La Ecología Profunda - Luc Ferry
La Ecología Profunda - Luc Ferry
La Ecología Profunda - Luc Ferry
Luc Ferry
Traduccin de Aurelia lvarez Urbajtel
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La ecologa profunda
toda forma de cultura humanstica -y particularmente, hacia la herencia deshonrada de las Luces. Testimonios a porfa de esto son pelculas, en apariencia muy inocentes, como
Danza con lobos, El oso, Azul profundo, que intentan convencer a los nios de que los representantes del Occidente
moderno encarnan la catstrofe, mientras que los animales
y los salvajes proporcionan el modelo de modos de vida
que equilibran naturaleza y cultura... (Uno acaba por preguntarse por qu los nios seguiran aprendiendo a leer y
escribir si los lobos, los osos y los delfines constituyen su
ideal cltural).
Algo totalmente distinto ocurre con la ecologa que se
apoya en una crtica interna de las sociedades democrticas.
Reformista en esencia, coincide en buena parte con la que
se ha designado como ambientalista y superficial. En Francia, correspondera ms bien al movimiento de Brice Lalonde, en su oposicin al de los Verdes. Animada por pasiones
comunes tales como la preocupacin por uno mismo, el respeto hacia el individuo, la exigencia de una vida ms autntica,
la bsqueda de una calidad de vida superior, menos agitada,
en que una soledad bien dosificada puede reconquistar sus
derechos contra la muchedumbre de las grandes ciudades,
aspira ms a corregir el sistema que a sustituirlo por otro. Por
lo dems, el ecologista demcrata, si gusta de las playas desiertas y los mares sin contaminacin, resentira alguna dificultad en prescindir de los beneficios de la ciencia moderna
y de la compaa de los dems. Se le imagina mal renunciando,
para sus hijos o para s mismo, a los progresos ms sofisticados de la medicina o simple y sencillamente a la comodidad
del automvil propio y de los viajes en avin. Por otro lado,
no es afecto a las soluciones polticas extremas y su respeto
por la autonoma individual no tolera mucho las decisiones
colectivas autoritarias.
He aqu, sin duda, la paradoja fundamental de la ecologa contempornea: el grueso de las tropas es demcrata, animado por la pasin de la autenticidad, de la calidad de la vida,
de ningn modo tentado por la vuelta atrs o el salto adelante, como puede estarlo la ecologa fundamentalista; pero la
ecologa reformista y democrtica es constantemente recuperada por los discursos extremos en los cuales nunca se reconoce sino muy parcialmente. Por qu esta situacin? En
gran parte porque la ecologa tiende naturalmente, tanto por
razones de fondo como por motivos ligados a la vida electoral y poltica, a estructurarse en un partido poltico, supuestamente poseedor de un proyecto global. Ahora bien, slo
la ecologa profunda, en sus versiones de extrema derecha
o de extrema izquierda, puede pretender aportar una visin
global del mundo susceptible de nutrir un partido poltico.
Por el contrario, la ecologa responsable, reformista, no puede nunca constituir otra cosa que un grupo de presin, una
organizacin rpidamente integrada (vase el caso alemn) a
los partidos tradicionales. Esta es entonces la cruz de la ecologa: democrtica, no es una poltica; poltica, no podra
ser democrtica.
Ms necesario aun resulta analizar hoy por cules mecanismos ideolgicos puede la ecologa fundamental recuperar
las aspiraciones democrticas de los reformistas. Como esta
corriente es todava poco conocida en Francia (sin duda por
muy poco tiempo), aqu propondremos una presentacin
ideal - tpica de ella.
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Pensar como una montaa: el programa se anuncia delicado para algunos de nosotros. Como quiera que sea, es realmente en estos trminos en los que Aldo, Leopold, al que
muchos consideran el padre de la ecologa profunda, nos invita a voltear los paradigmas que dominan a las sociedades
occidentales. Mil veces citado en la literatura americana, el
prefacio de su ensayo sobre la tica de la tierra3 desarrolla
el tema mayor de esta extraa revolucin:
Cuando el divino Ulises volvi de las guerras de Troya, mand
ahorcar con una misma cuerda a una docena de esclavas que pertenecan a su familia, porque sospechaba que se haban portado
mal en su ausencia. La cuestin de la pertinencia de la horca no
se planteaba. Estas jvenes eran de su propiedad y la libre disposicin de una propiedad era entonces, como ahora, una cuestin
de conveniencia personal, no de bien y mal. Y sin embargo, los
conceptos de bien y de mal no estaban de ningn modo ausentes en la Grecia de la Odisea... Todava hoy, no existe una tica
que se ocupe de la tierra as como de los animales y las plantas
que crecen en ella. La tierra, exactamente como las jvenes esclavas de la Odisea, se considera todava como una propiedad.
La relacin con la tierra es todava estrictamente econmica: comprende privilegios, pero ninguna obligacin.
