e hizo un discurso documentado y sereno, de grandes alientos, donde insert esta pregunta, que hizo estremecer de emocin a las facciones avanzadas de Auria: Hasta cundo la alianza de curas, ricos y autoridades va a prolongar la leyenda negra ms all de las fronteras de la patria? Y haba aadido, con trascendente afirmacin, que el caso de este nio martirizado es de los que claman justicia ya no nacional sino internacional. El ministro haba contestado concisamente que todo ello era una maniobra con visos de demagogia electoral, y que los informes de las autoridades competentes, consultadas al efecto, aseguraban que tales hechos eran puras fantasas y que no existiera jams en Auria nio alguno llamado Pedrito Cabezadebarco. El diputado socialista haba recibido algunas felicitaciones por su brillante oracin y luego continuaron todos con la ley sobre recursos de alzada y el acta de Huelva. Mi padre andaba lleno de parches, araazos y desolladuras, pues se peleaba a diario, a veces hasta con los del propio partido. Al Casino no se poda ir, pues se hablaba del asunto en trminos que hacan incapaz el dilogo y hubo, adems, sopapinas y escaramuzas, en que los antagonistas se arremetan en el jardn. Ni qu decir tiene que todo este penoso rebullicio culmin en la rebotica de Ardemira, donde aquellos varones sapientes, cancelando las garantas de su ilustracin, se pusieron finalmente a pan pedir y se echaron unos a otros del establecimiento. La tctica de ambos grupos cruz por una serie de operaciones previas, pues sabido es que la cultura evoluciona con ms lentitud que la pasin. Comenzaron por leer los de cada grupo su peridico y comentar, con criterios dispares, claro est, las barbaridades cometidas por las turbas la noche anterior. Estoy seguro y lo jurara por los Evangelios, y no digo apcrifos por no agregar redundancias, que esta pedrea al convento de las Adoratrices es pura filfa. Se trata de una provocacin de los neos para echarnos encima a los sicarios de la guardia civil deca don Narciso el Tarntula, navegando, a sus anchas, por los meandros de su retrica espectacular y mirando hacia el lugar donde no estaban los destinatarios del rspice. Cmo puede alguien, sin ser un insensato, negar que los disparos que ayer se hicieron contra las Carmelitas proceden de armas mandadas de Barcelona y, por lo tanto, de origen anarquista? exclamaba, mirando tambin hacia otro lado, don Argimiro, el coronel. Ah est el dictamen
balstico del armero mayor del Regimiento, en quien creo como en mi padre vivo! Qu hijo del pueblo hubo nunca aqu que tuviese armas de fuego? Hace falta cinismo para negar que el alijo de fusiles, destinado a los monrquicos portugueses, sali de aqu, de las propias bodegas del obispo, donde hay toda clase de chafarotes, desde los rezagos de la guerra carlista, hasta los museres que mandan, de su fbrica clandestina, los jesuitas de Deusto. O es que nos chupamos el dedo? insista, feroz, el Tarntula. Vaya majadera! exclamaba, desde los varios codos de su esculida estatura, el cannigo Brasa, volvindose a medias. Seores, seores, que se para la gente en la puerta! intervena Ardemira malhumorado, saliendo a la luz de la calle para mirar, al trasluz, los tubos de la presunta albuminuria. Y los nimos volvan, por algunos momentos, a su nivel. M as un da no volvieron. Interesa, aun a riesgo de parecer demasiado prolijos, a la crnica de Auria, decir lo que la tradicin afirma que all ocurri. No es nada fcil, a causa del confusionismo que siempre obscurece el criterio histrico, aun en los relatos coetneos. Los paseantes del espoln de la Plaza Mayor, al ser interrogados, despus de la tremolina, por las gentes vidas de informacin, incurrieron, desde los primeros momentos, en insalvables contradicciones, que incluso llegaron a salpicar de parcialidad los apuntes del cronista municipal de Auria. Pero manejando eclcticamente los confusos materiales, pudo llegarse a la siguiente sntesis: Sobre las notas finales de una fantasa de El anillo de hierro, pues, por ser aquel da jueves, la banda municipal daba un concierto vespertino en la gradera del Consistorio, oyse una gran voz, saliendo de la mencionada oficina de farmacia: Proclame usted que esa indirecta no me est destinada o nos veremos las caras! Y otra voz de no menor cuanta: Soy hombre para usted y para diez fanfarrones como usted! No dice su mujer otro tanto! Esta ltima frase fue seguida de un breve y dramtico silencio, y, casi de inmediato, oyse un horrsimo fragor de cristales y cacharrera, tras el cual, y sin que se hubiese an mitigado, viose aparecer al pedagogo Villar, con la rojiza barba chorreando algo que pareca ser jarabe de brea, siguindole un amasijo de hasta media docena de eruditos que salan zurrndose con increble bro juvenil, del que sobresala, por su altura, don Narciso el Tarntula, palidsimo, con el cuello arrancado, como enceguecido por la falta de los anteojos, y por la negrsima pelambrera que la caa engrudada de una materia viscosa, todos ellos, al parecer, perseguidos por el boticario Ardemira, que blanda la mano del mortero de pie como la propia maza de Hrcules. La gente se dedicaba a separar a los contendientes de tan terrible como lamentable combate que amenazaba con dejar a Auria sin la suma de su saber, pero la tarea result harto difcil por estar todos ellos impregnados de los ms diversos y apestosos elementos de la farmacopea finisecular, tan rica en emulsiones, pociones y jarabes. La tertulia, honra y prez de aquella ciudad, qued as disuelta hasta varios aos despus en que el venturoso hallazgo, casi simultneo, de una citania celta en tierras de Lobios, de un templo mudjar en las de la Manchica y de tres aras romanas en Xinzo de Limia la Civitas Limicorum del Imperio , vinieron de nuevo a nivelar aquellas altas mentes y limpios corazones en los planos inmaculados de las ciencias histricas. A todo esto, mi to continuaba en la crcel, cada vez ms ceidamente apresado entre las finas
SEGUNDA PARTE
INTERLUDIO
CAPTULO I
Estaba el colegio en tierras del antiguo seoro de Lemos, en medio de un valle alto, triste, batido de soles y de vientos, rodeado de colinas mondas y lejanas. Hallbase instalado en un antiguo convento que fuera de frailes benitos y que, perdida o desviada su espiritual misin y su austero prestigio de centro intelectual, despus, no de la Desamortizacin, como suele decirse, que ya estaba todo envilecido, sino del perodo de aplebeyamiento que sigue el breve fulgor de algunas rdenes en el siglo XVIII, precisamente ms acentuado en la benedictina, haba venido a caer en manos de una de esas empresas de curas modernos, azacaneados y laboriosos explotadores de un sentido del progresismo prctico, mediante los trabajos forzados de la enseanza; sabedores implacables de bachilleras menudas y ciencias aritmticas y comerciales, entendidsimos en las mil y una maas, ramploneras y ardides seculares para hacer que sus alumnos colasen en institutos y normales y hasta en las oposiciones a las carreras del Estado. Aquellos entre los cuales fui a parar, todo lo saban, todo lo entendan y todo lo enseaban con un aire de puntuales marisabidillas y con una inexorable exactitud. Eran de tal modo activos, pragmticos y diligentes, que cuando uno los vea rezar u oficiar le pareca que deban de estar lamentando el tiempo perdido. Desde luego, yo jams he visto nunca las misas despachadas en menos de veinte minutos como all ocurra, sin faltarles, no obstante, punto ni coma. Hablaban un idioma pobre, recortado y ligeramente nasal, y cuando intentaban la elocuencia se llenaban de tales ripios y lugares comunes, que se podan adivinar todos los prrafos desde el comienzo. Daba pena ver los antiguos claustros con sus nobles bvedas y arcadas romnicas, sostenidas por la exquisita gracia de sus pares de columnas terminadas en los capiteles tiernamente labrados con el sereno aquietamiento del mundo natural; daba pena verlos, con sus muros de noble granito recubiertos, hasta un tercio de su altura, por azulejos y olambrillas industriales con los chafarrinones de su dibujo abarrocado y pobretn. Las venerables celdas de los antiguos frailes, y hasta las de los abades y priores, aparecan ocupadas por escritorios-ministro y sillas de rejilla, decoradas con fotografas acromadas, con vistas de Miln y retratos de eminencias, de la Congregacin con caras taimadas y comerciales. Las antiguas puertas de roble y castao haban sido arrasadas de tallas y molduras y pintadas luego con una horrenda pasta color sangre de buey. Desde los claustros se oan las descargas de los sifones en los inodoros recientemente instalados. Los rboles y plantas en los ajardinados patios interiores y sus armoniosas fuentes, nacidos al calor de la reconciliacin con la vida que va saturando los monasterios desde la poca renacentista hasta el crepsculo barroco, haban sido devastados y cubierto su espacio con tristes superficies de portland para que sirviesen de lugar de recreo a aquellas turbas que all se solazaban, en la barbarie de los juegos, junto con los profesores ms jvenes que intervenan en ellos alzndose las sotanas con el cinto y dejando al aire tres cuartas de esos pantalones frailunos, tan tristes, tan inexpresivos, fabricados siempre en una tela amaderada y fea. Tampoco la iglesia, de fbrica que abarcaba tambin varias pocas, y que extenda por sus tres naves la delicada confusin del plateresco, haba salido indemne de las fechoras de aquella arrebatada comandita. Verdaderas constelaciones de santos, de las manufacturas salesianas de Olot, haban
venido a substituir con sus convencionales teatraleras a las antiguas imgenes vendidas por cuatro mendrugos a cualquier pirata de la Europa ladrona o de la Amrica ricacha, de los que, por aquel entonces, comenzaban sus incursiones y correras por el viejo solar, para ser luego traficadas entre aristcratas pedantes y altos chamarileros. Todo cuanto haba sido afinado, suavizado y dignificado por el esmeril de los aos, fuera expulsado de all por el ventarrn modernizante e higienista de aquellos aldeanos trocados en frailes, apenas atascados de un vago latn, de una filosofa formalista y cadavrica y de unas docenas de vacuas terminologas docentes, aprisa y corriendo, como quien rellena embutidos para lanzar al mercado. Los candelabros y sagradas formas eran de metales estruendosos y de fundicin grosera, someramente repasados de cincel, y las antiguas estaciones del Va Crucis, indicadas antes por una limpia cruz labrada en los muros, haban desaparecido bajo horrorosos casetones de cartn piedra, conteniendo monifatos de molde, que intentaban simbolizar escenogrficamente la pasin de Nuestro Seor Jesucristo. La sacrista, que perteneca a una poca intermedia entre el monasterio y la iglesia, con la gracia de sus columnas en torsin de palmera y sus ventanales calados en ricas ojivas del manuelino, era, en manos de aquellos traficantes, un yerto despacho estucado, donde, sobre un lavatorio de loza, se mova una imagen de Cristo tan declamatoria y llena de desolladuras que, en vez de piedad, inspiraba indignacin o risa. Y para que el ultraje resultase an ms completo, con el pretexto de que el templo resultaba obscuro, haban mandado calear la bveda y substituir los suaves vitrales antiguos por unas escandalosas cristaleras que lanzaban hacia el interior una lechosa luz de casa de baos. Contaban, segn luego me dijeron, con la modernizacin del templo para atraerse la clientela de casamientos, funerales y bautizos que detentaban las parroquias del cercano burgo de Lemos. El rgimen del colegio consista en un desatentado dinamismo que se manifestaba en campanilleos, marcar el paso a lo mlite, andar siempre de prisa y no manifestarse nada meditativo, pues los frailes le ponan a todo el que se paraba a pensar o a soar, fama de simple, que, en su lenguaje relamido, equivala a idiota. A todo este permanente zafarrancho, se unan los incesantes martillazos pues siempre estaban de obra, las voces de mando y la gritera en los patios de recreos; el estruendo de marretas, serrones, mazos y forjas, que llegaban desde las salas de los oficios a las que acudan los nios pobres; y, en el mejor de los casos, las desafinaciones de las clases de msica y el abejorreo de las salas de estudio donde nos hacan aprender de memoria, en voz alta, las lecciones que se estudiaban por grupos, en una fatigosa algaraba de palabras sin sentido, que, de cuando en cuando, nos correga el profesor con sus recortadas enmiendas de marisabidilla y sus tonos en falsete destilndosele desde los altos de la nariz. Lo que restaba de verdaderamente hermoso en aquel lugar era el huerto enorme, mostrando, casi intacta, la pacienzuda maestra que tenan las antiguas rdenes para trocar los eriales en vergeles. Extendase por detrs del monasterio, cercado de altsimo muro sillar, y daba, en su parte final, a un ro lento y verde, con miradores del neoclsico afrancesado, tambin de cantera, tras boscajes de camelios, enracimadas las piedras de viejas lilas, y terminados en embarcaderos de gradas, cuyos peldaos finales brillaban bajo las capas de limo como terciopelos mojados. En una pequea elevacin de la orilla, fuera ya del muro, haba una especie de cenador con ornamentacin pagana, cuya fbrica de granito se desdibujaba bajo una fastuosa enredadera que floreca, de vez en cuando,
con graciosa arbitrariedad y desentendida de las tmporas, cubierta de grandes campnulas color carmn o azul de lpiz. Al otro lado del ro haba unas caracochas de viejsimos chopos, agarrados a los terrones con sus races descubiertas y retorcidas, como grandes tentculos, y pendan hacia el cristal melanclico de las aguas los balancines de los cambones para los riegos estivales, cuyo manejo daba a aquellos terrcolas un vago aire de fellahs. Nunca olvidar el aspecto de aquel hortal ajardinado, en los das de mi llegada, en pleno invierno, con la desnudez de sus parrales recin podados y arjonados, con sus viejos muones y varas maestras atadas por mimbres de un amarillo brillante, y el quieto ademn de los frutales sin hojas, muertos, en medio de la laca de los prados, que transparentaban un color verduzco, aun de noche, como iluminados por un resplandor subterrneo. Los almcigos apeuscaban su primor de hojas enanas, y las coles perpetuas abran la pompa rizada de su capitel, mecidas en su varal nudoso En una depresin que haca, en su media parte, el huerto, rodeada de una rosaleda, haba una fuente de cantera, graciosamente tallada, en la que se mezclaban, con donaire renacentista, el santoral con las menciones mticas del agua. Sala sta por la boca de cuatro querubines mofletudos, alineados en un paramento; y, al desbordar de la pila, corra por un canalillo subterrneo a alimentar un surtidor formado por una sirena, con cara de aldeana, soplando en un caracol de roca; como los aos haban ido ensanchando el pitorro del chafariz, sala el agua lnguidamente, sin fuerza para rizarse en el espacio, cayendo a lo largo de los limos como una lenta fluxin verdinegra. Los escolares, que de todo hacan juguete, haban descubierto que, moviendo una de las losas de la pared que daba escuadra al paramento de los querubines, se entraba al tnel de la mina abastecedora del agua, tallada en terreno de aspern, como de la altura de un hombre, en cuya bveda unas araas, menudas y negrsimas, agrupadas por millares, formaban una acristalada superficie espolvoreada por las minsculas gotas de la evaporacin. Berros, malvelas, helechos y digitales crecan viciosamente al borde del hilo de agua que, al desbordar del tazn de la sirena, bajaba a alimentar un estanque rodeado de limoneros, en cuyos cuatro ngulos hallbanse las estatuas de los evangelistas, irreconocibles en sus mutilaciones y todas pellizcadas por el impacto de los pedruscos que los chicos les arrojaban, con objeto de afinar la puntera. Bajo las solanas del monasterio haba otro jardn con su primitiva ordenacin desfigurada a causa de los aos de abandono y por la perenne subversin de aquella naturaleza, tan abundante en sucesos vegetales. Y, en medio de todo aquel juego mgico de yacentes verdes, contrastando con la muerte escarchada de los frutales, chisporroteaba en el aire gris la lucera de las camelias, en cantidad estelar, con sus blancos claustrales, sus rojos profundos y sus jaspeados tan artificiosos como si fuesen obra humana. Estas imgenes iniciales, perpetuadas por una reiteracin de ms de cuatro aos, llegaron a constituir el recuerdo principal de aquella poca, sin que las contingencias de lo vivido, entre los lampos y penumbras de tantos das, pudiesen borrarlos.
CAPTULO II
El desasimiento de mi vida anterior, tan insufrible, tan doloroso en los primeros tiempos, me fue luego sirviendo para mitigar aquel aniquilante dualismo que me haca imposible la existencia en mi casa, condenndome a vivir la vida de los otros en mucho mayor grado que la ma. Por primera vez senta que ya no era uno, forzadamente solidario con las cosas que me rodeaban, sino uno y distinto entre ellas. No haca nada, aunque a veces me lo reprochase la conciencia, por hurgar en los recuerdos ni por establecer una voluntaria continuidad con ellos. Mi vida creca en otra dimensin, y los problemas anteriores se iban cuajando en su verdadera responsabilidad; empezaba a sentirlos ms como espectculo que como propia naturaleza. Pareciera que, a medida que los iba ordenando en la mente, los fuese expulsando del corazn. Esta lenta configuracin y predominio de la conciencia me iba, pues, centrando en m mismo, separndome de aquella relacin, involuntaria y fatigosa, que me haba tenido como disuelto en lo ajeno; y la primera aventura de tal liberacin, aunque ello parezca contradictorio, haba estado ya como contenida en la inclusin, dentro de mi juego vital, de aquella primitiva ligazn que me haba tenido como apresurado en la dura permanencia del templo, en su perpetuidad implacable, en su estabilidad. Pero aquella ttrica coyunda con la catedral y su imperio sin respuestas tambin tendra que ser cancelada, tanto en el poder de su presencia material cuanto en la sutileza de sus smbolos, que me haban ido envolviendo, penetrando, hasta inmovilizarme. Mi vida en el internado, vista desde esta interpretacin lejana, fue algo as como un perodo de disciplina de la voluntad, de germinal soberana, y tambin de aquietamiento del contorno. El primer contacto con una forma del deber que, a pesar de su rigor, me daban la imagen, la cabal sensacin de poder aceptarlo o rehuirlo. Por debajo de aquel pueril mecanismo de los quehaceres escolares yo senta, no obstante, el trazado de una senda: un cauce por donde ir contra la porcin fatal de la vida, una inicial entereza frente a los embates obscuros del odio y del amor. Ms tarde, esto no ocurri sin muy dolorosas experiencias. Durante mis primeros meses del colegio, los asuntos de mi familia haban ido de mal en peor. Por lo pronto, me enter que mediaba una orden rigurosa de que yo no volviese a Auria hasta que terminase el proceso de mi to, ni siquiera en el perodo de vacaciones, lo que significaba el ao largo que siempre suele mediar entre las primeras actuaciones y el juicio oral. Mama haba enfermado seriamente. Por consejo terminante de los mdicos se haba ido a pasar una temporada, sin determinacin de plazo, a casa de la prima Dosinda, una soltera rica, de la rama de los Andrade, que viva en una gran casa de labor, all en las tierras de Larouco, en el paisaje austero y grandioso de la cuenca del Bibey, donde la soledad y la lejana del mundo son casi perfectas. En la correspondencia que entablamos yo la animaba a quedarse el tiempo que fuese necesario y le pintaba mi vida con los colores ms felices. En cuanto a mi padre no he conocido nunca a nadie para quien fuera ms verdad el dicho: lejos de la vista, lejos del corazn, en los primeros meses de mi confinamiento vena cada domingo y cada da de fiesta, y las despedidas eran tan tiernas que pareca no poder vivir sin m. Despus fue substituyendo su presencia con regalos y cartas, en las que yo adverta, desolado, a medida de que mi ortografa se aseguraba, que la suya dejaba bastante que desear. Y finalmente con telegramas, tan
inslitos en aquel sitio, que un da exclam un alumno: Pero, chico, a ti se te muere un pariente cada ocho das! En cuanto al proceso, ninguno de mis visitantes era muy explcito. Todos, incluso el parlanchn Carano, que me traa los regalos de mi padre, mantenan una ceuda reserva cada vez que yo preguntaba qu le poda ocurrir a Modesto. La peor era la ta Pepita, con su necia puerilidad de siempre, entregada al juego de los misterios. Cuando estaba cumplindose mi primer ao de permanencia en el colegio, un domingo de aquellos estuve particularmente inquieto, como si presintiese que algo nuevo me iba a llegar con las visitas. Me toc ayudar a misa y nada hice a derechas. A la comida no pude probar bocado esperando con gran ansiedad la aparicin del lego a la puerta del refectorio anunciando con gratsima frase, una de las pocas agradables que all se oan: A lavarse, para visitas! Y, al fin, apareci. Baj corriendo la gran escalinata y me dirig al saln de la planta baja, donde haba algunos sofs rojos, sillas de rejilla y cuadros de santos y personajes de la orden, presididos por el del Papa, sentado, echando la bendicin. En medio de la sala haba un gran brasero apagado, muy pulido, con campana calada. No bien cruc el umbral me qued parado en seco. Mis tas, por primera vez juntas en una de aquellas visitas, componan el retablo de su gesto memo, las tres con iguales mantillas, con los mismos polvos de arroz, con la misma ojera papuda. Las tres llevaban una casaca igual, color canela, con pasamanera castaa y hombro militar. Las diferencias empezaban a la altura de las corvas, pues hasta all alcanzaba el casacn. La cubiche llevaba una pollera escarolada, punz, con muchas alforzas, ton sur ton, y bota baja de tafilete color vino; la gibosa una falda de lanilla color rata, escalonada en lorzones guarnecidos de raso morado, y botitas de cartera, de cuero barnizado, tirando hacia el amarillo limn, con interminable botonadura; en cuanto a la ta Pepita, luca una saya ceida, color castao obscuro, con anchas listas de terciopelo de seda, formando juegos de ngulos agudos, y zapatos bajos de charol con tacones Luis XV. No bien me echaron la vista encima, la cubana se convulsion con toses de la falsa social y me enderez los impertinentes de cristal de ventana, pues maldita la falta que le hacan y slo los llevaba como supervivencia del lucimiento colonial; la jorobeta, luego de un parip de vuelta en s, empez a mover el abanico, aunque era invierno, con una velocidad de ala de mosca, y Pepita vino en mi busca, con largos pasos imperiales y sonrisa babiona, sealndome desde lejos con el regatn del paraguas, moviendo la cabeza al comps del tranco. Me dio un beso untado de cremas y casi en seguida ca en las babas de las otras. Y mam? Bien, gracias. Cundo vuelve? Resulta patente que es un viaje de Indias el regresar de aquellos destierros donde fue a esconder su dolor adob la cursi. Sin que yo sepa hasta hoy lo que ay se le perda. A eso, le yamaba mi finao poltica del avetr sentenci la ex-coronela. Se sentaron en un sof y yo permanec de pie, ante ellas. Con todos aquellos colorines, remeneos y gallipavos, las cotorronas atraan la atencin de mis compaeros cuyas mams y parientes, ms cautelosos en hablas e indumentos, las miraban dndose del codo, pues como no eran de Auria no estaban al tanto de aquel ceremonial que a m mismo me tena volado. El estilo de la sociedad de
Auria consista en un constante removerse, en una animacin ociosa, infatigable y cuanto ms inconsistente mejor, lo cual obligaba a tener almacenados gran cantidad de palabras y ademanes superfluos para servir a aquel hormiguillo y azogamiento de tantos gestos y vocablos intiles. La tropicalera, que aada a los dengues nativos los que trajera de las islas, destilaba incansablemente, sin ton ni son, su jarabe de pico, equivocando sistemticamente el nfasis y confundiendo los refranes, que remataba siempre con finales que no les correspondan. La chepuda chirriaba sus insignificancias con un tono que sonaba siempre a insidioso, y la Pepita lanzaba contra las crujas del saln abovedado las pompas y filos de su voz. Jaj! Qu ocurrencia! De hoy ms Lo cre a mandbula batiente. Cada uno ha de mirarse. Y Dios por todos. Ya lo desa er difuntito: er que mucho abarca mangaj verdej. Y todo ello con un tintineo de dijes y cadenas, un enfilar de impertinentes y un exhalar de cosmticos y pachuls que hacan pasar a los frailes frente a nosotros, escorados y recelosos, sin pararse, saludando con la voz salindoles de los altos de la nariz. Se consuma la hora de las visitas y el estlido aquelarre segua barbullando a ms y mejor sin dar de s nueva alguna. Vaya, vaya! Percibiste? Ni por pienso Cuando faltaban unos minutos me plant de nuevo frente a ellas y las mire en silencio, una a una, mas no se crea que con aire alterado, sino ms bien con gesto que una persona inteligente interpretara como desdeoso, casi burln. Ellas se miraron entre s con una sonrisa cmplice. Yo apret los puos hundidos en los bolsillo y me puse a silbotear, como si tal cosa. Fue aqu donde Pepita, cada en la trampa de su juego, empez a sofocarse con su propia impaciencia. Se aproxima la hora, verdad, hijo? exclam, saliendo por alguna parte. Faltan unos minutos dije muy tranquilo mirando el reloj que estaba frente por frente a ellas. Quedaron un rato as, a ver quien era el primero en soltar prenda. Yo no cejaba un punto en la impertinencia de mi mirada. La coronela, que era siempre la que menos poda contener la garla, dijo, de pronto y como hablando para s: Cro desentraao! Ni un po ah te pudraj pa pregunt por su gente Sus razones tendr terci la chepas. Tal como reza el adagio: quien pregunta lo que no debe oye lo que no quiere yo continu con mi silbo y ech otra mirada hacia el reloj. La Pepita bizque hacia las manecillas de su saboneta y contrajo los labios. Bueno dije con pausada cachaza, ya es la hora. Creo que debis iros si queris encontrar coche que os lleve a la estacin. La cursi no dio ms de s y desencadenando su registro de leona enjaulada, aunque en sordina, para que no la oyese el resto de la concurrencia, rugi hacia m:
Eres el ms ingrato de los nacidos! y pegando la vuelta, anduvo unos pasos como para irse. Como nadie, ni las hermanas, la segua, volvi sobre ellos y se sent. Yo estaba pasmado por todos aquellos movimientos tan arbitrarios, a pesar de conocerla tan bien. Sac un pauelo del manguito y se limpi no s qu del borde de un prpado. Temiendo que fuese a darle un histrico me acerqu. Creme, ta, que no entiendo nada de lo que dices ni de lo que haces le observ de buen modo. Qu actitud es esa de estarnos mirando durante todo el tiempo con ese aire de inquirir con los ojos? Por qu no preguntas humildemente lo que quieres saber? No, nada, me llam la atencin el que vinieseis las tres juntas; cre que haba ocurrido algo. Ah est el quid! resopl la jorobeta. Listo es como un rayo! Cllate t! intervino de nuevo la flatosa, cambiando el diapasn. Las causas exceden quiz al discernimiento de la criatura. Po qu no lo ha de sab? Acaso no machito? Ya va pa hombre, qu embrom! atiz la otra. M e crispan tus giros, Asuncin! Y a m me cargan tuj tapujoj Po qu no ha de sab er chico que la do vese que vinijte sola te sigui tu trovad? Asuncin, me llevas a la ira intil, sabiendo el dao que luego me hace. Las tres locas se enfrascaron en una discusin de cuchicheos. Yo estaba en el caos. El resultado de todas aquellas maniobras era el quedarme sin noticias de lo que me importaba. El lego bedel toc un esquiln poniendo fin a las visitas. Las tas quebraron el cotilleo y yo las mir con repugnancia. La jorobeta y la coronela iniciaron el desfile con mucha ceremonia, ajustndose los arreos, tirando por las mantillas hacia la frente y acomodando el ruedo de las sayas, y se encaminaron hacia la puerta exterior, que era donde nos despedamos. Ya me pesaba el haber entrado en el juego de sus disimulos y no haberlas interrogado francamente. Me qued unos pasos atrs, al lado de Pepita que tosa en seco, buscando la desmandada voz como para decirme algo. Al fin dio con el tono bajo para murmurar, torciendo la boca hacia m: No quise agobiarte con aciagas nuevas delante de sas, pero haberlas las hay. M am? De rechazo alcanzarn a la infeliz. Habla de una vez dije con la voz entrecortada, achicando los pasos. Modesto sigue en la crcel en un estado que flucta entre el estupor y la desesperacin ms negra. En todo Auria se dice abiertamente que har alguna enormidad. Y tu padre, dem de lienzo aadi, con inesperado giro familiar. Hablbamos rpidamente para aprovechar el brevsimo plazo que nos quedaba luego de haber desperdiciado casi dos horas. El juicio oral, que ser en estos das, acarrear ms ciertos sinsabores. El pueblo est soliviantado, la Curia furiosa y Su Ilustrsima impertrrito, as reviente! concluy, cayendo otra vez en el lenguaje villano. Y luego, como queriendo rehabilitarse, aadi: Oh, implacable destino! El destino es ese afn del to M odesto y de pap de querer llevarlo todo por la tremenda. Somos hijos de las circunstancias! Vienes o no? chill la gibosa desde la puerta, con la voz llena de maldad, pues adivinaba la conversacin entre mi madrina y yo, interpretndola como una infidelidad a aquella estpida conjura
del silencio. Adis, hijo mo me bes repetidas veces. Cuando le escribas a mam dile que venga a verme, aunque tenga que hacer un sacrificio. Tambin yo lo hago no escapndome de aqu. Salieron las tres cloqueando, repulgndose las prendas con aire agallinado y cabeceando a un lado y a otro, como queriendo saludar a una multitud inexistente. Cuando me volv desde la puerta estaba Julio el Callado, metido en la exageracin de sus ropas, solo, en medio del saln ya desierto, esperndome, con su mirada noble y perruna. Puedes llegarte, de un salto, hasta la mina? Creo que s. Toma, esconde esto y le alargu un paquete lleno de las excepcionales golosinas que me mandaban las Fuchinas y que no quera compartir con nadie que no fuese aquel ngel triste. Era alguna de ellas tu mam? pregunt dulcemente, mientras sepultaba el envoltorio en los abismos de su indumentaria. No, eran tas. Tres tas? Qu suerte! No creas Anda, vete. Desapareci como por ensalmo. Le vi un instante despus brincar sobre la balaustrada del claustro, con agilidad increble, metido en su fardamenta de tonto de circo, y desapareci en el huerto corriendo por la avenida de cipreses.
CAPTULO III
Los sucesos se precipitaron en pocos das, desatando su carga de fatalidad. Pude seguirlos a travs de noticias casuales y fragmentadas, aunque muy precisas, que llegaban hasta mi destierro escolar desde los ms diversos orgenes. Conversaciones de los frailes que hablaban a medias, entre s, como hablan los mayores creyendo que los chicos son idiotas; algunos, de las clases de grandes, que me preguntaron, entre incrdulos y maravillados, si realmente era mi to aquel seor de Auria que se peleaba con los obispos. Uno de estos muchachos, hijo del notario de Lemos, fue el encargado de concretarme los sucesos mediante recortes de los peridicos que su padre reciba. Al domingo siguiente de la visita de mis tas se apareci Joaquina. En todo aquel ao haba venido un par de veces la pobre, luchando con su falta de vista y con la decrepitud de su cuerpo, que apenas podan sostener los claudicantes zancos de sus piernas descarnadas. Envuelta en sus perpetuos lutos, estuvo todo el tiempo de la visita sentada a mi lado, casi sin mirarme, con mi mano entre las suyas, enfrascada en el relato de las cosas ms prximas, ms del da anterior, presentadas como si ya fueran espectros de s mismas, en relatos desfigurados, antiqusimos, leyenda casi, todos mechados de ojalases, diosdirases y otros ensalmos de su lenguaje ultratumbal, destinado a detener o a desviar, con sus distingos e imprecaciones, con sus confianzas dudosas en el hado disfrazado de divinidad, los zarpazos de aquel oculto terror aldeano, cltico, telrico, de aquella difusa moira occidental, borrosa, animista, trasfundida en la esencia y raz de los sucesos y los das, con implacable seoro sobre los vivientes y su medio, tambin cmplice, tambin implacable, sin pasividad. Los ojos cuajados de la anciana parecan andar siempre buceando en lo eterno, y toda vigencia de lo actual trocbasele en continuidad superior al tiempo. Su respuesta a estos solapados embates de lo real, que haca de su habla una perpetua oracin desconfiada, originbase en la condicin expiatoria que ella atribua a este inacabable y miserable paso por la vida, flanqueado por los males que mandaba un Dios, al que, tal vez, no fuese nada fcil amar, pero al que haba que temer y que aplacar. Por ella supe que el juicio oral tendra lugar en aquellos das y que todo estaba en las manos del Seor. Se fue un poco antes del obscurecer y me concedieron permiso excepcional para acompaarla hasta la estacin. Durante todo el trayecto fue llorando y diciendo que su corazn estaba muy triste y que no vea ms que desgracias en el futuro. Cuando regresaba me vieron unos externos en la calle del Cardenal y me entregaron, con mucho misterio, una hoja de El Vrtigo que tronaba por todas las bocas de can de su ingenua retrica. No tuve paciencia para esperar a leerlo en el colegio y me detuve frente a la luz de un escaparate. Entre las maraas de la divagacin doctrinaria se lea lo siguiente: El augusto equilibrio de la balanza justiciera amenaza sucumbir bajo el peso del obscurantismo ms inquisitorial Las tenebrosas fuerzas de los enemigos del Progreso, ocultas en sus teocrticos tobos, se agitan contra la acrisolada honradez y varonil coraje de nuestro convecino don Modesto de Torralba. (Ni mi padre ni mi to se haban puesto jams aquel ridculo de). El cieno amaga con alcanzar las gradas ecunimes, o que debieran serlo; cubrir las sillas curules de la magistratura con su estercrea marea y ahogar a sus ocupantes con las emanaciones de las solfataras ultramontanas, que no de otro modo pueden
calificarse los editoriales, es un decir, de El Eco, esa deshonra del periodismo local. El jurado popular popular?, ja, ja! ante el que se ver la causa, que tiene suspensa y apasionada a toda la poblacin y en cierto modo a toda la Nacin, rene en su conjunto a las mentes ms ocluidas por el error fantico que pudieran hallarse en nuestra tan amada cuanto desdichada ciudad. En los centros levticos, los minsculos torquemadas provincianos, mueven las fauces vidas de escndalo, ya que no pueden reclamar sangre como sera su deseo. Sangre, hemos escrito? Tal vez sea esta palabra una siniestra, aunque involuntaria, profeca. El pueblo se halla soliviantado y su ira es la de Dios; del Dios de la inmanente justicia, no del desfigurado sayn de sus perpetuos falsarios. Pues bien, a stos les decimos, respaldados por el pueblo, que cumpliremos con nuestro deber, caiga el que caiga en la demanda! Si a esto se llegara, la poblacin de esta benemrita ciudad vivira horribles horas de confusin y luto. El lunes a la Audiencia! Es una cita de honor! De toda aquella faramalla sacaba yo en consecuencia que el juicio oral tendra lugar una semana despus. Tan distrado estuve en aquellos ocho das que me aplicaron ms castigos y me pusieron ms faltas que en todo el tiempo que all permanec. Por las noches, me acometan no slo pesadillas insoportables, sino alucinaciones durante el duermevela. Todo ello coincida, adems, con la ms absoluta falta de noticias directas. El domingo anterior a la vista de la causa no vino nadie. El lunes amanec con fiebre. Los frailes empezaron a alarmarse por mi falta de apetito y de inters en las cosas de la vida escolar; pero como estaban al tanto de todo, disimulaban en lo que era posible, aunque algunos de ellos no dejaban de dispararme alguna hipcrita irona. El jueves siguiente, en la alta noche, estaba yo completamente despierto madurando un plan de fuga que le propondra a Julio el Callado, cuando se oyeron unos fuertes aldabonazos que resonaron en la parte baja del edificio y lo llenaron todo de ecos agrandados. De noche desataban la esquila de entrada para que los borrachos y los rapaces del pueblo no la hicieran sonar por chiste. Casi todos los de aquel dormitorio, que ocupbamos unos cuarenta muchachos, se despertaron, y oanse, en la obscuridad, exclamaciones y conjeturas de cama a cama. Los ms, hablaban de incendio y empezaron a levantarse precipitadamente. El recio aldabn segua golpeando casi sin tregua. El lego Valentn, encargado del dormitorio, tan asustado como nosotros, no se atreva a imponer silencio. Encendi un faroln y se cruz en la puerta, esperando. A poco de comenzados cesaron los porrazos del aldabn, pero ya no haba quien nos calmase hasta saber la causa. Unos minutos despus apareci el padre Samuel, que era el subdirector, muy nervioso y demudado. Le acompaaba, portando un veln de cuatro mechas, el lego Jos, un joven aldeano que haca de sereno. Cuchichearon con el encargado del dormitorio y se vinieron todos hacia mi cama. T eres Luis Torralba? S, padre. Ponte la ropa y acompanos. Me puse el pantaln y me envolv en una manta. Salimos a los pasillos del claustro alto y pronto llegamos al rellano de la gran escalera, donde ya estaban los frailes, casi en su totalidad, muchos de ellos en ropas menores, cubiertos, como yo, con las mantas de la cama, alumbrndose con palmatorias. Cuando nos acercbamos, abrieron el corro y cesaron el rumor que los tenan muy de cabezas juntas en tomo al padre provincial que se hallaba de inspeccin en aquellos das. Las luces movedizas echaban las sombras, agitadas y concilieras, contra las cales de techos y muros, metindose unas en otras como cuerpos de diferente densidad que no perdiesen su contorno con la
mezcla. Abajo, en el patio de la recepcin, iban y venan otras sombras y otras luces, que al iluminar las caras de los clrigos les daban el extrao aspecto de cabezas flotantes. A llegar me consideraron un instante; luego dijo el padre director: M i opinin es que debemos acceder. Y quin le conoce? inquiri el provincial. Yo. No hay duda alguna que es l. Conozco bien a los dos hermanos, de cuando estuve en la Casa de Auria. Son unos brbaros capaces de cualquier cosa. Hay que abrirle sin ms. El padre Rafael, con el susto pintado en su cara chata y andaluza, agreg: Cuando lo columbr por la mirilla, al levantar el farol, me pareci ver, en el arzn, la boca de un trabuco. Djese de pamplinas medi el padre Gonzlez, que era el profesor de Fsica, nacido en la provincia de Lugo. En nuestra tierra la gente de honra no usa esos aparatos que usan en la suya los bandidos. Dispnseme, padre, pero s bien lo que digo. Y qu? Tambin aqu aparecern, si el caso llega cort el padre director. Usted decidir, ya que, por suerte, le tenemos aqu el aludido, que era el padre provincial, se qued breves instantes muy preocupado y mirando a unos y a otros. De pronto se oyeron nuevos y ms fuertes porrazos que invadieron el monasterio como su galopada de ecos. Abran orden el provincial. Bajen algunos con usted, padre Rafael. Cuando bamos a iniciar el descenso, dispuso rpidamente: Ustedes aqu, por si acaso. Apaguen las velas; Jos y Valentn que traigan escopetas y que se aposten ah, pero sin descorrerles el seguro. Cuidado con hacer tonteras! Vamos! Venga usted tambin dijo al director. En medio de la gran escalinata nos encontramos con otros frailes que suban. Se le abre? S. No pasar nada, pero qudense por ah, arrimados a la baranda. Apaguen las luces. Ya en el portal de entrada, el padre director se adelant solo y habl por la mirilla hacia afuera. Tras unas breves palabras rechin la llave y se abri enteriza la gran hoja de la portalada. Las luces de los frailes se proyectaron hacia afuera y all estaba mi padre, montado en un caballo de gran alzada, envuelto en un largo y antiguo carrick gris de dos esclavinas. Pareca un cuadro. Llevaba altas botas de montar y la cabeza tocada con un pasamontaas con visera de gnero y anchos barboquejos sueltos a lo largo de los carrillos. Ms atrs estaba el Carano, tiritando bajo una manta con franjas de colores vivos, con otro caballo de la rienda. El grupo se recortaba contra un cielo cristalino, hirviente de limpios luceros invernales y en el suelo escarchado como una alfombra de cuarzo. Ya era tiempo! Muy buenas noches, seores. Dnde est mi hijo? exclam echando pie a tierra. Me arranqu de las manos del lego para caer en sus brazos, en el momento preciso en que iba a estrellarme contra las losas, pues no haba visto el escaln que mora en la acera. Nos abrazamos estrechamente y me bes en los labios. La parte alta del carrick estaba cubierta de escarcha, sus labios ardan. Padre Gonzlez dijo adelantndose hacia el grupo, saba que estaba usted aqu y que dara la cara por su viejo amigo.
As fue, Torralba, y muy honrado con ello. Supongo que se comportar usted, como caballero que es, a la altura de nuestra confianza respondi el aludido. Quiero pedirles ahora que me dejen un rato a solas con mi hijo. Me voy por mucho tiempo, ni yo mismo s por cunto. Por qu no esper usted a que fuese de da? pregunt el padre provincial, un tanto molesto por la prescindencia que de l se haca. Yo soy el provincial Lo ignoraba, padre. Pero cuando se pide una cosa por gracia, no hay que andar con preguntas; se concede o no. Si yo ejerciese un derecho no me humillara como lo hago. El provincial, que no las tena todas consigo, sin duda impresionado por la entereza de aquella voz, hizo una sea para que todos se alejasen y aadi, con entonacin ms suave: Supongo que nada le ocurrir al nio. No olvide usted que est bajo nuestra custodia. Sera un gran trastorno que usted intentase llevrselo. Comprometo mi palabra de honor. No se hable ms. Pasen ustedes a la sala. Tienen media hora. T, Ciprin dijo el director a otro lego, enciende all luces y trae a los seores algo de comer y de beber. Gracias, llevamos. No pasa su acompaante? Es un criado. Quedar al cuidado de las bestias. T, Carano, mtete al reparo y echa mano de una botella de ron que va ah! Vuelvo en seguida. Queden con Dios. Hasta luego, padres, y muy agradecido. Furonse los frailes, deslizndose sobre sus pantuflas, dejando un veln en el banco de entrada de la sala de visitas. Lo nico que del grupo se oy durante unos instantes fueron los zuecos claveteados del lego Ciprin mordiendo las losas, cada vez ms lejanos. El lego Valentn encendi dos palmatorias, las puso en la repisa del gran retrato de san Francisco de Sales y se qued all a cierta distancia. M i padre y yo nos sentamos en un sof. Ests grande, hijo mo, da gusto verte! empez diciendo, mientras se quitaba el pasamontaas, enjugndose un repentino sudor que apareci en su frente palidsima. Pero qu ocurri para que vengas as? Ya no tiene remedio, hijo; a lo hecho, pecho. Fue una burrada, como siempre, pero quedse un rato con la vista fija y aadi: Uno no hace ms que burradas. Creme que al ver cmo te vas haciendo hombre me da vergenza por ti, slo por ti. Antes las haca y no me importaba nada de nadie. Pero ahora Al cabo de media docena de aos ms habr ah un hombre hecho y derecho. Pero, pap, para que vienes as, de noche y como escapado? Es que sa es la verdad, escapado. Pero lo principal es que, dentro de lo factible aadi como volviendo a un pensamiento fijo, que le hizo bajar la voz, sos tuvieron lo suyo, sobre todo Eucodeia, por charrn y farsante. Y que no fue tanto como debi haber sido! Pero te tengo a ti, y eso acobarda. Pero qu pas? exig cada vez ms excitado. Supongo que no habrs hecho una muerte! Continu el soliloquio, desentendido de mi pregunta, mientras liaba un cigarrillo con las manos temblorosas.
Se cebaron con Modesto, sa es la verdad. Eucodeia, que pareca un hombre, intrig luego cuanto pudo para que el proceso resultase de consecuencias an ms mortificantes de lo que se esperaba. El obispo result un hipcrita de marca mayor; nos hizo carantoas de imparcialidad hasta el ltimo instante, y cuando faltaban dos das para la vista, se fue a su pueblo o a un rayo que lo parta En cuanto al tribunal, el presidente, que ya lo tena yo bien apretado, se enferm de mentira, y el marrano de Cardoso se enferm de verdad, as muera!, con el miedo. Pusieron all a unos testaferros que recusaron a nuestros jurados y metieron incondicionales. En fin, una carnicera, una verdadera carnicera! Contbamos con el pueblo, pero en cuanto los civiles salieron a la calle no se vio alma viviente en ella. Todos igual, un asco! ste es el resultado de un ao y medio de trabajos y gestiones en los que me quem la sangre viendo a uno de los mos en prisin. Hasta a ti te olvid, hijo mo! Acumularon todas las agravantes y dieron una sentencia inicua. Total, ocho aos de presidio! Qu el to va a estar ocho aos preso? exclam aterrado. Cuando le leyeron la sentencia se puso como loco y de un brinco salt hasta la mesa del tribunal, pero se le ech encima la pareja de los civiles y lo tumbaron all, en los estrados, con la boca rota a culatazos. Si llegan a tenerlo sin esposas! Yo no estaba afortunadamente. Los amigos lo impidieron y me prest a ello. Qu poda uno hacer contra aquellos criados revestidos de jueces? Pobre M odesto! Ocho aos al penal de Ceuta! Este nombre sonaba trgicamente, sentimental y populachero, con su alusin a bandidos y caballistas, a asesinos de crimen pasional y a gitanos de la truhanera penibtica, y no pareca tener nada que ver, ni aun en la linde de las mayores inconsecuencias, con las personas decentes de los burgos, que delinquan por sentimientos que no eran los primarios del hambre y del sexo, sino los muy respetables de la honra y la hombra. Mi padre permaneca fumando en silencio, acodado en las rodillas. Yo adivinaba que algo mantena en reserva, principalmente por las alusiones ya aventuradas, como al descuido, en su continuado monlogo, que no entraba en su manera de hablar habitual, y luego por su aspecto evidentemente fugitivo. Saba yo, adems, que aquellos hermanos de caracteres superficialmente distintos, estaban identificados por una raz comn en el modo de reaccionar y unidos por una ternura sin expresin pero bien trabada en la masa de la sangre. Y t qu hiciste? Te quedaste as? pregunt con una especie de tono acusador, para que hablase de una vez. Primeramente, cuando ya result claro que el negocio estaba guisado y que mi hermano se iba a perder, fui de unos a otros pidindoles que recapacitasen, que la cosa no era como para destrozar a un hombre de bien, que haba armado todo aquello, no por intereses personales, sino para defender a un cro de cuya filiacin paterna ni estaba seguro Cmo si nada! Pero no les arriendo la ganancia para cuando se vea libre! No es de los que olvidan Por ms que no creo que salga de all. A ese hombre le arden las entraas o le revienta el cerebro cuando se vea reducido a prisin por tanto tiempo. Pero todava no estoy muerto yo! estas palabras las dijo ponindose en pie y con un tal vozarrn que el lego Valentn dio un respingo. Yo me haba ido quedando exange a medida que asimilaba las terribles noticias. Y t qu hiciste, pap? insist con voz dura, deseando ya la brutalidad del relato que mi padre estaba esquivando, no saba por qu.
