La Novia Muerta
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R. L. STINE
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La primera vez que vi a Jonathan Morgan, me aterroricé.
Desde el momento en que le distinguí desde mi bicicleta, pese a los rayos de sol que me
cegaban, hubiera debido darme cuenta de que era mejor mantenerme alejada de él. Me estaba
acercando a algo peligroso y terrorífico.
Creo que en ese mismo momento supe que Jonathan me metería en líos. Pero una
persona no siempre hace caso de su intuición, no siempre se guía por el sentido común, o al
menos yo no lo hice.
Así que en un santiamén Jonathan me atrapó, me envolvió con su tristeza y me atrajo con
su secreto: un enigma que se inició con un asesinato.
Todo comenzó en un bonito y caluroso día de finales de abril. Tomé prestada la bicicleta
de mi hermano Kenny y salí a dar un paseo. Quería explorar Shocklin Falls, nuestro nuevo
hogar.
La bicicleta de Kenny era un cacharro: una BMX pesada y lenta, con el asiento
demasiado alto para mí. (¿Os podéis creer que soy más baja que mi hermano pequeño? ¡Qué
rabia!) Me robaron la bicicleta de veintiuna marchas justo antes de mudarnos, así que no me
quedaba otra elección.
Tengo dieciséis años y carné de conducir. Pero en coche no se puede explorar. Me chifla
montar en bicicleta. Me encanta sentir el viento en la cara y los pedales bajo las zapatillas
deportivas, esa sensación de control, el modo en que las piernas se me cansan y me late el
corazón: me encanta la sensación de absoluta libertad. En un coche es imposible experimentar
todo eso. Papá prometió que me compraría una bicicleta nueva en cuanto la compañía de
seguros pagara por la que me robaron. Aunque yo no quería esperar tanto tiempo, mi padre no
estaba de humor para discusiones.
Papá y mamá todavía estaban abriendo cajas. A ese paso no acabarían hasta las próximas
Navidades. Parece mentira todo lo que una familia como la nuestra puede llegar a almacenar.
Uno sólo cae en la cuenta cuando ha de mudarse a otro pueblo.
Bueno, el caso es que saqué la bici de Kenny y me fui a dar una vuelta. Soy una enana,
tendría que haber bajado el sillín, pero me moría de impaciencia por salir y explorar Shocklin
Falls.
Me había puesto unos pantalones cortos de color verde y una camiseta sin mangas azul
eléctrico. Era el primer día realmente caluroso de la primavera y los rayos del sol de la tarde
pegaban con fuerza. Tenía la espalda achicharrada. Me acababa de lavar el pelo; lo tengo
rubio, largo y liso, y lo llevaba recogido con una cinta azul. Ya se secaría con el sol.
Se percibía un leve perfume en el aire. Al final de mi calle habían florecido los altos
arbustos de cornejo. Era una sensación fascinante e irreal, como pasear bajo majestuosos
arcos blancos. Más hermoso que la vida misma, pensé. Cuando voy en bicicleta me vienen a
la cabeza ideas como ésta.
No tardé mucho en explorar Shocklin Falls. Es muy pequeño. La escuela universitaria
donde papá y mamá empezarán a dar clases el próximo semestre está en un extremo del
pueblo. Más allá hay unas calles tranquilas y sombreadas por hileras de árboles vetustos,
alineados frente a unas pequeñas y hermosas viviendas.
Las casas grandes y lujosas están en las afueras, en la otra parte del pueblo, cerca de las
cascadas. En el centro hay un pequeño barrio de tiendas, donde casi todos los edificios son de
dos pisos. También hay un cine con dos salas, un banco, una oficina de correos y poca cosa
más. El centro comercial más cercano está en Cedar, pasados dos pueblos.
Pedaleé despacio por delante de los establecimientos. Para ser un sábado por la tarde, no
había mucha gente en las calles. Supuse que casi todos estarían en casa, aprovechando el
tiempo primaveral para arreglar sus jardines y patios.
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El chico soltó un grito y dio un paso atrás, asustado por mis chillidos. Salté al suelo y
corrí hacia él, mientras la bici golpeaba ruidosamente las rocas, a mis espaldas.
-¡Eh! -me llamó. La expresión de su rostro pasó de la sorpresa a la confusión. Hundió las
manos en los bolsillos de los tejanos, se apartó del borde del barranco y se dirigió hacia mí.
Era alto y muy atractivo, incluso tenía patillas; de verdad que se parecía a Luke Perry.
Estaba muy bronceado por el sol y tenía un hoyuelo en el mentón.
Fijó en mí sus increíbles ojos verdes. Me imagino que yo también debí de mirarle un
buen rato, pues de otro modo no me explico cómo pude ver su cara con tanta claridad.
-Te había confundido con otra persona -me dijo gritando para que pudiera oírle con el
estruendo que producían las cascadas. Sonrió. Una sonrisa torcida pero realmente bonita.
Creo que en aquel mismo instante me enamoré de él. No lo sé..., no estoy segura..., es
difícil de explicar. Me sentía avergonzada por haber gritado de aquel modo.
-Pensaba que ibas a... -empecé a decir, pero no quise acabar la frase.
Él seguía sonriendo, con las manos en los bolsillos y la camiseta amarilla agitada por el
viento.
-¿Qué dices?
-Lo siento... Estabas, estabas al borde de las cataratas y creí que...
Siempre que estoy muy nerviosa me pongo a tartamudear.
Él empezó a reír. Tenía una risa preciosa. Inclinaba la cabeza un poco hacia atrás y
entrecerraba sus maravillosos ojos verdes.
-¿Te creías que iba a saltar? -preguntó, poniéndose serio. Sentía el ardor de sus ojos en
los míos mientras me escudriñaba.
Asentí y me puse roja. Me tiré de la coleta; todavía tenía el pelo húmedo.
-Estaba esperando a alguien -dijo-. Pero parece que no va a venir.
-Nu... nunca había venido aquí -tartamudeé, bajando los ojos. Me sentía incómoda allí
arriba. Normalmente no me dan miedo las alturas, pero estábamos tan arriba... Además el
precipicio era muy vertical y abrupto, y las rocas allá abajo se veían demasiado puntiagudas.
-¿Vas al instituto de Shocklin? -me preguntó.
-A partir del lunes. Acabamos de mudarnos aquí. Antes vivíamos en Ohio. Soy Annie
Kiernan -respondí con poca naturalidad, ladeando la cabeza. Siempre me da mucha vergüenza
este tipo de presentaciones, no sé por qué.
-Yo soy Jonathan Morgan -dijo él. Sacó las manos de los bolsillos y me estrechó la mía.
Todo fue muy formal. Hizo una mueca.
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-No me lo puedo creer -dije entre dientes.
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Pasé una mano por encima de una de las ruedas destrozadas. Un trozo de neumático me
cayó en la mano.
-Quién... -No pude acabar la frase. Se me había hecho un nudo en la garganta.
Me quedé agachada, mirando con incredulidad las ruedas de la bici de Kenny, totalmente
destrozadas. Jonathan estaba a mis espaldas, proyectando su sombra sobre mí.
-No lo entiendo -dijo con voz tranquila-. Aquí no hay nadie.
Levanté la vista hacia él. Tenía los ojos entrecerrados, como si buscara a alguien en el
bosque. Seguí el recorrido de su mirada. Casi todos los árboles estaban sin hojas, así es que
hubiera resultado fácil detectar a alguien que intentara huir. Allí no había nadie. De repente
sentí un estremecimiento de frío por todo el cuerpo.
-Kenny me va a matar -susurré, poniéndome de pie.
-¿Quién es Kenny? -preguntó Jonathan, que todavía seguía escudriñando el bosque.
-Mi hermano pequeño. Esta bicicleta es suya.
Jonathan frunció el ceño.
-Te acompañaré a tu casa caminando -dijo sombríamente, sin mirarme a los ojos.
-No hace falta -dije-. Puedo...
-No. -Agarró el manillar de la bici de Kenny y me ordenó con voz enérgica-: Lleva mi
bicicleta. Yo llevaré la tuya a pie. -De pronto pareció que estuviera furioso.
Tomé su bicicleta y empezamos a caminar por el sendero.
-Vaya estupidez -dije-. No entiendo por qué alguien me ha podido hacer una cosa así.
Jonathan no contestó.
-Quiero decir -continué con voz temblorosa- que no comprendo cómo alguien ha podido
subir hasta aquí para destrozar la bicicleta de una desconocida...
Jonathan siguió sin decir palabra.
Guardé silencio, intimidada por su expresión furiosa. ¿Por qué estaba tan enfadado?
¡Después de todo no era su bicicleta!
Había cambiado tan de golpe su estado de humor que me asusté. Seguimos el camino de
bajada que se adentraba en el bosque. Todo empezaba a sumirse en las sombras y hacía frío.
Era como si se hubiera terminado la primavera y volviese el invierno.
El camino de regreso se me hizo eterno. Me sentía muy incómoda. Quería hablar, decir
algo, cualquier cosa, pero Jonathan miraba al suelo, con las mandíbulas apretadas. Observé
que le palpitaban con furia las venas de las sienes, así que opté por seguir callada.
No lograba entenderlo. Él se había ofrecido a acompañarme a casa, yo no le obligaba.
¿Estaba enfadado conmigo? Me sentía totalmente confusa. Aquello no tenía sentido.
Finalmente llegamos a Main Street. El sol apareció de nuevo pero pronto iba a anochecer
y hacía frío.
-Vivo en Edgevale -dije en voz baja.
- Muy bien -respondió con expresión ausente. Entonces oímos a nuestras espaldas la
voz de una joven que llamaba a alguien.
Los dos nos detuvimos y nos dimos la vuelta.
Una chica se aproximó en una fulgurante bicicleta roja.
-¡Jonathan! -llamó, sonriéndole abiertamente.
Era pelirroja. Los cabellos rizados le caían como una cascada por los hombros y tenía la
cara llena de pecas. Sus ojos, de un azul grisáceo, estaban demasiado juntos y tenía la nariz
achatada. No se puede decir que fuera guapa, aunque resultaba mona.
Llevaba unas mallas negras y una enorme camiseta azul y blanca del instituto de
Shocklin, con una S en la parte delantera.
- ¡Ruby! -exclamó Jonathan. Aunque ella le sonreía afectuosamente, él no mostró
demasiado entusiasmo al verla.
- Hola -dijo ella sin aliento, apoyando los pies en el suelo. Me echó una ojeada, y
enseguida volvió a sonreír a Jonathan.
-¿Qué ha pasado?
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Caleb Dorsey era uno de esos chicos a los que les parece graciosísimo aplastarse latas de
Coca-Cola en la frente y eructar ruidosamente.
Tenía una melena desaliñada y parecía no habérsela lavado en un mes. Me fijé en que
llevaba un fino pendiente de oro en una oreja. No podía imaginar una expresión de seriedad
en su rostro porque daba la impresión de que siempre estaba sonriendo. Le habían salido
arrugas alrededor de los ojos de tanto reír.
Caleb era alto y desgarbado y no podía estarse quieto. Se notaba que era muy nervioso.
Se movía de un lado para otro en la pequeña y abarrotada sala de estar de su casa vestido con
una camiseta que le quedaba pequeña y unos tejanos desteñidos con grandes agujeros en las
rodillas. Sacudía continuamente los hombros y saludaba a la gente con fuertes palmadas,
gritando y riendo.
Al principio me costaba creer que Caleb y Jonathan fueran íntimos amigos, pero al cabo
de unas horas me di cuenta de que Caleb potenciaba el lado más desenfadado de Jonathan.
Cuando estaba con él, Jonathan se relajaba y adoptaba una actitud divertida, desmadrada y
ruidosa. Era como si quisiera competir con su amigo.
Yo estaba bastante nerviosa porque era la única persona nueva en aquel sitio, así que me
mantuve bastante al margen de las conversaciones y me dediqué a observar a la gente.
Jonathan me había venido a buscar a casa en una flamante furgoneta Volvo de color gris
y me llevó a la pequeña casa de Caleb para la acostumbrada noche de marcha de los viernes.
Jonathan estaba muy relajado y yo hacía como que también lo estaba, pero tenía un nudo
en el estómago y las manos frías como el hielo. Después de todo era nuestra primera cita e
íbamos a una fiesta donde él conocía a todo el mundo y yo absolutamente a nadie.
Había pasado más de una hora en mi habitación pensando en qué ropa iba a ponerme. Al
final me decidí por una blusa de seda blanca de manga larga y una falda corta negra Betsey
Johnson, con unos leotardos negros debajo.
Al entrar por la puerta de la cocina observé que casi todas las chicas iban con tejanos,
pero no me importó.
Allí dentro hacía mucho calor, a pesar de que era una noche fría. Había unos veinte
chicos y chicas apretujados en la diminuta sala de estar y el estrecho recibidor. La música
estaba tan fuerte que vibraban los cristales de las ventanas, y la gente tenía que gritar para
hacerse oír en medio de aquel barullo.
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Algunas parejas bailaban cerca de la puerta del vestíbulo y un grupo de gente reía y
hablaba en el medio de la sala de estar. Dos parejas se besuqueaban en la estrecha escalera
que conducía al piso superior; una estaba en el primer escalón, y la otra medio oculta en la
oscuridad, un poco más arriba.
La mayoría de la gente bebía refrescos sin alcohol, pero observé que algunos sostenían
latas de cerveza en la mano.
Pensé que aunque los padres de Caleb estuvieran trabajando, seguro que sabían lo de las
fiestas del viernes por la noche, aunque no sé si sabrían lo de la cerveza.
Jonathan me tomó de la mano distraídamente y me acompañó a la abarrotada sala de
estar. Entonces oí claramente entre el ruido de voces y la música que alguien preguntaba:
-¿Ésa es la nueva novia de Jonathan?
Me di la vuelta pero no conseguí ver de quién se trataba.
Caleb se acercó con fanfarronería, haciendo muecas, y me examinó con expresión
burlesca. Jonathan nos presentó, empujando a Caleb medio metro hacia atrás.
-Vigila con este tipo -advirtió Caleb, devolviendo el empujón a Jonathan-. No lo parece,
pero es un animal.
Soltó una carcajada. Lo primero que me vino a la cabeza fue que Caleb era la segunda
persona que me decía que tuviera cuidado con Jonathan.
-Tú no eres un animal, eres un vegetal -replicó Jonathan.
-Pues tú ni siquiera llegas a vegetal -contestó Caleb-. Tú eres una esponja.
-Si soy una esponja, ¡tú eres la porquería que hay que limpiar con ella! -exclamó
Jonathan.
Los dos estallaron en carcajadas.
Jonathan negó con la cabeza y me dijo algo, pero la música estaba tan fuerte que no lo
pude oír.
Caleb vino hacia mí y apoyó su pesado brazo sobre mi hombro.
-No nos hagas caso -dijo acercando su cara a la mía. Le olía el aliento a cerveza-. Los
dos somos unos sinvergüenzas.
-¡Y estamos orgullosos de serlo! -añadió Jonathan sonriendo. Se pasó la mano por el
pelo y recorrió la sala con la mirada.
-¿Dónde está Dawn? -preguntó a Caleb.
Caleb se encogió de hombros y le dio una fuerte palmada en la espalda a un chico bajito,
a quien se le cayó la bebida en la moqueta. El muchacho ni siquiera se dio la vuelta y siguió
hablando con sus compañeros.
-Aquí estoy -anunció una voz femenina detrás de mí.
Al darme la vuelta vi a una chica alta y espectacular, con el pelo largo, negro y rizado,
unos ojazos también negros y los labios pintados de un color oscuro. A pesar del color negro
de sus cabellos y de que predominaban los tonos oscuros, tenía la piel muy pálida. Llevaba
unos pantalones cortos azul eléctrico encima de una malla negra de cuerpo entero, lo que le
daba un aspecto muy sexy.
