Redención Particular Spurgeon
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Redencin Particular
NO. 181
SERMN PREDICADO LA MAANA DEL DOMINGO 28 DE FEBRERO, 1858, POR CHARLES HADDON SPURGEON, EN MUSIC HALL, ROYAL SURREY GARDENS, LONDRES.
Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Mateo 20:28.
Cuando recib por primera vez la responsabilidad de ocupar este plpito, y de predicar en esta sala, mi congregacin tena la forma de una masa irregular de personas procedentes de todas las calles de esta ciudad, que venan para escuchar la Palabra. Se trataba simplemente de un evangelista, que predicaba a muchos que no haban odo el Evangelio anteriormente. Por la gracia de Dios, ha ocurrido un cambio muy bendito; y ahora, en vez de tener una multitud irregular que se rene, mi congregacin es tan permanente como la de cualquier otro ministro de la ciudad de Londres. Desde este plpito puedo observar los rostros de mis amigos, que han ocupado los mismos lugares, hasta donde es posible, durante todos estos meses; y tengo el privilegio y el placer de saber que una gran proporcin, ciertamente las tres cuartas partes de las personas que se congregan aqu, no son personas que asisten por pura curiosidad, sino que son mis oyentes regulares y constantes. Y pueden observar que mi carcter tambin ha cambiado. Antes era un evangelista, pero ahora mi responsabilidad ha pasado a ser la del pastor de ustedes. Ustedes eran antes un grupo muy variado, reunido para escucharme, pero ahora estamos unidos por los lazos del amor; por nuestra asociacin hemos aprendido a amarnos y a respetarnos los unos a los otros, y ahora ustedes se han convertido en las ovejas de mis pastos, y miembros de mi rebao; y yo tengo el privilegio de asumir la posicin de un pastor en este lugar, como tambin de la capilla donde trabajo por las tardes. Entonces, pienso que cada uno de ustedes estar de acuerdo que debido a que tanto la congregacin como mi oficio han cambiado ahora, la propia enseanza debe sufrir una modificacin en cierta medida. Ha sido siempre mi intencin dirigirme a ustedes a partir de las sencillas verdades del Evangelio; muy raras veces, en este lugar, he intentado adentrarme en las profundas cosas de Dios. Un texto que podra considerarse adecuado para mi congregacin que se rene en las tardes, no necesariamente sera tema de comentario en este lugar, por las maanas. Hay muchas doctrinas elevadas y misteriosas que no he dejado de comentar en mi propia capilla, pero sobre las que no me he tomado la libertad de introducir aqu, pues los he considerado como un grupo de personas congregadas casualmente aqu para escuchar la Palabra. Pero ahora, ya que las circunstancias han cambiado, cambiaremos la enseanza tambin. No me voy a limitar ahora simplemente a la doctrina de la fe, o a la enseanza del bautismo del creyente; no me voy a quedar sobre la
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superficie de los asuntos, sino que voy a aventurarme, con la gua de Dios, para entrar en esos temas que descansan en la base de nuestra religin tan querida. No me va a dar vergenza predicar ante ustedes la doctrina de la Soberana Divina de Dios; no voy a titubear al predicar la doctrina de la Eleccin, sin reservas ni rodeos. No temer explicar la grandiosa verdad de la perseverancia final de los santos; no voy a pasar por alto la verdad indudable de la Escritura, el llamado eficaz que hace Dios a Sus elegidos; me voy a esforzar, con la ayuda de Dios, para no ocultarles nada a ustedes que se han convertido en mi rebao. Viendo que muchos de ustedes han gustado ahora la benignidad del Seor, vamos a tratar de abarcar el sistema completo de las doctrinas de la gracia, para que los santos puedan ser edificados y desarrollados en su ms santa fe. Comienzo este da con la doctrina de la Redencin. Para dar su vida en rescate por muchos. La doctrina de la Redencin es una de las doctrinas ms importantes del sistema de la fe. Un error en este punto inevitablemente llevar al error a lo largo de todo el sistema de nuestra fe. Ahora, ustedes estn conscientes que hay diferentes teoras de la Redencin. Todos los cristianos sostienen que Cristo muri para redimir, pero no todos los cristianos ensean la misma redencin. Tenemos diferencias en cuanto a la naturaleza de la expiacin, y en cuanto al plan de redencin. Por ejemplo, el arminiano sostiene que Cristo, cuando muri, no muri con objeto de salvar a una persona en particular; y ellos ensean que la muerte de Cristo, en s misma, no garantiza ms all de toda duda, la salvacin de nadie. Ellos creen que Cristo muri para hacer posible la salvacin de todos los hombres, o que haciendo algunas otras cosas, cualquier hombre que as lo quiera puede alcanzar la vida eterna; por consiguiente, estn obligados a sostener que si la voluntad del hombre no cede y no se somete voluntariamente a la gracia, entonces la expiacin de Cristo sera ineficaz. Ellos sostienen que no hay nada particular ni especial en la muerte de Cristo. Cristo muri, dicen ellos, tanto por Judas que est en el infierno como por Pedro, que se remont al cielo. Ellos creen que para quienes han sido consignados al fuego eterno, hubo una redencin tan verdadera y real, como para quienes se encuentran ahora ante el trono del Altsimo. Pero