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Tema1-Poder y Sociedad 13-14

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Poder y Sociedad en el Mundo Moderno. Tema 1. Estado, absolutismo y constitucin en la Edad Moderna. Curso 2013-2014.

Profesor: Juan Francisco Pardo Molero

Tema 1

ESTADO, ABSOLUTISMO Y CONSTITUCIN EN LA EDAD MODERNA

a historia del poder entre los siglos XVI y XVIII se ha escrito tradicionalmente a partir del concepto de Estado Moderno y de sus medios de accin. El desarrollo de una administracin, una justicia y un ejrcito en manos del monarca, se ha considerado la clave de un proceso de centralizacin que, desde las monarquas del

Renacimiento, abocara al absolutismo del siglo XVII y al despotismo ilustrado del XVIII. En esta historia, el rey y sus ministros asuman el protagonismo, frente a unos estamentos empeados en entorpocer los avances del Estado. Pero ese planteamiento, reducido al dualismo rey/reino, eluda el estudio de otros problemas y otros actores de poder. En este tema analizaremos la pertinencia del concepto de Estado para el estudio de la poltica de la Edad Moderna, y nos serviremos de las ideas de absolutismo y constitucin para ensayar una explicacin ms acorde a la poca estudiada y que d cuenta de sus diferentes protagonistas.

1.1 El problema del Estado


Tendemos a dar por supuesto el concepto de Estado, sin apenas necesidad de definicin, pues el Estado es nuestra forma poltica por excelencia. Con la misma naturalidad solemos enumerar sus elementos: una constitucin, una administracin y un grado variable de centralizacin. Y, finalmente, damos por supuesto que el origen del Estado actual se halla al comienzo de la Edad Moderna, con la labor legislativa, administrativa y centralizadora que llevaron a cabo, primero, los reyes del Renacimiento, y, despus, los monarcas absolutos. Por eso nuestro Estado es un Estado Moderno. Pero una reflexin seria sobre la historia poltica de la Edad Moderna requiere que analicemos en profundidad estas suposiciones. La idea de Estado puede entenderse de dos maneras. En un sentido amplio, se identifica con la organizacin poltica de la sociedad, la comunidad polticamente organizada o el aspecto institucional de las relaciones polticas; esto se deriva del concepto clsico de repblica, tal como se entenda desde Platn y Aristteles (en sus respectivas obras La repblica y Poltica, siglo IV a. C.); pero una concepcin tan amplia tiende a desvanecer la idea. Por tanto, se impone un esfuerzo ms preciso de definicin si se quiere incorporar algn contenido sustantivo al trmino. Uno de los grandes socilogos del siglo XX, Norberto Bobbio,
Norberto Bobbio

proporcion una definicin sencilla de Estado al referirse a la

posesin permanente y exclusiva de un territorio, que coincide con una situacin de mando sobre sus habitantes (Bobbio, 1989, 88). Algo ms compleja es la definicin que da la
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historiadora Olwen Hufton, para quien el Estado, tal y como hoy lo entendemos, es una entidad poltica unitaria y autnoma que no reconoce, al menos tericamente, ningn control externo soberano y no permite que ninguna otra autoridad se interponga entre l y sus sbditos (Hufton, 1983, 67). Ambas definiciones son caractersticas de la idea de Estado que ha prevalecido en los siglos XIX y XX, que recalcaba su autonoma interior y exterior y se afanaba en enumerar sus caractersticas, funciones y componentes. Durante casi todo ese tiempo, el Estado as entendido ocupaba un lugar de privilegio en las grandes historias polticas y jurdicas, lo que se derivaba de la instauracin del Estado liberal-burgus en Europa, reflejado en el
Olwen Hufton

pensamiento de la poca. Empezando por el idealismo hegeliano: para Georg

Friedrich Hegel, el Estado es consecuencia de las relaciones dialcticas entre los individuos y el espritu, que habran conducido, sucesivamente, a la familia, ncleo bsico de satisfaccin de necesidades, a la sociedad, con el desarrollo del trabajo, la propiedad, el mercado y las leyes; y, finalmente, al Estado, superpuesto a la sociedad para garantizar el derecho, y, al asumir los valores valores ticos, armonizar los intereses individuales con los generales (Bobbio, 1989, 5156; Benz, 2010, 71). De la dialctica hegeliana deriva el materialismo, que prescinde del espritu para ubicar las relaciones dialcticas entre entidades materiales, como los hombres y la naturaleza, o las fuerzas productivas y las relaciones de produccin; de esta manera, el materialismo explica las sociedades como una estructura de relaciones humanas y de produccin, que proporciona la base material sobre la que se construye una superestructura jurdica, poltica e ideolgica, en la que se incardina el Estado. En la evolucin entre las diferentes estructuras sociales o modos de produccin, la Edad Moderna corresponde a la transicin del feudalismo al capitalismo; en esta etapa, el Estado, segn lo defini Friedrich Engels, se identifica con la monarqua absoluta, y la supremaca social se la disputan la nobleza y la burguesa, quedando el rey como mediador aparente entre ambas clases. Un sector de la historiografa marxista calific de burgus al Estado moderno, basndose en las reformas de la
La monarqua absoluta de los siglos XVII y XVIII mantena la balanza entre la nobleza y el estado llano (). Las clases en lucha estn tan bien equilibradas que el poder del Estado, como mediador aparente, adquiere cierta independencia momentnea respecto a una y otra. (F. Engels, 1884)

monarqua absoluta: unificacin del mercado, compilaciones legales, centralizacin fiscal, burocracia y ejrcito permanentes (seas de identidad del Estado moderno). Por el contrario, otros marxistas consideraron que la monarqua absoluta era nobiliaria, no slo por el mantenimiento de las relaciones feudales durante toda la Edad Moderna, sino porque garantizaba el predominio social de la nobleza, pues reprima las revueltas campesinas y urbanas y redistribua los impuestos entre los nobles, como una renta feudal centralizada. Esta postura, defendida por Perry Anderson (1979), fue tachada de estructuralista y rgida por Edward P. Thompson: ciertamente, en la tesis de Anderson los ejemplos parecen servir de mera verificacin de teoras concebidas de antemano, sin que haya mucho lugar para las excepciones.
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Desde un ngulo opuesto al materialismo dialctico, Max Weber concibi el Estado como un tipo ideal, un concepto que, sin existir materialmente ni presentarse como producto del proceso social, permite clasificar y estudiar la realidad, pero no formular leyes. Weber parte de la idea de comunidad poltica, que es aqulla cuyos miembros dominan un mbito ordenadamente, en caso necesario, mediante la fuerza fsica; no es una comunidad meramente econmica, pues va ms all de regular la propiedad o el mercado, al estar revestida de un carcter sagrado que legitima el uso de la fuerza. En la Edad Moderna, los Estados seran un tipo de comunidad poltica que result favorecida por los intereses socioeconmicos preponderantes, favorables a comunidades polticas amplias; el Estado se hara con la regulacin del uso de la fuerza por las otras comunidades, para lo que les impondra un ordenamiento jurdico. El Estado acab triunfando sobre las dems comunidades, y, con ello, imponiendo sus rasgos caractersticos: monopolio de la violencia y orden jurdico legtimo (Benz, 2010, 108-110). Paralelamente al marxismo y al weberianismo, se desarroll, a lo largo del siglo XX, el funcionalismo, muy influyente en sociologa y ciencia poltica, pero cuyos efectos sobre el concepto de Estado no han sido muy favorables. En efecto, reaccionando frente a teoras evolucionistas como las que acabamos de ver, el funcionalismo puso el nfasis en el anlisis de los sistemas sociopolticos, y desplaz la atencin de los estudios globales a los de pequea escala, no slo en el mbito occidental, sino en otras culturas y civilizaciones. De este modo se impuso una idea de Estado ms amplia y generalizable, equivalente a organizacin poltica, de forma que toda sociedad que tuviese tecnologa o religin, tambin tendra su correspondiente Estado. ste quedaba, pues, vaco de contenido, y como un conjunto variable de instituciones vagamente definido (EICS, sv Estado). En consecuencia, al empezar el ltimo tercio del siglo XX estaba profundamente arraigado el convencimiento de que el Estado, aun vagamente definido, era una institucin universal y necesaria. En el mundo occidental, esas necesidad y universalidad alcanzaban a determinados elementos estatales, como el territorio, la ciudadana, la nacin, la constitucin o la administracin, y a ciertos principios implcitos en el Estado, como su separacin de la sociedad, como garanta de igualdad jurdica pese a la desigualdad social, y la existencia de mecanismos de representacin poltica y de una justicia oficial (Benz, 2010, 25-236). Esos elementos y principios estn hoy en crisis: el sistema de representacin poltica est desprestigiado; la igualdad cede terreno frente a los intereses particulares y los nacionalismos; la administracin pblica est cuestionada y la justicia oficial en entredicho. El Estado, que haba sido considerado universal y necesario, se encuentra cuestionado. Y, frente al Estado, segn ha sealado Antnio Manuel Hespanha, ciertas formas cotidianas de poder subsisten prcticamente intactas: los modos de organizacin del trabajo, los sistemas de relacin generados por la
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amistad y el amor; la familia, etc. Esto sugiere que el concepto institucionalizado de Estado, propio de la sociedad de nuestro tiempo, no es la nica frmula de articulacin poltica posible. Pero tampoco las definiciones demasiado amplias o genricas resultan operativas, ya que no permiten aprehender la especificidad de cada sociedad. Esta percepcin propici un cambio sustancial en la historiografa entonces primaba la idea de formas poltcas: se haba dado realidad jurdica pasada y la al mismo universo, que el de poder establecidos eran del intemporal espritu
Antnio Manuel Hespanha

