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La Lengua y Las Escrituras Ibéricas, Libro

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1

1
Para Merche, Irene y Andrés.

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro,


ni su tratam iento inf ormático, ni la transmisión de ninguna f orma
por cualquiermedio, ya sea electrónico, por f otocopia, por registro
u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de los t itulares
del “ Copyr ight”.

© FRANCISCO CASTILLO PINA

La Le n gu a y l as es c r it ur as ib ér ic as ( C ues t io nes ge n er a l es p ar a un a a pr ox im ac i ó n) .

ISBN-10: 84-9316-83
ISBN-13: 978- 84-931683-4- 6

Edit or: PERFECT DIGITAL

Fotocomposición, im presión y encuadernación:


ALENAR SISTEMES, S.L. - PETRER

2
LA LENGUA Y LAS ESCRITURAS IBÉRICAS
(Cuestiones generales para una aproximación).

ÍNDICE .

INTRODUCCIÓN. ............................................................................ 5
PRIMERA PARTE: .......................................................................... 8
CUESTIONES GENERALES SOBRE LOS SIGNARIOS IBÉRICOS. 8
A. SISTEMAS EXÓGENOS. ........................................................ 9
1.- Alfabeto griego y alfabeto greco-ibérico. ................................ 9
2.- Abecedario latino. ................................................................. 13
B. SISTEMAS ENDÓGENOS. ..................................................... 15
3.- Semisilabario Suroccidental. ................................................. 17
4.- Semisilabario Meridional. ..................................................... 21
5.- Semisilabario Oriental. ......................................................... 27
a.- Contexto general. .............................................................. 27
b.- Características generales de los signos. ............................. 28
c.- Comentarios particulares sobre los signos. ........................ 31
6.- Relaciones entre los signarios Suroccidental y Meridional. .... 40
7.- Posible origen y evolución de semisilabario Oriental. ............ 49
8.- Notas sobre el Celtibérico. ..................................................... 55
SEGUNDA PARTE: ......................................................................... 59
CUESTIONES GENERALES SOBRE LA LENGUA IBÉRICA. ........ 59
1. Fonología. ............................................................................... 59
2.- Morfología. ........................................................................... 64
3.- Sintaxis. ................................................................................ 71
4.- Léxico. .................................................................................. 73
a.- Elementos antroponímicos. ............................................... 73
b.- Otros elementos léxicos. .................................................... 76
5.- Excurus: Sobre el segmento –ok-. .......................................... 84
6.- La cuestión del vasco-iberismo. ............................................. 88
7.- ¿Qué es la lengua ibérica? ..................................................... 92
8.- Breve análisis de un texto ibérico (C.1.24). .......................... 103
---Comentario general:......................................................... 103
---Dibujos: ........................................................................... 103
---Lectura: ........................................................................... 104
---Comentarios particulares: ................................................ 105
EPÍLOGO. .................................................................................... 117
***BIBLIOGRAFÍA. ..................................................................... 119

3
**********

ÍNDICE DE TABLAS, DIBUJOS Y TRANSCRIPCIONES.

Tabla 1: Alfabeto greco-ibérico ......................................................... 10


Tabla 2: Alefato fenicio, Según Cunchillos y Zamora (1997). .............. 14
Tabla 3: Sistema de escritura sudlusitano según J. Rodríguez Ramos,
2000 ....................................................................................... 18
Tabla 4: Semisilabario ibérico meridional. Signos identificados con
cierta probablilidad ................................................................. 23
Tabla 5: Semisilabario ibérico meridional. Signos interpretados de forma
diferente según autores. ........................................................... 24
Tabla 6: Semisilabario ibérico oriental ............................................... 31
Tabla 7: Ámbitos de aparición del segmento -ok- ................................ 85

Ilustración 1: Gran plomo de Alco y” (G.1.1). Cara A [Untermann,


MLH.III] ................................................................................ 11
Ilustración 2: Dibujo de la inscripción G.7.2 ...................................... 25
Ilustración 3: Dibujo de la inscripción C.2.3 ...................................... 38
Ilustración 4: Dibujo de la inscripción D.10.1 .................................... 38
Ilustración 5: Dibujo de la inscripción F.13.10 ................................... 39
Ilustración 6: Dibujos de la inscripción C.1.24 ................................. 104

Transcripción 1: Texto de la inscripción G.1.1 ................................... 12


Transcripción 2: Texto de la inscripción G.7.2 ................................... 26
Transcripción 3: Texto de la inscripción C.2.3 .................................... 38
Transcripción 4: Texto de la inscripción D.10.1 .................................. 39
Transcripción 5: Texto de la inscripción F.13.10 ................................ 39
Transcripción 6: Texto de la inscripción C.1.24 ................................ 105

4
INTRODUCCIÓN.

Las escrituras y la lengua (o lenguas) ibérica(s) son una cosa rara.


Si tuviera que probarlo diría que es algo que me gusta. Y si esto no fuera
suficiente invito al amable lector a que lo compruebe por sí mismo a
partir de las páginas que siguen y conforman esta obrita.
Con ésta, modestamente, nos proponemos acercar al lector a un
mundo (apasionante para nosotros) mu y poco conocido, a pesar de los
diferentes estudios que se han realizado en torno a él. Muchos de estos
estudios son sin duda impecablemente científicos, pero desgraciadamente
otros (lo que no es inhabitual ante hechos poco conocidos y bastante
susceptibles de ser distorsionados) llenos de elucubraciones sin sentido o
plagados de aunténticos disparates.

Nuestra intención no es otra que hacer que aquél que nos lea pueda
ser capaz de entender, aunque sea sucintamente, cómo escribían los
antiguos iberos y qué lengua utilizaban, hechos que sucedieron no sólo
antes de la llegada de los romanos a la península ibérica, sino también
durante siglos después de su establecimiento en ella.
Para llevarla a cabo hemos intentado ser lo más asépticos posible.
La mayor parte de los temas aquí tratados, han sido objeto de estudio y
en parte consensuados o puestos en común por reputados investigadores,
y cuando expresamos nuestra opinión particular lo explicitamos. Pero,
creemos, no nos hemos dejado llevar por veleidades aciéntificas y sin
base argumental. Por ello no se encontrarán aquí “milagrosas”
traducciones ni “espectaculares” interpretaciones.
Como se podrá comprobar, muchos de estos aspectos son mu y mal
conocidos, e incluso de algunos de ellos (especialmente los relativos a la
lengua) somos casi completamente ignorantes.
No obstante, queremos que el lector obtenga un acercamiento a
aquello que sí sabemos y tenga consciencia de lo que ignoramos.
Como el potencial lector, Usted o tú, es variadísimo y no tiene por
qué ser un experto en lenguas antiguas, lingüística general, epigrafía, o
cualquier aspecto relacionado con todo esto, hemos intentado que esta
obrita pueda dirigirse a un público amplio. No obstante las numerosas
referencias a aspectos de una lengua concreta implica hacer alusión a
ciertos tecnicismos lingüísticos (esperamos que no demasiados), aunque
no creemos que sean de comprensión insalvable. No obstante, cualquier
conocimiento sobre lenguas puede resultar mu y útil.
Así, muchos de los temas aquí tratados lo han sido de un modo
general (a veces porque, a raíz de nuestros conocimientos, prácticamente
no había más remedio). Con todo, en ocasiones sí hemos profundizado en
algunos aspectos particulares, que quizás puedan interesar más a
aquellos que ya tengan un mayor conocimiento de lo aquí tratado. Pero
los capítulos en los que nos hemos dejado llevar, quizás demasiado
alegremente, por esta profundización (sobre todo los apartados 6 y 7 de
la primera parte, y los 5 y 8 de la segunda) no creemos que afecten a la
comprensión global del conjunto.

5
También es posible que en muchas ocasiones nos hayamos quedado
cortos al tratar un tema concreto. Para subsanar esto en la medida de lo
posible, hemos incluido una serie de notas a pie de página (esperemos
que no resulten abrumadoras), y sobre todo una amplia bibliografía (mu y
posiblemente incompleta, por lo que desde aquí pedimos disculpas si
hemos olvidado incluir alguna obra digna de ello), que pueda servir
como referencia (y ampliación) para aquellos que sientan un mayor
interés por estos temas.

Para una mejor comprensión de esta materia hemos dividido la


obra en dos partes, como el propio título indica. La primera trata
básicamente de los sistemas de escritura empleados en ibérico, con
especial incidencia en aquellos que casi exclusivamente se usaron para
esta lengua, sobre todo el que aquí denominamos semisilabario oriental,
sin duda el más representativo. Por su parte, la segunda trata
básicamente sobre lengua ibérica, con algunas referencias a otras que
puedan servir para ilustrar o aclarar algunos aspectos de ella. No
obstante ambas partes están, como podrá comprobarse, íntimamente
relacionadas por muchos de los temas tratados. Concluimos con el
apartado, como hemos indicado, dedicado a la bibliografía, que debe
entenderse como una parte esencial de la obra, y sin la que nuestro
propósito antes mencionado no alcanzaría el nivel que deseamos.

Con todo, todo investigador que sienta aprecio por aquello que
investiga, no debe ser en absoluto intransigente en aquello que
contradice sus propias propuestas, sino, al contrario, estar abierto a
críticas, objeciones, correcciones, matizaciones, debates, etc. Y mucho
más en estos temas cu yo conocimiento es tan precario y, por tanto,
susceptible de innumerables propuestas que ayuden en su comprensión.
Con ello queremos decir que, por nuestra parte, cualquier crítica,
comentario, sugerencia, etc., etc., sobre esta obrita será bienvenida y, sin
duda, atendida. Adelantamos desde este momento nuestro agradecimiento
por ello.

Y junto a éste, y no por convención, sino porque creemos que debe


hacerse de una forma sincera, no olvidamos abrir un capítulo de
agradecimientos.
En primer lugar éstos van dirigidos a Eduardo Orduña, que me
facilitó abundante material (sobre todo su impagable tesis doctoral,
todavía inédita, que me ha resultado utilísima). Además, en numerosos
contactos “electrónicos” hemos intercambiado diferentes puntos de vista,
no siempre coincidentes, pero siempre mu y interesantes y provocadores
de “nuevos bríos” en momentos de “quasi-abandono”. También quiero
mostrar mi agradecimiento a Carlos Jordán, siempre dispuesto, raudo y
veloz, a contestar dudas relativas sobre todo al celtibérico, entre otras
cosas. Y también a Joan Ferrer, que muy amablemente me facilitó los
dibujos del texto C.1.24, además de, en otras ocasiones, hacerme
interesantes sugerencias.

6
Un agradecimiento mu y especial quiero hacérselo a mi mujer,
Mercedes, y a mis hijos, Irene y Andrés, sobre todo por soportar las
abundantes horas que he dedicado a este trabajo y que, por tanto, no les
dedicaba a ellos, especialmente en momentos de casi absoluta
abstracción en estos temas aislantes del mundanal ruido y del ruidoso
mundo. Con esto verán sobre el papel las cosas raras sobre las que me
ponía a veces a leer, escribir o simplemente elucubrar. Pero sobre todo
gracias por estar. Sin ellos no hubiera encontrado sentido para dedicarme
a aprender cosas nuevas. Y además, gracias a mi mujer también por sus
sugerencias en cuestiones de estilo, a pesar de que no le he hecho todo el
caso que mereciera, lo que sin duda deberá notarse en los diferentes
errores y dificultades de comprensión que mu y probablemente haya en lo
que sigue.

7
PRIMERA PARTE:
CUESTIONES GENERALES SOBRE LOS
SIGNARIOS IBÉRICOS.

Los sistemas de escritura que emplearon los antiguos iberos, o por


mejor decir, los pueblos paleohispánicos, son variados y complejos. En
realidad, tenemos conocimiento “directo” de la existencia de las lenguas
prerromanas de la península ibérica gracias, al menos, a cinco (o quizás
seis, si incluimos el alefato fenicio) sistemas de escritura de mu y
diferente naturaleza.
Estos cinco sistemas, a su vez, podrían ser clasificados en dos
grupos.

El primero formaría parte de lo que podemos denominar como


sistemas exógenos, es decir, sistemas de escritura de pueblos de fuera de
la península (y también pueblos indígenas que hicieron un uso “directo”
de estos sistemas), que una vez establecidos en ésta (o no) dejaron
constancia escrita de algunos rasgos de las lenguas de los pueblos
indígenas con los que entraron en contacto, o cu yo sistema fue adaptado
por éstos sin apenas cambios. Nos referimos, obviamente, al alfabeto
griego y al abecedario latino básicamente.

El otro grupo lo formarían los sistemas endógenos, 1 es decir


aquellos que fueron creados dentro de la península ibérica, pero con
influencias de escrituras de fuera de ella, especialmente del alefato
fenicio.

1
Au nq ue ya h ub o a va n c es a nt er io r es , e l d es ci fr a mie n to d e fi n it i vo , al me no s p o r lo
q ue r e sp ec ta al s e mi s il ab ar io ib ér ico o r ie n ta l, es mér ito p r i nc ip a l d e M. Gó me z
Mo r e no . P ar a má s d eta ll es, c f. Gó me z -Mo r e no ( 1 9 4 9 ) y ( 1 9 6 2 ) .

8
A. SISTEMAS EXÓGENOS.

1.- Alfabeto griego y alfabeto greco-ibérico.


Con respecto al alfabeto griego, además de las referencias sobre
diferentes hechos de la península que aparacen en historiadores y
geógrafos griegos, desde Heródoto (o antes, quizás) hasta Estrabón
(referencias que prácticamente se ciñen a términos onomásticos,
etnológicos y toponímicos, y que tomados bien directamente, bien a
través de fuentes latinas, suelen adaptarse a las características de la
lengua griega), encontramos una adaptación “especial” de éste para
plasmar la lengua ibera. Esta adaptación puede ser definida como
alfabeto greco-ibérico y es, en realidad, uno de los tres (o cuatro)
sistemas de escritura básicos con los que aparece escrita la lengua ibera.
Por ello, en realidad el alfabeto greco-ibérico podría ser incluido dentro
del grupo de los sistemas endógenos, pues tiene una serie de
peculiaridades que lo diferencian del modelo griego. Pero, dado el
predominio de similitudes con éste, y conociendo claramente su origen,
lo hemos incluido en este grupo, lo que no obsta para que la opción
contraria fuera igualmente aceptada. 2
Para los conocedores del alfabeto griego creemos que es suficiente
decir que se trata básicamente de éste, aunque con leves cambios. Con
respecto a la vocales, éstas se adaptan sin diferenciación de cantidad (de
lo que se puede deducir que la lengua ibera constaba sólo de cinco
vocales sin que el rasgo de cantidad vocálica fuera relevante), aunque
destaca el curioso hecho de que para el timbre /e/ se adaptó la grafía
(jonia) de H , (vocal larga y abierta), mientras que para el timbre /o/ se
adaptó la O , (vocal breve y cerrada).
Con respecto a la serie de consonantes oclusivas (y en este aspecto
este sistema representó una ayuda básica para el conocimiento del
sistema fonético ibérico), se adoptaron cinco grafías: dos para las
dentales (sorda y sonora), dos para las velares (sorda y sonora), pero
sólo uno para las labiales (en este caso sólo la sonora, mientras que la
grafía para la sorda está siempre ausente): T , D , K , G , B .
Precisamente gracias a este sistema básico sabemos que la lengua ibérica
diferenciaba los fonemas sordos de los sonoros en las series de
consonantes oclusivas (con excepción de las labiales), y que igualmente
éstas podían aparecer como final de sílaba o palabra. 3
Por lo que respecta a las nasales, a pesar de que el alfabeto griego
disponía de dos de ellas, una dental y otra labial, en ibero sólo se ha
adaptado la dental ( N ), de lo que se deduce que su sistema fonólogico
carecía de la labial, al menos como fonema distintivo (aunque en el
signario ibérico levantino sí hay una grafía transcrita como <m>, cu yo
valor fonológico concreto no está claro, como más abajo se verá).

2
E s t ud io s má s co mp le to s so b r e el a l fab eto gr e c o - ib ér i co p ued e n ver s e, so b r e to d o ,
en d e Ho z ( 1 9 8 7 , 1 9 8 9 y 2 0 0 0 ) .
3
Co mo ver e mo s p o s ter io r me n te, e n lo s s e mi si lab ar io s ib ér i co s no se p ued e n
tr a n scr ib ir e sta s o cl u s i va s f i na le s, y l a d i f er en cia ció n e nt r e fo n e m as o cl u s i vo s
so r d o s y so no r o s no se e fe ct uó h ab i t ua l me n te d e fo r ma si st e má tic a.

9
Mayores diferencias se observan en relación a los signos para
vibrantes y silbantes. El alfabeto griego sólo disponía de un signo para
la vibrantes, pero al parecer el ibero tenía dos fonemas vibrantes, por lo
que junto a la adopción del signo griego ( R ) se creó otro mediante la
simple adición de un signo diacrítico ( $ ), aunque la distinción entre
las realidades fonéticas de ambos signos no está del todo clara.
Del mismo modo, el ibero parecía disponer de dos fonemas
silbantes (cu ya distinción fonética tampoco se ha dilucidado
completamente), para uno de los cuales se adaptó el de la sigma griega (
( ), mientras que para el otro se adoptó un signo ya en desuso en el
griego clásico, pero posiblemente todavía no en la variante jonia de la
que los iberos (o griegos adaptadores de su escritura a la lengua griega)
lo tomaron; nos referimos a la “sampi” ( & ), que posiblemente tendría
un valor africado en su origen). Además, desecharon los signos para la
“xi” y la “zeta”.
Finalmente, para el fonema lateral sólo adoptaron el único signo
existente en griego ( L ), a pesar de que en ibero quizás haya dos
fonemas laterales. 4
Según lo antedicho el sistema greco-ibérico quedaría establecido
del siguiente modo:

a 0A e 1 i 2 o 3 u 4
b 5 t 9 d 8 k 7 g 6
ŕ % r . ś ( s &
l ! n ,

T ab la 1 : Al f ab eto gr eco - ib ér i co

Este alfabeto, al parecer, fue usado sobre todo en el siglo IV


(fecha relativamente temprana) básicamente en la zona conocida como
Contestania (lo que “grosso modo” vendría a corresponder a las actuales
provincias de Alicante y Murcia), aunque también ha aparecido algún
texto en Sagunto y en la zona costera del norte de Cataluña. Con todo,
por el tipo de signos adaptados, como puede ser el de “sampi” & , usado
para el valor de la “segunda silbante”, y ya en desuso en esta época en el
alfabeto griego jónico, se podría deducir una mayor antigüedad para este
sistema .
Una de las cuestiones quizás más interesantes sobre la lengua (y,
por qué no, etnología ibérica) trata sobre el hecho de por qué los iberos
no usaron más (ni difundieron) este sistema de escritura que, en
principio, era más cómodo, o más adecuado, para las características
fonológicas de la lengua ibera (al menos desde nuestra perspectiva

4
P ar a e s te se g u nd o fo ne ma l at er al , a s í co mo o t r o s asp ecto s d e la fo no l o gí a ib ér ica,
p ued e co n s ul tar se Q u i nt an il la ( 1 9 9 8 )

10
moderna, que no tiene por qué ser la más válida), y, en cambio, tuvo
mucho más éxito, y difusión, otro sistema, quizás más “genuino”, pero
sin duda, aparentemente, más defectivo para la plasmación escrita de
esta lengua, como fue, sobre todo pero no sólo, el sistema semisilábico
oriental (o levantino o nororiental).
Como ejemplo, incluimos el dibujo de una cara del más extenso y,
quizás, más conocido (y también de descubrimiento antiguo) texto en
lengua ibera escrito en el sistema greco-ibérico. Se trata de un plomo
(objeto de múltiples, variadas [ y también disparatadas], interpretaciones)
hallado en el yacimiento de La Serreta de Alco y, que según la
nomenclatura de J. Untermann (y aceptada por la mayo ría de los
investigadores, dada su claridad y precisión), recibe el nombre de G.1.1:

I l us tr a ció n 1 : G r a n p lo m o d e Alco y” ( G.1 .1 ) . Ca r a A [ U nt er ma n n, M L H. I I I ]

Es obligado decir, aunque pueda resultar evidente, que todos los


textos ibéricos (sea cualquiera el sistema de escritura en el que estén
plasmados) están sujetos a diferentes variantes epigráficas en sus signos,
por ello las transcripciones suelen recurrir a variantes normalizadas para
“simplificar” su estudio (como las que reproducimos a continuación),
aunque, como toda letra manuscrita, esté sujeta a incontables variaciones
(y esto resulta mucho más evidente en las convenciones establecidas al
transcribir los signarios meridional y oriental, como pronto veremos).
Transcribimos y transliteramos a continuación un pequeño
fragmento de este plomo. Confer.: 2 %271: 3$92:
3$ 92:
60%370,: 8084!0 : 50(7 : es decir: iŕike orti
gaŕokan dadula ba ś k .
Y como se puede comprobar, estamos en lo habitual hasta la fecha:
se lee pero no se entiende.
Para aquellos lectores interesados incluimos la transcripción del
documento completo:

A-I iŕike.orti.gaŕokan.dadula.baśk
buiśtiner.bagaŕok.SSSX<.tuŕlbai
luŕa.leguśegik.baseŕokeiunbaida.

11
uŕke.basbidiŕbartin.iŕike.baseŕ
okar.tebind.belagaśikauŕ.isbin
ai.asgandis.tagisgaŕok.binike
bin.śalir.kidei.gaibigait.

A-II sakaŕiskeŕ
arnai.

B iunstir.śalirg.basiŕtiŕ.sabaŕi
dai.birinaŕ.guŕś.boiśtingiśdid.
seśgeŕśduŕan.sesdiŕgadedin.
seŕaikala.naltinge.bidudedin.ildu
niŕaenai.bekoŕ.sebagediŕan.
T r ans cr ip ció n 1 : T e xto d e la i n scr ip ció n G.1 .1

12
2.- Abecedario latino .
Con respecto al otro sistema “exógeno”, el abecedario latino, éste
fue producto de la paulatina romanización de la península ibérica, es
decir, no fue adoptado sino como consecuencia del dominio político (y,
por derivación, cultural) de Roma. Ello, posiblemente, explique que
apenas tengamos textos escritos en lengua(s) ibera(s) en abecedario
latino, excepto en citas toponímicas y o nomásticas, como podría ser el
Bronce de Ascoli (donde aparecen mencionados varios personajes
ibéricos), aunque curiosamente fue hallado, y redactado, en Italia, fuera
de la península ibérica, 5 así como otras menciones epigráficas sobre
tumbas, leyes, diversos pactos en los que se veían implicados personajes
indígenas, etc. Y. por otra parte, tampoco debemos olvidar, aunque en
este caso las “adaptaciones lingüísticas” quizás sean más distorsionantes
de lo que desearíamos, las numerosas menciones sobre la península
ibérica y su historia (historia relacionada sobre todo con los avatares que
experimentó la expansión y engrandecimiento de la República Romana),
junto con algunos términos “exóticos” y cierto vocabulario técnico, que
aparecen en diferentes escritores romanos, como Tito Livio, César,
Plinio, etc.
Sin embargo, hay que hacer dos importantes salvedades con
respecto al uso del abecedario latino y su utilización para la plasmación
de las lenguas paleohispánicas.
La primera de ellas concierne a la lengua celtibérica, pues junto
con diferentes inscripciones en escritura ibérica (lo que podríamos
llamar adaptaciones celtibéricas del signario ibérico oriental), 6 también
encontramos documentos (sobre todo los llamados pactos de
hospitalidad) escritos en el abecedario latino pero en lengua celtibérica
(sin duda como consecuencia de la romanización anteriormente
mencionada).
La segunda debe ser mencionada con relación a la lengua lusitana.
En efecto, de esta lengua tenemos mu y escasos testimonios (algunos de
ellos son en realidad textos que empiezan en lengua latina y después “se
pasan” al lusitano), y además de época relativamente tardía, que siempre
aparecen escritos en abecedario latino. Sin duda, la tardía necesidad en
el uso de la escritura, coincidente con la decadencia del uso de los
signarios “endógenos” y el avance de la romanización, y la lejanía de los
lugares de empleo habitual de estos signarios, ha tenido como
consecuencia el que no se usara ningún sistema “ibérico” (al menos por
lo que hasta el momento sabemos o tenemos atestiguado) para la
plasmación escrita de esta lengua. 7

5
Se tr at a d e u n d o c u me n to e n e l q ue se r ep r o d uce n lo s no mb r es ( co n s u
co r r e sp o nd ie n te p atr o n í mico ) d e u no s j i ne te s ib ér i co s ( p r o ced e nt e s d e v ar i as
lo ca lid ad e s, a u nq ue p o r r ef er e n cia a la d e lo s p r i mer o s, Sa ll ui e, a ct u al Zar a go na,
es te gr up o e s co no cid o co mo “T ur ma Sal l u ita n a”) a lo s q ue P o mp e yo hab ía
co n ced id o l a c i ud ad a n í a r o ma n a co mo r eco m p en sa a s u s act u acio n e s d ur a n te la
g uer r a s már s ica s. E s te b r o ce e s f ec had o e n e l 8 9 a. C.
6
P ar a e llo p u ed e co n s u lt ar s e el cap ít u lo 8 d e e st a mi s ma p r i me r a p ar te .
7
So b r e la s i n scr ip c io ne s l u si ta n as p ued e co n s ul tar se U nt e nr ma n n ( 1 9 9 7 ) , d o nd e
ta mb i é n se e nco ntr ar á a b u nd a n te b ib l io gr a f ía al r esp ecto .

13
[Por otra parte, también sería conveniente hacer referencia al
alefato fenicio (sin duda de importancia transcendental para la creación
de los sistemas endógenos), y sus derivados “directos”, de cu yo
testimonio encontramos pruebas sobre todo en monedas acuñadas por
ciudades de fundación fenicia o cartaginesa, así como algunos
testimonios epigráficos. Sin embargo, al parecer, todos los testimonios
en esta escritura contienen la lengua fenicia, o sus dialectos derivados
“coloniales”, por lo que, de momento, no hacemos mayor referencia a
ella con respecto a la lingüística paleohispánica, aunque, insistimos, es
un tema que requeriría una mayor profundización y, desde luego, no se
debe soslayar (de ahí el inciso “de momento”). 8
No obstante, creemos que puede resultar ilustrativo para establecer
comparaciones y relaciones con los signarios paleohispánicos incluir una
tabla con los signos convencionales de tal alefato:

T ab la 2 : Al e fato fe n icio , Se g ú n C u n c hi llo s y Z a mo r a ( 1 9 9 7 ) .

8
So b r e d i fe r e nt es a sp e ct o s il u str at i vo s y a cce s ib le s, y co n l a p e r ti n e nt e b ib lio g r a fí a,
d e la ep i gr a fí a f e ni cia y p ú ni ca e n la p e n í n s u la ib ér ic a y f uer a d e e lla, c f .: J . L.
C u nc h il lo s - Z a mo r a ( 1 9 9 7 ) , y Za mo r a ( 2 0 0 4 ) .

14
B. SISTEMAS ENDÓGENOS.
El segundo gran grupo de escrituras es el que donimanos “sistemas
endógenos”.

Dentro de éste encontramos, en principio, tres sistemas de


escritura sin duda relacionados entre sí, aunque sus vinculaciones no
estén del todo claras, así como tampoco su origen.
Los tres sistemas de escritura reciben, bajo diferentes criterios,
diferentes nombres, todos parcialmente pertinentes y, por tanto, todos no
del todo adecuados. Nosotros los mencionaremos habitualmente según
nuestro criterio particular (que no negamos que para otros pueda parecer
imperfecto, inexacto y convencional), como semisilabarios o signarios
Suroccidental, Meridional y Oriental.

Los tres tienen en común, además de ser empleados


exclusivamente (o casi) para la plasmación de lenguas paleohispánicas,
su peculiar carácter estructural.
Se trata de sistemas “semisilábicos”. Es decir, emplean un
fonograma para la plasmación de la vocales, solas, y de las sonantes,
líquidas y nasales, y silbantes, cu yo número y características pueden
diferir de una lengua, o época, a otra; pero se usa un sólo signo gráfico,
un silabograma, para la plasmación de los grupos de oclusiva con vocal,
es decir, grupos silábicos, sin distinguir además, el modo de articulación
de dichas consonantes oclusivas (a pesar de ser, sin duda, relevante en
estas lenguas), lo cual impide, por otra parte, la escritura de oclusivas
finales de palabra o seguidas de fonema no vocálico.
De todos modos, esto no es del todo cierto, e incluso hubo intentos
de subsanar algunos de estos problemas, pues encontramos, sobre todo en
el sistema suroccidental, un uso redundante de las vocales tras
silabogramas, 9 y un intento de diferenciación del modo de articulación de
las consonantes oclusivas, el llamado sistema dual, en la escritura
ibérica oriental y, posiblemente, en ciertas adaptaciones al celtibérico,
como veremos más abajo más pormenorizadamente. 10

El origen de estos sistemas de escritura hay que situarlo, sin duda,


en el alefato fenicio, pero el modo en el que se hizo esta adaptación
plantea muchos problemas.
La escritura fenicia es un “alfabeto consonántico”, o si se quiere,
un silabario sin indicación vocálica, aunque sí usaba una serie de signos
para marcar o “aclarar” la vocal que debía usarse en la pronunciación
(las llamadas “matres lectionis”). Algunos de sus signos son
prácticamente iguales a algunos signos de las escrituras paleohispánicas
así como su valor, pero cómo se hizo esta adaptación, por qué se

9
Lo q u e mar car ía u na d i fer e nc iac ió n co n r esp ect o al si lab i s mo , a u nq ue no p o d e mo s
sab e r s i se tr a ta d e u n i n te nto d e ab a nd o no d e és te o u na te nd e nc ia ha ci a él.
10
T a mb i é n e n c el tib ér ico se p r o d u ce e n o ca sio n e s u n u so r ed u nd a n te d e vo c ale s tr a s
si lab o gr a ma s, p er o c r ee mo s q ue e n es ta o c a sió n e sto es d eb id o a la i n f l ue nc ia d e l
ab eced ar io la ti no , q ue p r o vo c ar í a u na te nd e nc ia a us ar e s to s si lab o gr a ma s co n si mp le
va lo r mo no fo n e má tico .

15
estableció una diferenciación entre fonogramas y silabogramas, cómo y
por qué se crearon nuevo signos, y se desecharon otros, son cuestiones
no completamente aclaradas, y más cuando tampoco sabemos con
exactitud las características lingüísticas de la lengua, o lenguas, para la
que se hizo tal adaptación (o la percepción interna o externa que se tenía
de ella).
Tampoco está ex cesivamente claro el tipo de vinculación existente
entre los tres sistemas de escritura. Sin duda el más antiguo es el
Suroccidental, aunque no por ello ha de ser el primero o único en surgir
como adaptación del fenicio (como parece inferirse tras el
descubrimiento del llamado signario de Espanca), y de éste o de uno mu y
similar, derivaría el Meridional y el Oriental (que derivaría, a su vez,
también, de este Meridional, aunque nosotros creemos que no es
exactamente así, como más adelante intentaremos explicar).
Como se puede comprobar, es éste un tema que requiere un estudio
mucho más profundo y ser tratado de forma más particular, por lo que
nosotros, al tratar de forma individualizada cada uno de estos grupos,
simplemente haremos referencias, no exhaustivas, a algunos aspectos
parciales sobre ello.

16
3.- Semisilabario Suroccidental.
El sistema o semisilabario Suroccidental también ha sido
llamado, según diferentes autores, de diversas maneras, aunque
predominan las denominaciones de Turdetano, Sud-lusitano, Tartésico,
etc. Nosotros preferimos llamarlo Suroccidental a partir de una
concepción geográfica, tanto por su asepsia con respecto a la lengua que
representa como por oposición, clara, creemos, a las denominaciones que
empleamos para los otros signarios ibéricos.
Con este signario tenemos textos, cu ya dirección de escritura es
habitualmente de derecha a izquierda, como en fenicio, sobre todo
escritos sobre placas o estelas de piedra y algunos esgrafiados sobre
cerámica cu ya datación oscila entre los siglos VII y V a.C., con los que
tenemos los textos escritos más antiguos hallados en la península con
sistema gráfico endógeno. 11
Por otra parte, no deja de ser sorprendente que este tipo de
escritura desapareciera con, aparentemente, tanta brusquedad, pues el
sistema que se considera su heredero (o al menos mu y relacionado), el
signario meridional, aparece (por lo que sabemos, aunque sin duda se
usaría desde un tiempo anterior al que permiten datar los hallazgos que
poseemos) relativamente bastante después y, sobre todo en zonas
alejadas (aunque quizás sí relacionadas comercialmente) de la zona
suroccidental. Queda claro, por lo menos, que, según los testimonios que
disponemos, esta zona, aparentemente pionera en hábitos gráficos,
quedaría “ágrafa” durante dos o tres siglos.
Hasta la fecha todos los hallazgos con este sistema de escritura se
sitúan, sobre todo, en el sur de Portugal (en las regiones del Algarve y
Alentejo), con extensiones hacia Extremadura y el occidente de
Andalucía, precisamente en una época en la que las fuentes clásicas
sitúan el esplendor del reino de Tarteso en la baja Andalucía.
El inventario habitual de los signos en el semisilabario
suroccidental, con la posible extensión de ciertas variantes particulares,
es el siguiente:

11
P ued e n ver s e e s t ud io s co n cr e to s so b r e lo s asp ecto s r el acio n ad o s co n es te s i g nar io
en : Co r r ea ( 1 9 8 3 , 1 9 8 7 , 1 9 9 3 , 1 9 9 6 a, 1 9 9 6 b , 2 0 0 5 a y 2 0 0 5 b ) , Ro d r í g ue z R a mo s
( 2 0 0 0 a, 2 0 0 0 c, 2 0 0 2 c, 2 0 0 2 d y 2 0 0 4 , p p . 3 7 -1 0 1 ) , d e Ho z ( 1 9 8 3 , 1 9 8 6 ,1 9 8 5 , 1 9 9 6 ) y
U nter ma n n ( M LH , I V, 1 9 9 7 ) .

17
T ab la 3 : Si s te ma d e e s cr it ur a s ud l u si ta no se g ú n J . Ro d r í g uez R a mo s, 2 0 0 0

En el cuadro anterior vemos la distribución de los signos más


habituales establecida por J. Rodríguez Ramos 12, aunque otro importante
estudioso de este sistema de escritura, J. A. Correa 13 (junto con J.
Untermann) 14 mantiene algunas diferencias al respecto. Las diferencias,
si bien mínimas, se refieren sobre todo a los silabogramas
correspondientes a los valores “bi”, “bu” y “ku”. Además, por motivos
obvios de las características escriturarias de este sistema, nos
encontramos con diferentes signos de los que no estamos seguros de si
son meras variantes epigráficas de otros, y con otros cu yo valor
simplemente ignoramos, e incluso con “hápax”, de valor también
desconocido.

Si nos fijamos en la forma de los signos, muchos coinciden con el


alefato fenicio, del que sin duda es tributario, aunque también hay
marcadas diferencias. A pesar de esto (o precisamente por ello), junto
con la notable antigüedad de los textos, ho y en día predomina la opinión

12
Co mo co mp e nd io d e la s id ea s p r o p u es ta s p o r J . Ro d r í g ue z Ra mo s, p u e d e ver se la
úl ti ma o b r a c it ad a e n l a no t a a n ter io r ,e n la q ue t a mb ié n hac e r e f er e nc ia a o tr as s u ya s
an ter io r e s.
13
C f. Co r r ea, no ta 1 1 .
14
C f. U nt er ma n n, no ta 1 1 .

18
de que este sistema de escritura no deriva directamente del sistema
fenicio, sino de una adaptación anterior de la que no tenemos
testimonios, lo que vendría corroborado por el hallazgo de la llamada
“Estela de Espanca” que contiene una lista de signos (repetidos en dos
líneas, como si fuera obra la primera de ellas de un maestro y la segunda
de un alumno) a modo de enumeración de los existentes en un sistema de
escritura (como si se tratara de un ejercicio de escritura de un alfabeto).
Esta lista empieza, en parte, en el mismo orden que el alefato fenicio,
pero progresivamente se va apartando de él, además de incrementar su
número. Por otra parte, muchos de estos signos coinciden con los
existentes en el signario suroccidental, pero otros no. Sin embargo, y
esto complica más las cosas, el contexto arqueológico de su hallazgo lo
sitúa en el siglo V a.C., fecha relativamente tardía con respecto al uso de
este signario suroccidental. 15

Como ya ha sido indicado brevemente, lo más llamativo del


signario suroccidental es ya no sólo el uso de silabogramas con oclusiva
inicial, sino el uso redundante de éstos con vocal. Es decir, se usa una
vocal de un determinado timbre tras un silabograma con vocal del mismo
timbre, del tipo “ba.a , ke.e , ti.i ,” etc. Mucho se ha discutido sobre la
peculiaridad de esta práctica escrituraria, tan poco económica, sobre
todo si marca una progresión hacia la eliminación del silabismo o si fue
una innovación (ignoramos con qué propósito o por qué motivos) a partir
de un sistema no redundante (como, de hecho, lo era el fenicio). Este
hecho, sorprendente sin duda, debe guardar alguna relación con las
características o estructura de la lengua para la que fue adaptado (lengua
que también suele denominarse tartesia o, de forma más aséptica, del
pueblo de las estelas), pero dado lo poco que sabemos de ésta, también
se nos escapan las razones.
Precisamente la lengua que reflejan los textos en escritura
suroccidental (pese al relativamente reducido número de éstos y las
dificultades en su lectura) también ha sido objeto de profundos estudios
y debates. 16
Resulta llamativo el hecho de que algunas de las “palabras” que
podemos leer en estos textos guardan semejanzas con estructuras
lingüísticas indoeuropeas, pero su asimilación a alguna lengua
indoeuropea en concreto resulta más problemática, pues no parece tener
relación con ninguna de las dos de esta familia que tenemos atestiguadas
en la península, en concreto el celtibérico y el lusitano (y lo mismo
podemos decir de sus, aparentes, antropónimos), al igual que con un
hipotético “antiguo europeo”, 17 aunque de éste sabemos tan poco que
posiblemente sea un candidato tentador con el que equiparar la lengua
del signario suroccidental. Además, desde postulados indoeuropeístas no

15
Di f er e nt e s e s t ud io s so b r e e l si g n ar io d e E sp an ca ap ar e ce n e n: Ad i ego ( 1 9 9 3 ) ,
Co r r e a ( 1 9 9 3 y 1 9 9 6 a) , d e Ho z ( 1 9 9 6 ) y U nter m an n ( M L H, I V, p p . 3 2 7 - 3 2 9 ) .
16
So b r e la le n g u a d e e st o s t e xto s, c f. Co r r ea ( 1 9 9 6 b , 2 0 0 2 y 2 0 0 5 b ) , y U nt er ma n n
( M LH, I V, p p . 1 5 6 -1 6 8 ) .
17
C f. Kr a h e ( 1 9 6 4 ) . T a m b ié n p ued e n ver se d i fer en te s a sp e cto s r ela cio n a d o s co n es te
te ma e n F. Vil lar ( 1 9 9 5 Y 2 0 0 0 ) .

19
podemos tampoco traducir esta lengua, y sólo conjeturar el valor de
algunas formas, mu y pocas.
Por otra parte, las formas de esta lengua tampoco “casan” bien con
los testimonios toponomásticos abundantes en esta zona; nos referimos a
la abundancia de nombres de lugar con los formantes “ipo” y “u/oba”,
sobre todo, que han sido relacionados con el mundo tartesio y su
resbaladiza (?) lengua. 18
De momento, parece quedar claro que no se trata de la lengua que
habitualmente llamamos ibérica.

A modo de ejemplo, ofrecemos la lectura de un breve texto en


escritura suroccidental. Se trata, de acuerdo con la terminología de J.
Untermann, según aparece en el cuarto volumen de sus Monumenta
Linguarum Hispanicarum, de la inscripción J.55.1:

1) rok o olioneert a aune


2) t a arielnon : liŕnienenaŕk e enai

(Las transcripciones de sílabas con vocal indicada como


superíndice corresponden a los silabogramas considerados
redundantes).

