Literatura Cinematográfica
Literatura Cinematográfica
Literatura Cinematográfica
Rafael Utrera
A mi madre [9]
Introducción
[11]
La consideración del Cine como arte, medio expresivo capaz de
ofrecer una estética propia tras la que se condensan éticas e
ideologías, ha obligado a analizar y explicar sus elementos
sustanciales partiendo de lo fílmico en concreto o de lo
cinematográfico en sus múltiples implicaciones. Tanto lo uno como
lo otro desarrollan una fenomenología que, lejos de empezar y
terminar en sí misma, establece conexiones con otras ramas de la
Ciencia y del Arte. Tales interrelaciones fecundan cada uno de
estos campos de conocimiento como se observa por los resultados
y conclusiones obtenidos. Se situaría aquí la materia interdisciplinar
que vincula Literatura y Cinematografía. En una primera
aproximación, el guión constituiría el nexo entre ambas; pero las
conexiones no sólo son más amplias sino múltiples y afectan tanto a
la faceta industrial del Cine como a la evolución estética de cada
arte, tras mediatizarse o enriquecerse mutuamente. Abordar
algunos planos de tales realizaciones debe suponer una
aproximación tanto a lo cinematográfico como a lo literario para
desembocar en una zona común. Volviendo la vista atrás, puede
comprobarse que la terminología y métodos críticos usados por la
investigación cinematográfica proceden en su mayor parte de la
literaria, antes que, por ejemplo, de la pictórica o la fotográfica, artes
con las que el Cine también se emparenta. [12]
Desde nuestra atalaya de espectador cinematográfico y lector de
la obra literaria hemos podido advertir en los últimos años un
vehemente deseo de encontrar terminología y metodología propias;
aludimos a la consecución de un lenguaje pertinente como medio
de explicación de una obra tan compleja como el hombre, por
compendiar aspectos humanos, políticos, históricos, etc. La
continua búsqueda, pues, de un método, nacido en la Semiología
general, ha empezado a aportar explicaciones científicas y propias
a la esencia del hecho cinematográfico y a la heterogénea
composición de su discurso. Que dichas explicaciones recurran a
diversas áreas culturales está a la vista del investigador: superadas
las posturas que se alineaban en los dos frentes llamados
«idealismo» y «realismo» (sombras de André Bazin y Guido
Aristarco planeando sobre tantos de nosotros), el discurso crítico
cinematográfico acude a otros modelos tales como la corriente
psicologista, con escasos seguidores aunque notables ejemplos, la
estructuralista, con acusada influencia de Christian Metz, sobre
todo, y Nazareno Tadelei, y de aquí, con los precedentes de
Marcuse y Adorno, la «nueva concepción marxista del arte»,
avalada por los criterios de Nicos Poulantzas y Louis Althuser,
cuyos seguidores han analizado lo cinematográfico bajo las
perspectivas generales de los «aparatos ideológicos de Estado».
Las citadas escuelas han dejado sentir su influencia en la
bibliografía y hemerografía española de los últimos años.
Nada de ello le ha sido ajeno al estudio de la relación Literatura-
Cinematografía; como ejemplo, este libro, variado en su
composición, absorbe una metodología polivalente y diversa según
las exigencias de cada bloque estudiado. Todo él se vertebra sobre
el binomio antes apuntado, en unos casos para abordar un tema
escasamente tratado con anterioridad como es el de la lexicografía
cinematográfica documentada literariamente y, en otros, para
ofrecer una opinión personal sobre un aspecto, de un escritor, de un
realizador (Buñuel, Pasolini, etc.), más allá de su ingente
bibliografía.
El apartado «Presencia del Cine en la Literatura y de la
Literatura en el Cine» se completa, tras ofrecer los usos y
significados de la nomenclatura cinematográfica en escritores
españoles, con unas «entrevistas-encuentros» (alguna ya histórica,
como la dedicada a Jorge Guillén) donde autores contemporáneos
explican la incidencia del «séptimo arte» en su poesía, en su
novela; con comentarios a las adaptaciones literarias tal como se
han ofrecido en la pantalla; con la variada utilización de referentes
cinematográficos en la narrativa; con, en último término, el
comentario [13] crítico o la información filmográfica sobre algunas
películas realizadas por escritores. El bloque titulado «Una cierta
mirada sobre la pantalla» ofrece, primero, una lectura de
secuencias, en dos filmes famosos, bajo las perspectivas del
análisis lingüístico y, a continuación, unos comentarios literarios a
un puñado de películas que, por diversas circunstancias, permiten
establecer conexiones entre Cine-Literatura al presentar ideas
expresadas por códigos distintos. Nuestro trabajo ha pretendido
abundar en campos comunes de artes diferentes para poder
enjuiciar su verbalidad e iconicidad en mutua relación o
dependencia. [15]
-I-
Presencia del cine en la literatura y de la literatura en el cine
[17]
1. Taxonomía cinematográfica
Usos y significados en escritores españoles
El objeto de este trabajo se centra en el estudio de una parcela
de la terminología técnica manejada por los profesionales del cine y
la utilización que de ella han hecho los escritores españoles de una
determinada época.
Debe nuestro estudio delimitar:
" Espacio: España
" Tiempo: Desde 1900 a 1955
Teniendo esto en cuenta, comprobamos la incidencia de un
vocabulario técnico en la lengua literaria, generalmente con tema
cinematográfico, de dramaturgos, poetas, novelistas y ensayistas
cuyas publicaciones han visto la luz en las fechas arriba apuntadas.
No creemos que sea de nuestra competencia plantear si se trata
o debe tratarse de un «vocabulario» o de un «léxico». Nos vemos
obligados a manejar exclusivamente aquellos términos que, más o
menos repetidamente, fueron incorporando los literatos en sus
obras cuando el tema tratado se lo exigía. Estudiamos e
inventariamos, pues, términos encontrados en el dominio de la
literatura. Obviamente no se trata de un inventario exhaustivo sino
de un «vocabulario» especial, expresión de un campo particular de
significados, manejado por emisores no cualificados (ni técnicos),
perteneciente a un «léxico» total.
En estos términos, como en el léxico general del cine, pueden
establecerse tres niveles diferentes:
a) Voces propias de la terminología
Son las creadas por los especialistas para referirse a acciones,
profesiones, herramientas, etc. por ejemplo, «filmar». [18]
b) Voces de la lengua común
Algunas voces se matizan con significados específicos; por
ejemplo, «director».
c) Voces jergales
Forma un subsistema dentro del vocabulario más común. No
tiene especial relevancia en este estudio; por ejemplo, «interlock».
Las designaciones hacen referencia a:
a) Aparatos: Pantalla, película
b) Personas: Director, estrella
c) Acciones: Filmar, enfocar.
Al hacer el estudio de cada término nos referimos a los
«neologismos» y a los distintos tipos que pueden darse: por
afijación, por cambio de categoría, por composición y por
modificación de su valor significativo. Del mismo modo se alude a
los préstamos y a su lugar de origen; son, generalmente, términos
tomados del francés y del inglés. Francia es la cuna del cine y
Estados Unidos el país de más influyente industria cinematográfica.
Menos poderosa es la incidencia del italiano, que suele aportar
términos del lenguaje teatral. Parece ser que los términos
procedentes del inglés no sufren especiales modificaciones
mientras que los del francés se adaptan con más facilidad tanto en
lo ortográfico como en lo morfológico.
Autores consultados
Creemos que son dos los momentos de la Historia del Cine que
tienen un especial significado y una decisiva influencia sobre la
lengua común y, como en este caso, sobre la literaria: 1896,
nacimiento y posterior industrialización del cinematógrafo: y 1929,
momento de su sonorización. La formación de una industria, lleva
aparejado la creación de un vocabulario técnico que lentamente se
deja sentir en la lengua cotidiana, en el periodismo primero y en la
literatura después.
Los autores consultados (muy numerosos) y los citados
pertenecen a la nómina de modernistas y noventayochistas en su
mayoría, a sus coetáneos, de quienes siempre se ha mantenido (en
afirmaciones poco rigurosas y menos científicas) que no se
ocuparon del cine, del mismo modo, se citan a algunos miembros
de la llamada «generación del 27»; también a algunos académicos
de épocas más recientes que, en encuestas específicas, [19] se han
pronunciado sobre nuestro tema de estudio. Se alude a
continuación a: Azorín, Pío y Ricardo Baroja, Benavente, Rubén
Darío, Blasco Ibáñez, Valle Inclán, Menéndez Pidal, los Álvarez
Quintero, Zamacois, Ramiro de Maeztu, Manuel Machado,
Villaespesa, Marquina, Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes,
Martín Luis Guzmán, Federico García Lorca y Julio Casares.
Hemos partido de los usos generalizados en la actualidad y de
su correspondiente sanción, si es que la hubiera, en el Diccionario
de la Real Academia (en lo sucesivo DRAE) o de las definiciones
dadas por libros o diccionarios técnicos (en tal sentido hacemos
pública nuestra deuda con el «Vocabulario de cine y televisión», de
M.ª Victoria Romero Gualda) para, a continuación, precisar los usos
y significados manejados por nuestros escritores. La selección de
los términos se hace en base a la novedad que representaba en tal
época, a las connotaciones y valores añadidos a su discurso, a las
desviaciones que suponen para con la norma.
Cinematografía
Derivado culto del anterior, se utiliza habitualmente para hacer
referencia al «arte de representar imágenes en movimiento por
medio del cinematógrafo» (RAE); su significado se precisa
contextualmente por ir acompañado del adjetivo referente al lugar o
país, así:
«... artistas que trabajan ordinariamente para la cinematografía
francesa» (Blasco Ibáñez, Novelas de la Costa Azul, O. C., III, 346).
Cinematografiar
Derivado culto del citado «cinematógrafo», dice de él DRAE:
«impresionar en una película cinematográfica escenas, paisajes,
personas o cosas en movimiento».
«Cómo los americanos cinematografían una novela» (Blasco
Ibáñez, Novelas de la Costa Azul, O. C., III, 346).
Cinematográfico-a
Adjetivo relacionado con los compuestos cultos anteriormente
citados. DRAE: «Perteneciente o relativo al cinematógrafo o a la
cinematografía».
Muy tempranamente lo encontramos utilizado en la literatura por
Blasco Ibáñez, hacia 1900 (tres años después de la industrialización
del cinematógrafo) el escritor decía:
«... sobre este telón destacábanse como visión cinematográfica»
(Entre naranjos).
Y posteriormente: «Yo admiro el arte cinematográfico -llamado
con razón el séptimo arte-, por ser producto legítimo y noble de
nuestra época» (El paraíso de las mujeres, O. C., II, 1633). [22]
Como tal adjetivo, los escritores lo han aplicado al sustantivo
«teatro» y «novela», acuñando sintagmas, inusuales hasta el
momento, que son buena prueba de las relaciones e interferencias
entre estas artes y géneros; así:
«Se defiende el teatro predominantemente escénico o plástico
-nosotros diríamos cinematográfico- y casi el teatro mudo...»
(Unamuno, Teatro y Cine, VII, 711).
«Repito que jamás pensé que mi novela cinematográfica pudiera
convertirse en volumen impreso» (Blasco Ibáñez, El paraíso de las
mujeres, O. C., II, 1637).
Incluso podemos encontrar la utilización del sentido peyorativo,
buena prueba de que el cinema era considerado como espectáculo
de público ingenuo por quienes se resistían a entenderlo como un
nuevo arte:
«Y unos burgueses
contemplan con un gesto admirativo,
los cinematográficos y altivos ademanes
de este gran don Ramón de las barbas de chivo...»
(«Don Ramón María del Valle Inclán», de Ramón Gómez de la
Serna, Ed. Espasa Calpe, pág. 85. El recitado y los versos son del
poeta Villaespesa).
Cinematografista
Sustantivo de agente. No aparece recogido en el DRAE. Designa
a la persona que cinematografía.
«Pero si a algún cinematografista se le ocurriera sacar de alguno
de ellos (novelas y dramas) una película» (Unamuno, O. C., La
Literatura y el Cinema, VII, 716).
María Victoria Romero dice que el término no ha tenido éxito «y
se ha visto desbancado por el de operador». Querría decir esto que
se ha producido una restricción del significado, puesto que
Unamuno (como otros muchos autores) lo refieren a cualquier
actuante en quehacer cinematográfico y no exclusivamente al
técnico citado.