poltica, donde hasta continuidad de las por supuesto que la presente pertenecan derecho y los modos naturales, producto humano; as, la era una evolucin, a

historia de las formas polticas

travs de la cual la sabidura juridico-poltica se perfeccionaba con el tiempo. Este marco inclua el Estado, que a fines de la Edad Media haba adquirido sus rasgos modernos (territorialidad, burocracia, ejrcito permanente). En oposicin a esta visin, desde finales de la dcada de 1970 se propuso contemplar el derecho y las instituciones del pasado en su contexto, de manera que empezaron a ser vistas como esencialmente diferentes de las instituciones del presente, y ya no necesarias, sino contingentes. De este modo, el objetivo de la historia poltica, como de la historia del derecho, sera buscar el sentido autntico de las instituciones pretritas. Bajo esta ptica, el Estado actual se revela como radicalmente distinto de los sistemas de poder de la Edad Moderna. En efecto: frente la unidad legal y constitucional en cada Estado-nacin actual, y a una administracin, si no nica, al menos organizada en torno a mecanismos aceptados de reparto de competencias, los sistemas de poder de la Edad Moderna se caracterizaban por la pluralidad de jurisdicciones y de ordenamientos jurdico-polticos, sin que hubiera una entidad abstracta que se reconociera unnimemente como titular de todos los poderes (Bobbio, 1989, 89-97; Hespanha, 2002, 30-55; Clavero, 1986, 13-25).

1.2 Absolutismo, estamentos y prerrogativas


Adems de la idea de Estado, y con esa finalidad de recuperar el significado de las instituciones del Antiguo Rgimen, hay que cuestionar otros conceptos clsicos, como el absolutismo. Normalmente se identifica poder absoluto con poder total, sin lmites ni restricciones, y se supone que tal era el poder de los reyes de la Edad Moderna. Pero esta suposicin debe confrontarse con la prctica poltica de entonces y con sus bases doctrinales. Es pertinente preguntarnos si las condiciones materiales de la sociedad moderna hacan posible un ejercicio absluto del poder. En realidad, ni los medios de transporte ni los de comunicacin permitan la aplicacin eficaz de leyes o garantizaban el cumplimiento de las rdenes del gobierno. Adems, determinados actores de poder e instituciones actuaban como frenos eficaces de la capacidad de accin de los reyes; los ms notables eran la Iglesia, la nobleza y las corporaciones urbanas, que tenan sus propias competencias polticas.
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Pero tambin debemos analizar qu significaba, en el lenguaje y las ideas de los tiempos modernos, que el poder real se calificara de absoluto. Las frmulas que lo definan as tienen su
Algunas mximas romanistas: Quod principi placuit legis habet vigorem (Digesta, 1,4,1; I, 1,2,6). Princeps legibus solutus est (Digesta, 1,3,31). Quod omnes tangit ab omnibus approbari debet (Codex 5, 59, 5 2) Corpus Iuris Civilis (consultable en http://droitromain.upmf-grenoble.fr/)

origen en el derecho romano, y haban sido transmitidas por los juristas de la Edad Media; aparentemente consagran ese poder sin fisuras, como, por ejemplo, la conocida mxima atribuida a Ulpiano segn la cual lo que al prncipe ha placido tiene vigor de ley; o aquella otra que conceba al prncipe

desligado de la ley. Naturalmente, estas frmulas chocaban con la realidad, pero cuando los juristas recuperaban estos preceptos de los antiguos textos jurdicos romanos, no pretendan imponerlos para satisfacer el ansia de poder de los reyes. La recuperacin del derecho romano serva, ms bien, para utilizarlo como ciencia con la que comprender las relaciones sociales y polticas: los juristas adaptaban las frmulas de los textos romanos a las condiciones de su tiempo. As, el ha placido (placuit) no se refiera a cualquier apetencia del rey, sino que requera un animus de legislar, y
El jurista romano Ulpiano

presupona que el prncipe haba consultado al consejo. Tampoco estaba claro que el rey estuviese desligado (solutus) de la ley, pues otros textos romanos lo consideraban ligado (alligatus) a sta, o ministro de la misma (minister legum); la contradiccin se resolva afirmando que el rey estaba sometido a la ley, pero no de necessitate, es decir, no haba necesidad de obligarlo a que su accin fuese acorde con las leyes y el derecho; su sometimiento a la ley era de honestate, es decir, por su condicin y cualidades anmicas que le guiaban por la va recta (Vallejo, 1992, 331-357). Con todo, durante la Edad Moderna proliferaron otras frmulas de exaltacin del poder regio menos equvocas, y, a menudo, se dieron abusos de poder sin justificacin jurdica. Pero el carcter propagandstico de las primeras y la relativa excepcionalidad de los segundos, frente a la normalidad cotidiana de la limitacin del poder real, han llevado a pensar que el absolutismo es un mito historiogrfico, que habra deslumbrado ms a los historiadores que a los contemporneos (Asch Duchhart, 2000). Ciertamente, en buena parte de Europa el poder de los reyes se increment, pero esto no significaba necesariamente un retroceso de los dems actores. Es ms, en algunos pases, la Corona fue la que retrocedi frente a otros poderes. Esos poderes se articulaban en las asambleas estamentales (estados generales, dietas, cortes). Segn el pensamiento feudal, el poder no se ejerca como opresin, sino condicionado a la voluntad de las partes, como las obligaciones mutuas entre seor y vasallo; de acuerdo con este principio, los reyes en la Edad Media buscaban el apoyo de los magnates de su entorno, de la Corte (la primitiva curia regis), donde aqullos daban al rey axilium et consilium. Conforme se incrementaban las demandas regias, el rey busc contrapesar la influencia de los magnates ampliando sus llamamientos (a
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imagen de los snodos y concilios de la Iglesia) al conjunto del reino, a poderes, nobiliarios, eclesisticos o urbanos, que gozaban de amplia jurisdiccin. Al requerir su colaboracin, el rey propici el desarrollo de los estamentos: las personas e instituciones convocadas se fueron asociando para defender sus posiciones, al tiempo que aprovechaban las peticiones del rey para confirmar o ampliar sus privilegios. De esta manera tomaron forma los grupos estamentales, que encontraron justificacin en argumentos jurdicos, filosficos y religiosos. Los juristas justificaron la participacin poltica estamental sobre bases romanas, como la mxima lo que a todos toca, por todos debe ser aprobado. Este principio, que en origen se refera al rgimen de tutelas (lo que afectase a una tutela deba ser aprobado por todos los tutores), fue aplicado en la Edad Media a la poltica. Pero los todos aludidos en la frase no podan ser todos los habitantes de un reino: de acuerdo con la filosofa aristotlica, un todo estaba contenido en la mejor de sus partes (melior et sanior pars), de modo que poda ser representado por sta; esa parte mejor y ms sana era, por un lado, la aristocracia laica y eclesistica, cuyos miembros se representaban a s mismos y a sus vasallos; y, por otro, las autoridades de las ciudades, normalmente oligrquicas, que representaban a toda la poblacin urbana. Esta forma de representacin era la que mejor encajaba en la mentalidad de la poca, caracterizada por la desigualdad jurdica y la adscripcin de las personas a corporaciones (Koenigsberger, 1986; Hintze, 1987, 54-55). Justamente, el reino en su conjunto se conceba como una corporacin, como un cuerpo, gracias sobre todo a la idea paulina del cuerpo mstico. En sus epstolas (Rm 12, 3-8; 1 Co 12), San Pablo equipara la Iglesia a un cuerpo mstico, cuya cabeza es Cristo y los miembros los fieles, e insiste en la pluralidad de dones y carismas como diversas formas de servir a Dios. A partir de esta doctrina, desarrollada por la escolstica, se vincul la dignidad de cada miembro, y su autonoma para cumplir su misin, a la variedad de corporaciones e instancias del reino, y a las funciones esenciales para la repblica que cumplan. El reino se identificaba con un cuerpo y los estamentos con los miembros: como integrantes de un todo, entre el rey y los estamentos deba reinar la armona y evitarse el conflicto (Kantorowicz, 1957, cap. V). As las asambleas estamentales recreaban el cuerpo poltico del reino, para hacer posible el entendimiento entre rey y estamentos, considerndose un fracaso que no hubiera acuerdos. Al rey y a los estamentos se aada el consejo, institucin clave para entender la poltica de la Edad Moderna: no era un mero rgano asesor del rey, sino que se atribua la tarea de velar por la adecuacin de la accin regia a la legalidad. Actuaba en dos sentidos: como rgano de asesoramiento y como tribunal, y, en este ltimo caso era la sede natural desde la que el rey administraba justicia. Rey, estamentos y consejo tenan (de acuerdo con la variedad de funciones del cuerpo) sus respectivas funcin y dignidad, o, dicho de otro modo, su prerrogativa. As, la poltica bien ordenada se conceba en torno a tres prerrogativas: al rey le corresponda la majestad (majestas), por su poder, grandeza, posicin nica, y capacidad de
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Pues as como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempean todos los miembros la misma funcin, as tambin nosotros, siendo muchos, no formamos ms que un solo cuerpo en Cristo, siendo los unos para los otros, miembros. Rm 12, 4-5

