Boris Vian Los Perros El Deseo y La Muerte
Boris Vian Los Perros El Deseo y La Muerte
Boris Vian Los Perros El Deseo y La Muerte
Iba fisgoneando por el cristal de la portezuela. Cuando distingu la mancha negra de la carroa sobre la acera, volv a orla. De nuevo respiraba con ms fuerza. El perro se mova todava un poco. Debamos haberle quebrado los riones, y el animal se haba arrastrado hasta el bordillo. Sent ganas de vomitar y me not desfallecer, pero, a mi espalda, ella comenz a rerse. Viendo que me senta mal, se puso a injuriarme en voz baja. Me deca cosas terribles, y hubiera podido poseerla otra vez all mismo, en mitad de la calle.
No s de qu estarn hechos ustedes, amigos, pero por mi parte, en cuanto la hube dejado en la sala de fiestas donde iba a seguir cantando, no pude quedarme fuera esperndola. Volv a ponerme en camino casi al instante. Tena que volver a casa. Senta necesidad de acostarme. Vivir solo no siempre resulta muy agradable, pero, carajo, felizmente estaba solo aquella noche. Ni siquiera me desnud. Beb algo de lo que tena y me ech sobre el catre. Estaba muerto. Estaba verdaderamente muerto.
Por lo dems, al da siguiente por la noche estaba como un clavo en el mismo sitio, y la esperaba justo delante de la puerta. Baj la bandera y me ape para estirar un poco las piernas. Haba movimiento en aquel lugar. No poda quedarme ms rato. Y, sin embargo, la esperaba. Sali a la misma hora de siempre. Puntual como un reloj, la chica aquella. Casi al instante me vio. Y, desde luego, me haba reconocido. Los dos fulanos la seguan como de costumbre. Ella sonro con su sonrisa habitual. No, no se cmo decirlo. Al verla frente a m, sent que el suelo desapareca bajo mis pies. Abri la puerta del taxi, y los tres se metieron en su interior. Se me cort la respiracin. No me lo esperaba. Idiota, me dije. Cmo no te has dado cuenta de que para una mujer como sta todo se queda en caprichos? Una noche tal vez le hayas apetecido, pero la siguiente no eres ms que un conductor de taxi. Un desconocido.
Y que lo digas...! Un desconocido...! Conduca como un tarugo, y a punto estuve de empotrarme en la trasera del cochazo que llevbamos delante. Echaba humo, seguro. Me senta mal y todo. Detrs de m, los tres lo estaban pasando bomba. Ella les contaba historias con su voz hombruna, aquella voz, carajo, que pareca salir de la garganta a contrapelo. Orla haca el mismo efecto que una buena curda.
En cuanto llegamos, se ape la primera. Los dos tipos ni siquera hicieron intencin de pagar. Tambin la conocan... Desaparecieron en el interior del local, y ella se asom a mi
ventanilla para acariciarme la mejilla como si fuese un nio. Acept su dinero. No tena ganas de discusiones. Intent decirle algo, pero no supe qu. Fue ella quien habl.
-Me esperas? -dijo. -Dnde? -Aqu. Salgo dentro de un cuarto de hora. -Sola? Yo no caba en mi pellejo. Hubiera querido retirar lo dicho, pero ya no poda retirar nada. Me clav las uas en la mejilla. -Habrse visto! -dijo. Sonrea todava. Yo apenas si me daba cuenta de nada. Me solt casi enseguida. Me toqu el carrillo. Sangraba. -No es nada -aadi-. Te habr dejado de sangrar cuando salga. Me esperas, eh? Aqu.
Se meti en la bote. Intent verme en el retrovisor. Tena tres marcas en forma de media luna en mitad de la mejilla. Una cuarta, algo mayor, frente a las anteriores. Apenas si sala sangre. No me dolan. As que esper. Aquella noche no matamos nada. Por mi parte, tampoco obtuve recompensa.
Me pareci que haca tiempo que no haca el asunto se. Como no hablaba mucho, tampoco saba demasiado sobre su vida. En cuanto a m, viva aletargado durante el da y, por la noche, coga el armatoste y me iba a buscarla. Ya no se sentaba a mi lado. Hubiera sido demasiado tonto dejarnos echar el guante por eso. Cuando lo peda, yo me bajaba y ella se pona en mi sitio. Al menos dos o tres veces por semana conseguamos dar caza a algn perro o a algn gato.
Pienso que empez a apetecerle algo ms a partir del segundo mes. La cosa comenzaba a hacerle menos efecto que las primeras veces, y creo que por entonces se le ocurri la idea de buscar una presa ms importante. El asunto me pareca natural, para qu engaarles... Ella no reaccionaba ya como antao, y a m me apeteca que volviera a hacerlo. S, lo s. Dirn que soy un monstruo, pero ustedes no conocieron a aquella chica. Matar un perro o matar a un nio; me hubiese dado igual con tal de complacerla. As que nos cargamos a una joven de quince aos. Estaba paseando con su amigo, un marinero. Volvan del parque de atracciones... Pero mejor ser que lo cuente. Slacks se mostraba implacable aquella noche.