Cinema
En una primera segmentación, «cinematógrafo» originó la
palabra «cinema», como sinónimo de ella. Utilizada en todas las
épocas, se [23] afianzó vigorosamente y con prestigio en la
literatura de la generación del 27 y coetáneos.
Derivada de esta palabra surgió «cinemista», de muy poco
arraigo en el vocabulario de los escritores; el libro de S. Micón la
incluyó en el título: «Manual del Cinemista».
«Cinema quiere decir movimiento, y en esta época cinemática
-cinematográfica- se nos habla del dinamismo confundiendo la
«dynamis», la fuerza, con el cinema, el movimiento» (Unamuno,
Etimologías, O. C., VII, 1502).
Como compuesto de «cinema» hemos encontrado:
Cinemacolor
Fue utilizado por los primeros críticos de cine para referirse a los
colores pintados sobre las cintas, cuando el «cine en color» era
poco menos que un deseo.
«Una cinta de cinemacolor es una serie de cuadros coloridos...
(Martín Luis Guzmán, Frente a la pantalla. A orillas del Hudson,
Méjico, Ed. A. Botas, 170).
Cinemático-a
El DRAE dice de Cinemática: «Parte de la mecánica, que estudia
el movimiento prescindiendo de las fuerzas que lo producen». Salvo
su lexema etimológico no hay relación con «cinematógrafo»; sin
embargo, los escritores han utilizado abundantemente este término
dentro del campo semántico que estudiamos.
Unamuno, en un artículo sobre el divorcio dice: «... da un acierto
picante a una nueva aventura matrimonial. Esto es muy
cinemático».
Y Manuel Machado, en su época de crítico teatral decía: «Más
que cromática, más que fonética, la vida es cinemática» (La
cuestión del Cinematógrafo, El Liberal, 23-11-1917). Y volviendo la
oración por pasiva, el propio autor, años más tarde opinaba: «El
encanto esencial de la Cinemática es la vida» (La Libertad, 13-V-
1934).
Blasco Ibáñez, autor con tanta literatura escrita para ser
cinematografiada, al biografiar a la estrella de la pantalla escribe:
«Las primeras veces que fue protagonista de historias cinemáticas
se pintó el rostro de blanco» (Piedra de Luna, O. C., III, 806). [24]
Más recientemente, Azorín, en su pasión de senectud (ir al cine),
y cuando ya estaba la terminología cinematográfica delimitada
escribe: «Pantallistas, cinemáticos y guionistas deben saber -y si no
nada saben- que no se trabaja para la pantalla como en la escena»
(El efímero cine, Afrodisio Aguado, Madrid, 21).
Cinematófilo, Cinematófobo
Derivado de «Cinema» que encuentro usado por Pío Baroja en
su presentación de la película Zalacaín el aventurero:
«El mundo literario y artístico se puede dividir, según algunos, en
dos grupos: amigos del cine y enemigos del cine; cinematófilos, a
un lado: cinematófobos, al otro». («En torno a Zalacaín», La Gaceta
Literaria, n.º 53, Año 1929).
Cine
El DRAE dice: «Cine. m. cinematógrafo. 2. Técnica, arte e
industria de la cinematografía. Mudo. Aquel en que la proyección es
silenciosa, sin acompañamiento de sonidos ni voces. Sonoro. Aquel
en que a la vez se habla, canta o suenan instrumentos, ruidos, etc.»
Nueva segmentación del primitivo «Cinematógrafo» y luego
«Cinema». Forma de gran arraigo popular. Está documentada muy
tempranamente, alternando en los escritos de los literatos como
sinónimo de las formas anteriores. Valores polisémicos.
En las primeras críticas cinematográficas del ensayista Alfonso
Reyes (en la revista España, dirigida por Ortega y Gasset), que
firmaba con el pseudónimo de «Fósforo» (al igual que Martín Luis
Guzmán), se encuentra indistintamente «cinematógrafo», «cinema»
y «cine» para referirse al fenómeno espectacular y artístico así
como al local:
«... al aire libre calmará con sus luces verdes vuestra
sensibilidad fatigada» (O. C., Simpatías y diferencias, Ed. Fondo de
Cultura Económica, Méjico, 1966, IV, 222).
Unamuno lo usa para aludir al cine «sonoro y hablado»:
«Como los abonados al cine parlamentario creen que se debe
hablar para divertirles» (Recuerdos e intimidades. ¡Que piensen,
que piensen!, 26-XII-1914). Por la fecha, puede deducirse que los
adjetivos entrecomillados [25] hacen referencia a los pianos y
charlatanes que amenizaban las sesiones cinematográficas.
Cineasta
Sustantivo de agente. De los diecisiete sustantivos arriba
mencionados, siete significan «persona relacionada con»; de ellos,
sólo «cineasta» es recogido en DRAE, que define: «persona que
tiene una intervención importante en una película cinematográfica;
como actor, director, productor, etc.» Hoy, en lenguaje
especializado, este término se usa exclusivamente para referirse a
los directores, es decir a los autores de la obra cinematográfica, a
quienes se les considera responsables últimos del filme.
Azorín maneja el término en su sentido más amplio:
«Viene de Madrid un grupo de cineastas para hacer la película
de Don Quijote» (El efímero cine, 112) pero tiene una especial
tendencia a referirlo en exclusiva a actores y actrices:
«Cada actor, cada cineasta, tiene su tono» (El cine y el
momento, Biblioteca Nueva, 30).
«Silvia Salvia, cineasta, bonita, expresiva» (El efímero cine,
112).
«Los cineastas. Estudie el cineasta su propio rostro» (El efímero
cine, 49).
Con el mismo significado parece usarlo Ricardo Baroja, actor
ocasional del primer cine hablado, quien escribió sus memorias
cinematográficas al regresar de los estudios franceses:
«En su taller nos reuníamos algunos cineastas fracasados»
(«Arte, Cine y Ametralladora», Diario Ahora, 30-IV-1936).
Como compuesto de «Cine» han usado ocasionalmente los
escritores:
Cinedrama
Usado como sustantivo por Menéndez Pidal cuando explica el
teatro de Lope de Vega y a éste como precursor de las «empresas
cinematográficas»:
«Es un verdadero cinedrama, superior a los modernos, claro es,
por no desarrollarse sobre la pantalla, sino en los versos... »
(Clásicos Castellanos, LXXI, 69). [26]
También Benavente, que adaptó y dirigió algunas películas de
producción propia, escribió una pieza de teatro llamada Vidas
cruzadas a la que subtituló «Cinedrama» (O. C., Aguilar, V, 409).
Manuel Machado en sus referencias cinematográficas a los
estrenos teatrales escribía: «En el espectáculo cinedramático
Christus, lo principal es absolutamente la película» («El secreto del
cine», El Liberal, 22-III-1917).
Cinta
El DRAE, en su 4.ª acepción, anota: «cinta cinematográfica,
filme».
Se usa como sinónimo de «película». Nuestros autores suelen
usarla dentro del sintagma «cinta cinematográfica»; cuando el
contexto lo permite, se prescinde del adjetivo.
«La cinta cinematográfica de la vida nos da una impresión
alegre» (Baroja, La caverna del humorismo, O. C., Biblioteca
Nueva, V, 391).
«Se mueven en el mundo misterioso de las cintas
cinematográficas» (Manuel Machado, «La cuestión del
Cinematógrafo», El Liberal, 1-XII-1916).
«Tres principios son necesarios para producir una buena cinta»
(Alfonso Reyes, O. C., pág. 206).
«Tema de que han abusado las cintas italianas» (autor y obra
citados).
Cortometraje
Aparece por primera vez en la vigésima edición del DRAE:
«Película cuya duración no es mayor de 30 minutos ni menor de 8».
Dentro del vocabulario analizado es uno de los casos en que la
composición se resuelve con un adjetivo más un sustantivo,
manteniendo ambos las formas plenas y formando el plural según
establece la norma. Ofrece alternancia gráfica en su expresión
escrita: «corto-metraje» y «cortometraje»; entre especialistas se
prefiere la segunda forma, aunque adquiere cada día más uso el
apócope «corto», presión de la lengua hablada que se hace sentir
en la escrita; es un caso de segmentación cuyo valor semántico se
mantiene plenamente.
Azorín, tal vez por no encontrarlo en el diccionario, se muestra
indeciso a la hora de escribirlo y lo hace separadamente: [27]
«Bien podría un productor artista urdir un corto metraje con estas
páginas de Flaubert» (El Cine y el momento, 51).
Decoupage
Préstamo. Galicismo. Sin adaptación ortográfica. Se trata de la
acción que se realiza sobre el guión para separar secuencias,
planos, elegir vestuarios, decorados, etc. Algunos estudiosos y
críticos lo emplean como sinónimo de guión y de guión de rodaje.
Tal vez un verbo adecuado para su traducción sea «desglosar».
En una encuesta realizada en la revista Primer Plano, los
académicos de la Lengua respondían:
- Julio Casares: «Acoplamiento».
- Eduardo Marquina: «Corte».
- Álvarez Quintero: «Pasaje».
(La terminología extranjera del Cine y su versión al castellano,
N.º 17, 9-II-1941).
Director
No aparece en acepción cinematográfica en el DRAE.
Los diccionarios especializados definen el término para referirse
al creador de la obra fílmica, quien es ayudado por el equipo técnico
y artístico, seguidor de sus decisiones. Alterna con la voz
«realizador», aunque ésta se aplica preferentemente en el campo
de la televisión.
En el cine anglo-americano se encuentra el término equivalente,
sin embargo en Francia se eligió «metteur en scéne» procedente
del habla teatral.
«El director del film debiera romper el molde» (Alfonso Reyes, O.
C., 212).
«La dirección artística había pensado en él» (S. y J. Álvarez
Quintero, «Con los ojos. Una película del Quijote», Los galeotes,
Madrid, 1938).
«El autor de una novela de que se hace la adaptación no tiene
sino una muy secundaria responsabilidad en los absurdos que
comete el «metteur en scéne». (A. Hoyos y Vinent, «Españolismos
y españoladas en el Cinematógrafo», ABC, 7-III-1928). [28]
«Nos decía el director... que hay tres cosas fundamentales en el
cine» (Azorín, El efímero cine, 137).
«Un pantallista, director de cine, ha creído representar el siglo
XIX -en su aspecto aristocrático- con escalinatas y columnas»
(Azorín, El efímero cine, 19).
Doblaje
Como en otros términos de este vocabulario aparece el sufijo
-aje, de procedencia francesa (doublage), con el significado de
acción.
DRAE: «Acción y efecto de doblar en el cine sonoro».
«Los doblajes españoles, sobre todo aquellos en que intervienen
Hugo Donarelli y Julio López Cañedo, son un verdadero acierto»
(Azorín, El efímero cine, 153).
Enfocar
DRAE: «Hacer que la imagen de un objeto producida en el foco
de una lente se recoja con claridad sobre un plano u objeto
determinado». Se trata de un significado propio de la óptica que
pasa a la cinematografía. Se forma sobre el verbo de base
sustantiva al que se le añade el prefijo en-.
«La cámara enfoca de abajo a arriba» (F. García Lorca. Viaje a
la Luna. Guión de cine), R. Utrera, García Lorca y el Cinema,
Edisur, Sevilla, 1982, pág. 126).
Escenario
Término procedente del habla del teatro. Calco del italiano. Los
técnicos del cine lo emplean indistintamente para indicar desde un
argumento a una continuidad o cualquiera de sus fases.
«La casa editorial de Nueva York no me pidió una novela, sino lo
que llaman en lenguaje cinematográfico un «escenario». (Blasco
Ibáñez, El paraíso de las mujeres, O. C., II, 1637).
Estrellas
Adaptación del americanismo «star». Por extensión se aplica
también a cualquier artista de otros espectáculos. [29]
«Artistas célebres en todo el mundo, que ostentan el título de
estrellas» (Blasco Ibáñez, Piedra de Luna, O. C., III, 801).
«Sus sensaciones, el cotidiano desnudo fotográfico de las
estrellas cinematográficas» (Unamuno, «Periódicos andantes»,
Ahora, 23-III-1933).
Estudio
DRAE: «Conjunto de edificios o dependencias destinado a la
impresión de películas cinematográficas o a emisiones de radio y
televisión».
Se utiliza muy abundantemente en plural.
«Los llamados 'estudios' donde se producen las obras
cinematográficas eran la verdadera industria de esta villa» (Blasco
Ibáñez, La reina Calafia, O. C., III, 201).