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mandar y legislar; a los estamentos la libertad (libertas), garanta de conservar sus derechos, privilegios y bienes, y de que cualquier modificacin de tales circunstancias (legislacin, fiscalidad) contara con su consentimiento, expresado en las asambleas estamentales. Y al consejo le corresponda la autoridad (auctoritas). Esta prerrogativa equivala a sabidura y, en trminos morales, a la virtud de la prudencia, esencial para el gobernante y el poltico. Dividida en memoria, inteligencia y providencia, se relacionaba con la educacin. As los tratados de educacin del prncipe o specula principum (como la Institutio principis christiani de Erasmo) servan para exponer el pensamiento poltico y se orientaban a que el rey actuara conforme a su condicin, respetando las leyes divinas y morales. De tal forma, en el dibujo del monarca ideal, la moral y la teologa ocupaban un espacio preponderante (De Benedictis, 2001, 251-261). Si el rey prudente deba escuchar el buen consejo, era lgico que aparecieran tratados sobre el buen consejero y el consejo real (como El concejo y consejeros del prncipe, de Fadrique Furi Ceriol). Insistan en que los consejeros deban ser virtuosos, religiosos, sinceros, competentes y capaces, lo que garantizara un gobierno justo. Este estilo de gobierno deba basarse no slo en el derecho sino tambin en la teologa y la filosofa, por lo que, adems de las leyes, beba de las Escrituras y la Patrstica, de la Poltica de Aristteles o de las obras de Cicern, de las summae que glosaron el pensamiento clsico y lo tamizaron con la teologa, y de los autores rescatados por el Humanismo, como Platn, Sneca o Tcito. Una de las ideas fundamentales heredadas del mundo antiguo y medieval era la relevancia del amor. La filosofa clsica consideraba que la armona, tanto de las personas como de los elementos, slo era posible mediante el amor; no en vano los lazos de amistad y amor se consideraban el fundamento de las relaciones entre los hombres que los encaminaban hacia el bien comn. El cristianismo reforz esta actitud con preceptos sobre el amor a Dios y al prjimo. En consecuencia, las relaciones entre el rey y sus vasallos se consideraron desde el prisma del afecto: el rey deba mantener con sus sbditos una amistad verdadera, respetando las leyes que sta impona; igualmente, el servicio surga del amor que el vasallo deba sentir por su seor. Ceidos a las normas teolgico-morales, el amor y la amistad sealaban un marco para la accin poltica que no deba transgredirse. Del mismo modo que la desatencin hacia los buenos vasallos o el favor a los indignos (como los malos ministros) se consideraban una falta a las obligaciones de la verdadera amistad y se interpretaban como indicio de tirana, la deslealtad del vasallo supona la ruptura de la amistad y una violacin de los lazos de amor, por lo que se consideraba el peor de los delitos y el peor de los pecados (Cardim, 1999). As pues, en el Antiguo Rgimen la comunidad poltica no se conceba como un ente abstracto, un Estado, sino como un cuerpo, lo que era ms que una metfora: la sociedad se entenda como un organismo vivo, con sus diferentes miembros, cada uno con su funcin y dignidad, y con sus normas, lo que los converta, a su vez, en corporacin, con suficiente
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autonoma para desempear la funcin que les corresponda. Por tanto, la poltica se desarrollaba en un universo plural, con centros autnomos de poder, y su objeto era el mantenimiento del equilibrio, mediante la justicia, el derecho, la religin, el amor, entre los diferentes rganos y rdenes, que, como miembros de un mismo cuerpo, no deban estar enfrentados sino en armona. Todo ello daba lugar a un peculiar ordenamiento constitucional.

1.3 Constitucionalismo, ius commune, jurisdiccin y gobierno


En un sentido amplio, entendemos por constitucin el marco legal general que define las bases de un sistema poltico. Se trata de normas o principios globales frente a la arbitrariedad. Pero no son lo mismo las constituciones antiguas y las actuales. La diferencia esencial estriba en el carcter escrito o no escrito (es decir, consuetudinario) de cada tipo: las constituciones actuales responden a un articulado concreto, fijado en un texto, mientras que las antiguas no estaban escritas o reunidas en un solo texto, sino que eran acumulativas. El origen de la palabra es romano: en la Roma imperial constitutio se refera a los actos de legislacin del emperador. La Iglesia adopt el trmino para sus normas, como las constituciones sinodales; ms tarde pas al mundo secular, para designar leyes concretas. No adquiri el sentido de marco general hasta principios del siglo XVII. Pero la idea de constitucionalismo ya exista, implcita en dos conceptos de la Antigedad: en la politeia, que para los griegos era el marco natural del sistema de poder, en todos sus aspectos: polticos, econmicos, sociales, culturales, etc.; y en lo relativo a las leyes pblicas, a lo que Cicern se refiere con la palabra constitutio. Desde el siglo XVII el vocablo combin ambos sentidos. La difusin del nuevo concepto sera polmica, especialmente cuando, en la segunda mitad del siglo XVIII, se aplic a las nacientes constituciones escritas. La constitucin americana, la francesa o la polaca, textos acabados, suscitaron el rechazo de quienes preferan el viejo estilo, no escrito. En ese momento, la diferencia entre los dos tipos constitucionales no poda ser ms aguda. Segn Thomas Paine la nueva constitucin define la autoridad que el pueblo entrega al gobierno y, por tanto, la limita de modo que cualquier acto gubernativo que rebase ese lmite es ilegal. Para Paine, y para los defensores del nuevo tipo de constitucin, el sistema poltico y el gobierno han de ser fruto de la constitucin, que es anterior a aqullos; es ms, un Estado que no distinga entre constitucin y gobierno, carece de hecho de constitucin, pues no hay control ni lmites que pesen sobre el gobierno, que fcilmente cae en el despotismo. Por el contrario, para los partidarios de la constitucin antigua, sta no es anterior al sistema poltico, sino que se deduce de los principios propios de las instituciones de un pas; es decir, la constitucin antigua refleja una herencia de leyes y libertades consagradas por la costumbre (McIlwain, 1947, 1-27). En el estilo antiguo poda entenderse que, para mantener intacta la constitucin, haba que mantener intactas todas las leyes e instituciones; sin embargo, desde fines de la Edad Media se intensific la reflexin sobre ciertas leyes, relativas a los rganos supremos del reino, que tenan mayor contenido constitucional. Se parta del carcter privilegiado de la estructura poltica: las leyes y los derechos, en el fondo, no dejaban de ser privilegios, concedidos por el rey; pero no
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estaba claro si eran revocables; no obstante, exista una arraigada tendencia a considerarlos como contratos, lo que los haca irrevocables; segn principios romanistas, los contratos deben cumplirse (pacta sunt servanda) y son ley entre las partes. No pocos juristas sostenan que, aunque el rey pudiese estar desligado de la ley (legibus solutus), no estaba desligado de los contratos: el derecho natural, la moral y la religin obligaban a cumplirlos, sobre todo si se juraban y el juramento se renovaba al principio de cada reinado. Esto afectaba especialmente a las leyes pactadas entre el rey y los estamentos, que, al haberse negociado y aprobado de forma corporativa, afectaban al conjunto del cuerpo poltico. Algunas de esas leyes, como la Magna Charta Libertatum inglesa (1215), se otorgaron de una vez para siempre; otras se renovaban en cada reinado, como las Joyeux Entres de las provincias y ciudades neerlandesas. Esa necesidad de renovacin poda favorecer a los estamentos, mxime si la sucesin real se realizaba en condiciones difciles y aqullos aprovechaban para reforzar sus prerrogativas. Uno de los casos con mayor repercusin fue el de Enrique de Valois. Para ser elegido rey de Polonia tuvo que aceptar en 1573 una serie de artculos que limitaron su poder y el de sus sucesores; estos articuli henriciani incluan la posibilidad de los vasallos de desobedecer al rey cuando contraviniese lo acordado: se trataba del antiguo derecho de resistencia (ius resistendi), que en casi toda Europa se haba atenuado hasta el punto de ser impracticable; gracias a los articuli cobr actualidad, especialmente en la Francia de las Guerras de Religin, donde se acu y desarroll la idea de leyes fundamentales, entendidas como contratos con su carga de obligacin. Pero justo entonces el gran jurista francs Jean Bodin recalc que las leyes no podan ser contratos, pues slo podan ser sancionadas por el rey como soberano, o titular del poder supremo, posicin que lo pona por encima de sus vasallos, mientras que los contratos, para ser vlidos, han de ser entre iguales. Pese a ello, el concepto de leyes fundamentales vinculantes y la idea de resistencia encontraron enorme eco en toda Europa (De Benedictis, 2001, 279-295; Vallejo, 1992, 357-377). La soberana de Bodin implicaba la unidad del poder supremo. Pero la conviccin de que en cada reino haba diversas instancias de poder estaba muy extendida. Las tres instancias principales, rey, consejo y estamentos, podan asociarse a las tres formas de constitucin que haba descrito el pensamiento clsico. Platn y Aristteles definieron como constituciones virtuosas la monarqua, poder de uno, la aristocracia, poder de los mejores, y la repblica (o democracia), poder del pueblo; cada una de esas formas constitucionales tena su corrupcin: cuando se apartaban de la justicia y del bien comn, la monarqua degeneraba en tirana, la aristocracia en oligarqua, y la repblica en demagogia. Teniendo en cuenta esta tendencia, Polibio de Megalpolis (s. II a.C.) elabor una teora cclica de la historia por la que las constituciones se sucedan unas a otras: la monarqua era resultado de la debilidad de los hombres que confiaban el poder al ms fuerte y valeroso, pero sus descendientes se alejaran de la virtud de los primeros reyes, caeran en la tirana y suscitaran la
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Jean Bodin