nosotros no creemos en nada de eso. Nosotros sostenemos que Cristo, cuando muri, tena un objetivo en mente, y ese objetivo ser cumplido con absoluta seguridad, ms all de toda duda. Nosotros medimos el propsito de la muerte de Cristo por su efecto. Si alguien pregunta: cul fue el propsito de Cristo al morir? nosotros respondemos a esa pregunta por medio de otra: qu ha hecho Cristo, o qu har Cristo por medio de Su muerte? Pues nosotros declaramos que la medida del efecto del amor de Cristo, es la medida de Su propsito. Nosotros no podemos engaar a nuestra razn, pensando que la intencin del Dios Todopoderoso puede frustrarse, o que el propsito de algo tan grandioso como la expiacin, puede fallar por algo. Sostenemos (no tenemos miedo de decir lo que creemos) que Cristo vino a este mundo con la intencin de salvar a una gran multitud, la cual nadie poda contar; y creemos que como resultado de esto, cada persona por quien l muri, sin ninguna sombra de duda, ser limpiada
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de pecado, y estar lavada en Su sangre, ante el trono del Padre. Nosotros no creemos que Cristo haya hecho una expiacin eficaz por quienes estn condenados para siempre; no nos atrevemos a pensar que la sangre de Cristo haya sido derramada jams con la intencin de salvar a quienes Dios saba de antemano que no podran ser salvos; y algunos de ellos ya estaban en el infierno cuando Cristo, de acuerdo a la creencia de algunos hombres, muri para salvarlos. De esta forma acabo de presentar nuestra teora de la redencin, y de sugerir las diferencias que existen entre dos grandes grupos de la iglesia que profesa la fe. Ser mi tarea demostrar lo grandioso de la redencin de Cristo Jess; y al hacer eso, espero ser capacitado por el Espritu de Dios, para exponer la totalidad del gran sistema de redencin, de tal manera que pueda ser entendido por todos nosotros, aunque no todos lo podamos aceptar. Pues deben tener en mente que algunos de ustedes, tal vez, estn listos para objetar las cosas que yo afirmo; pero tienen que recordar que eso no me afecta; yo voy a ensear en todo momento esas cosas que yo creo verdaderas, sin permiso y a pesar del estorbo de cualquier ser que respire. Ustedes tienen la libertad de hacer lo mismo en sus propios lugares, y de predicar sus propios puntos de vista en sus propias congregaciones, de la misma manera que yo reclamo el derecho de predicar mis convicciones, plenamente y sin ningn titubeo. Cristo Jess dio su vida en rescate por muchos; y por medio de ese rescate, l alcanz para nosotros una gran redencin. Voy a intentar demostrar lo grande de esa redencin, midindola de cinco maneras. En primer lugar, vamos a ver su grandeza desde la perspectiva de la atrocidad de nuestra culpa, de la cual l nos ha liberado; en segundo lugar, vamos a medir Su redencin por la severidad de la justicia divina; en tercer lugar, vamos a medirla por el precio que l pag, los tormentos que soport; a continuacin vamos a tratar de magnificarla, viendo la liberacin que l alcanz; y vamos a concluir observando el gran nmero de personas para quienes se llev a cabo la redencin, quienes son descritos en nuestro texto como muchos. I. Entonces, en primer lugar, veremos que la redencin de Cristo no fue algo insignificante, si la medimos, primero, por NUESTROS PROPIOS PECADOS. Hermanos, por un instante contemplen el hoyo de donde fueron desenterrados y la cantera donde han sido labrados. Ustedes, que han sido lavados, y limpiados, y santificados, hagan una pausa por un momento, y vuelvan su vista atrs al estado anterior de su ignorancia; los pecados que cometan, los crmenes hacia los que se despeaban, la continua rebelin contra Dios en la que vivan habitualmente. Un pecado puede perder el alma para siempre; no est al alcance de la mente humana entender la maldad infinita que dormita en las entraas de un pecado solitario. Hay verdaderamente una inmensidad de culpa cobijada en una trasgresin contra la majestad del cielo. Entonces, si t y yo hubiramos pecado una sola vez, nada sino una expiacin infinita en valor hubiera podido lavar jams el pecado y hacer satisfaccin por l. Pero acaso ha sido slo una vez que t y yo hemos transgredido? No, hermanos mos, nuestras iniquidades son mayores en nmero que los cabellos de nuestra cabeza; han prevalecido poderosamente contra nosotros. Podramos muy bien intentar contar la arena del mar, o intentar ponerle un nmero a las gotas que forman el
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ocano en su totalidad, antes que llevar la cuenta de las trasgresiones que se han acumulado en nuestras vidas. Recordemos nuestra niez. Cun pronto empezamos a pecar! Cmo desobedecamos a nuestros padres, y aun a esa temprana edad aprendimos a convertir nuestras bocas en una guarida de mentiras! En nuestra niez cun llenos estbamos de desenfreno y rebelda! Tercos e inconstantes, preferamos nuestro propio camino y rompamos todas las amarras que nuestros piadosos padres ponan sobre nosotros. Salvajemente nos lanzbamos, muchos de nosotros, al propio centro de la danza del pecado. Nos convertimos en lderes de la iniquidad; no solamente pecamos nosotros, sino que enseamos a otros a pecar. Y en cuanto a la edad adulta, ustedes que han alcanzado la