Ricardo Baroja, en sus citadas memorias cinematográficas, lo
nombra así: «Por curiosidad, fui al taller cinematográfico donde mi
amigo se arruinaba» («Arte, Cine y Ametralladora, Ahora, 30-IV-
1936).
Filme
DRAE: «Filme. Película cinematográfica». Este diccionario sólo
acepta la forma «filme». Préstamo del inglés.
Procedente del neologismo se forman:
- Nueve sustantivos: filme, filmo, filmación, filmaje, filmología,
filmólogo, filmador, filmografía, filmoteca.
- Un verbo: Filmar.
- Un adjetivo: Fílmico.
Los mecanismos empleados para la formación del campo
semántico son la derivación, con los sufijos -ción y -aje, y la
composición, con los elementos -grafía, -logía, -logo y -teca. Este
último término ha supuesto un caso de enriquecimiento semántico
en el compuesto «filmoteca» cuya polisemia oscila entre estos
valores: «colección de películas, lugar donde se guardan,
organización que las cuida y lugar donde se exhiben».
La forma «filmo», ajustada al subsistema de masculinos en -o,
no ha tenido éxito. «Filmaje» ha sido desplazado definitivamente
por «rodaje», sustantivo extraño a la serie comentada, para
designar acción y efecto de filmar.
Hemos encontrado curiosos usos y utilizaciones en los escritores
[30] consultados. El anglicismo debió plantear problemas de
adaptación; algunos lo escriben en femenino:
«La Unión de autores dramáticos alemanes trata ahora de
entenderse con los fabricantes de 'filmas'» (Ramiro de Maeztu, «El
problema del cine», Nuevo mundo, 15-V-1913).
«Y no poseyendo aún el arte de la film, lo tiene convertido...»
(Manuel Machado, La Libertad, Sep-Oct, 1920).
«... que tienen pretensión de complemento teatral de esta
célebre film» (Manuel Machado, El secreto del cine, El Liberal, 22-
III-1917).
También la formación del plural (filmes, films) acarrea dudas a
los novelistas.
«... muchos artistas célebres que había visto en los films
americanos y representaban ahora personajes de mi novela...»
(Blasco Ibáñez, Novelas de la Costa Azul, O. C., III, 346).
El mismo autor usa «escenario» (lo que prueba su acomodación
al lenguaje de Hollywood) como sinónimo de film:
«Las compañías cinematográficas desean mis libros para sus
escenarios» (Entrevista con el escritor publicada en el diario El Sol,
13-I-1920).
Una de las más curiosas utilizaciones literarias del término la
encontramos en Rubén Darío quien titula alguno de los apartados
de sus prosas «Film de París»; la temática de estas descripciones
es muy varia y sin aparente relación con el título. Es pues una
utilización metafórica que parece haberlo elegido por sugerente,
quizá por literariamente exótico; le sirve el término para adentrarnos
en esos relatos cortos que el autor ha visto a modo de visión
cinematográfica. (Rubén Darío, Film de París, O. C., Ed. Afrodisio
Aguado, II, 520).
Baroja (Pío) utiliza el término como un compuesto para subtitular
una obra, guión cinematográfico, escrita en 1929: El poeta y la
princesa o El cabaret de la Cotorra verde. Novela-film. (O. C., V,
603).
En la encuesta anteriormente citada de la revista Primer Plano,
los académicos prefieren la sustitución del anglicismo por su
correspondiente término castellano; así:
Julio Casares, Eduardo Marquina y Joaquín Álvarez Quintero:
«cinta y película». [31]
Filmar
El DRAE acoge el préstamo inglés: «cinematografiar».
El verbo formado en castellano sobre el paradigma de la primera
conjugación tiene, como neologismo morfosintáctico, más vigencia y
uso que el indicado por la Academia.
«Venimos de Nueva York... para filmar su novela Los enemigos
de la mujer» (Blasco Ibáñez, O. C., III, 346).
«En el reportaje de M. de Guiches se habla de filmar -¿no sería
mejor decir 'pelicular'?-...» (Unamuno, La literatura y el cine, O. C.,
VII, 716).
Como derivados de los términos precedentes es muy frecuente
encontrar «filmado»:
«No hay que exagerar: Nunca hemos de ver filmado el Werther,
o el Obermann, o el Adolfo» (Alfonso Reyes, O. C., 233).
«Los episodios del Corazón, de Amicis, han sido filmados con
muy poca fortuna» (A. Reyes, O. C., 213).
Fundir, -dido
Calco significativo procedente del francés (fondu: fundido). Como
elemento componente se encuentra en «fundido en
blanco/negro/encadenado/simple».
Se trata de un progresivo oscurecimiento de la pantalla mientras
se da paso al plano siguiente.
El participio pasa a funcionar habitualmente como sustantivo: El
fundido, los fundidos.
Federico García Lorca lo usa abundantemente en su guión
cinematográfico Viaje a la Luna:
«Estas palabras funden en gritos que aparecen sobre la
pantalla» (García Lorca y el Cinema, pág. 127).
Guión
DRAE: «Texto en que se expone, con los detalles necesarios
para su realización, el contenido de un filme o de un programa de
radio o televisión». [32]
En voz polisémica porque puede referirse a guión técnico, de
rodaje y de montaje.
«Bosquejó Manolo Alarín un guión de película inspirado en sus
episodios más interesantes y sugestivos» (S. y J. Álvarez Quintero,
Una película del Quijote, 56).
Su derivado «guionista» es, naturalmente, «persona que elabora
el guión de un filme» (DRAE).
«No sé si los tengo en cuenta a todos; cuento el guionista»
(Azorín, El efímero cine, 141).
Interlock
Préstamo inglés sin adaptación ortográfica. Pertenece al
subcampo del sonido.
Los académicos consultados en la encuesta citada preferían los
términos:
«(cámaras) conectadas» (J. Casares).
«(cámaras) simultáneas» (Marquina).
«(cámaras) enlazadas o simultáneas» (A. Quintero).
Maquillaje
DRAE: «Acción y efecto de maquillar o maquillarse».
«Maquillar»: (Del fr. maquiller, del ant. mascurer, y este del ár.
masjara, máscara) tr. Componer con afeites el rostro para
embellecerlo. Pintar el rostro con preparados artificiales para
obtener en teatro, cine o televisión determinados efectos». Hasta
1970 no ha sido aceptada esta voz por la RAE.
«El que corre con los afeites, o dígase 'maquillajes'» (Azorín, El
efímero cine, 141).
«El maquillaje por dentro es la perfecta adaptación al personaje»
(Azorín, El Cine y el momento, 39).
Concurre el término con «caracterización»; es éste el que
prefieren los académicos Casares, Marquina y Álvarez Quintero en
la encuesta citada.
Mise en scène
Procedente del francés, se usa generalmente en textos técnicos
y [33] críticas cinematográficas alternando con su traducción
española «puesta en escena». Debe tratarse de un término del
habla teatral.
«Y la obra dramática hablada será como un concierto literario, en
que las decoraciones y la 'mise en scène' importan poco»
(Unamuno, Tuvo un gesto, O. C., VII, pág. 601).
Operador
DRAE: «2. Cinem. Técnico encargado de la parte fotográfica del
rodaje 3. Técnico encargado de proyectar la película». Este
neologismo ha cambiado de categoría gramatical: Adjetivo como
sustantivo. Puede aparecer modificado, «operador proyeccionista»,
cuando se refiere al encargado de «proyectar» en la sala de
exhibición.
«Una vez que el operador comience a rodar, no miren ustedes a
la máquina» (Zamacois, «Una escena magistral», Revista
Cinegramas. Extra. 1935).
Los académicos Casares y Álvarez Quintero usan este término
para traducir «cameramen», mientras que Marquina le llama
«fotógrafo».
Pantalla
DRAE: «3. Telón puesto verticalmente, sobre el que se
proyectan las figuras del cinematógrafo u otro aparato de
proyecciones».
En los comienzos del cine necesitaba acompañarse del adjetivo
«cinematográfica», lo que posteriormente se hizo innecesario.
Su significado se ha extendido como denominativo del arte
cinematográfico en general; es frecuente encontrar sintagmas
acuñados como «artistas de la pantalla», «el mundo de la pantalla».
«La pantalla (en términos técnicos, cuadro de proyección) del
Royalty ofrece un visible deterioro» A. Reyes, O. C., 208).
«Don Eduardo está ahora delante de la pantalla de un
cinematógrafo» (Baroja, O. C., V, 602).
«Un escritor no es quién para concebir obras interesantes para
la pantalla» (Unamuno, La Literatura y el Cine, VII, 717). [34]
«Lo estoy viendo como en la pantalla, antigua, muerta ya la
realidad» (Juan Ramón Jiménez, Españoles de tres mundos, Ed.
Afrodisio Aguado, Madrid, 1966, 99).
El escritor Martínez de la Riva tiene un libro de ensayo y crítica
cinematográfica al que tituló El lienzo de plata.
Película
DRAE: «4. Cinta de celuloide dispuesta para ser impresionada
fotográficamente. 5. Cinta de celuloide que contiene una serie
continua de imágenes fotográficas para reproducirlas
proyectándolas en la pantalla del cinematógrafo o en otra superficie
adecuada. 6, asunto representado en dicha cinta».
La voz se ha asentado firmemente en la lengua común debido a
la semejanza de la cinta de celuloide con una piel delgada; en tal
sentido lo han manejado los escritores.
Desde el comienzo de la cinematografía española se usó esta
voz, pasando posteriormente a alternar con filme y con el sinónimo
(aunque de menos uso) «cinta»,
«No son mis lectores de los que al ir a oír una ópera o ver una
película de cine -sonoro o no- compran antes el argumento para
saber a qué atenerse» (Unamuno, La novela de D. Sandalio,
jugador de ajedrez, Espasa-Calpe, Austral, pág. 97).
«Película es lo mismo que 'pelleja', y peliculear una obra literaria
es despellejarla» (Unamuno, La Literatura y el Cine, O. C., VII, 716).
«Sí, un tonto inédito que tenga ademán, gesto, voz, prestancia,
que sea fotogénico, peculiar, y peliculero. Y tenga en cuenta, amigo,
que película es pellejo» (Unamuno, Cartas al amigo, XII, O. C.,
1042).
«No me avengo a designar las obras del cine con el vocablo
«película», es decir, «pielecita», como la tástana en la granada»
(Azorín, El efímero cine, 15).
Derivados de esta voz se encuentran algunos términos:
Peliculable: «Yo he escrito algunas novelas (...) que no creo
tengan nada de peliculables» (Unamuno, O. C., VII, La Literatura y
el Cine, 716). [35]
Peliculería: «Y el gesto es cosa de cine, del teatro del silencio,
de la peliculería» (Unamuno, El deber del profeta, O. C., VII, 671).
Peliculero: El sufijo -ero aporta sentido peyorativo al término.
DRAE: «perteneciente o relativo a una película de cine o propio de
ella. 2, fam., Artista de cine».
El escritor Fernando Mora titula una novela La peliculera
(Biblioteca Hispania, Madrid, 1923).
«-¡Usted peliculero, siendo tuerto!
-¡Hombre, no crea usted que siempre he sido tuerto!»
(Ricardo Baroja, «Arte, cine y ametralladora», Ahora, 30-IV-
1936).
«El revólver romántico (...) lo empuña con gozo y rabia de
peliculero melodramático» (Valle Inclán, La rosa de papel, Ed. Rua
Nova, Vol. II, pág. 1351).
Plano
Su significado especializado es préstamo del francés «plan».
Cada uno de los encuadres o tomas que efectúa la cámara
cinematográfica. (Es una aportación de la lengua común al
vocabulario especializado de fotografía y cine). Puede también
definirse como la más pequeña división de la escena que puede
rodarse. El plano ha tomado como escala la figura humana. La
escala de planos y su nomenclatura es arbitraria. El sintagma que
puede formarse partiendo de «plano» como núcleo es muy amplio:
plano americano, de archivo, de conjunto, detalle, general, medio,
panorámico, trucado, etc.; puede también situarse el numeral
delante: primer plano, gran plano, primerísimo plano, etc.
«Primer plano de un pez vivo sostenido en la mano» (Federico
García Lorca, Viaje a la Luna. Guión de cine. En García Lorca y el
Cinema, pág. 122).
Plateau
DRAE: («Del fr. plateau, de plat, llano, y éste del lat. plattus). m.
