01 El Hombre de Hierro - Armando Bartra (Completo)
01 El Hombre de Hierro - Armando Bartra (Completo)
01 El Hombre de Hierro - Armando Bartra (Completo)
El hombre de hierro
Lmites sociales y naturales del capital
en la perspectiva de la Gran Crisis
ARMANDO BARTRA
METROPOLITANA
Armando Bartra
El hombre de hierro
Lmites sociales y naturales del capital en la perspectiva de la Gran Crisis
Primera edicin, 2008.
Segunda edicin, 2014.
Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico
Avenida Divisin del Norte 906
colonia Narvarte Poniente, delegacin Benito Jurez, C. P. 03020, Mxico, D.F.
Difusin Cultural y Extensin Universitaria
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Portada: Efran Herrera
D.R. 2014 Armando Bartra
D.R. 2014 David Moreno Soto / Editorial Itaca
D.R. 2014 Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico
D.R. 2014 Universidad Autnoma Metropolitana
isbn:
978-607-7957-67-6
NDICE
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Crtica de la crtica crtica............................................................. 108
Homogeneidad. ................................................................................. 113
PERVERSIONES RSTICAS.............................................................. 117
En la diferencia est el gusto. ....................................................... 119
Un divorcio traumtico.................................................................... 121
Fractura del metabolismo social.................................................. 123
Las razones del capitn Swing. ....................................................... 125
Agricultura incmoda...................................................................... 128
La renta diferencial........................................................................ 131
Revolucin Verde............................................................................ 135
De la renta de la tierra a la renta de la vida................................ 137
La industria de la muerte................................................................ 140
Cercando ideas................................................................................. 142
Mapa o territorio............................................................................. 143
Un pronstico (utpico?, apocalptico?):
el final nanotecnolgico de la agricultura.............................. 143
La amenaza que lleg del fro......................................................... 145
EL CAPITALISMO COMO ECONOMA MORAL.............................. 151
La periferia en el centro................................................................. 153
Negociando la medida de la explotacin del obrero...................... 158
Negociando la medida de la explotacin del campesino................. 160
Negociando la medida de explotacin de la naturaleza................. 162
Pobreza diferida............................................................................... 165
Una economa intervenida. .............................................................. 167
La escasez......................................................................................... 169
DENTRO Y FUERA............................................................................. 171
Ni contigo ni sin ti........................................................................... 173
La otra mitad del mundo.................................................................. 174
Otra vuelta de tuerca al fetichismo de las mercancas................. 177
Labores transparentes..................................................................... 180
Tiempo medio de trabajo y tiempo individual de trabajo................. 182
Hacia un capitalismo residual?...................................................... 185
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CRISIS PARA QUIN?....................................................................... 277
Los asegunes del abordaje positivista de la crisis. ........................ 281
A quin le importa que se acabe el mundo?.................................... 282
Sntomas o sndrome......................................................................... 286
LA POSIBILIDAD DE LO IMPOSIBLE............................................. 289
Carnavalizar la poltica.................................................................. 291
#YoSoy132: el bono demogrfico ataca de nuevo........................ 297
Realpolitik?.................................................................................... 301
BIBLIOGRAFA.................................................................................... 305
PRLOGO
A LA SEGUNDA EDICIN
Pona punto final a la primera versin de este libro cuando uno de los
tres equipos de trabajo del Panel Intergubernamental para el Cambio
Climtico (picc) de la Organizacin de las Naciones Unidas (onu), integrado por alrededor de 200 expertos de 30 pases, present en Pars un
primer informe de 600 pginas donde se establece que el calentamiento
del sistema climtico es incuestionable y que si los seres humanos no
limitan drsticamente sus emisiones de gases de efecto invernadero [...]
las temperaturas subirn entre 2C y 4.5C. Con esto, el calentamiento
global y la crisis del medio ambiente que muchos haban anunciado,
quedaban firmemente asentados en la agenda mundial. El entonces presidente de Francia, Jacques Chirac, formul ntidamente la insoslayable
conclusin: Cada vez est ms cerca el da en que el cambio climtico
estar fuera de control. Estamos en el lmite a partir del cual no se puede
dar marcha atrs [...]. Ha llegado el momento de que se produzca una
revolucin de la conciencia, de la economa, de la actuacin poltica.
Por las premuras de la edicin slo pude aadir una Posdata en la que
registraba el anuncio de la onu y conclua que despus del informe el
debate en el que se inscribe El hombre de hierro me parece ms urgente
que hace un par de aos cuando lo comenc a escribir. Deca tambin que
haba que tomar la crisis en serio y dejar atrs los placebos de quienes
creen que el sistema capitalista lleg para quedarse y ante la fatalidad
nos recetan sobaditas y trapos calientes.
En los siete aos transcurridos desde entonces se aadieron a las
evidencias irrefutables del calentamiento global, los efectos crecientes
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UMBRAL
Itinerario
A partir de la larga crisis de las izquierdas malestar y desconcierto
de los que participo inicio el metadisciplinario recorrido de El hombre
de hierro con una somera fenomenologa de las resistencias al orden del
gran dinero. A continuacin ubico la clave de mi ensayo en el insalvable
antagonismo que existe entre la uniformidad intrnseca a la mercantilizacin y la diversidad consustancial al hombre y la naturaleza. Desarrollo
esta tensin para el caso ejemplar de la agricultura, mostrando ah cmo
el mercado real est siempre polticamente intervenido. Lo anterior me
permite explorar las mediaciones morales que operan en la reproduccin
econmica del sistema, detenindome especialmente en la resistencia: una
confrontacin que se despliega a la vez dentro y fuera del orden capitalista
y que nos encamina a la utopa, tanto la vivida como la soada. Regreso,
por ltimo, al dilema homogeneidad-pluralidad para tratar de dilucidar
tanto la diversidad epidrmica y domesticada que place al hombre de
hierro como la contestataria que se expresa en identidades insumisas.
Estaciones
Los recurrentes desfiguros de la izquierda durante el siglo xx ameritan,
al menos, una limpia, de modo que en el primer captulo de este libro
hago un recuento autocrtico de algunos pendientes del pensamiento
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Umbral 23
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condiciones naturales y sociales que hacen posible la vida humana. Socavamiento suicida que es obra de un sistema cuyas fuerzas productivas
a la postre resultaron tambin destructivas.
Vista ntegramente, la que llamo Gran Crisis remite no slo a la
coyuntura sino a la cuenta larga y se muestra como un fin de poca:
lapso de turbulencias ms o menos prolongado en el que puede haber
recuperaciones y recadas, pero del que no saldremos sin ensayar un
nuevo paradigma civilizatorio.
Concluyo esta ltima seccin desmarcndome de los enfoques positivistas que hablan de la crisis como si fuera una cosa, un objeto ecolgico
y socioeconmico medible y desmenuzable, cuando lo que en verdad nos
sita en una disyuntiva epocal, en un histrico fin de fiesta, no son los
datos duros del desgarriate sino el modo en que vivimos nuestra desafiante circunstancia. Aproximarse a la crisis como lo que es: una experiencia
crtica del sujeto es la propuesta final de este nuevo Hombre de hierro.
Lmites sociales y naturales del capital en la perspectiva de la Gran Crisis.
*
El subttulo del libro es mi cuota de optimismo: el hombre y la naturaleza sern el muro insalvable con que en definitiva se tope el hombre
de hierro, un lmite que no puede trascender sin destruirnos a todos y a
s mismo, una cota que no le dejaremos cruzar simplemente porque en
ello nos va la vida.
TIEMPO DE CARNAVAL
Cuando las Torres Gemelas caen una y otra vez en obsceno replay televisivo mientras los muertos de Manhattan siguen muriendo en Palestina,
en Afganistn, en Irak, en Lbano...* Cuando el capital virtual coloniza el
mundo por la red mientras los colonizados colonizan a pie las metrpolis
primermundistas. Cuando el nico porvenir disponible se compra y se
vende en los contratos de futuros de la bolsa de valores. Cuando la
gran ilusin del siglo xx deviene ancin regime y los integrismos envilecen causas que alguna vez fueron justas y generosas. Cuando los nios
palestinos que perdieron familia, casa, tierra y patria pierden la vida, la
guerra y el alma desmembrando nios judos. Cuando por no cambiar todo
cambia en una suerte de gatopardismo csmico. Cuando lo que era slido
se desvanece en una mueca irnica como el gato de Cheshire. Entonces,
es hora de darle vuelta al colchn y a la cabeza. Es tiempo de enterrar a
los muertos para abrir cancha a los vivos. Es tiempo de carnaval.
Porque a veces somos de izquierda por inercia, por rutina, por flojera de repensar los paradigmas. Y los hay que siguen zurdos slo para
preservar el look contestatario que tantos desvelos les cost. Pero hoy,
cuando el gran proyecto civilizatorio de la izquierda naufraga y el socialismo tpico, que revel sus ntimas miserias, es ingresado en la morgue
de la historia con otros cadveres ilustres como su primo el Estado de
bienestar. Hoy, que se proclama el fin de la historia no anunciando el
advenimiento del reino de Marx sino la llegada del mercado absoluto.
* Este breve ensayo sobre casi todo, que aqu sirve de introduccin, fue publicado, con
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El hombre de hierro
Hoy, que se derrumban muros y mitos, estatuas y dogmas. Hoy, la izquierda apoltronada corre el riesgo de volverse reaccionaria, conservadora,
reculante; repetidora de cavernosas consignas; defensora empecinada del
doloroso fiasco social en que se convirti la utopa realizada.
Si izquierda significa riesgo y aventura, si es vivir y pensar en vilo,
en el arranque del milenio hay que dejar de ser de izquierda para seguir
siendo zurdo. Hay que desembarazarse de rancios usos y costumbres, de
frmulas entraables pero despostilladas. Hay que reordenar la cabeza,
subvertir la biblioteca, vaciar el clset y el disco duro, airear la casa. Hay
que disolver matrimonios caducos y enamorarse de nuevo.
La izquierda necesita deshacerse de tiliches desvencijados; abandonar
sus ropajes envejecidos, su lenguaje de clich, su modito de andar como
arrastrando los dogmas. Necesita encuerarse para avanzar a raz en
el nuevo milenio. La izquierda necesita una purga de caballo.
Y si despus de cuestionarlo todo, de subvertirlo todo, an encontramos razones para ser zurdos, entonces y slo entonces comenzar a
nacer una nueva izquierda. Una izquierda burlona y con humor, porque
para sobrellevar nuestros desfiguros y el papelazo que hicimos durante
el siglo xx hace falta coraje pero tambin sentido del ridculo y cierto
desparpajo.
Lo mejor de nosotros, los siniestros, ha emprendido un magical mistery
tour, un viaje catrtico y purificador con msica de aquellos setenta. Llevamos poco equipaje, pero en el camino estamos descubriendo prcticas
y pensamientos heterodoxos antes soslayados. Aunque tambin revaloramos nuestra heredad, podamos el rbol genealgico y sin pasar por el
divn nos vamos reconciliando con algunos episodios penosos del pasado.
*
Que la fantasa expulse a la memoria (Melville, 1999: 197) escribi
Herman Melville en Moby Dick. Buena consigna para una izquierda que
an alienta porque ha sido capaz de resistir al fatalismo, de exorcizar los
fantasmas del ayer. Pues si algo debemos rescatar del cajn de los trebejos
jubilados es que la historia no es destino ni inercia econmica sino
hazaa de la libertad, es decir, de la imaginacin.
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*
En La balsa de piedra, una alegora novelada donde la pennsula ibrica se hace a la mar y recupera su vocacin de sur, el portugus Jos
Saramago escribe:
porque as dividimos el planisferio, en alto y bajo, en superior e inferior,
en blanco y negro, hablando en sentido figurado, aunque deba causar
asombro el que no usen los pases de abajo del ecuador mapas al contrario,
que justicieramente diesen al mundo la imagen complementaria que falta
(Saramago, 2001: 467).
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contigidad absolutas, o te salvas t o no me salvo yo, o todos nos salvamos o no se salva ni Dios.
El ms fro de los monstruos fros (Nietzsche) ya no es el Estadonacin, sino la bestia global. Nuestro ogro desalmado es el capitalismo
planetario y rapaz del nuevo siglo: un sistema predador, torpe y fiero; un
orden antropfago; un imperio desmesurado que, como nunca, espanta;
un asesino serial con arsenales nucleares.
Aquejados por el sndrome de fuerte apache, saldo de un 11 de septiembre que eriz la paranoia estadounidense, los autoproclamados
adalides de la civilizacin la describen como reducto asediado por indios
brbaros que amenazan con saltar la empalizada y pasarnos a cuchillo.
Pero se trata de una regresin maquinada por los personeros econmicos
y militares del imperio; la leccin profunda de las Torres Gemelas es que
no hay exterioridad, que los otros estn entre nosotros que somos los
otros de los otros, que en el mundo global los vientos y las tempestades
agitan las cortinas de todos los hogares sin excepcin, incluidos los de la
Gran Manzana. Y por si quedaba alguna duda, la tragedia de Nord Ost
puso en claro que ya no hay seguridad domstica para ningn imperio,
pues la clera chechena tambin tiene reservaciones en el gran teatro
Dubrovka de Mosc.
En el libro de memorias A Charge to Keep, George Walker Bush
transcribe una revelacin que tuvo cuando oraba en el mar de Galilea:
Ahora el tiempo se acerca
Nombrado por los profetas hace tanto
Cuando todos conviviremos juntos
Un pastor y un rebao
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El hombre de hierro
*
Pero que el mundo sea uno y esfrico no significa que sea uniforme. Y si
ya no podemos barrer la diversidad al presunto exterior del sistema un
mbito desubicado y anacrnico donde supuestamente perviven las reminiscencias tecnolgicas, socioeconmicas y culturales del pasado habr
que admitir que la vocacin emparejadora de la revolucin industrial y
del orden burgus result en gran medida ilusoria. Habr que reconocer
que si en el siglo xix el planeta pareca encaminarse a la homogeneidad,
en el xxi es patente que revolcada pero terca la diversidad est aqu
para quedarse. Por fortuna.
A mediados del siglo xix la obsesin estandarizante del capital pareca
a casi todos netamente progresiva: a unos porque crean que en verdad el
mercado universal nos volvera justos y la competencia nos hara libres,
a otros porque pensaban que universalizando el sistema productivo la
mundializacin del gran dinero nos pondra en la antesala del socialismo.
Sin embargo la experiencia del xix y el xx demostr que, por s misma, la
omnipresencia del overol proletario no redime y que tan aberrante es la
creciente desigualdad econmica de las clases, los gneros, las regiones
y los pases como el progresivo emparejamiento de los seres humanos y
de la naturaleza.
En nombre de la expansin productiva el capitalismo carcome la
biodiversidad y en pos de la serialidad laboral y la civilizacin unnime
barre con los pluralismos tnicos y culturales no domesticables. As,
quienes siempre reivindicamos la igualdad debemos propugnar por el
reconocimiento de las diferencias. No los particularismos exasperados
que babelizan las sociedades, no las identidades presuntamente originarias, inmutables, esencialistas y excluyentes. La diversidad virtuosa y
posglobal es la pluralidad entre pares, la que se construye a partir de la
universalidad como sustrato comn. Porque slo podemos ser diferentes
con provecho si nos reconocemos como iguales. No ms razas elegidas,
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*
Despus de las ltimas acometidas del mercado ya no hay para dnde
hacerse. El capital ha penetrado hasta los ltimos rincones y lo impregna
todo. Amo y seor, el gran dinero devora el planeta asimilando cuanto
le sirve y evacuando el resto. Y lo que excreta incluye a gran parte de la
humanidad que en la lgica del lucro sale sobrando. El neoliberalismo
conlleva una nueva y multitudinaria marginalidad: la porcin redundante
del gnero humano, aquellos a quienes los empresarios no necesitan ni
siquiera como ejrcito de reserva, los arrinconados cuya demanda no
es solvente ni efectiva, cuyas habilidades y energas carecen de valor,
cuya existencia es un estorbo.
El capital siempre se embols el producto del trabajo ajeno, hoy expropia a cientos de millones la posibilidad de ejercer con provecho su
capacidad laboral. El mercantilismo salvaje multiplica la explotacin y
tambin la expulsin, desvaloriza el salario y la pequea produccin por
cuenta propia al tiempo que devala como seres humanos a la parte
prescindible de la humanidad. El saldo es explotacin intensificada y
exterminio. Al alba del tercer milenio el reto es contener tanto la inequidad distributiva como el genocidio. Porque dejar morir de hambre,
enfermedad y desesperanza a las personas sobrantes es genocidio, quiz
lento y silencioso, pero genocidio al fin.
*
Volvamos a Melville:
En todos los casos el hombre debe acabar por rebajar, o al menos aplazar, su
concepto de felicidad inalcanzable pontifica el novelista, sin ponerlo en
parte ninguna del intelecto ni de la fantasa, sino en la esposa, el corazn,
la cama, la mesa, la silla de montar, el rincn, el fuego, el campo (Melville,
1999: 130).
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*
La uniformidad tecnolgica, socioeconmica y cultural que pretenda
instaurar el sistema del gran dinero result baladronada. Fue un error
pensar que el capital, que todo lo engulle, puede tambin remodelarlo
todo a su imagen y semejanza. A la postre no sucedi que la subsuncin
general del trabajo en el capital adoptara siempre la forma particular
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pero sin futuro en su tierra, los que migran del campo a la ciudad, de la
agricultura a la industria y los servicios, del Sur y el Oriente desesperanzados al Norte y el Occidente prometedores.
Entonces, la lucha contra la exclusin cobra la forma de portazo pues
los imperios refuerzan sus murallas mientras que los chavos del xodo
se empean en entrar al gran show del sueo americano. O europeo, que
para el caso es lo mismo.
*
Esta mundializacin sudorosa y polvorienta gestora de comunidades
discretas y transfronterizas, pero con frecuencia fraternas a distancia,
es una de las muchas formas como los de abajo tienden redes por todo el
planeta apropindose de los medios y las artes de la globalidad.
As las cosas, result muy desafortunado llamar globalifbica a la
creciente insurgencia contestataria. Como el viejo internacionalismo
proletario, la globalizacin plebeya de la resistencia y de la propuesta
no est peleada con la globalidad en general, sino con la chipotuda y dispareja mundializacin realmente existente; no es, en rigor, globalifbica
sino globalicrtica.
Los verdaderos globalifbicos son los movimientos ultraderechistas
europeos y estadounidenses enderezados contra una mundializacin que
para ellos tiene rostro de migrante y promotores de un nuevo nacionalismo crudamente reaccionario y de fronteras cerradas que se entrevera con
el suprematismo blanco. Son ellos los reales, los autnticos globalifbicos.
Y lo son particularmente los neofascistas franceses, alemanes, italianos, holandeses y dems, que oponen el racismo y la limpieza tnica
a la incontenible migracin proveniente sobre todo de frica, de Europa
del Este y del Oriente. Los mismos que reaccionan a la flamante Unin
Europea con un nacionalismo anacrnico y conservador. El Frente Nacional de Le Pen, el Vlaams Blok de Philip Dewinter, la Alianza Nacional
de Gianfranco Fini, el Partido de la Ofensiva Estatal de Ronald Schill,
el Partido del Progreso de Karl Hagen; stos son los siniestros, los peligrosos enemigos jurados de la globalidad.
Tiempo de carnaval 43
*
Pero cmo se lucha cuando se est fuera? Cmo se resiste desde la
marginacin?
En tiempos de exclusin econmica y social, los orillados rompen el
orden como recurso extremo para hacerse visibles. Siguiendo a Walter
Benjamin, concluyen que si la tradicin de los oprimidos nos ensea
que la regla es el estado de excepcin en que vivimos [...]. Tendremos
entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estado
de excepcin; con lo cual mejorar nuestra posicin en la lucha (Benjamin, 1994: 182). As, la subversin de las reglas es explicable, legtima
y hasta progresiva. Pero puede dejar de serlo.
Los excluidos por la economa y la sociedad carecen tambin de derechos primordiales, sea por leyes injustas o por lenidad al aplicarlas, de
modo que quienes viven en perpetuo y lesivo estado de excepcin infringirn inevitablemente preceptos y prcticas discriminatorias creando
por su cuenta un estado de excepcin donde tengan mejores condiciones
para negociar. Desobediencia que genera inestabilidad y conduce a situaciones de transicin marcadas por fluidas relaciones de fuerza que
pueden desembocar en un estado de cosas ms incluyente o derivar en
una cruenta restauracin.
Efmera por naturaleza, la infraccin premeditada de la legalidad
no puede durar sin corromperse. Porque al prolongarse la ruptura el
sistema asimila la ilegalidad recurrente, primero circunscribindola
a ciertas reas perifricas y luego normalizndola mediante premios
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El hombre de hierro
*
Frente a las prdicas milenaristas de los mercadcratas, la apuesta de la
izquierda no puede quedarse en un modelo econmico alternativo; debe
ser tambin, y sobre todo, un nuevo orden social que acote las inercias
de la mquina mercantil encauzndolas en funcin de necesidades humanas. Terminado el siglo de la economa absoluta, hay que restablecer
la primaca de la socialidad reivindicando la vieja economa moral: no la
economa del objeto sino la economa del sujeto.
