Comunidades Aporéticas
Comunidades Aporéticas
Comunidades Aporéticas
Comunidades aporticas*
Fernando Garca Masip1
Resumen: En este artculo queremos mostrar como en el concepto de comunidad sobrevive una marca lingstica performativa que opera produciendo dilemas aporticos que, a su vez, son los signos de las prcticas y de lo usos contradictorios e indecidibles que las propias comunidades concretas ejercen en cuanto fenmenos sociales: endeudar simblicamente al comunero y, al mismo tiempo, permitirle resistir polticamente, someter al individuo y, al mismo tiempo, promover su sociabilidad, etc. Palabras clave: Comunidad, apora, deuda, subjetividad, indgena.
Abstract: In this article, we want to demonstrate the way in which a linguistic performative mark survives in the community concept it produces an aporetic dilemma that is, at the same time, an indication of its different contradictory and devoid of decision uses that the real communities practice as social phenomenons: making symbolically in debt the community fellow and, at the same time, letting him resist in a politically way, subjugating the individual and, at the same time, promoting his sociability, etc. Key words: Community, aporia, debt, subjectivity, indigenous.
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* Ensayo aparecido en el n 34 de la revista Tramas. Subjetividad y procesos sociales. Depto. Educacin y Comunicacin, UAM-X, 2011. Profesor Titular C del Departamento de Educacin y Comunicacin-UAM-X; miembro del rea de Investigacin en Grupos, Instituciones y sus interrelaciones, y miembro de la Lnea de Investigacin Memoria y Futuro de la Maestra en Psicologa Social de Grupos e Instituciones. fjmasip@correo.xoc.uam.mx
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At communitatem efficiere omnes simul divites ac pauperes, divites quia omnia habent, pauperes quoniam nihil possident. Tommaso Campanella2
En una entrevista que le hace a Derrida, Elisabeth Roudinesco le deca: Usted detestaba la palabra comunidad, tanto cuanto detesta hoy, igual que yo, al etnicismo, al comunitarismo (Derrida & Roudinesco, 2001: 182). El contexto es una entrevista sobre el Anti-semitismo por venir. En su respuesta, Derrida no niega la aseveracin de Roudinesco pero tampoco la desarrolla en ese sentido. En otros escritos anteriores 3, Derrida ha manifestado ms bien una desconfianza, en general, con relacin a ese concepto y a sus prcticas. Esa desconfianza nos llam mucho la atencin, hace tiempo, pero estbamos totalmente envueltos en un proyecto de trabajo sobre la comunicacin (Garca Masip, 2008). Y el tema de la comunidad resultaba ser algo derivado en ese momento. Sin embargo, si efectivamente Derrida detestase tal palabra, como dice Roudinesco, llamara an ms nuestra atencin pues nunca ha sido ese el tono que l usa en sus textos y reflexiones. De cualquier forma, esa desconfianza derrideana nos llev a investigar desde hace unos pocos aos, el sentido y los usos de ese concepto, sobretodo en
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CAMPANELLA, Tommaso. La Ciudad del Sol (Civitas Solis). Madrid, Tecnos, 2007 (1602). Ed.Bilinge. p. 133. el rgimen comunitario hace a todos a la vez ricos y pobres: ricos porque tienen todas las cosas, pobres porque no poseen nada, p. 40. Sin embargo en otro punto importante, dice: Hoc pulchrum sanctumque, videtur at communitas mulierum ardua nimis, p. 133. Todo eso parece hermoso y santo, pero que las mujeres sean comunes parece demasiado difcil. p. 40. Campanella, pensador renacentista neoplatnico, no asume la tesis espartana de Platn, en La Repblica, sobre la comunidad (koinoona) de las mujeres, y de los nios: Esas mujeres sern todas comunes (enai koins) para todos esos hombres, y ninguna cohabitar (sunoiken) privadamente con ninguno de ellos; y los hijos sern asimismo comunes (koinos), y ni el padre (genitor=gona) conocer a su hijo ni el hijo a su padre (457d). Ya un siglo antes, Toms Moro, otro renacentista neoplatnico, en su Utopa sealaba que Los utopianos aplican aqu el principio de la pose en comn. Para anular, en este caso, tambin la idea de propiedad individual y absoluta cambian de casa de diez en diez aos, sacando a la suerte aquella que les toque. p. 78. MORUS, Toms. A Utopia. Lisboa, Guimaraes Editores, 1990 (1518). Traduccin nuestra. En realidad ambos pensadores hacen tambin alusin a la comunidad cristiana primitiva de los Apstoles, como se podra leer ms explcitamente en Campanella.
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Sabemos que Derrida no ama mucho el trmino comunidad, ya que eso dispone de un alcance mtico que invoca la idea de totalidad, sea una totalidad orgnico-biolgica, sea la del Blut und Boden, sea esa totalidad econmico-financiera, el mercado. No es por acaso que, rehaciendo ahora un retorno a Nietzsche, l hable de una comunidad sin comunidad. (Garritano, 1999: 229). No porque sta fuese comunidad sin comunidad, inconfesable o desobrada, etc.: simplemente que no tendra que ver, en cuanto a lo esencial de lo que se llama amistad, con ninguna referencia a la comunidad que sea, positiva, negativa o neutra.(Derrida, 1994, 331). Las traducciones y las itlicas son nuestras.
3 algunos momentos del pensamiento filosfico y por algunos de sus tericos, o por algunas prcticas de comunidad descritas por cientficos sociales4. El tema de la comunidad aparece de vez en cuando en la historia del pensamiento filosfico y cientfico-social con ms o menos presencia y ms o menos fuerza. En los Estados Unidos fue muy utilizado por los psiclogos de la comunidad (Sarason, 1974; Rappaport, 1977; Mann, 1978), sobretodo en los aos setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado. Ya en Europa, fueron ms bien los filsofos los que llamaron para s la tarea de reflexionar sobre el asunto en los aos ochenta y noventa. En Mxico, aunque siempre ha habido una fuerte tradicin en los estudios sobre comunidad desde varias pticas, son hoy bsicamente los antroplogos los que parece han asumido el desafo de investigar sobre el asunto (Lisbona, 2005; Pitarch, 2003; Rus, 2004; Sariego: 2003) 5. De esos diversos intereses socio-cientficos se puede constatar la existencia de una cierta ambivalencia : creemos que existe una propensin en las ciencias sociales en general por defender el tema de la comunidad como siendo muy relevante para algunas sociedades y para sus cientficos; pero, y de la misma manera, tambin existe una desconfianza hacia su concepto sobretodo si utilizado de forma tradicionalmente positiva, sobretodo en una poca de profundas mutaciones como la nuestra6. La idea de comunidad tiene su primer planteamiento coherente en los escritos de Platn (Garca Masip, 2009). Y aunque la misma aparezca como una referencia princeps, en este artculo haremos ms bien, una breve revisin sobre los conceptos de comunidad propuestos por algunos pensadores contemporneos: Nancy (1983), Blanchot (1983), Agamben (1990), Derrida (1994), Esposito (1998) y Garritano (1999). Adems exploraremos el tema en varios mbitos gnoseolgicos, sean estos filosficos, teolgicos, o antropolgicos, sobretodo. La tesis que defenderemos es que el concepto de comunidad est sobrepasado. Sobrepasado quiere decir que, aunque el trmino se use indiscriminadamente en relacin a una multiplicidad de fenmenos o de acontecimientos,
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Actualmente nuestro proyecto de investigacin en el rea de Grupos, Instituciones y sus interrelaciones en el Departamento de Educacin y Comunicacin de la UAM-X, se intitula: Comunidad y liminalidad. Historia filosfica del concepto de comunidad y de su utilizacin en la psicologa social contempornea.