Cine. Cada uno de los recintos cubiertos de un estudio,
acondicionados para que sirvan de escenario en el rodaje de las
películas». Se mantienen las formas «plateau» y su adaptación
«plató»; su plural «platós».
Los académicos preferían las formas:
- Plataforma (Casares).
- Escenario (A. Quintero). [36]
Script-Girl
Podría traducirse por «secretaria de rodaje» pero en el lenguaje
especializado se mantiene el préstamo americano.
Con este término se alude a quien está atenta a todas las
incidencias del rodaje, detalles del decorado, vestuario, actitudes de
los intérpretes, etc., y anota dichos pormenores.
Cuando es ejercido por hombres es obvio decir que se suprime
el segundo elemento del compuesto.
Los académicos encuestados dieron la siguiente traducción al
término:
- Observadora (Casares)
- Secretaria (Marquina)
- Fijadora (A. Quintero)
Secuencia
El DRAE lo define técnicamente: «4. En Cinematografía,
sucesión no interrumpida de planos o escenas que en una película
se refieren a una misma parte o aspecto del argumento».
Es muy poco usado por los escritores y cuando lo hacen
manejan otros sinónimos menos especializados; así:
«Tras este cuadro, viene el asalto a una diligencia» (Pío Baroja,
«En torno a Zalacaín», La Gaceta Literaria, n.º 53, 1929).
Tomavistas
DRAE: «Operador de fotografía. 2. Cámara cinematográfica que
se utiliza sobre todo en cinematografía y televisión».
Originariamente «toma de vistas». Procede del francés «prise de
[38] vues». En el cine primitivo se utilizaba siempre acompañado de
«aparato»: aparato toma de vistas.
«... que comenzábamos a realizar ante la máquina tomavistas»
(Ricardo Baroja, «Arte, Cine y Ametralladora», Ahora, 21-V-1936).
Travelín
DRAE: «Desplazamiento de la cámara montada sobre ruedas
para acercarla al objeto, alejarla de él o seguirlo en sus
movimientos».
Préstamo del inglés. Se llama así al aparato sobre el que se
coloca la cámara para poder desplazarla.
Suele presentarse en lenguaje técnico como sintagma que
precisa el tipo de movimiento que debe efectuarse: travelling
vertical, lateral, La adaptación del término a la escritura es múltiple:
travelling, traveling, trávelin, travelín.
Los académicos citados daban sus preferencias a las siguientes
traducciones:
- «Cámara seguidora» (Casares)
- «Máquina sobre carriles» (Marquina)
- «Máquina seguidora» (A. Quintero).
Bibliografía
Diccionario de la Lengua Española. Real Academia, Espasa-
Calpe, ediciones: decimonovena (1970) y vigésima (1984).
Vocabulario de Cine y Televisión, de M.ª Victoria Romero
Gualda, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1977.
Las referencias bibliográficas a las obras de los autores citados
se encuentran acompañando a las respectivas papeletas.
Sobre este tema puede verse igualmente:
José M.ª Folgar de la Calle, «El léxico cinematográfico en los
diccionarios», en Verba, Anuario Galego de Filoloxía, vol. 8, 1981,
págs. 267-288. Universidad de Santiago de Compostela, y «Sobre
Cine y Vocablos afines» en el mismo anuario, vol. II, 1984, págs.
329-324. [39]
2. Encuentros, entrevistas
En Cántico y Clamor
«Caballos en el aire», subtitulado «Cinematógrafo», es un
extenso poema en el que Guillén describe una especie de visión
fantástica. La imagen muda de la pantalla parece haber
impresionado al poeta de tal forma que desgrana un sin fin de
palabras para describir armoniosamente un instante de una
imperceptible escena; como si la mirada del autor se detuviera, sin
ninguna prisa, en cada uno de los motivos para cantarlos. Acaso es
una escena filmada a «cámara lenta»; o vista a «cámara lenta».
«Qué lentitud en ser!», dice el poeta.
En Clamor hay otro poema con el mismo subtítulo que el
anterior; el título no puede ser más machadiano: «Lo que pasa en la
calle»; es, en efecto, la descripción de uno de esos eventos
consuetudinarios, en lenguaje criticado por Juan de Mairena, que
pueden corresponder a una película de acción, de policías y
ladrones, de buenos y malos, en la que un hombre corre
aterrorizado y es seguido por los perseguidores hasta «el choque,
fatal». «Gime un polvo de caos pobre / con sus alimañaspeleles /
dentro de la selva del hombre». [50]
En el mismo libro citado, el poema «Figuraciones» al que ha
subtitulado «antes del sueño», constituye una evocación de ese
momento y se vale de la comparación y la metáfora cinematográfica
para describirlo; el poeta es el espectador único de una sala en la
que se proyecta toda una serie de sensaciones vividas durante el
día; el recuerdo y el sueño, combinando lo sucedido con la
«inquietud del mañana», es símil adecuado para mostrar esta otra
«representación en forma tan cinematografiada». También el
poema «A oscuras», dividido por su extensión en tres partes,
recurre a una descripción en la que se parte de la sala a oscuras
«por donde se desliza la aventura», a la sensación experimentada
por los espectadores, a la recreación del dolor o del deleite,
mientras «la oscuridad murmura, se oscurece».
Películas
Además de la citada El gabinete del Dr. Caligari, otros títulos han
sido motivos poéticos para Jorge Guillén. Aparecen en su libro Y
otros poemas. Aquel famoso filme de Charles Chaplin, Tiempos
modernos, feroz crítica al maquinismo de nuestra época, le sirve a
Guillén para escribir el poema «Una línea»; concretamente es el
final de la película lo que llama la atención del poeta, cuando la
batalla contra la máquina deja paso a «una libertad con carretera»,
a ese famoso plano en el que Chaplin y Paulette Godard avanzan
de espaldas a la cámara, «la humana pareja al fin se aleja... asume
su destino. ¿Cuál? The End».
«Ese plato» es un breve poema sugerido con ocasión de ver el
film de Berlanga El verdugo, obviamente las implicaciones y
connotaciones sociales dejan atrás el mero motivo cinematográfico:
«Perfil grotesco del verdugo / Burocrático asesinato, / muerte con
ojos de besugo. / España se come ese plato».
Del mismo modo, en ta serie «Epigramas» del libro citado, un
puñado de versos se escriben bajo el epígrafe genérico de «Pane,
amore e fantasía», el título de Vittorio de Sica.
Actrices
La muerte de Marilyn Monroe fue un hito decisivo, tanto como
para ser capaz de dividir a dos generaciones distintas: novelas y
dramas han basado sus títulos alrededor de la frase «el día que
murió Marilyn». Guillén ha sentido también la fuerza del mito y la ha
llevado a su poesía: «Cuerpo a solas» está subtitulada «junto a la
tumba de M. M.». Dirigiéndose [52] a los caminantes el poeta pide
silencio para decir luego que «la hermosa actriz ha muerto / Ay, de
publicidad», por lo que ha ido a esconderse en la nada, libre, por fin,
a solas».
Jorge Guillén y Rafael Utrera
[51]
3. Nombres propios
Guiones y películas
Además de espectador atento, Sartre, activa o pasivamente, ha
estado en relación con el mundo de la pantalla como actor
ocasional, guionista o consejero de adaptación. De modo
cronológico, los títulos ligados a su persona son los siguientes: La
suerte está echada(7) (Jean Delannoy, [73] 1948), La vida comienza
mañana (Nicole Vedrés, 1949), en la que intervino como actor; Las
manos sucias (Fernand Rivers, 1951), La puta respetuosa (Charles
Brebant y Marcello Pagliero, 1952), Los orgullosos (Yves Allegret,
1953), Huis Clos (Jacqueline Audry, 1954), Las brujas de Salem
(Raymond Rouleau, 1956), No exit (Tad Danielewsky, 1962), Los
secuestrados de Altona (Vittorio de Sica, 1963), El muro (Serge
Roullet, 1967), Sartre (Alexander Astruc y Michel Contat, 1977), Le
compleje d'Erostratus (Jorge Amat, 1978). De la película de Allegret
citada, como de Freud, de John Huston, se vio obligado el escritor
francés a retirar su nombre por sentirse en desacuerdo con el
resultado final. El título Sartre es un documental elaborado a base
de textos y fotos que reconstruyen el itinerario biográfico e
ideológico del filósofo. De la mayoría de los filmes, Jean Paul Sartre
se ha sentido insatisfecho: «han sido siempre lamentables fracasos.
A veces éxitos comerciales, pero, para mí, fracasos». La única
excepción, apoyada sin condiciones, ha sido El muro, título que
además relaciona al novelista con España. Con ocasión de su
presentación en el Festival de Venecia del año 1967 Sartre celebró
una rueda de prensa en la que se manifestó diciendo que «por
primera vez estoy satisfecho de la adaptación cinematográfica de
un texto mío». Celebra la renovación que ha sufrido una obra de
treinta páginas para convertirse en un filme de hora y media en el
que no se ha hecho ninguna concesión. La obra relata las últimas
horas de unos condenados a muerte en la guerra civil española; un
obrero anarquista, un adolescente ingenuo confundido con su
hermano mayor, y un militante, irlandés miembro de las Brigadas
Internacionales, esperan ser llevados al paredón por las fuerzas
nacionalistas. Para el escritor Sartre, su obra es «una reacción
afectiva y espontánea frente a la guerra civil española (...), no hay
que buscar aquí un discurso filosófico, sino una especie de
meditación ante la muerte (...); lo que se impone en la película,
durante hora y media en que esperamos junto a los protagonistas,
es la angustia». Lo que conmueve a Sartre, como espectador del
filme, no es sólo la presencia de la temporalidad, sino el absurdo de
unas muertes impuestas al hombre por el hombre. También en el
cine, y al menos por esta obra, Sartre ha cumplido su compromiso.
[74]
El Cine en La colmena
El cine no ha merecido figurar como base argumental en ningún
relato del escritor. Sin embargo en la novela La colmena, el
espectáculo cinematográfico, el «séptimo arte» -que, sin duda, para
la mayoría de sus personajes es el único- hace acto de presencia
en numerosas ocasiones, como elemento del relato, como remanso
argumental donde los miembros de «La colmena» se sitúan o sobre
el que hablan y discuten. Son «cines oscuritos» donde las parejas
se conocen, donde la señorita Elvira va «siempre a ver la película»,
o donde cualquiera puede meterse a «hacer tiempo» sin dejar de
estar siempre «juntitos»; aunque también puede tomarse como
referente a Jean Harlow, la rubia platino, para describir a cualquier
señorita madrileña; el Cine Bilbao, el Cine Ideal, lo mismo pueden
servir para «darse el lote antes de irse a la cama» como para ver
una película de Antonio Vico, Su hermano y él, o de Mercedes
Vecino, Un enredo de familia, «toleradas las dos». En algún
momento los madrileños quedan clasificados en «clientes de los
cines del centro» y «clientes de los cines de barrio»; los primeros,
entran y salen en el Callao, el Capitol, el Palacio de la Música, se
caracterizan por pronunciar casi correctamente el nombre de las
actrices y son invitados ocasionalmente a ver películas en la
Embajada inglesa; «saben mucho de cine y en vez de decir, como
los habituales de los cines de barrio, «es una [76] película
estupenda de la Joan Crawford», dicen, como hablando siempre
para iniciados, «es una grata comedia, muy francesa, de René
Clair», o, «es un gran drama de Frank Capra»; los segundos,
desconocen el nombre de los directores, «marchan dando un
paseíto hasta el Narváez, el Alcalá, el Tívoli, el Salamanca, donde
ven películas ya famosas, con una fama quizás ya un poco marchita
por varias semanas de Gran Vía, películas de hermosos, poéticos
nombres que plantean tremendos enigmas humanos no siempre
descifrados»(9). El cine, el espectáculo, el local, cumplen una función
social en la novela: entretener el hambre, perpetuar el amor o el
sexo, separar a los habitantes de la gran urbe según sus gustos y
posibilidades económicas.