Nada, Luis, o casi nada por desgracia. Uno se gobierna en los momentos que no debiera, en los momentos en que uno tendra que dejarse ir como un huracn. Y en vez de hacer las cosas en forma, hace burradas. Si uno se dejara ir! Pero no; uno se pone a hacer con la cabeza las cosas que debiera hacer con el corazn. Total, una burrada; ms ruido que nueces Me compromet sin resultados definitivos. Ahora se estarn burlando Pap, se nos acaba el tiempo y no me has dicho nada. El juicio dur tres das Por las dos sesiones anteriores, por la declaracin de los testigos de cargo y por la innocuidad de las deposiciones de los de descargo, se vio que la cosa estaba perdida. Los correligionarios se portaron como indecentes gallinas. El informe del defensor, que fue un alegato magnfico de Porras, apenas se oy por los rumores y silbidos del beatero. Luego la sentencia, despus de las conclusiones del presidente de la Audiencia al jurado, que fueron de una perfidia y de una ilegalidad sin precedentes El resto ya lo sabes. Me trajeron la noticia al Casino y me qued como te podrs suponer. La palabra de mi padre se iba acelerando, evitando matices y pormenores, como pasando de largo frente al hecho principal en lo que a l competa. Sin decir una palabra a nadie, me fui a casa de Modesto y luego a la fonda, a coger algn dinero y a disponer cosas Despus me dirig a la catedral. Tuve que esperar dos horas mortales, por all escondido. Cuando ya estaban todos rebuznando, sal de mi escondite y salt el barandal del coro con unas intenciones de hiena, te lo confieso. A pesar de la poca luz me reconocieron y hubo una espantada general de cannigos. Y eso que yo iba sin armas. Qu animalada, qu estpida imprevisin! El primero que me hizo frente fue el pobre Portocarrero, al que no tuve ms remedio que tumbar de un golpe en el estmago. Pobre don Jos, all qued sin menearse! Eucodeia, que era la pieza que yo iba a cobrar, salt como un corzo del escao, y quiso huir, mientras yo despachaba a Portocarrero; pues la verdad es que me tuvo trabado unos instantes, con su fuerza de gan. Pero lo hizo tan mal Eucodeia que se fue de bruces. Se ve que su destino es se. Cuando se levant yo estaba ya a su lado. M e ech a l y le di cuantas pude, que no fue cuantas quise. Pero a mano limpia, que sa fue la tontera. En el momento hubiese dado lo que no tengo por un arma. Qu se poda hacer a mano limpia contra semejante hastial? Rodamos por all, con mucha ventaja de mi parte, zurrndonos de lo lindo. Los otros me tiraban encima cuanto tenan a mano. Pero as y todo lo hubiese dejado por muerto si, en uno de los vuelcos que dbamos, no se me hubiera venido encima el facistol que me abri una brecha en los altos del crneo, aflojndome los brazos y borrndome el sentido. As y todo, cuando lograron quitarme de encima de la bestia, me hice cargo de que, desde haca ya un buen rato, le estaba golpeando el testuz contra las losas, como quien maja en fro. Y deba estar ya ido, porque no haca resistencia alguna. Y all qued, librndose de su puerca sangre otra vez. Eso es! salt, como disparndome. Mi padre me mir con cierta sorpresa, como si no hubiese esperado aquella aprobacin, y sigui, con acento casi divertido: Lo notable es que todo fue con msica, pues el organista, yo no s si por miedo o por acallar la zalagarda, ech a volar todos los fuelles del instrumento, que aquello era un trueno. Yo me call, imaginando la escena, saborendola y aadindole pormenores. Vea a mi padre saltar la verja con la agilidad con que brincaba sobre los vallados campesinos, y penetrar a la carrera en el recinto litrgico donde los dignidades alternaban sus antfonas entre las ricas tallas, en la suave penumbra; palade con deleite el susto de todos ante aquella irrupcin, figurndome la soberbia
canonical repentinamente aplebeyada por el revoleo de los puetazos y el estruendo de los bofetones. Porque ms que la tunda a Eucodeia, lo que estimulaba mi ntima alegra era la humillacin inferida al templo mismo. Cada vez que su terrible autoridad sufra un desmedro de poder, en cada ocasin en que dejaba al descubierto un lado vulnerable, yo me senta con algo de m mismo recuperado, como si naciese un poco ms. Era la certeza de que su dura mano helada no poda detener el valiente pulso de la vida. Deseaba ahora poder quedarme a solas, para volver, una y mil veces, con la imaginacin sobre el caso y extraerle todos sus gratos zumos. Te hiciste mucho dao, pap? No s, creo que no. Sin embargo, aunque en poca cantidad, vine perdiendo sangre todo el tiempo. M enos mal que cay la helada. Y cmo has podido salir? Como era de suponer, me echaron encima todo el cuartelillo de la guardia civil y avisaron a las empresas de coches. El Carano consigui buenos caballos en un alquilador. Nos echamos al monte, atajando por caminos de sierra y sendas de cabras hasta llegar a Sober, casi sin dejar el galope. All cenamos en un mesn y me restaaron con un emplasto hecho de azcar moreno y telaraas de cuadra, que me libr del molestsimo hilo de sangre que vena manando sin tregua. A ver qu encuentras t ah! M e empieza a tirar Alc un veln y vi, entre su hermoso pelo dorado, una profunda desgarradura del cuero que le bajaba desde la coronilla hasta detrs de una oreja, con los bordes apenas cubiertos por el cogulo, apelmazado y rezumante, que formaba la sangre, el azcar derretido en ella y el plastrn de las telaraas. Al cogerle la nuca para bajarle la cabeza, not que estaba ardiendo de fiebre. S, debes curarte lo ms pronto posible. Quieres que diga algo aqu? Hay un padre muy buen enfermero. No, no Sera alborotar las cosas. De stos no hay que fiarse. Lo mejor ser que tome el portante en seguida. Son capaces de denunciarme. Y qu piensas hacer? Dejarte ya, hijo mo dijo, levantndose de nuevo y encasquetndose penosamente el pasamontaas. En aquel momento sent hacia l, renovada, toda mi antigua ternura y tuve ganas de abrazarle y de llorar. Antes de que raye el alba tengo que estar en Quiroga, donde el prroco de San Martn es un viejo amigo y camarada de cazatas y viajes; con l estuve en Roma. Es un buen sujeto. Me dar caballos sin preguntarme nada. Tal vez descanse algo all. Y ya ver cmo alcanzo la marca portuguesa, sin salir de las serranas Por tierras de Sanabria, por el Invernadero, no s, no s Hijo mo, tengo que irme! Se levant y se acomod el carrick , cuyo amplsimo ruedo le llegaba hasta los pies. Nos estrechamos en silencio y nos besamos en los labios. Los de mi padre ardan. Salimos hasta el portal precedidos de Valentn, que nos alumbraba con el veln en alto. Mi padre le alcanz dos pesos de plata. Nos est prohibido, dijo el lego. chalos en el cepo del santo de tu devocin. Y dile a los frailucos que disimulen, que ando apurado. Al abrir el gran portn aparecieron los caballos que estaban con el morro metido en el fardel del pienso. Apoyado en uno de ellos estaba Carano, el maletero, que me sonri, ms que con la boca, con su nico ojo, osado y maligno, mientras libraba a las cabalgaduras del taleguillo. De la nariz de las bestias brotaron chorros de vapor en los que se haca como polvorienta la luz del veln. Brillaban con
saa los luceros y caa de lo alto el blanco drama de la helada a destiempo, con su cndida furia destructora. Unos instantes despus los dos jinetes se perdan, sin borrarse bajo la sombra de los grandes negrillos decorados por el centelleo estelar. Yo me sent perdidamente triste, como abandonado. Por las mejillas empezaron a caerme lgrimas tan calientes como jams supuse que hubiese nada tan caliente dentro del cuerpo. Valentn me cogi de una mano y cerro la puerta.
CAPTULO IV
En medio del bloque de tedio y desazn en que viv los cuatro aos que siguieron, quietos, transparentes, iguales, como enormes masas de cristal, asoman aqu y all, como movindose con vida propia en la aplastante rutina de la vida escolar, unos cuantos sucesos y figuras luchando por sobrevivir en el recuerdo. El padre Galiano, por ejemplo, muy joven, plido como la cera, con sus ojos negrsimos, cuyo hermoso mirar alternaba entre la violencia y el miedo, que permaneca largos ratos improvisando en el armonio del oratorio chico u observando, muy detenidamente, una flor o un insecto. Los otros frailes no le queran bien, a pesar de que era el mejor de ellos. Sus clases de historia natural parecan hermosos relatos poticos, y sus ejecuciones en el armonio nos hacan rezar con verdadera uncin. Pero los frailes no le queran. Le hablaban con una frialdad distante y no se permitan con l las chanzas, mamolas y arrimones que los ms jvenes cambiaban entre s, con aquel casto exceso de fuerzas que andaba siempre rezumndole por los rosados cachetes y cosquillendole en los msculos. El padre Galiano era el nico que nos acariciaba las mejillas. A veces tena desvanecimientos que nos asustaban mucho. Casi siempre le daban al estar tocando el rgano, en la iglesia. Se dejaba caer suavemente, con la frente apoyada en el tablero de los registros. Cuando estbamos all los cantores, ensayando con l misas, motetes y villancicos, lo auxilibamos en seguida sin dar cuenta a nadie, pues sus desmayos solan ser muy pasajeros, volviendo pronto en s y mirndonos sonriente y dulce, como pidindonos perdn por haberse dormido. Mas alguna vez le sobrevenan en medio de la funcin religiosa; y desde el coro de la capilla o desde abajo, cuando tocaba solo, advertamos el accidente por un acorde, prolongado ms de la cuenta, que se iba extinguiendo hasta cesar, terminando en un par de notas desafinadas o en una sola, como una queja ridicula o como un balido. Cuando tal suceda, un relmpago de ceos pasaba por la comunidad y el organista substituto, un hombrn montas, gran jugador de pelota, saltaba, como un mono, sobre teclado y empezaba a alborotar con una de aquellas melopeas amazurcadas, escritas para las comunidades industriales por otros clrigos igualmente horros de gusto y de fe. Luego veamos cmo se llevaban al padre Galiano dos legos, algunas veces apoyado en ellos, por su pie, y otras en vilo, con los ojos cerrados y los brazos bamboleantes, como un herido mortal. Mas esto le suceda muy pocas veces y estaba sobradamente compensado por las infinitas que nos haca gozar, soar y creer con sus serenas melodas. Tambin recuerdo al padre Manuel Lucena, un cordobs pardo, cenceo, con la cara como tallada en madera, y la sotana siempre llovida de caspa, como si el pelo gris se le pulverizase, siempre tomando rap que extraa de una cajita de concha y que meta a grandes pulgaradas por las anchas ventanas de su nariz remangada y llena de pelos. Don Manuel era profesor de Religin y sumamente irritable, lo que haca sus clases entretenidsimas, pues le enloquecamos con tan monstruosas preguntas sobre misterios y dogmas que le tornaban verde la triguea piel del rostro. En tales ocasiones perda la escasa tolerancia que tena para contestar a nuestras preguntas con las inocentes respuestas del Astete o metindose en las intrincadas razones de una escolstica de Seminario que nos haca rer con sus extraas palabras difciles transverberacin, transubstanciacin, inmanencia o se pona a gritar, como un posedo, mechando el lenguaje sublime con substituciones fonticas
de las palabrotas vulgares, tales como carape, riones, canastos y quoniam, que era la que ms nos regocijaba. Cuando la carcajada se haca general se le aplacaba sbitamente la furia y deca con voz y calma naturales: En qu bamos? En el libre albedro. Dejemos ese rebumbio, que no est hoy el horno para bollos, y retomemos la Resurreccin de la Carne El padre director era un tal don Salvador de Santulln, leons, nacido en alta casa. Tena varias papadas, aunque no era muy grueso, y un extrao mirar entre tierno y dominante. Cuando hablaba en el plpito lo haca maravillosamente era el nico, con una rica voz abaritonada, llena de plenitud viril y unos gestos de natural majestad y sobrio patetismo. A su lado, toda aquella clereca daba la sensacin de un mstico proletariado, sin gracia ni humildad; y si all no existan, al menos visibles, los conflictos y las hipcritas pugnas y resentimientos que hay en casi todas estas congregaciones, era debido a la neta diferencia que mediaba entre los padres y el director, cuyo trato con ellos era tan altivo y severo como si, en el fondo, los despreciase. En los oficios de artesana haba algunos padres, catalanes y vascos en su mayora, que eran los ms simpticos y campechanos. Resultaba muy curioso, a la par que agradable, verlos con el solideo puesto y unas sotanas radas bajo el mandil obrero, moteadas de polvo o de aserrn, manejando trenchas, garlopas, marretas y gubiones o cazos de cola y bastidores de la encuademacin. Los de la imprenta, llevaban delantal enterizo, de tela de mahn, y los de la forja un mandil de cuero. Procedan todos, o casi todos, de las clases populares, y eran muy camaradas y tratables. Cuando iban de jira campestre con sus aprendices, se tocaban con boinas y barretinas, enseando a los hijos de la regin hermosos bailes y canciones en los que semejaban revivir el pico pasado y la armona colectiva de los admirables pueblos de donde procedan. La vida en el colegio, como ya se ha dicho, se desenvolva dentro de unas prcticas de aburrimiento, violencia y ordinariez que tenan mucho de castrense, pues ya es sabido cuanto se parecen entre s cuarteles y conventos: la misma disciplina indiscriminada, idntica rutina mortal y el proceso de jerarquizacin casi siempre ajeno a los mritos personales. Tendr toda mi vida en los odos, los montonos botes de las pelotas contra las paredes, improvisadas en frontones, los golpes de las gruesas billardas, el croqueo de los juegos de trompos, las exclamaciones del a beber, saltando unos sobre el lomo de los otros, con sus disparates rtmicos: A la una anda la mula, a las dos anda el rel, a las tres parir, ................................... a las once pican al conde, las doce le responde las carreras, sofocones y risotadas del marro, y, sobre todo ello, el chiflo de los padres que daba termino a los recreos o que pona orden en algn incidente, deteniendo la algazara, hasta que una nueva ola de forajidos vena a substituir a los que regresaban a las aulas, con las caras congestionadas, discutiendo todava sobre las alternativas de los juegos. Nuestra naturaleza, desatada y endurecida en
aquel ambiente, se enterneca cada vez menos en las salas, a donde acudamos lavados, peinados y sin el horroroso delantal gris, que nos daba aspecto de hospicianos, a recibir las visitas, en los primeros das tan anheladas, y las palabras y caricias de familiares y deudos. Despus de aquel proceso de embrutecimiento, lo nico que de las visitas nos importaba eran los regalos; y as, cuando tendamos la mejilla para los besos iniciales, ya echbamos una mirada a los paquetes, calculando lo que nos traeran. Cuando el obsequio consista en libros o ropas, nos ponamos de mal humor. All, en una de aquellas salas llenas de rumores, de perfumes y de risas sofocadas, fue donde repar, por vez primera, en el que luego haba de ser mi tierno amigo de aquellos aos. Julio el Callado acuda puntualmente y todas las veces, a la hora de visitas. Tomaba asiento en una banqueta, bajo un ventanal situado a mediana altura, que meta tanta luz en su caleado infundbulo que, por contraste, apenas se vea a quien all se sentaba; y all se quedaba, solo y sonriente, hasta el final. Cuando pasaron cuatro domingos, desde que por primera vez repar en l quiz por sus ropas, risibles de tan cumplidas me di cuenta de que nadie le visitaba. Era un nio silencioso, de sonrisa indescifrable y grandes ojos verdes, muy calmos, pero con un punto de fina irona en ciertos momentos del mirar. Luego repar que apareca y desapareca de las clases con intermitencias que a veces duraban varios das; los padres casi nunca le preguntaban las lecciones, y le trataban con desafecto, aunque sin rudeza. Yo aprend a llamarle, como todos hacan, el Callado, que lo era en grado sumo; y, adems, porque nadie saba su apellido. Tambin le llambamos, aunque con menos frecuencia, Compostela, pues provena, segn tradicin del colegio, de la ilustre ciudad; pero l sonrea y permaneca en el silencio cada vez que le pedamos aclaracin sobre ello, que eran muy pocas, pues una de las formas de la felicidad en la infancia consiste en la despreocupacin del ser social de las gentes. Llevaba siempre unas ropas holgadsimas, compradas, sin duda, con el propsito previsor de repentinos desarrollos o duraciones inacabables, pero enteramente sin amor al que haba de usarlas. Cuando las prendas estaban a punto de caerse a pedazos, que era cuando ya iban coincidiendo con su estatura, y no podan soportar ms los parches y corcusidos con que el piadoso lego Ciprin se las remediaba, sola recibir nuevos lotes que anticipaban en un par de aos su volumen, con lo que vena a quedar otra vez vestido de mamarracho, subrayada, an ms, la desproporcin, por lo nuevo de las prendas. Sus pantalones inmensos, con las culeras cadas, como de elefante o de payaso, y aquellas blusas, sobrndole por todas partes, como derritindose sus dursimas telas, acentuaban lastimosamente la finura, en verdad aristocrtica, de su porte y la innata gravedad y elegancia de sus modales, que jams descompona. Julio el Callado soportaba las chuflas de aquellos barbarotes sin contestar jams. A veces hasta miraba tras de s como si all tuviese que estar el destinatario de las impertinencias, y de esta forma, el mpetu cerril de los agresores sola retroceder ante aquella postracin y aquel dolor tierno, como de cervatillo herido. Era mayor que yo en aos, pero se ofreca siempre en un tan dulce sometimiento hacia los dems, que me haca sentirle ms chico y excitaba mi afn protector, al par que mi cario. Un da, cuando ya mis visitas se haban ido, le llam aparte, le di de mis golosinas, sin hablar palabra, y vi en sus ojos una bondad y una belleza tan extraas que sent vergenza de no haberle dado todo. Este trato mudo de la repartija dur varias semanas. Salamos de la sala de recepcin y en el primer tramo del claustro, que era obscuro, le entregaba las cosas que ya iba apartando para l a medida que me las daban. Encontraba yo un extrao placer en separar las mejores. Julio apenas deca gracias con los labios, todo lo dems lo deca con los ojos o con la sonrisa. Un episodio bastante triste fue el
que acentu definitivamente nuestra amistad. A mediados del primer invierno que pas all, me qued unos das en la cama, con anginas. Era un tiempo escarchado, de sabaones en nudillos y orejas y de nariz goteante en las ctedras de los padres ms viejos. Cuando baj la fiebre, se me ocurri un da, a media tarde, dar una vuelta por el huerto, pues acababa de salir el sol a travs de las nubes algodonosas que anunciaban nieve. En el claustro bajo, al pasar frente al despacho del padre director, vi a Julio, arrodillado dentro de una especie de medio cajn, que le serva de lavadero porttil, fregando las tablas del piso con jabn, un pequeo haz de carqueja y un pao de moletn, empapado. Slo de verle meter las manos en el agua, sent fro en todo el cuerpo. Segu de largo, repentinamente acometido por un sentimiento de vergenza, mas, despus de unos pasos, no pude continuar y me volv, entrando en el despacho. No hay nadie? No. El director se fue esta maana, por dos das. Por eso me mandan fregar el piso a estas horas estaba amoratado y tena las manos rojas, casi negras; en el nudillo de un meique asomaba su borde blancuzco un saban ulcerado, tras una tira de lienzo atada con un hilo de coser. Qu tienes ah? Nada, un saban que revent. Dentro de un mes tendr as todas las manos. Y a veces los pies. No los puedes evitar? S, antes de que revienten hay que untarlos con orinas, pero a m me da asco continuaba arrodillado en el cajn, sonrindome, como si hablsemos de cosas agradables. Su pantaln inmenso, remangado, dejaba ver su piel blanqusima, jaspeada de moretones que le salan al menor golpe y de crculos acarminados del fro. Quin te castig a hacer eso? No es castigo. Cuando se enferma alguno de los legos, tengo yo que hacer estas cosas. Lo peor es limpiar los excusados de los oficios. A veces vomito dijo todo esto sin darle importancia, como disculpndose y sin levantarse del cajn. Pareca que estaba hablndome de rodillas. Por qu no te quejas? Dej de sonrer y me mir con estupor; una de las pocas veces que le vi mirar as, pues pareca estar siempre de vuelta de las cosas. A quin? No s, al director, a tu familia no bien dije esto me puse colorado sin saber por qu. Julio se me qued mirando un rato con una extraa impertinencia, y luego se puso a araar vigorosamente las tablas con el hacillo de carqueja. Comprend que haba dicho una indiscrecin, pero, como no dndome cuenta, insist en el tono subversivo. Tienes que protestar! Y cmo? Pues mira, as le di un puntapi al balde, que volc por el suelo sus lavazas y el repugnante cuajo veteado del jabn marsells. Julio me mir maravillado, apoyando las manos en los bordes del cajn. Lo levant casi en vilo y le sequ las manos con mi pauelo limpio. Luego, inconteniblemente, lo bes en la mejilla y me sent tan emocionado que casi se me saltan las lgrimas. Vamos para fuera me sigui, como arrastrado por una irrebatible fuerza, dejando en medio
del despacho todo aquel estropicio. Y despus? Deja el despus. Nos acomodamos al sol en un ngulo de los muros de la iglesia amparado del norte, de donde sala un troncn de hiedra que cubra la mitad del bside. Yo llevaba, por costumbre, en los bolsillos una buena provisin de pionates, turrones y almendras de pico. La imposibilidad de poder comer ninguno de ellos me haba hecho elegir los menos adecuados para mi garganta enferma, como para gozarme en su vista. Julio el Callado devoraba los dulces con tanta fruicin que, por veces, se le desmandaba la seoril armona del rostro al deslersele los dulces entre lengua y paladar. Satisfecha su gula, que dejaba tan al descubierto el intacto nio que bajo su gravedad haba, aludi a las represalias que le esperaban por su acto de indisciplina, agravado por la escapatoria. Hablaba como alguien que ya se ha conformado con no querer ni temer nada con demasiada certeza. Se oy a lo lejos la voz del lego Ciprin, llamndole. Al no responderle debi suponer que andara por los fondos del huerto y se puso a tocar una esquila. M e voy M e llaman dijo levantndose. Yo lo hice sentar de nuevo. Deja que te llamen. Total, el lo ya est hecho y te castigarn lo mismo. As que aprovchate del sol. M e castigarn ms. Sabes cmo le dicen aqu a no ir cuando le llaman a uno? No s, desobediencia No, contumacia. M e dio asco or una nueva de aquellas relamidas palabras de los frailucos. Y qu pasa con la contumacia? Que el castigo es doble. A veces hasta pegan. Ces el esquiln. Se oyeron a lo lejos las voces del primer recreo de la tarde. M ejor es que me vaya. Se me acaba de ocurrir una disculpa muy buena. Cul? Que me fui a hacer una necesidad y que alguien tir el balde mientras yo no estaba. Vaya una necesidad! Llevamos aqu ms de una hora. Y vas a seguir fregando el piso? No hay ms remedio. Quedamos otro rato silenciosos. Julio estaba impaciente y miraba al edificio. Tenemos que vernos ms veces, pero solos, sabes? Puedes, a alguna hora? Si, algunas veces puedo. Te dejar un papel aqu, en esta grieta, dicindote, cada vez, la hora y el sitio. Sabes entrar t solo en la mina? Si, pero all puede ir cualquiera de los que saben. A las horas que yo te diga ser muy difcil. T mismo tendrs que buscar un pretexto. Bueno. Al otro da comenz a funcionar la estafeta. Supe que le haban castigado a quedarse sin desayuno toda la semana. Trat de cubrir la falta de aquella sucia borraja que nos daban, hecha con cascarilla de cacao, unas gotas de leche y mendrugos de pan, dejndole en el hueco de la pared un refuerzo diario de chocolate. Por aquel entonces empec a sentir que no era lstima lo que me acercaba a Julio el Callado, sino un nuevo y ya vehemente cario. Julio era la primera persona, fuera de las de mi familia, a la que amaba. Con este descubrimiento, sent algo que se asemejaba a una prolongacin
inesperada del mundo. Entre la clase de matemticas, que era la final de la maana, y la refeccin de las doce y media, iba yo, en una escapada, hasta la grieta convenida, en los sillares del bside, tras el troncn de la hiedra, a recoger el mensaje diario de mi amigo. Nos veamos en algunas clases, de lejos, sin hablarnos, como si entre nosotros se hubiese establecido una complicidad que hacia an ms intenso nuestro afecto. Coincidamos en pocas y, sin nuestro cambio de mensajes, yo me hubiera desesperado. Ms o menos, cuando haba transcurrido una semana, el suyo deca as: Te aguardo en la mina a las dos y cuarto. No tendris clase de Religin, pues el padre Lucena est ronco y habr estudio, en cambio, las dos horas siguientes; pero puedes faltar, pues est a cargo del padre Nocedal que no ve nada. Dile a alguno de confianza que conteste a la lista por ti. Tu amigo que te quiere, Julio. Siempre lea varias veces sus papeles por el deleite que las palabras de despedida me causaban. En efecto, todo se ajust a sus previsiones. Para hacer las cosas ms cabalmente fui yo mismo a contestar a la lista. Luego me deslic por el corredor de las letrinas y gan el huerto, saltando por una ventana baja. La cueva del agua se perciba desde lejos a causa del vapor que sala por las grietas de la fuente. El piln estaba helado y en el pico del surtidor se inmovilizaba un curvo y transparente carmbano, que arranqu y met en la boca. La mina estaba llena de un vapor tibio y el agua haba aumentado de caudal, represada por el hielo exterior, pero las franjas de tierra a ambos lados eran altas y anchas como de una vara, de modo que se poda transitar hasta la pequea ensanchadura que haba unos pasos ms all, en cuyo reborde solamos sentarnos. Los grandes se aventuraban ms adentro, alumbrndose con cabos de vela, lo cual les confera el derecho de contar luego las ms absurdas fantasas, afirmando algunos que, siguiendo el curso del canalillo, se llegaba hasta las mazmorras del palacio de Lemos situado a media legua de all, en la cima de un castro. Por los veriles del hilo de agua, hasta donde alcanzaba la claridad que entraba por los tragaluces de la fuente se vean, arrastrndose con andar contoneado y antiguo aspecto de camafeos, las bruidas salamandras. Julio an no haba llegado y a mi no me gustaba estar solo, pues siempre me pareca que algo tremendo iba a aparecerse en aquella negrura. Me asom a un tragaluz para espiar. Los rboles mondos y acristalados dejaban caer lagrimones de luz a medida que el sol iba redondeando en gotas sus escarchas. El csped enderezaba sus briznas al paso del sol, amaneciendo minuciosamente, luego de su entumecida prisin nocturna. Oase el ro a lo lejos, acrecido por los primeros deshielos, rezongando contra los ribazos y muros o al chocar contra las viejas caotas de los chopos. Apareci Julio con mirada fugitiva y las mejillas acaloradas de sofocacin. Le ayud desde dentro a mover la losa, y se col con la pasmosa agilidad de siempre, a pesar de los colgajos de su indumento. Nos encaminamos hasta la primera rotonda, donde llegaba muy cernida y verdosa la luz, y nos sentamos bajo la bveda de rojizo sbrego, empelusada de araejas, donde saboreamos junto con las golosinas, el placer agridulce de la desobediencia. Tienes ms ganas? No. Quieres que te d un beso? Quiero Pero por qu me das besos si no me eres nada? aquella pregunta, tan lgica, me dej perplejo. Pues mira, no s
No ser porque te doy lstima? No, no, nada de eso. Yo tambin te quiero mucho. Y ms ahora, que ya se me va pasando la desconfianza. Eres desconfiado? Cmo para no serlo! Si supieras mi vida no contest nada, temiendo que Julio el Callado retrocediese ante mi deseo, tan visible, de saber. l qued tambin en silencio y se puso a luchar, metindose un dedo en la boca, contra un pedazo de mazapn que se le haba apelmazado en el boquete de una muela cariada. Se chup luego el dedo, y no aadi nada ms. Me cre en el caso de insistir moderando mucho el tono, como no poniendo inters alguno en la cosa. Cuando tengas an ms confianza puedes contarme todo. Tambin yo te contar lo de mi casa. Algo me han dicho. Lo mo no es tan importante para los dems. Pero para m es mucho ms triste se levant, y tomando agua en el cuenco de las manos se puso a enjuagar la boca, durante un rato, haciendo un ruido que me disgust. Luego volvi a sentarse haciendo entrar el aire en el hueco de la muela con una especie de chistido que resultaba muy molesto de or. Y sin transicin alguna dijo: Pues vers con voz monocorde, sin resalte alguno, como recitando algo que le era indiferente, empez a desgranar, sin mirarme, las circunstancias que haban dado con l en aquella leonera industrial y docente, donde no acababa de saber si era criado, si era un pobre de la clase de los de balde o interno de la clase distinguida, pues de todo ello participaba, sometido a un rgimen caprichoso y discontinuo.
CAPTULO V
Historia folletinesca de Julio el Callado
He aqu lo que cont Julio el Callado, reconstruido ahora lo ms fielmente posible: Todos los aos anteriores a su ingreso en el colegio, Julio recordaba haberlos vivido con una tal Rufina, a quien llamaban la de las hostias, que, segn ella misma le deca, le haba criado a sus pechos y le tena con ella desde que sus padres se fueran de la localidad, aunque jams le detallara quines haban sido ni cul era su paradero. Rufina era una mujer alta y grave, que pasaba das enteros sin decir palabra. Tena una historia, nostlgica y vulgar, de novio perdido en la emigracin y de hijo muerto a los pocos meses de nacer. Su padre haba sido sacristn de monjas y de l quedrale el oficio de hostiera y aquella pequea casucha terrea en el camino del Conxo, cerca de la urbe apostlica, con una pequea huerta en torno, que ella misma labraba y donde criaba, para venderlos, un par de gorrinos cebotes, sacados adelante con las hortalizas y con las latas que traa penosamente, en equilibrio sobre la cabeza, desde las casas de la ciudad, llenas de desperdicios de mesa y cocina, que exhalaban, en el verano, un acre olor de residuos fermentados. Rufina era lenta y diligente, al mismo tiempo, y pona cierta ensaada prolijidad en todo lo que haca; jams le haba conocido parientes ni amigos y, de vez en cuando, al atardecer, se quedaba grandes ratos, arrimada contra un peral que haba frente a la casa, silenciosa, quieta, con los brazos cruzados y la mirada perdida. Como la vivienda estaba sola, un poco apartada de la carretera, lejos de los caseros, no tena siquiera la obligacin de mantener relaciones de vecindario; no obstante, cuando alguien la requera para echar una mano en caso de desgracia, enfermedad o mal parto, acuda con prontitud y buena cara; y, dentro de su limpia pobreza, practicaba la caridad, tanto con los pordioseros de aquella comarca como con los peregrinos pobres, que pasaban, procurando alivio para el cuerpo o paz para el alma en procura de la tumba del Apstol Santiago, amigo ntimo de Dios, que, haca veinte siglos, haba llegado desde las arenas a buscar tambin la serenidad y el sosiego en aquellas brumas florecidas, en el borde final del mundo pagano que l haba transitado con ardiente ademn de lucha. Durante los dos ltimos aos que Julio pas con Rufina la hostiera, sola venir una seora guapsima, perfumada y vestida, intilmente, de trapillo, que le traa ropas y golosinas y lo besaba, disimulndose para llorar. Vena de parte de su madre, y le prometa, cada vez, que sta vendra tambin a verle algn da, aunque a Julio no le importaba poco ni mucho que viniese o no. Durante el poqusimo tiempo que all permaneca aquella dama, pues se vea a las leguas que lo era, y muy principal, a pesar de los disimulos del indumento, mostrbase muy inquieta, sobresaltndose y levantndose al menor ruido y exigiendo, a cada momento, que saliese Rufina a echar un vistazo a la carretera. Las entrevistas solan terminar cuando a la seora le daba una especie de repente, que nada tena que ver con ninguna exterior alarma, y se iba asustadsima, saliendo las ms de las veces por la parte posterior de la casucha, enfangndose en la corraliza de los cerdos, cuando estaba de lluvia, y dando un penoso rodeo por sendas de labranza y anegadizas corredoiras, como para ponerse a salvo de espas y seguidores, al parecer, imaginarios. Julio recordaba el sonido de plata de los duros que la dama entregaba a Rufina en un breve aparte, a la salida, entre los ltimos y agitados cuchicheos y recomendaciones de la despedida. Cuando se decida a salir por la puerta del frente, Rufina
emprenda antes una descubierta, por los treinta o cuarenta pasos que separaban la casa de la carretera; miraba, desde un ribazo, a un lado y a otro y canturreaba una copla de sea que sonaba rarsimamente, pues no cantaba jams. La dama se embozaba en una especie de toquilln, que llevaba en todo tiempo, y sala apresurada, con paso menudo, moviendo, al pasar, las coles de tallo que avanzaban como inmensas flores monocromas sobre la veredilla. Un atardecer, y cuando el plazo transcurrido desde la ltima visita no autorizaba a esperarla, aparecise la seora mucho ms agitada que de ordinario. Le puso una mano en la cabeza y se quedo un largo rato mirndole con mucha preocupacin. Luego se puso a hablar con Rufina refirindose, al parecer, a un largo viaje; sta la escuchaba sin dejar de trabajar en las hostias, pues se acercaba el precepto pascual y estaba agobiada de encargos. La seora no haca ms que levantarse y sentarse en el sillote bajo de enea, que estaba al lado de la puerta de la cocina. De pronto, le atrajo hacia s y abrazndole estrechamente cosa que anteriormente no haba hecho nunca le cubri de besos y de lgrimas, haciendo movimientos negativos con la cabeza, como quien se ve obligado a tomar una penosa determinacin. Rufina, ante aquellos transportes, carraspe varias veces y la mir con mucha intencin. De pronto se levant, con repentina alarma, e hizo sea a Rufina, mientras le limpiaba a l la cara con un pauelo perfumado. La hostiera recogise el mandil espolvoreado de harina y fue a hacer su exploracin. Cuando se quedaron a solas, dijo la dama: Estar algn tiempo sin venir a verte, pero cuando regrese conocers a tu madre. Julio no supo qu contestar, pues estaba acostumbrado al silencio y a la falta de rapidez verbal de su ama, y se puso a pensar en que sta tardaba ms tiempo que el habitual en dar su cantiga de sea. La dama miraba a un lado y a otro, no se saba si asustada por lo mismo, pues su estado natural era siempre el miedo. De pronto, viose que Rufina se apareca, por la parte de atrs, por el huerto, agachada, como ocultndose bajo las viejas cepas. Entr demudada y la barbilla le tembl cuando pudo hablar. Av, doa Herminia, somos perdidas! La seora se volvi con un movimiento rpido, como instintivo, y cubri la cabeza de Julio con las manos abiertas, apretndolo contra el vientre. Qu? Hay dos caballeros, all, bajo las acacias, preguntndole al cochero Lo tienen cogido por los brazos y arrimado contra un rbol. Te vieron? Creo que no. Vmonos de aqu, pronto. Acompame hasta el camino de arriba. La seora lo bes de nuevo llamndole hijo mo y se fueron por donde haba venido Rufina en procura del camino de carro, que pasaba por los linderos de la pequea heredad. Los tacones de la dama se hundan hasta desaparecer en los surcos blandos, donde las habas lobas asomaban ya la tierna sortija de sus primeros brotes. Apenas haba dejado de verlas, Julio oy voces sofocadas. Estaba entrando la noche, y un hinchado cielo bajo de inverna apoyaba sus odres en la caperuza del monte Pedrido. En la cocina brillaba el hornillo donde borbolleaba el cazo de la pasta cima. Los rumores y sofocados quejidos fueron acercndose y aparecieron en la corraliza ambas mujeres fuertemente atenaceadas de los pulsos por dos caballeros jvenes. El que pareca mayor tena el rostro enmarcado por una barba corta, negrsima y puntiaguda y el otro con bigote y cejas tambin
muy negros, a ambos les brillaban los ojos, con un fulgor que no consegua ser cruel, y tenan los dos un porte distinguido y una voz armoniosa y semejante. La seora trat de zafarse, y el de la barba, que era quien la traa, la sujet de nuevo apresndole un manotn de ropa a la altura del seno. Ninguno de aquellos movimientos, tan rudos y desordenados, pareca condecir con la calidad de sus autores, que semejaban estar entregados a un juego impropio. En esta disposicin entraron. El ms joven traa sujeta a Rufina con blandura, pues sta no pensaba en debatirse contra su apresor y todo su afn vena reflejado en la inquietud de su rostro. Sin embargo, fue la primera en hablar, por cierto con voz que yo nunca le haba odo tan entera y valerosa. Esta es mi casa. Sultame o grito! Cllate, alcahueta! exclam el caballero mayor. Luego, enderezando a la seora contra la pared sin soltarla y obligndole a levantar la cabeza, prosigui: Confiesa o te mato! No tengo nada que confesar. Dnde est tu hijo? De qu hijo hablas, insensato? Julio apenas haba tenido tiempo, al verlos llegar, de acurrucarse entre la alacena y la artesa, ms no tanto que su pelo de mazorca no devolviese, en resplandor dorado, el reflejo del hornillo. El ms joven de los caballeros lo descubri y soltando a Rufina, pidindole que trajese luz, cogi al chico por un hombro y lo puso en presencia del seor barbado. La dama se desprendi de un tirn y se abraz a Julio sollozando, arrodillada en el suelo. Rufina haba vuelto con un candil encendido. Para qu ms? dijo el hombre aquel, con un tono repentinamente suavizado, casi doloroso. Y luego, separndolos bruscamente, alz la cara de Julio, tomndola por el mentn y lo mir largamente, pasendole el candil por las facciones. No tengas miedo, no te va a pasar nada. Cuntos aos tienes? Siete. Cmo te llamas? Julio. Se volvi hacia la seora, que se haba dejado caer en el sillote con la cabeza entre las manos. Hasta la audacia de haberle puesto el mismo nombre! Pcora! y retornando al chico, insisti: Julio, qu? Julio nada ms. Tienes razn dijo en este punto la seora. A qu seguir negando? Haz de m lo que quieras. Slo te pido, en nombre de nuestra religin, que tengas piedad de esta criatura. Cllate, vbora! Demasiado sabes que tengo mejores entraas que t. Quedse un rato como sumido en hondas reflexiones, y luego exclam, dirigindose al otro: Ya ves, hermano, cmo era todo verdad y agreg hablando hacia Rufina, con voz perentoria: Y usted, si es que realmente quiere al muchacho, ni una palabra de todo esto. Hgase cargo de mi situacin Desde antes de mi casamiento se me advirti de la existencia de este nio. Esta infeliz fue una cobarde y yo un ciego! Por otra parte, mis hijos En fin, excuse nuestra violencia y quede todo entre nosotros Hablaron unos momentos aparte los dos caballeros, luego volvise contra la luz el mayor y sac una cartera del bolsillo, de donde extrajo unos papeles que dio a Rufina enrollados. Tome usted. Ah van diez mil reales. Tiene usted parientes?
Una hermana viuda, en tierras de Iria Flavia. Vyase usted un tiempo con ella, dos o tres meses, para evitar averiguaciones. Tiene usted que irse en seguida, maana mismo. Hgalo por el bien de todos. Cuando usted vuelva ya se le compensar con mayor suma. Y no olvide que una indiscrecin puede perdernos y dar en la ruina moral con dos familias antiguas y honradas mir un momento a la seora y agreg: Honradas hasta hoy Su voz haba adquirido de nuevo un tono triste, pesaroso. Vete a buscar el coche. Y si crees que el viejo Manuel puede irse de la lengua dijo hacia el otro. Cmo se te ocurre pensar eso cuando l nos enter de todo? Llevas razn; uno est ofuscado. Acercad el coche sin encender los faroles y despide al de sta. Rufina apenas poda disimular su turbacin. Durante los anteriores dilogos se haba ido, como si las cosas no fuesen con ella, a extender la pasta de las hostias sobre la loseta pulida y apenas se haba vuelto para recibir el dinero y para prestar aquiescencia con un movimiento de la cabeza, cada vez que el seor la aluda. Pero los movimientos de sus manos, de ordinario tan exactos y seguros, se le desgobernaban, vacilando, indecisas, sobre la rutina del quehacer. Permanecimos todos en silencio, oyendo gemir a la seora. Al poco tiempo nos lleg el tintineo de las colleras. Os vais a llevar al nio? inquiri con voz temblona y sin alzar la cabeza. No hay otro remedio. La seora solloz con ms fuerza, como conteniendo una desesperacin que pugnaba por liberarse en alaridos. Rufina abri la tapa del arca y envolvi la ropa del chico en un limpio paoln remendado. No, no dijo el caballero reparando en ella. Nada de impedimenta. Ya se le comprar otra. Cuando estuvo de vuelta el que haba ido a buscar el coche, Julio, abrazndose a su ama, comenz a dar gritos y puntapis negndose a salir de all. Los cerdos grueron en su cubil y las gallinas alborotaron agitadas. Rufina trat de calmarlo, dicindole que pronto volveran a verse, que haba que resignarse pero su voz estaba llena de ira y sus ojos estrenaban unas despaciosas lgrimas que no influan en su acento, rodando por sus mejillas, lentas, como sudadas, y sus brazos le estrechaban con una rudeza casi dolorosa que las palabras de resignacin no conseguan aflojar, como si quisiera contradecir con ellos lo que sus labios hablaban. La dama tena un rostro tan alterado que no pareca la misma; era un semblante hocicudo, rojizo, como repentinamente animalizado. En un arranque se precipit sobre Julio y lo abraz y ste correspondi al abrazo, sorprendindose de la emocin que le sobrevino, asaltndolo de lgrimas, cuando menos las esperaba. Lo que haba sido en brazos de Rufina protesta y rebelin, contra la ceuda voluntad de aquellos intrusos, era ahora un blando fluir del llanto que resultaba casi placentero en los de aquella mujer, tan suave y dolorida. Ellos, despus de cruzar una mirada, salieron hacia la corraliza. Qu va a ser de ti, hijo mo? Pero adonde quiera que te lleven yo te encontrar. Le quieres al nio? exclam ponindose en pie, sin soltarlo, dirigindose a Rufina. No tengo otro hijo. Hay que averiguar que intentan hacer con el. No reparar en ningn sacrificio. Piense en que tiene otros Aqullos ya cuentan con proteccin. M e ayudars?
Debe ser mucho el poder de este caballero. Cuento contigo? Dios nos ilumine! Entr de nuevo el seor barbado y orden, con voz mas calma y precavida: Hay que darse prisa, podra llamar la atencin el coche ah parado y sin luces. La seora dijo con acento humilde: No tengo derecho a saber qu piensas hacer con l? No tienes ms derechos que a mi piedad. Te debes a tu casa y a tus dos hijos legtimos. Tienes mi palabra de que nada le faltar y de que ser educado de acuerdo a su rango. Ya veremos lo que se hace en el futuro. Vamos! A los pocos minutos de rodar el coche por la carretera empezaron a verse los faroles de los arrabales de la santa ciudad. Julio nunca haba estado de noche en ella y le pareci deslumbradora. Detuvironse frente a la puerta cochera de un casern de piedra, donde descendi la dama sin dejar de llorar. Lo bes de nuevo y fuese con los puos apretados contra las mejillas en un gesto de gran desesperacin. Yo me quedo con ella para evitar cualquier desatino dijo el seor de la barba. Espranos en tu casa, estar all dentro de un par de horas, pues saldremos esta misma noche y debo disponer algunas cosas. Adems, quiero que el cardenal me d una carta de su puo y letra. Y qu le dirs? La verdad cruda y desnuda. A quin mejor que a l? Tiene inteligencia y caridad para entenderla. Adems, es un buen amigo nuestro. El coche rod unos minutos ms y se detuvo frente a la puerta de otra gran casa, que deba ser el palacio patrimonial de ambos hermanos, con una gran piedra de armas en el dintel. Entramos, cruzando un patio largo y hmedo, y subieron por una escalera de piedra, hasta llegar a un rellano y luego a un ancho pasillo alfombrado que los condujo a una habitacin de techo altsimo, de maderas talladas, donde haba grandes estanteras colmadas de libros y una estufa de carbn ardiendo en un ngulo. Daba la habitacin a una galera, cuyas paredes y techo veanse invadidos por una enredadera de hojas grandes y duras, como de cera, por la que anduvieron unos pasos para alcanzar una especie de antecmara tapizada de rojo y llena de enormes muebles, donde luca su fuego de troncos una chimenea coronada por un bello cuadro de santos. Por la puerta abierta de este aposento veanse otras salas grandes y tristes llenas de enseres ricos y aparatosos. Del techo de la inmediata penda una gran lmpara de cristales donde se reflejaba el fuego de la chimenea con areas chispas rojizas. Tampoco all se detuvieron. El seor joven le hizo entrar en otra estancia sin luces donde su voz resonaba extraamente, mientras le deca, encendiendo una lmpara de mesa: Qudate un momento aqu y no te muevas hasta que yo vuelva. Sintate. Julio se hundi en una butaca tan blanda que pareca ir a dar con las posaderas en el suelo, y all se mantuvo, con las piernas colgando. El seor sali y oyse una campanilla en la habitacin prxima. Al poco rato, le llegaron las siguientes palabras del caballero, dichas a otra persona: Que preparen, enseguida, una canasta con comida fiambre para tres personas y para un da y medio. Vinos tambin? S, y una botella de cognac. Qu hay de cena?
La otra voz recit, montona: Sopa de arroz con rojones, vieiras y pierna de cordero al horno. Como verdura, fondos de alcachofas gratinados y ensalada de morrones asados. Como postre, compotas y pastas de dulcera. Trae platos dobles de todo, tengo un invitado. Despliega esa mesa de ajedrez, pues comeremos aqu. No debe entrar nadie; as que deja todo junto en esa otra mesa, al calor de la chimenea. Yo servir. Su voz era escueta sin dejar de ser amable. La otra persona se retir luego de decir, tambin someramente: Est bien, seor. Julio oy, despus de un plazo largusimo, las voces de otras dos personas y el tintineo de platos y cubiertos. Al pasar otros largos minutos volvi el caballero muy peinado, con la cara ms fresca, envuelto en una especie de ropn morado del que pendan dos borlas, y que le daba un vago aspecto sacerdotal. Vamos, Julio le orden, al mismo tiempo que le acariciaba la mejilla con unos dedos muy blancos y ligeramente perfumados. En el paso de la habitacin al gabinete de la chimenea, lo llev suavemente cogido por la nuca. Cuando iban a sentarse en una pequea mesa cubierta con mantel blanqusimo, con un candelabro de cuatro bujas en medio, se desvi a la mitad del trayecto y le hizo entrar en una sala de baos maravillosa, que era la primera que Julio vea en su vida, donde el caballero le hizo lavarse bien las manos en un lavabo al que caa el agua humeante, dando una vuelta a unos grifos de metal pulido que representaban animales indescifrables. Luego secse en una toalla cuyo roce apenas se senta. El caballero le pein con sus propias manos y volvieron al gabinete donde comi abundantemente, y ms a sus anchas cuando advirti que el otro no le miraba nunca, despus de haberle servido el plato. Lo nico que le llam la atencin fue que le mezclase el vino con mucha agua, pues en casa de Rufina lo beba siempre puro. Finalizada la cena, le hizo quitarse las botinas, que eran las nuevas y le mand que se acostase en un sof, tan blando que le pareca haber quedado suspendido en el aire. Luego le tap el cuerpo con una manta que abrigaba sin pesar ms que una sbana; despus encendi un habano y se fue. Julio pens que de buena gana se quedara, de por vida, en aquella casa, un poco temible, en verdad, con todas aquellas pinturas y con aquellos espacios inmensos, llenos de cosas fantsticas y gigantescos, si contase con la compaa de aquel seor cuyas manos transmitan cario y cuyos ojos resplandecan de seguridad y comunicaban serena y fuerte confianza. Cuando haba entrado en un silencio sin calma, que contradeca la estabilidad y el extrao sosiego de aquella mansin sin voces ni ruidos, el seor le despert tocndole apenas un hombro. Estaba otra vez all el hermano, con un aspecto mucho ms abatido que antes, y ambos vestan trajes distintos a los anteriores. El de la barba abri un maletn y sac de l una capa de pao azul muy cumplida y una gorra de visera de un gnero velloso. Ponte eso. Julio obedeci, y sintise repentinamente protegido por la tibieza de aquellas ricas prendas, que haba visto llevar a los seoritos. Luego el caballero menor le arroll al cuello una bufanda de lana espessima al mismo tiempo que deca: Pobre criatura! Qu guapo y qu discreto es! Cuando oy aquello Julio casi se emocion y tuvo ganas de besar aquellas manos de dorso cubierto de pelos negros, pero se contuvo. Subieron los tres a un faetn tan grande como una diligencia, con asientos y respaldos muy
mullidos, y pesados calorferos de hierro para los pies. El correspondiente a Julio estaba levantado sobre una especie de cajn envuelto en una manta, atencin que agradeci en silencio como haba agradecido las otras. Pronto el coche estuvo fuera de la urbe, subiendo y bajando cuestas, tirado por cuatro caballos, rodando en la obscuridad, hasta que empez a amanecer en medio de unas montaas altsimas y pardas en cuyas cimas iban encendindose lentamente una especie de quietas y grandiosas hogueras rosadas. Cuando el da aclar un poco ms. Julio pudo ver, desde aquella altura vertiginosa, la carretera que bajaba en curvas repetidas y muy pendientes, hasta un valle cuyas aldeas apenas se perciban como pequeos montones de piedra. Le pareci que los frenos tendran que arder y saltar en pedazos y que el coche rodara, desbarrancndose sin remedio por tales precipicios. Despus de aquel viaje recordado entre los jirones del sueo y el sabor de las viandas que le hacan comer con reiteracin casi molesta y medio dormido, llegaron a un parador solitario, en medio de una tierra hosca, azotada por un viento constante y retaceada de nieve, donde comieron de lo que llevaban y algo caliente que all haba. Apenas terminaran cuando apareci una diligencia de ocho caballos con gran estruendo de campanillas. Mientras cambiaban los animales, trasladaron al nuevo vehculo los efectos y despidieron al cochero con palabras familiares. Pronto parti al galope el galern, cuya berlina ellos ocupaban exclusivamente, y durante lo que restaba del da pasaron por pueblos llenos de gento y por parajes extraordinarios. Lo que ms asombraba a Julio eran los abismos que de pronto se abran bajo su ventanilla o el paso de los grandes puentes tendidos de una montaa a otra sobre la profunda vena plateada de los ros. Cenaron en otro mesn, en las afueras de un pueblo de casas muy nuevas, de piedra blanca y de tejados rojos. Mientras coman, en el primer piso, se oa abajo el trajn del cambio del ganado, operacin que era acompaada por pintorescas expresiones de los mayorales y cascabeleos de colleras. Al medioda de la siguiente jornada, la operacin y la comida se repitieron en otro pueblo de gente muy alegre y expresiva, como si estuviesen de fiesta, en el empalme de tres carreteras. Cuando salan del yantar ocurri un suceso extrasimo. Oyronse unos estampidos a la altura de las primeras casas del lugar y en seguida apareci un vehculo sin caballos que avanzaba, dejando tras de s una espesa nube de humo y polvo. Detvose el extravagante carricoche a la puerta del mesn, entre las gentes asustadas que lo miraban desde cierta distancia. El zagal de la diligencia dijo, con aire enterado, que era un coche de fuego y que l ya tena visto muchos. Descendieron una seora, con la cabeza envuelta en espesa gasa, y un jovencito con unos anteojos enormes alzados sobre la visera. En lo que semejaba ser el pescante iba otro seor blanco y pecoso, con bigotes rubios, tambin con gafas, envuelto en un amplio gabn de piel clara que le daba aspecto de oso polar. El mismo zagal aadi: Es un francs. Los franceses son casi los nicos que saben manejar el coche de fuego. Yo pienso aprender; pues los condes de Cela tienen un portugus, y lo que hace un portugus tambin lo podemos hacer nosotros. Los dos caballeros, llevando a Julio de la mano, dieron una vuelta en torno al raro artilugio que expeda un olor penetrante a algo dulzarrn y aceitoso. El caballero mayor dijo, retorcindose el bigote: Valiente disparate! Qu te parece? Que no se impondr. A eso de media hora de haberse puesto la diligencia nuevamente en marcha, se oyeron de nuevo los estampidos y viose venir por la carretera el vehculo aqul, que acompaaba ahora su marcha con unos agudos toques de clarn. El mayoral sofren el tiro con un diestro golpe, mas, as y todo, al
pasar el coche de fuego, los caballos se alborotaron en una espantada que por poco da con el vehculo en la cuneta. As vos parta un rayo! grit el mayoral, y qued luego murmurando una retahila de palabrotas que hicieron exclamar a un clrigo que iba en la diligencia: Cllate, Serafn, ya est bien! Qu quiere usted, don Santiago? Vamos a consentir que estos aparatos del c nos echen de las carreteras? Unas leguas ms abajo volvieran a encontrarse con el extrao vehculo, pero esta vez tiraba de l una pareja de bueyes guiados por un aldeano viejo que cruz con el mayoral un guio cazurro. Por la noche dieron vista, desde un alto, a una ciudad, al parecer muy grande, sobre la que semejaba haber cado una lluvia de estrellas que titilaban como cosa de magia. En verdad, es sorprendente el alumbrado elctrico! exclam el caballero mayor, sacando la cabeza por la ventanilla. S que lo es, y de una gran comodidad terci un viajero que pareca ser de la ciudad aquella. Aunque peligroso, segn dicen plante el menor de los acompaantes de Julio. No hay atajo sin trabajo repuso el otro, con acento ligeramente picado. Cundo lo tendremos nosotros, en Santiago? pregunt el cura. Los liberales lo prometieron para cuando sean gobierno dijo el caballero de la barba. Entonces podemos esperarlo sentados sentenci el clrigo con una fina sonrisa que los otros glosaron con una mirada de aprobacin. A la maana siguiente llegaron al colegio. Por la forma en que los padres los recibieron, se vio que estaban advertidos. Desde lo que queda dicho haban transcurrido cuatro aos, y Julio el Callado no haba vuelto a saber nada de la dama, de los caballeros y, lo que es todava ms increble, de la propia Rufina.