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La psicologa social mexicana ha retomado en los ltimos aos, aunque tmidamente, el tema de la comunidad, vide (Araujo Monroy, 2002).
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No habr algo funesto en la idea misma de comunidad, al menos cuando sta se manifiesta, como tantas veces ha sucedido, en el interior de un mundo en el que el aparato tcnico se extiende sobre la entera superficie del planeta? (Calasso, 1998: 97).
4 el mismo est fundado sobre un sentido socio-conceptual muy preciso. Ese origen se ha perdido en la mar de sus usos cotidianos en las diferentes lenguas predominantes a lo largo del tiempo. Sin embargo, su condicin performativa an est operando en lo propio de su sentido, esto es, que al decir comunidad se est haciendo algo: afirmar que eso existe sin ms y que todos entienden algo sobre eso. Ahora bien, lo sobrepasado no quiere decir que deba de ser simplemente abandonado, ni como concepto ni como fenmeno: primeramente, porque no tenemos el poder unilateral de prohibir que algo se diga o se use lingsticamente; y sobretodo, en segundo lugar, las prcticas comunitarias, lo en-comn de las prcticas colectivas, s que nos interesan y defenderemos el cmo estos autores citados, y un buen nmero de investigadores, buscamos encontrar en esas prcticas comunales acontecimientos liminales. Esa liminalidad7 es, pensamos, la que le permitira a la comunidad contempornea (incluyendo en esto, incluso, a las comunidades tradicionales) hacer usos de lo comunal sin tener que tornarse en mnadas societales. Aparece el fantasma de Tnnies 8. De hecho se puede dar a entender que estaramos simplemente invirtiendo el esquema tnniesiano comunidad/sociedad (Gemeinschaft/Gessellschaft). Y efectivamente lo invertimos, en un primer momento, proponiendo a la sociedad como forma histrica ms compleja que las formas comunitarias, sin embargo, no nos quedamos slo en la inversin, pues la desconstruccin nos obliga a avanzar proponiendo un algo a ms que deshaga esa nueva jerarqua conceptual. Lo que sigue es ese algo a ms.
El concepto de liminalidad es tomado en este ensayo en un sentido ms amplio que en el texto muy acotado de Turner (1988). Por amplio entendemos que la liminalidad es un componente, paradjicamente, estructural de la comunidad pero no necesariamente ritualstico, ni siquiera negativo, de la estructura social, sino aportico, como se ver ms adelante.
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La clsica definicin de Tnnies es la siguiente: Toda convivencia ntima, privada, excluidora, suele entenderse, segn vemos como vida en Gemeinschaft (comunidad). Gessellschaft (sociedad) significa vida pblica, el mundo mismo () la Gemeinschaft (comunidad) debiera ser .entendida como organismo vivo y la Gessellschaft (asociacin) como artefacto, un aadido mecnico (Tnnies, 1979: 9).
5 II
"La experiencia ms amarga de un hombre libre es entablar amistad con alguien que no le agrada". Al-Mutanabbi
Para Esposito (1998), el trmino communitas proviene del adjetivo communis, que es lo contrario de lo propio, o de propiedad. Lo comn es lo que no es propio, que empieza all donde lo propio termina (Esposito, 1998: 26). En el adjetivo communis se agazapa una raz fundamental para entender el sentido de communitas: mnis, mnus, significa en primera instancia deber (Ernout & Meillet, 1957, 748)9. Pero hay una constelacin de significantes que se articulan con esa idea de deber en la raz mnus10 (arc. moinus, moenus), y que son los trminos, nos dice Esposito, onus (obligacin), officium (funcin, cargo, empleo, servicio), y donum (don). Si bien la idea de deber est ms evidenciada en los dos primeros trminos, el de donum tiene que entenderse como un don obligatorio: una vez que alguien ha aceptado el munus, est obligado (onus) a retribuirlo, ya sea en trminos de bienes, o en trminos de servicio (officium) (Esposito, 1998: 27). De ah que el communis se tenga que entender como un compartir ese cargo, ese deber o esa obligacin, de forma colectiva:
Por lo tanto, communitas es el conjunto de personas a las que une, no una propiedad sino justamente un deber o una deuda. Conjunto de personas unidas no por un ms, sino por un menos, una falta, un lmite que se configura como un gravamen, o incluso una modalidad carencial, para quien est afectado, a diferencia de aquel que est exento o eximido (immunitas). (Esposito, 1998: 29-30)
En la comunidad se debe renunciar a s propio, a lo propio de s mismo, por cuenta de la deuda, del encargo que se tiene permanente para con lo que se nos a dado o donado. Si aceptado en el seno de una comunidad, el s mismo, por deber, tendr que compartir su ser: Un deber une a los sujetos de la comunidad en el sentido de te debo algo, pero no me debes algo-, que hace que no sean enteramente dueos de s mismos. En trminos
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Aunque los referidos autores afirmen que el origen de ese sentido no est lo suficientemente documentado, Esposito lo sustenta con base en un conjunto de referencias latinas, inglesas y alemanas que lo confirman.
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En efecto, mnus tiene el sentido de deber, cargo oficial. Ha formado derivados adjetivos: mnis, inmnis, commnis. Este ltimo tiene un paralelo en gtico: ca-mains, gemein. (Benveniste, 1978: 6344).