Lo que la humanidad necesita no es un libre mercado sino una sociedad libre. Libre y justa. De modo que habr que contravenir al mercado
cuanto haga falta con tal de garantizar la justicia y la libertad. Esto se
llama economa moral por contraposicin a la desalmada dictadura del
toma y daca.
Lo que distingue a los mercados es precisamente que son amorales,
dice el especulador financiero George Soros, que algo sabe de esto. Pero
en verdad no son amorales, son inmorales. Y lo son porque al asumir
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El hombre de hierro
El monstruo imaginario
Vi al plido estudiante [...] arrodillado junto al objeto cuyas partes haba
unido. Vi al horrible fantasma de un hombre estirarse movido por alguna
poderosa maquinaria, escribe Mary Shelley en el prlogo a la edicin de
1831 de su novela Frankenstein o el moderno Prometeo.
Al alba del siglo xix, la ciencia aplicada se ha vuelto tan portentosa
que se suea capaz de animar la materia inerte, pero las consecuencias
de ese desmesurado poder son siniestras y conducen a la destruccin del
homnculo y de su creador. As, el Frankenstein de Mary Shelley cuya
primera versin fue escrita en 1816 en la casa ginebrina de lord Byron
y a sugerencia del poeta plantea los dilemas morales de la tecnologa.
Por los mismos aos, en el sur de Escocia, los rompemquinas seguidores del legendario general Ludd solventan con mtodos ms expeditos
un dilema semejante. Y cuando el Parlamento ingls aprueba la horca
para los que destruyen a golpes de marro cardadoras, telares y cortadoras
mecnicas es el propio Byron quien en la Cmara de los Lores defiende
a los ludditas:
En la sencillez de sus corazones imaginaron que el mantenimiento y el bienestar del pobre industrioso era algo ms importante que el enriquecimiento
de unos cuantos individuos mediante cualquier mejora introducida en los
implementos industriales que lanz a los obreros de sus empleos [...]. Vosotros llamis a estos hombres una turba desesperada, peligrosa e ignorante
[...] [pero] [...] sta es la misma que trabaja en nuestros campos, que sirve
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El hombre de hierro
en nuestras casas, que tripula nuestra armada y recluta nuestro ejrcito, y
que os permiti desafiar al mundo, pero tambin puede desafiaros a vosotros,
cuando la negligencia y la calamidad la llevan a la desesperacin (citado en
Huberman, 1969: 239).
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El hombre de hierro
El monstruo agreste
El auge del industrialismo y la feroz colonizacin comercial y financiera
del planeta desplegada durante el siglo xix anunciaban para el xx un mundo calcado de la Europa fabril. Para unos era la modernidad global como
hazaa del progreso, para otros la antesala de la revolucin mundial.
Pero unos y otros vean en el emparejamiento tecnolgico, econmico y
sociocultural una etapa insoslayable y plausible de la historia humana.
Slo que la uniformidad planetaria nunca lleg. El siglo xx no fue el del
capitalismo sin fronteras ni el de la revolucin proletaria mundial. Al
contrario, durante la pasada centuria el industrialismo se empantan
en la agricultura, result falaz la promesa libertaria que la modernidad
burguesa haba hecho a los pueblos de la periferia y se multiplicaron las
revoluciones campesinas en busca de atajos a la emancipacin.
El proceso de la democratizacin empieza con revoluciones campesinas que fracasan. Culmina durante el siglo xx con revoluciones
campesinas que triunfan, escribe Barrington Moore en un texto de
Jubilado por la tcnica, desahuciado por la economa, visto como reducto de incivilidad y barbarie, condenado por la historia a ser una clase
del viejo rgimen y calificado de conservador por los revolucionarios de
ortodoxia marxista, el campesinado fue sentenciado a muerte en todos
los tribunales de la modernidad. Las revoluciones burguesas debieron
enterrarlo junto con el feudalismo, el desarrollo capitalista estaba llamado a descomponerlo en burgueses y proletarios, el socialismo hubo de
limitarlo y combatirlo como presunto semillero de indeseable burguesa
rural. Pero en el tercer milenio los mudables campesinos siguen ah,
en el capitalismo metropolitano y en el perifrico, pero tambin en el
socialismo de mercado.
A la postre la centuria pasada no fue el siglo del centro sino el de
las orillas, no el del proletariado sino el de los campesinos, no el de la
expropiacin de las fbricas sino el de la recuperacin de las tierras. La
revolucin mexicana fue una rebelin impulsada durante la segunda
dcada de la centuria por los ejrcitos campesinos de Emiliano Zapata
y Francisco Villa, y prolongada en los veinte y principios de los treinta
por los agraristas rojos de la Liga Nacional Campesina.
La revolucin rusa fue ante todo la guerra del mujik pues, contra lo
que esperaban los bolcheviques, el movimiento rural se aglutin en torno
al mir y aun los jornaleros agrcolas se sumaron a la lucha por la tierra;
pero, adems, con el triunfo de los sviets no termin la insurgencia
campesina pues en el sur de Ucrania los seguidores de Nstor Majn
se mantuvieron en armas hasta 1921 cuando fueron aniquilados por el
gobierno comunista.
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El hombre de hierro
El monstruo apocalptico
La revolucin industrial que arranca en las ramas minera, metalrgica y
textil, y cuyos ferrocarriles y barcos de vapor dinamizan el comercio, salta
de Inglaterra a la Europa continental y de ah al mundo. Es el despegue,
el take off del que habla el economista Rostow y retoma el historiador
Braudel (1994: 326). La globalizacin del capital es multiforme pero su
modelo es el hombre de hierro forjado a fines del siglo xviii y principios
del xix a partir de la transformacin capitalista de la tecnologa. El gran
dinero rehace el mundo a su imagen y semejanza: la ciudad y el campo,
la produccin y el consumo, la economa y la sociedad, la poltica y el
Estado, la cultura y la ciencia, la alimentacin y la sexualidad. El capital
se extiende de la esfera laboral a la del tiempo libre, de lo pblico a lo
privado, de la realidad externa al imaginario colectivo. Inspirado en la
factora primigenia el mercantilismo absoluto densifica el uso del espacio
y acelera el empleo del tiempo a la vez que los vaca de contenido concreto.
En una drstica voltereta civilizacional por la que el uso sirve al
cambio, el trabajo vivo al trabajo muerto y el hombre a las cosas, el
nuevo orden capitalista transforma el antiguo mercadeo en un absolutismo mercantil donde la economa manda y la sociedad obedece. Y si la
originaria expropiacin de artesanos y campesinos gener resistencias,
en su trnsito del colonialismo al imperialismo y de los monopolios a
las transnacionales el capital despierta rebeldas perifricas: guerras
coloniales del siglo xix, revoluciones y luchas de liberacin nacional en
la pasada centuria, altermundismo globalicrtico en el tercer milenio.
Generoso en sus orgenes, el socialismo la gran ilusin del siglo
xx termina siendo el otro yo del capitalismo, su imagen en el espejo:
un orden donde el trabajador se unce a la economa y el ciudadano al
Estado, un hombre de hierro disfrazado de camarada cuyo cuestionamiento radical, asociado con la critica del nacionalsocialismo, emprende
desde fines de los aos treinta la escuela de Frncfort. La forma ms
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El hombre de hierro
El desaforado armamentismo sacude en sus convicciones a este socialista cercano a las ideas de Marx: En cuanto a La Bomba, se trata de
una cosa, y una cosa no puede ser un agente histrico. La preocupacin
por los horrores de una guerra nuclear [...] desva nuestra atencin [...] de
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El hombre de hierro
La lucha de clases contina concluye Thompson. Pero el exterminismo no es una cuestin de clase, es una cuestin de especie. Y
tiene razn pues la inminente catstrofe que nos amenazaba durante la
guerra fra (y que hoy nos sigue amenazando pues segn la Agencia
Internacional de Energa Atmica, a poco ms de medio siglo del comienzo
de la carrera armamentista se conservan vivas 27 mil ojivas nucleares en manos de los gobiernos de unos cuantos pases) se origina en las
injustas y clasistas relaciones de propiedad y de produccin impuestas
por el capital, pero tambin en las apocalpticas e inhumanas fuerzas
productivas-destructivas desarrolladas por el gran dinero.
En esta perspectiva, el amplio movimiento pacifista de la posguerra,
que se intensifica en los primeros sesenta, aos de grandes movilizaciones
con la consigna: Ban the Bomb!, puede verse como una prolongacin del
luddismo. Porque las mquinas que aniquilaban a los artesanos del general Ludd y a los jornaleros agrcolas del capitn Swing eran la simiente
del mal, el esbozo del monstruo que se mostrara un siglo y medio despus
en Hiroshima y Nagasaki y en la demencial carrera armamentista. Y
si el Doctor Frankenstein, de Mary Shelley, devino el Doctor Strangelove,
de Stanley Kubrick (Dr. Strangelove, o de cmo aprend a dejar de preocuparme y amar la bomba, 1963), es de justicia potica que el historiador
de la clase obrera que rescat a los rompemquinas ingleses del cajn de
los reaccionarios sociales y tecnolgicos se afilie al pacifismo radical, al
neoluddismo de la guerra fra.
Ya en su Carta a los franceses el psiquiatra y militante de la revolucin argelina hablaba de los rabes desapercibidos. rabes ignorados
[...] silenciados [...] disimulados [...] negados cotidianamente (54), llamando la atencin a los europeos sobre la invisibilidad de los hombres
de la periferia que transcurren sin identidad ni historia propias como si
los arrabales de la civilizacin fueran menos reales que las metrpolis.
Pero esto cambia cuando la descolonizacin como concesin imperial se
transforma en lucha emancipadora: La verdadera liberacin no es esta
pseudoindependencia, escribe el argelino, son los pueblos coloniales los
que deben liberarse de la dominacin colonialista (123).
Cuando el holocausto racista contra el pueblo judo es todava una
herida reciente y sangrante, un africano alza la voz contra el otro holocausto y el otro racismo, contra un sistema colonial genocida cuyas
vctimas fueron y siguen siendo los hombres de color, los fellah de
todas las latitudes: Los pueblos africanos dice han enfrentado [...]
una forma de nazismo, una forma de liquidacin fsica y espiritual lcidamente manejada (195).
Las guerras de liberacin nacional que durante el siglo xx se despliegan en Asia, frica y Amrica Latina destruyen, entre otras cosas, la
idea de que la modernidad es un movimiento progresivo que irradia del
centro a la periferia, el mito decimonnico que presenta la colonizacin
como hazaa civilizatoria con ciertos efectos colaterales indeseables pero
necesarios para que los suburbios precapitalistas puedan salir de la
barbarie. En lugar de integrar el colonialismo concebido como momento de un mundo nuevo [...] hemos hecho de l un accidente desdichado,
execrable, cuya nica significacin fue haber retardado [...] la evolucin
coherente de la sociedad y la nacin argelinas, concluye Fanon (62).
Con el fin de la guerra fra amainan los movimientos de liberacin
nacional y despus de la revolucin nicaragense en 1979 y de la independencia de Zimbabwe en 1980 no hay avances importantes en ese
frente. Pero junto con las luchas descolonizadoras convencionales, en la
segunda mitad del siglo cobra fuerza dentro de las naciones el activismo
de minoras oprimidas o negadas que reclaman reconocimiento y con
frecuencia derechos autonmicos. Y junto con ellas emerge un variopinto
y abigarrado movimiento identitario del que se ha ocupado Hctor Daz-
64
El hombre de hierro
Polanco: El llamado proceso de globalizacin no provoca la homogenizacin sociocultural; por el contrario, estimula la cohesin tnica, la lucha
por las identidades y las demandas de respeto a las particularidades.
La universalizacin hoy no es equivalente de homogeneidad identitaria
sino de pluralidad (2004: 201).
En el mismo lapso se intensifica la migracin de los pobres de la periferia hacia las metrpolis. Desde la segunda guerra mundial se daban
importantes transferencias laborales del subdesarrollo a las economas
primermundistas en expansin, pero al finalizar el siglo la migracin
deviene xodo. Segn el informe de 2006 del Fondo de Poblacin de las
Naciones Unidas, cerca de 200 millones de personas, casi 3% de la poblacin mundial, viven en un lugar distinto del que nacieron. El torrente
poblacional fluye de Asia, frica y Amrica Latina a los pases de mayor
desarrollo. En el primer quinquenio del nuevo siglo estas regiones ganaron alrededor de 2.6 millones de inmigrantes por ao, de modo que
hoy en el primer mundo uno de cada diez habitantes es transterrado.
Y pese a que es cruento pues los poderosos construyen erizados muros
defensivos (de los 10 pases que reciben la mayor cantidad de inmigrantes
ninguno ha ratificado la Convencin Internacional sobre la Proteccin
de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y sus Familiares
aprobada en 1990 en la Organizacin de las Naciones Unidas) el peregrinar se incrementa da tras da.
Originado en frica, Asia y Amrica Latina y dirigido principalmente
a Europa, Estados Unidos y Australia, el creciente flujo poblacional que
marcha del calor al fro, del Sur al Norte simblicos, del campo a las ciudades, de la desilusin a la esperanza, es la mundializacin de a pie, la
globalizacin plebeya. Una desventurada aventura que puede ser vista,
as sea vicariamente, a travs de los ojos de Sebastio Salgado, en su
esplndido libro fotogrfico xodos. Es tambin una nueva colonizacin
a la que Vctor Toledo ha llamado una revolucin centrpeta que
traslada el problema colonial a las barriadas perifricas de las capitales
del mundo.
Entre otras, a la banliene parisina, una suerte de apartheid a la francesa donde a fines de 2005 se alzaron en inesperada jacquerie los hijos
de los migrantes llegados del frica sudsahariana. Rebelin callejera
66
El hombre de hierro
El monstruo interior
Pese a los pavores de la carrera armamentista, el capitalismo metropolitano de la posguerra multiplica la oferta de bienes y servicios encuadrada
en el Estado de bienestar de inspiracin keynesiana. Reconociendo que
hay exterioridades decisivas y que la reproduccin automtica del capital
es catastrfica, economistas como John Maynard Keynes se apartan de
la ortodoxia neoclsica, ponen en entredicho el laissez faire y proclaman
las incumbencias de un Estado que ahora debe ser gestor (Chatelet y
Pisier-Kouchner, 1986: 125). En este marco los pases desarrollados y a
su modo, algo ms autoritario o populista, algunos perifricos aplican
medidas econmicas anticclicas y polticas de empleo y redistribucin
del ingreso que promueven el consumo, tanto productivo como final.
Por un tiempo estas polticas tienen xito y en los pases centrales
comienza a hablarse de la sociedad opulenta. Pero pronto se descubre
que este derroche mercantil este consumismo, como se le llama no
es menos opresivo que la escasez material crnica, pues por su mediacin
interiorizamos al aparato. La opresin que nos aqueja no es slo la ms
obvia ejercida por los rganos represivos del Estado; nos oprimen tambin las instituciones y los discursos de la salud y de la educacin, nos
oprime la familia, la Iglesia, la sexualidad. Escribe Foucault (1977: 100):
No es posible escapar del poder, que siempre est ah y que constituye
precisamente aquello que intenta oponrsele, y emprende ms que una
teora una analtica del poder que nos muestra la mecnica polimorfa
de la disciplina (Foucault, 2000: 45).
La corriente de pensamiento de raigambre luddita encuentra en la
conformacin capitalista de los procesos inmediatos de produccin y de consumo una alienacin profunda, insidiosa y persistente que se autonomiza
de las formas generales de propiedad y produccin. De la misma manera,
Foucault devela la operacin fina y cotidiana de un poder disciplinario que
se despliega con relativa independencia de las formas generales del Estado, una violencia menuda pero terrible que no desciende de la soberana
presuntamente legtima del Leviatn sino que se origina en las astucias
de un monstruo fro no por entraable y cotidiano menos lacerante. As
como la alienacin material en el trabajo no remite porque cambien las
68
El hombre de hierro
sustraerse a ella [...] [pues] son conscientes del precio que la sociedad opulenta
hace pagar a sus vctimas (Marcuse, 1972: 699).
cualquier signo que ste sea. Queremos poner en tela de juicio no a los
que ejercen el poder, sino la idea misma del poder (Cohn-Bendit et al.,
1968: 94), proclama un dirigente del Movimiento 22 de Marzo el 17 de
mayo de 1968, retomando una idea formulada por Marx poco ms de cien
aos antes con motivo de otra insurgencia popular francesa: La Comuna es una revolucin no contra tal o cual forma de poder estatal (sino)
contra el Estado mismo [...] una reasuncin del pueblo para el pueblo de
su propia vida social (Notas para La guerra civil en Francia, citado
por Cerroni et al., 1969: 71).
Y as como el capitalismo estropea el alma, tambin estropea el cuerpo.
El monstruo ntimo fue objeto creciente de atencin desde el arranque
del siglo xx con la difusin de los trabajos de Freud. A mediados de la
centuria se intensifica la crtica a la alienacin que al principio se enfoca a la mente, las conductas menudas, las relaciones interpersonales
y las instituciones que pautan nuestra vida cotidiana. Sin embargo la
interiorizacin del hombre de hierro afecta tanto a la psique como al
soma. La contaminacin mltiple del hbitat, las abrumadoras exigencias laborales, el estresante modo de vida, los compulsivos patrones de
consumo, los malos hbitos nutricionales, la toxicidad de muchos alimentos, el abuso en el empleo de frmacos, la adiccin a drogas lcitas
e ilegales, a lo que se aade un modelo de atencin mdica uncido a la
industria farmacutica que con frecuencia se limita a prolongar lo ms
posible nuestras malas vidas, no son fenmenos nuevos y acompaan al
industrialismo cuando menos desde mediados del siglo xvii, cuando John
Evelyn escribi Fumifugium: o la inconveniente dispersin del aire y el
humo de Londres, donde establece que la industria esparce [...] negros y
sucios tomos y cubre todas las cosas all a donde llega, lo que ocasiona
que la mitad de cuantos perecen en Londres mueren de males Ptsicos y
Pulmnicos; de modo que los Habitantes no estn nunca libres de Toses
(citado por Foster, 2000: 78).
Sin embargo durante el siglo pasado el modo capitalista de vivir se
globaliz como nunca provocando un desquiciamiento general del metabolismo humano, pues si bien la higiene, los antibiticos y las vacunas
prolongan la vida controlando hasta cierto punto los padecimientos
infectocontagiosos, cuyos mayores estragos ocurren en la periferia, los
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El hombre de hierro
El monstruo ilustrado
El siglo de la descolonizacin poltica fue tambin el de la conquista
del imaginario colectivo por el Pato Donald y John Wayne, por Marilyn
Monroe y Elvis Presley, por Clark Kent y Bart Simpson; fue la centuria
de la colonizacin planetaria de las conciencias por la industria cultural
y tambin de la crtica ms o menos apocalptica a esta colonizacin.
Durante el siglo xx surge un nuevo tipo de empresa corporativa, una
industria global que, como todas, es portadora de la lgica codiciosa del
gran dinero pero slo se pudo edificar cuando los sistemas reproductivos
permitieron multiplicar con eficiencia y economa diversos tipos de bienes
culturales: creaciones antes sutiles y veneradas que gracias a su gestacin en serie se trivializan mudando de valores de uso excepcionales que
aun si se vendan conservaban el aura que les conceda su singularidad,
a valores de cambio corrientes que aun si ocasionalmente tenan valor
artstico eran confeccionados masivamente y con fines comerciales. En
los tiempos de la industria cultural, escribe Adorno, los productos del
espritu ya no son tambin mercancas, sino que lo son ntegramente
(Adorno, 2003: 70).
Desde la cuarta dcada del siglo pasado pensadores de la Escuela de
Frncfort como Walter Benjamin subrayaban la trascendencia social y
cultural de la reproductibilidad tcnica de la obra de arte (Benjamin,
2003) y en Dialctica del iluminismo, un texto de 1947, Max Horkheimer
y Theodor W. Adorno abordan crticamente la nueva cultura de masas,
trmino que aos despus reemplazarn por industria cultural pues
72
El hombre de hierro
como veremos ms adelante). Porque, para una sociedad que espera que
la cultura se sostenga a s misma alega un autor proclive a los nuevos
medios de comunicacin como Daniel Bell el problema del marketing
es algo fundamental (Bell, 1969: 165). Ya lo deca Benjamin hace ms de
80 aos: La mirada hoy por hoy ms esencial, la mirada mercantil que
llega al corazn de las cosas, se llama publicidad (Benjamin, 1988: 77).
Mirada mercantil que sin embargo hace posible el nuevo cosmopolitismo de una aldea global (McLuhan, 1985) donde las compartidas
referencias virtuales sobre el mundo ya no son de odas sino de vistas.
Una buena mitad de lo que uno ve es visto a travs de los ojos de otros,
escribe Marc Bloch a mediados del siglo xx; y se queda corto pues hoy,
cuando la visin, el sonido y el movimiento son simultneos y globales
[...] los medios se han erigido como sustitutos del mundo exterior (12).