18
C f. Co r r ea y F. V il lar , en la s o b r as me nc io nad a s e n la s no ta s a n ter io r e s .

20
4.- Semisilabario Meridional.
El semisilabario Meridional es habitualmente conocido como
silabario ibérico suroriental. Verdaderamente es ésta la denominación,
desde una perspectiva geográfica y lingüística, más adecuada, y desde
luego la más extendida. Sin embargo, bajo nuestro punto de vista, para
este trabajo, preferimos llamarlo Meridional para evitar confusiones y
“solapamientos” semánticos. Así, aunque básicamente este signario
aparece testimoniado en el cuadrante suroriental de la península ibérica,
con nuestra denominación quedaría separado del silabario suroccidental
(que desde un punto de vista lingüístico pertenece a otro ámbito) y del
que nosotros llamaremos Oriental, con mucho el mejor documentado, y
que presenta una serie de peculiaridades a cu ya especicifación debe
responder una serie de denominaciones concretas que han de procurar
evitar, con sus concreciones, la confusión con éste (pensamos en
variantes del tipo nororiental, levantina, etc.).
[Tanto si el amable lector ha sido capaz, como si no, de entender
el párrafo precedente, aclaramos que, para nostros, de momento, la
denominación Meridional y Suroriental es la misma.]
Con respecto al sistema suroccidental este signario presenta
profundas coincidencias, pero también significativas diferencias, tanto
por lo que respecta a su estructura externa y a su cronología, como a la
lengua que aparentemente sub yace tras su (ciertamente no exenta de
problemas) lectura. 19
La datación de los soportes con signario meridional no parecen
remontar más allá del siglo IV a.C. (aunque arqueológicamente, los
argumentos “ex silentio” no son desde luego probatorios de que esta
escritura no remonte varios años, o algún siglo, atrás), lo que representa
un salto cronológico importante con respecto a las últimas dataciones en
escritura suroccidental.
Estos soportes representan, además, una mayor variedad que los
aparecidos con el signario suroccidental, puesto que junto a soportes
pétreos habituales (ciertamente mu y pocos, en contraste con la
abrumadora mayoría de las estelas suroccidentales), encontramos
estatuas, cerámica, cuencos de plata y, sobre todo, láminas de plomo e
incluso monedas.
En cuanto a la estructura de la escritura es llamativo el abandono
(casi absoluto, pues apenas hay alguna excepción mu y concreta) del
sistema redudante, lo que nos lleva a la incognita de si el sistema
meridional fue una adaptación del suroccidental cuando éste ya había
abandonado la práctica redundante (de lo que, por otro lado, no tenemos
constancia), o se adaptó a partir de otro sistema de escritura, afín, que
no usaba la redundancia, y que, posiblemente, estaría más próximo a él
tanto geográfica como cronológicamente (pero del que de momento no
tenemos testimonios, a no ser que alguna breve inscripción no datada,
corresponda a éste y haya sido confundido con el sistema meridional).

19
E s t ud io s co ncr e to s so b r e e st e si g n ar io p ued e n v er se e n: Co r r ea ( 1 9 8 3 , 1 9 9 4 a y
2 0 0 4 ) , d e Ho z ( 1 9 8 3 , 1 9 9 3 b y 1 9 9 6 ) , F let c her ( 1 9 8 2 ) , Ro d r í g uez Ra mo s ( 2 0 0 2 a y
2 0 0 4 ) y U nt er ma n n ( M L H, I I I , s. t. p p 1 4 0 -6 ) .

21
Como más abajo se verá, la similitud y correspondencia (al igual
que el sentido de la escritura, de derecha a izquierda) de ambos sistemas
es evidente, aunque también hay algunas diferencias en algunos signos,
algunos de ellos problemáticos, dado que de no todos la lectura es
unánime y de algunos incluso desconocida (hecho éste agravado, además,
por las muchas variantes en diferentes signos que encontramos en los
textos de algunos soportes con respecto a otros).

Por lo que respecta al análisis particular del signario Meridional,


ya hemos dicho que sus testimonios más antiguos no remontan más allá
del siglo IV, mientras que su uso está atestiguado hasta el siglo I a.C.,
aunque los testimonios más tardíos corresponden ya a ámbitos reducidos
(en este sentido no podemos dejar de mencionar que del signario
Oriental, supuestamente derivado del Meridonal, tenemos testimonios
más antiguos, en al menos casi un siglo, aunque de hallazgos en lugares
alejados geográficamente de los de éste, pero sobre este tema trataremos
más adelante de forma más pormenorizada). Los soportes para la
escritura, como también hemos dicho, son más variados, tanto en sus
características como en su posible función. Finalmente sus lugares de
aparición se ciñen básicamente al cuadrante suroriental de la península
ibérica, en concreto a las actuales provincias de Jaen, Granada, Almería,
Albacete, Murcia, Alicante y sur de Valencia, con alguna extensión hacia
occidente (provincia de Córdoba, donde se acercaría a la zona
suroccidental) y norte del Júcar (provincias de Valencia y Castellón, con
hallazgos concretos que no tienen por qué ser excepcionales o
exotópicos).
Con todo, el número de inscripciones con signario Meridional es
bastante escaso, pues, excluidas las monedas correspondientes a dos o
tres cecas, apenas superan la treintena, y algunas de ellas, además, mu y
breves, lo que dificulta mucho la investigación e interpretación de este
signario.

Ofrecemos a continuación un cuadro-resumen sobre los signos en


escritura Meridional, aunque debemos aclarar que, para su elaboración,
nos hemos basado, sobre todo, en las opiniones de los profesores J.
Correa 20 y J. Untermann, 21 aunque sus opiniones son, en algunos casos,
objetos de divergencia por parte de otros autores. Por ello, tras la
siguiente tabla, presentamos también las opiniones y lecturas
discrepantes que los profesores J. de Hoz 22 y J. Rodríguez Ramos 23
aportan en sus estudios.

20
C f. no ta 1 9 .
21
C f. no ta 1 9 . Au nq u e e st e a uto r ma n ti e ne u na tr a n scr ip ció n d e la s vib r a n te s i n ver sa
a la d e fe nd id a p o r Co r r e a, y q ue no so tr o s co mp a r ti mo s.
22
C f. no ta 1 9 .
23
C f. no ta 1 9 .

22
Valor fonético Signo “habitual” Posibles variantes
a a A
e e E
i i
o o
u u
n n
ŕ r RQM
r b O
s s
ś x
ba F P p I
be B S
bi f F
bo v
bu w
ta t T
te d D
ti z ñ q J E
to ? ?
tu y Y V X
ka k K
ke g G
ki j
ko c C W Ç
ku ? ?
T ab la 4 : Se mi s il ab ar i o ib ér i co mer id io n al. Si g no s id e nt i f icad o s co n ci er t a
p r o b ab li lid ad

Además de estos signos hay otros dos (y sus variantes) para cu yo


valor se han propuesto diferentes soluciones. Nos referimos a los signos
Z para el que se han postulado los valores “ti 2 ” , (De Hoz), “e”
(Untermann y Rodríguez Ramos) y “ti” (Rodríguez Ramos), y “a” m

23
(con sus variantes Ñ ç ), para el que se ha propuesto “ki 2 ” (De Hoz) y
“ki” (Rodríguez Ramos).

Junto a los valores mencionados en el cuadro precedente,


ofrecemos a continuación las discrepancias o valores alternativos para
algunos de los signos mencionados, según, como dijimos, otros autores
(para las abreviaturas: H. = J. de Hoz; RR. = J. Rodríguez Ramos),
aunque aquí hay que hacer la salvedad de que para el profesor de Hoz
existiría una sexta serie vocálica, 24 que transcribimos mediante una “i”
con el subíndice “ 2 ” :

I : ba (H) m : ki (RR)

E : ti (H) Z : e ó ki (RR)

f : bi 2 (H) ñ q : ti (RR)

F : bi (H) w : bo ó bu (RR)

m : ki 2 (H) R : to (?) (RR)

Z : ti 2 (H) y : to ó tu (RR)

j : ku (?) (RR)

T ab la 5 : Se mi s i lab ar io i b ér ico mer id io na l. Si g n o s i n ter p r et ad o s d e fo r m a d i fer e nt e


se g ú n a uto r es.

Finalmente quedan otros signos (algunos hápax dentro de la misma


inscripción) cu yo valor todavía está por dilucidar, y que son los
siguientes: U , N (“n” ,?, Untermann), L , h (“to”?), H .

Como se puede comprobar, hay muchos signos para los que existe
un consenso de lectura bastante amplio, aunque todavía quedan otros con
significativas discrepancias en cuanto a su identificación, y otros para
los que no se ha encontrado una transcripción adecuada.
Finalmente, queríamos hacer observar que las “casillas”
correspondientes a los signos “to” y “ku” todavía permanecen (salvo en
las propuestas de Rodríguez Ramos) sin ocupar.
De todo ello deducirá el lector que la interpretación, como
dijimos, de los textos en escritura Meridional todavía es mu y
problemática, aunque, en honor a la verdad, se debe saber que en los
últimos años se ha avanzado notablemente, pues hasta no hace mucho ni

24
So b r e é st a v éa se e n co ncr eto : De Ho z ( 1 9 8 3 y 1 9 9 6 ) . P o r o t r a p ar t e, el s i g nar io
o r ie nt al no p ar e ce mo s tr ar i nd icio s d e é st a.

24
siquiera estábamos en condiciones de leer algunos signos que ahora sí se
pueden interpretar con cierta seguridad.
Sin duda la gran mayoría de inscripciones con este signario
corresponden a la lengua ibérica (no sabemos con certeza en qué grado
diferenciada dialectalmente de la que corresponde a las inscripciones con
signario oriental), pero no es descartable que en algunas inscripciones,
sobre todo breves, se transcriba otra lengua que no conocemos
(¿tartésica?).

Ofrecemos a continuación, a título de ejemplo, la transcripción y


transliteración de un fragmento de un texto en signario Meridional. Se
trata de dos de las líneas del texto “A” del conocido plomo de Mogente
(G.7.2):

nki QZlEis:bDZjualTo
QZl Eis:bDZjualTo
nFnan:kbgqnisos:bEbRTE
nFnan:kbgqnisos:bEb RTE

otalauki tite r.siel ti ŕikan


eta to rer.sosintikerka.nanban

(Los signos transcritos con cursiva corresponden a aquellos sobre


cu yo valor todavía hay discrepancias o éste no es seguro).
De nuevo para aquellos lectores más interesados, incluimos el
dibujo del plomo (tomado de Untermann, 1990) y la transcripción
completa de él (en este caso, los signos todavía dudosos se han transcrito
mediante una X y número de orden):

I l us tr a ció n 2 : D ib uj o d e la i n s cr ip c ió n G.7 .2

25
A,a ]śeliŕ.ututa.baśiŕ.tarakar
]nki
b otalaukiX9X8ŕ.sielX9rikan
etaX7ŕeŕ.sosintikeŕka.nanban
baneśarikan.etaŕ
urketiikeŕka.eX8tiX7ŕ.laki

B saltulakokiaX4.
berśiŕkaX4.artakerkaX4.X12lX9śtautinkaX4.berśiŕkaao.X4.
biurtakerkaX4.X2X7ltirkaX4.saltulakokiaX4.saltulakokiao.
X11beronkaX4.berśiŕkao.sakarbaśkaX4.(bi)berśiŕkaX4.aituarX
3kiaX4.
kaniberonkaX4.biuriltirkaX4.sX9kelkaX4.biurtakerkaX4.aituar
X3kaiX4.
T r ans cr ip ció n 2 : T e xto d e la i n scr ip ció n G.7 .2
(Recuérdese que los signos ibéricos deben leerse, en este signario,
de derecha a izquierda).

26
5.- Semisilabario Oriental.

a.- Contexto general.

El signario Oriental es el más conocido y extendido de los


signarios paleohispánicos endógenos, aunque con propiedad habría que
decir el “menos desconocido”. 25
Con respecto al nombre que le damos, debemos decir que lo
usamos tanto en oposición al signario Meridional como al Suroccidental,
aunque es conocido sobre todo con los nombres de Nororiental (o del
Noreste) y Levantino. Sin embargo, nosotros preferimos nuestra
denominación porque de esta manera le damos un valor genérico,
mientras que reservamos como denominaciones particulares las arribas
mencionadas, junto a otras, para diferentes variantes de este signario que
posteriormente veremos.

La cronología de los textos en este signario abarca, con una


datación relativamente segura, desde el siglo IV a.C. (aunque algunos
textos podrían fecharse en el siglo anterior) hasta el siglo I d.C. (con
testimonios, aunque no seguros, de que su uso pudo extenderse hasta, al
menos, los inicios del siglo II).
En cuanto a los materiales usados como soporte, nos encontramos
con los más variados dentro del mundo paleohispánico, pues tenemos de
todo tipo: Cerámica (con una gran variedad de subtipos, como, sin ser
exhaustivos, cerámica ática, cerámica ibérica pintada o no, cerámica
campaniense A y B, ánforas, etc.); soportes pétreos: estelas funerarias,
estatuas, sillares de muralla (quizás reutilizados), bloques y piezas de
monumentos conmemorativos, etc.; plomos (de los que poseemos una
gran variedad, con textos relativamente largos, y de probable valor
comercial); instrumentos, domésticos o no: fusayolas, pesos de telar,
tejas, falcatas, téseras de hospitalidad (sobre todo en el ámbito
celtibérico), etc.; monedas (de cecas variadas e incluso alejadas entre sí,
aunque de cronología predominantemente tardía); e incluso algunos
bronces (de entre los que sobresalen los hallados en Botorrita en lengua
celtibérica) y mosaicos.
Sobre los detalles de todos estos tipos de soporte escriturario no
vamos a entrar ahora, aunque sí debemos decir que todos son importantes
en su manera. Así, muchas monedas, con sus letreros bilingües fueron
básicas para el desciframiento del signario; las estelas funerarias son,
quizás, las de interpretación menos “opaca”, pues nos permiten
distinguir diferentes nombres propios (cu yo conocimiento se debe en
gran parte al mencionado bronce de Áscoli) y también, presumiblemente,
restringir el ámbito léxico del resto de palabras que aparecen en ellas (y,
en efecto, encontramos “palabras” e incluso “fórmulas” recurrentes); los

25
So b r e e s te s i g nar io d i s p o ne mo s d e l a b ib l io gr a f ía má s ab u nd a n te, u na p ar te d e l a
cu al ap ar e ce a l f i nal d e es ta o b r a, p o r lo q ue n o la me n cio n a mo s aq uí . No o b s ta n te,
al g u no s es t ud io s e sp e cí f ico s o más r ela cio n ad o s co n al g u no s d e ta lle s q ue ir e mo s
tr at a nd o ap ar ec e n e n la s no ta s q ue s i g ue n.

27
soportes cerámicos y sobre instrumenta nos permiten, al ser a los que se
le puede dar una datación cronológica más aproximada, conocer la
evolución del signario (lo que no es ex actamente lo mismo que la, o las,
lengua que expresan) y enmarcar cronológicamente éste; en los bronces,
por lo que sabemos al menos en el ámbito celtibérico, encontramos
documentos aparentemente públicos y “urbanos”; finalmente los plomos,
aunque son de datación cronológica más problemática y no se presentan
en un contexto arqueológico preciso, nos muestran, también al parecer,
sobre todo documentos comerciales: cartas, cuentas, etc., y son los que
denotan una mayor complejidad léxica y gramatical, y por lo tanto los de
interpretación más “oscura”, aunque, paradójicamente, donde se puede
realizar un estudio interno más complejo y exhaustivo de la lengua
ibérica; además también nos “hablan” sobre la complejidad de la cultura
ibérica en sus aspectos comerciales, de hábito de lectura-escritura y
difusión de su lengua, bien como lengua patrimonial o vehicular.
En relación con este último aspecto, también los textos en signario
oriental ocupan un espacio geográfico más amplio que los anteriores,
pues abarca desde la costa sur del Languedoc francés hasta la costa de
Almería (aunque a partir del sur de la provincia de Alicante son mu y
escasos), inclu yendo Cataluña, Valencia y Murcia, con una profunda
penetración en Aragón (y si incluimos la escritura celtibérica, abarcaría
Aragón en su práctica totalidad e incluso zonas de Navarra, Guadalajara
y este de Castilla-León) y la zona oriental de la submeseta sur.
Una extensión temporal tan amplia (con su variedad de soportes) y
un espacio geográfico tan amplio también obviamente muestran una gran
complejidad en los usos escriturarios, pues implica que estos usos fueron
relativamente frecuentes en personas de diversa categoría social, que la
sociedad ibérica era también relativamente letrada, al menos en
contextos urbanos o quasi-urbanos, y que el número de pueblos que usó
esta escritura era variado y no necesariamente de lengua ibérica (y aquí
recogemos la idea ya expuesta por J. de Hoz 26 del uso de la lengua
ibérica como lengua vehicular entre pueblos de otras lenguas), pues
resulta difícil creer que un área tan extensa estuviera habitada por un
pueblo homogéneo con una lengua homogénea.

b.- Características generales de los signos.

Sin embargo, antes de continuar con nuestra exposición, creemos


conveniente pasar a detallar las características intrínsecas del signario
Oriental. Algunos de sus detalles ya han sido adelantados más arriba, y
otros muchos coinciden con los especificados para los signarios
Suroccidental y Meridional. No obstante, preferimos concretar aquí todas
sus características (y diferencias con los otros dos signarios), y
particularidades, así como las variantes diatópicas (y quizás
cronológicas) con las que en ocasiones se nos presenta, pues, aunque
muchas veces aumentan aparentemente la dificultad en su
desentrañamiento, otras muchas resultan esclarecedoras para intentar

26
C f. d e Ho z ( 1 9 9 3 ) .

28
esbozar una aproximación cronológica en su origen y evolución, e
incluso para indagar sobre bases menos imprecisas la lengua (o lenguas)
que con él se transcriben.

El signario Oriental, en su sistema más clásico o generalizado 27 ,


consta de veintiocho signos. Éstos se clasifican, según una curiosa
división, en fonogramas y silabogramas. Es decir, se representa mediante
un signo cada sonido o fonema vocálico y consonántico no oclusivo
(consonantes líquidas, vibrantes, nasales y silbantes), pero las
combinaciones de una consonante oclusiva seguida de vocal se
representan, a su vez, también mediante un sólo signo, y no dos. Por esta
razón, estos tipos de signarios han recibido el nombre de semisilabarios,
lo que constitu ye un hecho verdaderamente excepcional, o al menos mu y
poco habitual, en la historia de la escritura y en las características de
muchos otros sistemas gráficos conocidos hasta ho y. 28 Con todo, no
conviene olvidar que, a pesar de su excepcionalidad, es ésta una
característica común a los tres signarios paleohispánicos conocidos, lo
que sin duda habla claramente en favor de su origen común y de sus
estrechas relaciones, a pesar de que, por lo poco que sabemos, no es, en
absoluto, un sistema mu y adecuado a las peculiaridades fonológicas de
las lenguas de quienes los usaron, al menos por lo que respecta al ibérico
y al celtibérico (lenguas, por otro lado, mu y diferentes entre sí).
Para detallar todos estos aspectos creemos que es conveniente,
como haremos un poco más abajo, dividir este signario según diversos
grupos de signos de acuerdo con sus características fonológicas y
realizar un análisis, por breve que sea, de sus particularidades, sin dejar
por ello de poner de relieve las peculiaridades más llamativas o
relevantes de cada uno de ellos.
Exponemos a continuación una tabla con los grafemas del signario
Oriental, tanto de los más habituales como de las variantes que éstos
suelen presentar. Incluimos también las transcripciones de estos signos
más comunmente aceptadas, y al final incluimos una secuencia de signos
de valor todavía ignorado, casi siempre hápax, así como de algunos
posibles numerales (aunque sobre esta cuestión todavía quedan por
esclarecer no pocos datos). Finalmente, hemos incluido también, aunque
ya sin exacta adecuación a los propios textos ibéricos, algunos signos
que convencionalmente se usan en la transcripción de los textos
(“convencionalización” de separadores de “palabras”, indicadores de
ruptura en soportes, etc):

27
P er mít as e no s la d e no mi na ció n d e c lá si co q u e d a mo s a l s i ste ma má s co no c id o o , al
me no s, má s hab it u al y g e ner a li zad o , co mo d eci mo s, d el s i g nar io Or ie n ta l. E n
r eal id ad ha y s i g no s q u e u n mu c h o s te x to s no a p ar ece n ; o tr o s q u e só lo ap ar ec e n u na
ve z ( háp a x ) ; y o tr o s q ue es tá n ge n er a liz ad o s só l o en al g u n as zo na s. P o r ello , al i g ua l
q ue e n la tr a n sc r ip c ió n hab it u al d e la s gr a f ía s, p r e fer i mo s al tér mi n o “E st a nd ar ” el
má s cl ás ico “cl á sico ”.
28
P ar a la h is to r i a d e l a escr it ur a p ued e n co n s ul tar se la s o b r a s d e G elb ( 1 9 9 3 ) ,
Haar ma n n ( 2 0 0 1 ) y Cal ve t ( 2 0 0 1 ) .

29
Valor Signo
fonético “habitual” Variantes

a a A{|} ~Ê
e e E™š›œŸ¢£¤
i i I ¥¦ §¨©ª +
o o OËÌÍÎÏ =
u u Uýþÿ

l l L
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ŕ ñ ÑÑE ÓÔÕÖ×
s s SØÙÚÛÜÝÞß
ś x X à
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 ç Ç ÆÈÉ

ba p P g„
be b B … † ‡ ˆ ‰ Š ‹ Œ‘ - / 0
bi f F’“”•–
bo v V—˜?
bu w W
ta t ¿ — ˜ ?
te d D á â ã ä å æèé ê ëì í Íî
ti z Zï ðòóôõö <
to h H÷ø
tu y Yùúûü ;
ka k K«¬ ®LŸ &
ke g G‾°±²³´µ·¸¹º» (
ki j J¼½¾¿ÀÁÂ

30
ko c CÃÄ
ku q QñÅ
? M T ] [ \ ^ _ ` ? @
Numerales? 1 2 3 4 5 6 7 h 9
Otros ! # $ * , . : ¶ € (No de los textos, excepto los
separadores de “palabras”)

T ab la 6 : Se mi s i lab ar io i b ér ico o r ie n ta l

En esta tabla entendemos como signo habitual aquel no


necesariamente más frecuente, pero sí más usado en transcripciones, por
lo que desde luego es un criterio subjetivo. Por ello, el lector debe tener
en cuenta que lo que denominamos “variantes” no debe entenderse como
“signos raros o poco frecuentes”, al menos, una buena parte de ellos.

c.- Comentarios particulares sobre los signos.

Pasemos a continuación a realizar un sucinto comentario sobre


estos signos, agrupados según sus características fónicas y epigráficas.

Por lo que respecta al grupo de vocales, son éstas las que


posiblemente (o a priori) presentan menos problemas. Con respecto a los
signos para los fonemas /a/ e /i/, a, i , hay coincidencia prácticamente
total (salvo pequeñas variantes epigráficas) en los tres signarios
paleohispánicos, pero resulta llamativo que no sea así para las otras tres
vocales. Para /e/ nos encontramos con signo, e , completamente
diferente al de los signarios Suroccidental y Meridional, y que recuerda,
aunque con un trazo menos, al de la E griega. 29 Algo parecido sucede con
el correspondiente al fonema /o/, o , que es diferente, pero curiosamente
coincide con el de la H griega. Y más llamativo resulta el hecho de que
sea precisamente este signo el que se tomó para el alfabeto greco-ibérico
para notar el fonema /e/, mientras que se desechó E. 30 Además,no
queremos dejar de hacer notar las numerosas variantes de este signo,
para /o/, con un número mu y desigual de trazos horizontales u oblicuos
que unen los dos verticales (y estas formas variadas son las que más han
sido objeto de discusión sobre su valor en el signario meridional).
También el signo para /u/, u , difiere del de los otros dos signarios,
aunque el único paralelo gráfico es aquel al que se le ha otorgado el

29
E n r ea lid ad , a u nq u e e es el má s hab it ua l, ta mb ié n e n co ntr a mo s e st e si g no co n u n
mú me r o ma yo r d e tr azo s o b lic uo s : š , › .
30
I g no r a mo s, a u nq u e e s d es tac ab le , si el hec ho d e tr atar s e d e vo ca le s i nt er med ia s
tie n e a l go q ue v er co n e st e “b a il e” d e s i g no s.

31
valor “bi” en los signarios Suroccidental y Meridional (obviamente no
coincidente, excepto en su rasgo fonético labial).

El signo para la consonante lateral es prácticamente idéntico en los


tres signarios, l ; y lo mismo ocurre con respecto a una de las vibrantes,
r ; no obstante este signo del oriental equivaldría a r, pero en el
meridional (rr ) a ŕ, según Correa. Sin embargo, con respecto a la otra
vibrante, “ŕ”, o la “r” meridional, el signario oriental vuelve a difererir
con respecto a los otros dos, y parece un mero desdoblamiento del
primero, ñ . Compárese para ello las tablas de signos incluidas.

Con respecto a las dos consonantes silbantes (en cu yo valor fónico


concreto no vamos a entrar ahora, al igual que en el de las vibrantes),
para una de ellas “ ś ”, x , hay una coincidencia absoluta en los tres
signarios, que es el signo tomado de la “sade” fenicia (o la “san” griega).
Sin embargo, para el otro “s”, s , el signario Oriental vuelve a diferir
con respecto a los otros dos (que toman el signo del “samek” fenicio, el
que daría la “xi” griega), y lo toma del “šin” fenicio, en lo que coincide
con el del alfabeto greco-ibérico 31, la “sigma” griega 32.

La situación con respecto a las consonantes nasales es más


problemática. En uno de los signos, el que consideramos nasal dental, n,
hay una coincidencia absoluta. Pero el signario oriental tiene otros dos
signos, con rasgos fónicos nasales al parecer, que están completamente
ausentes en los otros signarios (y aquí incluimos también el alfabeto
greco-ibérico). El signario Oriental tiene un signo al que
convencionalmente se le ha atribuido el valor de nasal labial, m ,
(aunque esto no es completamente seguro) y que gráficamente es un mero
desdoblamiento del utilizado para la nasal dental. En cambio, del tercer
signo, ç , no estamos seguros de su valor fónico concreto. Parece claro
que comporta un rasgo nasal, pero no sabemos de qué tipo. ¿Vocal
nasal?, ¿nasalización de una vocal anterior o posterior?, ¿signo silábico
con consonante nasal?. Se ha postulado que pueda representar la sílaba
que en textos arcaicos del signario oriental y en greco-ibérico aparece
como “na”. 33 Pero, como decimos, toda interpretación dista de ser segura,
y, de hecho, es el signo que más controversia ha creado, y, por ende, el
que en este signario sigue sin ser descifrado a pesar de la abundancia de
sus apariciones. 34 Por otra parte, su forma gráfica también es una

31
E n el a l fab eto gr e co -i b ér ico , al me no s, lo s d o s s i g no s co n va lo r s il b an te ser ía n
to mad o s d e l al f ab e to sa mi o c ua nd o to d a v ía a m b o s e st ab a n e n u so . C f . d e Ho z ( 1 9 8 7
y 2 0 0 0 ) . V id . t a mb i é n e l ap ar t ad o d ed icad o al al fab eto gr eco - ib ér ico .
32
No o b st a nte , e n el al f a b eto gr eco -ib ér i co no e xi s te u n a co i nc id e nc ia ab so l uta e n
cu a nto a lo s si g no s ad a p tad o s, e i nc l u so p ar ec e hab er u na i n ver sió n d e va lo r e s, p ue s
te ne mo s ( , co n e l v al o r d e “ś”, y & ( “s a mp i ”) , co n el valo r d e “s ”. C f. L a tab la
co r r e sp o nd ie n te a e st e s ig n ar io .
33
C f. S ile s ( 1 9 8 1 ) .
34
C f. Co r r ea ( 1 9 9 4 a y 1 9 9 9 ) , Q ui n ta n il la ( 1 9 9 8 ) , Va ler i ( 1 9 9 3 ) , Ro d r í g ue z Ra mo s
( 2 0 0 0 b ) y B al le st er ( 2 0 0 1 ) .

32
incógnita, aunque quizás esté relacionada con la “waw” fenicia (y
también con la “ypsilon” griega), y tampoco es descartable su relación
con el signo u suroccidental y meridional. Aquí lo transcribimos con el
signo , aunque otros autores lo hacen con “w”, “y” o “ñ”, entre otras.

Pasamos a continuación a comentar los signos silábicos, es decir,


aquellos que representan una sílaba cu yo primer elemento es una
consonante oclusiva y el segundo una vocal. También éstos los
dividiremos en tres grupos, atendiendo al punto de articulación de las
oclusivas integradas en cada signo (los cuales conforman tres series:
labial, dental y velar), aunque debemos advertir que hay cuestiones
gráficas y fonéticas que afectan a más de un grupo, en especial el dental
y el velar. En concreto nos referimos al mencionado sistema dual de
notación de las oclusivas dentales y velares, según el cual se suele
añadir un trazo más a un signo dado para indicar que la consonante
oclusiva en el que aparece tenía una realización sorda, mientras que el
mismo, sin ese trazo añadido, mantenía la realización sonora. 35

Gracias al alfabeto greco-ibérico conocemos la existencia de una


oposición de sonoridad en las series oclusivas dentales y velares, pero
hasta el día de ho y no ha aparecido en ningún texto en este alfabeto
ningún signo correspondiente al fonema bilabial sordo /p/. De ello
parece deducirse que la oposición de sonoridad no afectaba a las
oclusivas labiales (sí hay palabras escritas con “p” en textos latinos y
griegos en los que se mencionan nombres propios ibéricos, pero
probablemente este hecho se deba al propio escritor, de lengua latina o
griega, de tales textos, que debía oír un sonido más semejante al fonema
sordo que al sonoro en determinados contextos). Sin duda, debió existir
en ibérico una realización fonética cercana a nuestra “p”, pero
seguramente se trataba de una variante alofónica no pertinente del
fonema labial sonoro.
Incluso en los textos en signario nororiental que, como hemos
dicho, utilizan el sistema dual en la notación de oclusivas, con pequeñas
variantes gráficas para diferenciar la sonoridad de éstas, no parece
producirse esta práctica por lo que respecta a las labiales (la única
disparidad parecía producirse con la serie “bo”, aunque, como veremos
enseguida, tal disparidad debe ser corregida).
Por tanto tenemos cinco signos para marcar las oclusivas labiales,
uno para cada tipo de vocal que seguía a la consonante.

Los signos para /ba/, p , parecerían proceder del signo “pe”


fenicio, aunque a este se parecen más los utilizados para /bi/. Sin
embargo, es posible, como mera hipótesis, que el signo “ba” sea una
simplificación gráfica o estilización del que en el signario meridional se
utilizaba para /ba/; éste sí semejante al “pe” fenicio. Por ello, pensamos,
como el signo “bi” meridional debió ser tomado ya para escribir el

35
P ar a a l g u na s d e la s c ar ac ter í s ti ca s d e l s is te ma d ua l p u ed e co ns u lt ar s e: Co r r ea
( 2 0 0 4 ) , Q u i nta n il la ( 1 9 9 3 b ) , y Ro d r í g ue z Ra mo s ( 2 0 0 1 b ) .

33
fonema /u/, para /bi/ oriental debió utilizarse otro, que bien pudiera
tratarse del inicial “pe” fenicio o incluso (y si nos atenemos al probable
origen nororiental de este signario) de la “pi” griega 36.
Finalmente no queremos dejar de hacer notar que este signo en
ocasiones presenta problemas de interpretación epigráfica dada su
simplicidad gráfica.
Los signos para /be/, b , presentan una enorme variedad, como ‡
o ‰ , entre otros, quizás explicable, en parte, por la dificultad que
presenta escribir este signo sobre soportes duros. Su forma quizás
pudiera relacionarse con la forma “be” del signario suroccidental, que
posiblemente derive de la letra “beth” fenicia. Es destacable, en cambio,
que el signo “be” del signario meridional es completamente diferente al
de los otros dos signarios paleohispánicos.
Con respecto al signo para /bi/, f , ya hemos hablado
anteriormente. Baste añadir que sus variantes gráficas apenas difieren
entre sí, lo que representa una clara oposición con respecto al grafema
utilizado en los otros dos signarios, con la posible excepción
anteriormente mencionada.
Los signos para /bo/, ˜ , han sido objeto de atención desde hace
cierto tiempo, sobre todo por obra de Joan Ferrer 37. Este autor mantiene
que los signos habitualmente identificados en la nomenclatura de J.
Untermann como “bo1” y “bo3” (v y — ) deben ser leídos como /ta/, y,
por tanto, deberían pasar a denominarse “ta2” y “ta3”. Esta nueva
lectura se aplicaría a las inscripciones en las que es constatable el uso
del anteriormente mencionado sistema dual, que afectaría principalmente
a las zonas sur de Francia (la llamada zona B, en la nomenclatura
establecida por Untermann) 38 y al entorno de Ullastret (ubicado en la
zona C), con dataciones antiguas o al menos que no superan apenas los
inicios del siglo II a.C. Esta circunstancia también sería constatable en
algunas inscripciones de la zona occidental de celtiberia 39.
Con ello, y a resultas de lo cual, la lectura de muchos textos es
perfectamente coherente, eliminaríamos la duplicidad de signos para un
mismo valor labial en un mismo texto, y obtendríamos testimonios de la
notación para la diferenciación de sonoridad en el único silbograma
dental cu yos testimonios nos faltaban.
El signo “bu”, w , parece coincidir con el que aparece en el
signario meridional, aunque la correspondencia no es exacta con respecto
al suroccidental. De todos modos el valor /bu/ atribuido a este signo en
el signario meridional es problemática. Además, incluso su aparición en
las inscripciones orientales es mu y escasa, 15 en términos brutos (más
una en alfabeto greco-ibérico), según nuestros cálculos.

36
J . d e Ho z p o s t ula q ue u na fo r ma s e mej a n te a “b i” no r o r ie n tal t ab ié n s e u sar ía co mo
var ia n te p ar a “b i” Mer id io n al ( De Ho z , 1 9 9 6 ) .
37
J . Fer r er ( 2 0 0 5 ) .
38
P ar a l as p ar t ic u lar id ad e s d e é sta , véa se má s ab a j o .
39
P ar a el lo p ued e ver se, ad e má s d e l ar tí c ulo m en cio nad o e n l a no t a 3 7 , C. J o r d á n
(2004 y 2005).

34
Por lo que respecta a los signos que marcan una oclusiva dental, ya
hemos mencionado las novedades que podrían aplicarse a los signos con
el valor de /ta/, t , es decir, si bien el más común es el conocido como
“ta1”, en las inscripciones en las que se aplica el sistema de notación
dual, habría que añadir “ta2” y “ta3” (v y — ), que representarían las
variantes con oclusiva sorda (anterioremente transcritos como “bo1” y
“bo3”).
Por otra parte este signo, en su forma más habitual, coincide con el
que ha sido atribuido con el mismo valor en los otros dos signarios
paleohispánicos, y sin duda debe proceder en última instancia de la “tau”
fenicia: ”t”.
El signo “te”, habitualmente d , presenta muchas variantes
gráficas en las diferentes inscripciones ibéricas 40. Es mu y posible que en
el sistema de notación dual la variante “sorda” esté representada por la
añadidura de un trazo oblicuo más, como hemos dicho. Este signo, por
otra parte, representa una innovación con respecto al utilizado por los
otros dos signarios paleohispánicos para transcribir este silabograma, los
cuales coinciden entre ellos. El de éstos últimos no parece guardar
ninguna relación con signos para fonemas dentales utilizados para el
fenicio (de hecho sólo parecen tener semejanzas con el “heth” fenicio).
El signo del semisilabario oriental parece relacionarse más con el “teth”
fenicio (y también con la “theta” griega), el cual, por otra parte, parece
estar más relacionado con el signo que en los semisilabarios meridional
y suroccidental transcriben la sílaba /ti/.
Con respecto al signo para /ti/, z , también encontramos en las
inscripciones con sistema dual una variante con un trazo más. Este signo
no aparece en el signario suroccidental, pero sí en el meridional, aunque
con interpretación problemática: de Hoz propone transcribirlo como
“ti2” (con la sexta vocal que propone este autor) 41 , mientras que
Untermann se decanta por “e”. Gráficamente es bastante parecido al que
transcribimos como “to”, aunque no parece haber una correspondencia
por lo menos aproximada con ningún signo fenicio. Sólo se nos ocurre, a
modo de hipótesis, una deformación del signo fenicio “tau”.
Además, no queremos dejar de hacer notar que, de forma parecida
a lo sucedido con respecto a los silabogramas labiales (donde el signo
para /bi/ meridional pasa a transcribir /u/ en el oriental, luego este
sistema reinterpretó o retomó (o se inspiró en) otro para /bi/), en este
caso, al utilizarse el signo que transcribía /ti/ en meridional como /te/ en
oriental, fue necesario crear otro para /ti/, que bien pudiera ser, como
hemos dicho, una deformación de la “tau” fenicia. Incluso es posible que
en la creación de este signo no fuera ajena, a pesar de su diferente valor
fonético, la influencia de la “psi” griega propia del alfabeto jonio
(dentro de los denominados azul oscuro por Kirschoff), y que era el

40
Re s u lta c ur io so el hec h o d e q u e d e lo s si g no s q ue mar ca n u na o cl u s i v a má s vo ca l
lo s q u e p r e se n ta n u na ma yo r var iac ió n gr á f ica sea n aq ue llo s q ue es tá n co n fo r mad o s
co n la vo ca l “e ”.
41
Ya me n cio n ad a e n e l ap ar tad o d ed i cad o a l si g n a r io mer id io n al.

35
utilizado con mayor probabilidad por los griegos foceos que se
establecieron en la zona nororiental de la península ibérica. 42
Algo parecido puede decirse con respecto al signo transcrito como
“to”, h , que no tiene paralelos en los signos de los otros dos sistemas
paleohispánicos. Nosostros pensamos que se trata de una transformación
del signo para /ti/. Por otra parte, también presenta la añadidura de un
signo adicional para marcar la diferencia de sonoridad en el mencionado
sistema dual.
Esta última característica también es válida para el signo transcrito
como “tu”, y . Este signo, por otra parte, sí presenta claras
concomitancias con aquellos utilizados con el mismo valor en los
signarios meridional y suroccidental. Además está clara su relación con
el “daleth” fenicio, del que apenas difiere la “delta” griega.

Por lo que se refiere a los signos con valor velar, el signo “ka”,
k , con su correspondiente variante en el sistema dual, sí parece tener
una correspondencia exacta con el utilizado en los otros dos signarios
paleohispánicos. En cuanto a su forma, la más parecida es la
correspondiente al “kaf” fenicio, pero este parece tener más relación con
el signo “ke”, también coincidente en los tres signarios, por lo que
quizás estaríamos ante una transformación gráfica del signo inicial para
adaptarlo a otro valor fonético semejante.
Con respecto a este signo “ke”, g , además de lo que acabamos de
decir, también tenemos indicios de variantes gráficas, con un signo
añadido con diferentes variantes, a su vez, en el sistema dual.
El signo para /ki/ (con su variante con signo añadido en el sistema
dual), j , es coincidente en el signario oriental y en el meridional. Sin
embargo no ocurre no mismo en el signario suroccidental, donde aparece
un signo que, no obstante, también aparece en el meridional, aunque de
interpretación problemática, pues éste, además de alejarse del
habitualmente utilizado como /ki/, ha sido interpretado como “ti2” por
de Hoz, y como simple variante de “ki” por Rodríguez Ramos. En cuanto
a su forma, no hemos encontrado ninguna semejanza destacable ni en el
alefato fenicio ni el alfabeto griego, por lo que su origen sigue sin ser
discernible, aunque quizás pueda tener alguna relación con el signo “ke”
con una variación en uno de sus trazos.
Algo parecido puede decirse del signo “ko”, c , también
aparentemente coincidente en los tres signarios, pero sin que pueda
establecerse un origen claro, como no sea una adaptación con respecto a
“bo” o viceversa, al menos por lo que puede deducirse a partir de la
semejanza de estos signos en el signario meridional.
Finalmente, la interpretación del signo “ku”, q , también es
problemática. En el signario meridional no se ha identificado claramente
ningún signo para este valor, mientras que en el suroccidental parece ser

42
C ir c u n st a nci a q ue he m o s i nd icad o e n o tr o l u g ar , j u nto co n o tr a s c ue s tio ne s so b r e
la p o sib le i n f l ue n cia gr ie ga, e n u n ar t íc ulo to d a v ía i n éd i to ( “Al g u n a s
co n s id er a cio ne s e n to r no a l a i n fl u e nci a g r ie ga e n la co n fo r ma ció n d el si g n ar io
ib ér i co o r i e nt al” ) .

36
una mera variante de “ko”. En el signario oriental, donde tampoco es
mu y frecuente salvo en ciertas secuencias recurrentes, ni siquiera es
claramente identificable una variante de sonoridad en el sistema dual.
Por lo que se refiere a su posible origen, creemos que presenta ciertas
posibilidades de relación, pese a su variación gráfica con respecto al
trazo vertical, con el “qof” fenicio o con la “koppa” griega 43

Por lo que respecta al resto de signos todavía no descifrados,


algunos de ellos sólo aparecen en una inscripción y otros en mu y pocas
de ámbito mu y reducido. Es mu y posible que algunos de ellos sean
variantes diatópicas de otros ya conocidos, pero a veces no podemos
estar seguros de cuál de ellos; e incluso a veces no ofrecen lecturas
“lógicas”. 44 Otros, en cambio, deben ser nexos (es decir, dos grafías
fundidas en una), pero tampoco podemos estar completamente seguros de
cuáles representan.

Finalmente, también resulta claro que existen signos con valor


numérico, los cuales aparecen bien como signos aislados o combinados
entre ellos solos, bien en inscripciones junto a signos fonémicos. El
valor de estos signos no ha podido aclararse suficientemente hasta el día
de ho y, pues algunos deben representar diferentes medidas, sobre todo de
capacidad, fenicias o griegas, pero algunos otros también es mu y posible
que representen estas medidas con valor ibérico e incluso que fueran
abreviaturas o simples símbolos de las palabras que las denominaban. 45

Para ilustrar todos estos datos, incluimos los dibujos (extraídos de


Untermann, 1990) y las transcripciones de tres breves inscripciones de
características diferentes. La primera es una lámina de plomo (C.2.3)
hallada en la yacimiento ibérico de Ullastret (Gerona), y en cu ya
transcripción las letras seguidas de apóstrofo representan básicamente
las variantes de los signos del mencionado sistema dual; la segunda una
inscripción de una estela pétrea (posiblemente sepulcral) (D.10.1),
encontrada en Fraga (Huesca); y la tercera una inscripción sobre soporte
cerámico (F.13.10), de los abundantes hallazgos de este tipo encontrados
en Lliria (Valencia).