CAPTULO VI
Quedamos un buen rato en silencio. Yo estaba muy impresionado, no tanto por lo que aquella historia tena de eso, de historia, de pasado, cuanto por lo que supona de futuro para aquel muchacho bueno, secreto y carioso, tan brutalmente entregado a un enigma capaz de hundir en la desesperacin a otro que no estuviese hecho de su temple. Por qu no te escapas? Para que? Y a dnde? Julio se sonri con aquella manera tan suya de entreabrir los labios en un gesto casi doloroso. No supe qu contestarle, y agregue: Te tienen aqu de balde? No; eso cre durante mucho tiempo, pero no es as. El viejo Ciprin me dijo que, una o dos veces por ao, llega el dinero de mis mesadas y un petate con ropa. Ya ves qu ropa! y despeg de su cuerpo la holgura de aquellas telas sin forma. As que ests como preso. Igual. No me dejan salir al pueblo ni por las fiestas de las nimas, que salen hasta los castigados. Me qued pensando un rato y luego le dije, con una extraa falta de conviccin, casi con un sentimiento de caridad rutinaria sabiendo que no sera posible: Ya te sacaremos de aqu. Lstima que mi to M odesto! S, pero a dnde ir? Te vienes a mi casa. No tienes hermanos? Es como si no los tuviera Yo, igual. No, no, es otra cosa. Callamos de nuevo. Yo pensaba en cunto me gustara tener un hermano como Julio. Nos levantamos a mirar por las grietas. Un sol desganado caa en oblicuas luces fras sobre el jardn, haciendo ms entumidas las zonas de sombra blanqueadas por la escarcha, que permaneca sin derretirse das enteros. No se oye nada. Qu hora ser? Deben de estar merendando. Lo que es hoy nos crisman! Contigo no se atrevern, pero a m Yo te defender. Cuando sepan que me tienes de amigo, se andarn con ms cuidado. De veras eres mi amigo, Luis? hizo esta pregunta con una voz llena de humildad, cercana a la duda. Luego agreg: Dentro de poco vendrn los nuevos. A lo mejor te haces ms amigo de otro Siempre me pasa eso Me qued un rato mirndole, luego le abrac y le bes en la mejilla. Julio baj la cabeza metiendo ruidosamente el aire en el pecho. Omos, de pronto, crujir las gruesas arenas de uno de los senderos del jardn, bajo un pisar fuerte, de zapatones.
Nos camos! Nos andan buscando dijo Julio, asustado. Qu hacemos? Saldremos por detrs del arrayn. Por aqu resuenan mucho las pisadas y nos descubriran. Claro que nos podemos caer en la poza del riego, pero no hay otra manera Nos haremos ver algo ms lejos. No quiero que se descubra este sitio por causa ma. Los grandes me mataran a palizas. Salimos arrastrndonos por el boquete de otro canalillo que daba a un estanque de riego, cuyo cauce haban ahondado los escolares para que cupiesen los cuerpos. Rodeamos los bordes resbalosos de la poza y nos fuimos deslizando ocultos tras el seto de arrayn, que terminaba en la glorieta, a unos veinte pasos de all. El lego Ciprin menos mal que era l el encargado de la pesquisa! nos dio un grito al descubrimos, y nosotros nos volvimos con falso susto. Luego alz el hbito y se vino corriendo hacia nosotros, con una cara que pretenda ser adusta, sin resultado alguno. Buena la armasteis! Qu andabais haciendo? Contbamos las hierbas; no falta ninguna contest yo con desparpajo. Ya os darn hierbas! Est el padre director que trina y sin decir ms palabras, trincndonos por las orejas, muy suavemente por cierto, nos condujo hacia el monasterio esforzndose en poner una cara importante, que no le sala por nada. Yo iba contentsimo por el suceso que, al menos, pona una pizca de emocin en la desesperante monotona de aquella vida. En cuanto a mi amigo, haba vuelto a ser Julio el Callado, con su resignacin de animal bondadoso y triste.
CAPTULO VII
Los calabozos de rigor estaban en un desvn, a media altura de los tejavanes. En vez de camas haba unas yacijas de pelote tiradas en el suelo, sin sbanas y cubiertas con delgadas mantas de moletn. Las necesidades no haba ms remedio que hacerlas en un caldero algo apartado, dentro de un cajn con un agujero, que los legos vaciaban dos veces al da. Estos calabozos de rigor fueron improvisados en los altos del monasterio y no haba all ningn gnero de servicios. Como el desvn era todo un solo espacio, las separaciones en que estbamos confinados, a razn de cuatro yacijas, de dos y aun de una por celda, segn la severidad del castigo, formbanlas unos tabiques de tablas que no llegaban al techo. El encargado de nuestra vigilancia era un sujeto raro, brutazo y borrachn a quien llamaban el padre Servainza, que era el nombre de su pueblo, siendo el suyo propio el de Versimo, pero no lo usaba porque los chicos se le rean de l. Excepcionalmente en aquella casa, donde todos eran sacerdotes, ste no alcanzara las rdenes completas, y era notorio que le tenan ocupado en aquellas funciones subalternas para no echarlo. El Servainza, a quien fuimos entregados, nos meti de un empelln a cada uno en su habitculo, muy alejados, como era de prctica tratndose de cmplices, dicindonos que quedbamos severamente vigilados; que all las paredes no slo tenan odos sino tambin ojos, que cuando menos lo penssemos saltara la liebre y otras vulgaridades por el estilo, que enunci con aire montono. Me fastidi el ver que se llevaban a Julio muchas celdas ms all y el comprobar que en la ma no haba ms que un camastro. Voy a quedarme aqu, solo? Desgraciadamente siempre hay ms picaros que lugar. Tal vez el consejo de disciplina te mande pronto con quien te entretengas. Est esto colmado. Cada da sois ms de la piel del diablo. Salvajes, ms que salvajes! Y al Compostela adonde lo llevan? A la seccin de los de balde, un poco ms all. Y, hala, a parlotear menos y a trabajar ms! Desde ahora a la cena, aritmtica; por la maana levantarse al alba y duro que te pego con las declinaciones, hasta las diez y sin desayuno, claro est. Ah tienes con que entretenerte dijo, dndome los papelorios de los ejercicios y problemas. M aana ya se te instruir. En cuanto sali el frailazo, con su inocente sadismo profesional satisfecho, lo primero que hice fue encaramarme al tragaluz y echar una mirada al exterior. Corresponda aquella abertura a un sistema de ventilacin formado por gran nmero de buhardas idnticas que recorran el tejado en sus cuatro aguas, por su parte media, formando un gracioso motivo arquitectnico vistas desde abajo, en su justa perspectiva. Saqu medio cuerpo afuera; cuatro ventanas ms all estaba Julio el Callado que me haca seas. Ya supona que te ibas a asomar dijo, haciendo tornavoz con la mano. Quera saber si te haban dejado ah. Ests solo? S, pero creo que pronto me van a mandar compaa. No lo creas, la primera vez lo dejan a uno solo para que se asuste de noche. Conmigo se van a equivocar. Tienes algo contigo, dulces o alguna cosa?
Tengo algn dinero, almendras y unos cuantos lpices contest, extraado por aquel brote de inters en Julio, que jams peda nada. Dentro de una hora voy para ah. Ahora te traern la cena y luego el Servainza se va a dormir la mona. Hasta luego y se meti de nuevo en la buharda. Efectivamente, todo ocurri con la seguridad a que se ajustaban siempre los datos suministrados por mi amigo, a causa de su conocimiento de las cosas del colegio. No bien comenz a obscurecer, me trajeron comida, vieja y fra, en una fiambrera, una botella de agua y un vaso. Servainza, luego de indicarme dnde estaba el enorme bacn, miro hacia el pupitre, hecho con unas tablas. Cmo? An no has empezado tu trabajo? No, padre; estuve llorando, as que no vea nada. Adems, no tengo luz. Bueno, no hay que tomarlo tan a pecho. Aqu no hay luz, desde que unos galanes, antecesores tuyos, quemaron una noche los tabiques. Me quedar aqu, alumbrndote mientras cenas, luego te acuestas, y maana Dios dir exclam, apestando a vino. Pero van a dejarme aqu solo y sin luz? inquir con falsa de miedo. Y qu te pensabas, galopn? As sabrs lo que es faltar a la obediencia. Ya vers lo que es bueno! Alguno hubo que amaneci privado del habla y otros quedaron tartamudos durante das y das agreg otras vaciedades de sus aprendidos terrores mientras yo engulla la escasa bazofia; luego se fue, cerrando por fuera con llave. Me asom de nuevo. Estaba totalmente obscuro. A los pocos minutos apareci Julio, que vena gateando por los hilos de las tejas. Me dio vrtigo verle avanzar apresuradamente; un paso en falso o un resbaln y rodara para estrellarse all abajo. Pero avanzaba, metido en un fardamenta, con una segura agilidad de tonto de circo. Lleg en un santiamn y lo recib en mis brazos. Chico, me tuviste sin aliento; menos mal que ya ests aqu. Pero tengo que volver. Tan pronto? Ahora mismo. No vala la pena que te arriesgaras para tan poco tiempo dije, ponindome triste, pues me haba prometido unas horas de feliz libertad en su compaa. La idea de que bamos a vernos mucho durante nuestro castigo mitigaba, y casi haca gratas, todas sus incomodidades. Mi cario hacia Julio iba adquiriendo la forma de una impaciencia apasionada, ms encendida an frente a la calma de su genio y a la irona de su carcter tan precozmente maduro. Poder estar con l horas y horas, charlando sin prisas ni testigos, poder reir por frusleras, sabiendo que luego tendramos tiempo sobrado para amigamos de nuevo sin la angustia de las horas intermedias entre el estimulante enojo y la reconciliacin No entiendes, hombre! Tengo que volver para llevarles cosas a mis compaeros. Estoy con otros tres. Slo as me dejarn venir sin denunciarme a Servainza. Tambin ellos le compran vino para que los deje trasnochar. Es un trato que hay aqu. El que quiere irse de noche con otros compaeros, tiene que darle algo a los que se quedan. Ah! Por qu crees que te pregunt si habas trado algo? Para m? inquiri con pena en la voz. S, cre eso. Gracias, Luis! me acerqu a l y lo bes en la mejilla. Luego vaci en el pupitre los
bolsillos de mi pantaln. Total, dos reales en monedas de cobre, tres medios lpices, uno de ellos de dos colores, y unas veinte peladillas. Con esto habr bastante dijo Julio cogiendo dos monedas de diez cntimos, el lpiz ms pequeo y unas pocas almendras. Vuelvo en seguida. No te asomes; me pondra nervioso el saber que me ests mirando sin poder yo verte. Se encaram como un mono vestido, y pronto se perdieron sus harapos en la boca del ventano. Fue una noche tan maravillosa la que pasamos que durante mucho tiempo me pareci cosa soada; y aunque luego repetimos los motivos para ser castigados y estar juntos, ya nunca volvi a ser igual. Nos acostamos en la yacija, abrazados y rindonos por lo bajo, royendo almendras y contndonos cosas del colegio. Como si fuese asunto convenido, slo nos referamos a lo que poda causarnos diversin. Al lado haba unos mayores que deban de estar fumando, pues a travs de las tablas se oa el raspar de las cerillas y se filtraba el picante olor de los mataquintos. Desde luego, tenan luz. Julio lament no haber comprado un cabo de vela que le ofrecieran por una goma de borrar muy usada, o a cambio de dos estampillas de las cajas de fsforos representando toreros. Yo le dije que estbamos mejor as, juntos en aquella obscuridad que resultara horrible si me hubiese quedado solo, pero que en su compaa era mejor que estar con luz. Cuando haba pasado una hora, ms o menos, y empezbamos a quedarnos dormidos, omos que hablaban fuerte en la habitacin contigua. Nos despertamos un tanto asustados. Qu ser? Se ve que han llegado otros y estn jugando a las cartas. Son de la clase de grandes. El cuartucho estaba tenuemente iluminado por el resplandor de las estrellas, que se colaba a travs del cristal del tragaluz. Nuestros ojos, afinados por las tinieblas, haban ido adquiriendo una sensibilidad nictlope, de forma que nos veamos como a travs de un vaho plateado, y con toda claridad cuando nos acercbamos mucho. Vamos a ver qu hacen dijo. Tpate con esto. Nos levantamos formando una especie de tienda ambulante con el cobertor del camastro. Julio no tena camisn y dorma en camiseta y calzoncillos. Y as muy pegados, pues haca un fro terrible, nos acercamos al tabique. Mientras estuvimos pensando en si levantarnos o no, las voces haban ido bajando de tono. Julio ensanch una pequea hendidura de la madera con un cortaplumas. Despus de unos minutos, en los que trabaj con infinitas precauciones para no ser odo, la grieta dej pasar un hilo de luz. Los de al lado haban quedado en profundo silencio. Por un momento pens que se haban ido de all. Djame ver, ya se puede no bien apliqu el ojo a la ranura, retroced y me qued mirando a Julio, asustado. Qu hay? murmur ste, sonriendo, y se inclin a su vez para espiar. No, no! dije, ms con el gesto que con la voz, detenindole por un brazo. Se enderez en seguida y me mir fijamente. Al otro lado del tabique se oan, crecientes, unas agitadas respiraciones, casi quejas, y un rtmico golpeteo como de algo batido. Me separ de all seguido de Julio y nos acostamos de nuevo sin hablar. Luego de una larga pausa, exclam: De eso te asustas? Si supieras otras cosas que hacen los grandes! Eso lo hacen tambin los chicos. Y t?
Yo tambin Si quieres te enseo. No, no. Vamos a dormir. M e arrebuj lo mejor que pude en las escasas ropas, separndome de Julio todo cuanto ciaba de s el jergn. Un rato despus cesaron aquellos lamentos y oyse de nuevo, al otro lado del tabique, los raspados de las cerillas, los carraspeos y las risas sofocadas. Julio se haba quedado tendido, con las manos bajo la nuca y los ojos muy abiertos, mirando hacia las vigas del tejavn. Te vas a helar. Por qu no te tapas? M e es igual contest, sin la menor inflexin en la voz. El reloj de la iglesia del monasterio dio las tres. Sus redondos badajazos parecan llegar hasta nosotros con la voz mellada por los filos de la escarcha.
TERCERA PARTE
CAPTULO I
Haban pasado cuatro interminables aos desde el encarcelamiento del to Modesto y la huida de mi padre, cuando mam determin que me quedase en Auria para continuar, en el instituto, mis estudios. Mi destierro haba perdido mucho de su aspereza desde que mam reanudara sus visitas acompaada de la criada Blandina, que se haba ido convirtiendo en una joven saludable, muy guapa y de buenos modales, a pesar de los rezagos de su carcter, un tanto montaraz. Tambin sola venir Obdulia, la manceba de mi to. Fue suficiente que la desgracia entrase en su vida, para que mam la elevase al rango de persona de su relacin, casi de su amistad, con la consiguiente protesta de sus hermanas. Por su parte Obdulia, que haba empezado por transigir con el concubinato, llevada de la avaricia, como suelen aquellas aldeanas, haba terminado por tomarle ley a su seor, y los acontecimientos que dieran con mi to en la prisin dejaron en su alma y en su rostro profundas huellas. Cada tantos meses, haca un largo viaje hasta el penal para verle. l, por su parte, correspondiendo a tanta lealtad, le haba otorgado poder para que corriese con todo, y slo as pudo salvar buena parte del patrimonio, tan rodo por los letrados en las dos apelaciones intiles a la Audiencia Territorial y al Supremo. Mi padre segua tan campante instalado en Lisboa, como si hubiese nacido all, con casa puesta, en la que, segn se afirmaba, no viva solo; con abono en el San Carlos y temporadas de cacera en el Algarve, en las posesiones de un noble portugus de quien se haba hecho amigo ntimo. Para sostenerlo en aquel rango me enter, con gran disgusto, que mam haba cado de nuevo en las garras del to Manolo y que nos estbamos quedando en la ruina ms absoluta. Cuando estuve en mi casa, en las segundas vacaciones, pues las primeras, como ya se dijo, las pas en el colegio, negndome a volver a Auria para no tener que soportar a mis hermanos, me encontr con stos, ms insoportables que nunca lo haban estado. Les acord una somera cortesa, sin ningn gnero de hostilidad, como si fuesen huspedes desagradables. No los odiaba, pero les haba perdido todo el afecto y me eran mucho ms indiferentes que todas las otras personas de mi trato, aun las ms lejanas y subalternas. Juzgados con frialdad, como si nada tuviese que ver con ellos, resultaban igualmente odiosos con sus aislamientos y hablillas, sus apartes y besuqueos, su amistad sobona y exagerada y su repelente admiracin recproca, que iba desde lo fsico y lo mental hasta los vestidos. Eduardo, que era de una sequedad solemne, no poda abrir la boca para decir alguna de sus pedanteras de estudiante aventajado, sin que Mara Lucila dejase de subrayarla con aspavientos. Su molesta intimidad alcanzaba tan raros frutos, que cuando uno de ellos se iba de la ciudad reciba carta diaria del otro. Tal estado de nuestras relaciones se prolong ya hasta el final, inesperado y dramtico, que nos alej para siempre. Lgrimas de sangre me cost la separacin definitiva de Julio el Callado cuando fue dispuesto mi alejamiento del colegio. En las primeras vacaciones que pas en mi casa haba hecho todo cuanto me fuera posible para que los frailes le dejasen venir conmigo a Auria, pero se negaron con una terquedad tan inexorable como si aquel pobre rapaz, condenado a colegio perpetuo y a ser vctima de todas las vejaciones, fuese un prncipe heredero entregado a su custodia. Llevaron su inexplicable rigidez hasta no permitir que yo le enviase ropas. La intervencin de mi madre, ofreciendo todas las garantas, fue
recibida con una negativa irnica por el director. Le promet ir a verle cuantas veces me fuese posible, pero l y yo sabamos que nuestra amistad, que la hondura de nuestro cario, no podra alimentarse de aquellas entrevistas fugaces y colectivas en la sala de visitas, lejos de nuestras complicidades, de nuestros escondites, que habamos ido llenando de una tierna tradicin que slo a nosotros competa. Qued, pues, de nuevo instalado en mi casa. Haban pasado cuatro largos aos. Mi sensibilidad anterior ante las cosas de mi familia y de la ciudad se haba mitigado grandemente. La confrontacin con los anteriores estmulos me devolva una imagen del ser ms dominada y segura. Llegu a aorar aquel estado de perenne vibracin que me haca uno con las cosas. Ahora resbalaba frente a ellas, casi indiferente. Sin duda alguna aquellos aos de separacin me haban endurecido, de otro modo no hubiera podido sobrevivir. Por otra parte, mi amistad con Julio el Callado, y mis afectos, aunque de menor significacin, con otros compaeros, me haba enseado que era posible amar y sufrir por gentes que no estaban ligadas a uno por la dependencia de la sangre o de la obligacin. Aquella libertad electiva me haba hecho madurar rpidamente, concretando una experiencia que haba anticipado el paso del tiempo. Tambin la ciudad haba ido cambiando en aquellos aos decisivos, aunque el fondo de su espritu continuaba siendo el de antes, pues la generacin criada educada sera mucho decir en los nuevos usos, que en aquel quinquenio sufrieran una visible modificacin, no tena an directa injerencia en la vida del burgo, ni siquiera en su propia vida. En el aspecto material la transformacin era ms evidente. Las diligencias iban siendo sustituidas por lneas de autobuses, los trenes eran ms frecuentes; la luz elctrica era ya un patrimonio pblico y privado, con lo que la ciudad haba perdido aquel ntimo misterio nocturno que la haca retroceder, llegada la obscuridad, a siglos pretritos, con sus callejas lbregas y estrechas y las antiguas arquitecturas llenas de prestigio fantasmal. La instalacin de las dos Escuelas Normales haba atrado sobre Auria una irrupcin abundante y alegre de muchachos y muchachas de la provincia. Las conquistas de la clase obrera, al limitar las horas de la jornada, lanzaban ms gente a las calles, prestndoles una animacin de que antes carecan. Con la luz nueva, los escaparates abrieron tramos de claridad en la ptrea edificacin y lanzaban sus brillos sobre las ras. El reflujo de los indianos iba urbanizando las afueras, que antes metan sus huertos casi hasta las calles de la ciudad, poblndolas de casas, villas y chalets, continuando la presencia del burgo a lo largo de las carreteras. La artesana de ambos sexos haba terminado por apoderarse del paseo del medio de la Alameda, antes reservado para la gente de calidad, durante los conciertos estivales de la banda municipal. A su vez, las clases pudientes seoritos de casta y burguesa comercial aparecan ms confundidos entre s, tendiendo a la nivelacin que iba estableciendo la ruina de los unos y la prosperidad de los otros. En aquel Auria que iba surgiendo, mis tas parecan seres de otro mundo, con la excepcin de Pepita, que decididamente se inclinaba a lo nuevo. Las otras dos, incapaces de adaptarse a los recientes usos, se debatan en un resentimiento criticn lleno de en nuestros tiempos, hoy en da, como ahora se estila, etctera. Pepita hizo esfuerzos heroicos de cosmtica, costura y talle, pero no se movi de la primera lnea. Os salir sin compaa, entre las primeras, desdeando, incluso, el pretexto de los paquetitos bien visibles, con las letras de algn comercio muy conocido, que era la forma anterior de lanzarse a aquella inslita aventura; aunque sola volver de tales paseos experimentales alborotada de sofoquinas y sacudida por los regeldos del flato nervioso. Qu horror! Es el vaco! Parece que una va de una pared a otra
En cambio, mam pareca haber estado, desde siempre, esperando aquellas mudanzas y se encontraba como el pez en el agua, saliendo sola cada vez que le haca falta o que le vena en gana, sin el ceremonial de criadas acompaantes ni la complicacin de peinados y trapero que antes se usaban para un salir, que muchas veces se reduca a andar medio centenar de pasos hasta el comercio de la esquina o la visita de cumplido, unas cuantas casas ms all de la nuestra. La invasin de lo que all se llam estilo ingls y que no eran ms que las oleadas tardas, en versin provinciana, del art nouveau, trajo consigo irreparables destrozos y ocasion la venta malbaratada de piezas riqusimas del mobiliario o la destruccin y abandono de enseres de la ornamentacin, que fueron a languidecer en los desvanes o a amontonarse en los chamariles. La ventolera del mal gusto no logr penetrar en nuestra casa, no porque nadie le opusiera un criterio ms tradicional, sino porque empezaba a faltar el dinero como para dejarnos contagiar por aquel prurito del cambio de los interiores que trajo la dispersin de los bargueos proceres, de las cmodas, silleras y camas portuguesas, de las vajillas de Sargadelos y del Buen Retiro, de las lmparas de antiguo cristal francs, del bric brac reunido por abuelos inteligentes, con sus marfiles, esmaltes, miniaturas y chineras, y hasta de las alfombras de autntica procedencia; pues todo ello fue barrido por aquel tifn de la cursilera que vena a equiparar los salones de las antiguas casas con los halls de los hoteles, surgidos a las orillas del naciente turismo burgus. En el deslinde de aquellas dos pocas, el Estado, siempre en considerable retraso frente a las otras actividades humanas, perpetraba de vez en cuando, en forma de supervivencias increbles, algunas de las ms crueles manifestaciones del atraso del pas, casi todas ellas provenientes de una estructura y de un ejercicio de las leyes y de las obligaciones para con el ciudadano, que nada condecan con los tiempos: las cuerdas de presos por las carreteras; el sistema carcelario, con sus mazmorras y su horrenda promiscuidad; el cuartelero, con sus soldados hambrientos y piojosos; el hospitalario con sus sedes en antiguos conventos, con sus santos Roques y Lzaros patronales exhibiendo sus pstulas esculpidas a la entrada de las salas; con su punzante olor a cochambre mezclado con el del cido fnico, sus practicantes de fama sanguinaria, sus mdicos desganados y sus monjas rutinarias y lejanas asistiendo a partos y operaciones con sus mandiles sucios y sus uas negras De aquellos das conservo una de estas imgenes. La Audiencia provincial, a cuyas vistas de procesos criminales asistamos los de Auria como a un espectculo que por tan habitual ya haba dejado de ser excitante, dio un fallo de sentencia de muerte que conmovi a la poblacin. El drama que lo origin haba tenido todos los caracteres de una pasin morbosa y sombra que privaba de caridad a su ejecutor. Vivan los protagonistas en unas tierras altas, entre los pinares del camino a la Manchica. Segn se describa al autor del crimen, un tal Reinoso, a m me resultaba difcil situarlo en aquellas soledades de mseros labrantos, donde las gentes hacan una vida casi primitiva. Porque segn las cuentas y lo que luego he visto con mis propios ojos, no era el tal Reinoso un labriego comn, embrutecido por la miseria de aquella gleba, sino un hombre instruido, con tipo de seor pobre de la ciudad. Por otra parte, el hecho de haber mandado a su hija nica a educarse en las Carmelitas, de Auria, desde los siete aos, es decir, desde que quedara viudo, hasta los catorce que tena cuando de nuevo la llev a vivir con l, no encajaba en las costumbres comunes a los campesinos. Adems, se supo que Reinoso utilizaba jornaleros para labrar aquellas duras tierras. Segn los testimonios que llegaron a los estrados, aunque de trato suave y buen pagador, no gozaba de ninguna estimacin entre las gentes de la comarca, en primer lugar porque no era de all; en
segundo, porque advertan que no era de su clase, y en tercero porque haba adquirido aquellas tierras en una subasta judicial que expulsara de ellas a la mujer e hijos de un emigrante perdido en Amrica, que nunca pudo pagar las gabelas. Por otra parte, la muerte de su mujer haba sido misteriosa y repentina. Desde que la hija haba vuelto a vivir con l, la indiferencia frente a aquel forastero se haba ido trocando en hostilidad, y andaban ambos en boca de los vecinos de aquellas perdidas aldeas, en vista de que la muchacha no sala ni para ir a misa, y cuando algn jornalero lograba verla, ella hua como espantada. El padre no la dejaba a sol ni a sombra, y las escasas veces que bajaban a la ciudad lo hacan juntos, sin separarse ni un momento. Cuando desaparecieron de la casa, sin despedirse ni dar cuenta a nadie, algn vecino confi a los otros haberle odo decir a Reinoso que preparaba un viaje para el Brasil, donde ya residiera. Al otro da de la repentina partida, que nadie presenci, haba aparecido el perro conejero de Reinoso malherido de una perdigonada que le atravesaba los vacos, arrastrndose frente a la choza de uno de los jornaleros, bastante lejos de all. Cuando estuvo curado, el animal volva, una y otra vez, a la casa de sus anteriores amos, y aullaba lastimeramente, tratando de saltar el alto vallado de pedruscos y araando la cancela. Una de aquellas maanas, luego de una temporada de lluvias, el peatn semanal de correos vena sintiendo, desde lejos, agrietando de podre la limpidez del aire montas, unas rfagas pestilenciales que atribuy a alguna carniza de animal por all tirada. Pero al pasar cerca de la solitaria casa de Reinoso, le llam la atencin el aullar desesperado del perro, an ms furioso a medida que el se acercaba. Como saba que los habitantes de la melanclica heredad se haban ido, dio la vuelta al vallado y se fue orientando por la hediondez, que se acentuaba, de modo insoportable, en los fondos del huerto. De un golpe de hombro hizo ceder la puerta trasera, y el perro se lanz como una exhalacin a escarbar en una parte en que la tierra estaba ms esponjosa, como recin removida, entre unos surcos sembrados. Los aullidos con que el animal acompaaba su tarea se hicieron tan extremados que acudieron unos carreteros de las canteras cercanas, que pasaban, con sus cargas de bloques de granito, camino de la ciudad. No tardaron, a nada de excavar, en hallarse en presencia de unos restos humanos all soterrados. Tal como era de uso, no quisieron avanzar en la averiguacin y furonse a avisar al juez, el cual hizo levantar el cadver que result ser el de la muchacha que se supona ausente. La autopsia comprob que estaba encinta, de cuatro meses y que haba muerto envenenada; y un registro minucioso de la vivienda, dio por resultado el hallazgo de unas cartas donde resultaba patente que no era hija de Reinoso ni de su desaparecida mujer, sino de un remoto amigo americano, de Manaos, que se la haba confiado al morir, junto con la custodia y administracin de una cantidad bastante apreciable de dinero. Reinoso fue detenido en tierras de Vern, donde estaba esperando una documentacin que le permitiera entrar en Portugal y pasar desde all nuevamente a Amrica. Acorralado por los testimonios y las conjeturas, no tard en confesar su crimen, anegado en llanto y diciendo que nadie entendera nunca la fuerza del amor que le haba llevado a cometerlo. Quienes recordaban haber visto a Reinoso un poco antes de los hechos no queran dar crdito a sus ojos al contemplarlo, meses despus, en el banquillo de los acusados. Aquel seor de ojos jvenes, rostro trigueo, enmarcado por unas patillas largas y meladas, era ahora un anciano encorvado, de pelo y barba blanqusimos. No tuvo a nadie en su favor. El discurso desganado del defensor de oficio redujo la vista de la
causa a unos pocos papeles ledos, sin dar lugar a las brillantes intervenciones de los fiscales y abogados que eran, junto con la torpeza o la zorrera de los testigos, los motivos que atraan el populacho a la Audiencia. No obstante, la sentencia a garrote vil conmovi a la ciudad, que se sinti deshonrada porque en su recinto se alzase un patbulo. No haba memoria de que all hubiese funcionado jams una horca. Algn reo, incluso, haba llegado a estar en capilla, pero jams lleg a consumarse, en Auria, esa brbara forma de aniquilamiento de un ser humano. Fueron y vinieron telegramas de las entidades piadosas y filantrpicas al Consejo de Ministros, al joven monarca y tambin al cardenal de Santiago y al primado de Toledo. Pero la sentencia se mantuvo firme. A mam le hizo una impresin tan extraa que tuvo que acostarse varios das, acometida de una de aquellas flojeras del corazn que en los ltimos tiempos le menudeaban por cualquier motivo. Se alz, pues, el cadalso, all en las afueras del pueblo, donde la ejecucin sera pblica dos das despus, por la maana. La ciudad amaneci con un aire de siniestra preocupacin. Todo el mundo estaba agitado. Los talleres y obradores no pudieron funcionar, pues no se haba presentado el personal; en cuanto al comercio, permaneci cerrado en seal de protesta por el agravio inferido a la poblacin. No se hablaba de otra cosa y todo lo relacionado con la sentencia vena siendo comentado apasionadamente. La vspera lleg el verdugo de la capital, y tuvo que pernoctar y comer en el cuartelillo de la guardia civil, pues nadie quiso darle alojamiento, y las propias mujeres de los guardias salieron de all y se desparramaron por el vecindario arrastrando a sus hijos, sublevadas contra la autoridad marital. Tambin se supieron minuto a minuto todas las horas del reo en capilla: lo que haba dicho, lo que haba comido Los chicos del pueblo anduvieron incansablemente, excitadsimos, entre la ciudad y el campo del Polvorn, que era un paraje triste y pelado, como lunar, trayendo noticias fantsticas sobre la construccin del siniestro armadijo que los carpinteros agremiados del burgo se haban negado a levantar y que fuera encomendado a unos aserradores portugueses. Por su parte, las lavanderas del riacho que cruzaba el campo del Polvorn, haban levantado sus tendales trasladndose a la cercana represa de la Sila. En la esquina de mi calle hubo una discusin entre el padre del Peste y un aldeano, que haba servido al Rey en Ceuta, sobre si el fleje del garrote tena dientes o no. El aldeano sostena que en Ceuta el ver ahorcar era como nada, y que no necesitaba haber venido a aquel corral de vacas que era Auria, para entender de ajusticiados. La disputa desemboc en una pelea a mojicones sin haber dado de s ninguna luz documental. La vspera de la ejecucin la gente anduvo hasta altas horas de la noche por las inmediaciones de la crcel, y en las casas devotas se rez un triple rosario por el alma del reo. Esa misma noche, en un rpido aparte, Blandina, que se mostraba muy servicial y cariosa conmigo desde que yo regresara del colegio, me dijo que ella pensaba ir a ver aquello, de paso que haca el mercado, y que si quera acompaarla. Acept y pas la noche sin dormir.
CAPTULO II
Blandina entr muy temprano a traerme el desayuno, con aquella cara reluciente, y aquel pelo estirado y hmedo hasta formar una sola superficie dorada y brillante, recogido en dos rodetes de trenzas, que dejaban al aire las orejas bien modeladas y la nuca blanqusima, tibia y levemente avellocinada. Se inclin para poner sobre mis rodillas la bandeja y, al igual que otras veces, sent un aceleramiento de la respiracin al ver la rampa inicial de sus senos briosos, apretados bajo la chambra como dos palomos. Ella se puso colorada al advertir la direccin de mis ojos, esta vez ms insistente y voluntaria que otras. El contacto con los usos de la ciudad no le haba hecho perder del todo su recia planta de montaesa, sino que le haba ido superponiendo unos ademanes que ella adaptaba a la condicin de su raza, refinando el parecer sin renunciar a lo esencial. Haba ido creciendo de zagala a moza cumplida sin perder nada de la sanidad del cuerpo ni del alma, sino dulcificndose de ambos, siendo ms suaves sus hablas, ms armonioso el comps de su andar, ms gobernados y vivos sus gestos, ms directa su mirada azul La anterior risada montaraz, viniera a sonrisa en sus labios gordezuelos y plidos; y los colores, antes refugiados en lo alto de los cachetes, en preciso redondel, como de carmn pintado, habanse ido extendiendo y suavizando como diluidos en la blancura mate del rostro. Adems, desde la creciente invalidez de Joaquina, que obligaba a la anciana a irse desprendiendo, lenta y forzosamente, del trabajo, como quien se escurre de la propia vida, dos asistentas, una de cocina y otra de limpieza, venan diariamente a ayudar a la joven en los trabajos de la casa, con lo cual el cuerpo y las manos de la joven se beneficiaban al serles evitadas las tareas inferiores. Entonces te espero a la vuelta del Jardn del Poso, en la Fuente del Picho. No tardes le dije. No, all es demasiado lejos y podemos perdernos con tanta gente como ir. Qu hora es? Las seis. Por qu no salimos juntos? Hay que andar con cuidado, pues me parece que tus tas Lola y Asuncin tambin van a ver la muerte, desde el mirador de la finca de los Eire. Y la madrina? Dios nos libre, ella viendo esas cosas! Adems, llega hoy, en el tren de las nueve, el cataln y no le vendr mal quedarse sola. Qu cataln? Blandina se puso a carraspear, confundida, recogiendo los enseres. Qu cataln? insist, detenindole las manos. De cierto no sabes nada? No. Bueno, despus te contar. Date prisa. Te espero en la Fuente Nueva y dej all el capacho de la compra, en la panadera de la M aica. Un ro interminable de gente se encaminaba hacia el campo del Polvorn. M ucho antes de llegar ya tuvimos que acortar el paso, y terminamos por meternos a travs de unas vias y por vadear un
arroyo descalzos. Blandina conceba estas operaciones con rapidez y decisin de montaesa, cruzando los surcos sin daar las sementeras y saltando gilmente las paredes que se oponan a nuestro camino de atajo. Mas tampoco as pudimos entrar ya en el campo de la ejecucin. Retrocedimos, para coger el camino de la Sila, entre altos paredones que cercaban las vias, y gateamos por las junturas de las piedras de uno de ellos hasta encaramarnos a una heredad. Pegaba ya duro el sol a aquellas horas, y a nuestro paso por los senderos del huerto huan las lagartijas y las graciosas margaritias, como movedizas gotas de lacre. Cuando llegamos a la parte frontera, nos encontramos frente a otro paredn bastante alto, tras el cual se oa un espeso rumor de muchedumbre. El muro era de cantos rodados, nivelados con argamasa. Blandina midi con la mirada su altura e hizo un gesto de vacilacin. Los gritos y algazara de la gente atizaban an ms nuestra impaciencia. De pronto omos redobladas las exclamaciones, seguidas, a poco, de un silencio terrible. Sin duda acababa de llegar el volquete con el reo, y cruzaba entre la multitud. Mir Blandina hacia un lado y otro, y tomndome de la mano, sin decir nada, emprendi una carrera a lo largo del paredn. Unos cincuenta pasos ms all ascenda el terreno hasta hacer el obstculo fcilmente escalable. As lo hicimos, teniendo antes que cruzar un matorral de zarzamoras donde nos abrasamos a pinchazos, pero logramos encaramarnos hasta quedar yo a horcajadas del muro y ella sentada con las piernas hacia adentro. El espectculo era imponente, sobrecogedor. Nunca en mi vida haba visto yo semejante gento, y aunque luego, en mis andanzas por el mundo, me encontr con aglomeraciones mucho ms numerosas, aquella sensacin de infinita humanidad no volvi a repetirse. Pareca estar all toda la gente del planeta. En torno al patbulo, custodiado por la guardia civil, se apeuscaban los hombres y los muchachos, y luego por todo el campo y coronando las bardas de las huertas, o subidos a los escasos rboles que bordeaban el ro. Entre la parda multitud lucan los vestidos claros de algunas mujeres del pueblo y los brillantes pauelos de seda de las aldeanas, que haban llegado ataviadas como para una romera. En lo alto del campo acolinado, un poco hacia un extremo, veanse las ruinas del polvorn, especie de enorme garita de piedra sillar, volada a medias por una antigua explosin. En sus dos tercios estaba el campo rodeado, como por un foso, por el riacho de las lavanderas, tan bajo de caudal que, en caso de apuro, poda pasarse a pie sin hundir ms de media pantorrilla en sus claras y rpidas aguas. El cadalso estaba en los medios del desolado lugar, proclamando su horrible desnudez con el escndalo de sus tablas nuevas, que lucan al sol de abril como el tinglado de una cucaa festera. En medio del tabladillo haba un artilugio vertical de aspecto siniestro, del que sala un estrechsimo banco, en escuadra, en donde el reo habra de sentarse como montado, dando espaldas al listn vertical, que era propiamente el garrote vil. ste consista en una horquilla de metal que se ceira al cuello del desdichado. El verdugo hara girar una manivela que, al reducir el metlico corbatn, lo ira estrangulando. Cuando acabbamos de subir al muro, la multitud apareca como hendida por una proa, para dejar paso al grupo que formaban el reo y el padre Abelleira, con una mano en alto, mostrndole un crucifijo, metidos ambos en un volquete arenero cuyas cuadernas apenas les llegaban a las corvas, pues iban de pie. Parecan flotar sobre las cabezas de la gente, como los pasos de Semana Santa. De entre el gento surgan, a los lados del carro, las relucientes bayonetas de la guardia civil. Pasaron muy cerca de nosotros. Reinoso iba esposado, y la brisa maanera jugaba con su melena y su barba blanqusimas y largas. El padre Abelleira apoyaba su mano izquierda en el hombro del desgraciado,
con un gesto de emocionante fraternidad; llevaba al descubierto la cabeza, con la tonsura recin afeitada, y le centelleaban los ojos bajo la frente dura, cortada a bisel, cuando miraba con qu inmenso desprecio! a la muchedumbre, con el crucifijo de metal en alto, brillando al sol, como para el contrito encandilamiento del reo. En este preciso instante corri un rumor entre la gente y las miradas se desviaron del volquete atradas hacia el patbulo, cuya terrible soledad acababa de poblarse con la presencia del verdugo y de unos funcionarios que inspeccionaron el aparato y volvieron luego a los bajos de la escalerilla. El ejecutor era un hombre de unos cincuenta aos, de aspecto saludable y simptico, que se qued all y se puso, a su vez, a examinar el instrumento mortal, sin cuidarse de la rechifla con que la enorme masa haba acogido su presencia. Blandina, al verlo, se puso muy plida y empez a sudar. Yo tuve ganas de bajarme del paredn, pero me dio vergenza al verla a ella tan resuelta e interesada, a pesar de su notoria emocin. Le hice una especie de cofia, con mi pauelo anudado en las cuatro puntas, por si era del sol su malestar, pero ella jams quiso ponrselo y me oblig a que yo me cubriese con l. Cuando lleg el volquete a su destino, aquellos funcionarios subieron de nuevo, leyeron algo, que deban de ser las ltimas for malidades, y Reinoso fue entregado a dos de los del tricornio. Al empezar a subir la escalera, no se supo si por debilidad o por casual tropiezo, cay de rodillas y los civiles le ayudaron a levantarse. El silencio era tan compacto que pesaba sobre la respiracin. Detrs del grupo iba el padre Abelleira, quien, ya en los altos del tablado, le pidi al reo perdn para su verdugo. Luego se separ, con los brazos recogidos a la altura del pecho, sosteniendo el crucifijo, y se qued en un ngulo arrodillado, sumido en la oracin. El ejecutor cogi suavemente a Reinoso de un brazo y lo sent de espaldas al listn, atndolo contra l y ajustndole luego el fleje de acero contra el cuello. Hizo despus una sea al padre Abelleira, que tuvo que repetir, tan ensimismado se hallaba en su rezo. Parte de la multitud empez a moverse y a rumorear, pero fue acallada por los chistidos que salan de todas partes. Se haba corrido por el pueblo que lo ms emocionante era or el credo final del reo. Mas en este punto se produjo una novedad que desat nuevos rumores, esta vez de desencanto: el verdugo acababa de enfundar la cabeza de Reinoso en una especie de capirote de tela negra. Luego sus movimientos se hicieron mucho ms vivos y seguros. A una nueva seal, el cura, puesto en pie, empez a recitar, con voz alta y clara, espaciando las frases, como si fueran versos: Creo en Dios Padre todopoderoso Por la forma en que inclinaba la cabeza se adverta que la voz del condenado, repitiendo la oracin, deba de ser muy dbil, mitigada an ms por el fnebre capuz. Blandina sudaba a hilo y se haba puesto tan demudada que meta miedo. Contribua a darle un tono ms enfermizo el color verde de los labios, pues haba estado comiendo nerviosamente hojas de acedera, que nacan en las junturas de la pared en pequeos ramilletes. Desde que viera llegar al trgico grupo, habase quedado como hipnotizada, con los iris dilatadsimos, fijos en la escena, mientras hincaba los dientes en un atadijo de medallas piadosas, de metal barato, que llevaba colgado entre los pechos. Hubo un instante en que el silencio fue de nuevo tan sobrecogedor que llegaron a orse el cascabeleo del riacho arandose contra los cantos del lecho, y no slo las frases de demanda de la oracin del cura, sino la sofocada respuesta bajo el capuchn. Al llegar al punto del credo en que dice: padeci bajo el poder el sacerdote cay de rodillas y el verdugo dio un par de vueltas rapidsimas a la manivela, mientras el cuerpo de Reinoso, como asaeteado por todas partes, se
debati contra las ligaduras, en breves movimientos de inesperada agilidad, para ir luego aflojndose en una creciente laxitud que daba la imagen cabal de la muerte. El campo del Polvorn se estremeci con un inmenso alarido, y las mujeres empezaron a correr a travs del riacho, levantndose las faldas. Todo ello dur pocos segundos. Sent a mi lado un estertor; y, al volver la cara, vi a Blandina, con los ojos entornados, que perda el equilibrio y caa desvanecida en medio de la maleza de zarzamoras. Me lanc a ayudarla por entre aquellas compactas varas, llenas de espinas, que me desgarraban la carne por todas partes. Haba cado en el sitio peor y no saba cmo hacer para sacarla de all. Dar voces pidiendo auxilio hubiera sido intil, pues nadie me oira dentro del hortal, si alguien haba en l, con la gritera que llegaba del otro lado del muro. Qued tendida boca arriba, con las enaguas arrezagadas dejando ver, sobre las medias negras, el comienzo de los muslos llenos y firmes. Logr acercarme a ella. La llam y la sacud por un brazo, para ver de traerla a conciencia. Una de las veces que le palme suavemente la cara, perdi el aire beatfico y psose ceuda, como el durmiente tranquilo a quien se trata de hacer acordar. Pero casi de inmediato volvi a su gesto bobalicn y feliz. En vista de lo cual me fui en busca de agua para salpicarle la cara, que era todo lo que yo saba hacer en casos tales. Anduve unos pasos sintiendo el sudor que me entraba en las heridas, escocindomelas. Sub a una pequea elevacin del terreno y por el color del csped supuse que all, a unas treinta varas, bajo un grupo de higueras deba de haber alguna fuente o poza de riego. Efectivamente, haba una pila donde estaba una viejecita lavando ropas de nio. Tuve que decirle a gritos lo que ocurra, pues era sorda como un colchn. Esto vos pasa por metervos en sitios ajenos sin permiso Y todo para ver esas canalladas que hacen unos hombres con otros! Qu gusto sacis de ver ajusticiar a un cristiano? Dnde est esa pillabana? esto lo deca ya andando hacia el lugar a donde yo la conduca, llevando una jarra de hierro con agua. Yo pensaba en mi casa, no por m sino por la pobre Blandina, vctima de aquellas terribles reacciones, que, desde haca un tiempo, acometan a mam, que le daban por martirizar a la muchachas y que eran mucho ms vivas desde que yo sacaba la cara por ella. La vieja se detuvo en la parte de afuera de la maraa y me dio instrucciones. Entra t, desabrchale la chambra y yele en el costado del corazn. Si est parado no hay que hacerle; muchos mueren de accidentes. Si le anda, chale, a modo, el agua en la cara y en el pecho. No ha de ser ms que el susto, si Dios quiere! Sintiendo de nuevo la piel abierta por millares de sitios, me llegu a Blandina y le desabroch la blusa, dejndole al aire la tabla del pecho. Luego puse el odo. Estaba muy fra. No se oye nada dije hacia la vieja, con voz asustadsima. Qu has de or ah, hom! Desabotnala ms y tira del justillo para los lados ordenaba la vieja, con un extrao dejo malicioso en las hablas. Hice lo que me deca y, no bien acababa de desagujetar los altos del justillo, cuando saltaron al aire los pechos blancos, tersos, surcados de finsimas venas azules, con su pequeo y erecto botn, en medio de una aureola rosa plido, ligeramente rociada de sudor. Apart las manos e hice un movimiento para alejarme, asustado. Pon el odo ah, del lado izquierdo insisti la condenada de la vieja, con voz casi gozosa. Trat de inclinar el cuerpo de Blandina un poco hacia la derecha y con este movimiento debi de sentir nuevos pinchazos, pues volviendo repentinamente en s, exhal un ay! dolorido y casi en seguida trat de incorporarse mientras deca con voz llena, recobrada, cubrindose los pechos con las
manos: Qu pasa? Quin me destap? La vieja le habl en el lenguaje regional, tranquilizndola, mientras me instaba que le rociase la cara con el agua fresca y que le metiese en ella los pulsos. Pero ya Blandina haba recuperado el uso del sentido, y estaba incorporada, agujetndose el justillo como si tal cosa
CAPTULO III
No recuerdo haber tenido, anteriormente, un disgusto mayor con mi madre, ni jams pens que semejantes palabras pudieran haberse cruzado entre nosotros con un motivo de tan remota importancia como era la falta o la travesura de un sirviente. La verdad es que ambos habamos cambiado mucho. Mi carcter se iba perfilando entre los extremos de una parsimonia irnica y unas descargas de agresividad verbal que, ciertamente, no desmentan mi casta paterna. Por su parte ella tenda a no vivir, a postrarse, a renunciar a toda especie de inters por las cosas y por las personas. Se dejaba ir a remolque de los acontecimientos, escasa de palabras y poseda de un creciente humor acedo. Este proceso la iba haciendo centrarse en la exageracin de los que haban sido los mejores rasgos de su carcter que, al desproporcionarse, trocbanse de virtudes en defectos. Su valenta se haba hecho cinismo y su parquedad se iba pareciendo a la huraez. En suma, podra decirse que se haba masculinizado. Por otra parte, no era lcito oponrsele, pues ello le traa consecuencias que se reflejaban en su salud cada vez ms quebrantada. Esto sucedi aquel da en su reprimenda a Blandina. Yo me met de por medio quitndole de las manos a la criada, que lloraba a desbautizarse, al verse sacudida e increpada. Mam se qued sin saber qu decir ante aquella audacia y yo remach la cuestin advirtindole: Si continas con ese genio y, lo que es peor, con esas palabrotas, me ir de casa. Te atreves a soltar amenazas? dijo, temblando de ira. Ya sabes que yo no amenazo; hago, sencillamente. Eres bien hijo de tu padre! Bravatas y ms bravatas Haz lo que te d la gana, yo no pienso cambiar. O es que ni me dejis el derecho a ser como soy? Aun para sufrir tengo que hacerlo a vuestro gusto Empez a flaquearle la voz, y yo, temiendo que le diese una crisis de llanto, baj, sin aadir nada, al piso de las tas. Ni an ahora, que lloraba por cualquier motivo, poda acostumbrarme a sus lgrimas, que, adems, ya no eran el blando fluir silencioso de antes sino las compaeras lamentables de sus gritos y de sus descompuestos ademanes. A pesar de que nuestra separacin se iba haciendo cada vez ms honda, tena verdaderos raptos de ternura hacia ella, pero se frustraban, apenas nacidos, contra su frialdad y su tono amargo. Era evidente que no haba podido superar las injusticias de su vida sin perder el gobierno de s, cediendo, al fin, al desmoronamiento de su integridad. Por ello tambin su belleza, que ms que perfeccin fsica haba sido emanacin graciosa de su equilibrio interior, se iba desdibujando da a da. Adelgaz extremadamente y se carg un poco de hombros; sus ojos haban perdido aquella honda opacidad, que los haca tan dulces, para tornarse inquisitivos, hirientes. No quera ver a nadie de su clase, y su vieja mana de tratar con gentes moralmente proscriptas e irregulares haba dejado de ser un simblico desquite contra la gazmoera ambiente, para caer en un hbito manitico y molesto, pues a toda hora venan a casa comadres que le traan cuentos, y mujeres obreras de mirar directo, casi desvergonzado, que tomaban parte activa en algaradas y huelgas y que llevaban las banderas de los gremios en las manifestaciones del Primero de Mayo, por lo cual eran motejadas de cratas por la gente fina y de pendangas y machorras por la plebe. Slo en estas cosas poda hallar mi madre, si no la calma, al menos la distraccin, y en el
estarse, horas y horas, sentada al lado del lecho donde la pobre Joaquina, casi por completo tullida, iba dando su lento adis a este mundo. Mis dos tas, como ya dije, relegadas a la inactualidad y al desuso luego de la relativa actividad y el pacato uso que de sus vidas hicieran, iban cayendo en una languidez que las haca ms humanas y comprensivas para las flaquezas de los otros, como si quisieran nivelar con ello la poca indulgencia que tuvieran para con las propias o con la remota posibilidad de haber cedido a ellas. Tambin haban envejecido repentinamente. Tan slo Pepita rea la batalla por los tiempos y la iba ganando. En los debates que tuvo con sus dos hermanas sobre modos y modas, stas parecieron consumir sus finales energas y mi madrina cobrar nuevos arrestos. Tambin era verdad que los nuevos tiempos haban dilatado la vigencia de las edades; y as, los jvenes, lo eran durante un plazo mayor y la madurez haba alejado sus lmites; con lo cual la ta Pepita haba decretado que sus cuarenta y tantos los tantos seguan discretamente embozados en el misterio no eran como para echarse una papalina o un manto por la cabeza y para empezar el merodeo de un santo que asegurase la salvacin eterna. Contribuan tambin a levantar su espritu y a esponjar sus carnes las nuevas lecturas, que nada tenan que ver con aquellas resmas de prosa por entregas, que haban constituido el inadecuado alimento sentimental de su clido temple de morena, apenas contenido por los convencionalismos. Con todo ello y con la nueva costumbre de dar largos paseos, a pie, por las afueras, su salud haba mejorado grandemente; y algunos das, digmoslo con apropiada frase literaria, su otoo vala ms que muchos estos y que no pocas primaveras Aunque yo no quera enterarme de nada, no ignoraba que las finanzas de mi familia se haban ido resintiendo hasta una extrema gravedad, a causa de las demandas de mi padre, que segua viviendo su vida absurda, y de la acumulacin de deudas e intereses que ya haca tiempo devoraban, con exceso, todo cuanto la renta produca, desgajando en ventas de apuro, farfulladas por el to Manolo, lo mejor del capital. Tuve un grave disgusto cuando supe que las tas cosan, bajo cuerda, para las mejores familias de Auria, a fin de ayudarse. Yo me senta incapaz de reaccionar, y lo nico que hice fue dejar, de la noche a la maana, los estudios y entregarme a solitarios paseos por las montaas y bosques cercanos. Mi hermana Mara Lucila se haba convertido, a la vuelta de unos meses, en una mujer hermossima, con el casco espeso de su pelo castao, sus ojos verdes y osados y su tez blanca y mate. La hacan an ms atrayente su desdn por las cosas que preocupaban a las muchachas de su edad, su distincin e independencia, y su aire de tranquila formalidad, como quien ya se halla de regres de las experiencias del mundo. Caminaba y se mova con altivez y gracia, como modelada, a cada paso, por las manos del aire. Cuando hablaba lo haca con seguridad y riesgo, sin detenerla tema alguno, por vidrioso que fuese, y se oa resonar en sus palabras la audacia y, por veces, la autoritaria pedantera de las rplicas de su hermano. Eduardo permaneca en Madrid, estudiando la carrera de Ciencias y viviendo por sus propios medios. Desempeaba un cargo demasiado importante para su edad andaba en los dieciocho aos en la oficina de unos ingenieros belgas, contratistas de grandes obras, a causa de su versacin en los ms difciles clculos matemticos. De vez en cuando haca una escapada a pasarse unos das en Auria. Mientras estaba su hermano, Mara Lucila pareca revivir con una alegra tan inmediata que, a pesar de poner todos sus esfuerzos en disimularla, no dejbamos de advertirla y de sorprendernos. Pareca otra, con sus ojos enternecidos y sumisos, y la acentuacin repentina de todos sus afeites y