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reaccin de los mejores del pueblo, que llevara al rgimen aristocrtico, que, por idnticas razones, degenerara en oligarqua y provocara una revolucin democrtica que, a su vez, conducira a la oclocracia (o poder de la multitud). La nica forma de eludir el ciclo era una constitucin que combinase poderes monrquicos, aristocrticos y democrticos para evitar el predominio de uno solo de ellos: una constitucin mixta que superase los vicios de las constituciones simples. La idea ya la haban considerado Platn y Aristteles, y tena algunos precedentes prcticos, como la Esparta de Licurgo. Pero Polibio la vincul a su concepcin de la historia: Roma, paradigma de la constitucin mixta, habra llegado a ella tras una larga evolucin natural (no por la accin de un legislador consciente), que haba propiciado que los elementos monrquicos del consulado se equilibrasen con los aristocrticos del Senado y los populares de los comicios. Semejante orden constitucional habra dado a Roma su preponderancia. Este modelo suscit la idea de que un reino bien ordenado era el que combinaba las tres formas constitucionales virtuosas, representadas en el rey (monarqua), el consejo (aristocracia) y las asambleas estamentales (democracia). Olvidada en la Alta Edad Media, la idea de constitucin mixta fue recuperada por Santo Toms de Aquino (siglo XIII), y durante la Edad Moderna sera uno de los principales modelos polticos, pese al rechazo de Bodin y sus seguidores, que la consideraban aberrante por entender que fragmentaba la soberana (Von Fritz, 1954; Bobbio, 1987, 44-56; Riklin, 2006, 17-111). Mixta o simple, antigua o moderna, la constitucin es la garanta del gobierno de la ley frente a la arbitrariedad y el despotismo. Y en la Edad Moderna muchos de los elementos que sustentaban esa garanta, como los principios sobre contratos, provenan del derecho comn o ius commune. Compartido en mayor o menor grado por la mayora de los pases europeos, tiene su base en el derecho romano y el derecho cannico, transmitidos a partir de dos grandes compilaciones: respectivamente, el Corpus Iuris Civilis, con los grandes libros compilados por Justiniano en el siglo VI (Codex, Digesto, etc.) y el Corpus Iuris Canonici, con las colecciones de cnones y decretos papales. A estas obras normativas se aada las glosas, comentarios y tratados que los juristas, desde el siglo XII hasta el final de la Edad Moderna, escribieron sobre ambos cuerpos: a esta doctrina recurran jueces, legisladores y abogados como ayuda o critero para interpretar las leyes. Y, por ltimo, no puede olvidarse la jurisprudencia: las colecciones editadas de sentencias y decisiones de los tribunales, especialmente de los supremos. Estos elementos, propiamente jurdicos, no agotaban la cultura del ius commune. Si la mayora de los textos en que se basaban los libros del Corpus Iuris Civilis se haban perdido, no ocurra as con la fuente ltima de cnones y decretos: la Biblia y la Patrstica, a las que no slo recurran los canonistas. Tampoco eran ajenos a los juristas los libros de teologa y filosofa, por el fundamento moral y religioso del derecho, y porque la dialctica, nacida en la teologa y la filosofa, se convirti en la gran herramienta intelectual de los juristas. La lgica aristotlica, el
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Polibio de Megalpolis

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silogismo y la discusin (disputatio) eran las tcnicas del aprendizaje y la exposicin del derecho. Esta forma de trabajo se conoce como mos italicus; el humanismo suscit una aproximacin diferente a las fuentes jurdicas, al considerarlas como vestigio histrico o filolgico, no slo como fuente de derecho: es el mos gallicus; pero la dialctica se mantuvo como sea de indentidad del derecho. Frente al derecho comn, cada reino o repblica tena sus leyes propias, producto de la costumbre y de la actividad de monarcas o asambleas estamentales: es el derecho patrio o propio. Estos derechos carecan del alcance universal del derecho comn, que se entenda como reflejo de la Justicia divina o natural. Pero, en realidad, no son realidades contrapuestas: el derecho comn influa en la creacin, organizacin e interpretacin del derecho propio. Es lgico, pues constitua el mundo intelectual de los juristas, y stos, desde la Baja Edad Media, influan en la elaboracin de las leyes y copaban los oficios judiciales (Hespanha, 2002, 73-144, Krynen, 2009). Pero el derecho romano estableca un origen popular de la justicia y entenda la jurisdiccin como la potestad que una comunidad reconocida (universitas) se atribua a s misma, mediante consenso colectivo, para regir sus asuntos. Corporaciones, comunidades campesinas y ciudades, gozaban de esa capacidad, lo que dio origen a justicias locales o corporativas (Vallejo, 1992, 161-176). Es ms: los litigantes podan someterse al arbitraje de jueces no profesionales y al margen de toda institucin, que les pareciesen adecuados para resolver sus diferencias: es la llamada infrajusticia o infrajudicialidad. Pero desde la Baja Edad Media se afirmaban los tribunales reales, dado el deseo de los reyes de reforzar su poder, y el de los estamentos de que, frente a las numerosas jurisdicciones, hubiese una instancia suprema; as se instituyeron altos tribunales: los parlamentos en Francia, la Cmara Estrellada (Star Chaber) en Inglaterra o los consejos, chancilleras y audiencias en los reinos hispnicos. Todos ellos eran cuerpos colegiados integrados por juristas, y sus sentencias tenan forma de resoluciones colectivas, lo que se haca eco de las ideas sobre la justicia como fruto del consenso colectivos. Pero esta estructura dio un tono corporativo a las decisiones y a las instituciones judiciales; as, aunque eran tribunales reales, algunos reclamaban cierta autonoma de los reyes, aspirando a arbitrar entre stos y sus vasallos: si la estructura constitucional se basaba en contratos, era lgico que alguien mediara entre las partes (rey y vasallos). Es el caso de los parlamentos franceses o del Senado sueco, que entendan su funcin como vigilar la legalidad y recordar al rey su deber de respetarla. Pero la Corona rechazaba tales pretensiones (Barudio, 1986; Krynen, 2009, 79-103, 213-238). Este variedad de ordenamientos y fuentes de la justicia cobraba sentido mediante la distincin entre el ius y la lex, conceptos provenientes del derecho romano: en Roma, el ius se refera a la tradicin, la ciencia y los principios del derecho, y la lex era una disposicin de gobierno de un magistrado con imperium o potestas. En el Antiguo Rgimen, el ius se relacionaba con el derecho, las leyes fundamentales y privilegios sobre materias bsicas, como
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Enrique VIII en la Cmara Estrellada