flor de la vida, puede ser que externamente parezcan ms sobrios, pueden haberse liberado un poco de la disipacin de la juventud; pero cun poco ha mejorado el hombre! A menos que la gracia soberana de Dios nos haya renovado, no somos del todo mejores que cuando comenzamos; y aun si el cambio ha sido operado en nosotros, todava tenemos pecados de los que debemos arrepentirnos, y debemos todos poner nuestras bocas en el polvo y cubrir de cenizas nuestras cabezas y exclamar: Inmundo! Inmundo! Y oh!, ustedes que se apoyan agotados sobre sus bastones, el soporte de su ancianidad, acaso no tienen ustedes todava pecados que cuelgan de sus vestidos? Acaso son sus vidas tan blancas como los cabellos blancos que coronan sus cabezas? Acaso no sienten todava que la trasgresin embadurna sus vestidos, y mancha su blancura? Cun a menudo son ahora arrojados al hoyo, hasta el punto de ser aborrecidos por sus propios vestidos! Vuelvan sus ojos a los sesenta, los setenta, los ochenta aos, a lo largo de los cuales Dios les ha perdonado la vida; pueden ustedes aunque sea por un momento pensar que es posible que ustedes tiene la capacidad de contar sus innumerables trasgresiones, o calcular el peso de los crmenes que han cometido? Oh, estrellas del cielo! El astrnomo puede medir su distancia y su altura, pero oh, pecados de la humanidad! Ustedes sobrepasan cualquier clculo. Oh, elevadas montaas! El hogar de la tempestad, el lugar de nacimiento de la tormenta! El hombre puede alcanzar sus cimas y pararse asombrado sobre sus nieves perpetuas; pero, oh, montes del pecado! Ustedes se elevan por encima de nuestros pensamientos; oh, abismos de trasgresiones! Ustedes son mucho ms profundos de lo que nuestra imaginacin se atreve a bucear. Acaso se me acusa de denigrar la naturaleza humana? Entonces es porque ustedes no la conocen. Si Dios les hubiera manifestado la condicin de su propio corazn alguna vez, ustedes mismos daran testimonio que, lejos de exagerar, mis pobres palabras no logran describir el estado desesperado de nuestro mal. Oh! Si cada uno de nosotros pudiera mirar al corazn hoy. Si nuestros ojos se pudieran volver a nuestro interior, para poder ver la iniquidad que est grabada como con la punta de un diamante sobre la superficie de piedra de nuestros corazones, diramos entonces que el ministro, independientemente de la manera como pueda describir la situacin desesperada de la culpa, bajo ningn punto podra exagerar. Cun grande entonces, amados hermanos, debe ser el rescate de Cristo, al salvarnos de todos estos pecados! Los hombres por quienes muri Jess, cuando tienen fe, independientemente de cun grande sea
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su pecado, son justificados de todas sus trasgresiones. Aunque se hayan entregado a cada vicio y a cada mal deseo que Satans haya podido sugerirles, y que la naturaleza humana poda llevar a cabo, sin embargo, cuando creyeron, toda su culpa fue limpiada. Ao tras ao se han recubierto de negrura, hasta que sus pecados se han convertido en una armadura; pero en un instante de fe, un momento triunfante de confianza en Cristo, la gran redencin quita la culpa de numerosos aos. Ms an, si fuera posible que todos los pecados que los hombres han cometido, de pensamiento, o de palabra, o de obra, desde que los mundos fueron creados, y desde que el tiempo comenz, fueran colocados sobre una sola pobre cabeza, la gran redencin sera plenamente suficiente para quitar todos estos pecados, y lavar al pecador para que quedara ms blanco que la nieve. Oh! Quin pudiera medir las alturas de la plena suficiencia del Salvador! Quien quiera hacerlo, primero tiene que calcular qu tan grande es el pecado, y luego, recordar que as como el diluvio de No sobrepas los picos de las montaas ms elevadas de la tierra, as el diluvio de la redencin de Cristo sobrepasa las cimas de las montaas de nuestros pecados. En los atrios del cielo hay hombres hoy que una vez fueron asesinos, y ladrones, y borrachos, y fornicarios, blasfemos y perseguidores; pero ellos fueron lavados, fueron santificados. Pregntenles de dnde proviene el brillo de sus vestidos, y dnde obtuvieron su pureza, y ellos, al unsono, les dirn que ellos lavaron sus vestidos y los blanquearon en la sangre del Cordero. Oh, ustedes conciencias atribuladas! Oh, ustedes que estn trabajados y cargados! Oh, ustedes que gimen a causa del pecado! La grandiosa redencin que ahora es proclamada a ustedes es plenamente suficiente para sus necesidades; y aunque sus numerosos pecados sobrepasan a las estrellas que adornan el firmamento, aqu hay una expiacin hecha por todos ellos, un ro que puede cubrirlos a todos y llevrselos muy lejos, para siempre. Esta es, entonces, la primera medida de la expiacin: la atrocidad de nuestra culpa. II. Ahora, en segundo lugar, debemos medir la gran redencin POR LA SEVERIDAD DE LA JUSTICIA DIVINA. Dios es amor, y siempre ama; pero mi siguiente propuesta no interfiere para nada con esta afirmacin. Dios es severamente justo, inflexiblemente severo en Sus tratos con la humanidad. El Dios de la Biblia no es el Dios que algunos imaginan, que tiene tan baja opinin del pecado, que puede pasarlo por alto sin demandar ningn castigo. l no es el Dios de la imaginacin de algunos hombres que piensan que nuestras trasgresiones son cosas tan pequeas, simples pecadillos, que el Dios del cielo los pasa por alto y deja que mueran en el olvido. No; Jehov, el Dios de Israel, ha declarado acerca de S mismo: Jehov, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es. Su propia declaracin es: Y que de ningn modo tendr por inocente al malvado. El alma que pecare, esa morir. Aprendan, amigos mos, a mirar a Dios como un Ser tan severo en Su justicia como si no tuviera amor, y sin embargo tan amoroso como si no fuera severo. Su amor no disminuye Su justicia, ni Su justicia se contrapone a Su amor en lo ms mnimo. Las dos cosas estn dulcemente vinculadas entre s en la expiacin de Cristo. Pero, fjense bien, nunca podremos entender la plenitud de la expiacin hasta no