modos de vestir. Desde que Eduardo llegaba apenas permanecan en casa; todo se les volva visitas o paseos por las montaas y a lo largo de los ros, pues segn l afirmaba, vena siempre vido del paisaje natal. Un da, en la mesa, Mara Lucila afirm que en los ltimos cinco aos slo lo haba visto en total unos ocho meses, lo cual era cierto; pero no por ello dej de extraarme cuenta tan cuidadosa y, adems, el acento de amargura con que lo dijo, y el aire de excusa con que l la mir. Del to Modesto llegaban muy malas noticias. Despus de un tiempo de violencias e indisciplina, que le haban hecho pasar casi dos aos en las celdas de castigo, haba cado en una especie de insensibilidad imbeciloide que tena muy preocupada a Obdulia. Adems, su antiguo mal de orina se haba agravado hasta dar en una incontinencia poco menos que perpetua. Cada vez que la barragana aluda al envejecimiento de su hombre se echaba a llorar y afirmaba que ms valdra que nunca le volvisemos a ver. A m tales noticias me producan pena, pero formaba parte de mi propio embrutecimiento el no hallar un momento para escribirle al fin yo era el nico descendiente legtimo de su casta dndole nimos para sobreponerse a su abatimiento. A raz de una pulmona que le tuvo casi en las ltimas, Obdulia determin confiar las heredades de Modesto a manos honradas y seguras e irse a vivir a Ceuta, para estar cerca de l. Y as lo hizo. Apenas vena en las pocas de las faenas principales a ordenar las sementeras, vender el vino y los animales, y cobrar foros y rentas. Eucodeia, sin ms mritos que su psimo latn y sus barbaridades desde el plpito, haba cazado la mitra de Londoedo, merced a los oficios de su hermano, profesor de los infantes y hombre de gran metimiento en la Corte. Don Jos de Portocarrero no sala de su casa, fulminado por un ataque que le dej sin movimiento todo el lado derecho, casi sin vista y con la lengua de trapo. Muchas veces tuve ganas de ir a verle, pero tampoco pude reunir la voluntad necesaria, aunque me culpaba, con ntimos reproches, de mi ingratitud. Mi existencia de parsito se reduca a dar largos paseos por las afueras y a devorar, uno tras otro, sin discernimiento alguno, los estantes de la Biblioteca Municipal fundada por mi abuelo. Los absurdos libracos que haban nutrido su noble espritu fue lo primero que empec a leer; mas al poco tiempo retroced desencantado ante aquella jerga universalera, seudocientfica e innocua; aquella materia pueril, ambiciosa y contradictoria, entre la que no tena lugar la literatura de invencin, ni la gracia del mundo lrico. Por aquel entonces empec a frecuentar el ncleo de los nuevos intelectuales, tan distintos de la candorosa condicin de los Tarntula, y de aquellos progresistas decimonnicos, blasfematorios de casino y sabios de rebotica, llenos de generosa y artificiosa pasin por la Escuela y por la Higiene, creyentes del mito de la Electricidad, oficiantes en el ara de la Locomotora: Velah ven, velah ven, tan houpada tan milagrosia, con paso tan meigo, que que parece unha Nosa Seora, unha Nosa Seora de ferro. Tras dela non veen abades nin cregos; mais vn a fartura
CAPTULO IV
Desde haca unos aos, en las planas de los peridicos y en carteles multicolores fijados a los vetustos muros de Auria, comenzaran a aparecer los anuncios de las compaas de navegacin. Destacbanse en ellos, con su gracioso exotismo, los nombres de las ciudades de Amrica, que, de este modo, dejaban de ser simples menciones geogrficas o motivos fabulosos de la exageracin indiana, para trocarse en realidades, casi al alcance de la mano: Viajes directos a Veracruz y Tampico, Lnea de navegacin a Par y Manaos, Lneas directas a Ro de Janeiro, Santos, M ontevideo y Buenos Aires. En tales carteles la tentacin se plastificaba, adems, en unos gallardos buques de varias chimeneas, empenachadas de humo y orgullosamente inclinadas hacia atrs como por el mpetu de la marcha; con las proas afiladas, partiendo en dos las ondas de un mar muy azul, navegando cerca de una costa luminosa en la que un jinete agitaba un gran sombrero de paja desde un boscaje de palmeras. Haba otros con buques negros, de una sola chimenea, aunque de aspecto muy poderoso, recalados en puertos que tenan por fondo ciudades enormes y blanqusimas. Con todas estas incitaciones y la apertura de las agencias de embarques, que daban a los viajes de ultramar, rescatados de la apariencia de su riego legendario, el aspecto de una fcil excursin, muchos emprendan lo que resultaba luego dursima aventura, estibados en siniestras calas, comiendo bazofia extranjera y cayendo en manos de traficantes de hombres, al margen de toda aquella proteccin que prometan las lindas y patticas declaraciones constitucionales de las repblicas del Nuevo M undo. Aunque todo esto se saba, veamos en ello una esperanza, sobre todo los que tenamos por delante un destino incierto, los que no queramos caer en los mataderos de la guerra africana o dejar los pulmones en los nuevos talleres y fbricas que, dimisores de la antigua artesana patriarcal, venan a ofrecer al trabajador las brutales formas del desgaste y de la extincin en manos de recientes tcnicos, con alma y procedimientos de cabos de vara, que iban convirtiendo al oficial en proletario y al maestro en capataz, trocando la anterior resignacin, casi gozosa, del trabajo, admitido sin protesta en razn de su propia fatalidad, en algo abstracto y desalmado; los salarios insuficientes respecto a las nuevas condiciones de la vida; los campesinos estrujados por un ciego sistema impositivo, elaborado en la Corte por mentes esquemticas que no tenan la menor idea de la realidad econmica regional; el desvalimiento de las manufacturas tradicionales que iban siendo abandonadas antes de que se creasen los medios para adquirir los productos ofrecidos por la industria masiva y mecnica nacida en torno a las urbes de reciente creacin o ensanche Todo ello, junto al mal ejemplo de los nuevos indianos, que volvan con sus relucientes centenes de oro y su aire despreocupado y juerguista, lograron que la sangra emigratoria del pasado siglo se convirtiese en irrestaable hemorragia, como deca un peridico local, y que adquiriese proporciones de catstrofe. Sobre un fondo de costumbres casi atvicas que consideraban el paso a Indias como una solucin cuando todas las dems fallaban, las nuevas incitaciones, ayudadas por una poca de transicin que el mundo impona a un pas retrasado en relacin con la marcha del continente, eran motivos ms que bastantes para que algunos viesen, al margen de su interpretacin milagrera, la evasin emigratoria como la nica salida de tanto callejn murado. A ello se aada, para encandilar an ms las imaginaciones, la invitacin a la vida
libre, considerada proverbial en Amrica, y la nivelacin de las posibilidades, tan difcil en aquella ciudad rutinaria. El aspecto religioso de la vida en Auria haba pasado a trminos muy secundarios, y la lucha, tan denodada en aos anteriores, haba ido cediendo. Ya no se interpretaba como una escandalosa alusin el ser de los de la cscara amarga, y, por el contrario, se juzgaba de mal gusto, entre los jvenes, tanto el mostrarse belicosamente beatos como el militar entre los tragafrailes, demagogos y pintorescos herejes provincianos. Los que habamos sido educados en las prcticas religiosas cumplamos con sus preceptos, aunque sin ningn gnero de especial fervor ni mucho menos derivando de ello consecuencias polticas. Y en mi caso particular, ni aun eso, pues mis asistencias al templo, ms que originadas en la militancia de la fe, obedecan a las fluctuaciones de mi humor. Tena rachas devotas y perodos de total abandono; pero sin dramatismo, sin alternativas de accin y reaccin, en la misma lnea de discontinuidad que me acercaba y me separaba de tantas otras cosas, de mi madre incluso. Por otra parte, mis aficiones arqueolgicas y mis estudios, un poco a la buena de Dios, sobre las pocas resumidas en la varia arquitectura del templo haban ido reduciendo la esfinge catedralicia a las razonables proporciones del conocimiento; aunque, a decir verdad, en el fondo de mi ser, sofocada, mas no acallada, segua estando viva aquella tendencia a responsabilizarla por todo cuanto de injusto, inslito o negativo sobrevena, sobre la indefensin de mi vida. Comprenda que aquella atribucin supersticiosa, animista, no era ms que una infantil reminiscencia, pero no poda aunque mejor sera decir, profundamente hablando, no quera desprenderme de ella; sera como tener que encararme con una responsabilidad tan brutal que hubiese terminado lanzndome a la nada. Con todo, mi uso espiritual del templo, sustituido ahora, en cierto modo, por su esttico disfrute, era ms calmo, ms regido por la voluntad. De estos sentimientos confusos participaba tambin el tono de mi religiosidad. En mi creciente y lcido contacto con los espritus informados, admita, con cierta irnica tolerancia, todas las paradojas y salidas de cauce que constituan las formas de discusin y dilogo entre los inteligentes de aquella poca; mas cuando el agresivo galimatas entraba en el terreno hondo de la fe, me callaba, celando mis convicciones o su borroso espectro, del mismo modo que en aos anteriores esconda el secreto de mi relacin ntima con el cuerpo de la catedral. No obstante, esta dramtica fluctuacin entre la excitacin y el tedio, entre lo afirmativo y lo inseguro, de mi vida interior me privaba de toda actividad externa y no me dejaba mirar, cara a cara, hacia el futuro inmediato cargado de sombras. Haba das en que la angustia me hubiera hecho gritar por las calles y en cambio otros me los pasaba como mecido en una arrulladora estupefaccin hasta la que me llegaba un eco asordado de reproches. M is estados de nimo tenan mucho que ver con el girar de las tmporas: las primaveras con su repentina suntuosidad, los veranos con las vacaciones en la aldea; el otoo, lento, tibio, con su final subitneo, al bajarse el teln de las lluvias de octubre, y el invierno, con sus das de diez horas de claridad plomiza, sus campanas de largusimo son, como perpetuamente de difuntos Al irrumpir en m esta trabajosa adolescencia, me encontr, de pronto, situado entre el desenfreno de las cosas y de los seres, ya mucho ms que como espectador, como protagonista. Me sent ms desarraigado de la introspectiva soberbia, para sumarme, para sumergirme, como en una danza sagrada, en un ritmo ms general de ansias y repulsas. Al comienzo de los gozosos paseos nocturnos en la Alameda, que duraban todo el buen tiempo,
descubr, un da, de pronto, las miradas de otras vidas flotando en el aire, llenas de sentido, de comunicacin. Las descubr tambin en m mismo. Me sent en poder de una expectacin que ya no naca de m, sino que me posea, que me vena de todo: de los seres y de las otras presencias del mundo que se me mostraban con repentina solidaridad. Qu dulce e inextinguible gozo aquel estrenarse del alma en cada cosa, transformada en posible fuente de amor; en la transmutacin de los seres y de los objetos, desde una relacin rutinaria o fatal a la librrima decisin que me permita crear mundos interiores con aquellos fragmentos! El hallazgo y adopcin del mbito eran una gloria para el alma y para los sentidos, con la condicin, casi divina, de ser yo mismo el punto concntrico, el posible proyecto, la incitacin, la ordenacin de aquel caos suave en cuya abundancia poda hundirme con slo desearlo para absorberlo, para reconstruirlo sin descanso, como en esos sueos semiconscientes donde la fantasa puede disponer, dirigir. Eran todas las formas, sonidos y colores ofrecindoseme, en lentas apariciones, en descubrimientos morosos para que mi voracidad se lanzase sobre ellos, flecha yo mismo, ansiosa, insaciable, acudiendo a cada instante de la temblorosa solicitacin El lento cabeceo de los rboles, el gran ro con sus escamas de brisa, la nevazn amarilla de las acacias, el sesgar de las golondrinas por el aire renacido a fruicin y luz, el tibio olor a lilas al volver de una calle, desbordadas de un muro; las perspectivas desencantadas, la primera luna de mayo con su andar procesional, su tristeza sacra, su fuego azul entre los pinares, eran cosas que me llevaban hasta el llanto, hasta un contento que pareca entrarme por los lmites del cuerpo, empapndolo de una embriaguez desconocida. Faltaba que todo aquello se argumentase en torno a otro espritu con quien compartirlo, con quien sufrirlo y gozarlo De estos das viene mi amistad con Amadeo, que era otro deslumbrado, aunque entre lo que constitua en l su verdadero y limpio ser y la suntuosidad declarada de su espritu, se interpusiese una especie de ngel aduanero, pertrechado con las ms eficaces armas de la versacin y tambin del cinismo. Cuando le conoc estaba an en la incitante categora de forastero. Un forastero era siempre para nosotros la posibilidad de confrontarnos con un alma distinta, oreada, sorprendente. Era Amadeo uno de esos muchachos de patria administrativa, nacidos al azar de traslados y permutas. Tena hermanos extremeos, vascos y marroques. La patria chica de todos ellos la haba determinado el escalafn de la Tabacalera, en la que su padre, nacido en Auria, de la excelente y vieja familia de los Hervs, haba venido a desempear un cargo de importancia. Luego de haber paseado su inadaptacin por media pennsula, cumpli con ello el acariciado anhelo de toda su vida burocrtica. Amadeo era alto, armonioso, triunfal. Tena el pelo tan rizado y brillante como el de un mulato presumido y ojos audaces de muy oscuro azul. Su andar era lento, acompasados los ademanes, y su vestir cuidadoso, casi afectado. Nos conocimos de lejos, en el caf, y durante muchos das nos miramos, all y en las calles. Andaba siempre solo, con un libro en la mano, y alguna vez me cruc con l en una carretera o en la vereda de un monte, donde casi nos saludbamos con los ojos, pero sin hablarnos. Yo senta grandes deseos de ser su amigo y confiaba en que la casualidad, que en Auria revesta formas casi matemticas, nos pondra algn da en contacto. Sin duda, era tambin de los irregulares y rebeldes, pues no le vea estudiar en ningn centro y adems trasnochaba sin objeto, como yo, como otros, tal vez por el mismo deseo de sentir en la libertad la plenitud del propio gobierno, sin la autoridad o la curiosidad de las gentes sobre nuestros pasos, sobre la indeterminacin tan grata de esos mismos pasos Una de aquellas noches me lo encontr, acodado en el pretil del
alto puente de Trajano, con la vista fija en un punto del firmamento. Era un lugar bastante obscuro, y, ms que verlo, lo adivin por el alboroto de su pelo ensortijado y la dignidad de su perfil, que se destacaba contra el resplandor de las lejanas ampollas elctricas, a la entrada del puente. Pas una y otra vez, para cerciorarme, y tambin un poco intrigado por lo que all estara haciendo. Hola! me dijo, con toda espontaneidad, al pasar por tercera vez y cuando iba dispuesto a seguir mi camino. Su voz era clida, rica de intimidad, muy suave, sin dejar de ser varonil, tal vez demasiado grave. Yo me acerqu. Estaba tratando de ver quin era el otro extravagante que se queda de noche mirando a las estrellas. M e alegro de que sea usted. Pero nada de romanticismo, pura curiosidad cientfica su acento denotaba la forastera y poda ser clasificado entre lo que entendamos en Auria como habla madrilea. Curiosidad cientfica, en Auria? Y trato directo con sus cosas, aqu? Un cometa no elige sus puntos de observacin, afortunadamente para los pobres de este bajo mundo. Apenas si nos van dejando las diversiones estelares hablaba con sorprendente fluidez y manejaba un lenguaje rico, dcil y tan bien armado que pareca escrito. Pero dime la verdad aadi con espontneo tuteo; te paraste aqu sabiendo que era yo, para hablarme, no es as? inquiri, ofrecindome un cigarrillo. S, es verdad. Hace tiempo que tengo ganas de tratarte, ya lo habrs notado; pero en este indecente poblacho no existe el hbito corts de las presentaciones. (Era una de nuestras estratagemas, para congraciarnos con los forasteros, el hablarles mal de la ciudad donde los suponamos mortalmente aburridos). Yo tambin me fijaba en ti. Tienes una cara y un alunamiento muy particulares Pareces uno de esos muchachos muy elaborados, muy atormentados, muy hechos, que se encuentran en las grandes ciudades. No eres poeta, por casualidad? No, no, de ningn modo. Hay cosas peores! Por las muestras que aqu tenemos deben de ser muy pocas. Nos echamos a rer de buena gana. Bueno, pues a ser amigos me tendi la mano con un gesto simple y afectuoso. Cundo las cosas estn de Dios! nos remos de nuevo de aquella expresin del beatero local . Seguimos o te quedas? Vamos a sellar esta amistad a varios millones de kilmetros Mira hacia all nos acodamos en el pretil y seal un punto del firmamento, hacia el oeste. No ves all como una nubecilla luminosa, como una pluma? No veo nada. S, hombre me cogi la cabeza y me la hizo girar suave mente en la direccin de su ndice. En medio del fresco de la noche sent el calor de su cuerpo salindole por la manga que rozaba mi oreja. All, all, como un alfanje mal hecho, como derritindose, entre aquellas tres estrellas grandes. Ah, s! Qu hermoso! Yo cre que haba pasado aquella noche de jolgorio en que la gente esperaba el fin del mundo en las tabernas. Es muy pequeo Figrate, la distancia. Adems ya est un poco bajo; deben de ser las once. Maana, a eso de las diez, lo vers mucho mejor; hay norte y estar el cielo como un cristal.
Volver y me explicars S, a uno no le queda mal retroceder de vez en cuando hacia la instruccin primaria Todos los dficit de nuestra cultura nos vienen de la falta de instruccin primaria. Te propongo que lo veamos desde los altos del Montealegre: de paso oiremos los primeros ruiseores, que deben de estar llegando, si no estn aqu ya efectivamente, era una costumbre de Auria el ir a esperar los primeros ruiseores a mediados de aquel mes, por la noche, a las afueras. Cmo sabes tanto de este pueblo? Oh, llevo aqu aos de aos, ciclos, edades! Mi padre es un enamorado de su ciudad natal y he crecido en su adoracin, regndome con su dulce nombre Desde que nac. Yo soy africano, de Tnger, que es una forma muy llevadera de serlo Mi infancia es la protesta de mi padre contra aquellos solazos, contra aquellas tolvaneras, en defensa de estas brumas y musgos. Adems es poeta, por aadidura. Sera como para haberle aborrecido si no pusiese tanta alma en su morria. Por otra parte, la comprobacin no resulta del todo negativa. Ya veremos la gente; el inconveniente de todos los edenes son los bichos daba gusto orle hablar con frases tan rpidas, tan inesperadas, tan de libro. Yo jams haba odo cosa semejante y no me atreva a contestarle. Mi padre es el Hervs, como decs aqu, administrador de la Tabacalera. Un da, paseando con l, te vi. Ya s que te llamas Luis y que eres de la familia de los Torralba. De los locos Torralba, te habrn dicho. Mi padre, no. A pesar de ser poeta, naci dotado de una seriedad completamente administrativa, que refluye tristemente sobre sus sonetos y dcimas, claro es. Pero otros s me lo han dicho. De los locos Torralba repiti sin nfasis, sin darle ninguna importancia a aquella filiacin deprimente. Buena informacin y rpida! coment. Hombre! Aqu pegas el odo a una piedra y te cuenta la historia de la ciudad, desde que fue extrema oficina y punto termal de romanos aburridos hasta los prximos cien aos. Imagnate cmo ser la gente! Peor que las piedras, pues la gente aade Cmo hablaba! Se vea que llegaba del mundo. Sin embargo, pronto pude comprobar que su implacable inteligencia no ofenda ni restaba nada a su cordialidad, a su contagiosa simpata. No obstante, sera algo difcil quererle, defendido como se mostraba con aquella brillante armadura mental. Su corazn no estaba, se vea, librado a ningn descuido, supuesto que le acordase a la metafrica viscera la importancia de quienes vivamos en aquellas brumas, insumidos en nuestra propia substancia. M as, a pesar de todo, su esplndida sonrisa no lograba borrar una cierta tristeza, o tal vez desconfianza, de sus ojos, que la noche haca ligeramente morados. En contraste con mi nerviosidad y mi aturdimiento, su mirar largo, apenas sin parpadeos, su dominio y la gracia, un poco gatuna, de sus ademanes, le daban una prestancia de lejana, de superioridad, de autoridad y quizs de una sombra y trabajosa ternura. Aquella noche tuvo momentos de pasmosa turbulencia verbal, unidos a la ms natural y anglica poesa. En la adolescencia se descubre gente as Luego parece esconderse para siempre en los harapos de la vulgaridad. Esa debe de ser una de las causas de la tristeza de la vida. Uno se va cansando de buscar y de no hallar; y cuando ya no se busca es que se est maduro para la renunciacin y el tedio; es decir, para la muerte.
CAPTULO V
Fuimos las noches siguientes a ver el cometa de Halley, desde los altos del M ontealegre. Apareca sobre los pinares, fosfreo, curvo, como agorero. Hablbamos incansablemente pero en tono bajo, a pesar de aquellas soledades, como si nuestras voces quisieran establecer una complicidad que no exista en las palabras. En las noches sucesivas, el visitante celeste fue hacindose ms dbil, ms transparente, como fundindose en la masa estelar. La prxima luna lo barrer del todo. Y cuando ya no se vea, adnde iremos? Siempre habr un pretexto para acostarse a las tres y aadi con voz curiosamente transformada en murmullo confidencial: Tiempo llegar en que no necesitaremos ir a ninguna parte para estar juntos en todas no me gust aquel tono que pareca contener una remota amenaza o una promesa llena de peligros. La noche estaba plagada de rumores inconcretos, regidos por el bordoneo de los pinos, a cuyas agujas llegaba a cardarse el ventalle de la brisa que se rasgaba en ellas, como un cendal finsimo. Qu miras? inquiri Amadeo, sonriendo, casi sin voz, recostado en las manos. No s dije, al mismo tiempo que me percataba de que haca una largo rato que tena mis ojos detenidos en la extraa luz morada de los suyos. Curiosidad cientfica, tal vez, como t dices cuando no encuentras otra disculpa. Tienes un resplandor extrao en los ojos. S, a fuerza de trasnochar acaban adquiriendo el color nocturno. As son los ojos de los diablos, de los viciosos de la carne y de los gariteros coment, con falso acento tremebundo. Empezse a or a lo lejos una nota larga, metlica, como una queja. Amadeo se incorpor lentamente. La queja se resolvi en tres golpes de risa, secos, precisos, propagndose en anchos ecos por el aire. Ah lo tienes dije yo. Es el primero del ao. Brava puntualidad! Calla! orden secamente. De nuevo la voz potica, elegante, sufriente, se extendi por la noche, apenas declamando lo que pareca su pesar con una contencin exquisita. De lejos respondi otro canto. No se interrumpan uno al otro nunca. No se mezclaban. Era de una gran dignidad aquel permitirse el recitado entero de la estrofa. Qu altivez, qu soledad perfecta! Nunca oste ruiseores? Naturalmente, pero al lado de stos eran como mirlos. Parecan trabajar para los observadores, como las hormigas de Twain. Los ruiseores del sur estn anunciados en las guas de turismo y parecen prestarse a tanta vileza. Estos son ms sobrios, ms orgullosos, menos divos. Cantan para s; ruiseores del arte por el arte no me gust aquella injerencia de las paradojas en un nterin de belleza tan cierta, tan inocente, casi cruel. Hay momentos en que tambin t hablas como si tuvieras espectadores. Naturalmente, naturalmente. Aunque no haya nadie. Yo soy siempre mi mejor pblico; pero no creas, nada fcil, nada tolerante Se oy un crescendo de lamentos que iba abrindose en espiral, prolongando las notas, como
abarcando toda la cpula nocturna. Ese animal va a morir! No se canta de esa forma si no es para morir. A veces caen muertos. Despus de una queja final, en la cima de la prodigiosa tesitura, el canto se rompi en seco, como acuchillado. Amadeo se quedo un rato en silencio, positivamente emocionado. Qu belleza, Luis! exclam tomndome una mano. Por primera vez le vea inferior a las cosas, como buscando ayuda. No s cmo podis vivir entre todo esto, sin disolveros. Es peligrosa esta tierra. Ciertamente; vive tanto que no deja vivir se volvi hacia m, sorprendido. Resulta muy inteligente eso que has dicho. No me hagas caso. Son cosas que se me escapan. Muchas veces tengo que volver sobre ellas para entender lo que quise decir. Es como si me las soplasen al odo. Y a lo mejor es as. Eran las dos de la madrugada. Bajamos del Montealegre, cogidos de la mano, en silencio. Comprendamos, sin decirnos nada, que la menor palabra podra resultar inoportuna o excesiva. A la puerta de mi casa quedamos un rato mirndonos en silencio. Hoy me cuesta trabajo separarme de ti dijo Amadeo, con la voz incomprensiblemente velada. No ser por mi amenidad! Yo s que podra decirlo. M e enseas tantas cosas! Amenidad, enseanza! Horrendas palabras que me permiten despertar Has hecho bien en decirlas, as puedo despegarme ms fcilmente. Hasta maana, a las tres, en el caf. Y dio la vuelta sin esperar mi respuesta y sin estrecharme la mano. Era la primera vez que se iba sin hacerlo. Sub preocupado. Casi siempre, al despedirnos, Amadeo dejaba temblando en mis odos conclusiones misteriosas; parecan mensajes de una interior desazn que yo no lograba esclarecer. Era como si me acusase indirectamente de algo. En el cuarto de mam haba luz, circunstancia que ya me haba extraado otras veces, al llegar de mis nocturnas correras, pero no entr para no exponerme a sus reproches. Qu hara levantada a tales horas? Me acost y tard mucho en dormirme. Repiqueteaban en mi cabeza las frases de Amadeo; sobre todo las ms elusivas, las lejanas, las de menos sentido. Se oan los chorros de la Fuente Nueva tamborileando sobre el parche del piln. O los primeros pregones matinales, que haban ido perdiendo su antiguo candor para trocarse en utilitarias melopeas Al da siguiente en el caf, en los grupos de gentes letradas, los intelectuales, como empezaba a llamrseles reinaba una visible excitacin. Estaban constituidos por una mezcla de escritores, periodistas, profesores nuevos del Instituto y de la Normal y por todo gnero de lectores y de aficionados a las artes y a las letras, pertenecientes a la burocracia del Estado. Los poetas y escritores eran inditos en su gran mayora, y la base de su crdito era puramente referencial. De muchos de ellos, nadie haba ledo nada y todos los sntomas de su presunto genio se quedaban en chalinas y melenas, por lo cual les llambamos poetas bajo palabra de honor. Tambin asistan algunos de los viejos profesores y literatos que iban all para no querer enterarse
de nada nuevo y para refunfuar de todo. El motivo de la nerviosidad excepcional que aquel da los agitaba, era el concierto que a la noche siguiente anticipndose en varias fechas a la anunciada, por circunstancias imprevistas en su gira habra de ofrecer, en el Teatro Principal, la Orquesta Filarmnica de la Corte. Por vez primera iba a ocurrir en Auria un acaecimiento de esta naturaleza. Los que haban asistido a esta clase de espectculos, en la Capital, impugnaban ardorosamente el programa, motejndolo de rampln y provinciano. Pero los que nunca se haban visto frente a cosa semejante yo entre ellos hallbanse llenos de expectativa, y slo el amor propio literario les impeda dar suelta a las preguntas que se les agitaban en el buche; pues el programa discutido por los que ya estaban al cabo de la calle, inclua a los grandes dioses sobre los cuales, nosotros, los ignaros, apenas tenamos referencias biogrficas: Mozart, Beethoven, Wagner (algunos de los enterados pronunciaban Guaer). Amadeo, que era un oyente muy versado y sensible (qu no sabra aqul!), defendi el programa con tan agobiantes argumentos que, en contados minutos, puso punto final a la discusin. Luego me habl, con abundancia y entusiasmo, de las obras que bamos a or. Su descripcin del viaje de Sigfrido persisti ms fecundamente en mi espritu que la msica misma, y la Sptima sinfona tuvo en l un glosador potico y documentado. Confieso que al entrar, la noche siguiente, en el teatro, me hallaba en un estado de desasosiego tan anmalo, que pareca miedo. Acostumbrado a la msica con un destino, lgica en su servidumbre, destinada al canto o a la danza, que desde nio haba odo en templos, teatros de zarzuela o a la banda municipal, cuyas ejecuciones no iban ms all de las tandas de valses, pasodobles y selecciones de msica de escenario, me desconcert, al comienzo, la aparente arbitrariedad y albedro de aquellas sobrecogedoras sumas de sonidos, con sus reiteraciones infinitas, sus minucias instrumentales, su fuerza y delicadeza increbles, sin secundaria relacin con nada, sin ms objeto que el ser en s mismas. Mas no tard en caer en una especie de plenitud interior en cuanto dej de querer entender, cuyo ms acentuado deleite me vena, no tanto de las obras en s, cuya unidad de relato renunci a perseguir por imposible, sino de aquellos movimientos del conjunto, de aquella abundancia y matizacin del sonido, de aquella afinacin que no pareca cosa de este mundo, especialmente el canto de las cuerdas tan perfecto, tan compacto y unido cual si se oyese un slo instrumento de infinito caudal, y la autoridad, sin estridencia, de los instrumentos de viento que semejaban gargantas humanas y que, anteriormente, en bandas y capillas, me haban parecido siempre un poco ridculos o intrusos. Me parece que es la primera vez en mi vida que oigo la msica dije, en un intervalo, a Amadeo. Claro que es Entre aquel ruido de que hablaba Napolen, que tena tmpanos de timbal de caballera, hasta esto, hay una serie de fragores intermedios que no son todava la msica, aunque mucha gente crea que s. Sin duda, el or es un aprendizaje como otro cualquiera. Lstima que aqu tengas tan pocas ocasiones! Pero es ya de buen augurio ese color que se te ha puesto. No a todo el mundo se le cambia el ritmo respiratorio en su primer contacto con ese ser anglico que es M ozart. Sin embargo no lo entend. Lo entendieron tus visceras, tus clulas. De ah pasan las cosas, muy lentemente, a la conciencia, luego de una serie de destilaciones intermedias. Y si no pasan, tanto mejor para un poeta.
Es mucho ms poesa el indescifrable estado potico que los versos. Yo no escribo por eso: por precaucin. Pero, de dnde sacas t que yo soy poeta? De ti. Al comenzar el poco sostenuto de la sinfona, Amadeo busc mi mano y la mantuvo apretada en la suya. Antes del allegreto habl, muy divertido, de la pedantera local que aplaudiera dos veces donde no deba. Entre los equivocados, que se quedaron luego corridsimos, estaban dos de los que haban impugnado el programa en el caf. Hay gente a la que el haber estado en Madrid cinco o seis meses, atiborrndose de chotis, de Aranceles aduaneros o de Geografa postal, deja irreconocibles para siempre. Al terminar la sinfona, Amadeo tena la cara verdosa y la frente cubierta de sudor. Salimos al pasillo del gallinero y fumamos un largo rato sin decir nada. Ahora viene Wagner. No te preocupes por entenderlo, pues l mismo lo dice todo y algo ms. Qu gran coleccionista de superficies! Sin embargo, no olvides lo que te expliqu sobre la muerte de Isolda. El amor vuelve a los hombres hacia adentro. De no haber existido las ancas de la Wesendonk nos hubiramos quedado sin esta estupenda pregunta al sentimiento. En el arte romntico siempre asoma la nariz de alguien, o las ancas Es igual. Volvimos cuando estaban ya afinando. Me asombr de que hubiera en Auria tanta gente que supiese de msica como para intervenir con tanto ardor en las discusiones, arriesgndose en tantas rplicas, loas o distingos. Lo tomaban tan a pecho y trataban del caso con tan confianzuda proximidad como si aquellos hombres augustos, separados de nosotros por siglos o decenios, fuesen sus amados padres vivientes o sus cotidianos enemigos. Gozaba yo observando a mi ta Pepita, invitada por los Cardoso a su palco, con su aire de no entender nada ni importarle nada, en el que la acompaaban, con perfecta solidaridad, las otras, revirndose todas, agitando abanicos y perendengues en los intervalos y sosteniendo, durante los ardores wagnerianos, el mismo aire pensativo, lnguido como de retrato, que haban adoptado para todo el programa. Los Cardoso mantenan su aspecto de familia real enlutada y se consultaban con los ojos para terminar los aplausos exactamente con el mismo nmero de palmadas. Mis hermanos se hallaban en las primeras filas de butacas, tan cogidos del brazo y prendidos del mirar que me dio vergenza. No se movieron durante todo el concierto, no miraron a nadie; Eduardo no sali en ningn momento. Estaba en Auria desde haca tres das, en una de sus escapadas, como l deca con intencin graciosa que casaba muy mal con su aire adusto y reservn. Cada vez que volva de la Corte vena ms vestido de persona mayor y hablaba con voz mas hueca. Deba de ganar un gran sueldo, pero en casa no se notaba. Al contrario, de vez en cuando se llevaba alguna chuchera, como l les llamaba para restarle importancia: una miniatura, un reloj antiguo o un grabado para tener contentos a los jefes. Una vez que le encontr tomando las medidas al bargueo de mam, le mir de tal modo que no volvi a posar los ojos en l. Salimos del concierto deseosos de aislamiento y soledad. Yo adverta que acababa de cruzar el umbral de algo que iba a tener radical importancia en mi vida. Senta una grata levedad corporal y estaba excitadsimo, con muchas ganas de decir algo, pero no saba qu. Qu te pareci? dijo Amadeo, cuando llegbamos al caf de la Unin.
Sublime! me qued pensando en aquella ramplonera, pero no me fue posible dar con otra palabra. Tomamos chocolate, salimos de all cerca de la una y caminamos al azar, dejando andar los pies a su antojo. Haca calor. Cruzamos el barrio de las fuentes termales, llamadas las Burgas, envuelto en un vapor gris con olor ligeramente sulfuroso. Al final de la calleja, en el gran lavadero, ms de medio centenar de mujeres, como transfundidas en aquella bruma caliente, armaban la chchara y el canturreo, golpeando la ropa y movindose como fantasmas a la luz pitaosa de las escasas ampollas elctricas metidas en rejillas de alambre, llenas de telaraas. Cruzamos por el puente del ro Barbaa y ascendimos por la colina frontera. Nos detuvimos en lo alto, bajo un soto de robles. Asomaba tras la montaa la luna como un lento baln pulido, dejando en sombra el lugar donde estbamos, y lanzando sus haces sobre el panorama de la ciudad. Me di cuenta, por vez primera, que desde all deban de tomarse aquellas vistas que luego se vendan en postales dobles: Auria: Vista general. Brillaba la ciudad con sus cubos ptreos embadurnados de plata agrisada. Amadeo se solt a hablar como tomando la conversacin por el medio. Devolva la msica en palabras perfectas. Yo le escuchaba recostado en su voz, tibia, envolvente. Qu pasin, qu mpetu pona en cuanto iba diciendo! Sin duda, aqulla era su verdadera vida. Comprend, de pronto, aquel aire de despertado con que acoga mis preguntas respecto a las cosas del diario azacaneo: a su familia, a su porvenir. Qu tenan que ver con l aquellas cosas? Su voz posea la sabidura innata de los tonos, la ciencia de la penetracin, de la intencin al margen de las palabras. Frente a aquella rplica de estao con que la ciudad reflejaba el entusiasmo de la luna, la catedral se esfumaba en el conjunto, aplastada por el mando uniforme del color. Hubo un momento en que quise contarle a Amadeo mis viejos terrores y conflictos. l los entendera como nadie, mejor que yo mismo. Mas para qu iba a enajenarlos, a vaciarme de aquellos recuerdos que eran lo ms mo, lo nico mo de mi infancia? Eso era exactamente lo que ms tema de Amadeo. Tena sobre m tanto poder que nada le costara dejarme sin m en cuanto lo desease. Pero ahora no era un poder mgico ni una misteriosa tirana. All estaba a mi lado, recostado en el csped, fuerte y vital, como esas estatuas yacentes que estn desmintiendo con su vida al sepultado bajo ellas. Estaba a mi lado, con los tibios palpos de su voz; con la fulguracin de su espritu que iluminaba sin deslumbrar; con aquella vida que dejaba vivir, que ayudaba a vivir. Envuelto en la secreta fuerza del sitio y de la hora, me senta como perdido en un placer que no saba ya si era del alma o de los sentidos. Ni me di cuenta de que Amadeo tambin haba callado. Y t qu piensas hacer? exclam, bruscamente. Cundo, ahora? No, no; en la vida; en eso que llama mi noble padre, con frase terrible, las obligaciones de la vida. Ah, no s. Y t? inquir a mi vez, un poco asombrado por la injerencia de tales cosas, tan fuera de su costumbre en nuestros coloquios. Pues mira, tampoco lo s. Mi honrado padre quiere que me prepare para unas oposiciones a las Carreras Especiales del Estado, ese horror! Figrate t, yo de telegrafista en Tenerife, discutiendo con mis camaradas sobre las leyes de Canalejas o sobre el putero local.
CAPTULO VI
Extinguise la criada Joaquina en el claro amanecer de un domingo de junio, cuando las campanas del alba la llamaban, intilmente, para su misa. Su muerte, como la de las otras santas, fue resignada y feliz. Mam, que haba refugiado en la anciana su ltima ternura, estaba peinndola, despus de haberle cambiado la ropa interior, pues la pobre ya no poda valerse. Se mantena encorvada como si se le hubiese ablandado el esqueleto, y no contestaba a las chanzas de mam, que le hablaba como a una nia y la lavaba con agua de olor. Asp los brazos, de pronto, abriendo la boca como si quisiera meter por ella todo el aire del mundo. Mam sali al pasillo llamndonos a gritos. Cuando acudimos, estaba cada sobre la almohada sacudida por los estertores. Y as hasta el final. Nos cost mucho trabajo abrirle la mano que se le haba contrado, como una garra, sobre el seno izquierdo. Sus ojos, ribeteados y abiertos, parecan vivos, luego se le fueron vidriando y subiendo hacia la frente, como mirando hacia arriba, hasta que mam se los cerr, apretndole los prpados. Al mediar la maana ya estaba la casa llena de dueleras, rezanderas y gentes sin arte ni parte, pues era muy querida en la ciudad, y all montaron guardia hasta que se la llevaron. Cayeron tambin, por la tarde, unos presuntos parientes, de la aldea, que jams le habamos odo mencionar. Venan, sin duda, al olor de las onzas, que, segn luego supe, ya se haban ido quemando en la hoguera del desastre familiar, junto con sus ahorros de tantsimos aos. No hubo ms remedio que darles alojamiento, con lo que toda la casa pues eran cinco se llen de un vago olor a corambre. Joaquina, vestida por mam, con un traje suyo antiguo, de gro negro, su pelo blanco y la serenidad sonriente de su rostro, estaba hermosa. A la noche lleg Amadeo y entramos un instante a verla. Parece una reina vieja me susurr con aquella certeza verbal de todas sus descripciones. La queras mucho? S. Lo dices sin conviccin. La quera con mi manera de querer de chico. Ahora esta palabra tiene para m otro sentido, otro sentido ms ms raro, mas confuso. Nada raro. Ya se te ir aclarando todo. Ests en una poca de dos vertientes continu, ya en voz alta, en el pasillo, con aquella seguridad, como de enviado que transmite un mensaje, que le era frecuente y que tanto me maravillaba. Ests en el deslinde entre los afectos impuestos y los que se eligen. Y reaccionas contra los primeros para ganar tu libertad de manejarte entre los segundos. Yo pas por ello. Parece que tuvieras cien aos! Ya lo creo Y mil y cien mil. Cuando nace un hombre, la especie traza una raya y suma millones. Y cuando se muere, algunos aaden fragmentos infinitesimales. Pero la mayora, resta. Pues no tienes ms que dieciocho, por mucho que inventes. S, pero muy muy prensados. Blandina andaba con los ojos enrojecidos por las lgrimas y el sueo, sirviendo chocolate, caf y copas de ans. No daba abasto, corriendo con todos aquellos lquidos que desaparecan en las fauces
de los labradores como en el cogollo de un incendio. Mis hermanos pasaron un par de veces por entre ellos con aire principesco y ofendido. A eso de las once, se fueron a dormir. Mam, vestida de negro, muy plida, qued toda la noche, sin moverse de al lado del fretro, la mayor parte del tiempo arrodillada, dirigiendo, desde la primera hora, rosarios y rezos de difuntos, lo cual me pareci una exageracin. A eso de la una nos mand a todos a la cama con aire perentorio. Amadeo me acompa hasta mi cuarto donde nos lavamos las manos y refrescamos la cara en el aguamanil, luego encendmos cigarrillos y nos asomamos. Era una noche limpia y honda. Cada uno de sus instantes pareca una pausa abierta entre una continuidad solemne, como grandes silencios musicales. Nuestros sentidos estaban aguzados por las muchas copas que habamos bebido, casi sin intencin, sencillamente porque pasaban con las bandejas. Pero, indudablemente, habamos bebido demasiado. Te has dado cuenta de que casi siempre nos vemos de noche? dijo. Es verdad. Creo que de da nos entendemos menos. nicamente cuando estamos solos, lejos de la gente, porque entonces es como si fuera de noche. Amadeo se qued mirndome con aquel gesto especial que tena para subrayar mis intuiciones, entre asombrado y complacido. Evidentemente, me tena muy por bajo de m mismo; lo adverta por la sorpresa que le causaban mis salidas inteligentes, como l las calificaba, no sin cierto retintn. En el fondo, todo ello era la pretendida superioridad del que ha viajado sobre el provinciano inmvil. Cuando descubr esta explicacin, Amadeo se me inferioriz un poco y casi me dio lstima. Se lo dije aquella noche, y se defendi con ardimiento de tal atribucin de vulgaridad. No veo las diferencias. No s Los provincianos, los quietos, como t dices, ahondamos en unas cuantas direcciones, y a veces en una sola. Los que vens del mundo estis ms desparramados sobre las cosas; les sois constantemente infieles, sois como adlteros mentales. Me llen de rubor al soltar la frase final, tan calcada sobre su propia manera de construirlas, pero que, dicha por m, me pareci insegura y pedante. Bravo! Vas dejando las andaderas Y en qu direccin ahondas t ahora? Sent que mi cabeza temblaba y dije sin pensarlo. En el amor! Amadeo se retir del alfizar y me mir, ceudo. En el amor a las mujeres? No s. S, tambin. Pero no de un modo especial. Forman parte de mi desbordamiento sobre las cosas, como el paisaje, los libros, la arqueologa, la amistad. Qu s yo! Es como un enajenarse en el que las cosas fueran suplantndole a uno. Yo creo que es un crculo que acabar por cerrarse en torno mo. As es, y en ese punto el hombre se integra a condicin de no desproporcionar los elementos; pues de otra manera lo resultante ser no una integracin si no una parcialidad: el ertico, el mstico, el especialista, modos fragmentarios por donde el ser queda en parecer y el amor en mana O en pasin Qu es la acentuacin sentimental de la mana! No haba forma de descubrirle un flanco indefenso.
Frente a nosotros estaba el David, sin relieve, como laminado contra el resplandor de las vidrieras encendidas de luna. Contra las luminosas estalactitas pas el vuelo callado de una lechuza. Continuamos un largo rato metidos en aquella conversacin laberntica. Desde haca un tiempo, los coloquios con Amadeo me sobreexcitaban cada vez ms. Ya no eran slo sus palabras y su voz, sino su cercana corporal. l sonrea con una seguridad monstruosa cada vez que mi turbacin se haca notoria. Tambin sola ocurrir que, perdiendo de pronto toda su habitual contencin, procediese conmigo como otro muchacho cualquiera de mi edad. Eran, no obstante, sus momentos ms seductores; aunque, sin saber por qu, tambin los encontraba peligrosos. Me coga las manos y me las apretaba hasta hacerme gritar o pasndome el brazo por la nuca y acercndose a m, me susurraba al odo falsos secretos, con balbuceo aniado, haciendo aletear el aliento contra el pabelln de mi oreja. Otras veces, en los cerrados boscajes que formaban las riberas del Sila, donde bamos muchas tardes a nadar, me persegua con cortos aullidos, como de salvaje, y cuando lograba alcanzarme caamos en el csped, luchando: es decir, yo defendindome apenas, pues no slo la alteracin que todo ello me produca menguaba mis fuerzas, nada extraordinarias por cierto, sino que Amadeo era mucho ms fuerte que yo. El contacto extenso con la piel de su cuerpo me produca una sensacin de repentino cansancio, y mis msculos se relajaban y cedan, casi sin oposicin, entre aquellas fuertes tenazas de brazos y piernas. Pero no era esto lo peor, sino que, cuando me daba por vencido, continuaba l unos instantes sin soltarme, aflojndose suavemente de m, hasta que el apresamiento se trocaba en abrazo; entonces sonrea, con su cara tan cerca de la ma que vea perfectamente las estras grises de sus pupilas azules y senta su aliento sobre el sudor de mi piel. Un da, en una de aquellas cadas me mordi tan brutalmente en un hombro, que me levant enfadado y no hice sino mirarle, pero en forma tal que sobraron las palabras. Comprendi su exceso y se mantuvo serio, como pesaroso, todo el resto de la tarde. En general, cuando terminaban estas bromas y juegos, como si le hubiesen servido para descargarse de un impulso secreto, volva a su condicin natural, a su reposo, a la ordenacin de sus ademanes y a la hermosa calidad de su voz. Y entonces suscitaba en m ms recelos, pues de aquello no haba modo de defenderse. Como los cuartos de huspedes estaban ocupados por la invasin de los aldeanos, Blandina vino a avisarme para que le cediese el mo a la barragana de Modesto, que se hallaba en una de sus permanencias peridicas en el pazo, y haba bajado de la aldea, en cuanto le lleg la noticia. Dentro de la tristeza de la ocasin se le notaba muy contenta. Luego supe que don Narciso el Tarntula, a su regreso de Madrid, por aquellos das, le haba dicho que las gestiones para el indulto del seor, como ella continuaba llamndole, iban bien encaminadas, y que poda tenerlo por seguro si los liberales eran Poder en las prximas elecciones. La ta jorobetas, que reviva en cuanto se le daba ocasin para organizar, resolver y mangonear, era la nica que conservaba un poco de disposicin en tal desconcierto. Mam estaba como atontada, y la ta Asuncin haba terminado por encerrarse en sus habitaciones diciendo, con plebeyez ingrata y lamentable, que loj muertoj ajenoj jieden. En cuanto a Pepita, despus de haber recibido las primeras visitas en su saleta, con breves reverencias equinas y diplomticas, se haba ido a casa de los primos Salgado, escandalizada de la irrupcin de los labriegos y de la gente del pueblo, que aumentaba de hora en hora, y diciendo, con frase someramente ingeniosa, sin duda oda a su galn Pepn Prez, que tambin anduvo por all curioseando y libando, que aquella casa se haba
convertido en algo bblico, entre el xodo y la Adoracin de los Pastores. Se oyeron en el reloj de la catedral los lentos badajazos de las doce, precedidos por el tono saltarn de la campana de los cuartos. Tengo sueo. Maana habr trajn y madrugn con el entierro. Me voy a la cama, si no dispones otra cosa. Me quedo contigo hasta que te duermas. No quiero malacostumbrar a mi honrado padre volviendo tan temprano. Fumaremos el calumet de la paz; el cigarro es el sahumerio natural del sueo imaginativo. Incensar tus prpados, etc., etctera. Te advierto que hoy tengo que dormir en el cuchitril de Blandina. No creo que me asuste profanando el habitculo de tu caderuda sierva agreg, con aquel prosear enftico y novelero, que usaba para la broma, recogido en los personajes pardicos de Ea de Queiroz, a quien leamos hasta la consuncin. Rasp una cerilla y encend el veln del cuarto de Blandina. Todava se consideraba como lujo superfluo el llevar la luz elctrica al cuarto de las criadas. Era una amplia habitacin en el antedesvn, con una ventana aguardillada. Los muebles eran desiguales, pero de muy buena factura, pues haban ido a parar all, desde otras habitaciones de la casa, llevados por el reflujo de circunstancias y modas. Lo ms sorprendente de la habitacin era la cama monumental en que dorma Blandina: un armatoste regence, de interpretacin portuguesa, con la laca del testero chamuscada, y quemada en otras partes. Provena de un incendio en casa de mis abuelos, del que yo haba odo hablar cuando chico. Tambin estaba all un gran retrato de mi abuela paterna, de muy buen pincel. Apareca en l un tanto excesiva de carnes, con un mirar provocativo, de mujer de rompe y rasga, y mucho abultamiento de senos asomados al escote; razones por las cuales, sin duda, haba ido a parar al desvn de donde lo rescat Blandina para ornato de su habitacin, junto con aquel monstruoso barmetro de bronce, coronado por una Fama trompetada, de varios kilos de peso, procedente de una Exposicin de Pars, y un lbum enorme de fotografas europeas, del mismo origen, forrado en peluche verde, con cantoneras de ncar calado, que, cuando se abra, dejaba or una tanda de valses. Contrastando con aquellos lujosos enseres, la pared de al lado de la cama apareca cubierta de cromos devotos: Sagrados Corazones, Pursimas y Vrgenes de toda denominacin, presididas por Nuestra Seora del Perpetuo Socorro, llena de brinquillos, como un icono, y una gran cantidad de papelera, fijada con engrudo, conteniendo bulas de Cruzada y de Abstinencia y rescriptos de san Antonio de Padua, con su tipografa entrecruzada y misteriosa, como documentos cabalsticos. Las ropas de la cama no correspondan a aquella especie de palestra matrimonial y quedaban cortas, por la cual se vea, debajo de ella, un solemne bacn, como para servicios episcopales, inmenssimo, con algunas desportilladuras en su decoracin aguirnaldada de rosas de gamas vivas. Colgada sobre la cabecera haba una pila de agua bendita con lamparilla de mariposa, encendida, y una rama de olivo, tambin bendita, metida en el lquido. Al otro extremo de la habitacin, estaba el camastro que haban armado para m: un antiguo catre de viaje sobre el que echaron dos grandes colchones que derretan su exceso colgando a ambos lados. Frente a l, impdico, luca su loza blanca un pequeo orinal, de nio. Amadeo se tendi sobre la cama grande, que cruji con restallidos de barco, slidos y espaciados. Veamos cmo descansa tu tetuda doncella. No me gusta que hables as, Amadeo; no te queda bien.
