El Telar Europeo
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El Telar Europeo
EL TELAR
¿Qué es el telar?
Historia
La historia y la distribución geográfica del telar van muy unidas. Desde que el hombre quiso
vestirse con otra cosa diferente de la piel de los animales, tuvo que encontrar medios para fabricar
tejidos.
Eso ocurrió en los tiempos más alejados de la historia humana y en varias zonas del mundo
más o menos al mismo tiempo. Algunos pueblos, más adelantados que otros, encontraron rápidamente
la forma de hilar fibras y tejerlas. Otros tardaron un poco más, tal vez no tenían la necesidad de tejidos
porque vivían en climas más clementes. Así se inició el arte textil.
Luego, lo que era tan sólo una necesidad se convirtió en un medio para definir la pertenencia a
una determinada clase social, un clan, una etnia, un pueblo, etc. Al objetivo inicial del tejido, vestirse, se
unió otro: utilizarlo para marcar la diferencia entre los hombres. Este originó los intercambios entre
artesanos tejedores del mundo entero. El arte textil pronto se convirtió en un poder tremendo que
empujaba a los artesanos a superarse siempre más y más, y conseguir trabajos cada vez más finos y
más bellos. Cada cual con su aporte, contribuyó a hacer del telar artesanal lo que es hoy en día: un
abanico completo de varias técnicas, recogiendo detalles de mil y una épocas, de mil y una regiones.
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Algunos arqueólogos aseguran que el telar tiene unos 32.000 años de edad. Herramientas
propias del oficio, agujas finas que sólo habían podido utilizarse para los tejidos fueron encontradas en
sitios arqueológicos del paleolítico.
Esta teoría se confirma cuando se sabe que, ya en tiempos bastante remotos, el ser humano
dejó de matar a los animales de forma sistemática y prefirió aprovechar regularmente de lo que éstos le
proporcionaban como leche, crías, pelo, lana. El hombre del paleolítico encontró también más práctico
llevar una ropa a sus medidas y necesidades, sin tener que adaptarse a la piel pesada de cualquier
animal. Así había nacido la idea del textil.
Claro que los tejidos de entonces debían de ser un poco rústicos, pero muy pronto el ingenio
humano iba a mejorar las técnicas y las herramientas.
Ya antes de Cristo en el Norte de Europa y en la India se trabajaba el cáñamo. Los países
mediterráneos tuvieron grandes maestros en el arte de hilar, teñir y tejer la lana de las ovejas. En Asia,
en la antigua China, se producía la seda y, en América aún por descubrir, los pueblos indígenas de las
montañas sabían aprovecharse de la lana de las alpacas y de las flores de algodón en las zonas más
calientes.
Los telares se encontraban ya bastante perfeccionados y muy parecidos a los que se utilizan
actualmente. Antiguamente, para tejer, el tejedor se sentaba en el suelo, y a veces, hacía un hueco en
la tierra para estar más cómodo. Con la extensión del telar por numerosos puntos de la geografía, eso
cambió y los tejedores de los países fríos empezaron a colocar la urdimbre en un nivel más alto para
conseguir trabajar sentados en un banco y alejarse del frío del suelo. Pero todavía hoy en África o
América del Sur se ven tejedores sentados en el suelo.
Parece suficientemente claro que ya desde hace 2.000 años se sabe del arte de tejer
prácticamente lo mismo que sabemos hoy. Es difícil saber exactamente qué forma tenían los tejidos en
esas épocas tan lejanas, dado que las telas son frágiles y no pueden resistir el paso de muchos siglos
en buenas condiciones. Pero podemos constatar el alto nivel de conocimientos en tejidos que tenían
nuestros antepasados a través de algunas telas sasánidas (persas) o coptas del siglo III de nuestra era.
Pero todo este saber, esta cultura textil, tardó bastante en atravesar las fronteras. Fue sólo al
final de la prehistoria cuando los españoles descubrieron el algodón. En la cueva de Vall de Serves, en
La Llacuna (Barcelona) fue encontrado un trozo de tela de algodón muy bien trabajada, posiblemente
procedente de Oriente Medio.