En cuanto se mont, me di cuenta de que necesitaba algo. Al instante comprend que, aunque tuviramos que rodar toda la noche, habra que encontrar algo.
Caray, la cosa se presentaba mal! Enfil directamente por Queensborough Bridge y, desde all, por las autopistas de circunvalacin. Nunca haba visto tantos coches y tan pocos peatones. Lo normal, me dirn ustedes, en las vas rpidas. Pero aquella noche no me lo pareca. No, no estaba en lo que haca. Rodamos kilmetros y kilmetros. Dimos toda la vuelta y, al final, nos encontramos en pleno Coney Island. Slacks llevaba el volante desde haca un rato. Yo iba detrs, procurando sujetarme bien en los virajes. Simplemente esperaba, como de costumbre. Dicho est que yo viva aletargado. Y slo me despertaba cuando ella pasaba a la parte de atrs para reunirse conmigo. Cuernos! No quiero volver a pensar en ello.
La cosa fue simple. Comenzaba a zigzaguear desde la Veinticuatro Oeste hacia la Veintitrs, cuando les vio. Se divertan caminando l sobre la acera y ella a su lado, por la calzada, para parecer aun mas pequea. El muchacho era grandote, un mocetn. Vista de espaldas, la chica pareca muy joven. Tena los cabellos rubios y llevaba un vestido diminuto. No haba demasiada luz. Vi el movimiento de las manos de Slacks sobre el volante. Qu zorra. Bien saba lo que se haca. Carg sobre el bordillo y enganch a la chica a la altura de las caderas. Tuve la impresin de estar a punto de reventar. Sin embargo, reun fuerzas para volver la cabeza. Como un amasijo de carne inerte, la joven estaba en el suelo. Su amigo gritaba y corra detrs de nosotros. Despus vi salir de su escondrijo un coche verde, uno de los antiguos patrulleros de la polica. -Ms rpido! -grit. Ella me miro un segundo, y a punto estuvimos de subirnos a la acera. -Pisa...! Pisa...!
S muy bien lo que me perd en aquel momento. Lo s. No vea ms que su espalda, pero s perfectamente lo que hubiera sido. Por eso, ahora, todo me importa un rbano, me entienden? Por eso es por lo que me importa un bledo que los muchachos vayan a afeitarme el coco maana por la maana. Es ms, por m como si me quieren dejar flequillo, cosa de rerse un rato; o pintarme de verde, como el coche de la polica. Me da absolutamente igual, me entienden? Slacks pisaba. Consigui salir del paso y desembocamos en Surf Avenue. La vieja cafetera haca un ruido horroroso. Detrs, la de la polica deba estar empezando a darnos alcance. Poco despus alcanzamos una rampa de acceso a la autopista. Se acabaron los semforos rojos. Caray! Si hubiera tenido otro coche...! Todo se conjuraba. Y el de atrs arrastrndose tambin, pero pisndonos los talones. Pareca una carrera de caracoles. Era como para arrancarse las uas con los dientes. Slacks pona de su parte todo lo que poda.
Yo segua no viendo ms que su espalda, pero saba lo que le apeteca, y me apeteca tanto como a ella. Le chill una vez ms: Pisa!. Y pis. A continuacin volvi la cabeza un segundo. Otra patrulla desembocaba en aquel momento por una rampa en la pista. Ella no la vio. Nos alcanzaba por la derecha. Por lo menos vena a setenta y cinco por hora. Al ver el rbol me hice una bola, pero ella ni siquiera se inmut. Cuando me sacaron de entre la chatarra berreaba como un animal, y Slacks segua sin moverse. El volante le haba hundido el trax. La extrajeron con muchas dificultades tirando de sus plidas manos. Tan plidas como su cara. Babeaba todava ligeramente. Tena los ojos abiertos. Yo tampoco poda moverme a causa de mi pata, que se me haba doblado de mala manera. Pero les ped que acercaran su cuerpo a mi lado. Entonces fue cuando vi sus ojos. Y despus la vi a ella. Tena sangre por todas partes. Chorreaba sangre. Salvo del rostro.
Le quitaron el abrigo de piel y vieron que no llevaba nada debajo, excepto los pantalones. La plida carne de sus caderas pareca asexuada y muerta bajo el resplandor de los reflectores de sodio que iluminaban la calzada. La cremallera del pantaln estaba ya abierta cuando nos dimos contra el rbol... (1947) Vian, Boris - Los Perros, El Deseo y La Muerte http://es.scribd.com/doc/32123729/Vian-Boris-Los-Perros-El-Deseo-y-La-Muerte