Es una adecuacin del estilo; al pecho de las aldeanas no se le puede llamar seno dijo encendiendo un cigarrillo y dndomelo de sus labios, costumbre embarazosa que haba adquirido en los ltimos tiempos. No se entendera nada continu, con una veladura rencorosa en la voz, que no estaba justificada por nada. se es uno de los motivos de la perenne ridiculez de las novelas pastoriles. Has ledo alguna? S. Qu te parecen? Nunca me detuve a pensarlo Son como libros de hadas, escritos en un estilo increble con la intencin de que sea credo. M e mir de un modo muy particular, y qued en silencio, fumando a grandes bocanadas. chate aqu, a mi lado; veamos lo que ocupaban de esta carabela dos de aquellos acompasados cnyuges antiguos la cama cruji de nuevo, con mayor reconcomio, al hundirme yo en su maternal anchura. Quedaba lugar para otros cuatro. Realmente se est bien. Por qu le daran tanta importancia al dormir aquellas gentes? observ. Al dormir, no, al no dormir! Se instalaban cmodamente en estas blanduras, para dar origen, sin prisa pero sin pausa, a las grandes familias, de las que luego t y yo seramos involuntarias vctimas. Quedamos otro rato metidos en un silencio lleno de tensin. Amadeo estaba en uno de aquellos momentos suyos en que hablaba aturdidamente como para liberarse de algo que no osaba decir. Levanta un poco la cabeza hice lo que me peda, de mala gana; me pas un brazo bajo la nuca y continu con voz trmula casi, secreta: As se est mejor y aadi, lejano: Si ahora se apagara ese veln veramos recortarse el perfil de ese tragaluz, con la luna en el suelo, y todo se volvera fantasmas; nosotros tambin. No s para qu quieres que seamos fantasmas Hay cosas que pueden suceder como si no ocurrieran, siendo y no siendo. Y esto slo se da en la condicin fantasmal. Me sobrecogi el dramatismo de aquella voz, que ya no le era posible mantener en el tono ligero y cordial de sus paradojas. Estaba, otra vez, ms all de aquel lmite en que me era posible entenderlo; en un punto hacia donde una mezcla de miedo sofocado y de ansiedad angustiosa me impedan seguirlo. Transcurri otro gran rato. Me violentaba que me tuviese as, con la nuca sobre su brazo, pero no me aventuraba a decrselo. Luis! su voz son otra vez como tras una puerta. Su brazo se iba quedando yerto y temblaba, como sacudido por reflejos nerviosos. Not, en aquel momento, que se desprenda de la almohada un olor ligeramente custico, a pelo y carne de mujer. Luis! susurr la voz de mi amigo, desde la vertiginosa distancia de aquella cercana, casi en mi odo. Yo buscaba mi voz extinta para responderle Yo quera responder Sonaron golpes de nudillos en la puerta. Amadeo se levant de un salto, plido, y mir entorno, extraamente. Entra! grit, incorporndome y alisando el pelo con las uas. Amadeo sali sin decir palabra, vacilante, casi tambalendose. Blandina me pidi permiso para apagar la luz del veln mientras se desnudaba. Yo me haba
tendido en el camastro, vuelto hacia la pared, pensando en Amadeo con una intensidad dolorosa Me di cuenta de que aquello que acababa de caer, con un golpe seco, era el justillo aballenado, librando el tronco de su apretujn. O que la muchacha se rascaba los flancos. Me volv sin intencin ni precaucin alguna, ms bien por casualidad. La ropa estaba como agrillada a sus pies y, a la luz tenue de la mariposa, se le transparentaban las piernas bajo la fina camisa, que sin duda era una de mam o de las tas. Cuando se encaram para cerrar las contras, el golpe de luna, que daba muy de frente, dibuj al contraluz su cuerpo firme. Luego se arrodill a rezar, con bisbiseo exagerado y mecnico. Blandina obraba como si estuviese sola. Me volv de nuevo hacia la pared. No lograba sosegarme. Mi cabeza hallbase en el ms completo e indeterminado alboroto. Senta en la totalidad de mi cuerpo un estorbo de ropas como si me despertara despus de haber estado muchas horas durmiendo vestido. Blandina encendi de nuevo el veln y lo puso en su mesilla. Apaga eso! grit. Blandina obedeci, diciendo: Te vas a quedar as toda la noche? No contest. Al poco rato comprend que me era imposible conciliar el sueo. Me quit el pantaln a obscuras. Despus de un rato, me levant encend de nuevo el veln y cog un folleto de entre el bibliogrfico amasijo devoto de la criada, donde se confundan devocionarios, novenas Era l a Vida de santa Marina de Aguas Santas. Estaba escrita en una prosa de cura, sin gracia, sin devocin y sin ingenuidad. La desavenencia entre el padre pagano y la hija cristiana apareca, en cambio, contada con una fruicin de oblicuo incesto, y cada vez que el escriba hablaba del cuerpo de la mrtir, deca suciamente: sus carnes. Tir el engendro y mir hacia Blandina que estaba con el embozo muy subido, aunque tapada solamente con la sbana, bajo la cual se perfilaban, casi imprudentes, los senos. Pens en la cruda palabra de Amadeo y no me pareci nada injusta. S, aquella fortaleza no podra nombrarse con ningn eufemismo. Pobre Joaquina! dej escapar sin venir a cuento y como interponiendo algo grave entre aquellas presencias y yo. A todos nos ha de llegar la hora! contest, con rutinarismo labriego. Pero el que tenga que llegar no quiere decir que se la acepte con satisfaccin. Buen caso hacas de ella! Buen caso haces de todas nosotras! Entras y sales de esta casa como un ajeno, como un loco exclam, con un tono dolido. Qu te importa a ti? Duerme, que buena falta te hace! y apagu la luz. Me puse a pensar en la intencin que podra haber en aquella sorprendente queja. Ciertamente la estimaba y senta hacia ella unos derechos que excedan a la simple relacin de amo y criada. Me complaca que mis amigos, al verla pasar, elogiasen su bien plantada figura y su seriedad un poco adusta, y me preocupaba de espantarle los galanes de la puerta. Pero esto haba sido desde siempre y formaba parte del sentimiento de exclusividad que yo tena sobre todas las personas de mi casa. Recordaba bien que, haca ya mucho tiempo, precisamente el da que habamos ido al ajusticiamiento de Reinoso, casi me peleo con unos bigardos que la piropearon torpemente, al pasar frente a una taberna. Me pareci que manoseaban algo de mi heredad. Pas otro gran rato en estos recuerdos. El reloj de la catedral exprimi dos espesos goterones, precedidos por el agrio roco de los cuartos, que o casi desde el umbral del sueo. Blandina Blandina Qu! respondi con voz quejumbrosa adormilada.
No me dejas dormir Roncas Yo no ronco. Roncas o grues o algo parecido que no me deja dormir. S, a veces se me cae la cabeza de la almohada. Otra vez desvelado, asfixiado casi por aquella slida atmsfera del desvn, que acumulaba tantas horas de sol, me levant y abr, de golpe, la ventana. Al dejarme caer, de mal modo, sobre el camastro, ste se hundi con estrpido. Blandina se incorpor asustada. Mis ojos tropezaron con sus senos, osados, casi mirones. Se le haba aflojado la jareta del cabezn de la camisa y estaba aquello all, con su fuerte nombre escrito en su fuerte curva, bajo la luz que resbalaba del lampadario beato. Y ahora? No importa, me acuesto ah, contigo y sin esperar respuesta, sin tener siquiera conciencia de lo que haca, salt de los despojos de mi yacija, y la abrac furiosamente por la cintura, mientras hunda toda mi cara en el frescor de sus pechos, como un sediento. Sent contra mi vientre la camisa arrugada Di un tirn hacia arriba Qu haces? Ay, Jess, qu desgracia! permaneca con el rostro apartado. O, como de lejos, su voz llena de imprecaciones aldeanas Cuando cedi aquel terco obstculo, Blandina dio un pequeo grito y yo sent que me hunda en algo tibio, blando, viscoso, de dulcsima posesin. Al otro lado de sus gemidos, de su carne y de aquel suave abismo, adonde rodaban abiertas las esclusas de mi ser, oa apartada, agnica, otra voz: Luis! Cuntas veces repet la terrible conmocin, con su final resonancia casi dolorosa? Aquel cuerpo firme, valiente, inagotable, luego de haberse ido abandonando entre splicas, termin respondiendo al frenes para, finalmente, caer en algo que, ms que entrega, era fatiga, agotamiento. Me despert con una opresin en la nuca. Blandina ya no estaba. Era da alto. Llegaba del primer piso un clamoreo algo asordado. Me levant y me vest rpidamente, temiendo lo peor. Antes de bajar, entr en mi cuarto para arreglarme. Me asom. En la calle estaba ya dispuesta la gente para el entierro. Sin duda el clamor no sera otra cosa que los aldeanos comenzando a desatar su planto que resultara grotesco en la ciudad. En efecto, a los pocos instantes se oy una desgarrada voz profesional de muchacha, proclamando las excelencias de repertorio aplicadas a la pobre Joaquina, alternando con otra voz ms grave y hombruna. A veces intercalaban en el recuento cosas impropias. El desgaitamiento de la sochantre trajo por los aires este dislate: Rosa del alba, flor de las carnes, agua de mayo!, que sin duda corresponda a un planto doncel A cada revoleo de la antfona de las lloronas, segua un mascullamiento arenoso de los dems, que a su vez iban alzando el gallo. Yo estaba indignadsimo. Me asom de nuevo y vi que los hojalateros y los vecinos empezaban a asomarse con cara burlona. Una tal Mara de los accidentes, que viva de acarrear agua de las Burgas y que era muy lenguaraz, pos el nfora de barro en los medios de la ra, y poniendo las manos en las caderas, grit hacia arriba, con voz ms escandalosa de intencin que de texto: Ey, vosotras! A ver si vos creis que estis en vuestra puerca aldea y no en la capital de la provincia! Callarse, bodocas, condenadas! Ay, ay, ay, ay! espeluznaba la voz de la muchacha, flotando sobre la tremebundez de la otra. Ay, ay!
Ja, ja, ja! alborotaba abajo la de los accidentes. Hay coa, con las tiples que vienen a despedir a la pobre Joaquina! y cambiando de tono se dirigi a los pasmarotes que ya le haban armado corro. Subir arriba, lambones, y echar de all a sas! No vos da vergenza esas cosas del tiempo de M aricastaa en nuestro pueblo? La Pepita entr en mi dormitorio como una exhalacin. En los momentos dramticos retroceda lamentablemente hacia sus anteriores retricas. Se par a una cuarta de mi cara y dijo sealando el suelo con el dedo que aspiraba a perforarlo todo hasta dos pisos ms abajo: Y bien? Ya ves, muy mal. Cnico, ms que cnico! De un tiempo a esta parte no se te puede decir nada. A qu vienes? A que pongas orden en esta casa, donde ya no se puede enterrar a una criada sin hacer genialidades. Tus hermanos se fueron ayer, no s adonde ni me importa. Eres el nico hombre que hay en la casa sobre la palabra hombre puso un nfasis particular. Eso es lo que t sientes, no serlo! Oh! no dijo ms. Vir en redondo y se fue escarolada en las espumas de su peinador de nans. Yo estaba realmente furioso. Me plant abajo casi rodando las escaleras y entr en la saleta del velatorio. Me vi en el espejo, plido y con los labios contrados. La imagen me sirvi para acicatear mis escasas dotes de mando. Ay, ay. Ay! espeluznaba la zagala llorona, clavndome la voz y el reojo. Basta ya! grite. El que quiera llorar que llore para s. Aqu no hay ms alboroto! La ms vieja de las del planto moque en un paoln y dijo, con rpida conformidad, recuperando la voz sumisa: Est bien, s, seor. Pregunt por mam y me dijeron que le haba dado un ataque al amanecer. Al amanecer? Y eran casi las diez. Estaba en su cuarto, asistida por don Pepito Nogueira y por un mdico joven, de la ltima hornada, llamado Roln. Por qu no me avisaron? Blandina se encogi de hombros, con aire de inculpacin. Otras veces te han avisado y no viniste. Eran desvanecimientos sin importancia. S, para ti todo es sin importancia Ya le dio tres veces hoy M am estaba sin sentido, muy blanca, con los labios amorotados. No es nada dijo don Pepito; uno de esos desmayos que tiene de un tiempo a esta parte. No me confiara yo tanto repuso el mdico joven; estas lipotimias insistentes, con un corazn bajsimo Mire esto y le cedi el pulso. Con tal de que no tengamos una claudicacin! No parece responder a la medicacin alcanforada Hablaba el joven con una decisin objetiva muy hospitalera y desagradable. Ustedes siempre exageran! refunfu don Pepito. Traed ms botellas de agua caliente Bes a mam y volv a la saleta del duelo, aterrado, temblndome las piernas. Acababa de llegar Amadeo afectadamente vestido, como para un entierro principal. Me estrech la mano tan
ceremoniosamente que tuve ganas de darle un bofetn. El cura de la Trinidad, revestido de negro y amarillo, daba vueltas al fretro hisopndolo y mascullando los latines de un responso. Los aldeanos estaban todos de rodillas y se desprenda de ellos un olor maduro, como de granero. Yo me acerqu al atad y Joaquina me pareci un gran hueso tallado. Disfrutaba de la muerte con un rostro tan feliz como nunca le haba visto en vida. Me inclin a besarla, y desde antes del contacto ya sent el fro irradiando de su frente como un aura helada. Murmur una oracin. Cuando me volv, estaba un hombre esperando, con la tapa del fretro enarbolada. En el momento de ir a cubrirlo se vio que alguien llegaba, abrindose paso a trompicones. Era Ramona la campanera, retirada desde haca unos aos de su gozoso menester por un mal que la obligaba a andar doblada, casi en ngulo. Volvi hacia m la cabeza suplicante, como si virase sobre un eje horizontal. No me consistieron salir ayer aquellas perras deba de referirse a las monjas del hospital. Dejimela ver, pobria dijo con voz llorosa. Arrim una silla y alc a Ramona como si fuese una criatura, que menos que una criatura pesaba. La presencia de la muerta casi la enderez, y se puso a gritar y a sollozar: Corenta aos de vernos, da a da, y agora te me vas! Ojala que te pueda ver pronto y para siempre enjams! Mirai si no es mejor verse como t te ves, que no muerta en vida, como esta disgraciada! Sent que las lgrimas se me desataban ante aquel dolor tan elemental, tan puro. Hice sea al hombre y me llev a Ramona en vilo, sacudida por el llanto, como una criatura. Cuando la sentaba en el sof del gabinete se oyeron los martillazos clavando el atad. Momentos despus se repeta en la calle asoleada la estampa medieval de los entierros pobres, con sus curas negros, sus pendones negros, sus responsos cantados en alto y a coro. Detrs del fretro, llevado a hombros por cuatro agarrantes con hopas negras, iba un seor vestido de negro tocando un fagot.
CAPTULO VII
Al final de aquel verano, una huelga de fundidores trajo grandes turbulencias e inquietudes en el pueblo. La guardia civil dispar sobre los obreros e hiri gravemente a un hijo de la Chona, viuda pobrsima con nueve hijos pequeos, de todos los cuales era sostn aquel rapaz flaco, que alguna vez veamos pasar con su cara tiznada y su rencoroso aire de tsico. Con tal motivo se celebr un gran mitin, en el que hablaron ya los nuevos intelectuales; la manifestacin que luego se form fue tambin disuelta a tiros. En medio de las voces habituales de la prensa liberal, advirtise la intervencin, nada pacata por cierto, de un indiano, llamado Victorino Valeiras, que mandaba suplicadas a los peridicos. Era un ricacho que viva en la Argentina por lo que le llamaban el che y que llegaba, de tanto en tanto, a pasar temporadas en la ciudad. No era propiamente de Auria sino de una aldea cercana; y a lo que se vea, paliaba su viejo afn de llegar a formar parte, algn da, del seoro pueblero o de lo que su imaginacin de rapaz pobre le hizo concebir como tal viviendo en la capital de la provincia, como si de veras fuese una capital ms all del remoquete administrativo. Cuando el ajusticiamiento de Reinoso, que coincidiera con una de sus visitas al terruo, ya haba mandado a El Mio una serie de cartas abiertas, bajo el ttulo de: Estamos en el siglo XX, o qu?, que enfurecieron al ultramontanismo local y que le valieron una denuncia del Cabildo a la fiscala. Una de aquellas cartas que subtitulara: La barbarie monrquica y que se vea claramente era el refrito de algn plumeo ultramarino con miras republicanas, irrit al gobernador, quien le mand un recado, con vistas a obtener una rectificacin. La respuesta de Valeiras, formulada con desgaire criollo al alguacil que vino a notificarle, se hizo famosa: Dgale usted a Su Excelencia que se deje de j La utilizacin de aquel verbo tan procaz, para quienes no conocamos el significado de casi inofensiva chanza que tena en el lenguaje corriente de aquel pas, pas como una gallarda adecuada a su destinatario, el conde de Alta Esperanza, que era un animal. Las maniobras del criado gubernativo dieron con Valeiras en el barco, de regreso, mucho antes de consumrsele el plazo destinado a restaar su peridica morria; pero su nombre adquiri un relieve de originalidad y simpata que le destac de entre la turba de sus congneres: de aquellos pobres ricos que haban regresado de la aventura emigratoria con un aire de memez o con aspecto vencido de jubilados. En esta ocasin de la brbara represalia contra los huelguistas, no dej de sorprender a los elementos avanzados de Auria la resuelta actitud, al lado de los obreros, de aquel hombre, econmicamente tan considerable, en contraste con el reaccionarismo de los otros indianos y de las clases adineradas del burgo que hablaban de l como de un traidor o de un apstata. Aquel extrao desertor de la clase pudiente contaba, pues, con todas nuestras simpatas, al principio un poco burlonas, como era de uso en Auria con todo el que se singularizaba, pero mucho ms decididas y resueltas cuando se vio que Valeiras no era un mero exhibicionista, sino que iba en serio, y que muchas veces comprometa su tranquilidad, su libertad y su dinero en favor de las clases populares. Adems de ser un acendrado liberal, nos pagaba excelentes meriendas en tabernas y mesones. Uno de sus aspectos respetables, aunque, a veces, lo expresase de una manera impropia, era su
adoracin por la tierra, por el paisaje. Cuando se sale de aqu, de meterle, duro y parejo, a los terrones, uno no ve nada. Desde all empieza uno a ver con los ojos del alma. Al decir estas cosas, la voz se le haca un poco declamatoria, pero sin perder el acento de la sinceridad. A veces, cuando andbamos con l por las montaas, se detena, en medio de sus relatos bonaerenses, que eran interminables y llenos de subproductos narrativos, y se quedaba mirando hacia el valle desde una curva abalconada del sendero; entonces pasaba por sus ojos un resplandor de emocin completamente respetable que nos contagiaba, pero que duraba exactamente hasta que deca, tras un suspiro hondsimo, con modismos criollos: La gran siete! Linda tierra, che! Pucha digo! Pero evidentemente le queramos y, tal vez a pesar nuestro, le respetbamos. Los espaoles de aquel tiempo empezbamos a aprender, quiz un poco tarde, que la conducta es algo mucho ms valioso que las palabras. A raz de sus cartas abiertas y suplicadas sobre la represin de la huelga de los fundidores, Amadeo y yo determinamos ir a verlo. La visita tuvo lugar en la habitacin de la pulqurrima fonda de doa Generosa, en la que paraba no por no gastar, sino porque all se coma al uso nostro, y no en esa porquera de los nuevos hoteles. La entrevista tena un fin concreto: expresarle nuestra solidaridad en razn de que la directiva del Casino, que le tocaba ser conservadora, por la alternancia de los partidos turnantes, le haba retirado su condicin de socio transente. Hablamos del asunto y le rest importancia. Conozco bien a la canalla patronal. Veinticinco aos luch contra ellos, antes de independizarme, all donde los gremios son ms numerosos que toda la poblacin de esta provincia y su capital y haca un gesto semicircular y brazilargo, abarcando la plazuela de Fuente del Hierro, como si Auria fuese Londres. Que se queden con sus casinos y que me den a m carreteras y congostras o algn robledal a la orilla de un ro! No es as, poeta? Yo mir hacia atrs y luego a Amadeo. Poeta, yo? Tiene usted una cara de coplero que no puede con ella. Verdad? mir de nuevo a Amadeo. Este asinti a medias, con aquella ceremoniosa condescendencia que usaba conmigo desde haca un tiempo. Poeta! Me qued rumiando la palabra, con sentimiento agridulce, expurgndola del dejo ofensivo con que all la usbamos. Comprenda que tambin poda significar un supremo elogio, aunque tan distante de mis figuraciones, situada en una ambicin remota, difcil, casi imposible, que, cuando mucho, estaba simbolizada en aquel mi infatigable escribir y callar, escribir y romper, escribir y ocultar Resultaba clarsimo que Valeiras no poda empalmar aquel da su conversacin de gran aliento, que siempre empezaba como para un largusimo viaje. Aquella vez su charla era intermitente, llena de lagunas y descuidos en la ilacin. Nos sirvi sendas copas de jerez y nos dijo que no ira al caf aquella tarde. Luego cay en un largo silencio, que tambin poda ser interpretado como fin de la visita. Amadeo y yo nos entendimos con la mirada. Parece que prefiere usted estar solo hoy dijo mi amigo con su tono tan seguro y mundano. No, no, nada de eso, seores. No faltara ms! Al contrario, me hacen un bien quedndose Estoy por dar un paso serio. Acabo de recibir carta de mi seora jams deca mi mujer; no hay manera de traerlos, no hay quien los convenza de que vengan a conocer mi tierra, y eso me pone de
muy mal humor. Hace ms de diez aos que andamos en esta polmica, y ya me van hartando. Quiero que vengan, para ver si mis hijos, que ya son grandes, se aclimatan aqu Qu felicidad sera, qu felicidad! No quiero ni pensarlo Lo malo es que mi seora es criolla, criolla hija de italianos Muy buena, buensima, una santa, pobre Mafalda! aquel nombre espectacular nos hizo sonrer, pero no hay quien la arranque de all. No s qu satisfacciones me da a m el dinero! Un poco ms de comida, un poco ms de ropa, una casa un poco ms grande. Y qu? La tierra, la tierra! Yo hice la plata para eso, para disfrutar de mi tierra, con los ojos, con la boca, con las manos, con las narices Y luego caer dentro de ella para siempre. Hasta me parece que no debe pesar! y aadi como hablando a sus adentros: Gente ms egosta, ms desamorada! No tenamos la menor idea del conflicto familiar de Valeiras, a cuya hondura acababa de asomarnos. Son muchos sus hijos? Dos, aqu estn sac de un cajn una fotografa muy grande y lujosa. Este es Sal, a quien llamamos el Poroto, y sta es Ruth, que le decimos la ata eran dos adolescentes de una belleza y de una distincin sorprendentes. Dos criaturas perfectas! observ Amadeo con expresin un poco relamida. Comprend que estaba observando detalladamente al muchacho. Qu edad tiene? inquiri, con hablar un tanto atropellado. Quin? La ata? No, l. Ah! El Poroto? Va para diecisiete. La nena anda en los dieciocho, se llevan poco ms de un ao. Lo que no comprendo agreg Amadeo recuperando su dominio es como estos seres maravillosos llevan nombres judos y motes de perros: Sal, Ruth, ata, Poroto Y Los usos de cada pas. As que vendrn dentro de poco? La nena termina ahora, en noviembre, el profesorado de piano. Pero quin sabe! No creo que vengan M e engaarn una vez ms! Estbamos a fin de septiembre. Amadeo se meti en una profeca literaria y artificiosa acerca del carcter de los chicos, deducido de su imagen. Se detuvo casi el doble del tiempo en la interpretacin de la de Sal, que tena algo de indirecto interrogatorio, formulado con una habilidad y una falsa diablicas. Todas aquellas simulaciones y dobleces de su conducta me lo presentaban bajo una nueva faz decepcionante. Era listo como la luz, y el cambio que tuvo su trato conmigo me dejaba entrever que se daba cuenta de todo lo ocurrido entre nosotros; de que yo haba dado un salto irremediable que me situaba ms all de su mundo. Yo continuaba ligado a l por lazos todava solidsimos, pero ms racionales. De todas maneras, nuestra amistad haba doblado ya el codo de su anterior condicin obscura, y era hacia aquel terreno ms abierto, ms luminoso, adonde Amadeo no quera dejarse atraer, atrincherado en un resentimiento sordo, como dolorido. Ya no me senta yo tan atrado hacia su personalidad total, mas permaneca como encandilado por el brillo de su espritu que iluminaba con su claridad tantos fragmentos del mundo. Me sac de estas cavilaciones la voz de Valeiras, de la que haba quedado aislado
momentneamente, que contaba a Amadeo las proezas pedaggicas de su vstago y las artsticas de su nia, con la ms convicta y suramericana exageracin. Le prometimos volver, y nos ofrecimos por si se confirmaba el arribo de su familia, para todo lo que fuese necesario, incluso ayudarle a buscar casa Precisamente en la Travesa estaban terminando unas con cuarto de bao El cuarto de bao formaba parte principal de las obsesiones ultramarinas del buen Valeiras. Al llegar a la puerta, Amadeo se hizo aparatosamente a un lado, invitndome, con una reverencia, a pasar. M e vinieron ganas de darle un puetazo.
CAPTULO VIII
Ms que en los diagnsticos, que en las mal disimuladas alarmas de los mdicos y que en las voces que se encogan a mi paso, senta yo la gravedad de mi madre en medio del pecho, en esa anchura sensible donde baten los presentimientos. Entraba una y otra vez en su cuarto, como queriendo compensarla de tanto abandono, y Dios me castigaba con su estupor continuado, con su indiferencia para todo lo que a su alrededor suceda. Era una especie de modorra que se prolongaba por los meses; un dormir y dormir, para despertarse en medio de ahogos que parecan la muerte, y quedarse de nuevo traspuesta, hundida en aquel sopor irritante. Uno de aquellos das, luego de una crisis muy prolongada, a la que sigui un perodo ms llevadero, tuve la certeza de que su salud tena mucho ms que ver con el reposo absoluto que recomendaba don Pepito, que con la abrumadora farmacopea con que el mdico nuevo quera justificar atropelladamente sus recientes estudios. De todas maneras, hubo un rayo de esperanza en aquella cerrazn que me permiti reflexionar y cargarme de proyectos, de rectificaciones, de duros propsitos de enmienda Era la hora de la siesta cuando entr en la catedral. Extraamente, en aquella visita resonaban otras anteriores angustias, que ya parecan expulsadas del recuerdo. Me posea otra vez una emocin arcana, pueril. En aquellos momentos en que tan invlidos parecan los medios humanos, regresaba yo por los anteriores caminos, tal vez a someterme de nuevo a aquella potencia obscura o a pretender dominarla; de todas maneras, sintiendo, otra vez, mi pie en el abismo Al arrodillarme frente al Santsimo Cristo de Auria advert, tal el vicioso que vuelve a su vaso o a su droga, que la imagen, al menos en aquel trance, mantena sobre m su dominio casi absoluto. Y doblegu mi orgullosa debilidad, ofrecindola como prenda de contricin, mas tambin como una terrible amenaza no formulada, sentida como un acto sin palabras, ni siquiera interiores. Iba a plantear un denodado juego de trueque. Entre Dios y yo daba comienzo un combate sin cuartel cuyas capitulaciones eran de trminos muy claros. Entraban en ellas, la ddiva entera, profunda, de mi fe, de todo mi ser y mi sentir, por los caminos ms humillantes, pero asimismo una dramtica reserva que l slo sera el encargado de descubrir, de desarmar y de juzgar. Por entre las palabras de mi oracin sin tregua, brotaba el propsito compulsivo, estorbando la humilde desnudez del rezo. Haba que empezar por descubrir la imagen, sin ninguna vacilacin, como ejerciendo los derechos de un pacto. Y as lo hice. Por no s qu asuntos de la liturgia, tena aquel da un corto faldelln de raso blanco, cuajado de pedreras, en contraste casi frvolo con la imponencia de su altor, de su inmisericorde adustez, de su flacura aterradora, de su renegrida piel cubierta de pstulas escoriadas, como de podredumbre. Slo su pobre cabeza abatida ofreca una distante promesa de amistad, como esperando ayudas ms humanas que divinas. Padre mo, por qu me has abandonado? Nada haba conmovido tanto mi niez como aquella estampa de mi escuela en la que san Francisco abraza a Dios por la cintura, como alivindole del peso de su propio cuerpo. Claro que aqul era un cuerpo tierno, vivo, como el de un adolescente crucificado. Por qu ste desplazaba de s aquella hosquedad sin trato posible? Todo lo ofrec, hasta el retorno a las prcticas (tan rutinarias, tan vacas!); el enderezamiento de
mi conducta hacia el decoro y la disciplina de mi vida personal y familiar; una actitud militante, hondamente cristiana (no iba a poder ser, por los otros!) en defensa de los aspectos seculares de la fe; un inmediato desasimiento (tambin esto, tambin esto!) de lo que, desde haca unos meses, halagaba mi hombra, afirmaba mis sentidos (qu horrible, qu hipcrita palabra aquella de concupiscencia con que me alejaban del confesionario!) y me cargaba el alma de un sentimiento responsable No tena ms que ofrecer Entr la luz por una vidriera, y su carne apodreci con mayor saa en el ruedo de un lampo amarillo. Me levant y ech a andar. Le dej descubierto. Todava me volv y le rogu, con una mirada, desde lejos. Comprendi todo su sentido, estoy seguro. No se diga, pues, que fui yo el culpable.
CAPTULO IX
La noticia corri como en las alas del diablo, restablecindose en el burgo, desde aos atrs invadido por caras nuevas, desconocidas, su unidad de extensa familia, su solidaridad de los grandes momentos. Hasta los forasteros radicados en reciente data y ajenos a la jerarquizacin de los nombres de Auria y a la composicin y problemas de las viejas familias, hallaron alguna forma simblica e indirecta para hacernos llegar palabras de confortacin y simpata. En una de esas nivelaciones misteriosas de la conducta colectiva, pareca que alguien hubiese dado la voz de orden a fin de que el doloroso escndalo se deslizase por los das con la menor suma de resonancia; y si alguna voz, atizada por el hbito o la malquerencia, pretendi ensaarse en la murmuracin o exhibir ese regocijo que en alguna gente despierta el dao ajeno, fue luego sofocada por los dems y sometida al nivel de la comn sordina. Las gentes principales, hasta las que no haban vuelto a visitarnos desde la separacin de mis padres o desde el proceso de mi to, o simplemente alejadas por el derrumbe espiritual de mi madre, encontraron manera de llegar hasta su lecho de enferma y contemplarla un instante con sincera amistad, sin que ella apenas se diera cuenta, perdida como estaba en su estupor, tras el cual pareca haberse agotado toda su capacidad sensible. Las nicas que vinieron en son de haber acusado el golpe fueron las Fuchicas, que pidieron quedarse a solas con ella. Y aunque advertidas de que era estricta orden de los mdicos el no dejarla hablar, como insistieron tanto, y dada su ndole sonsacona y corrillera, supusimos que algo querran decirle en relacin con el drama que nos tena agobiados. Entraron arrebujadas en sus mantos, muy decididas, pero yo me qued con el odo pegado al cortinn que separaba la alcoba del gabinete. Durante un rato o apenas el cuchicheo y alternancia de aquellas voces tan desiguales entre s, pero emparejadas en el resentimiento y la maldad. Aquel refunfuar ensaado iba creciendo hasta que pude entender que hablaban del asunto, con aire agraviado, como acusador. De pronto, o que mam lanzaba un sollozo sofocado y me precipit en la alcoba. Las dos brujas estaban en una actitud teatral, a ambos lados de la cama, como los demonios en las viejas estampas del trnsito. La abacial pareca estar requirindole algo y la flaca besuqueaba un medalln devoto, con succin ruidosa. Al verme entrar quedronse un instante detenidas en el gesto, como figuras de retablo. Los ojos de mam, suplicantes, dominaron mi impulso y me concret a decir, con la voz ms tranquila que pude: Salgan inmediatamente de aqu y el par de brujas, con agilidad atizada por el miedo, abandonaron el aposento a reculones, haciendo la seal de la cruz. Las acompa, en silencio, por el corredor hasta la escalera, muy obscurecida por el atardecer. Bajamos hasta el descanso final, que distaba unos diez escalones del zagun. All me dio un pronto imposible de dominar, y disparando ambas manos contra la espalda de la sumida le di un brbaro empelln. Tropez con la otra que iba delante y rodaron hechas un ovillo de faldamentas y mantos hasta dar en los fondos de la grada. Se levantaron sin una queja, sin haber proferido la menor exclamacin, y slo se oy la voz resentida de la gorda inquiriendo con jerga fronteriza: Te mancaste? No. Y t?
Tampoco. Al salir grit la esculida, con voz sauda: Sangre de los Torralba! Sangre de los infiernos! Volv, casi pesaroso, escaleras arriba, y entr de nuevo en la alcoba. No habamos hablado palabra durante aquellas horas que, para su mal, le haban trado un poco de lucidez. Nos mirbamos como anonadados los pocos momentos en que ella abra los ojos, para tomar contacto, cada vez ms dolorido, con la vida. Blandina estaba ahora ahuecndole las almohadas. Flotaba en la habitacin un sucio olor a valeriana entre el ms blando de la digital. Yo tena la garganta llena de llanto. La cara de mi madre, Dios mo, en aquella penumbra y en aquella profundidad de s misma donde iba hundindose lentamente! Me sent al borde de la cama, con cuidado. Ella permaneca, como siempre, incorporada para no ahogarse. Cmo ests, Carmelia? (Cuntos anos que no la llamaba as!). Mal, hijo, mal y de pronto, como reanimada y sacudida por el sonido de sus propias palabras, dijo con voz entera, grito casi: Quin tiene la culpa?, decdmelo, quin? Todos, mam, todos. Cmo Dios puede consentir esas cosas? Dios tambin, Carmelia, Dios tambin Vamos, descansa, descansa! Y abrazndola por los hombros lloramos, llor como tampoco haba vuelto a llorar desde nio. Slo me quedas t. Ojal que nunca vuelva a perderte! Nunca me has perdido, Carmelia Descansa, descansa Su respiracin fue hacindose ms suave. Se qued despus como dormida, con la mejilla en mi pecho. Blandina entraba y sala con su dolor silencioso en los ojos perdidos, como ensangrentados. Una de las veces que vino a darle una medicina, apret su mano por detrs de la cabeza de mi madre como ennobleciendo nuestro secreto, como ungindolo del instante grave. Su alma ingenua me entendi cabalmente y se apacigu un poco la crispacin de su rostro. Yo no me mova. Estaba dispuesto a quedarme as toda la noche. Las tas se turnaban en silencio y a veces se quedaban dos de ellas. Cada vez que entraban le daban un beso y le acariciaban las mejillas como a una criatura, o le arreglaban el pelo y las ropas; luego se iban a un rincn a llorar. A eso de las diez entr Lola, muy agitada. Desde la obscuridad torci el gesto, como pidindome un aparte. Dej suavemente a mam sobre la almohada y sal al gabinete. Est abajo el to M anolo! Quin? exclam, incrdulo. El to M anolo dijo Lola atragantndose. Abajo, en el primer piso. Baj al despacho de mi padre y mont un revlver. El to Manolo aquel asco! estaba sentado en el recibimiento bajo la exigua claridad de unas tulipas color carmn que dejaban filtrar apenas la luz de las bombillas. Estaba all el hombrachn aquel, pardiblancuzco de piel, como un viejo rabe, con su abundante pelo blanco, encrespado, su gran bigote tendido y aquel corvino perfil de judo convencional, el viejo usurero ante el que temblaba todo Auria, por sus procedimientos implacables y su energa diablica De tocio aquel atuendo y solemnidad sali una pequea voz mujeril, pero taraceada de fra soberbia y de hbitos de mando. Se levant cuan largo era, y echando
atrs las bandas de la capa, dijo secamente: Tengo que hacer antesalas para ver a mi sobrina? Y ms cuando vengo a su casa en ocasin tan infame Increblemente sereno me fui acercando a l, muy despacio, hasta que le vi demudarse. Fuera de aqu! Se qued estupefacto, pero pronto se rehizo, para exclamar con una voz de fra altivez: Quin eres t, advenedizo? Le puse el revlver en un vaco. El can choc secamente contra la tapa del reloj. Largo de aqu, ladrn! Sin recoger el sombrero, sali temblando como un rbol enorme. Guard el revlver, le tir el sombrero desde el balcn y me sacud las manos. En el cuarto de mam me encontr a don Pepito Nogueira, ceudo, con el odo pegado al odioso aparato aquel, de madera de boj, que tena la vaga forma de un reloj de arena y que pona siempre sobre el pecho de la enferma. Pareca un aparato para escuchar la muerte. Levant la cara, sacando mucho el belfo, y vi una gran tristeza en sus ojos. Habl algo con las tas y se fue. A eso de las once, vinieron a decirme que estaba Amadeo. No le recib. Me sent de nuevo en la cama de mam, casi acostado, y puse su cabeza en mi hombro. Respiraba con una gran tranquilidad. Pasada la medianoche lleg un telegrama donde se nos deca que, practicado el arqueo, resultaba que mi hermanastro Eduardo Maceira haba desfalcado diez mil duros en la empresa donde trabajaba. La noticia resultaba insignificante al lado de lo dems que ya sabamos. A eso de la una hubo que echar un balde de agua sobre unos borrachos que se haban puesto a cantar bajo nuestros balcones. A las tres me despert y sent la cabeza de ella como un peso anormal sobre mi pecho, que casi no me dejaba respirar. M am estaba muerta. Estos fueron los acontecimientos ms importantes que siguieron a la fuga de mis hermanastros, Eduardo y Mara Lucila Maceira, descubierta veinticuatro horas antes. El telegrama que lleg despus, de la polica de Lisboa, diciendo que se haban embarcado en el Clyde, con falsos nombres y documentos conyugales, ya no me import nada. Ya no me quedaba en el corazn ningn asco que consumir. Todo lo dems era dolor.
CAPTULO X
Tan rpidamente se llen de gente el cuarto como si una multitud hubiese estado esperando tras las puertas. Tambin pudo ocurrir que yo haya estado fuera del tiempo todo el que la tuve abrazada, sin soltarla, sin querer soltarla. Recuerdo muy bien la voz de don Pepito y su palmada en la mejilla; y luego aparec sentado en el gabinete, en el silln de costura de mam, donde Lola me haca beber algo fuerte y me frotaba el pecho a la altura del corazn. La sensacin de fro, y la camisa abierta, restablecieron una rpida continuidad con todo lo anterior. Entr en la alcoba. Estaba todo bastante cambiado. El prroco de Santa Eufemia lea en un libro en voz alta. Tuve que admitir la ridicula probabilidad de haber perdido el conocimiento durante un largo rato. El sacerdote deca las oraciones con voz entera y grave dignidad. Sal de nuevo al gabinete y me encontr con Pepita, que llegaba trayendo un pequeo crucifijo de plata. Nos abrazamos en silencio y volv a llorar. Pero esta vez not que el llanto me aliviaba. Mir el reloj; eran las cuatro. Desde aquel momento yo viva no con el sentimiento, ni con los ojos, ni con nada; viva con los odos. Era todo odos. La gente debi haberse asombrado de aquel repentino dominarme, que hubiese parecido indiferencia de no haber estado desmentido por mi desasosiego, por mis paseos aturdidos, de una habitacin a otra. Y es que yo viva slo con los odos, Al fin me llegaron las badajadas del toque de alba. La campana mayor de la catedral! S, todo odos, todo yo un odo, vibrando atento, sobre el mundo. S, el toque de alba! Sal, cruc la calle, dobl la esquina me di cuenta que iba en mangas de camisa y entr en el templo. El da no era all ni siquiera una insinuacin de luz lejana. No era ms que el toque de alba. A pasos rpidos, cruc las naves sin cerciorarme de si me vean o no. Entr en la capilla del Cristo, descorr la cortina y encend el escandaloso reflector elctrico que el Cabildo haba mandado instalar en la pasada novena. La luz dio de lleno en la imagen revelndola horriblemente. Salt la baranda, cog un candelabro del altar, lo balance un instante tanteando la direccin y se lo tir a la cara. Se oy un ruido seco, apergaminado y me pareci que la cabeza se haba levantado un instante, con el impacto. Algo se desprendi de su mejilla y qued en su lugar un socavn obscuro al que asomaba algo grisceo, slido, vagamente puntiagudo. Sub de nuevo las gradas laterales para apagar la luz. Mir ms de cerca y qued sin aliento. Lo que all asomaba era un hueso, un pmulo. El milagroso Santo Cristo de Auria era una momia humana! El pueblo se conmovi como nunca. No se habl de otra cosa en el velatorio de mi madre. El obispo dispuso el cierre del templo para que fuera nuevamente consagrado, y el Cabildo se mantuvo en un silencio dolorido y sincero. La prensa liberal guard un tono mesurado y apenas El Mio se permiti exhibir un artculo de un antiguo colaborador, arquelogo y ateo, que haba afirmado, all por los comienzos del siglo, que aquel Cristo no era una imagen de la humana industria, al menos en el sentido normal del vocablo. La prensa catlica, en un paroxismo de furia, casi sofocada por aquella saturacin de razn, como si quisiera desquitarse de no haberla tenido tantas otras veces, arribaba a consecuencias desviadsimas, extravagantes, como eran sus algaras contra la Instruccin Pblica y contra las libertinas ideologas reinantes. Antes de que el templo quedase de nuevo librado a los servicios, lleg un misterioso extranjero, que no hablaba palabra de espaol. Se hosped
en el palacio episcopal, y parti una semana despus, dejando la imagen tan cabal como antes. Todo aquello me tuvo deprimido, avergonzado; pero el dolor de la prdida de mi madre converta todo a mi alrededor en meras insignificancias. Antes de terminar la semana de duelo, recib un mensaje urgente de don Jos de Portocarrero, para que fuese, lo ms pronto posible, a estar con l, en su casa; un pequeo hortal, con vivienda, en la carretera de Trives. Me mandaba, al mismo tiempo, expresiones de condolencia y me deca que de no haberlo impedido su baldadura, hubiese estado al lado de la pobre Mara del Carmen en sus momentos finales. La carta estaba escrita con letra muy vulgar; sin duda, haba sido dictada. No esper a que terminase el plazo, y un da, despus de comer, me fui a casa del cannigo fabriquero, un poco intrigado por su urgencia, sin decir nada a nadie. El plido sol de octubre y la melancola de los viedos, con sus oros declinantes, ponan el paisaje a tono con mi desnimo. Conservaba yo desde mi niez, un afectuoso respeto por aquel buen amigo nuestro, e iba ahora lamentando mi abandono y mi falta de atenciones para con l, como para con tantos otros. Pens en que quiz pronto los necesitara a todos, y rechac esta idea con repugnancia. Era uno de los pocos cannigos que de aquel entonces quedaban. Unos haban ido muriendo y otros saltaron a ms altas dignidades, a las mitras, a las grasas capellanas aristocrticas o de presentacin. Hasta don Emilio Velazco, que era un mediocre, acababa de ser llevado, por unos nobles, a la Corte, como predicador de su capilla, despus de haberle conseguido el obispado nullius de Patmos. Una criada vieja me introdujo en el recibimiento, que exhiba esa helada pulcritud de las casas sacerdotales, y pronto se apareci, con su envaramiento, su ceo, su fealdad y sus siete sayas, aquella doa Blasa, ama y ecnoma, sobre la que no pasaba un da, como si ya hubiera nacido vieja, que me acogi con displicencia, contestndome apenas al saludo. Ella fue la que me llev al cuarto del anciano. Don Jos, hecho una ruina en su silln de ruedas, la despidi con el gesto. All estaba hundido, haca cinco aos, por la progresiva petrificacin de sus arterias. Con un movimiento de cabeza me indic una silla. Era muy severa su expresin y ello me dio que pensar. La luz que vena del hortal, colada en verde por los frutales, iluminaba aquel rostro, que haba sido tan noble, con el lado izquierdo deformado por la torsin de la hemiplejia, con un extremo de la boca alzado como para una media sonrisa; del mismo lado le lagrimeaba incesantemente un ojo. Me habl con lengua de trapo, como si slo emitiese las vocales. Por algo que pude entenderle comprend que se refera a mi madre. Luego cambi de tono y su voz se ti de mayor gravedad. Los sucesivos esfuerzos que hizo para que me llegasen sus palabras le causaron una mayor excitacin que las torn todava ms incomprensibles. De pronto me llam con un gesto de la mano til, y cuando estuve cerca de l se enderez penosamente, evitando mi ayuda, que rechaz con un borbotn de sonidos guturales. Se qued en pie vacilante y amenazador. Me cogi la cara por el mentn dndome vuelta hasta que la luz me dio de lleno en los ojos. Su rostro se contrajo, temblndole la mejilla, como tironeada por estremecimientos rtmicos. Del ojo inyectado flua, con ms prisa, la lgrima perpetua, que no se ocupaba de enjugar y que rodaba libre sobre un surco ya sealado y descolorido de la piel. Yo no saba a qu atenerme y estaba muy asustado. Cre entender algo en medio de su entrapada verba. Fue la palabra Cristo. Repentinamente todo se me revel con terrible claridad. Con mi vista clavada en la suya, exclam resueltamente, casi en un sollozo: No, don Jos, no!
Solt mi brazo izquierdo del atenazamiento de sus dedos y, sin cejar en su actitud, me indic el piso. De ollas, de ollas ordenaba, con palabras dichas casi con la garganta, como aullando. Desde el instante en que me haba dado cuenta de lo que pensaba, lo entenda con mayor claridad. Vacil un momento, pero su mano cay, como una maza, sobre mi hombro y me hizo arrodillar. Ment. Ment, seguro de que con ello le salvaba la vida. Ja! Alc los ojos hacia la enloquecida turbacin de su rostro, mirndolo con impavidez, casi con insolencia: Ja! Juro que no fui yo! M e ayud a levantarme y me bes en la frente con su media boca hmeda, babeante.