Publicaciones de nombres emblemticos como la francesa Vu y la
estadounidense Look hacen efectivo para millones de lectores el apotegma de Susan Sontag: la fotografa es la realidad (1996: 156). Pero el
eptome del magazine global es life, el semanario de Henry Luce que
debuta en 1936 con un tiro de 446 mil ejemplares, que en un ao se
vuelven un milln y llegan a siete millones a mediados de los sesenta,
dcada que marca el principio del fin de la era de la ilustracin impresa
y la entronizacin definitiva de las imgenes electrnicas. En 1970 una
pgina de publicidad en life, que llegaba a 40 millones, costaba lo mismo que un minuto en el programa de mayor audiencia de la televisin
estadounidense que vean 50 millones, de modo que, desertado por los
anunciantes que lo haban encumbrado, el semanario deja de publicarse
en 1973. As, en la segunda mitad del siglo xx termina el reinado de la
celulosa y comienza el del electrn, cuya marcha se hace ms impetuosa
al final de la centuria cuando se pasa de procedimientos analgicos a
digitales adentrndonos en un mundo virtual de pixeles, que remiten
a bytes, que marchan sobre bits; una iconsfera (Eco, 1985) ubicua y
simultnea como nunca antes porque fluye en el ciberespacio.
Paralelamente, a fines del siglo xix haban despegado la industria del
cmic, una nueva narrativa icnica que emplea el papel como soporte
y las publicaciones peridicas como vehculo, y el cinematgrafo, que
despliega la imagen en movimiento; en la tercera dcada del siglo xx
74
El hombre de hierro
En cambio, para John Berger la apariencia del mundo es la confirmacin ms amplia posible de la presencia del mundo (Berger y Mohr, 1998:
87), y si bien las imgenes estticas son ambiguas, al ser secuenciadas
y retemporalizadas mediante el montaje hacen posible un nuevo tipo de
discurso visual, una narrativa original como la que el mismo autor desarrolla con imgenes del fotgrafo suizo Jean Mohr en el libro Otra manera
de contar. Adems, Berger piensa que las fotografas privadas restituyen
el sentido subjetivo de las cosas que nos ha quitado una historia que se
nos presenta como destino, como progreso o como noticia periodstica.
Pero, afortunadamente escribe Berger la gente nunca es slo objeto
pasivo de la historia. Y, aparte del herosmo popular, existe tambin la
ingenuidad popular. En este caso, esa ingenuidad utiliza lo poco que est a
su alcance para preservar la experiencia, para recrear un rea de intemporalidad, para insistir sobre lo permanente. De este modo centenares de
millones de fotografas, imgenes frgiles, que a menudo se llevan cerca del
corazn o se colocan junto a la cama, son utilizadas para que hagan referencia
a lo que el tiempo histrico no tiene derecho a destruir (108).
76
El hombre de hierro
El monstruo electrodomstico
El gineceo, el harem y el convento de monjas fueron modalidades del
apartheid femenino pero tambin espacios de argende, resistencia y
empoderamiento como lo fueron los colectivos de beginas, los aquelarres
de brujas y hechiceras, las cortes de amor, los salones literarios, los
mercados, los lavaderos. El moderno encierro domstico que comienza
a imponerse desde el siglo xv es todava ms claustrofbico pero aun as
las mujeres del pueblo responsables de alimentar a la familia son
protagonistas principales de los motines del siglo xviii por el trigo y el pan.
La lucha sistemtica y organizada por los derechos econmicos, polticos y familiares de las mujeres arranca en el siglo xix, y como otros
movimientos de vocacin planetaria desemboca en una internacional,
el International Council of Women. En la pasada centuria la condicin
femenina en los pases centrales presenta dramticas fluctuaciones:
el masivo reclutamiento militar de varones durante la primera guerra
mundial provoca la contratacin de numerosas mujeres en trabajos de
hombres, de modo que en 1916 hay huelgas de obreras y en 1918 el
principio de a trabajo igual salario igual se incorpora sin muchos
efectos prcticos al Tratado de Versalles y a la Convencin de la Sociedad de las Naciones. Pero la paz es corta y a partir de 1941 son decenas
de millones las mujeres enroladas en las fbricas y en particular en la
industria blica. Ya hemos visto que as como devora el capital excreta
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El hombre de hierro
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El hombre de hierro
lo tiene y de algn modo tambin se lo embolsa el capital. Pero esta explotacin sesgada, hipcrita, de soslayo, tiene el agravante de que mantiene
al expoliado en el descrdito si no es que en la invisibilidad. La ciencia
econmica de los hombres [...] oculta completamente la produccin no
mercantil de las mujeres (Michel, 1983: 129), escribe una feminista.
Tiene razn. Otra me acus alguna vez de que mis argumentaciones
marxistas sobre el tiempo de trabajo social eran una teora del falor.
Tambin tena razn.
As, al ser asumida por las mujeres, la lucha contra la mquina se
extiende a los electrodomsticos: un hombre de hierro hogareo que, a
la postre, resulta tan opresivo y siniestro como el fabril.
El monstruo habitado
Segn Marcuse (1965: 12), la desublimacin represiva, es decir, la
alienacin en el consumo, en el ocio y hasta en la libertad, es la interiorizacin del aparato y, en ltima instancia digo yo, de la factora
primigenia; pero hay tambin un aparato externo: la ciudad moderna
como extensin de la fbrica al mundo no laboral. El hombre de hierro
tiene mltiples encarnaciones: el autmata donde trabajamos, el autmata interior y el autmata donde vivimos.
El desorden urbano escribe Manuel Castells no es tal desorden, sino
que representa la organizacin espacial suscitada por el mercado [...]. La racionalidad tcnica y la tasa de ganancia conducen [...] a borrar toda diferencia
esencial inter-ciudades y a fundir los tipos culturales en el tipo generalizado
de la civilizacin industrial capitalista (Castells, 1974: 22).
El monstruo insostenible
La crisis ambiental que hoy nos atosiga hay que rastrearla en la cuenta
larga: comenz a gestarse hace 9000 aos, con la revolucin agrcola
que impuso especializacin donde haba diversidad, y respondi al des-
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El hombre de hierro
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El hombre de hierro
nanotecnologa o de la neurociencia) y de la concentracin (corporativa y de
clase) (Mooney, 2001: 37).
En un informe presentado en enero de 2007, el Panel Intergubernamental en Cambio Climtico integrado por 600 expertos de 40 pases
afirma que las alteraciones del clima (aumento de la temperatura, elevacin del nivel de los mares, sequas y lluvias excepcionales) son tan
dramticas como crecientes, y concluye que es muy probable que los
gases de efecto invernadero emitidos por el hombre sean responsables
del calentamiento global. No es, entonces, porque estamos viviendo un
cabalstico cambio de milenio que el variopinto movimiento ambientalista
coincide con el pacifismo de hace medio siglo en presentar un panorama
apocalptico que no slo amenaza a los oprimidos y explotados, sino que
pone en entredicho la existencia misma de la humanidad. El exterminismo no es una cuestin de clase; es una cuestin de especie [...] [pues
est amenazada] la misma continuidad de la civilizacin, escriba el
historiador pacifista Edward Thompson (1983: 113) en su pugna contra
La Bomba y el sistema que la haca posible. Y casi en los mismos trminos se expresa 30 aos despus el bilogo ambientalista Vctor Toledo
quien en La paz en Chiapas plantea que en la lucha por revertir la gran
crisis ecolgica planetaria surge un nuevo sujeto, una nueva identidad
supranacional y supraclasista, metahistrica y metasocial, la del hombre
como especie y dotado de una conciencia transgeneracional.
La coincidente apelacin a la especie como sujeto emancipador proviene de que tanto el pacifismo como el ecologismo radicales, sin soslayarlos,
miran ms all de la explotacin y la opresin, apuntan a la irracionalidad
implcita en los patrones con que se desarrollan las fuerzas productivasdestructivas acuadas por el gran dinero. Al cuestionar las mquinas,
los ludditas ingleses quiz no eran muy efectivos en cuanto a conseguir
mejoras inmediatas para los trabajadores, pero sin duda calaban ms
hondo que los unionistas parlamentarios orientados a lograr la regulacin de las relaciones laborales. Y de la misma manera, al sealar la
insostenibilidad del conjunto de los patrones capitalistas de produccin
y consumo, los ambientalistas radicales van ms lejos que quienes se
quedaron en inconformarse con la explotacin del trabajo por el capital.
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El hombre de hierro
El monstruo binario
Hoy, la creacin de riqueza a nivel corporativo viene de las compaas
que comandan las ideas, no de las que fabrican cosas, afirma, con razn, John H. Bryan. Y si las ideas pagan dividendos hay que privatizar
las ideas, todas las ideas. As, en el ltimo cuarto del siglo xx avanza
un nuevo cercamiento de bienes pblicos semejante al que se practic
durante el siglo xv en Inglaterra sobre las tierras comunales, slo que
ahora lo que se confina son los comunes de la mente (Boyle, 2005: 41).
Los derechos de autor y las patentes que defienden la propiedad intelectual no son nada nuevo, y en algn momento sirvieron para proteger
del robo empresarial a los creadores de arte y de innovaciones tecnolgicas. Pero en los ltimos aos se estn ampliando y extendiendo sobre
territorios antes libres y compartidos, no en beneficio de los autores sino
de las compaas transnacionales, que han pasado de lucrar con las cosas
a lucrar con las ideas. El argumento para privatizar intangibles, nos
recuerda James Boyle, es el mismo que se emple hace seis siglos para
encerrar las tierras de libre uso: Los comunes de la mente ya necesitan
cercarse por ser un sector vital para la actividad econmica (47). As la
industria del esparcimiento ampla y prolonga el copyright, y las patentes
se extienden sobre los seres vivos, las secuencias genticas, las bases de
datos, las metodologas, etctera Y al mismo tiempo se multiplican los
candados, las bardas virtuales, las claves personalizadas, los encriptamientos, los alambres de pas digitales. Pero esto no basta para proteger
entidades tan sutiles, de modo que se incrementan las sanciones, se crean
nuevos delitos, se acumulan resmas de jurisprudencia y se establecen
tribunales especializados donde ejrcitos de impolutos abogados corporativos cuidan celosamente los cercados intangibles.
Lo grave de esta nueva fiebre privatizadora no es tanto que se lucre
monopolizando bienes cuyo costo marginal de produccin y circulacin
est cerca de cero como que al coartar el libre flujo de los datos, los
procedimientos y las ideas se socava tambin el fundamento mismo de
la creatividad humana. Nadie podra aplicar las matemticas si fuese
necesario pagar [...] cada vez que se use el teorema de Pitgoras, escribi
Donald Knuth en una carta a la oficina de patentes de Estados Unidos
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El hombre de hierro
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El hombre de hierro
El reino de la uniformidad 91
EL REINO
DE LA UNIFORMIDAD
Mdicos brujos
Si la mayor astucia de Satans radica en hacernos creer que no existe,
el gran engao del capital consiste en persuadirnos de que no est en
la tecnologa, en convencernos de que la ciencia y sus aplicaciones son
aspticas y neutrales.
Entre legos que somos legin son frecuentes tres posiciones frente
a la ciencia: una teolgica, otra ilustrada y otra contextual. Los primeros
piensan que es intrnsecamente mala pues invade las atribuciones de
Dios, los segundos que es intrnsecamente buena pues impulsa el dominio
del hombre sobre la naturaleza y los ltimos que puede ser buena o mala
dependiendo de quin la usa y para qu la usa. Pero ms all de algunos
ejemplos a modo, quienes adoptan una de estas posturas difcilmente
entran en materia pues todos admiten que las ciencias, sobre todo las
duras, son asunto de especialistas.
Lo cierto es que la ciencia, quienes la hacen y las instituciones en que
se desarrolla no son entidades esotricas sino terrenales, que responden
a polticas pblicas, financiamientos privados, criterios de rentabilidad
e incluso enfoques ideolgicos (que no son incompatibles con el proverbial rigor metodolgico de la profesin). La ciencia tiene la huella de
su tiempo: lleva la marca de las relaciones econmicas y sociales donde
se desarrolla, y la lleva no slo en sus aplicaciones sino tambin en sus
valores, estructura y objetivos. El doctor Frankenstein de Mary Shelley
era un hombre de los primeros aos del siglo xix no slo por los medios
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El hombre de hierro
El reino de la uniformidad 97
Se funda entonces la Lunar Society, de Birmingham, de la que formaban parte cientficos y tcnicos como Erasmus Darwin, Joseph Priestley y
los escoceses James Watt y Murdock, pero tambin el fabricante de hierro
John Wilkinson y el emprendedor Mattehew Boulton, que por entonces
haca botones pero gracias al invento de su amigo Watt se convirti en el
primer fabricante de mquinas de vapor. No era malvola conspiracin a
la luz de la luna para fastidiar a los obreros sino apasionante aventura
intelectual y prctica. Pero su resultado fue una simbiosis entre ciencia
aplicada e industria por la cual desde entonces las nuevas tecnologas
estaran pensadas en funcin de la productividad entendida como rentabilidad. Y quirase que no, la rentabilidad a toda costa produce monstruos.
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El reino de la uniformidad 99
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El hombre de hierro
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El hombre de hierro
La irracionalidad final
La mayor perversin del capital no est en que al transformar en inversin radical el aejo desdoblamiento de los bienes en mercancas crea
un mundo puesto de cabeza donde la cantidad priva sobre la calidad, el
trabajo abstracto manda al concreto y el valor de cambio se impone sobre
el valor de uso. La irracionalidad ltima del sistema del gran dinero y
tambin su lmite insalvable radica en que la lgica del lucro, nica
que le puede dar sentido al mercantilismo absoluto, se imprime en los
propios valores de uso conformndolos como valores de uso del capital.
Bienes, tecnologas, procedimientos y conocimientos pero tambin
hbitos de consumo, modos de vida y sistemas de pensamiento estn
intrnsecamente contaminados pues responden a una codicia irracional
y compulsiva que se impone aun a costa de la destruccin de las condiciones naturales y sociales de la propia valorizacin; se hallan sometidos
a un capital que acumula sin medida ni clemencia aunque esto signifique
profundizar a extremos suicidas la erosin ecolgica y cultural. Porque el
capital es slo una mquina de lucrar y no sabe hacer otra cosa.
Cuando el mercado no es medio para el intercambio virtuoso sino fin
en s mismo, se impone por fuerza la homogenizacin de las tecnologas,
104
El hombre de hierro
Homo faber
De tener expediente clnico, el capital presentara el sndrome de Vulcano. O ms bien de Hefeso, su precursor griego, pues como su referente
mtico, el gran dinero es el dios del fuego: forjador de mquinas animadas
y hombres de hierro del todo semejantes a las doncellas de oro que el
hijo de Hera y Zeus tena por sirvientes. Y como Hefeso, el capital es un
dios paticojo, rengo, contrahecho, quiz por ello compulsivo fabricante de
artificios que debieran redimirlo de su disformidad. Vano afn; el fuego
del capital no es civilizatorio como el de Prometeo, si acaso forjador de
grilletes semejantes a los que emple su sosias olmpico para encadenar
al semidis libertario. Pero, as como Hefeso sedujo con sus creaciones
blicas y suntuarias a los propios dioses que lo haban expulsado del
Olimpo, as las pasmosas obras del gran dinero seducen hasta a sus ms
feroces crticos.
La nica tecnologa adecuada a capitales que se valorizan por medio
de la competencia es una tecnologa en perpetua renovacin. El incesante
desarrollo de la fuerza productiva del trabajo es, quiz, una constante histrica, pero la frentica carrera tecnolgica que se inicia a fines del siglo
xviii no responde a la presunta naturaleza humana sino a las urgencias
del gran dinero.
Hoy sabemos que la ansiedad tecnolgica de un sistema que vive de
la innovacin y perece sin ella nos amenaza como especie. Sin embargo
en los ltimos dos siglos la percepcin de los logros productivos ha sido
contradictoria: en algunos casos rechazo a un progreso material que no
reconoce lmites fsicos ni metafsicos, en otros fascinacin por las hazaas del ingenio humano. Hostilidad y embeleso simtricos del doble
valor de uso propio de bienes-mercanca que han de satisfacer tanto los
requerimientos del capital como los del trabajo, que deben servir a la
valorizacin del gran dinero pero tambin a la reproduccin y eventual
enriquecimiento de la vida humana y de la naturaleza.
El propio Goethe inmejorable testigo de su tiempo le confiesa a
Eckermann en 1827, a sus casi 80 aos, que con tal de ver construido un
canal en Suez y un paso del Ocano Atlntico al Pacfico valdra la pena
soportar otros cincuenta aos de existencia (Eckermann, 1920: 117). Sin
106
El hombre de hierro
En tiempos de ominoso cambio climtico y catstrofe ambiental planetaria, me inclino a pensar que la rebelin contra las relaciones de
produccin burguesas en su fase de globalizacin desmecatada no ser
para liberar las fuerzas productivas del capital sino todo lo contrario:
servir entre otras cosas, para contrarrestar las potencias infernales
que ha desencadenado. Pero, para bien o para mal, lo cierto es que
en los siglos del gran dinero la tecnologa y sus patrones de desarrollo
han estado como nunca antes en el ojo del huracn, y no slo por sus
implicaciones econmicas, sociales y ambientales, tambin por el lugar
que durante cerca de 200 aos han ocupado en el imaginario colectivo.
Tienen razn Marx y Engels: La burguesa [...] ha creado maravillas
muy distintas a las pirmides de Egipto, los acueductos romanos y las
catedrales gticas; ha realizado campaas muy distintas a los xodos
de los pueblos y las cruzadas (37). Y con ello ha creado tambin epopeyas inditas, una pica que a diferencia de los poemas homricos, las
sagas germnicas y los cantares de gesta no celebra victorias blicas
sino hazaas tecnolgicas; no encomia a los hroes guerreros sino a los
ingenieros y los magnates que los patrocinan. Porque, si en el pasado
se erigan pirmides, palacios y templos a dioses y gobernantes, los
monumentos de la civilizacin industrial celebran la interconexin de
los mercados con canales interocenicos como el de Suez (1869), que
enlaz al mediterrneo con el Mar Rojo y a Europa con la India y con
Australia, o como el de Panam (1913), que redujo en 12 mil kilmetros
la distancia por barco entre Nueva York y San Francisco; ferrocarriles
vertiginosos como el Union Pacific (1869), que conect el Atlntico con
el Pacfico a travs de Estados Unidos. Aunque tambin hay estructuras intiles pero emblemticas como la Torre Eiffel (1889), que en su
enhiesta desnudez es homenaje al hierro y a s misma. Mientras que en
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En estas posturas se ubican autores como Freeman y Prez y corrientes como la escuela regulacionista (112-114). Ms tarda es la posicin de
W. Bijker y otros quienes a fines de los ochenta del siglo pasado publican
el libro Construction of Technological Systems donde se plantea la confeccin social de la tecnologa entendida como la articulacin sistmica
de artefactos fsicos, instituciones pblicas y privadas, libros y artculos,
programas de investigacin, leyes y regulaciones (Gonzlez, 2004: 3250). Este planteo no desconoce el momentum tecnolgico que impulsa un
sistema cientfico en una determinada direccin, pero sostiene que sobre
todo en las etapas del proceso de innovacin se pueden hacer elecciones
entre alternativas y que estas elecciones son influidas por los intereses
econmicos y polticos de los actores involucrados (38).
El determinismo cientfico-tecnolgico influye tambin en quienes
se ocupan de los medios de comunicacin, como McLuhan, y en quienes
estudian a las artes que emplean mquinas como Beaumont Newhall,
historiador de la fotografa (Newhall, 2002: 281). Segn Joan Fontcuberta, para Newhall, como para John Szarkovski, el discurso esttico
es bsicamente una consecuencia de la evolucin tecnolgica, sin que
las ms de las veces los mismos fotgrafos se aperciban de ello (Fontcuberta, 2003: 12). Y lo mismo sucede con muchos historiadores del cine,
que rastrean su origen en el taumtropo y otros artilugios, ms que en
nuestra entraable y transmeditica compulsin narrativa (vase Sadoul,
1972: 5-16). Lo cuestionable de estos enfoques no est en que ponderen
las opciones que los nuevos aparatos ofrecen a la comunicacin o al arte
sino en que le atribuyan a la mano invisible de la tecnologa la subrepticia conduccin de los mensajes y de la creatividad esttica que, segn
esto, no responde tanto a los contenidos de nuestro imaginario como a
las posibilidades que encierran unos instrumentos cuyo ineluctable perfeccionamiento responde, adems, a su propia racionalidad intrnseca.
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de otro modo: Marx parece sostener aqu que las mquinas pergeadas
en los tiempos del capital pueden ser buenas o malas dependiendo de
quin las usa y para qu las usa, es decir, que, en s mismas, la ciencia
y la tecnologa son neutrales. Lo que de ser cierto echara por la borda
la tesis de que hay una tecnologa del capital y todo lo que de esta propuesta deriva.
Pero vayamos literalmente al grano. Sin duda un tractor es un tractor
y puede ser til en muchas circunstancias; sin embargo quienes defienden
las bondades de la labranza mnima argumentan convincentemente que
una agricultura basada en mquinas que remueven profundamente el
suelo es insostenible; como lo es, en general, la mecanizacin a ultranza
como paradigma agrcola. Entonces un tractor es un tractor pero tambin
es emblema rural del productivismo. Descifrar claves genticas de seres
vivos puede ayudar mucho, por ejemplo, en ciertos campos de la medicina,
pero impulsar los monocultivos transgnicos sin suficientes estudios de
impacto con la peregrina hiptesis de que la biodiversidad se conserva
ex situ, de modo que los ecosistemas salen sobrando, no slo es un gran
negocio para Monsanto y compaa, tambin es ambientalmente suicida.