C.2.3:

43
Ob vi a me nt e ta mb ié n co n la “t h eta ”, p er o co n sid er a mo s q ue e st o e s me no s
p r o b ab le p o r s u gr a n d i f er e nc ia fo né ti ca.
44
E n te nd ie nd o e s te t ér mi no co mo el q ue se ad ec ua a lo q ue sab e mo s d e la fo no lo g ía
y mo r f o lo gí a ib ér i ca s.
45
So b r e lo s p o sib le s si g no s co n v alo r n u mer a l en ib ér ico p u ed e ve r s e U nte r ma n n
( M LH, I I I ) , Or o z ( 1 9 8 7 ) y Lej e u n e ( 1 9 8 3 ) . Ad e má s, so b r e lo s n ú me r al e s b aj o fo r ma
lé xi ca ta mb ié n p ued e ve r se E . O r d u ña ( 2 0 0 3 ) .

37
I l us tr a ció n 3 : D ib uj o d e la i n s cr ip c ió n C.2 .3

A 1 ar.basiaŕebe
2 ebaŕik’ame.t’uik’esiŕa.b’orst’e.abaŕkeb’orst’e.t’eŕ
3 tiŕs.b’aitesbi.neit’ekeŕu.taŕb’elioŕku.t’imor
4 k’iŕ.bartaśko.anb’eiku.baitesir.saltuko.kuletabeŕku*
5 bikiltiŕst’e.eŕeśu.kotib’anen.eberka.bośk’aliŕs
6 loŕsa.bat’ibi.biuŕtaneś.saltukileŕku.ki

T r ans cr ip ció n 3 : T e xto d e la i n scr ip ció n C.2 .3


D.10.1:

I l us tr a ció n 4 : D ib uj o d e la i n s cr ip c ió n D.1 0 .1

38
aloŕiltu
i.belaśbais
ereban.keltaŕ
erker
 i.a  e

teikeoen.er


T r ans cr ip ció n 4 : T e xto d e la i n scr ip ció n D.1 0 .1

F.13.10:

I l us tr a ció n 5 : D ib uj o d e la i n s cr ip c ió n F.1 3 .1 0

(a) eŕiar.bankuŕs.aitulkikute.na*[

T r ans cr ip ció n 5 : T e xto d e la i n scr ip ció n F.1 3 .1 0

39
6.- Relaciones entre los signarios Suroccidental y
Meridional.

Son los anteriores unos temas que requieren (y han requerido) un


estudio mucho más pormenorizado, por lo que, claro está, no vamos a
entrar aquí en ellos. Sin embargo sí queremos destacar un tema
directamente relacionado con la escritura ibérica, y es el de su origen (u
orígenes) y la relación existente entre los diferentes sistemas
paleohispánicos. Es decir, queremos abordar, aunque no sea de una
forma mu y extensa ni profunda, su “genealogía”, a partir de los últimos
estudios de otros autores, 46 y de las hipótesis que nosotros mismos nos
hemos planteado, así como de las conclusiones (aproximadas) a las que
hemos llegado. Por ello, rogamos al amable lector que, llegados a este
punto, nos permita una pequeña digresión.

Si se nos permite la broma, lo poco que está un poco claro es que


todos estos temas son mu y oscuros. En primer lugar contamos con una
mu y deficiente información, y, por si fuera poco, esta poca información
no cuenta en la mayoría de los casos con un contexto arqueológico fiable
que nos permita establecer una datación cronológica con un mínimo de
seguridad, y en aquellos casos en los que sí podemos establecer una
comparación cronológica, ésta abarca una horquilla demasiado extensa
que no nos permite una excesiva concreción.
No obstante, dado lo poco a lo que arqueológicamente podemos
ceñirnos, resulta obvio que es a partir de estos testimonios desde donde
cronológicamente debemos partir, y desde estas dataciones establecer,
según datos internos de la propia escritura, aquello que podamos colegir
por los propios (aunque rara vez seguros) testimonios lingüísticos, y,
finalmente una serie de hipótesis que, aunque en principio no
comprobables, no contradigan la propia lógica de los testimonios con los
que contamos y que, desde un punto de vista general (arqueológico,
histórico y lingüístico) resulten al menos plausibles.
En primer lugar, partimos de la base de que fue a partir del alefato
fenicio donde se efectuó la primera adaptación para la creación de la
primera escritura paleohispánica que hemos llamado (aunque tras esta
afirmación podría resultar paradójico) endógena. Pero es precisamente
aquí donde nos encontramos con un primer problema: La primera
escritura paleohispánica que tenemos atestiguada es la llamada
Suroccidental o Tartésica, pero no por ello estamos obligados a suponer
(recordemos que los argumentos ex silentio, sobre todo por lo que a
hábitos escriturarios y sus soportes se refiere, no son indicativos de la no
existencia de algo) que fuera la primera adaptación y, mucho menos, la
única.
Ya hemos visto que los soportes con escritura suroccidental son
básicamente pétreos y que el tipo de lengua que denotan no permite, por

46
Si n ser e x h a us ti vo s, e n est e se n tid o p ued e n co n s ul tar se, ad e má s d e lo s d i fer e nt es
vo l ú me ne s d e lo s M L H d e Un ter ma n n , la s o b r as d e Co r r e a, d e Ho z y Ro d r í g u ez
Ra mo s me nc io nad a s e n l o s ap ar tad o s a nt er io r es .

40
lo que sabemos, establecer una exacta correspondencia lingüística con la
lengua que se deduce a partir de los topónimos habituales de la baja
Andalucía y el valle del Guadalquivir. 47 De ello nos permitimos deducir
la existencia no sólo de otra lengua diferente a la testimoniada en la
escritura de las estelas, sino también, hecho que resultaría bastante
probable, de otra escritura de la que no nos han quedado, al menos
aparentemente, testimonios. Ello se debería sin lugar a dudas a
diferentes hábitos escriturarios y a utilizarse soportes perecederos (que
suele ser lo habitual), y además, con el adverbio “probablemente”
queremos indicar que posiblemente algunos de los testimonios que
incluimos dentro de la escritura meridional correspondan, siempre
quizás, a este tipo de escritura X, con la que aparentemente tendría más
relación, como más abajo intentaremos indicar.
Pensamos, además, que el signario Meridional no puede proceder
directamente del signario Suroccidental. Para ello nos basamos en una
serie de indicios y probabilidades extraídos a partir de los propios
soportes que disponemos, de su cronología y, sobre todo, de su
distribución geográfica y del análisis interno de los “grafemas” de ambos
signarios, así como de las particularidades y diferencias en sus sistemas.
Sin embargo, para poder destacar mejor las diferencias existentes,
quizás sea mejor mencionar, en primer lugar, las similitudes y
coincidencias que comparten.

Sin duda salta en primer lugar a la vista la coincidencia de muchos


de los signos de ambos sistemas, pero no de todos, y esto merece ser
destacado porque la diferenciación de un signo para un mismo fonema
debe obedecer a un cambio substancial en la estructura de un sistema o a
la influencia de otro. Por otra parte el número de signos diferentes es lo
suficientemente elevado para atribuirlo a un simple cambio de dibujo por
razones epigráficas.
Con todo, queremos traer a colación aquí una posible objeción a la
importancia que atribuimos a la existencia de signos diferentes para
fonemas iguales. El silabario meridional no está totalmente descifrado, y
muchos de sus signos resultan problemáticos, especialmente aquellos a
los que se les ha atribuido un valor concreto a partir de su similitud con
aquellos del signario oriental que sí estaban descifrados (siempre y
cuando esta atribución no contradiga lo poco que podemos saber de la
estructura lingüística del ibérico). Esta asimilación, no obstante, también
ha originado problemas, como la existencia de más de un signo para un
determinado valor fónico (sea fonemático simple o silábico), dudas en el
exacto valor de un signo concreto (quizás debido a la existencia de
asimilaciones o neutralizaciones fonéticas), y la sugerencia de J. de Hoz
de que quizás existiera una sexta vocal 48 (de la que en el ibérico en el
signario oriental no quedaría rastro). Por su parte, a varios de los signos
del sistema suroccidental se les ha asignado un valor concreto a partir de
las peculiaridades del propio sistema, es decir, teniendo que cuenta que

47
No s r e fer i mo s b á s ica m en te a lo s me n cio nad o s e n “ip o ” y “u b a”. P ar a el lo p ued e
ver s e G ar cí a Mo r e no ( 2 0 0 1 ) y Co r r ea ( 1 9 9 6 b ) .
48
P ar a e st a se xt a vo c al, v id . no t a 2 4 .

41
se trata de una escritura redundante, con lo que si a un signo silábico le
seguía uno vocálico, a aquel se le asignaba la vocal del timbre de la que
seguía. La práctica redundante es bastante sistemática en el signario
suroccidental, pero también somos conscientes de que en algunas
ocasiones se producen ex cepciones e incluso alguna contradicción, al
menos aparente. Por ello, también se da la existencia de signos de valor
no seguro, junto a otros de valor desconocido, y una relativa abundancia
de signos hápax, también de valor no seguro o ignorado. Con ello
queremos decir que, dada la inseguridad que todavía persiste para
algunos signos en cuanto a su valor fonemático, quizás nuestras
suposiciones simplemente sean consecuencia de este desconocimiento.
Esto podría ser válido, efectivamente, pero quizás las diferencias
gráficas que nosotros observamos obtengan mayor relevancia si las
unimos a las diferencias que aparecen en otros aspectos de ambos
signarios.
Esta similitud en buena parte de los signos se explica mu y bien por
otra de las coincidencias entre ambos sistemas gráficos. Nos referimos a
la ya sin duda evidente procedencia de los dos signarios a partir del
alefato fenicio. La filiación de los signos resulta evidente, pero también
hay diferencias con respecto a él y, esto lo queremos recalcar,
diferencias en la distinta adaptación con respecto a algunos signos.
Creemos que es más probable que fuera un fenicio con ciertos
conocimientos de la lengua del pueblo paleohispánico con el que entró
en contacto (mu y probablemente la baja Andalucía) el que readaptara su
sistema de escritura para intentar plasmar la realidad fonética de un
pueblo de lengua diferente. Tanto si se considera al alefato fenicio como
un alfabeto consonántico como un silabario sin notación vocálica, sin
duda este fenicio en cuestión (sea un personaje individual o un grupo)
intentaría marcar la realidad fonética vocálica del idioma “indígena”,
que sin duda sería más rico o variado que el de la lengua fenicia. La
adecuación se haría mu y probablemente con la ayuda, en parte, de los
usos habituales de las “matres lectionis” 49 y, en parte también, con la
readaptación o asimilación de signos ya existentes para un valor
vocálico. Con todo, insistimos, es difícil dar una explicación
completamente satisfactoria de por qué se estableció este tan peculiar
sistema semisilábico.
Con respecto a este punto queremos destacar que los contactos
probablemente más intensos entre fenicios e indígenas se darían en la
zona de la baja Andalucía, y resulta curioso que no es en esta zona donde
se da, ni mucho menos, una mayor concentración de inscripciones, ni del
signario suroccidental ni del meridional. Esto también hace aumentar la
credibilidad de la hipótesis de la existencia de un sistema de escritura,
no atestiguado, originario, del que derivarían (¿cada uno hacia un
extremo de la zona nuclear de este primer sistema?) los dos
mencionados.
Otra similitud evidente entre ambos signarios es el hecho de ser
semisilabarios, es decir los grafemas para marcar las consonantes
oclusivas son silábicos, un grafema diferente para señalar una oclusiva

49
P ar a e llo , c f. d e Ho z ( 1 9 9 6 ) .

42
con distinta vocal, pero los grafemas que señalan consonantes no
oclusivas y vocales son fonémicos. Esto es, en realidad, sólo aparente en
el signario suroccidental debido precisamente a la práctica de la
mencionada escritura redundante, a partir del cual podríamos pensar que
o bien sobran las vocales en esta escritura (cuando van precedidas de
consonante oclusiva), o bien deberían resultar innecesarios cuatro de los
cinco signos empleados para cada serie oclusiva según su punto de
articulación. Esto sería razonable, claro está, visto desde una perspectiva
de los que estamos habituados a un sistema de escritura
predominantemente fonémico (aunque no hay que olvidar que nuestros
sistemas de escritura también tienen características redundantes), pero
resulta obvio que los “escribas” del signario Suroccidental tendrían sus
propias razones para semejante práctica, aunque a nosotros se nos
escapen o nos parezcan sorprendentes. Seguramente esta práctica debe
tener algo que ver con la creación o el tipo de adaptación a partir de un
modelo previo y las características de la lengua que este signario
transcribe. De todos modos, esto es algo que todavía no entendemos
bien, y desde luego plantea un reto, uno más, en su comprensión.
Por su parte, en el signario Meridional no hay indicios relevantes
de tal práctica escrituraria, en parte, sin duda por reflejar una lengua
diferente (en este caso, con toda probabilidad, el ibérico,
preferentemente), pero especialmente, y con esto nos reafirmamos en la
no derivación de este sistema del suroccidental sino de otro, que serviría
de origen común a ambos, por una diferente adaptación o evolución de
los dos signarios. Como queda señalado con un alto grado de certeza, el
signario Suroccidental y el Meridional (y también el Oriental) remontan
en última instancia al alefato fenicio. Por ello, podríamos pensar que la
escritura redundante representó una innovación propia del signario
Suroccidental, pero no creemos que el signario Meridional eliminara esta
práctica redundante como un acto de economía gráfica. Aun
reconociendo que sin duda nos movemos en el subjetivismo, nos parece
que hubiera sido más económica la simplificación en un único signo para
cada consonante oclusiva, quedando éste con un valor consonántico
simple o bien silábico con valor vocálico fijo o con vocal muda cuando
seguía otra de diferente timbre (como ocurre en otros sistemas de
escritura como el Devanagari), o incluso una reestructuración del sistema
de notación de oclusivas para diferenciar su modo de articulación con
posible reaprovechamiento de los signos desechados. El signario
Meridional nunca llegó a realizar estas innovaciones (y t ampoco el
Oriental, con la excepción, en algunos aspectos, del sistema dual), por lo
que creemos que tampoco en él se hubiera dado la simple innovación de
la eliminación de la redundancia vocálica. Más bien creemos que es más
lógico pensar que procediera, por tanto, de un sistema en el que dicha
redundancia era completamente ignorada, o en todo caso marginalmente
empleada por razones que se nos escapan.

Tras estas similitudes, que conllevan, como hemos visto,


divergencias evidentes, pasamos a considerar otros aspectos que nos
ofrecen indicios de la no relación directa de estos signarios.

43
El primero de ellos, como hemos adelantado más arriba, obedece a
criterios geográficos. La mayor parte de los epígrafes con textos en
signario Suroccidental se localizan sobre todo en la zona sur de Portugal,
con algunas extensiones, pero con un porcentaje de apariciones mucho
más escaso, en algunas zonas de Andalucía Occidental y en Extremadura.
La mayoría de estos epígrafes aparece sobre soporte pétreo, por lo que es
posible que otros muchos textos con este signario sobre soportes más
perecederos hayan desaparecido (o todavía no han sido encontrados). Sin
embargo, a pesar de esta última objeción, resulta llamativo el hecho de
que casi todos los hallazgos se sitúen en zonas cercanas pero marginales
a lo que por otras fuentes ha sido considerado el área nuclear de la
cultura Tartésica, y que estas zonas se sitúan al oeste y noroeste de esta
área; y más significativo nos parece que esta escritura no aparezca, sobre
ningún tipo de soporte, ni al sur ni al este de la denominada área nuclear.
Por lo demás, también queremos destacar el hecho de que al parecer,
aunque con dudas no despreciables, la lengua que transcriben estos
textos pertenece al ámbito lingüístico indoeuropeo, lo que no termina de
ser compatible con los abundantes topónimos en –ipo y –uba de esta zona
nuclear (aunque es cierto que se extienden a zonas más amplias), pero sí
con algunos testimonios historiográficos y literarios y con otros
arqueológicos y, aunque de datación más tardía, de tipo onomástico que
mencionan la llegada de pueblos indoeuropeos a la zona donde
encontramos estos epígrafes suroccidentales.
Sin embargo la ubicación geográfica de los hallazgos de textos con
escritura Meridional difiere significativamente de la mencionada para la
escritura suroccidental. Estos epígrafes se sitúan sobre todo en la alta
Andalucía oriental, es decir, en la campiña de Jaen y alto Guadalquivir,
con alguna extensión hacia el Guadalquivir medio y hacia el sur
(Granada y Almería); y aunque tenemos hallazgos en zonas alejadas,
como en Portugal, éstos son ex cepcionales, y debemos tener en cuenta
que la mayoría de los epígrafes con signario Meridional están sobre
soportes fácilmente desplazables, como platos, cuencos, etc., y plomos,
por lo que, a pesar de la escasez de hallazgos, debemos atender a
criterios de concentración y relativa abundancia de éstos. Esta zona es la
que conocemos a partir de las fuentes clásicas como Oretania (con
extensiones, posiblemente, hacia Bastetania). Dada la relativa cercanía
con lo que hemos denominado zona nuclear tartesia y las sin duda
frecuentes relaciones, bien comerciales, bien de otro tipo, con ella,
pensamos que sería precisamente esta zona donde se originó el signario
Meridional (o al menos donde encontramos los primeros testimonios de
él) y donde, además, más perduró, si tenemos en cuenta la existencia de
este signario en monedas como las de la ciudad oretana de Castulo. De
todo ello también se infiere que los oretanos o buena parte de ellos eran
ibero-parlantes (según lo que entendemos en términos habituales como
lengua ibérica), pues los textos de esta zona denotan, por lo que
sabemos, la lengua ibérica.
A partir de la zona oretana también tenemos testimonios en
signario Meridional en algunas zonas de la actual provincia de Albacete
y, a través de ella, en el norte de la de Alicante y, sobre todo, en el sur
de la de Valencia. Ello implicaría su extensión hacia la región conocida

44
como Contestania. Pero queremos hacer una salvedad, pues en la actual
provincia de Alicante apenas tenemos testimonios de hallazgos con
signario Meridional (siempre sin olvidar que nos movemos ante el hecho
de que falta de hallazgos no tiene por qué implicar falta de su
existencia). Y, si tenemos en cuenta el hecho de que las escasas
dataciones cronológicas que podemos establecer nos llevan a la
coetaneidad de epígrafes en signario Meridional y en alfabeto Greco-
ibérico, resulta curioso el hecho de que el signario Meridional no se
extendió, de modo general, por la zona en la que se usaba el Greco-
ibérico. Sin duda existirían en esta época relaciones comerciales entre
Oretania y Contestania (siendo además ambas zonas de lengua ibérica,
como hemos visto), y que éstas se establecerían o enlazando el alto
Guadalquivir con la meseta o aprovechando el curso fluvial del Segura,
aunque posiblemente, conjeturamos, esta ruta no seguiría todo el curso
del río, sino que en su cuenca media o media-alta se apartaría de él y
continuaría por las altiplanicies del sureste de Albacete y norte de
Murcia hasta enlazar con la vía que desciende hasta el Júcar por el curso
de su afluente el Can yoles. Precisamente junto a este río se ubica el
importante yacimiento de Mogente, donde se han hallado varios plomos
inscritos en signario Meridional (como el anteriormente transcrito,
G.7.2) y algunas de las escasas inscripciones en piedra que conocemos
con este sistema de escritura. Por otra parte esta ruta coincide no sólo
con las modernas vías de comunicación que ho y enlazan preferentemente
la llanura del Júcar con la meseta sur, sino también con algunas antiguas
vías romanas, como la vía Heraclea, que posiblemente aprovecharían
otras rutas más antiguas.
Con todo lo expuesto podríamos deducir que el signario
Meridional surgió, en principio, en Oretania, y desde allí siguiendo rutas
posiblemente comerciales se extendería hacia Contestania, pero dejando
al margen la zona de ésta que ya utilizaba, al menos en parte, el alfabeto
greco-ibérico. Las razones de todo quizás habría que buscarlas en que los
“usuarios” ibéricos del alfabeto greco-ibérico ya estarían influenciados
por griegos que comerciarían con ellos, con la irradiación cultural que
ello implica. No obstante, es probable que la utilización de este alfabeto
ya hubiera desaparecido (no sabemos si bajo la presión del signario
meridional) cuando se produjo la expansión del semisilabario oriental
por esta zona. 50

Con respecto a la cronología de los soportes también merecen


destacarse las diferentes dataciones dadas a los soportes con estos
signarios, pues los hallazgos con textos en signario Suroccidental (que
prácticamente se circunscriben a estelas pétreas) pertenecen,
básicamente, a un periodo que ocupa desde el siglo VII al V, mientras
que aquellos con escritura Meridional (entre los que contamos con mu y
pocos sobre piedra) parecen no superar el siglo IV. Es posible que el
hábito escriturario en la zona que ocupa el signario Suroccidental
desapareciera en el propio siglo V por razones que ignoramos (¿llegada

50
P ar a la p r o b ab le cr o no lo g ía d e l al f ab e to gr eco - ib ér i co c f. d e Ho z ( 1 9 8 7 , 1 9 8 9 y
2000).

45
de nuevas gentes?), o, como mucho, algunos años después. Sin embargo,
creemos que el signario Meridional debe remontar a fechas más
tempranas de lo que los hallazgos arqueológicos nos permiten datar. Para
ello nos basamos en la difusión de esta escritura, ya extendida a sus
diferentes zonas de hallazgos en el siglo IV, y en la variedad de soportes
(como ya dijimos vajilla de cerámica, de plata, plomos, etc.), que
conllevan unos hábitos escriturarios y una “soltura” técnica que necesita
un relativamente prolongado espacio de tiempo para su difusión y
expansión. Por ello, pensamos que la creación del signario Meridional
debe remontar, al menos, a pleno siglo V.
Sin duda, podría pensarse que esta última conclusión sirve de
apo yo a la hipótesis de que el signario Meridional deriva directamente
del Suroccidental, pues uno se inicia justamente cuando el otro
desparece, y se explicaría también la diferenciación en la estructura del
signario, la diferenciación de signos y el cambio de soportes. Pero
creemos que esto no es así.
En primer lugar, en el signario Suroccidental no se aprecian
cambios epigráficos que anuncien o anticipen los que vemos establecidos
en el signario Meridional (aunque, en verdad, éste nos parece un dato
poco relevante, porque es cierto que dichos cambios se pudieron dar por
los miembros del pueblo que crearon el Meridional, y en el lugar que
habitaban). Con todo, ni siquiera las abundantes variaciones epigráficas
existentes en este signario permiten considerar ninguna de ellas como
más cercana al Suroccidental. En segundo lugar, y en contra de lo dicho
en el párrafo anterior éste nos parece un argumento más importante, la
posible contigüidad y sucesión cronológica entre ambos signarios nos
parece poco creíble y económica. Nos parece extraño que un pueblo
aparezca usando una escritura transformada a partir de otra usada por
otro que justo antes, o poco antes, ha dejado de usarla. En tal caso
creemos que sí debería haber indicios de tal adaptación, incluso en los
soportes utilizados. Junto con este razonamiento, y consideramos que ya
con un planteamiento difícilmente objetable, debemos tener mu y en
cuenta la distancia geográfica (eso sí, con alguna excepción) de los
hallazgos de ambos signarios. Además, en esta distancia está implicada,
como “topológica intermediaria”, lo que, recordemos, podríamos llamar
la zona nuclear de la cultura tartésica, por lo que la supuesta derivación
del signario Meridional a partir del Suroccidental debería haber estado
“tamizada” por los usos escriturarios de esta zona, que no creemos que
usara el signario Suroccidental.
Por todo lo expuesto nos parece más adecuado buscar una
respuesta alternativa que explique de una forma, si no segura y
contrastada, al menos plausible y con un mínimo de lógica, estos hechos
(aunque, desde luego, siempre revisable, objetable y rechazable, a partir
de nuevos hallazgos e incluso nuevos razonamientos lógicos). Y en esto
consiste nuestro razonamiento.

A modo de resumen, enumeramos a continuación las conclusiones,


o hipótesis, a las que hemos llegado:

46
-Pensamos que en una fecha indeterminada, pero sin lugar a dudas
temprana, se creó una primera escritura bajo la influencia fenicia. Esta
primera creación o adaptación tendría lugar en la zona de la baja
Andalucía (o como hipótesis alternativa, en la costa onubense), zona
nuclear de la cultura tartésica.

-De esta primera escritura, que denominamos, por el momento, X


(preferimos no usar el término “Tartésica” para evitar confusiones), no
tenemos testimonios seguramente porque se usaría en soportes
perecederos, de mu y difícil conservación y más difícilmente detectables
en excavaciones arqueológicas (lo que sería un elemento más que se une
a la escasez de hallazgos en esta zona; un elemento más, por tanto, de
ese denominado “enigma de Tartesos”).

-Ignoramos, por tanto, las características concretas de esta


escritura, pero posiblemente sí sería de tipo semisilábico, y, por
añadidura, de la lengua que transcribía (lo que nos sería de especial
utilidad para explicar tanto ese semisilabismo como la no diferenciación
gráfica del modo de articulación de las consonantes oclusivas, si es que
existía como tal).

-De esta escritura derivaría, seguramente en unas fechas cercanas a


la creación de ésta, el signario Suroccidental, que se extendería por la
zona occidental y noroccidental de la zona nuclear tartésica, en un
momento en el que las relaciones entre ambas, y especialmente la
influencia de la segunda sobre las primeras, eran más intensas. Por
razones que todavía ignoramos pero a las que no sería ajeno el declive de
estas relaciones, el signario Suroccidental terminaría por caer en desuso.

-Por otra parte, en una fecha posterior (no sabemos con seguridad
cuánto) a la creación del signario Suroccidental, se crearía, también a
partir de esta escritura X, otra adaptación en la zona de la alta
Andalucía. Es precisamente ésta la que denominamos como signario
Meridional.

-Esta adaptación la llevarían a cabo gentes de lengua ibérica (y por


tanto diferente a la de los adaptadores del signario Suroccidental, y
posiblemente a la de los propio tartesios), presumiblemente oretanos, en
un momento en el que los intereses comerciales de los pueblos de la baja
Andalucía (tanto tartesios como fenicios) cambiaron y se dirigieron a las
zonas mineras de esta zona oretana, tal como parece corroborar la
arqueología y otros testimonios historiográficos. 51

-El signario Meridional, tras un período no excesivo de


afianzamiento, se extendería, siguiendo rutas comerciales terrestres,
hasta la zona de Contestania (y seguramente algunas zonas de
Bastetania), pero no creemos que a toda, pues aquí entraría en

51
C f. , e nt r e o t r o s, Al ma gr o et a li i ( 2 0 0 1 ) , R u i z y Mo l i no s ( 1 9 9 3 ) y C. W a g n er
(1983).

47
“competencia”, no sabemos por qué razones, pero sin duda no
lingüísticas (¿pueblos más helenizados por esas supuestas colonias, o al
menos asentamientos, focenses?, ¿diferentes círculos o circuitos
comerciales que entrarían en competencia, manifestada por la utilización
de escrituras diferentes?), con la escritura greco-ibérica, cuya creación
tampoco puede remontar mucho más atrás en el tiempo.

-El signario Meridional perduraría más en el tiempo, al menos, en


su zona originaria, pero terminaría por ser desplazado, y eliminado en
muchos lugares, sobre todo desde finales del siglo III, por otro signario,
el Oriental, cu yo origen sería el mismo que el del Meridional, pero al
que no consideramos “descendiente” directo su yo.

Es precisamente el tema del origen y evolución del signario


Oriental sobre el que vamos a tratar a continuación.

48
7.- Posible origen y evolución de semisilabario Oriental.
Aunque carecemos de muchos datos relativos a la cronología de los
soportes de las incripciones ibéricas, gracias a los pocos indicios que
disponemos sobre dataciones arqueológicas de algunos de ellos, junto
con el propio análisis interno que podemos extraer de las inscripciones
mismas, estamos en condiciones de llegar a ciertas conclusiones que,
aunque todavía no completamente corroboradas, son al menos probables
sobre la evolución del signario ibérico oriental, e incluso llegar a
vislubrar de modo un poco más claro el controvertido origen de éste.
Los datos internos en los que nos basamos están extraídos de las
propuestas de diferentes investigadores de la materia. 52 Muchas de sus
conclusiones no han sido todavía completamente aceptadas por todos los
estudiosos, e incluso para algunas de ellas nosotros mismos tenemos
reparos en algún punto concreto, pero creemos que en su conjunto, con
sus aciertos pero también con sus hipótesis, quizás refutables pero que
abren nuevos caminos en la investigación, muestran un abánico de
posibilidades que una vez concretado sin duda representará un estado de
la situación mu y cercano al realmente acaecido.
Así, las escasas pruebas arqueológicas junto con los datos internos
a los que hacíamos referencia apuntan a que el semisilabario ibérico
oriental tuvo su origen probable en la zona costera nororiental de la
actual Cataluña (al menos esta es la opinión, que modestamente
compartimos, de algunos investigadores), es decir, en el entorno de la
colonia griega de Emporion. Y aunque las primeras inscripciones que
podemos fechar datan, como dijimos, del siglo IV a.C., 53 posiblemente el
uso de la escritura debe remontarse a algunos años más atrás, por lo que
no es improbable que la fecha de creación de ésta se sitúe en pleno siglo
V.
Los creadores de este signario fueron con toda probabilidad unos
iberos comerciantes asentados en esta zona, que actuaría como foco de
comercio “internacional”, valga el anacronismo, como lo demuestran los
hallazgos de inscripciones de valor comercial no ya sólo en griego y en
ibero, sino también en etrusco, junto con menciones a personajes de
origen galo y ligur y quizás de otros pueblos. 54
Una cuestión diferente es dilucidar si estos iberos eran autóctonos
de esta zona o procedentes de alguna zona más al sur, incluida en las
rutas comerciales que conectarían toda la costa mediterránea y
suratlántica. No vamos aquí a desarrollar en profundidad esta cuestión
(cu ya respuesta no estamos en condiciones de aclarar con seguridad),
pero quizás sea la segunda opción la más probable, si consideramos el
uso de la ibérica como una lengua vehicular, y que la población que la
tenía como lengua propia sería la de las regiones de Contestania y

52
P ar a el lo , y si n e x te nd e r no s e xc es i va me n te , p u e d en ver s e la s o b r a s me n cio nad a s d e
Co r r e a, d e Ho z , U n ter m an n y Ro d r í g u ez Ra mo s) .
53
Q ui zá s a l g u na i nc l u so p ued e r etr o tr aer se a lo s f i na le s d el s i glo V , co mo u n kí li x d e
cer á mi ca át ica hal lad o e n Ul la str et ( el d e no mi n a d o e n lo s M LH. I I I C.2 .3 0 ) .
54
E n e ste s e nt id o vé as e C o r r ea ( 1 9 9 3 ) .

49
Edetania. Aunque ello no impide, claro está, que la población del
entorno de Emporion también fuera ibero-hablante, al menos en parte. 55

Aunque entre el signario Meridional y el Oriental las semejanzas


son claras y remiten sin duda a un origen común, resultan patentes
también las diferencias existentes entre ambos signarios, como pusimos
de manifiesto más arriba. Sin duda estas diferencias se deben más a las
circunstancias concretas de la creación del signario oriental (que
posiblemente debe ser algo posterior a la del meridional) que al ulterior
desarrollo de ambos sistemas.
Estas diferencias se concretan básicamente en la estructura interna
del propio signario y en la forma misma de algunos de los signos.
En cuanto a la estructura interna encontramos dos diferencias
importantes. La primera consiste en el cambio en la dirección de la
escritura. El signario meridional (junto con el suroccidental) se escribe
de derecha a izquierda (como el fenicio), mientras que el oriental se
escribe predominantemente de izquierda a derecha 56 (como el griego,
tanto el clásico, como el jónico predominante en la zona de Emporion).
La segunda está marcada por el uso de la notación dual en las
grafías con consonante oclusiva, cu ya práctica remonta precisamente a
los primeros testimonios escritos en esta zona, y que al parecer fue
cayendo en desuso posteriormente, conforme nos alejamos (aunque con
una horquilla espacio-temporal amplia) cronológica y geográficamente
del foco de su creación. 57 Esta práctica, como ya indicamos, parece
completamente desconocida en los signarios suroccidental y meridional.
Por lo que respecta a la forma de algunos de los signos orientales,
encontramos que algunos de éstos son completamente diferentes a los
que en el signario meridional tienen el mismo valor, mientras que otros,
aun siendo iguales, se nos presentan con un valor diferente.
En otro artículo 58 ya indicamos que la creación de estos nuevos
signos junto con el cambio de valor de otros (quizás provocado por la
plasmación de los primeros), se debió a la influencia directa del alfabeto
griego sobre la sistematización básica de los signarios ibéricos. Y de ello
también resultan indicativos los dos cambios estructurales que antes
dijimos.
Esto también explicaría las supuestas “extrañas” razones del
cambio o paso del signario meridional al oriental, tanto más si se hubiera
producido en la zona sureste peninsular en una fecha concreta. Pues
creemos que no existe motivación alguna para que unos hablantes de una
lengua (ibérica) cambien su sistema de escritura espontáneamente por
otro con el que guarda muchas similitudes pero no terminaba de

55
C f. d e Ho z ( 1 9 9 3 ) .
56
Sí q u e te n e mo s te s ti m o ni o s ta mb ié n d e es cr i t ur a s i ni str o s a, p er o é s t o s so n mu y
esc a so s, y p o s ib l e me n te s e d eb a n a u n a f al ta d e si st e ma tiz ac ió n d ur a n te u n c ier to
tie mp o ( r e c uér d e se e l caso d e la p r o p i a e scr i tu r a gr ie g a) , y, ¿p o r q ué no ? , a la
in f l ue n ci a mar g i nal d e o tr a s e scr i t ur a s si n i st r o sa s, co mo el f e nic io y e l p r o p io
si g n ar io me r id io na l, y q ui zá s e l e tr u sco .
57
T a mb i é n t e ne mo s te st i mo n io s , co n d eta ll e s e n p r i ncip io so r p r e nd e nt es, d el u so d el
si s te ma d u al e n e l c el tib ér ico . P ar a e llo véa se el ap ar t ad o si g u ie nt e.
58
C f. no ta 4 2 .

50
solucionar los problemas intrínsecos que este sistema presentaba para la
plasmación escrita de su lengua. Es decir, ¿por qué cambiar un sistema
de escritura por otro similar pero con diferencias de detalle (y que sin
embargo obligan a un nuevo aprendizaje) si ello no supone una mejora?
Precisamente el argumento de la creación en la zona nororiental
del signario ibérico oriental, en una zona alejada de aquella en la que se
usaba el signario meridional, explicaría las razones no ya del supuesto
cambio sino el hecho de las diferencias existentes.
Bajo nuestro punto de vista, por tanto, el semisilabario ibérico
oriental fue creado (ya en su variante primera nororiental) por algún (o
algunos) comerciante ibérico asentado o con intereses comerciales en la
zona del entorno de Ampurias ya al menos en el siglo V a.C., tal como
indicamos más arriba.
Este comerciante, gracias a las rutas posiblemente de navegación
de cabotaje a lo largo de la costa ibérica, tendría conocimiento de los
otros sistemas de escritura empleados en ese momento en la península, y
creemos, siempre según nuestra hipótesis, que con el que estaría más
relacionado sería con aquél que hemos denominado “escritura X” (el cual
también consideramos como origen primero tanto del signario
suroccidental como del meridional), pues posiblemente sería el más
utilizado en lugares más cercanos a la costa, mientras que los otros dos
eran empleados básicamente en tierras interiores. 59
Así pues, este ibero, conocedor de un sistema de escritura
autóctono (en principio no usado para el ibérico, pero del que
posiblemente se sabía que tenía un sistema derivado usado para esta
lengua), tendría interés en la plasmación de su lengua, diferente,
obviamente, a la griega.
Sin embargo, dado que este sistema de escritura X sin duda no
reflejaría la lengua ibera (al menos la lengua ibera que nosotros
consideramos como tal bajo esta denominación), y mantendría con ésta
algunas diferencias de carácter fonológico (que de momento no estamos
en condiciones de concretar), nuestro ibero habría sentido cierta
necesidad de establecer algunos cambios, 60 tanto en la estructura del
sistema (los mencionados como cambio en la dirección de la escritura y
la diferenciación gráfica de las consonantes oclusivas sordas y sonoras),
como en la forma misma de los signos, con la creación de algunos
nuevos. Y, como ya indicamos, es en estos cambios donde aparece la
influencia del alfabeto jonio, que difícilmente podría haberse producido
en otros lugares.

59
No d e sc ar ta mo s q u e t a mb ié n t u vier a co no ci mi en to d e l a l fab e to gr e co - ib ér i co , p er o
p o r lo s d ato s ar q ue o ló g ico s d e í nd o le cr o no ló g ica y p o r lo s ep i gr á f ico s to d a vía no
sab e mo s s i e ste al f ab et o es tab a ya e n uso e n e l s i glo V. D e s er a sí se añ ad ir ía u na
in có g ni ta má s e n es te s e nt id o ; ¿p o r q ué no s e e x te nd ió má s e s te s i ste ma o se
d esa r r o l ló e n o tr o s l u g ar es?
60
E s ta ne ce sid ad e n lo s c a mb io s t a mb i é n p o d r ía o b ed ecer a o tr as r azo ne s, q ui zá s e n
p ar te r e lac io nad a s, co m o p ud ier a ser el q ue el cr ead o r d e l si g n ar io o r ie nt al no se
si n ti er a co ns tr e ñ id o a se g u ir to ta l me n te el si s te ma q ue to mó co m o mo d elo , o
( ta mb ié n e s p o s ib l e) e l q u e no t u vier a u n co n o ci mi e nto to tal d e to d o s lo s s i g no s
u sad o s e n e sta e scr it ur a X, p o r lo q ue se ver í a o b li gad o a cr ear o r ecr ear o tr o s.

51
Precisamente al tomar como base de nuestras consideraciones el
hecho de que el semisilabario oriental se creó en la zona nororiental de
la península ibérica, consideramos ésta como una de las principales
razones que nos impelen a postular que este semisilabario no tuvo su
origen en el meridional. Y además creemos que los argumentos
utilizados anteriormente para ello, como el uso originario del sistema
dual y los cambios producidos en los signos, que serían innecesarios para
plasmar la misma lengua en los mismos lugares, ayudan a confirmar
nuestra hipótesis.

Así pues, desde esta zona indicada el uso del semisilabario ibérico
oriental fue extendiéndose paulatinamente, primero por la costa
posiblemente por razones comerciales y posteriormente hacia algunos
puntos del interior. 61
Esta expansión cronólogica y geográfica de este sistema por
pueblos y gentes de lengua ibera (y quizás también por otros que no
tuvieran ésta como lengua propia), posiblemente diferenciados
dialectalmente, provocaría algunas transformaciones en el propio
sistema.
Con estas transformaciones no nos referimos sólo a los naturales
cambios en la forma de algunos signos (cu yo estudio, por otra parte,
puede ser indicativo de la evolución epigráfica de las inscripciones y
ayudar a su datación cronológica, como ha intentado establecer
Rodríguez Ramos 62 ), sino también a algunas características concretas
cu yas razones se nos escapan (como el hecho de que los signos m
(<m>) y ç (<  >) prácticamente no aparezcan a la vez en una misma
inscripción, con algunas excepciones que más abajo veremos), y sobre
todo la gradual desaparición del uso de la notación dual de las
consonantes oclusivas, aunque no sin antes haberse extendido al sistema
celtibérico en su variante occidental, curiosamente la más alejada
geográficamente del foco de la escritura ibérica, 63 como comentaremos
sucintamente después en el apartado dedicado al celtibérico. Con todo, al
parecer la desaparición de este uso se acentúa conforme nos alejamos
cronológica y geográficamente del lugar y época originarios del signario
oriental, pues fuera de las zonas “B” y “C” (según la clasificación de
Untermann para las zonas del sur de Francia y Cataluña Costera) apenas
hay esporádicos testimonios seguros de este uso en algunas inscripciones
de la zona valenciana (“F”), sobre todo de Liria (junto con la
mencionada zona celtibérica occidental). 64

Obviamente, la expansión y desarrollo del signario ibérico oriental


también implicó una ampliación en sus usos a partir de su problamente

61
A lo q u e s i n d ud a a yu d ar ía, to ma nd o e n c ue n ta la me n cio nad a hip ó te si s d e d e Ho z,
el u so d e l ib ér i co co mo le n g ua v e hic u lar ( c f. d e Ho z, 1 9 9 3 ) .
62
Ro d r í g uez R a mo s, ( 2 0 0 4 a) .
63
P ar a es te te ma p u ed e co n s u lt ar s e F er r er , “No ve tat a s so b r e el s is te ma d e
d i fer e n cia ció gr á f ic a d e les o c l u si v es ” ( 2 0 0 5 ) ; y C . J o r d á n, C el tib ér i co ( 2 0 0 4 ) , y
“¿S i ste ma d ua l d e e scr it ur a e n c el tib ér ico ? ” ( 2 0 0 5 ) .
64
C f. d e n ue vo , J . F er r er ( en no ta a nt er io r ) .