Pascual Duarte
La película de Ricardo Franco se inscribe dentro del cine
español actual con todas las características que han sido habituales
en las producciones de Elías Querejeta; el «look» se confecciona
con un producto de prestigio -en este caso ya existente- en el que
los ribetes estilístico-artísticos superan lo artesanal más al uso; al
igual que sus inmediatas antecesoras -también primeras obras- El
espíritu de la colmena de Erice y Habla, mudita de Gutiérrez
Aragón, la cosmovisión aportada por el autor-realizador se modula y
sujeta en función de los aspectos internos y externos que el
productor ha concebido para esa obra. Al ser masivamente
conocida la novela de Cela en la que se apoya el filme, es fácil que
una vez más se planteen en el lector-espectador las afinidades y
diferencias entre ambos medios y uno y otro título; para mejor
calibrar los resultados cinematográficos -dada la indiscutible validez
de la novela- es aconsejable la doble visión de la película, para, una
vez liberado de las inevitables comparaciones, pueda degustarse la
gama de aciertos -o insuficiencias- que en la expresión
cinematográfica se han llevado a cabo. Si pensamos en el
espectador medio, que acude sin «prejuicios literarios» a la visión
única, el filme se presenta con un cierto hermetismo habitual en las
obras de Querejeta; voluntariamente se ocultan una serie de planos
con la pretensión de realizar una pieza abierta que no coaccione al
espectador a un entendimiento unívoco -sino libre y personal- de la
secuencia que se presenta; valga como ejemplo aquella en la que
muere Lola: el montaje causa-efecto se construye sobre lo segundo
-apuñalamiento de la mula tras la veloz carrera de Pascual-
prescindiendo del plano de apoyo que en una narración clásica
muestra la clave al espectador -la caída de Lola por el animal-. A
este uso narrativo debe añadirse la presencia de un diálogo escaso
que, si en ocasiones priva de [77] información sobre hechos y
personajes, es factor decisivo en la presentación de un medio rural
en el que la simbología de las costumbres se define por acciones
antes que por palabras; la desaparición del juego lingüístico
existente en la obra literaria se cambia por una banda sonora donde
los tonos meridionales apuntan a las zonas geográficas que
condicionan a los personajes. Ya, concretamente en el personaje de
Pascual, la ausencia de palabras, su incapacidad momentánea para
pronunciarlas, los prolongados silencios y su resolución por actos
son elementos que deben servir para la instrospección de la
personalidad de este hombre «acorralado por la vida».
La narración objetiva con los flash-back es el procedimiento
seguido para la presentación de un temperamento, complejo y
acomplejado que toma cuerpo en una interpretación inusual en
nuestro cine; José Luis Gómez expresa toda la sosegada violencia
interior de Pascual; asume las respuestas emocionales que una
mentalidad primitiva contiene a lo que hay que añadir los trastornos
afectivos producidos por el enrarecido entorno familiar; todos estos
elementos combinan con una timidez que genera incapacidad para
un «normal» desenvolvimiento en sociedad y con otras capacidades
o incapacidades como la mansedumbre, la ira o el miedo diluidos
entre insatisfacciones o deseos: es fundamental la afectividad
incestuosa con la hermana y la repulsa celosa a «el Estirao»,
aspecto en el que más insiste la película.
A la muerte del padre y de Lota hay que añadir todas aquellas
que ocurren a manos de Pascual; antes de realizarlas evidenciamos
en él una actitud y comportamiento de doble tipo: flemático en las
de la perra y la madre (pausas, silencios, calma, regodeo en la
pensada realización del acto que se muestra como distendido),
sanguíneo en las de D. Jesús, «el Estirao» y la mula (en las dos
primeras como efectos de acumulados sinsabores y múltiples
enajenaciones; en la del animal como la más rápida manera de
justificar un acto al que se responde de forma irracional). Es este
término el que nos lleva a un entendimiento de la conducta de
Pascual, puesto que la respuesta irracional, sin motivación -en el
caso de la perra- es de tipo fisiológico y se produce automática e
irresponsablemente; de forma semejante a como las descargas
sexuales con Lola -en solitario- o la pelea con «el Estirao» en la
taberna -en público-, son sucesos que conllevan la afirmación de la
virilidad.
Todas estas sumas de acciones violentas, premeditadas o
impremeditadas, tienen su raíz en la inexpresividad del individuo
-excepcionalmente captado y matizado por el actor- cuya
inoperancia de lenguaje [78] lleva aparejada la violencia como modo
de acción, de expresión y realización; es, pues, una conducta en
pugna con el medio; es la salida espontánea del individuo
incapacitado para la relación social por cuestiones atávicas que
acaba siendo no sólo víctima de las circunstancias sino de sí mismo
y en último extremo de la sociedad, cuya respuesta es contestar
con igual forma de violencia: imagen congelada de Pascual
sometido a garrote vil.
La colmena en el cine
A pesar del esfuerzo económico realizado por el productor
Dibildos, no ha tenido éste más remedio que reducir
considerablemente la nómina de participantes (más de doscientos)
en el relato original; una treintena de actores dan cuerpo a esta
«colmena» que refleja el Madrid de la postguerra, los años del
hambre, el ensimismamiento en los valores patrios... de Isabel la
Católica. Del mismo modo, las situaciones han tenido que reducirse
a las necesarias, aunque suficientes para conseguir el ambiente
deseado. Los interiores son los preferidos para «situarnos» al
personaje, al grupo; el café, la pensión, la vivienda familiar, la casa
de prostitución, son cuatro escenarios especialmente cuidados por
el realizador Mario Camus; la decoración, el atuendo de los
personajes, la «atmósfera» oportuna para crear el «clima»
adecuado, además de una planificación que abunda sobre planos
medios y primeros planos, eran lenguaje necesario para comunicar
no sólo una época sino las situaciones, los «tipos», los «modus
vivendi» que componen la «intrahistoria» de la misma; la apariencia,
la necesidad de «ser» y «comportarse» de modo antinatural se
refleja en no pocas escenas del filme. El cine nos permite mirar un
trozo de nuestra historia donde el español aparece, por fuera y por
dentro, tal como éramos, o tal como tuvimos que ser.
Es evidente que Dibildos y Camus han pretendido divulgar
mediante el cine una novela importante manteniendo especialmente
el ambiente de la obra; la necesidad de comercializar el producto
les ha llevado a utilizar el color y a presentar los rostros más
populares de nuestro cine; un «blanco y negro» expresionista, un
elenco de desconocidos para los miembros de «la colmena»,
hubieran sido mejor expresión para la época que el escritor
presenta en su novela. Sin embargo, la película no ha hecho la más
mínima concesión a la taquilla cuando ha creado, en paralelo con
su homónima, un ritmo entrecortado que se produce por el continuo
cambio de secuencias y la alternancia de los personajes; cada una
de estas secuencias disponen, parafraseando a Sorbedo (Francisco
Rabal), de [79] presentación y nudo, pero no de desenlace, lo que
evita conceder situaciones y argumentaciones fáciles. Dibildos y
Camus han guardado fidelidad a una obra, retrato de una época,
para que tampoco en el cine La colmena tenga su abeja reina. [80]
A) Adaptaciones
Bases estéticas
Dos notas esenciales están presentes en la experiencia
cinematográfica de Fernando Arrabal, como lo están en su
dramaturgia: el postismo y lo pánico. El primero expresó de sí
mismo esta definición: «El postismo es el resultado de un
movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente
tocados por nosotros en sincronía directa e indirecta (memoria)
[109] con elementos sensoriales del mundo exterior por cuya
función o ejercicio, la imaginación, exaltada automáticamente, pero
siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación
de la belleza o la belleza misma, contenida en normas técnicas
rígidamente controladas y de índole tal que ninguna clase de
prejuicios o miramientos cívicos, históricos o académicos puedan
cohibir el impulso imaginativo». Para José Paulino, el postismo es
«la cuna estética de Arrabal»(23), es «la locura inventada» a la que
se unen otros elementos decisivos como imaginación, libertad,
predominio de lo subjetivo, frente a la absurdidad de lo cotidiano; la
emancipación del hombre habrá que buscarla en la imaginación y la
de la poesía en el ritmo y en el juego. Para Ángel Berenguer, el
exégeta de Arrabal, éste llega al surrealismo a través de la «estética
postista»(24); «tanto la memoria como la precisión técnica y la
importancia de la imaginación son elementos claves de la estética
arrabaliana, lo mismo que el lenguaje de los niños y de los
salvajes». En especial la primera y la tercera película del cineasta
nacen de un estado de inquietud consecuencia de la «visión
desesperada» observada por el autor en la sociedad española; el
segundo filme es ante todo una ceremonia resultado de una visión
humana más abstracta, más universal que propiamente española.
Berenguer entiende que la aportación del dramaturgo al surrealismo
«consiste en la materialización de un universo cerrado, sin
perspectivas, vehiculado a los juegos-ceremonias de un lenguaje
infantil en personajes desarraigados, marginales, que se debaten en
el mundo -presente- hostil de un sistema ininteligible y alienante».
El Fando de Viva la muerte acuña su experiencia, en su paso de
niño a adulto, en una sociedad fratricida donde el padre y la madre
terminan en bandos opuestos; Goya y Vandala, en El árbol de
Guernica, enfrentan la traición a la clase y la lucha por la libertad;
en Iré como un caballo loco, Marvel devora a Aden, aquél se
transforma en éste y surge un nuevo Marvel-Aden. En las tres, pero
especialmente en esta última, la materialización de la obra se
efectúa por medio de la ceremonia; su cine, como especialmente su
primer teatro «creará, pues, todo un ceremonial cuyos ritos
preñarán de sentido el deambular sorprendido de los personajes.
Viven en un acto continuo de comunicación desesperada e
imposible. Formulan su ceremonia con el lenguaje y los gestos que
poseen, y con ellos tratan de comunicar con una realidad exterior,
superior y todopoderosa: el sistema».
Por lo que respecta a «lo pánico», recordemos que se trata de
«un movimiento» fundado por Arrabal y un grupo de amigos en
París, café de la Paix, en 1962; de allí sale acuñado el término
«pánico». Entre los [110] asistentes a la tertulia se encontraban
Roland Topor, Alejandro Jodorowsky, Fernández Arroyo y otros.
Todos ellos han terminado haciendo cine. El «documento-definición
más completo del arte y el hombre pánicos» fue leído por Arrabal en
una conferencia dada en la Universidad de Sidney y decía así: «El
Pánico (nombre masculino) es una manera de ser» presidida por la
confusión, el humor, el terror, el azar y la euforia. Desde el punto de
vista ético, el pánico tiene como base la exaltación de la moral en
plural y desde el punto de vista filosófico el axioma «la vida es la
memoria y el hombre es el azar». El pánico se realiza en la fiesta
pánica»(25). Acaso la película que mejor se atenga a los postulados
del «pánico» sea Iré como un caballo loco; lo ingenuo, lo cruel, la
soledad, son elementos básicos en la dramaturgia cinematográfica
arrabaliana; los intereses de la sociedad dominante obligan al
individuo a un cierto tipo de actuación y de ahí emanan las
frustraciones, represiones, crueldades, contradicciones, etc.; la
razón y el subconsciente operan de forma contradictoria y
determinan la acción. La interioridad del autor se desgarra y ahora
se plasma en la pantalla; hasta los personajes femeninos devienen
en aspectos emanados de su propio «ego». Miguel A. Medina,
comentando El cementerio de automóviles»(26), anota opiniones que
hacemos válidas para los filmes: «Arrabal vomita sensaciones,
intimidades, salpica al espectador de su más desgarrado yo (...)
Crueldad, sexualidad, condensación de odios, de recuerdos, de
lejanos ecos de la infancia que siempre terminan en un mismo fin,
que siempre concluyen en la misma verdad (...) la ceremonia de
Arrabal se levanta en la cámara oscura de un psicoanálisis
colectivo, donde los elementos para la disección psíquica son
tomados tanto de las prácticas rituales y mágicas de la
exteriorización religiosa, en cuanto a comportamientos colectivos,
como de los materiales inconscientes del sueño, el recuerdo o la
obsesión». La esencialidad estética del cine de Arrabal nace pues
de una depuración y reelaboración de su dramaturgia donde los
ingredientes básicos, postismo y pánico, siguen estando presentes
aunque ahora expresados mediante los recursos cinematográficos
manejados por el cineasta. Recursos que, a juzgar por el número de
películas realizadas, están incorporados ya a su estética común.
Sobre el proceso de la creación cinematográfica Arrabal ha
declarado: «En el estadio de rodaje, el realizador es el comandante
loco de un navío ebrio que contribuye a hacer zozobrar; pero tras
este caso necesario, en el que el instinto prevalece sobre la
reflexión, el estadio del montaje equivale a una partida de ajedrez
en la que el hombre da la coherencia y el rigor matemático recupera
la delantera. ¿Y qué espectáculo más [111] fascinante que éste de
los materiales de la tierra, los materiales inorgánicos, en trance de
cobrar una forma y una lógica...?».