CAPTULO XI
Mi padre, a quien nadie haba avisado, se present unos quince das despus del entierro. No era el mismo; estaba muy gordo y avejentado, y exhiba una ordinariez de ademanes que le haca an ms irreconocible. Adems, estaba mal vestido. Vine atropellando todo gnero de dificultades y con toda la prisa que pude. No era verdad; sin duda se demor para evitar todos los inconvenientes y molestias inherentes a lo ocurrido. No s qu pasar con mi proceso en rebelda! Crees t que me echarn el guante? No contestis? mir hacia mis tas, que bajaron la cabeza. Estaba pensando que muy bien pudiste haberte quedado respond. Qu manera es sa de hablar? Haz el favor de no levantar la voz En esta casa ya no se grita desde hace tiempo. Eh? estbamos en la habitacin que haba sido su despacho. Dej la silla y se vino hacia m con un gesto que l supona severo y que me resultaba tristemente ridculo. La pretina del pantaln, forzada, apenas poda contener el vientre. Qu modo es se de hablarle a tu padre? No te hablo, te contesto. Te repito, otra vez, que si sta es manera de hablarle a tu padre! Estaba tan cerca de m que senta su aliento en mi cara, impregnado de tabaco fuerte. Retroced y dije con amargura: M i padre! Tienes razn dijo recogiendo velas y sentndose de nuevo. Siempre cre que entre t y yo haba poco de comn. Puede ms tu otra sangre, sangre de familia de muchas mujeres; es la misma que llevan en sus venas los otros, los que se escaparon. Avanc hasta tocar el escritorio, en cuyo silln se haba vuelto a sentar, y, sin ninguna modulacin en la voz, dije: Que sea la ltima vez que, de cerca o de lejos, aludes a mam. M e lo vas a prohibir t? contest, con cierto sarcasmo. Esa es la palabra, te lo prohibo. Sali de tras el escritorio y se plant otra vez a un palmo de mi cara. Sabes con quin ests hablando? Perfectamente, con mi padre. Las tas, enlutadsimas, se levantaron juntas del sof como movidas por el mismo resorte. Apareci una de las asistentas que ayudaban a Blandina. Seorito Luis, don Camilo, el Cirallas, pide venia para entrar. Era el viejo procurador. En la terminologa social del pueblo, los motes tenan un valor expresivo inevitable; y as don Camilo de Lourenzn y Couago vena a quedar en el Cirallas. Mi padre, con aquel brusco claroscuro de su antiguo humor, dijo: Que entre el Cirallas y aadi, dirigindose a m: Contigo ya arreglar despus cuentas! Yo tom la expresin en un sentido de malicioso equvoco y replique:
Tus cuentas con nosotros ya estn arregladas para siempre. Ahora te lo dir el albacea y arroj, con gesto despectivo, la plegadera de hueso, que fue a golpear contra una pequea torre Eiffel de hierro colado que haba sobre la mesa. M e dirig hacia la puerta a pasos lentos. Adnde vas? Tenemos que or juntos a ese hombre; hay que saber cmo quedaron las cosas de tu madre. Lo nico que de ella me importaba ya no est aqu contest, armando la frase sobre los dichos rutinarios de aquellos das. Mis tas terminaron de conmoverse y me cercaron con sus seis brazos; y yo, en medio de aquel doliente pulpo sentimental, volv a emocionarme. Entr don Camilo, con sibilantes ruidos asmticos: Demonio de escalera! Me iba quedando cada vez ms solo. Estuvo a punto de separarme definitivamente de Amadeo un suceso que, en s, careca de significacin, pero al que l concedi una importancia exagerada. Toda mi actividad, en lo fsico, se descargaba en largos paseos por los alrededores de Auria en los que l era y a veces Valeiras mi infatigable acompaante. Le haba tomado fastidio a la ciudad. Tema las explicaciones o, lo que era peor, las condolencias y disimulos por lo de aqullos. Senta gran aoranza hacia la pea del caf de la Unin, donde unos cuantos muchachos bamos esbozando, bajo la gua de algunos jvenes profesores de la Normal y del instituto, que dictaban all su mejor ctedra, la configuracin, todava lejana, de lo que habra de constituir nuestro esquema del mundo. En tales reuniones, fragorosas y desbordantes de ingenio, y, por qu no decirlo?, de afn de verdad, se produca la contienda de lindes entre la caprichosidad subjetiva, apasionada, de los ltimos rezagos del romanticismo, de un romanticismo contumaz que all dur, al menos en la actitud existencial, hasta muy entrado el siglo, y un escepticismo irnico, atizado por la inseguridad en que nos sumerga el humorismo vernculo, y por la carencia, o parcial conocimiento, de los dechados raciales, que, en la creacin y en la conducta histrica, nos ofreciesen trminos y ejemplos de referencia aleccionadora; pues los de otros pueblos de un pasado heterogneo, al que se llamaba, con violenta unificacin, espaol, no los sentamos como tal unidad, en el terreno del espritu. Espaa, as concebida, era para nosotros un vrtice ms cercano de la historia universal, mas no una plenitud, ni una exclusividad, ni mucho menos una autenticidad profunda. Nuestras averiguaciones nos llevaron pronto a establecer netas diferencias entre lo espaol y nosotros. Con todo ello, pronto se nos hizo clara y exigente una actitud polmica y reivindicatoria que nos situ contra la admisin automtica del pasado oficial, y, por contrafigura, dentro de unas posibilidades raciales, histricas y dinmicas, en cuya anterior frustracin se haba desviado nuestro autntico sino y se haban cegado las vas de nuestra expresin cabal y verdadera. Las conclusiones, vistas por el lado de la accin que haba de practicarlas, eran bizarras y daban aliento a la burla; pero a pesar de su inicial y aparente pintoresquismo, permanecieron luego irrebatibles y trocronse an en ms profundas y entraables cuando nuestro afn de esclarecimiento les prest el sostn del dato comprobatorio y cuando el pueblo empez a vibrar con todo lo que la ciencia oficial, las deformadas costumbres y el interesado simplismo de los polticos, haban decretado como finiquitado pretrito comarcal o como extravagancias de eruditos regionalistas. All se decan cosas como stas: Toda nuestra historia universal es nuestro paisaje. Somos unas leguas de costa, unos valles y una raza en torno a un sepulcro. Pero el mar, el Atlntico, ser el mare nostrum de las futuras proezas de la civilizacin y de la cultura; en los valles vive una raza intacta, no contaminada por la historia poltica
de Espaa y en el sepulcro no est el andariego Apstol judo sino un obispo discrepante, el primero que conmovi al mundo cristiano occidental con el implcito non possumus de su ardorosa dialctica y el primer hombre en quien las manos de la Iglesia tuvieron que mancharse de sangre; lo que no impidi que su voz quedase suspendida sobre los siglos y que an se oiga, a mil seiscientos aos de distancia, en nuestros valles, riberas, bosques y montaas[25]. Claro est que, al irse perfilando sobre estas exageraciones el balbuceo de un mdulo espiritual con resonancias polticas, que luego habra de articularse en un lenguaje ms preciso, no faltaron los caricatos, dentro de nuestras propias filas, a los que no arredraba ninguna sandez. El humorismo, nuestra ms honda raz, nuestra respuesta a la incomprensin y a la injusticia de Espaa, y al mismo tiempo el bridal ms corrosivo y derrotista de cuantos nos tenan maniatados, no tard en hacer de las suyas. Y as, cuando alguno de nosotros tena que irse a Madrid, preguntbamos dnde estaba el consulado de los Reyes Catlicos para visar los pasaportes. Otras veces envibamos fantsticos telegramas a los congresos de los pueblos clticos, que se reunan, en algn lado de Europa, con cualquier motivo vagamente potico, lingstico o sentimental, y lo que es ms extrao, en muchas ocasiones recibamos sesudas o ardorosas respuestas de felicitacin, consejo y estmulo. Cunto le debemos algunos a aquel arepago cafeteril donde, envueltos en el estruendo de las fichas del domin, golpeadas por los funcionarios civiles y militares contra las mesas de mrmol y por entre los berridos de las canzonetistas a gran voz y las discusiones polticas y tauromquicas nos agrupbamos, fervorosos, en torno al quehacer espiritual, como a lo ms autntico de nuestras vidas, a la primera autenticidad que en ellas se anunciaba! Amadeo Hervs, esteticista profesional y vocacional, como l se deca, con sus corbatas estridentes, sus trajes desconcertantes, sus camisas multicolores y sus manos pulidas, empuando bastones como batutas, se mova entre todas aquellas sutilezas con una seguridad y una elegancia de gran bailarn intelectual, manejando las palabras, las ideas y, sobre todo, las paradojas, con una soltura y una abundancia que no nos dejaban reposar; armonizndolas, como l afirmaba, proseando a lo decadente, con sus pauelos tericos, con el color y la temperatura del momento, o con los das de barba de su momentneo contendor. Repentizaba, al menos eso deca l, unas traducciones maravillosas, y de pronto dejaba el libro de Kant, ese huesudo filisteo prusiano, o el de Baudelaire, melanclico a destajo, sobre la mesa, para exponernos una teora acerca de la conversin del football, que acababa de invadirnos con la frecuentacin de los barcos de la home fleet a nuestras costas, en un ballet para la educacin de las masas populares; o afirmaba, muy serio, que la liturgia catlica deba ser revisada por los nuevos sinfonistas, modistos, coregrafos y pintores o prepararse a morir entre la vulgaridad irritante de su coetnea clientela. Amadeo viva en pleno delirio intelectual, como queriendo defenderse de una ntima, de una entraable frustracin muy lejana del intelecto. En cuanto se quedaba a solas conmigo me llamaba, con tristeza postiza, mi grande y memorable escarmiento o contradiccin viviente de muy sopesadas y graves teoras. A veces se pona un tanto molesto con sus nfulas de superioridad, pero stas solan desembocar en sarcasmos de una tal elaboracin del ingenio que casi resultaba un privilegio, y era, desde luego, un placer el poder provocarlos. Un da me solt de buenas a primeras: Tu revelacin instintiva puede desviarte de tu autntico camino. Cuidado! Espero que slo se trate de un rodeo del que volvers luego de algunos aos, lamentando el tiempo perdido.
Esta conversacin tena lugar bajo los cipreses del convento de Ervedelo. Frente a nosotros se extendan, en hmedo y verde declive, los huertos y los prados. Fjate qu belleza ese nabal florido! De una imagen as naci el mito de Danae. Yo creo que el oro de ese mito no es de origen solar sino floral. Lo que llovi sobre la diosa no fue luz sino ptalos. Es un mito rstico continu atropelladamente para no afrontar el tema que me propona y que me resultaba tan penoso. Amadeo cay en la trampa, como siempre que se le atraa desde el terreno de lo real a la divagacin intelectual. Y se lanz sobre mi teora, vido. Si hubiera sido romano, quiz. Pero Danae y su copulador, llovido en oro, son griegos, no lo olvides. All hasta el Dionisios de la elementabilidad sensorial hall manera de ser etreo: la tierra espiritualizada en la embriaguez, en la danza, que es otra embriaguez, que es como querer volar Qu distancia del graso Baco oficial del Imperio, patrn de cebas y de acaparadores de vino! S, luz y mar: Grecia. Pero mar de superficies, espejo del aire, pretexto solar y perspectiva para periplos. Una raza proyectada en un plano. Recuerda los seres aorantes de su unidad, en el dilogo platnico, girando en mitades sobre s mismos. Todo lo que ocurre en el plano lo advertan con pupila milagrosa. Eso sera cierto sin su filosofa y, ms determinadamente, sin su tica. La tica era para ellos aadi Amadeo con un tono incmodo, como si le estorbasen no una obligacin coercitiva ni mucho menos una codificacin ritual, sino un maravilloso juego de palabras; y cuando ms, un deseo de orden, de armona, casi una esttica O tal vez, como en Scrates, un deseo borroso de defender al hombre de los dioses, haciendo de la moral una matemtica de la conducta, un canon y estamos de nuevo en lo esttico. De todas formas, el mayor griego expresado, sntesis, en vez de antinomia, de Apolo y Dionisios, el griego arquetpico, casi dira lo griego, es, para nosotros, para nuestro tiempo, Platn. Nada nos acerca tanto a la intuicin de lo heleno. Y, no obstante, quin es capaz de expresar la unidad de lo platnico! Y, adems, qu sabemos nosotros de los griegos, ms all de ese no saber que la erudicin nos propone? A m me parece que esta incesante curiosidad que sentimos por su saber y, ms acentuadamente, por su sentir, contina vigente slo para que cada poca pueda comprobar la ndole de los suyos. Lo griego es una piedra de toque Se call de pronto y permaneci ensimismado, como persiguiendo algo de expresin difcil. Mientras hablaba, tena por costumbre cachearse incesantemente los bolsillos, como si all tuviera sus archivos ideolgicos. Extraa de ellos, para entretener las manos, pues no le gustaba gesticular esos movimientos con que los espaoles quieren evitar, y lo consiguen, el ser reflexivos toda suerte de objetos: lpices, cartas, el reloj, la cigarrera Tena ahora entre los dedos inquietos una pequea cartera de tafilete rojo. En el entusiasmo de la discusin no se dio cuenta cuando yo se la quit de las manos. La abr mientras l peroraba, embriagado. Era un documento de su colegio de adolescencia, en Montpellier. All estaba Amadeo con un horrible cuello alto, duro, y un rostro entre vicioso y sabihondo. Qu feo era! La fecha indicaba unos seis aos atrs. Distradamente pas la vista por su texto y le: M. Amads Hervs. Muy sorprendido, le pregunt, con grandes altibajos en la voz: Pero de veras te llamas Amads? estirando malvolamente la i del extravagante nombre. Perdi la serenidad y me arrebat de mal modo la cartera. No s qu contest, pero recuerdo que mi
carcajada retumb por el valle. Acababa de recuperar mi risa, pero de jugarme y quizs de perder su amistad, pues se levant airadsimo y se fue a grandes pasos, desarmonizando el seoro de su andar, por el sendero central del huerto de los frailes.
CAPTULO XII
El examen de aquellos confusos paquetes de papelorios, de los que don Camilo el procurador se hiciera cargo, con el consentimiento de todos (sin consultar a mi padre, pues no le dbamos cuenta de nada), que habamos encontrado en el bargueo de mam y en los cajones de otros muebles, sin orden alguno, atados con hilos y cintas, adems de las informaciones que ya el honrado procurador nos haba anticipado, nos dieron la certeza de que estbamos arruinados, y que ni la casa en que vivamos se haba librado de las hipotecas leoninas extendidas a nombre de testaferros, pero que, en realidad, pertenecan al to Manolo. Aparte los desatinos administrativos de la pobre mam, llegamos a descubrir que entre el usurero y mi padre exista un acuerdo para el envo de las mesadas suplementarias con que fue consumiendo lo suyo y lo ajeno, en su vida de disipacin, en Portugal. Durante el informe de don Camilo mis tas no denotaron la menor sorpresa, por lo cual ca en la cuenta de que estaban, desde tiempo atrs, enteradas de todo. Supe tambin revelado por Blandina que no slo las tas sino mi propia madre, desde haca ya mucho tiempo, haban venido cosiendo, en el mayor secreto, para las familias principales de Auria; lo que me hizo explicables aquellas veladas a cerrojo echado, que yo sorprendiera tantas veces al regresar, en la alta noche, del caf o de mis correras de holgazn. Por su parte, Obdulia haba dado orden de que nos bajasen de las tierras del seor todo lo que nos hiciese falta. Yo me sent humillado e invadido por el ms violento odio hacia mi padre, aquel inverosmil tarambana, del que no quedaba ms que su fachenda orgullosa y sus gestos vacos. Despus de terminada la abrumante relacin, y cuando bajaba a acompaar a don Camilo hasta el zagun, sac de bajo la capa un rollo de papeles, dicindome: Esto te pertenece, hijo mo dijo el buen caballero. Lo he pensado mucho antes de drtelos, pero ya eres un hombre y slo a ti te corresponde juzgar a tu madre y sin aadir ms, se fue. Me encaram hasta el cuarto de Blandina, que haba pasado a ser para m el lugar ms ntimo de la casa, y me encerr por dentro. All estaban las cartas de mi padre, insolentes, rastreras, amenazadoras, suplicantes, o capciosamente sentimentales, exigiendo cada vez ms dinero. Me sonrojaron sus faltas de ortografa y su redaccin descuidada e inconexa de seorito ignorante. Y aquel fantoche, lleno de gritos, era el ser en quien yo haba amado la suma de la humana perfeccin? Asimismo haba en el legajo unas libretas, casi todas escritas a lpiz, donde mam haba ido asentando, con sus fechas, los resmenes y, a veces, copias literales, de su correspondencia con l. Figuraban tambin all otras anotaciones, muy distanciadas en sus fechas, que no llegaban a constituir un diario. Aparecan muy claras en aquella lectura las etapas de la desintegracin espiritual de aquella mujer, nacida para el ms noble destino y arrastrada a la nulidad por un amor que an hall manera de perdonar, cuando ya renunci a comprender, hasta el ltimo instante. Resultaba de todo aquello que mi padre le haba sido desleal desde los primeros momentos y que ella haba tratado intilmente de atraerlo sin perdonarse ninguna humillacin. Tambin apareca all su episodio con la ta Pepita, desposedo de su barniz romntico. Resultaba clarsimo que mi padre la haba requerido de amores y ella, la babiona, si bien resisti en lo verdaderamente importante, concibi por l una pasin de loca y unos celos ridculos de mam. All estaban, tambin, las hojas arrancadas al Diario de
Pepita, porque aquel s lo era, con todas sus frenticas consecuencias. Lo que yo haba ledo en tiempos remotos, hurtado en los cajones de mi madrina y que haba entendido muy vagamente, no era nada en comparacin con estos increbles desvarios. Dentro de las altisonantes vacuidades, arrancadas a los novelorios, tales pginas descubran al lado de una pasin verdadera, el fondo turbulento y sensual de aquel espritu cuya superficie no daba de s ms que innocuidad y tontera. He aqu algunas de las anotaciones. Una de mayo de 19 deca: Debo soportar las exigencias de mi pasin (de quin depende ms que de m el mitigarla?) bajo espesas capas de disimulo, como esos volcanes que ocultan (mas, ay, sin enfriarlo!) su fuego bajo la nieve. Otra de junio de 19, precisamente del da de mi primera comunin: Concentro sobre el hijo el amor que el hado me impidi volcar sobre Ya que no hijo de mis carnes salo de mi alma. Esta frase me llen de tal vergenza que rasgu el papel. A continuacin llamaba a mam la intrusa y la barrera de mi destino. Otras haba an ms ridiculas. No, no, no; una y mil veces no! Le he rechazado. El apacible paseo viose turbado por sus anhelos abusivos. Quin iba a decirme que la sombrilla de su regalo iba a ser el arma defensora de mi virtud? Virtud, he dicho? No sera acaso mejor decir cobarda? Mi alma lo llama, mi cuerpo lo repele. Es eso verdad? Lo rechaza? Quin sabr nunca aclarar el misterio del amor! Oh pasin, vivir para ti hasta mi muerte, que ya auguro prxima! Agosto de 19 Qu horribles tragicomedias se haban desarrollado ante mis ojos sin que yo las advirtiese en toda su extensin y gravedad! Quedaba ahora esta secuencia de muerte y catstrofe, esta desesperacin frente a lo trunco, a lo irreparable; esta carga de vida vivida anticipadamente por los dems, por las vidas ajenas, y, sin embargo, tan contiguas, tan llenas de directas consecuencias. Lo enajenado, lo involuntario de mi vida resultaba, as, lo ms importante de ella Para liberarme de lo muerto, de lo ido, tendra que recuperar la fuerza y la iniciativa en el gobierno de mi futuro; haba que empezar por romper con todo aquello propsito que ya en mi niez haba estado a punto de desembocar en lo irremediable y buscar salida a nuevos rumbos, a un mbito donde no quedasen ni siquiera las sombras de tanta frustracin. Terminada la lectura baj al piso de las tas. Lola y Asuncin estaban en el cuarto de roperos como entregadas a una de aquellas falsas y repentinas explosiones de actividad ambulatoria, que en ellas eran signos de su desajuste con el ambiente. Pero esta vez la simbologa de la huida era tristemente verdad; el abrir y cerrar cajones, armarios y cmodas, el sacudir las ropas y el doblarlas, mostrbase con una lentitud justificada y seria. La jorobetas, que estaba de rodillas frente a un bal enorme estibando sbanas en aquella casa todo el mundo, hasta la pobre Joaquina, tena sbanas para varias generaciones, se levant de un brinco al verme entrar, y vino a abrazarme, manteniendo la precaucin pobrecilla! en la que era muy hbil, de no clavarme su jiba en el pecho; por lo cual sus abrazos, al ser slo de cuello, aparentaban como cosa desanimada e incompleta. Llor una vez ms a desbautizarse. Estamos perdidos, Luis, estamos perdidos! Y t sin oficio ni beneficio Asuncin, que en aquellos momentos estaba cepillando una guerrera der difuntito, sentse en el silln de mimbre, con su antigua flojera islea, acrecentada hasta cerca de la invalidez por las desgracias, y repiti con la mirada acariciando los rtilos entorchados: Etamos perdidaj! Sin desprenderme de Lola, cuyo esqueleto amuecado, como de barrotes, senta en la palma de mi
mano y a lo largo del brazo, me acerqu a Asuncin, que se ech sobre mi pecho, sacudida por el llanto. Las bes, y trat de inspirarles calma y confianza. Despus de hipar un poco, sin descomponer el grupo, cruzaron una mirada, por encima de los pauelos, y la cubiche se fue a revolver en el cajn de una cmoda vieja. Retorn con un atadijo; se sent en el canap de mimbre y lo desli en el regazo. Eran unos pocos billetes de banco, monedas de oro y de plata y algunas joyas. Eto es todo lo que tenemoj. Entre la alhajaj y er dinero, unos trenta mil realej. Tmalo, hijo, y prov pa ti. Nosotraj viviremo de la cotura, que no ninguna deshonra. Me cost Dios y ayuda el convencerlas de que guardasen sus ochavos y de que la situacin no resultaba tan desesperada. Les dije, y era verdad, que don Camilo me haba insinuado la posibilidad de salvar la renta de los molinos de azufre de la Arnoya cuando mi padre quitase las manos definitivamente de todo y que yo se la pasara ntegra. Y que tambin quedaba la esperanza de que se pudiese reactivar el expediente de viudedad de la coronela, que llevaba ya tres lustros rodando por los ministerios, descuidado en las pocas de dispendios y abundancia, y adems porque la muerte del milite, segn se susurraba, haba distado mucho de ser heroica, lo que dificultaba una resolucin favorable en cuanto a la pensin. Y t, hijo mo? implor la Lola. Yo ya veremos. Todava no es tiempo de pensar en m Dejad ah todo eso, me pone muy triste! A dnde vais a ir? Ya veremos, ya veremos Todo se ir arreglando. S, hijo, s. Pepita estaba un tanto al margen de todo aquello, lo que me dio que pensar. La encontr sentada a su bufete, escribiendo. Me acerqu sin hacer ruido y dej caer por encima de su hombro las hojas donde haba ido acumulando, aos tras ao, su sensiblera, en cierto modo respetable, pues nadie tiene la culpa de ser como es. Toma; supongo que era eso lo que buscabas estos das, con tanto empeo, en los cajones de mam y me encamin hacia la salida. Con mucha presencia de nimo y sin desgarrones en la voz en esto andaba muy moderada, aunque sin desprenderse del todo de su estilo, que era su verdadera naturaleza verbal, detuvo mis pasos con un tono implorante pero firme: No me condenes sin orme. Tu perdn me es necesario! Que te perdone tu conciencia. M i conciencia eres t y mi juez, por lo tanto. No pequ! De hecho. Ni de intencin; pongo a Dios por testigo. No tiene remedio ya, ta. Respeta al menos el pasado, ponlo a salvo de tus cursileras; es lo nico que te pido. Todo ha terminado hace ya mucho tiempo. Y si quieres un testimonio, mira. Y me alarg un retrato, con pie de fotgrafo barcelons, donde apareca un hombre robusto, madurn, de mirada tan violenta que resultaba cmica, con cejas como bigotes y mostachos espessimos. Sin embargo, de toda aquella ferocidad se desprenda un aire seguro y honrado. Su cara ordinaria y comercial me recordaba a alguien conocido. Es Jordi Pepita se limpi una espumilla de la comisura y agreg con voz recatada: Precisamente ahora le escriba, contndole todo.
Y quin es Jordi? Jorge Beln y Capdepont. Uno que vino de orador, con la Beln Srraga, hace tres aos. Recordaba yo muy bien el sonado mitin anarquista, con su oratoria ruidosa y el susto de curas y beatas. Una mujer en la tribuna haciendo mofa de Dios y hablando mal de los bienes terrenales! Efectivamente, all estaba aquel Beln y Capdepont de la voz mazorral y de los latiguillos campanudos, que tanto haba consternado a los entendidos, pues esperaban uno de aquellos amplios y finos espritus del anarquismo cataln Haba vuelto despus varias veces a Auria, colocando subscripciones de obras cientficas a plazos, y tomos de la Espaa moderna. Mam le haba comprado para m una Geografa universal, de Reclus, que nunca le y que regal a la Escuela Laica, cuando organiz su biblioteca. Pepita, con los ojos bajos, exhiba rubor virginal. Yo no saba qu decirle. Es viajante, no? No, no; es coindustrial y propagandista. Copropietario, querrs decir. Nosotros no admitimos la propiedad. La propiedad es un robo. Cmo, nosotros? Qu quieres decir? Yo tambin soy anarquista; me hizo anarquista Jordi. Y se limpi otra espumilla, enrojeciendo hasta el escote. Pero, ta! exclam, no sabiendo cmo dar salida a tanto asombro. T no te privas de nada! Hay que evolucionar; renovarse o morir, como dice Jordi. (Estaba toda empapada de Jordi). El mes que viene uniremos nuestros destinos, en Barcelona Pensaba decroslo antes, pero Yo reflexion un momento. Por qu no os casis aqu? Entiendes? El qu dirn No me importa nada el qu dirn. Basta con nuestra voluntad de unirnos. El casamiento vulgar es un convencionalismo religioso y una exigencia intolerable del Estado continu, repitiendo como un papagayo las frmulas aprendidas. Pues s que te has renovado! Espero que esta decisin no ha de privarme de tu cario. A mis hermanas ya s que las pierdo No, madrina, no. Tu decisin no slo me parece admirable, sino que me alienta, me da nimos. Oh! Te lo digo muy en serio. Quizs nunca te habl tan seriamente en mi vida. Que te hayas salvado de tantas cosas y, perdname!, que te hayas salvado de ti misma, me parece admirable, admirable. Me hace creer en la vida, nada menos Ojal que eso que llamamos suerte est a la altura de tu coraje! La ta se ruboriz de nuevo e insinu con acento vacilante: Tal vez podras venirte con nosotros Una gran ciudad, ya sabes No, ta, no. Yo soy un miedoso. Y tengo que curarme radicalmente. Eso se hace solo. O me dejo ir lentamente a la deriva, en la abulia provinciana, al sumidero final, o har una cosa definitiva. Slo los miedosos las hacemos. Qu quieres decir?
Ni yo mismo lo s, como siempre; pero lo siento, que es mucho mejor. Quedamos un momento en silencio. Puedo romper esto? dijo, echando una mirada a los papeles. Claro, ta, son tuyos. Los rompi en menudos pedazos y los fue dejando sobre el vade. Despus, arrojndolos todos junto a una papelera, dijo con el tono de sus mejores tiempos: He ah mi pasado! luego cogi el retrato de Capdepont y lo mir largamente, moviendo la cabeza hacia los lados. Es un ngel! exclam. No exageres, Pepita! yo pensaba en cmo podra hacerse un ngel de aquella jeta peluda y de aquella pesadez comercial. No sabes cmo son estos libertarios por dentro! Ah, por dentro! Por dentro todos somos las cosas ms inesperadas! Pobre Pepita!
CAPTULO XIII
Efectivamente, el 23 de enero sali en la Gaceta el nombre del to Modesto, incluido en un decreto de indulto con motivo del onomstico real. Por una vez los polticos haban cumplido su palabra y don Narciso el Tarntula haba resultado til. Lleg Modesto una semana despus hecho una tal piltrafa que, con ser muy lamentable en lo fsico, estaba excedida por su desalio y catstrofe espiritual. En lugar de aquel hombrn violento, y noble dentro de la arbitrariedad de su carcter, el presidio nos devolva un anciano vencido, destrozado. Tena razn la honrada barragana; hubiera sido mejor no haberlo visto Como si l mismo quisiera subrayarla, no pona nada en disimular toda la miseria de su cuerpo y de su alma. De no acompaarle Obdulia, no le hubiramos conocido al aparecrsenos en la ventanilla, con su gran cara brutal e inmvil de mscara antigua, enmarcada en largo pelo amarillo. Al poner pie en el andn repar en todos con una mirada huidiza, y se palp la bragueta acomodando un objeto que le abultaba all grotescamente. Luego supe que llevaba suspendido, en una faja interior, un recipiente de vidrio a causa de su viejo mal de orina que, segn sabamos ya, se le haba agravado en la prisin. Salud luego a mis tas equivocando los nombres, y a m, despus que Obdulia le hizo reparar, dicindole quin era yo. Me toc la mejilla y exclam sin ninguna acentuacin: Pobre Carmela! a su hermano le dijo simplemente, como si lo hubiese visto la vspera: Qu hay, t? y no se acerc a l para nada. Mi padre tuvo que luchar para que no se fuese aquel mismo da a la aldea; era muy tarde, vena fatigadsimo de las cuarenta y ocho horas de tren y adems le instaba a que consultase a los mdicos. Qu mdicos ni qu mdicos! Qu saben sos? Slo Dios gobierna! A continuacin dijo que quera acostarse. No haca caso de nadie, salvo de Obdulia, en quien parecan haberse refugiado los restos de su trato con el mundo. En efecto, su antigua sierva le gobernaba con un cuidado maternal y sumiso, y sonrea mirndolo, embobada, como si estuviese en presencia de un ser maravilloso en la plenitud de su fuerza. Al da siguiente, mientras me desayunaba con las tas, pregunt desganadamente por l y me contestaron que se haba ido, casi al amanecer, a la catedral a confesarse y a comulgar, y all le haba dejado Obdulia, oyendo misas desde entonces. Tambin me enteraron que durante la noche, la haba despertado dos veces y le dieron media docena de vueltas al rosario. M s vala que se hubiese muerto. Vamos, Luis, no seas hereje. La religin es un consuelo dijo Lola. S, cuando no hay otros. Y a veces, no los hay. Porque se renuncia a ellos; es ms cmodo. Cllate con eso. M e callar. Por la tarde le vieron los mdicos y se habl de una operacin en dos plazos, con una larga temporada en la cama. El to se neg resueltamente, casi con la energa de su vida anterior, diciendo
que le dejasen tranquilo con su expiacin. Comi poco y bebi agua. Luego rez con una fruicin casi golosa, con entera prescindencia de tocios nosotros, como si estuviese solo. Despus del almuerzo pasamos a la saleta, donde se sent en el sof, teniendo a Obdulia a su lado. Despus de un rato en silencio, le dijo, con seca voz de mando: Arrglame esto, t Obdulia nos mir, avergonzada. Qu? No has odo? La barragana torn a mirarnos, suplicante. Nos hicimos los desentendidos y la pobre se estuvo un rato all, con una rodilla en tierra, acomodndole la verstil potra de vidrio. El le pas la mano por la cabeza y exclam: Slo t eres verdad en este mundo la frase resultaba casi potica en medio de todo aquel desbarajuste y ordinariez. Y luego, como reanudando un relato, dijo, con voz de soliloquio: Pues s; me caso con sta el domingo, si Dios quiere. Creo que don Ramn era el nombre del abad de sus tierras me dispensar de las proclamas en honor a mi estado. Tambin puedo morir de aqu a all! y luego, paseando por nosotros una mirada que pareca una fulminacin, agreg: Y si alguien se haca ilusiones de heredarme, puede despedirse de ellas detuvo la vista en m con particular insistencia. Yo no pude contenerme y repliqu: Que vivas para comerlo, to! Hasta la ltima migaja Y si no te llega el da te levantas de noche; aparte de que an puedes tener tiempo para gastarlo en botica que, a veces, la vida es muy terca y con la misma, me levant y encend un pitillo. Las tas carraspearon, disimulando el susto. M odesto dulcific su mirada maligna y baj los ojos. No quise ofender, y si te doliste, perdname; te lo pido con toda humildad aquel retroceso me hizo sentir un mayor asco. Obdulia, consternada y no sabiendo qu hacer, le compuso la bufanda. El silencio se espes en torno a aquella turbia contricin y fue quebrado de nuevo por su voz balbuciente, como infantil. No perdonas? S, to, no digas bobadas. Si es tu voluntad me ocupar de tus estudios. Pero mis bienes son de mi hijo y de sta. Gracias, no quiero estudiar. Con aquellas ltimas palabras de Modesto, ca en la cuenta de la prosperidad del remendn y de su mujer, que, desde haca bastante tiempo, vivan sin trabajar, en una casa de la carretera nueva; y pens tambin en Pedrito Cabezadebarco, que se haba marchado, por aquel entonces, a los Salesianos de M atar. M odesto volvi a la carga. Tienes que reconciliarte con Dios. Yo no tengo con l desavenencias graves, to. (Estuve por aadir: No le romp la crisma a ninguno de sus representantes en la tierra, pero me contuve.) Pero crees en Dios y en su misericordia sacratsima? Ni que decir tiene! Me ahogaba all, en aquella atmsfera, frente a aquella obsesin. Senta deseos de aire libre, de inmediato contacto con la vida, con el esplendor de las cosas del mundo. Senta mis msculos, uno a uno, en toda su pujanza, y me vinieron ganas de echarme a correr por los campos, de ir en busca de Amadeo, de hundirme en su apasionada voz para reanudar inmediatamente, en el minuto prximo, la continuidad de mi existencia en sus dos solicitaciones, para mi alma las ms vigorosas en aquellos tiempos: el paisaje y la vida del espritu, y luego retornar, una y otra vez, a la certeza vital del cuerpo
de la aldeana, del que me separaban, parecindose a aos, aquellos das de espectros, de dudas, de retrocesos, vividos en un vrtice de enajenacin. Me dirig hacia la puerta sintiendo ya la alegra de aquella fuga, cuando se alz de nuevo la voz de M odesto. No te quedas? Tienes algo importante que mandarme? M e iba un rato al caf. Al caf? inquiri con extraeza, como identificando una palabra poco conocida. S, al caf. Pero si me necesitas S, te necesito. Qudate a rezar el rosario con nosotros. Mir consternado hacia las tas, que desviaron los ojos. Y antes de que me hubiese repuesto de aquel sentimiento de irrealidad que de pronto me invadiera, paralizndome con su propia sorpresa, ya el to estaba de rodillas en el piso, con el rosario en una mano, mientras con la otra acomodaba a la nueva posicin el frasco de los orines, murmurando: En el nombre del Padre, del Hijo Y lo ms extrao es que, en medio de aquella situacin, yo no me encontr mal del todo, durante las dos horas que estuvimos sahumando, con las ms bellas e insistentes palabras, a la Reina de los Cielos.
CAPTULO XIV
Mi padre, con una de aquellas rpidas soluciones suyas, que eran como fugas y que constituan su manera inmediata de responder a la adversidad, se fue para la aldea con Modesto; segn las apariencias, a vivir definitivamente all, pues se haba llevado sus enseres. Todos estos preparativos los hizo esquivndome; pero yo, cuando vi que el momento se aproximaba, tuve con l una conversacin en la que le dije, con toda tranquilidad y decisin, que diese por concluidos nuestros vnculos para siempre y que hiciese el favor de no preocuparse para nada de mi vida ni de mi futuro. Cuando me pregunt, en un pronto melodramtico, si le odiaba, y le contest, sin alterarme, que me pareca tan inexistente que ni siquiera le despreciaba, se vino a m y me dio un bofetn. Yo lo soport sin mover ni una pestaa e insist en que quedase bien sentado lo que le haba dicho. Prest su conformidad con palabras altivas, pero, en el fondo, lleno de alivio, y parti de inmediato. Los meses pasaron sin que tuviese de ellos ms que vagas e indirectas noticias. Modesto no dejaba moverse de su lado a Obdulia, as que quedaron cortadas nuestras fuentes de informacin, de lo cual yo estaba muy satisfecho. Todo aquel derrumbe, aquella estpida obstinacin del loco y la sumisin de los otros dos, me resultaban repulsivos. Supe que mi padre haba apadrinado aquel matrimonio monstruoso y mucho ms monstruoso para su antiguo orgullo de casta y que se qued all haciendo el parsito, sometido a la manitica tacaera de su hermano, que apenas le daba para cigarros, arbitrndose los medios suplementarios con sus viejas artes de garitero, en interminables partidas de tresillo con ricos labradores y curas de las parroquias vecinas. Beln y Capdepont, haciendo honor a su palabra catalana, vino a buscar a la ta Pepita. Ocho das antes, sta revel todo a sus hermanas, que lloraron a mares, pero que, como estaba previsto, no influyeron poco ni mucho en la decisin de la manumisa. Acabaron por perdonarle, condicionando su forzada transigencia, con que, en vez de hacerlo todo echndose por la calle del medio, dijese, antes de irse, en algunas casas de Auria, entre ellas en la de las Fuchicas, como prenda de la ms rpida difusin, que se iba a Barcelona empleada como dama de compaa de una vieja condesa. Con minuciosidad y maestra realmente aurienses, y aun excedindolas, se fragu una carta, en la que yo intervine, escrita en un estilo elevado, tal como la gente se empea en suponer que escriben las condesas, para que Pepita la mostrase, en garanta de su propsito. Las Fuchicas, archijuristas del distingo y protoescribanas de la malicia, preguntaron, como quien no dice nada, por el sobre, a lo que Pepita contest con voz celeste: Pues mirad, lo olvid! mas al da siguiente volvi a casa de las dulceras, a regalarles algunas quisicosas que se iban apareciendo en el fondo de los cajones, y llev uno de los infinitos sobres que, con matasellos del correo de Barcelona, haba recibido de su ngel federal y coindustrial. Al revolver en el bolso, buscando una de las esquivas quisicosas que se ocultaba entre polveras y otros trebejos del afeite, lo encontr sorprendidsima: Mirad el diablo del sobre de la condesa dnde vino a parar! Ya lo deca yo! y lo exhibi en el pice de sus cuidados dedos, como un mensaje de paz en el pico de una paloma. La abacial se cal unos lentes con cerca de alambre, lleno de improntas enharinadas, y mosque, luego de echarle un vistazo, con la flaca espiando sobre su barranca pectoral.
Semeja letra de hombre. Yo lo dira, sin ms remach la otra. Naturalmente, los sobres de estas grandes damas los escriben siempre los secretarios repuso Pepita, rpida de ingenio, dndose un toque de colorete. Se vieron, muy de tapadillo, en nuestra propia casa, los pocos das que estuvo Beln y Capdemont en Auria, y se fueron un lunes, en un horrendo tren mixto, que pasaba a las cuatro de la maana, en el que no viajaban ms que tratantes y mercancas. La consigna era de no hablarse hasta el empalme de Venta de Baos, por si haba moros en la costa, que distaba cuarenta leguas de all. La ta mostraba un aire aliviado y feliz, y haba retrocedido visiblemente en los aos. En uno de aquellos momentos se lo dije y contest: Tienes razn, me siento con una souplesse de mariposa. Ya en la estacin, donde el tren paraba una larga hora, afirm: Slo me duele que no se entere de la verdad todo el pueblo. Que conste dijo a sus hermanas que slo por vosotras traiciono mis convicciones! No seas chiflada, Pepita rall la gibosa, no nos hagas pensar! De pensalo, como pa tirarse a laj ruedaj de ete mijmo tren aadi la cubana. Unas ventanillas ms atrs, Beln y Capdepont, el bigote tapndole la boca, miraba con aire muy mal disimulado, hacia las lejanas estrellas. El tren, despus de maniobrar con tanta parsimonia y lentitud como si los maquinistas fuesen nios usando un juguete, enganch unos vagones de ganado vacuno y los puso en la fila del convoy. Hubo an unos lentos pitos y campanas y al fin la locomotora resopl sus xidos y vapores con olor a despedida. Cuando el tren empez a moverse, la ta genio y figura! apoy la frente en la mano y sta en el marco de la ventanilla; cerr los ojos obstinadamente ridos, y sac de los adentros aquel ferino rugido de las grandes ocasiones, que reson en toda la estacin como un lamento de ultratumba: Aaaaayyyy de m! Vai perdida! dijo una mujeruca aldeana en la ventanilla de al lado. Sobre el tremolado sollozo de la ta pasaron los mugidos de las reses, amontonadas en los vagones. Pasaron tambin los ojos de Beln y Capdepont infundindonos una seguridad totalmente comercial y barcelonesa. Y, por lo que luego supimos, cumpli. Los hombres invadidos por los pelos y por las ideologas romnticas, son, en la mayora de los casos, gentes de honor.
CAPTULO XV
La familia de Valeiras no haba comparecido en noviembre, ni en diciembre, ni en enero, por lo cual el indiano se daba a las nativas blasfemias, y a los modismos coprollicos de su patria de adopcin, y sudaba pez. Durante los ltimos meses del invierno haba estado en brazos de la ms negra neurastenia, que le haba trado ceudo, quejndose de palpitaciones, asendereado por aquellos montes y campias y resoplando como el fuelle de una fragua. La pachorra criollaza de las cartas de su mujer, lejos de calmarle, le pona fuera de s. Si no puede ser, hombre, no puede ser! Con tanto mate en la sangre! All, lo que hay que hacer es emprender una campaa para que desteten a los chicos de un par de generaciones con aguardiente! no se le poda uno acercar. Conmigo, sin embargo, se port como no se portaron mis camaradas de largos aos, ni los amigos de mi familia. Un da, en el tiempo en que ms le arreciaba el mal humor, me pesc, como al vuelo, en un camino de montaa, por el que yo andaba tambin en soledad, descargndome de las mas, que eran muy tristes y sin remedio, y me dijo, ponindome una mano en el hombro: No fui a esos velorios, porque no me gustan, pero le mand recados por Hervs. Gracias, Valeiras, los recib. Ya sabe dnde me tiene, eh? Absolutamente, para todo lo que haga falta. Y cuando digo para todo no es hablando como stos de aqu, de la trompa para fuera, sino como hablamos all, derecho viejo Gracias, Valeiras, gracias Pero qu le pasa a usted? Parece que nos rehuye dije, para cortar aquellas efusiones. El indiano vari el tono hacia la hosquedad. Ah, sobre eso no quiero hablar ni palabra! Son rachas. Ando muy reconcentrado de la voluntad y no quiero ver a nadie. Cada uno sabe lo suyo. Mi familia es un castigo! aqu se le nublaron los ojos. Pero aadi excitado o salgo con la ma o van a ver aqullos quien soy yo! No faltara ms! M anga de desagradecidos! El ensaamiento de la prosodia criolla, que le vena muy excedido cuando se enfadaba, me hizo sonrer; pero haba tanta sinceridad y tanto dolor en su preocupacin que me senta ms ligado an a aquel hombre simptico, bueno, de un fondo austero y noble. Era un tipo muy frecuente entre los aldeanos del pas, quienes, en la emigracin, se liberaban de sus cazurreras lugareas y retornaban, de su contacto con la tierra grande y dura de Amrica, slidamente centrados en s, mucho ms de lo que lo estbamos nosotros. Sin desfigurarse de su ser, racialmente profundo, muchos emigrantes traan consigo un aire amplio, un ancho ademn social, por veces hasta heroico, que tenda al desinters, a lo impersonal, a las formas de la accin aparentemente superfluas la poltica en sus riesgos ms avanzados, la filantropa cultural o docente que nos emocionaban por encima de las veniales diferencias de hablas y costumbres. Claro es que existan entre los indianos las contrafiguras del vanidoso, del mentecato, del suficiente, del comparador, de aqullos que, por haberse quedado a horcajadas entre dos mundos morales, no eran de un lado ni del otro; y que, adems, nos humillaban con su fachendosa presencia, con sus palabras, con su plata y con las camelancias, grandezas y
solemnidades del por all, y que se hacan odiosos a causa de las reacciones de su propia disconformidad; pues no dejaban de sentir vagamente que eran almas mostrencas, flotantes, ni de aqu ni de all, cuya fundamental incultura no les dejaba libre ni el refugio de la humildad o de la irona. Valeiras era de otra condicin; utilizaba el aprendizaje de un tono convivencial que, para la conducta, le haba ido dando la tierra nueva y la vida en una gran ciudad, que le haban retemplado, pero sin dejar que entrase la dispersin en lo esencial de su carcter, al que articulara la experiencia americana, no para destruirse, sino para complementarse, para integrarse, en cierto modo. No estar usted un poco encaprichado en este asunto? Djelos, que se queden! Al fin es su tierra exclam, por decir algo. Tambin sta es la ma, qu embromar! Pero dgame, Torralba, vivimos aqu en la bosta? No es esta tierra tan linda y tan civilizada como la que ms? No somos gente digna de que se viva entre nosotros? S, evidentemente. Pero usted sabe que aqullos son pases absorbentes, patrias nuevas, orgullosas de s, ricas de proyecto, de destino y, por lo tanto, necesitadas de humanidad. Y ya no tanto de humanidad importada, sino de la suya propia, de la nacida de su ser geogrfico, cultural, poltico. El americano siente este deber de fidelidad, casi sagrada, hacia su tierra. Por eso el patriotismo es all cosa que se parece a la actitud religiosa. Aqu no lo entendemos ya de ese modo, o ai menos no lo proclamamos, porque en nosotros ya no es voluntad, ni exigencia, ni consciente quehacer, sino mdulo, forma, instinto. Para ellos, la patria es una tarea de cada instante; una incitacin de contenido fsico y espiritual a la vez. Yo recuerdo que Pepe Salgado, el marido de mi prima Consuelo, en los primeros aos que pas aqu, usaba la palabra nuestro, referida a la Argentina nuestra Pampa, nuestros Andes, nuestro Paran, cual si llevase la patria en la boca, saborendola, como una tierna golosina. Y eso que sus padres eran de Fres de Eiras! S, pero Salgado, a pesar de ser argentino, se qued aqu a vivir. Pero est tan inmune como el da que lleg, hace ahora quince aos. Y lo curioso es que, en esa familia, la terquedad funciona al revs; son sus hijos y su mujer, aqu nacidos, los que quieren vivir all, aunque l sigue diciendo lo nuestro y quedndose aqu. En todas partes cuecen habas. Se trata de pases cuya estructura primaria Vale iras, que era muy listo, viendo volver de nuevo el chubasco de la interpretacin intelectualera, par el golpe con una vuelta a la realidad. Dgame si esto es para escribrselo a un hombre que naci aqu! y despleg, con manos nerviosas, una carta: Qu quieres que hagan los nenes ah, entre animales y gente que ni habla la castilla, tenindose que baar en los arroyos, el mdico sabe Dios dnde, sin profesora de piano para la ata ni nada? No quise leer ms. Aquella visin idlica, desgraciadamente inexacta, sin duda propagada por alguna criada montaesa, ms que indignarme me hizo rer. Qu disparates! Pero la cosa tiene gracia Cmo gracia? Pucha digo, con la gracia! Hombre, eso se arregla mandndole unas postales con vistas de estas ciudades. M e cort la palabra, indignado. No faltara ms! O me cree por lo que yo le digo o que reviente Lo que pasa es que mi seora es una burra y una comodona Eso es lo que pasa. Pero yo la enderezar, porque de esta
vez no me voy aunque me caiga muerto aqu, en estas mismas montaas! Se qued un rato mascullando palabrotas, donde se mezclaban los repertorios de la patria adoptiva y de la natural. Luego cambi de tono hasta hacerlo ntimo. Sus ojos brillaron, enternecidos: En cambio, mreme esto y me dio otro papel con una letra perfilada, a travs de cuya nivelacin monjil se adverta un carcter muy personal y distinguido: Querido papito mo: Te pongo estas dos letras a escondidas. Te extraamos muchsimo. Sal y yo queremos irnos. Yo no duermo noches enteras pensando en ese viaje y en vos. Las de Dvila me dicen que todo eso es hermossimo, y el to Juan Carlos me trajo unos libros que se refieren a tu tierra. Estoy segura de que gozaramos mucho. Insiste con mam. Adems, papito querido, yo no puedo pasar ms tiempo sin verte Yo lea a media voz, embebecido, ms que en las palabras, en aquella contencin apasionada que flua de la letra. Alc los ojos del papel y vi al rudo Valeiras moqueando lgrimas en el pauelo. Al sentirse observado, resopl la fluxin apresando la nariz con una crueldad que pareca querer echarle la culpa de todo. Y arrebatndome la carta de las manos, se meti por una corredoira lateral, a cuyas paredes asomaba la maraa de las zarzamoras floridas, inclinadas hacia el veril del camino ennoblecido de lirios silvestres. Lo nico que le o decir fue: Disclpeme, che, disclpeme!
CAPTULO XVI
Por qu no te entregas alguna vez al disfrute simple de las cosas con sencillez, dejando la cabeza tranquila? Aqu tenemos de nuevo respondi Amadeo la incompatibilidad, el maniquesmo romntico: la cabeza y el corazn, a pesar de que nadie pens tanto con el corazn ni am tanto con la cabeza como nuestros abuelos romnticos. Lo que ocurre, amigo Luis, es que buscas caminos desviados para eludirme. T ves que, en cierto modo, te suplanto. Yo soy tu mejor imagen. Pienso lo que t no puedes o no quieres; pienso por ti, y eso siempre humilla un poco. No tienes ninguna razn; nadie te admira ms que yo Ah est el asunto. Ya se dijo, a travs de tocias las edades y en todos los idiomas, que la admiracin es incmoda; es una anulacin, como todas las entregas. Pasebamos por la Alameda del Concejo. En los jardinillos y en los paseos centrales bulla y bailaba el populacho esperando los grandes fuegos artificiales de las vsperas del Corpus. Los rboles estaban moteados de farolillos multicolores y la brisa llevaba a lo lejos los globos de papel de seda. Por entre las copas de los grandes pltanos vestidos de junio veamos estallar los ramilletes de la cohetera. No tienes razn Tengo ms fe en ti que t mismo. Pues s que es un trmino de referencia! Crees que yo espero de m ms de lo que Severino era el nombre del cohetero local espera de sus pirotecnias, al verlas arder en el aire frente al pasmo de los romeros? No te supona tan ambicioso! Estoy seguro de que cuando Severino pone la mecha a sus ruedas de fuego, a sus cubos y castillos, le tiemblan las manos, como a Dante cuando puso el verso final a su Comedia L'amor que muove il sol e laltre stella recit Amadeo con gravedad, y luego volviendo a su tono voluntariamente frvolo, agreg: Elegiste mal. Las manos literarias empiezan a temblar en el romanticismo. Por qu no dijiste las de Hugo, cuando dio fin al Hernani? Hombre, a Hugo le temblara la barba! Te advierto que por entonces no deba de tenerla; creo que es precisamente de ese tiempo el dibujo lampio de Deveria No hay manera de pescarte en descubierto! Eres fatigoso, como todas las perfecciones! Pero, querido Luis, la erudicin se tiene o no. Hay que saberse tambin las barbas Tienen su significacin Cmo no han de tenerla? El otro da he visto un retrato de Brahms que me dej asombrado. El obeso y nefrtico Brahms fue un barbilindo hermoso; mucho ms que Listz o Massenet. Habra que comprobar lo que escriba por aquel entonces; probablemente sus lieders primarios, oliendo a bosque municipal Una de las cosas ms fciles que hay es no ser pedante, pero cuando uno se mete a serlo hay que llegar a las ltimas consecuencias, como yo. Pero qu has querido decir con eso de la sencillez, de entregarse al goce simple del vivir? Me gustara que estuvieses menos alerta, menos sobre ti, ms en las cosas, en su amor. Te lo digo en serio. Piensas tanto las cosas, que no tienes tiempo ni lugar para amarlas.