La conclusin se impone: despus de haber sabido rechazar la institucin de la esclavitud, necesitamos dar un paso ms, tomar al fin en serio a la naturaleza y considerarla
como dotada de un valor intrnseco que impone respeto. Esta conversin -la metfora religiosa no esta fuera de lugar
aqu- supone una verdadera des-construccin del chovinismo humano en que se arraiga el prejuicio antropocentrista por excelencia: el que nos lleva a considerar al universo
como el teatro de nuestras acciones, simple periferia de un
centro instaurado como nico sujeto de valor y de derecho.
Por esta conversin milita Bill Devall, uno de los tericos principales de la ecologa profunda, y recurre a la defensa
de un proyecto revolucionario que apunta a una metafsica, una epistemologa, una cosmologa nuevas as como a una
nueva tica ambientalista de la relacin persona/planeta. Bill
Devall, el primero despus del, filsofo noruego Ame Naess
en presentar un tipo ideal4 del proyecto, propone nombrar
3
AIdo Leopold, que muri en 1948, sigue siendo una de las figuras
que ms marcaren de la ecologa americana, un poco como Hans
Jonas en Alemania. Su libro mayor, A Sund Country Almanac (libro de ensayos publicado en 1949 que contiene el ms celebre de
ellos, A Land Etbic), ejerci una influencia que no se puede subestimar sobre el movimiento de la ecologa profunda.
Cf. Ame Naess, Tbe Sballow and tbe Deep, Long - Range Ecology
Mooement. A sutnmaty, Inquiry, vol. 16, 1973. Ver tambin, del
mismo autor, The Deep Ecological Movement: Some philosophical Aspects, Philosophical Inquiry, vol. VIII, 1986. La literatura dedicada a ese movimiento es considerable -pero tambien, hay que
confesarlo, muy repetitiva. Para una primera localizacin, le sugiero al lector preocupado por Informarse por s mismo, los siguientes articulos que segn me pareci figuran entre los ms significativos: George Sessions, the Deep Ecology Movement: a review,
Environmental review, no. 9, 1987. Como su titulo lo indica, pasa
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a esta visin del mundo an indita deep ecology. Se imaginar uno sin motivo que est ante una simple curiosidad, un
sntoma extico, entre tantos otros, de esta locura que a veces
parece apoderarse de las universidades americanas cuando
ceden a la moda del des-construccionismo o al imperativo de la political correctness5. La ecologa profunda encuentra un verdadero eco fuera del medio acadmico as como en
el extranjero: inspira, por ejemplo, la ideologa de movimientos tales como Greenpeace o Earth first, de asociaciones tan
poderosas como el Sierra Club, pero igualmente de una fraccin importante de los partidos Verdes de Europa del Norte.
Hay que medir entonces semejante empresa. Aunque parezca extraa en un primer momento (y tal vez aun en el segundo), no por ello deja de presentar, a travs de esas facetas
mltiples, una coherencia sistemtica lo bastante impresionante para seducir a muchos de aquellos a los que el vaco
poltico y el fin de las utopas dejan en suspenso.
DE LA NATURALEZA COMO SUJETO DE DERECHO. DOS
ILUSTRACIONES
La ecologa profunda tiene el efecto concreto de renovar nuestro acercamiento tico- jurdico a la naturaleza, al hacer de
sta un pleno sujeto de derecho. Dos ejemplos permitirn evaluar lo anterior.
Del derecho de los rboles. En 1972, aparece en la muy
seria Soutbern California Law Review un largo artculo del
revista a las ideas principales y los libros mayores que han marcado la historia de la ecologa profunda; Richard y Val Routley (que
no es otro que Val Plumwood, la terica del ecofeminisimo:
Against the Inevitability of Human Chauvinism, in K:E: Goodpaster y K: Sayre, Etbics and tbe problems of 21th century, University of Notre-Dame press, Notre-dame, 1979; J. Baird CaIlicott,
Non - anthropocentric value theory and environmental ethics,
Ameritan Pbilosopbicul Quurterly vol. 21, octubre de 1984; Michael
E: Zimmerman, Toward a Heideggerian Ethos for Radical Environmentalism, Environmental Ethics, vol. 5, verano de 1983; Paul
W. Taylor, The Ethics of respect of nature; Environmentul Etbits, vol. III, 198; Roderick Nash, Tbe Rigbts of Nuture. A History
of Environmental Ethics, The University of Wisconsin Press, 1989.
Para una reflexin crtica sobre el movimiento, ver tambin Luc
Bjin, La Nature comme suiet de droit? Rflexions sur deux appioches du problme, Dialogue, XXX, 1991. Aadamos que, en
muchos aspectos, la ecologa profunda toca preocupaciones que
fueron tambien las de lo que Illitch llamaba la ecologa radical.