-Caleb, ¿no puedes bajar un poco la música? -pidió con un tono de voz algo exigente, y
pasando de largo por mi lado.
-Claro que no. -Le hizo una mueca burlona.
-Aquí no se puede pensar -gritó ella.
-¿Y quién quiere pensar? -contestó Caleb.
-A Caleb no le gustan las experiencias nuevas -intervino Jonathan, y entonces se volvió
hacia mí-: Annie, ésta es Dawn Pedderson.
- Hola -gritó Dawn para que yo pudiera oírla-. ¿Estás aquí con él? -señaló a Jonathan y
me hizo una mueca. Asentí.
-Debes de ser nueva aquí -bromeó Dawn, echándose el pelo atrás. Estaba muy pendiente
de su cabello. No hacía más que estirárselo, jugando con sus rizos entre los dedos y
apartándoselo de la cara.
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Todo el mundo a mi alrededor gritó con horror. Jonathan me agarró del hombro.
Caleb aterrizó ágilmente de cuatro patas y dio dos vueltas por el suelo hasta ponerse en
pie con una sonrisa burlona y triunfante dibujada en su rostro.
- ¡Tachaaán! -cantó.
Por todas partes se oyeron exclamaciones de alivio.
Los dos empleados, con el ceño fruncido, agarraron a Caleb de los brazos, uno a cada
lado.
-¡Hey! ¿Qué pasa? -protestó Caleb-. En serio, ¿qué he hecho de malo?
Jonathan estaba agarrado con fuerza a mi hombro. Me volví hacia él. Parecía aturdido
por lo que acababa de suceder. -¿Estás bien?- le pregunté.
Movió la cabeza. De repente pareció volver a la realidad.
-Sí. Estaba... estaba pensando en otra cosa -dijo evitando mirarme a los ojos y
soltándome el hombro.
Caleb discutía con los dos empleados, que querían sacarlo del polideportivo. Dawn se
acercó a mí, jugando nerviosamente con un grueso mechón de pelo negro.
-¿Has leído algún libro interesante últimamente? -me preguntó de pronto.
-Pensé... pensé que esta vez se iba a matar de verdad -dijo Jonathan.
-¿Esta vez? -pregunté.
-Sí. Ya ha hecho lo mismo en otras ocasiones -me dijo Dawn.
-Siempre está haciendo cosas así -dijo Jonathan moviendo la cabeza-. Siempre aterriza
de pie.
-O de cabeza -añadió Dawn con sorprendente pesadumbre-. Pero eso no basta para que
entre en razón.
Los dos hombres acompañaron a Caleb a la salida, y Dawn salió corriendo para
alcanzarlo. Parecía muy enfadada. Yo no hacía más que pensar que Dawn y Caleb formaban
una extraña pareja. Incluso daba la sensación de que a ella no le acababa de gustar demasiado
Caleb.
Jonathan eligió un bate del montón que había fuera del recinto y lo bateó con fuerza en el
aire, como si estuviera devolviendo una pelota.
-Parece que se ha acabado nuestra competición -dijo en voz baja-. Lo siento.
-No pasa nada -contesté. Hacía muchísimo frío y estaba temblando.
-Vámonos -dijo. Tiró el bate al suelo y se dirigió a la salida.
La gente todavía reía y hablaba sobre el incidente. Mientras seguía a Jonathan, recordé la
extraña expresión de su rostro cuando Caleb le llamaba para que subiera junto a él.
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¿Era miedo? ¿Era rabia? ¿O celos? Sus verdes ojos reflejaban una profunda tristeza. ¿En
qué estaría pensando?
Llegué a la conclusión de que probablemente yo estaba haciendo demasiadas conjeturas.
Lo más probable era que
Jonathan sólo estuviera preocupado por Caleb, simplemente. Siempre hago lo mismo.
-Piensas demasiado -me dice siempre mi madre. Siempre lo analizo todo al detalle.
Encuentro significados misteriosos en cosas que carecen de sentido.
Pero ¿por qué me sentía tan mal mientras nos dirigíamos a la furgoneta?
«Estás nerviosa, Annie, eso es todo -me dije-. Es tu primera cita con Jonathan y no estás
segura de si le gustas o no. ¿Y por qué debería gustarle? Después de todo he estado muy
callada toda la noche. Me he sentido como una extraña entre toda esta gente que ya se conocía
desde hace un montón de tiempo. Nunca volverá a pedirme que salga con él.»
Me senté en el asiento delantero del vehículo y cerré la puerta. El asiento de cuero estaba
muy frío.
Jonathan puso el coche en marcha. Dos parejas más se habían subido al asiento de atrás.
-¿Puedes poner la calefacción? -pregunté, rodeándome con los brazos para entrar en
calor.
-Desde luego -dijo mientras la ponía.
Durante el viaje de vuelta condujo muy prudentemente, manteniéndose siempre por
debajo del límite de velocidad. Todos hacían bromas sobre Caleb y su aventura. Uno de los
chicos explicó una historia de cómo una vez Caleb se coló en una piscina cubierta y le
pescaron nadando en pelotas con un grupo de chicos. Otra chica explicó que una noche le
detuvieron por intentar forzar la puerta de su propia casa.
-Le han detenido veinte veces -declaró otro.
Todos reían excepto Jonathan.
-Caleb no es un delincuente -le defendió Jonathan muy serio-. Quiero decir que nunca le
han condenado por nada. Siempre alega enajenación mental.
Todos se echaron a reír, incluso Jonathan.
Entre carcajadas y bromas fuimos dejando a todos en sus casas. Me sentía muy a gusto y
ya había entrado en calor cuando Jonathan detuvo la furgoneta ante mi casa sin parar el motor.
Estaba encendida la luz de la entrada y la de la habitación de mis padres, en el piso de arriba.
El reloj en el salpicadero señalaba las 11:24. Todavía era bastante temprano.
Me pregunté si Jonathan iba a besarme. Le miré furtivamente bajo la pálida luz del
porche y me di cuenta de que quería que lo hiciera.
Sus ojos miraban con detenimiento las luces verdes del salpicadero. Me pregunté si
estaría pensando en eso, en si me iba a besar o no. ¿Estaría él también nervioso? A lo mejor ni
siquiera estaba pensando en mí. Su expresión era impenetrable. No podía adivinar cuáles eran
sus pensamientos.
-Bueno, ésta ha sido una noche típica en Shocklin Falls -dijo volviéndose hacia mí y
sonriendo.
-Lo he pasado muy bien -respondí, devolviéndole la sonrisa.
-Yo también -dijo él de un modo automático. «¿Se va a inclinar hacia mí para besarme?
No.»
-Te veré en el instituto -dijo.
-De acuerdo.
Le di unos segundos más, pero él mantenía las dos manos apoyadas en el volante, de
modo que abrí la puerta y salí de la furgoneta. La luz de los faros pasó por delante de la casa
mientras yo sacaba las llaves y abría la puerta. Estaba decepcionada. Me sentía como una
idiota.
La luz del recibidor estaba apagada. Colgué la chaqueta en el armario de la entrada sin
molestarme en encenderla y empecé a subir las escaleras a oscuras. Entonces alguien se
abalanzó sobre mí y noté una presión en los hombros.
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Sofoqué un grito y tropecé contra la barandilla de la escalera. Oí unos pasos...
- ¡Goggles! -protesté en un susurro ahogado. Encendí la luz del pasillo. El estúpido gato
estaba a mis pies, a punto de saltar-. Goggles, ¿cuántas veces te tengo que decir que no me
asustes? -dije subiéndolo en brazos.
Empezó a ronronear. Acerqué su nariz a la mía.
-No saltes encima -le dije por enésima vez-. No tengo siete vidas como tú.
Lo estreché en mis brazos, acariciando su blanco y suave pelo.
- No entiendes ni una palabra de lo que te estoy diciendo, ¿verdad, tonto?
Seguía ronroneando satisfecho mientras le pasaba la mano por la espalda.
Luego me dio un golpecito con la pata. Era su manera de decirme que ya había recibido
bastante cariño por el momento, así que lo dejé en el suelo y se alejó.
Goggles tenía algunas malas costumbres. La peor era saltar encima de la gente en la
oscuridad, pero yo no se lo tenía en cuenta y seguía queriéndolo mucho. Es tan bonito, con su
sedoso pelo blanco y sus grandes y serios ojos azules...
Subía ya las escaleras, pensando en Jonathan, cuando la voz de mi madre interrumpió
mis cavilaciones.
-Annie, ¿eres tú?
«¡Y quién va a ser si no!», pensé.
-Sí, soy yo -respondí.
Apareció en la barandilla del piso de arriba, con el cabello suelto y un camisón de franela
rosa.
-¿Qué tal lo has pasado?
-Bien.
Siempre respondo lo mismo a esa pregunta. ¿Qué espera, que le dé detalles?
-¿Qué habéis hecho? -preguntó mi madre, bostezando ruidosamente.
-Hemos ido a una fiesta -contesté mientras subía-. Sólo éramos unos pocos.
-Muy bien -dijo con voz soñolienta-. Hasta mañana. -Y se metió en su habitación.
Unos minutos más tarde ya me había puesto el pijama y estaba en la cama pensando en
Jonathan.
Recordé la voz de aquella chica, en casa de Caleb, inquiriendo: «¿Es ésta la nueva novia
de Jonathan?» Me preguntaba si realmente yo era la nueva novia de Jonathan y si me pediría
otra vez que saliera con él. Antes de darme cuenta, me quedé profundamente dormida. A lo
mejor soñé con Jonathan, aunque por la mañana no recordaba nada.
El lunes por la mañana me encontré a Dawn en el instituto. Hablamos durante un rato en
el descanso entre dos clases y me enteré de que estábamos inscritas en la misma asignatura de
ciencias sociales. Dawn realmente me caía bien, y esperé que llegáramos a ser buenas amigas.
Durante la hora de comer, Dawn estaba sentada a una mesa, en un rincón del comedor, y
fui a comer con ella.
Hablamos sobre los trabajos que teníamos que hacer para la asignatura de ciencias
sociales. Dawn y los otros compañeros de clase me llevaban la delantera. Hacía tres semanas
que habían empezado a consultar libros para redactar los trabajos. Sabía que me tendría que
pasar mucho tiempo en la biblioteca y la sala de ordenadores para reunir toda la información
que pudiera, intentando ponerme al día con el resto de la clase.
Al cabo de un rato nos pusimos a hablar de Jonathan.
- ¿Dónde lo conociste? -me preguntó Dawn mientras se comía la ensalada.
-En las cascadas -contesté.
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-¿Qué tal? -saludó echando una rápida mirada a Dawn y volviendo a centrar su atención
en mí. Señaló mi trozo de pizza y preguntó-: ¿Te gusta esa suela de zapato?
-No está mal -contesté, y rápidamente cambié de tema-: De momento me va bastante
bien, aunque no hago más que perderme. Este instituto es mucho más grande que la escuela
donde iba antes.
-¿Has visto a Caleb? -preguntó Jonathan a Dawn. Dawn hizo una mueca.
-Le han castigado a quedarse encerrado durante la hora de la comida.
Jonathan se echó a reír.
-¿Qué ha hecho?
Dawn alzó los ojos al cielo.
-Le dijo una grosería a la señora Kelman.
-Caleb sólo sabe decir groserías -dijo Jonathan, riendo con disimulo-. Annie, ¿ya te has
comprado la bici nueva? Asentí.
-He comprado una de segunda mano. Las nuevas son demasiado caras, y además ésta va
muy bien. Es una bicicleta de veintiuna marchas.
Jonathan se inclinó hacia mí.
-Estupendo. ¿Te apetece ir en bici conmigo el sábado por la tarde?
Le había prometido a mi padre que le ayudaría a sacar las cosas de las cajas que tenemos
en el garaje, pero sabía que me podría escapar.
-Sí, estupendo -le contesté-. Ven a buscarme a casa, ¿sí?
-De acuerdo. -Jonathan se esfumó tan rápido como había aparecido.
Me puse muy contenta. A lo mejor Jonathan no pensaba que yo fuera una estúpida. Tal
vez yo le gustaba.
Mi sonrisa se desvaneció cuando vi la expresión en el rostro de Ruby. Se estaba
mordiendo el labio y fruncía el ceño. Se había puesto pálida como la cera, como si estuviera
enferma.
-Ruby, ¿te encuentras bien? -le pregunté.
-No... no me pasa nada -contestó débilmente. Dejó caer el resto de la hamburguesa en la
bandeja y echó la silla hacia atrás-. Creo que me ha sentado mal la comida.
-¿Quieres que te ayude a...? -empecé a decir, pero ella se puso de pie y se marchó
apresuradamente del comedor sin mirar atrás.
-¿Crees que deberíamos ir a ver qué le pasa? -le pregunté a Dawn.
Dawn negó con la cabeza.
-No te preocupes, estará bien.
Se había pasado el rato moviendo distraídamente la ensalada con el tenedor, pero no
había comido casi nada. -¿No te mueres de hambre? -pregunté.
Dawn asintió.
-Sí, pero tengo que perder peso. No me gusta salir con un chico que es más delgado que
yo.
-Creo que tienes un tipo perfecto -afirmé, y luego me dio vergüenza haberlo dicho. Pero
era verdad. Hubiera dado todo el oro del mundo por tener el tipo de Dawn en vez de mi
cuerpo bajito y poco femenino.
Dawn tomó su bandeja y se levantó.
-¿Estás lista?
-Sí, pero tienes que acabar de contarme lo que me estabas diciendo... sobre Jonathan.
Se puso seria.
-Bueno, Annie, te lo voy a decir, pero es posible que esto lo cambie todo, de verdad.
-No te entiendo -dije-. ¿Cambiar el qué?
-Tus sentimientos hacia Jonathan -contestó Dawn-. Se trata de la chica que murió. ¿Has
oído hablar de eso? -¿Que murió?
La palabra se quedó grabada en mi mente y la repetí mentalmente una y otra vez, como
si nunca fuera a desaparecer.
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-¿Qué chica?
Dejamos las bandejas en el mostrador. Me pareció que el suelo se movía bajo mis pies y
que los fluorescentes del techo brillaban más de lo normal.
«Es verdad que quizá no quiera oír esto», pensé, cerrando los ojos hasta que se detuvo el
centelleo de las luces.
-No, no he oído hablar de eso -contesté con voz temblorosa.
Salimos del comedor, subimos las escaleras y atravesamos el pasillo que conducía al
despacho del director, en la parte delantera del edificio.
El pasillo estaba abarrotado de chicos y chicas que habían acabado de comer y que
charlaban ruidosamente mientras esperaban a que sonara la campana anunciando la quinta
clase. No les presté ninguna atención. Mientras seguía a Dawn y me pregunté adónde me
llevaba y qué me iba a decir. A medida que avanzábamos, el estómago se me iba encogiendo
por el miedo y las manos se me quedaban frías. El corazón me empezó a latir con fuerza.
«Puede que esto lo cambie todo», había dicho Dawn. ¿Todo? ¿A qué se refería?
Doblamos una esquina hasta que llegamos cerca de la entrada principal. El despacho del
director quedaba al otro lado de las grandes puertas de la entrada, y en la pared que había al
lado del despacho había una gran vitrina, como las que se suelen utilizar para exponer trofeos
deportivos.
Dawn se detuvo delante de la vitrina. Se echó su espesa melena negra hacia atrás con las
dos manos y me miró a los ojos.
-Ésta es la chica que murió -dijo haciendo un gesto hacia la vitrina-. Murió en las
cascadas.