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comprender antes la verdad de la Escritura acerca de la inmensa justicia de Dios. Nunca se ha dicho una mala palabra, ni se ha concebido un mal pensamiento, ni se ha cometido una mala accin, que Dios no vaya a castigar en la persona del culpable. l tendr una satisfaccin ya sea de ustedes, o de Cristo. Si ustedes no pueden presentar la expiacin por medio de Cristo, deben permanecer por siempre en una deuda que no podrn pagar, en la miseria eterna; pues tan ciertamente como que Dios es Dios, l primero perdera Su divinidad que permitir que un pecado quede sin castigo, o una partcula de rebelin sin venganza. Ustedes podrn decir que este carcter de Dios es fro, y severo, y duro. No puedo evitar que digan eso; no obstante lo que he comentado es verdad. As es el Dios de la Biblia; y aunque repetimos que es verdad que l es amor, no es menos cierto que adems que l es amor, l es plena justicia, porque toda cosa buena en su mxima perfeccin se encuentra en Dios, de tal forma que mientras el amor alcanza su hermosura plena, la justicia muestra una inflexibilidad severa en l. En Su carcter, Dios no tiene ninguna torcedura ni ninguna desviacin; ninguno de Sus atributos predomina como para opacar a los otros. El amor tiene dominio pleno, y la justicia no tiene un lmite ms estrecho que Su amor. Oh!, entonces, amados hermanos, piensen cun grandiosa debe haber sido la sustitucin de Cristo, ya que pudo satisfacer a Dios por todos los pecados de Su pueblo. Por el pecado del hombre, Dios demanda el eterno castigo; y Dios ha preparado un infierno al que arrojar a quienes mueran sin arrepentirse. Oh!, hermanos mos, pueden imaginarse cul debe haber sido la grandeza de Su expiacin, que fue la que sustituy a toda esta agona que Dios hubiera vertido sobre nosotros, si no la hubiera vertido sobre Cristo? Miren!, miren!, miren, con una mirada solemne a travs de las sombras que nos separan del mundo de los espritus, y vean esa casa de miseria que los hombres llaman infierno! No pueden soportar el espectculo. Recuerden que en ese lugar hay espritus que pagan por siempre a la justicia divina, su deuda; pero, aunque algunos de ellos han estado durante ms de cuatro mil aos quemndose en las llamas, no estn ms cerca de lograr pagar su deuda de lo que estaban cuando el castigo comenz; y cuando hayan pasado diez mil veces diez mil aos, no habrn hecho mayor satisfaccin para Dios a causa de su culpa, de lo que han hecho hasta este momento. Y ahora pueden apreciar el pensamiento de la grandeza de la mediacin del Salvador al haber pagado sus deudas, y haberlas pagado de una sola vez; de tal forma que no queda pendiente ningn saldo de esa deuda del pueblo de Cristo para con Dios, excepto una deuda de amor. El creyente no le debe nada a la justicia; aunque originalmente deba tanto que la eternidad no sera lo suficientemente larga para que permitiera pagar esa deuda, sin embargo, en un instante Cristo lo pag todo, de tal forma que el creyente est enteramente justificado de toda culpa, y libre de todo castigo, a travs de la obra de Jesucristo. Piensen, entonces, cun grande es Su expiacin viendo todo lo que ha hecho. Debo hacer una pausa aqu, para exponer otro pensamiento. Hay momentos en los que Dios el Espritu Santo muestra a los hombres, en sus propias conciencias, la severidad de la justicia. Habr aqu presente hoy, alguien cuyo corazn ha sido cortado por un sentido de pecado. Una vez fue un hombre libre, un libertino, sin ninguna sujecin a nadie; pero
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ahora la flecha del Seor ha penetrado en su corazn, y se encuentra sumido en una esclavitud peor que la de Egipto. Lo veo hoy y me dice que su culpa lo persigue por todas partes. El esclavo negro, guiado por la estrella polar, puede escapar de las crueldades de su amo y llegar a otra tierra donde pueda ser libre; en cambio, este otro hombre siente que aunque vagara por todo el ancho mundo no podra escapar de la culpa. El que ha estado atado por muchas cadenas puede tener la esperanza de encontrar una sierra que las rompa y as quedar libre. En cambio este hombre dice que ha intentado oraciones y lgrimas y buenas obras, pero an as no puede liberar sus muecas de las esposas que lo aprisionan. Todava se siente como un pecador perdido, y la emancipacin parece algo imposible para l, no importa lo que haga. El preso en el calabozo es, a veces, libre en su pensamiento, aunque su cuerpo est preso; su