La seda llegó desde el Extremo Oriente a Europa por Venecia y Roma bajo el impulso de Julio
César y Aurelio. Era muy cara a causa del largo y peligroso camino que tenía que recorrer. Llegaba a
Roma al mismo precio del oro, peso por peso. No había manera de conseguirla más barata dado que
los chinos guardaban celosamente los secretos de su elaboración. En la Roma antigua no se utilizaba la
seda para vestirse sino sólo para adornar los teatros.
Durante la Edad Media el algodón y el lino entraron en la Península Ibérica de la mano de los
musulmanes. Se trataba de materiales muy influidos por la tradición bizantina. Llegaron durante los
siglos XII y XIII, al sur de la Península, en ciudades como Almería, Granada y Sevilla.
Como los hilos de algodón resultaban finos y fuertes, los tejedores españoles intentaron sacar
un nuevo tejido: el fustán. La urdimbre era de algodón y la trama de lana. Se tejía con el punto de sarga
al objeto de dotar el tejido de solidez y suavidad. El fustán tuvo mucho éxito en toda Europa durante
casi cuatro siglos.
En el año 1350 aparece la primera máquina de hilar, muy rústica, mucho más que los tornos
que se conocen actualmente, pero esto supone un paso muy importante en el trabajo de hilar y así el
telar puede ya empezar su desarrollo industrial. Ambrosio de Morales cuenta que en Sevilla en 1575
funcionaban 16.000 telares.
Para poder conseguir una mayor rentabilidad, los telares se van transformando poco a poco:
durante el siglo XV se les añade un mecanismo para pasar la lanzadera más rápidamente en la calada.
Se trata de un cordón con polea que impulsa la lanzadera de un lado al otro de la urdimbre, con la
lanzadera recogida en cada lado en una cajita de madera. Algunos telares artesanales siguen hoy con
este mecanismo percutor.
También en esta época se ponen ruedas debajo de las lanzaderas y se van buscando todos los
medios que puedan ayudar a conseguir la tela más rápidamente, con menos tiempo. Pero, a pesar de
tantos inventos, el telar sigue siendo una artesanía, su trabajo se paga bien y se respeta mucho como
trabajo en esos primeros tiempos de intercambios y de negocios entre los pueblos.
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Los siglos XV y XVI constituyen la era de los viajes a nuevas tierras, alentados por el auge de
las grandes potencias navales del momento. Todas las marinas de Europa funcionan con barcos a vela.
Pues estas velas se debían tejer. También durante aquellos siglos se consideraba un lujo el hecho de
poseer tejidos finos con dibujos complicados, damascos, rasos de color, pana, prendas de lino calado,
cortinas de seda, ropas tejidas con hilos de oro y con incrustaciones de perlas o piedras preciosas.
Entonces los grandes potentados procuraban hacerse con los servicios de los artistas y artesanos más
competentes.
De países lejanos llegan a Europa artesanos con su saber, sus herramientas y sus secretos:
los orientales llevan con ellos el camelino, tejido muy bonito y muy caro hecho con pelos de camello.
Otros nos dan a conocer el camelote, tejido con pelos de cabra hilado muy fino.
Los árabes vienen con unas técnicas muy avanzadas en el arte de teñir los hilos. Saben utilizar
plantas y animales para dar colores a los tejidos que, hasta entonces, se quedaban casi siempre
blancos, crudos o del mismo color del animal.
Así el saber de uno se mezcla con el del otro para elevar el telar artesano al máximo de su arte
y posibilidades.
A partir del siglo XVI, los telares se complican cada vez más. Así los que se utilizaban para
tejer damascos llegan a tener hasta 12 pedales. La nobleza, cada día más caprichosa, pedía tejidos
más y más complicados, con sus escudos de armas, con frases o lemas, con dibujos tan difíciles y
curiosos que el telar cada vez se va acercando más al tapiz.
Después de 1530, fecha de la invención del torno de hilar, el hilo se puede vender más barato,
lo cual permite que más personas lo puedan adquirir. Las personas que vivían alejadas de las ciudades
y los mercados veían el interés de tener un buen telar en casa.