52
inicial empleo con fines comerciales. Y esta ampliación conllevaría a su
vez una diversificación en los soportes utilizados para plasmarla, con lo
que nos encontramos, además de los plomos inscritos, con los conocidos
soportes cerámicos, pétreos, instrumentos variados, etc.
Sin duda el número de soportes en materiales perecederos seguiría
aumentando, pero de éstos, como su propio nombre indica, no nos ha
quedado nada, a pesar de que mu y posiblemente serían los más
abundantes.

Como hemos avanzado, el uso del signario oriental se fue


extendiendo desde su núcleo originario en dirección este-oeste, hacia el
interior de Cataluña y Aragón 65 (zonas “D” y “E”) y, sobre todo, norte-
sur, hacia el sur de Cataluña y Valencia, donde alcanzaría un gran
desarrollo también, y a su vez se expandiría a sus zonas limítrofes o con
relaciones comerciales y culturales.
Precisamente, fue en la zona sur de la actual provincia de Valencia
y en buena parte del sureste peninsular (zona “G”), donde el
semisilabario oriental entró en contacto con el meridional (quizás
también con el greco-ibérico, pero en el momento de la llegada del
oriental, probablemente a finales del siglo III a.C., este alfabeto
posiblemente ya habría caído en desuso). A partir de este momento, y
por razones que todavía ignoramos, pero que quizás tuvieran que ver con
la mayor difusión o prestigio del signario oriental, éste fue sustitu yendo
al meridional o desplazándolo de nuevo a su probable lugar de origen en
la alta Andalucía, donde, como dijimos, perduró más tiempo.

Con la llegada de los romanos el signario ibérico no sólo no


desapareció, sino que experimentó un auge y difusión todavía mayores
(si nos ceñimos a lo que los testimonios arqueológicos nos transmiten),
ampliándose su uso a la acuñación de monedas con letreros epigráficos
(práctica quizás anterior pero poco extendida), 66 incluso con el signario
meridional, y a nuevos hábitos escriturarios influenciados por los
propios romanos, como pudieron ser las estelas funerarias inscritas y
algunas inscripciones de exposición pública.
Pero poco a poco el peso de la cultura romana, con su escritura y
lengua, se fue dejando sentir, y en los dos siglos posteriores a la llegada
de éstos vemos que junto a una “convivencia” de inscripciones, 67

65
Y ad e má s ser ía ad ap t ad o p o r lo s c el tíb er o s ( o r i en ta le s) p ar a s u p r o p ia l en g u a. P er o
u na c ue st ió n q ue to d av ía q ued a p o r ac lar ar es d e q ué zo n as ( y var ia n te s
esc r it u r ar i a s) ad ap tar o n lo s c el tíb e r o s d e la s zo na s o r ie nt al y o c cid e n ta l el si g n ar io
ib ér i co , p ue s la ad ap t ac ió n s e r e al izó d e u n mo d o p ar ci al me n te d i f er e n te. P ar a el lo
p ued e ver s e, ad e má s d e la s o b r a s d e Fer r er y J o r d á n a n ter io r me n te me n cio n ad a s:
U nter ma n n, M LH.I V .
66
P ar a e l e s t ud io d e la mo n ed a ib ér ica r e s ul t an i mp r es ci nd ib l es , ad e má s d e lo s
ML H.I d e J .U n ter ma n n , la s o b r a s: Vi ll ar o n ga, L . ( 1 9 9 4 ) , Co rp u s Nu mmu m H isp a n ia e
a n te A u g u st i A eta tem , Mad r id ; y G ar c ía -B e l lid o , M.P . y B lá zq uez , C., ( 2 0 0 1 ) ,
Dic cio n a rio d e c eca s y p u eb lo s h i sp á n ico s, C. S. I .C. , Mad r id .
67
So b r e la co n v i ve nc ia d e i n scr ip c io ne s e n l at í n e ib ér i co ( e i n cl u so gr ie go ) y la
in f l ue n ci a d e lo s háb ito s e scr it ur ar io s r o ma no s en el mu n d o ib ér i co , vé ase M. M a yer
y J . V ela za ( 1 9 9 2 ) , “E p ig r a fí a ib ér ic a so b r e so p o r te s t íp ic a me n te r o ma no s” , L en g u a

53
aquéllas en lengua y escritura latina se van imponiendo paulatinamente.
Además vemos aparecer documentos en lenguas autóctonas (sobre todo
en celtibérico) en alfabeto latino, pero no al contrario (con la posible
excepción de algunas adaptaciones de nombres propios).
Así, tras ese periodo de expansión y esplendor, la epigrafía ibérica
inició un declive, tal como muestran los testimonios arqueológicos, a la
par que la pervivencia de la lengua ibérica. Aunque, obviamente, ésta se
mantendría más o menos viva durante un tiempo mucho más prolongado
que su plasmación escrita.
Las últimas inscripciones en lengua y escritura ibéricas, ya de una
forma dispersa, se fechan en el siglo I d.C., aunque todavía son
relativamente abundantes en época augústea, pero mucho menos en la
julio-claudia, y ya sin apenas representación en la flavia.
Parece ser que el último testimonio epigráfico ibérico, al menos de
momento, correspondería a una estela de tipo romano hallada en la
población de Requena (Valencia), y se situaría en un momento
indeterminado pero ya avanzado del siglo II d.C. 68
De todos modos, aunque es éste último un testimonio aislado, no
podemos descartar que se produzcan nuevos hallazgos que confirmen
esta desaparición tardía de la escritura ibérica, sobre todo en soportes
podríamos decir “marginales”, o de uso particular y privado (como
inscripciones sobre instrumentos domésticos o de tipo rupestre o similar,
muchas de las cuales, además, todavía están pendientes de datar), que
reflejarían ese uso todavía vivo, aunque “familiar” o restringido, de la
lengua ibérica hasta fechas avanzadas.

y cu l tu ra en la H isp a n ia P re r ro ma n a . V C L CP (A c ta s V ) ; y J . V elaz a ( 2 0 0 3 ) ,
“E p i gr a f ía ib ér ic a e mp o r ita n a: b as e s p ar a u na r e co n s id er a ció n” , P a la eo h isp a n ica , 3 .
68
C f. J . V ela za, 1 9 9 6 “C hr o n ica E p i gr ap hic a I b er ic a: h al laz go s d e i n scr ip cio n e s
ib ér i ca s e n Le v a nte , Ca tal u ñ a, Ar a gó n y Na v ar r a ( 1 9 8 9 -1 9 9 4 ) ”, V I C L CP , 3 1 1 -3 3 7
( Act a s VI ) .

54
8.- Notas sobre el Celtibérico.

Como ya hemos ido avanzando, los celtíberos (cu ya lengua


pertenece claramente a la familia indoeuropea y, por lo tanto, está
alejada de la ibérica) adaptaron en el primer momento de sus usos
escriturarios el semisilabario ibérico oriental. 69
Resulta esto tan evidente que, en propiedad, no podemos hablar de
un signario celtibérico independiente 70 sino de una variante del ibérico
adaptada a la lengua celtibérica. No obstante, esta adaptación no
solucionó los problemas intrínsecos del sistema ibérico, e incluso, dadas
las características propias de la lengua celtibérica, esta falta de
adecuación entre lengua hablada y escritura se vio agravada.
Así, siguió resultando imposible indicar gráficamente las
consonantes oclusivas finales de palabra o sílaba (que sin duda debieron
existir en celtibérico). 71 Del mismo modo, en celtibérico sería pertinente
la distinción entre vocales largas y breves, característica que el signario
ibérico es incapaz de distinguir sin efectuar una reforma radical en su
sistema. 72 A diferencia del ibérico, en celtibérico sí existían secuencias
consonánticas del grupo “muta cum liquida”, por lo que el signario
celtibérico tuvo que recurrir a diferentes soluciones para indicar este
hecho; así, la secuencia “bri”, por ejemplo, podía aparecer como “bir”, o
como “biri”, o simplemente como “bi”. 73
Una cuestión diferente es la relativa a la diferenciación gráfica de
los silabogramas con oclusiva sorda y sonora, el llamado sistema dual.
Ya vimos que el semisilabario ibérico sí marcaba esta diferenciación en
sus orígenes, pero esta práctica fue desapareciendo gradualmente. En
este sentido, se creía que esta misma práctica no pasó a la escritura
celtibérica debido a la tardía adopción del signario ibérico por parte de
los pueblos celtibéricos. Sin embargo, gracias a recientes conclusiones
tanto de J. Ferrer como de C. Jordán, 74 podemos comprobar que esto no
es así. Sobre este punto trataremos enseguida.

Aunque el signario celtibérico es bastante uniforme en sus grafías


y se deja reconocer bien en origen, podemos establecer un división de
éste en dos grandes subtipos. Sin embargo esta diferenciación, aunque

69
P ar a l as car act er í s tic a s gr á fi ca s d e l si g na r io s cel tib é r ico , a sí co mo so b r e al g u no s
ap ecto s r e lac io nad o s co n s u l e n g ua, p ued e ver se, si n s er e x ha u st i vo s : U nter ma n n
(1997) y Jordán (2004).
70
No o b s ta n te, d ad a s u i mp o r ta n ci a, p o r co m o d id ad y co n gr ue n cia r ef er e n cia l,
se g u ir e mo s u ti liz a nd o e l tér mi n o “si g n ar io ce lt ib ér ico ”, co n es ta mat iz ac ió n .
71
U n p o sib le i n te n to d e so l u ció n p o r p ar t e d e l ce lt ib ér ico p ar a so l u cio nar es te
p r o b le ma me d ia n te l a e scr it ur a d e “o cl u s i va s mu d a s ” ( e n la s q ue el va lo r vo cá li co
p ar a u n si g no s il áb ico n o se p r o n u nci ar í a) p ued e ve r s e e n P . d e B er n ar d o ( 2 0 0 1 ) .
72
Sí ha y al g u no s i nd ic i o s d e d o b le no t ació n vo cál ic a, si mi l ar a l a e scr it ur a
r ed u nd a nt e s u r o cc id e n ta l, q ue p o d r ía n i nt er p r e ta r se co mo no t ac ió n d e vo cale s lar g as ,
p er o se tr a ta d e t e st i mo nio s tar d ío s y p o sib le m en te b aj o la i n fl u e nc ia d el ab e ced ar io
lat i no , y c u ya e xp li cac ió n no es tá r el acio n ad a co n la c a nt id ad vo cál ic a.
73
C f. C . J o r d á n, 2 0 0 4 , p p . 2 9 -3 2 .
74
T o d o ello ap ar ece, co mo ya i nd i ca mo s, e n J . Fer r er ( 2 0 0 5 ) y C. J o r d án ( 2 0 0 4 y
2005).

55
también obedece a criterios geográficos, se basa, sobre todo, en las
diferentes adaptaciones de un mu y reducido número de signos.
Según esto, dentro del signario celtibérico, habría un variante
occidental y una variante oriental.
De todos modos, antes de especificar cuáles son las peculiaridades
concretas que diferencian estas dos variantes, creemos conveniente
mencionar los cambios, escasos, comunes que el celtibérico realizó con
respecto al signario ibérico.
Al parecer el celtibérico poseía un único fonema vibrante, por lo
que sólo se adoptó uno de los dos signos existentes en el ibérico; el
elegido fue Ñ (en ibérico transcrito como <ŕ>, y que, por cierto, tiene un
índice de aparición más alto), mientras que se desechó r (<r>), aunque
en algunas inscripciones mu y concretas sí aparece, mu y posiblemente por
una influencia más cercana (incluida la geográfica) de los propios iberos.
Por lo que respecta a las silbantes, ya vimos que en ibérico están
representadas por dos signos, pero todavía no somos capaces de
determinar la naturaleza fonética concreta de éstos, por lo que les damos
una trascripción convencional: s (<s>) y x (<śś >). Pues bien, parece
ser que en celtibérico también existían dos silbantes, una de carácter
sordo y otra de carácter sonoro (quizás no siempre así, pero con un
componente similar), procedente esta última de la sonorización de la
sorda en algunos contextos y también de la evolución de algunos
fonemas oclusivos dentales en ciertas posiciones. Por ello el celtibérico
sí adoptó ambos signos ibéricos para las silbantes pero readaptándolos.
En concreto el signo x se adaptó para la silbante sorda, trascrita como
<s>, y el signo s se adaptó para la silbante sonora, trascrita como <z>
o como <ð ð >. 75
Finalmente, y en esto se basa principalmente la diferenciación de
las dos variantes existentes en la escritura celtibérica (además de ciertas
diferencias de detalle en el dibujo concreto de algunos signos), también
se realizó una readaptación en las grafías correspondientes a los fonemas
nasales.
Ya vimos que en ibérico existen tres signos a los que se les ha
atribuido un valor nasal: n (con mu y probablemente valor dental, /n/),
m (al que, con reservas, se le puede atribuir un valor labial, /m/) y ç
(cu yo valor fonémico concreto todavía está por determinar). Pues bien,
con toda probabilidad el celtibérico tenía dos fonemas nasales, uno
dental y otro labial, por lo que en su adaptación gráfica tuvo que adoptar
dos de estos tres signos y rechazar el otro. Y esta adaptación fue la que
se realizó de modo diferente en cada una de las dos variantes gráficas del
celtibérico.
La variante oriental adoptó para el fonema dental el signo n ,
mientras que para el labial adoptó el signo m . Pero, por su parte, la
variante occidental adoptó para el fonema dental el signo ç , mientras

75
P ar a má s d e ta ll e so b r e es ta s c ue st io ne s, y co n ma yo r e s r e fer e nci as b ib lio gr á f ic as ,
p ued e v er s e: U n ter ma n n ( M L H.I V) , F. V il lar ( 1 9 9 3 ) y ( 1 9 9 5 ) , y C . J o r d án ( 2 0 0 4 , p p .
6 9 -7 3 ) .

56
que para el labial adoptó el signo n . Esto se puede visualizar mejor en
el siguiente esquema:

Variante celtibérica. Nasal dental. Nasal labial.

Oriental: n m

Occidental: ç n

Sin duda, esta aparente incongruencia debería ilustrar mejor la


concreción fonémica de las nasales ibéricas, pero, de momento, sobre
éstas todavía persisten muchas dudas.

Una vez establecida la principal diferencia entre las dos variantes


celtibéricas, creemos pertinente hacer referencia a la cuestión indicada
más arriba sobre la diferenciación gráfica entre oclusivas sordas y
sonoras, según el mencionado sistema dual.
Parecer ser que hay indicios bastante claros de que este sistema se
usó en algunas inscripciones de la variante celtibérica occidental, pues
en algunas de ellas aparecen algunos pares de signos, uno de los cuales
con un trazo más con respecto al otro, que encajan bien con la
diferención entre oclusivas sonoras y sordas atribuible a la lengua
celtibérica. Ello es destacable en las inscripciones, siguiendo la
nomenclatura de Untermann en MLH. IV, K.0.7, K.6.1 y K.32.2.
Como indica J. Ferrer, 76 este hecho es importante para aclarar el
momento de adopción del semisilabario ibérico oriental por parte de los
celtíberos, pues teniendo en cuenta que el sistema dual ibérico tendió a
desaparecer a principios del siglo II a.C., tal adopción tendría que haber
ocurrido necesariante antes, posiblemente ya en el siglo III. No obstante,
este hecho nos lleva a una nueva incógnita de por qué se realizó esta
primera adopción precisamente en la zona más alejada del uso del
signario ibérico.

Por otra parte, además de que esta adopción aclara en parte


algunas aspectos relativos a la cronología inicial en las inscripciones
celtibéricas, reabre otras cuestiones referentes a los motivos por los
cuales los celtíberos adoptaron unos hábitos escriturarios concretos (en
los que no podemos entrar pormenorizadamente).
No cabe duda de que la gran mayoría de las inscripciones
celtibéricas se datan en fechas en las que ya se había consumado la
conquista romana (al menos en algunas zonas de Celtiberia), por lo que
se podría atribuir el desarrollo de la práctica escrita entre los celtíberos
a la propia influencia romana. Sin embargo, siempre se ha debatido sobre
la cuestión de por qué, a pesar de esta influencia, los celtíberos no
tomaron el sistema gráfico latino, sino el ibérico.

76
C f. , d e n u e vo , J . Fer r e r ( 2 0 0 5 ) .

57
Se ha postulado, como una de las razones de este hecho, el que al
ser los romanos considerados como enemigos por parte de los celtíberos,
éstos prefirieron adaptar para su escritura el sistema ibérico, pues los
iberos posiblemente estarían posiblemente más relacionados con ellos
cultural y socialmente, y así también la escritura marcaría un hecho
diferenciador con respecto a los invasores. Esto podría ser cierto sólo en
parte, además de que prejuzga sobre la idiosincrasia de los pueblos
celtibéricos. Nosotros, más bien, creemos, a partir de las nuevas
referencias cronológicas sobre la adopción de la escritura por parte de
los celtíberos, que éstos ya habrían adaptado el signario ibérico para
escribir su idioma antes de la llegada de los romanos (bien por motivos
comerciales u otros sociales de carácter práctico), aunque con la llegada
de éstos, y su influencia cultural en distintos aspectos, sus hábitos
escriturarios recibieron un notable impulso, pero sobre la base del
sistema gráfico celtibérico de origen ibérico ya existente.
Esta influencia cultural romana se dejaría notar primero
principalmente en los tipos de soporte escriturario, como son los bronces
de exposición pública, 77 plasmación gráfica en téseras de hospitalidad, 78
etc. Pero poco a poco en este tipo de documentos, junto a otros, vemos
aparecer textos no ya en escritura celtibérica, sino latina, a pesar de
mantenerse la lengua celtibérica.
Finalmente, y a pesar de que carecemos de referencias
cronológicas concretas, los testimonios no ya sólo en escritura
celtibérica sino también en su lengua terminaron por desparecer, hecho
que posiblemente estaría consumado en el siglo I d.C., aunque como
lengua hablada quizás persistiera algo más, de forma similar a lo que
sucedió con el ibérico.

77
C u yo s ej e mp lo s má s n o to r io s so n lo s h al lad o s e n B o to r r it a ( M L H.I V: K.1 .1 y
K.1 .3 , a u nq ue h a y o tr o to d a v ía s i n n u me r ac ió n, p o r lo q ue t a mb ié n s o n co no c id o s
co mo B B I , B B I I I y B B I V) . C f., ad e má s , e st ud io s p ar tic u lar es so b r e é sto s e n :
U nter ma n n ( M L H I V , 1 9 9 7 , y 1 9 9 9 ) , B e ltr á n , d e Ho z y U n ter ma n n ( 1 9 9 6 ) , y V il lar ,
Día z, M ed r a no y J o r d á n ( 2 0 0 1 ) .
78
L a b ib lio gr a fí a so b r e és ta s e s mu y ab u nd a nt e, p er o p u ed e ver se u n a v i sió n d e
co nj u nto , i n ter p r e ta cio n es y b ib l io gr a f ía p er t i ne nt e e n C . J o r d á n ( 2 0 0 4 ) .

58
SEGUNDA PARTE:
CUESTIONES GENERALES SOBRE LA LENGUA
IBÉRICA.

De las características gramaticales de una lengua tan parcialmente


atestiguada y de conocimiento tan escaso, globalmente y en sus detalles
concretos, como es el ibérico, es mu y difícil no hacer mención cuando se
estudia el sistema gráfico en el que aparece. Por ello, a lo largo de
algunos de los capítulos que hasta aquí han aparecido hemos hecho
algunas referencias lingüísticas sobre sus peculiaridades, aunque siempre
de un modo tangencial.
No obstante, creemos que es conveniente ampliar este aspecto no
sólo para tener un mayor conocimiento en este sentido sino también para
complementar los aspectos gráficos vistos hasta ahora, pues, como
hemos ido comprobando, en los signarios ibéricos todavía quedan
algunas cuestiones por resolver, y la solución debe pasar por un mayor
conocimiento de la gramática ibérica.
De esta gramática sabemos mu y poco, pero este poco es más que
nada, por lo que a continuación ofrecemos un mu y sucinto resumen de
ese poco que sabemos y también de ese mucho que sabemos que
ignoramos. Dadas las características de esta obra, este resumen
necesariante no hará apenas referencias de detalle a aspectos particulares
(lo que merecería un estudio muchísimo más amplio), sino que
simplemente intentaremos dar a conocer una visión de conjunto, 79 con
algunas excepciones que trataremos en capítulos aparte.

1. Fonología .
El sistema fonológico ibérico es mu y posiblemente el aspecto que
mejor conocemos de esta lengua, aunque desde luego esto no implica que
lo conozcamos en su totalidad, pues todavía quedan algunos aspectos no
resueltos y otros en los que los estudiosos no se ponen totalmente de
acuerdo.
Así, parece que el ibérico disponía de un sistema de cinco vocales,
sin distinción por lo que denotan los textos entre largas y breves, como
el castellano entre otros idiomas:

i u
e o
a

79
So b r e lo s a sp ec to s ge ner al es y co ncr e to s d e la l e n g ua ib ér ic a y s u gr a má ti ca
d isp o n e mo s d e ab u n d a n te b ib l io gr a f ía q ue, o b v ia me n te, no va mo s a m en cio na r aq uí
en s u to ta lid ad , a u nq u e s í har e mo s r e f er e n cia s a o b r a s co ncr eta s al ir tr a ta nd o lo s
d i fer e n te s asp ec to s gr a ma ti ca le s. E n é s ta s se p ued e e n co ntr ar a s u v ez u n n ú mer o
ma yo r y má s co mp le to d e r e f er e nc ia s b ib l io gr á f ica s d e i nte r é s p ar a q u ie ne s d es ee n
p r o f u nd izar e n la ma ter i a.

59
Por lo que respecta a los diptongos encontramos testimonios de los
que son decrecientes, del tipo “ai, au”, etc., pero apenas de los
crecientes, pues sólo la “i” parece poder tener valor de semiconsonante,
como en el término “iunstir”, si bien en casos como éste la “i” puede
tener valor plenamente consonántico, o incluso vocálico si se
pronunciara con hiato. 80

En cuanto a las sonantes laterales el signario ibérico dispone de un


solo signo específico para ellas. Sin embargo, algunos autores, como A.
Quintanilla, 81 mantienen la existencia de una segunda lateral, de carácter
“fuerte”, representada en el signario ibérico mediante el dígrafo <lt>
(<ld> en greco-ibérico), y ocasionalmente en el abecedario latino como
<ll>. 82

Las vibrantes eran sin duda dos en ibérico, con diferenciación


gráfica en los semisilabarios meridional y oriental y en el alfabeto greco-
ibérico. 83 Pero la diferenciación fonética entre estas dos vibrantes es algo
que todavía no sabemos con seguridad, a pesar de diferentes estudios
dedicados a ellas. Sí sabemos algo de su distinta distribución contextual,
pero este hecho tampoco parece aclarar mucho las cosas. Y tampoco
ayudan las transcripciones latinas, pues ambas aparecen bajo la forma
<r>. 84

Del mismo modo conocemos la existencia de dos silbantes en


ibérico (también diferenciadas gráficamente en los diferentes sistemas de
escritura endógenos). Sin embargo, al igual que sucedía en el caso de las
vibrantes, no conocemos suficientemente la diferenciación fonológica
que marcaban. Sí conocemos, en cambio, aproximadamente la distinción
en el signario celtibérico, pero ésta no parece transvasable a la lengua
ibérica. Por otra parte, la adaptación de las grafías griegas en greco-
ibérico podría aclarar algo la situación, pero, paradójicamente los
fonemas silbantes que corresponden a los signos en greco-ibérico tienen
una asignación inversa a los “gramefas” del signario ibérico oriental, a
pesar de que los signos son en parte de origen común:

<s> <ś>
Alf. Greco-ibérico: & (
Sem. Ib. Oriental: s x

80
So b r e e l vo c al is mo ib ér ico , c f. B a lle s ter ( 2 0 0 1 ) , Q u i nt a ni lla ( 1 9 9 3 a y 1 9 9 8 ) y
Ro d r í g uez R a mo s ( 2 0 0 0 b ) .
81
C f. A. Q ui n ta n il la ( 1 9 9 8 , p p . 2 4 7 -2 5 4 ) .
82
So b r e la s co nso n a nte s l ater ale s ib ér ica s, c f. Q u in ta n il la ( no ta a nte r io r ) : .
83
U na d i fer e n ci ació n s i mi lar ta mb ié n ap ar ec e e n e l s e mi s ilab ar io s ur o cc id en ta l.
84
So b r e la s vib r a nte s i b ér ic as, c f. B a ll es ter ( 2 0 0 1 y 2 0 0 5 ) , Co r r e a ( 1 9 9 4 b ) ,
Q ui n ta ni ll a ( 1 9 9 8 ) y Ro d r í g uez R a mo s ( 2 0 0 3 ) .

60
Tampoco aclara mucho la situación las comparaciones con los
hechos del aquitano. 85
En cuanto a las transcripciones latinas y griegas, éstan no parecen
distinguir las variaciones que aparecen en ibérico, lo que induce a pensar
que no eran representativas o no pertinentemente distinguibles para
ellos.
Sea como fuere, desde un punto de vista tipológico, lo más
probable es que alguna de ellas representara una silbante apico-alveolar
sorda, y la otra o bien una sonora o una africada. 86

Las consonantes nasales aparecen como uno de los temas que


probablemente más problemas han planteado en relación con la
lingüística ibérica (paleohispánica), tanto por lo que respecta a las
grafías que las representan como por los fonemas o sonidos que deben
ser atribuidos a éstas y su naturaleza concreta.
Para no extendernos mucho, y como ya hemos hecho alguna
referencia a ellos, simplemente recordaremos que en el signario ibérico
oriental hay tres signos que los representan (pero en el ibérico
meridional y en el greco-ibérico sólo uno). De éstos, uno representa con
toda probablilidad la nasal dental, pero de los otros dos (que, hasta el
momento sólo aparecen en un mismo texto en el plomo de Olriols, en la
fusayola de Sant Julià de Ramis, y quizás en una inscripción rupestre de
Oceja, por lo que sabemos) 87 carecemos de datos seguros. A uno ( m ) se
le ha atribuido el valor de nasal labial, pero esta atribución presenta no
pocos problemas. El otro ( ç ) es precisamente, con las salvedades de
atribución anteriores, el signo, de aparición mu y frecuente, que todavía
se considera no descifrado. Por ello se le han atribuido muchos valores,
como el de fonema nasal labial, nasal labializada, oclusiva labial con
apendice nasal, vocal nasalizada, e incluso equivalente a lo que en otros
textos (donde este signo no es representado) aparece como la frecuente
secuencia “na”. 88 Algunos de los contextos en los que este signo aparece
permiten desde luego alguna de estas interpretaciones, pero no otros.
Podemos concluir simplemente que se trata de un alófono o fonema
complejo que, al menos, contiene rasgos de nasalidad y/o labialidad. 89

Por lo que respecta a las consonantes oclusivas, a pesar de que los


semisilabarios ibéricos son en gran parte defectivos en este sentido,
gracias en principio al alfabeto greco-ibérico (y a algunas trascripciones
griegas y latinas), y desde un tiempo a esta parte a la constatación del
uso del sistema dual en la notación de oclusivas en la variante

85
So b r e la s r e la cio ne s d el ib ér i co co n el aq u it ano y d i fe r e nt es p o s t ur as so b r e el
va sco - ib er i s mo , v id . má s ab aj o .
86
So b r e la s s ilb a nte s ib ér ic as, c f. : B a ll es ter ( 2 0 0 1 ) , Co r r ea ( 2 0 0 1 ) , Q ui n ta ni ll a
( 1 9 9 8 ) y Ro d r í g ue z Ra m o s ( 2 0 0 4 b ) .
87
C f. M.I . P a no sa ( 2 0 0 2 ) . T a mb ié n ap ar e ce n e n el p lo mo d e l Ce r r o d e la s B a ls as ,
p er o é ste e s so sp ec ho so , d e mo me n to , d e s er u na f al si f ic ació n .
88
So b r e es ta se c ue nc ia e n e l s u fij o “- na i ”, vé as e el ap ar t ad o co r r esp o n d ie nt e a l a
mo r fo lo gí a, e n la e ntr ad a “  i”.
89
So b r e la s n as ale s ib ér ic as, c f. : B al le s ter ( 2 0 0 1 ) , Co r r ea ( 1 9 9 9 ) , Q u i nt a n ill a ( 1 9 9 8 ) ,
Ro d r í g uez R a mo s ( 2 0 0 0 b ) y Va ler i ( 1 9 9 3 ) .

61
nororiental del signario ibérico oriental, sabemos que en la lengua
ibérica se daban dos series según su probablemente modo de
articulación. Encontramos así una serie sonora y otra sorda.
En la serie sonora encontramos una labial, una dental y otra velar:
/b, d, g/, pero en la serie sorda carecemos del correspondiente fonema
labial (/p/) y sólo tenemos el dental y el velar: /t, k/. Este sistema
asimétrico, aunque no es mu y frecuente desde un punto de vista
tipológico, 90 parece similar al reconstruido para el proto-vasco. 91

Tras esta enumeración de fonemas, resultan destacables algunos


hechos, vistos desde una perspectiva de las lenguas actuales de la
península ibérica, con excepción, en parte, del euskera. Así, vemos la
total ausencia de “f”, y de cualquier tipo de aspiración (al menos por lo
que podemos extraer de los textos), junto con la mencionada de “p” y
quizás de “m”. 92 Otros hechos también de naturaleza restrictiva afectan a
la estructura silábica, como ahora veremos.

El número de lenguas en las que la cabeza sílabica es mucho más


compleja que la coda es bastante más frecuente, y, de hecho, ésta es la
situación habitual. Sin embargo en la lengua ibérica encontramos
precisamente lo contrario, y podemos comprobar la siguiente estructura:

(C) V (W) (R) (S) (T)

Donde la C indica una consonante cualquiera, V una vocal, R una


líquida, S una silbante, y T una oclusiva cualquiera, con la excepción de
“b”, mientras que el paréntesis indica que la aparición puede darse o no.
Tal estructura necesita ser aclarada en algunos puntos. En primer
lugar no aparecen todos los elementos a la vez. La secuenciación de
algunos elementos presenta algunas restricciones, en las que sería mu y
prolijo entrar aquí. La existencia de oclusivas finales la conocemos,
gráficamente, gracias al alfabeto greco-ibérico, pues en los
semisilabarios es imposible marcarla, a no ser que postulemos grafemas
silábicos con vocal muda, que sin duda debieron existir, aunque todavía
no conocemos con precisión cuáles podrían ser (si bien en ocasiones
podemos sospecharlo, como más abajo veremos) ni si, ante tal hecho,
presentaban alguna marca distintiva.
Esta estructura denota además la inexistencia de grupos
consonánticos al inicio de sílaba, entre los que también se inclu yen los
grupos de “muta cum liquida”.
Pero además, estas estructuras silábaicas también presentan
algunas restricciones particulares cuando aparecen conformando una

90
Co n to d o , no e s d e scar t ab le l a e xi st e nci a d e u n so nid o [ p ] co mo var ia n t e a lo fó ni ca
d e /b / .
91
So b r e la s o cl u s i va s ib ér ic as, c f. B al le s ter ( 2 0 0 1 ) y Q u i nt a ni lla ( 1 9 9 3 b y 1 9 9 8 ) .
So b r e lo s h ec ho s d e l ( p r o to ) va sco vé a se l a b ib l io g r a fí a me n cio nad a e n el cap ít u lo 6
d e e sta mi s ma s e g u nd a p ar te.
92
E n r ea lid ad , lo s fo ne m as lab ia le s ib ér i co s , co n so ná n tico s y v o cá li co s, r ep r e se nt a n
en s u co nj u n to u na s p ec ul iar id ad e s co ncr et a s e n la s q ue d e s gr a ci ad a me n te no
p o d e mo s e ntr ar aq u í.

62
“palabra”, 93 como son el hecho de que una vibrante (r o ŕ) nunca aparece
al inicio de palabra; en este inicio también es mu y poco frecuente la
dental sonora (“d-“), curiosamente mu y próxima articulatoriamente a un
vibrante apical; y tampoco suele aparecer la “m-“ como inicial (aunque
ésta es escasa en general); al contrario, la consonante líquida (“l”) es
mu y infrecuente en final de palabra; y en esta posición no aparece nunca
el signo ç .
Una buena parte de lo relativo a la estructura silábica del ibérico,
así como las restricciones en cuanto al inicio de palabra, junto a algunos
aspectos de su fonología, como indicamos, coinciden con los hechos que
se han reconstruido para el protovasco, lo que facilitaría los postulados
vasco-iberistas; pero para estas cuestiones, mu y amplias, remitimos al
apartado correspondiente.

Un tema diferente es el relativo a la naturaleza del acento ibérico.


Éste nunca es marcado gráficamente, y dadas las peculiaridades de los
textos que poseemos (que de momento no nos permiten distinciones
dialectales ni una secuenciación cronológica segura que deje entrever
algún tipo de evolución lingüística), es mu y difícil realizar algún tipo de
deducción en este sentido. 94

Finalmente, sobre cuestiones concernientes a la juntura de


fonemas, asimilaciones y disimilaciones, alternancias vocálicas y
consonánticas, distribución de sonidos, etc., a pesar de su interés, y
resultar básicas para algunos aspectos no ya sólo fonológicos, no vamos
a entrar aquí para no extendernos demasiado. 95

93
Au nq ue u n b ue n n ú me r o d e te x to s ib ér i co s ap a r ece n co n s i g no s , so b r e to d o p u n to s,
q ue d i vid e n és to s e n p ar te s, p o r lo q ue se p o d r ía e n te nd er q ue es ta s “p a r te s” so n
p alab r as, e n o ca sio n e s l o s el e me n to s d el i mi tid o s so n e xce si v a me n te l ar go s p ar a q u e
se p ud i er a n e n te nd er c o mo si mp le s p al ab r a s ( a no ser q ue e n te nd a m o s el ib ér i co
co mo u n a l e n g ua d e ma r cad o car ác ter i n co r p o r an te, co mo ver e mo s d es p ué s) , d e a hí
q ue a ve ce s se e n ti e nd a q ue mar c a n gr up o s d e é s ta s o si n ta g ma s d i ver so s .
94
No o b st a nte se p u ed e n v er d o s es t ud io s, co n co ncl u s io ne s o p u es ta s, e n e s te
se n tid o : L. Si l go ( 1 9 9 4 - 1 9 9 5 ) y X. B al le ste r ( 2 0 0 3 ) .
95
Co mo co mp e nd io g lo b al d e n ue s tr o co no c i mi en to d e la fo no lo g ía ib ér ic a r e s ul ta
i mp r e sc i nd ib le, co mo y a he mo s ad el a nt ad o , la co ns u lt a d e A. Q u i nt a ni ll a ( 1 9 9 8 ) .
Ad e má s, p ued e co n s ul ta r se ta mb ié n : d e Ho z ( 2 0 0 1 , Ac ta s VI I I , p p . 3 3 7 - 3 4 0 ) , d o nd e
el a u to r r e al iza u n r ep as o d e la fo no lo g ía ib ér ica d esd e u n p u nto d e v is ta tip o ló gico .

63
2.- Morfología.
A medida que en el estudio de la lengua ibérica alcanzamos un
mayor nivel de abstracción o, si se prefiere, complejidad, nuestros
conocimientos resultan más inseguros y aumenta el nivel hipotético en el
que nos movemos, por lo que cualquier afirmación que podamos exponer
siempre estará sujeta a nuevas hipótesis, replanteamientos e incluso
refutaciones que nuevos hallazgos de textos o nuevos estudios a partir de
éstos o de los anteriores realizados con mayor fineza puedan llevarse a
cabo.
Así, con respecto a la morfología ibérica mu y poco es lo que
podemos decir de una forma concreta; es decir, como veremos enseguida
sí podemos distinguir una serie de elementos morfológicos,
prácticamente por deducción, pero apenas podemos vislumbrar el valor
gramatical de algunos de ellos, e incluso de otros muchos nuestro
conocimiento es prácticamente nulo.
En buena medida se ha conseguido aislar gran parte de estos
elementos morfológicos (denominados por Untermann “morfos” 96 como
una acepción aséptica sin presunción de su valor concreto) después de
haber identificado algunos segmentos lexicales, sean elementos
onomásticos o toponímicos, sean lo que, con todas las salvedades que se
quiera, podemos denominar “palabras” (o al menos elementos léxicos
recurrentes). 97
Es decir, una vez identificado un elemento lexical, sea de la
naturaleza que sea, se ha comprobado que existen una serie de afijos que
se añaden a ellos, en mayor medida sufijos, aunque también se ha podido
identificar algún prefijo e infijo, y de ahí se ha deducido que son
precisamente estos elementos los que otorgan algún valor “gramatical” al
elemento al que se unen.
En todo caso, una primera conclusión que se puede extraer a partir
del estudio de estos “morfos” es el hecho de que la ibérica parece una
lengua de tipo aglutinante, es decir, aquella en la que los elementos
morfológicos se unen a un elemento léxico de una manera bastante fija y
unívoca sin que éste experimente variaciones sustanciales en su forma 98
(al igual que sucede con el euskera, y por oposición a las lenguas
flexivas, como el griego y el latín, y las propias lenguas romances), e
incluso se da el caso de la sucesión de varios de éstos tras un mismo
elemento léxico. No obstante, ni siquera sabemos si muchos de estos
elementos se unen sólo a sustantivos o también, o sólo, se unen a
paradigmas verbales. 99

96
So b r e s u ac ep c ió n y u n e st ud io i n ic ial d e é sto s b a st a nt e p o r me no r izad o , v id .
M LH.I I I , 1 , p p . 1 5 5 -1 8 0 .
97
P ar a el e s t ud io t a nto d e la o no má s tic a ib ér ic a co mo d e o tr o s e le me nto s lé xi co s
vé as e e l c ap í t ulo p o st er i o r co r r e sp o nd i e nte .
98
E n r e lac ió n co n el valo r a gl u ti na n te d el ib é r ico , e i n cl u so , e n e s te se n ti d o , s u v alo r
“i nco r p o r a nte ”, p ued e v er s e: d e Ho z ( 2 0 0 1 , Act as VI I I , p p . 3 4 0 -3 4 9 ) y úl ti ma me n te
E . Or d u ñ a ( e n p r e ns a) .
99
U n es t ud io má s p o r m eno r iz ad o d e es to s mo r fo s, s u d is tr ib ució n e i nc l u so u n
an ál is i s d e s u f u ncio n a mi e nto e n al g u n o s te x to s p ued e v er s e e n la t es i s, i n éd i ta, d e
E . Or d u ñ a ( e n p r e ns a) .

64
Los “morfos” ibéricos han sido objeto de muchas interpretaciones
e intentos de traducción o al menos de determinación de su valor.
Untermann presenta un elenco que se acerca a los cincuenta, 100 algunos
de ellos no mu y frecuentes, pero otros extraordinariamente recurrentes
en diversos contextos. Por ello, a título simplemente ilustrativo,
mencionaremos solamente algunos de estos últimos, junto con las
interpretaciones que se han realizado sobre sus hipotéticos valores.

- -ai : Se trata de un sufijo bastante recurrente, tanto precedido


como seguido de otros sufijos. Sin embargo, hay un texto (el F.9.7, en la
nomenclatura de Untermann), donde aparece frecuentemente como final
de segmentos contiguos. Presentamos una secuencia a título de
ejemplo: 101

be]ikeai.aneŕai. ś anibeiŕai.leita ś eai.botota ś te.bantakikia


]ŕatite.isai.iltursaiŕsai.aŕikaŕbinisai.

La repetición de este grupo ha dado lugar a que se interprete como


marca de declinación, aunque también se ha postulado que sea una
conjunción (de tipo coordinante y enclítico). Por su parte, E. Orduña 102
cree posible que esta terminación encubra en realidad dos tipos de
sufijos, uno con valor de conjunción y otro como variante, en
determinados contex tos, de –ar, que veremos a continuación.

- -ar: Se trata de uno de los sufijos de más frecuente aparición en


los textos ibéricos, por lo que también ha sido objeto de numerosas
interpretaciones. Además de aparecer como final de términos a los que se
les ha atribuido cierto carácter verbal (como eki-ar 103 frente a eki-en), es
mucho más frecuente tras términos interpretados como sustantivos,
incluidos los onomásticos, como lauŕberton-ar, tuŕśś biuŕ-ar, aŕkitiba ś -
ar, y, quizás con una contracción, ś okinbaik-ar, además de los
relativamente frecuentes finales en –etar (como ś aitabietar, procedente
de una moneda de Xàtiva), y el también frecuente término seltar
(aunque en este caso es dudoso que se trate de un sufijo), que
estudiaremos en el apartado dedicado al léxico.