5
Se ha vuelto costumbre designar con esta expresin la moralizacin del vocabulario utilizado para nombrar a personas o grupos
considerados, con o sin razn, como tratados de manera indecente por la ideologa dominante de la civilizacin ocadental. As, ya
no se debe hablar de negros, sino de afroamericanos, los indios se
convierten en los americanos nativos (native-Americans); ya no
se debe de decir mankind sino bumankind, ni enfermo mental sino persona diferencialmente provista de capacidades psquicas, etc.
En 1991, el gobierno federal canadiense distribua a la prensa y las
instituciones interesadas, un folleto que indicaba las expresiones
polticamente correctas que deban emplearse en adelante para
las diferentes formas de enfermedades. Tambin en ese contexto,
cuando fui invitado a Montreal para dar una conferencia sobre la
Declaracin de los derechos del hombre de 1989, tuve que modificar, bajo presin de grupos feministas, el ttulo de mi comunicacin, que se volvi: Sobre la declaracin de los derechos humanos
de 1789...
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ocurre dondequiera que la cultura occidental haga sentir su influencia -destruccin que slo el reconocimiento de los derechos y del
valor intrnsecos de la naturaleza puede contrarrestar.
Contra la Comisin federal, Stowe propone pues reconocer la supremaca de los valores de la ecsfera por encima de los del humanismo, y elaborar, por analoga con el
concepto de crimen contra la humanidad, la nocin de crmenes contra la ecsfera, entre los cuales se contar en primer
lugar la fecundidad y el crecimiento econmico explotador,
ambos alentados por una filosofa hornocntrica. Pasemos
por alto ahora el contenido de la tesis (pero algn da, los ecologistas debern entender cmo y por qu la tasa de natalidad es ms baja en Europa y en Estados Unidos que en el
tercer mundo, y tambin que ah la preocupacin por el medio ambiente est infinitamente mas desarrollada: por lo tanto
el universo moderno no tiene solamente aspectos negativos!)
No hay que confundirse. Esos juristas y filsofos no son
extravagantes de ningn modo. Desde un punto de vista pragmtico u operativo, la argumentacin de Stone y la de Stowe
no estn desprovistas de coherencia, aunque puedan, como
se ver, ser rebatidas: permitiran de facto abrir juicios contra los grandes contaminadores, en la ausencia misma de un
inters directo (y Stone cita el caso concreto, problemtico
en efecto, de diversas empresas devastadoras en el plano ecolgico a las que no se logr detener porque las contaminaciones se efectuaban en zonas en que ningn inters individual
inmediato era afectado). Pero en un plano casi ontolgico,
las interrogantes se hacen ms urgentes, ya que la construccin jurdica disimula astutamente un prejuicio filosfico discutible, en favor de un retorno a las antiguas concepciones
de la naturaleza. Esos pensadores que quieren ser postmodernos en el sentido propio, filsofos o juristas del posthumanismo, parecen extraamente recuperar visiones premodernas
en las que el conjunto de la naturaleza poda considerarse como un gran ser viviente (hilososmo), eventualmente susceptible de ser objeto de una proteccin jurdica.
El humanismo moderno se encuentra de esta manera
puesto en tela de juicio. Pues ah reside lo que esta en juego antes que nada, para esos nuevos defensores de la naturaleza. As, al situar a la ecologa profunda en la lgica de una
des- construccin de la modernidad, me parece posible
proponer un tipo ideal de ella, tomando ciertas distancias y
sin poner en tela de juicio la autodefinicin del concepto por
dos de sus representantes.
9
La Declaracin francesa de los derechos del hombre y del ciudadano defini la libertad como el hecho de no ser limitado en ningn caso en su derecho de hacer lo que sea (al mundo natural,
sin duda) mientras eso no interfiera con los derechos del otro.
En la estela de ese sentimiento popular (, .), George Grant defini6 al liberalismo como el conjunto de las creencias que proceden
del Postulado centra1 segn el cual la esencia del hombre sera su
libertad y su principal preocupacin en la vida sera entonces forjar
el mundo conforme a su voluntad. Aquest el principio nomativo
en que se origina la destruccin masiva del medio ambiente, que
8 Publicado en R. Braciley y S. Duguid, Envirohmental Ethics, vol.
11, Simon Fraser University, 1989.
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Arne Naess (en Tbe Deep Ecological Mouement, Some Philosophical Aspects, p. 14) y George Sessions, han intentado agrupar los
principales motivos de la ecologa profunda en un texto que se debe citar entero pues vale como un de los manifiestos ms fiables
del movimiento, y expone como l mismo dice los trminos y las
frases clave que estn en la base de la ecologa profunda: 1) El
bienestar y desarrollo de la vida humana y no-humana sobre la
tierra son valores en s (sinnimos: valores intrnsecos, valores inherentes). Esos valores son independientes de la utilidad del mundo
no-humano para los fines del hombre. 2) La riqueza y la diversidad
de las formas de vida contribuyen a la realizacin de esos valores
y son, en consecuencia, tambin valores en s. 3) Los humanos no
tienen ningn derecho a reducir esta riqueza y esta diversidad si
no es para satisfacer necesidades vitales. 4) El desarrollo de la vida
y de la cultura humanas es compatible con una disminucin
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podra buscar el refugio salvador. En consecuencia, ese mundo al que habamos tratado como un objeto vuelve a ser sujeto, capaz de vengarse: estropeado, contaminado, maltratado,
ahora l, a su vez, amenaza con dominarnos.
