El Arte Narrativo de Eduardo Acevedo Díaz en Soledad
El Arte Narrativo de Eduardo Acevedo Díaz en Soledad
El Arte Narrativo de Eduardo Acevedo Díaz en Soledad
Introduccin
Seis aos despus de la publicacin de Ismael (1888), primera de las cuatro novelas del
llamado Ciclo Histrico, que completarn Nativa (1890), Grito de Gloria (1893) y,
tardamente, Lanza y Sable (1914), Eduardo Acevedo Daz orientar su narrativa
con Soledad (1893) hacia un gnero para l virgen, el de la nouvelle, que ya no volver
a frecuentar. Soledad, igual que Brenda (1886) y Mins (1907), se inscribe fuera de la
rbita de las novelas histricas; y de las tres es sin duda la ms bella. Francisco Espnola
la califica, con entera razn, de "poema magistral", juicio compartido por crticos tan
exigentes como Alberto Zum Felde, Emir Rodrguez Monegal, Roberto Ibez o ngel
Rama. Algunos de ellos coincidieron en que Soledad resiste sin desmedro alguno una
comparacin con las mejores del Ciclo Histrico, en el entendido de que no es ese el
camino que debemos seguir para acceder a su extraa belleza, para explorar la fuente
de donde proviene su singular encanto.
Antes que nada, es preciso captar su propio y solitario mensaje, sin descuidar el anlisis
de determinadas peculiaridades que, en cierta medida, rozan o invaden zonas del
territorio de Ismael, por ejemplo, con las que comparte algo de su aura misteriosa,
secreta.
Lo primero que (quiz) llamar la atencin del lector es, entonces, el gnero narrativo
elegido por Acevedo Daz, un novelista casi a tiempo completo si dejamos de lado su
atareada agenda poltica y periodstica, su disponibilidad para las patriadas de su poca,
como el levantamiento de Aparicio, en el que particip siendo todava estudiante, o la
Tricolor, cinco aos ms tarde. Y la escritura de unos pocos (pero notables) cuentos.
Lo que no admite dudas es que el autor de Ismael saba que la historia que ahora
deseaba narrar no toleraba el tratamiento dilatado, moroso incluso, que l utilizaba en
sus novelas. En estas, las del Ciclo Histrico sobre todo, abundantes en batallas, en
minuciosas reconstrucciones, en desarrollos e interpretaciones de ndole sociolgica, la
accin suele detenerse, congelarse, para ceder paso al anlisis. Paco Espnola, efusivo
admirador de su obra, piensa que "en la disyuntiva, a veces, de ser simplemente oriental
o ser artista, l opta sin vacilacin por lo primero y, as, desmejora una situacin en
muchas ocasiones para que nos llegue con ms nitidez lo que de inters nacional hay en
ella." (Francisco Espnola, prlogo a Eduardo Acevedo Daz, Soledad y El combate de la
tapera, Coleccin de Clsicos Uruguayos, Biblioteca Artigas, Montevideo 1954, p. XXIII).
Ms all de ese riesgo, que Acevedo Daz asuma sin vacilar, al autor le constaba que en
el terreno de la novela el camino por seguir era lo dilatado, el detallismo, lo minucioso.
Desde su punto de vista era imposible rescatar y transmitir el espritu de una poca, su
entreverado ajetreo, en pocas pginas.
No era este el caso de Soledad. La peripecia que l quera contar no requera siquiera
cien pginas, porque lo que deseaba narrar (mostrar) era el crecimiento inexorable del
amor entre dos seres primitivos, cargados de impulsos y tensiones a menudo
incontrolables. Era imprescindible, en consecuencia, ser riguroso y conciso hasta el
fanatismo, propsito que estaba dispuesto a cumplir sin que le temblara el pulso.
En Soledad no se nos concede una sola tregua, no existe un desvo, una digresin
destinada a aflojar o aliviar, aun en parte, la tensin que se impone desde el arranque.