Tragué saliva y miré fijamente al interior de la vitrina. Sólo contenía una fotografía, una
ampliación en color de una de esas fotos que hacen a todos los alumnos del colegio. La chica
era muy bella. Era la típica belleza americana: cabellos rubios y relucientes, ojos azules
preciosos y mejillas como las de una modelo. Una bonita sonrisa revelaba unos dientes
blancos perfectos.
La fotografía estaba adornada con crespón negro. Al pie de la foto había una pequeña
placa negra con una fecha escrita: 19781993.
Miré los ojos de aquella chica y sus ojos me devolvieron fríamente la mirada. Tras unos
segundos tuve que apartar la mirada.
-¿Murió? -pregunté a Dawn con voz aguda y tensa-. ¿Quién es? Bueno, quiero decir...
¿quién era?
-Era Louisa -contestó Dawn en voz baja-. La novia de Jonathan.
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Miré fijamente la foto de Louisa a través del cristal y aprecié unos bellos ojos azules y
una hermosa sonrisa. Tenía el pelo rubio color miel y estaba peinado con desenfado hacia
atrás. Daba la impresión de ser muy suave, sobre su piel perfecta.
El crespón negro que rodeaba la fotografía desentonaba. Era una chica tan bonita, con un
rostro tan luminoso, se la veía tan... feliz. No hubiera debido estar allí, con aquella placa bajo
su foto.
La vitrina era como un ataúd de cristal y yo miraba pasmada el rostro sonriente de
Louisa, sus bellos ojos azules. Sentí un escalofrío y me aparté de la vitrina. En cierto modo
sentía como si estuviera invadiendo su intimidad.
-¿Era la novia de Jonathan? -pregunté a Dawn. Dawn asintió.
Quería aclarar más cosas. Cientos de preguntas acudían a mi mente. Quería saberlo todo,
cómo era y cómo murió.
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¿Por qué me había dicho Dawn que esto cambiaría mis sentimientos hacia Jonathan?
Pero en ese momento sonó la campana que anunciaba la quinta clase y el pasillo se
inundó de gente que corría ruidosamente hacia las aulas. Dawn me dijo adiós con la mano y
me dejó allí plantada... sola con Louisa.
Me quedé contemplando otra vez la foto mientras se iban desvaneciendo las voces y risas
en el pasillo.
Louisa y yo nos quedamos completamente solas.
-¿Cuál es tu historia, Louisa? -pregunté en voz baja-. ¿Qué te pasó en lo alto de las
cascadas?
Ella me miraba fijamente a través del cristal. La fecha 19781993 parecía relucir y luego
volverse borrosa. ¿Era acaso tristeza lo que me parecía detectar en la profundidad de sus ojos
azules? ¿Era melancolía lo que se adivinaba bajo su sonrisa de pose? Tuve que hacer un
esfuerzo para apartarme de allí. Me quedé sorprendida al ver que el pasillo estaba casi vacío.
Estaba a punto de sonar la segunda campana, y yo ni siquiera había buscado los libros.
¿Cuánto tiempo me había quedado allí? Sabía que tenía que hablar con Dawn para
averiguar las respuestas a todas mis preguntas. Me fui corriendo, intentando no mirar hacia la
vitrina y me dirigí hacia la taquilla.
«Más tarde llamaré a Dawn por teléfono -decidí-. La obligaré a que me lo cuente todo.»
La tarde se me hizo interminable. Estaba distraída. Creo que no me enteré ni de una
palabra de lo que decían.
Cuando acabaron las clases, me pasé dos largas horas en la sala de ordenadores pasando
la información que había reunido para el trabajo de ciencias sociales. Por lo general disfruto
haciendo estos trabajos, porque me lo paso bien buscando datos e información en los libros.
Es como hacer de arqueólogo.
Pero había empezado el curso tan tarde y llevaba tanto retraso en las clases que me sentía
agobiada. Me daba la sensación de que Shocklin High era mucho más duro que mi antigua
escuela. Tampoco estaba acostumbrada al tipo de ordenadores que tenían en la sala de
informática, así es que no hacía más que cometer errores.
Esa noche, mientras trataba de concentrarme en los deberes, me di cuenta de que no
podía apartar a Louisa de la cabeza. Estaba ansiosa por averiguar lo que había ocurrido.
Cuando llegué a casa, estuve llamando a Dawn sin parar. Al principio nadie atendía el
teléfono, y luego estuvo ocupado durante horas. «¡Qué desesperación!»
No pude hablar con Dawn hasta la hora de comer del día siguiente. Hice engullir a Dawn
la comida (de todos modos se trataba tan sólo de una ensalada), y luego la llevé a la vitrina.
-Me tienes que contar todo lo que pasó -insistí, mirando la fotografía y observando otra
vez la tristeza en los ojos de Louisa-. ¿Qué le sucedió?
Dawn se apoyó en las baldosas de la pared jugando con un mechón de pelo, enrollando y
desenrollándolo alrededor de un dedo, como si estuviera pensando.
-¿Estás segura de que lo quieres saber?
-Sí, estoy segura -dije impaciente-. Dime lo que pasó.
-En realidad nadie lo sabe -dijo Dawn, sin mirarme a los ojos-. Bueno, quiero decir que...
nadie está seguro. Suspiré con ansiedad.
-Empieza desde el principio -le apremié.
Dawn esperó a que pasara un grupo de animadoras, con sus uniformes de color azul y
blanco, riendo y empujándose en broma contra las paredes.
Cuando dieron la vuelta a la esquina, Dawn soltó su mechón de pelo y avanzó un paso
hacia mí.
-Ocurrió el pasado enero. Hacía mucho calor para ser un día de enero. Louisa y Jonathan
fueron a dar un paseo en bici a las cascadas. No se sabe bien cómo, Louisa se despeñó con la
bicicleta por las cascadas y murió.
Aguanté la respiración y cerré los ojos.
-¿Por las cascadas?
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-Rumores, simplemente -replicó Dawn con nerviosismo-. Algunos decían que Jonathan y
Louisa habían tenido una discusión muy fuerte, que Jonathan quería romper con ella y salir
con otra.
-¿Con otra?
-Bueno... no sé quién vio una noche su vehículo aparcado delante de la casa de Ruby.
Miré a Dawn inquisitivamente para intentar leer su pensamiento y adivinar lo que ella
pensaba que había ocurrido en realidad.
-Dawn, ¿no creerás que Jonathan mató a Louisa, verdad? -pregunté.
-No, claro que no -contestó al instante, demasiado deprisa.
Me agarró el brazo y acercó su cara a la mía.
-Pero ten cuidado, Annie -susurró.
«e Cuidado?» ¿A qué se refería?
-Yo tendría mucho cuidado -repitió en un susurro, sin soltarme del brazo.
-Dawn...
-Me tengo que ir -dijo soltándome por fin-. Ya seguiremos hablando en otro momento,
¿de acuerdo?
Antes de que tuviera tiempo de contestar empezó a correr pasillo abajo.
«¿Ten cuidado?» No me podía quitar esas palabras de la cabeza. ¿A qué se refería?
¿Quería decir que tuviera cuidado con Jonathan? ¿Creía realmente que Jonathan había matado
a Louisa? ¿Que la había empujado por el precipicio? ¿Había pedido Jonathan a sus padres que
acallaran a la policía?
«No. De ningún modo.»
Ella había dicho que no creía que Jonathan hubiera matado a Louisa, ¿pero por qué me
advertía entonces que anduviera con cuidado?
Metí las manos en los bolsillos de los tejanos y procuré dejar de temblar. Quería
largarme, ir a mi taquilla, a la clase siguiente, pensar en otra cosa. En cualquier otra cosa.
Pero Louisa no me dejaba marchar. Su fotografía me atraía, me llamaba, me arrastraba hacia
ella. Me quedé allí, mirándola intensamente a través del cristal.
Dawn me había contado toda la historia, aunque en realidad no me había contado nada.
«¿Hay una historia detrás de esta historia, verdad Louisa? -le pregunté mentalmente-.
Hay secretos que tú no has confiado a nadie. Misterios que ya nunca revelarás.»
Permanecí allí, en aquel pasillo muy iluminado, con las manos en los bolsillos y
escrutando la fotografía como si buscara en aquel hermoso rostro respuestas que se escondían
en él.
No tengo noción de cuánto tiempo transcurrió ni de cuánto tardé en darme cuenta de que
alguien se había colocado a mi lado, tan cerca que su hombro chocó con el mío.
Tampoco sé cuánto tiempo tardé en darme cuenta de que esa persona me estaba mirando
tan intensamente como yo miraba a Louisa.
-No se suicidó -dijo él.
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-¿Qué has dicho? -contesté sobresaltada.
Me alejé un paso de él y observé con detenimiento su rostro. Llevaba unas gafas
redondas con una fina montura dorada. Era más bajo que yo, y más flaco que un fideo. Tenía
la cara larguirucha, con unos grandes ojos castaños, exagerados por las gafas. El pelo era
también castaño, con un corte en forma de cepillo.
Al dar otro paso hacía atrás observé que llevaba una camisa de rayas verdes y negras,
con unos anchos pantalones marrones de algodón.
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Me sonrió con nerviosismo y parpadeó dos o tres veces tras sus gafas.
-Hola -dijo con timidez-. Ayer estuviste en la sala de ordenadores después de clase,
¿verdad? -Tenía una voz sorprendentemente grave. No paraba de parpadear con agitación y de
pasar los libros de una mano a la otra mientras hablaba.
-Sí -contesté.
-Yo también estaba allí. ¿Me viste?
Negué con la cabeza y sonreí.
-Estaba tan concentrada en mi trabajo que no vi a nadie -confesé.
La decepción se reflejó en su rostro alargado.
-Me llamo Ryan -dijo con timidez.
-Hola -contesté-. ¿Ryan es tu nombre de pila o tu apellido?
-Tengo un nombre que podría pasar por apellido -replicó mientras se dibujaba una ligera
sonrisa en su rostro-. Pero Ryan es mi nombre de pila, Ryan Baker.
-Yo me llamo Annie Kiernan -le dije.
-Ya lo sé -me repuso, e inmediatamente se sonrojó-. Bueno, oí que alguien te llamaba
por el nombre. ¿Eres nueva, verdad?
-Sí -contesté, echando una ojeada al reloj que había fuera del despacho del director. De
un momento a otro sonaría la campana.
Se aclaró la garganta inquieto y volvió su mirada hacia la fotografía de Louisa.
-Era muy buena amiga mía -confesó sin emoción alguna-. Me refiero a que éramos
íntimos amigos.
-¿Ah, sí? -No sabía qué decir.
-No salimos juntos ni nada -continuó Ryan sin apartar la mirada de la vitrina-. Sólo
éramos muy buenos amigos. En realidad... -Vaciló unos instantes y optó por no continuar-.
¡Qué desgracia! -masculló de un modo extraño.
Había algo en Ryan que me hacía sentir incómoda. Supongo que se trataba de su
nerviosismo.
-¿Has oído toda la historia? -me preguntó, mirando a Louisa.
-Sí, casi toda -contesté.
-¡Bueno, pues no se suicidó! -gritó con repentina vehemencia.
Eso es lo que me había parecido oír cuando me habló por primera vez: «No se suicidó.»
-¿Cómo lo sabes? -inquirí, dando otro paso hacia atrás. -Lo sé -saltó él, y se volvió a
poner colorado. Sonó la campana y los dos dimos un respingo.
Vacilé por un momento. Él no se movió.
-Creo que deberíamos ir a clase -dije, impaciente por deshacerme de él.
Asintió pero sin moverse.
-¿Qué haces el sábado, Annie? ¿Te gustaría ir al cine? Su invitación me tomó por
sorpresa y me quedé boquiabierta, mirándole embobada como si no le hubiese entendido.
Debió pensar que era una estúpida.
¿Por qué Ryan me hacía sentirme tan incómoda?
-Supongo que estarás ocupada -masculló compungido-. Bueno, quizás en otra ocasión.
Me acordé de que el sábado tenía una cita con Jonathan, y que la tarde la tendría
ocupada.
-Sí, en otra ocasión -contesté, sintiéndome ridícula-. Encantada de conocerte, Ryan.
Murmuró algo, evitando mirarme a los ojos, y se fue precipitadamente. Le observé
desaparecer al doblar la esquina.
-¡Qué chico más raro! -dije en voz alta. Luego, echando una última mirada a Louisa corrí
hacia clase.
La tarde resultó un desastre. Me equivoqué de página al hacer los deberes de
matemáticas, y el señor Woolrich se burló de mí delante de toda la clase. El señor Woolrich
es un tipo demasiado susceptible.
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Luego me atraganté al beber de una fuente junto al gimnasio, y un chico al que nunca
había visto empezó a darme fuertes palmadas en la espalda para que dejara de toser. Desde
luego no me ayudó en absoluto, y me sentí totalmente ridícula.
Cuando fui a la sala de ordenadores estaba hecha polvo. Probablemente hubiera sido
mejor ir a casa y tumbarme en el sofá a ver la televisión el resto de la tarde, pero todavía tenía
que escribir en el ordenador varias páginas para el trabajo.
No había más que dos chicas escribiendo frenéticamente al fondo de la sala. Busqué a
Ryan con la mirada y respiré aliviada al comprobar que no estaba allí. Sólo pensar en él me
hacía sentir incómoda.
«A lo mejor tengo prejuicios hacia los chicos que son más bajos que yo», pensé.
No. Ésa no era la razón por la que me desagradaba. Simplemente se trataba de que era un
chico demasiado nervioso y raro. Además se dedicaba a decirme cosas reveladoras y
espeluznantes, y no me conocía de nada.
«Louisa no se suicidó.»
¿Por qué me había dicho eso? ¿Intentaba asustarme a propósito?
Sacudí la cabeza como si intentara sacar a Ryan de mis pensamientos. Tomé mi disquete
y lo inserté en el mismo ordenador que había utilizado con anterioridad, en la primera fila.
Encendí el ordenador, localicé mi archivo y lo recuperé. El ordenador hizo un zumbido y
apareció una pantalla vacía.
-¡Pero qué pasa! -grité en voz alta.
¿Dónde estaban todas las notas que había escrito el día anterior?
«Debo haber hecho algo mal. Tienen que estar aquí. Tienen que estar aquí por fuerza»,
pensé.
-¡Qué porquería de ordenadores! -dije entre dientes.
Apagué el ordenador y lo volví a encender. Recuperé mi archivo. El aparato volvió a
emitir un zumbido, obediente. El nombre de mi archivo apareció en la parte superior de la
pantalla, pero el resto estaba en blanco: no había absolutamente nada.
Se me hizo un nudo en la garganta y me empecé a encontrar mal.
-¿Dónde has escondido mis cosas? -le pregunté al ordenador.
Me quedé mirando la pantalla vacía con incredulidad y rabia.
Mis notas... Todo mi trabajo había desaparecido. Estaba borrado.
Pulsé las teclas, con una sensación de pesadez en el estómago, y desplacé la pantalla
hacia abajo, página por página. Allí no había nada. Todas las páginas estaban vacías. -¡No! -
grité con desesperación-. ¡Esto es imposible! «Espera.»
Había algo al final del archivo: dos frases. Estaba tan irritada que tardé un rato en prestar
atención a las palabras. Mientras las leía, la sensación de pesadez que tenía en el estómago se
me fue extendiendo por todo el cuerpo y me entraron escalofríos.
ALÉJATE DE JONATHAN.
ASÍ SALVARAS LA VIDA.
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Me di cuenta de que aquello no había sido un accidente.