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el orden poltico, los derechos estamentales la sucesin a la Corona, el patrimonio real, etc. Y la lex se identificaba con la ley positiva, coercitiva, producto de la potestad de la Corona. Esta distincin no poda desligarse del marco patrimonial de la vida social y poltica. En una sociedad feudal, las relaciones de propiedad, que eran parte del ius, tenan relevancia constitucional. As, el reino no era posedo por el rey como propiedad plena, sino con limitaciones: como en la enfiteusis, el rey posea el reino, pero ste tena el dominio eminente de s mismo; el rey actuaba como un tutor con su pupilo (el reino), sin disposicin plena (dominium absolutum) ni de sus vasallos ni de sus bienes; las normas sucesorias impedan que el rey legara el reino a su antojo; la inalienabilidad del patrimonio real coartaba su capacidad de gastar; y las ideas sobre el fisco (el rey ha de vivir de lo suyo; el impuesto ha de ser consentido), protegan la propiedad de los vasallos. El rey quedaba reducido a la posicin de administrador del reino, que deba transmitir intacto o, en todo caso, ampliado a su sucesor. Dentro de esos lmites, esto es, en el uso corriente de su poder, el rey ejerca su potestad ordinaria, que consista en la jurisdiccin (jurisdictio), o definicin del derecho; era el terreno de la justicia, que se entenda como virtud y arte de equilibrio y proporcin; aqu las leyes obligaban siempre al monarca, que deba proceder con arreglo a derecho; la administracin ordinaria, que era el grueso de la administracin regia, se ejerca a travs de los tribunales, con respeto a las formas procesales y al derecho de las partes. Pero exista un mbito donde el poder real no estaba sujeto a lmites: el gubernaculum, o la potestad absoluta; se justificaba por una necesidad excepcional, sobre todo en cuestiones de guerra u orden pblico; en este terreno el rey no tena superior ni igual; todo estaba a su disposicin y ningn acto suyo deba ser considerado ilegal, pues su poder discrecional era legtimo, completo y no compartido; ciertamente, los frenos morales y religiosos actuaban en este campo, aunque sin fuerza legal; pero ese poder slo poda ser temporal, como la necesidad que lo justificaba. Pese a los esfuerzos de los tratadistas, los lmites entre ambos tipos de poder no estaban definidos. Los hombres del rey tendan a ampliar los casos que podan ser objeto de la potestad absoluta, a costa del procedimiento ordinario y de las posibilidades de oposicin al poder real; a ello ayudaban frmulas acuadas en la Edad Media, como la plenitudo potestatis, que los reyes tomaron de la Iglesia, donde significaba la posibilidad de que el Papa actuase contra las reglas y prcticas; o las expresiones de certa scientia, matura deliberatione, deliberata et consulta, que en los decretos que derogaban leyes o costumbres daban a entender que se haba consultado al consejo. Por su parte, los estamentos tendan a considerar que asuntos aparentemente extraordinarios deban tratarse por la jurisdiccin ordinaria, lo que limitaba la capacidad de accin del rey; la comunidad poltica, que se vea como depositaria del poder, entenda que su consentiemiento era necesario incluso en tiempo de necesidad, y reclamaba a la Corona buen gobierno insistiendo en tpicos como la necesidad de la fe y la prudencia del rey, la destitucin de los malos consejeros y el nombramiento de sabios, nobles y fieles ministros. stas eran las coordenadas de las polmicas entre partidarios y detractores del avance del poder real (McIlwain, 1947, caps. IV y V; Krynen, 1993).
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El pensamiento poltico de principios de la Edad Moderna dio con una idea que animaba a sortear las barreras del poder regio: la razn de estado. La idea (no la expresion) se atribuye a Nicols Maquiavelo (1469-1527), que plante por primera vez en una reflexin terica la ruptura del poder con la religin y la moral. En su obra ms conocida, El Prncipe, describe los medios de que dispone el titular del poder para conservar el estado, atendiendo slo a su eficacia, y no a su bondad o
Nicols Maquiavelo

maldad, es decir, y ah radica su originalidad, desoyendo la moral y la religin, y haciendo, por tanto, caso omiso de los lmites que pesaban

incluso sobre la potestad extraordinaria de los reyes. El librito, publicado en 1532, alcanz gran xito, pero fue condenado por catlicos y protestantes, como impo y amoral, y dio lugar a rplicas muy combativas. Pero se lea, y sus ideas eran comentadas, incluida la razn de estado, que, con esa expresin, empez a circular por Europa a mediados del siglo XVI. Uno de los principales estudiosos de la razn de estado, Friedrich Meinecke, la consider una categora universal, presente en todas las pocas, que se defina como la mxima o ley del poder que prescribe, con independencia de la moral y la religin, lo que hay que hacer en cada momento para mantener sano el Estado. Pero esto no resolva la contradiccin que haba en los siglos XVI y XVII (de la que Meinecke era consciente) entre la idea y los fundamentos religiosos y morales de las monarquas (Meinecke, 1924). Por eso John Pocock propuso analizar el pensamiento de Maquiavelo en su contexto y lenguaje; de modo que lo entronc con el republicanismo propio de las ciudades italianas del 500, que insista en la participacin poltica y en la virtud de los ciudadanos, pero tambin en las cualidades y conocimientos del gobernante; en
Friedrich Meinecke

este marco, se entiende que determinados pensadores ulicos, deseosos de ofrecer soluciones eficaces a sus seores, pero sin romper con la religin, propusiesen El Prncipe como manual de gobierno reservado, algo as como arcana imperii para exclusivo uso de gobernantes (Pocock, 1975; Skinner, 1986-1987, I, 153-163; Skinner, 2008). A parecido fin contribuy la obra de Giovanni Botero, Della ragione di stato (1589), reflexin secularizada sobre el poder, que no rompe con el bagaje cristiano. Pero el triunfo completo de la idea de razn de estado se debi al brabanzn Justo Lipsio, cuya influencia y la corriente que inspir (el neoestoicismo), llegaron a catlicos y protestantes. Mediante la recuperacin de la obra de los estoicos (Tcito y Sneca, sobre todo), Lipsio proporcion al pensamiento poltico cristiano principios similares a los maquiavelianos, pero con referentes ms aceptables que el impo Maquiavelo: aunque los estoicos eran ajenos a la Revelacin, se consideraban intrpretes de la razn natural, amn de exponentes del prestigio de los Antiguos. As los crticos de Maquiavelo utilizaron la famosa expresin, convertida en cristiana razn de estado, y encaminada a fines supuestamente piadosos (Burke, en Burns, 1991; Zarka, 1994).
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1.4 Imperio y Monarqua Universal


Pese al triunfo de la razn de estado, el trmino estado sigui teniendo un sentido patrimonial o referido a la condicin del prncipe o seor, ms que al ente abstracto que hoy denomina. En realidad, el modelo que los polticos de la Edad Moderna tenan en la cabeza estaba lejos de nuestro Estado. El gran referente de aquel tiempo, como lo haba sido en la Edad Media, era el Imperio Romano. Su prestigio segua siendo tan grande que no slo era el ejemplo que imitar sino el principal origen de la legitimidad poltica; se consideraba que haba sido la comunidad ms extensa y poderosa de todos los tiempos, dotada, por aadidura y gracias a una lnea intelectual ininterrumpida, de un propsito definido de inspiracin divina, de un destino. Pero la palabra imperio no siempre haba significado lo mismo: a lo largo del tiempo, el trmino aludi a la autoridad del magistrado romano, a un poder no subordinado, al territorio arrebatado a brbaros o infieles (como la Lorena de Carlos el Calvo en 869, o la Castilla de Alfonso VI en 1077), o, simplemente, ya desde el siglo I (y ocasionalmente en la Edad Moderna), a un poder extendido muy ampliamente en el espacio geogrfico. En su sentido poltico en la Repblica romana el imperium derivaba del Senado, que actuaba en nombre del pueblo de Roma. Pero a partir de Augusto se consider que el imperium populi romani se haba transferido al emperador, al que se le deba el honor que antes se tributaba al pueblo, y le corresponda el lugar de mximo juez y legislador; el ttulo de imperator superaba al antiguo de rex y quedaba reforzado con un carcter sagrado, en aumento hasta la poca de Constantino, al recibir influencias orientales que convertieron al prncipe romano en un monarca teocrtico. Ya en la poca republicana se crea que la extensin y el poder de Roma probaban que sus valores eran trascendentes: su tipo exlusivo de sociedad, la civitas, exiga un tipo de vida particular, la societas civilis, con una tica colectiva que haca de Roma una capital no slo poltica sino tambin moral. Sus valores se identificaban con el imperio de la ley romana, a la que se atribua alcance universal, pues se consideraba derivada de la ley natural, comn a toda la humanidad. As, todos los pueblos podan integrarse en el Imperio Romano, cuya capacidad de expansin no tena lmites: para Virgilio, el Imperio Romano era un Imperium sine fine que pronto se
Virgilio