La manipulacin de la materia en escala molecular puede ser fructfera y
hasta neoludditas confesos como el grupo de accin Erosin Tecnolgica
y Concentracin (etc) sostienen que en un contexto justo y sensato, la
nanotecnologa podra brindar avances tiles, y que suena prometedor
eso de campos de energa sustentable, agua limpia y produccin limpia
(etc, 2004: 9), lo que no invalida sus airadas crticas a una tecnologa
que al ser promovida violentando el principio de precaucin amenaza
con resultar catastrfica.
Tiene razn Claudio Napoleoni al llevar hasta sus ltimas consecuencias las implicaciones del concepto marxista de subsuncin:
el cuerpo mismo del instrumento, su misma estructura material lleva el sello
de esta subsuncin del trabajo; por lo tanto una mquina usada no capitalistamente debera ser una mquina distinta de la usada capitalistamente.
En otros trminos, las mquinas tal como nosotros las conocemos, son el
fruto de una tecnologa (y seguramente tambin de una ciencia) que ha sido
pensada toda ella sobre la base del presupuesto del trabajo enajenado. En
Homogeneidad
El gran dinero ama al dinero por sobre todas las cosas y despus del dinero ama la monotona que produce dinero. Es su placer observar cmo
brotan millares de productos idnticos por la lnea de montaje. Disfruta
viendo checar tarjeta a filas de obreros que en las pocas doradas iban
debidamente uniformados con botas y overol. Goza cronometrando y
reglamentando los tiempos y los movimientos. No es por molestar, sino
que la condicin primordial del sistema de mercado absoluto es la universalidad de los precios como nica medida del intercambio y la operacin tersa de este mecanismo supone que bienes iguales que se venden
a precios iguales se produzcan con iguales tecnologas y por tanto con
costos iguales (naturalmente todo esto es tendencial). Capitalismo es
produccin masiva de mercancas estandarizadas provenientes de factoras especializadas y por tanto eficientes: capitalismo es uniformidad.
Y si lo heterogneo es perverso pues atenta contra la fluidez y universalidad del intercambio monetario no queda ms que suprimirlo.
As, desde joven el capitalismo emprendi una gran cruzada por hacer
tabla rasa de la diversidad de los hombres y de la naturaleza. A aqullos
los uniform con el indiferenciado overol proletario y a sta aplanando
suelos, represando aguas, talando bosques y llevando al extremo la especializacin de los cultivos.
Expresin temprana de la vocacin emparejadora del gran dinero fue
el intento de occidentalizar biolgicamente Amrica, proceso que Albert W.
Crosby describe en El imperialismo ecolgico. Desde la Conquista y durante
la Colonia el esfuerzo por crear un Nuevo Mundo a imagen y semejanza
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PERVERSIONES RSTICAS
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Un divorcio traumtico
El valor de uso de la fuerza de trabajo le pertenece al capital porque el
obrero emerge del proceso productivo totalmente desposedo y por tanto
obligado a vender de nuevo su nica propiedad valiosa. Pero as como
una y otra vez la fuerza de trabajo reaparece como mercanca, el trabajador reaparece una y otra vez como sujeto irreductiblemente distinto del
capital. El obrero no es intrnsecamente una mercanca y su naturaleza
humana se violenta cada vez que debe cambiar por dinero su capacidad
laboral. As, la fuerza de trabajo se nos muestra como un valor de cambio
peculiar pues no se reproduce como objeto sino como capacidad del sujeto.
Y en cierto modo lo mismo sucede con la naturaleza: algunos de sus elementos constitutivos son privatizables, pero en s no son mercancas pues
aunque los patrones y cadencias de su reproduccin pueden ser intervenidos por el capital ste fracasa en el intento de suplantarlos totalmente
por sus imperativos. Podramos decir que aqu, como en otras parejas mal
avenidas, hay incompatibilidad de caracteres. La restauracin biosocial
de la vida, el ncleo duro de la reproduccin humana y natural, es un
misterio econmico que escapa a la comprensin del gran dinero en tanto
que es irreductible al omnipresente modo de produccin de mercancas
por medio de mercancas. Pero el absolutismo mercantil no acepta su
derrota y as como se inmiscuye cada vez ms en la reproduccin social
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Estas mquinas son en general una gran desventaja para la actividad agrcola [...], no hay excusa posible para hombres tan insensibles y ciegos ante
sus propios intereses permanentes como para reemplazar el trabajo humano
por el trabajo de las mquinas; hombres que conducen a los habitantes de su
propia tierra a subsistir miserablemente y sin trabajo (257).
Agricultura incmoda
En el campo la locomotora histrica capitalista result una carreta y en
el mejor de los casos un tractor. El desarrollo de las fuerzas productivas,
que dio un salto tan grande al pasar del artesanado [...] a la gran industria
[...], se top en la agricultura con los lmites infranqueables derivados
de la misma naturaleza de los productos transformados, escribe Claude Faure, y agrega: Lo que el capital pudo lograr a nivel tcnico en la
industria, le es vedado al menos parcialmente, en la agricultura. Los
logros tecnolgicos se toparon siempre ah con lmites bastante estrechos
(Faure, 1990: 235). Y de lo anterior concluye que la agricultura en el
capitalismo permaneci [...] con su estructura familiar, y su carcter no
capitalista se acentu con el tiempo (237). As, entramos al tercer milenio
y los campesinos son an nuestros contemporneos.
Ya Goethe se haba percatado de que los modos pausados de la
naturaleza chocan con las urgencias del capital: Con la naturaleza es
necesario proceder lentamente, sin prisas, si se quiere conseguir algo
de ella (Eckermann, 1920: 141), proclama el autor de Fausto como aludiendo tambin a otros menesteres igualmente morosos e igualmente
resistentes al apresuramiento mercantil. Y algo saba de ambas cosas
el alemn pues adems de mujeriego (se le conocen, entre otras, Anna,
Friederike, Magdalena, Cristiane, Ulrike y dos Charlotte) haba escrito
un visionario texto protoevolucionista titulado La metamorfosis de las
plantas. Y si hace casi dos siglos el autor de Werther recomendaba la
lentitud, hoy todos sabemos que en la agricultura del gran dinero se
confrontan el pausado ritmo biolgico y el frentico tempo econmico
capitalista (Martnez, 1992: 177).
Pero no es slo la cadencia; la irreducible diversidad natural condiciona tambin los modos de producir y en particular deja su huella sobre
las formas de cooperacin en el trabajo, sobre la racionalidad inmanente de las unidades de produccin agropecuarias, sobre los sistemas
de propiedad. Cuando el capital llega al campo tiene que diversificar
tecnologas, modos de acceso a la tierra y patrones productivos. Tal es el
caso de las fincas y haciendas mexicanas de fines del siglo xix y principios
del xx, que eran administradas con lgica empresarial y precisamente
por ello recurran a formas de trabajo no estrictamente capitalistas
como entregar en arriendo o aparcera parte de las tierras y dotar de
pequeas parcelas de autoconsumo (pegujal) a los asalariados estables.
Un libro publicado en 1903 por el administrador de haciendas poblano
J. B. Santiesteban permite constatar que en la agricultura rentabilidad
y heterodoxia socioeconmica van de la mano:
Cuando la finca que se administra es imposible de ser cultivada toda entera
por su dueo, conviene apartarse los mejores terrenos [...] buscando medieros, tercieros o arrendatarios [...] que [...] hacen producir [...] aquello que la
hacienda no puede cultivar [...] pues se requiere tanta dedicacin que los
sirvientes no bastan, sucediendo que, sin medieros, lo que se cosecha cuesta
mucho y no es suficiente. [Adems, stos] componen una colonia activa [...]
que se engre en el lugar y promete no tan slo los productos del arrendamiento sino las ayudas personales con que contribuye a ciertos trabajos de
la hacienda. Los arrendatarios y la servidumbre de stos son cuadrillas de
jornaleros que, sin sostenerse por cuenta de la finca se utilizan cuando llega
la vez, costando relativamente menos por el consumo de efectos y semillas
que hacen de la misma finca (Santiesteban, 1903: 154-160).
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les slo requieren por temporadas y para esto crear unidades de produccin
de racionalidad campesina pero subordinadas a la finca capitalista. Y todo
con estricta lgica econmica empresarial, pero tambin con astucia sociolgica pues el mediero se engre en el lugar trabajando tierras que
siente suyas sin que lo sean y se compra la fidelidad del asalariado de la
finca hacindole creerse, tambin l, propietario: Embarcacin imaginaria de sus ilusiones y proyectos [...], msero cercado donde guarda sus [...]
raras ambiciones [...] su pegujal! [...], su creda y fingida propiedad [...], su
mentido capital (168). Ms de 100 aos despus, cuntas pequeas y
medianas unidades agropecuarias que trabajan por contrato, que estn
endeudadas con los bancos, que producen para transnacionales y que
en los insumos dependen de corporaciones introductoras de semillas y
agroqumicos, no siguen siendo como los pegujales de Santiesteban
credas y mentidas propiedades, fingidos capitales?
La agropecuaria es una produccin incmoda para el gran dinero: las
fluctuaciones de las cosechas por factores climticos redundan en variaciones de los precios que, a diferencia de otras, reflejan las fluctuaciones
del valor pues en los ciclos malos se incrementa la cantidad de trabajo
social por unidad de producto y viceversa. El pausado y cclico ritmo de
la produccin est determinado por factores naturales cuya modificacin tiene lmites biolgicos, de modo que por lo general las cosechas
se concentran en ciertos periodos que no necesariamente coinciden con
los de consumo, por lo que los bienes agropecuarios deben conservarse
por lapsos prolongados y dado que en muchos casos son perecederos su
preservacin tiene altos costos. El resultado de todo esto son precios
cambiantes a lo largo del ao pues lo que se consume fuera de temporada supone mayores gastos financieros y de almacenaje. Por las mismas
razones el tiempo de produccin es ms prolongado que el de trabajo y
los requerimientos laborales se concentran en ciertas actividades y temporadas. Exteriorizar esta discontinuidad mediante la contratacin de
mano de obra estacional es una estrategia que funciona para los capitales
individuales, pero para el capital global no hay exterioridades econmicas
de modo que alguien debe pagar por la reproduccin del trabajador en
los lapsos muertos. La propia ndole de los procesos agropecuarios no
imposibilita pero s dificulta la mecanizacin, que adems resulta costosa
La renta diferencial
Los prolongados debates sobre la renta del suelo que tuvieron lugar
durante los siglos xviii y xix pueden catalogarse como esfuerzos por
explicar el origen y medida de la valorizacin de la propiedad territorial cuando sta ocurre en un contexto capitalista. Pero pueden verse
tambin como la exploracin de la forma peculiar en que se forman los
precios y se distribuyen las ganancias en el capitalismo agrario, la esfera
econmica donde la diversidad, interconexin y escasez relativa de los
recursos naturales involucrados en la produccin es ms influyente. En
el primer acercamiento la teora de la renta deber dar razn de una
herencia histrica del viejo rgimen: los terratenientes. En la segunda
aproximacin la teora de la renta habr de mostrar no la posible desviacin de una parte de la plusvala que puede originar la ocasional
sobrevivencia de una clase parasitaria sino las inevitables distorsiones
en la circulacin y la acumulacin que necesariamente ocasiona el que en
la agricultura bienes iguales se generen con costos desiguales, no porque
las inversiones de capital sean de diferente magnitud o composicin sino
porque la heterogeneidad de las condiciones naturales se traduce en diversidad de respuestas productivas a inversiones iguales. En el primer
caso la existencia fctica de los terratenientes explica la renta, en el
segundo el mecanismo que genera la renta explica la posibilidad de que
en el capitalismo existan los terratenientes (o los campesinos), no como
remanente del pasado sino como efecto de la reproduccin agraria del
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Revolucin Verde
Mientras el Estado le daba por su lado a la veleidosa agricultura violentando la lgica capitalista rural en beneficio del capitalismo global, los
expertos del gran dinero diseaban e incorporaban al campo recursos
tecnolgicos cada vez ms sofisticados y agresivos con la esperanza de
que algn da podran prescindir del clima, la fertilidad, la lluvia y en
general de las diversas, escasas y mal repartidas condiciones naturales.
As, mientras unos le ponan lmites y candados a la subsuncin formal,
es decir, a la implantacin generalizada de formas econmicas capitalistas que en la agricultura resultaban contraproducentes, los otros
trabajaban en la subsuncin material, en la anhelada transformacin
de la agricultura en una rama ms de la industria con lo que por
fin! el terrateniente, el campesino, el burcrata y otras perversiones
rurales saldran sobrando.
En la pasada centuria la agricultura vive cuando menos dos grandes
mudanzas tecnolgicas que responden al paradigma productivo capitalista. La primera, conocida como Revolucin Verde, ocurre a mediados
del siglo y significa una ruptura con el desarrollo tcnico anterior basado
principalmente en la sofisticacin operada por agrnomos de manejos y
prcticas de origen campesino. Ahora este desarrollo tcnico tradicional
es crecientemente sustituido por una mayor mecanizacin y sobre todo
por el empleo de semillas hbridas y dosis intensivas de insumos de sntesis
qumica. El paquete tecnolgico responde al productivismo empresarial
pero tambin a las caractersticas de la agricultura estadounidense donde
predominan extensas unidades que trabajan en tierras planas y condiciones agroecolgicas ms o menos homogneas, mientras que resulta
menos adecuado para la pequea y mediana agricultura familiar que
impera en Europa y es francamente contraindicado para la pequea y
muy pequea agricultura campesina bastante extendida en el Tercer
Mundo, asentada sobre ecosistemas heterogneos de manejo difcil y necesariamente personalizado. Sin embargo el modelo se impone a escala
global pues responde al expansionismo estadounidense de la posguerra y
est diseado en funcin de sus intereses comerciales y agroindustriales.
Su esencia, nos dice Fernando Bejarano, es la especializacin producti-
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debilitan con los fertilizantes y con los biocidas (Covantes, 2003: 222).
En realidad aun econmicamente el modelo slo es viable en ciertas
condiciones agroecolgicas y si se omiten en los costos externalidades
como erosin, contaminacin de suelos y aguas, prdida de biodiversidad,
envenenamiento de los trabajadores rurales, exclusin econmico-social
de pequeos productores no competitivos, entre otras minucias.
Hemos visto ya que la imposicin del paquete tecnolgico de la
Revolucin Verde despierta importante oposicin social, una de cuyas
vertientes, es la lucha contra el consumismo de agroqumicos dainos que
arranca en los sesenta. Este movimiento entronca despus con la oposicin al empleo en alimentos de conservadores, edulcorantes, colorantes y
otros aditivos; ms tarde con el cuestionamiento de ciertos frmacos y en
general con la reivindicacin del principio de precaucin, inscribindose
as en la histrica confrontacin luddita contra una tecnologa que no es
ocasionalmente lesiva por accidente o enmendable falla cientfica sino
por su propia naturaleza mercantil y lucrativa antes que socialmente
benfica y ambientalmente pertinente.
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La Red del Tercer Mundo llama a esto una nueva clase de colonialismo gentico (47), y tiene razn. Si la recoleccin de especies para formar
herbarios y jardines botnicos en las metrpolis norteas puede verse como
acumulacin originaria de recursos genticos (Jack Kloppenburg, citado
por Kalcsics y Brand, s.f.: 43), la formacin de bancos de germoplasma
que alimentan las manipulaciones de los modernos biotecnlogos sera
una suerte de reproduccin ampliada pues as no slo se atesora la
vida sino que se la crea in vitro. Se trata, sin embargo de una peligrosa
ilusin pues la vida no es el genoma en s sino los ecosistemas donde los
seres vivos se reproducen. Es por ello que las compaas agrobiotecno-
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El hombre de hierro
La industria de la muerte
Si en los siglos xviii, xix y xx el destino de la renta capitalista de la tierra
y del subsuelo fue motivo de grandes conflictos, a fines del siglo pasado
y en el presente la rebatia es cada vez ms por la renta de la vida. Y en
las dos pocas los grandes perdedores directos son las comunidades campesinas que pagaron con trabajo, dinero o productos las rentas del antiguo
rgimen y cuando no fueron expropiados en nombre de la modernidad les
toc la de perder en el mercado a travs del intercambio desigual. Pero si
de una u otra forma siempre han tenido que tributar por el acceso a una
tierra que originalmente era suya, en el futuro pagarn por acceder a
los recursos biticos, tanto los silvestres como los domesticados por ellos
o los intervenidos por la biogentica.
Los avatares de las semillas dramatizan esta historia. Primero privaba
la seleccin por el propio productor quien as gozaba de autonoma; con la
Revolucin Verde llegaron los hbridos que tena que comprar ao tras
ao para que no se diluyeran sus atributos, y con la que algunos llaman
la segunda Revolucin Verde los transgnicos, que combinan cualidades de ms de una especie entre ellos las semillas que incorporan la
tecnologa Terminator consistente en la alteracin gentica de plantas
para volverlas estriles en la segunda generacin y ponen en manos
transnacionales la llave y la cerradura de la reproduccin biolgica.
Si el monopolio sobre la tierra y sus cosechas gener rentas colosales
especulando con el hambre, la usurpacin de la clave gentica de la vida
es una fuente an ms grande de poder econmico pues est en sus manos
la alimentacin, la salud y cerca de la mitad de los procesos productivos.
El sustento de la revolucin biotecnolgica es la revolucin informtica
y el monopolio del germoplasma adopta cada vez ms la forma de bases
de datos. As la vida se transforma en bits estructurados en bancos de
informacin cuya propiedad restrictiva y excluyente deviene fundamento
de los modernos procesos de capitalizacin.
De hecho los monopolios informticos son la nueva piedra de toque
en la carrera de ratas del lucro. La globalizacin del dinero virtual y el
secuestro de la informacin financiera reservada son las mximas fuentes de ganancias especulativas del mundo contemporneo y el origen de
las nuevas convulsiones planetarias del capital. El ciberespacio se ha
convertido en el tianguis ms dinmico del nuevo siglo y la privatizacin
de las direcciones web y de la informacin sobre los gustos e intereses
de sus usuarios da lugar a nuevos monopolios comerciales. Los bancos de
germoplasma y la vertiginosa informacin sobre los cdigos genticos sustentan la indita industria de la vida. Los Rico McPato del tercer milenio
atesoran megabytes pues el nuevo soporte del capital es la informtica
y sus ganancias provienen cada vez ms de la propiedad excluyente de
los bancos de informacin y del control sobre las fantasmales redes por
las que fluye. En el mundo de la simultaneidad el tiempo es prescindible
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El hombre de hierro
Cercando ideas
El artculo The Tragedy of the Commons (1968), de Grett Harding,
sirvi para llamar la atencin sobre los presuntos vicios de compartir
bienes y las supuestas virtudes de privatizarlos. El alegato, que destaca
las ventajas de extender la propiedad individual sobre recursos naturales
que por siglos fueron comunes, tiene en el lucro su motivo y su argumento
en la rareza presuntamente incompatible con un acceso abierto que se
pretende destructivo. Razonamiento discutible porque supone que el uso
compartido no puede ser regulado por la comunidad y tambin porque
de hecho sucede lo contrario: es la propiedad privada la que propicia el
abuso (Martnez, 1992: 182ss.).
El argumento de que el uso de los bienes escasos debe ser restringido y que la propiedad privada es una buena forma de hacerlo es dudoso
cuando se refiere a entidades fsicas, pero resulta totalmente insostenible
cuando se trata de intangibles pues si la madera de un bosque, el agua
de un manantial o los pastos de un potrero se agotan por consumo desmedido, leer un poema, cantar una cancin, ver una pelcula, consultar
un dato, aplicar un conocimiento o emplear un software no provoca el
menor desgaste sobre dichos bienes. En estos casos el nico argumento
a favor de la privatizacin es el del lucro: si el acceso es libre no genera
utilidades y sin utilidades no hay poesa, ni msica, ni cine, ni conocimientos, ni programas de cmputo. Razonamiento falaz pues supone lo que
pretende probar: que en una sociedad movida por la codicia todo lo real debe
ser lucrativo y slo lo lucrativo es real.
En el trnsito de cercar entidades fsicas a cercar entidades espirituales surge el problema de mantener fuera a los ladrones de manzanas.
La dificultad no era grande cuando poda privatizarse el soporte, de modo
que la restriccin se ejerca sobre el libro, el disco, el archivo, etctera. Pero
conforme se hicieron ms eficientes los sistemas de copiado el procedimiento dej de funcionar, pues si las fotocopias y las cintas de audio y
Mapa o territorio
La especulacin basada en la prospeccin de los flujos financieros de
capital virtual, el acceso planetario a los consumidores que van de shopping al ciberespacio, los cdigos genticos de millares de seres vivos y del
propio genoma humano son sin duda fuentes colosales de acumulacin.
Pero no son la verdadera riqueza. Son el soporte de los nuevos valores
de cambio pero por s mismos no son valores de uso.
As como la cartografa no es el territorio, la biodiversidad no son los
jardines botnicos, las colecciones de tejidos orgnicos, los bancos de
germoplasma y su forma ms etrea: los cdigos genticos descifrados.