100
P ar a es te e le n co , c f. U nter ma n n ( M L H.I I I ,1 , p p . 1 5 5 -1 8 0 . Y co mo es t ud io má s
act ua li zad o , E . Or d u ña ( en p r e n sa) .
101
Au nq ue h a sta a ho r a no lo he mo s me nc io nad o e x p líc it a me n te, co n vi e ne a clar ar q ue
en la s t r a n scr ip cio n es d e te x to s ib ér ico s, se r ec ur r e a l a le tr a n e gr i ta p ar a aq ue llo s
to mad o s d e lo s s e mi si la b ar io s, y l a ne gr it a c ur s iv a p ar a lo s p r o c ed e n te s d el a l fab e to
gr e co -ib ér i co . Lo s te x to s e n la tí n se t r a n scr ib e n en ma yú s c u la y lo s e n gr ie go e n e l
p r o p io a l fab e to gr ie go .
102
E . Or d u ñ a ( e n p r e n sa, p p . 5 5 -5 8 ) .
103
Dad o e l car á cte r d e e st a o b r a, no q u er e mo s ab r u ma r al l ec to r co n exc es i va s
r ef er e n cia s co ncr e ta s c ad a ve z q ue me nc io ne m o s a l g ú n tér mi n o ib ér i c o . Co n to d o ,
to d a " p alab r a" p ued e s er e nco ntr ad a e n d i fer e nt e s í nd i ce s d e l as o b r as a la s q ue
he mo s h ec ho r e fer e n ci a, so b r e to d o lo s M L H d e U nter ma n n.

65
Es mu y frecuente también su aparición seguido de otros sufijos
(pues él suele aparecer en primer lugar en la combinación de diferentes
sufijos), sobre todo –en, y -  i (como ]aŕbi ś ar-en, ]ninar-en, alosoŕtin-
ar-
 i, leistikeŕ-ar-  i, n  keiltiŕ-ar-
 i) cu yas interpretaciones veremos
enseguida.
Como hemos mencionado, ante su frecuente aparición, a este sufijo
se le han atribuido diferentes valores, aunque casi siempre como un
marcador de posesión con diferentes matices. No obstante, consideramos
más plausible la hipótesis de de Hoz 104 de que se trata de una especie de
presentador o determinante. 105

- -an: Es un sufijo de relativamente frecuente aparición, aunque


ocasionalmente se le ha atribuido el valor de variante de –en. También
aparece frecuentemente precedido de b-, que aunque ocasionalmente
puede ser considerado como un prefijo, parece más adecuado considerar
la secuencia ban como un morfo completo. Tampoco es raro como
terminación de otros segmentos y sufijos como eban o –tan, e incluso ir
seguido de otros.
Donde sí parece más frecuente es asociado a posibles lexemas de
carácter verbal: banteŕ-an, ś alaiaŕkisteŕok-an, bitete-an, sekebiteros-
an, gaŕok-an, se ś geŕ ś duŕ-an, etc. Con todo, su valor sigue representado
una incógnita.

- -ban: En realidad es un segmento que en ocasiones aparece


separado mediante interpunción de otras “palabras”, pero a veces parece
actuar como sufijo y otras como prefijo: ban-itiŕan, tautintar-ban; a
veces también aparece seguido por otros sufijos, como - i: seltar-ban-
 i; y es también bastante frecuente en leyendas monetales: 106 iltiŕta-
ś aliŕ-ban. Por ello, entre otras atribuciones, se le ha dado un valor de
sufijo indeterminado o de numeral.

- -e: Este morfo puede aparecer como sufijo y como prefijo:


ikoŕbeleśś -e, e-satiran. Se le han atribuido varios valores, como
genitivo, directivo o dativo. Además, creemos que es conveniente saber
que la terminación –e en onomásticos suele corresponder a una
adaptación ibérica de las terminaciones latinas –us 107 y, en sentido
amplio, celtas –os, (likine, katulatie), sin que sepamos si tiene algo que
ver con su valor en estos idiomas.

- -en: Es también un sufijo bastante frecuente en ibérico. En


ocasiones aparece directamente detrás de un nombre iltiŕbikis-en, pero
también suele ir precedido del sufijo –ar (anaio ś -ar-en-
 i), y bastantes

104
De Ho z ( 2 0 0 1 , p . 3 5 6 ) .
105
Al r e sp ec to , vé sa ta mb i én E . Or d u ña ( e n p r e n sa , p p . 5 8 -6 0 ) .
106
Véa se , co mo o b r a d e c o nj u nto má s r ec ie nt e: M. -P . Ga r cí a B el lid o y C. B lázq u e z
(2001).
107
Se g ú n Co r r ea ( 1 9 9 3 b ) e st a ad ap ta ció n se p r o d uc ir ía a p ar ti r d e l vo ca ti vo .

66
veces seguido de -  i (como en la anterior secuencia –ar-en-  i):
ilturbiltis-en- i, eikeboŕ-en-
 i-ekuan. De los diferentes valores que se
le han atribuido, hay cierta coincidencia en considerarlo como genitivo o
indicador de pertenencia (atribución que incluiría la de destinatario). 108
En este sentido coincidiría con el sufijo posesivo del vasco, pero no, al
parecer, con el genitivo pronominal, y que es el reconstruido para el
protovasco, 109 como –e.

- -er: No se trata de un sufijo mu y frecuente, e incluso es


considerado como variante fonética de –ar o de –e, o variante dialectal
de –te. En todo caso suele aparecer tras onomásticos, y se le ha atribuido
un valor de dativo: bui ś tin-er, ]benebetan-er. Con todo, es frecuente
como terminación de algunos elementos onomásticos, sin que se le pueda
atribuir un valor de sufijo: balkesbaiser, iltiŕtiker, etc.

- -(e)s: Aunque tampoco es mu y frecuente, al menos en su forma


plena, este sufijo se ha aislado en algunos segmentos, como ]au ś -es, 110
cu yo valor podría ser el de indicar origen (para más detalles véase el
apartado dedicado a –(e)sken). También es posible que en ocasiones
aparezca bajo la forma –s: iltiŕke-s, batir-s, etc. 111

- -(i)ka: Es, sin duda, uno de los sufijos de más frecuente


aparición, sobre todo siguiendo a elementos onomásticos (aiunortin-
ika, 112 sikeboneśś -ka), pero también a otros posibles sustantivos (iunstir-
ika) y a, quizás, elementos pronominales (iŕ-ika).
Es destacable también el hecho de que en ciertas ocasiones vaya
seguido de signos de indudable valor numérico, como en el plomo G.1.6:

A) sakalakuka. a I . o I ki I
sikeboneśś ka. o IIIIXI
B) sakalakuka. e. kibaskitar. o IIIIII. ki II
o IIIIIIII
ki I ki II
a IIIIII

Esto sin duda favorece su interpretación como sufijo relacionado


con elementos contables, pero a la hora de concretar surgen
divergencias. Así, se ha interpretado como marca de procedencia, o como
ablativo de origen, como deudor o destinatario (lo que equivaldría a un
dativo con valor de objeto indirecto, o a un alativo o prolativo), e

108
Ro d r í g uez Ra mo s ( 2 0 0 2 d , p p . 1 1 3 -1 3 2 ) . So b r e s u v alo r p o s es i vo , v éa se ta mb i é n L .
Si l go ( 2 0 0 0 ) .
109
C f. Go r r o c hat e g ui y L a kar r a ( 1 9 9 6 ) .
110
C f. De Ho z ( 2 0 0 2 ) .
111
P ar a má s d eta ll es , c f. E . Or d u ña ( e n p r e n s a, p p . 7 5 -7 8 ) .
112
T anto e s te s u fij o co mo o tr o s q u e v er e mo s a c o nt i n ua ció n ( - i- ke, - i - ku, - i- t e) , y
o tr o s q u e no a na li za mo s aq u í, e s fr ec ue n te q ue ap ar ez ca n p r e ced id o s d e l el e me n to –
i- , si n q u e sep a mo s s i é s te se d eb a a r azo n es fo n éti ca s, mo r fo ló gi ca s u o tr a s.

67
incluso como marca de ergativo (lo que lo equipararía al vasco, con el
“actual” sufijo -k) o agente.
Otro hecho que merece destacarse es el que relaciona este sufijo
con los que aparecen en los textos en alfabeto greco-ibérico. En ellos
encontramos un sufijo –ke (y –ge): iŕ-ike, naltin-ge; pero otros que
aparecen como –k (y –g): 113 legu ś egi-k, ś alir-g. Por ello se ha propuesto
que el sufijo –i-ka equivalga en alfabeto greco-ibérico a –k ó –g, o, con
otras palabras, que en los semisilabarios ibéricos la terminación con el
silabograma <ka>, al menos cuando actúa como sufijo, represente en
realidad una consonante oclusiva con vocal muda (no pronunciada). 114

- -(i)ke: Se trata también de un sufijo de frecuente aparición,


aunque no tanto tras elementos onomásticos como tras otros segmentos:
kuleśś buŕ-ke, iŕ-ike, uske-ike, naltin-ge, etc. También en ocasiones va
precedido del elemento –k(i)-: baites-ki-ke. E incluso puede funcionar,
al parecer, como infijo: oto-ke-iltiŕ.
Sobre su valor, se ha especulado que se trate de un dativo, 115
aunque también se ha planteado la posibilidad de que sea una variante, al
menos dialectal, de –(i)ka. Por otra parte, J. de Hoz ha vuelto a plantear
la posibilidad de que se trate de un formador de étnicos o un elemento
pluralizador. 116

- -(i)ku: Este sufijo, aunque no es mu y frecuente tras elementos


onomásticos, sí aparece tras otro tipo de elementos: aiunortin-iku,
ataŕeśś aŕ-ku, borar-iku, usekeŕte-ku. J. Rodríguez Ramos 117 ha
planteado la posibilidad de que, cuando aparece en el signario
meridional, sea una variante de –te oriental, por lo que tendría un valor
próximo al ablativo de origen (o bien patrónimico o genitivo-locativo).
Por su parte, J. Untermann 118 cree que, con un valor cercano, tendría
valor de locativo o de procedencia, sobre todo al aparecer con supuestos
nombres de lugar.

- -(i)te: Este sufijo es también de los más recurrentes en la lengua


ibérica. Aparece sufijando tanto a elementos onomásticos como de otro
tipo: alauniltiŕ-te, banki-te, bors-te, iubebaŕe-te, likine-te, ś alaiaŕkis-
te, etc. También es frecuente ante el segmento -ŕok-, sobre todo
precedido de bi-, pero es posible que en algunos de estos casos nos
encontremos con un elemento “(b)iteŕ” (en alternancia con “(b)itiŕ”) 119

113
Re co r d e mo s q u e e n e l al f ab eto gr e co -ib é r ico sí s e p ued e n ma r car l a s o c l u si v as
f i nal es .
114
P ar a lo r el acio n ad o co n el s u fij o – i- ka , s u s p o sib le s v alo r es y r ep r es en tac io ne s,
co n s id er a mo s mu y i l u st r ati v a la co n s u lta , co m o o b r a act ua li zad a , d e E . Or d u ña ( e n
p r en s a, p p ., so b r e to d o , 4 9 -5 4 , 6 5 - 6 8 y 2 2 2 -2 2 6 ) .
115
C f. Ro d r í g ue z Ra mo s ( 2 0 0 2 d ) .
116
C f. d e Ho z ( 2 0 0 2 ) . So b r e é s te v alo r véa s e ta mb ié n, i n fr a, el ap ar tad o d ed icad o a –
( e) s ke n.
117
Ro d r í g uez R a mo s ( 2 0 0 2 d ) .
118
U nt er ma n n ( 2 0 0 1 ) .
119
E n e sto s c a so s p o d r ía e nt e nd er se la b- i ni ci al c o mo u n el e me n to p r e f ij a l.

68
como precomponente de una raíz o lexema, o morfema, –ok-: 120
]tinba ś teeŕoke, biteŕokan, ś alaiaŕkisteŕokan, basbiteŕoketine, etc.
También aparece atestiguado ante el elemento “ekiar”,
ocasionalmente con la posible contracción de las dos “es”, si es que no
hay que entender el sufijo –te como –t, con vocal muda:
bilosaŕkertekiar, kaŕesirteekiar, kekebesteekiarte, unskeltekiar,
ebiŕteekiar. Este elemento “ekiar”, como veremos en el apartado
dedicado al léxico, ha sido considerado como verbo, o sustantivo verbal,
con el sentido de “hacer” u “obra”, o similar.
Una circunstancia añadida guarda relación con la representación de
este sufijo en el alfabeto greco-ibérico, pues en éste encontramos
terminaciones –t (y –d), como en boi ś tingi ś did, gaibigait, iŕiseret,
tebind. Ante esto es posible que en los semisilabarios ibéricos el sufijo –
te represente en realidad (aunque no tiene por qué ser siempre así, pues
es posible que nos encontremos ante dos sufijos, uno con vocal plena y
otro sin vocal) el fonema simple /t/ (puede compararse en este sentido el
greco-ibérico gaibigait con el término en escritura oriental kaitiukaite),
de forma similar a lo que hemos expuesto con respecto al silabograma
<ka> para representar /k/. No obstante, los datos de que disponemos no
son todavía conclu yentes, y, como hemos dicho, es mu y posible que nos
encontremos con un doble sufijo.
Finalmente, con respecto a su valor, aunque se han postulado
varios, la mayoría de los estudiosos coincide en que tendría uno cercano
al ablativo (con variantes como dativo o locativo) o agente.
Recientemente, a partir de una nueva lectura de una moneda de Sagunto
(A.33): aŕsbikis-te-ekiar, J. Velaza 121 cree posible confirmar que el
valor del sufijo sea el de agente (lo que no es incompatible ni con el
valor de ablativo ni con el de ergativo).

- -
 i: Se trata sin duda de uno de los sufijos más abundantes, y
también objeto de mayores interpretaciones, no sólo por sus contextos de
aparición, sino también por la propia forma del morfo, pues contiene el
signo que en el semisilabario ibérico oriental todavía no ha sido
descifrado con seguridad. No obstante, es frecuente que aparezca en
lugares donde en el alfabeto greco-ibérico encontramos –nai (secuencia,
por otra parte, poco frecuente en los propios semisilabarios), de ahí que
este –nai se haya asimiliado a -
 i, y por derivación que el signo <> se
pronunciara de una forma semejante a /na/. 122
Su aparición es frecuente, aunque no exclusiva, tras elementos
antroponímicos: keltaŕerker-  i, taŕbanikoŕ-  i, iunsir-
 i. Pero es
todavía más frecuente precedido de otros sufijos, como –ar, -en (o la

120
Au nq ue to d a v ía r e s u lt a hip o tét ico , no e s d e s car t ab le q ue e s te ele m en to – o k- ,
hab it u al me n te p r e fij ad o y s u f ij ad o , co r r e sp o n d a a u na r a íz d e t ip o ver b a l ( o
s u sta n ti vo ver b a l) , a u nq ue, p o r e l co n tr ar io , ta mb ié n cab e la p o s ib i lid ad d e q ue s e
tr at e d e u n mo r fe ma u ni d o a b as es ver b a le s . So b r e é l p ued e ver s e u n e st ud io
p ar ti c ul ar e n el cap í t ulo 5 d e e st a mi s ma se g u nd a p ar t e.
121
J . Ve laz a ( 2 0 0 2 b ) .
122
P ar a e st a a si mi lac ió n v éas e J . Si le s ( 1 9 8 1 ) .

69
unión de ambos: -ar-en), o –ban; y siempre ocupando el último lugar:
 i, bastoba ś or-en-
ilturbiltis-en-  i, leistikeŕ-ar- i, n  keiltiŕ-ar-
 i,
sakaŕisker-ar-nai, anaio ś -ar-en- i, ban-
 i, seltar-ban- i.
Muchos autores han defendido hipótesis diversas sobre su valor,
entre ellas el de posesivo, sufijo terminal, demostrativo o pronombre
personal, verbo “ser” enclítico, o artículo o determinante. Obviamente
todas ellas están justificadas, pero ante tal variedad todavía es pronto
para decantarnos por cualquiera de ellas.

- -(e)sken: En este caso no nos encontramos ante un único sufijo,


sino ante la unión de tres. Se trata de un conjunto relativamente
frecuente en leyendas monetales, como ars-e-sken, au ś -e-sken, iltiŕk-e-
sken o urk-e-sken. Aunque ya con anterioridad se había planteado la
posibilidad de que se tratara de un conglomerado de sufijos, J. de Hoz 123
ha vuelto a planterarse la idea y ha concluido que se trata de la unión de
tres sufijos diferentes (con contracciones fonéticas), cu yo estudio
acabamos de ver: -(e)s-, -ke- y –en. De ellos piensa que el primero
indicaría origen, el segundo sería un formador de étnicos o
pluralizador, 124 y el tercero indicaría la pertenencia. Así, este conjunto
sufijal, unido habitualmente, como se ve, a topónimos, podría traducirse:
“(moneda) de los (originarios) de NL”. Se trata desde luego de un
planteamiento bastante plausible (y creíble), y sería útil comprobar si la
posible función de estos sufijos se adapta bien a otros contex tos (aunque
siempre es posible que nos encontremos con elementos homófonos).

Con estos morfos hemos mostrado un pequeño cuadro de los


existententes en ibérico, pero hay muchos más, como ba-, b-, -bo, -ki, -
ir, is-, -tan, -(i)u, -(i)tor, -tin, 125 etc. De muchos de ellos su valor es
todavía más oscuro que el de los que hemos visto más arriba.
Pero a pesar de nuestro desconocimiento, no representa un pequeño
paso el haber sido capaces de identificar al menos muchos de ellos, como
lo que son, es decir elementos gramaticales que se unen a distintos
lexemas (o a otros elementos semejantes) y que sin duda servirían para
modificar morfológica, sintáctica o semánticamente éste. Seguir
avanzando en el estudio de éstos (su distribución, valor, combinaciones,
etc.) es desde luego una labor en la que todavía queda mucho por
realizar, pero sólo a través de ésta (junto a otras similares) podremos
avanzar en la comprensión de la lengua ibérica en su globalidad.

123
C f. d e Ho z ( 2 0 0 2 ) .
124
P ar a Ro d r í g uez Ra mo s ( 2 0 0 4 , p p . 3 3 7 -3 4 4 ) e l e le me n to p l ur al izad o r , o s u f ij o
te má ti co , ser ía má s b ie n – k( i ) - . M ás r ec ie n te, d e l p r o p io a uto r , ( 2 0 0 5 a) .
125
So b r e el p o s ib l e va lo r d e é st e úl ti mo he mo s es b o zad o u na p r o p ue st a d e hip ó te si s
al co me n t ar lo e n e l cap í tu lo 8 ( C f . “ne it i n”) .

70
3.- Sintaxis.
Se trata éste de un campo en el que nuestro nivel de
desconocimiento resulta particularmente elevado. No sólo porque, ho y
por ho y, no somos capaces de determinar con seguridad muchos de los
elementos gramaticales y lexicales de la lengua ibérica, sino también
porque, aunque en ocasiones podemos distinguir algunos, la relación que
guardan entre ellos dista de ser establecida sobre bases mínimamente
seguras. De hecho, la sintaxis representa posiblemente el aspecto sobre
el que menos se ha avanzado en el estudio de la lingüística ibérica. No
obstante, siempre podremos, a partir de los propios textos, extraer
algunas relaciones que, al menos, nos permitan establecer algunas
hipótesis (ciertamente pocas), aunque no conclusiones.

En algunos textos determinadas secuencias presentan una


terminación (posiblemente un sufijo) similar, como en:

 i.ban  i. (C.4.2)
tikirsbalauŕ.ar

seltarban-
 i-basibalkar
 baŕ-
 i (F.14.1).

be]ikeai.aneŕai.śanibeiŕai.leitaśeai.botota ś te.bantakikia
]ŕatite.isai.iltursaiŕsai.aŕikaŕbinisai. (F.9.7).

iŕika : iunstirika (C.1.24)

En estos casos podríamos hablar de concordancia entre elementos


(aunque ignoremos de qué tipo).
En otras ocasiones comprobamos que un sufijo aparece tras un
elemento que comparte, a su vez, un sufijo con un elemento anterior:

anbo ś iltun-u.baiseltun-u.te (F.20.1).

iunstir. ś alirg (G.1.1). 126

Con lo que podríamos encontrarnos con algún tipo de flexión de


grupo.

Recientemente, J. de Hoz, 127 basándose en criterios y paralelos


tipológicos, ha mantenido que, a partir del supuesto (probable) de que el
ibérico sea una lengua aglutinante (y altamente incorporante, según él,
pues al parecer un elemento léxico es susceptible de verse aglutinado a
otros con lo que daría lugar a una frase en sí mismo), es mu y posible
que en ésta nos encontremos con un orden de palabras en el que el sujeto
encabece la oración y el verbo la finalice; y del mismo modo el

126
E n e s te ca so d eb er ía m o s e nte nd er la t er mi n a ció n – r ( mej o r q u e – i r ) co mo u n
s u fij o .
127
J . d e Ho z ( 2 0 0 1 a, e sp ec ial me n t e p p . 3 4 9 -3 5 3 ) .

71
determinante preceda al determinado. Es decir orden SOV y determinante
+ determinado. 128 Ello no impediría por supuesto que en la lengua
hablada (o en ciertos “formalismos formulares”) existiera cierta libertad
sintáctica.
Así, efectivamente vemos que en algunas ocasiones (aunque hay
que reconocer que existen abundantes excepciones) lo que podríamos
considerar como una oración, o segmento oracional (aunque, insistimos,
esto es mu y inseguro), está encabezada por un elemento sin sufijo (lo
que equivaldría al caso absolutivo o sujeto intransitivo), seguido de un
posible elemento verbal, 129 o por un elemento sufijado por –ka (lo que,
si entendemos éste como marca de ergativo, equivaldría a un sujeto
transitivo) o por –te (en cu yo caso podría ser intepretado como un
agente) al que también seguiría un posible elemento verbal: 130

salaker itiŕoketetan (C.1.24). (Suj. Intr. + verbo).


ba ś k bui ś tiner bagaŕok (G.1.1). (Suj. Trans. + Compl. + verbo).
likinete.ekiar.usekeŕteku (E.7.1). (Agente + verbo + Compl. De lugar).
bikiltirśś te eŕeśś u (C.2.3) (Agente + verbo).
Todo esto entendido, claro, con muchos interrogantes.

Con respecto al orden determinante-determinado podrían aducirse


como ejemplos:

kalunseltar (E.10.1), que podría entenderse como “seltar (¿¿tumba??) 131


de Kalun”.
aloŕiltui.bela ś baiser-eban (D.10.1), quizás “Aloŕiltui hijo (???) de
belaśbaiser”.

Como se puede comprobar claramente, y ya dijimos, las


inseguridades son muchas. Con todo, resulta obvio que ante la aparición
de diferentes elementos con distintos sufijos dentro de una oración la
relación entre estos elementos debería estar marcada precisamente por
estos sufijos (aunque sin duda otros tendrían otro tipo de valor, como
pluralizadores, determinantes, indicadores temporales, conjunciones,
etc.), pero para saber cómo actuaban éstos y su posible valor nos queda
mucho camino por recorrer, aunque ya está iniciado.

128
As í mi s mo es te a u to r ( o . c. , p p . 3 5 2 -3 5 3 ) ma n ti e ne l a h ip ó t es i s d e q ue l a
d i fer e n cia ció n e ntr e p o se s ió n a li e nab l e/ no al ie nab le o e n tr e p o se s ió n
p r ed ic at i va/ atr ib ut i va v e nd r ía ma r cad a p o r la p r e se nc ia o no d e s u f ij o s.
129
Au nq ue r ea l me n te s ab e mo s mu y p o co so b r e e l lé x ico ib ér ic o , v éa se e l ap ar t ad o
si g u ie n te so b r e p o s ib le s se g me n to s v er b al e s.
130
P ar a c ue s tio n es r el at i va s a mo r fo si n ta x i s c o n sid er a mo s mu y co n v en ie n te la
co n s u lta d e la te si s d o c t o r al d e Or d u ñ a ( e n p r e n sa, p p . 2 1 7 -2 2 9 ) .
131
So b r e e sta s h ip o t ét ica s tr ad uc cio ne s v éa se el ap ar tad o s i g uie n te.

72
4.- Léxico.
En el momento de tratar este apartado debemos resaltar en primer
lugar que nos encontramos, en el momento actual sobre el conocimiento
de la lengua ibérica, ante una dicotomía.
Por una parte conocemos relativamente bastante bien el
funcionamiento y los componentes que se refieren a los elementos
antroponímicos, es decir aquel que afecta a los nombres propios de los
iberos, a cómo se llamaban; pero por otra parte, aunque se ha conseguido
aislar algunos segmentos léxicos que pertenecen al vocabulario común
(incluidos sin duda algunos de los elementos que forman parte de los
onomásticos), en gran medida nos mantenemos en ese estado, porque
todavía no podemos realizar ninguna traducción, en sentido estricto, de
ninguno de ellos, aunque se hayan efectuado aproximaciones semánticas,
sin duda plausibles y con una base documental bastante sólida.
Por ello dividiremos este apartado en dos subapartados según el
tipo de léxico establecido con anterioridad.

a.- Elementos antroponímicos.

Es aquí donde nuestro conocimiento de la lengua ibérica se asienta


sobre un mayor nivel de seguridad, y ello se debe, en gran medida, al
descubrimiento del llamado “Bronce de Áscoli”, donde aparece una
inscripción en latín conocida como “Turma Salluitana”.
Se trata de una mención honorífica, con concesión de la ciudadanía
romana, realizada por el general Gneo Pompeyo durante las guerras
mársicas, en el año 89 a.C., a un grupo de jinetes que formaban parte de
la tropa auxiliar. Este grupo esta conformado por iberos de diferentes
ciudades del valle del Ebro, la primera de las cuales en ser mencionada
es Salluie, Zaragoza, de ahí el nombre de la inscripción. 132
Veamos en primer lugar algunos de estos nombres, a título
ilustrativo (en total son 30, aunque no los mencionaremos todos), antes
de realizar un análisis aproximado y las consecuencias de éste.

Sanibelser Adingibas f.
Illurtibas Bilustibas f.
P. Fabius Enasagin f.
Sosinaden Sosinasae f.
Sosimilus Sosinasae f.
Urgidar Luspanar f.
Nelbeaden Agerdo f.
Beles Umarbeles f.

132
E l r es to d e c i ud ad e s m en cio nad a s, a u nq u e d e al g u na s d e e ll as l a lo ca liz ació n no
es co mp le ta me n te se g u r a, p er te n ece n a l r e fer id o á mb i to g eo gr á f ico . P o r e llo e s
p o sib le, p r á ct ica me n t e se g ur o , q ue e n a l g u na s d e ella s no s e h ab la r a ib ér i co e n
se n tid o e str ic to , lo q ue i mp li car ía q ue a l g u no s d e lo s no mb r e s q ue m en cio na r e mo s
no p er te n ezc a n a e st a l e n g ua , s i no a o tr a s q ui zá s a f i ne s; e i nc l u so e s m u y p r o b ab le
q ue ha ya e le me n to s “v ascó n ico s”. Co n to d o , la gr a n ma yo r ía d e lo s e le me n to s
o no má s ti co s q ue ap ar e ce n vo l ve mo s a e n co nt r ar lo s e n o tr a s i n sc r ip cio n es d e
in d u d a b le ib e r icid a d .

73
Balciadin Balcibil. F.

Como se puede ver, la lista de nombres está conformada por el


nombre del individuo seguido por el nombre del padre, seguido de la
abreviatura f(ilius).
A partir de esta selección, se pueden extraer algunos datos:
Se observan ciertos hechos fonéticos y morfológicos, consecuencia
sin duda de la circunstancia de que el lapicida era latino y en parte
adaptó lo que oía a su propia lengua (como la aparición de <p> y <m> y
desinencias de genitivo latinas en “-ae”, etc.).
Como hecho destacable que nos intersesa ahora, observamos que la
mayoría de los nombres están conformados por dos elementos unidos:
“Illur-tibas, Bilus-tibas”. Estos elementos se pueden combinar entre sí, y
algunos de ellos pueden aparecer tanto en primer como en segundo lugar
(aunque en posteriores estudios se ha visto que otros sólo aparecen en
uno u otro lugar): “Adin-gibas / Balci-adin”. En cambio, otros están
formados por un solo elemento: “Beles”; y otros también por uno pero
sufijado: “Ager-do”.
Finalmente también vemos que algunos de ellos ostentan un
nombre latino (praenomen y nomen), mientras que su posible padre
todavía tiene nombre ibero. Esto es, sin duda, un claro indicio del
proceso de latinización que experimentaban ya en estas fechas algunas
ciudades ibéricas.

Fue, entonces, a partir de estos elementos, junto con muchos otros


idénticos recurrentes en diferentes textos ibéricos, cuando mediante un
procedimiento combinatorio y deductivo J. Untermann 133 logró identificar
un buen número de elementos onomásticos conformadores de
antropónimos; es decir, si un elemento se combina con otro para dar un
antropónimo bimembre, al unirse a otro éste queda automáticamente
establecido como conformador también de elementos antroponímicos, y
si éste, a su vez, puede unirse a otro, éste último también será añadido a
la lista de éstos, y así sucesivamente. 134
Mediante este procedimiento, Untermann logró establecer una lista
de 141 elementos susceptibles de combinarse para conformar
antropónimos. Estableció además aquellos que sólo aparecen en primer o
segundo lugar y los que pueden aparecer en ambos. E incluso las
posibles variaciones que pueden experimentar éstos, según la posición
que ocupen, pero también con variantes incondicionadas, que quizás
correspondan a variantes dialectales o diacrónicas.
Por otra parte, y también con la ayuda de onomásticos que nos
proporciona la epigrafía latina, se han podido establecer algunos
nombres posiblemente femeninos, como son los acabados en “–eton”, “-
in” o “-(i)aun-in”.

133
L a s o b r a s b á si ca s, e i mp r es ci nd ib le s, d e J . U nt er ma n n so b r e e sto s a s p ecto s so n :
R ep e rto rio … ( 1 9 8 7 b ) y ML H.I I I ( 1 9 9 9 , p p . 1 9 5 - 2 3 8 ) .
134
E n ho no r a la ver d ad s e d eb e r eco no ce r q ue ta l p r o ced i mi e nto ya f ue d esc ub ier to
p o r H. Sc h u c har d t e n 1 9 1 2 , a p ar tir d e lo s no mb r es d el B r o nce d e A sco li ( c f. H.
Sc h uc h ar d t, " I b er i sc he P er so n e n na me n" , R I E V .3 , 1 9 1 2 , p p . 2 3 7 -2 4 7 .

74
Del número anteriormente citado mencionaremos, como ejemplos,
sólo algunos: abaŕ, alos, aŕki, atin, baiser, balke, beleśś , biuŕ, ikoŕ,
iltiŕ, iskeŕ, kuleśś , oŕtin, sosin, tiba ś , unin, uŕke, entre otros (algunos
de ellos, como hemos dicho, con variantes).

Con posterioridad a las citadas obras de Untermann, este mismo


autor y otros estudiosos, a partir de hallazgos de nuevos textos y
reconsideración de otros ya existentes han ido ampliando la nómina de
estos elementos antroponímicos.
Así, A, M. de Faria ha ido realizando sucesivas crónicas
onomásticas 135 en las que ha revisado algunos de estos elementos y ha
añadido otros.
También J. Rodríguez Ramos ha establecido un índice crítico de
formantes y ha elevado su número hasta 159. 136
Finalmente, también E. Orduña, 137 en su estudio sobre la
segmentación de los textos ibéricos, ha creído encontrar algún elemento
más susceptible de ser añadido a estas listas.

Ha sido gracias a estas identificaciones como se han podido


distinguir otra serie de elementos, sobre todo sufijos con valor
gramatical añadidos a éstos, tal como mencionamos en el capítulo
correspondiente, y también otros elementos que, al no pertenecer a la
categoría de los onomásticos, han de pertenecer necesariamente a otra,
bien sean nombres comunes, adjetivos, verbos, elementos pronominales,
etc. Así, a partir de un texto dado podemos extraer inmediatamente (si
las circunstancias son adecuadas, lo que no siempre ocurre) qué
elementos son antropónimos e intentar un estudio de los elementos que
nos quedan, lo que no es ciertamente fácil. En este sentido es importante
el tipo de texto al que nos enfrentamos, pues en textos breves (como
inscripciones funerarias, monedas, marcas de propiedad, etc.) es
frecuente la aparición de antropónimos, con lo que el resto del texto
suele quedar bastante reducido. Pero en plomos, que suelen ser cartas de
tipo comercial o de otro tipo, aunque es frecuente la mención del
destinatario (y en ocasiones también la del remitente), y también cabe la
posibilidad de la mención de otras personas (como testigos, agentes,
etc.), una buena parte del resto del texto sigue siendo una incógnita.

Una cuestión diferente trata sobre la posibilidad del significado


propio que sin duda tendrían estos elementos formadores de onomásticos.
Es decir, aunque los antropónimos están formados por dos elementos,
éstos (al menos muchos de ellos) tendrían un significado propio al
aparecer como palabras independientes de distintas categorías, y de
hecho vemos que muchas veces aparecen como tales. Mencionemos un
solo ejemplo: en el texto F.5.1 aparece el término iltiŕ-bikis-en, que
podría traducirse como “(propiedad) de Iltirbikis”, pero también sabemos
que es bastante probable que el segmento “Iltiŕ”, que puede aparecer

135
L a r e lac ió n co mp le ta d e é sta s p u ed e ve r s e e n l a b ib l io gr a f ía ( F ar ia , A. M.)
136
C f. Ro d r í g ue z Ra mo s ( 2 0 0 2 e) . T a mb ié n d el mi s mo a u to r ( 2 0 0 4 , p p . 3 4 4 -3 5 5 ) .
137
E . Or d u ñ a ( e n p r e n sa, s .t. p p . 4 4 7 -4 5 6 ) .

75
también como elemento independiente o acompañado de probables
topónimos, signifique “ciudad”, con lo que en sentido estricto
“Iltirbikis” vendría a significar “Ciudad-bikis” o “Bikis de ciudad”, es
decir algo semejante a los nombres parlantes griegos. No obstante, son
éstos unos elementos sobre los que todavía hay muchas oscuridades, y
aunque de algunos podemos vislumbrar algo sobre su significado, de
otros no podemos decir prácticamente nada. Pero de todo esto trataremos
en el siguiente apartado.

b.- Otros elementos léxicos.

En este apartado podríamos decir que nos encontramos ante una


incertidumbre total, pero gracias al trabajo de muchos estudiosos 138 esto
no es ya enteramente cierto.
Desde luego es verdad que no conocemos con un nivel de certeza
completo ningún significado de los numerosos elementos léxicos ibéricos
que se aproximan a lo que habitualmente conocemos como “palabras”
(aunque el significado de este término ha de ser entendido con cierta
flexibilidad, sobre todo en lenguas de tipo aglutinante o incorporante).
De algunos de estos términos podemos intuir el significado
aproximado, o al menos el campo léxico al que probablemente
pertenecen, pero nunca de un modo completamente seguro.
Por otra parte, al desconocer el significado de éstos, tampoco
podemos estar seguros de si un elemento en cuestión pertenece a algún
tipo de palabra concreto (sustantivos, adjetivos, pronombres, verbos,
etc.), aunque los avances que se han hecho de un tiempo a esta parte en
este sentido sí han permitido algunas deducciones aproximativas. Con
estos avances nos referimos a métodos internos, es decir, aquellos que
los propios textos nos permiten. Así, el tipo de sufijos que toma un
elemento, la recurrencia dentro de un mismo texto, el lugar que un
determinado elemento suele ocupar dentro de una posible oración, el tipo
de elementos variables que se pueden añadir a un posible lexema
invariable, etc., nos permiten clasificar diferentes elementos dentro de
grupos concretos; es decir, podemos dividir algunos de los elementos del
léxico en algo cercano a lo que podríamos llamar “clases de palabras”.
Pero, insistimos, siempre de una forma aproximada y con
interpretaciones abiertas a nuevas propuestas.
También ha sido frecuente a lo largo de la historia de los estudios
ibéricos la comparación de algunos términos ibéricos con términos de
otras lenguas, especialmente con la vasca. Es lo que denominamos
comparaciones externas. Aunque sí hay términos relativamente parecidos
entre las dos lenguas (eukera e ibérico), al menos fonéticamente, esto
resulta mu y problemático, pues el mero parecido formal no garantiza la
igualdad semántica, sobre todo si comparamos dos lenguas mu y

138
E n tr e d i fer e n te s tr ab aj o s so b r e el lé x ico ib ér ico d e st aca n : J . Si le s ( 1 9 8 5 ) , J .
U nter ma n n ( ML H, 1 9 9 0 , p p . 1 8 0 -1 9 4 ) , J . Ve la z a ( 1 9 9 1 ) , y L. Si l go ( 1 9 9 4 ) . T a mb i é n
p ued e n r e s ul tar ú ti le s: J . Ro d r í g uez R a mo s ( 2 0 0 0 d y 2 0 0 4 , p p . 2 6 7 -2 8 9 ) y E . Or d u ñ a
( en p r e n sa, p p . 8 9 -1 1 6 y 1 4 9 -1 5 9 ) .

76
distanciadas en el tiempo. No obstante, de todo esto hablaremos con
mayor amplitud al tratar el tema del vasco-iberismo.

Son muchos los términos que en los textos ibéricos aparecen con
cierta frecuencia, pero, para no extendernos en demasía, analizaremos a
continuación sólo algunos de éstos, con algunos comentarios sobre las
propuestas (de valor, contextual, etc.) que se han hecho sobre ellos. En
nuestra ordenación tampoco prejuzgamos sobre su posible significado ni
la clase de palabras a la que puedan pertenecer, excepto si hay cierto
consenso sobre ellos o dichas propuestas nos parecen (con cierta
subjetividad) particularmente interesantes.

*** baites: Se trata de un elemento bastante frecuente, sobre todo


en plomos. Habitualmente aparece sufijado por diferentes segmentos que
posibilitan su identificación como elemento nominal. Una interpretación
interesante, al comprobarse que en ocasiones va seguido de diferentes
elementos onomásticos, además de ser la terminación en –es no habitual
en ibérico si no es con carácter sufijal, es la que postula que se trate de
un préstamo del griego, ma/ r turev . Esto guardaría relación (además de la
interpretación de una nasal labial como oclusiva labial, entre otras
adaptaciones fonológicas) con la posible vocalización en “i” de una
vibrante implosiva, 139 aunque cuenta con la dificultad de que en el
alfabeto greco-ibérico este término aparece con dental sonora: baides.
Con todo, también sería posible una sonorización. Además, tal
adaptación podría tener algunas implicaciones sobre la naturaleza del
acento ibérico.

*** baseŕ: Esta forma también presenta la variante basiŕ, aunque


no sabemos si obedece a razones fonéticas, morfológicas o dialectales.
Además, también encontramos las formas ba ś ir y ba ś ur, pero éstas
posiblemente estén más relacionadas con el elemento quizás pronominal
ba ś -. Aunque ocasionalmente aparece con sufijos de posible carácter
nominal, también aparece antecediendo al elemento “-ok-“ (aunque
también se puede considerar una segmentación bas-eŕok-”), cu ya
interpretación como verbo, o morfema verbal, es bastante probable
(véase más abajo), lo que vendría a favorecer el carácter incorporante del
ibérico. No obstante, sobre el posible valor semántico de este elemento
apenas podemos decir nada.

*** biteŕ: Este elemento presenta como posibles variantes bitiŕ (y


bidiŕ en el alfabeto greco-ibérico). Se trata, quizás, de uno de los
elementos más estudiados por las características de los elementos que lo
suelen acompañar. En primer lugar no es extraño que vaya precedido de
otros elementos recurrentes, como kutur o ś alir, aunque también puede
llevar otros “prefijos”, como bas-. Por otra parte, él mismo puede estar
sufijado, pero lo más destacable es la frecuencia en la que aparece

139
Véa se al r e sp ec to e l co me n tar io so b r e el s u f ij o “– a r”.

77
seguido, al igual que el elemento tratado antes, del elemento –ok-, que a
su vez puede ir sufijado. Veamos algunos ejemplos:
bas-biteŕ-ok-etine biteŕ-ok-an
bas-bidiŕ-bartin biteŕ-ok-etetine
El problema con este tipo de secuencias es su posible
segmentación, pues se puede entender un prefijo b- (al tener también
atestiguados segmentos iteŕ- e itiŕ-), pero también se ha especulado con
un segmento -eŕok- (e -iŕok-), también atestiguados tras otros
elementos, como bas-eŕok-ar (vid. supra). No obstante, consideramos
más probable una segmentación del tipo b-iteŕ-ok-, en el que
estableciendo paralelos con otras secuencias, b- sería un prefijo, -iteŕ-
un elemento (pro)nominal o lexema verbal, y –ok-, a su vez, un posible
lexema o morfema verbal. 140
No obstante caben otras interpretaciones: Así la ocasional
aparicion de los segmentos –teŕ- o –tir-, sin una i- inicial, induciría a
pensar que tal i- pueda ser considerada también como un prefijo (con lo
que obtendríamos tres variantes: bi-, i- y Ø). Según esto, también se
podría conjeturar que el posible lexema verbal fuera (i)teŕ o (i)tiŕ, y el
frecuente segmento –ok- fuera en realidad un morfema verbal, como
hemos indicado. Intentaremos aclarar, en la medida de lo posible, en el
siguiente apartado algunos aspectos de todo esto.
Obviamente, a la vista de lo mencionado, tampoco podemos decir
nada acerca de su posible significado.