El autor niega influencia cinematográfica sobre su obra pero
reconoce la de la pintura, especialmente El Bosco, Brueghel y
Magritte; del mismo modo no acepta la existencia de un cine
surrealista a excepción de los dos primeros títulos de Buñuel; en
declaraciones a Guy Braucourt ha manifestado cuáles han sido sus
relaciones con el cine: «... de interés muy vivo, pues el cine, para
los hombres de mi generación, es un poco el pan de cada día.
Sobre todo en España, donde los programas se componían en mi
juventud, de dos o tres películas; como se veía de todo, se tenía
una visión muy amplia del cine».
Los filmes
Viva la muerte está construida sobre dos ejes principales: la
realidad y el mundo de los sueños de un niño de doce años que
vive una infancia desgarradora en un país martirizado por la lucha
fratricida. Fando, el protagonista, se cruza con un camión de
militantes que anuncia el final de las hostilidades al grito de «viva la
muerte». El niño vive con su madre, sus abuelos y su tía Clara. Por
medio de unas cartas descubre que su madre ha denunciado a su
padre; éste ha sido hecho prisionero y nada se ha vuelto a saber de
él. La tía le obliga a rezar, a azotarla en plan de penitencia; Fando
siente cada vez mayor fascinación por ella y al tiempo aversión por
su madre, a la que considera culpable de la situación familiar. La
esperanza de encontrar vivo al padre pervive en el muchacho...
Antonio Castro, en la entrevista con Arrabal al estrenarse Viva la
muerte en Madrid, preguntaba al cineasta: «¿Qué te interesó, qué
te llevó o qué te pudo decidir siendo un autor teatral consagrado, a
dedicarte al cine?». Y contestaba éste: «El mundo de imágenes que
yo quería reflejar; y con relación a mi experiencia de la guerra civil,
yo pensé que no sería posible plasmarlo en una obra de teatro; en
novela lo había tratado de una manera y había que tratarlo de otra
manera, puramente plástica; por eso hice cine. Yo pensé solamente
hacer esa película, se liaron las otras cuatro y ahora se van a liar
más»(27).
El tema autobiográfico planteado en la película se universaliza;
la búsqueda del padre, su mitificación, se analiza bajo perspectivas
freudianas; el maniqueísmo divide la historia; en torno a ello, los
temas habituales en el escritor: sexualidad, frustración, ensueño,
realidad, crueldad... [112] Para ello, Arrabal, se vale de una serie de
recursos expresivos que van desde la utilización de una canción
danesa compuesta por onomatopeyas (elemento dadaísta) hasta
unos dibujos de Topor que inician el filme y que luego se utilizan
«como una especie de montaje»; pero, sin duda, uno de los
elementos más llamativos, al menos desde la creación del filme, es
el uso del vídeo como elemento generador de color; son técnicas
que hoy están resueltas mecánicamente y que entonces Arrabal
resolvió en un laboratorio de Londres; la electrónica para el virado
del color es recurso utilizado, que da claves al espectador, a la hora
de ofrecer sueños y obsesiones. También la banda sonora está
cuidada; el ruido de la locomotora, varias veces manejado, «es
como una marcha hacia el sueño... se produce al principio para
familiarizarse con la idea de ir al sueño». Tales recursos parece
justificarlos el autor cuando dice: «Yo tuve miedo de que se
interpretara como la obra de un autor dramático, por eso evité en lo
posible explicar las escenas a través del diálogo, y solamente
explicarlas por medios plásticos; no sé si lo conseguí pero esa era
mi intención. Es decir, gracias al hecho de ser dramaturgo quise
distanciarme de esta manera de hacer, que me interesa mucho»(28).
Todo ello ha supuesto para Arrabal un conocimiento técnico del
medio cinematográfico del que se siente satisfecho. A fin de
cuentas el pánico no se conforma con un medio expresivo único; el
happening intenta ser una fiesta total.
Iré como un caballo loco es la historia de un hombre, Aden, que
perseguido por un sentimiento de culpabilidad (se supone que ha
matado a su madre), escapa del universo occidental (paraíso del
desarrollo industrial y capitalista) para refugiarse en el desierto. Allí
encuentra a otro hombre, Marvel, que pertenece a un universo
extraño, puro, simple, extraordinariamente sabio e ignorante a la
vez. Después de haber descubierto y amado a este ser, Aden
decide volver en su compañía a su propio universo. La experiencia
para Marvel es un fracaso total. La policía que persigue a Aden,
convencida de su culpabilidad, estrecha el círculo y acaba
matándolo como a un animal acorralado. Marvel recoge el cadáver
de su amigo y lo lleva al desierto. Marvel devora a Aden. Marvel en
un ataque de epilepsia y sacudido por los dolores del parto se
transforma en Aden, un nuevo Aden que es desde ahora Marvel-
Aden y que se eleva en el cielo rojo de un desierto sin nombre.
Arrabal construye su juego sobre una antítesis de larga tradición
artístico-literaria, de modo que hombre «civilizado»-hombre
«natural» acabarán fundiéndose en uno solo, nuevo y único, tras
haber vivido una [113] historia repleta de personalismos
intelectuales y eróticos, de contradicciones culturales y vivenciales.
Aden, personaje de la culpabilidad, representante de la civilización,
frente a Marvel, solitario del desierto en el que la ignorancia se torna
felicidad e intemporalidad; son la alienación frente a la pureza, la
posibilidad de explicarse un pasado por medio de los sueños, del
recuerdo, pero que dan precisamente su culpa y su pecado, frente a
quien desconoce su pasado y no teme a un futuro intemporal e
inmortal. El individuo acosado por la sociedad busca una salida;
Arrabal propone una comunión antropofagia en el desierto; allí,
mediante un parto epiléptico, nace el hombre nuevo, otra vida. Es el
final de una reflexión que el autor nos propone para hablarnos una
vez más de sí mismo, para tomar la autobiografía como punto de
partida de sugerencias edípicas, oníricas, políticas, religiosas, para
elaborar un filme que tiene algo de Rousseau y de Gracián, de
Buñuel y de Pasolini, de Valdés Leal y del movimiento Dadá, de
auto sacramental calderoniano, de «postismo», de pánico, y mucho
de Arrabal. El artista se ha desabrochado el alma para enseñarla
por medio del cine. [114]
Mario Vargas Llosa: Pantaleón y las visitadoras
Pantaleón y las visitadoras ha sido llevada a la pantalla por su
mismo autor, en colaboración técnica con José M.ª Gutiérrez. Antes
de ser novela, el escritor lo concibió como guión cinematográfico;
dificultades censoras y económicas impidieron filmarlo en su
momento; Vargas Llosa, la vio convertida en libro popular, primero,
y en película finalmente.
Se trata por tanto de un modelo de obra que se gesta en función
del medio para el que se destina; determinadas partes de la novela,
especialmente de la primera, están escritas «visualmente» y
fragmentadas en orden de planos o secuencias; es perfectamente
rastreable la potencia formal cinematográfica que el relato contiene.
El mismo autor reconoce que esta influencia técnica del cine -sobre
todo en lo que a montaje se refiere- está presente en el conjunto de
su obra y en especial en Conversaciones en la catedral(29).
Si Pantaleón y las visitadoras no viniera precedida con la fama
de su homónima ni llevara al lado un ilustre apellido de nuestra
literatura contemporánea, tal vez hubiera pasado como una
comedia ingeniosa de una cinematografía casi desconocida. Pero,
autor obliga. Ateniéndose a resultados globales la comparación no
se hace esperar. «Pantaleón»-novela disponía de un material
espléndidamente utilizado; el manejo de los documentos oficiales,
los diálogos, los partes y observaciones, el recurso de los textos
periodísticos para la presentación de hechos, así como los
radiofónicos, se suman para construir una hiperbólica farsa repleta
de humorismo desgarrado. «Pantaleón »-película dispone de todos
los elementos de su predecesora; echo de menos el himno de «las
visitadoras» (y las discusiones de los estamentos militares por
quedar incluidos) y la diferente muerte de la visitadora, aquí sin
mezcla de fetichismo y magia -probablemente aspectos que la
censura no ha tolerado-. Pero estando, aparentemente, todo y
procediendo de la misma cabeza, los resultados no cuadran. Los
recursos literarios no valen en lo cinematográfico, se diluyen en la
imagen y pierden la eficacia, la jugosidad y la fuerza que tenían
sobre el papel. Son dos tipos de lenguaje que basan su fuerza
expresiva en recursos diferentes. Vargas Llosa ha cuidado su obra
cinematográfica hasta conseguir un producto digno e incluso
diríamos eficazmente narrado -más si se entiende como una
primera película- pero ha [115] declarado que «hay unas diferencias
increíbles entre contar una historia con palabras y hacerlo con
imágenes; el poder de síntesis de la cámara es una maravilla (...) el
cine y la literatura son dos mundos autónomos, los contactos que
existen entre ellos son menores que las diferencias»(30). Y es que el
tema ingenioso no basta, ni tampoco la trasposición de un medio a
otro; los resultados en estos casos dependen más de las llamadas
«tripas cinematográficas»; y el escritor, puede tenerlas o no(31). [116]
- II -
Una cierta mirada sobre la pantalla. Lectura de la imagen
[125]
[128]
Análisis de una secuencia.
Del guión literario a su expresión cinematográfica
El fragmento analizado, apartados 10, 11 y 12 del cuadro
adjunto, corresponde a las evocaciones de Leland (Joseph Cotten),
el más viejo amigo de Charles F. Kane. Cuenta la historia del primer
matrimonio del magnate, celebrado con la sobrina del presidente de
los Estados Unidos.
Leland se convierte en el narrador. Su evocación nos informa del
fracaso sentimental de Kane y de la progresiva ruptura de sus
relaciones.
Proponemos dos objetivos fundamentales:
- Establecer las diferencias entre guión literario y expresión
cinematográfica.
- Destacar los aspectos puramente cinematográficos, en especial
el montaje, que son los únicos capaces de expresar la idea tal como
el autor la ha imaginado.
El director y el montador son los autores-creadores de la
comunicación. El guionista no ha sido más que un medio.
En sesenta y cinco metros de celuloide se ha resuelto un
problema narrativo-expositivo de modo elocuente y satisfactorio.
Los medios, concisos pero muy cinematográficos, han servido para
transmitir un conflicto de sorprendente fuerza dramática.
Guión(34)
Secuencias: Apartados 10, 11 y 12.
Literario: Marcado con letra cursiva.
Técnico: Marcado con letra negrita.
Comedor de Kane
Toda esta escena va a desarrollarse en una
misma habitación que en crescendo irá estando
amueblada con más lujo y más
aburguesadamente.
Emily está sentada. Kane entra en campo por la
derecha, con varios platos y una servilleta en el
hombro. Se acerca hasta ella. La besa en la frente,
deja los platos sobre la mesa y va a sentarse
frente a ella. Música.
Emily: ¡Charles!...
Kane: Eres encantadora...
Emily: No es posible.
Kane: Sí, sí, te lo aseguro. Muy
encantadora.
La cámara se acerca a los dos.
Emily: Nunca había asistido a seis
veladas en una misma noche y nunca
me he levantado tan tarde.
Kane: Todo es acostumbrarse.
Emily: ¿Qué pensarán los criados?
Kane: ¡Van a pensar que cuánto nos
hemos divertido!
Emily: ¡Amor mío!...
Kane: Es verdad, ¿no?
Emily: No veo por qué has de irte tan
pronto al periódico.
Kane: Nunca deberías haberte casado
con un periodista. Son peores que los
marineros... ¡Emily, te adoro!
Emily: ¡Oh, Charles! Incluso los
periodistas necesitan dormir.
Primer plano de Kane mirándola. Música.
Kane: Telefoneo a Bernstein. Que me
retrase todas las entrevistas hasta las
doce.
Primer plano de Emily y planos sucesivos de
ambos en primer plano, sonrientes.
Kane: ¿Qué hora es?
Emily: No lo sé pero es muy tarde.
Kane: Es pronto...
La cámara gira. (Fundido)
La panorámica acaba sobre un ramo de flores
en un jarrón. Detrás de él vemos a Emily.
Emily: Charles, ¿sabes cuánto tiempo
me hiciste esperar anoche... [130]
Kane, sentado en el lado opuesto del ramo de
flores, mira a primer término.
Emily (Off):... cuando te fuiste diez
minutos al periódico?...
Emily mira por encima de las flores.