Después del siglo XVI, la técnica del telar prácticamente se para más o menos en el punto
donde había llegado. Se siguen haciendo damascos muy ricos. Con el cultivo de la morera en ciertas
zonas, Europa empieza a producir seda. Los tejedores la utilizan de la misma forma que utilizaban el
algodón o el lino para tejer damascos, pero cuando son de seda se llaman brocados. Se siguen
valorando mucho las telas finas y sencillas en la ropa de casa y el hecho de poseer muchos artículos
tejidos sigue siendo un signo de riqueza.
A partir del siglo XVIII hubo una decadencia del telar. De los 16.000 telares de Sevilla en 1575,
sólo quedaban 18 unidades en 1780. Mucha gente del campo seguía con un telar en casa, pero el
importante desarrollo que había conocido esta actividad al final de la Edad Media se apagó por
completo. El desinterés progresivo de la gente por las cosas hechas a mano. El siglo XIX es el siglo de
la mecanización, del principio de la industrialización, es la era moderna. Y en este ámbito, no hay sitio
para una actividad manual que necesita mucho trabajo humano, mucha atención, que tarda bastante y
requiere creatividad. Todo eso estaba ya pasado de moda.
Claro que se siguen necesitando tejidos, pero los telares no escapan a la mecanización
general. En 1804 un mecánico francés, Joseph Jacquard, mejora la idea de otro francés y saca el
primer telar automático. El principio del telar de Jacquard se sigue utilizando hoy en la industria textil. Se
trata de unas agujas unidas por hilos con pesos y muelles, por debajo de las agujas pasa un cartón. El
cartón lleva el dibujo que se quiere ejecutar, ejecutado con huecos y llenos, cada vez que las agujas
encuentran un hueco, se bajan y la lanzadera pasa el hilo de trama.
La segunda razón del casi total abandono del telar tradicional fue la llegada a Europa, a partir
de final del siglo XVIII, de tejidos exóticos. Las nuevas colonias ya empezaban a desarrollar sus propias
economías y encontraban en Europa un mercado muy acogedor para toda clase de tejidos de colores
vivos y materiales hasta entonces desconocidos. Estos productos se vendían más barato y encontraban
buenas salidas en detrimento de los tejidos artesanales de los cuales la gente se había cansado.
Hubo sin embargo, un estímulo inesperado en Cataluña y en el Sur de Francia al principio del
siglo XX. Estas regiones se habían retrasado en la industrialización del telar y se seguía trabajando de
forma casi artesanal una tela llamada indiana. La indiana es un tejido fuerte de algodón azul oscuro que
se usaba como tela para tiendas de acampar. Los que necesitaban muchas tiendas de acampar eran
los pioneros y mineros del Norte de América. Pero aún así, el mercado habría quedado muy pequeño si
no hubiera ocurrido algo divertido.
Un buen día de principios de siglo, a un minero del Oeste de los Estados Unidos se le rasgó su
pantalón por cuarta o quinta vez. Esta última vez ya no se podía arreglar, entonces este hombre tuvo la
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maravillosa idea de aprovecharse de la tela de su tienda de acampar para hacerse un nuevo pantalón.
Y resultó muy fuerte, tal vez un poco duro al coserlo, pero daba igual, en de hilo el hombre puso unos
cuantos roblones, así había nacido el vaquero.
Desde entonces, el tejido de la tela de vaquero se ha mecanizado, pero durante unos cincuenta
años el telar catalán se salvó con eso.
Si conocemos y utilizamos el telar tradicional todavía hoy, se lo debemos en gran parte a los
jóvenes de los años setenta, a todos aquellos que querían acercarse a la naturaleza alejándose de las
estructuras de las sociedades occidentales.
Desde el movimiento hippie, la gente tomó conciencia de la necesidad de valorar la creatividad,
de hacer algo con sus propias manos, de recuperar las cosas buenas del pasado.
Como siempre, también hubo abusos en esta época, pero sirvió para volver a encontrar el
equilibrio entre la vida social activa y el propio ritmo interior. En este aspecto, la artesanía y
particularmente el telar, constituye una fuente de placer y diversión.
Si se mira bien, se puede constatar que los artesanos son, en general, gente tranquila, con
otro ritmo y otra forma de entender la vida. Actualmente se nos permite seguir con la vida moderna
aprovechándonos de las lecciones del pasado para encontrar a la vez equilibrio y bienestar. No
deberíamos dejar pasar tal ocasión.