De ah la idea de un contrato natural, anlogo al famoso
contrato social de los filsofos del siglo XVIII: como estos ltimos haban propuesto regir por el derecho las relaciones
entre los hombres, ahora sera necesario contemplar las relaciones con la naturaleza bajo los mismos auspicios. De manera ms concreta tal vez, hacer un contrato con ella
significara restablecer cierta justicia:
Volvamos entonces a la naturaleza! Esto significa: al contrato exclusivamente social, aadir el otorgamiento de un contrato natural de simbiosis y de reciprocidad, en el que nuestra relacin con
las cosas le dejara dominio y posesin a la audicin admirativa..
El derecho de dominio y de propiedad se reduce al parasitismo.
Por el contrario, el derecho de simbiosis se define por reciprocidad: en la misma medida en que la naturaleza le da al hombre,
ste debe darle a aqulla, convertida en sujeto de derecho.13
Que semejante programa implica una radical puesta en
tela de juicio de la tradicin humanista y aun cierto retorno
a las antiguas concepciones del derecho, es lo que Michel Serres no puede dejar de subrayar l mismo. Como los deep
ecologists norteamericanos, tiene que enjuiciar a esa Declaracin francesa de 1789 que ignora al mundo y no habla de
l, al grado de convertirlo en su vctima. Segn las definiciones del derecho que acarrea, slo el hombre, el sujeto
del conocimiento y la accin, disfruta de todos los derechos
y sus objetos de ninguno.. . Por eso condenamos necesariamente las cosas del mundo a la destruccin. Es necesario
entonces voltear la perspectiva humanista de la Declaracin.
Michel Serres quiere colocarse en el punto de vista de esos
objetos: Una vez ms, debemos decidir sobre los vencidos,
al escribir el derecho de los seres que no lo tienen.
Se objetar, no sin razn, que se trata de una bonita fbula metafrica ms que de una argumentacin rigurosa. No
queda claro, en efecto, cmo darle un sentido adecuado al
contrato propuesto por Michel Serres (Buenos das, seora
naturaleza, quisiera ponerme de acuerdo con usted...). El
mismo Jonas no lleva la analoga entre humanidad y naturalidad hasta considerar a la naturaleza como a una persona,
ni como a un sujeto de derecho en el sentido clsico del
trmino: ella no podra, en efecto, comprometerse con nosotros -por lo que Jonas juzga un tanto incoherente y forzada la idea de un contrato natural 14. No por ello es menos
cierto que, segn l, no carece de sentido preguntarse si el
estado de naturaleza extrahumana, de la bisfera en su totalidad y en sus partes que ahora estn sometidas a nuestro poder, no se ha convertido por ese mismo hecho en un bien
confiado al hombre, y que tiene algo as como una pretensin
moral hacia nosotros -no slo para nuestro propio bien, sino para su bien propio y su propio derecho.. . Esto significara buscar no slo el bien humano, sino igualmente el bien de
las cosas extrahumanas, es decir extender el reconocimiento
l43 Le Contrat naturel, Flamrnarion, p. 67.
l Cf. De la gnosis al principio de responsabilidad; una entrevista
con Hans Jonas, Esprit, mayo de 1991, p. 15.
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de los fines en s ms all de la esfera del hombre e integrar esta atencin en el concepto del bien comn -10 que,
segn el Principio de responsabilidad, ninguna moral humanista ha sido todava capaz de hacer, y con razn.
Si se deja de lado la metfora contractualista, poco rigurosa en efecto, en el contexto de una rehabilitacin de los
derechos de la naturaleza en contra, justamente, de la lgica
antropocentrista de las ideas del contrato, se percibe qu unidad de visin liga entre ellas a esas versiones norteamericana, alemana y francesa de la ecologa profunda: en todos los
casos de figuras, se trata de poner en tela de juicio la tradicin moderna del humanismo jurdico, para alcanzar la idea
de que la naturaleza posee un valor intrnseco y es, como tal,
digna de respeto. En esta ptica, Jonas propone incluso aplicar el concepto de fin en s, que se sabe cun importante era
para el pensamiento de las Luces, que se reservara exclusivamente a los seres humanos, al no tener nunca los objetos naturales sino el estatuto de medios. Revalorado de este modo,
se le asigna al Cosmos entero, en una lgica holista, un coeficiente positivo superior al de la humanidad misma, puesto
que en la jerarqua de los seres constituye su condicin primera: la naturaleza puede prescindir de los hombres, pero
no a la inversa, por lo que la idea de una preferencia natural se encuentra, a cada paso, legitimada como el horizonte
metafsico a fin de cuentas ms lgico de la ecologa profunda.