Emily: ¿Qué puedes estar haciendo en
un periódico de madrugada?
Kane (Off): Emily...
Kane apaga una cerilla.
Kane: Querida, tu único rival es el
Inquirer.
Emily (Off): A veces me pregunto...
(Fundido).
Panorámica hasta primer plano de Emily
sentada en la mesa.
Emily: Si sería mejor tener una rival de
carne y hueso.
Kane: (Off): ¡Eh, Emily!...
Kane, desde el otro lado del ramo de flores,
frunce el ceño.
Kane: No paso tanto tiempo en el
periódico.
Emily: Ya no se trata del tiempo... Es
todo lo que publicas... Tus ataques...
Pausa y cambio de plano.
Emily (Off): ... contra el Presidente...
Kane: Quieres decir el tío John.
Emily: Quiero decir el Presidente de los
Estados Unidos.
Kane (Off): No deja de ser el tío John...
No deja de ser un vanidoso imbécil...
Emily (Off): ¡Charles!...
Kane: ... que deja a una banda de
estafadores potentados dirigir su
gobierno. Ese escándalo enorme de los
petróleos...
Emily: Resulta que él es el Presidente,
Charles, y no tú.
Kane: Ese error será rectificado uno de
estos días.
Emily (Off): Mr. Bernstein...
Fundido.
Encuadre sobre Emily. Música.
Emily: ... mandó ayer al niño un juguete
horroroso, Charles. Es imposible...
Kane corta la carne con tenedor y cuchillo. Deja
los cubiertos sobre la mesa y se dispone a hablar.
Emily:... colocarlo entre sus juguetes.
[131]
Kane frunce el ceño.
Kane: Es muy probable que Bernstein
venga a ver al niño de cuando en
cuando.
Emily: ¿Es indispensable?
Kane: Sí.
Emily (Off): ¿De veras, Charles?
Fundido. La cámara se detiene ante Emily,
quieta y sentada. Tiene algunas arrugas más. Es
una mujer más madura.
Emily: La gente va a pensar...
Kane con una taza entre manos, la observa
serio.
Kane: ¡Lo que yo les diga que piensen!
Fundido. La cámara se detiene ante Emily,
sentada con un periódico entre las manos. Es el
Chronicle. Sentado frente a ella, Kane lee un
periódico, el Inquirer. Baja los ojos de su
periódico. Travelling hacia atrás hasta ver a Emily
en el otro extremo de la mesa. Sigue el travelling
atrás y volvemos en fundido al rostro de Leland.
[140]
A) Significado extracontextual: Ciudadano Kane está
considerada como una de las mejores películas de la Historia del
Cine, Truffaut la usa simbólicamente: el niño, futuro cineasta, aspira
a «poseer» el arte de ese filme. Es un homenaje al realizador
americano y a su sentido del cine. La película fue vista por Truffaut
en su adolescencia y posteriormente, infinidad de veces, como
crítico de cine. En su comentario ha dicho:
«El estreno de Citizen Kane en París, a primeros de julio de
1946, fue un acontecimiento extraordinario para los aficionados al
cine de nuestra generación (...) nos convirtió en cinéfilos exigentes.
Esta película es, sin duda, la que más vocaciones cinematográficas
ha suscitado en todo el mundo. Y resulta curioso esto porque
siempre se ha dicho y con razón que la labor de Orson Welles era
inimitable y porque además la influencia que ha ejercido ha sido,
por lo general, indirecta y subterránea, excepto en algunos casos...
(...) Las películas producidas por Hollywood... nos parecían
inalcanzables. (...) Nos gustó esta película porque era una película
total: sicológica, social, poética, dramática, cómica, barroca... (...)
Sólo mucho tiempo después del gran impacto que me causó en
1946 he podido comprender por qué C. K. es un film único y en qué
es único. (...) Cuando era un cinéfilo adolescente y vi C. K., el
personaje central del film me llenaba de admiración. Ahora que soy
director de cine y vuelvo a ver quizás por trigésima vez C. K., lo que
más me impresiona es su ambivalencia como cuento de hadas y
como fábula moral»(38). Esta es, al menos en parte, la lectura que
debe hacerse del plano en que un niño arranca unos carteles de la
fachada de un cine.
B) Significado contextual: La noche americana es un filme con
toques autobiográficos. El propio realizador es a su vez realizador
en la ficción. El momento que analizamos es un sueño (carácter
freudiano) que se inserta en un sistema narrativo, el cual a su vez
incluye otro sistema narrativo. De cada uno de ellos toma aspectos
significativos la secuencia, de manera que para una lectura en la
que esté presente lo denotativo y lo connotativo deben tenerse en
cuenta los factores que a continuación se anotan.
Ficción presentada como Ficción presentada
realidad como ficción
La noche americana Os presento a Pamela
Director: F. Truffaut Director: Ferrand (F.
T.)
Intérpretes: Julie Baker, Pamela
Severine, Stacey, Interpretan diversos
Alexandre papeles en este título.
[141]
Cría cuervos...
La fascinación que a Carlos Saura le produjo la niña-actriz de El
espíritu de la colmena fue motivo suficiente para inspirarle un nuevo
filme: Cría cuervos... La posibilidad de manejar su guión -publicado
a raíz del estreno- antes y después de su visión demuestra las
capacidades expresivas del realizador con los recursos
cinematográficos, «lo plano» del texto frente al «relieve» de la
imagen; la atmósfera familiar, el juego de la temporalidad a través
del personaje de Ana en sus dos referentes, la poesía de la muerte,
la comunicación con los objetos y la incomunicación con las
personas, la simbología de situaciones y actitudes, la precisión del
ritmo, son elementos que sólo están en el filme; lo que «es», lo es
en la película. En mi opinión, los dos grandes aciertos de Saura -sin
excluir otros- son: la contribución a desmitificar el tema de la
infancia a través de este medio expresivo y la perfecta integración
en su cosmovisión personal. Acierto, porque para el adulto son
muchas las dificultades de reconstrucción de la interioridad del
mundo infantil y sabemos que «es un tema que es preciso ordenar
como una meditación y tratarlo como una contemplación». Saura se
ha situado en la encrucijada -puesto que toda la película está dada
a través de Ana- en que el niño está pasando del primer paraíso,
con su mundo inventado y propio, al externo, representado por el
infierno que somos los demás; se produce la colisión entre lo que
imagina y lo que realmente ve, presenciando formas [170] de
comportamiento que resultan pervertidas; la impotencia de la
infancia aflora cuando quiere reparar el desorden utilizando la
muerte como salida; porque Ana, niña insomne, niña edípica, con
su animadversión por el padre y la sublimación e idealización de la
madre, está condenada a ser testigo de agonías y liviandades en su
entorno familiar. ¿La pérdida de la infancia cuando el adulto olvida
su deber? Ana-mujer, en un futuro sobre presente, confiesa a los
espectadores: «... recuerdo mi infancia como un largo período en
donde el lento discurrir de las horas, el miedo a lo desconocido y el
terror nocturno lo llenaban todo...». Y es que la permanencia del
presente, el sentido de la duración toma forma concreta cuando la
mirada crítica se fija sobre los seres degradados; la obsesión de la
muerte, el fatalismo, comienza a imponerse cuando la presencia de
la familia va sustituyendo progresivamente a la de los padres. Toda
la seriedad que el niño pone en el juego queda «distanciada» en
Ana -las hermanas actúan como meras comparsas- cuando en el
mismo juego se incluye «el drama» doméstico y familiar: la
extraordinaria escena del disfraz, con la que Saura pone a prueba
las dotes caricaturescas del niño. Se podría hablar de un juego de
los juegos de los que el autor se sirve para mostrar las relaciones
entre ellas, con los demás, el valor que toman los objetos, las
canciones, las fotografías, la sirvienta, la abuela, la tía,
representando cada una estatus vivenciales de indudable
repercusión sobre el presente y el futuro de las niñas, de Ana. Que
temas de otros filmes propios se sugieran en éste, que incluso
alguna escena o plano recuerde y se asemeje a Bergman o Buñuel,
analizados dentro del conjunto de la película, no significan otra cosa
que Saura es coherente en su obra, que su rico mundo interior -el
de Ana en la película- se prolonga, imperturbable, hacía otros
temas, como éste, teñido de colores mustios, opacos, otoñales.
El sur
El cine español, otra vez de la mano de Víctor Erice, vuelve a
traernos una obra profunda, sensible, hecha con los mismos
materiales, temáticos y técnicos, que tan bien sirvieron para El
espíritu de la colmena, considerada como una de las mejores
películas de nuestra cinematografía, tal vez la mejor de la etapa
sonora; acaso estamos ante una variante de una misma obra bajo
la que pervive una misma sensibilidad, una única preocupación, que
aplica los recursos cinematográficos para la mejor expresión de lo
introspectivo de una historia.
La pantalla aparece complemente oscurecida; sólo el ángulo
superior derecho se muestra ligeramente más claro ya que la
ventana deja pasar la luz de la luna. Pausadamente, la habitación
se irá iluminando al tiempo que los ruidos del exterior se hacen
audibles y una voz adolescente, femenina, comienza a contarnos
una historia, Así se inicia El sur, la segunda película de Víctor Erice
quien, diez años después de su primer largometraje, vuelve al
mundo de la niñez y de la adolescencia para sumergirse, y
sumergirnos, en las profundidades de la soledad, de la
incomunicación, en la bajada al primer paraíso para rescatar de él
vivencias, sentimientos y sensaciones, respuestas escasamente
satisfactorias a preguntas imposibles. Sí, otra vez el universo
infantil, ahora buscando y rebuscando en la personalidad compleja,
insatisfecha y traumatizada, [173] de un padre que ejerce como
médico y profesa como zahorí, que se adentra en lo desconocido de
las fuerzas telúricas como sustituto de la monotonía de la medicina
legal. Estrella es la protagonista; ella es quien nos cuenta
retrospectivamente, desde su personal punto de vista, sus
relaciones familiares y, en concreto, cuanto de conocido y
desconocido, de evidente y misterioso, hay en la personalidad,
psicológicamente compleja, de su padre, un hombre venido del sur,
habitante ahora de una ciudad castellana, desde donde la
muchacha reconstruye la historia antes de iniciar viaje hacia la tierra
natal paterna a la búsqueda de claves que sólo allí puede encontrar.
La década española de los cincuenta es la elegida para situar la
aventura interior de una niña; con los datos de una realidad
concreta, en espacio y tiempo, en la que las secuencias de la
guerra todavía son detectables entre los miembros de una misma
familia, avanzamos en el conocimiento de una conciencia juvenil
cuyas claves existenciales bucean en la conducta paterna. De las
dos partes en que puede dividirse la película, Estrella-niña, Estrella-
adolescente, resulta la primera más emocionante lo que no quiere
decir más conseguida; la fascinación que produce el estado infantil
contrasta con el peso de la soledad, con el descubrimiento de ella,
que caracteriza a la segunda; uno y otro aspecto han sido
excepcionalmente expresados por las intérpretes Sonsoles
Aranguren e Icíar Bollaín, con lo que se evidencia por segunda vez
que Erice es un especialista, en dirección de actores, de actrices,
que nunca lo habían sido.
Varias escenas destacan específicamente bajo el cúmulo de
secuencias admirables que componen este sorprendente El sur;
acaso aquellas en las que la comunicación verbal es insuficiente, en
el que otros recursos comunicativos han sido sustituidos por la
palabra para que al menos ocasionalmente el padre y la hija se
sientan solidarios, compenetrados... La escena de la primera
comunión de Estrella es una de las más espléndidas del filme; ante
un esquema costumbrista tradicional, que sólo la actitud paterna
interrumpe, se monta una escena familiar en la que el baile de un
pasodoble entre la niña y el padre se convierte en el sustituto
comunicativo de lo que previamente no pudo conseguirse; la música
ha unido dos corazones que se resistían a hacerlo por comunión
religiosa. Del mismo modo, cuando Estrella está escondida debajo
de la cama, en un acto de rebeldía contra el ambiente casero, es el
padre el único que sigue su juego mediante los golpes que produce
en el suelo de la estancia; por segunda vez, las transmisiones del
zahorí son recogidas, sin mediar palabra, con música primero, con
ruidos después, por la inquieta [174] conciencia infantil. En vivo
contraste con estas dos secuencias, el encuentro verbal entre
Estrella y su padre, en el comedor del Gran Hotel, tiene frutos
menos sabrosos de lo que podía esperarse; el estado adolescente y
el adulto, frente a frente, en el que la palabra se muestra
insuficiente para contar, expresar, revelar. Tres secuencias, para la
antología del cine español.