Todos los elementos estn dispuestos con tal pericia que, a semejanza de lo que ocurre
en un cuento, son indispensables (imprescindibles) para la cabal comprensin de lo que
se est narrando, de lo que se quiere narrar.
En Soledad, con sorprendente maestra, Acevedo Daz concentra su mirada en los
amores contrariados de Pablo Luna y Soledad, en la oposicin enconada del padre de la
(p.37).
De esa soledad la muchacha no tiene una conciencia plena hasta la aparicin de Luna y
el casi inmediato, fulgurante enamoramiento. Hasta entonces haba vivido feliz o, en
todo caso, resignada a un casamiento ms o menos prximo con Manduca Pintos,
entregada a una existencia libre y sin preocupaciones mayores, sabindose admirada y
deseada por los hombres que la rodeaban; admiracin que ella se encargaba de
encender o provocar pero no de retribuir.
En el retrato que Acevedo Daz nos hace de Soledad sobresalen los aspectos sensuales
de la joven: "Graciosa y provocativa, (...) tipo de hermosura criolla escondido entre
aquellas breas; (...) de dieciocho aos, de un moreno sonrosado, ojos grandes y
negros, formas llanas y redondas y unas trenzas tan enormes que le pasaban de la
cintura, constitua el punto de mira y de atraccin de todos los mozos del pago." Se
demora en otros detalles: "Fruta incitante, sazonada a la sombra de los 'ceibos', o flor
de carne que los mismos 'ceibos' envidiaran por su copa altiva, el prestigio fascinador de
esta mujer haba encelado todos los sensualismos y como incrustado su imagen en cada
corazn selvtico; de modo que por el sitio rondaban y a l volvan los ms soberbios y
rebeldes al yugo de Montiel, callndole todo, hasta el instinto vengativo, en obsequio a
la esperanza de merecer la gracia femenina." (p. 18).
En oposicin a la figura de Pablo Luna, en Soledad no hay la menor traza de misterio.
Todo en ella est (o parece estar) a la vista, como su belleza. La soledad aposentada en
su alma no es sino un retraimiento "instintivo" ante aquellos hombres vulgares que la
rodean. Soledad que la irrupcin del "gaucho-trova" le revela bruscamente. Del mismo
modo, su amor se manifestar de una manera semejante a ella misma, es decir, agreste
y sin embozos. Ser ella la que provocar el acercamiento de Luna, ella quien habr de
incitarlo a la embestida amorosa.
De don Erigido Montiel y Manduca Pintos, el autor no se ocupa demasiado. S, en
cambio, aunque ello no surja de una lectura distrada, de la Bruja del Barranco,
construida con trazos precisos y exactos, de una crueldad casi insoportable que habr de
demorarse en su aspecto sobrenatural, en su silueta andrajosa. Esa segunda lectura nos
franquear el acceso a honduras abismales, a zonas tenebrosas, nos propondr
perspectivas frecuentadas por el horror. El retrato de esa sombra y pattica figura es,
de toda evidencia, el fruto de un magistral empleo de lo ambiguo, de un reticente y
medido manejo de testimonios o referencias que nunca (o casi nunca) son explcitos.
La Bruja del Barranco, en persona, aparece en contadas ocasiones, pero en cada una de
ellas es como si traspusiramos la lnea de sombra: esto sucede, por ejemplo, en el
episodio de la maldicin a Manduca Pintos, en sus fantasmales desplazamientos por la
zona, que a raz de esos vagabundeos pasar a llamarse precisamente el Barranco de la
Bruja. Acaso el pasaje ms memorable sea aquel en que se relata su muerte: "Algunos
das despus, al comenzar de una noche de luna, aquella pobre mujer envuelta a medias
en sus harapos, lodosa, derrengada, sueltas las greas y desnuda la planta, ms que
andando arrastrndose, se haba puesto a disputar junto al barranco la carne de una
oveja destrozada a una banda de perros cimarrones. Se atrevi a golpearlos con los
puos dando gritos espantosos. Entonces los perros enfurecidos en defensa de sus
despojos la mordieron, la arrastraron triturndola con sus colmillos, saltaron sobre ella
en tumulto e hicironla jirones precipitando al fin su cuerpo miserable al fondo del
barranco".