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El ordenador no había borrado mis notas. Alguien se había dedicado a eliminar todo mi
trabajo y luego había escrito aquel mensaje amenazador al final.
-¿Quién? -grité sin darme cuenta de que estaba hablando en voz alta.
Me di la vuelta y vi a dos chicas al fondo de la sala que levantaban la mirada hacia mí.
Dejé el disquete dentro del ordenador y lo apagué. Luego metí los libros en la mochila y
salí precipitadamente de la habitación.
Respiraba aceleradamente y me estallaban las sienes. Eché a correr por el pasillo y bajé
las escaleras, con las zapatillas golpeando ruidosamente el suelo.
«¿Quién me puede haber hecho esto?», me pregunté. Todo mi trabajo... ¡Con lo atrasada
que ya iba respecto a los demás!
Me entraron ganas de llorar pero me contuve.
«¿Quién lo habrá hecho?»
Eché a correr entre clases vacías, me crucé con un hombre de la limpieza que llevaba dos
grandes papeleras grises y pasé de largo la silenciosa hilera de taquillas.
Me detuve bruscamente frente a la vitrina de Louisa. «No te pares», me dije.
Pero algo me obligó a detenerme. Louisa me miraba intensamente. Su sonrisa había
cambiado. Me estaba advirtiendo, me estaba avisando de que debía mantenerme alejada de
Jonathan.
«¡No!»
-No desvaríes, Annie -me reproché en voz alta.
Hice un esfuerzo por no mirar la fotografía y doblé la esquina corriendo. Oí risas más
adelante.
Dawn estaba apoyada en su taquilla junto a Caleb, con los libros y cuadernos a sus pies.
Se estaban desternillando y pararon de repente cuando vieron que me acercaba.
-Me tengo que ir -dijo Caleb agachándose para recoger algunos de los libros y dárselos a
Dawn-. ¿Qué tal te va? -preguntó dirigiéndose a mí.
-¡De maravilla! -repliqué con sarcasmo.
Pero Caleb ya se había ido, saludando a Dawn con la mano y sin esperar la respuesta.
-Hola Annie, ¿qué te pasa? -preguntó, recogiendo el resto de sus cosas.
-Alguien ha borrado todo mi trabajo -le espeté casi sin aliento.
Dawn se irguió, dejando sus libros en el suelo.
-¿Qué?
Repetí lo que acababa de decir y se quedó boquiabierta. Le dije lo del aviso al final del
archivo que me advertía que debía mantenerme alejada de Jonathan.
Se quedó pensativa y se pasó la mano por el cabello.
-¿Quién puede haber hecho una cosa tan extraña? -preguntó.
Me encogí de hombros.
-Si ni siquiera conozco a nadie -me lamenté-. ¡Es mi segundo día en este estúpido
instituto!
-¿Quieres que vayamos a algún sitio y hablemos de lo que te ha ocurrido?
-No lo sé -contesté, sintiéndome desgraciada-. Creo que me iré a casa. Hoy he tenido un
día horrible.
Guardé silencio al ver a Jonathan doblando la esquina. Tenía la cabeza gacha y andaba a
paso rápido, dando grandes zancadas. Una sonrisa iluminó su rostro al verme.
-¡Hola! -gritó. Se acercó rápidamente hacia nosotras, con su mochila al hombro y una
raqueta con una funda azul en la mano-. ¿Qué hacéis aquí todavía?
-Han castigado a Caleb y he ido a verle para que me dé unos apuntes -explicó Dawn.
-Pues yo diría que debes de estar muy apurada para pedirle los apuntes a Caleb -bromeó
Jonathan.
-Son mis apuntes. Necesitaba que me los devolviera -dijo Dawn. Guardó silencio y se
puso a recoger sus cosas del suelo.
Jonathan fijó su atención en mí.
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rápidamente. Alguien nos estaba observando desde el fondo del pasillo. Me separé de
Jonathan para descubrir quién era, pero el desconocido se apartó rápidamente aunque
conseguí distinguir la imagen de unos cabellos pelirrojos. ¡Era Ruby!
-Ven aquí, Goggles, siéntate en mis rodillas. -Me había pasado diez minutos llamando al
gato desde el sillón, pero el muy testarudo se limitaba a mirarme inmóvil, delante de la puerta
de su guarida, como si estuviera loca-. Muy bien, quédate ahí -dije totalmente harta y
mosqueada-. Si quieres ser un antipático, ése es tu problema, bola de sebo peluda.
Al segundo de haber dicho eso el muy testarudo corrió hacia mí y saltó encima de mis
rodillas. Solté una carcajada.
-Tendré que utilizar estas tácticas más a menudo -le dije, acariciando su pelo suave.
Goggles me soportó durante un minuto y después se esfumó.
Era viernes por la noche y estaba sola en casa. Me sentía inquieta; mis padres estaban en
una fiesta, en la escuela universitaria, y mi hermano Kenny iba a pasar la noche en casa de
uno de sus nuevos amigos.
Daba nerviosos golpecitos en el brazo de la butaca de cuero con los dedos, sin saber qué
hacer. No había nada interesante en la tele. Todavía no teníamos televisión por cable, así que
sólo podía elegir entre tres canales.
Tampoco me apetecía buscar más información para mi trabajo de ciencias sociales. ¿A
quién le apetece ponerse a hacer los deberes un viernes por la noche?
-Goggles, ¿adónde irías tú? -le pregunté, pero enseguida me pareció una enorme
estupidez plantearle mis problemas al gato. Goggles no era la compañía adecuada en ese
momento.
Me levanté, pensando que tal vez podría lavarme el pelo y hacerme un peinado como el
de una modelo que había visto en una foto de la revista Seventeen.
Cuando me dirigía hacia la puerta, me vino de nuevo a la mente la foto de Louisa.
Recordé su pelo. Era tan rubio como el mío, aunque más bonito y ondulado, con una caída
muy natural. Era el típico pelo que no daba dolores de cabeza.
«Bueno, seguro que ahora ya no le da dolores de cabeza -pensé con tristeza-. Está
muerta.»
No pude evitar imaginarme por enésima vez a la pobre Louisa cayendo por las cascadas
con la bicicleta, chillando hasta golpearse contra las afiladas rocas y produciendo un
chasquido estremecedor.
¡No! ¿Por qué no me podía quitar esa horripilante escena de la cabeza? ¿Por qué no
podía dejar de pensar en ella y en su macabra muerte?
«Piensa en algo agradable -me dije-. Aparta a Louisa de tus pensamientos, concéntrate
en algo bueno que te haya ocurrido.»
Entonces me puse a pensar en Jonathan. Me pregunté qué estaría haciendo en ese
momento, si estaría en su casa tan aburrido como yo.
«¡Llámalo, no seas tonta!», pensé.
Me dejé caer en el sillón y descolgué el teléfono. Dudé unos instantes y empecé a
ponerme nerviosa.
«No te lo pienses Annie -me dije-. Llámalo. ¡No pasa nada!»
Con el auricular en la mano, me di cuenta de que no tenía el teléfono de Jonathan. Llamé
a información y lo pedí. Luego, repitiendo el número varias veces para no olvidarlo, lo
marqué rápidamente antes de que me diera tiempo a arrepentirme. Escuché un tono, dos
tonos... Estaba apretando el auricular tan fuerte que me dolía la mano, así que aflojé un poco.
Tres tonos...
«No está en casa -pensé decepcionada-. No contesta nadie.»
Al oír el cuarto, alguien descolgó el teléfono.
- ¿Diga?
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Me resultó imposible dormir pensando sin parar en aquella voz y en aquel desagradable
mensaje.
Al principio no me había asustado, más bien me había puesto furiosa. ¿Acaso pensaba
alguien que iba a conseguir alejarme de Jonathan con estúpidas amenazas telefónicas? Pero
cuanto más pensaba en ello, más miedo tenía. La persona que había llamado sabía lo del
ordenador. Seguro que él o ella era quien había borrado el disquete donde tenía mi trabajo.
¿No sería la misma persona que había rajado las ruedas de la bici de Kenny la tarde que
conocí a Jonathan? En cualquier caso, la persona que había llamado sabía cómo contactar
conmigo y dónde vivía:
Me encogí de hombros.
Recordé de pronto una película que había visto en la tele sobre una niñera que se
quedaba sola en una casa y empezaba a recibir llamadas telefónicas amenazadoras. ¡Y resulta
que la persona que telefoneaba estaba en la casa con ella, en el piso de arriba!
Me levanté y empecé a registrar la casa frenéticamente, para asegurarme de que todas las
puertas estaban bien cerradas. ¡Como si eso pudiera ser de gran ayuda si alguien se proponía
de verdad entrar en mi casa!
-Ha sido sólo una broma pesada -me dije a mí misma en voz alta. Me tembló tanto la voz
que no hubiera podido tranquilizar a nadie.
Volví a pensar en Louisa. Estaba muerta de verdad; eso sí que no era una broma pesada.
Más tarde me fui a la cama pero no conseguí dormirme. Las sombras en el techo de mi
habitación parecían rocas afiladas. Las miré con ojos desorbitados y un nudo en la garganta.
La áspera voz de la llamada me daba vueltas en la cabeza, como si fuera el susurro del agua
precipitándose por el abismo de las cascadas.
No sé cómo, pero al final conseguí dormirme. A la mañana siguiente llamé a Dawn por
teléfono; necesitaba hablar con alguien.
-Me tengo que ir enseguida -me dijo sorprendida de que la llamara tan temprano-. Los
sábados por la mañana tengo clase de ingeniería eléctrica. ¡Qué pesadez!
-¿Tienes qué? -le pregunté, segura de no haber entendido bien.
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-Ya me has oído -dijo quejándose-. Es una clase de iniciación sobre instalaciones
eléctricas. Son dos horas cada sábado por la mañana. Ruby cree que las chicas tenemos que
saber hacer cosas de ésas, ya sabes, al menos aprender las técnicas. Así es que me ha
convencido para que me apunte a esta asignatura con ella.
-¿Cómo lo ha conseguido? -pregunté.
-Bueno, el profe está muy bueno... -empezó Dawn suspirando-. La verdad es que no lo
sé. Sólo hemos ido a clase dos semanas, y por el momento es bastante interesante. Nos habla
de circuitos y todo eso.
-Qué curioso -contesté.
-¿Y tú qué tal? -me preguntó.
-Ayer por la noche recibí una llamada rarísima. -Le expliqué lo de la amenaza por
teléfono.
- ¡Qué barbaridad! -exclamó Dawn-. ¿Se lo has dicho a tus padres?
- Bueno... no -contesté.
- Quizá se lo deberías decir -insistió Dawn-. A lo mejor ese loco amenaza en serio. Me
parece que sería mejor que tus padres estuvieran al corriente.
- ¿Qué te hace pensar que es un hombre y no una mujer? -pregunté.
Dawn se quedó callada un momento.
-¿Por qué lo dices? ¿Quién crees que es? -me preguntó por fin.
-Tal vez Ruby -contesté.
No se me había ocurrido pensar en Ruby. En realidad no había sospechado de ella hasta
ese mismo instante. Pero de repente, aquel susurro áspero me sonó mucho a la voz de Ruby.
-¿Ruby? -se sorprendió Dawn-. ¡Oye, Annie! No lo creo.
-Pero Dawn...
-No tienes que dudar de ella -me interrumpió Dawn-.
No deberías dejarte llevar por la primera impresión que te haya causado. De verdad que
no tienes por qué desconfiar de ella.
-Bueno, tú la conoces mejor que yo -dije, no demasiado convencida-. Pero había algo en
ese susurro...
- ¡Venga ya! ¿Por qué iba a asustarte Ruby para alejarte de Jonathan? -preguntó Dawn.
-Para empezar, porque ayer por la noche salieron juntos -contesté.
-¿Qué?
Dawn parecía muy sorprendida y extrañada.
-¿Estás segura? -me preguntó casi sin aliento.
-Sí, estoy segura. -Le expliqué lo de la llamada a casa de Jonathan y que la señora
Morgan me había confundido con Ruby.
- ¡Caramba! -no dejaba de repetir Dawn-. ¡Caramba!
-¿Por qué te choca tanto? -le pregunté.
Tardó un rato en responder.
- Es una historia un poco larga -dijo-. Estoy sorprendida, simplemente. Eso es todo. Le
tendré que preguntar a Ruby sobre lo de la cita cuando la vea en clase. Ya hablaré contigo en
otro momento. Voy a llegar tarde.
- Pero Dawn...
- ¿Aún piensas ir esta tarde a pasear en bici con Jonathan? -me preguntó.
-Sí, supongo.
-Bueno, pues ten cuidado, ¿vale? -Y se despidió.
«¿Ten cuidado?» Me quedé mirando fijamente el auricular antes de colgar. ¿A qué se
refería? «¿Ten cuidado de qué? ¿De Jonathan?»
Jonathan llegó a mi casa un poco antes de las dos. Le observé desde la ventana de la sala
mientras se acercaba a toda velocidad con su bici, saltando de ella en marcha y dejándola caer
sobre el césped. No me vio. Le vigilé a través del cristal mientras se colocaba bien el jersey
azul claro y se peinaba hacia atrás con las dos manos. Era divertido espiarle.
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¿Por qué me entró esa sensación de pánico cuando Jonathan me sugirió subir en bici a las
cascadas? Me enfadé conmigo misma por semejante reacción. No tenía ningún motivo para
temer a Jonathan; parecía que yo le gustaba bastante.
Algo horrible había ocurrido en las cascadas, pero ése no era motivo para tener miedo a
Jonathan. Llegué a la conclusión de que él estaba intentando olvidar a Louisa y superar lo de
su muerte.
Al volver a las cascadas conmigo se estaba obligando a rehacer su vida y dejar atrás a
Louisa y las cosas horrorosas que habían sucedido.
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Yo veía las cosas de ese modo. Ojalá hubiera tenido el valor de preguntar a Jonathan si
estaba en lo cierto, pero aún no tenía la suficiente confianza con él como para sacar el tema.
Después de todo, él nunca me había mencionado a Louisa, y a mí no me parecía apropiado
que fuera yo la primera en hablar del asunto.
Íbamos en bici por el medio de la calle porque había muy poco tráfico. Mucha gente se
dedicaba a cortar el césped, pasar el rastrillo, quitar las malas hierbas, y plantar flores.
Un grupo de niños jugaba a subir por la pared de una casa en obras.
-¡Ésta es mi habitación! -gritó un niño.
-No, eso es la cocina -le corrigió otro.
-¿Qué tal vas? -me preguntó Jonathan gritando hacia atrás pues me llevaba casi unos diez
metros de ventaja.
- Bien. Me gusta esta bici -contesté.
-Ésta es la casa de Caleb, ¿te acuerdas? -dijo Jonathan señalando una casa blanca de
madera con una cerca de setos descuidados a lo largo de la fachada.
Justo cuando Jonathan la estaba señalando, apareció Caleb ante la puerta de su casa.
-¡Eh! ¡Eh! -llamó, reconociéndonos inmediatamente-. ¿Adónde vais?
Jonathan dio la vuelta y se dirigió hacia el camino que conducía a la casa. Al frenar le
derraparon las ruedas en la grava y la bici se detuvo a menos de tres centímetros de Caleb,
quien se llevó sonriendo las manos a la cabeza en señal de rendición. Yo me paré junto a
Jonathan.
-Qué calor hace, ¿verdad? -dijo Caleb, sonriéndome y apartándose el cabello de la frente.
El pendiente de oro le relucía bajo el sol.
-¿Por qué no hablamos un rato del tiempo? -preguntó Jonathan sarcásticamente. Echó
una ojeada a la casa de Caleb. Alguien nos estaba observando desde una ventana. Supuse que
la madre de Caleb.