El Sur es una tierra y unos pueblos intuidos por la niña desde la
concreción de unas postales, desde el habla sonora y melódica del
personaje interpretado magistralmente por Rafaela Aparicio; el filme
termina cuando Estrella está dispuesta a descubrirlo realmente.
Novecento
Dentro de la variada utilización que el mundo del cine hace de
los niños, el filme de Bernardo Bertolucci, Novecento, aporta un
tratamiento singular: tomarlos como punto de partida para
desarrollar dos vidas paralelas e inscribirlos dentro de la dinámica
de la lucha de clases.
Cuando en las primeras escenas de la película se matiza el
sentido de esa jornada símbolo del 25 de abril de 1945 es
precisamente a un niño a quien Bertolucci hace coger y apuntar un
fusil contra su patrono; cuando el viejo patriarca de la hacienda elija
el establo como escenario de su suicidio, será una niña la obligada
a ser testigo, con su mirada y su tacto, de la impotencia sexual de
su amo, quien resuelve románticamente con su muerte la
incapacidad para perpetuar derechos feudales sobre vidas ajenas.
La primera parte de Novecento tiene mucho de sinfonía cuyo
tema fundamental es la infancia y la adolescencia y cuyo tempo
narrativo, paisaje, luminosidad, vitalismo, etc., está descrito
apoyándose en los factores climáticos del verano (las posteriores
partes de la película lo estarán sobre el invierno-fascismo y sobre la
primavera-liberación). Como variante a unos motivos habitualmente
tratados en su obra precedente, el del «doble» y la «revolución»,
Bertolucci organiza su historia sobre dos personajes con
identidades sociales distintas; el nacimiento, en los comienzos del
siglo, de Alfredo y Olmo (Robert de Niro y Gerard Depardieu,
respectivamente) es el punto de partida para establecer la dialéctica
entre la clase propietaria de la tierra y la de quienes, a su servicio,
la trabajan, representados en este caso por la familia de Berlinghieri
y los Dalco; en el contexto de esta hacienda regida patriarcalmente
se desarrolla [175] la infancia y adolescencia de dos muchachos
que mediante la amistad, el juego y la sexualidad asumen su vida
frente al determinismo de clase que los separa; la libertad de Olmo,
su dominio del entorno, su descubrimiento natural del sexo, frente a
la continua emulación de Alfredo, desembocará en la poesía de la
muerte representada en la escena del tren, cuando sucesivamente
uno y otro vayan colocándose bajo sus ruedas; la creación de un
mundo personal por parte del niño será progresivamente
conquistado por el adulto mediante las discrepancias políticas que
la guerra refleja; cara y cruz de una doble personalidad simbólica a
la que radicalmente se les exige abandonar su mundo infantil para
ser testigos de las conquistas, luchas y fracasos de sus
antecesores; la nostalgia del «primer paraíso» no tendrá lugar
porque han sido abocados a ser tempranamente protagonistas, a
trocar comunicación por distanciación, a asumir su propia
conciencia de clase y a ponerla en práctica, a situarse en el
contexto del propietario o del asalariado, a vivir su progresiva
concienciación política y social o la utópica muerte del patrón. De la
mezcla de una cosa y otra surge el tono épico-lírico con el que
Bertolucci ha tocado a su obra.
El tambor de hojalata
El tambor de hojalata, la película de Volker Schlöndorff basada
en la obra homónima de Günter Grass, es susceptible de ser
analizada en diferentes niveles de atención dada la riqueza de
significaciones que ofrece su puesta en escena, su temática y sus
intenciones. Así podría servir como ejemplo de adaptación
novelesca, de transformación de recursos expresivos o de las
semejanzas y diferencias entre obra literaria y cinematográfica; o
bien como conjunto de escenas en las que el montaje interno se
caracteriza por ser la expresión de significados dialógicos,
caracterizadores de la narración sintética (escena del ocultamiento
del incendiario bajo las cuatro faldas y comportamiento sexual; o
bien, el pañuelo que limpia el dedo masturbador y no las lágrimas
de la amante). En este comentario, centramos la atención
especialmente en los valores que se derivan de la utilización de un
niño con eje conductor de la historia, de la elección, precisamente,
de un niño como recurso dialéctico para efectuar el análisis
introspectivo sobre una realidad social e histórica expuesta en
visión de realismo mágico-simbólico; requiere decir esto que ante la
utilización general que el cine viene haciendo del niño como
personaje de la pantalla, estamos ahora más cerca de la visión
ofrecida [176] por Bertolucci en Novecento que de la lacrimosa de
Benton en su Kramer contra Kramer: el niño como testigo y juez de
la Historia y no simplemente como recurso de una historia. Lo que
Grass y Schlöndorff nos ofrecen en El tambor de hojalata es la otra
versión de la infancia sumisa; Oscar es, de nuevo, el representante
de la infancia destructora, como ya antes puso de manifiesto el
realizador en su El joven Törless. Este Oscar, que a los tres años
decide voluntariamente dejar de crecer, se manifiesta bajo las dos
cualidades que su autor entiende como típicamente
contemporáneas: el rechazo y la protesta. La figura del niño, que no
enano, se hace símbolo que rechaza el mundo de los mayores,
mundo de la burguesía alemana insatisfecha que acoge la ideología
nazi como la única capaz de hacerle vivir heroicamente; Grass-
Schlöndorff simbolizan en Oscar Matzerath el infantilismo de toda
una época y le han dotado de dos poderosas armas que, de lo real
a lo irreal, constituyen vehículos comunicativos de formas no
articuladas: el tambor y el grito tarzanesco capaz de romper
cristales. Con ellos avanza impertérrito desmenuzando con crueldad
y aniquilando sin piedad cada una de las estructuras sociopolíticas y
familiares de las que se siente insatisfecho. La brillante escena del
mitin nazi transformado en baile ciudadano por obra y gracia del
tambor de Oscar es todo un ejemplo del alcance de su protesta; la
sistemática rotura de cristales y bombillas, el aniquilamiento de
cada uno de los miembros de su familia, sirven para mostrarnos la
actitud de un niño que deviene en caricatura del pequeño burgués,
que hace cuanto los mayores no pueden hacer, que «es
oportunista, insoportable, egoísta, rechaza la responsabilidad,
protesta contra todo, grita como Hitler, caricaturiza los discursos de
Hitler, transformándolos en un solo grito, golpea el tambor porque
todos los partidos políticos de la época tenían grandes tambores...».
Oscar es un personaje destructor pero por ser al mismo tiempo un
mero imitador deviene en víctima, tras ser verdugo, de la misma
sociedad que critica; su uniforme y su trabajo en el grupo de los
liliputienses son mucho más que un símbolo, son una actividad de
servicio a la sociedad y a la ideología que la mantiene. Fuera de la
película, Oscar, tambor y grito, deviene en nuevo ejemplo de un
cine de la crueldad que elige al niño como escalpelo de una
sociedad que se autodestruye. Aun valorando su soporte histórico,
El tambor de hojalata, es, antes que nada, una película sobre la
capacidad corrosiva de la infancia alucinada por el mundo de los
mayores. [177]
Viridiana
El superrealismo, la simbología y el psicoanálisis son tres
métodos de lectura útiles para aproximarse a Viridiana.
Se parte, pues, de un naturalismo de tipo positivista,
condicionador de la conducta del individuo, que le promociona a un
nuevo status de vida: así, el viaje de Viridiana y su posterior
pretendida violación, se hacen contra su voluntad; un
condicionamiento moral y físico respectivamente, conduce a una
pérdida de libertad en la que el «fatum» hará lo demás; asumida la
muerte del tío, ella acepta la responsabilidad de su vida civil; por su
voluntad, se dedica a la caridad con los mendigos y posteriormente
a participar en el «menage a trois», final para un comienzo. El trazo
de vida que el filme retrata ha servido para mostrar cómo el
personaje se desentiende de unas ligaduras para acabar cayendo
en otras que, a la postre, no dejarán de ser menos sacrificadas que
las primeras.
La simbología es muy abundante en Viridiana; su vinculación a
un estado religioso condicionaba el uso de objetos (con
independencia de que Buñuel les dote voluntariamente de
significados concretos): la corona, la cruz, el martillo, los clavos...; la
cuerda de saltar u otros, menos intencionados, como la paloma, sin
dejar de aludir al más significativo, la orgía de los mendigos con
instantánea a lo «última cena». Todos los signos que se vinculan a
lo mágico-religioso, además de condicionar el significado de cada
escena, sirven como elemento de contraste con cuantos deseos
sexuales -sublimados, realizados, reprimidos- se observan en los
personajes.
El psicoanálisis es un método eficaz para interpretar numerosos
actos de Viridiana. No sólo las escenas que aparecen como un
sueño -sonambulismo de Viridiana, toma del somnífero- sino
aquéllas que son expresión de la más pura realidad: la insistencia,
en la primera parte de planos de pies, en la tierra, el carruaje tirado
por caballos, la mirada por el ojo de la cerradura o la ventana, la
fobia a tocar los pezones de la vaca -imagen fálica-, etc., nos llevan
a un nivel de lectura en los que la sexualidad es el motor de las
conductas, voyeurista en unos casos y exhibicionista en otros, con
complejo edípico o de castración.
Viridiana acaba con una partida de cartas en la que el diablo ha
jugado la mejor baza tras malversar una novicia, conseguir un
suicidio, poner a prueba la caridad... [189]
La vía láctea
El agnosticismo buñueliano no le ha impedido elaborar un
catálogo de las contradicciones que los ecos divinos suscitan en los
hombres. El resultado es un documental sobre las herejías donde
se aborda tanto la doble naturaleza de Cristo como la virginidad de
María, los misterios de la gracia y el origen del mal. Buñuel se ha
atrevido a filmar la complejidad de un tema y ha convertido en
cinematográfico lo que, a priori, no lo era. Esta «vía láctea» es un
compendio de la temática religiosa que ha desentrañado en
Nazarín y Simón del desierto. Su carga «rebeladora» queda
explicada por el autor en esta declaración: «... estoy convencido de
que el «cristiano», en su forma pura, absoluta, no tiene nada que
hacer sobre la tierra... porque no hay otro camino que el de la
rebelión en este mundo tan mal hecho». [190]
Utilizar una estructura de «camino» para darnos en el espacio y
en el tiempo los duelos teológicos, los juicios inquisitoriales, el
sadismo del aristócrata, etc. poniendo como testigos a los dos
peregrinos en su viaje por el Camino de Santiago, es un hábil
recurso para poder usar desenfadadamente ese lenguaje entre
intelectual y jurídico del que se vale; es como si la novela picaresca
se revistiera de narración filosófica; en la mayor parte de las
secuencias -claramente dicho o no- se cuestiona la libertad del
individuo. Un muestrario del enfrentamiento entre razón y fe.
El fantasma de la libertad
Ante El fantasma de la libertad, el autor advierte que se le
ocurrió el título tal vez por alguna asociación; «no se busquen
interpretaciones sofisticadas». El consejo debe seguirse sólo a
medias; no es camino idóneo aproximarse a la obra por la vía del
pensamiento lógico en exclusiva sino por la poética; la llamativa
subversión de valores a que el realizador somete a los objetos
sume en la desesperación al espectador que pretende una lectura
normalizada; el objeto fílmico no presenta la misma validez en la
sociedad irreal-poética que, en la del mundo común; y es
precisamente en este choque donde radica la fuerza de la película,
que viene a representar tanto la continuación como la continuidad
de su obra.
En apariencia, se trata de un filme que está lejos de poderse
llamar político; podríamos encuadrarlo en ese tipo de cine que no
pretende sustituir unas realidades por otras, sino aquel que se
replantea un estatus social, lo degrada, sin pretender aportar
soluciones «beneficiosas». Se inscribe en el más puro estilo de obra
abierta, por lo que está más cerca de la estructura de la novelística
moderna que del teatro clásico; empieza en cualquier momento y
terminará cuando el autor quiera; se apoya en la potenciación de la
secuencia como unidad base y logra la unidad artística por mera
acumulación de ellas; uno de los personajes es el elemento de
unión entre dos consecutivas.
Este cine de Buñuel tan personalísimo e irracional como ausente
de emociones es, en fin, la combinación gozosa de un naturalismo
verosímil con un surrealismo caprichoso. [191]
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