Es tambin el sentido ltimo de la referencia a Spinoza
que evocbamos ms arriba. Como escribe el ecologista alemn Klaus Meyer-Abisch, la Natura naturans, la fuerza
creadora, es ella misma el todo en todas partes. Es as el verdadero centro del mundo. La conclusin se impone entonces: Si un rbol muere o si un hombre muere, en ambos casos
es un ser viviente que muere y que vuelve a la tierra1 5. En
efecto, pero acaso estamos seguros de que ambas desapariciones tienen el mismo sentido, el mismo valor, de que la destruccin de poblaciones enteras es realmente comparable a
la de los rboles que componen nuestros bosques?
El tema no deja de constituir el fondo ideolgico de una
organizacin como Greenpeace, que manifiesta claramente
su tendencia en una edicin de sus Crnicas fechada en abril
de 1979: Los sistemas de valores humanistas deben ser sustituidos por valores suprahumanistas que incluyan toda vida
vegetal y animal en la esfera de consideracin legal y moral.
Y a la larga, le plazca o no a tal o cual, aun habr que recurrir
a la fuerza , si se presenta el caso, para luchar contra los que sigan deteriorando el medio ambiente.
La advertencia es clara: la superacin del humanismo en
favor de una entronizacin del reino vegetal y animal en sujetos de tica y de derecho, no se har sin recurrir a la fuerza
-argumento coherente, por lo dems, en una perspectiva en
que se trata de poner trmino finalmente a la lgica de esos
famosos derechos humanos, que casi no han servido sino
para legitimar el olvido y aun la destruccin del mundo por
la afluencia de la tcnica.
3. Elproblema de la tcnica. Es hostil a la ciencia la ecologa profunda? Formulada de esta manera, la pregunta no tiene mucho sentido. Hay que precisar sus trminos. Si por ciencia
se entiende una sabidura global, una nueva cosmologa que
l5 K.M. Meyer-Abisch, Wege zum Frieden mit der Natur, Mnich,
1984, p. 100. 90. 187.
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producido jams,
El temor a la tcnica suscita el retorno a los antiguos mitos
puestos en accin por la ciencia ficcin: en la historia de Frankenstein como en la del aprendiz de brujo, asistimos a la trastocamiento en el que la criatura se vuelve el amo de su amo.
La ecologa profunda se complace en aplicar la metfora al
mundo de la tcnica. Segn Jonas, la historia de nuestra relacin con el mundo pasara por tres etapas, cada una caracterizada por cierto tipo de poder. Primero, el poder que el
hombre conquista progresivamente contra la naturaleza. Corresponde a la emergencia de la tcnica como proyecto de dominacin de la tierra. Pero ese primer poder tiende hoy a
invertirse: la tcnica se nos escapa, de tal manera que ya nodominamos nuestro propio dominio de la naturaleza. Para evocar un tema que le preocupa a Jonas, disponemos, por ejemplo,
de medios para efectuar, tanto sobre los animales como sobre los humanos, modificaciones genticas susceptibles de
transformar a la especie. Ahora bien: no existe ningn medio,
tico, jurdico, poltico u otro, para controlar las experiencias que sabemos que ocurren cada da en los laboratorios
dispersos por el mundo. Ms aun, todo permite pensar que
a causa de evidentes imperativos econmicos (con el descubrimiento de una vacuna, de un medicamento, etc., pueden
estar en juego sumas considerables), las experiencias ms inquietantes no harn sino desarrollarse cada vez ms sin que
lo sepamos. As, la criatura escapa de su amo y puede someterlo irreversiblemente. Habra que instaurar entonces un tercer poder, dominar nuevamente el dominio de la naturaleza,
l6 En particular, numerosos filsofos americanos, a la vez los que
tienen un inters por la conciencia ecolgica y Por los flsofos contemporneos, discuten la crtica heideggeriana de la filosofa occidental y de las sociedades occidentales contemporneas.
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pero la tarea parece prcticamente imposible, al menos irrealizable, tal es la opinin de Jonas, en el marco de una sociedad democrtica.
Todo el asunto est ah, en efecto. Que se deba, si no
limitar el despliegue de la tcnica, por lo menos controlarlo,
ningn demcrata serio lo negar. Que ese control deba efectuarse a expensas de la democracia misma, es un paso adicional que los ecologistas profundos, animados como lo estn
por el odio del humanismo y de la civilizacin occidental,
pero tambin por la fascinacin nostlgica de los modelos pasados (los indios) o por venir (aqu, el comunismo), casi nunca vacilan en dar. Cierto amor por la vida, que refuerza al de
la naturaleza, no hace sino reforzar esa tendencia.
4. El biocentrismo o el culto de la vida. El amor a la vida, la propia como la de los seres queridos, es evidentemente una de las pasiones ms comunes de la humanidad. Eso
nada tiene que pueda chocar, ni tampoco que pueda pasar
como caracterstica de una sensibilidad ideolgica particular.