6 ms precisos, les expropia, en parte o enteramente, su propiedad inicial, su propiedad ms propia, es decir, su subjetividad (Esposito, 1998, 30-31). Sostenindonos en las puntas afiladas de estas afirmaciones, que no son meramente etimolgicas sino que tambin son polticas, podramos proponer desde el lxico de Derrida, no slo un falogocentrismo (Derrida, 1972: 75-213), ni siquiera un fratocentrismo (Derrida, 1994: 309) sino ms bien, una comunocracia y un comunocentrismo: un comuno-centro-cratismo. La comunidad necesita de una entrega desubjetivante de sus individuos para poder constituirse como sujeto colectivo. Puede sonar paradjico, pero no lo es. El poder totalizante y centralizador de lo en-comn, nos obliga a ceder y dar parcial o totalmente nuestra subjetividad, resalta Esposito. Slo de esta forma la communitas se puede constituir: no tienen que existir lazos de amistad, necesariamente, sino ms bien una pertenencia y una identidad desubjetivadas y que slo se pueden objetivar bajo esa forma de convivencia compartida comunalmente. En el comuno-centro-cratismo existe una deuda por saldar sistemticamente. De ah que Esposito hable de este conjunto de personas unidas por una falta; esa falta afirmamos nosotros, sera el centro de la comunalidad. Si esta hiptesis es correcta, si las comunidades, en general11, se estructuran organizndose alrededor de un centro que se simboliza como falta, al mismo tiempo la operacin de simbolizacin de esa centralidad nos recuerda que estamos siempre individualmente en falta, en deuda, para con la comunidad. Individuo y comunidad se deben algo para que puedan co-existir. Sin embargo, esta dicotoma entre individuo y comunidad no es lo suficientemente consistente, hoy en da, al menos conceptualmente, ya que nos recuerda a la filosofa poltica de los contractualistas modernos, como Hobbes, en una lnea, y a Rousseau y a Kant en otra. Por eso, habra que pensar el fenmeno del estar-junto, o del ser-con en trminos de Heidegger12, de tal forma que se pudiera
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Ms adelante hablaremos de ciertas prcticas comunitarias concretas que aunque no se salgan de este esquema, sus fines polticos hacia el exterior son muy diversificados; y, por otro lado, sealaremos cmo esta aparente omnipresencia sagrada de la falta es sistemticamente profanada en el interior.
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En esta ocasin no entraremos al espinoso concepto de Heidegger sobre comunidad, desarrollado al final de Ser y tiempo, sin embargo damos la referencia para que el lector aquilate la labor que habr que desarrollar para desconstruir esa concepcin. Por nuestra parte apenas mantendremos la idea princeps heideggeriana de la existencia (Dasein) como un ser-con (Mitsein): Pero, si el Dasein destinal (das shicksalhafte) existe esencialmente, en cuanto estar-en-el-mundo, coestando (Mitsein) con otros, su acontecer es un co-acontecer, y queda determinado como destino comn (Geschick). Con este vocablo designamos el acontecer de la comunidad (Gemeinschaft), del pueblo (des Volkes). El destino comn no es el resultado de la suma de los destinos individuales, as como el convivir (Miteinanderesein) tampoco puede ser concebido como un estar-juntos de varios sujetos. Conviviendo en el mismo mundo y resueltos a determinadas posibilidades, los destinos individuales ya han sido guiados de antemano. El destinal destino comn (das schicksalhafte Geschick) del Dasein en y con su generacin (Generation) es lo que
7 desconstruir esa dicotoma no slo conceptualmente sino en las propias prcticas de la comunalidad. Qu efectos polticos y socio-culturales acarreara esa desconstruccin para las comunidades concretas?
III
Vivre dans langle in angulo- du monde Pascal Quignard
Jean-Luc Nancy (2004) comentando a Blanchot (1983), nos desafa con una idea que interpretamos de la siguiente forma: cmo hacer comunidad sin la necesidad de estructurarse por una falta que nos indique sistemticamente el lugar deseado de la totalidad y de la plenitud de un poder cualquiera? Y, al mismo tiempo, pero en contrapunto, cmo producir una grieta que permita que la otredad advenga como posibilidad, como acontecimiento de lo en-comn? Se entiende entonces que algn tipo de estar-en-comn es una condicin social necesaria pero, cul sera la condicin suficiente? Nancy seala que:
Es con eso con lo que hay que trabajar: con la comunidad enfrentada a nosotros, el con enfrentado al con. Un enfrentamiento, sin duda, pertenece esencialmente a la comunidad: se trata a la vez de una confrontacin y de una oposicin, de una venida al frente de s mismo para desafiarse y probarse, para dividir su propio ser en una separacin que es tambin la condicin de ese ser. (Nancy, 2001: 51)
Nancy nos est diciendo que la comunidad desprovista de una dinmica de disensos, de contradicciones, de extraeza, de diferencias, etc., no permite establecer el propio ser de lo comunal, lo cual empieza a perfilar, al menos para nosotros, un cierto clima de apora. Una comunidad tendra que organizarse sobre la posibilidad de desaparecer, tragada por el centro de su propia falta. Enfrentada, confrontada con lo otro que s misma, la comunidad tendra que articularse con una no-comunalidad (un nos-otros indefinido, casi fantasmtico) que transforme su estructura, y al mismo tiempo, la mantenga como comunidad. En palabras de Blanchot, la extraeza de lo que no podra ser comn es lo que funda esta comunidad, eternamente provisoria y siempre ya desertada (Blanchot, 1983: 89). Difcil condicin para lo communis, la deuda en-comn, precisamente porque en el estudio de Esposito, en la communitas tal y como fue diseada socio-polticamente (y no
constituye el acontecer pleno y propio del Dasein. (Heidegger, 2000:400)
8 slo lingsticamente) en la antigedad greco-latina, as como en la cristiana, la cuestin de la alteridad no fue un elemento fundacional interior, a no ser que esa alteridad, siempre externa, pudiera ser reducida a la Identidad Comunal: que el otro (el extranjero, el brbaro, el judo, el afuera), diese, cediese, con-cediese su persona, su subjetividad. Por lo mismo, cuando Derrida (1994) hace la desconstruccin del concepto de comunidad en la seccin Pour la premire fois dans lhistoire de lhumanit de Politiques de lamiti, piensa ms que en una comunidad o una fraternidad, en un lazo o vnculo constituido bsicamente por la amancia (laimance)13 , condicin social siempre en un punto de diferenciacin, de rompimiento, de disolucin: un double-bind al borde de la apora. All nos dice, refirindose al sentido de su texto: La ley del nmero y del ms uno que atraviesa a este libro, no sera menos agudo e ineluctable, pero entonces, ella llamara a un lenguaje enteramente otro. (Derrida, 1994: 331)14. La ley del ms uno necesita otro lenguaje que no sea el de comunidad de la falta (-1), sino el de un concepto de comunidad (+1). Era lo que Esposito descubra como siendo lo imposible de la communitas. Recordmoslo: Conjunto de personas unidas no por un ms, sino por un menos (Esposito, 1998: 29). El +1 es lo que impide que la comunidad se totalice. El ms uno es el otro con el que mantengo un vnculo doble de amor y de muerte, de aimance y de disolucin, de juncin y de enfrentamiento. As se previene el establecimiento de un pacto o de un contrato eternos de con-cesin. Por lo mismo, y a contrario, hay que sealar que si la lgica de la falta es tan fundamental para las teoras estructuralistas, tambin lo es porque, precisamente, se torna referente estructural de su comunalidad terica e institucional. Derrida se lo analiza a Lacan cuando le dice que alguna cosa falta en su lugar, pero la falta no falta nunca (Derrida, 1980: 469). Si la comunidad es el conjunto de personas que se centran en la falta para poder existir pero la falta nunca falta, la comunidad es una comunidad sin falta, esto es, una sin comunidad, una descomunidad: la comunidad es imposible porque nada le falta en realidad 15. Por qu la falta necesita ser
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Aimance, palabra de factura derrideana, es el hecho de amar y de diferenciarse, al mismo tiempo; de la misma manera que diffrance es el hecho de diferir y de retardar.
