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Introducción
"Cuando era joven y libre, y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Cuando
me volví más viejo y sabio descubrí que el mundo no cambiaría, así que acorté mis anhelos un poco y
decidí cambiar sólo mi país. Pero este también parecía inmutable. Cuando entré en el ocaso de mi
vida, en un último y desesperado intento decidí sólo cambiar mi familia, a los que estaban más cerca
de mí, pero igualmente ellos no cambiarían. Y ahora, mientras me encuentro en mi lecho de muerte,
repentinamente me doy cuenta: Si hubiera podido cambiarme a mí mismo, entonces por el ejemplo
habría cambiado mi familia. Por su inspiración y valor hubiera entonces podido cambiar mi país, y a lo
mejor hubiera podido cambiar al mundo" (Canfield/Hansen, "Comienza Contigo Mismo," Sopa de Pollo
para el Alma, 72)
Hoy día, la importancia y el valor de la persona, quién ella es interiormente, y su necesario desarrollo
personal permanente, son resaltados en todos los ámbitos de la vida. Se reconoce más y más, fuera
de los círculos eclesiásticos, que los beneficios del desempeño de funciones, tareas, trabajos y más
específicamente, de métodos y técnicas en cualquier campo del accionar humano dependen
directamente de la calidad de persona que los ejerce, o sea, de su carácter.
"Generalmente, carácter puede ser comprendido como el patrón de conducta que persiste en el
tiempo y 'caracteriza' o 'define' a una persona. El carácter de una persona indica los rasgos y hábitos
persistentes de un individuo. Específicamente, el carácter comúnmente se refiere al comportamiento
moral de una persona con relación a su patrón de conducta que intenta hacer el bien o el mal a otras
personas" (Cully/Cully, Encyclopedia of Religion Education, 106). Por lo que el carácter de una
persona, tiene que ver con patrones de conducta, lo que nos caracteriza o define individualmente,
rasgos persistentes, hábitos, hacer el bien o el mal a otros.
En este sentido el carácter es algo que emana del interior del ser humano pero que se evidencia o se
refleja en sus actos exteriores, aunque los actos visibles ante otros puedan ser malinterpretados. A
pesar de que no podemos o no debemos separar el "ser" del "quehacer," lo que hacemos —la
conducta, la realización de cualquier tarea—según las Escrituras, fluye o emana de nuestro carácter
(corazón = centro espiritual de decisiones, que incluye el intelecto y la capacidad de escoger), nuestra
calidad de persona interior y moral. Dicho de otra manera, "la imagen moral de Dios en el ser humano
tiene que ver con las disposiciones y las tendencias que aloja en su corazón. Forman parte del
carácter o la calidad de la persona, se trata de la corrección o la incorrección con que haga uso de los
poderes que le han sido otorgados. Otorga al ser humano su naturaleza moral, y hace posible que
posea santidad de carácter" (Purkiser, Explorando la Fe Cristiana, 223). Por lo tanto, todos estos
rasgos arriba mencionados tienen que ver con nuestros fundamentos, los cimientos que nos sostienen
en el transcurso de la vida.
En este sentido, si la persona procura mejorar y desarrollarse como tal, no sólo podrá realizar su labor
con mayor eficacia sino que estará nutriendo la misma fuente, su propia persona, que en última
instancia es lo más significativo que puede compartir con y aportar a otro ser humano. Tomemos dos
ejemplos del mundo no-cristiano, uno del ambiente empresarial y otro del campo de la educación.
1. David Fischman en su libro El Espejo del Líder sostiene constantemente que el problema
mayor del hombre o la mujer de negocios es que por lo general funciona en base del egoísmo,
la competitividad y el logro personal a toda costa, que a final de cuentas, le lleva al estrés y a
la insatisfacción personal lo que le impulsará a cada vez más y mayores logros. En el prólogo
de este libro nos dice:
Un ejecutivo estresado no sirve de mucho y, en realidad, sólo llega a ser una pérdida para sí
mismo y su empresa. 'Soy trabajólico', es una afirmación que quizá muchos han usado
sinceramente –las más de las veces– en sus entrevistas de trabajo, otorgándole a esa
deliciosa manía de trabajar –para que lo vamos a negar– el carácter de valor agregado al
producto, de plus a ese ejecutivo calificado. No obstante, olvidamos en forma constante que el
principal activo de nosotros mismos y de nuestras compañías es un gerente sano, con la
mente despejada y los sentidos intactos, listo para reaccionar frente a cualquier imprevisto (p.
14).
Fischman también afirma que "nos es imposible dirigir a otras personas si primero no nos
podemos dirigir a nosotros mismos" (p.20). Este libro se inicia con los conceptos de liderazgo
personal donde el autor profundiza los temas del equilibrio, control del ego, despego y
responsabilidad. Este autor no–cristiano sugiere que los empresarios para realizar su trabajo
efectivamente necesitan estar mirando constantemente a su "espejo interior," su persona
interior, para remover los obstáculos internos, "quitarse las máscaras" y luego orientar su
profesión al servicio y amor hacia los demás.
por importante que pueden ser los métodos, lo más práctico que podemos adquirir en
cualquier tipo de trabajo es la perspectiva de lo que está pasando en nosotros al realizar una
tarea. Entre más familiarizados estemos con nuestro terreno interno, más segura será nuestra
enseñanza y nuestra vida...la buena enseñanza no puede ser reducida a la técnica; la buena
enseñanza proviene de la identidad e integridad del maestro(a)...al conocer más sobre
quiénes somos podemos aprender técnicas que revelen en vez de ocultar la persona de la cual
la buena enseñanza procede (Ibíd., 5, 10, 24).
Este autor insiste que la pregunta más importante en la educación "secular" hoy es sobre
¿quién es el ser que enseña? Persiste en esta pregunta subrayando que "...es la pregunta en
el corazón de mi vocación. Creo que es la pregunta más fundamental que podemos hacer
sobre la enseñanza y sobre aquellos que enseñan -para el bien del aprendizaje y de aquellos
que aprenden. Al contestarla abierta y honestamente, solos y juntos, podemos servir a
nuestros estudiantes más fielmente, enriquecer nuestro propio bienestar, hacer causa común
con nuestros colegas, y ayudar a que la educación traiga más luz y vida al mundo" (p. 7).
Sin embargo, esta es una verdad que la fe cristiana siempre ha proclamado pero que en años pasados
ha sido olvidada e ignorada, pues quiénes somos en nuestro interior, inevitablemente se reflejará en
cómo hacemos las cosas cotidianas y especialmente en momentos de tensión y en el ejercicio del
poder en la iglesia.
Por eso, la fe cristiana enfatiza el cambio interior en la conversión y los cambios posteriores y
continuos al aceptar a Cristo como el Señor (dueño absoluto) de nuestras vidas introduciéndonos
al discipulado cristiano. De esa manera, le vamos permitiendo a Dios que nos imparta y refine
sus virtudes espirituales en nosotros, imprima en nosotros sus motivaciones y estilo de vida de
siervo (esclavo) en nuestras vidas y ministerios, que vaya moldeando nuestro carácter, haciendo
necesario un discipulado comprometido para toda la vida. Es a partir de esta forma de ser y de
ser transformados profunda y radicalmente que atraemos a otros a Cristo, y luego les podemos
compartir con autoridad "la esperanza que hay en nosotros".