Pero cuando este cario se transforma en vitalismo, cuando es llevado a lo que los ecologistas profundos llaman la bisfera, cambia de naturaleza y de significacin.
Bisfera: el trmino merece precisiones. No designa, como podra creerse a primera vista, la simple totalidad de los
seres vivientes. Define ms bien el conjunto de los elementos que, en el seno de la ecsfera, contribuyen al mantenimiento y al completo desarrollo de la vida en general. Por
qu es esencial este matiz? Simplemente porque permite establecer la diferencia entre un amor a la vida todava homocntrico, reservado a los seres humanos, y un amor holista,
referido al todo biognico de que depende directa o indirectamente nuestra existencia.
En trminos claros, se trata de reconocer, tambin en este
caso, que los hombres no son sino una nfima porcin del universo, que dependen de l de todo a todo y que, por esa razn, el universo debe ser objeto de una valoracin y de un
respeto mas elevados que los que le reservamos ordinariamente a la humanidad. Como lo subrayan incansablemente nuestros fundamentalistas, el reconocimiento de esta dependencia
decisiva debera inducir a elevar el valor del medio generador de vida al nivel de un fin en s (...) Ciertos ecosistemas
deberan estar estrictamente preservados y habra que dar a
sus componentes otros nombres que el de recursos para indicar que son sacrosantos. Esto permitira acabar con esa tradicin ecolgicamente ingenua de la gente que slo valora a la
gente, esa tradicin sostenida por una tica homocntrica,
resultado de una larga historia humanstica en la cual la naturaleza concebida como medio ambiente ha sido subvaluada
en tanto mundo enajenado, menos que humano, inferior y
por lo tanto indigno de una valoracin fundamental.
A lo largo de mis lecturas, me ha sorprendido a menudo
la frecuencia con la que expresiones religiosas -valores sacrosantos, santidad de la vida (sanctity of life), etc.- volvan
bajo la pluma de los ecologistas profundos cuando se trataba
de evocar a lo viviente en general. Debe reconocerse que
el hecho se explica bastante por el carcter holstico de ese
pensamiento: al querer superar los lmites del humanismo,
acaba considerando a la bisfera como una entidad casi divina, infinitamente ms elevada que toda realidad individual,
Stan Rowe, Crimes against tbe Ecosphere, p. 89.
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humana o no humana. A la vez exterior a los hombres y superior a ellos, puede si acaso, ser mirada como su verdadero
principio creador -con lo que encuentra a una de las figuras clsicas de la divinidad. Deus sine natura, deca ya el pantesmo de Spinoza..
Pero ese nuevo spinozismo tambin alcanza una de las
intuiciones ms profundas del vitalismo nietzscheano, segn
la cual la vida constituira la esencia ms ntima del ser, el
fondo ltimo de toda cosa al mismo tiempo que el principio
de toda valoracin. Se recuerda que en nombre de tal referencia a la vida, Nietzsche acab denunciando lo absurdo de
la oposicin platnico-cristiana entre un mundo de aqu abajo (sensible) y un mundo del ms all (inteligible). Ese dualismo slo ocultara, segn Nietzsche, una voluntad patolgica
y decadente de negar la existencia real, la nica vida sin embargo que realmente lo sea, en provecho de una mera ficcin
producida por las elucubraciones de una imaginacin enferma. Tal es la esencia de la moral y de la religin, siempre
dedicadas, de manera neurtica, dir ms tarde Freud, a buscar en otra parte un sentido a la vida: el otro mundo, tal
como resulta de esos hechos, es sinnimo de no-ser, del
no-vivir, de la voluntad de no vivir. Visto en conjunto, es
el cansancio de vivir, y no el instinto vital, el que ha creado
al otro mundo Is.
He ah por qu, y es este un tema crucial de la ecologa
profunda, no podra haber un valor exterior a la vida: Unos
juicios, unas apreciaciones de la vida, a favor o en contra,
nunca pueden en ltima instancia ser verdaderos: no tienen
otro valor que el de ser sntomas -y en s, semejantes juicios son estpidos9. Porque siempre es la vida la que se expresa en nosotros y a travs de nosotros, incluso en nuestros
enunciados aparentemente ms etreos. De ah la idea, muy
preciada por los ecologistas profundos, de que necesitamos
reaprender al fin a reverenciar la entidad casi sagrada que gobierna el alfa y el omega de nuestra existencia, en vez de rebelarnos contra ella con la orgullosa y estpida temeridad que
demuestra la civilizacin occidental. Se necesita, valga el atrevimiento (en efecto, cmo hacerlo de otro modo?), aceptar
la realidad de nuestra inmanencia total a la naturaleza, a esa
bsfera contra la cual no podramos rebelarnos sino de modo patolgico y por lo tanto provisional e ineludiblemente
condenado al fracaso.