El telar en el mundo
A pesar de todos los trastorno que sufrió el telar desde la Edad de Piedra, nunca dejó de ser el
amigo tranquilo y útil de los pueblos de la Tierra.
Algunos de ellos lo siguen utilizando sin que haya sufrido ningún cambio desde la antigüedad.
Para ellos el telar tradicional sigue siendo una necesidad.
Al contrario, otros pueblos cambiaron mucho su forma de vivir a lo largo de los siglos y para
ellos el telar tradicional se convirtió en un medio retrospectivo para acercarse a una vida más natural.
Como acabamos de ver en el apartado histórico, muchas cosas en telar vinieron de Oriente. Lo
que dio la fama a Oriente en el pasado no deja de ser su especialidad hoy. China sigue siendo el mayor
productor mundial de seda y con la industrialización pasó a ocupar también el primer plano en el tejido
de algodón. Pero en China ya no se usan telares artesanales.
No pasó eso en Japón, porque los japoneses son gente más aferrada a sus tradiciones. A
pesar de un desarrollo económico muy fuerte, en Japón se pueden encontrar todavía telares de madera
con peines muy finos para tejer la seda o, mejor dicho, el chantung.
En la India y en las zonas menos desarrolladas del Extremo Oriente se siguen tejiendo el
algodón y la lana con medios muy sencillos, telares de cinturón o telares muy antiguos. La llegada del
turismo en masa a estas regiones ha dado un nuevo impulso al telar en Tailandia o Filipinas, por
ejemplo.
Oriente Medio fue famoso por sus alfombras. La mayoría de los tejidos artesanales de Persia
consistían en maravillosas alfombras, igual que en Turquía. Una cosa interesante en estos países para
el tejedor es el hilado de la lana: en efecto las alfombras típicas de Oriente Medio son hechas con lana
natural hilada a mano con ruecas y empleadas sin teñir, en sus colores naturales.
Los países árabes siguen siendo unos verdaderos maestros en el arte de hilar y teñir la lana a
mano con tintes naturales, aunque por lo que se refiere al arte del telar no cabe destacar nada peculiar.
América
América tiene una tradición de telar muy antigua. Tanto los indios de los territorios Nortenses
(navajos, sioux, hopis, ...) como los sudamericanos (kollas, mapuches, tobas,...) o los de
Centroamérica (mayas, aztecas, mizteques...) conocían y usaban el telar mucho antes de la llegada de
los colonizadores.
En América Latina la tradición se mantuvo y los peruanos, bolivianos, ecuatorianos no dejaron
nunca sus telares. En Guatemala se tejen telas preciosas con muchos colores y bastante finas. En
México hace poco, he visto unos quince telares reunidos en una granja de un pequeño pueblo. Unos
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veinte chicos jóvenes tejían allí mientras sus madres y hermanas hilaban. Hacían ponchos, chaquetas y
suéteres, única fuente de ingreso de su pueblo.
En América del Sur el telar conoció un nuevo desarrollo a partir de los años 70 con la llegada
del turismo, pero también con el entusiasmo de los europeos por los productos exóticos. Los
latinoamericanos nunca habían dejado las lanzaderas, pero ahora, sus productos son conocidos y
valorados en todo el mundo.
En los Estados Unidos y Canadá el telar no ha tenido la misma suerte. Con el casi exterminio
de los nativos, por poco se pierde por completo en menos de cien años. Pero ahora, con la ayuda de los
arqueólogos y antropólogos americanos, se va recuperando poco a poco lo que era la cultura indígena.
Esta cultura también había desarrollado el telar. Las mujeres tejían mantas y alfombras en telares
verticales muy parecidos a los telares de tapiz.
Todo lo relativo a esta cultura viene dibujado en paredes de cuevas y ahora, con la labor de
recuperación que se lleva a cabo, los descendientes de «los seres humanos» (como se llamaban a sí
mismos) vuelven a descubrir y utilizar el telar indígena tradicional. En algunas reservas se pueden
comprar mantas o cuadros tejidos a mano o adornados con dibujos típicos.