espritu salta por encima de las paredes de la crcel, y vuela hacia las estrellas, libre como el guila que no es esclava del hombre. Pero este hombre es un esclavo en sus pensamientos; no puede tener ni un solo pensamiento brillante o feliz. Su alma est decada en su interior; el hierro se ha metido en su espritu, y est amargamente afligido. El cautivo a veces olvida su cautiverio en sus sueos, pero en cambio este hombre no puede dormir; en la noche suea con el infierno, y en el da parece sentir ese infierno; lleva en su corazn un horno ardiente de llamas, y no importa lo que haga, no puede apagarlo. l ha sido confirmado, ha sido bautizado, toma el sacramento, asiste a la iglesia o visita frecuentemente una capilla, sigue cada ordenamiento y obedece cada norma, pero el fuego contina ardiendo. Da su dinero a los pobres, est presto a entregar su cuerpo a la hoguera, alimenta a los hambrientos, visita a los enfermos, da de vestir al desnudo, pero el fuego sigue ardiendo, y, no importa lo que haga, no puede apagarlo. Oh, ustedes, hijos del abatimiento y del dolor, esto que sienten es por causa de la justicia de Dios que los persigue, y dichosos son ustedes porque sienten esto, pues hoy yo les predico este Evangelio glorioso del bendito Dios. T eres una de las personas por quienes muri Jesucristo; por ti, l ha satisfecho la justicia divina; y ahora todo lo que tienes que hacer para obtener paz en tu conciencia, es decir simplemente a tu adversario que te persigue: Ten cuidado, mi amigo! Cristo muri por m; mis buenas obras no te detendran, mis lgrimas no te apaciguaran: ten cuidado! All est la cruz; all est clavado mi Dios que sangra! Escucha Su clamor de muerte! Mralo morir! No ests satisfecho ahora? Y cuando hayas hecho eso, tendrs la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, que guardar tu corazn y tu mente por medio de Jesucristo tu Seor; y entonces conocers la grandeza de Su expiacin. III. En tercer lugar, podemos medir la grandeza de la Redencin por EL PRECIO QUE L PAG. Es imposible que nosotros sepamos cun grandes fueron los dolores que el Salvador soport; sin embargo, una mirada a ellos no dar una pequesima idea de la grandeza del precio que l tuvo que pagar por nosotros. Oh, Jess, quin podr describir Tu agona?
Que se renan en m todos los manantiales, Y habiten en mi cabeza y mis ojos; vengan, nubes y lluvia! Mi dolor necesita de todos esos lquidos, Que la naturaleza ha producido. Que cada vena
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Oh, Jess! T sufriste desde Tu nacimiento, varn de dolores y experimentado en quebrantos. Tus sufrimientos recayeron sobre Ti en una lluvia perpetua, hasta la horrible ltima hora de tinieblas. Entonces, ya no en una lluvia, sino en una nube, un torrente, una catarata de afliccin, Tus agonas se precipitaron sobre Ti. Mrenlo all! Es una noche de hielo y de fro; pero l est al descubierto. Es de noche: l no duerme, sino que est orando. Escucha Sus gemidos! Alguna vez alguien ha combatido como l combate? Ve, y mira Su rostro! Acaso algn mortal mostr alguna vez en su rostro tal sufrimiento, como el que puedes mirar en l? Escuchas Sus propias palabras? Mi alma est muy triste, hasta la muerte. Se pone de pie: es prendido por traidores y llevado con ellos. Entremos al lugar donde acaba de estar en agona. Oh, Dios! Qu es esto que vemos? Qu son esas manchas sobre el suelo? Es sangre! De dnde sali esa sangre? Acaso tena l una herida que se abri de nuevo a causa de Su espantosa lucha? Ah! No. Y era su sudor como grandes gotas de sangre que caan hasta la tierra. Oh, agonas que sobrepasan el significado de la palabra agona. Oh, sufrimientos que ningn lenguaje puede describir! Cun terribles habrn sido para causar tal efecto en el cuerpo bendito del Salvador, y hacer brotar sudor de sangre de todo Su cuerpo. Y esto es slo el comienzo; este es el inicio de la tragedia. Sguelo en lamentacin, t, iglesia afligida, para presenciar la consumacin. l es llevado a prisa por las calles; l es arrastrado de un tribunal a otro; es abatido y condenado ante el Sanedrn; es escarnecido por Herodes; es juzgado por Pilato. Se pronuncia la sentencia: Sea crucificado! Y ahora la tragedia llega a su momento culminante. Le desnudan Su espalda; lo atan a una columna romana destinada a los suplicios; el ltigo sangriento abre surcos en Su espalda, y en medio de un torrente Su espalda se torna roja: un manto escarlata que lo proclama como emperador de la afliccin. Es llevado al recinto de los guardias; Sus ojos estn vendados, y los soldados lo golpean mientras le dicen: Profetiza, quin es el que te golpe? Lo escupen en el rostro; tejen una corona de espinas y la meten a presin sobre Sus sienes; lo visten con un manto prpura; doblan sus rodillas, y se burlan de l. l permanece callado; no responde ni una palabra. Cuando padeca, no amenazaba, sino que se someti a Aquel a quien vino a servir. Y ahora lo toman y en medio de burlas y desprecios se lo llevan de all, por las calles de la ciudad. Debilitado por los continuos ayunos y abatido por la agona de Su espritu, cae bajo el peso de Su cruz. Hijas de Jerusaln! l desfallece en sus calles. Lo levantan; colocan Su cruz sobre los hombros de otro hombre, y lo empujan, tal vez a punta de lanza, hasta que al fin llega al monte del castigo. Rudos soldados lo agarran y lo colocan de espaldas; la madera en forma de cruz es colocada abajo; Sus brazos son extendidos hasta alcanzar la distancia necesaria; preparan los clavos; cuatro martillos clavan cuatro clavos simultneamente, atravesando las partes ms tiernas de Su cuerpo; y all est en el lugar de Su ejecucin, muriendo sobre Su cruz. Pero