-¿Ya has reparado la bici? -preguntó Jonathan.
-Sí, en realidad podríamos decir que sí -contestó Caleb, haciendo una mueca.
-¿Quieres venir con nosotros? -propuso Jonathan. Caleb asintió.
-No tengo nada mejor que hacer. -Se limpió las manos en los tejanos-. Voy a buscar la
bici. Las ruedas están un poco deshinchadas, pero es igual.
Se dirigió a la parte trasera de la casa, dando patadas a la grava mientras andaba.
Después de avanzar unos cuantos pasos se dio la vuelta.
-¿Adónde vamos?
-A lo alto de las cascadas -respondí.
-¿Qué? -Caleb se quedó boquiabierto-. ¿Qué has dicho? -preguntó mientras miraba
fijamente a Jonathan.
-A lo alto de las cataratas -repetí en voz baja, sorprendida por la reacción de Caleb.
Él seguía mirando a Jonathan.
-¿Estáis seguros?
-Sí, estamos seguros -dijo Jonathan inmediatamente-. Bueno, ¿vienes o no, antes de que
se haga de noche? Como te entretengas, les va a salir moho a las bicis.
-Oye, me parece que no estás de muy buen humor. ¿Seguro que quieres que vaya con
vosotros?
-¡Venga ya, vete a buscar la bici! -replicó Jonathan. Caleb fue a la parte trasera de la casa
para buscar la bicicleta.
-A este césped le hace falta un buen corte -dije observando lo largo que estaba y las
malas hierbas que crecían por todas partes.
-Sus padres no le dejan manejar el cortacésped -dijo Jonathan sonriendo-. No se fían de
que no se quede sin piernas.
Caleb apareció al cabo de un rato con una tambaleante y vieja bicicleta BMX, con el
sillín subido al máximo y los neumáticos casi totalmente deshinchados.
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Librodot La novia muerta R. L. Stine 32
-¡A las cascadas! -gritó, pasándonos de largo hasta llegar a la carretera y sin mirar si
pasaba algún coche.
-¡Está como una cabra! -exclamó Jonathan.
Caleb nos esperaba dando pequeños círculos con la bici y cantando a pleno pulmón.
-Es tu mejor amigo -comenté.
-A veces me pregunto el motivo... -dijo Jonathan, mirándome perplejo.
Alcanzamos a Caleb en la carretera y pedaleamos hasta el pueblo en fila india. Estaba
abarrotado y había mucho movimiento. Incluso había coches aparcados en doble fila en Main
Street. La mayoría de la gente iba a la tienda de jardinería y a la ferretería. Se notaba que el
buen tiempo estimulaba a la gente para hacer bricolaje o cuidar de los jardines.
Una vez pasado el pueblo, la cuesta se iba haciendo cada vez más empinada a medida
que nos adentrábamos en el bosque. Jonathan y yo pedaleábamos juntos detrás de Caleb, que
zigzagueaba como un loco de un lado a otro de la carretera, la mayor parte del tiempo sin
agarrar el manillar con las manos.
Al cabo de un rato vino un tramo de carretera menos inclinado y distinguí a lo lejos un
enorme camión rojo que venía hacia nosotros.
-¡Caleb, no hagas tonterías! -gritó Jonathan a Caleb, que pedaleaba sin manos en el carril
izquierdo.
Caleb miró hacia nosotros sin cambiar de carril, con expresión diabólica y ojos
centelleantes.
-Mira lo que le voy a hacer a éste -vociferó.
-¡Ni se te ocurra! ¡Quítate de ahí! -gritó Jonathan. El camión rojo se veía más grande a
medida que se aproximaba.
-¡Mirad! -gritó Caleb.
-¡Apártate! -vociferó Jonathan.
Caleb se quedó en el carril opuesto, pedaleando tranquilamente, como si tuviera todo el
derecho del mundo a estar allí y no hubiera un camión enorme que se fuera a abalanzar sobre
él de un momento a otro.
-¡Apártate, estúpido! -volvió a gritar Jonathan, con los ojos saltándosele de las órbitas
por el pánico.
El camionero tocó el claxon estruendosamente durante un buen rato.
-¡Sal de ahí, idiota! -Casi no pude oír las palabras de Jonathan debido a los bocinazos.
Con el rostro contraído, Caleb siguió pedaleando. El camión no aminoraba..., se acercó
más... y más...
-¡Caleb, por favor!
Cuando el camión estuvo tan cerca que el claxon sonó como un grito enfurecido y
ensordecedor, cerré los ojos.
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Me dio la sensación de que el suelo temblaba y sentí una bocanada de aire caliente que
estuvo a punto de tumbarme.
Cuando abrí los ojos, Caleb estaba al otro lado de la carretera, sentado encima de la bici
y con los pies apoyados en el suelo. Nos sonrió y alzó los brazos triunfalmente, felicitándose a
sí mismo.
Jonathan tiró la bici al suelo y avanzó a grandes zancadas hasta llegar al otro lado de la
carretera, junto a Caleb. Aún se oía el ruido sordo del camión alejándose de nosotros. A mí
todavía me daba la sensación de que el suelo temblaba. El corazón me iba a toda marcha y me
mareé. Hice avanzar la bici con los pies y miré a Caleb como si se tratara de un espejismo.
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Entonces se dirigió hacia Jonathan y se detuvo a poco más de un metro del borde del
precipicio.
-Oye, Jonathan...
Jonathan no se dio la vuelta. Siguió allí, inmóvil, mirando cómo caía el agua con fuerza.
-Vámonos ya, Jonathan -insistió Caleb, haciendo un gesto con la mano como si intentara
apartar a Jonathan del borde del precipicio.
No hubo reacción.
-Larguémonos, ¿de acuerdo, Jonathan?
Me acerqué unos pasos, muy preocupada por la actitud de Jonathan. ¿En qué estaría
pensando? ¿Qué iba buscando? ¿Por qué no respondía a Caleb? ¿Por qué se empeñaba en no
alejarse del borde del precipicio?
Me acerqué hasta donde estaba Caleb, que parecía extremadamente preocupado. Creo
que fue la primera vez que veía a Caleb con una expresión de seriedad en su rostro.
-¿Jonathan...? -le llamó-. La tierra llamando a Jonathan.
-Un segundo -dijo Jonathan sin darse la vuelta.
- Vamos, chico -insistió Caleb.
-Un segundo -repitió Jonathan-. Eso es todo lo que se tarda. Un segundo... una fracción
de segundo... y luego estás muerto. Te has ido para siempre.
Caleb me miró con la cara contraída por la preocupación. Luego agarró a Jonathan por el
hombro y tiró de él hacia atrás.
-Eh, ¿pero qué pasa? ¡Déjame! -protestó Jonathan.
-Nos estás asustando, chico -le dijo Caleb sin soltarlo, mientras lo apartaba con las dos
manos del precipicio.
Las gotas de la cascada me habían dejado el pelo y la cara empapados y sentí frío, a
pesar de que hacía un sol abrasador.
-Estoy bien -insistió Jonathan.
-No me gusta oírte hablar así -contestó Caleb.
-Sigamos paseando en bici -sugerí, intentando parecer animada.
-Sí, buena idea -dijo Caleb.
Me volví hacia el sendero y pegué un chillido.
-¡Eh!
Había alguien allí, haciéndole algo a mi bici.
-¡Eh, lárgate! -grité.
Me sequé el agua de los ojos y corrí hacia la bicicleta.
El intruso había levantado mi bici del suelo y la estaba manipulando a la altura del
manillar. Me había acercado tan sólo unos pasos cuando reconocí quién era.
¡Ruby!
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-¡Apártate de mi bici!
Corrí hacia Ruby, levantando una nube de polvo del suelo. Caleb y Jonathan corrían
detrás de mí.
-¿Qué? -Ruby se quedó paralizada, sujetando mi bici por el manillar y mirándome
boquiabierta. Su pelo agitado por el viento relucía bajo los rayos del sol.
Me detuve en seco delante de ella, respirando aceleradamente.
-¿Se puede saber qué le estás haciendo a mi bici? -le espeté enfurecida.
-Sólo la estaba mirando -dijo secamente-. Se parece mucho a la de mi primo.
La miré con rabia, intentando recuperar el aliento.
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-Lo único que estoy diciendo es que podríamos reunirnos cada fin de semana y hacer
excursiones por todo el estado. Podríamos elegir diferentes rutas y llevarnos la comida y lo
que haga falta.
- Me gusta lo de la comida -dije con una sensación de hambre en el estómago pues
prácticamente no había comido al mediodía.
-Olvídate -le dijo Dawn a Caleb-. No quiero ir en bici contigo. Estás loco. No haces más
que tonterías para hacerte notar y algún día te vas a matar.
-¿Quién, yo? -se quejó Caleb sonriendo.
Parecía haberse olvidado de lo que había ocurrido con el camión.
-Eh, ¿dónde está Jonathan? -preguntó Ruby de repente-. ¿No está con vosotros?
¡Jonathan! Estaba tan preocupada por lo de Ruby y mi bici que me había olvidado
completamente de Jonathan. -Estaba contigo -le dije a Caleb.
-No -contestó Caleb-, conmigo no.
Todos nos dimos la vuelta hacia las cascadas, pero allí no había nadie. El rugido del agua
era terrible y se levantaba una neblina desde el borde del precipicio.
-¡Jonathan! -le llamé-. ¡Jonathan!, ¿dónde estás? No hubo respuesta.
Miré al bosque, pero allí tampoco había nadie.
Cuando me di la vuelta, Caleb corría hacia el borde de las cascadas con una expresión de
terror en el rostro.
Dawn y Ruby me miraban fijamente.
-¿Dónde está? -me preguntó Ruby, como si yo lo estuviera escondiendo.
El pánico me dejó totalmente paralizada y casi no podía ni respirar.
Miré a Caleb, que ya había llegado al borde del barranco, en el mismo lugar donde
Jonathan había estado momentos antes con nosotros.
Caleb se asomó con el rostro descompuesto.
-¿Ha saltado? -gritó-. ¿Ha saltado Jonathan? Ruby soltó un chillido, horrorizada.
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-¡No! ¡No! -grité totalmente descontrolada.
Caleb retrocedió un paso.
-No veo nada ahí abajo -dijo poniendo las manos a los lados de la boca para que
pudiéramos oírlo.
-¡Mirad! -gritó Ruby.
Nos dimos la vuelta en dirección al sendero. Allá estaba Jonathan, pedaleando
furiosamente y levantando una gran polvareda mientras se alejaba por el camino. Los cuatro
nos quedamos inmóviles y en silencio, observando atónitos cómo desaparecía entre los
árboles sin ni siquiera mirar hacia atrás.
Cuando lo perdimos de vista suspiré profundamente y me dejé caer de rodillas, aliviada:
al menos Jonathan no había saltado al precipicio.
Levanté la mirada hacia Ruby v Dawn. Dawn tenía lágrimas en los ojos y estaba
temblando.
-¡Qué mi-miedo he pasado! -tartamudeó.
Ruby le puso la mano en el hombro para calmarla. -Primero, Louisa. Luego... dijo Dawn
con una voz apenas audible.
Caleb se acercó a nosotros, con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha.
-¿Por qué ha hecho eso? -le pregunté, con el corazón latiéndome todavía con fuerza-.
¿Por qué se ha ido de esa manera?
Caleb, muy serio, se encogió de hombros.
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Esa noche tuve una pesadilla horrible. Fue un sueño en blanco y negro, y la oscuridad y
todas aquellas sombras grises lo hicieron aún más horroroso. En el sueño yo estaba en lo alto
de las cascadas y el agua caía silenciosamente. No se oía ni un solo ruido ni una voz.
Miré cómo caía el agua hacia las oscuras rocas del fondo sin salpicar lo más mínimo. Yo
tenía mucho frío allá arriba, y el cielo estaba de un color gris carbón muy fúnebre. En el borde
del precipicio había una persona vestida de negro. Me la quedé mirando. Luego una niebla
gris y azul se fue elevando desde el agua que caía. Aunque me daba la espalda, supe que era
Louisa. La llamé, pero ningún sonido salió de mi garganta. Se dio la vuelta lentamente. La
miré fijamente a la cara y solté un grito silencioso.
No tenía piel, y su hermoso y ondulado cabello descansaba encima de una calavera que
sonreía. Las cuencas vacías de los ojos parecían mirarme ciegamente, y el maxilar inferior
estaba caído y dejaba al descubierto una blanca y perfecta dentadura.
Se dio la vuelta con rapidez y volvió a adoptar la misma postura que antes, justo al borde
del precipicio. El agua continuaba cayendo en absoluto silencio. El cielo se fue oscureciendo
y empezaron a aparecer sombras que avanzaban sobre el suelo gris.
Me acerqué sigilosamente hasta colocarme detrás de Louisa. Cada vez estaba más y más
cerca de ella. Sabía lo que yo iba a hacer. Levanté las manos: la iba a empujar por el
precipicio. Con las manos en alto avancé otro paso..., y otro... De repente recuperé la voz.
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-Soy la nueva novia de Jonathan -le dije mientras me disponía a empujarla-. Ahora yo
soy la novia de Jonathan.
Pronuncié esas palabras sin mostrar ningún tipo de emoción. El agua seguía cayendo, sin
hacer el menor ruido.
Avancé un poco más y me dispuse a empujarla, pero cuando mis manos ya casi le
tocaban la espalda se invirtieron los papeles. Me di cuenta horrorizada de que ahora era yo la
que estaba vestida de negro, de que era yo la que estaba al borde mismo de las silenciosas
cascadas.
-Yo soy la nueva novia de Jonathan -le dije-. Soy la novia muerta de Jonathan.
¿Era Louisa la que estaba ahora detrás de mí, o era Jonathan? No podía darme la vuelta,
sólo podía mirar hacia abajo.
Sabía que estaba a punto de caer por el precipicio a las silenciosas aguas y que iba a
morir. Silenciosamente, muy silenciosamente... hasta desaparecer en las inquietantes sombras
del abismo.
De pronto sonó el teléfono que había junto a mi cama y me desperté. Me incorporé
sobresaltada, completamente despierta. El sueño se fue desvaneciendo poco a poco y con él
todas aquellas sombras grises. El teléfono seguía sonando. Estiré la mano para descolgarlo
pero me detuve. Aquel miedo tan desagradable... ¿lo había causado el sueño o el timbre del
teléfono? ¿Debería descolgarlo?
De mala gana, me llevé el auricular al oído.
-Soy yo -susurró una voz seca.
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Se me cortó la respiración y cerré los ojos.
-¿Annie? -susurró la voz-. ¿Eres tú?
Tragué saliva.
-Soy yo, Jonathan -susurró la voz.
-¿Qué? -grité-. ¿Jonathan?
- ¿Quién pensabas que era? -preguntó con el mismo tono de voz.
-¿Qué hora es? -pregunté entrecerrando los ojos en la oscuridad para poder ver la hora en
mi despertador-. Jonathan, son casi las dos de la mañana.
-Lo siento, Annie.
-¿Por qué susurras de ese modo? -le pregunté, intentando tranquilizarme.
-No quiero que mis padres me oigan -contestó-. Si se enteran que hago llamadas a estas
horas, me quitarán mi teléfono.
-Me has asustado -admití-. Pensé... pensé que eras otra persona.
-Te llamo para pedirte disculpas -dijo Jonathan-. Ya sabes, por lo de esta tarde.
-Pues muy bien, adelante -dije-. Pide disculpas.
-Lo siento -dijo sinceramente.
Se me hizo un nudo en la garganta.
-Acepto las disculpas -le dije-, pero podrías haber llamado antes, ¿no?