La riqueza biolgica est sustantivamente en los ecosistemas. Que en su
origen se encuentra ah es claro y por eso la nueva guerra territorial del
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El hombre de hierro
gran dinero se expresa en el avasallamiento o la seduccin de las comunidades agrarias y en la pugna de los gigantes corporativos por el control
sobre las regiones biodiversas. Pero en la perspectiva predatoria de los
saqueadores, una vez obtenidas las muestras el ecosistema sale sobrando
pues su estrategia econmica consiste en sustituir la biodiversidad y las
prcticas culturales que la preservan por vertiginosos monocultivos de
variedades transgnicas, de ser posible basados en semillas estriles en
segunda generacin que intensifican la dependencia del agricultor. Entonces, la piratera gentica y la privatizacin de los cdigos no son slo
mecanismos de enriquecimiento especulativo sino tambin y sobre todo
acciones ecocidas, un atentado a la biodiversidad, un suicidio planetario.
La biodiversidad in situ est mayormente en el Sur, en manos de
comunidades campesinas, con frecuencia indgenas; en cambio, la biodiversidad ex situ est en el Norte, en los bancos de germoplasma y las
bases de datos que posee el gran capital. La perspectiva de controlar y
expoliar a los pequeos agricultores y a los consumidores con el monopolio de la biotecnologa es odiosa pero viable, en cambio, la pretensin
corporativa de apropiarse as de la biodiversidad es un espejismo. La
verdadera industria de la vida est en los ecosistemas y los sociosistemas,
lo otro es la industria de la muerte.
El monopolio ex situ de la biodiversidad en bancos de germoplasma
y cdigos genticos y su complemento: la diseminacin de variedades
transgnicas eventualmente castradas, son acciones socialmente expoliadoras, econmicamente injustas y ecolgicamente suicidas, son, en fin,
la anttesis de la sustentabilidad. Pero se debe admitir tambin que el
manejo comunitario y emprico de la biodioversidad in situ es incompatible
con los retos de la demografa, que con frecuencia tecnologas que en algn
momento fueron racionales devienen insostenibles y que los campesinos al
filo de la hambruna difcilmente resisten la seduccin de los monocultivos
ferticidas y los paquetes tecnolgicos agresivos que se les imponen. La
posibilidad de sobrevivencia humana, inseparable de la conservacin de
la biodiversidad, no est entonces en el germoplasma cultivado in vitro,
hoy controlado por el gran capital, pero tampoco est en el germoplasma
silvestre o domesticado que an usufructan las comunidades. La solucin
no est ni en uno ni en otro separados, la solucin est en ambos a la
vez. Slo que la lgica mercantil del polo empresarial del dilema se ha
mostrado histricamente incompatible con una estrategia cuyo sustento
es el respeto a lo diverso y el reconocimiento de la irreductibilidad ltima
de los valores de uso a los precios de mercado. La salida est en articular
cdigos y biodiversidad viviente, bancos de germoplasma y ecosistemas,
saberes locales y saberes formales. Pero la clave del proceso no radica en
el mapa sino en el territorio, pues en ltima instancia la biodiversidad se
pierde in situ y se restituye in situ; el proceso no se reduce al ecosistema,
pero empieza y termina en l.
146
El hombre de hierro
naturales, impidindole asumir con rigor los parmetros del etnodesarrollo y el ecodesarrollo. El problema de fijar una tasa social de descuento
[que incluya el futuro como un costo] se enfrenta a las dificultades de
traducir valores culturales, objetivos sociales y tiempos ecolgicos en un
sistema de precios de mercado, escribe Enrique Leff al reflexionar sobre
las dificultades de un supuesto ecodesarrollo capitalista. Y contina:
Los costos de rehabilitacin del proceso ecodestructivo generado por la
racionalidad econmica fundada en un clculo [...] en trminos de valor de
mercado es inconmensurable con el potencial productivo de un manejo integrado de los recursos, generado a partir de los principios de una racionalidad
ecotecnolgica de produccin orientada por otros objetivos y valores (Leff,
1986: 142-144).
Y sin embargo el hombre y la naturaleza estn ah, deslizando perturbadoras cartas de economa moral y economa ecolgica en el previsible
juego del mercado absoluto. Porque en su progresiva cuanto inconclusa
apropiacin del mundo, primero extendindose sobre la periferia geogrfica y luego sobre potencialidades sociales o naturales que el avance
tecnolgico va haciendo rentables, el gran dinero slo deja devastacin. Y
tarde o temprano la naturaleza le pasa la factura: creciente agotamiento
de recursos que al principio parecan interminables; degradacin del
suelo, el agua y el aire; hacinamiento urbano con altos costos en espacio
y tiempo; crisis climtica, etctera.
La raz ontolgica de las desavenencias que erizan la relacin sociedad-naturaleza est en la escasez como sino de una criatura histrica
a la que, a diferencia de sus hermanas puramente biolgicas, le resulta
cuesta arriba autolimitarse. Pero el detonador de la crisis es el capitalismo:
sistema dominado por un ciego afn de acumular insaciable por ser
de naturaleza abstracta y cuantitativa que por ello mismo multiplica
exponencialmente la desolacin.
La del gran dinero es una depredacin originaria y estructural que sin
embargo se condensa y encona en tiempos histricos y espacios geogrficos determinados: la segunda mitad del siglo xx y las periferias subdesarrolladas. Porque el capitalismo, nacido en la industria y acunado
en climas templados, se extiende pronto a la agricultura y a los trpicos;
148
El hombre de hierro
mbitos donde, en nombre de la acumulacin, se permite ciertas licencias econmicas por las que la tersa plusvala fabril deja paso al saqueo
depredador de las razas inferiores y de los exuberantes ecosistemas
equinocciales. Por un tiempo el etnocidio y el ecocidio aparecen como
perversiones exclusivas de las periferias coloniales y hasta se atribuyen
al desgano de amarillos, negros y cobrizos, que tienen que ser obligados
a progresar, si no es que a los excesos de una naturaleza abrupta y voluble que por la buena no se deja domesticar. Pero la coartada se agota
pronto y la destruccin sistemtica de sus premisas naturales y sociales
se muestra como lo que es: una contradiccin intrnseca y terminal del
absolutismo mercantil. Patologa generalizada que sin embargo se inflama y supura en las orillas, en la periferia subdesarrollada, en el Sur. Y
ocurre aqu no por accidente sino por un fatalismo geolgico que torna en
debilidad las galas de los mbitos equinocciales, pues las razones histricas y estructurales de que el trpico devenga zona de desastre social y
ambiental radican en que es tambin el mximo reducto de la diversidad
biolgica y cultural del planeta. La insostenibilidad es consustancial al
gran dinero, pero se torna apocalptica cuando los efectos depredadores
del sistema se extienden del mundo urbano-industrial y su entorno a la
agreste periferia remota, pasando de la progresiva contaminacin de las
ciudades y sus proximidades a la destruccin catastrfica de los prdigos
pero frgiles ecosistemas tropicales.
Sin duda los estragos que padece el mundo agrcola tercermundista
acosado por sucesivas revoluciones verdes, provienen, en parte, del
insensato traslado al trpico de tcnicas acuadas para climas templados. Pero el problema no es slo de transculturacin tecnolgica sino
que remite a la incompatibilidad ltima de la lgica del capital con la
racionalidad de los sistemas socioambientales. El desencuentro es con
todos ellos, pero en especial con los equinocciales que por razones ecolgicas y climticas concentran la mayor parte de los recursos biticos y son
reservorio de la diversidad cultural y natural. Es este un entramado
complejo, sutil y frgil madurado a pleno sol, que desde hace rato sufre
el acoso emparejador de un capitalismo que viene del fro, de un orden
de por s torpe y atrabancado pero que adems creci y embarneci en
ecosistemas ms estables y resistentes a la perturbacin. Segn un eco-
150
El hombre de hierro
EL CAPITALISMO
COMO ECONOMA MORAL
La periferia en el centro
Al afirmar que el capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo,
estar rodeado de formas de produccin no capitalistas y que no hay
ninguna razn por la cual los medios de produccin y consumo [...] hayan de ser elaborados exclusivamente en produccin capitalista, Rosa
Luxemburgo (1967: 279) llamaba la atencin sobre un horizonte de
relaciones econmicas atpicas segn la visin ortodoxa del capitalismo
y sin embargo esenciales para el sistema. El planteamiento formulado
por la espartaquista alemana a principios del siglo xx ha tenido infinidad
de seguidores.
Lo peculiar de los mrgenes escribe Claude Faure es que son siempre
el producto y el reflejo de algo otro que remite al centro, el cual se niega,
paradjicamente, a reconocer su imagen en ese espejo. El margen es tambin
lo pertinente de un sistema [...]. La agricultura puede ser el punto de partida para una reflexin sobre el funcionamiento de todo el orden social [...]
porque est al margen [...] y el margen [...] aparece como lo que es [...], una
manifestacin plena y entera, un momento de la reproduccin de un orden
general (Faure, 1990: 231).
154
El hombre de hierro
Siguiendo a Braudel, Wallerstein ha enfatizado la condicin del capitalismo como economa mundo. Y si, efectivamente, el sistema es global
no en el sentido de una suma de sociedades burguesas nacionales que
reprodujeran con variantes menores una misma dramaturgia histrica,
sino en el de una totalidad compleja cuya diversidad regional y estructural remite a la naturaleza misma del orden capitalista, no habr que
tirar a la basura la historia comparada pero s reconocer que son del todo
impertinentes conceptos como el de atraso que hace referencia a una
presunta temporalidad diferente de algunas historias nacionales. Carece
tambin de sentido el viejo debate sobre si hay un solo camino a la modernidad (o en su caso al socialismo), o si por el contrario hay muchas
vas. Y es que tanto la postura unilineal como la plurilineal asumen una
visin nacional en vez de adoptar la perspectiva de la globalidad. Si no
miramos a los pases atrasados en el espejo de los avanzados ni pretendemos ver a la periferia con los ojos del centro, habremos de reconocer
tambin que las relaciones econmicas, sociales y polticas no capitalistas
son tanto o ms capitalistas que las ortodoxas, las cuales en esta ptica
se nos presentan como formas particulares propias de un tiempo y un
espacio determinados.
Pero lo que est en los mrgenes no es nicamente la agricultura y
otras relaciones presuntamente precapitalistas. En cierto sentido transcurre tambin en relativa exterioridad la restauracin de las condiciones
Siguiendo a Marx, a mediados del siglo pasado el hngaro-estadounidense Karl Polanyi desarroll la contradiccin arriba enunciada:
Una economa de mercado debe comprender todos los elementos de la industria, incluidos la mano de obra [y] la tierra [...]. Pero la mano de obra y la tierra
no son otra cosa que los seres humanos mismos, de los que se compone toda
sociedad, y el ambiente natural en que existe tal sociedad. Cuando se incluyen
tales elementos en el mecanismo del mercado, se subordina la sustancia de
la sociedad misma a las leyes del mercado [...]. Pero es obvio que la mano
de obra [y] la tierra no son mercancas [...]. El trabajo es slo otro nombre
para una actividad humana que va unida a la vida misma, la que [...] no se
produce para la venta [...]. La tierra es otro nombre de la naturaleza, que
no ha sido producida por el hombre [...]. Ahora bien [...], si se permitiese
que el mercado fuese el nico director del destino de los seres humanos y de
su entorno natural [...] se demolera la sociedad..., la naturaleza quedara
156
El hombre de hierro
reducida a sus elementos [...], los paisajes se ensuciaran, los ros se contaminaran [...], se destruira el poder de produccin de alimentos y materias
primas (Polanyi, 2003: 122-124).
La catstrofe anunciada por el antroplogo y economista no es circunstancial, est implcita en un modo de producir que necesita tratar
como mercanca a lo que no lo es. Y si no ha llegado hasta sus ltimas
consecuencias es debido a las reacciones de la clase trabajadora y el
campesinado ante la economa de mercado (251). Resistencia que segn
Polanyi es la otra cara de la historia del capitalismo:
La historia social del siglo xix fue, as, resultado de un movimiento doble: la
extensin de la organizacin del mercado en lo referente a las mercancas
genuinas se vio acompaada por su restriccin en lo referente a las mercancas ficticias [...]. La sociedad se protega contra los peligros inherentes a un
sistema de mercado autorregulado (127).
158
El hombre de hierro
Negociando la medida
de la explotacin del obrero
Al tiempo que los ludditas rompan mquinas otra parte de los trabajadores formaba uniones que peleaban por moderar la explotacin asalariada
y regular las condiciones laborales. La batalla por la paga mnima y por
la duracin normal de la jornada de trabajo es parte de la historia de la
lucha de clases pero es tambin mecanismo de operacin permanente y
eslabn imprescindible en la reproduccin del capital, el cual de otro modo
no podra definir ni el precio ni la magnitud de una mercanca, la fuerza
de trabajo, que no se produce de manera mercantil. As el movimiento de
los proletarios por establecer un grado de explotacin compatible con su
reproduccin se muestra como un momento interno y a la vez externo al
sistema econmico, pues es ah donde el capital negocia socialmente su
acceso al factor trabajo, al hombre de carne y hueso sin duda subordinado pero en ltima instancia irreducible al hombre de hierro.
En el captulo viii del primer tomo de El capital, el terico que junto
con Adam Smith pero en plan crtico ms ha favorecido la imagen del
capitalismo como economa autorregulada llega a la pasmosa conclusin
160
El hombre de hierro
bajo. Y quien dice jornada de trabajo dice salario, cuya magnitud tiene
como lmite mnimo el precio de los medios de vida indispensables para
la simple sobrevivencia pero se fija a partir de la lucha gremial y con
base en criterios culturales.
Que el gran dinero sea ciego a todo lo que no sirva para lucrar y
desmedido en la bsqueda de utilidades no es defecto sino virtud dentro
de un sistema basado en la competencia entre capitales. El problema
surge cuando un capital se enfrenta no a otro capital sino al portador
de la mercanca fuerza de trabajo, pues ah el impulso ciego y desmedido resulta suicida por cuanto lo lleva a romper barreras morales
y fsicas. As, cuando menos en lo tocante al trabajo como factor de la
produccin, resulta que al autmata mercantil hay que imponerle desde
fuera candados sociales: sin resistencia el capital acaba con sus propias
premisas, sin contrapesos sociales la locomotora capitalista descarrila.
Y estos lmites surgen de confrontaciones y pactos sociales traducidos
en normas e instituciones pblicas. Porque la economa es poltica y sin
leyes reguladoras y Estado interventor el mercado se derrumba.
Negociando la medida
de la explotacin del campesino
Y si al capital hay que ponerlo en orden en lo tocante al pago y consumo de la fuerza de trabajo, tambin hay que fijarle lmites a su acceso
y aprovechamiento del otro factor no intrnsecamente mercantil de la
produccin: los recursos de la naturaleza; pues de otra manera su impulso ciego y desmedido lo llevara a romper ya no barreras fisiolgicas
y morales sino barreras naturales. De modo que si la economa es poltica
tambin es poltica la ecologa.
Sin embargo el gran dinero no siempre accede frontalmente a los recursos naturales y en el caso de la agricultura es frecuente que deje el usufructo directo de una parte de la tierra a pequeos y medianos productores
que le reportan una doble ventaja: en lo tcnico son duchos en manejar
procesos de trabajo poco intensivos y discontinuos, y en lo econmico son
buenos para apretarse el cinturn y mantenerse en el surco aun cuando
los precios apenas cubran los gastos. As, mediante los campesinos el
capital se ahorra tanto los costos de trabajar con la veleidosa naturaleza
como los de operar exclusivamente con empresas en una rama donde se
generan rentas debido a que los precios de venta tienden a fijarse no en
los precios individuales medios sino en los mximos.
Pero los campesinos del capitalismo laboran para el capital y no para
ellos mismos. Y lo hacen de la misma manera que los proletarios pero
con la diferencia de que la premisa de la explotacin del obrero est en
el mercado, cuando vende su fuerza de trabajo, y se consuma despus,
en el proceso productivo; mientras que en el caso de los campesinos es
al revs: la explotacin tiene como premisa su proceso productivo y se
consuma despus, en el mercado cuando venden la produccin. En los
dos procesos hay una mutacin de calidad: en el caso del obrero cuando
su capacidad laboral, que no se reprodujo como mercanca, es transformada en mercanca del capital; en el caso del campesino cuando la
cosecha, que no se cultiv al modo mercantil y es portadora de su trabajo
concreto, deviene mercanca tambin del capital (Bartra, 2006: 193-280).
Y ambos actos de compraventa son decisivos no slo porque en ellos se
define en parte la medida de la explotacin, sino tambin porque es ah
donde el trabajador aparece no como mercanca sino como vendedor de
una mercanca no producida como tal; donde el campesino y el obrero
se presentan como sujetos sociales distintos al capital, que aun cuando
se encuentran en radical desventaja pues venden o perecen, de todos
modos tienen que luchar por su vida porque si no pelean el precio de lo
que venden tambin mueren. En uno y otro caso el capital se muestra
ciego y desmedido y hay que ponerlo en cintura mediante la lucha, pues
las leyes y el Estado vienen despus.
En la batalla por los salarios y las condiciones del trabajo y en el combate por los precios agrcolas y las condiciones de la pequea produccin el
capital se enfrenta con obreros y campesinos, actores sociales subordinados
pero rejegos que al luchar por su vida le ponen lmites desde afuera a la
suicida codicia del gran dinero. Pero mientras que en el caso de los obreros lo que est en juego es nicamente la reproduccin del trabajador,
en el caso del campesino est en juego la reproduccin del trabajador y
tambin la de la naturaleza que es su laboratorio laboral. As cuando el
162
El hombre de hierro
Negociando la medida
de explotacin de la naturaleza
individuales que vele por los intereses del conjunto y regule el acceso a
los recursos humanos y naturales, slo que por lo general esto no sucede
mientras no se lo exigen aquellos cuya existencia est directa e inmediatamente amenazada: fuerzas sociales distintas del capital como las
uniones obreras y campesinas. Pero quin defender a la madre natura
que, pese a cierto neopantesmo al uso, no es un sujeto y quiz pueda
vengarse pero no se defiende sola? Los costos ecolgicos aparecen en
la contabilidad cuando son puestos de manifiesto por los grupos sociales
y sta es la perspectiva de los pobres del mundo, que vinculan la crtica
ecolgica de la economa con las luchas sociales (Martnez, 1992: 176).
Las condiciones de la produccin estn politizadas por definicin sostiene, en la misma tesitura, James OConnor; el acceso a la naturaleza
est mediado por luchas, ya que la naturaleza externa no tiene identidad
poltica ni subjetividad propias (2001: 201).
Desde los setenta del siglo xx se hacen visibles diversos movimientos
que luchan contra el deterioro ambiental: Los Verdes europeos, Greenpeace, los ecologistas y ambientalistas de diverso signo; una fuerza
variopinta pero poderosa que a diferencia de los obreros y los campesinos,
y en coincidencia con los pacifistas y antinucleares de los cincuenta y
los sesenta, es multiclasista y conespecfica pues presuntamente en ella
se expresan los intereses de la humanidad. Y en cierto modo as es pues
sus bateras no se enfocan tanto contra las relaciones de explotacin
capitalista como contra la naturaleza y uso de las fuerzas productivas
del gran dinero, no tanto contra la patronal como contra el hombre de
hierro en su versin fabril y metafabril.
Escribe OConnor:
Puede demostrarse que en muchos casos las luchas ambientales y la regulacin ambiental han forzado a capitales individuales a internalizar costos
que de otro modo hubieran cado sobre el ambiente. Existe una suerte de
guerra en marcha entre el capital y los movimientos ambientalistas una
guerra en la que estos movimientos podran tener el efecto (intencional o no)
de salvar al capital de s mismo a la larga, al forzarlo a encarar los efectos
negativos de [...] la transferencia de costos (293).
164
El hombre de hierro
Pobreza diferida
Cuando atendemos a la faceta predadora del sistema la inequidad capitalista se nos muestra transgeneracional pues al consumir recursos
naturales que no repone o que de plano no se pueden restituir el
gran dinero de hoy empobrece por anticipado a nuestros hijos y a los hijos
de nuestros hijos. La herencia de estrs hdrico, deforestacin, desertificacin, degradacin de los ecosistemas y cambio climtico que estamos
dejando, significa que bienes iguales tendrn costos ambientales cada
vez mayores, de modo que pese al aumento de la eficiencia tecnolgica
estrecha, en perspectiva holista el crecimiento capitalista agudiza la
escasez en vez de atenuarla. Que la presunta acumulacin de capital es
en realidad desacumulacin ambiental y por tanto social, se muestra,
as sea de modo limitado, cuando incorporamos a las cuentas nacionales
el llamado capital natural, pues si bien los precios son inadecuados e
insuficientes para ponderar la degradacin o restauracin de los ecosistemas, el recuento de los recursos naturales como parte de los activos
o de los pasivos es cuando menos un indicador.