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Absorba todo un ro para alimentar mis ojos, Mis ojos cansados de llanto; demasiado secos estn A menos que se liguen a nuevos conductos y suministros, Que los humedezcan, y reflejen mi conciencia.
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todava falta. Los rudos soldados alzan la cruz. All est la base preparada. All colocan la cruz: rellenan la base con tierra; ya est lista. Pero vean los miembros del cuerpo del Salvador, cmo tiemblan! Cada hueso ha sido dislocado cuando levantaron la cruz. Cmo llora! Cmo suspira! Cmo solloza! Y ms an, escuchen cmo grita en agona: Dios mo, Dios mo, por qu me has desamparado? Oh, sol, no me sorprende que hayas cerrado tu ojo, para no ver ms un hecho tan cruel! Oh, rocas! No me maravilla que ustedes se hayan derretido, rompiendo sus corazones con simpata, cuando su Creador muri! Ningn hombre ha sufrido como sufri este Hombre. Aun la muerte misma cedi pues muchos de los que estaban en sus tumbas se levantaron y vinieron a la ciudad. Esto, sin embargo, es lo externo. Cranme, hermanos mos, que lo interno fue peor an. Lo que nuestro Salvador sufri en Su cuerpo no fue nada comparado con lo que soport en Su alma. Ustedes no pueden imaginar, y yo tampoco no puedo ayudarles a imaginar lo que l soport internamente. Supongan por un momento, para repetir una frase que he usado con frecuencia, supongan que un hombre ha ido al infierno; supongan que su tormento eterno puede ser condensado todo en una sola hora; y luego supongan que puede ser multiplicado por el nmero de los salvos, que es un nmero que sobrepasa a cualquier clculo humano. Pueden ahora imaginarse el vasto cmulo de miseria que habra habido en los sufrimientos de todo el pueblo de Dios si hubiese sido castigado por toda la eternidad? Y recuerden que Cristo tuvo que sufrir el equivalente a todos los infiernos de los redimidos. No podra expresar ese pensamiento de mejor manera que usando esas palabras repetidas a menudo: parecera que infierno fue puesto en una copa; l la tom, y de un solo trago tremendo de amor, l bebi la condenacin hasta la ltima gota. De tal manera que no qued nada de todas las penas y miserias del infierno que Su pueblo tendra que haber sufrido. No digo que l sufri lo mismo, pero s soport un equivalente a todo esto, y dio satisfaccin a Dios por todos los pecados de todo Su pueblo, y por consiguiente llev un castigo equivalente al de ellos. Pueden ahora imaginar, pueden tener una idea de la grandiosa redencin de nuestro Seor Jesucristo? IV. Voy a tratar brevemente el siguiente punto. La cuarta forma de medir las agonas del Salvador es esta: debemos calcularlas por LA GLORIOSA LIBERACIN QUE L HA EFECTUADO. Levntate, creyente; ponte de pie en tu lugar y da testimonio en este da acerca de la grandeza de lo que Dios ha hecho por ti! Djame que yo lo diga por ti. Voy a decir tu experiencia y la ma conjuntamente. Una vez mi alma estaba cargada de pecado; yo me haba rebelado contra Dios y haba transgredido gravemente. Los terrores de la ley se apoderaron de mi; las penas de la conviccin me aprisionaron. Me reconoc culpable. Mir al cielo, y me di cuenta que un Dios airado haba jurado castigarme; mir hacia abajo y vi un infierno con sus fauces abiertas, listo para devorarme. Trat de satisfacer mi conciencia mediante buenas obras; pero todo en vano. Me esforc por asistir a las ceremonias de la religin para apaciguar la angustia interna que me agobiaba; pero todo fue intil. Mi alma estaba triste, casi hasta la muerte. Pude haber dicho como el que guardaba luto antiguamente: Mi alma tuvo por mejor la estrangulacin, y quiso la muerte ms que mis huesos. Esta fue la gran pregunta que siempre me dej perplejo: He pecado; Dios debe
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castigarme; cmo puede ser justo si no me castiga? Entonces, puesto que l es justo, qu ser de m? Al fin mi ojo se volvi hacia esa dulce palabra que dice: la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Llev ese texto a mi habitacin; all me sent y medit. Mir a Uno clavado en la cruz. Era mi Seor Jess. All estaba la corona de espinas, junto con los emblemas de una miseria inigualable y sin par. Lo mir a l y mente record esa palabra que dice: Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jess vino al mundo para salvar a los pecadores. Entonces me dije a m mismo: Este Hombre muri por los pecadores? Yo soy un pecador; entonces l muri por m. l salvar a aquellos por quienes muri. l muri por los pecadores; yo soy un pecador; l muri por m; l me salvar. Mi alma confi en esa verdad. Lo mir a l y conforme vea el fluir de Su sangre redentora de almas, mi espritu se regocij, pues yo poda decir
Nada traigo en mi manos, Solamente a Tu cruz me aferro; Desnudo, busco en l vestido; Desamparado, vengo a l por gracia. Sucio, a esta fuente corro; Lvame, Salvador, porque muero.