*** eban: Este elemento también aparece con distintas formas


(mu y posiblemente variantes morfológicas), como teban, ebanen o
tebanen. Es bastante frecuente en estelas y lápidas funerarias, por lo que
se le han propuesto diferentes traducciones (sobre todo teniendo en
cuenta que este elemento suele ir precedido de dos nombres de persona),
aunque predominan dos.
Una, propuesta sobre todo por J. Untermann, sostiene que
significaría “dedicó” o algo similar, lo que es desde luego bastante
probable dado el tipo de inscripción en que aparece. La otra, defendida
sobre todo por J. Velaza, mantiene que la traducción sería “hijo”,
mientras que la variante teban significaría “hija” (lo que tendría como
consecuencia el hecho de que un prefijo t- sería indicativo de
diferenciación de género en los sustantivos, al menos en algunos), lo que
también es probable por la misma razón anterior. Además, en algunas
inscripciones aparece sólo la letra “e” tras los dos nombres de persona,
por lo que podría especularse que se tratara de una abreviatura del
elemento “eban”, al igual que en latín 141 se abrevia “filius” en “f”.
Ante esta dis yuntiva, simplemente ofrecemos un ejemplo con las
dos posibles traducciones:
aloŕiltui.bela ś baiser-eban (D.10.1).
“A Aloriltui (el difunto) Belasbaiser le dedicó…”. ó

140
So b r e é ste vo l ver e mo s a tr a tar u n p o co má s ab a j o .
141
J . Ve laz a, y o tr o s a uto r es, ma n tie n e n q u e l as i n scr ip cio n e s f u ner ar ar ia s ib ér i ca s s e
d eb e n so b r e to d o a la in f l ue n ci a r o ma n a. C f. M. M a yer y J . Ve la za ( 1 9 9 3 ) y J .
Vel aza ( 1 9 9 6 c y 2 0 0 3 a) , y ta mb ié n L . Si l go ( 1 9 9 6 ) .

78
“Aloriltui, hijo de Belasbaiser,…”

*** ekiar: Quizás sea también este elemento uno de los que más
ha atraído la atención de muchos estudiosos. También presenta como
variante ekien, sobre la que se ha especulado mucho; e incluso tekiar,
aunque en este caso es más probable que la forma “te-“ sea un sufijo de
la palabra anterior contraído con el principio “e-“, pues se dan ambas
formas: kaŕesirte-ekiar y unskelt-ekiar.
Aunque también se ha propuesto que el término tenga el valor de
una especie de título o cargo, a partir de textos como:
likinete.ekiar.usekeŕteku (E.7.1) o aŕsbikisteekiar (A.33), 142 hay
bastante consenso en considerar que en realidad pertenece al ámbito
semántico de la “actuación”. Otra cuestión es concretar su valor dentro
de ese campo, pues podría entenderse como un verbo (y así ekiar podría
ser singular y ekien plural, aunque esto es todavía más especulativo),
una especie de “hizo”, o un sustantivo, quizás verbal, algo así como
“obra” o “hecho”.
También tenemos otro elemento semejante, eŕiar, y aunque cabría
interpretarlo como una variante de ekiar, es más probable que sea
distinto, quizás, no obstante, perteneciente a un mismo “paradigma”.

*** iltiŕ: Es éste probablemente el elemento sobre el que hasta


ahora hay un consenso más amplio sobre su interpretación. Dados los
contextos en los que aparece, mu y amplios, se ha postulado que su
significado sería el de “ciudad” 143 o algo mu y similar. 144 De hecho, la
aparición de este término por un espacio mu y amplio también de lo que
denominamos “territorios de lengua ibérica” fue lo que dio pie a J.
Untermann 145 a dividir la península ibérica en dos zonas, aquella en la
que predominaban los topónimos en -iltiŕ (que sería la de lengua ibérica
o no indoeuropea), y aquella en la que predominaban los topónimos en –
briga (que sería la de lengua celta o al menos de lenguas indoeuropeas).
Este término, que en ocasiones presenta variantes como iltun,
iltur, iltu y, en greco-ibérico ildun (y posiblemente *ildiŕ), es frecuente
en topónimos bien conocidos algunos de ellos, como iltiŕta (que sería
Ilerda, Lérida) o ilturo (Mataró) y alauniltiŕte, aunque también es
frecuente en compuestos onomásticos (vid. supra), como otoiltiŕ,
tuŕśś iltiŕ, ilturatin o iskeiltun, u otros como ete
 iltiŕ o ilduniŕaenai.
Precisamente es un término recurrente en leyendas monetales,
como iltiŕta ś aliŕ, iltiŕta ś aliŕban, iltiratin, iltuŕiŕ, abaŕiltur,
iltiŕkesken, etc.
Este término también fue recogido por escritores latinos (y
griegos) para transmitir topónimos, etnónimos e incluso elementos

142
L a s tr ad uc cio n es p r o p u es ta s s er ía n “He c ho p o r / lo h izo L ici no d e /e n Os i cer d a” ( se
tr at a d e u n mo sa ico ) y “Hec ho p o r /lo hi zo Ar s b ik i s” ( i n scr ip c ió n e n u na mo ned a d e
Sa g u n to ) , ap r o x i mad a me nt e.
143
C f. A. P ér ez Al mo g u er a ( 2 0 0 1 ) .
144
U n r ep la n tea mi e n to so b r e la s car a cter í st ica s d e e ste tér mi n o p ued e ver s e e n d e
Ho z ( 2 0 0 5 , p p . 7 0 -7 7 ) .
145
J . U nt er ma n n ( 1 9 6 3 ) .

79
onomásticos ibéricos. No obstante, y esto puede ser importante para
indagar el valor fonológico de la lateral ibérica e incluso comprobar si
había más de una, la secuencia <-lt-> se adaptó al latín como <-l-> o <-
ll-> (lateral geminada) o, mu y rara vez, <-ld->, sin que la determinación
de tal diferenciación esté todavía clara. Según esto tenemos, por
ejemplo: Ilerda, ) I lerka/ o nev , Iliberris, Illiturgi, Ilurco, Indibilis,
Nesille, Illurtibas (estos dos, elementos onomásticos). De esta
adaptación (si en ibérico no se había dado una evolución fonética
similar) han derivado algunos topónimos y etnónimos actuales, como
Lérida (e ilerdenses), Elche (e ilicitanos, cf. < Ilici), etc., los cuales
constitu yen algunos de los pocos ejemplos de pervivencia del ibérico
ho y.

*** iunstir: Se trata de un elemento también mu y frecuente en


diferentes soportes, aunque predominan los plomos de carácter diverso.
Presenta además numerosas variantes, como iumstir, iustir, iu ś tir,
iunsir, unsir, y quizás iuns-, sin que sepamos con seguridad si tal
variabilidad responde a razones dialectales (espaciales o cronológicas) o
morfológicas (en dos ocasiones aparecen las formas iunstir y iunsir en
un mismo texto). Con todo, conviene tener un cuenta diferentes
variables, como la inestabilidad de una nasal implosiva ante silbante
final de coda, o, en otro sentido, la posibilidad de que contemos con
unos afijos –ti/ir.
También es bastante variado el contexto de su aparición, pues
suele seguir a elementos onomáticos, con o sin sufijos, y ante otros
elementos, e incluso asociado a diferentes elementos como ś alir o
uskeike. Por otra parte él mismo puede llevar diferentes sufijos, que
también pueden llevar otros segmentos cercanos a modo de
concordancia, como en iŕika iunstirika. También se ha planteado la
posibilidad de que sea un elemento onomástico, pues como tal aparece en
un texto celtibérico (Botorrita III), 146 y asociado al elemento “neitin”, al
que en ocasiones se le ha atribuido el valor de un teónimo.
La interpretación sobre su valor no está clara, pues se ha
especulado un posible valor verbal, con significados como “conviene”, o
con sentido de donación 147 o saludo; o, con valor de sustantivo, como una
especie de cargo. Sea como fuere, todas estas atribuciones no pasan
todavía de ser meras especulaciones, de ahí que haya hipótesis tan
diversas.
Nosotros, en el capítulo dedicado al análisis del texto conocido
como C.1.24 (vid. infra) hemos propuesto, de modo hipotético, otra
traducción, desde luego no definitiva.

*** ś alir: Es otro elemento bastante frecuente, pero sus contextos


de aparición son más específicos, pues suele aparecer, por un lado, en
leyedas monetales, como en iltiŕta ś alirban, y por otro en plomos de mu y

146
C f. B el tr á n, d e Ho z y U nt er ma n n ( 1 9 9 6 ) .
147
U n r ep a so so b r e d i fer en te s i n ter p r e tac io ne s p ued e v er s e e n Ro d r í g ue z R a mo s
( 2 0 0 4 , p p . 2 7 6 -2 7 9 ) .

80
probable carácter comercial asociado a numerales, precedidos a veces
éstos de algún otro elemento indeterminado, como ś alir o III, o ś alir
kaIIIIIIIIIII.
Todo esto ha llevado a atribuir a este elemento el sentido de
“moneda” o “dinero”, o al menos, a algo susceptible de ser contado o
medido como objeto de intercambios comerciales o con cierto valor.
En ocasiones también aparece sufijado, como la secuencia
destacable del plomo de Alco y, con constancia de oclusiva final de
“palabra”: ś alirg.
Por otro lado, a pesar de presentarse de foma mu y poco cambiante,
no es descabellado pensar que la raíz de este elemento sea en realidad
ś ali- o ś al-, pues son frecuentes los sufijos (y los elementos así
terminados) en –i-r, además de tener documentados términos con este
segmento ś al-i-, como is ś aletar, ś alibos o ś alkiteita[---]. 148

*** seltar: Se trata de un término (sólo presesenta como variantes


siltar y seltaŕ, en una ocasión cada uno) que en ocasiones aparece en
estelas sepulcrales, generalmente precedido de un compuesto
onomástico, y a veces seguido de otros sufijos: kalunseltar,
o ś ortarbanensiltar, seltarban  i, iltiŕbikis.en.seltar.  i.
A partir de su aparición concreta en estos soportes y contex tos se
ha mantenido como hipótesis que su significado aproximado sería el de
“tumba” o semejante, como “monumento funerario”.

*** aŕe take: Aunque ocasionalmente aparecen escritos de forma


continua, nos encontramos en éstos con dos elementos íntimamente
relacionados, aunque el segundo de ellos puede aparecer bajo diferentes
variantes, como teki, teike (y quizás tako). El hecho de que nos los
encontremos en inscripciones funerarias, e incluso en alguna de ellas
acompañada de un texto en latín, lo que se ha interpretado como textos
“quasi-bilingües”, como HEIC EST S IT[, ha provocado que se establezca
como posible traducción “Aquí yace” o algo similar, entendiendo el
primer elemento aŕe como un adverbio o un elemento pronominal, y el
segundo take como una forma verbal (de ahí que presente variaciones
escritas).
Aunque, como hemos ido viendo, toda traducción es especulativa,
la propuesta para estos elementos goza de una alto grado de
verosimilitud, aunque, en el estado actual de nuestros conocimientos, no
de certeza.

Aprovechamos en este momento la mención del elemento aŕe para


traer a colación aquí la existencia también de algunos términos que se
han interpretado como elementos pronominales o auxiliares. Se trata de
bases breves que pueden recibir diferentes sufijos, generalmente
coincidentes con los que se añaden a posibles sustantivos. Entre éstos,
además del mencionado aŕe- (con la posible variante aŕi-), que aparece

148
So b r e e ste a sp ec to p ued e v er se E . Or d u ñ a ( e n p r en sa , p . 9 0 ) .

81
en secuencias como aŕebin, aŕeka, aŕika, etc., tenemos ba ś - (ba ś bin,
ba ś ir, ba ś k, etc.), iŕ- (iŕe, iŕika, iŕike, iŕide, etc.), o is- (isai, isbinai,
istaŕ, etc.), como algunos de los más habituales. Desde luego hay otros
que también se han interpretado como tales, pero no los mencionaremos
aquí por no alargar demasiado nuestra exposición. 149 Existe, además, la
posibilidad de que algunos de éstos sean en realidad prefijos, o incluso
que tengan ambos valores.

Existen también otros elementos en los textos ibéricos cu ya


aparición es relativamente recurrente e incluso en contextos
determinados, que se podrían interpretar como sustantivos, adjetivos y
quizás verbos. No obstante, todavía no se puede hacer una interpretación
más aproximada de éstos, aunque aparezcan con cierta frecuencia, y no
hablemos ya de otros que tenemos mu y poco atestiguados.
Aunque el número de éstos es relativamente elevado, aquí
simplemente mencionaremos algunos, a modo de ejemplo, pero de los
que apenas se puede decir nada más, como son: uskeike, batir, neitin,
banteŕ/bantuŕ, kutur, abaŕ, kalir, bale, borar, ebeŕ/ebiŕ, eŕiar, kaŕes,
biuŕ,  bar, etc., etc. De entre estos, algunos han sido objeto de
diferentes interpretaciones, siempre especulativas y nunca determinantes
ni unánimemente aceptadas. Con todo, sirva este pequeño listado como
ejemplo de “palabras” ibéricas, y como prueba de lo mucho que todavía
queda por investigar. 150

No queremos dejar este apartado sin hacer mención a dos recientes


estudios de E. Orduña relacionados con estos temas.
En uno de ellos 151 cree posible identificar algunos términos
ibéricos con numerales en forma léxica, para lo que establece algunos
paralelos con el vasco (en su forma, aunque no tanto en la estructura de
los numerales complejos), y así interpreta abaŕ (diez), oŕkei (veinte),
laur (cuatro), borst (cinco), quizás sisbi (siete) y sorse (ocho), y con
muchas más reservas bi (dos) y ś ei (seis).
En otro 152 establece la posibilidad de identificar algunos
segmentos como posibles lexemas verbales. 153 Así, tras una ex haustiva
enumeración de formas que pueden contener un núcleo verbal, destaca
otras que podrían formar posibles paradigmas verbales. Éstas son: -ite-
(como en biteian, bitekian, bitetean, etc.); -kaŕ- (como sitiŕkarkan,
bitukaŕinar, gaŕokan, bagaŕok, tagisgaŕok, estos tres últimos en el

149
U n c atá lo go y co me nt ar io má s e x h a u sti vo p ued e ve r s e e n J . U nt er ma n n ( 1 9 9 0 , p p .
1 8 0 -1 8 2 ) , y úl ti ma me n te E . Or d u ñ a ( e n p r e n sa, p p . 9 7 -1 1 6 ) .
150
Al g u no s d e e s to s t ér m ino s ha n s id o o b j eto d e a te nc ió n, a u nq ue ca si n u n ca d e
fo r ma mo no gr á f ica, p o r d if er e n te s e st ud io so s, cu ya s r e fer e n ci as ser ía mu y p r o l ij o
me n cio n ar aq u í. S i n e mb a r go , sí r e s u lt a e se nc ia l la co n s ul ta d e l o s cap ít u lo s
d ed icad o s a lo s se g me n t o s le x ica le s y el e me n to s fo r mu l ar e s e n U n ter ma n n ( 1 9 9 0 , p p .
1 8 2 -1 9 4 ) .
151
E . Or d u ñ a ( 2 0 0 5 ) .
152
E . Or d u ñ a ( e n p r e n sa, p p . 1 1 7 -2 1 6 , y e sp e ci al m en te 1 4 9 -1 5 9 ) .
153
Otr o s e st ud io s e sp e cí f i co s so b r e p o s ib l es fo r ma s ver b ale s : L . Si l go ( 1 9 9 6 ) , J .
Ro d r í g uez R a mo s ( 2 0 0 0 y 2 0 0 4 p p . 2 6 7 -2 8 9 ) y d e Ho z ( 2 0 0 1 p p . 3 4 4 -3 4 9 ) .

82
mismo texto, uskaŕe, kaŕieukiar, -ŕeśś - (como uŕeśś tinir,
etc.);
 iŕeśś tinir, eŕeśś u, etc.); -s-iŕ- (como en koŕasiŕen, ekisiŕan, lasiŕa,
etc.); -tuŕ- (como lakeŕeiartuŕu, ituŕutan, bantuŕer, se ś geŕ ś duŕan,
bantuŕa ś , etc.); y -eŕok- (baseŕokeiunbaida, baseŕokar, eŕokar  i,
biteŕoke, biteŕokan, ś alaiaŕkisteŕokan, etc.). Establece, así, a partir de
estas formas, prefijos y sufijos que pueden ser verbales, e incluso,
siguiendo el planteamiento de J. de Hoz, 154 el hecho de que una base
verbal pueda incorporar otros lexemas.

154
De Ho z, no ta a nte r io r .

83
5.- Excurus: Sobre el segmento –ok-.
A partir del último elemento mencionado, -eŕok-, queremos, si se
nos permite un pequeño excursus, plantear una hipótesis particular. Se
trata, a juzgar por los elementos que lo acompañan, de que en realidad
habría que considerar un segmento, mu y probablemente un morfema
verbal, –ok-, y el resto de estos elementos o bien diferentes lexemas
verbales (aunque con tal abundancia de aparición de algunos de ellos que
pueden considerarse como íntimamente ligados, al menos a juzgar por
los textos que disponemos, cu ya precariedad, paradójicamente, nos
obliga a ser cautelosos en este sentido), o bien formas que se le unirían
como afijos u otros elementos incorporados, ya sea por el posible lexema
verbal ya por la concordancia morfosintáctica exigida por este morfema
u otros añadidos. Por ello haremos un estudio particular.

*****Ámbitos de –ok-:

ELEM. PREVIO COMP. ELEM. POST. INSCR.


]tinbaśteeŕ ok e C.17.1
tortonbalaŕbiteŕ ok a** C.17.1
]ŕ ok etan F.9.1
*bi*ŕ ok etan F.9.1
biteŕ ok etetine F.9.5
bitiŕ ok ebetense F.9.5
basbiteŕ ok etine F.9.7
-]ŕ ok ila[-]ala F.20.3
gaŕ ok an G.1.1
bagaŕ ok G.1.1
baśeŕ ok eiunbaida G.1.1
baseŕ ok ar G.1.1
tagisgaŕ ok G.1.1
otir ok eta G.15.1
itiŕ ok etetan C.1.24
śnśalirbitiŕ ok anabe B.7.34
artaŕ ok eŕbetubekuentita B.7.38
itiatubankuturbiteŕ ok an B.7.38
]ŕ ok a C.21.7
bastubarerteŕ ok an D.0.1
tuŕsbiteŕ ok an H.0.1
biteŕ ok an H.0.1
kaultebiteŕ ok an H.0.1
iteŕ ok e D.13.1
eŕ ok ate D.18.1
eŕ ok ari D.18.1
eŕ ok ar D.18.1
eŕ ok ai D.18.1
śalaiaŕkisteŕ ok an C.21.10
kaŕ ok a B.1.50

84
itiŕ ok ankeŕ[***]++++ Espejo
basbiteŕ o [ H.0.1
biteŕ [o]k etanbale F.9.1
]biteŕ ok itin G.22.1

T ab la 7 : Á mb i to s d e ap a r ició n d el s e g me n to -o k -

---Elementos previos:

biteŕ : 10
iteŕ : 1
teŕ : 2 (sin bi- previo)
teeŕ : 1
eŕ: 4 (eŕ- inicial, todos en D.18.1)
ba-śeŕ : 2 (cambios en ś/s y ŕ/r)
bitiŕ: 2
itiŕ: 2
otir: 1
bi*ŕ: 1
gaŕ: 4 (una vez kaŕ-)
artaŕ: 1
]ŕ o ]r: 3.

---Elementos posteriores:

Éstos los vamos a clasificar en diferentes grupos.

Uno de ellos heterogéneo, pues siguen segmentos sin aparente


relación entre ellos o con otros (aunque sí hay dos que empiezan por e-,
no creemos que tengan relación, en principio, con ninguno de los grupos
que siguen):
-ila[-]ala; -eiun-baida; -eŕ-betu-beku-en-tita; -eb-et-ense.

Otro presenta el elemento –ok- como final absoluto:


-Ø (2) (obviamente sólo es posible en el signario greco-ibérico), y quizás
también -o[

Otro presenta como elemento recurrente –e-, al que le pueden


seguir diferentes segmentos con apariencia de sufijos:
-e; -e
;
-e-ta; -e-ta-n (2 veces); -e-ta-n-bale;
-e-te-tine; -e-tine; -e-te-tan.

Vemos además aquí que en siete ocasiones vemos la secuencia -et-


(y dos veces repetida o quizás reduplicada), lo que sí podría guardar
cierta relación con dos de los segmentos anteriormente mencionados: -
eŕb-et-ubekuentita y -eb-et-ense, aunque es pronto para intentar
concretar más.

85
Además, en cuatro ocasiones vemos la secuencia -an (tres finales),
lo que sin duda sí puede ponerse en relación con los finales que tratamos
a continuación.
Otro presenta un final en –an (al que podríamos añadir un final en
–a con ruptura y otros dos en –a, quizás por olvido de la grafía -n), al
que en sólo en dos ocasiones sigue otro elemento:
-an (7) + an-abe (1) + -an-keŕ[ (1).
Según esto vemos que cuando aparece el segmento -ok- el término
finaliza, de manera clara, por -an en diez ocasiones, y en otras tres
también aparece.
Por otra parte, otro grupo presenta un elemento en –ar (al que
habría que unir -a  i, quizás por olvido de la grafía –r):
-ar (2)
-a(r)
 i: 2.
Finalmente hay dos finales "aislados": -ate (mu y repetido, como -
kate, en la inscripción en la que aparece, D.18.1), e -itin, que de
momento no podemos saber si guarda alguna relación con los segmentos
en -et- o con aquellos en los que también aparece un elemento -tin (-ete-
tin-e y -e-tin-e)

A continuación intentaremos establecer si hay algún tipo de


relación entre los elementos previos y los posteriores.
Cuando al elemento –ok- le precede biteŕ o bitiŕ le sigue: an (1
a**) 6 veces; por otra parte este “an” sigue a –et- en 4 ocasiones.
Por otra parte, un segmento –et- sigue a –ok- en siete ocasiones,
de las cuales va seguido de –an- en 3 (más un –a) (forma –etan) [Aquí
nos encontramos con bastantes textos fragmentarios, pero posiblemente
esta terminación –etan pudiera relacionarse con el precomponente
biteŕ].

Veamos las formaciones con –et-:

]ŕ-ok-et-an
*bi*ŕ-ok-et-a n
biteŕ-ok-et-et-ine (¿-et- reduplicado?)
bas-biteŕ-ok-et-ine
otiŕ-ok-et-a
itiŕ-ok-et-et-an (¿-et- reduplicado?)
biteŕ-[o]k-et-an-bale

Y con –an:

tortonbalaŕ-biteŕ-ok-a** (?)
gaŕ-ok-an
śnśalir-bitiŕ-ok-an-abe
itiatubankutur-biteŕ-ok-an
]ŕ-ok-an
bastubarer-teŕ-ok-an
tuŕs-biteŕ-ok-an
biteŕ-ok-an

86
kaulte-biteŕ-ok-an
śalaiarkis-teŕ-ok-an
kaŕ-ok-a (?)
itiŕ-ok-an-keŕ[***]+++
eŕ-ok-a(n)-
 i ( ¿?)

Podemos, de momento, establecer ya algunas conclusiones:


-ok- es sin duda un elemento morfémico (sea lexema o morfema),
suele ir seguido de otros elementos, aunque también puede ser final de
palabra; sin embargo, sólo tenemos constancia de que sea final cuando
aparece escrito en alfabeto greco-ibérico, luego sería interesente seguir
el rastro de su plasmación escrita en los otros tipos de escritura ibérica.
Al parecer nunca encabeza “palabra”, aunque esto debería ser
comprobado en otras “palabras” que no hemos traído aquí a colación.
Suele ir precedido, con bastante frecuencia, por biteŕ (y sus posibles
variantes, bitiŕ, itiŕ) y menos por teŕ y ba-seŕ (donde vemos también los
“sub-elementos” –eŕ y –ŕ-, aunque consideramos que sólo el elemento –
eŕ podría distinguirse como unidad cuando aparece al inicio de palabra,
o quizás también como –t(e)-eŕ). Con todo, no deja de ser llamativo.
También es frecuente el precomponente gaŕ (y kaŕ), en cu yas
aparaciones una vez sigue –an, dos Ø, y una sólo –a, precisamente la
única que no aparece en alfabeto greco-ibérico, por lo que sería posible
que en este caso la sílaba –ka marcara una vocal muda.
Cuando a –ok- le precede biteŕ (y semejantes) siempre está
sufijado (con una posible excepción en la que una ruptura no nos permite
afirmarlo).
Finalmente, también sería interesante intentar hacer un análisis de
los contextos sintácticos en los que estos elementos aparecen, pero dados
nuestros escasos conocimientos en este sentido, y puesto que un análisis
promenorizado requeriría mucho espacio, preferimos dejarlo para otra
ocasión.
Aunque en este análisis hemos tenido en cuenta sólo los elementos
en los que al elemento –ok- le precede una -ŕ- (o, en ocasiones –r-), si
bien gracias a últimos hallazgos la lista puede no ser exhaustiva, hay que
tener en cuenta que hay otros contextos de aparición, como bastokitaŕ[,
bitokaurti[---], el frecuente boka, eŕkaiki ś oka, otokeiltiŕ,
seskokokaŕ[---?], etc., etc., pero éstos hay que tomarlos con muchas
precauciones, pues no podemos estar seguros si algunos de ellos
responden a homofonías, contracciones o elisiones de otros elementos,
etc.
Con estos últimos datos hemos querido poner un ejemplo de lo
mucho que se puede analizar sobre muchos elementos recurrentes que
aparecen en la lengua ibérica, pero al mismo tiempo destacar lo precario
de nuestros conocimientos. Sin embargo, análisis internos como los de
este tipo, son los que nos permiten avanzar lenta pero de forma segura en
dicho conocimiento, a la espera, hipótetica, de que algún texto bilingüe
de cierta entidad nos permita encontrar alguna clave que facilite el
desentrañamiento progresivo de esta lengua.

87
6.- La cuestión del vasco-iberismo.
A lo largo de nuestra exposición hemos hecho referencia a algunas
coincidencias y paralelismos entre la lengua ibérica y la vasca. 155 La
relación entre ambas lenguas ha sido traída a colación prácticamente
desde siempre, incluso antes de que el ibérico fuera correctamente
“leído”.
La razón de esta comparación puede parecer lógica, sobre todo si
tenemos en cuenta que el vasco es la única lengua prerromana (y no
indoeuropea) que ha subsistido en la península ibérica, por lo que fue
considerada como un residuo de la lengua que se hablaba en ésta antes de
la llegada de los romanos y de la expansión del latín, primero, y de las
lenguas románicas, posteriormente.
No obstante, parece ya claro que la lengua ibérica no se habló
nunca, al menos hasta donde podemos rastrear, en la zona en la que ho y
se habla el vasco, y mucho menos hay rastros de una emigración de
gentes de habla ibérica al solar que ocupan actualmente los
vascoparlantes. Por ello, en este sentido, no se podría hablar de una
derivación directa de la lengua vasca con respecto a la ibérica.
Pero también se podría considerar que la lengua ibérica era, si no
igual, sí al menos mu y similar al vasco, o al vasco de hace dos mil años.
Sin embargo, saber cómo era ese vasco de hace dos milenios no es una
tarea precisamente fácil, pues de él tenemos escasísimos testimonios
escritos, y éstos ceñidos a ámbitos mu y concretos, por lo que su
reconstrucción debe basarse sobre todo también en criterios y
comparaciones internas, porque, a pesar de numerosos intentos en este
sentido, no ha podido establecerse con un mínimo de seguridad ninguna
relación de tipo de familia lingüística entre el vasco y cualquier otra
lengua, como muy bien saben los vascólogos, entre los que
desgraciadamente no nos incluimos.
Curiosamente los testimonios escritos más antiguos en lengua
vasca, o en una mu y estrechamente emparentada con ésta, se dan en una
zona geográfica en la que en la actualidad en gran parte no se habla esta
lengua. Nos referimos al aquitano, 156 hablado, al menos a la llegada de
los romanos, en la zona suroccidental de la actual Francia, entre el río
Garona y los Pirineos. De éste nos quedan abundantes testimonios
onomásticos, que precisamente lo identifican con el antiguo vasco, y
tienen ciertas similitudes con el sistema onomástico ibérico. 157 Además,
aunque de forma bastante más esporádica, también tenemos algunos
testimonios de esta onomástica en el territorio actual del País Vasco

155
Ob vi a me nt e no es é s te el l u gar i nd i cad o p ar a u na d e sc r ip c ió n, p o r s u ci nt a q ue s ea,
d e la l e n g ua v as ca, d e l a q ue ad e má s no s co n fe sa mo s, p o r d e s gr a ci a, p r o f u nd a me nt e
ig n o r a nt es . P ar a é st a, e sp ec ia l me n te e n a sp e cto s r e la ti vo s a s u h is to r i a , e vo l u ció n y
d iacr o n ía ( y e n o c as io ne s r el ac io ne s co n e l ib ér i co ) , e xi s te u n a m u y ab u nd a n te
b ib lio g r a fí a, e ntr e la q u e, p o r si mp li f icar , so la me n te d e st aca mo s l a s o b r as ( a s u ve z
co n s u s co r r e sp o nd i e nt es y ab u nd a n te s r e f er e nc ia s b ib l io gr á f ica s) d e Mi c he le na,
Go r r o c ha te g u i, H uald e, L a kar r a y T r as k ( p ar a s u co ncr e ció n, vid . ap ar t ad o d ed i cad o
a la b ib l io gr a f ía) .
156
C f. Go r r o c hat e g ui ( 1 9 8 4 ) .
157
C f. Go r r o c hat e g ui ( 1 9 9 3 ) .

88
(junto con otros testimonios lingüísticos de tipo céltico o, al menos,
indoeuropeo) y Navarra. 158 Esto, unido a algunos datos que nos
proporciona la toponimia (y otros de carácter histórico), 159 nos permite
hacernos una idea de la extensión geográfica de la antigua lengua vasca,
cu yos límites no coinciden con los de la ibérica, aunque en algún
pequeño punto podrían tener alguna “frontera” común (siempre y cuando
no tengamos en cuenta la hipótesis de considerar al ibérico como lingua
franca, y no como lengua propia de los habitantes más cercanos al
ámbito lingüístico vascónico).
Estos testimonios, junto con los que nos proporcionan las
reconstrucciones anteriormente mencionadas para el denominado
“Protovasco”, 160 nos muestran una situación de la lengua ciertamente
bastante diferente a la actual, lo que sin duda debe tenerse muy en cuenta
a la hora de establecer relaciones, y mucho más comparaciones, entre
ambas lenguas.

Desde luego es cierto que entre éstas hay similitudes evidentes,


pero que pueden ser aparentes. Si comparamos el sistema fonológico del
vasco, y el reconstruido para el protovasco, 161 con el del ibérico (o lo que
sabemos de él, pues no debemos olvidar que la escritura puede soslayar
hechos fonéticos) vemos que son mu y similares; incluso algunas
terminaciones de palabras, que podríamos denominar sufijos, aunque
algunas quizás no lo sean, presentan una morfología similar; y
finalmente, también algunos términos podrían remontarse a un mismo
lexema.
Pero en todos estos aspectos se debe ser extremadamente prudente,
sobre todo si, como hemos dicho, tomamos en consideración los hechos
reconstruidos para el protovasco.
Así, aunque se pueden destacar las semejanzas en los sistemas
fonológicos, también podrían destacarse las diferencias que sin duda
existen, además del hecho de que los fonemas de cualquier lengua
siempre responden a un inventario más o menos reducido, por lo que no
lo consideramos un elemento básico para establecer comparaciones
lingüísticas, al ser relativamente elevado el porcentaje de similitudes
casuales.
Con respecto a algunos de los sufijos equiparados en ambas
lenguas, no conviene olvidar que éstos tienen generalmente mu y poca
carga fónica, con lo que también están expuestos a ser el resultado de
meras coincidencias también casuales u homofonías, además de que
coincidencia de sufijos no significa necesariamente coincidencia de
valores gramaticales o semánticos. Por otra parte, muchos de estos

158
Ad e má s, e n N a var r a se ha e nco n tr ad o u n a i n sc r ip ció n so b r e b r o nce , a u nq ue mu y
fr a g me nt ad a, q ue se h a r elac io nad o co n la a n ti g u a le n g u a va sc a. U n ca so ap ar t e ser ía
el mo sa ico hal lad o e n A nd e lo s, ap ar e n te me n te e n le n g u a ib ér i ca, p er o p o d r ía tr a tar se
d e é sta p o r r a zo ne s d e p r es ti g io .
159
É s to s no s hab la n d e u n a p er vi ve n ci a d e la le n g ua va s ca ha st a b ie n e n tr ad a la E d ad
Med i a e n al g u no s va ll e s d e lo s P ir i neo s c e ntr a le s, co n e xt e ns io ne s h a cia al me no s
u na p ar t e d e la zo na o r i en ta l, co mo el val le d e Ar á n, el P a ll ar s o And o r r a.
160
C f. Go r r o c hat e g ui y L a kar r a ( 1 9 9 6 y 2 0 0 1 ) .
161
E n e ste a sp ec to si g u e si end o f u nd a me n ta l l a o b r a d e M ic h ele n a ( s.t . 1 9 7 7 ) .

89
sufijos del vasco que se han relacionado con los, supuestos, del ibérico
han estado sujetos a una larga evolución, tanto fonética como
posiblemente semántica, y en protovasco deberían presentar una forma
bastante diferente. Destacamos, en este sentido, a modo de ejemplo, la
identificación que se ha hecho del sufijo ibérico –en con el del genitivo
vasco también “–en”, pero para este valor se ha demostrado que la forma
más antigua era “–e”.
Aunque las raíces de las palabras suelen ser más “largas” y de
fonética más compleja, por lo que están menos expuestas a las
mencionadas “coincidencias” casuales, no conviene olvidar tampoco que
de una de las lenguas comparadas no conocemos con exactitud (a veces
ni siquiera con aproximación) ningún valor semántico, de ahí que
muchas comparaciones entre “palabras completas” en casi todos los
casos no trasciendan de meras hipótesis más o menos fundamentadas o
imaginativas. Además, insistimos, la fonología de tales palabras no ha
estado exenta de las evoluciones más arriba indicadas. Finalmente, y esto
también debe ser tenido mu y en cuenta, es en el campo léxico donde se
produce un mayor número de prestamos entre lenguas (sobre todo con el
predominio de una), por lo que muchas palabras, sobre todo aquellas
cu ya etimología nos es desconocida, pueden realmente proceder de otra
lengua, sin que necesariamente haya relación genética entre la
“tomadora” y la “prestataria”.

No obstante todas estas restricciones, no cabe duda de que las


semejanzas están ahí, y no nos referimos al conocido hecho de que la
lectura (si leemos bien, lo que tampoco tenemos mu y claro) “en voz alta”
de un texto ibérico “suena” o “recuerda” al vasco, lo que por sí no es
indicativo de nada, sino a otros de naturaleza más lingüística. Así, hay
hechos particulares en los que al parecer coincidirían ambas lenguas,
tanto fonéticos (posible ausencia en protovasco e ibérico de los fonemas
/m/ y /p/) como fonotácticos (inexistencia de vibrante inicial y escasez
de /d/ inicial y lateral final). 162 Otra coincidencia parece darse en el
hecho de que ambas lenguas, al menos en el estadio hasta el que
podemos reconstruirlas, 163 tenían un marcado carácter aglutinante,
aunque es verdad que la tipología aglutinante se da en muchas lenguas
no relacionadas entre sí.
Por ello, como decíamos, no es sorprendente que, por
condicionamientos geográficos, históricos y lingüísticos, haya habido
muchos intentos de relacionar estas dos lenguas.
Muchos de ellos se han hecho con criterios lingüísticamente
científicos y bastante fundamentados, al menos con relación a algunos
componentes concretos de la lengua, entre los que últimamente conviene
destacar algunos artículos de L. Silgo 164 , J. M. Anderson, 165 y el
mencionado más arriba de E. Orduña. 166 Por otra parte, en muchas

162
Au nq ue e n u n e stad io a nt er io r al p r o to va sco es ta s r e str ic io ne s p o d r í a n no ser as í.
( C f. L a kar r a, 2 0 0 5 ) .
163
C f. no ta a nt er io r .
164
Si l go ( 1 9 9 4 , 1 9 9 6 , 2 0 0 0 , 2 0 0 4 y 2 0 0 5 )
165
And er so n ( 1 9 9 3 ) .
166
Or d u ña ( 2 0 0 5 ) .

90
ocasiones diversos autores han hecho diversas menciones en sus estudios
a distintos aspectos del vasco, tomados como elementos de comparación
tipológica o estructural o como meros elementos referenciales. Con todo,
y siguiendo la necesariamente escrupulosa tendencia a la prudencia y
moderación, mu y rara vez se han atrevido a establecer “traducciones”, y
éstas siempre bajo criterios con un mínimo de cientifismo.
Pero, en cambio, y esto lo mencionamos aquí simplemente como
prevención, ha habido otros “investigadores”, por llamarlos de algún
modo, y que no nos molestaremos en mencionar, que bajo criterios
pseudo o nada científicos sí se han atrevido a realizar (y, por increíble
que parezca, publicar), generalmente estableciendo compararaciones con
el vasco actual, como si no hubiera cambiado en dos mil años,
traducciones de textos ibéricos, o ibéricos y celtibéricos (como si fueran
lo mismo), e incluso de otros idiomas, no descifrados, bajo los mismos
criterios. Se trata de traducciones verdaderamente milagrosas que,
sorprendentemente, nadie antes se había dado cuenta de que se podían
hacer, a pesar de ser tan claras. Bien es cierto que habitualmente estas
“traducciones” no tienen ningún sentido o dicen cosas completamente
incongruentes, como si traducir fuera cambiar palabras de un idioma a
otro, etc., etc. Además, resulta curioso que ninguna “traducción” de
estos “investigadores” coincida, a pesar de usar criterios tan seguros y
fundamentados, según ellos (sólo ellos, claro, cada uno para el su yo).

A pesar de lo dicho, creo que para la investigación y avance en el


conocimiento de la lengua ibérica no hay que dejar de tener presente la
posición lingüística del vasco, sobre todo del protovasco, y los avances
que a su vez se han hecho en su historia y diacronía.
Ho y por ho y, entre los investigadores predomina la idea de que,
aunque entre el vasco y el ibérico no exista relación genética (le demos a
este término el valor que queramos), sí debió existir cierta relación areal
o geográfica, o lo que se ha denominado de lenguas en contacto, lo que
en ocasiones conlleva ciertas tendencias lingüísticas comunes, que
también determinaría cierta influecia del ibérico sobre el vasco,
posiblemente por razones de prestigio del primero sobre el segundo, al
desarrollarse los iberos comercial, social y culturalmente de modo más
temprano. 167 Esta influencia se basaría sobre todo en préstamos de
palabras de diferentes campos léxicos, aunque quizás también en otros
aspectos gramaticales. Es la incidencia en estos aspectos, junto con la
tipología coad yuvante y resultante, la que sin duda seguirá resultando
útil en los deseados progresos sobre la lengua ibérica. 168

167
E s to no i mp id e , d e sd e l ue go , q ue la le n g ua má s i n fl u ye n te ta mb ié n se v ea e n p ar te
af ec tad a p o r la i n f l uid a, tal co mo si g u e s uc e d ie nd o e n n u es tr o s d ía s. E s d e cir ,
te nd r í a mo s u na i n ter r e la ció n e n tr e d o s l e n g ua s, au nq u e co n p r ed o mi n io “i n fl u ye n t e”
d e u n a so b r e o tr a, si b i en la c u a nt i fi cac ió n co n cr et a d e e sto s he c ho s s e r ía, p ar a l as
co n e xio ne s v a sco -ib ér i c as, mu y d i f íc il d e d e ter mi n ar .
168
Ad e má s d e l a b ib l io gr a f ía me nc io nad a , e n la c u es tió n co ncr et a d e l va sc o - ib er i s mo
p ued e r e s ul tar ú ti l la co n s ul ta d e la s o b r as : B a ll es ter ( 2 0 0 1 ) , C ar o B ar o j a ( 1 9 8 8 ) , d e
Ho z ( 2 0 0 1 a, p p . 3 5 7 -9 ) , Ro d r í g ue z Ra mo s ( 2 0 0 2 y 2 0 0 4 , p p . 2 8 9 -3 0 4 ) , y T r as k
( 1 9 9 7 , p p . 3 7 8 -3 8 8 ) .