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La cita comienza diciendo as: Y entonces, si hubiese una poltica de la amancia, no pasara ya por los motivos de la comunidad, de la pertenencia o de la particin, sea cual sea el signo que se les aada. Afirmadas, negadas o neutralizadas, estos valores comunitarios o comunales corren siempre el riesgo de hacer volver a un hermano. Hay quiz que tomar nota de este riesgo para que la cuestin del quin no se deje ya apresar polticamente, mediante el esquema del ser-comn o en-comn, aunque ste est neutralizad, en una cuestin de identidad (individual, subjetiva, tnica, nacional, estatal, etc.). (331). La traduccin espaola no respeta el texto original. Derrida escribe plus un, ms uno, y no plus dun, ms de uno, que es como lo tradujeron. La idea de ms uno (+1) es precisamente la que queremos desarrollar pues atraviesa toda el pensamiento de Derrida. 15 Desde que se reintroduce la falta (le manque) en el deseo, aplastamos toda la produccin deseante, la
9 representada por un centro, o un significante faltante, el falo en Lacan, por ejemplo? Qu sucedera si el falo realmente estuviese en falta? Derrida cree que: Si el falo fuese por acaso divisible o reducido al estatuto de objeto parcial, toda la edificacin se hundira y eso es lo que hay que evitar a cualquier precio (Derrida, 1980: 506). De la misma manera pensamos que, para que la comunidad pueda existir en su deuda, pueda existir en su falta, tambin puede dejar de existir porque su falta no le falta. La falta es tan homognea, tan indivisible que, faltando realmente como falta, partira irremediablemente el duro cemento de lo en-comn. La comunidad de la falta es muy diferente a la comunidad del +1 que proponemos. La comunidad+1, como signo conceptual, ya no es = al significante comunidad, por un lado; pero adems, proponer prcticas comunitarias que acepten el +1, la suma del otro, significara que se impulsara la produccin deseante de las singularidades sociales, polticas y culturales. La comunidad no estara en obra para pagar el don deudor que la amarra a su falta. La comunidad estara en situacin de no poderse cerrar al otro. No podra ser propiamente una comunidad sino que tendra que aceptar una potencial liminalidad de la des-obra. Como seala Nancy:
Por ello la comunidad no puede provenir del mbito de la obra. No se la produce, sino que se hace la experiencia de ella (o su experiencia nos hace) como experiencia de la finitud. La comunidad como obra, o la comunidad por las obras, supondra que el ser comn, como tal, sea objetivable y producible (en lugares, personas, edificios, discursos, instituciones, smbolos: en suma, en sujetos) (Nancy, 2004: 78).
De esa forma, la comunidad no puede recogerse en un en-s totalizante porque le resiste la experiencia con los seres singulares y finitos que la componen. El pasaje que deja cada comunidad para la intervencin del +1, es ineludible. Seala permanentemente que la comunidad es finita por su singularidad, que la comunidad est parasitada por el otro, que la comunidad no puede ser Una16. IV
reducimos a no ser ms que produccin de fantasma; pero el signo no produce fantasmas, produce lo real y la posicin de deseo en la realidad. DELEUZE, Gilles & GUATTARI, Flix. LAnti-Oedipe. Capitalisme et schizophrnie. Paris, Minuit, 1972. P. 132. Guattari, unos aos antes, ya explicitaba la crtica al estructuralismo lacaniano en relacin al concepto de la falta.
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El reparto responde a lo siguiente: lo que la comunidad me revela, presentndome mi nacimiento y mi muerte, es mi existencia fuera de m. Lo que no quiere decir mi existencia investida en o por la comunidad, como si sta fuera otro sujeto que me relevara, bajo un modo dialctico o bajo un modo comulgante. La comunidad no releva la finitud que expone. Ella no es, en suma, ms que esta exposicin. Es la comunidad de seres finitos, y en cuanto tal ella misma es comunidad finita. Vale decir, no comunidad limitada con respecto a una comunidad infinita o absoluta, sino comunidad de la finitud, porque la finitud es comunitaria, y porque ninguna otra cosa es comunitaria. (Nancy, 2004: 68).
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Nosotros somos la circuncisin San Pablo
Lo fantstico de la operacin leninista, avant la lettre, de San Pablo, como lo seala Badiou (1999)17, es la universalizacin de la comunidad cristiana primitiva. Todos, los cristianos, los judos, los no-judos, los griegos, todos somos hijos de Dios. Esa universalizacin, como estrategia poltica de constitucin de lo comunal, se aproxima peligrosamente de una totalizacin comunitaria 18. Si para Badiou (2004), el acontecimiento precede al ser y al sentido, entonces, el acontecimiento por venir, es un acontecimiento segundo, posterior al acontecimiento de origen, o al acontecimiento como origen. Pero en el caso de Pablo, el acontecimiento de origen -la Resurreccin-, se torna el mito en torno del cual la comunidad paulina organiza su existencia, a la espera del acontecimiento segundo, del retorno del Mesas (Agamben, 2004)19. Esta idea de un acontecimiento de origen es el equivalente al mito de un acontecimiento del final. Ambos son las puntas de un mismo mito, el mito del universalismo. Pero el universalismo para no desaparecer, tiene que estar siempre en deuda con la totalizacin. Lo universal no puede sucumbir nunca, por estructura, a su generalizacin como totalidad, de lo contrario lo universal no dejara lugar a ninguna singularidad. Retomando a Badiou: el acontecimiento precede al ser, y ste al sentido, entonces hay un resto resultante, por exceso o por falta, del acontecimiento como origen. El acontecimiento se tornara as, mito de s mismo, si no se acepta que el mismo nunca se puede dar como un origen originario, pues ese resto es un origen no-originario del propio acontecimiento, algo que es irreductible al acontecimiento, y que no es, evidentemente, ni Idea, ni ousia, ni parousia y ni Dios: es un resto para uso de los hombres. Es un +1, cualsea. Es un residuo resultante de la profanacin de lo universal o de la desacralizacin de lo universal, siguiendo la crtica que Agamben (2004: 92-93) le asesta Badiou (1999).
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Cuando est de moda estar un paso adelante, uno puede, entre otras cosas, ayudarse con un mayor paso atrs. De ah esta reactivacin de Pablo. No soy el primero en arriesgarme a la comparacin que hace de l un Lenin cuyo Cristo habra sido el Marx equvoco. (Badiou, 1999: 2).
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La koinoona bblica es un profundo lazo ontolgico que, en virtud del bautismo y por la participacin de la naturaleza divina une a los fieles con cristo y entre s en una comunidad a la vez espiritual y jerrquica, que sacramentalmente significa y estrecha en la comunin eucarstica, y que tiene como consecuencia natural una participacin comn en los bienes mesinicos y exige una absoluta comunidad de fe (pstis) y una generosa comunicacin de bienes espirituales y materiales por la caridad. (Muoz Iglesias, 1953: 223).
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Analicemos de ms cerca la estructura del tiempo mesinico en Paulo. Como lo saben, Paulo descompone el acontecimiento mesinico en dos tiempos: la resurreccin y la parousia, la segunda venida de Jess al final del tiempo. (Agamben, 2004: 122). Traduccin nuestra.