Ms all de la peripecia en s. de hechos puntuales, lo que el autor se propone es
imponernos la imagen de esta mujer, latente y como suspendida en el imaginario de la
gente del pago, que impregnar gran parte de la nouvelle, que terminara por conferirle
al relato su carcter fantstico, opresivo y alucinante, y que, de algn modo, acabar
por contaminar a Pablo Luna, a sumarse a su carga de misterio.
En ese contexto, Montiel parece existir como personaje slo para exhibir su rechazo (su
odio) hacia el "gaucho-trova". quien, segn l, "viva de sus ovejas y de sus vaquillonas,
sin que nunca hubiese podido sorprenderlo en una carneada." Don Erigido hallaba
tambin que tena "ojos de taimado", de "matrero" que "bichea" desde que el sol nace
hasta que se pone. Pintos ocupa un primer plano nicamente en el episodio en que
Soledad es acosada por un yaguaret y, hacia el final, cuando para intentarse salvarse
explcita) como un matrero, como un ser parsito que carnea sus animales y elude el
trabajo honrado."
En ese contexto. Soledad se convierte en el motivo ms inmediato (aunque no el nico,
como creen apresurados lectores) del odio entre el padre y el amante." (Emir Rodrguez
Monegal, Eduardo Acevedo Daz, Dos versiones de un tema. Ismael y Soledad. Ediciones
Ro de la Plata, Cuadernos uruguayos, Montevideo, 1962, pp. 31 -32).
Esa rivalidad entre Luna y Montiel, entiende Rodrguz Monegal, "tiene una causa ms
honda que la mera oposicin de caracteres: la feroz oposicin del padre a una eventual
relacin amorosa entre Pablo Luna el "gaucho-trova" y Soledad, es de naturaleza social.
Es la lucha entre un individuo (don Erigido) que tiene su lugar en la sociedad, que lo
cuida y lo defiende, y un ser asocial (Pablo) deliberadamente vuelto hacia la naturaleza y
la soledad; hurao, incomunicado." (loc. cit., p.32).
El crtico piensa que Soledad despierta en Luna "un impulso de sociabilidad; le hace
volver al contacto humano, buscar la manera de ingresar -por el trabajo, en la esquilaal orden social. Al ser rechazado brutalmente por don Erigido su naturaleza asocial
reacciona del mismo modo, brutalmente. Enfrentado a la sociedad, acabar por violar
todas sus normas, incendia la estancia, mata a Manduca Pintos, se hunde en la noche de
la selva, con la mujer que ha raptado", (loe. cit. p.34).
La narracin de esa venganza insumir los captulos finales de la nouvelle, los que van
del captulo XI al XVII en un crescendo magistral, conducido por Eduardo Acevedo Daz
sin que en ningn momento le tiemble el pulso, con un dominio de la tcnica narrativa
susceptible de resistir cualquier comparacin, no solo con los ms encumbrados
escritores de la lengua espaola, sino tambin mundial. Antes de ingresar al examen de
ellos, convendra repasar determinados aspectos del arte narrativo del escritor.
Arte narrativo
En el nmero 702 del semanario Marcha, Rodrguez Monegal analiza en
profundidad Ismael (Coleccin Clsicos Uruguayos, prlogo de Roberto Ibez) y en
particular la estructura interna de la novela, de manera muy particular: el espacio, el
tiempo, el ritmo, el enfoque. Nuestra nota no pretende detenerse en todos esos puntos,
pero s en alguno de ellos, trasladados a la estructura deSoledad con una salvedad o una
advertencia: Ismael es una novela, Soledad una nouvelle.