identific con el orbis terrarum, concepto que tena su origen en la idea de los estoicos de que slo haba un solo gnero humano; no en vano en tiempo de Antonino Po la Lex Rhodia proclam al emperador dominus totius orbis. Con el triunfo del cristianismo se fundieron los conceptos romanos y cristianos: en el siglo V Len Magno habl de orbis christianus, pronto transformado en imperium christianum. Para ser humano y civilizado tambin haba que ser cristiano, de modo que brbaro se hizo sinnimo de pagano e infiel: los paganos deban aceptar la superioridad del cristianismo, como los brbaros haban aceptado el Imperio. Si el monotesmo cristiano deba ser la nica fe, deba
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haber un gobierno nico del mundo y un solo seor; si el Imperio Romano no tena fronteras, el imperio cristiano sera un poder supremo sin lmites. Esta universalidad vena confirmada por seales: el nacimiento de Cristo en poca de Augusto (profetizado en la IV gloga de Virgilio) restauraba la primigenia Edad de Oro, una recompensa divina a la virtud romana, adems de hacer del Imperio instrumento para la expansin de la nueva fe; las leyes romanas sobre los poderes del emperador haban sido refrendadas por Cristo en el Dad al Csar (Mt 22, 21): el emperador se consideraba regente de Dios, segn Toms de Aquino y Dante. En resumen, la idea de dominio universal era una extrapolacin del concepto de humanidad, desde lo moral y religioso a lo poltico, y exiga la reduccin de lo humano a una comunidad poltica con un solo gobierno. La universalidad del imperio se identific con la de la religin, y la cabeza del mundo cristiano con el vicario de Dios. Estas ideas mantuvieron vivo durante siglos el concepto de un solo dominium mundi, y la pugna entre el papa y el emperador. Los juristas medievales admitan, e incluso defendan, la autoridad de otros reyes, pero asignaban de derecho (no de facto) al emperador la condicin de seor de todo el mundo (Yates, 1975; Pagden, 1995, caps. 1 y 2). Pero la herencia de Roma no slo proporcion la idea de un imperio de civilizacin, sino instrumentos ms concretos para asentar el poder de los reyes como frmulas de exaltacin de la autoridad imperial: los juristas al servicio de las monarquas europeas aplicaron a sus reyes la condicin de princeps en sus reinos: la expresin rex est imperator in regno suo, muy usada desde el siglo XIII, trasladaba al rey, en su reino, los poderes propios de emperador. Otros smbolos de perennidad, como la corona, las leyes sucesorias o la inalienabilidad del patrimonio real, dieron forma a una realeza como poder eterno (Kantorowicz, 1957; Krynen, 1993). Si el Imperio Romano se haba proclamado producto de la voluntad divina, los reyes definieron su poder al mismo tiempo como de origen divino e imperial-romano. Frente a la tendencia, tambin de cuo romano, a considerar que el poder naca del populus, se desarroll la idea de que el poder de los reyes vena directamente de Dios. En la Edad Media, como resume Walter Ullmann, convivieron dos tipos de explicacin del poder: ambas lo hacan provenir de Dios, pero una, denominada ascendente por Ullmann, consideraba que haba sido dado por Dios a la comunidad, que lo transfera al prncipe; mientras la otra, o descendente, conceba el poder real como venido de Dios, sin mediacin alguna (Ullmann, 1983). Siguiendo esta ltima, los reyes de Francia arrancaban su condicin sagrada de la conversin (equiparada a la de Constantino) de Clodoveo, quien adems tena poderes de procnsul del emperador de Oriente. Los Capeto decan que su poder vena de Dios y que sus victorias lo demostraban (como la batalla de Bouvines), hasta el punto de reclamar, frente al emperador germnico, la Corona imperial. Otras dinastas no fueron a la zaga en ttulos universales sagrados y romanos. En Inglaterra los primeros Tudor insistieron en que descendan del rey Arturo, que encarn el gobierno legtimo despus de Roma, y que, segn las historias escritas por Geoffrey de Montmouth en el siglo XII, provena del fundador de Britania, Brutus de Troya, nieto de Eneas, fundador de Roma y de la gens Julia, la familia de Octavio. Tambin los emperadores
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germnicos se presentaron como descendientes de Eneas y elaboraron numerosas genealogas mticas que lo probaban. Los Habsburgo difundieron estas genealogas y adoptaron gestos para acreditar su pertenencia a la familia de Eneas; es el caso de la pietas, virtud por excelencia de Eneas (y de Octavio), que se entenda como lealtad a la familia y a la comunidad, y estricta observancia de las leyes religiosas: es decir, fidelidad a un credo y fusin de lo espiritual con lo poltico; esta actitud virtuosa fue asumida
Eneas cargado con su padre, Anquises

por los Habsburgo, transformada en pietas austriaca, y plasmada en la veneracin de la cruz (lo que relacionaba a los Austrias con Elena,

madre de Constantino, descubridora de la Vera Cruz) o el culto de la Eucarista (Tanner, 1993). Pese a la utilizacin del concepto de imperio, la expresin que triunfaba a principios de la Edad Moderna era la de Monarqua. Ya en la Antigedad el trmino haba desbordado su sentido aristotlico de sistema poltico (poder de uno), para identificarse con el gobierno universal; en la poca de los Padres de Iglesia se entenda como seoro universal de Dios, derivado del cual haba soberanos separados para los mbitos eclesistico y secular: exista la Monarqua del Papa (Monarchia Ecclesiae) y la del emperador (Monarchia Imperii), lo que desemboc en la doctrina de las dos espadas, o los dos poderes, espiritual y temporal, definida por Gelasio I (s. V), y la consiguiente disputa sobre la relacin entre el poder papal y el imperial. Esta pugna, sin embargo, abund en la existencia de un solo mbito poltico del mundo, de un dominium mundi, con abundancia de figuras que explicaban la relacin entre ambos poderes, como la mencionada teora de las dos espadas o la metfora del sol y la luna. Por otra parte, se entenda que el dominio del mundo poda cambiar de manos. Isidoro de Sevilla, al definir Monarqua como singularis principatus, y citar los ejemplos de Alejandro y Csar, haba sugerido la mutabilidad de los imperios, lo que dio pie a la teora de la translatio imperii, inspirada en el Libro de Daniel (2, 31-45) y en las edades virgilianas. Y, aunque el emperador no se impuso al Papa en su lucha por la supremaca, a fines de la Edad Media menudearon los tratados (como De Monarchia, de Dante, y Defensor pacis, de Marsilio de Padua) que defendan su posicin y postulaban la necesidad de una monarqua del mundo, asignando a su titular una serie de cometidos sobre la Cristiandad, como el mantenimiento de la paz y la concordia, o la lucha contra turcos y herejes. En la poca de Carlos V (emperador entre 1519 y 1558), la posibilidad de que todo el orbe fuese dominado por un solo monarca pareci cercana. Empleando los argumentos acuados en la Edad Media, se plante en tratados y discursos, ms o menos abiertamente, la pretensin de Carlos V a la Monarqua universal. El mbito de poder nico definido por la herencia de Roma y por la idea de Cristiandad pareca providencialmente unido bajo el rey que ms reinos posea, incluyendo el ttulo de emperador romano y un Nuevo Mundo. Se atribuyeron a Carlos V los cometidos propios de la cabeza secular de la Respublica Christiana: la proteccin de la Iglesia y de la Cristiandad, la persecucin de los herejes y el mantenimiento del orden y la paz. Pax, concordia, commune bonum, felicitas temporum, eran los objetivos del Protector et Defensor
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Ecclesiae. Es ms, la paz entre los cristianos propiciara que el emperador emprendiera una de sus ms prestigiosas misiones: la cruzada y la recuperacin de los Santos Lugares. La oposicin a esta poltica universalista se tuvo dos direcciones: contra el emperador o contra el concepto de Monarqua Universal. Los reyes de Francia e Inglaterra, que en el fondo no hacan ascos a la idea, si la encabezaban ellos, se centraron en criticar al emperador por descuidar sus obligaciones y constituir una amenaza para la Cristiandad. Pero quienes no estaban interesados en asumir la Monarqua Universal (los estados del Imperio, las ciudades y principados italianos) no tenan inconveniente en criticar la idea en trminos morales, como rgimen abyecto, injusto, y tirnico que pretenda acabar con la libertad de la Cristiandad. Las posiciones favorable y contraria a la Monarqua universal se reprodujeron durante toda la Edad Moderna con parecidas razones, pero no con los mismos protagonistas. Felipe II hered los argumentos de Carlos V (defensa de la Cristiandad, lucha contra la hereja), y, por tanto, soport parecidas crticas de sus rivales. En el siglo siguiente, la Guerra de los Treinta Aos se interpret como la tentativa suprema de la Casa de Austria por alzarse con la Monarqua. Acabada la guerra, decay la idea de un dominio global basado en un orden religioso nico, pero la pretensin a la Monarqua universal se reedit en la Francia de Luis XIV, que asumi el papel ostentado desde Carlos V por los reyes de Espaa, incluyendo el lenguaje de defensa de la
Grabado de la poca de Felipe II