Aqu tambin, la ecologa profunda descubre una doble
cara. Porque ese vitalismo de tipo holstico, cuyo blanco confesado es el humanismo, autoriza dos lecturas polticas. Una,
ms bien neoconservadora y contrarrevolucionaria (hostil a
la Declaracin de los derechos del hombre), podra extraer
sus orgenes del romanticismo alemn, incluso del de la extrema derecha francesa. El rbol de Monsieur Taine, puesto
en escena en Los desarraigados de Barres, podra servirle de
ilustracin: maestro de moral tanto como masa poderosa de
verdor, la planta es un objeto de admiracin en cuanto obedece a una razn secreta, a la filosofa ms sublime que es
la aceptacin de las necesidades de la vida. Pero el proyecto
de tomar lo viviente como modelo o, por lo menos, de arraigar en l los objetivos de una existencia autntica, encuentra
* Volont de puissance, traduccin Bianquis, Gallimard, t. 1, lib. 1,
&& 213.
l9 Crpuscule des idoles. Le cas Socrate, && 2.
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escindir en tres rubros: el agotamiento de los recursos naturales, la multiplicacin de los desperdicios industriales, nucleares en particular, y la destruccin de las culturas tradicionales.
En suma, temores empricos y fundados en hechos, acerca
de peligros cuya realidad y alcance precisos deberan poder
medirse: el efecto de invernadero, el agujero en la capa de
ozono, las posibles explosiones de focos radioactivos, la desaparicin de la selva amaznica y de sus habitantes, la contaminacin de los mares, etc. Pero hay ms, y otra cosa, en la
preocupacin por preservar la naturaleza tal como es, incluso por restaurarla tal como fue para transmitirla, de ser posible intacta, a las generaciones futuras: el principio fundador
de una poltica.
Es por lo menos lo que Hans Jonas quiso describir al filo
de lo que llama una eucarstica del temor. La idea, menos
evidente de lo que parece a primera vista, merece ms atencin en la medida en que concentra un tema mayor de la
ecologa fundamental. De qu se trata? Primero, de tomar
conciencia del formidable desfase entre la debilidad de nuestras luces y el extraordinario potencial de destruccin de que
disponemos. Y Jonas, aqu, no piensa tanto en tal o cual peligro particular, el nuclear, por ejemplo, sino en el desarrollo
mismo de la tcnica en general, como se vio ms arriba.
De ah la funcin tica e incluso terica del temor, que se
vuelve al mismo tiempo un deber moral y una funcin de conocimiento. Deber moral, porque no tenemos el derecho, tal
es la tesis de Jonas, de tomar el menor riesgo total, entindase,
el menor riesgo susceptible de hipotecar la posibilidad misma
de la existencia humana y, ms en general, de la vida; funcin
de conocimiento tambin, puesto que el temor se vuelve
nuestra gua en el rastreo de ese tipo de peligros y nos permite
distinguirlos de aquellos, menos absolutos, para los cuales
arriesgarse sera aceptable en ltimo caso. As, toda la problemtica de la preocupacin de las futuras generaciones se
introduce en la ecologa. Como lo indica Jonas, el miedo ya
est contenido en la pregunta originaria con la cual se puede
imaginar que comienza toda responsabilidad activa: qu le
suceder si yo no me encargo de l? Cuanto ms oscura sea la
respuesta, ms claramente se dibujar la responsabilidad .
La ltima frase recuerda el tema central de esta heurstica: porque nuestro saber sobre las consecuencias inesperadas (sobre los efectos perversos) de nuestras acciones es
nfimo, nuestra responsabilidad es ms urgente. La primera
marca la diferencia con los filsofos polticos clsicos, en particular con Hobbes; ellos tambin hacan del miedo un principio fundador de la poltica. Se recuerda en efecto cmo
en Hobbes el estado de naturaleza es descrito como el lugar
de la guerra de todos contra todos. Esto significa que antes de que aparecieran las leyes que rigen la vida en sociedad, los hombres vivan en el temor permanente de la muerte
violenta. Y para escapar de este sentimiento, es decir para acceder a la seguridad, aceptan entrar en un Estado regido por
leyes. El temor es pues efectivamente la pasin poltica fundamental. No obstante, aqu su motor sigue siendo el egosmo. Jonas quisiera convencernos en cambio de que en la
ecologa contempornea, a diferencia de lo que ocurre en
Hobbes, se trata de un miedo para el otro, especialmente
para las generaciones futuras.
23 Op. cit., p.301.
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Luc Ferry
ello podremos sacar directamente algo de ella para la prctica. Aun si los servicios de medicina han determinado de modo totalmente convincente que el consumo del tabaco es
nocivo para nuestra salud, conviene aadir un eslabn intermedio para sacar cualquier conclusin tica: se requiere en
efecto que hagamos previamente de nuestra buena condicin
fsica un valor, para que los resultados del trabajo cientfico
tomen la forma de un no se debe!. Entonces, siempre es
la subjetividad (un yo o un nosotros) la que decide en
ltima instancia valorar o desvalorar tal o cual actitud. A falta
de una decisin, los imperativos que se pretende sacar de las
ciencias siempre permanecen hipotticos, ya que no pueden
superar el marco de una formulacin de este tipo: Si no quieres atentar contra tu salud, entonces deja de fumar. Pero
despus de todo, an es posible, al menos en este tipo de
ejemplos que tocan el bienestar individual, tener otros valores
que los de la conservacin de s, preferir por ejemplo una vida
corta, pero buena, a una larga y aburrida existencia.