Extendiendo a la explotacin de la naturaleza conceptos acuados por
Marx para analizar la explotacin de los trabajadores, podramos decir
166
El hombre de hierro
En la contabilidad de la ilusoria sociedad opulenta se oculta un posdatado cheque ambiental de modo que el presunto triunfo del capitalismo
sobre la pobreza no es ms que un espejismo, una falacia, porque con
frecuencia el incremento del consumo reduce la calidad de vida y en el
mejor de los casos la abundancia es metropolitana mientras que en la
periferia se enconan las hambrunas, pero tambin, y sobre todo, porque
la riqueza presente equivale a pobreza futura. Y lo peculiar de nuestra
poca es que ese futuro nos est alcanzando.
168
El hombre de hierro
La escasez
Reconocer un lmite infranqueable del mercantilismo absoluto en la
irreductibilidad ltima de los ecosistemas a la condicin de mercancas
remite a una contradiccin externa del sistema, un antagonismo que es
la modalidad especficamente capitalista de una relacin tan prolongada
como la existencia humana: la dialctica naturaleza-sociedad. Y esto nos
conduce a cuestiones que rebasan con mucho la temporalidad del gran
dinero. Entre stas el concepto de escasez.
Aunque lo justifica por su polmica con Smith y Malthus, OConnor
reprocha a Marx las pocas referencias a lo que representa para el capitalismo la rareza relativa de los recursos naturales y llama a introducir
la escasez en la teora de la crisis econmica de manera marxiana, no
maltusiana (OConnor, 2001: 203). Pero la escasez no es nicamente
un fenmeno puntual que el expansionismo capitalista hace notorio y
que coyunturalmente puede ocasionar crisis econmicas; la escasez no
es slo relativa: la rareza es absoluta y resume la condicin misma del
hombre en su relacin con la naturaleza.
Tambin Jean Paul Sartre entiende que Marx cre su sistema conceptual a partir de los tericos de la escasez y en su contra pero, como
OConnor, resiente la ausencia del concepto. Marx habla muy poco de
la rareza (Sartre, 1963: 309), escribe en el tomo i de la Crtica de la
razn dialctica. Slo que el filsofo no se conforma con introducir el
concepto en la teora de las crisis capitalistas; para l la rareza es lo que
da inteligibilidad a la historia. As el curso de las sociedades se le presenta como una lucha permanente contra la escasez, pero en tanto que
el combate est mediado por la materia y su opaca legalidad intrnseca
con frecuencia el denodado esfuerzo deviene contrafinalidad y en vez
de crear riqueza se ocasiona pobreza, tanto humana como ambiental.
Empleando como ejemplo los vertiginosos desmontes practicados por
170
El hombre de hierro
Para Sartre la historia de la relacin de los hombres entre s por mediacin de la naturaleza, y de los hombres con la naturaleza por mediacin
de las relaciones sociales, es la historia positiva del trabajo, pero tambin
el curso de la recurrente alienacin respecto del otro y de las cosas. Este
extraamiento resulta de la escasez y se expresa como contrafinalidad:
lo que debi hacernos libres nos esclaviza, lo que debi enriquecernos
nos empobrece.
Propuesta aguda la del filsofo francs no slo porque ubica el fondo
de la cuestin en la relacin hombre-naturaleza y no nicamente en la
relacin hombre-hombre, sino tambin porque pone en entredicho la idea
de una presunta armona originaria naturaleza-sociedad que habra sido
rota por el capitalismo y el industrialismo occidentales. Y es que para
Sartre la escasez, y con ella la contrafinalidad y la inercia, no son circunstanciales sino condicin de posibilidad de la prctica humana.
Creo, como Sartre, que no hay una Edad de Oro ni en el pasado ni en
el futuro. El capitalismo no es un mal sueo sino una modalidad histrica
de la alienacin de la que debemos librarnos pronto si queremos sobrevivir como especie. Pero no hay libertad sin necesidad ni abundancia sin
escasez, de modo que cualquiera que sea nuestra utopa la inercia y el
extraamiento estarn presentes: como recada posible y como amenaza
latente, pero tambin como desafo y condimento. Si no qu chiste.
DENTRO Y FUERA
Ni contigo ni sin ti
El gran dinero es globalifgico y slo el ncleo duro del binomio hombrenaturaleza se le escapa una y otra vez pues no encuentra el modo de
reproducirlo como mercanca. Pero las exterioridades del sistema no
se reducen a lo que por su propia ndole est ms all del capital; hay
que tomar en cuenta igualmente aquello que no devora por s mismo
y adems lo que rechaza, a veces por no rentable y otras para sacarle
mayor provecho de manera oblicua. En rigor, en este caso no se trata de
exterioridades sino de exteriorizaciones: unas en el modo de la exclusin
y otras en el de la subsuncin indirecta (sin duda est tambin lo que
resiste socialmente, pero por el momento me interesa la exterioridad
consustancial al sistema y no la antisistmica).
Este movimiento de inclusin-exclusin que en la historia da lugar
a expropiaciones generalizadas de campesinos y enganches laborales
forzados en los pases coloniales pero de igual modo a despidos masivos,
migraciones econmicas, hambrunas y mortandades aparece incluso
en las aproximaciones ms abstractas al rgimen del mercantilismo
absoluto.
La contraposicin entre capital y trabajo [...] escribe Marx se desarrolla
aqu [en el maquinismo] hasta convertirse en una contradiccin completa
porque el capital se presenta como medio no slo de depreciar la capacidad
viva del trabajo sino hasta de hacerla superflua, de eliminarla para ciertos
procesos y, en general, de reducirla a su lmite mnimo. El trabajo necesario
173
174
El hombre de hierro
176
El hombre de hierro
mundo inmediato propiamente capitalista como de los mbitos domsticos, campesinos, subterrneos, microcomerciales y artesanales. Una
salida sera el regreso del Estado gestor de mediados del siglo xx al que
ahora habra que aadir algo de neokeynesianismo ambiental. Pero no
basta con que esto le pudiera servir al capital para hacer manejables
por un tiempo sus contradicciones internas y externas, es necesario tambin que la presin social siga creciendo. Y la salida neokeynesiana nos
convendra a todos pues, parafraseando a Lenin, siempre es preferible
trabajar por otro mundo posible en el marco del Estado social y no en el
del capitalismo salvaje.
Por desgracia las cosas no van por ah, al contrario: como los capitanes
de los barcos que se hunden, el capital enfrenta sus ntimos naufragios
enviando por delante a los ms dbiles... Lstima que en este Titanic
no haya botes salvavidas. La crsis se expresa en exclusin econmicosocial as como en exteriorizacin creciente de actividades no rentables.
[Esta] racionalizacin escribe OConnor tambin incluye la reprivatizacin definida como un giro del trabajo pagado al trabajo no pagado en el
hogar y la comunidad, o el renacimiento de las ideologas de autoayuda que
descargan una parte mayor del peso de la reproduccin de la fuerza de trabajo
y de las condiciones urbanas y ambientales de vida sobre [...] la subsistencia
autnoma, siempre un soporte fundamental de la acumulacin de capital,
que asume mayor importancia en periodos de crisis (OConnor, 2002: 51).
Ciertas lecturas de El capital han atribuido a Marx una visin sustancialista, fisiolgica y asocial del valor-trabajo segn la cual el trabajo
abstracto se incorpora al producto dotndolo de un valor que estara
materialmente ah con independencia de cmo se realice despus el intercambio. Esta interpretacin ha sido criticada por autores como Rubin
(Ensayos sobre la teora marxista del valor, 1982), Reuten (El trabajo
difcil de una teora del valor social: metforas y dialctica al principio
178
El hombre de hierro
de El capital de Marx, 2005), Murray (La teora del valor trabajo verdaderamente social de Marx: el trabajo abstracto en la teora marxista
del valor, 2005), Robles (La dialctica de la conceptualizacin de la
abstraccin del trabajo, 2005) y otros.
Lo cierto es que en algunos textos el propio Marx maneja al valor como
si fuera una sustancia presocial contenida en los productos del trabajo.
As, en los apartados de la Historia crtica de la teora de la plusvala
donde cuestiona la concepcin de la renta de la tierra en Smith y Ricardo,
afirma que los precios de venta de los productos agrcolas son mayores
que sus precios de produccin pues el mecanismo de la renta se encarga de impedir que stos se aparten de su valor (Marx, 1965: 494). Al
respecto, y criticando a Marx desde el propio Marx, escrib en un viejo
texto de 2006 que tal cosa no puede ocurrir pues:
la transformacin de los valores en precios no es un proceso econmico
emprico que opere rama por rama a partir de valores individuales inmediatamente tangibles y paulatinamente modificados [...] El valor en una rama
o en un proceso productivo individual visto fuera del capital social es una
abstraccin y no la parte de un todo emprico que precede al capital social
(Bartra, 2006: 139).
Ms all de algunas diferencias, quienes rechazamos la visin sustancialista coincidimos en que el valor es una relacin social y corresponde
a una forma de produccin especfica: el capitalismo, un orden donde el
trabajo abstracto deviene realidad concreta. No es el trabajo en general,
ni tampoco el trabajo abstracto, sino el trabajo prcticamente abstracto
(Murray, 2005: 76-85) el que produce valor y ste slo aparece en una
relacin social histricamente determinada: el mercantilismo absoluto.
Esquivar la vulgarizacin sustancialista supone buscar la clave del
valor no en una presunta incorporacin fisiolgica que tendra lugar en
el proceso inmediato de trabajo sino en la relacin social de la que ste
es momento necesario; significa reconocer que el mercado no slo viene
antes y despus sino que es supuesto insoslayable del proceso directo
de produccin; implica tomar como punto de partida la totalidad social, as
sta se nos presente al principio de nuestra pesquisa como un abstracto e
indeterminado mar de mercancas. Y esto es importante porque si el valor
180
El hombre de hierro
hecho de que no lo tiene. Y sin embargo esto sucede todo el tiempo: una
prenda de vestir vale si la compraste en Pierre Cardin, no si te la hizo tu
ta la que cose. Aunque hay ejemplos de mayor trascendencia: la atencin
escolar de los nios y hospitalaria de los enfermos sin duda tienen valor
econmico y por ello se incluyen en las cuentas nacionales, pero cuando
por recomendacin del Banco Mundial se acortan los horarios escolares y
se reduce el nmero de camas en las instituciones de salud la transferencia al mbito domstico de la atencin a los nios y los enfermos aparece
como ahorro en la mismas cuentas macroeconmicas. La trasmutacin
metafsica opera, pues, en varios sentidos: los bienes y servicios pueden
adquirir el aura espectral del valor, pero tambin pueden no adquirirla o pueden perderla. Y en los tiempos de externalizacin y exclusin
econmica que vivimos, la segunda y la tercera posibilidades son tanto
o ms frecuentes que la primera.
Es claro que no propongo fetichizar el trabajo y los bienes no directamente mercantiles que, al contrario, habra que reivindicar como autnticamente humanos y virtuosamente sociales. Slo llamo la atencin sobre
el hecho de que en el sistema del gran dinero la fetichizacin de lo que lleva
precio (y ms an de lo que tiene marca) es simtrica de la desvalorizacin
de lo que no se paga. Pero la inversin de la inversin la desfetichizacin de
lo fetichizado no slo es una insensatez, es tambin una operacin
interesada pues al ignorar el valor econmico de ciertos trabajos y de los
bienes o servicios en los que encarnan el capital se apropia de un cuantioso excedente social sin necesidad de ensuciarse las manos, es decir,
sin establecer relaciones directas de explotacin con los trabajadores as
invisibilizados.
Labores transparentes
Los acercamientos fundacionales a la crtica del capitalismo no ayudaron demasiado a ponderar la importancia de los trabajos no asalariados
e incluso ciertas lecturas de Marx pueden llevar a pensar que para l
dichas labores no son, en general, productivas. Y es que segn el crtico
es trabajo productivo el que compra y emplea un capital para valorizarse
182
El hombre de hierro
Pero que todo el trabajo socialmente til se incorpore directa o indirectamente a la reproduccin del capital no significa que en todos los casos
tenga valor econmico pues la medida del valor es el tiempo de trabajo
medio o social, de modo que en la produccin de una misma clase de bienes los esfuerzos individuales poco rendidores generan menos valor que
los ms productivos y puede suceder que labores muy intensas carezcan
sin embargo de valor econmico pues suponen mucho ms trabajo que
el medio o socialmente necesario.
En el modelo terico del capitalismo el que la medida del valor la defina el tiempo de trabajo social o medio no demerita significativamente
los trabajos individuales pues la baja productividad es una situacin
minoritaria y en todo caso transitoria, dado que la competencia entre
capitales hace que la masa de trabajo empleado en la elaboracin de
una determinada clase de mercancas tienda a concentrarse en las
condiciones de productividad media o alta. Pero esto es la teora, y su
concrecin prctica supondra que en todos los casos las mercancas se
produjeran con mercancas producidas a su vez como tales y que todos
los productores fueran capitales libres que compitieran entre s. Esto no
ocurre cuando menos en dos grandes esferas de la economa: la agricul-
184
El hombre de hierro
186
El hombre de hierro
Como Marx un siglo y medio antes, Gorz subraya la repulsin capitalista derivada de una tecnologa que hace superfluos a ciertos trabajadores, pero los redundantes no yacen en un pasivo ejrcito industrial
de reserva sino que se afanan en toda clase de actividades por cuenta
propia, en empleos contingentes o en empresitas subcapitalistas. Gorz
tiene como referencia la situacin de los pases de mayor desarrollo y en
stos piensa cuando dice que ms de un tercio de la poblacin activa ya
no pertenece a la sociedad salarial, o no pertenece ms que a medias [y
muchos] que todava pertenecen temen [...] que acabarn siendo expulsados
(27), pero a estos excluidos de la sociedad salarial es necesario agregar
varios miles de millones ms: mujeres que desempean labores domsticas,
campesinos, jornaleros agrcolas estacionales, trabajadores urbanos
inestables o a tiempo parcial, artesanos, pequeos comerciantes, practicantes de la economa subterrnea, jubilados tempranos que con
trabajitos completan o suplen su pensin.
Contra las prospecciones decimonnicas que anunciaban un capitalismo arrasador que pronto hara de la agricultura una rama ms de
la industria, convertira al mundo en una factora global y nos proletarizara a todos, lo que ha sucedido es que las exterioridades sociales
y ambientales se incrementan en vez de disminuir. Y no porque el gran
dinero sea menos voraz de lo previsto sino porque en su compulsin
devoradora se topa con entidades venenosas que debe vomitar si quiere
De la marginalidad perifrica
a la marginalidad metropolitana
188
El hombre de hierro
Ahora bien, si en lugar de hacer una lectura metropolitana abordamos desde la periferia el texto primermundista de Gorz, las relaciones
comunitarias y de cooperacin voluntaria donde el sentido de la produccin es el de los valores de uso y donde es posible desarrollar socialidades
vivas y conservar la calidad del medio ambiente no aluden tanto a una
comuna en los alrededores de Lucca animada por la Red Liliput como a
los colectivos de pequeos productores principalmente campesinos de
pases orilleros en Asia, frica y Amrica Latina. Se trata de agrupaciones
sociales ms que exclusivamente econmicas, que desarrollan una actividad diversificada, discontinua y en gran medida desprofesionalizada
donde se combinan el autoabasto con la produccin para el intercambio;
asociaciones de trabajadores donde la forma salario, aunque existente, no
es cualitativamente dominante en las prestaciones laborales; unidades
de produccin, consumo y convivencia presididas por la lgica del bienestar en las que el valor de uso coexiste con el precio pero sigue siendo el
190
El hombre de hierro
el capital de la pequea y mediana produccin campesina y, ms recientemente, reconocimiento y valoracin de la plurifuncionalidad de lo rural
y normalizacin de los modos diversos, adecuados, blandos, ecolgicos,
limpios y orgnicos de producir.
As como la economa moral que Thompson descubre en la Edad
Media pervive hasta nuestros das en la comunidad agraria y aun en la
economa domstica urbana, proyectndose al futuro en las experiencias
autogestionarias, as la sociedad poseconmica que vislumbra Gorz para
los pases centrales es realidad a contrapelo y proyecto alternativo en los
perifricos.
Economa solidaria
Y de un tiempo a esta parte dicha socialidad alternativa se presenta tambin como una proliferante red de economa solidaria que vincula experiencias primermundistas y tercermundistas. Los Sistemas Laborales de
Empleo, surgidos en los ochenta en Canad y extendidos a otros pases; la
Red Global de Trueques, desarrollada en Argentina durante los noventa
y que para el 2000 tena 300 mil participantes; la Asociacin Nacional de
los Trabajadores de Empresas de Autogestin y Participacin Accionaria
formada en Brasil durante los noventa; el Compromiso de Caracas firmado en 2005 por 263 empresas recuperadas por los trabajadores de ocho
pases latinoamericanos; la Red Liliput que debut con el arranque del
nuevo milenio en Italia e impulsa, entre otras cosas, el consumo crtico;
los artistas que animan el Creative Commons; los hackers libertarios del
Software Libre son algunas de estas experiencias, muchas de las cuales
forman parte de movimientos sociales reivindicativos.
Para Alain Lipietz la economa solidaria debe verse como un tercer
sector que a diferencia del mercado, en el que encarna el intercambio,
y el Estado, en el que se materializa la redistribucin, restituye el comunitarismo a travs de la reciprocidad. Una reciprocidad que no excluye
al mercado, pues el tercer sector realiza operaciones comerciales, ni al
Estado pues recibe subsidios (Lipiet, 2006: 113-119). Otros autores tienen
lecturas diferentes del mismo fenmeno. Un apretado recuento del amplio
192
El hombre de hierro
194
El hombre de hierro
Sin embargo pese a sus argumentos, durante muchos aos los latinoamericanos y otros orilleros vivimos una persistente ilusin: la de
que algn da nuestros pases transitaran a la modernidad siguiendo
los pasos de las naciones avanzadas. Espejismo que todava hace dos
196
El hombre de hierro
dcadas trataron de vendernos los tecncratas neoliberales argumentando que los daos colaterales asociados a la apertura comercial y al
ajuste estructural seran resarcidos por el crecimiento de la economa
y que los desocupados resultantes del forzoso redimensionamiento de
la agricultura encontraran acomodo en la impetuosa expansin de la
industria y los servicios.
La hiptesis de que a la larga la expansin del capital es eco
nmicamente incluyente, de modo que la marginalidad es marginal,
como la hiptesis simtrica segn la cual la irresistible proclividad del
capital a subsumir lo lleva a apropiarse tendencialmente de todo el trabajo, de modo que la marginalidad no es ms que ejrcito de reserva,
son planteos igualmente insostenibles. Como vimos, el capital devora
compulsivamente pero tambin excreta lo que ya no necesita. Y hoy el
reto del gran dinero no est en cmo proletarizar a los campesinos y
otros trabajadores por cuenta propia sino en cmo deshacerse a bajo costo
de los millones y millones de personas redundantes: hombres y mujeres
que no le son tiles ni como trabajadores ni como consumidores.
Al ser cuestionado por los revolucionarios rusos que se identificaban
como populistas sobre el lugar que le asignaba a la comunidad agraria
en la construccin de su utopa poscapitalista, Carlos Marx escribi, en
una famosa carta de 1881 a Vera Zasulich, que la comuna rural [...] es el
punto de apoyo de la regeneracin social de Rusia (Marx-Engels, 1966:
140). Y as como el visionario alemn admita hace 125 aos la posibilidad
de que el comunitarismo precapitalista entroncara con el comunismo,
as hoy los altermundismos metropolitanos debern reconocer que en el
mundo rural de la periferia, y en general en las estrategias de sobrevivencia y de resistencia de los marginados, hay algo ms que nostalgia
reaccionaria: hay recuerdos del porvenir.
integral del capitalismo como premisa de la transicin a algo presuntamente mejor se concibe, adems, como un proceso nacional. Para ellos la
ausencia de revoluciones proletarias en los pases centrales y el carcter
agrario y perifrico de las revoluciones del siglo xx no incita a reflexionar sobre las virtudes subversivas, visionarias y utpicas de los bordes
de un sistema que es global, sino a tratar de explicar el fracaso de las
revoluciones realmente existentes con base en la supuesta inmadurez
de sus escenarios socioeconmicos nacionales.
El fenmeno del leninismo fue, hasta cierto punto, ms el fruto de un fracaso
que de una victoria: el fracaso de la revolucin europea escribe Sergio Tischler [...] la ola revolucionaria mundial no logr transformarse en revolucin
triunfante en el centro del sistema y, por consiguiente, en modelo a seguir
[...] Lenin [...] era conciente del carcter subdesarrollado de la experiencia
rusa frente al Occidente ms desarrollado (Tischler, 2001: 137).
198
El hombre de hierro
esta lgica las revoluciones orilleras se habran malogrado por ser algo
as como sietemesinas.
La visin de las fuerzas productivas como el motor oculto de una
historia que avanza empujada por los cambios progresivos en las tecnologas y las formas de cooperacin, las cuales al entrar en contradiccin
con las relaciones de produccin propician la mudanza del orden social,
hace de la revolucin un fenmeno crepuscular que se impone fatalmente
al final de la jornada cuando el nuevo rgimen est maduro en el seno
del antiguo. De esto deriva la idea de que la eclosin debe ocurrir en los
pases ms desarrollados pues ah lo nuevo (la gran industria, la concentracin y centralizacin de la produccin, la socializacin del trabajo)
ha madurado plenamente, de modo que el alumbramiento de un mundo
indito es posible y necesario.