11 Si toda comunidad extiende su ser hacia el sentido de lo universal, un resto nocomunitario se desplaza por entre la estructura de lo universal comunitario. Ese resto liminal, que no es la negatividad sencillamente pues no se opone a algo necesariamente, la llamaramos de arch flotante, que fluye mutando: una arch protica (del dios griego mutante, Proteus): nunca est en donde se le busca, en donde debera de estar. El mito de origen es, justamente, la tentativa de elaborar ese residuo imposible, inefable, ocultando lo no-mtico del resto en el lenguaje que lo enuncia. En toda comunidad hay una disensin necesaria, un desvo, una grieta, un miedo, una duda, que convocan al sacrificio-sagrado para la consolidacin-fusin de la metafsica de lo comunal. Por lo mismo, creemos que las prcticas y los usos de lo comunal no son posibles de unificacin totalizante, al contrario, son mltiples. Sin embargo, lo comunal, lo encomn de lo comunal, s se orienta conceptualmente por ese vector de unificacin. Tal y como dice Nancy (y Derrida tambin), lo importante sera pensar ms en lo en de lo encomn, que en lo propiamente comn. Los usos mltiples que hacemos de nuestro estar en-comn, distienden a lo comunal, deformando la esencializacin de lo comunal y desencializando las formas de lo comn. No queremos decir que no tengamos cosas en comn con los otros. Precisamente, eso es lo que ms se tiene y se busca, pero casi siempre en condiciones de segregacin, de jerarquizacin y de exclusin de los otros no semejantes a nosotros; nunca lo comunal se torna un universal inmanente, una singularidad cualquiera, para hablar como Agamben (1990). Para constituirse, busca universalizarse de forma trascendente. Si esta hiptesis se sostiene, entonces lo comunal de lo en-comn de toda comunidad borrara el pasaje que lo separa de s mismo, borrara el en para hacer lucir lo comn como un particular totalizante. Y aqu se confunden los registros lgicos: lo comunal universaliza para totalizar, para absolutizar. Aunque por principio lo universal no sea lo total, lo comunal los funde haciendo relucir, en el resplandor metafsico de lo Uno, la sacralizacin de la totalidad. Lo que hacemos juntos y en-comn, es variable, tanto sincrnica como diacrnicamente. Pero la forma/esencia comunitaria mantiene atados, a su frreo acontecer, a los usos en-comn no-comunitarios. Ah es en dnde lo comunal se deja atravesar por su propia imposibilidad de fusin y de totalizacin, desmigajndose en usos mltiples, que no necesariamente conflictivos pero s necesariamente distintos los unos de los otros. Sera ingenuo pensar, pues, que el poder no se presenta como convidado incluso en estas aporas comunitarias. El poder se constituye con las mismas y en las mismas. Nada nos asegura que en la multiplicidad de lo en-comn, alguna forma social no intente
12 tornarse dominante o hegemnica, es decir, sagrada. Por eso, mantener actuante a lo profano y a lo pagano de lo en-comn, es el trabajo permanente de lo poltico en lo comunal.
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Esto es, puede demostrarse rigurosamente que en todo sistema formal consistente que contenga una cierta proporcin de teora finita de nmeros existen proposiciones aritmticas indecidibles y que, adems, la consistencia de tal sistema no puede ser demostrada en el propio sistema. Kurt Gdel.
Cuando la idea de comunidad es substituida en el siglo XVIII por la de pueblo, o al menos, cuando estos dos conceptos empiezan a convivir en el pensamiento moderno pre-romntico, la idea de comunidad se ensombrece parcialmente frente al fulgor de esa otra idea performativa: pueblo era una comunidad con un carcter ms poltico, ms profano. La pregunta es, ser que el re-erguimiento de la idea de comunidad a partir de la segunda fase del siglo XX est influenciado tanto por la idea de comunidad cientfica como por la ms reciente de comunidad virtual, y no slo por el de comunidad poltica? Por qu no se retom la idea moderna de pueblo, para hablar no de comunidades virtuales y digitales, sino de pueblos virtuales o de pueblos digitales? Pueblos cientficos? Sintagmas que suenan extraos. Por eso, la tentativa de politizacin de lo comunal en el siglo XVIII, parece que sufre un revs cuando de la entrada y del dominio de la ciencia y de la tcnica en la escena cultural de occidente, necesitando retomarse el viejo concepto cristiano de communitas para poder auto-referirse e identificarse. La comunidad cientfica, as como las comunidades virtuales, gozan de una especie de privilegio en cuanto a su condicin aportica, pues al mismo tiempo en que se constituyen como comunidades, y por lo tanto con procesos de fusin comunal, comparten con esto una condicin de profanidad que en principio niega el proceso fusional. Negar, insistimos, no tiene que ser entendido como oposicin negativa, o accin dialctica de lo negativo, sino como estructura constituyente de este tipo de comunidad: sagrada y profana al mismo tiempo. Pero qu hay de sagrado en una comunidad cientfica, por ejemplo? Segn Agamben (1997)20, releyendo a Freud, sacrificar (sacer)
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Tambin vase, Agamben (1999). Un ser que fuese radicalmente privado de toda identidad representable sera para el Estado absolutamente irrelevante. Esto es cuanto tiene que esconder, en nuestra cultura, el dogma hipcrita de la sacralidad de la vida desnuda y las vacuas declaraciones sobre los
13 significara tanto augusto, consagrado a los dioses como maldito, excluido de la comunidad. Esa ambigedad permite, segn nosotros, que en todo mbito sagrado exista un resto profano no reducible a lo sagrado y viceversa, en lo profano hay un resto sagrado flotante. As, la comunidad cientfica, para serlo, tendra que reducir enteramente ese resto sagrado de su condicin profana (en cuanto saber), de lo contrario, se correra el riesgo de sacralizar a la propia ciencia, entrando en contradiccin con sus propios presupuestos. Pero, por otro lado, si es comunidad tiene que mantener una especie de mstica sagrada con relacin al poder que le da ese saber. Cmo mantener un vnculo sacralizado, al mismo tiempo en que el fundamento de la ciencia es el de profanar todo vnculo con lo divino? No puede ser un poder que se ligue con una entidad divina sino al contrario, lo sagrado tendra que provenir de un ligamen exactamente opuesto: el de destituirse de toda relacin con lo divino. Apora tal vez necesaria, aunque aparentemente incomprensible en primera instancia. Aclaremos: la comunidad cientfica no es la ciencia. La comunidad cientfica puede tornar su prctica en un juego aportico en el cul, si se denomina comunidad, seguir manteniendo un incomprensible vnculo con lo sagrado, pero que no puede ser lo propio de la ciencia. Entonces, si es comunidad qu es lo sagrado en esa comunidad cuyo fundamento es desacralizar cualquier saber, cualquier vnculo, cualquier relacin o proceso u objeto o sujeto? Como apora, resulta falsa. En realidad, la ciencia no podra mantener esa denominacin para su colectivo de cientficos. Ni an llamndola ms ilustradamente, de ciudad cientfica, en dnde la idea de civitas mantiene tambin otro tipo de sentido de sacralizacin de su propia colectividad en cuanto comunidad. Nuestra hiptesis es que la comunidad cientfica es ms cientfica que comunidad. Lo en-comn de los usos de la ciencia tiene como tarea principal, profanar cualquier intento, o tentacin, de sacralizacin de la propia ciencia, mantenindola siempre en un juego permanente de cuestionamiento, de impredecibilidad, de desafiabilidad, y de incertidumbre (Barnett, 2002). Lo cual debe de poner en cuestin el concepto tradicional de racionalidad cientfica, no tanto por lo tradicional en s o por ser cientfico, sino porque la razn erguida en un discurso totalizante puede tornarse, como ya ocurri histricamente, en un nuevo metadiscurso de sacralizacin (Lyotard, 1993).