Cristiandad. Sin embargo, como contrapeso se empez a plantear la idea de equilibrio, que haba planeado sobre la Paz de Westfalia, y que se desarroll tericamente en el siglo XVIII. Pese a ello, todava a mediados de la centuria el rey de Francia y sus ministros insistan en la preeminencia de su monarqua sobre los dems reyes (Bosbach, 1986). La universalidad del poder que reclamaban las monarquas se corresponda con el carcter sagrado que se reconoca a la realeza en la Edad Media y la Moderna. Como ha sealado Heinz Schilling, caracterstico del proceso de formacin de Europa, en el que se amalgaman elementos clsicos, cristianos y germnicos, es la interpenetracin entre lo sagrado y lo secular: en Occidente, histricamente ambas esferas han estado estructuralmente conectadas, aunque sin formar una unidad indiscernible. Esta peculiar relacin ha permitido el trasvase de elementos de una a otra esfera, lo que ha tenido un efecto decisivo en la evolucin de las formas de poder (Schilling, en Headley et. al., 2004). Dos fenmenos de ndole sagrada, heredados de la Antigedad y el Medievo as lo demustran: el milenarismo y la taumaturgia. El primero se plasm en el mito del Emperador de los ltimos Das, cuyos orgenes estn en la escatologa judeo-cristiana: el apocalipticismo hebreo naci como respuesta a la necesidad de liberacin frente al cautiverio sufrido por los judos a manos extranjeras; en medio de las desgracias, la
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conciencia de Pueblo Elegido espoleaba esperanzas de tiempos mejores, que, aunque empezaron en clave nacional, pronto adquirieron el sentido universal heredado por el cristianismo. El Apocalipsis de San Juan recogi esas esperanas, que se materilizaran en el fin de los tiempos, cuando el Anticristo sera derrotado por Cristo, en su Segunda Venida a la Tierra, esta vez como guerrero, que dara paso al reinado de los justos que durara mil aos (Ap 20, 1-6). ste es el Milenio que los cristianos esperaban ansiosos, especialmente a raz de las persecuciones. Conforme pasaba el tiempo, la Iglesia comprendi que no se poda tratar de un acontecimiento inminente, y empez a considerarlo como un episodio espiritual, tendencia que culmin cuando el cristianismo se convirti en la religin del Imperio, pues ya no caba esperar una liberacin. No obstante, el mito adquiri carcter social: las clases ms desfavorecidas siguieron aferradas a la idea del Milenio terrestre, que les prometa el fin de sus penurias; as el milenarismo pervivi y se reelabor en algunos textos, como las profecas de las Sibilas, en las que el Cristo guerrero del Apocalipsis era reemplazado por un Emperador de los ltimos Das (Cohn, 1970, cap. 1). Tras la cada del Imperio de Occidente, el mito pervivi en el de Oriente, donde fue reelaborado en atencin a las circunstancias locales, como las conquistas islmicas del siglo VII (por ejemplo, el Apocalipsis del Pseudo Metodio). En Occidente reapareci con la restauracin imperial de Carlomagno, cuya lucha contra paganos y musulmanes reaviv las esperanzas milenaristas. En los siglos siguientes, las casas reales lo aprovecharon, como los Staufen y los Habsburgo en el Imperio. Les ayudaron muchas profecas, la ms influyente la de Joaqun de Fiore (1135-1202), quien, a partir de las Escrituras, divida la historia del mundo en tres edades de 1260 aos (42 generaciones, segn Mt 1, 1-17) cada una: la del Padre, de los orgenes al nacimiento de Cristo, la del Hijo, desde el ao 1, y la del Espritu Santo; la segunda edad acabara en 1260, para dar pie al ltimo milenio. Cundieron las esperanzas en torno a Federico II como
Joaqun de Fiore

emperador profetizado, hasta el punto de que despus de su muerte (1250) se extendi el rumor de que segua vivo, crendose una serie de

mitos sobre su retorno, que pervivieron hasta el siglo XV. Al calor de esos mitos aparecieron nuevos mesas que se hacan eco de las desgracias de los pobres. Pero tambin se proyectaban las esperanzas en los nuevos emperadores, Segismundo, Maximiliano y, sobre todo, Carlos V, cuyos triunfos parecan confirmar las profecas sibilinas y joaquimitas (Cohn, cap. 6). El mito alcanz otros reinos, incluidos los hispnicos, pero tuvo un impacto notable en Francia: el recuerdo de Carlomagno, el protagonismo francs en las Cruzadas, o la condicin del rey de hijo mayor de la Iglesia, avalaban su candidatura a rey de los ltimos Tiempos. Las visiones profticas francesas culminaron con la expedicin italiana de Carlos VIII (1494), presentado como nuevo Carlomagno, o Carolus Redivivus. Esta imagen del retorno del rey victorioso y santo alcanz gran popularidad en otros territorios europeos, referida a Federico II, Arturo de Bretaa, Sebastin de Portugal o el zar Dimitri (Berc, 1990). En Francia el milenarismo en torno a sus reyes, ligado a sus aspiraciones universales, se desarroll
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intensamente en los siglos XVI y XVII, y se plasm en candidaturas al Sacro Imperio, en la reelaboracin de mitos y profecas, en textos eruditos, como los de Guillaume Postel, en la simbologa real (por ejemplo, los lises), o en la reivindicacin de la cruzada (Haran, 2000). Pero la sacralidad de la realeza francesa tena otra forma de expresarse: la taumaturgia. Como escribi Hans Kng, el afn milagrero de todos los tiempos reclama siempre sus taumaturgos (Ser cristiano, 1978, 335); los reyes de Francia e Inglaterra asumieron ese papel: ambos tenan la facultad de curar las escrfulas, o adenitis tuberculosa, una inflamacin benigna de los ganglios del cuello. El prodigio se efectu durante siglos con el mismo gesto: el rey tocaba al enfermo y lo bendeca con la seal de la cruz. Su origen se sita hacia el ao 1000 en Francia, y 1100 en Inglaterra, ligado en los dos casos a dinastas necesitadas de legitimacin: en la primera, los Capetos haban desplazado a los carolingios, pero se decan descendientes de stos, quienes, a su vez, haban reclamado la herencia merovingia; y en Inglaterra los Plantagenet se proclamaron sucesores de los reyes anglosajones. Esto vinculaba ambas familias a los pueblos germnicos, que consideraban sagrada la realeza: tanto los reyes merovingios como los anglosajones se crean de origen divino. La cristianizacin de los pueblos germnicos amenaz este carcter sacro, pero proporcion a los reyes una ceremonia que les permiti mantenerlo: la uncin. Este rito no slo se asociaba a ciertos sacramentos (bautismo, orden), sino tambin a los reyes, pues en el Prximo Oriente antiguo se unga a los reyes, entre ellos los de Israel (Gn 14, 17-20). Los visigodos siguieron ese ejemplo en el siglo VII; un siglo despus los carolingios (probablemente como forma de legitimacin); y, finalmente, los anglosajones. Aunque la Iglesia se senta incmoda con la uncin regia, pues atribua cierto carcter sagrado a los reyes, tuvo que transigir, como con otros privilegios de la realeza, como la comunin bajo las dos especies, exclusiva de los sacerdotes, el emperador y el rey de Francia. Es ms, la uncin suscit nuevas leyendas que insistan en la sacralidad regia. As el origen del leo con que se unga a los reyes de Francia: en el bautismo de Clodoveo, en Reims, el sacerdote se encontr sin leo para ungir al rey, pero entonces se abri el cielo y una paloma le entreg un ampolla con un leo santo. Desde 869 la ampolla de Reims qued asociada a la coronacin, y su contenido milagrosamente nunca se agotaba. Los lises y la oriflama se consideraron igualmente de origen curiosa costumbre de los anillos Viernes Santo el rey ofreca al unos anillos que curaban la
Moneda de Eduardo el Confesor