91
7.- ¿Qué es la lengua ibérica?
Quizás pueda parecer sorprendente que nos formulemos esta
pregunta precisamente en este momento, cuando ya hemos realizado un
análisis no sólo de los tipos de escritura en los que esta lengua está
plasmada, sino también cuando incluso hemos intentado describir
algunas de sus características gramaticales.
No obstante creemos que, una vez realizada esta escueta
aproximación a sus aspectos particulares (y adelantadas algunas de sus
características), podemos intentar esbozar sus posibles relaciones con
otras lenguas, un acercamiento general sobre cuál es su tipología, y los
medios que podemos utilizar para intentar comprender algo más de ella o
al menos reducir, cuantitativa y cualitativamente, las numerosas
incógnitas en las que todavía permanece.
Para ello resulta obvio que disponemos de muchos más
argumentos de índole negativa que positivos, es decir, sabemos más lo
que no es que lo que es, aunque sobre esto sí podemos aportar algunos
datos. 169

En primer lugar, al observar la forma en que se combinan


diferentes elementos para formar "palabras" o, podríamos decir,
"conglomerados léxicos", podemos deducir que se trata, como ya
mencionamos, de una lengua de tipo aglutinante, es decir, de aquellas en
las que diferentes afijos se unen a diferentes raíces léxicas sin que
ninguno de ellos experimente transformaciones (a no ser que se
produzcan algunas por razones fonotácticas). E incluso, a partir de los
elementos que se aglutinan y de la gran carga fónica que esta
aglutinación origina (en muchas ocasiones nos encontramos con
segmentos léxicos "excesivamente" largos), podemos intuir que estamos
ante una lengua de tipo incorporante, es decir, aquella en las que un
elemento léxico incorpora otro u otros como formantes hasta dar lugar a
una frase en sí mismos, sobre todo cuando se trata de un verbo el
elemento incorporante. 170 Así, a partir de estos datos, como más abajo
analizaremos más pormenorizadamente, podría interpretarse que,
siguiendo la tipología habitual de las lenguas aglutinantes, los elementos
determinantes deben preceder a los determinados y que el elemento final
de una frase debe ser el verbo (es decir, una lengua de tipo SOV),
aunque esto no siempre sucede así, como podemos comprobar a partir de
lenguas aglutinantes actuales. 171 Con todo, ello nos permitiría pensar, a
priori y con muchas reservas, que en ibérico el elemento final de una
frase (cosa por otra parte nada fácil de establecer si no nos encontramos
ante el final de texto) sea posiblemente un verbo y más si éste tiene una
carga fónica importante. Por otra parte, muchas lenguas aglutinantes
tienen ciertas tendencias e implicaciones tipológicas, no universales,

169
U na ap r o x i mac ió n so b r e e s ta s c ue st io ne s p u ed e ver se e n Vel aza ( 1 9 9 6 b ) , p p . 5 9 -
63.
170
C f. d e Ho z ( 2 0 0 1 , a) , p p .3 4 4 -3 5 3 , y Or d u ñ a ( e n p r en s a) .
171
As í p o r ej e mp lo , e n va sco , le n g ua ta mb ié n a gl ut i na n te, lo s ad j et i vo s s ig u e n a lo s
s u sta n ti vo s.

92
cu ya aparición en ibérico podemos vislumbrar en ocasiones para algunas
de ellas, pero no para otras. Para el primer caso podemos interpretar
algunos hechos de "declinación en grupo", pero de otros hechos, como
puede ser la armonía vocálica, no hemos visto ningún testimonio, o no
hemos sido capaces de establecerlo.
Con todo no debe resultar vano advertir sobre el hecho de que la
aparición de un rasgo de una determinada categoría tipológica implique
necesariamente la aparición, como hemos visto, de otros que son
habituales en ésta. 172
Pero la probabilidad de que el ibérico sea una lengua aglutinante
ya nos permite un primer acercamiento a sus posibles relaciones con
otras lenguas. Y así, sabemos que el ibérico no es una lengua
indoeuropea, y por lo tanto no está relacionada con ninguna de las
lenguas de este grupo, ni antiguas ni actuales. Aunque en este sentido no
conviene olvidar una observación importante, que no es otra que el
hecho de que la tipología específica de una lengua puede variar a lo
largo del tiempo (y mucho más algunos aspectos parciales de una
tipología dada); es decir, si podemos suponer que el ibérico era una
lengua aglutinante, ello no quiere decir que siempre (sin entrar a valorar
ahora qué significación le damos a este adverbio) lo hubiera sido.
Efectivamente, no faltan indicios de que en muchas lenguas ha
variado, al menos parcialmente, su estructura tipológica, e incluso son
visibles rasgos que indican cierta transición o tendencia a la variación,
aunque esta no sea necesariamente unidireccional.
Así, si seguimos a Lakarra, 173 existen indicios de que el protovasco
(o “proprotovasco”) no era una lengua aglutinante, sino analítica. Y en
lenguas más “cercanas” a nosostros, como las románicas y germánicas,
hemos sido testigos de una tendencia diacrónica hacia formaciones
analíticas a partir de otras flexivas. Además tampoco conviene olvidar
que las lenguas, como entes vivos, pueden presentar muchas
fluctuaciones, y en absoluto resulta adecuado ceñirnos a patrones
demasiado rígidos sobre tendencias o ciclos evolutivos. 174

No obstante, indagar en esta circunstancia nos obligaría a emplear


medios que no disponemos, por lo que nuestra investigación debe ceñirse
al estado de lengua que tenemos atestiguado (pero que, en sentido
estricto, tiene una cierta amplitud diacrónica), aunque podamos
vislumbrar algunos indicios de ciertas evoluciones.

172
E i n cl u so r a s go s t e nid o s co mo u n i ver sa le s li n g ü ís ti co s no lo so n t an to , y e l
ib ér i co ( d e ntr o d e s u r ar eza, s i se q uie r e d eci r a sí) p r e se n ta p r ueb a s d e ello . As í, lo s
he c ho s fo no tá ct ico s d el ib ér i co , al me n o s a p ar tir d e lo s d a to s q ue act ua l me n te
d isp o n e mo s, co ntr ad i ce n e l u n i ver sa l fo no ló g ic o n ú mer o 2 0 d e Mo r e no Cab r e r a ( c f.
Mo r e no Cab r er a, 1 9 9 7 , p p . 1 2 4 -5 ) : " S i u na le n g ua ti e ne CV C n t a mb ié n te nd r á
C n V C" , p u e s el ib ér ico sí ti e ne co d a s s il áb i ca s co mp lej a s, p er o no c a b eza s. E n la s
r azo ne s q ue ha n d ad o l u gar a e s ta e x cep c ió n o b v ia me n te no p o d e mo s e n t r ar .
173
La kar r a ( 2 0 0 5 ) .
174
E n r el ac ió n co n lo s mo d elo s e vo l ut i vo s q u e p u ed e n p r e se n tar la s le n g u as v u el ve a
ser i nt er e sa n te la co n s ul ta d e Mo r e no Cab r e r a ( 1 9 9 7 ) , so b r e to d o e l cap ít u lo 9
“U ni v er sal es d el ca mb io gr a ma tic al ” ( p p . 2 3 9 -2 5 2 ) .

93
El mismo planteamiento que nos ha llevado a rechazar que el
ibérico pertenezca a la familia de lenguas indoeuropeas (tomado este
término en sentido metodológico), también nos lleva a no relacionarla
con el grupo de lenguas afro-asiático, lenguas también flexivas, al que,
entre otras, pertenecerían las lenguas fenicia y bereber del norte de
África. Y lo mismo sucedería con cualquier otro grupo de lenguas de
tipología básicamente flexiva.
Con todo, y retomando la observación anterior, tampoco conviene
olvidar que dos lenguas en contacto (bien geográfico, bien por
cuestiones de otro tipo, como las relaciones comerciales, de prestigio
cultural o sociológico, etc.), pueden influirse mutuamente (aunque no
necesariamente equilibradamente) en muchos de sus rasgos,
especialmente léxicos, pero también de otro tipo, como morfológicos o
sintácticos, e incluso tipológicos.
Así pues, con las salvedades anteriores, y ciñéndonos a lo poco
que sabemos de las estructuras gramaticales ibéricas, podemos buscar
paralelos entre la tipología que parece presentar la lengua ibera y las
lenguas que presentan una tipología similar, es decir, se trata de buscar
paralelos con el resto de lenguas aglutinantes, como ya mencionamos
más arriba; no tanto para establecer relaciones de parentesco entre el
ibero y alguna de estas lenguas, lo que sin duda nos conduciría a un buen
número de aporías (y no conviene olvidar que diferentes grupos de
lenguas aglutinantes no tienen más relación entre sí que el mero hecho
de ser precisamente eso, aglutinantes), sino para entender mejor los
modelos estructurales en los que se asientan las lenguas de este tipo, y
así intentar transvasarlos, o buscar similitudes, a la presumible tipología
ibera; pero siempre con todas las reservas posibles y una buena dosis
crítica (lo que no significa un excesivo escepticismo).
El número de lenguas aglutinantes al que podríamos hacer
referencia, siendo cronológica y geográfica generosos, es variado, pero
dentro de éste podemos incluir: el sumerio, el elamita, el hurrita, las
lenguas dravídicas, los diferentes grupos de lenguas caucásicas, las
lenguas altaicas, las lenguas urálicas y, por supuesto, el vasco. 175
Por tanto, teniendo en cuenta algunas de las características
estructurales de estas lenguas (no todas, por supuesto), vamos a
continuación a ver si éstas son aplicables (o pueden ofrecernos algún
indicio sobre el funcionamiento de algún aspecto concreto), aunque sea
en parte, a lo que podemos vislumbrar de la lengua ibérica a partir,
insistimos, de los pocos datos de que disponemos para ésta. Para ello,
realizaremos nuestro estudio atendiendo a los diferentes niveles de la
lengua, aunque algunos de ellos presentan una mayor posibilidad de
comparación tipológica.

- Desde un punto de vista fonológico resulta destacable la


abundancia relativa de lenguas aglutinantes que presentan armonía
vocálica. Esto es así sobre todo para las lenguas urálicas y altaicas, pero

175
U n i n ter e sa n te co mp e n d io d e e st ud io s so b r e l e n g ua s a n ti g u as d e d i f er en te s t ip o s
se p ued e e n co ntr ar e n W o o d ar d , ed . ( 2 0 0 4 ) . A d e má s, so b r e e l s u me r io e n p ar t ic u lar ,
y e n ca s tel la no , p ued e c o n s ul tar se J i mé ne z Z a m ud i o ( 1 9 9 8 ) .

94
no para el vasco. Precisamente el vasco posee un sistema vocálico de
cinco fonemas (exactamente igual que en castellano), aunque quizás en
otros tiempos fuera diferente. 176 El ibero presenta este mismo sistema
vocálico y no parece haber indicios de que el timbre, apertura, etc. de
una vocal en un elemento "léxico" afecte a otras del mismo (Cf.
balkaketur y balkeatin, o bikirtibaśki y aitikeltunki, o biteŕ y bitiŕ).
Por tanto, en este sentido, hasta donde nosotros podemos vislumbrar, no
parece producirse el fenómeno de la armonía vocálica en ibérico. No
obstante, esto nos llevaría a pensar que el timbre vocálico de un sufijo
dado puede tener valor morfológico distintivo (Cf. iŕike e iŕika), aunque
no cabe descartar que algunas de estas variaciones respondan también a
hechos dialectológicos o diacrónicos.
Bajo este mismo punto de vista poco puede decirse sobre el
sistema consonántico, pues encontramos lenguas con una gran diferencia
en el número de fonemas consonánticos, algunas con un número enorme
de ellos (como las lenguas caucásicas), y otras con un número mu y poco
superior al de las vocales. El número de éstos en ibérico no parece mu y
abundante (en realidad no sabemos con total seguridad si debemos
asignar a alguno de los supuestos sonidos del ibérico la categoría de
fonemas), y la oposición distributiva de éstos parece obedecer a varios
rasgos, e incluso estar "desequilibrada" (Cf. los tres fonemas oclusivos
sonoros frente a dos sordos). Así pues, no parece que se pueda obtener a
partir de estos datos ninguna conclusión relevante que afecte a la
tipología comparativa con respecto al ibérico en este sentido.
Del mismo modo, la estructura silábica de las diferentes lenguas
aglutinantes es mu y variada, por lo que pocos criterios comparativos
podrían afectar a la estructura ibérica, excepto que, como vimos, resulta
relativamente "original" o "atípica".
Finalmente, no debemos dejar de recordar que la fonología de una
lengua representa uno de los elementos que más sujetos están a
variación, por lo que establecer criterios estructurales comparativos
tomando éstos como base resulta cuanto menos problemático y poco
sólido, y esto es todavía más susceptible de ser tenido en cuenta a la
hora de establecer comparaciones entre lenguas.

- Más datos comparativos podemos obtener, en cambio, si


atendemos a la estructura morfológica de estas lenguas (estructura a
partir de la cual se les da precisamente el nombre de aglutinantes).
Efectivamente, todas las lenguas aglutinantes presentan por
definición una estructura básicamente sufijal 177, y esta misma estructura
puede comprobarse para el ibérico (cf. -ok#, -okan, -oketan, -oketetan,
-oketine, -oketetine). Y también en ocasiones aparecen elementos
prefijales, aunque menos abundantes y frecuentes, como en ibérico (cf.:
eban y t-eban, o itiŕok- y b-itiŕok-). Obviamente, también es esperable
la presencia de diferentes infijos, aunque éstos son más difícilmente

176
P ar a e llo v éa se lo d i c ho p o r La kar r a ( 2 0 0 5 ) .
177
T a mb i é n la s le n g ua s f le xi v as so n, cla r o e s tá, r i ca s e n s u fij o s, p er o és to s
f u nc io na n d e o tr a ma n e r a, y lo s d i fe r e nt es val o r es gr a ma ti cal e s q ue i nd i ca n no so n
fá ci l me n te d i st i n g uib le s p o r e l gr ad o d e f u sió n q u e p r es e nta n ; es d e cir , no so n
u ní v o co s.

95
detectables en la lengua ibérica, y, de hecho, quizás pertenezcan a esta
categoría algunos elementos considerados como sufijos (cu ya distinción,
al menos categorialmente, no tiene por qué ser pertinente).
Otra cuestión, tal como vimos al tratar algunos de estos segmentos
y las diferentes hipótesis que se han planteado con respecto a ellos, es
dilucidar el valor que se puede atribuir a estos afijos o intentar vislubrar
a qué categoría semántica o morfológica pertenecerían, o también a qué
tipo de elementos léxicos son susceptibles de unirse.
No obstante, en este sentido se han hecho, como hemos ido
comprobando en páginas precedentes, interesantes intentos por distinguir
qué tipos de sufijos se unen a unos u otros tipos de elementos; y así una
vez esclarecido, por ejemplo, qué segmentos pueden ser antropónimos, se
ha podido establecer que los diferentes sufijos que aparecen con éstos
pertenecen al ámbito de los apelativos, por lo que, nuevamente teniendo
en cuenta criterios tipológicos que aparecen en otras lenguas
aglutinantes, otros sufijos que no se unen a éstos posiblemente
pertenecerán al ámbito verbal. Podríamos distinguir así, junto con otros
criterios que paulatinamente veremos, qué tipo de elementos pueden
calificarse como verbos. En éstos se han incluido, según diferentes
criterios, algunos de los cuales no siguen las pautas mencionadas, y
según diferentes autores, con propuestas no siempre coincidentes, las
formas ekiar, eban, biteŕok (con diferentes segmentaciones), baites,
iunstir, kaŕ, uskeike, entre otras.
Pero a pesar de todo, también podemos encontrarnos con
segmentos, algunos de ellos incluidos en el listado anterior, que, bajo
estos otros criterios, pueden ser verbos, y sin embargo también reciben
sufijos pertenecientes al ámbito de la onomástica. En este sentido, una
explicación bastante verosímil es que se trate de sustantivos verbales,
con lo que, gracias a este criterio combinatorio, podríamos comprobar la
existencia de esta nueva "subcategoría" gramatical.
Siguiendo este razonamiento, vemos que esta categoría que
llamamos verbal por oposición a la apelativa precisamente acusa una
mayor riqueza de elementos que se unen a los que la componen (o al
menos tener capacidad para ello, lo que no significa que tenga que
suceder necesariamente así siempre), pues una vez distinguida como tal
una de estas bases comprobamos no sólo que se le pueden unir varios y
variados sufijos (incluso estableciendo diferentes secuencias), sino
también prefijos (y/o infijos), e incluso otros elementos léx icos, dando
pie así a calificar el ibérico como una lengua incorporante, tal como
también indicamos más arriba.
Esta riqueza de elementos unidos a posibles bases verbales
también es compatible con lo que podemos comprobar en otras lenguas
aglutinantes. En éstas los diferentes afijos añadidos a una base verbal
pueden indicar diferentes valores (en ocasiones semejantes a los de las
lenguas flexivas, pero no siempre), algunos de los cuales hacen
referencia a otros elementos de la oración, que pueden estar explícitos en
ésta o no, tales como la implicación de persona (y no sólo como sujeto),
y la función que pueden desempeñar éstos en la misma.
Precisamente las lenguas que presentan verbos con estas
características (de concordancia "polipersonal", podríamos llamar),

96
suelen tener una estructura ergativa, y si toda esta estructura verbal es
aplicable a la lengua ibérica, también sería razonable que en ella
encontráramos elementos apelativos con una marca (o morfo) de caso
ergativo.
Volvemos con ello a la morfología (y tipología) nominal. Y como
ya vimos al tratar los diferentes sufijos, los mencionados -te y -ka han
sido considerados por diferentes autores y bajo diferentes criterios como
probables morfos con valor ergativo. 178 Y ello nos lleva, asimismo, a
establecer la existencia de un sistema casual en los elementos apelativos
ibéricos, con posibles sufijos aglutinados a la raíz de éstos, tal como
también hemos podido comprobar.
Curiosamente esta estructura gramatical en sus elementos comunes
es bastante coincidente con la tipología que presentan algunas de las
lenguas mencionadas más arriba, como el vasco, el sumerio y las lenguas
caucásicas (que nos han servido de guía simplemente porque lo que
podemos extraer de la lengua ibérica sí concordaba con lo ex puesto para
éstas), pero no con otras, que tampoco coinciden en estos aspectos con
las mencionadas antes, como las lenguas urálicas y las altaicas. Esto no
indica, obviamente, que estas lenguas tengan una relación genética entre
sí, sino simplemente que presentan un buen número de paralelismos
tipológicos en cuanto a su morfología, y este hecho puede deberse a mu y
diferentes razones.
Otra cuestión vuelve a ser establecer el valor de estos sufijos, o
incluso si son simplemente casuales o pertenecen a otro ámbito (de
derivación, posesivos, de estado, género, 179 categoría personal, etc.), tal
como sucedía con los posibles verbos.
En este sentido, la tarea que todavía queda por hacer es no sólo
establecer un elenco de elementos que puedan considerarse como afijos
(prefijos, infijos y sufijos), y por oposición un elenco de bases léxicas, 180
cosa nada fácil, sino también las relaciones paradigmáticas y
sintagmáticas de éstos, y tras ello intentar dilucidar, aunque sea en parte,
su valor léxico o gramatical, cosa que de momento todavía pertenece al
ámbito de lo hipotetizable.

- El siguiente apartado que vamos a tratar es el relativo a la


sintaxis, muchos de cu yos aspectos están mu y relacionados con la
morfología, como hemos visto. Aunque en éste nos movemos sobre
elementos todavía menos seguros.
No obstante, a partir de la estructura morfológica descrita,
podríamos conjeturar que en ibérico, como lengua aglutinante y ergativa,
existe una posibilidad mu y alta de que el orden básico de palabras sea
Sujeto + Complemento + Verbo (SOV), y que el complemento o
determinante preceda al complementado o determinado, tal como

178
Re mi ti mo s, p o r ta n to , a l ap ar tad o co r r e sp o nd ie nt e a la mo r fo lo g ía, d o n d e hace mo s
u n b r e ve co me nt ar io so b r e é sto s.
179
Au nq ue la ma yo r p ar t e d e l e n g ua s a gl u ti n a nt es c ar ec e n d e la d is ti n ció n d e l a
cate go r ía d e gé ner o e n s u s i ste ma o no má st ico , o , e n to d o ca so , p r e se nt a n o tr o t ip o d e
d is ti n cio ne s.
180
E n e st e se n tid o , r e co r d a mo s, p ued e r e s u lt ar mu y p r o vec ho s a l a lec tu r a d e la
me n cio n ad a o b r a d e E . Or d u ña ( e n p r e n sa) .

97
expusimos al principio de este apartado (y con las objeciones y
restricciones también mencionadas).
Ello nos llevaría a un esquema ideal de la sintaxis oracional
ibérica establecida del siguiente modo:
1) Sujeto, y si es ergativo, marcado morfológicamente (-ka ó –te, entre
otras posibilidades).
2) Complemento, posiblemente sin marca casual, como sería un supuesto
absolutivo.
3) Verbo, que sería además el elemento más susceptible de ser complejo.
Sin embargo, esto no siempre sucede así en los textos ibéricos, y
parecen darse en ocasiones otro tipo de secuencias. Y ello puede
obedecer a diferentes razones: Bien a la habitual dificultad de interpretar
con seguridad un elemento como verbo; bien a que la propia naturaleza
incorporante de éste produzca cambios (de estructura, elipsis, etc.) en el
resto de elementos de la oración; bien a la aparición de otros elementos,
cu ya naturaleza casi siempre ignoramos, que distorsionen este orden
ideal; bien a que este orden ideal en la práctica no lo sea tanto y pueda
aparecer otro u otros dentro de una secuenciación de palabras
relativamente libre; o bien simplemente a que nuestras hipótesis estén
equivocadas o no siempre seamos capaces de ver nuestros propios
aciertos.
Resulta obvio que algunas de estas dificultades podrían
solucionarse paulatinamente con el avance en el estudio de los textos
ibéricos (y la deseable aparición de nuevos hallazgos), pero creemos
conveniente ampliar brevemente algunos de los aspectos de éstas.
Entre los elementos que hemos dicho que pueden distorsionar, o
desdibujar, el orden básico sugerido podemos encontrarnos con otro tipo
de complementos, como por ejemplo los circunstanciales, que pueden
llevar o no marcas casuales (o llevarlas y no ser todavía discernibles
para nosotros); complementos de diferente tipo de subordinación, entre
los que se encontrarían los oracionales, cu yo funcionamiento,
estructuración o marcas tampoco conocemos; conjunciones, coordinantes
o subordinantes (que estarían en conexión con los complementos
oracionales anteriormente referidos), que unan segmentos no
necesariamente contiguos; y, especialmente, la denominada "declinación
en grupo", pues en ocasiones aparecen segmentos que parecen corroborar
su existencia, pero en otras ocasiones también aparecen segmentos en los
que podríamos hablar de concordancia casual, sin que por el momento
podamos estar seguros de que esta concordancia sea producto de una
hipercaracterización casual (de caso), con lo que lo habitual sería la
declinación de grupo, o ésta sea excepcional y responda a elementos
íntimamente ligados, pero no tanto para dar lugar a una "palabra"
compuesta.
A raíz de lo expuesto queda claro que a partir de presupuestos
tipológicos podemos entrever algunos hechos de la sintaxis ibérica, pero
sólo en sus rasgos generales, y que la concreción de éstos está sujeta,
pensamos, a un conocimiento más profundo de los datos morfológicos
con los que los sintácticos interactúan.

98
- Con respecto al ámbito del léxico ibérico quizás la comparación
tipológica puede ofrecernos a priori más bien poco.
En efecto, al no ser capaces de traducir, en sentido estricto,
ninguna palabra ibérica, sino sólo vislumbrar para alguna de ellas un
sentido aproximado, pocos paralelismos tipológicos podemos determinar,
para así establecer grupos de derivación, familias de palabras, campos
semánticos, etc.
Pero a pesar de todo esto, a partir de ciertas pautas que se dejan
entrever en la propia lengua ibérica, sí podemos determinar cómo se
estructuran algunos grupos de palabras y se comportan en su formación,
aunque en este aspecto no conviene ceñirse únicamente a lo que nos
puede decir la tipología de las lenguas aglutinantes, sino que puede
resultar útil ampliar este ámbito a los universales lingüísticos.
Como ya vimos en el apartado correspondiente, podemos
establecer con meridiana claridad qué tipo de elementos pueden ser
definidos como antropónimos (lo que ha sido mu y útil para ir viendo qué
segmentos pueden ser "morfos" nominales, y, a partir de aquí, seguir
indagando en el estudio lingüístico con nuevas hipótesis y conclusiones),
y del mismo modo cuáles de éstos no lo son (o posiblemente no puedan
serlo). La mayoría de éstos están conformados, a su vez, por dos
elementos (bisilábicos en su mayoría) yuxtapuestos. Y esto nos lleva a
concluir que la ibérica es una lengua que admite con relativa facilidad la
composición nominal.
Obviamente, los elementos que entran a formar parte de la
composición nominal mu y probablemente tengan significado por sí
mismos, es decir, estos elementos podrían funcionar como lo que
conocemos por "palabras independientes", y como suele ser habitual en
la composición en estas "palabras" entrarían componentes nominales y
también verbales. Otra cosa es determinar cuál sería su valor concreto (y
no digamos su significado), pero éste es un campo que continúa abierto,
mu y abierto, para futuras investigaciones.
Continuando con el ámbito antroponímico, gracias a algunas
inscripciones sepulcrales en las que se menciona a una difunta,
comprobamos que muchos de estos elementos presentan una serie de
sufijos, como -iaunin (o similares) o -eton, indicadores de nombres
femeninos. Con éste y otros indicios, podemos concluir que en el ibérico
también se daba el fenómeno de la derivación, hecho éste que, junto con
el de la composición, también es frecuente en las lenguas aglutinantes,
aunque no sólo en ellas.
Por otro lado, gracias a diferentes paralelismos tipológicos,
podemos intuir que algunos de los segmentos ibéricos pertenecen al
ámbito verbal, aunque otros se nos escapan; pero determinar ante qué
tipo o forma verbal estamos es algo que todavía no podemos concretar.
Finalmente, estableciendo paralelismos con otras muchas lenguas,
no sería descartable que aquellos segmentos con "poca carga fónica"
sean bien pronombres (algunos de los cuales admiten sufijos similares a
los de los apelativos), bien adverbios, etc.
Tras ello, y si aplicamos el criterio de coincidencia o paralelismo
sufijal establecido con los elementos onomásticos, podríamos distinguir
(aunque a veces es ciertamente difícil) qué elementos pueden incluirse

99
en el ámbito de los apelativos, sean sustantivos comunes, nombres
propios, o incluso adjetivos. Pero saber qué pueden ser no quiere decir
saber qué significan.
Por razones obvias, entre estos elementos podemos distinguir
algunos topónimos (aunque mu y probablemente no seamos capaces de
reconocer otros), algunos de los cuales son mencionados por otras
fuentes, aparecen en leyendas monetales, o se han transmitido (con
diferentes modificaciones) hasta nuestros días. En varios de estos
aparece el componente iltiŕ- (o ILI-) con lo que de nuevo vemos el
procedimiento de la composición. Este es uno de los elemento menos
opacos y hay bastante unanimidad en interpretarlo como "ciudad" o
similar, y mu y probablemente el otro elemento al que se une debe tener
valor adjetival, sin excluir el verbal.
Otro campo léxico que mu y probablemente tendremos ante
nosotros es el de los numerales (por definición, habitual en los
elementos contables). En este sentido se han hecho algunos intentos por
identificar la forma léxica de una parte de éstos, 181 pero de momento la
cuestión queda abierta, pues tampoco se pueden sacar conclusiones a
partir de los documentos en los que aparecen numerales escritos en cifras
(algunas de las cuales tampoco podemos identificar). Finalmente
tampoco podemos distinguir claramente si el sistema de numeración
ibérico tenía una base hexagesimal, decimal, vigesimal, etc., pues los
paralelismos que podemos establecer pueden contener cualquiera de
estos sistemas.
Nos quedaría así por intentar ver, una vez eliminadas en lo posible
otras alternativas (lo que no pocas veces no sucede), qué tipos de
segmentos podrían ser substantivos comunes. Entre éstos, como ya
vimos, y tampoco siendo exhaustivos, se han identificado con mayor o
menor grado de probabilidad (y, como se puede comprobar, algunos
también se han identificado como verbos, lo que testimonia el grado de
"hipotetización" en el que nos movemos) los siguientes:
abaŕ, baites, baseŕ, batir, biteŕ, biuŕ, borar, eban, ekiar, iltiŕ,
iltun, iunstir, kalir, kaśtaun, kutur, neitin, śalir, seltar, uskeike.
Ante tal variedad poco se puede decir, como no podría ser de otra
manera, desde un punto de vista tipológico, aunque creemos que sí
conviene destacar el elevado número de elementos que terminan por -r o
-ŕ, y también por -n, pero no sabemos si ello obedece a la casualidad
(que sería mucha), o a tratarse de algún elemento morfológico, o bien ser
algún tipo de identificador (lo que sí podría tener paralelos tipológicos).
Para terminar querríamos insistir en que la comparación tipológica
no debe confundirse con la comparación léxica. Establecer ésta entre
elementos cu ya semántica ignoramos y otros con los que los primeros
distan mucho bien geográfica bien cronológicamente puede inducir a
múltiples errores (y también a meras coincidencias casuales).
Recordamos que los elementos léxicos de todas las lenguas (además de
poder ser resultados de préstamos) están sujetos no sólo a variaciones
semánticas, sino también a transformaciones fonológicas que pueden
convertir una palabra en otra aparentemente diferente, y cu yas

181
C f. E . Or d u ña ( 2 0 0 5 ) .

100
características concretas de cambio y diacronía ignoramos. Y esto es
todavía más problemático, como ya indicamos, cuando se comparan
elementos breves con poca carga fónica, al igual que sucede con los
componentes gramaticales, en todos los cuales debemos tener mu y
presente la cuestión de la homofonía.
Por ello, pensamos que sólo es loable, para una lengua tan poco
conocida como el ibérico, establecer comparaciones interlingüísticas
desde un punto de vista tipológico, y con su ayuda seguir su estudio con
criterios internos.

- Ya fuera del ámbito estrictamente lingüístico podemos establecer


otras comparaciones tipológicas. Nos referimos, obviamente, a las del
tipo de soporte en los que se nos presentan los textos ibéricos y los
paralelismos que se pueden hacer con los que tenemos en estos mismos
tipos de soportes en otras lenguas mejor conocidas. 182
Básicamente, las inscripciones ibéricas aparecen en monedas,
recipientes cerámicos (o de otro tipo de materiales), inscripciones
pétreas (muchas de ellas sepulcrales) y rupestres, y plomos de diversa
índole.
El sentido de muchas inscripciones numismáticas y cerámicas
(cuando son breves) se deja entrever claramente, como en otros muchos
lugares: nombres propios de magistrados o de cecas, marcas de
propiedad y posiblemente menciones numéricas.
Algo parecido sucede con las inscripciones sepulcrales no mu y
extensas, donde es mu y probable que aparezca el nombre del difunto, de
algún familiar o dedicante, con mención del grado de parentesto o del
hecho de la dedicación.
Pero precisamente por esta relativa transparencia significativa,
estos mismos textos mu y poco nos pueden decir de un buen número de
las variadas y complejas características gramaticales de una lengua. Y no
en vano en cuanto alguna inscripción "se alarga" con nuevos elementos,
nuestra comprensión de la misma disminu ye habitualmente casi en la
misma proporción.
Por tanto, podría decirse que cuanto más complejo (y
habitualmente más largo) es un texto ibérico, menor es nuestra
comprensión del mismo. Pero esto no es exactamente así.
La mayor parte de estos textos complejos suelen aparecer en
plomos, y tal como sucede (o sucedía) en otros ámbitos culturales éstos
solían servir de soporte para cartas, contratos, documentos legales, etc.
(mu y probablemente de carácter comercial, pero no necesariamente así).
Esto nos permite un primer paralelismo tipológico, por simple que sea:
En una carta, alguien (un remitente) le escribe a otro (un destinatario)
algo. Es por tanto mu y probable que tanto el nombre del remitente como
el del destinatario (o al menos el de uno de ellos) aparezca en la carta.
Y, claro está, ese algo que se dice conformaría el cuerpo de la carta, la
mayor parte del texto.

182
E n es te se n tid o se h an r eal iz ad o d i fe r e nt e s e st ud io s y p r o p ue st as, co mo ,
esp e ci al me n te : F. B el tr án ( 2 0 0 4 y 2 0 0 5 ) , M ª. P . d e Ho z ( 1 9 9 7 ) , M a yer y Vel aza
( 1 9 9 3 ) , S il go ( 1 9 9 6 b ) , y Ve laza ( 1 9 9 6 c y 2 0 0 3 a) .

101
Es algo habitual que las cartas contengan fórmulas de saludo y de
despedida, y sin duda algunos de los elementos que aparecen en los
plomos (siempre y cuando no se hayan perdido en aquellos que no
conservamos enteros) deben corresponder a estas fórmulas.
De modo semejante, en contratos o documentos legales es habitual
encontrar una fórmula introductoria, el tipo de contrato, etc., y en qué
consiste, así como las personas o entes afectados por éste.
Pero, y esto es lo que aquí nos interesa, en este tipo de documentos
puede aparecer obviamente, con gran variedad en muchos sentidos,
cualquier cosa susceptible de ser dicha, con lo que en los textos ibéricos
sobre plomo nos podemos enfrentar a toda la riqueza que posee una
lengua, en sus aspectos morfológicos, sintácticos y léxicos. Y es por ello
por lo que este clase de documentos resulta mu y adecuada para intentar
profundizar en el estudio de la lengua ibérica. Posiblemente de momento
no podremos llegar a conocer su significado, pero sí podremos cotejar
los elementos que disponemos para enfrentarnos al estudio de su
estructura y tipología.
Sin duda nos enfrentamos ante ellos a muchas dificultades y
cometeremos muchísimos errores y malinterpretaciones. Pero para
subsanar un error, primero hay que percatarse de que lo es; y para
interpretar bien algo, primero hay que distinguir qué interpretaciones son
malas.

Por ello proponemos un breve análisis de un texto ibérico escrito


en una carta (o quizás un documento legal, como intentaremos
esclarecer) sobre soporte plúmbeo (en concreto el denominado C.1.24).
No entendemos de él prácticamente nada, pero sin duda su análisis
lingüístico puede dar mucho juego, ... y mucho jugo.

102
8.- Breve análisis de un texto ibérico (C.1.24) .
---Comentario general:

El denominado texto C.1.24 aparece sobre un soporte que consiste


en una lámina de plomo rectangular (de 11'5 x 5'4 cm. de dimensiones
aproximadas) hallada en Ampurias. 183
Sobre las circunstancias concretas del hallazgo y su contexto
arqueológico puede verse: SANMARTÍ, E. (1988): "Una carta en lengua
ibérica, escrita sobre plomo, procedente de Emporion", Revue
Archéologique de Narbonnaise 21, pp. 95-113. Pero a nosotros, en
principio, nos interesa que se hallaba en una zona de relleno junto al
templo de Esculapio y que su datación más probable es la de finales del
siglo III a.C.

---Dibujos: 184

183
P ar a e st e e st ud io no q uer e mo s ab r u ma r a l l ec to r co n e x ce si v as no ta s a p ie d e
p ág i na co mo és ta. L a ma yo r ía d e lo s co me n ta r io s r eal izad o s so b r e é l ap ar e ce n e n
lo s tr ab aj o s q ue h a n l l ev ad o a cab o d i f er e n te s e st ud io so s ( p ue s aq u ello s q u e so n
es tr ic ta me n t e n ue st r o s s o n mí n i mo s y se i nd i ca n co mo tal es ) . E sp e cia l me n te p ued e
co n s u ltar s e, ad e má s d e la o b r a co n la p u b lic ació n d el te x to m en cio nad a a
co n ti n u ació n : U n ter ma n n ( 1 9 9 6 ) , De Ho z ( 2 0 0 3 ) , y Or d u ña ( 2 0 0 5 , p p . 2 7 1 -2 8 4 ) .
So b r e al g u na s c ue st io n es d e l e n g ua el lec to r p u ed e r e mi tir se a l o s ap ar t ad o s
co r r e sp o nd ie n te s d e lo s te ma s tr a tad o s, a s í co mo a la b ib lio gr a fía al lí i n d icad a .
184
Dib uj o s fac il it ad o s p o r J o an Fer r er , a q ui e n d e s d e aq uí a gr ad ezco s u d e fer e nc ia.

103
I l us tr a ció n 6 : D ib uj o s d e la i n scr ip ció n C.1 .2 4

---Lectura:

El plomo, tal como vemos, aparece varias veces plegado pero está
escrito por ambas caras, dejando la parte más visible de la exterior, una
vez plegado, con un texto transversal, y de tamaño no mucho mayor, al
resto del texto de esta misma cara.
Este texto transversal, que consta, como se puede comprobar, de
una sola palabra correspondiente a un onomástico, posiblemente
indicaría el destinatario (o con menor probabilidad el remitente) si el
documento fuera una carta, o el poseedor del mismo, si este documento
fuera un contrato o indicara algún tipo de posesión, o incluso aquél a
quien hace referencia el documento, si éste fuera una especie de
documento de archivo.

104
La lectura del texto no se ve dificultada en exceso por los pliegues
que se efectuaron en el plomo, pero éste aparece algo deteriorado en la
esquina superior izquierda (tomando como referencia la llamada "cara
A", la del último dibujo) y parte del borde derecho, lo que provoca
algunas lagunas que afectarían a un número reducido de signos.
Aunque con respecto a su lectura ha habido diferentes
discrepancias, para nuestro estudio emplearemos la que consideramos
más correcta, es decir, la efectuada por Untermann, pero con las
correcciones introducidas por J. Ferrer 185 sobre la lectura del signo v ,
que interpretamos como "ta" en lugar de la antigua lectura "bo".

C.1.24 186

A [---]tin : iunstir : tautikote : katu[---]


[---]tienbanitiŕan : biuŕtikise[---]
beŕisetitiatin : nikokatiaŕibai
tuŕkosbetan : uskaŕe : tieka : ultitikir[---]
iŕkubaśka : bintuŕkeska : aitutikerka
batita : tiŕatisukika : itikotesun : koronka
tinkaŕ : sitiŕkaŕkan : nikokaiatai
is : beŕteike : ituŕutan : lebosbaitan[---]
batiŕakaŕiteŕitan

B śalir : i[ ]ata[ ]r : banteŕa


n : tinebetan : banitiŕkata
salaker : itiŕoketetan : iŕi
ka : iunstirika : sikite : basiŕ

C katulatien

T r ans cr ip ció n 6 : T e xto d e la i n scr ip ció n C.1 .2 4

---Comentarios particulares:

Aunque el plomo aparece roto justo al principio del texto A, se


puede reconstruir con bastante grado de certeza el primer elemento, que
sería nei]tin. Ciertamente caben otras posibilidades, como atin, tautin u
oŕtin, pero a partir de los paralelos con otros textos, donde tenemos la

185
C f. J . F er r er ( 2 0 0 5 )
186
Co r r e gid o : t a = a nt er io r bo ( v )

105
secuencia neitin:iunstir (con interpunción interna o no), la primera
propuesta es la más factible.
Tanto esta secuencia como, sobre todo, su segundo elemento,
iunstir (con sus variantes), han sido objeto de muchísimas
interpretaciones, muchas de ellas sólidamente defendidas, aunque
ninguna ha sido unánimemente aceptada. Entre éstas interpretaciones
destacan, como ya vimos, las de o que signifique "conviene" o algo
parecido, o que se trate de la denominación de un cargo, o que
pertenezca al ámbito semántico de donación, o una fórmula de saludo al
estilo del Xai= r e griego.
Todas ellas son, efectivamente, perfectamente posibles, pero
remitiéndonos nuevamente a su aparición en otros textos (donde incluso
aparece repetido varias veces en uno de ellos), y basándonos en la
posibilidad (difícil pero no imposible) de que este plomo no contenga
una carta sino que se trate de algún documento jurídico, de propiedad o
compra-venta, queremos plantear otra propuesta, hipótetica pero también
factible.
Parece ser que este término puede usarse como fórmula
introductoria en algún tipo de texto, pero no exclusivamente (tal como
aparece en otros documentos), por ello sería aceptable suponer un
sentido similar a otras fórmulas introductorias de textos griegos (no
olvidemos que este plomo fue hallado en Ampurias, donde la relación
entre diferentes personas con lenguas diferentes produciría influencias
mutuas en su modo de expresión o, dicho de otro modo, calcos
expresivos), y así obtendríamos un valor semejante al término griego
tu/ x h| , o similar. Este valor pudiera ser además perfectamente compatible
con el término que aquí, y en otros lugares, le precede.
Efectivamente, neitin ha sido interpretado como uno de los
elementos que forman parte de los compuestos antroponímicos ibéricos,
y, junto con los más arriba mencionados, con la misma terminación -tin
o -ti-n, forma un grupo relativamente compacto. Con ello, si tenemos en
cuenta que en varias ocasiones forman compuestos con otros elementos
que mu y probablemente son sustantivos (como iltiŕ o iltun), es mu y
posible, según nuestro criterio, que formen parte de una categoría
gramatical concreta, como la de los adjetivos.
Ciertamente, encontramos este elemento -tin unido a otros
segmentos que difícilmente podrían pertenecer a lexemas verbales, 187
aunque no siempre sucede así; lo que no obsta para que -tin- pueda
seguir interpretándose como adjetivador de verbos (resulten éstos
participios o no). 188
Obviamente, que -tin aparezca como terminación habitual de
componentes onomásticos puede interpretarse de muchas otras maneras,
pero mientras no estemos seguros de su posible valor, nuestra hipótesis
nos parece perfectamente factible y, si no sólida, sí al menos plausible.

187
P ar a u na p o sib le i n ter p r eta ció n d e se g me n to s ver b ale s y lo s cr i ter i o s p ar a s u
d eli mi t ac ió n vé as e E . O r d u ña ( 2 0 0 5 ) . Co n o tr o s cr i ter io s vé as e ta mb ié n J .Ro d r í g ue z
Ra mo s ( 2 0 0 0 d ) y A. Q u i nt a ni ll a ( 2 0 0 5 ) .
188
No o b st a nte , t a mb i é n p o d e mo s e st ar a n te d o s s u fij o s ho mó gr a fo s ( no ta n to
ho mó fo no s, p u es e n e l p lo mo d e Al co y t e ne mo s l a s te r mi n acio n es – t in y – d i n) co n
d i fer e n te v alo r y q ue se u ne n a d i f er e n te s “cl as e s” d e p a lab r a s.