-Quería hacerlo, pero tenía que ir a un sitio con mi padre. Yo sé que no me tendría que
haber ido de esa manera. Pero... bueno... es difícil de explicar.
-No te preocupes -le dije, dándome cuenta de lo difícil que resultaba aquello para él.
Me sentía aliviada de que no estuviera enfadado conmigo, de que no me culpara de
alguna cosa.
-No tendría que haber sugerido que fuéramos allá arriba -continuó-. Probablemente no
sabes nada de lo de Louisa... -Sí, lo he oído -le interrumpí.
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Al día siguiente por la tarde, cuando me acababa de poner a trabajar y tenía todos los
papeles y libros encima de la mesa del comedor, llamaron al timbre. Como estaba sola en casa
corrí a abrir la puerta.
-¡Dawn! -exclamé sorprendida.
Me sonrió. Llevaba un jersey azul y unos pantalones de tenis blancos, y tenía el pelo
recogido en una coleta.
-Tengo que trabajar, en serio -le dije, con la mano apoyada en la puerta abierta-. No
tengo tiempo de...
-Ya lo sé -me replicó, pasando de largo y entrando en el recibidor-. Te he traído un
montón de libros. -Bajó el hombro para que pudiera ver la mochila repleta que llevaba en la
espalda-. Es para que tengas material para tu trabajo.
-Gracias -dije sinceramente para agradecerle el detalle-. La biblioteca cierra los
domingos, así que...
-Creo que puedes sacar buena información de todos estos libros -afirmó, suspirando
aliviada al quitarse la mochila de la espalda-. Me quedaré sólo un minuto -dijo sentándose en
una silla-. ¿Has hablado con Jonathan?
Le expliqué lo de las disculpas a las tantas de la noche.
- Qué raro... -dijo, jugando con sus cabellos, y luego añadió-: Pobre chico. -Puso cara de
enfado-. Yo ya me he hartado de su amiguito Caleb.
-¿A qué te refieres? -le pregunté, echando un vistazo a los títulos de los libros que había
traído.
-Es un caso perdido -se quejó Dawn, frunciendo el ceño-. Es un payaso. Nunca se toma
nada en serio. Ayer por la noche fuimos al cine, y se pasó toda la película haciendo
comentarios tontos. A la gente que teníamos cerca no le pareció nada divertido. Pensé que al
final le iban a romper la cara.
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Trabajé durante dos horas pero me costaba concentrarme. Aquel sueño horrible no me
dejaba en paz, no conseguía quitármelo de la cabeza. Luego me puse a soñar despierta con
Jonathan, inventándome conversaciones con él.
Después empecé a pensar en Louisa. Me pregunté cómo era, qué voz tenía y cómo era su
risa.
Eché una ojeada al reloj. Eran ya pasadas las cuatro y casi no había avanzado nada con el
trabajo.
Me levanté. Estaba inquieta y me sentía incapaz de estar sentada durante más tiempo.
Tenía que salir un rato, hacer algo de ejercicio, despejarme un poco la mente.
Me puse una camisa de manga larga encima de la camiseta y salí al garaje para buscar la
bicicleta. El cielo estaba muy encapotado. Había unos nubarrones grises y se oían truenos a lo
lejos. Pero no me importó. Necesitaba salir un rato a pasear en bici, tal vez bastante rato.
Mientras me dirigía hacia la carretera el aire frío y húmedo me produjo una agradable
sensación en las mejillas. El viento me echaba el pelo hacia atrás a medida que ganaba
velocidad, pedaleando de pie.
Quería ir más rápido que mis pensamientos y alejarme del horrible sueño, de la sonrisa
de Louisa, de todo y de todos.
Las casas y los jardines iban pasando a mi lado como una imagen borrosa verde y gris.
Un niño con un impermeable amarillo me saludó con la mano desde la puerta de su casa y yo
le devolví el saludo sin disminuir la velocidad. Cada vez iba más rápido. El corazón me latía
con fuerza y me notaba el pulso en las sienes.
Empezaron a caer gotas frías de lluvia y el cielo se oscureció más aún.
Pasé frente a la escuela y luego giré por un camino que atravesaba el colegio por dentro.
El camino terminaba delante del garaje de los profesores y estaba oscuro y vacío.
El ruido de los truenos que había oído a lo lejos se había convertido en un estruendo
sordo y constante que se iba acercando. Me dirigí al camino que conducía al bosque detrás de
la escuela.
Todavía no había tenido la ocasión de explorar aquel bosque, y alguien me había dicho
que era enorme.
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Los altos árboles con las hojas de la primavera impedían el paso de la escasa luz que
quedaba a aquella hora. Cuando me di cuenta de que allí estaba todo tan oscuro que parecía de
noche me entró mucho miedo, pero no podía parar de pedalear, todavía no tenía ganas de
volver. Me encantaba ir en bici a toda velocidad bajo la sombra de los árboles, notando aquel
aire frío en las mejillas.
Al principio sólo se oía el susurro de las hojas de los árboles, los truenos a lo lejos y el
ruido de los neumáticos en el camino. Pero luego oí otro ruido detrás, muy cerca. Me di la
vuelta y vi a alguien en el camino, vestido con ropa oscura, que corría hacia mí. De pronto
recordé la pesadilla, donde todo era en blanco y negro, como la persona que me perseguía. El
pánico me agarrotó las piernas. Quería ir más deprisa para alejarme de aquel sueño siniestro.
La persona se acercaba cada vez más, corriendo a toda velocidad, y se oía el ruido de los
zapatos golpeando el suelo a cada zancada.
-¡Oh! -grité cuando la rueda de delante chocó contra algo en el camino.
No me dio tiempo de verlo bien, pero seguramente había pisado una piedra. Perdí el
control de la bicicleta; los árboles se inclinaban y el suelo se acercaba a mi cara. Caí de
costado y sentí un intenso dolor. La bicicleta me cayó encima y la rueda de delante se quedó
girando.
«Me ha atrapado», pensé.
16
Intenté quitarme la bici de encima, aterrorizada. Los pasos se detuvieron: la persona que
me perseguía me había alcanzado. Miré hacia arriba.
-¡Ryan! -grité.
Se inclinó hacia la bici, con la respiración entrecortada, y la agarró por el manillar para
quitármela de encima. La apoyó en un árbol y se secó el sudor de la frente con la manga del
jersey.
-Ryan... ¿qué estás haciendo aquí? -le pregunté con una voz aguda y chillona que apenas
parecía la mía. Me agarró del brazo y me ayudó a levantarme.
-¿Estás bien? -me dijo sin responder a mi pregunta-. ¿Te has hecho daño?
-No, no creo -respondí temblando. Intenté quitarme el barro de los tejanos.
Empezó a llover. Primero se oyeron unas gotitas que caían sobre las hojas de los árboles
que tenía encima de la cabeza, y luego empecé a mojarme con unas gotas grandes y frías.
-¿Por qué te escapabas? -me preguntó Ryan, mirándome a través de las gruesas gafas,
con una expresión de desconcierto en su rostro larguirucho.
-No... no lo sé -admití avergonzada-. Creí que eras...
«¿Alguien que ha aparecido en una de mis pesadillas? ¿Qué es lo que he creído? ¿Por
qué me he asustado tanto?»
-Pensé que estaba sola -le expliqué- y cuando vi que alguien me perseguía...
-¿No has oído que te llamaba? -preguntó. Me quitó una ramita de la manga de la camisa.
El ruido de las gotas contra las hojas se hizo más fuerte.
-Nos vamos a quedar empapados -le dije. Levanté la bici y le eché un vistazo. No me
pareció que le hubiera pasado nada, al menos no se había torcido-. Creo que he chocado
contra una roca.
-Sí -dijo Ryan señalando una piedra que sobresalía justo en el centro del camino-. ¡Ibas
muy rápida! -exclamó Ryan, observándome intensamente.
-Sí -contesté recuperando el aliento-. ¿Y qué haces tú aquí?
Empecé a caminar con la bicicleta hacia la escuela, con Ryan justo detrás.
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-Louisa y yo paseábamos por aquí muy a menudo -me dijo mirando al bosque que había
más adelante-. Aquí es donde solíamos pasar el rato.
Esperé a que continuara, pero no lo hizo. Caminamos en silencio. El agua de la lluvia
estaba fría pero no caía con mucha fuerza y los árboles se movían como si tiritaran de frío. Yo
tenía el pelo empapado pero me gustaba esa sensación refrescante.
-Louisa era una buena amiga -dijo Ryan rompiendo el silencio, con cara de
concentración. Sus estrechos hombros estaban encorvados y tenía las manos en los bolsillos
de los tejanos. Evitaba mirarme a los ojos. Creo que esperaba a que dijera algo, pero yo no
sabía qué decir.
- Solíamos hablar de cualquier tema -continuó-. Me dijo cosas que nunca le contaría a
Jonathan. -Sonrió de una forma extraña. Seguía sin mirarme a los ojos.
Yo me preguntaba si lo que decía era verdad. ¿Por qué me estaba contando todo eso en
aquel momento? Casi no lo conocía. Sólo había hablado con él una vez. ¿Por qué me hacía
esas confidencias?
«Parece que está muy solo», observé.
- Era mi mejor amiga -dijo en voz baja. De repente dejó de hablar y me tomó del
hombro, obligándome a detenerme.
Ryan me miró a los ojos fijamente.
-Quiero que tú también seas mi amiga -me dijo con un tono muy emotivo.
-Bu-bueno -tartamudeé. Me estaba apretando el brazo con tanta fuerza que me hacía
daño-. Ryan, yo...
-Quiero que tú también seas una buena amiga.
De pronto apretó su cara contra la mía e intentó besarme. Me quedé de piedra, casi sin
respiración.
Noté sus labios calientes y secos contra los míos. Me apretó muy fuerte, con demasiada
desesperación. Me estaba haciendo daño.
Forcejeé un poco y conseguí empujarlo.
-¡Ryan! ¡Basta!
Me miró sorprendido durante unos instantes y luego pareció sentirse herido. Yo estaba
totalmente desconcertada y asustada. Era tan violento..., estaba tan desesperado...
Me monté en la bici de un salto y empecé a pedalear de pie.
-Adiós -grité sin mirar atrás.
La lluvia me golpeaba en la cara con más fuerza que antes. Oí un trueno tan cerca que los
árboles parecieron sacudirse.
-¡Si sigues saliendo con Jonathan te arrepentirás! -me gritó Ryan-. ¡Te arrepentirás!
Me di la vuelta para asegurarme de que no me perseguía. Continuaba tronando.
-¡Pobre Louisa! -La voz de Ryan resonó como un eco entre los árboles-. ¡Yo intenté
avisarla!
Gritó algo más, pero no conseguí oírlo por culpa de los truenos.
Estaba demasiado lejos para poder oír lo que decía. Un rayo iluminó la parte de atrás de
la escuela. Pedaleé con más fuerza, calada hasta los huesos.
-Ryan está loco -dije en voz alta mientras me parecía oír su voz en mis oídos-. Está
totalmente loco.
El lunes, después de clase, me dirigí a la sala de ordenadores, donde pensaba pasar todo
el tiempo posible durante el resto de la semana. Había decidido acabar de pasar los apuntes al
ordenador para luego organizar el material y empezar a escribir el trabajo.
«Si tuviera mi propio ordenador en casa...», pensé. Sólo faltaba una semana para mi
cumpleaños, pero con todos los gastos del traslado a nuestra nueva casa estaba segura de que
no me lo comprarían.
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17
Vislumbré un pequeño rayo de luz en la oscuridad que se fue haciendo cada vez más
intenso, como una cinta azul de luz que luego se convirtió en una explosión de color. Abrí los
ojos e intenté fijar la mirada en la cara de la señora Elwood, que parecía muy preocupada.
Todo se veía tan claro como si hubieran encendido todas las luces de golpe y todo el
mundo hubiera quedado intensamente iluminado.
-Está abriendo los ojos -dijo la señora Elwood a alguien. Poco a poco me di cuenta de
que ya no estaba sentada frente al ordenador sino tumbada de espaldas en el suelo,
contemplando el ceño fruncido de la señora Elwood y las luces del techo. Todo parecía vibrar
y oía como un zumbido constante.
-¿Señora Elwood? -dije casi susurrando.
-Ha hablado -le dijo ella a alguien que estaba junto a la puerta.
Se oía movimiento, voces y murmullos.
La señora Elwood me observaba a pocos centímetros de la cara.
-Annie, ¿me oyes? -preguntó con ansiedad.
-Sí -contesté con una voz que no se parecía a la mía.
-¿Puedes verme? -preguntó, acercándose tanto que podía oler el caramelo de menta que
tenía en la boca.
-Sí -le dije.
Traté de incorporarme, pero me mareé y volví a desplomarme.
¿Por qué tenía la sensación de que todo vibraba? Me pareció oír un chasquido eléctrico,
pero era sólo mi imaginación. Miré hacia un lado y observé que había varios chicos y unos
cuantos profesores a mi alrededor.
-¿Qué ha pasado? -pregunté.
-Has recibido una descarga eléctrica -contestó la señora Elwood.
-¿Cómo? -La miré boquiabierta.
Me sentía con más fuerzas y conseguí sentarme en el suelo. La intensidad de las luces
parecía volver a la normalidad y dejé de oír chasquidos.
-Has recibido una descarga muy fuerte del ordenador -dijo señalando al viejo aparato,
que alguien había desenchufado.
-Es muy extraño que haya sucedido una cosa así -comentó la señora Elwood.
«Eso es evidente, desde luego», pensé con sarcasmo.
-Has recibido la descarga a través del teclado -explicó la señora Elwood.
Me puse de pie. Me sentía muy rara, no como si estuviera débil o mareada sino como si
me hubiese vuelto loca. Me entraron ganas de correr cinco kilómetros o de pegar un puñetazo
en la pared. Supongo que era por toda la electricidad que me había pasado por el cuerpo.
-¿Has tocado el enchufe? -preguntó la señora Elwood, mordiéndose el labio.
-No -contesté-. Sólo el teclado.
-No lo puedo entender, Annie -dijo sin apartar su mirada de mí.
«Yo sí puedo, pensé. Yo sí lo entiendo.» Sentí que la rabia me sacudía como si se tratara
de una corriente eléctrica. ¡Ruby!
Ruby le había hecho algo al ordenador. En ese momento comprendí por qué Ruby se
había cruzado conmigo a toda prisa en el pasillo, con aquella cara tan rara y sin decirme nada.
Había manipulado el cable del teclado. Ella iba los sábados a aquella clase de ingeniería
eléctrica, y seguro que allí había aprendido a hacerlo. ¡Había intentado electrocutarme! Quería
matarme para mantenerme alejada de Jonathan. Estaba llevando a la práctica sus amenazas.
Me quería matar, me quería matar...
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ruidosamente los escalones de dos en dos, tropezando sin parar. Llegué al pasillo donde
estaba mi taquilla. Algunas de las luces ya estaban apagadas y aquello parecía un túnel
oscuro. Mi respiración acelerada resonaba en las paredes.
Me detuve en seco al ver una silueta que emergía de la oscuridad. Avanzó sigilosamente
hacia mí v, cuando la luz le iluminó la cara, ahogué un chillido. Era Louisa.
18
Me quedé en medio del pasillo mirándola boquiabierta, con los ojos desorbitados.
Ella también se detuvo. La luz iluminó su pelo rubio. Estaba más pálida que en la
fotografía, más pálida que un fantasma.
Llevaba un jersey verde oscuro, pantalones cortos, y una mochila azul colgada del
hombro.
«e Qué estás haciendo aquí, Louisa? -me dije-. Estás muerta.»
De pronto exhalé ruidosamente el aire retenido por la impresión.