Yo quisiera destacar el empleo reiterado de un procedimiento artstico al que Acevedo
Daz parece muy propenso: el racconto. Ya en el captulo II, el autor interpola dos. En el
primero se nos muestran las cualidades de baqueano de Luna capaz de reconocer qu
animal conviene carnear, apreciar su gordura por el mero ruido de sus pisadas en la
noche. En el segundo, asistimos al salvamento de un matrero perseguido gracias a la
intervencin del "gaucho trova".
Ms adelante, cuando Soledad compara involuntariamente a Luna con su prometido, se
intercalan otros dos raccontos: el socorro que presta Luna a un gaucho durante una
crecida, con riesgo cierto para su vida; la aparicin providencial de Manduca Pintos
cuando un yaguaret amenazaba a Soledad.
Otro recurso, al que Acevedo Daz acudir para contar la clebre secuencia del incendio,
es lo que yo llamo simultanesmo. Es precisamente en este trozo, que abarca los seis
captulos finales de la novela, donde aplica el procedimiento, cuya peculiaridad ser
asimismo sealada por Roberto Ibez en su ya citado trabajo: "La muerte de Felisa,
que configura una tonalidad de lo horrible absolutamente diversa, permite admirar, en
los dos momentos capitales del episodio otros estupendos atributos del arte acevediano.
El primero (que puede valorarse tambin en el relato del duelo entre Luna y Cuaro)
consiste en inventar y ofrecer lo simultneo en lo sucesivo, suscitando una ilusin de
paridad incompatible. As, ya espantado el pangar de Felisa ante la violenta irrupcin
del mayordomo, la muerte elige presa con el trgico enlace inmediato de dos hechos
sincrnicos: Jorge lanza las boleadoras, y, al mismo tiempo, el caballo despide a la
joven, que recibe entonces en la cabeza una de las piedras dirigidas hacia su
desmandada montura. (...)
De esa manera, Acevedo Daz, que es un maestro, segn se vio, para dar con lo
profunda "salan mil lenguas de fuego que laman ya los pastizales del valle amenazando
llevar el estrago hasta la altura, hasta los agaves, hasta las poblaciones..." Cercado por
las llamas, aterrado, Manduca Pintos decide desembarazarse de Soledad para eliminar
de esa sobre carga a su caballo. En ese instante surgir Pablo Luna, desde cuya
perspectiva ser narrado el desenlace. Luna mata a Manduca Pintos, rescata a Soledad,
se aleja del incendio y del pago: "Y cuando ya lejos de la densa humareda pudo
ostentarse difano el cielo, alumbraron sus plidas estrellas al jinete que a grupas
llevaba la guitarra -confidente amada de sus dolores, y en sus brazos una hermosa-,
ltimo sueo de su vida, adusto, altanero, hundindose por grados en los lugares
selvticos como en una noche de soledad y misterio".
En los ltimos captulos, en consecuencia, hemos seguido el crecimiento del incendio,
hemos asistido a varios episodios, contados como ya vimos por un narrador no
comprometido pero, a partir de lo que ven y sienten los personajes, de qu manera la
accin se precipita a semejanza de los clsicos western a los que luego nos habituara el
cinematgrafo, incluido el providencial salvamento de la "muchacha" en el ltimo rollo.
Si no temiramos incurrir en un anacronismo, hablaramos de "montaje" para referirnos
a una obra escrita en el ao 1894. Podemos, s, en cambio, hablar de maestra en el
dominio de la tcnica literaria.