Y ahora, creyente, t dirs lo que falta. El momento en que t creste, tu carga se desprendi de tus hombros, y te volviste ligero como el aire. En vez de tinieblas ahora tenas luz; en lugar de ropas de tristeza, tenas vestidos de alabanza. Quin podra describir tu gozo a partir de ese momento? Has cantado sobre la tierra himnos del cielo y en tu alma llena de paz has experimentado por anticipado el eterno reposo de los redimidos. Porque has tenido fe has entrado en el reposo. S, proclmalo por todo el mundo; todos aquellos que creen, por la muerte de Jess, son justificados de todas aquellas cosas de las que no podran ser librados por las obras de la ley. Di en el cielo que nadie puede acusar a los elegidos de Dios. Anuncia en la tierra que los redimidos de Dios estn libres de pecado a los ojos de Jehov. Proclama aun en el infierno, que los elegidos de Dios nunca irn all; pues Cristo ha muerto por ellos, y quin podr condenarlos? V. Me he dado prisa para llegar al ltimo punto, que es el ms dulce de todos. Nuestro texto nos dice que Jesucristo vino al mundo para dar su vida en rescate por muchos. La grandeza de la redencin de Cristo puede ser medida por el ALCANCE DE SU OBJETIVO. l dio Su vida en rescate por muchos. Debo tratar de nuevo este controvertido punto. Se nos dice con frecuencia (quiero decir a quienes se nos apoda comnmente con el sobrenombre de calvinistas, y eso no nos da vergenza; pensamos que despus de todo, Calvino conoca ms del Evangelio que casi todos los hombres que han vivido sin inspiracin) se nos dice con frecuencia que nosotros limitamos la expiacin de Cristo, porque decimos que Cristo no ha dado una satisfaccin por todos los hombres, o de lo contrario todos los hombres seran salvos. Pero nuestra respuesta es que, por el contrario, nuestros oponentes son los que la limitan: no nosotros. Los arminianos afirman que Cristo muri por todos los hombres. Pregntenles qu quiere decir eso. Que Cristo muri para alcanzar la salvacin de todos los hombres? Ellos responden, no, ciertamente no. Les hacemos una siguiente pregunta: Cristo muri para alcanzar la salvacin de algn hombre en particular? Ellos
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responden: no; Cristo muri para que cualquier hombre sea salvo si y luego siguen ciertas condiciones para la salvacin. Nosotros decimos, entonces, y vamos a regresar al viejo enunciado: Cristo no muri para alcanzar la salvacin de nadie no es cierto? Ustedes deben responder: no; estn obligados a decir eso, pues ustedes creen que aun despus que un hombre ha sido perdonado, puede caer de la gracia, y perecer. Entonces, quin es el que limita la muerte de Cristo? Pues, ustedes. Ustedes afirman que Cristo no muri para asegurar infaliblemente la salvacin de nadie. Por favor, disclpennos, cuando ustedes dicen que nosotros limitamos la muerte de Cristo, decimos: no queridos amigos, son ustedes los que lo hacen. Nosotros decimos que Cristo muri para asegurar infaliblemente la salvacin de una muchedumbre que ningn hombre puede contar, que por medio de la muerte de Cristo no solamente pueden ser salvos, sino que son salvos, deben ser salvos, y no pueden correr la menor posibilidad de riesgo de no ser otra cosa que salvos. Ustedes pueden tener su propia idea de la expiacin; pueden quedarse con ella. Nunca renunciaremos a la nuestra por lo que dicen ustedes. Ahora, amados hermanos, cuando escuchen a alguien que se re o se burla de una expiacin limitada, le pueden responder esto. La expiacin universal es como un gran puente ancho pero que llega nada ms hasta la mitad; no cubre completamente el ro: solamente llega hasta la mitad; no asegura la salvacin de nadie. Ahora, yo prefiero poner mis pies sobre un puente tan angosto como Hungerford, que alcanza desde una orilla a la otra, que sobre un puente que fueran tan ancho como el mundo, pero que no llegara hasta el otro extremo. Me dicen que es mi deber decir que todos los hombres han sido redimidos, y me dicen que hay un apoyo de las Escrituras para eso: El cual se dio a s mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo. Ahora, eso parece ser un argumento muy, muy bueno a favor de la otra cara de la pregunta. Por ejemplo, vean esto Mirad, el mundo se va tras l. Todo el mundo sigui a Cristo? Y salan a l toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusaln; y eran bautizados por l en el ro Jordn. Toda Judea y toda Jerusaln fueron bautizadas en el Jordn? Hijitos, vosotros sois de Dios, y el mundo entero est bajo el maligno. Acaso el mundo entero quiere decir todo mundo? Si as fuera, cmo es que haba algunos que son de Dios? Las palabras mundo y todos tienen siete u ocho sentidos diferentes en la Escritura; y es muy raro que todos quiera decir todas las personas, tomadas individualmente. Las palabras son generalmente usadas para significar que Cristo ha redimido a algunos procedentes de diversos grupos: algunos judos, algunos gentiles, algunos ricos, algunos pobres, y no ha restringido Su redencin ya sea judos o a gentiles. Sin embargo, haciendo a un lado la controversia, ahora voy a responder una pregunta. Dime entonces, amigo, por quin muri Cristo? Si quieres responderme una o dos preguntas, yo te dir si muri por ti. Necesitas un Salvador? Sientes que necesitas un Salvador? Ests consciente del pecado hoy? Te ha enseado el Espritu Santo que ests perdido? Si es as, Cristo muri por ti, y t sers salvado. Ests consciente el da de hoy, que no tienes ninguna esperanza en el mundo sino slo en Cristo? Sientes que t no puedes por ti mismo ofrecer una expiacin que pueda satisfacer la justicia de Dios? Has
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Sermn #181
renunciado a toda confianza en ti mismo? Y puedes decir estando de rodillas: Seor, slvame, que perezco!? Cristo muri por ti. Si t dices hoy: yo soy tan bueno como debo ser; yo puedo llegar al cielo por mis propias buenas obras, entonces, recuerda, la Escritura dice de Jess No he venido a llamar a justos, sino a pecadores. Mientras ests en ese estado yo no te puedo predicar ninguna expiacin. Pero si hoy te sientes culpable, miserable, consciente de tu culpa, y ests listo para aceptar a Cristo como tu nico Salvador, no solamente te puedo decir que puedes ser salvado, sino mejor an, sers salvado. Cuando te hayas desnudado de todo excepto de la esperanza en Cristo, cuando ests preparado a venir con las manos vacas y tomar a Cristo para que sea tu todo, y que t seas absolutamente nada, entonces t puedes mirar a Cristo, y puedes decir: Oh, T, amado, T, sangrante Cordero de Dios! T soportaste los dolores por m; por los azotes que recibiste soy sanado, y por tus sufrimientos soy perdonado. Y entonces vers cunta paz mental tendrs; pues si Cristo ha muerto por ti, no puedes perderte. Dios no castigar dos veces lo mismo. Si Dios castig a Cristo por tu pecado, no te castigar a ti. La justicia de Dios no puede exigir el pago dos veces, primero, de la mano sangrante de la Garanta, y luego de la ma. Si creemos en Cristo, hoy podemos marchar al propio trono de Dios, y estar all, y si se dijera: Eres culpable? podemos responder: S, culpables. Pero si preguntan qu tienes que responder acerca de que no debes ser castigado por tu culpa? podemos responder: Grandioso Dios, tu justicia y tu amor, ambos son la garanta que T no nos castigars por el pecado; pues no castigaste a Cristo por nuestro pecado? Cmo podras T ser justo, cmo podras ser Dios del todo, si castigas a Cristo el sustituto, y luego castigas al hombre mismo despus? Tu nica pregunta es Cristo muri por m? Y la nica respuesta que tenemos es Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jess vino al mundo para salvar a los pecadores. Puedes escribir tu nombre con el de los pecadores, no con los pecadores que usan ese nombre por cortesa, sino entre los que se sienten verdaderamente pecadores y lo lamentan, y se angustian, y buscan misericordia a causa de eso? Eres t un pecador? Si lo sientes as, si lo reconoces as, si lo confiesas as, ahora eres invitado a creer que Jesucristo muri por ti, porque eres un pecador; y se te pide que te arrojes sobre esta grandiosa roca inconmovible, y que encuentres seguridad eterna en el Seor Jesucristo.
http://www.spurgeon.com.mx Oren diariamente por los hermanos Allan Roman y Thomas Montgomery, en la Ciudad de Mxico. Oren porque el Espritu Santo de nuestro Seor los fortifique y anime en su esfuerzo por traducir los sermones del Hermano Spurgeon al espaol y ponerlos en Internet. Sermn #181 Volumen 4 PARTICULAR REDEMPTION
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