Si se acepta el argumento de Hume, se admitir forzosamente que la moral no podra, en cuanto tal, ser un asunto
de expertos. Ciertamente, los especialistas pueden tener, de
ser el caso, un papel que desempear en la determinacin de
nuestras elecciones, cuando importa, por ejemplo, tomar en
cuenta las consecuencias de nuestros actos y stas son difcilmente previsibles. Para seguir con los ejemplos clsicos,
un jefe militar que por no consultar a sagaces consejeros, llevara a sus tropas a una muerte segura, cometera una falta no
slo estratgica sino moral. Un poltico que, por ignorancia
en materia de economa, redujera una fraccin de la poblacin al desempleo, se encontrara en una situacin anloga.
Ciertos errores, que hubieran podido evitarse tomando en
cuenta conocimientos disponibles y efectivamente accesibles,
pueden entonces ser considerados como faltas. Se admitir
tambin que el lmite entre la ignorancia admisible y la que
se juzgara culpable es difcil de fijar. De ah los esfuerzos de
la filosofa contempornea por reformular los trminos de una
tica de la responsabilidad. No por ello deja de ser el experto como tal el que determine la eleccin de los valores, una
vez admitida y situada la importancia de su intervencin. Esta es una leccin que tendra cierto inters en no olvidar: porque, de Lenin a Hitler, la pretensin de fundar la prctica en
la objetividad de una ciencia de la naturaleza o de la historia
siempre ha terminado en catstrofes humanas.
Sin embargo, es sta la zanja que pretende colmar el ecologismo, y esto al menos en tres perspectivas muy diferentes. Primero, en la del utilitarismo que es hoy la doctrina
principal que revalora la idea de un dictamen moral. No es
difcil entender por qu: si se admite (el postulado, por supuesto, es un poco difcil de digerir, pero sin l todo se derrumba) que los intereses pueden ser objeto de un clculo,
entonces el experto moral por excelencia sera el matemtico de las pasiones. As, por ejemplo, los utilitaristas discuten, como se vi, sobre el valor comparado del sufrimiento
de los nios, de los animales o de los enfermos mentales, con
la esperanza de que una ciencia exacta de los placeres y de
los dolores nos permita al fin operar juicios ticos racionales.
Luego, en la ptica de una filosofa de la vida -o de la bio
loga- la ecologa puede esperar encontrar una fundacin objetiva de la etica. La naturaleza contiene en s misma ciertos
objetivos, ciertos fines, por ejemplo el instinto de conservacin
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26 En esta ptica, cf. Holmes Rolston III, Is there an Ecological Ethic?, en Ethics,85, 1975. Cf. tambin, del mismo autor, Are values in Nature Subjective or Objective?, en Environmentul Etbics,
3, 1981; Don E. Marietta Jr., The Interrelationship of Ecological
Science and Environmental Ethics, en Enui~onmental Ethics, 2,
1980.
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La ecologa profunda
una pretendida fundacin de la tica sobre la ciencia: partiendo de la idea de que existe en principio una naturaleza humana sana e idntica en cada individuo, paulatinamente
somos llevados a identificar toda prctica supuestamente desviante con una actitud patolgica. En el lmite, el mal se confunde con la anormalidad: hay que estar loco para fumar, para
no amar a la naturaleza como conviene, etc. -por eso J. Baird
Callicott no vacila en decir que habra que recetar el auxilio
de un consejero psicolgico al que negara la validez del silogismo ecologista, retornando as, sin duda involuntariamente, uno de los peores aspectos del proyecto marxista de una
deduccin de la tica a partir de la ciencia.
Como escribe Bi11 Devall, en un pasaje que traiciona, en
negativo, el fondo de su pensamiento: la civilizacin moderna es aquella en la cual lo nuevo est ms valorado que lo
antiguo y el presente ms que las generaciones futuras27. De
donde se puede concluir que el ideal de la ecologa profunda sera un mundo en el que las pocas perdidas y los horizontes lejanos tendran la precedencia sobre el presente. No
es casual, por lo tanto, que no deje de dudar entre los motivos romnticos de la revolucin conservadora y aquellos, progresistas, de la revolucin anticapitalista. En ambos casos, es
la misma obsesin por acabar con el humanismo que se afirma a veces de modo neurtico, al punto que se puede decir
legtimamente que la ecologa profunda hunde algunas de sus
races en el nazismo y alza sus ramas hasta las esferas ms extremas del izquierdismo cultural.
27 Loc. cit. p. 301.
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