Pero si yo las amo! Quin te dice que no las amo? Pero con aquel amor intellectualis de nuestro Spinoza. Lo que ocurre es que yo no puedo ver un recental con los mismos ojos que un carnicero o que un poeta buclico, pongamos por casos extremos de desafecto hacia la naturaleza. No eras as cuando empezamos a tratarnos Ah!, porque en aquellos tiernos das no era yo; es decir, entonces yo era t. Cmo? M e configuraba a tu imagen y semejanza, tal como se lee en tu soneto: Tan convencido espejo fuiste mo que al fin, en su cristal, nac de cierto. Calla con eso! interrump, molesto. Nada me fastidiaba ms que or mis propios versos, que, por otra parte, slo l conoca. y el origen de todos los fracasos en materia afectiva o amorosa, llammosle as, en forma inequvocamente socrtica, es que nunca, ms all de lo convencional, nos acomodamos a la imagen previa que se tiene de nosotros. Segn eso, en ti hay dos Cmo, dos? Todas las posibilidades humanas, divinas y demonacas! No vala la pena que la especie hubiese adoptado la marcha erguida y desarrollado el lbulo frontal para continuar siendo uno; es decir, menos an: uno en una innumerable familia de mamferos. De todas maneras me quedo con tu personalidad inicial Con la de Cromagnon? Djame hablar! Con la primera que te he conocido, con la confiada, con la autntica. Amadeo abandon el tono coruscante y paradojal y dijo poniendose serio: La autntica es, con toda exactitud, la que has rehuido Aparte de que tambin en los grandes planos del carcter, en los que parecen ms elementales, existen facetas mltiples. Quin habla de planos? Estamos compuestos de poliedros psquicos Ese es nuestro drama o nuestra comedia su voz estaba velada de emocin. Por debajo de sus palabras lata una vehemencia apenas contenida. As me gustara orte hablar siempre Pero abusas del artificio, de la inteligencia; y le das a todo un rango intelectual insoportable, una nivelacin en la que el asunto es lo de menos Ni cuando tendras que hablar simplemente de cosas del alma Pero Luis, cmo quieres que hable simplemente de cosas del alma, ni aun de la pobre nima animal? dijo, recuperndose. Eres imposible! Qu pretendes, que ponga los ojos en blanco mirando al riente arroyuelo, a la recatada pastora o a la argntea luna? Mon Dieu, mon Dieu, la vie est l simple y tranquille o a un cometa borroso, oyendo cantar a los ruiseores. Aparte de que tenemos tres aos ms, no te olvides que yo me form o, si quieres, me deform, entre las varias gentes del mundo; que adems soy, por naturaleza, un ser disperso,
desparramado, como t dices Claro est, t metido en este recinto de piedra, o en este paisaje disolvente, no te queda otra evasin que caerte hacia algo, vivir en otro, ser en otro Y por qu no en m? Es igual, son dos formas de huida de lo abstracto, dos respuestas a una sola pregunta. Pero sa es tu misin. T eres un poeta, un hombre del sentimiento, de la credulidad, de la intuicin; yo soy un dialctico, un racionalista, un intelectual; es decir, un inseguro. Si no dispusiese del juego de mi espritu caera en la desesperacin concluy exaltndose. Un racionalista! Eres el sentimental ms doloroso de cuantos he tratado o ledo. Vaya un secreto! Qu otra cosa es el raciocinio ms que una defensa? Figrate! Un sentimental sin esa puerta de escape caera en su primera experiencia. El da que hozaste en tu criada, yo tendra que haberme aniquilado. No? El juego puro de los sentimientos puros, no da para ms. Dio una larga chupada al cigarrillo. Yo me sonroj hasta las orejas. Eso es de un cinismo me qued buscando el adjetivo de un cinismo sucio. Cmo, sucio? El cinismo, cuando no es una profesin, es la cosa ms limpia que existe. Digenes revolcndose en la mugre Por eso hice la salvedad del cinismo profesional. Adems no falsifiques: se puede vivir en la mugre material y ser un ngel. Yo no he visto a nadie grit, furioso de impotencia ante aquel sopapeo polmico que diga las cosas con mayor arbitrariedad y con sofismas ms indecentes! Ah, pues si no eres capaz de eso renuncia a la carrera literaria! Estas cosas, y otras por el estilo, puestas en marcha, o las mismas dichas al revs, son la literatura. Y si me apuras, tambin la filosofa. En el fondo, palabras, palabras Ahora bien, hay que empezar por saberse gobernar entre ellas. Nuestro paseo se haba ido prolongando hasta el monte del Couto. Veamos, de arriba abajo, el folin, como en una perspectiva impresionista, revelado por las pinceladas de las luces y de los fuegos artificiales, al otro lado del ro. Amadeo se qued callado y triste. Vmonos dije despus de un rato, levantndome del peasco en que nos habamos sentado a descansar. La noche te altera; quiere hacer de ti un amigo diurno. Como las gallinas No, como los gallos. Vmonos! Me ahogo aqu, contigo. Quiero meterme en el folin; bailar la polka con las criadas, sentir su olor y beber vino en las tabernas con los aldeanos. Cmo quieres que nos vayamos, amado poeta exclam parodiando, de pie en el peasco y lanzando su declamacin hacia las sombras, en este instante en que Orion, como una mesa de billar con sus tres bolas y el resplandor galctico y el manso arroyuelo? Vamos, idiota! Estoy cantando a la naturaleza dijo con voz natural, para aadir otra vez con tono escnico : En este momento en que las rsticas parejas, llenas de gergica pringue y de buclicos hedores! M e puse de mal humor porque, adems, en su parodia, imitaba mi voz y mis gestos. Cllate, Amads! dije, echndome a andar. Se detuvo y se qued serio. Me alcanz y caminamos unos pasos sin decirnos nada. De pronto me ech un brazo sobre el hombro y con una voz que quera ser ntima sin lograrlo, fue dicindome:
En el fondo eres un buen amigo Has guardado el secreto en esta ciudad donde se habla hasta dormido. Te auguro que llegars a hacer tan buenos versos como los hay en los sonetos domsticos de Boscn. Y en honor a esta buena amistad y a esa discrecin de no haber echado a las fieras este nombre que debo a un honrado padre, funcionario lrico de la Arrendataria de Tabacos, paisano tuyo y, por lo tanto, poeta; y en premio a que te hayas reservado para tus adorables desquites, como el de hace un momento, ese nombre que, al llegar a mis cabales, me vi obligado a disfrazar fonticamente, sustituyndolo por el de un rey dimitente, que dej en los espaoles un buen recuerdo y una forma nueva del peinado masculino; en vista de que En qu bamos? Ah, s, en premio a tu discrecin te preparo una sorpresa para el da de tu santo; otro rey, el dignsimo Luis de los francos, aunque me hubiese gustado ms que fuese el dulce palomo de Gonzaga, no slo porque te pareces a l como un santo a otro santo, sino porque cae ms cerca la fecha. He dicho! Pero cuenta con mi promesa. Todo esto lo haba murmurado, casi a mi odo, en un tono entre carioso y amenazador. No supe, ni me par a pensarlo, qu habra querido decir ni qu sorpresa me preparaba Al llegar de nuevo a la Alameda, no quiso entrar al paseo y me despidi con un adis seco, sin darme la mano. Yo me fui a ver los fuegos artificiales y no bail la polka con las criadas porque me acord de mi luto reciente, no porque me faltasen las ganas. Pero, en cambio, beb vino en las tabernas, confundido con los paisanos romeros. Beb tanto, que, por vez primera en muchos meses, sent que la vida era grata y el mundo no tan difcil.
CAPTULO XVII
Un arranque de generosidad, de delicada generosidad, del indiano Valeiras acab de hacernos amigos. En cuanto supo la situacin de mi casa, que le expuse, a su requerimiento, durante uno de nuestros paseos montaeses, omitiendo muchas cosas, claro est, exclam: Djeme tener el gusto de ayudarle, Torralba; no sea orgulloso ni porfiado! En Amrica la gente se ayuda, sin que ello signifique vergenza para nadie. Primero esas mujeres. Cmo es el asunto? La renta de los molinos de azufre se salv, pero no alcanza. Yo no quiero, por nada del mundo, que vivan de la costura. Usted comprender Nuestra familia, porque aqu eso de las familias Al grano, al grano! Yo veo que don Camilo, el albacea, pone de su dinero. Mi abuelo le ayud mucho, nos quiere bien; sin embargo De la aldea viene algo Pero la casa tenemos que dejarla inmediatamente, se vence la hipoteca. M i to M anolo, ese usurero!, es el que tira la piedra y esconde la mano. Bueno, bueno; soluciones, soluciones. Aqu lo que hacen falta son soluciones. Qu se le ocurre? Si pudiera resolverse lo de la viudedad de la ta Asuncin! Ya le cont eso. De quin depende? Del rey. La pucha! No es cosa de ir a untarle la mano a Su Majestad con treinta o cuarenta duros para que saque adelante el expediente. Aunque, quin sabe Habra que mover el asunto en M adrid con los diputados de la provincia. Se qued un rato caviloso. Muy bien! Me ir a ver a Paco Cobin, que me debe todos los votos de mi aldea. Pocos, unos diecisis, contando muertos y ausentes. Pero gan por once M aana me planto en M adrid. Pero, Valeiras Lo dicho, maana me largo a M adrid. Casi se lo agradezco, as me distraigo. No quiere venir? No, no. Por qu? Pues, ya sabe, el luto. No da billetes el ferrocarril a la gente vestida de negro? No quiero dejar solas a las tas. Esa es mejor disculpa para negarse a que yo le pague el viaje. Estos seoritos! En fin, como usted quiera. Y va a seguir estudios o no? No, ya lo he pensado. Mejor dicho, no puedo, no debo. Aqu el seguir una carrera es una categora. Aqu todo son categoras No quiero seguir haciendo el seorito pobre. Adems no me seduce nada el llegar a ser mdico, abogado o ingeniero. No creo que sirviese para gran cosa. En fin, ya veremos Valeiras movi la cabeza y de pronto se volvi hacia m, mirndome ojiabierto, como hendido por una revelacin: Sabe usted contabilidad?
Me qued de una pieza, luego me dieron ganas de rer. Me parece que fue la primera vez que o palabra semejante. Contabilidad? Y de dnde quiere que saque yo la contabilidad? Ni siquiera tengo una idea clara de lo que pueda ser. Valeiras se apret una mano con la otra y ech ambas, en haz, a volar sobre su cabeza, gritando bblicamente: Qu pas, Seor, qu pas! Volvi el indiano en menos de una semana, y vino a verme apenas baj del tren. Ya est la cosa, viejo. Una miseria, veinticinco duros al mes, pero menos da un cantazo. En Espaa los hroes son baratsimos! Claro que era coronel de cuchara; adems no muri en accin sino de unas fiebres cuartanas Y dej all unos asuntitos administrativos Pero en fin, aqu est la pensin concluy, entregndome unos papeles. Nos mudamos un mes despus. Tuvimos que dejar la casa grande donde haban nacido tantas generaciones de los nuestros. Nos trasladamos a un pequeo piso de la carretera de Trives que se iba haciendo calle, como casi todas las otras, por la lenta expansin de Auria rebasando los antiguos extramuros. Yo no quise estar cuando se llevaron las cosas sobrantes, malvendidas. Pero a dnde bamos a ir con todo aquello? Una de las circunstancias que ms me hiri en aquella despedida, fue el asomarme, por ltima vez, a la ventana de mi cuarto, por la que mi niez tantas veces se haba asomado al trasmundo de la catedral. All estaba el David demasiado saba yo ahora que era una estatua de transicin, del siglo XIII con su vida inmvil, la cabeza inclinada, como oyendo el cordaje del arpa que, para ser ms entraable, no era monumental sino pequea como una ctara, apoyada en su regazo, ceida contra el pecho, como si necesitase ser uno con la vibracin del escondido cntico que le llevaba a la comprensin de Dios:
Cuando me cercaron las ondas de muerte y arroyos de iniquidad me asombraron T ensanchaste mis pasos debajo de mi para que no titubeasen mis rodillas.
Nuestras miradas se cruzaron, tristes. Yo permanecera en su ser y vivira cuanto el viviese. Ya no volvera a verle ms que desde la comn perspectiva de la calle, que lo haca insignificante, perdido all, en lo alto, una nota ms en el rtmico frenes de la fachada, y l morira tambin un poco al no tener sobre su postracin beata la ansiedad de aquel alma infantil que vibraba desde lejos como otro delicado instrumento. Ahora iba a ser tan mo como de todos y renunciaba a l para no compartirlo. Acostumbrado a su trato, por aquel silencioso y limpio puente de luces sobre el grrulo bracear de los humanos, jams levantara de entre dos la cabeza para verle desde el hondn de la calle de las Tiendas, que, como todas las calles, tena algo de cloaca. No; all quedaba, perpetuo y maravilloso Todos los soles, todas las lunas, todas las lluvias, todas las escarchas, todos los luceros sobre l, salvado en mi alma de su quieta misin ornamental, donde sigue viviendo una vida tan fuerte como la de los otros seres que han gastado su sangre a mi alrededor y que an perduran girando en las canales donde tambin la ma rueda y se destroza. Adis, David, hasta el cielo, al que no valdra la pena de ir si no fuesen con nosotros algunas de las pocas cosas unnimes que dieron anticipado sentido celestial a nuestras vidas! Aunque rodeado de los ms acendrados afectos y atenciones por parte de mis tas qu
inextinguibles hontanares de amor tiene el alma ele la mujer cuando no se ve obligada a compartir su objeto!, mi situacin se me presentaba cada vez como ms falsa. A su angustia inmediata se aada la indecisin de mi porvenir. Un da sobrevino mi padre, con aquel aire esquivo, como de conspirador o contrabandista, que tenan ahora sus visitas a la ciudad. M e propuso ir a vivir con ellos. La sopa boba no te ha de faltar y algunos trapos con que cubrirte. Las otras alegras las brinda la naturaleza ayudada con un poco de ron. Qu destrozo, qu dolor! Amadeo se apareci por all cuando se le pas la ventolera, a proponerme inslitamente que nos preparsemos para alguna de las carreras especiales del Estado: Correos, Hacienda, Aduanas No le hice caso, naturalmente. A los pocos das me pidi perdn. Lo haba hecho en un momento confuso, abrumado por una terrible discusin con su padre en la que se vio motejado de zngano, intelectual y gorrn. Aumentaba an ms mis preocupaciones Blandina, que se haba ido trasformando en una seorita pueblera y a quien mis tas que haban apreciado su fidelidad tan generosa, pues se neg a cobrar su mesada mientras las cosas no tuviesen mejor arreglo vestan y cuidaban como a una hija. Por mi parte, yo la enseaba todo lo que me era posible en materia escolar, poniendo ella la mejor voluntad en aprenderlo. Pero lo malo de todo esto es que, con unas cosas y con otras, pareca ir adquiriendo ciertos derechos, no confesados, aunque, s, expresados indirectamente, sobre m. Y eso me traa mohno y fastidiado. No me ocultaba sus quejas y celos y me los echaba en cara cuando estbamos solos, con palabras nada suaves. Yo pensaba en la influencia que las concubinas haban tenido sobre la vida de los hombres de mi familia, a los que llegaran a gobernar, de cerca o de lejos, lo que vena a ser igual. Adems, para que las cosas se presentasen an ms graves, mediaba entre Blandina y yo el terrible secreto que, entre tapujos y precauciones adems de diez duros haba deshecho, unos meses atrs, la Cachelos, con sus artes de bruja, echadora de cartas y partera, sobre todo con las de esta ltima condicin. Pero era incapaz de reaccionar. Slo senta tan obscuro afn de fuga bien cabalmente heredado de mi padre que pusiese tierra por medio entre todo aquello y yo. Tena frente a m una vida tapiada, sin esperanza de salida. Ni medios econmicos, ni estudios tiles, ni parientes poderosos Yo me dejaba ir, pasivamente, aunque de ningn modo conforme, esperando no saba qu y confiando en que la lgica final que preside los actos de la vida llevase las cosas a un natural desenlace. Una noche que estbamos en el barracn donde Pinacho haca funcionar su cinematgrafo, aguantando, por cuarta vez, La dama de las camelias, entr el repartidor del telgrafo. El portero le acompa hasta donde sola sentarse Valeiras, en una silla de la Preferencia, al lado de la puerta, donde tomaba siempre varias localidades para invitados. Salimos con nuestro amigo, temblbale en la mano el alarmante papel azul, pues estbamos todava en una poca en que el telgrafo no sola traer ms que alarmantes noticias. No bien pas Valeiras los ojos por sus lneas, solt una sucia palabrota, aunque dulcificada por el acento criollo, y tirando el sombrero al suelo se puso a bailar sobre l. Aquel regocijo montas, que cancelaba treinta aos de metrpolis americana, nos dej asombrados. M uchachos, vamos a mamarnos[26] , hasta caer, la gran p! A qu? Mira, hombre, mira! me dijo con repentino tuteo, ponindome el papel tan cerca de los ojos que no haba manera de leerlo. Deca as:
Llegamos el 15 en el Avn, de la Mala Real. Va tambin el Pocho. (Otro nombre de perro, pens). Carios. M afalda. Le abrazamos con sincera alegra y echamos a andar, en demanda de una tasca de buen nombre. No quiso que fusemos al Casino por nada de este mundo. Y eso del Pocho, qu? M i cuado Juan Carlos. Es doctor! Lo traern creyendo que aqu no hay mdicos. No, no. Es abogado. Ah! Juergueamos hasta las tantas y las cuantas y fuimos a parar a lugares poco consecuentes, por parte de Valeiras, para celebrar un contento de tipo conyugal. Por cierto, en una de aquellas casas, la Costilleta ya vejancona y muy flaca, pero a quien su fama de limpia otorgaba ttulos para ejercer inmortalmente su profesin se arrim al Valeiras para layarse, con voz amaricada. Ay, se me va el mejor parroquiano! No te aflijas, hay para todas respondi el che, muy rufo. Al da siguiente lleg al caf hablando pestes de Portugal en realidad echando las pullas para el lado del relojero Barbosa, que era de aquel origen, y que estaba en la mesa contigua jugando al domin . Arga el indiano que eso le pasaba a Espaa, por no haber querido mandar sus tropas, un da de aquellos, a darse un paseto hasta la desembocadura del Tajo y por seguir consintiendo, pegados all, a aquellos primos pobres. Todo ello provena de que el vicecnsul portugus, que era otro relojero, finchado y acre, llamado Menino, no quera darle pasaporte en vista de que o Paiva Couceiro, ao que a Hespanha consente conspirar, tennos metidos en outra revoluo. Lo de revoluao lo dijo Valeiras con fuerte burla, mirando hacia Barbosa, que no se dio por enterado, pensando, como estaba en tal momento, en salvar el seis doble en aquel ruinoso cierre, que le iba a importar unos nueve reales. S, no queda sino invadirlos por la cuenca del Tmega. El Tajo es demasiado retrico para una accin de polica. Un da, que no tengamos qu hacer, iremos por all unos cuantos dijo Amadeo, como distrado, pulindose las uas contra el pantaln, y paseando, paseando, llegaremos a Estoril Si no me dan ese papel para ir a Lisboa a esperar a los mos, forzar la frontera con mis jornaleros, y, por lo menos, con Valenga y Chaves, me quedo aadi Valeiras entrando en la chanza. Cautela, seores, cautela! terci el respetadsimo profesor de Historia, don Desiderio Veiras, que, como de la vieja escuela, lo tomaba todo muy a pecho y que era, adems, un gran lusitanista. Esas memeces son las que impiden una franca inteligencia con el hermano Portugal, que buena falta nos hace. Qu es eso de parientes pobres el pas de Cames y Sa de Miranda, el de don Enrique el nauta y Gil Vicente, el de Albuquerque y M agallanes? Parientes pobres somos nosotros No diga usted tonteras, doctor! exclam Valeiras que, como todos los indianos, era espaol cien por cien y tambin, como todos ellos, doctoraba con la mayor facilidad a las gentes. Doctor ser usted y tonteras las dir usted! dispar, con soberbia, el viejo maestro, parapetado tras su cara de mariscal. No quise ofenderle.
Naturalmente. No faltara ms! Qu va usted a ofenderme a m! hubo una pausa molesta en la pea. No tiene usted razn, clon Desiderio terci Amadeo; los escritores portugueses nos zurran cuanto pueden y, en general, no nos quieren bien, y un pequeo desquite, aunque sea en los modestos trminos de una divagacin de caf, no est de ms; afirma los principios. El Portugal de la monarqua era un pas cado. No s qu dir usted, jovenzuelo, de la Espaa de Cnovas y de la de ahora mismo. Lo mismo que del Portugal de doa Amelia repuso Amadeo, no sabiendo por dnde salir, como siempre que discuta de cosas concretas. Pero Portugal acab redimindose de la podre monrquica y nosotros no. O es que no lee usted los peridicos? No; soy historiador concluy Amadeo impecablemente serio, echndose aliento en las uas. Usted lo que es, es tonto. Tambin, don Desiderio, tambin; no son cosas incompatibles El mariscal acarici el puo de su bastn que era un perro de lanas tallado en marfil, sentado sobre las patas traseras y le relampaguearon los ojos. Amadeo hizo espejar las cuatro uas juntas contra la palma de la mano y el asunto no pas de ah. Valeiras se agit da y noche durante el mes que tardaron en llegar los suyos, en poder de la excitacin y del insomnio. Cacheamos todos los pisos de las casas nuevas de Auria. Su inters previo se centraba en el cuarto de bao. Se pona tan fastidioso con esto que, un da en que andbamos asendereados en tales pesquisas, Amadeo le pregunt: Pero dgame, Valeiras, acaso su familia piensa recibir en el excusado? Djeme a m, que yo s bien con qu bueyes aro Quiero evitar a tiempo las discusiones. Los de all viajan comparando, y hay que ponerse a cubierto. Cuando el piso estuvo apalabrado vino la historia de su amueblamiento, que tambin tuvo sus perendengues. Al fin se le encargaron a unos ebanistas de nota, que llenaron todo aquello con los endebles barrotillos, espejuelos y baldosas embutidas del art nouveau, que all segua con toda su pujanza. De Barcelona lleg, locamente facturado a gran velocidad, lo que cost un sentido, un magnfico Erard, de cola, que era una gloria verlo. Cuando estuvo instalado, Amadeo me solt, al socaire: Me parece demasiado mueble para los valsecillos y cancioncicas con que nos abrumar la nia El da 14 estbamos todos en Vigo. Al siguiente entr el hermoso paquebote, negro, con su orgullosa chimenea amarilla echada hacia atrs. Valeiras estaba tan impresionado como si asistiese, no a la llegada del barco, sino a su salvamento. Como ya sabamos que el navio no iba a atracar al muelle, alquil una lujossima motora, capaz para medio centenar de personas, con seis marineros vestidos de blanco. Amadeo y yo le convencimos de que el primer contacto con su familia deba ser a solas, y nos quedamos en el muelle esperndoles. Era un da soleado y tibio, y la esplndida rada brua las aldeas de sus costas como miniaturas fuertemente coloridas. Empenachadas de luz recortbase las altas montaas contra el cielo azul-oro: la pennsula del Morrazo, el Castro, Monteferro, en el horizonte; al fondo de la rada, la capilla de la Gua, como un cubo de sal, en el pice de su colina perfecta; a lo lejos las islas Ces, como de jade
obscuro Regres la chalupa con sus seis marineros en pie, como para un desembarco real. Valeiras vena sentado a popa con una muchacha abrazada por la cintura y al lado de ellos una seora an de buen ver, pintadsima y metida en un gran abrigo de pieles grises. A proa, de pie, un muchacho de magnfica estampa, muy bien vestido, del brazo de un caballero de unos cuarenta aos, con gafas pinzadas en los altos de la nariz, cuello de pajarita, traje negro de corte afectado, sombrero tambin negro, muy ancho de ala, y un bastn de cayado de una madera muy clara. Aquel tipo, metido en tan lgubre y literario atuendo y con aquel aspecto fro y reservn no haba ms que verlo, contradeca nuestro concepto del hombre americano. En realidad, todos ellos desembarcaban como para una recepcin o una velada de pera, menos la muchacha, que vesta un sencillo abrigo de tela escocesa, largo hasta las corvas, y se tocaba con una especie de gorro montas de lana cardada, blanco como un gran copo de nieve. El hijo de Valeiras miraba hacia todo con ojos simples y claros, con un afecto curioso y lleno de entrega; y el to, pues tal era el de los lentes, el doctor Pocho, se fijaba en todo con un severo aspecto de inventariador, de hombre que no va a tolerar ningn gnero de irrupciones sorpresivas en su bien informado espritu. Cuando subieron la escalera del muelle, yo me qued lo que se dice boquiabierto, no slo ante la belleza, realmente dinstica, de la hija de Valeiras, sino ante su natural distincin y la soltura de sus ademanes, que, sin exceder la gracia juvenil, eran de una elegancia y de una seguridad que parecan destilados a travs de diez generaciones de la ms alta convivencia social. Se lo dije a Amadeo en un aparte, y me contest: Todo lo que le resta de su antigua taumaturgia a la Iglesia, son las monjas de los colegios costosos. Hacen estos milagros Era rubia, ms bien castaa clara; su piel, de finura increble, ligeramente oreada por el aire del mar, y los ojos, muy grandes claros, casi amarillos, de una repentina cordialidad, mucho ms expresivos que cuanto deca pareca que hablaba con ellos; el cuerpo esbelto y un tanto aniado. En la presentacin, a la que reaccionaron con cierta lentitud, la seora y los chicos se quedaron parados frente a nosotros, como iniciando una tertulia sobre el muelle, mientras el doctor Juan Carlos Brunelli, que as, con ttulo y todo, nos fue presentado por su hermana el fnebre sujeto, luego de habernos estrechado la mano con una sonrisa glacial como si furamos a pedirle un empleo, se alej por all como buscando algo. Volvi de su breve alejamiento para decir a su cuado, con voz tan afelpada que produca un poco de aprensin y que en lugar de preguntar por los maleteros pareca inquirir por la princesa de Asturias: Dnde andan los changadores, che? No hay en Galicia changadores? Con su imprudencia de siempre, Amadeo se le fue encima, doblndole en exquisitez prosdica: Cmo no ha de haber en Galicia maleteros? Aqu hay de todo, hasta doctores El tontainas aquel, que ya Amadeo y yo habamos declarado odioso en un cruce de miradas, no pesc el venablo y dijo calmosamente: No lo dudo, no lo dudo, seor Seor? y tendi la oreja sin mirar. Doctor Hervs; doctor Amadeo Hervs de Regueirofozado y Ginzo de Limia solt, sin inmutarse. Un par de maleteros, que traje yo de por all, la emprendieron con el equipaje de mano. Cuando
iban a llevarse un pequeo maletn, el doctor los arredr con el cayado del bastn, enganchndole a uno de ellos un brazo. Yo supuse que se trataba del maletn de las joyas. No, eso no; aqu vienen las cosas del mate; de esto no me separo. El faqun dijo al otro, mientras se echaba al hombro las maletas: Hace mucho tiempo que no tengo visto un che tan che! Uno de ellos, entre las idas y las vueltas del acarreo y con el afn de aquellas gentes por ser amables, le pregunt: Y cmo quedan por all los peisanos? Yo soy criollo, amigo! contest el doctor, picado. Y eso qu le hace? Tambin yo le soy de Santa Eugenia de Riveira y ms no digo nada! y se ech al hombro un racimo de maletas con la volatinera levedad de quien se enrolla al cuello una bufanda. Durante el viaje de ciento veinte kilmetros hasta Auria, en un departamento del exprs que Valeiras haba tomado para todos, redescubrimos aquel pedazo de la belleza de nuestra tierra a travs de la admiracin de aquellos muchachos sensibles y limpios de alma, que corrieron de una ventanilla a otra todo el tiempo que dur, cambiando, en voz alta, sus asombros y comentarios. Y eso que veis mi tierra en invierno! dijo Valeiras, reventando de satisfaccin, pero sin poder con aquella voz de convaleciente que se le haba puesto desde que desembarcaran los suyos. Cuando el tren, dos horas despus, desemboc en el valle del Ribero, los jvenes sosegaron sus corridas y se quedaron quietos, asomados a una ventanilla, con la madre en medio. Al poco rato de contemplacin, Sal se volvi hacia su padre, con los ojos muy abiertos y atrayndolo hacia el grupo, le dijo: Cunta razn tenas, pap! Es lindsimo! Ya ves dijo sobriamente Valeiras, con la voz hecha cisco, sepultada en el esternn. La chica le bes en la mejilla y luego nos mir a nosotros, como hacindonos responsables de aquella belleza epifnica, suave, revelada en los ms puros matices del paisaje invernal. La augusta madre, sin descomponer el gesto matronil y un poco ausente, gozaba tambin a travs de la alegra de sus retoos. Nosotros, hay que decir la verdad, estbamos impresionados y amando ya a aquellas criaturas, como a cada una de las gotas de nuestra sangre. Y fue en este punto de ntima y equilibrada sentimentalidad, en la que no faltaba ni la tregua silenciosa, cuando el del cuello de pajarita, quitndose el tenebroso y haldudo sombrero, pues haba permanecido con l encasquetado hasta aquel instante, y dejando al aire, por primera vez, su melena de mrtir asptico, interpuso: S, todo esto est muy bien, che. Pero qu pueden valer aqu las cosechas, con la tierra tan dividida? Amadeo, implacable con la estupidez, como era su costumbre, se volvi hacia l, que estaba de pie en medio del departamento, no asomndose nunca resueltamente para no comprometer su admiracin, y le dijo, tomndole muy finamente de un brazo, y casi copindole el acento: Aqu no hay cosechas, doctor. Cmo que no hay cosechas? No, doctor; aqu somos muy bien educados El jurisconsulto ultramarino debi de pensar, por primera vez, aunque luego tuvo ocasin de
CAPTULO XVIII
Al fin llegaron las piezas de granito para la construccin del sepulcro de mam, labradas por un imaginero de Compostela, que emple largos meses en hacerlo. En sus das finales, tan aislada de todo, mi madre haba, no obstante, confiado a sus hermanas que no quera ser enterrada en el viejo mausoleo de la familia sino aparte. Hacedme una buena sepultura, pero en la tierra, les haba dicho una y otra vez. Como en aquellos das andaba yo tan perdido de m, no me dijeron nada, pero separaron las alhajas de su hermana, las pocas que se haban salvado del desastre, por si el caso llegaba, destinarlas a cumplir su voluntad. Se compr la tierra a perpetuidad y se ciment el sepulcro sobre ella. Era sobrio sin dejar de ser valioso, esculpido en piedra gris por el buen criterio tradicional de aquellos canteros de cuya antigua casta salieran los que han labrado las magnas torres y los prticos inmortales. Yo no dije a nadie nada, ni a Amadeo, que se perda en cbalas sobre aquellas escapatorias, y pas muchos de los das finales de aquella primavera siguiendo de cerca el parsimonioso trabajo de los picapedreros y asentadores. En uno de los preparativos fue forzoso extraer el sarcfago y dejarlo al descubierto all sobre los terrones, al sol, durante unas horas, lo que me impresion duramente. Apuraba yo al capataz, hora a hora, acuciado por el deseo de que el sepulcro quedase listo para el Carmen, que era el santo de mam. Y as fue, exactamente, aquel mismo da nos lo entregaron. Las tas, Blandina y yo, fuimos muy de maana y rezamos un rosario arrodillados en la tierra cubierta de hierba fresca. A eso de las ocho, quise quedarme un rato a solas y convine con las tas en que me encontrara con ellas en casa, para desayunar, y en que luego iramos a la catedral a or una misa, aunque yo me negu a que fuese en la capilla del Santo Cristo. Macas el enterrador, que andaba por all, cantando entre las tumbas, vino una vez ms, con su perpetua alegra de viejo fauno, a decirme que el sepulcro, salvo mejor opinin, no le gustaba, y que, como usted me ensea, razones habran mediado, de mucha entidad, para haberlo mandado labrar en la misma piedra con que, con su licencia, se hacen los perpiaos de las casas y los poyos de las vias. Macas estaba acostumbrado a los mrmoles declamatorios con sus deidades lloronas, sus ngeles judiciarios y sus estatuas teatrales, por lo que me pareci muy lgico que no le contentase la parquedad de aquellas lneas de estilizacin romnica y que, en vez de la piedra, le hubiese gustado, tal como yo le dije, el mrmol con que se hacen las escaleras y los cuartos de bao. Macas se rasc la coronilla y se ech luego al raposo desquite, como es normal en aquellos paisanos. Ya ve usted, seorito Luis, lo que es tener familia amorosa que vele por los restos de uno! Su mam tan bien enterrada, como le cumpla, como lo que era, como una hidalga En cambio Joaquina, con toda aquella patulea de parientes que baj de las montaas para atracarse en su velatorio, ah est, sin siquiera un por ah te pudras que la recuerde. Yo no me atrev a levantar la cabeza. Era verdad; no slo la patulea que haba venido al olor de las onzas, sino tambin nosotros la habamos olvidado. Pobre Joaquina! Llvame all, M acas. Efectivamente, all estaba la sepultura de Joaquina, en el ensanche del cementerio nuevo, donde
yo no haba vuelto desde que la enterrramos. Era un montculo de tierra invadido por los hierbajos. El reventn de la primavera, que all todo lo infestaba, haba puesto sobre el terrn un roco de margaritas. La tablilla, en forma de cua y pintada de negro, no tena otra mencin que una cifra trazada con albayalde. Hice rpidamente un plan. Vas a decirle al Catapiro que me vea en mi casa, hoy mismo, a las dos. Catapiro era un herrero que bata hermosas verjas del arte popular. Por aqu andaba hace poco. Le encontramos en la parte vieja del camposanto, asentando una cruz. Era muy ladino y haba que entretenerse con l en interminables regateos, como si las cruces y las verjas empezasen siendo de oro. En el primer envite me pidi cuarenta duros. Al cuarto de hora estbamos en dieciocho y comprend que nada le hara ceder ms. Haba llegado a su lmite. Ofreca cosas inferiores, vulgares, y yo le peda una cosa digna y slida. Yo no suba ni un cntimo de los diecisis. Cansados ambos del forcejeo, me pregunt el ferranchn: Pero dgame, seorito, qu le hacen a usted cuarenta reales de ms o de menos? (seguan creyndonos ricos) y aadi la nota del soborno sentimental: Eso y muchos ms les mereca la buena de Joaquina! Nada, Catapiro, ni un real ms. Tengo mis razones. Te doy diecisis duros y adems te los pago en una sola moneda. Vaya, sa s que es buena! Y de dnde va a sacar una moneda que valga trescientos veinte reales? Te pagare con una onza de oro. Puedes ir a buscarla hoy mismo, anticipada. Siendo as, trato hecho exclam, cerrando repentinamente el ajuste y alejndose de inmediato. Cuando nos encaminbamos hacia la salida, M acas dej caer raposamente, como hablando para el aire: No, por eso, con permiso de usted las gentes que andan en el estudio nunca saben bastante!! Usted, tan ledo como dicen que es, y ese pillaban lo enga. Cmo, me enga? No va a hacer la verja y la cruz, como yo se las he pedido y en el precio tratado? Ay, don Luisio! Pero cmo no sabe usted, que todo lo sabe, que las onzas viejas, como usted me ensea, tienen ms de un tercio de premio en el cambio y que ese bribn result cobrndole veinte o veintids duros por lo que le ofreca en dieciocho? Sal del alegre cementerio de Auria pensando en aquella pobre generosidad ma, que se reduca a devolverle a Joaquina la pesada moneda con que me llenara la mano de oro el da de mi primera comunin, y que, desde haca tantos aos, haba estado olvidada en el fondo de mi bal de colegial; all sepultada, con otros tantos sucesos Se me haba hecho tarde y me fui directamente a la catedral. Al entrar por la puerta del reloj me encontr con el sastre Varela un sastre literario que sala y que me mir de una manera especial, como sorprendido; cosa sin ningn fundamento, pues en Auria nos veamos todos unas diez o veinte veces al da. Al contestarle al saludo me llam y me dijo bisbiseando: Lo felicito; son hermosos, hermosos. Estamos todos muy conmovidos. Ser usted una gloria
para Auria! No le entiendo palabra, Varela contest con igual cuchicheo. Vamos, vamos! Est bien la modestia, pero cuando se hacen las cosas de esa manera, con esa construccin y ese sentimiento, si usted no quiere mostrarse orgulloso, djenos que lo estemos sus amigos. El dilogo ocurra, casi sin voz, junto a la pila del agua bendita. Lo tom de un brazo y lo llev afuera. De qu demonios me est hablando? Djese de misterios y aclare de una vez exclam con mi voz entera. Varela se qued un instante callado, con los ojos sobre m, sinceramente confundido. Pero, es que no saba usted? y sin ms, sac del bolsillo de la chaqueta El Mio, de aquel mismo da, que insertaba en su primera pgina y bajo un fervoroso acpite, un poema mo que databa de un ao atrs. Amadeo haba cumplido su amenaza, aunque algn tiempo despus de la fecha prometida. Me hund en el peridico, lleno de estupor y de vergenza, al ver mis versos all, tan desairados, tan insolentemente separados del texto comn por los claros de casi una columna, con que los haban aislado, como lanzndolos al medio de una plaza, desnudos. Y mi nombre entero debajo, con letras grandes, como si yo tambin estuviera all mismo, tirado, aplastado, por la carga de mis estrofas cuntas eran, Dios mo! pesndome, como bloques, sobre el corazn Vi, sin mirar, que el sastre Varela se alejaba casi en puntillas, como si no quisiera despertarme El acpite de presentacin estaba escrito con respeto, conocimiento y sobriedad. Era bien visible la mano de Amadeo. La misa desfil ante m como una retahila de palabras y una serie de movimientos sin sentido. Pero pens mucho en mam, casi rezndole. La imagen de Santa Mara la Mayor me recordaba siempre su cara de joven. Me volvieron sus palabras de queja y burla, con el tono exacto de su voz, tantas veces odas mientras creca de zagal a mozo endrino. Cmo andas, hijo mo! Mira qu manos, qu ropa, qu pelos! Ay, santo Dios, ni que fueras poeta! Los versos decan as: LA M ADRE Adviene por las cumbres encendidas, seales y portentos le abren paso, se rasga en dos el velo de la altura para su muerte. Sobrecogidos pasmos forestales, arrodillados montes, quietos ros, y mudez repentina de los pjaros, para su muerte. Anunciada en arcngeles y signos se vieron en lo azul corona y palma hizo pie en la ribera del martirio,
para su muerte. Nadie de ms belleza sufridora, ni voz as, de mgica y ardiente, ni manos de tan altas bendiciones para su muerte. Certero fue el destino de su carne de trnsito y dolor todos sus das bendita era en su vientre y en su llanto, para su muerte. Sin otras flores del vivir gozoso, he aqu que apenas fuimos sus pisadas en la sangrienta roca de este mundo para su muerte. Despus todo pas, la cruz y el vuelo, la incontenible ausencia decretada, el zarpazo del tiempo con su presa, para su muerte. No hubo siquiera pausas, no hubo adioses; portento era el quedarse, no la ruta volada, transitada sin descenso para su muerte. Y ahora aqu, esta piedra encadenada, esta callada entraa abierta al buitre esta furia del hombre y su blasfemia, para su muerte. Este rostro de tierra, estos gemidos, estas hierbas que nacen de mi boca, estos ptridos ojos sin imagen para su muerte. Dadme el acento, sepa la palabra o argidme un rostro que ella reconozca desde sus ngeles, desde sus alburas, para mi muerte. Qu miserable cieno expiatorio o flor podrida o limos estancados
pueden formar el nombre requerido? Para mi muerte. Pido a mi sangre el eco de su paso, palpo en mi carne el sitio de sus alas, busco en mi voz la concertada suya, para mi muerte. Nada, nada, ni espectro ni memoria, ni su hueco en el aire que la tuvo, ni el resonar del tiempo as rasgado, para mi muerte. He aqu la soledad que nunca pude, el declarado gesto de lo estril, el mundo en s, vaco de respuestas, para mi muerte. (Oh, si la oculta huella, si aquel trnsito que iba de Dios a Dios, por donde andabas dejado hubiera el cauce de tu huida, para mi muerte!) Dame seal, soberbia de tus ngeles, impasible, de Dios contaminada, irreparable afn que as me niegas, o dame un punto donde me desande desde este amor sin ti, desde esta nada, hasta el nacer desde otro fiel comienzo, para mi muerte!
CAPTULO XIX
Viv todos aquellos das gocisufriendo el primer paladeo de la notoriedad. Auria era un pueblo de gran amor propio y celebraba mucho estas apariciones locales de artistas y escritores nuevos. Las gentes letradas de la antigua escuela tuvieron aquellos versos por nuncios nada agraces de una inspiracin notable, aunque ligeramente desmejorados por la audacia de algunas imgenes demasiado modernistas, como me dijo un ilustre orador sagrado y profesor de Literatura del instituto. Mis camaradas me felicitaron con palabras francas y animosas. Pero yo, que conoca muy bien a mi pueblo, me andaba muy cauteloso procurando ver con claridad en todo ello. S; conoca sobradamente a mi pueblo y saba que era capaz de establecerse entre todos sus habitantes una tcita complicidad destinada a la burla. No sera yo el primero a quien haban enloquecido con las alabanzas fraguadas. Por si acaso, situ espas y confidentes donde me fue posible. Amadeo se indignaba y me deca: No puedes negar que eres como ellos. En el caf se analizaron los versos, hasta en sus comas, y acabaron por darle el visto bueno, como una feliz promesa. La consecuencia ms venturosa que se deriv de todo ello fue un mayor predicamento y concurrencia a la casa de los Valeiras. Por disposicin de la seora, en los ltimos tiempos, se haban cerrado un poco a la banda, y haba que andarse con cierta prosopopeya para visitarlos; de lo que Valeiras se excusaba diciendo que eran pamemas criollas, que no hiciramos caso y que fusemos por all cada vez que se nos ocurriera. Pero lo cierto es que las dos veces que fuimos sin anunciarnos, se nos recibi no estaba Valeiras en el vestbulo; tuvimos que soportar ms de media hora al doctor, que estaba inslitamente en pijama a las cinco de la tarde, chupando, muy serio, algo verde por un tubito de metal metido en un calabacn, y finalmente se haba aparecido doa Mafalda tan cumplidamente vestida que creimos que iba a salir. Al otro da de publicado el poema me invitaron a cenar, a m solo. Yo me libr bien de decirle nada a Amadeo para no darle un disgusto. Me recibieron vestidos de punta en blanco, con todas las luces encendidas y las criadas de uniforme. Yo estaba volado, con mi traje de bastante uso y mis tacones torcidos. Ni siquiera iba bien afeitado. Valeiras me recibi al entrar con un gran abrazo. Yo no entiendo mucho, amigo; uno es un burro cargado de plata, un analfabeto que sabe leer por casualidad. Pero donde hay sentimiento lo hay, qu embromar! Y vaya si lo hay! Verdad? dijo volvindose hacia sus hijos. stos estudiaron esas cosas y las saben razonar. Se hizo a un lado para dejar paso a doa Mafalda, quien se acerc, con un aire sonriente y vacuo, no exento de distincin, para decirme: Lo felicito, lo felicito! Qu buen hijo debi de haber sido usted! Y de repente, por en medio de todo aquel artificio, se le saltaron las lgrimas, abundantes, como lo era todo en aquella casa, implacables, como exprimidas. Acudi Valeiras a su seora y la sac de all. Los chicos no hicieron ningn caso, por lo que deduje que la excelente dama, al revs de mi ta Pepita, tena el llanto frecuente y a su entera disposicin, lo que es una gran ventaja. Ruth, dndome la mano, me dijo, breve y misteriosamente, mientras sus ojos hablaban a borbotones: Gracias!
Toda esta escena era en el vestbulo. Ya est el aperitivo! exclam, reapareciendo, el doctor que se haba mantenido al margen de aquellas expansiones y que, de momento, no se refiri para nada al origen de las mismas, como ignorndolo o restndole importancia. Slo cuando ya llevbamos media hora en el saloncillo, bebiendo la pcima que el to aquel estuviera perpetrando, me dijo, con una voz ligeramente innocua: As que haba sido usted medio poeta! Yo pens en lo que le habra contestado Amadeo, y por decir algo: S, se hace lo que se puede le respond, fijndome en su cuello altsimo, que lo oprima como un ceremonioso dogal. Tambin yo he macaneado en mis buenos tiempos! Y algo queda, che, algo queda Un da de estos le har ver algunas de mis composisiones y me sirvi otra copa de aquel brebaje con olor a medicamento. Yo estaba sentado al lado de Ruth. Volvi su hermano, luego de haberse ido un instante a averiguar por la madre, y se sent tambin, dejndome en el medio. Me apret el brazo y me dijo casi al odo. No le hagas caso a mi to. Es un figurn. Ruth aprob con las pupilas. Me sent consolado y apur la copa del filtro, esta vez casi sin percatarme de su sabor. Muy buenos tus versos, Luis, muy buenos aadi en voz alta Sal. Con Ruth leemos mucha poesa. No te gusta que te llame por el nombre? dijo un poco sin venir a cuento, quizs al verme quedar preocupado. Yo creo que de vosotros me gustara hasta que me pegaseis, hasta que me llamaseis medio poeta dije reaccionando tarde, como siempre. No conoces a nuestros escritores? S, a algunos. Ya te daremos libros. Verdad, ata? Por Dios, no le llames de esa manera a tu hermana, al menos mientras yo est aqu. Por qu? pregunt extraado. No tiene nada que ver con ella ese mote, no suena a ella. Cmo se arregla usted dije volvindome hacia la estupenda criatura para saber que es usted a quien llaman con ese apodo tan absurdo, llamndose usted Ruth? Ruth!
porque donde quiera que t fueres ir yo y donde quiera que vivieres vivir yo. Tu pueblo ser m pueblo y tu Dios ser mi Dios.
recit, un poco achispado por la droga del jurisconsulto. Ella sigui mis palabras con una sonrisa en los ojos y un leve movimiento de los labios, como repitindolas mentalmente, y agrego:
entonces bajando los ojos a tierra djole: Por qu he hallado gracia en tus ojos para que t me reconozcas siendo extranjera?
Yo me qued pasmado y no acert ms que a decir: Pero, cmo sabe usted eso, criatura?
Cmo quiere que no sepa de memoria el libro de mi nombre, el Libro de Ruth? Un da le recit unos trozos a sor Avelina, la profesora de M sica de las Siervas, y casi me echan del colegio. Se rieron los dos, y el doctor, que no se le escapaba nada, me mir con un gesto de chpate esa. En fin aad, qu quiere decir exactamente ata? Ruth se aplast la naricilla con la punta del dedo, sonriendo. Estaba maravillosa con aquel vestido de gasa color salmn, con la falda hasta cerca de los pies. Chata? Llamarle a usted chata con esa nariz de Atenea adolescente! dije, ya en el delirio del bebedizo aquel que no me dejaba tiempo para sopesar las frases. Se ri otra vez echando la cabeza hacia atrs, dejando al aire los dientes perfectos, mientras la luz revelaba la pulpa plida, temblorosa, virginal, de su lengua. Es el primer piropo que oigo en Espaa. No le extrae; aqu la verdadera belleza nos deja mudos. Los piropos ms expresivos se malgastan en costureras. La verdadera belleza nos intimida, nos deja callados y un poco rencorosos. A lo sumo miramos en silencio o mugimos: dos actitudes entre la melancola y el deseo. Cuando usted pase y alguien haga: muuu!, est usted segura que le estn tributando el mejor homenaje. El doctor ense por un lado los colmillos, con risa aconejada. Durante nuestra conversacin se quedaba, a veces, siempre sin mirar, inmvil, suspendiendo la chupada al cigarrillo o el escanciado de su farmacopea, hasta que yo terminaba la frase. Cuando sonrea lo haca con la cara baja o vuelta a medias, como si estuviese enfrascado en lo que haca; mas lo cierto es que no perda nada de cuanto charlbamos o hacamos, y ms acentuadamente desde que Valeiras se haba ido con su seora, tan potica y abruptamente conmocionada. No tardaron stos en volver, la seora ya descargada de su noble histrico y recin restaurada de afeites. Vena, aprovechando la convalecencia, luciendo una pelerina de armios, justificada por unos escalofros que, segn afirm, an le duraban. En todo lo que he escrito despus, jams he vuelto a tener un xito tan fulminante y pertinaz. Disclpeme, seor Torralba! Qu dir usted? (no apeaba el seor por nada del mundo). Yo digo que es usted encantadora. Qu comportamiento para una vieja, habr usted pensado! Efectivamente, lo haba pensado. Pero me levant e inclinndome ante ella le bes la mano (qu filtro nos haba dado a beber el doctor?) y le dije, jams supe si en serio o en broma: Ningn premio tan suntuoso para esa pobre cosa que sus lgrimas, nobilsima seora Ejem! hizo Valeiras, un poco escamado. La comida fue magnfica y muy alegre. Los efectos de la sorprendente pcima se prolongaron hasta mucho ms all del asado y an recibieron ayuda en los excelentes vinos que all se sirvieron. El doctor coma como un homrida, sin descomponer jams sus gestos. Yo habl por los codos. Los dems se quedaron demorados en una especie de contencin del buen gusto, dejndome a m, en todos los sentidos, el lugar del husped; privilegio que aprovech, con flagrante ingratitud, para desbarrar a mis anchas. Daban la sensacin, especialmente los chicos, de que podan ir mucho ms all en el dilogo; pero llegados a un punto, se detenan con una discrecin que no se saba si era natural pudor o educacin impuesta, pues muchas veces, antes de aventurarse en la rplica, miraban hacia la madre; pero su silencio no era nunca desprevencin ni falta de ingenio. Hablando con ellos a solas daban mucho ms de s, adems de aquel encanto y mesura que jams les abandonaban. El
doctor, aunque era tan pestilencialmente afectado que pareca vivir en una desconfianza perpetua de s y de los dems, dijo aquella noche cosas de cierto inters, pero muy enfticas e inferiorizadas por su aire sentencioso, como si se las estuviera dictando a un escultor para que las grabase en la ms persistente materia. Yo nunca haba odo a nadie hablar as el idioma, detenindose en cada palabra, como en las cuentas de un rosario, para obtener un resultado las ms de las veces confuso o insignificante. Pareca un fatigoso regodeo que le haca escamotear la ilacin tras las slabas largas, como cantadas (este hombre habla con calderones, haba dicho Amadeo, con su chispa de siempre). Claro est, con aquel deslizarse a travs de los sonidos, se adverta que tena cancelado de antemano el compromiso de hacer llegar a sus oyentes conceptos lcidos, conclusiones arriesgadas, personales, valederas. Yo me impacientaba y me resultaba muy difcil discriminar el punto de juntura entre las palabras y su final destino, que desebamos, ya que no inteligente, por lo menos inteligible. Valeiras, en cambio, estaba aquella noche hecho un verdadero espectculo humano, a veces demasiado humano, como en un instante en que, sin venir a cuento, se volvi hacia su mujer, y palmendola con fuerza en la espalda, exclam: Esta criollaza linda! Pura uva, che, pura uva! concluy, mirndome, como si me brindase aquellas nacaradas abundancias. Yo cre que ella iba a molestarse, desde la altura imperial de sus joyas y pieles, mas, contrariamente, le tir por una gua del bigote, envolvindole en una mirada de ternura. Aunque, como ya dije, los jvenes no me acompaaban en mis exabruptos, los senta llenos de ecos. Ruth me hablaba, hasta aturdirme, con el silencio de sus ojos color topacio, y Sal no daba tregua en llenarme la copa, como entregndome su amistad en aquella silenciosa alegra. Al final de la comida era tanta mi felicidad que quise compartirla con alguien. Insinu el nombre de Amadeo, y Valeiras acudi en seguida con su comprensiva generosidad. No crea que me olvid del amigo Hervs; pero esta noche era slo para usted, pues en esta casa se le quiere sin riquilorios ni pamplinas. Verdad, vieja? Qu digo yo de Torralba, muchachos? Amadeo es un poco zafao y habla siempre de cosas que es muy difcil entenderle. Yo nunca s bien cundo me est tomando el pelo, o cundo no. A stos le gusta ms usted. No es as, Sal? No hay comparacin dijo el muchacho con franqueza. No es as, ata? Ruth se distrajo con una tenacilla suspendida sobre mi taza de caf, inquirindome, muy concentrada, sobre el nmero de terrones. No te hagas la otaria, che! dijo el padre, no perdonndole la respuesta y con la vista fija en ella mientras encenda el puro. Porque ha de saber usted, amigo Luis, que aqu la jovencita Pap, no vayas a soltar una de las tuyas! Estos criollos le llaman una de las mas cuando digo la verdad; eso si estoy yo delante; cuando creen que no los oigo, dicen que me sali la gallegada Ruth se ruboriz. Pero a m no me duelen prendas Esta fiestita y la idea de la invitacin fue cosa de ella. Por qu no se lo dices, eh? Qu tiene de particular, pap, que haya pensado en quien t llamas mi mejor amigo para invitarlo a tu mesa? Su mesa? dije yo. Bueno, nuestra mesa aadi Ruth, con un tartamudeo de impaciencia.