divino. En Inglaterra se desarroll la medicinales: desde el siglo XIV, cada altar unas monedas de oro para fundir epilepsia; esta costumbre se asoci al rey leyenda fijada a principios del siglo XVI. Santa, donde un mendigo le pidi

sajn Eduardo el Confesor en una El rey habra viajado a Tierra

limosna; Eduardo le dio su anillo, pero el mendigo era San Juan Evangelista y el rey no lo haba reconocido. Siete aos despus, unos peregrinos se toparon con el mismo mendigo, que les encarg que devolvieran el anillo al rey; descubierta la identidad del mendigo, se revel que el anillo haba estado siete aos en el Paraso. El anillo se exhiba en Westminster, junto a la tumba del Confesor, y se le atribuan virtudes curativas. Al vincularse esta leyenda a los anillos
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medicinales, se reforz el papel del rey con relacin a stos: en el siglo XVI el ritual de fundicin de los anillos atribuy el protagonismo al rey, cuyas manos, al frotar los anillos, les conferan los poderes de sanacin. La propagacin de las leyendas favoreca la creencia generalizada en la taumaturgia regia, que, a principios de la Edad Moderna, estaba en plena expansin. La repercusin social del prodigio era extraordinaria: en Francia miles de enfermos acudan al rey, incluso extranjeros; y los reyes practicaban con gran xito su don en el extranjero, como hicieron en Italia Carlos VIII, Luis XII o Francisco I (ste tambin en su cautiverio en Espaa). Igualmente en Inglaterra las curaciones conservaban todo su vigor, con una liturgia ms compleja que en Francia: la de Mara Tudor incluye oraciones, absolucin, lectura de Evangelios, una frmula elaborada y un lugar preeminente para la limosna: el rey bendice con una moneda que llevara en lo sucesivo el enfermo suspendida del cuello, lo que se asociaba al prodigio de los anillos. Pero ya entonces haba escpticos entre los humanistas y protestantes (como Miguel Servet,
Frmulas pronunciadas por los reyes en el rito de curacin de las escrfulas: Francia. Siglo XVI: Le roi te touche, et Dieu te gurit. Siglo XVIII: Le roi te touche, Dieu te gurisse. Inglaterra, antes de Mara I: Per crucem tuam salva nos Christe Redemptor Ritual de Mara I: A Domino factum est istud, et est mirabile in oculis nostris (Sal 117 [118]) (Bloch, 1924)

Pietro

Pomponazzi

Gerolamo

Cardano),

aunque sus crticas tuvieron poca repercusin. En la Francia de las Guerras de Religin, si bien no se discuta el don, la Liga Catlica se lo neg a Enrique III al considerarlo poco digno: un aviso por si acceda el trono el protestante Enrique de Navarra. Pero ste, una vez coronado, reconciliado con la Iglesia y ungido, el Domingo de Pascua de 1594 toc las escrfulas en Pars, con enorme afluencia de enfermos. El nuevo rey

comprenda la utilidad de la prctica para reforzar la monarqua y su dinasta, as que la repiti con frecuencia, con notable despliegue de propaganda. Tampoco desaparaci de la Inglaterra reformada, pero la influencia protestante se manifest indirectamente: al atacar los sacramentos y las ceremonias se atacaba la consagracin real, y al suprimir el culto a santos y reliquias, se socavaban las curaciones puestas bajo advocaciones como Eduardo el Confesor. Los anillos desaparecieron en tiempo de Isabel, quien, sin embargo cur las escrfulas, con pocos cambios (suprimir oraciones a la Virgen o a los santos, traducir el ritual al ingls) pero con la oposicin tanto de los catlicos, que consideraban hereje a la reina, como de los puritanos, que encontraban la costumbre supersticiosa. Jacobo I, educado en el calvinismo, la practic, aunque con dudas, contrarias al sentir popular que segua creyendo en la eficacia curativa del rey. Carlos I, sin la rigurosa educacin de su padre, cur sin escrpulos; incluso incorpor el rito al Book of Common Prayer de 1633. Aunque por entonces una abundante tratadstica segua proclamando el carcter sagrado de la realeza, los crticos de la monarqua lo rechazaban, y, de paso, consideraban la taumaturgia pura supersticin, como hizo el partido parlamentario en la guerra civil inglesa; pero las masas seguan creyendo y los enfermos acudan al rey Carlos I, incluso cuando fue apresado por los parlamentarios; y despus
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de muerto se atribuyeron prodigios curativos a sus reliquias. No es raro que la Restauracin recuperase el rito, como uno de los emblemas ms populares de la realeza: Carlos II, consciente de la necesidad de reafirmar el poder real, lo ejerci con ms asiduidad que nunca: todos los viernes, salvo en verano. Se calcula en cien mil las personas que toc. Pero la fe en el milagro tena puntos dbiles: desde el siglo XVI un rey catlico y otro protestante curan con parecido rito; franceses e ingleses, que hastan entonces, haban admitido el don del vecino, dejaron de admitirlo; era lgico que antes o despus aplicaran a su rey los argumentos con que desautorizaban al contrario (por ejemplo, que no todas las curaciones eran eficaces). Ms grave fue en Inglaterra que Jacobo II curase con ritual y sacerdotes catlicos, lo que desacredit el milagro entre los protestantes. Guillermo III no lo ejerci y la reina Ana lo hizo por ltima vez en 1714. Los Hannover nunca lo practicaron, por su escaso derecho hereditario o por respeto a las preferencias de los whigs. Pero los Estuardo siguieron curando en el exilio. En la Francia del XVIII, pese al rechazo de los philosophes, los reyes seguan tocando a numerosos enfermos, como an hizo Luis XVI. Pero la Revolucin, al eliminar el derecho divino de la monarqua, elimin las curaciones. En la consagracin de Carlos X, en 1825, se descart que sanase las escrfulas, por parecer supersticioso; pero varios partidarios del absolutismo, como el obispo de Reims, insistieron en reunir a algunos enfermos; el rey los toc, pero su acto fue considerado ms cartitativo que curativo. Ya no hubo ms sanaciones reales en Europa, donde se desvaneca la creencia en la sacralidad regia (Bloch, 1924). En la erosin de la sacralidad regia tuvieron un papel decisivo las guerras de religin y las paces con que se trat de ponerles fin. Desde mediados del siglo XVI la identificacin de las monarquas europeas con su confesionalizacin, es decir, diferenciadas disputaban en la doctrina, posesin credo respectivo dio lugar a la la existencia de varias iglesias, liturgia y organizacin, que se exclusiva de la verdad cristiana. El menos al mbito eclesistico, sino sociedad y a la poltica; en este formas vacilaron de exclusin en polticouna desplegar

proceso no se limit ni mucho que afect profundamente a la sentido, gener violentas religiosa, y las potencias no agresiva poltica confesional 1992, 116-117; Headley et. de los partidos en liza espole polticos, partidarios de que a su credo, se mostrasen
!
Paz de Augsburgo

en el interior y el exterior (Lutz, al., 2004)). Pero la radicalizacin la formacin de grupos llamados las autoridades, aun sin renunciar tolerantes en materia de religin.

Estos grupos obtuvieron cierta satisfaccin con las paces de religin, como las del Imperio (Augsburbo, Westafalia), Francia (Edicto de Nantes), o los acuerdos alcanzados en Polonia o los cantones suizos. Estas paces anunciaban la autonomizacin de la razn poltica: la emergencia de un plano de discusin en el que la poltica no vena dictada por la religin. Pero la paz religiosa slo funcionaba en pases que carecieran de un poder central fuerte, pero que
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tuvieran instituciones que reconocieran los particularismos y velaran por el inters general. As era en el Sacro Imperio, donde las paces de Augsburgo y Westfalia eran leyes imperiales, y los estamentos (prncipes, ciudades, etc.) actuaban como garantes; tambin en Polonia o en los cantones suizos, con escasa autoridad central y existencia de instituciones federales, las paces resultaron eficaces. Ms difcil era que hubiesen funcionado completamente en Francia (Christin, 1997). La secularizacin de la poltica europea forma parte de un proceso mayor, que Weber denomin desencantamiento del mundo: el retroceso de lo sagrado, desde su omnipresencia en los tiempos ms remotos, hasta la secularidad actual. Paradjicamente el triunfo de las grandes religiones monotestas, especialmente del cristianismo, fue decisivo en ese proceso, al adoptar criterios racionales para organizar y explicar la religin. No es raro que las reformas protestantes y catlica, al intensificar la reflexin racional sobre la religin, contribuyeran, sin proponrselo, a socavar los pilares de la sacralidad regia, y, por tanto, a preparar la autonoma de lo poltico sobre la que se edificara el Estado (Gauchet, 1985).

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