-¿Estás bien? -me preguntó, frunciendo el ceño con preocupación.
-No-no lo sé -tartamudeé.
No conseguía apartar la mirada pues nunca había visto un fantasma. Di un paso atrás,
asustada.
-Está todo muy oscuro en este pasillo. Ya casi han apagado todas las luces -dijo-. ¿No las
dejan encendidas normalmente?
Tenía una voz suave y dulce. En lugar de responder, me limité a mirarla con
incredulidad. La triste fotografía había cobrado vida. Louisa había vuelto. Pero ¿cómo?
- Soy Danielle Powell -dijo, pasándose la mochila al otro hombro-. Eres nueva,
¿verdad?
-¿Qué? -Me quedé sin habla, incapaz de concentrarme en algo-. ¿Cómo has dicho que te
llamas? -conseguí preguntar.
-Danielle -repitió con expresión sombría-. No soy Louisa -dijo en voz tan baja que
apenas pude oírla. Avanzó unos pasos y observé cómo sus ojos de un azul pálido se
humedecían-. ¿Es eso lo que has pensado? ¿Me has confundido con mi hermana?
-Nadie me había dicho que Louisa tuviera una hermana -murmuré todavía
conmocionada.
-¿Qué? -No me había oído. Me miró preocupada-. Oye, ¿te encuentras bien?
-Lo siento, Danielle -dije sacudiendo la cabeza como si tratara de ordenar mis
pensamientos-. Hoy he tenido un día horrible.
-Dímelo a mí -comentó-. Me he tenido que quedar después de las clases para hacer un
examen de física que tenía pendiente.
-Soy Annie Kiernan -dije recuperándome.
-¿Eres la nueva novia de Jonathan? -preguntó con una extraña sonrisa.
-La verdad es que no lo sé -respondí-. Últimamente no le he visto demasiado.
-¿Quieres tomar una Coca-Cola o alguna otra cosa? -dijo dirigiéndose a la puerta-. Los
exámenes de física me dan mucha sed y además me está entrando miedo en este pasillo tan
oscuro. Parece una tumba. -Se sonrojó, probablemente porque estaba pensando en su
hermana.
-Sí, vamos -dije siguiéndola-. Yo también tengo ganas de salir de aquí.
Me vino a la mente la imagen de Ruby mirándome con odio. ¿Había hecho el ridículo en
el gimnasio? ¿Había tratado realmente de electrocutarme?
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Librodot La novia muerta R. L. Stine 47
Intenté no pensar en eso mientras salía del edificio con Danielle. Noté en la cara los
rayos del sol de la primavera. Fuimos a un bar que estaba a un par de manzanas del instituto y
nos sentamos en una mesa del fondo.
-Te quiero pedir disculpas -dije después de que pidiéramos dos Coca-Colas y patatas
fritas-. Por el modo en que te miré, ¿comprendes? Seguramente pensaste que estaba chiflada.
-Sí, la verdad es que lo pensé -dijo Danielle. Al sonreír le aparecieron unos pliegues
alrededor de los ojos y un hoyuelo en la mejilla derecha. Me pregunté si Louisa tenía el
mismo hoyuelo-. Supongo que debo asustar a muchos chicos del instituto -dijo con una voz
apenas audible y bajando los ojos-. Lo digo porque me parezco mucho a Louisa. Soy un año y
medio mayor que ella, pero la gente solía confundirnos. Supongo que ya sabes lo que le pasó
a Louisa.
-Sí, algo sé -dije sintiéndome incómoda-. Dawn me contó lo que sucedió.
-Lo siento mucho por Jonathan y Ruby... -dijo Danielle.
Nos trajeron las Coca-Colas y bebió un buen trago. -¿Ruby? -pregunté sorprendida.
- Sí, ya sabes. Los tres habían ido a pasear en bici el día que murió Louisa. -Bebió del
vaso vaciándolo casi entero.
-No sabía que Ruby también estuviera con ellos -dije, incapaz de disimular mi asombro-.
Dawn nunca me dijo que...
-Probablemente estaría protegiendo a Ruby. Dawn y Ruby han sido amigas desde muy
pequeñas.
-Espero no parecerte indiscreta -dije, haciendo girar el vaso entre las manos-. No tienes
que contestar si no quieres, pero... -Respiré profundamente-. ¿Crees que Jonathan o Ruby...?
No pude acabar la pregunta, era demasiado horrible.
-¿Que si creo que tuvieron algo que ver con la muerte de mi hermana? -dijo ella
terminando mi frase. Cerró los ojos y negó con la cabeza-. No, creo que no.
-Danielle, no tienes por qué hablar de ello si no quieres -le dije apoyando mi mano sobre
su delgada muñeca.
-¡No sé qué pensar! Me he pasado muchas noches sin pegar ojo, dándole vueltas a esa
pregunta.
Se bebió el resto de Coca-Cola y la camarera nos trajo las patatas fritas. Danielle
aprovechó para pedirle otra.
-Jonathan y Louisa siempre se estaban peleando -me confesó-. Siempre. Se pasaban la
vida rompiendo y haciendo las paces. Era una relación muy tormentosa, pero no creo que
Jonathan fuera capaz de matarla por culpa de alguna discusión estúpida.
-¿Y Ruby? -le pregunté.
-Creo que Ruby estaba celosa de Louisa, aunque en realidad no lo sé muy bien pues no
conozco demasiado a Ruby. Me parece que a ella le gusta mucho Jonathan, pero la gente no
va matando por ahí por cosas como ésa.
-Bueno, pues alguien ha intentado matarme.
-¿Cómo dices? -Dejo caer la botella de ketchup, manchando la mesa.
Le expliqué lo que me había ocurrido en la sala de ordenadores.
Danielle frunció el ceño.
-Esos ordenadores son tan viejos... -murmuró-. Probablemente se habrá producido un
cortocircuito. No tienes ninguna prueba de que alguien lo haya manipulado.
Asentí aunque no estaba demasiado convencida. Inmediatamente me arrepentí de
habérselo dicho. Danielle estaba muy triste y ya tenía bastantes problemas por lo de su
hermana.
Seguimos charlando un rato más pero teniendo cuidado de no hablar de nada importante.
Danielle me caía bien. Parecía una chica muy dulce y sensible, con una gran fuerza interior
aunque estuviera tan pálida y delgada. Me dio la impresión de que poseía el coraje necesario
para afrontar todo lo que había sucedido.
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Librodot La novia muerta R. L. Stine 48
Nos despedimos en la puerta del bar porque íbamos en direcciones opuestas. El sol
descendía en el cielo formando una bola roja que se iba escondiendo detrás de los verdes
árboles. Empezaba a refrescar. Saludé a Danielle con la mano y luego observé cómo se
alejaba. Estaba tan delgada que parecía flotar como un pálido fantasma en aquella tarde fría y
triste.
19
Mientras dudaba en si contestar o no, sentí un golpe en el estómago.
Ahogué un grito y me puse en pie de un salto.
Gracias a Dios se trataba de Goggles. Supongo que le había despertado el teléfono.
Volvió a sonar. Goggles se colocó en mi almohada, maullando.
Descolgué el auricular.
-¿Diga?
-Hola Annie, soy yo.
-¿Dawn? -Miré el despertador-. Era casi la una.
-¿Te he despertado?
-Es muy tarde -dije mientras me sentaba en el borde de la cama.
Alargué el brazo para acariciar a Goggles pero saltó al suelo.
-Lo siento -dijo Dawn-, pero me siento muy mal. He estado dándole vueltas toda la
noche a lo que ocurrió entre tú y Ruby en el gimnasio.
Sentí un escalofrío. La ventana de la habitación estaba abierta y el vientecillo que entraba
era muy frío.
-Sí. ¿Qué pasa con lo del gimnasio? -dije entre dientes, recordando toda la escena.
-Ruby se sintió muy dolida -respondió Dawn-. Nunca la he visto tan destrozada, tan
herida.
- ¡Qué se le va a hacer! -dije sarcásticamente.
-Tendrías que pedirle disculpas.
Me quedé boquiabierta, sin poder reaccionar.
-¿Annie? ¿Estás ahí?
-¿Pedir disculpas a Ruby? -grité-. Dawn, ¿estás loca? ¡Ha intentado matarme!
-Annie, escucha...
-¡Manipuló el teclado del ordenador para electrocutarme! -grité, sin acordarme de que
podía despertar a toda la familia.
-Eso es imposible -replicó Dawn en voz baja.
-¿Qué quieres decir?
-Pues quiero decir que Ruby no podría idear una cosa así.
-¿Y qué me dices de la clase de ingeniería eléctrica a la que vais los sábados? -pregunté
con voz exigente.
-Sólo hemos tenido dos clases -respondió Dawn-. No sabemos hacer nada. Ruby no
puede haber manipulado el ordenador. No sabe ni cambiar la bombilla de una lámpara.
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-Entonces ¿quién lo hizo? -pregunté con voz chillona, empezando a perder el control. La
rabia y el miedo me estaban agarrotando la garganta.
-¿Y cómo quieres que lo sepa? -contestó Dawn-. Probablemente fue un accidente, Annie.
No tendrías que haber culpado a Ruby. Me llamó a la noche, llorando sin parar.
-Buah, buah -imité burlonamente, aunque empezaba a sentirme culpable.
Esa tarde estaba tan asustada y furiosa que no sabía lo que hacía. Cuando corrí al
gimnasio estaba tan obcecada que en ese momento hubiera sido capaz de estrangular a Ruby.
Realmente quería hacerle daño.
Pero a lo mejor Dawn decía la verdad y me había equivocado al culpar a Ruby.
-¿Por qué la defiendes tanto? -le pregunté, tapándome las piernas con la manta.
-Es mi amiga -dijo Dawn-. Y no es mala persona, Annie. Sé que has tenido un mal
comienzo con Ruby, pero ella no te haría daño.
-Bueno, ¿pues cómo es que no me dijiste que Ruby estaba en lo alto de las cascadas
cuando murió Louisa?
La pregunta le pilló por sorpresa. Tras un largo silencio, finalmente contestó con voz
pausada:
-Consideré que se trataba de algo del pasado y que no era importante que lo supieras. No
quería que te cayera antipática. Pensé que las tres podríamos ser buenas amigas.
Se produjo un nuevo silencio.
-Supongo que te lo tendría que haber contado todo -dijo pausadamente-. A Ruby le gustó
Jonathan durante un tiempo, pero no creo que él estuviera interesado en ella. Simplemente la
veía como a una amiga. Pero a veces, cuando él y Louisa se peleaban, Jonathan se iba con
Ruby. Eso es todo. Después de la muerte de Louisa se acabó todo entre Jonathan y Ruby.
-¿Ah, sí? -dije intentando conservar la calma-. Entonces, ¿cómo es que salieron juntos el
fin de semana pasado?
-En realidad no fue lo que tú crees -dijo Dawn-. De verdad, Ruby me lo contó todo en la
clase del sábado.
-Escucha Dawn -dije con impaciencia, mirando cómo la brisa movía las cortinas de la
ventana-. Alguien está haciendo todo lo posible para que me aleje de Jonathan, y yo creo que
ese alguien es Ruby.
-Pues yo no lo creo -contestó Dawn rápidamente-. No creo que sea Ruby. En absoluto.
¿Y no se te ha ocurrido pensar que podría tratarse del propio Jonathan?
-¿Qué? -Ahora era Dawn la que me había pillado por sorpresa-. ¿Pero qué estás diciendo
Dawn? -le pregunté apretando el cable del teléfono con la mano que tenía libre-. ¿Jonathan?
-No le conoces demasiado bien -contestó Dawn-. A veces pienso que está loco, e incluso
que es peligroso.
-¿Peligroso?
-Es posible.
-Bueno, no sé... tiene cambios de humor muy bruscos, desde luego, pero... -No sabía qué
decir-. Le pediré disculpas a Ruby -dije cambiando de tema-. Creo que es lo mínimo que
puedo hacer. La invitaré para la fiesta de mi cumpleaños, el sábado por la noche. Supongo
que Caleb y tú también vendréis, ¿verdad?
-Sí -contestó-. Quiero decir que yo sí que iré, aunque no sé que hará Caleb. Lo más
seguro es que rompa con él antes del sábado. Es demasiado tonto -dijo bostezando-. Ya
hemos pasado por esto en otras ocasiones. Me parece que me voy a ir a dormir -dijo
bostezando.
Le di las buenas noches y colgué el teléfono.
-Goggles, ¿estás ahí? -le llamé en voz baja. Sentía la necesidad imperiosa de abrazarme a
algo, pero el gato ya se había ido de la habitación.
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Todos parecían estar pasándoselo bien en la fiesta del sábado por la noche. Nuestra sala
de estar no es demasiado grande que digamos, pero a nadie parecía importarle estar apretujado
como una sardina en lata.
La música estaba muy fuerte y se oían muchas risas.
Había preparado una enorme olla de espaguetis y todos estaban por allí, sentados o de
pie, dando cuenta de la cena con mayor o menor habilidad.
Dawn llegó con Caleb; parecían tan unidos como siempre. Supuse que Dawn había
cambiado de opinión sobre su idea de romper con él.
Ruby también vino a la fiesta y hasta me trajo un regalo. Por el tacto supe que se trataba
de un libro.
La había llamado por teléfono a la mañana siguiente de mi conversación con Dawn y me
había disculpado durante veinte minutos, suplicándole que me perdonara. Lo hice por Dawn.
Seguía sospechando de Ruby, aunque Dawn hubiera insistido tanto en que era muy buena
persona.
Jonathan parecía muy relajado y se notaba que se lo estaba pasando bien. No paraba de
reír con algunos de sus amigos, y nunca le había visto tan contento.
Al pasar por su lado, frente a la cocina, me tomó de las manos sonriendo y me llevó
hacia un rincón de la sala, donde había unos cuantos chicos y chicas bailando.
-Venga, vamos a bailar -me dijo-. Esta canción me gusta mucho.
Empecé a caminar junto a él y entonces oí que alguien llamaba a la puerta de atrás.
Jonathan puso mala cara cuando me aparté de él para abrir y ver quién había llegado.
-¡Ryan! -exclamé sorprendida al abrir la puerta y encender la luz del porche.
Jugaba nerviosamente con las gafas, evitando mirarme a los ojos. Se le veía muy tímido.
-No sa-sabía que estabas dando una fiesta -tartamudeó-. Simplemente he pasado por aquí
parapara saludarte y ver si estabas ocupada, pero...
-Pasa -le dije-. Es una fiesta abierta, puede venir todo el mundo. Hoy es mi cumpleaños.
¿Por qué no te quedas un rato y comes algo? -dije señalando la olla con espaguetis que había
en la cocina.
No quería que Ryan estuviera en mi fiesta. En realidad me daba escalofríos, ¿pero qué
otra cosa podía hacer? Finalmente se decidió a entrar y yo me apresuré a la sala para volver
con Jonathan.
-La canción ya se ha acabado -anunció Jonathan con cara de decepción.
-La pondré otra vez, ¿de acuerdo? -dije dirigiéndome al compact disc.
Me tomó del brazo con delicadeza.
-No te preocupes. Oye, si mañana por la tarde hace buen tiempo, ¿te apetecería salir a
pasear con las bicis?
-Sí, claro -contesté.
De pronto me agarró por la cintura, acercó su cara a la mía y me besó intensamente.
Cerré los ojos y le devolví el beso. Cuando los abrí de nuevo, vi que Ruby nos estaba
observando desde el otro lado de la sala, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.
«¿Qué le pasa a ésta ahora?», pensé. La ignoré y volví a besar a Jonathan.