Aparte del telar indígena, en América existe también una tradición del telar artesanal. Pero ésta
tiene las mismas características del telar europeo, dado que fueron los inmigrantes quienes se los
llevaron con ellos al llegar al Nuevo Mundo.
Europa
En Europa nos encontramos con una gran variedad de tejidos y varias formas de trabajar. Se
puede formar un grupo con los trabajos de los países del Este, muy parecidos a los tejidos de América
del Sur: lana, muchos colores, poca variedad de puntos, telar de cintura o de estilo muy rústico.
Luego, debemos tener en cuenta los trabajos de los países del sur de Europa. En Grecia, Italia,
Portugal o España, así como en el sur de Francia, se trabaja el lino, el algodón y la lana en su forma
fina. Estos tejidos se ejecutan generalmente en telares iguales a los que vamos a utilizar en este
volumen. Y aunque en estos países el telar es muy industrializado, existe todavía una buena tradición
de telar artesanal.
No es extraño ver aún actualmente tejedores muy competentes que ejecutan sus trabajos de
forma artesanal. Algunos de ellos dan cursos en sus propios talleres o en el ámbito de sus municipios, y
cada vez más se encuentran tejidos a mano en las tiendas de artesanía o en las ferias locales.
Pero donde el telar artesanal supo mantenerse mejor es, sin ninguna duda, en el norte de
Europa. En Inglaterra y Alemania, por supuesto, pero más aún en Dinamarca, Noruega, Finlandia y
Suecia. Se trata de países en donde el telar forma parte de la vida. Hay un telar casi en cada casa. Con
la madera de que disponen los suecos y los noruegos construyen telares muy fuertes, prácticos y muy
bonitos. Saben tejer cosas maravillosas como las famosas alfombras Rya o los tejidos de doble cara.
Son los artistas del telar. Si un día tiene la oportunidad de asistir a un curso de telar en Europa del
Norte, ¡No te lo pierdas!
Los telares
Podemos definir un telar partiendo de la dinámica del tejido en telar, que es sencillamente el cruce
recurrente de los hilos de urdimbre aprisionando en cada cruzada al hilo de trama. El telar es el
elemento encargado de mantener alineados y estirados esos hilos de urdimbre, separados en dos
planos para recibir el hilo de trama y cruzarse.
Ambos planos contienen un número igual de hilos de urdimbre, ya que están formados por la mitad de
un par, y uno de los planos tendrá “lizos” que son cuerdas auxiliares que sujetan los hilos para facilitar el
cruce de forma rítmica y mecánica sin tener que cruzar hilo por hilo.
Telares aborígenes
Son varios los tipos de telares que los indígenas de Sudamérica nos han legado, y los vamos a dividir
en dos grandes grupos: verticales y horizontales.
Los verticales del norte argentino (Chaco, Catamarca) y los del Alto Perú (Tarabuco, Potolo) consisten
en un cuadro formado por dos parantes y dos travesaños.
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Los del sur argentino y chileno (huitral) tienen agregados dos parantes suplementarios para sostener la
vara de los lizos ( tononhué o tonón), que llaman Param-tononhué.
Actualmente se prefiere dividir los telares verticales propiamente dichos y oblicuos. Creemos que esta
división tiene que ver más que nada con la longitud de los largueros del telar, porque si se apoya contra
una pared tendrá cierta oblicuidad, mientras que si el apoyo es un tronco del techo de la ruca o rancho,
tenderá a la vertical. También se vio (y aún se ve) en el sur argentino y chileno el telar vertical afirmado
contra dos parantes oblicuos terminados en horquetas. Opinamos que tal diferenciación no es relevante
por no incidir en la técnica del tejido.
Hay otro telar vertical denominado de faja pampa o de tablillas. Son dos estacas verticales clavadas en
el suelo, a una distancia equivalente a la longitud deseada para la faja a tejer. La urdimbre no es vertical
sin transversal, posee generalmente un solo lizo y varias tablillas o palitas para mantener el cruce y para
sostener los hilos elegidos para el dibujo.
Entre los telares aborígenes horizontales se destaca el de suelo o de cuatro estacas clavadas
firmemente en la tierra formando los vértices de un rectángulo.