Esta revolucin partera de la historia, que ocurre cuando la violencia
social libera a las fuerzas productivas mal contenidas por las anteriores
relaciones de produccin y por el viejo sistema poltico, dando a luz un
orden distinto que, sin embargo de algn modo ya exista y demandaba ser
liberado, fue criticada a mediados del siglo pasado por Max Horkheimer
quien vea en ella una prolongacin del fatalismo hegeliano.
Segn Hegel escribe quien fuera uno de los fundadores de la Escuela de
Frncfort, las etapas del espritu del mundo se suceden unas a otras con
una necesidad lgica, no es posible saltar ninguna de ellas. En esto Marx le
fue fiel. La historia aparece como un desarrollo sin solucin de continuidad.
Lo nuevo no puede empezar antes de que haya llegado su tiempo [...]. Su error
metafsico, pensar que la historia obedece a una ley inmutable, es compensado
por su error histrico: pensar que es en su poca cuando esta ley se cumple y
se agota (Horkheimer, 2006: 55-56).
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El hombre de hierro
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El hombre de hierro
Que el nuevo orden no madure dentro del viejo en espera del alumbramiento revolucionario no quita que podamos tener, aqu y ahora, la
gozosa experiencia de la utopa. Ms an, debemos tenerla pues sin esa
vivencia anticipada del futuro el mundo otro sera una pura y fra construccin intelectual, una memoria de clculo, un plano arquitectnico en
vez de un viaje compartido. La rebelin se justifica por tanto sufrimiento
y tanta injusticia pero tambin porque en el mercantilismo absoluto la
felicidad es una rareza, una condicin huidiza y casi siempre excluyente.
Para decirlo en trminos de Sartre, en el mundo de la escisin y la inversin crnicas lo prctico inerte derrota una y otra vez al grupo en
fusin. Pero aunque efmera, la fugaz experiencia trascendente basta
para mantener encendida la lumbre utpica. Y si el gozo presente es lo
que es, pero constituye tambin un recuerdo del porvenir: una suerte
de avance, de anticipo, de probadita, de trailer entonces la utopa podr
definirse de muchas maneras pero siempre como un orden donde la felicidad sea una experiencia ms frecuente y mejor repartida.
los casos suponen un nuevo pacto social y una drstica renovacin de las
instituciones pblicas. Pero la ingeniera societaria no tiene que ser de
escala nacional, puede circunscribirse a ciertas regiones, como aquellas de
Chiapas donde en poco ms de una dcada las comunidades rebeldes y
el Ejrcito Zapatista de Liberacin Nacional (ezln) han puesto en pie un
modelo autogestivo de administracin pblica insurgente llamado juntas
de buen gobierno que aborda con prestancia problemas de produccin
econmica, de educacin, de servicios, de seguridad y de justicia, entre
otros, mediante aparatos estatales abiertos y autogestionarios. Hay tambin construcciones socioeconmicas alternas que en diferentes escalas,
pero siempre a contrapelo del orden imperante, desarrollan procesos
de produccin y mercadeo sustentados en una lgica no capitalista que
remite a la tica econmica popular que estudi y bautiz Thompson en
La economa moral de la multitud. Al experimentar con socialidades ms
democrticas y justas, y:
mirar ms all de lo existente escriben De Sousa y Rodrguez aludiendo
una idea de Erik Wright (Recasting Egalitarianism), dichas formas de
pensamiento y prctica ponen en tela de juicio la separacin entre realidad
y utopa y formulan alternativas que son suficientemente utpicas como para
implicar un desafo al status quo y son suficientemente reales como para no ser
fcilmente descartables por ser inviables (De Sousa y Rodrguez, 2006: 133).
Estas grandes y pequeas obras pblicas son, por lo general, visionarias y de inspiracin generosa pero acotadas en su ritmo y extensin por
las condiciones materiales y espirituales en que se desarrollan. Se trata
del lado no fatalista pero s posibilista del otromundismo, una vertiente
del cambio social necesitada de proyecciones, estudios de factibilidad,
anlisis costo-beneficio y rutas crticas cuyo xito o fracaso se medir,
entre otras cosas, con indicadores cuantitativos de desarrollo humano
(que no necesariamente de crecimiento econmico), de distribucin del
ingreso, de acceso a los servicios, de ahorro de energa, etctera. stas
transformaciones, as como su profundidad y enjundia, dependern de la
perseverancia, rigor prospectivo y grado de participacin popular con
que se impulsen dado que ante todo son mudanzas que por su propia
naturaleza devienen morosas y paulatinas. Adems, en la vertiente
204
El hombre de hierro
del cambio histrico que nos ocupa, las cadenas causales no pueden
violentarse sin pagar el costo y no habr de lograrse ms que aquello
cuyas condiciones de posibilidad materiales y espirituales ya existen en
la sociedad en cuestin. La ingeniera social revolucionaria o reformista
puede llevar a la restauracin del viejo orden con otra mscara o puede
saltar fuera del progreso, avanzando por rutas originales como pretenda Horkheimer; en cualquier caso se mueve en el terreno fangoso de la
necesidad y la escasez, siempre acosada por la inercia de los aparatos.
Pero en tan prosaica revolucin dnde qued la poesa; dnde est la
inspiracin utpica entendida como vivencia liberadora y no como los
presuntos planos constructivos de la nueva sociedad?
La genealoga de la revolucin tiene una insoslayable vertiente
mtico-religiosa. La necesidad simblica y material de refundar peridicamente el mundo es ms antigua que el capitalismo y tambin ms
profunda. Quiz porque los hombres nacemos y morimos casi todas las
grandes civilizaciones han albergado la creencia de que ningn orden
terrenal es eterno; que todos llegan a su fin, el cual es a la vez un nuevo
principio. La espera de un Meshiah libertario en el sionismo mesinico,
de la Parusa o segundo advenimiento del Christos en el cristianismo
milenariasta y del toque de trompeta de Israfil en el islamismo, pero
tambin la inminencia del triunfo definitivo de Oromuz sobre Arriman
en el Zend-Avesta persa, el crepsculo y renacimiento de los dioses en
las mitologas escandinavas y germnicas, la creacin y destruccin peridicas de los soles y de los hombres en el pensamiento mesoamericano
remiten a la transcultural conviccin de que la muerte engendra vida,
una marca de fbrica que se origina en la condicin perecedera de los
individuos humanos, al fin seres biolgicos. No hay que esperar a Marx
con su idea de que la revolucin comunista sealar el principio de la
verdadera historia para encontrar movimientos que anuncian el fin
del mercantilismo radical sea por consideraciones mtico-religiosas,
morales o cientficas. Y pese a que en el Manifiesto escrito en 1848 Marx
y Engels presentan al moderno comunismo como superacin cientfica
del igualitarismo rudimentario y soador de movimientos ingenuos
y pensadores como Babeuf, Saint-Simon, Fourier y Owen, el hecho es
que el socialismo utpico de fines del siglo xviii y principios del xix, o
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El hombre de hierro
El aura
La hiptesis del parentesco entre vivencia artstica y experiencia utpica
da para ms y la estirar apoyado en sugerencias contenidas en el ensayo
La obra de arte en la poca de su reproductibilidad tcnica, donde Walter
Benjamin le atribuye a las piezas artsticas tradicionales la posesin de
un aura que remite a lo ritual y a lo mgico: una trascendencia que
describe como aparecimiento nico de una lejana [...] cercana (Benjamin,
2003: 47). Halo que, segn l, se desvanece en artes tecnolgicamente
sustentadas como la fotografa y el cine las cuales al propiciar la reproduccin se deshacen de la autenticidad e irrepetibilidad del que llama
valor de culto para sumergirse en el valor de exhibicin, que si bien es
secular y profano es tambin masivo e incluyente. Aunque centradas en
la mudanza que significa el arte basado en aparatos, las reflexiones de
Benjamin remiten igualmente a otra revolucin tecnolgica entonces en
curso: la emprendida por la Unin Sovitica desde la tercera dcada del
siglo pasado; un proyecto sustentado en la interaccin concertada entre
la naturaleza y la sociedad (56), que es posible gracias a la planeacin
social y tcnica que le parece se estn desarrollando en el pas de los
sviets. La potencia libertaria de la que llama segunda tcnica radica en
que es capaz de solventar los grandes problemas sociales, aunque posponiendo la resolucin de cuestiones vitales para el individuo como las que
tienen que ver con el cuerpo, y que eran materia de la primera tcnica,
aqulla que a travs del ritual buscaba salidas ilusorias, inmediatas y en
ltima instancia de carcter mgico.
Cuanto ms se ample el desarrollo de la humanidad, ms abiertamente
retrocedern las utopas referidas a la primera naturaleza (en especial al
cuerpo humano) frente a las que ataen a la sociedad y a la tcnica; aunque se
trate, como es obvio, de un retraso provisional. Los problemas de la segunda
naturaleza, los sociales y los tcnicos, estarn ya muy cerca de su solucin
cuando los primeros el amor y la muerte comiencen apenas a esbozarse
[...] Sade y Fourier se proponan una realizacin inmediata de la vida dichosa.
Un lado de la utopa que en Rusia, en cambio, pasa ahora a segundo plano.
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El hombre de hierro
Imaginacin... y posibilismo
La imaginacin utpica se encama con el buen realismo poltico y precisamente porque trasciende a lo instrumental y a la chata razn eficiente,
provee de cohesin identitaria a los movimientos dando contenido simblico a la contrahegemona. Los actores sociales son capaces de ir ms
all de la lgica lineal de estmulo-respuesta (Melucci, 1999: 57). La
accin colectiva acta tambin como multiplicador simblico [...] puesto
que no est guiada por criterios de eficacia (104), escribe Melucci.
Y la historia nos proporciona ejemplos notables de este ir ms all
manteniendo los pies sobre la tierra como la inspiradora creatividad
obrera en la Comuna de Pars de 1871, la luminosa Comuna Campesina
de Morelos en 1915 o el poder de la imaginacin juvenil en 1968.
El mismo sentido anticipatorio tienen en el arranque del siglo xx
los sviets rusos y los consejos alemanes e italianos impulsados por los
comunistas como contrapunto social de los partidos revolucionarios.
Cmo soldar el hoy con el maana satisfaciendo la urgente necesidad
del proyecto y trabajando provechosamente por crear y anticipar el porvenir?, escribe Gramsci en un artculo publicado en Nuevo Orden el 21
de junio de 1919. Su respuesta son los consejos obreros y campesinos que
prefiguraron la democracia de los trabajadores y debern convertirse en
el esqueleto del Estado socialista.
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El hombre de hierro
En nuestros das el ezln ha hecho brillante uso de la imaginacin poltica convirtindose, quiz por ello, en uno de los iconos inspiradores de
la nueva izquierda altermundista. El primer encuentro de la Convencin
Nacional Democrtica, realizado a fines de 1994 en la comunidad de Guadalupe Tepeyac en plena Selva Lacandona fue una espectacular puesta en
escena donde hubo pueblo en armas (unas de madera y otras de verdad) y
discurso nocturno del subcomandante (Marcos en plan de Votan-Zapata,
iluminado por reflectores y encuadrado por dos enormes banderas nacionales al modo del saln de plenos del Congreso de la Unin), para culminar
en un providencial diluvio tropical que tronch la arboladura y desgarr
las velas pero tambin aplac los enconos polticos evitando el naufragio
prematuro de la nave de Fitzcarraldo. La convocatoria era una carta del
ezln para comprometer al candidato presidencial Cuauhtmoc Crdenas
a que, de triunfar en las elecciones, estableciera un gobierno de transicin
que llamara a un nuevo Constituyente y emitiera una nueva Constitucin,
pero ante todo la Convencin fue una conmovedora experiencia colectiva,
un trance inicitico por el que los seis mil participantes abordamos por
unas horas el barco de la utopa realizable (efmera Arcadia virtual que,
por cierto, estuvo muy lejos de ser un remanso de paz). Aos ms tarde,
en 2001, el ezln convoc a la Marcha del Color de la Tierra, una caravana
encabezada por Marcos y 25 dirigentes zapatistas que durante casi dos
semanas recorri en espiral doce estados de la Repblica culminando en
la plaza mayor de la capital con un gran mitin donde en nombre de todos
los colores de la diversidad tnica se demand el reconocimiento constitucional de los derechos autonmicos de los pueblos indios. El despliegue no
fue suficiente para que el Congreso aprobara la reforma en los trminos
acordados, pero para cientos de miles de indgenas y no indgenas sumarse
al inslito convoy o presenciar su paso fue una experiencia trascendente
que los ratificaba en su conviccin libertaria.
Aos despus, en los comicios del 2 de julio de 2006 y antes, durante
el periodo preelectoral, el derechista gobierno mexicano se confabul
con los poderes fcticos para impedir a como diera lugar que llegara a la
Presidencia de la Repblica el candidato de la izquierda Andrs Manuel
Lpez Obrador quien en respuesta al fraude convoc a los inconformes.
La respuesta fue un vivac rebelde de nueve kilmetros a partir de la
212
El hombre de hierro
a los presos, pero las autoridades no quisieron darse por enteradas [...] A las
siete de la tarde el contingente [...] desemboc en la plaza [...], las consignas
aumentaban de tono y la banda de Tarejero tocaba sin parar. Pronto las
sonrisas displicentes de los agentes del orden se cambiaron por un nervioso
masticar de chicles. Y cuando, por fin, la vanguardia se detuvo [...] la tensin
se hizo insoportable. Frente a la fila de hombres fuertemente armados se
agitaba una masa vociferante de apariencia amenazadora, cualquier cosa
poda pasar. Y sucedi lo inesperado: sin previo acuerdo ni consigna alguna,
la vanguardia comenz a bailar. Ante el pasmo de los rumiantes policas la tensin estall en danza multitudinaria. Y cuanto ms estrepitosa sonaba la banda
ms alto saltaban los danzantes y con mayor entusiasmo revoloteaban los
sarapes [...] (Bartra, 1987: 15).
rezagados de la periferia tendemos a cuestionar un determinismo unilineal que nos condena al anacronismo y la excentricidad: a ser zagueros
siempre a la espera de que la civilizacin o la revolucin llegue por
fin a los arrabales.
En un ensayo reciente, Boaventura de Sousa Santos ubica en el artculo de Jos Mart titulado Nuestra Amrica el origen de un pensamiento
que busca en el mestizaje y la excentricidad el sustento de un proyecto
alternativo, un paradigma poltico cuya matriz histrica estara en la
subjetividad y la socialidad barrocas que definieron el siglo xvii americano
marcado por la apertura, inestabilidad, fragmentacin y sincretismo resultantes del debilitamiento del control metropolitano. En abono de esta
visin, el portugus se adhiere al concepto de ethos barroco formulado
por Bolvar Echeverra quien encuentra en el mestizaje civilizatorio y
cultural de hace tres centurias la posibilidad de pensar una modernidad poscapitalista como una utopa realizable (Echeverra, 1994: 17).
Esta relectura del siglo xvii americano proviene del coloquio, Modernidad europea, mestizaje cultural y ethos barroco, que se celebr en la unam
en mayo de 1993. Ah Bolvar Echeverra sostuvo que en el impasse entre
vencedores y vencidos que vivi Amrica Latina al final de la colonia y
sobre la base de un mestizaje en el que a los naturales y espaoles los
una la voluntad civilizatoria y el miedo ante el peligro de la barbarie, se
gest un proyecto de creacin de otra Europa fuera de Europa (34), una
utopa que, como el barroco artstico en el que se expresa, aplica las formas
del pasado a una nueva materia y al hacerlo las trasciende. En el mismo
encuentro, Boaventura de Sousa Santos desarroll ms la idea al proponer
como explicacin del fenmeno el que Latinoamrica fue colonizada por
centros dbiles y de este modo se forj una cultura de frontera. Y subray
la vigencia poltica de esta revisin histrica: El ethos barroco viene del
Sur, y en la transicin paradigmtica el Norte tiene que aprender del Sur
[...] para encontrar una nueva forma de pensar (329-330).
La visin del siglo xvii esbozada en dicho coloquio tiene puntos de semejanza con la que encontramos en un texto de Edmundo OGorman (1958)
donde caracteriza el impulso novohispano a conceder un nuevo sentido a
las circunstancias americanas para apropiarse de ellas como una invencin de Amrica impulsada por los criollos en el siglo xvii y manifiesta en
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El hombre de hierro
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El hombre de hierro
LA CONSPIRACIN
DE LOS DIFERENTES
Tiempo de identidades
Si la exteriorizacin y la exclusin crecientes invalidan el viejo pronstico de que el capitalismo sera cada vez ms abarcador y homogneo,
abonando en cambio la percepcin de un sistema contrahecho que reproduce y profundiza no nada ms la desigualdad econmica sino tambin
las diferencias de adscripcin estructural, el regreso de las identidades
colectivas a contrapelo de las previsiones ms difundidas pero tambin de las muy ciertas tendencias a la estandarizacin humana que se
vivieron a mediados del siglo pasado no slo refuerza la idea de que el
capitalismo real es mucho ms plural y diverso de lo que l mismo quisiera,
sino que pone igualmente de manifiesto que los valores, cosmovisiones y
prcticas histricamente acumuladas por ciertos grupos humanos son un
aglutinante social tan poderoso como las relaciones de produccin, de
modo que aun en el absolutismo mercantil economa no mata cultura.
A la postre los estados nacionales no fueron suplantados por la globalizacin del capital y la internacionalizacin de sus clases cannicas.
Pero no slo eso: al calor del movimiento anticolonialista, desde mediados
del siglo xx se multiplicaron las naciones formalmente independientes
y al final de la centuria se hicieron cada vez ms visibles y beligerantes
las minoras que dentro de las fronteras de los Estados reclamaban
reconocimiento y en ocasiones autonoma poltica. Y al mismo tiempo
que se reanimaban y embarnecan las identidades duras y ms o menos
fatales que con frecuencia funcionan como estigma legitimador del
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El hombre de hierro
del gran dinero. En su permanente resistencia a un mercantilismo absoluto que los recrea a la vez que amenaza destruirlos, los campesinos
pueden como las etnias colonizadas acariciar sueos de autarqua o
la ilusin de restaurar presuntos pasados idlicos. Pero al igual que los
pueblos sometidos por conquista los campesinos slo tienen futuro como
parte de un nuevo orden comprensivo e incluyente, de una globalizacin
respetuosa del trabajo y de la naturaleza que en ellos encarnan.
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El hombre de hierro
La coartada racista
Amrica Latina es laboratorio de lucha indgena y campesina entre
otras cosas porque el capitalismo lleg al continente desde fuera y como
conquista, adoptando de inicio la forma colonial: un paradigma perverso
que a la vez que responde a la lgica expansiva del gran dinero produce
y reproduce relaciones serviles y esclavistas. Pero los procedimientos
racistas de dominacin y los mecanismos coercitivos de explotacin no
resultaron slo de la va colonial sino tambin de las exigencias socioeconmicas del modelo tecnolgico que se impuso en muchas regiones.
Las plantaciones y monteras empresariales eran economas de enclave
con demanda laboral a veces discontinua ubicadas en mbitos de rala
demografa y comunidades autctonas relativamente autosuficientes, y
fue por ello que desarrollaron formas de trabajo forzado. Esta sujecin
extraeconmica puede ser de corte esclavista cuando el proceso laboral
es continuo y no hay produccin local de alimentos como en las haciendas
henequeneras de Yucatn, o de enganchamiento forzoso cuando los requerimientos de mano de obra son estacionales y pueden abastecerse en
comunidades cercanas como en las fincas cafetaleras de Centroamrica y
el sureste mexicano. Por lo general las formas coactivas de explotacin se
asocian con relaciones sociales racistas y formas de dominacin despticas y patriarcales (Bartra, 1996: 319-365). Y la asociacin no es casual.
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El hombre de hierro
Este planteamiento calificado de etnicista y criticado por su etnocentrismo invertido (Daz-Polanco, 2004) se sustenta en la idea de que
el mundo indgena americano est fuera del sistema pues por ms de
medio milenio ha resistido la asimilacin, y formula en clave solamente
histrica lo que tiene hoy una fuente estructural pues los pueblos originarios fueron incorporados al capital en el modo perverso del colonialismo y
viven perpetuamente al filo de la exclusin pero producen y reproducen
dentro del sistema tanto sus diferencias como sus utopas antisistmicas.
Un derivado de la tesis de la exterioridad civilizatoria sustentada en
la indoblegable resistencia histrica de los originarios es que apuesta por
la pertenencia como algo dado, mientras que la visin de la identidad
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El hombre de hierro
Por su parte, James OConnor (2001: 33) sostiene, con irona, que diferencia devino un mantra posmarxista. Creo que les asiste la razn:
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El hombre de hierro
Diversidad y pseudodiversidad
La diversidad es la cara amable de la escasez pues slo lo distinto puede
ser escaso y a mayor diferenciacin mayor rareza. Como los coleccionistas, las sociedades (o sus clases privilegiadas) se enriquecen conforme
pueden darse el lujo de desarrollar apetencias difciles de saciar pues
los satisfactores son infrecuentes. En esta perspectiva el intercambio es
la expresin combinada de abundancia de necesidades diversificadas y
escasez relativa de satisfactores adecuados; un flujo potencialmente virtuoso que deviene vicioso cuando el toma y daca es forzado y se pervierte
del todo cuando deriva en compra-venta puramente lucrativa pasando de
satisfacer apetencias a saciar bolsillos.