derechos del hombre. Sagrado no puede tener otro significado que aqul que posee el trmino en el derecho romano: sacer es aquel que ha sido excluido del mundo de los hombres y que, no pudiendo ser sacrificado, es lcito matarlo sin cometer homicidio (neque fas est eum immolari, sed qui occidit parricidio non damnatur). p. 70.
14 Siguiendo ese tipo de razonamiento, las comunidades cibernticas virtuales (siempre en plural, pues sus usos y prcticas son mltiples), gozaran de esa condicin de profanacin de lo sagrado comunal. Las comunidades virtuales, se sitan en este contexto pero en una apora de otro tipo distinto al de la ciencia pues, como communitas, su nombre denota un cierto grado de tautologa: toda comunidad es virtual, decimos hipotticamente, desde el momento en que toda comunidad espera que algo acontezca, o se virtualice porque algo ya aconteci, y espera el retorno al origen del sentido (Idea, Salvacin, Utopa). Sin embargo, en la communitas digital, parece no esperarse por nada, no tener esperanza, y lo que hace que sus miembros estn juntos es el simple compartir sin otro objetivo ms que ese. Es decir, un estar-junto profano. Una comunidad sin relaciones comunales propiamente. La ciencia espera, de algn modo, objetivar a la realidad. La comunidad virtual, la multitud digital (pidindole prestado el trmino spinoziano de multitudo a Hardt y Negri (2001)21, opera simplemente en las superficies (pasajes, veredas, canales, puentes, conexiones, etc.) de los usos propios de encuentros reales que, aunque tengan tareas cientficas, religiosas, polticas o culturales de cualquier orden o signo, en cuanto tales, como comunidades, no esperan que un da su encuentro sea la realizacin de la totalizacin del sentido, del ser o del acontecimiento perdidos o por venir. La multitud digital vive su encuentro como el ltimo, o como el primero, no importa; lo profano invade su acontecer, su ser y su sentido. Repite, y se repite pero siempre como otra cosa VI
Y venimos a contradecir.22
Y qu decir de las comunidades indgenas en Mxico? Hasta ahora, hemos estado hablando del concepto de comunidad desde una parte de la filosofa poltica contempornea y desde una parte de las ciencias sociales actuales, pero el trmino, las prcticas, los usos y costumbres en las comunidades indgenas mexicanas existen y son
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Mucho ms interesante es poder pensar los procesos sociales colectivos con otras denominaciones, por ejemplo: La multitud se compone de un conjunto de singularidades, y aqu entendemos por singularidad un sujeto social cuya diferencia no puede reducirse a uniformidad: una diferencia que sigue siendo diferente. (Hardt & Negri, 2004: 127) 22 En los tiempos de la colonia, cuando la Corona de Espaa reparta tierras de los indios entre los conquistadores, para que stos tomaran posesin fsica era necesario que recorrieran los linderos de la nueva propiedad sin contradiccin alguna. En los viejos papeles coloniales comienzan su alegato con esta frase: y venimos a contradecir.(Warman, 1976: 17).
15 un crisol de diferentes modos de vivir y de ejercer lo comunal. O no? En la interpretacin de Agustn vila (citado en Prez Ruiz/Lisbona Guilln, 2005: 89):
La comunidad indgena constituye una unidad territorial con espacios internamente delimitados y jerarquizados: barrios o secciones, anexos, paraje y sitios, etc. Est habitada por personas con una serie de valores y normas; personas que en buena medida comparten una concepcin del mundo, hablan principalmente una misma lengua indgena y se organizan de acuerdo con normas particulares para lograr objetivos comunes, entre los que destacan los de preservar y reproducir a la propia comunidad. (vila, 2003)
Podramos decir que sta es una definicin clsica, descriptiva, casi funcionalista, de lo que es una comunidad indgena. Lo territorial es fundamental para poder hablar de comunidad. En este caso, parecera que lo comunal es una mnada perfectamente aceitada, es decir, naturalmente estructurada. Pero por depurar tanto la definicin, la misma aparece sin los conflictos suscitados por las diferencias de expresin social, poltica, religiosa o existencial, etc. Por otro lado, pensamos que Prez Ruiz (2005) le critica a vila, y a otros etnlogos y antroplogos de ese corte, la construccin de una interpretacin basada en un cierto discurso, en nuestras palabras, constativo-descriptivo que evita ver las posibilidades de reconstruccin de imaginarios colectivos performativos23, que intervienen en lo comunal para reconstituir experiencias en dnde ni ese hecho ni el discurso de la importancia de lo colectivo antes que los intereses individuales eran garanta de mayor equidad y democracia al interior de la comunidad recreada. (Prez Ruiz, 2005: 93). En pocas palabras, la comunidad definida aspticamente evita mostrar que las prcticas polticas, culturales y discursivas comunitarias internas de las comunidades, no son garanta de la creacin de vnculos sociales y polticos ms democrticos o ms jerrquicos, y ms participativos o ms autoritarios. Inspirados por el estudio de Jan Rus (2004)24, tendremos que pensar en un imaginario colectivo hegemnico que pone a los indgenas en una situacin y una definicin absolutamente fantsticas, pero con fines no solamente de degradacin
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En el sentido general en que lo utiliza Austin (1990). Aunque l aplica lo performative exclusivamente a los actos de lenguaje, nosotros buscamos pensarlo tambin como actos de un imaginario colectivo no puramente discursivo. 24 Jan Rus. Guerra de castas segn quin?: indios y ladinos en los sucesos de 1869, en Viqueira, Juan Pedro & Ruz, Mario Humberto. Chiapas. Los rumbos de otra historia. Mxico, UNAM-CIESAS, 2004. Pp. 145-174.