Allí se traban los travesaños para mantener la urdimbre tensa, que queda casi tocando el piso. Aquí, los
lizos se apoyan directamente sobre la urdimbre, en tanto que en otro tipo se agregan dos horquetas
para sostener la vara del lizo.
Como estas estacas están frecuentemente clavadas a cielo abierto, las tejedoras destraban por la
noche la urdimbre, la envuelven y la guardan en su rancho, para volver a desplegarla al día siguiente.
A veces, la tejedora se sienta sobre la tela ya tejida a medida que va avanzando en el tejido, en tanto
que en otras ocasiones opta por ir envolviendo lo tejido en el travesaño proximal o ayudada por otro
palo “envolvedor”. En este último caso, ata los extremos del travesaño distal a las estacas con una soga
gruesa de lana y la soga se irá alargando a medida que la artesana se vaya aproximando al final de su
labor.
También se consideran telares horizontales los de cintura, es decir, los que tienen un travesaño atado a
un árbol o a un poste y el otro a la cintura de la tejedora.
El mayor ancho que se teje en los telares horizontales no excede los 0.85 m por se éste el alcance de
los brazos de la artesana para pasar la trama.
Otro telarcito muy pintoresco es el “de dedo gordo”. Aquí la urdimbre se ata directamente el dedo gordo
del pie y el otro extremo a la cintura o al cuello. Antiguamente, era la manera de confeccionar cintos,
fajas y ligas con técnica de trenza chata. También se llama de esta forma al telar que tiene como
travesaño distal un palillo que se aprisiona en el espacio interdigital de primero y segundo dedos de
cada pie.
El telar llamado criollo es copia del de origen europeo traído por los colonizadores y tuvo gran difusión
en el noroeste desde la Puna a Cuyo. Sigue siendo utilizado por las tejedoras de estas provincias.
Consta de cuatro postes u horcones que sostienen dos largueros, sobre los que asientan los travesaños
necesarios para sostener la soga de los lizos accionada por los pedales o las manijas; a veces tienen
travesaños accesorios para colgar la caja del peine, pieza destinada a apretar la trama.
Los envolvedores se fijan con ataduras (similares a las coyundas) a la altura deseada por la artesana.
A medida que se progresa en la producción del tejido, el envolvedor de la urdimbre se va desenrollando
y el proximal va envolviendo la tela.
El telar criollo y primitivamente el europeo fueron utilizados en todos los obrajes textiles jesuíticos.
Así como en el norte y centro argentino, Cuyo, Bolivia, Perú y norte de Chile han usado telares
horizontales, verticales y criollos (aunque la mayoría del noroeste argentino eran criollos, en Bolivia y
Perú horizontales de cintura y de cuatro estacas), en el sur fue y es excluyente el telar vertical,
denominado huitral.
Otros telares
Hay una invención criolla, llamada por Burgos “telarcito para tejer alfombras de felpa”, que no es más
que un bastidor horizontal con pies con travesaño anchos. La urdimbre es “circular”, es decir, abraza los
travesaños como si fuera una madeja sin fin. A medida que se va tejiendo, se va deslizando la tela hacia
abajo y, cuando se obtiene la pieza deseada, se corta por la mitad la urdimbre que quedó sin tejer y
constituirá los flecos.
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Telarcitos flequeros los hay criollos y europeos. Los primeros son verticales, de dos estacas,
complementados por un lizo y una tablilla para que la trama quede “sobrando” de uno de los bordes
para servir como fleco; en tanto que los segundos difieren en que el lizo es un armazón rectangular con
una rejilla cuyos palillos, de madera o caña o espina de pez, tienen una perforación central. Los hilos de
un plano de urdimbre pasan por esos orificios, en tanto que los del otro plano pasan por entre los
palillos. Con sólo subir y bajar la cajita se forman los cruces para pasar la trama, que formará los flecos
con ayuda de la tablilla mencionada.
Elementos auxiliares
Las tejedoras usan elementos auxiliares para cumplir su tarea. En el norte, quechuas y aymaras usaban
utensilio de hueso para acomodar los tejidos de faz de trama, en los que usaban hilos de lana muy fina.