Salimos Sal y yo a buscar a Amadeo. Desde la puerta nos volvimos a procurar con qu taparnos, pues estaba cayendo un chaparrn tormentoso. Me envolvi en un impermeable liviansimo, con olor a nuevo, que era un placer sentir sobre los hombros. Aquella gente usaba unas ropas de las que yo no tena la menor idea. No es mucho decir, puesto que yo era uno de los seres peor vestidos de Auria. Nunca me dio por ah, ni cuando tenamos dinero. Todo en ellos, las comidas, los perfumes, la ropa blanca, denotaba una preocupacin narcisista por lo corporal. Comprend, al tratarlos, las infatigables correras de Valeiras en procura del cuarto de bao instalado, cuando buscbamos piso para su familia, pues l se haba adaptado perfectamente al bao de tina de la fonda de doa Generosa. Encontramos a Amadeo fuimos a tiro hecho en un ngulo del caf de La Unin, enfrascado e n Las confesiones, de Rousseau, que era una de sus lecturas manacas, comiendo con lentsimo deleite una de sus pulidas uas, que tal era el destino final de todas ellas, aunque muy economizado. (Algunas veces, cuando, en pleno caf, sacaba la gamuza del bolsillo y la emprenda con el repaso del lustrado, mientras desgranada sus paradojas, deca alguien: Qu! Te ests preparando el postre?). Nos recibi enfurruado y dijo queriendo, infructuosamente, disimular su irritacin: Conque de juerga familiar, festejando al poeta? Cra cuervos! y te vendrn a buscar a la hora de los licores, mal agradecido. Cre que habas levantado el vuelo abandonando al empresario dijo cambiando el tono y echndose el libro al bolsillo, con una precipitacin que trat de enmendar en seguida: No os sentis un poco? Estn esperndonos con una copa de champaa dijo Sal. Al fin dej usted de ser esquivo! Ser amigo suyo es un oficio; un oficio difcil, como el de tallista o el de glptico aadi con cierto reconcomio. Las veces que he ido a buscarle a usted! Estamos siempre tan juntos con mi familia se disculp Sal, un si es no es incmodo. Cmo supiste que yo estaba hoy all? le pregunt cuando nos encaminbamos hacia la puerta. Hombre, que me haga esa pregunta un natural y vecino de este obispado y provincia! Quieres el men? Ah va: Mortadella de envase italiano, jamn del pas y salchichn cataln; sopa de creme doignon; luego langosta a la americana, por cierto comprada en el puesto de la Eudoxia: 11 pesetas; un solomillo al horno adquirido en la carnicera del Sordo por la mdica suma de Sal solt una carcajada, francamente divertido. Llova a cntaros. Le hicimos un hueco abriendo cada uno un ala de nuestro impermeable. Amadeo nos tom por la cintura y nos echamos a correr bajo el chubasco, alegres como chicos. Ya cerca de la casa, Amadeo cit a san Juan de la Cruz: Aprtate, que voy de vuelo. Vuelo de cuervos! No? No, ahora de ngeles, con el propio Lucifer en medio. Siempre te quedas con la mejor parte. Al menos con la ms arriesgada. Pero esta vez se trata de ngeles compatibles. Habamos alcanzado el zagun y sacudamos las prendas, con brillante restallido de la goma. Bonito ttulo para un poema!: Los ngeles compatibles. Lo vas a escribir? pregunt Amadeo con voz anhelante.
No, prefiero vivirlo. Es tu frmula, aprendida en Nuestro Seor don Jos Mara Ea de Queiroz hicimos una gran reverencia: Se vive o se escribe. Sal Valeiras estaba verdaderamente encantado.
CAPTULO XX
Por qu no te llevas para all un colchn y unos cuantos libros? me haba dicho Amadeo, un da de aquellos, con muy mala intencin. Pero la verdad es que yo viva en la casa de los Valeiras mucho ms que en la ma. A mi amigo, despus de unas cuantas veces, dejaron de invitarle resueltamente, sin ninguna clase de explicaciones. El indiano las rehua. Yo me haba propuesto, con la mejor buena fe, terminar con aquella repentina repulsa, que muy bien pudo haber tenido origen en alguna ligereza verbal de mi amigo. Amadeo crea estar siempre hablando para intelectuales y esto le acarreaba muchos disgustos. Adems tena el peligroso hbito del monlogo, y segua monologando a travs de todas las respuestas y observaciones. Y, claro est, el soliloquio, aunque no implique forzosamente ninguna agresividad directa, indirectamente resulta siempre cruel, sobre todo cuando es inteligente. Pero no, no era por ah la cosa. Al contrario, siempre que se referan a l, lo hacan todos los de la familia en trminos tan admirativos que parecan aislarlo tras una empalizada; defendanse de l proclamando sus virtudes, que es un mtodo como otro cualquiera de desentenderse de alguien. Un da, paseando a solas con Sal, que se haba contagiado del vicio del paisaje y de las excursiones a metas ilustres, y que escuchaba mis parvas explicaciones arqueolgicas con embelesado respeto, hice una viva defensa de mi amigo. El muchacho argentino, que en ciertas cosas pareca un hombre hecho y derecho, se mantuvo reservado cuidando mucho sus rplicas. Algo aventur, muy de lejos Yo no quise insistir y dej el asunto envuelto en aquella bruma. En realidad no quera pensar Se lo cont todo a Amadeo, como era mi deber, y respondi con vaguedades, pero sin extraviarse, muy dueo de s y como pesaroso. Muchas personas de Auria empezaron a cambiar visitas con los Valeiras, entre ellas mis tas, que encontraron muy simpticas y guapas a las mujeres, aunque un poco exageradas. Los jvenes, tal como habamos previsto, tuvieron un xito sin precedentes en cuanto abarcaba la historia de la forastera, y de haber accedido a todas las invitaciones, no hubieran parado una hora seguida en su casa. El matrimonio era recibido con algunas prevenciones (en realidad doa Mafalda, a quien le haban puesto de mote Doa Berenguela, asustaba a las otras damas con el despliegue imperial de su guardarropa), pero eran estimados los dos por sus excelentes condiciones de carcter y su buen corazn. Al doctor casi nunca le insistan para que volviese. Ciertamente era un pelmazo de marca mayor que ni responda al castigo cuando le tomaban el pelo, convirtiendo las ironas en incienso a travs de su sonrisa entre cnica y bienaventurada. Se comentaba, con asombro, que Ruth durante todas las misas a que acudi en lo que restara del invierno y en lo que iba de primavera, como asimismo en los bailes y reuniones, apenas haba llevado dos veces el mismo vestido. Cada tantas semanas banse a viajar unos das, sin salir de la Pennsula. Durante estas ausencias yo me pona de un humor siniestro y volva a mis paseos solitarios pues Amadeo me achicharraba con sus sarcasmos, no sabiendo qu hacer de mis horas. Adems, me tena sin sosiego el anuncio de un gran viaje que haran por Europa todo el prximo verano y parte del otoo, tal vez para pasar el invierno en Pars.
La intervencin de Ruth en una fiesta benfica, tocando las Variaciones de Brahms sobre un tema de Paganini, caus estupefaccin. Pepe Bailn, que adems de empleado de Hacienda y muy mala lengua, era bajo de pera, y su mujer una buena pianista, por lo cual sus juicios se tenan en Auria por inapelables, dijeron que no haban odo en su vida una gracia musical tan innata. Esta nia fueron sus palabras interpreta como respira. Efectivamente, era una delicia escucharla. Al tocar se transfiguraba, no restando en la intrprete el menor residuo de coquetera. Su sencilla gravedad, su ausencia, sobrecogan, y semejaba no volver en s hasta que se levantaba, muy lentamente, para saludar. La verdad es que tena una gran pasin que a m me pareca un poco manitica por el piano, y se pasaba estudiando horas y horas. Cuando la omos por primera vez nunca quiso tocar para nosotros en su casa el da del concierto, comentamos el caso Amadeo y yo. l, que era muy entendido y que desbordaba siempre de generosidad para el verdadero talento, la encontraba musicalmente admirable aunque un poco verde respecto a la tcnica, detalle al que no le concedi demasiada importancia. La msica haba dicho tiene su cronologa, o, si quieres, su cronografa, aparte. No hay casos mozartianos en la literatura ni en la plstica. Sin duda la msica es ms obra de la gracia que todas las otras artes, adems del esfuerzo, naturalmente, pero que aqu es secundario e indispensable a la vez, ya que por s solo no demuestra nada; en cambio puede, en las otras artes, inducir a confusin. En msica no hay modo de confundir arte con artesana, ni en su creacin ni en su ejecucin. De esa misma ndole intuitiva deba de ser el arte de Ruth para el recitado de los versos. Aseguraba que nadie le haba enseado y, afortunadamente para todos, pareca ser verdad. Una noche, muy en lo ntimo, dijo, de modo estupendo, poemas que no merecan, en su mayor parte, como he podido luego comprobarlo al leerlos, aquel honor; pero que a travs de su voz y de su arte, tan natural y directo, resultaban transfigurados Se haba redo de mis aspavientos, llamndoles exageraciones espaolas, y continu superndose en nuevas interpretaciones, pues, adems, tena una memoria que resultaba otro asombro. De pronto, dijo, como dando punto final a aquel concierto de palabras: Y ahora, la ltima para usted. La cosa me pareci un tanto organizada, pues, en este momento, el doctor Brunelli no estbamos ms que los chicos, l y yo baj en dos puntos la luz de la araa del saln, dejndonos casi a obscuras. No, doctor, no exclam. No s lo que opinar Ruth, pero no hace ninguna falta la penumbra. Creo que fue san Jernimo quien dijo, que no hay que bajar los ojos en el instante de alzar; y que las cosas de Dios, por ms cegadoras que sean, hay que mirarlas cara a cara. No hay duda que Ruth puede emanar su luz propia, pero Si contina usted disparatando me callo y dirigindose a su to, agreg: No hace falta eso. Para qu? Por lo que me di cuenta que aquella cursilera de la media luz era de la inventiva del letrado, comprobacin que me caus un sincero alivio. Luego, contrariamente a como lo haba hecho antes, se sent en el taburete del piano para recitar. Se haba puesto plida. Los versos empezaron a salir de sus labios sin declamacin ni artificio alguno, como confindolo todo a su voz y a sus ojos; las manos cruzadas, apoyadas en las rodillas, la vista hacia el aire, como hacia un destino invisible, como orando:
Adviene por las cumbres encendidas, seales y portentos le abren paso, se rasga en dos el velo de la altura Hund la cabeza entre las manos Comprend que estaba enamorado de aquella imposibilidad hasta la perdicin y el aniquilamiento La misma noche en que tuvo lugar el improvisado recital entr Blandina, demacradsima, en mi cuarto. Eran como las tres de la maana y estaba en traje de salir. Haca ms de cuatro meses que yo no iba a su habitacin. Tena mis ojos, mi alma y mi carne llenos de Ruth. Me impresion verla con un vestido hecho de uno de los de mam. Me dijo que se marchaba al amanecer, que ya no poda ms y que todo lo comprenda perfectamente. Hasta ella, sin duda, haba llegado el rumor de mi entusiasmo por Ruth, que constitua la comidilla de la ciudad. Esto era lo que la haba ido encerrando en un silencio lleno de altivez, que yo haba aprovechado, con oportunismo cobarde, para ir separndome de ella, ahorrando piadosas mentiras y largas explicaciones. Por qu has de irte? No ests bien aqu con las tas? No fue a las tas a quien di mi honra. Me qued callado, deseando que aquella situacin, que encontraba ms ridicula que penosa, terminase lo ms pronto posible. Blandina no dijo ms y se fue. Seguramente esper verme aparecer en su cuarto cada minuto en todo lo que restaba de la noche. No lo hice. Estaba embrutecido de amor. Supe luego que se haba ido a la maana, a primera hora, y que la decisin fue tan repentina e inapelable, que las tas que lo haban sabido, por ella, la noche anterior no haban tenido ni tiempo de recuperarse. Despus nos enteramos que una buena familia de Auria se la haba llevado a Bayona para cuidar de los nios durante el veraneo. Lola y Asuncin lloraron a moco tendido por aquella ingratona. Durante un tiempo me remordi la conciencia, pero, al final, todo termin quemndose en la misma hoguera. No poda yo acostumbrarme a una mezcla tal de refinamiento y de lo que me pareca ser un residuo de barbarie americana. Desde que los Valeiras me haban admitido en su plena confianza, muchas veces los encontr entregados a la liturgia de tomar el mate que a m me pareca una ordinariez. En los otros indianos, la extravagante operacin no me pareca bien ni mal, y, pasada la primera sorpresa, un poco cmica, no me importaba gran cosa ver el lujoso calabacn las criadas vernculas le llamaban el bibern ir de unos a otros, como una pipa colectiva de indios de novela. Sin embargo, cuando el doctor me present un da, con ademn de sacerdotal ofrenda, el calabacn, casi pego un salto, al mismo tiempo que me amagaba una punzada en el estmago. Pero en Ruth me enfureca, sencillamente. Se lo traan, por lo general, mientras estudiaba, al piano. Le daba una importancia excesiva y declaraba siempre la misma complacida sorpresa porque una de las sirvientas indgenas se haba mostrado muy diestra en echar el agua por el orificio del calabacn, lo que a mi no me pareca cosa tan del otro mundo; pero no deba de ser as y, sin duda, se trataba de un rito lleno de misterios que requeran una larga iniciacin; ellos mismos se referan al mate como a un verdadero culto. Ruth trabajaba duramente todos aquellos das en la preparacin de un concierto que le haba pedido la marquesa de Velle para una de sus trapaceras benficas. Yo ya estaba furioso de antemano; se presentara otra vez ante los lechuguinos de la sociedad auriense, que la elogiaran, la aplaudiran,
hablaran de ella, la invitaran a nuevas casas; tal vez alguno de aquellos pisaverdes, todos mucho ms apuestos que yo, todos con dinero Bach, Fantasa cromtica y fuga; Beethoven, op. 57; luego unos estudios de Chopin, y para las propinas algunas de aquellas cosas intrincadas de un francs que andaba haciendo ruido en los ltimos tiempos: Debussy, y que a nadie le gustaba pero que a Ruth la enloqueca y se lo meta a todo dios por los ojos, es decir, por los odos. Yo no hallaba manera de establecer una relacin, por muy desviada e ilgica que fuese, entre su admirable comprensin de aquellas almas luminosas, sufrientes, gozadoras, saturadas de vicia y de muerte, frutos maravillosos de una multisecular convivencia civilizada, y aquel bebedizo desrtico, primario, que no lograban reducir a trminos urbanos ni el calabacn con virola de oro ni la bombilla con sus trabajados arrequives de las frmulas barrocas coloniales. Adems la reiteracin de las tomas me lo haca an ms insufrible. En razn de qu, aquella celeste criatura, producto refinadsimo, ejemplar, de dos viejas razas transidas de cultura, tendra que estar chupando agua caliente durante media hora, mientras recorra, con la punta del dedo, el pentagrama para posar luego la mano derecha, cargada de compases, en el teclado, en tanto que con la izquierda sostena aquella ridiculez, dando pequeos sorbitos que la propia distraccin de la lectura musical haca que no resultasen siempre silenciosos? Haba ido yo conquistando, poco a poco, el privilegio de quedarme a solas con ella durante sus horas de estudio. Me estaba all, mirndola, o con la cabeza metida en un libro, o asomndome al balcn cuando las dificultades la malhumoraban, para no ser testigo de ellas. Despus de varias acometidas tericas contra el artilugio, que Ruth defenda con obstinacin graciosa y un poco provocativa, mezclando a ello menciones ele la patria, me dijo en una ocasin: Pero, hay algo ms primitivo, ms ridculo, ms indio que el fumar o el bailar? Otro da yo andaba sin sombra, pues la fecha del anunciado viaje europeo se acercaba con una inexorabilidad planetaria estaba con la nariz pegada a un vidrio del balcn aguardando que diese fin la odiosa tregua del mate, cuando o la voz de Ruth cerca de mi nuca. Tome Me volv y estaba casi tocando mi espalda, enarbolando el calabacn en una mano y con una especie de pequea tetera de plata en la otra. Tome Est usted loca! Hoy es un da muy importante en mi pas y tiene usted que matear conmigo. Hoy no se me escapa. M e pareci gracioso el trmino matear, pero slo la palabra, sonaba a cosa ntima, campechana. Vamos, vamos, que se enfra! Hoy es 9 de Julio[27];y me he propuesto convertirle a usted. Pero qu tiene que ver que sea 9 de Julio con que tenga yo que atragantarme? El mate dijo con una entonacin divertida, de maestra de escuela tiene all un sentido tradicional y amistoso. Los gauchos se ofendan cuando no se le aceptaba. Entiende? Tome! Pero si usted no es gaucha! dije retrocediendo. No tiene usted idea hasta qu punto; con espuelas y todo Ruth me persegua implacable con el calabacn. Toma o no? No.
Pues entonces no se queda a cenar esta noche. Cena patritica dijo con gracia infantil, enumerando: Churrasco, carbonada Pero Ruth Elija repiti, tendiendo nuevamente el calabacn hasta que me hizo sentir su tibieza en los labios, o el mate o no se queda. Pues bien, no me quedar. Otro da ser. Cambi de tctica y dijo con falsa quejosa: As que es usted capaz de dejar a sus amigos solos, el primer da patrio que pasan lejos de su tierra! Y sa es la hidalgua espaola? Pero Ruth, si yo no soy hidalgo, ni patriota, ni apenas espaol! Adems, qu tienen que ver esas grandes palabras con un poco de agua caliente mixturada con ese horrible barro verdoso? Por qu no me lo cuela, al menos? exclam mirando al fondo del calabacn, casi haciendo pucheros, como un chico. Ruth solt una carcajada. Vamos, rmese de valor, que tambin yo lo tuve el otro da para comer aquel espantoso pulpo que usted trajo! Tome! M e qued un momento indeciso. No se anima? hice un signo negativo con la cabeza. Bueno, le ayudar yo y dio un par de pequeos sorbos, frunciendo deliciosamente los labios sobre la bombilla y mirndome con los ojos llenos de malicia; luego me tendi otra vez el siniestro aparato. Y ahora? Ahora, aunque fuese arsnico y solimn vivo! y cogiendo el calabacn chup con tal denuedo que se me llen la boca de hierbajos. Saqu la lengua con aquellas briznas en la punta, desolado, y Ruth, en medio de una risa como nunca le haba odo, cogi con gesto rpido de la bandeja, donde haban trado los trebejos, una servilleta y me la limpi, mientras me deca, con un tono entre maternal y burlesco: As me gustan los chicos bien mandados! Pero no hay que chupar tan fuerte! De todas maneras, venc; tal como dice nuestro Himno: a mis plantas rendido un len[28] Tom luego ella, y me volvi a servir. Y as varias veces hasta que se acab el agua. Yo la dejaba hacer con cara de embelesado o de idiota, que no se diferencian mucho. Por otra parte la infusin no result tan desagradable como yo tema. Bueno, y ahora seriedad exclam ponindose repentinamente grave. Me ha hecho perder diez minutos. Porfiado! Cuando iba a sentarse en el taburete, exclam: Ruth Una palabra y no vuelvo a interrumpirla. Se puso ms seria an, casi adusta, y se qued inmvil, plida, mirndome muy fijamente, apoyada en el piano. Dgame contest con una voz fra, sin pestaear. Por qu tena usted tanto inters en que yo bebiese eso? Ruth respir hondo, como aflojndose de una gran tensin. Luego dijo, a media voz, desgranando las palabras:
Dicen en mi tierra que el que toma mate no regresa. Pero yo an no me he ido, ni siquiera he pensado en ello. Puede pensarlo algn da y concluy repentinamente: Djeme trabajar, odioso! se sent de golpe y hundi, casi con furia, los dedos en los densos compases iniciales de la sonata. Yo me fui a pasos lentos hacia el balcn. Lo abr con manos torpes. Caa mi mirada sobre la calle. Todo estaba en su sitio: los almacenes de San Romn, los carros parados enfrente; a lo lejos, el Campo de San Lzaro. S, todo se vea con claridad desde aquel quinto piso; la luz estival no dejaba ningn rincn indemne donde pudiera refugiarse lo increble Pero de lo que estaba perfectamente seguro era de que si en aquel momento se hundiese el balcn yo quedara flotando en el aire.
CAPTULO XXI
Haban emprendido una carrera con el tiempo. El viaje por Europa, ya dos veces diferido por alifafes de Doa Berenguela, lo preparaban ahora haciendo los equipajes con una prisa de incendio. Yo andaba hecho una sombra. Contaba los das con los dedos y me senta morir. Por otra parte, dispona an de la lucidez suficiente como para analizar, con funestos resultados, mi situacin. Jams dara un solo paso para intentar convertir en otra cosa aquella dulcsima amistad ma con Ruth, que era, adems de Ruth, la heredera cuantiosa de Valeiras. Qu derecho tena yo a cosa semejante? Y adems, cmo iba a poner a una carta tan dudosa mi situacin de privilegiada amistad con aquella familia, que tanto consuelo me haba trado y que haba llegado a ser, en verdad, y en mayor significacin Dios me perdone! ms que la casa de mis tas, el verdadero eje de mi existencia? Y, por otra parte, qu pasara en aquel viaje? Y aquel invierno, instalados en Pars? Qu iba a suceder en aquella ciudad de cazadores de dotes, de aristcratas tronados, de arbitristas expertos en la industria matrimonial? Ruth maduraba como un fruto suntuoso. Nuestras lecturas en comn, nuestra msica y nuestras conversaciones, con su consiguiente incitacin al pensar resuelto y seguro, iban acercndola a un punto de riesgo intelectual que la singularizaba y enriqueca, dndole una personalidad en la cual la belleza, en vez de dispersarse por la vertiente de la coquetera, vena a ser un factor ms de su prestancia, de su encanto. Tambin, y cada vez ms, su arte perfecto apareca sometido a aquella totalidad armoniosa, clsica; era un elemento ms de su ser. Tendra xito en todas partes, pues su recato, lleno de seguridad interior, la hara resaltar an ms, donde quiera que fuese, entre las que nicamente poseen las montonas artes de la seduccin Nadie pona menos esfuerzo que ella en agradar. Se estaba ah, como una flor, como un fruto, pero era imposible no verla. Y vindola Ruth, perdida en el zafarrancho de los equipajes, corra todo el tiempo de aqu para all, mirndome al pasar y hacindome infantiles visajes, en los que se trasluca una mezcla de mofa y ternura. Cuando faltaba muy poco para la partida, Valeiras se me qued un da, estando solos en su casa, plantado delante de m, con aquel aspecto suyo de las rpidas decisiones, y me dijo: Cmo anda usted de ropa? No s, no me preocupo; pero, casi seguramente, muy mal yo estaba bastante avergonzado, pues aquella gente me haba ido contagiando de un sentido del vestir que antes no tena. Usted comprender prosegu, aqu, en este pueblo, tenemos establecida una especie de tregua entre el significado de la ropa y Bueno, bueno, no se meta usted en laberintos! Conteste a derechas. Tiene usted o no tiene ropa de invierno? Entrevi la intencin y me puse serio. A dnde quiere usted ir a parar, Valeiras? Ya sabe que no soy hombre de requisitos. Al pan, pan, y al vino, vino. Anda usted con el alma hecha cisco, no hay ms que verle, perdiendo una libra a cada paso que da. O cree usted que, porque no soy poeta, me chupo el dedo? Haga su petate y vngase con nosotros Y si algo le falta, avise. Aire, demonio; squese la polilla de este pueblo! Aire, aire!
Sent que se me llenaban los ojos de lgrimas y que me temblaban las piernas. Tuve que sentarme. Valeiras pos su mano en mi cabeza. Ya sabe que le tenemos ley aadi emocionado. Los chicos le quieren como a un hermano. Saltarn de contentos. Dles usted esa alegra! y de pronto, para jerarquizar la invitacin, cuya generosidad no tena excusa posible, aadi: Adems se encargar usted de explicarles todo aquello El que no sabe es como el que no ve! Pero no se da cuenta de que todava nos hace un favor? Con sus conocimientos, con esa manera de hablar! Desde aquel da que estuve con usted en la catedral, me parece otra; si, seor, parece que me habla La pucha, menos mal que no lo pescaron otros antes! O es que no se enter de las indirectas que le echaron los Santamara para llevrselo? Bien claro lo dijo don Carlos cuando usted les explicaba el convento de San Francisco: Si encontrsemos uno as en cada ciudad de Europa y hay gente que hasta cobra buen sueldo por eso Alc hacia l los ojos enrojecidos. La simpata de aquel hombre se me entraba en el corazn, y me aflojaba all no s qu resortes del orgullo No puede ser, Valeiras, no puede ser. Demasiado sabe usted que no puede ser. Ahora con sas? Yo cre que iba usted a pegar brincos hasta el techo como las codornices enjauladas, y me sale con remilgos! Qu es lo que le impide venir, qu? Sus grandes negocios, sus complicados estudios? No me sea pavero y vaya a buscar sus documentos, que hay muchos papeles que sacar. Hala! Me levant sin contestarle, secndome los lagrimones con el dorso de la mano, y descolgu mi sombrero de la percha del recibimiento. Hbleme claro, redis! Yo soy de aqu, pero no soy de aqu, y hay cosas que no las entiendo. Es por el dinero? Cree que su viaje me va arruinar? Donde viajan cuatro no viajan cinco, eh? se qued esperando mi respuesta. Yo lea y relea el medalln estampado en el tafilete de mi sombrero: Sombrerera Ralleira. Tiendas 3. Auria Sombrerera Ralleira. Tiendas 3. Auria, mientras las ideas descoordinadas, veloces, parecan rebotar contra las paredes de mi crneo. Lo que le pasa a usted, amigo Torralba dijo sacudindome por un hombro es que le roe la soberbia del seoro Pues sepa usted que a m no me pareci nunca cosa tan seorial el darle esa importancia al dinero Al dinero ajeno. A ninguno! grit enfadado. Qu es la plata? La plata es un poco de m con perdn sea dicho. Disclpeme, che! Pero es la verdad. Tambin yo crea antes que el dinero era como un dios Ay, si no fuese tan imposible recoger los aos pasados como el agua de un lebrillo derramada en la tierra! coment con un repentino quiebro en la voz. En fin, all usted con sus prejuicios y macanas. Yo se lo ofrezco de corazn. Deca todo esto pasendose muy agitado. De pronto se detuvo y vino hacia mi con el rostro serio, casi demudado. M e mir un instante en silencio y exclam. O es que cree usted que ando buscando un apellido para mi hija? Pues ya tiene cuatro, y tan honrados como el que ms! Valeiras, por Dios! grit todo cuanto pude. Se asust del grito, pero no dio su brazo a torcer: Hablaba de mi hija, a lo que tengo derecho, supongo
No s hasta qu punto Alz las cejas, asombrado. Yo continu, con voz ms calma: La sola idea de que su hija pueda verse envuelta en una habladura tal! Ruth est por encima de todos nosotros dije, sin reparar en la imprudencia de mis palabras. Y luego, ya en voz baja, como meditando: Y usted, me dice eso, usted, que conoce la historia de mi familia! Parece mentira, Valeiras! Un apellido! Vaya un apellido! M edi una pausa. M e dirig hacia la puerta. Adis, Valeiras. Un momento vino hacia m con su ms ancha sonrisa. Usted, que es siempre tan bien educado, no debe olvidarse de ciertos detalles y me tendi la mano. Yo abandon la ma flojamente. Adis, Valeiras. Hasta pronto y pinselo dijo estrechndome la mano hasta lastimarme. M e fui a la catedral y anduve por all una hora. Cuando sal mi decisin estaba tomada. Faltaban dos das para que los Valeiras emprendieran el viaje y ya estaban viviendo en su casa como en un camarote. Amadeo, que no lograba nunca esconder su verdadero fondo sentimental bajo los cascotes de sus erudiciones y paradojas, tuvo piedad de mi estado, tan visiblemente calamitoso, y consigui, despus de varias intentonas, cortar aquella racha soledosa que de nuevo me haba acometido y que me traa por corredoiras y cimas montaesas, como un loco, pensando sandeces y sufriendo como una bestia alanceada. Tal vai o meu amado, madre, con meu amor, como cervo ferido, por monteiro maior, me deca, con palabras de hace seis siglos. Vente al caf, y djate de hacer el Cardenio, que te queda muy mal impuso un da. Acced, pero me mantena en un borde de la mesa, metido en un libraco. En la pea, sa era la forma simblica de pedir que le dejasen a uno en paz. Cuando llegamos al caf, un da de aqullos, que era el de Santa Marta, o sea el 29 de julio yo jams haba vivido tan pendiente del calendario nos encontramos con un ambiente agitado de discusiones frenticas que, cancelando el modo habitual de la irona o del dilogo sosegado, tena a todos los contertulios gritando a voz en cuello, lanzndose los argumentos, si as poda llamrsele a aquel barullo, como pedradas. Si acaso en medio del apasionamiento dialctico sobrevena el aparte humorstico, no era con los filos intencionalmente mellados en la forma cazurra, mansurrona en que solan, sino como impactos desnudos que iba desde el sarcasmo tal hasta la ms declarada crueldad. Yo nunca haba odo, para no citar ms que un caso, en Auria, al menos entre aquella gente, cosa semejante a la que dispar Ramn Meirio, contra un tal Serantes, que tena un estrabismo tan pronunciado que daba pena: Cmo va usted a entender lo que le digo si ve el mundo desde una perspectiva oblicua? Eso es una grosera y una salida de pie de banco dijo, furioso, el estrbico. Nada, nada Ciencia pura. Una gran parte del mundo se recibe por los ojos y usted lo recibe atravesado. Es como comer por una oreja. Qu le vamos a hacer! Vaya usted a que le operen y vuelva.
Empezaba en aquel instante una disputa que haba de durar cuatro largos aos y que haba de destruir tantas y tan slidas amistades! Yo, entre tanto, devoraba el suplemento extraordinario de El Mio, que acababa de salir. Haban asesinado a unos prncipes en un lejano pas, y era inminente la guerra europea. Desde unos aos antes, los peridicos aludan, de cuando en cuando, a la guerra europea, como a algo maligno y catastrfico, de consecuencias imprevisibles. Tuve la sensacin de una cosa nueva en el horizonte, de algo ingobernable y brutal como una calamidad antigua. Alguien vino a anunciarnos que en los pizarrones de La Voz Popular haba nuevas noticias sensacionales. Era all, muy cerca. Nos fuimos en masa. Se notaba una agitacin inusitada a aquella hora, que era la de la siesta. La gentes se inquiran en voz alta, al pasar. Los telegramas eran espeluznantes. Alemania movilizaba, Inglaterra enviaba a Austria-Hungra un ultimtum, los franceses se echaban a la calle tras el vuelo de La marsellesa, Blgica miraba ansiosa hacia la frontera Amadeo, que todo lo saba, nos dio all mismo una transparente explicacin de las posiciones polticas europeas, que apag por un momento las controversias, pues todos estaban deseosos de enterarse. En esto vimos que llegaba, a grandes pasos, Valeiras, con una cara impresionante, enloquecida. Supuse que vena en procura de noticias, por eso me sorprendi cuando, tomndome de un brazo, me dijo: Venga, Luis! anduvimos en silencio unos metros y aadi: Lo necesito! Acompeme a Vigo en el rpido de esta tarde su voz era como una orden. Mi cuado y yo estamos ofuscados y necesitamos ayuda. Usted es hombre de cabeza clara. Viene? Pero qu ocurre? Queremos reservar pasajes para el primer barco, que sale el 5 de agosto. Nuestros intereses estn seriamente comprometidos. Todos nuestros contratos son con Inglaterra. Pronto empezar el lo en el mar as que figrese Y yo con mi gente aqu! Qu mala pata, la gran perra! M e tiene usted a sus rdenes. En su casa haba un ambiente de gran inquietud, pero, en contraste con Valeiras, la reaccin era ms serena y valerosa. Al doctor se le haba desmoronado un tanto la muralla de su bobera y se mostraba ms a pecho descubierto, ms hombre. M ientras Valeiras redactaba unos telegramas para la Argentina, Ruth me dijo, seria, en un instante en que nos quedamos solos: Ya se cumpli su maleficio! Cul? El de que no se hiciese nuestro viaje por Europa. Tiene usted razn. Yo soy un hombre tremendo, no hay ms que verme para convencerse de que manejo los grandes poderes infernales. Pues deshaga el pacto. Satans no le juega limpio. Ya ve, nos vamos a Amrica, de donde es ms difcil volver! Por favor, Ruth, tngame piedad! No ve cmo estoy? Cree usted que yo estoy en un lecho de rosas? En esto entraron Valeiras y Sal. Atiende a tu madre; est la pobre que le salta la cabeza. Busca los sellos de piramidn. Dnde andarn, santo Dios? Estn ah los pasaportes? Ah, en la cartera de mano.
Usted tiene cdula, Luis? S, pero en mi casa. Hay que llevar los documentos encima. Y, de paso, avise a sus tas. Qu edad tiene usted exactamente? Dentro de un mes, diecinueve anos se qued un momento pensativo, mirndome. Quiere venir con nosotros? Ya le he dicho que s. No, no; a Amrica, a Buenos Aires. A Ruth, que estaba all cacheando en un mueble, se le cay algo de las manos con estruendo. Era una caja de lata. Los sellos de piramidn rodaron por el suelo como monedas. Estaba colorada como si hubiese corrido. Valeiras se acerc a ella y la bes en la frente. Vamos, hija! Hay que sujetar esos nervios Estuviste tan tranquila hasta ahora! No se les hace tarde para el tren, pap? Valeiras mir el reloj y luego dijo, encarndose conmigo de nuevo: Se viene usted o no? Nos queda muy poco plazo para arreglar sus cosas. Tiene que embarcar, por la alta, pues est comprendido en el servicio militar se quedaron todos mirndome. Ruth segua de espaldas, buscando algo en los cajones. Valeiras continu, con voz grave: Ahora no es un viaje de placer lo que le ofrezco, sino peligros, tristezas, trabajos y tal vez un porvenir Pero qu voy a hacer all, Valeiras? No sirvo para nada Amrica inventa hombres. Ya ver usted cmo sirve! Adems, queda el recurso de volverse si aquello no le gusta. No creo que esta guerra dure de aqu al fin del mundo. Sal me abraz hasta tocarme con su cara la mejilla. Vente, Luis; si pap te lo dice No conoces a pap! Claro que lo conozco, tan bien como t. Ruth se volvi; estaba tan congestionada que me dio miedo. Tena los ojos muy abiertos, pero vagos, desdibujados como si el soliloquio que siempre los animaba hubiese quedado mudo. Disponga usted de m, Valeiras. Ojal pueda serle til! Aunque no lo creo. Yo soy un bicho raro, un fin de raza Djese de gaitas y de poesa Ya ver cmo, sin salirse de su condicin, no le faltar all en qu romperse el alma. Andando, que son las cuatro! Ruth haba desaparecido sin que yo lo advirtiese. Entraron Valeiras y su cuado en las habitaciones de la seora, a despedirse. Yo me qued en el corredor. Casi en seguida o que doa Mafalda me llamaba era la primera vez por mi nombre de pila. Entr. Hallbase reclinada en la cama, envuelta en un chal de seda y tena compresas sobre la frente. Ruth tambin estaba all. Nos da usted una gran alegra, Luis. Le queremos como a un hijo ms yo me encontraba vaco de palabras, alelado y no acertaba ms que a sonrer. Sal tena los ojos hmedos. Valeiras, hacindose cargo de la situacin, me sac del aposento.
CAPTULO XXII
Los trmites de mi embarco fueron prolijos y costossimos. Algunas veces pens que mi viaje iba a fracasar sin remedio. Pero Valeiras era de los que se crecen frente a los obstculos. Implor, amenaz, discuti, reg las oficinas con dinero. Mat a mi padre, resucito a mi madre y me encaj media docena de hermanos en los documentos, para que pudiese zafarme como hijo de viuda y sostn de unos infelices huerfanitos A los dos das estbamos de vuelta en Auria, con todo arreglado. Las tas lloraron cuanto hay que llorar y ya no volvieron a conciliar el sueo, planchando, repasando ropa da y noche, besndome como quien besa a un moribundo. Me llenaron un bal que, por cierto, dej en casa de Amadeo de frutas, quesos y cecinas, como si fuese a partir para Amrica en una carabela, me colgaron estampas, escapularios, medallas que me ponan bajo el patronato de cuanto santo hay en la Corte celestial. No intent la menor protesta cuando me dijeron, la vspera de la partida, que haramos una confesin y comunin en la catedral. Aquella vez transig con que la comunin fuese en la capilla del Santo Cristo. Cuando salimos del templo, quise ir a despedirme de don Jos de Portocarrero, a quien ya haba anunciado mi visita. Estaba postrado en la cama, rgido como un cadver petrificado. Volvi hacia mi los ojos y comprend que estaba ciego. Cancelando todas las distancias me acerqu a l y le pas la mano por la frente. M ovi los labios emitiendo sonidos borrosos. Grtele, no oye casi nada! me indic doa Blasa con su frialdad, por lo visto, incurable. Soy yo, Luis Torralba, que vengo a despedirme! M e marcho para Amrica! Su signo de asentimiento no pas de un esbozo. Me arrodill al lado de la cama y le bes la mano. Hizo ademn de incorporarse y el ama acudi en su auxilio, levantndolo un poco, tieso, como si no tuviese articulaciones. Luego, comprendiendo su idea, le ayud a alzar el brazo derecho, lo poco que se poda, y ella misma gui la bendicin. Su mano estuvo un momento posada sobre mi cabeza. Cuando me levant, tena en los labios algo que bien poda ser una sonrisa. Amadeo estuvo todas aquellas horas sin separarse de m ni un momento. Hablaba a borbotones y fumaba sin tregua. Chico, a fin de cuentas, uno es una bestia sentimental! Me quedo sin ti y adems se me queda esta ciudad sin argumento Ten cuidado con aquellas tentaciones! No falsifiques tu espritu. Qu vale ms, todo el dinero de Amrica o media docena de hombres de la historia? Ten el valor de mandar en tu miseria cuando el precio de la hartura sea tu desfiguracin Hablo de tu figura espiritual. De la otra, de la social, no digo nada; es categora y espejo de los badulaques Chico, pues no tengo ganas de llorar? Qu incorreccin incalificable! No hay duda, uno es una bestezuela sentimental; hay que estar siempre alerta El da de la partida vino, muy de maana, a mi casa, a mi cuarto. Estaba muy demacrado. Me abraz largamente, en silencio, y se fue. No le vi ms
Cuando el tren iniciaba la bajada del Ribeirio, ltimo punto desde el cual se ve la ciudad en su conjunto, me fui al pasillo del tren. Los chicos quisieron seguirme y o que la madre les deca, sofocando la voz: Djenlo solo, ahora A medida que el valle iba hundindose tras las colinas, me fue venciendo una tristeza tan pesada que semejaba quererme asfixiar. Saba muy bien que, tras la curva de la farola, sera el final. El llanto empez a desatrseme con un fluir lento, caliente Yo no haca el menor esfuerzo por contenerlo ni senta el menor pudor de que me viesen llorar. Lo ltimo que iba quedando en el horizonte era la torre grande de la catedral, enhiesta, poderosa, feudal casi. Pero tambin ella iba hundindose, borrndose. Al final brillaron en la atmsfera los hierros de su cruz como un pectoral puesto sobre el pecho del cielo. Dame tu fortaleza, dame tu impasibilidad! murmur. Y luego, todo desapareci tras una espesa cortina de pinares. Pero yo me qued con la frente pegada a los vidrios. Luis! Era la voz de Ruth, a mi lado, casi en mi nuca. No contest. Sent que su mano me tomaba la cabeza y me la volva hacia la direccin de la marcha del tren. Sonrea con una plenitud que me hizo avergonzarme. Los hombres no miran hacia atrs, sino hacia adelante Ruth me contamin de su sonrisa.
EDUARDO BLANCO AM OR. (Orense, 14 de septiembre de 1897 - Vigo, 1 de diciembre de 1979) fue un escritor y periodista espaol, que escribi tanto en gallego como en castellano. Su padre abandon el hogar familiar cuando Eduardo slo contaba tres aos. En 1915, a la edad de diecisiete aos, empez a trabajar como secretario de direccin en El Diario de Orense. Durante esta poca frecuent las tertulias de Vicente Risco, figura que tuvo una importancia decisiva en su futura defensa y promocin de la cultura gallega. En 1919, para escapar del servicio militar obligatorio, emigr a Buenos Aires (Argentina), donde continu en contacto con intelectuales gallegos de la emigracin, tomando parte activa en la Federacin de Sociedades Galegas, fundada en 1921, que pretenda aglutinar a todos los inmigrantes gallegos. En 1923 fund con Ramiro Isla Couto la revista Terra, en lengua gallega. Ms adelante particip tambin en otra publicacin galleguista, Cltiga. En 1926 entr a formar parte del diario argentino La Nacin, donde conoci a escritores argentinos como Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Borges, Sabato y M allea. En 1927 inici su carrera literaria, con la novela Os Nonnatos, a la que sigui, al ao siguiente, el libro de poemas Romances Galegos. En 1928 regres a Galicia como corresponsal del diario La Nacin. Durante este primer regreso conoci a Castelao y a varios intelectuales del Partido Galeguista y el grupo Ns, y escribi Poema en catro tempos, que publicara posteriormente en Argentina en 1931. Desde Buenos Aires colabor ms tarde con la revista Ns con varios poemas y tres captulos de su novela inconclusa A escadeira de Jacob. Volvi a instalarse en Espaa como corresponsal de La Nacin entre 1933 y 1935, y conoci en Madrid a Federico Garca Lorca, homosexual como l y al que le uni una gran amistad; Blanco fue
quien public los Seis poemas galegos (1935) de Lorca. Defendi desde Argentina la legalidad republicana cuando se produjo el estallido de la guerra civil espaola. Durante los 20 aos siguientes utiliz en exclusiva el castellano en su obra literaria, con obras como Los miedos (1936) o La catedral y el nio (1948). En 1956 regres al gallego con Cancioneiro, y en 1959 public una novela de gran importancia para la renovacin de la narrativa gallega, A Esmorga. En Buenos Aires fund y dirigi el Teatro Popular Galego. Tambin fue director de la revista Galicia, publicada por el Centro Gallego de Buenos Aires. Regres a Espaa en 1965, y public otra obra que tuvo gran repercusin, el libro de cuentos Os biosbardos (1962). Su ltima etapa fue muy fecunda, a pesar de ser postergado por la cultura oficial: en 1970 dio a luz una nueva edicin de A Esmorga, y en 1972 apareci la extensa novela Xente ao lonxe. En sus ltimos aos prest gran atencin al gnero teatral, con obras como Farsas para Tteres (1973) y Teatro pra xente (1974). Falleci en Vigo el 1 de Diciembre de 1979. Sus restos descansan en el Cementerio de San Francisco (Orense). En 1993 se le dedica el Da das letras galegas Muchas de sus obras narrativas (A Esmorga, Xente ao lonxe, Os biosbardos) se desarrollan en una ciudad ficticia, Auria, trasposicin literaria de su Orense natal. Los crticos han encontrado en sus ficciones ecos de autores como Valle-Incln o Ea de Queiroz. Obra en gallego Os Nonnatos (narrativa, 1927) Romances galegos (poesa, 1928) Poema en catro tempos (poesa, 1931) A escadeira de Jacob (narrativa, inconclusa) Cancioneiro (poesa, 1956) A esmorga (prosa, 1959). Traducido al espaol: La parranda (1960). Os biosbardos (cuentos, 1962). Traducido al espaol: Las musaraas (1975) Xente ao lonxe (narrativa, 1972). Traducido al espaol: Aquella gente (1976) Farsas para tteres (teatro, 1973) Teatro pra xente (teatro, 1974) Poemas galegos (poesa, 1980) Proceso en Jacobusland (Fantasa xudicial en ningures) (teatro, 1980) Castelao escritor (Ensayo 1986) A Contrapelo (Ensayo, 1993) Obra en castellano
Horizonte evadido (poesa, 1936) En soledad amena (poesa, 1941) La catedral y el nio (narrativa, 1948) Chile a la vista (ensayo, 1950) Las buenas maneras (ensayo, 1963) Los miedos (novela, 1963)
Notas
[1]
[2]
Golondrina<<
[3]
Gaviln<<
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[5]
Nunca vinieron aqu sin traer calamidades, como la sombra del mochuelo. Brujas! Lenguas ponzoosas!<<
[6]
Y cmo usted, alma de cntaro, no sabe que andan por ah culpndola del asunto ese de la Pelana, diciendo que fue en esta casa donde se dieron los cinco duros para emborrachar a Xel, el sereno, y que dejase entrar a las mujeres en la catedral? Y todava las defiende!<<
[7]
Vaya, mi hombrecito! Gracias al Seor que te veo. Ni siquiera has venido a darme un beso y a ensearme el traje nuevo.<<
[8]
Qu tiene, qu tiene! Todos tenemos algo en esta vida, nio mo. As Dios me salve, que a nadie le faltan alifafes. Toma este vasito de leche para que vayas matando el hambre, que si te doy ms luego no tendrs apetito.<<
[9]
Desde que uno se hace viejo nadie le hace caso, mi hombrecito. Pero ya saba yo que vendras a verme<<
[10]
Dame aqu un beso ahora que vienes hecho un santo. Yo no soy de las que ando con pamplinas, como las culipavas de tus tas, pero como quererte te quiero bien, como quise a tu madre, como os quise y os quiero a todos tanto como a la luz de estos ojos, que ya casi no te ven.<<
[11]
Pasa que os tengo ley, que le tengo ley a esta casa, ahora tan desgraciada<<
[12]
Ay, mi hombrecito, ojal que nunca hubieras crecido, para no tener que saber las cosas de esta vida!<<
[13]
Mi hombrecito, la vieja Quina se goza mucho de verte tan cumplido de cuerpo tan bien hecho y tan juicioso en este da en que recibiste al Seor. Tambin yo tengo para t un regalo. Ah lo tienes!<<
[14]
Welinton<<
[15]
Gurdala para la cadena del reloj, cuando seas grande y no digas nada a nadie, mi bien Estas onzas, y muchas ms, las trajo mi padre de Cdiz donde estuvo, cuando soltero, en la guerra de los gabachos, con don Belintn. Contbase que se las quitaron a los franceses, que las robaban en los monasterios Y algunas todava me quedan para cuando me case! Y eso que mis parientes venteaban por ellas como perros perdigueros, los condenados Ji, ji!<<
[16]
Pregntaselo a ella, mi hombrecito, que demasiado sabes que estoy sorda y casi no veo.<<
[17]
[18]
[19]
Ay, mi hombrecito, en esta casa entr el enemigo, Dios me lo Santo Padre perdone! El Seor me perdone, pero creo que sera mejor morir!<<
[20]
A ver, di conmigo.<<
[21]
[22]
No te suelto aunque llames a quien llames. Di conmigo pero sin mal genio ni soberbia.<<
[23]
[24]
Vedla llegar, vedla llegar, tan erguida tan milagrosita, con paso tan ledo que semeja una Nuestra Seora, una Nuestra Seora de hierro. Tras ella no vienen abades ni clrigos; mas llega la hartura. la Luz y el progreso! que la mquina es el Cristo de los tiempos nuevos*. * En la llegada a de la primera locomotora M . Curros Enrrquez. Aires da mia terra.<<
[25]
Prisciliano.<<
[26]
[27]
[28]