16 ideolgica de los pueblos indgenas, sino de pretexto para poder intervenir en su diversidad social comunal. El estudio muestra perfectamente las formas como se homogeneizan las concepciones sobre los indgenas chiapanecos, tan variadas culturas y vivencias, de modo a poder controlarlos o, peor an, aniquilarlos literalmente. En una vertiente prxima a esta ltima, los importantes estudios de Lisbona Guilln (2005), y otros, muestran esta problemtica en toda su vertiginosa ambivalencia. Por un lado, existe en Mxico un comunalismo indgena fuertemente cerrado y con encargos socialmente impositivos que buscan preservar la unicidad comunal; pero por otro lado, hay una variedad importante de formas de articulacin comunitaria con la religin, la poltica, el territorio, etc., de forma tal que el comunalismo formal no siempre se torna una norma existencial a priori. As, estudiando el caso de los pueblos tojolabales en Chiapas, Lisbona seala: los tojolabales, cualquiera que sea su adscripcin poltica o religiosa, han encontrado en los diferentes proyectos de sociedad, aunque bien se pueden denominar de comunidad por el carcter exclusivo que proponen, espacios para dilucidar sus controversias relacionadas con el modelo de sociedad pretendido. (Lisbona, 2005: 223). En ese sentido, Lisbona busca desmitificar el iusnaturalismo del contractualismo rousseauneano del buen salvaje, y por ende, su desdoblamiento en un comunalismo indgena dominado por una cultura natural cerrada y auto-inmunizante. Agrega en otro lado: buscar una identidad nica en este grupo humano se convierte en tarea prcticamente imposible. Las supuestas solidaridades tradicionales se resquebrajan al amparo de filiaciones emergentes que portan ellas mismas un modelo de sociedad, con nuevas relaciones sociales que atraviesan incluso los primordiales vnculos familiares. (ibid: 226). Por lo tanto, y de acuerdo con lo citado, proponemos la hiptesis de la existencia de una complejidad y de una variedad comunales en la vida indgena de Mxico que pueden resultar en aporticas25, es decir, que no tendran un lmite bien
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Citemos a Derrida para apoyar nuestra propuesta: Preguntmonos lo que sucede, lo que pasa con la apora. Hacer la prueba o la experiencia de la apora, de la apora como tal, es posible? Se trata, entonces, de la apora como tal? Del escndalo que viene a suspender una viabilidad? Pasamos, entonces, a su travs? O bien nos inmovilizamos en su entrada, al punto en el que hay que rehacer el camino de vuelta o buscar otra va?(Derrida, 1996: 65). Itlicas del autor. Para Derrida, la apora es un lmite ambiguo pero aparentemente infranqueable, por ejemplo en el caso de la muerte. Sin embargo, el tema del lmite de lo social, se pone a prueba con el concepto de hospitalidad que l propone. Romper el limite de lo comunal sera aceptar lo extrao, al extranjero, lo otro, el afueraetc. Comunidades aporticas sera, entonces, la denominacin que le damos a las comunidades, indgenas, o no, que abren pasajes hospitalarios en sus fronteras, en sus lmites. Pero lo hospitalario, para ser aportico, tiene que mantener una cierta tensin indecidible: hospitalario comparte la raz tanto de hospes como de hostis, de receptividad como de enemistad. La comunidad puramente hospitalaria es un mito, su contrario, una ideologa. La comunidad es la comunidad+1, su apora. Ver tambin a Garritano, 1999: 229-239.
17 establecido, sino ms bien fluido y permeable, hasta cierto punto26. Sin embargo, no todos piensan as. Algunos investigadores creen que un caso como el de los tojolabales no puede, o no debe, generalizarse, pues en la prctica el comunalismo indgena est forjado por modelos organizacionales que no son estrictamente autctonos histricamente hablando, sino ms bien recreados externamente e impermeables en sus estructuras. Como seala Bartra, con cierta rudeza realista, aunque no descartaramos totalmente su interpretacin:
En sntesis, los sistemas normativos indgenas o lo que queda de ellos son formas coloniales poltico-religiosas de ejercicio de la autoridad, profundamente modificadas por las guerras y la represin, en las que apenas puede apreciarse la sobrevivencia de elementos prehispnicos. Estas formas de gobierno han sido profundamente infiltradas y hbilmente manipuladas por los intereses mestizos o ladinos y por la burocracia poltica de los gobiernos posrevolucionarios, con el fin de estabilizar la hegemona del Estado nacional en las comunidades indgenas. Los ingredientes que podramos calificar de democrticos son muy precarios; se reducen al plebiscito y al ejercicio de una democracia directa en asambleas, donde las mujeres y las alternativas minoritarias suelen ser excluidas o aplastadas.(Bartra, 1998).
En verdad, esta es una de las versiones duras sobre el comunalismo indgena en Mxico, y extremamente generalizante, pero que refuerza, aparentemente, la idea de una comunidad que ahoga las posibilidades de invencin de lo individual, del gnero, o de lo polticamente diversificado, pero que es efectiva en su propsito de mantener unido al colectivo social. No hay duda de que esas formas duras de constituir la vida comunal se dan en una importante mayora de las comunidades indgenas. Sin embargo, en Chiapas en particular, y no slo entre los tojolabales, el comunalismo tradicional es extremamente heterogneo y flexible. As, y en contrario a lo aseverado por Bartra, otro investigador apoyara ms la idea de la tojolabalizacin propuesta por Lisbona (et alli). Escribe Pitarch:
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Para el caso de las comunidades de Michoacn, la migracin ms que constituir una amenaza constituye una readecuacin de la comunidad a las nuevas circunstancias que le exige la globalizacin. Podramos decir que son estas readecuaciones las que le dan viabilidad como sociedad basada en principios comunalistas; justamente lo opuesto a lo que plantea el comunalismo como ideologa en el que se hace referencia al mantenimiento de la unidad territorial y social. (Zrate Hernndez: 79, en Lisbona, 2005.) Itlicas nuestras. En el caso de Zrate, se percibe que lo propio del comunalismo michoacano (se podra generalizar?) es su capacidad de moldarse a nuevas situaciones y no cerrarse a las mismas. Por otro lado es notable el excelente trabajo de investigacin sobre los tarahumaras realizado por Juan Luis Sariego en el cul muestra como los pueblos tarahumaras nmadas, resistieron activamente durante siglos de Colonialismo, de Independencia, de Reforma y de Revolucin, institucional o no, a la idea de la comunidad feudal europea impuesta por las clases dominantes espaolas, criollas, ladinas, indigenistas, revolucionarias, estatales, etc. Juan Luis Sariego Rodrguez. La comunidad indgena en la sierra tarahumara. Construcciones y deconstrucciones de realidades y conceptos, en Lisbona Guilln (2005:121-134)
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Hablando de forma general, las culturas indgenas se muestran muy poco preocupadas por cuestiones de identidad colectiva (asunto que, a decir verdad, no deja de ser caracterstica de la tradicin europea). Los indgenas chiapanecos especialmente los ms conservadores- no muestran ninguna dificultad en modificar sus identificaciones y formas de presentacin de manera rpida y consecutiva. Esto es evidente por ejemplo, en los incesantes cambios de adscripcin religiosa, cuando los indgenas se convierten numerosas veces a distintas iglesias en el plazo de pocos aos; pero lo mismo sucede con las opciones electorales, las adhesiones polticas, las filiaciones ideolgicas, etc. La fidelidad (religiosa, poltica, ideolgica) es, en el mejor de los casos, un ejercicio transitorio. (Pitarch, 2003: 116).