Llamaban “rockey” a una punta cuneiforme (huihuina en la puna), huichuna a un huesito de pata de
vicuña con forma de horqueta, y mathina a una tablita con borde dentado.
Para los tejidos de faz de urdimbre, en cambio, necesitaban una pala de madera o de hueso que
llamaban “kallhua”.
Los mapuches, tehuelches y pampas (tejedores de faz de urdimbre) tuvieron a esta pala como elemento
auxiliar insustituible e infaltable junto al telar, y la llamaban ñerehué.
Las palas eran anchas, como de 8 a 10 cm de largo variable, para tejer ponchos o cualquier prenda que
no fuera de cuatro bordes. En cambio, las tenían de diferentes anchos y tamaños, hasta llegar a ser casi
cilíndricas, como un lápiz o aún más delgadas, para cuando iban llegando a la zona en que una matra o
un tejido de cuatro bordes dejaba pocos centímetros para hacer el cruce y pasar la trama.
Faz de trama
Se denomina así a aquellas telas en las que se ve la trama (o mejor dicho, las tramas) y la urdimbre
permanece oculta. Para lograr esto, los hilos de urdimbre se colocan en el telar con cierta separación,
permitiendo que la trama se “quiebre” y quede a la vista, cubriéndolos. Esta técnica permite una
variedad de diseños limitada solamente por la imaginación del tejedor. Un ejemplo de trabajos
realizados con esta técnica son los tapices.
Faz de urdimbre
Las telas realizadas con esta técnica son aquellas en las que los hilos de la urdimbre se tienden en el
telar uno junto al otro, sin dejar espacios libres; esto hace que la trama permanezca oculta. Aquí la
variación de colores depende de los elegidos al urdir, y los diseños dependen de esta elección.
Tejidos balanceados
Llamamos así a aquellas telas en las que la urdimbre y trama están a la vista. Introducido por los
conquistadores, este modo de tejer podemos verlo en los barraganes, cordellates y picotes; distintos
términos para identificar a este tipo de telas, diferenciándose por su diseño. En muchos ponchos y
mantas finas de vicuña, tejidas en telar criollo, también encontramos este tejido balanceado que se
produce porque el apriete de la trama se hace con peine, lo que deja “luz” entre los pares de urdimbre,
quedando así a la vista todos los hilos que componen la tela.
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trabajo estamos mostrando). Se compone de pares simples (1:1) que permiten la ornamentación por
listas y “guarda atada” (ikat).
Peinecillo
Es una variante del urdido que consiste en usar lanas de diferente color para cada uno de los dos hilos
que componen cada par. A partir de allí el mero acto de tejer “levanta” en cada pasada uno de los dos
colores, produciendo una alternancia que semeja los dientes de un peine. En este caso sigue siendo un
tejido llano de características especiales, pero también, a partir del peinecillo, levantando ciertos hilos y
bajando otros pueden obtenerse dibujos.
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las prendas. En los trarihues -fajas femeninas mapuches- los encontramos trenzados y atados en dos
grupos, formando parte importante de la ornamentación, con un largo superior a los 30 cm.
En los textiles “incaicos” -quechus y aymaras- los ponchos presentan flecos perimetrales en los cuatro
bordes. Éstos se tejen aparte, contenidos en un galón o cinta, formados por la trama que sobrepasa el
ancho de esta cinta. Dicho galón se cose convenientemente alrededor del poncho para ornamentarlo.
Suelen ser policromos, de colores vivos, y su largo no supera los tres o cuatro centímetros.
En los ponchos criollos los flecos también se agregan del mismo modo que en los incaicos. Son
monocromáticos, combinados con el color predominante en la prenda, y su largo es algo mayor que en
los incaicos.
Existe también otro tipo de flecadura que encontramos en textiles arqueológicos, y que ya no se hace.
Se trata de los flecos de cinta, en los que al principio y al final de cada prenda se teje con varias tramas
que toman, cada una, un pequeño número de pares de urdimbre, produciendo telas separadas y
contiguas. Oportunamente, el tejedor puede abandonar estas tramas múltiples continuando con una
sola en todo el ancho de la urdimbre, originando, ahora sí, una única tela.
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