Con el capitalismo, la diferencia de ubicaciones y entornos socioambientales que es matriz de la diversidad geocultural de los bienes se torna
ventaja comparativa y luego competitiva. De esta manera la rareza
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El hombre de hierro
espacio uniforme, a travs del cual las subjetividades se deslizan sin ofrecer
resistencia ni presentar conflictos sustanciales (Hardt-Negri: 187-188).
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El hombre de hierro
Ludditas y constitucionalistas
En el ltimo cuarto del siglo xx el derrumbe fsico y espiritual del socialismo tpico y la creciente irracionalidad del capitalismo dramatizada en
la nueva y salvaje globalizacin abonaron el nacimiento de una indita
radicalidad intelectual, un pensamiento contestatario intransigente e
iconoclasta, una crtica de la crtica crtica que no deja ttere con cabeza.
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El hombre de hierro
Una de las vertientes de la nueva razn contrahegemnica es el ambientalismo contestatario que, al emprender el cuestionamiento tanto
de los patrones de la generacin de ciencia y tecnologa como de la ndole
y tendencias profundas de las fuerzas productivas, ha puesto a revisin
el modelo de produccin y consumo de la sociedad industrial e incluso
paradigmas tecnolgicos ms viejos que fueron exacerbados por el mercantilismo absoluto. La otra cara del pensamiento crtico ambiental es
un variopinto movimiento que resiste airada y puntualmente a las expresiones ms visibles de la agresin tecnolgica: presas, minas, carreteras,
puertos, aeropuertos, urbanizaciones, desmontes, petroqumicas, nucleoelctricas, industrias contaminantes, comida chatarra, agroqumicos,
medicina alpata y sus frmacos, organismos genticamente modificados,
nanotecnologa, as como a la caza, pesca y recoleccin irresponsables.
La sociedad urbana e industrial como la conocimos en los ltimos 300
aos est bajo fuego graneado y sometida a un golpeteo social an de
bajo impacto pero generalizado y persistente, una suerte de neoluddismo
terico-prctico que redescubre al omnipresente hombre de hierro como
la encarnacin ms amenazante de la irracionalidad capitalista.
La llamada de atencin es trascendente pues enriquece y multiplica la
crtica al absolutismo mercantil al tiempo que plantea un reto indito: si
en verdad queremos reencauzar la historia y salvar la vida deberemos
transformar radicalmente tanto las relaciones econmicas y sociales de
produccin y consumo como los patrones cientficos y tecnolgicos de la
civilizacin occidental. Y una mudanza capaz de subvertir estructuras
arcaicas y de alterar tendencias de larga duracin deber ser morosa pero
profunda, persistente, prolongada: una revolucin lenta y perseverante
que poco tiene que ver con las que se agotaban en la toma del Palacio
de Invierno.
Otra vertiente del nuevo pensamiento crtico cuestiona al Estado, los
partidos y los sistemas polticos no por su signo ideolgico sino por su
naturaleza alienante, por su condicin de discursos, prcticas y aparatos
que, aun si son formalmente democrticos, se independizan de los hombres del comn y se confrontan con el ciudadano. Porque una inversin
semejante a la que someti el uso al cambio hacindonos esclavos del
mercado autonomiz del ciudadano a la mquina poltica volvindonos
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El hombre de hierro
Por muy carcelario que el socialismo real haya sido, no todos los
saldos de la desintegracin del bloque encabezado por la Unin Sovitica
resultaron positivos pues con su cada se quedaron sin retaguardia los
pueblos que por intentar librarse del modelo mercadcrata son acosados
por el imperio y defenestrados por los organismos econmicos internacionales. Y esto es grave para la lucha contrahegemnica pues en tiempos
de fundamentalismo librecambista hasta la ms modesta heterodoxia en
poltica econmica despierta censuras y requiere, para subsistir, de algn
cobijo internacional. Respaldo como el que en el arranque del milenio le
dieron Cuba, Venezuela y los miembros del Mercosur, sobre todo Brasil
y Argentina, a la presidencia reformista boliviana encabezada por Evo
Morales; un gobierno que fue posible porque desde mediados de los noventa
el movimiento social decidi resolver la contradiccin partido-sindicatos
(y en ltima instancia vanguardia-masa) creando un Instituto Poltico
para la Soberana de los Pueblos que en 1995 da lugar al mas sustentado
principalmente en la organizacin gremial de los colonizadores y productores de coca de el Chapar y los Yungas, pero que desde 1995 participa
en los comicios y ocupa puestos de eleccin, representando tambin, de
esta manera, a amplios sectores ciudadanos (Orozco, 2005: 16-21). Fue
as que en 1997 Evo Morales result electo diputado por el mas y en 2006
accedi a la Presidencia de la Repblica; un poder popular acosado por la
derecha interna y la externa que para consolidarse requiri el soporte del
movimiento de base que le dio origen, pero tambin el apoyo fraternal de
algunos gobiernos del Caribe y el cono Sur. Es por estas vas de mltiples
afluentes que crece, se retroalimenta y se internacionaliza el caudal social
y electoral de la izquierda latinoamericana y caribea; porque la resistencia
se extiende por medio de paros, manifestaciones, encuentros, foros sociales y otros eventos pero tambin gracias a la existencia de instituciones
gubernamentales progresistas: un conjunto de Estados de talante poltico
diverso pero remisos a los mandatos del Fondo Monetario Internacional
(fmi), que alienta y cobija a los gobiernos y pueblos que optan por el reformismo justiciero. Quiz los movimientos son espuela y las instituciones
freno, pero cuando uno de los dos falta la historia no se deja cabalgar.
En esta encrucijada puede ser til regresar al principio, a los orgenes
ingleses de la resistencia a la sociedad industrial, a los aos en que al-
*
La mquina es el hombre de hierro, el monstruo fro, el autmata
animado..., es la conformacin fsica del mundo a imagen y semejanza
del capital. Y uno de sus cometidos mayores es disolver las solidaridades
haciendo de nosotros mercancas devoradoras de mercancas. Por eso
en sus peores pesadillas el gran dinero suea artefactos con empata,
mquinas fraternas que traicionan a su clase afilindose a la condicin
humana. Y cuando los androides en efecto se emancipan, como sucede en
la novela Suean los androides con ovejas elctricas?, de Philip K. Dick,
el capital se torna luddita y los manda matar. Porque para las compa-
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El hombre de hierro
TIEMPOS TURBULENTOS
Dimensiones de la debacle
(la Gran Crisis para principiantes)
Aunque multiforme, la Gran Crisis es una y su abordaje holista demandara una extensa y abigarrada fenomenologa que aqu no puedo
emprender. Valga a cambio una breve y enumerativa resea que bien
podramos llamar la Gran Crisis para principiantes.
Medioambiental. La mxima expresin del grave desorden que nos
tiene en vilo como especie es el acaloramiento planetario, un cambio
antropognico en realidad mercadognico que avanza ms rpido
de lo que previ a principios de 2007 el Panel Intergubernamental para
el Cambio Climtico (picc) de la Organizacin de las Naciones Unidas
(onu) incrementando en su curso el nmero y la furia de los huracanes,
provocando lluvias torrenciales y sequas prolongadas, ocasionando
deshielos que elevan el nivel del mar, alterando dramticamente los
ecosistemas con la consecuente prdida de vida silvestre. El saldo hu247
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enfermedades cardiovasculares que aquejan ms a las sociedades opulentas y a los sectores en alguna medida privilegiados.
Sin embargo, esto ltimo est cambiando pues los malos hbitos y la
alimentacin basada en comida chatarra hacen que cada vez ms nios
y jvenes padezcan enfermedades de la madurez y que en la poblacin de
bajos recursos se combine malnutricin con obesidad y con las enfermedades asociadas al sobrepeso. As los pases pobres son an diezmados
por enfermedades infecciosas a la vez que los aquejan cada vez ms los
costosos padecimientos crnico-degenerativos.
Hay, pues, un alto riesgo de que se repitan crisis sanitarias globales
como la gripe asitica de 1957 que mat a 4 millones de personas, o la
gripe de Hong Kong que entre 1968 y 1970 dej cerca de 2 millones de
vctimas, pero ahora agravado por el efecto empobrecedor de la crisis
econmica, que favorece las enfermedades; por un cambio climtico propiciador de pandemias, y por una agricultura y una ganadera industriales
que producen alimentos contaminados y de mala calidad. Adems de que
la porcicultura y la avicultura intensivas, creadoras de lo que algunos
veterinarios han llamado monstruos metablicos, parecen estar asociadas a la aparicin de virus mutantes. Segn un estudio del Centro de
Investigaciones Pew, el continuo reciclaje de virus en grandes manadas
o rebaos incrementar las oportunidades de generacin de virus nuevos,
por mutacin o recombinacin, que podran propiciar una transmisin
ms eficaz de humano a humano.
Eptome de nuestro fracaso civilizatorio en el mbito de la salud es
la epidemia de vih/sida en frica. Hace unos aos la onu calculaba que
haba en el continente 30 millones de personas con el virus, la mayora
de las cuales contraera la enfermedad y morira pronto y dolorosamente. Estimaba tambin que en la porcin subsahariana estaba infectado
10% de la poblacin y que en pases como Botsuana cuatro de cada diez
adultos eran portadores. En Zimbabue hay 33% de infectados y a causa
del sida la esperanza de vida, que era de 60 aos, ahora est por debajo
de los 40 (Mankell, 2008: 111-112). Esto a pesar de que la infeccin se
puede prevenir y con los medicamentos adecuados la enfermedad es
controlable. Se nos debiera caer la cara de vergenza.
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Pero Marx vislumbr tambin algunas posibles salidas a los peridicos atolladeros en que se mete el capital: La contradiccin interna
tiende a compensarse mediante la expansin del campo externo de
la produccin (Marx, 1965: 243). Opcin que pareca evidente en
tiempos de expansin colonial y que, una centuria despus, en plena
etapa imperialista, segua resultando una explicacin sugerente y
fue desarrollada por la polaca Rosa Luxemburgo al presentar la ampliacin permanente del sistema sobre su periferia como una suerte
de huida hacia delante para escapar de las crisis de subconsumo
apelando a mercados externos de carcter precapitalista.
El capital no puede desarrollarse sin los medios de produccin y fuerzas de
trabajo del planeta entero escribe la autora de La acumulacin de capital. Para desplegar sin obstculos el movimiento de acumulacin necesita
los tesoros naturales y las fuerzas de trabajo de toda la Tierra. Pero como
stas se encuentran de hecho, en su gran mayora, encadenadas a formas de
produccin precapitalistas [...] surge aqu el impulso irresistible del capital
a apoderarse de aquellos territorios y sociedades (Luxemburgo, 1967: 280).
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duradero que nos aqueja desde fines del pasado siglo. Y para esto hay
que establecer algunas diferencias entre crisis mltiple y recesin.
La recesin es una tpica crisis de sobreproduccin de las que peridicamente aquejan al capitalismo, es decir, es una crisis de abundancia
con respecto a la demanda efectiva. En cambio la Gran Crisis es un
estrangulamiento por escasez del tipo de las hambrunas que aquejaban
a la humanidad desde antes del despegue del capitalismo industrial,
aunque aqullas eran regionales y la de ahora es planetaria.
Cambio climtico y deterioro ambiental significan escasez global
de recursos naturales; crisis energtica remite a la progresiva escasez de
los combustibles fsiles; crisis alimentaria es sinnimo de escasez y
caresta de granos bsicos; lo que est detrs de la disyuntiva comestibles-biocombustibles generada por el auge de los agroenergticos
es la escasez relativa de tierras y aguas por las que compiten; tras
de la exclusin econmico-social hay escasez de puestos de trabajo
ocasionada por un capitalismo que al condicionar la inversin a la
ganancia margina segmentos crecientes del trabajo social. stos y
otros aspectos, como la progresiva escasez de espacio y de tiempo que
padecemos en los hacinamientos urbanos, configuran una gran crisis
de escasez de las que la humanidad crey que se iba a librar gracias
al capitalismo industrial y que hoy regresan agravadas y globalizadas
porque el sistema que deba conducirnos a la abundancia result no slo
injusto sino tambin social y ambientalmente insostenible y ocasion
un catastrfico deterioro de los recursos indispensables para la vida.
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No pudimos preverlos y entre otras cosas, por eso estamos entrampados en una crisis de escasez del tipo de las que en el pasado
diezmaban a los pueblos agrarios y que la modernidad tanto como
sus historiadores, creyeron que habamos dejado atrs.
Todo el drama social del hambre que domina las postrimeras del siglo puede
tener su verdadera causa en la perturbacin, aunque ligera, de las condiciones
atmosfricas [...], acerca de este drama [...] no escasean [...] las explicaciones
demogrficas o econmicas, pero nada nos asegura que el clima no haya tenido
su parte (Braudel citado en Wallerstein, 1979: 309).
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para acceder al agua dulce, y la elevacin del nivel de los mares para
el prximo siglo, que en 2007 el picc pronostic en 59 centmetros, hoy
se calcula que ser de un metro y afectar directamente a 600 millones
de personas. Y el nivel, como las predicciones, sigue aumentando.
En los aos recientes, los ltimos del pasado siglo y los primeros
del presente, millones de personas se sumaron al contingente de los
desnutridos y hoy uno de cada seis seres humanos est hambriento. Pero, como hemos visto, en el contexto de la crisis de escasez
que amenaza repetir el libreto de las crisis agrcolas de los viejos
tiempos, enfrentamos una calamidad econmica del tipo de las que
padece peridicamente el sistema capitalista: una crisis de las que
llaman de sobreproduccin o, ms adecuadamente, de subconsumo.
Estrangulamiento por abundancia irracional en extremo pues la
destruccin de productos excedentes, el desmantelamiento de capacidad productiva redundante y el despido de trabajadores sobrantes
coincide con un incremento de las necesidades bsicas de la poblacin
que se encuentran insatisfechas. As, mientras que por la crisis de
las hipotecas inmobiliarias en Estados Unidos miles de casas desocupadas mostraban el letrero For Sale, cientos de nuevos pobres
saldo de la recesin habitaban en tiendas de campaa sumndose a
los ya tradicionales homeless. Y los ejemplos podran multiplicarse.
El contraste entre la presunta capacidad excesiva del sistema y
las carencias de la gente ser an mayor en el futuro en la medida en
que se intensifiquen los efectos del cambio climtico. Agravamiento
inevitable pues el medioambiental es un desbarajuste de incubacin
prolongada cuyo despliegue ser duradero por ms que hagamos
para atenuarlo.
La falla geolgica profunda que desquicia al sistema no hay que
buscarla en los estrangulamientos internos que le dificultan al capital seguir acumulando, sino en el radical desencuentro entre el gran
dinero que todo lo transforma en mercanca y el valor de uso de
las cosas, entre el precio que el mercado le asigna a los bienes para
que se pueda lucrar con ellos y aqullo para lo que stos sirven, en el
antagonismo que existe entre la dinmica que la codicia del capital le
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La locomotora de la historia
La decadencia del sistema corroe y vaca de significado los conceptos y
valores que lo haban sustentado. Modernidad, Progreso, Desarrollo,
palabras entraables que en los siglos xix y xx convocaban apasionadas militancias, hoy se ahuecan si no es que se emplean con irona.
La convergencia de calamidades materiales de carcter productivo, ambiental, energtico, migratorio, alimentario, poltico, blico y
sanitario, que en el arranque del tercer milenio agravan las de por
s abismales desigualdades socioeconmicas consustanciales al sistema, deviene potencial crisis civilizatoria porque encuentra el terreno
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hicieron con comida y energa baratos. Y aspiracin en el fondo dudosa pues, adems de ambientalmente insostenibles, cuando menos
en algunos aspectos las endiosadas metrpolis resultaron sociedades
tan inhspitas como las otras. Pero, pese a todo, en las orillas del
mundo muchos siguen esperando acceder a las mieles de la Modernidad (y si de plano no hay tales, cuando menos a la oportunidad de
ser posmodernos con conocimiento de causa).
Tan es as que en el derrumbe del neoliberalismo y el descrdito
de sus recetas reaparecen con fuerza en la periferia el neonacionalismo desarrollista y la renovada apelacin al Estado gestor. Nada
sorprendente cuando a los pases centrales sacudidos por la megacrisis no se les ocurre remedio mejor que un neokeynesianismo ms
o menos ambientalista.
Es entendible que los zagueros de la periferia, los desposedos de
siempre y los damnificados de la Gran Crisis sigan apelando a las
frmulas que demostraron su bondad en las aoradas dcadas de la
posguerra, cuando en las metrpolis el Estado benefactor gestionaba
la opulencia, en el llamado bloque socialista haba crecimiento con
equidad y los populismos del Tercer Mundo procuraban a sus clientelas salud, educacin, empleo industrial y reforma agraria. Y es que
en el arranque de las grandes transformaciones los pueblos y sus
personeros acostumbran mirar hacia atrs en busca de inspiracin.
Podemos confiar, sin embargo, en que el neodesarrollismo ser una
fase transitoria y breve. Por un rato seguiremos poniendo vino nuevo en
odres viejos, pero en la medida en que la Gran Crisis vaya removiendo lo
que restaba de las rancias creencias es de esperarse que surja un modo
renovado de estar en el mundo, un nuevo orden material y espiritual
donde algo quedar del antiguo ideal de Modernidad y al que sin duda
tambin aportarn las an ms aejas sociedades tradicionales que
no abandonaron del todo su herencia en aras del Progreso.
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Se refera, se deca
que as hubo ya antes cuatro vidas,
y que sta era la quinta edad.
Anales de Cuauhtitln
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Emblemticas de los aos que corren son las plazas, espacios pblicos
donde ltimamente nos dio por congregarnos para sentirnos juntos y
por un rato dueos de nuestro destino. Sndrome de Avndaro, las casi
siempre juveniles acampadas son trances utpicos, epifanas, xtasis,
nosotros efmeros que por lo general otros aprovechan y dejan paso a
cursos polticos obscenos pero que mientras duran dotan de intensidad
y sentido a nuestras antes apticas y extraviadas existencias. Si bien
en una perspectiva instrumental y pragmtica son muy poco eficaces y
nada eficientes, no pienso que las ocupaciones sean placebos: sucedneos ingenuos y torpes de la verdadera accin colectiva. Al contrario,
creo que en ellas germina un nuevo modo de ser en el tiempo que sin
renunciar al proyecto, la tctica, la estrategia y la ingeniera social
revalora el aqu y el ahora y no somete los medios a los fines. En todo
caso los carnavales contestatarios y las plazas insurrectas me parecen
sintomticos. Sintomticos y disfrutables.
Incertidumbre. As como la crisis leda en el objeto, es decir la crisis estructural, tiene tantas dimensiones como disciplinas cientficas hemos
inventado, la crisis desde el sujeto, la experiencia de la crisis o dicho
ms propiamente la experiencia crtica de la crisis se presenta como
una gama de padecimientos diversos ms o menos universales pero
desigualmente repartidos: pobreza, desempleo, hambre, enfermedad,
desamparo, afectaciones por siniestros ambientales, xodo, violencia,
represin, guerra, protesta, rebelda... Dolencias y pasiones diversas pero
en todos los casos atravesadas por la incertidumbre, un sentimiento con
el que los antiguos mal que bien coexistan pero que nosotros, los hijos
de la modernidad, ya no sabemos manejar.
Y es que buscando a toda costa la certidumbre desembocamos en el extremo contrario, un sistema-mundo cuya estrecha interconexin agiganta
los impactos desestabilizadores de lo inesperado. Incrementa exponencialmente los efectos desquiciantes de las singularidades atpicas disruptivas
de los modelos universales de nuestra ciencia y disruptivas, por tanto, de
los sistemas materiales con que intervenimos y pretendemos controlar el
mundo, sistemas tecnolgicos, econmicos, polticos, jurdicos y axiolgicos
que tienen como supuesto mayor la presunta capacidad predictiva de la
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Sntomas o sndrome
Cada quien habla de la feria segn le fue en ella y de la misma manera
los diversos sujetos sociales experimentan la debacle de distinto modo y
dibujan la crisis con distintos rostros. Porque desde la perspectiva del su-
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LA POSIBILIDAD
DE LO IMPOSIBLE
Carnavalizar la poltica
Quiz porque la historia de nuestros pueblos est tachonada de matazones, quiz porque aqu los movimientos contestatarios suelen terminar en
cruentas represiones, quiz porque muchos de nuestros lderes sociales
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Realpolitik?
La experiencia utpica y la subversin carnavalesca de las que aqu
me he venido ocupando no niegan ni suplen otra dimensin igualmente
importante del altermundismo, la que conforman la estrategia poltica
contestataria y la ingeniera social justiciera. Prcticas instrumentales
que se mueven en la esfera del posibilismo y demandan firmeza en los
principios pero tambin eficacia constructiva. Ahora bien, desde la insoslayable perspectiva de la llamada realpolitik, el saldo del excntrico
activismo con el que arranca el tercer milenio pareciera bastante modesto.
El asunto tiene historia. Recordemos que despus del Mayo francs de
1968, en las elecciones de julio a la Asamblea Nacional, los partidarios del
gobernante general De Gaulle, con una mayora absoluta de 7 millones
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