106
Esta hipótesis se ajustaría además a la interpretación que estamos
dando sobre el valor inicial del texto que tratamos, es decir, es mu y
posible que la fórmula introductoria con la que éste se inicia constara de
un adjetivo más un sustantivo (siguiendo el orden habitual esperable de
determinante + determinado). Lo que no podemos saber, claro, es el
valor concreto de neitin, pero si seguimos buscando paralelos en otros
textos griegos sin duda, y remitiéndonos a nuestra interpretación de
iunstir, tal fórmula vendría a ser paralela (lo que no quiere decir que
signifique lo mismo) a a) g aqh| = tu/ x h| . 189
La interpretación que acabamos de dar para -tin podría a priori
plantearnos problemas ante el siguiente segmento del texto: tautikote,
pero consideramos que no es necesariamente así.
Dicho segmento podría subdividirse como tauti-ko-te. Según esto
tauti podría ser una variante (quizás con escritura defectiva) de tautin,
con lo que tendríamos otro elemento “adjetival”, pero la sílaba que le
sigue, “ko”, es habitual como formadora de nombres de persona “no
compuestos”, es decir añadidos a un elemento onomástico único, como
Edeco o Austinco, por lo que a pesar de que tauti(n) pudiera ser un
adjetivo, no hay inconveniente en considerar la posibilidad de que éste y
otros similares sirvan, mediante diferentes procedimientos, para formar
bases o partes de nombres de persona. Así, con una nueva segmentación
quedaría como tautiko-te, con un sufijo, como hemos visto, mu y
frecuente, al que se le han asignado diferentes valores.
Entre éstos destaca el de agente (lo que, como dijimos, no ex clu ye
los que se pueden atribuir a un ablativo o a un ergativo), y así podríamos
proponer hipotéticamente para este segmento la traducción de “(algo
hecho) por Tautinko” ó “Tautinko (hizo algo)”.
El segmento siguiente katu[---/---]tien, aunque coincide con dos
lagunas en el texto, puede interpretarse perfectamente como katulatien,
que es precisamente la palabra que quedaba visible, con escritura
transversal, al quedar plegado el plomo, en el llamado texto C.
Se trata, sin duda, como ya adelantamos, de un nombre de persona,
quizás de origen galo, a juzgar por su forma, con un sufijo –en al que
habitualmente se le ha dado el valor de genitivo.
Aunque no es apreciable la interpunción entre este segmento y el
siguiente, se trata sin duda de dos elementos diferentes.
En banitiŕan nos encontramos con una “palabra” con tres
elementos bastante recurrentes: ban-, -itiŕ- y –an.
Así, ban es un elemento que encontramos actuando tanto en
posición de prefijo como de sufijo (y en no pocas ocasiones sufijado éste
también), e incluso como elemento independiente (especialmente en
leyendas monetales). Mu y posiblemente en éste y otros casos que
aparece como elemento inicial se trate de un segmento incorporado a una
base verbal o que haya quedado morfologizado con respecto a ésta. Esto
desde luego no contradice el valor que se le ha atribuido como
indeterminado o numeral.

189
U na h ip ó t es i s si mi lar , a u nq ue d e sd e d i fe r e nt es cr it er io s, p la n te a Ro d r í g ue z Ra mo s
( 2 0 0 2 g, p p . 1 3 -1 6 ) .

107
Con respecto al segmento itiŕ ya hicimos alguna referencia al
tratar las secuencias biteŕ-ok- y sus variantes, donde efectivamente
vimos que biteŕ y bitiŕ podían ser variantes y que ambas podían
aparecer o no con la b- inicial. Estos elementos aparecen con cierta
frecuencia seguidos por el segmento –ok-, y en varias ocasiones éste
seguido a su vez de –an. Por tanto este segmento pertenecería a un
paradigma que presenta bastantes variaciones, lo que lo hace un buen
candidato para ser una base verbal. En esta ocasión aparecería con un
elemento incorporado (ban), sin prefijo labial (b), y sin sufijo –ok-
(posiblemente un morfema verbal), y con sufijo –an (también
posiblemente un sufijo verbal, y que también varias veces aparece tras el
mencionado –ok-). 190 Obviamente, nada podemos decir de su posible
significado.
Además resulta interesante constatar que dicha secuencia –itiŕ-,
aparece en otras tres ocasiones en este texto: sit-itiŕ-kaŕkan (A.7), ban-
itiŕ-kata (B.2) (con el mismo elemento ban- incorporado), y itiŕ-
oketetan (B.3) (en este caso con el sufijo –ok- y quizás también con el
sufijo –an). Además, también nos encontramos con la variante –iteŕ-
(A.9, la última secuencia del texto A), batiŕakaŕ-iteŕ-itan, por lo que
podríamos deducir que dichas variantes no responden a hechos
dialectales, sino de otro tipo (morfológicos o, menos probablemente,
fonéticos). Además, en B.1/2, vemos un mu y paralelizabale ban-teŕ-an,
que comentaremos más abajo.
Así pues, insistimos, nos encontraríamos ante un paradigma verbal
que haría referencia, con diferentes variantes, a una acción repetida a lo
largo del texto.
Finalmente ya vimos que –an es un sufijo mu y posiblemente verbal
(habitualmente terminal, aunque en ocasiones seguido de otros
elementos), aunque algunas veces también lo encontramos como final de
otros segmentos (como ban o eban), probablemente por homofonía.
Si hasta aquí quisieramos hipotetizar un acercamiento semántico a
lo que el texto nos dice podríamos aventurar la siguiente (pero,
insistimos, es sólo una posibilidad, no una auténtica traducción, en la
que cabrían muchísimas variantes, e incluso es mu y posible que en todo
lo que hemos dicho estemos totalmente equivocados, por lo que rogamos
al amable lector que tome esto como un mero “divertimento”, y si algo
de ello pudiera confirmarse posteriormente, pues mejor): “””Con buena
suerte. Tautinco lleva a cabo esto acerca de Catulatio”””.

Hasta aquí hemos realizado nuestro comentario aventurando


posibles valores de los elementos que aparecen en el texto. Ello es más
factible porque los inicios de cartas (o de registros) suelen presentar
pocas variaciones con respecto a diferentes fórmulas más o menos
estereotipadas. Sin embargo, lo que sigue, el “cuerpo” del texto, está
abierto a infinitas posibilidades, por lo que intentar aproximaciones
semánticas con criterios que trascienden los datos que disponemos sería
aventurarse demasiado sin una base científica sólida. Por ello, desde

190
So b r e la s r ec ur r e nc ia s y co nt e xto s d el s e g me nto – o k- p ued e ver se e l cap ít u lo
co r r e sp o nd ie n te e n e st a mi s ma sec ció n.

108
aquí nos limitaremos a un análisis estrictamente interno (o con
referencias a segmentos iguales o similares que aparecen en otros
textos), lo que no impide desde luego conjeturar hipótesis (siempre
mínimamente razonadas) sobre algunos criterios gramaticales, como ante
qué tipo de “palabras” o segmentos nos enfrentamos y a sus posibles
relaciones dentro del texto.
El siguiente segmento, biuŕtikis-e[, parece claro que se trata de un
nombre de persona, con elementos bastante recurrentes en otros textos,
sufijado por –e seguido de una ruptura. El problema es precisamente esta
ruptura, por lo que no podemos añadir nada más al respecto.
Le sigue beŕisetitiatin, “palabra” compleja en la que aparecen
algunos segmentos que pueden funcionar como elementos nominales,
como beŕi y quizás seti, además del elemento final –atin. El problema es
que el elemento beŕ por sí sólo es también bastante frecuente, aunque si
aquí lo separamos no tenemos paralelos para el resto de la secuencia,
mientras que una secuencia –tiatin sólo la encontramos en este texto.
Podría así entenderse como un nombre de persona trimembre, aunque
sería algo extraño (aunque no imposible) o algún tipo de cargo con un
sufijo adjetivador, pero dados nuestro conocimiento de la lengua no
podemos decir nada seguro.
Con respecto a nikokatiaŕibai tenemos un paralelo en A.7,
nikokaiatai/is, pero se nos presentan al respecto problemas añadidos.
Así si comparamos ambas “palabras”, coinciden en nikoka-, pero en este
caso parecería más probable separar nikokati, que, aunque no tiene
muchos paralelos, dejaría ver dos secuencias frecuentes: aŕi y bai. Aŕi
ha sido considerado como la base de un paradigma pronominal, y aparece
frecuentemente sufijado, aunque no por bai. Éste es, a su vez, un
segmento frecuente, pero no como final de secuencia, por lo que quizás
sería preferible hacerlo seguir del término de la línea siguiente, tuŕ-
kosbetan. No obstante, teniendo en cuenta la repetición del término
nikoka-, no deja de llamar la atención que quedaría una secuencia –ti-
extraña (nikoka-ti-aŕibai-), curiosamente igual que sucedía en la
“palabra” enterior, beŕiseti-ti-atin.
Continuando con (bai)tuŕkosbetan, tuŕ- ha sido considerado como
un lexema verbal, lo que es perfectamente factible, incluso prefijado,
pero por otra parte -betan también ha sido considerado como elementos
de compuestos onomásticos, mientras que una secuencia –kos-, aunque
existente en otros lugares, no parece que pueda ser paralelizable en este
caso. No obstante, en A.5 encontramos bin-tuŕ-kes-ka, y en A.8 i-tuŕ-
utan). Por ello es conveniente dejar en el aire toda interpretacción.
(Sobre un final semejante, aunque con diferente grafía, tinebetan, véase
más abajo).
Sí es destacable, en cambio, el final en –(e)tan, anteriomente leído
–bon. Se trata de un final de “palabra” relativamente frecuente, incluso
en este texto (aunque a veces con diferente grado de sonoridad en la
oclusiva). No obstante, también podría segmentarse esta secuencia como
–t- (segmento sin vocal 191 o con vocal elidida ante la siguiente) más el

191
Co n v ie ne te n er e n c u e nt a ta mb ié n q u e so n f r ec ue nt e s l a s sec u e nc ia s – et - e – it -
se g u id a s d e d i fer e nte s s u f ij o s.

109
conocido sufijo (verbal) -an, lo que podría corroborar que nos
encontramos ante la existencia de un verbo (cu ya fragmentación podría
quedar como bai-tuŕ-kosbe-(e)t(e)-an).
Por lo que se refiere a uskaŕe, tenemos como paralelos el principio
en us- (como en uskeike) y la secuencia kaŕ, entendida también como
lexema verbal (que aparece como gaŕ en alfabeto greco-ibérico), más un
sufijo –e, que, dada su brevedad, poco puede aportar en este caso. Si se
tratara de un verbo no dejaría de ser chocante que aparecieran dos (si la
anterior “palabra” también lo es) seguidos, aunque no es imposible.
A continuación siguen una serie de términos que coinciden en
presentar un mismo sufijo –ka (aunque en uno ellos ha y
desgraciadamente una ruptura donde debería estar precisamente éste, es
probable que también lo llevara): tie-ka, ultitikir-[, iŕkubaś-ka,
bintuŕkes-ka, y aitutiker-ka. Con excepción del primero de ellos, se
han considerado éstos como nombres personales (aunque para nosotros
bintuŕkes presentaría problemas para considerarlo como tal, quizás sí
fuera otro tipo de nombre). Con respecto al primero, tie-ka, al tener una
base tan breve pero aparecer en “concordancia” con el resto, quizás
pudiera considerarse como un (pronombre o adjetivo) presentador,
aunque no tenga muchos paralelos en otros textos.
A este sufijo –ka, mu y frecuente, se le han dado, como vimos,
diferentes valores, como el de ablativo, dativo o ergativo, aunque en este
contexto no podemos decantarnos por preferir ninguno de ellos (sólo
teniendo en cuenta que ya ha aparecido un término, más arriba
comentado, con un posible valor de agente, seguido de –te, y el lugar en
que aparecen éstos sería más descartable el valor de ergativo, aunque no
la de posibles acusativos o absolutivos).
De batita (antes leído batibo) poco puede decirse, aunque bati-
parece servir como base para un nombre (substantivo o adjetivo) con
diferentes sufijos, entre los cuales puede entenderse el –ta que aparece
aquí (cf. iltiŕ-ta), pero desconocemos su valor.
La secuencia tiŕatisukika también presenta cuestiones
problemáticas y abiertas a numersosas interpretaciones. Por una parte
nos encontramos con un segmento tiŕatisu con algunos paralelos
esporádicos pero difícilmente comparables. Aparentemente estamos ante
un compuesto bimembre pero no interpretable, a partir de los datos que
disponemos, como nombre de persona, por lo que podríamos estar ante
algún tipo de nombre indeterminado. Además, podemos ver que tenemos
una secuencia tiŕ, que nos recuerda la mencionada itiŕ sin la vocal
inicial, por lo que no sería descartable relacionar ambos segmentos
teniendo en cuenta que dicha i- inicial pudiera responder a algún tipo de
prefijo (no olvidemos que podemos observar una especie de alternancia
bitiŕ, itiŕ, tiŕ). Por otra parte, el segmento –ati- podría entenderse como
una escritura defectiva por –atin-, con elisión de la nasal ante una
silbante, aunque esto es difícil porque sí encontramos habitualmente
estas secuencias en ibérico. Además, no es completamente descartable
que la forma –su- pudiera responder a algún tipo de sufijo, vislumbrable
en otros textos.
Sea como fuera, y entendiendo la secuencia tiŕatisu como un
elemento en conjunto, nos encontraríamos tras éste con un doble sufijo –

110
ki-ka, o -k-ika. La terminación –ka (o su variante –ika) recuerda la de
los términos anteriormente analizados, por lo que podríamos estar ante
un hecho de concordancia. Además resulta atractiva la teoría 192 que
presenta un infijo –k- como pluralizador en ibérico, por lo que esta
“palabra” podría interpretarse como un elemento continuador o
resumidor de todos los anteriores (con la excepción del interpuesto
batita).
Como se puede comprobar, a partir de un simple segmento textual,
tan ilustrativo como éste, podemos conjeturar varias posibilidades, y,
además, abiertas debido precisamente a nuestros precarios conocimientos
concretos de la lengua ibérica.
En cambio (o además), ante itikotesun nos encontramos ante un
segmento bastante opaco. Podría entenderse un prefijo, como antes
comentamos, i- seguido de su segmento tik-o, cu ya primera parte no es
infrecuente. Pero se entiende mal una secuencia –te- que poco parece
tener que ver con el conocido sufijo. Sí podría enterderse la terminación
–sun, como la contracción de dos sufijos (si –su- lo fuera) -su-en. No
obstante todo esto no pasa de ser una mera conjetura.
Algo parecido puede decirse con respecto a la siguiente secuencia:
koronka. Para koron apenas tenemos paralelos, aunque podría
entenderse con una secuencia sufijada por –ka. No obstante cabe otra
interpretación, que no es otra que entender que esta secuencia forma una
unidad con la de la línea siguiente: tinkaŕ, y así entender un conjunto
koronkatinkaŕ, donde nos encontramos con otros elementos conocidos.
Efectivamente, podemos volver a ver una secuencia –atin- (no tanto –
katin-), con lo que, siguiendo nuestro planteamiento inicial, no es
descartable un adjetivo compuesto o algún tipo de nombre compuesto
adjetivizado, o incluso un nuevo onomástico compuesto, aunque
carezcamos de paralelos claros. Además, nuevamente observamos la
forma kaŕ posibilitada como lexema verbal, lo que no significa que
estrictamente sea un verbo, cosa improbable ante la “palabra” siguiente.
Ésta es sitiŕkaŕkan, que se presta a diversas interpretaciones. Así,
en primer lugar nos encontramos ante la secuencia sitiŕ, que podría
analizarse como el conocido elemento itiŕ con un elemento inicial s- (o
bien tiŕ prefijado con si-). En segundo lugar también encontramos el
recurrente segmento kaŕ (que también aparece como final en la “palabra”
anterior). Y finalmente una terminación –kan que puede segmentarse en
–k-an, quizás el infijo pluralizador más la terminación (¿verbal?) –an.
Según lo expuesto, nos encontraríamos ante dos lexemas verbales,
prefijado el primero y doblemente sufijado el segundo, lo que no sería
improbable en una lengua de carácter incorporante, o bien entenderse
como que uno de estos lexemas pudiera tener cierto valor de auxiliar (e
incluso entenderlo como una especie de causativo). Otra posibilidad, con
respecto a esta secuencia pudiera ser la del conocido sufijo –ka,
contraído con el final –an.
Con nikokaiatai/is volvemos a encontrarnos con la secuencia
nikoka- mencionada anteriormente como A.3. Aquí el problema consiste
en la secuencia siguiente –iatai/is, pues ésta es poco frecuente en su

192
C f. Ro d r í g ue z Ra mo s ( 2 0 0 5 a) .

111
conjunto. Además no sabemos si el segmento –is, que sí es relativamente
frecuente como final pero no tanto aislado, de la línea siguiente debe
entenderse como unido a –iatai- o no. En todo caso la secuencia –ii- es
poco frecuente en ibérico (aunque también puede enterderse, en el
cambio de línea, que una de estas vocales sea redundante).
Con respecto a beŕteike también encontramos secuencias
conocidas. Así, beŕ es bastante frecuente, y también encontramos en –
eike un claro paralelo con la “palabra” frecuente usk-eike. Pero además
también sería posible otra segmentación a partir de la base beŕ-, que ya
hemos visto en A.3, más un doble sufijo –te- e –ike. Aunque sería dificil
conjeturar qué valores podrían tener en este orden.
Con ituŕutan volvemos a encontrar el segmento i-tuŕ y una
terminación –an, con lo que probablemente podría considerarse un
verbo, o palabra con cierto contenido verbal, pues ante la abundancia en
esta fase de probables lexemas verbales habría que tener en cuenta que
tales lexemas pudieran usarse con otro valor. Además, entre ambos
elementos mencionados queda la secuencia –ut- cu yo valor se nos escapa
(aunque no sería descartable una relación “paradigmática”, por lo visto
hasta aquí, –et-/-it-/-ut-).
Del segmento inicial de lebosbaitan poco pude decirse, aunque la
parte final –baitan presenta más paralelos. Nuevamente encontramos una
secuencia –bai- o –ba- más –i- que podría entenderse como un prefijo.
Además también vemos la secuencia –itan ó –i-tan. De esta “palabra”
no estamos seguros si es final, pues aparece ante una ruptura; pero de ser
así nuevamente nos encontraríamos ante una relación de concordancia,
pues tanto ésta como la anterior y la siguiente acaban de igual forma
(con respecto a la cual tampoco es descartable una contracción –te-an,
con lo que, por lo que se refiere a ésta, obtendríamos un nuevo ejemplo
del elemento baite-s-).
La última “palabra” del texto A, batiŕakaŕiteŕitan, también se
presta a numerosas segmentaciones e interpretaciones. Otra vez vemos el
segmento tiŕ, aquí quizás prefijado con ba- (aunque la secuencia batiŕa
también aparece en otro texto). También encontramos la secuencia –kaŕ-
mu y frecuente en este texto. A continuación viene la secuencia –iteŕ-
mu y abundante en ibérico, pero que en este texto sólo aparece aquí (y,
como estamos viendo, es más frecuente –i-tiŕ-), aunque también puede
entenderse como un segmento –teŕ, que sí vuelve a aparecer (en el texto
B), del mismo modo que –itiŕ- puede entenderse como –i- más –tiŕ-. Y
finalmente el elemento final mencionado –i-tan. Así pues, y según lo
expuesto, nos encontraríamos, entre otras cosas, ante tres lexemas con
posible carácter verbal. Obviamente, podríamos deducir que aunque
efectivamente algunos de ellos puedan servir como base para formar
verbos, en este caso tendrían simplemente un valor léxico cercano al que
por otros medios serviría precisamente para realizar tal función, al
menos como desde la perspectiva de nuestras lenguas los entendemos. En
todo caso, es mu y probable que nos encontremos ante un verbo que
incorpora diferentes elementos.

Pasando al texto B, la primera palabra que encontramos es la mu y


frecuente śalir. A ésta se le ha atribuido el valor de “dinero” o algo

112
semejante, cosa que parece bastante probable. E incluso su aparición en
este lugar puede ser congruente con el inicio de una segunda parte en el
contenido del documento.
Desgraciadamente, la siguiente secuencia i[ ]ata[ ]r aparece mu y
fragmentada, por lo que no podemos decir nada de ella ni de sus posibles
relaciones con el resto de secuencias (aunque en todo caso se aprecia un
final en –r, como la anterior śalir).
La siguiente secuencia, banteŕan, guarda claros paralelos con
banitiŕan comentada en A.2. Así, aunque la secuencia –teŕ- ó –tiŕ- suele
ir precedida de –i-, si la secuencia está prefijada por ban-, mu y
probablemente estamos ante un mismo paradigma, pues nos encontramos
con el prefijo ban- (con el posible valor indicado anteriormente), y el
abundante sufijo –an añadidos a una base verbal b/Ø-i/Ø-te/iŕ, cu yas
razones de diferenciación ignoramos, incluso en un texto como éste, con
una aparición tan recurrente.
La siguiente palabra también puede representar algunos problemas
de segmentación debido al final ya aparecido en –etan. No obstante el
final de esta secuencia puede coincidir con el resto sólo aparentemente,
pues el signo ibérico para “ta” aquí es t , mientras que en el resto es v
(que anteriormente, como comentamos, era leído como “bo”), por lo que
es posible que estemos ante una cuestión de la homografía que afecta a
nuestras transcripciones. Según esto nos encontraríamos ante un
componente nominal betan añadido a tine, que no había sido
considerado como tal, pues aunque aparece en otros contextos,
posiblemente coincide, en muchos de ellos, por razones de homofonía. Si
se tratara de un nombre de persona obtendríamos una serie semejante a la
de A.2 (banitiŕan/banteŕan + nombre de persona).
A continuación volvemos a encontrar la conocida secuencia ban-
itiŕ- en este caso seguido por –kata, que posiblemente se trate de un
doble sufijo.
La siguiente secuencia salaker, aunque con matizaciones, mu y
posiblemente se trate de otro nombre de persona.
Y a continuación, ante itiŕoketetan, de nuevo nos encontramos
con el segmento itiŕ-, en este caso sin prefijo, pero sufijado con –ok-
que es, tal como vimos, mu y frecuente precisamente tras este posible
lexema y sus variantes, por lo que nos parece un claro morfema verbal,
aunque en este texto sólo aparece en esta ocasión. Toda la secuencia
aparece sufijada por el frecuente –an, mientras que en medio nos
encontramos con el segmento –etet-. La segmentación interna de éste
resulta problemática, pero si comparamos las terminaciones en otros
textos, -ok, -okan, -oketan, -oketine, -oketetine, se podría conjeturar
que estamos ante un infijo –et-, en este caso reduplicado (con un
paralelo en biteŕoketetine). Obviamente, el valor y la posibilidad de que
un infijo pueda o no aparecer y reduplicarse o no es algo que se nos
escapa.
La doble aparición de esta base –itiŕ- de forma tan próxima pero
no contigua da desde luego que pensar, y más si añadimos la forma con
el segmento –teŕ-. No conocemos las razones de ello, pero sí podemos
establecer un cierto paralelismo “secuencial”:

113
śalir + ? (¿nombre de persona?) + ban-teŕ-an
Nombre de persona + ban-itiŕ-kata
Nombre de persona + itiŕ-oketetan

Según esto, y sólo como hipótesis, parece que con respecto a śalir
tres personas tuvieran que realizar una misma acción (teŕ/itiŕ) con
diferentes variantes. Obviamente, es muy aventurado postular esto, pero
es una posibilidad que puede quedar abierta.

A continuación se nos presentan dos “palabras” en aparente


concordancia: iŕika y iunstirika. Ambas tienen un sufijo –ika mu y
frecuente (con su variante –ka) que posiblemente debe tener la misma
función que los términos con igual final en A.4, A.5 y A.6, pero tampoco
aquí podemos argumentar sobre su posible valor. En cuanto a las “bases”
a las que se unen, la primera es bastante recurrente iŕ- (mejor que iŕi-),
pues aparece en diferentes textos y con diferentes sufijos (e incluso
sola). Por su frecuencia de aparición, la brevedad de su raíz, y la
variedad de sufijos, se le ha supuesto un valor pronominal. La otra base
es la conocida iunstir, ya comentada como la segunda “palabra” de este
texto (allí sin sufijo); el valor propuesto para este término en aquel lugar
no creemos que sea incompatible en éste. Finalmente conviene resaltar
que esta misma secuencia (iŕika : iunstirika) también aparece en otro
lugar (en el llamado plomo F.9.7, de Orleyl, que, por cierto, tampoco
parece tener carácter comercial o ser una carta), aunque más alejado del
final del texto, si bien en éste la secuencia iunstir es mu y frecuente.
El siguiente término, sikite, parece presentar un sufijo –te ó –ite,
ya comentado más arriba. Éste quedaría unido a una base siki-, para la
que no hay muchos paralelos, aunque sí hay cierto número de términos
que empiezan por si- (como el mencionado sitiŕkaŕkan, en A.7, donde
podemos ver tanto s-itiŕ-, como si-tiŕ- o s(i)-itiŕ). Otra posibilidad es
que nos encontremos con una “contracción” de *si-eki-, con un segmento
–eki-, más frecuente. Aunque aquí ya nos movemos en cuestiones más
inseguras.
El término basiŕ, posiblemente diferente de baśir, más frecuente,
también lo encontramos en otros dos textos, pero sufijado y lejos del
final de los mismos. Por otra parte los finales en –iŕ son bastante
habituales (otra cuestión es si deben tratarse como sufijos o no), y
también tenemos cierta abundancia de la secuencia –siŕ, al igual que
inicios en bas-, con lo que podríamos estar ante la simplificación de un
supuesto *bas-siŕ. Como se ve, este término se presta a diferentes
segmentaciones, aunque tampoco estamos seguros de si debemos
hacerlas. Desde luego, la posición en el texto invita a considerarlo como
un verbo, con un número reducido o inexistente de infijos, (incluso por
el hecho de estar precedido por un término sufijado con –te), pero
también cabrían otras posibilidades.

Finalmente, el texto C, escrito en una dirección diferente al B,


contiene el término katulatien, que ya vimos como posible en las dos
primeras líneas del texto A. Como dijimos, se trata sin duda de un

114
nombre de persona, y aquí quedaría resaltado (y más visible una vez
plegado el plomo) como destinatario de la carta o, como mantenemos
como hipótesis, como referencia al afectado por el documento. En
ambos casos el posible valor de genitivo de la terminación –en sería
aceptable.

Para finalizar, exponemos unos listados de términos que presentan


concomitancias o coincidencias, bien en posibles lexemas, bien en
posibles sufijos o prefijos (la letra que acompaña al término hace
referencia al texto, y el número a la línea dentro de éste. Los términos
entre paréntesis indican que la posible relación con el resto de términos
no es segura; por otra parte no incluimos otras posibles relaciones por no
considerarlas suficientemente claras):

]tin (A.1)
(tautikote) (A.1)
beŕisetitiatin (A.3)
koronkatinkaŕ (A.6/7)
(tinebetan) (B.2)

iunstir (A.1)
iunstirika (B.4)

banitiŕan (A.2)
banteŕan (B.1/2)
banitiŕkata (B.2)

banitiŕan (A.2)
(tiŕatisukika) (A.6)
sitiŕkarkan (A.7)
(batiŕakaŕiteŕitan) (A.9)
(banteŕan) (B.1)
banitiŕkata (B.2)
itiŕoketetan (B.4)

banitiŕan (A.2)
(bai)tuŕkosbetan (A.3/4)
sitiŕkarkan (A.7)
ituŕutan (A.8)
lebosbaitan (A.8)
batiŕakaŕiteŕitan (A.9)
banteŕan (B.1/2)
(tinebetan) (B.2)
itiŕoketetan (B.3)

biuŕtikise[ (A.2)
beŕisetitiatin (A.3)

beŕisetitiatin (A.3)
beŕteike (A.8)

115
nikokatiaŕi(bai) (A.3)
nikokaiatai/is (A.7/8)

(bai)tuŕkosbetan (A.3/4)
bintuŕkeska (A.5)
ituŕutan (A.8)

tieka (A.4)
iŕkusbaśka (A.5)
bintuŕkeska (A.5)
aitutikerka (A.5)
tiŕatisukika (A.6)
(koronka) (A.6)
(sitiŕkarkan) (A.7)
iŕika (B.3/4)
iunstirika (B.4)

koronkatinkaŕ (A.6/7)
sitiŕkaŕkan (A.7)
batiŕakaŕiteŕitan (A.9)

Como se puede comprobar, aunque podemos intuir o especular


sobre el valor de algunos términos o los sufijos de éstos, o incluso sobre
qué tipo de documento es, poco más es lo que podemos decir (aunque sin
duda se pueden establecer otras hipótesis, nuevos planteamientos, situar
otras perspectivas, etc.). Sí podemos ver, basándonos en criterios
estrictamente internos, las posibles relaciones que guardan algunos
términos con otros y que sin duda mantienen mutuas congruencias, como
no podría ser de otra manera en una lengua que fue hablada y escrita, y
oída y leída, y entendida. El que nosotros seamos incapaces de hacerlo
no impide que sigamos continuando en su investigación, a la espera de
que nuevos datos y textos nos permitan confirmar o rechazar nuestras
conclusiones o hipótesis, lo que en buena parte se conseguiría con la
aparición de un esperado texto bilingüe. Pero no podemos esperarlo con
los brazos cruzados o la mente en blanco, sino preparados para ello con
los intrumentos que hasta ahora poseemos.

116
EPÍLOGO.

Si el amable lector ha sido capaz de llegar hasta aquí, es algo que


nos congratula. Y si además el camino recorrido le ha servido para tener
unos conocimientos aunque sean mínimos de lo que fueron las escrituras
y la lengua ibéricas, nos sentiremos enormemente satisfechos. Pero lo
que más no haría ilusión es que, tras la lectura de estas páginas, se sienta
motivado para interesarse más por este, para nosotros, apasionante
mundo.
Esta obrita, escueta por necesidad, no ha pretendido más que
acercar una parte de nuestra historia (o de la historia en general) a
nuestro mundo. Se trata, obviamente, de un acercamiento lingüístico que
está tan presente en la historia de la humanidad como cualquier otro
aspecto relacionado con ésta.
No cabe duda que un acercamiento mucho más profundo, y sin
duda más exacto, a muchos de los aspectos tratados aquí de forma
aproximada o incluso tangencial, se podrá encontrar en la bibliografía
mencionada al final. Toda esta es producto del esfuerzo y trabajo, en
muchas ocasiones desinteresado, de muchos estudiosos.
Pero una vez dicho esto debemos rectificar. El trabajo realizado
con relación a la epigrafía y la lingüística ibérica (y por ende
paleohispánica en general) nunca es estrictamente desinteresado.
Creemos sinceramente que estos trabajos, y modestamente el
nuestro, tienen un interés especial, que no es otro que un conocimiento
mucho más profundo del ser humano. Quizás pueda considerarse que se
trata de un conocimiento superfluo o poco pertinente, pero el
conocimiento de algo nunca está completo si no abarca todos y cada uno
de sus aspectos, al menos en la medida de lo posible. Y evidentemente
las lenguas que hablan, o hablaron, los seres humanos y lo que expresan,
y expresaron, mediante ellas es algo que forma parte de ellos (y de
nosotros) de un modo indisoluble, ya sea de su presente porque lo es, ya
sea de su pasado porque lo fue.

Por otra parte, es perfectamente posible, y demostrable, que la


lengua ibérica ha dejado una huella como sustrato en buena parte de las
lenguas romances de la península ibérica, así como en sus variantes, y
desde este punto de vista un mejor conocimiento de este sustrato sin
duda ayudaría a conocer mejor las características y peculiaridades de
estas lenguas en la actualidad.
Independientemente de esto, el hecho de que una lengua haya
desaparecido para siempre es algo irrelevante para el hecho propiamente
lingüístico. Para cualquier aficionado a (o enamorado de) la lingüística o
de las lenguas en general, el conocimiento (y más el estudio) de
cualquiera de ellas es algo grato en sí mismo.
En este sentido, la lengua ibérica, con todas las rarezas,
particulariades o peculiaridades (si pueden calificarse como tales) que
parece presentar, es un campo mu y atrayente (o al menos debería serlo)
para aquellos que, como hemos dicho, están interesados por cuestiones
de lingüística general o de detalles lingüísticos.

117
Todo conocimiento humano nunca debe entenderse como completo.
Afortunadamente siempre queda algo por aprender. Desde un punto de
vista del conocimiento lingüístico esto es algo que está bastante claro, y
especialmente evidente para los estudiosos del ibérico, del que como se
habrá notado, apenas sabemos nada. Sin embargo, sintiéndonos
optimistas, el hecho de que de algo no se sepa casi nada implica que
queda muchísimo por conocer, y esto, como creemos que hemos dejado
patente, es algo que se puede aplicar con bastante propiedad, insistimos,
a la lengua ibérica (aunque no sólo a ella). Este conocimiento está lleno
de dificultades y el camino hasta (o mejor, a través de) él avanza mu y
lentamente. Pero, como dijo el poeta, se hace camino al andar. Mu y
probablemente nunca encontraremos en ibérico una Ilíada, un Quijote o
algunas gracias catulianas, pero sí otras cosas. Y si están no cabe duda
que sería mu y interesante entenderlas.
Si con esta obrita el amable lector es capaz de apreciar los avances
que en este sentido se produzcan, o puede interpretar su significado, por
mínimamente que sea, o que incluso se sienta inspirado para contribuir,
aunque sea modestamente, en éste, creemos que el esfuerzo y el empeño
por realizarla habrá merecido la pena. Además de ser merecedor de un
afectivo abrazo, claro.

118
***BIBLIOGRAFÍA.
**OBRAS GENERALES:

---Como bibliografía esencial sobre la paleohispanística en general


resultan prácticamente imprescindibles los artículos aparecidos en las
diferentes actas de los coloquios que se han celebrado bajo el nombre
génerico de “Lenguas y culturas prerromanas de la península ibérica”, y
que detallamos a continuación con su referencia abreviada:

Actas I: (1976): Actas del I Coloquio sobre lenguas y culturas


prerromanas de la Península Ibérica (Salamanca, 27-31 Mayo
1974), ed. F. Jordá, J. de Hoz y L. Michelena. Salamanca.
Actas II: (1979): Actas del II Coloquio sobre lenguas y culturas
prerromanas de la Península Ibérica (Tübingen, 17-19 Junio
1976), ed. A. Tovar, M. Faust, F. Fischer y M. Koch. Salamanca.
Actas III: (1985): Actas del III Coloquio sobre lenguas y culturas
prerromanas de la Península Ibérica (Lisboa, 5-8 Novienmbre
1980), ed. J. de Hoz. Salamanca.
Actas IV: (1987): Actas del IV Coloquio sobre lenguas y culturas
prerromanas de la Península Ibérica (Vitoria/Gasteiz, 6-10 Mayo
1985), ed. J. Gorrochategui, J.L. Melena, y J . Santos.
Vitoria/Gasteiz.
Actas V: (1993): Actas del V Coloquio sobre lenguas y culturas
prerromanas de la Península Ibérica (Colonia, 25-28 Noviembre
1989), ed. J. Untermann y F. Villar. Salamanca.
Actas VI: (1996): Actas del VI Coloquio sobre lenguas y culturas
prerromanas de la Península Ibérica (Coimbra, 13-15 octubre
1994), ed. F. Villar y J. D’Encarnaçâo. Salamanca.
Actas VII: (1999): Actas del VII Coloquio sobre lenguas y culturas
prerromanas de la Península Ibérica (Zaragoza, 12-15 Marzo
1997), ed. F. Villar y F. Beltrán. Salamanca.
Actas VIII: (2001): Actas del VIII Coloquio sobre lenguas y culturas
prerromanas de la Península Ibérica (Salamanca, 11-15 Mayo
1999), ed. F. Villar y MªP. Fernández Álvarez. Salamanca.
Actas IX: (2005): Acta Palaeohispanica IX. Actas del IX Coloquio sobre
Lenguas y Culturas Paleohispánicas (Barcelona 20 a 24 de
octubre de 2004) (=Palaeohispanica 5), ed. por F. Beltrán, C.
Jordán y J. Velaza. Zaragoza.

---Como complemento (aunque no sólo) a estos coloquios ha


venido apareciendo, desde el año 2001, la revista PALAEOHISPANICA,
que inclu ye también numerosos artículos y noticias sobre novedades
epigráficas:

PALAEOHISPANICA (Revista sobre lenguas y culturas de la Hispania


Antigua). Institución “Fernando el Católico”. Zaragona. (1, 2001;
2, 2002; 3, 2003; 4, 2004; 5, 2005, =Actas IX).

119
---Finalmente, resultan imprescindibles los diferentes volúmenes
publicados por J. Untermann (y D. Wodtko) bajo el nombre génerico de
MONUMENTA LINGUARUM HISPANICARUM, en los que se recogen
los textos aparecidos, hasta la fecha de su publicación, en las diferentes
lenguas paleohispánicas, y que inclu yen diferentes estudios epigráficos,
históricos y lingüísticos (en alemán), así como abundante bibliografía:

MLH.I: J. Untermann (1975), Monumenta Linguarum Hispanicarum.


Band I: Die Münzlegenden. Wiesbaden.
MLH.II: J. Untermann (1980), Monumenta Linguarum Hispanicarum.
Band II: Die Inschriften in iberischer Schrift aus Südfrankreich.
Wiesbaden.
MLH.III: J. Untermann (1990), Monumenta Linguarum Hispanicarum.
Band III: Die Iberischen Inschriften aus Hispanien. Wiesbaden.
MLH.IV: J. Untermann (1997), Monumenta Linguarum Hispanicarum.
Band IV: Die tartessischen, keltiberischen und lusitanischen
Inschriften. Wiesbaden.
MLH.V.1: D. S. Wodtko (2000), Monumenta Linguarum Hispanicarum.
Band V.1: Wörterbuch der keltiberischen Inschriften. Wiesbaden.

**OBRAS Y ARTÍCULOS PARTICULARES:

Adiego, I.J., (1993) “Algunas reflexiones sobre el alfabeto de Espanca y


las primitivas escrituras hispanas”, Studia Palaeohispanica et
Indogermanica J. Untermann ab amicis hispanicis oblata, Adiego,
I.J ., Siles, J. y Velaza, J., (eds.), Aurea Saecula, 10. pp. 11-22,
Barcelona.
Almagro-Gorbea, M., (2003), Epigrafía prerromana, Madrid.
Almagro-Gorbea, M., (2004), "Inscripciones y grafitos tartésicos de la
necrópolis orientalizante de Medellín", Palaeohispanica, 4, pp. 13-
44.
Almagro, M., Arteaga, O., Blech, M., Ruiz Mata, D. y Schubart, H.,
(2001), Protohistoria de la Península Ibérica, Ariel, Barcelona.
Anderson, J.M., (1993), "Iberian and Basque linguistic similarities",
Lengua y cultura en la Hispania prerromana. Actas del V Coloquio
sobre lenguas y culturas prerromanas de la Península Ibérica
(Colonia, 25-28 de Noviembre de 1989), ed. por J. Untermann y F.
Villar, pp. 487-498, Salamanca.
Ballester, X., (2001a), “Fono(tipo)logía de las (con)sonantes
(celt)ibéricas”, Religión, Lengua y Cultura Prerromanas de
Hispania. Actas del VIII Coloquio sobre Lenguas y Culturas
Prerromanas de la Península Ibérica (Salamanca, 11-15 de mayo
de 1999), ed. por F. Villar y Mª P. Fernández Álvarez, Salamanca,
pp. 287-304, Salamanca.
Ballester, X., (2001b), "La adfinitas de las lenguas aquitana e ibérica",
Palaeohispanica, 1, pp. 21-33.
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Ballester, X., (2004b), "Hablas indoeuropeas y anindoeuropeas en la
Hispania prerromana", E.L.E.A., 6, pp. 107-138.
Ballester, X., (2004c), "Las afluencias prelatinas en las hablas
valencianas", E.L.E.A., 6, pp. 139-160.
Ballester, X., (2005), “Lengua ibérica: hacia un debate tipológico”, Acta
Palaeohispanica IX. Actas del IX Coloquio sobre Lenguas y
Culturas Paleohispánicas (Barcelona 20 a 24 de octubre de 2004)
(=Palaeohispanica 5), ed. por F. Beltrán, C. Jordán y J. Velaza,
pp. 361-392. Zaragoza.
Beltrán, F., (1993), "La epigrafía como índice de aculturación en el valle
medio del Ebro", Lengua y cultura en la Hispania prerromana.
Actas del V Coloquio sobre lenguas y culturas prerromanas de la
Península Ibérica (Colonia, 25-28 de Noviembre de 1989), ed. por
J. Untermann y F. Villar, pp. 235-272, Salamanca.
Beltrán, F., (2002), "El cuarto bronce de Botorrita", Palaeohispanica, 2,
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sobre Lenguas y Culturas Paleohispánicas (Barcelona 20 a 24 de
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