Lo transitorio lo interpretamos de forma desconstructiva, en el sentido de que hay transito e inversin del trnsito, hay pasajes y cierres de pasajes, inmovilidades y desplazamientos27. As, parecera entonces haber un cierto acuerdo, entre los investigadores que piensan antropolgicamente a la comunidad, de que el sentido de lo comunitario encierra toda una serie compleja de relaciones pero, y al mismo tiempo, ese sentido consigue, con esto mismo, organizar ciertas luchas y realizar ciertas conquistas que de otra manera no se podran hacer: defender un territorio, una lengua, la sobrevivencia, ciertos valores que por ser tradicionales aparecen como casi perfectamente adecuados a las formas particulares del indgeno-comunalismo28. Sin embargo en las propias comunidades habra una cierta postura de resistencia interna, y por veces represiva, al cuestionamiento del sentido de lo comunitario como unicidad autoimpuesta. En este punto es en dnde la ambivalencia interpretativa se presenta. Por un lado, existira la idea de que lo que hay que promover entre los indgenas es comunidad, fuerza colectiva que pueda luchar por ciertos intereses que son del nosotros29
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Reforzando esta interpretacin pero con otro lenguaje, Lisbona Guilln, en otro ensayo, seala: Es lamentable que los defensores de los derechos culturales indgenas no perciban que su modelo de unidad grupal disiente, en muchos casos, de la realidad de dichos pueblos, a la vez que se impone, tambin, un modelo del supuesto denostado liberalismo. Miguel Lisbona Guilln. La paradoja que no cesa: cultura, multiculturalismo y ciudadana, en Gonzlez Ponciano y Lisbona Guilln, 2009: 37.
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En ese sentido la postura naturalista de Lenkersdorf es la cspide de este tipo de interpreta cin: para ellos (tojolabales) la comunidad no representa ningn obstculo para vivir en libertad sino todo lo contrario, es la vida en comunidad la que proporciona la libertad a aquellos que estn bien unidos. Es decir, la libertad de los comprometidos con la comunidad. Carlos Lenkersdorf. Los hombres verdaderos. Voces y testimonios tojolabales. Mxico, Siglo XXI, 1996. Pp. 84-85. Citado en Otras voces, otros tojolabales, (Lisbona Guilln, 2005: 206). Como seala Lisbona, esta concepcin, que no es privilegio de Lenkersdorf, defiende una interpretacin de lo comunal indgena como siendo la forma casi perfecta de vida colectiva.
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La importancia del nosotros excluye el nfasis en el individuo, en particular el ego. El NOSOTROS, absorbe al individuo y requiere su incorporacin al NOSOTROS, al exigir de cada uno, mujer u hombre, al grupo nostricoEl NOSOTROS, pues, no borra al individuo, sino que le da espacio para desarrollar todo su potencial. (Lenkersdorf, 2002: 12-13 citado en Lisbona, 2005: 207). Es fundamental resaltar que el trabajo de Lisbona se construye basado en una crtica radical a la posicin conceptual de Lenkersdorf.
19 (vila, Lenkersdorf); pero, por otro lado, habra una interpretacin sealando que, an preservndose lo comunal bsico, la comunidad puede pragmticamente, moldarse, mutarse, transformarse (Pitarch, Lisbona, Prez Ruiz, Zrate). En esta arena, se confrontan las interpretaciones basadas en un esencialismo comunitarista propiamente cerrado, mitificado, y por otro lado, la idea de un comunalismo pragmtico capaz de articularse segn proyectos de partes o de acontecimientos. En el primer caso, parecera que no existe ninguna posibilidad de cuestionamiento hacia la renuncia a la comunalidad y a sus encargos y deudas, pues con esto se traicionara a la propia esencia de lo indgena; la segunda implicara que no se dejara necesariamente de ser un ente comunal por desear ser un individuo autnomo: no se caera fatalmente en el individualismo como la forma que se nos ofrece o impone en la sociedad actual. El realismo bartano, algo reduccionista, estara a medio camino entre estas dos posiciones: las comunidades no son formas sociales puras y buenas, al contrario, estn enteramente dominadas por aparatos polticos y sociales externos. Nos inclinamos decididamente por la interpretacin pragmatista de Lisbona et alli, pero, y retomando a Agambem (1997), parecera que incluso con esa interpretacin, aunque mucho ms en las otras dos, an no pudiramos profanar enteramente el espacio simblico sacralizado de lo comunal30. Si hubiese una profanacin efectiva, una desconstitucin aportica de lo comunal, entonces se inventara un sujeto cualsea (grupo, familia, colectividad, individuo, etc.) con una identidad +1. Y esto, al parecer, aunque ocurre pero no muy frecuentemente, en las comunidades indgenas concretas, en el mejor de los casos los disidentes, como parte de ese +1, son expulsados de la comunidad o castigados, y los extraos son rechazados o nunca realmente asimilados. El desafo, a nuestro juicio, es el de pensar en comunidades indgenas aporticas, pensar en el en de lo en-comn de las comunidades indgenas: sus pasajes, sus negaciones comunales, su sin comunidad en la comunidad, su comunalidad+1
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Lisbona fue claro, repetimos lo que ya citamos de l ms arriba:aunque bien se pueden denominar de comunidad por el carcter exclusivo que proponen (Lisbona, 2005: 223). Difcil desmontar el imaginario comunalista, incluso el ms pragmatista; incluso nosotros mismos, mal podemos abandonar el trmino comunidad. 31 Pareciera que la coyuntura actual abre posibilidades para un replanteamiento global y particular del marco de relaciones que estructuran la vida social local. Sin embargo, cabe reconocer las paradojas del presente. El municipio de Las Margaritas es uno de los espacios estratgicos en donde, por su alta poblacin indgena, el EZLN ha invocado el retorno a la comunidad, asumiendo como proyecto de futuro la autonoma de los pueblos indios. Como ocurre con todos los espacios con poblacin indgena, la unanimidad y los consensos ya no son posibles, no obstante, estn las batallas cotidianas en donde se disputan ya no uno sino varios proyectos de futuro. En este marco, se debate el presente y el futuro de las
20 En cualquier caso, ya sea que exista preservado por las tradiciones, ya sea que exista intervenido por fuerzas externas de cualquier ndole, o que exista transformado por su capacidad pragmtica de articulacin social, lo comunal indgena subsiste como concepto y como conjunto de prcticas. Tenemos la impresin de que, sea porque el Estado necesita de esa figura legal de la comunidad, sea porque los propios pueblos indgenas defienden a las prcticas comunales y se defienden con las prcticas comunales, sea porque las ciencias sociales no dejan de ver en ciertas relaciones sociales a una comunidad cualquier, la problemtica de las comunidades indgenas exige reconocerles sus potencias de transformacin, de adecuacin y readecuacin, de invencin y de reinvencin, de apora: endeudamiento simblico del comunero y, al mismo tiempo, resistencia poltica, sometimiento el individuo y, al mismo tiempo, promocin de su sociabilidad, en sus propios limites. +1.
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