Quedara an por mencionar el empleo en algunos pasajes de un procedimiento
perfeccionado por Henry James hasta la exasperacin, consistente en imaginar un
espectador ideal que, ubicado en una situacin ventajosa, trasmite observaciones,
impresiones, datos, recogidos por un tercero, que es el propio autor. El manejo
apropiado de ese recurso le permitir a Acevedo Daz mostrarnos una de las facetas ms
llamativas de Pablo Luna: el aura de misterio que lo rodea. Si la insistencia sobre esa
condicin proviniera directamente del autor (o de una voz susceptible de serle atribuida)
el lector tendra derecho a ponerse en guardia, a sospechar que se pretende llevarlo de
la mano a la aceptacin lisa y lana de ese "misterio".
El procedimiento ms frecuentado por Acevedo Daz para mostrar a Pablo Luna consiste
en hacerlo de manera indirecta, a travs de la mirada de un observador annimo,
indefinido, de un personaje, de "la gente del pago". As, por ejemplo, dice: "Cuando de
l se habla en el pago"; "habase observado"; "comentbase con frecuencia". El autor (la
voz en tercera persona) narrar, en cambio, los episodios de accin de Luna: su lucha
con los perros cimarrones que dieron muerte a la Bruja en el Barranco; la humillacin y
la furia que preceden a la venganza; el incendio de la estancia de Montiel; las escenas
de amor con Soledad.
Conclusin
Eduardo Acevedo Daz, a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo uno de los grandes
novelistas de la literatura nacional, pero tambin de la latinoamericana, de la literatura
en lengua espaola toda. En la introduccin a su libro Vnculo de sangre (Alfa, Coleccin
Libros Populares, Montevideo, 1968), Rodrguez Monegal dice que el autor que
analizamos "fue (como debe serlo todo novelista autntico) un creador de mundos; es
decir: el inventor de una realidad novelesca coherente y autnoma, una realidad que
ofrece su espejo a la historia y a la nacin, a la vez que propone normas para la historia
futura, para la nacionalidad en formacin. Por eso sus libros valen para nosotros ms
all de mritos y demritos de detalle, como fuente de una visin ahondada de los
orgenes y primer desarrollo de nuestra nacin, y promesa de su futuro".
Francisco Espnola, que como ya vimos calific a Soledad de "poema magistral", sostiene
que Acevedo Daz es -para l sin duda alguna- el mayor novelista de la literatura
uruguaya, y escribe que dijo para los orientales, "cosas que los odos extraos no logran
escuchar. Es que a su propsito artstico esencial -realizar obra esttica- l quiso agregar
otro que tambin le naca, igualmente imperioso, en el fondo del alma. Mediante su
literatura l va a revelar a su pueblo la historia de sus padres, ahondando con sentido
sociolgico y docente sencillez en aquello que la nacin debe reconocer como elementos
negativos o como fuentes de energa para el porvenir", (cf. loc. cit. p. XVI-XVII).
Pienso que la obra de Acevedo Daz no tiene por qu quedar restringida a los lmites de
nuestra frontera. Porque si bien es cierto que l quiso, en primer lugar, hablarles a (o
escribir para) los orientales, la magia de su escritura va -o tendra que ir- mucho ms
lejos, porque en definitiva su arte es universal. La aceptacin de novelas
como Ismael o Grito de Gloria, cuentos como "El combate de la tapera" o "La cueva del
tigre", una nouvelle como Soledad, no depende de circunstancias locales, no tiene por
qu perderse al salir del pas, o del Ro de la Plata, si pensamos que la gran mayora de
sus libros fueron publicados en Buenos Aires.
Descreo de las frmulas simplistas o simplificadoras ("pinta tu aldea y pintars el
mundo"), pero algo verdadero puede ocultarse tras esa fatigada sentencia, a condicin
de que seamos capaces de incluir en esa metfora pictrica un elemento indispensable
cuando hablamos de literatura: la condicin humana. Eso, ni ms ni menos, es lo que,
tal vez sin saberlo, hizo Acevedo Daz.
Acaso porque, como escribi Borges, "la literatura no es otra cosa que un sueno
dirigido".
Omar Prego Gadea
Boletn de la Academia Nacional de Letras N 9
Enero - Junio 2001