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20
Al día siguiente por la tarde, Jonathan vino a verme a casa. Entró por la puerta de la
cocina vestido con una camiseta sin mangas, negra y amarilla, y un pantalón negro de ciclista.
Me sorprendió verle entrar.
-Ya te dije por teléfono que no me apetecía ir en bici -le dije de mal humor.
-Ya lo sé -me contestó-. No iba a venir, pero luego pensé que te podría ir bien salir de
casa, pasear un poco al sol. Para desconectar un poco de... lo que ha pasado.
Me puso la mano en el hombro y a través de la camisa sentí el calor de su mano.
Cuando me llamó a las diez de la mañana para preguntarme a qué hora quería ir a pasear
en bici, le expliqué lo de Goggles.
-¿Quién puede haber hecho una cosa así? -le pregunté, todavía demasiado aturdida como
para poder pensar en aquello con claridad-. ¿Quién puede haber sido tan cruel?
-Tiene que haber sido alguien que estuvo en la fiesta -respondió Jonathan pensativo.
-Hoy no puedo ir a pasear en bici -le dije con voz temblorosa.
Cada vez que cerraba los ojos recordaba la imagen de Goggles hecho un ovillo de pelo,
hirviendo en aquella enorme olla.
-Bueno, te comprendo -había dicho Jonathan con voz tranquila-. Cuídate, ¿de acuerdo?
Tres horas más tarde allí estaba Jonathan conmigo en la cocina. Me di la vuelta y miré
sus impresionantes ojos verdes. Tenía una expresión ceñuda y ausente en el rostro. Me
pregunté en qué estaría pensando.
-Hoy hace un día estupendo, casi parece que estemos en verano. Venga, vamos a dar una
vuelta en bici. Te sentirás mejor, de verdad.
Me fijé en los dorados rayos de luz que entraban por la ventana de la cocina.
-Dejarás de pensar en Goggles durante un rato -insistió Jonathan-. Vamos, no te puedes
pasar todo el día aquí en la cocina con esa cara. Es demasiado deprimente.
-Bueno -le dije sin demasiada convicción.
Le comenté a mi madre que iba a salir y me fui con Jonathan.
Hacía un día precioso. Todo relucía con la luz del sol. La hierba y los árboles tenían el
intenso color verde que sólo se ve en la primavera.
Dos petirrojos se peleaban por un gusano junto al garaje. Nuestros vecinos cortaban
ruidosamente el césped de sus jardines.
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21
El ruido de la cascada se hizo cada vez más intenso, como si estuviera rugiendo en mi
interior. La cabeza parecía que me fuera a explotar de un momento a otro.
«¡La odiaba tanto que la maté!» Las palabras retumbaban en mi mente ahogando el
estruendo del agua.
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Jonathan me miró con ojos furiosos. Apoyó los puños en las caderas y me contempló
amenazador.
«¡La odiaba tanto que la maté!»
Noté un sudor frío en la frente mientras me ponía en pie de un salto.
Jonathan acababa de confesar, acababa de admitir que había matado a Louisa, y de
repente fui consciente de que estaba completamente a solas con él. Yo era la única que
compartía su horroroso secreto y él me estaba observando con una expresión peligrosa en el
rostro, con una mirada enloquecida. Fijaba sus ojos en los míos con gran intensidad mientras
decidía cuál iba a ser el siguiente paso a tomar. Era como si estuviera dudando en tirarme a mí
también por la cascada.
«¡La odiaba tanto que la maté!» Una y otra vez me preguntaba por qué lo había hecho.
-Jonathan -dije retrocediendo un paso y alejándome del borde del precipicio-. Jonathan...
¿tú empujaste a Louisa por la cascada? -pregunté con un hilo de voz.
No estaba segura de que me hubiera oído a causa del constante estruendo, pero observé
un cambio en la expresión de su cara. Frunció el ceño consternado y entrecerró los ojos.
-No -dijo-. Yo no la empujé.
Esperé a que continuara, pero se quedó en silencio. Me temblaba todo el cuerpo y estaba
congelada a pesar del sol deslumbrante. Rodeé mi cuerpo con los brazos para entrar en calor,
para sentirme protegida, aunque en realidad estaba completamente sola y a su merced.
-Pero acabas de decir que la mataste -dije.
Negó con la cabeza, tristemente.
-Sí, al traerla aquí arriba. Si no la hubiera traído aquí, no habría muerto -gimió con
angustia y dolor.
-¿Pero tú no la empujaste? -Tenía que saber la verdad. Se acercó a mí, mirándome
fijamente.
-La empujó otra persona -dijo-. Fue otra persona. Escudriñé sus ojos para averiguar si me
estaba diciendo la verdad.
-Fue otra persona -repitió.
-¿Te refieres a... Ruby? -le pregunté-. ¿Fue Ruby la que empujó a Louisa?
Jonathan asintió.
-Sí.
22
Una bandada de pájaros volaba silenciosamente en lo alto del cielo.
Jonathan avanzó otro paso hacia mí. Respiraba con dificultad y tenía las mandíbulas
apretadas.
-¿La empujó Ruby? -repetí incrédula.
-Sí -dijo él-. Yo traje a Louisa aquí arriba, pero fue Ruby quien la empujó.
-¡Mentiroso! -dijo alguien desde las rocas, dándonos un gran susto-. ¡Maldito mentiroso!
Nos dimos la vuelta y vimos a Ruby que salía corriendo de detrás de las rocas. Llevaba
una camiseta azul y unos pantalones blancos de tenis. El pelo despeinado le caía por delante
de la cara y tenía una expresión furiosa que asustaba.
-Ruby, ¿todavía me persigues? -gritó Jonathan con rabia-. Ya te dije que...
-¡Cierra el pico! -chilló ella, dándole un fuerte empujón. Jonathan retrocedió unos pasos
dando traspiés, hacia el borde del precipicio-. ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!
Intentó empujar a Jonathan otra vez pero él la frenó con un golpe de hombro y la echó
hacia atrás.
Ruby miró furiosamente a Jonathan y soltó un grito desgarrador.
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- He estado encubriendo a Ruby durante todo este tiempo -dijo Jonathan, volviéndose
hacia mí.
-¡Calla! -gritó Ruby. Luego se dirigió a mí-: No te creas lo que dice. ¡Es un repugnante
mentiroso!
-Ya estoy harto de mentir -dijo Jonathan en un arrebato de cólera-. Se acabó. No pienso
encubrirte más, Ruby. No puedo seguir haciendo esto.
-¡Cállate! ¡Te lo advierto! -amenazó Ruby.
-En enero quería romper con Louisa -explicó Jonathan, vigilando a Ruby de reojo-.
Louisa y yo nunca nos habíamos llevado bien, siempre nos estábamos peleando. La traje aquí
para decírselo... Ruby y yo la trajimos aquí porque habíamos estado saliendo en secreto y se
lo queríamos decir. Pero entonces...
-¡Basta ya! -volvió a amenazar Ruby-. Cierra el pico de una vez. ¿Por qué le estás
diciendo todo eso?
-Empecé a explicárselo a Louisa -continuó Jonathan, ignorando a Ruby y mirándome a
los ojos-. Le empecé a contar lo nuestro, pero entonces llegó Caleb en bici y yo me fui detrás
de las rocas para hablar con él -dijo, señalando las rocas de granito-. Luego, mientras estaba
charlando con Caleb, Ruby empujó a Louisa por la cascada.
Ruby me agarró del brazo y me zarandeó con fuerza.
- No le escuches, Annie. Todo eso es mentira.
-Ruby... ¡Suéltame! -supliqué, retorciéndome para liberarme de ella.
- ¡Es mentira! -repitió Ruby, lanzando a Jonathan una mirada acusadora-. Has estado
mintiendo a todo el mundo desde enero, incluso a ti mismo.
Pero Jonathan siguió ignorándola v hablándome a mí.
-Después de que Ruby matara a Louisa, me sentí asqueado. No podía soportar la mera
presencia de Ruby, pero continuó insistiendo para que saliéramos juntos. Me sentía muy
culpable, tan culpable que no quería volver a hablar con Ruby nunca más. Pero siguió
acosándome, sin dejarme en paz.
-¡Mentiroso!
-¡Incluso hoy! -la acusó Jonathan-. ¡Incluso hoy me has seguido! ¡Déjame en paz, Ruby!
¡Déjame en paz!
-¡Mentiroso! -rugió Ruby furiosa, y volvió a empujarle hacia el borde del precipicio-.
¡Tú mataste a Louisa! ¡Tú la empujaste, yo no lo hice! ¡Tú eres el culpable, admítelo!
Jonathan, Louisa y yo estábamos aquí -dijo Ruby dirigiéndose a mí-. Cuando habíamos
empezado a hablar apareció Caleb. Jonathan fue hacia las rocas para hablar con él, y Louisa y
yo nos quedamos al lado de la cascada. Luego oí que alguien me llamaba y dejé a Louisa para
dirigirme hacia el bosque y buscar a Jonathan. Cuando volví, Jonathan se encontraba en el
borde del precipicio mirando hacia abajo, y Louisa ya no estaba allí. Estaba muerta.
-¡Eso no es verdad! -protestó Jonathan-. ¡Yo no la empujé, fuiste tú!
En una explosión de rabia, Jonathan agarró a Ruby brutalmente por la cintura y la tiró al
suelo. Ella se puso a chillar con todas sus fuerzas y empezó a golpearle con los puños.
-¡Basta! -grité-. ¡Basta ya!
Pero no me oían, y siguieron peleándose furiosamente en el suelo.
-¡Basta ya, por favor! -volví a gritar.
Se acercaban peligrosamente al borde del precipicio, dando revolcones y sin dejar de
pelearse.
Ruby le tiraba de los pelos y le daba puñetazos en la cara. Luego le golpeó el pecho con
la cabeza.
Corrí hacia ellos, suplicándoles que pararan. Se encontraban ya a pocos metros del
abismo.
-¡Ya basta, por favor! -Mi voz se perdía en el rugido de la cascada.
Ruby le arañó la cara. Él soltó un grito de dolor mientras empezaba a brotar sangre de las
heridas.
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Ruby lanzó un chillido desgarrador mientras caía. No oí ningún impacto contra el agua
ni contra las rocas del fondo. El ruido del agua lo ensordecía todo.
El agua continuaba brillando y fluyendo, como si no se hubiera cobrado una nueva
víctima.
Jonathan se puso de rodillas, jadeando como un animal herido. La sangre le caía por la
mejilla y tenía una mirada desorbitada y confusa. Sin acabar de ponerse en pie, miraba la
cascada, incrédulo.
Ruby estaba muerta.
Se me inundaron los ojos de lágrimas y sentí la necesidad de correr hacia el precipicio
para mirar abajo. Quería ver lo que le había pasado a la pobre Ruby, pero estaba paralizada y
me costaba respirar. Tuve el repentino y loco pensamiento de que si miraba al borde del
barranco y me concentraba, Ruby volvería a aparecer.
Cerré los ojos para detener el río de lágrimas que inundaba mis ojos. Cuando los abrí de
nuevo, Ruby no había vuelto.
Allí sólo estaba Jonathan, respirando con dificultad, con la camiseta totalmente rota y
sucia.
Lloraba sin poderme contener y me temblaba todo el cuerpo.
Jonathan se incorporó dificultosamente mientras yo estaba de rodillas, arropándome con
los brazos. Me miró fijamente, con una mirada extraña y crispada, como si me odiara a mí
también. Avanzó hacia mí con firmeza, con una expresión enloquecida y salvaje en el rostro y
las mandíbulas apretadas. La sangre seguía deslizándose por su mejilla.
Me di cuenta de que era un asesino. «Ahora estoy sola, sola con un psicópata -pensé-.
Mató a Louisa, acaba de matar a Ruby, y ahora vendrá por mí. ¡Levántate, Annie! -me dije
presa del pánico-. ¡Levántate, por favor! ¡Vamos, levántate!»
Jonathan avanzó lentamente hacia mí, pero yo no podía moverme.
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Al oír que Dawn mentía deliberadamente de aquel modo, se desvaneció el terror que
sentía y la rabia se apoderó de mí.
-¿Por qué me estás haciendo esto? -pregunté indignada-. ¿Por qué dices todas esas
mentiras? ¡Sabes perfectamente que no es verdad!
Dawn soltó una carcajada.
-Pero si es verdad, ¿a que sí, Jonathan? -Se volvió hacia mí, apartándose el pelo que le
caía en la cara-. Al menos eso es lo que Jonathan y yo le diremos a todo el mundo cuando
hayas desaparecido, Annie.
Jonathan se frotó la mejilla manchada de sangre, se estaba secando y volviéndose oscura.
-No lo entiendo, Dawn -dijo Jonathan con calma.
El rostro de Dawn reflejó la frustración que sentía.
-¡Tú no entiendes nada, Jonathan! -exclamó con agresividad-. Bueno, pues deja que te lo
explique: ¿Por qué crees que he soportado al idiota de Caleb durante todos estos meses?
Jonathan permaneció en silencio y la miró a los ojos, frotándose la herida de la cara.
-No podía soportar a Caleb -dijo Dawn con rabia y casi escupiendo las palabras-, pero
salí con él porque quería estar cerca de ti. -Respiró profundamente-. Después de matar a
Louisa pensé que tú y yo...
A Jonathan y a mí se nos escapó un grito de horror y sorpresa.
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-¿Fuiste tú? -preguntó Jonathan con expresión afligida. Dawn se echó a reír con
amargura.
-Durante todo este tiempo, Ruby y tú sospechabais el uno del otro. ¡Qué bien me lo he
pasado! Ha sido un espectáculo realmente divertido.
-Pero Dawn... -empezó a decir Jonathan.
Ella le interrumpió.
-Pensé que sólo quedaríamos tú y yo después de aquello, Jonathan. Pero tú ni siquiera
sabías que yo existía, ni siquiera después de que hubiera matado por ti. Primero Ruby no te
dejaba en paz, y luego... -Dawn me dirigió una mirada de odio-. Luego llegó Annie, con su
pelo rubio y su tipo perfecto. Intenté alejar a Annie de ti, lo intenté con todas mis fuerzas,
pero...
«Ha sido Dawn desde el principio -pensé-. Fue ella quien rajó las ruedas de mi bicicleta,
fue ella quien manipuló el teclado del ordenador e hizo todas aquellas llamadas
amenazadoras. ¡Fue ella quien mató a Goggles! Está loca -pensé-. Está tan loca por Jonathan
que fue capaz de matar por él, y está dispuesta a volver a hacerlo.»
- Ya basta de charla. Jonathan, despídete de Annie.
Contraje los músculos, preparándome para huir corriendo, pero Dawn era más rápida de
lo que había pensado. Antes de que pudiera reaccionar arremetió contra mí como un jugador
de rugby, y antes de que me diera tiempo a gritar, me vi cayendo por la cascada.
26
Quiero decir que en ese brevísimo instante de pánico total, me imaginé a mí misma
cayendo por la cascada.
Lancé un grito de alivio y caí de rodillas en el borde del abismo al darme cuenta de que
Dawn había fallado.
El agua rugía con fuerza a mis espaldas y el corazón me latía con furia. Estaba a salvo,
sana y salva en tierra firme.
Levanté la vista y vi que Jonathan había agarrado a Dawn por las piernas. La había
placado por detrás y le sujetaba la cara contra el suelo, inmovilizándola con las dos manos
mientras ella se debatía violentamente.
Apareció una luz roja, luego azul, después roja otra vez. ¿Eran imaginaciones mías? No,
miré hacia la luz intermitente. Se trataba de un coche de policía de Shocklin Falls. Dos
policías con uniformes negros corrieron hacia nosotros.
-¡Tírame por el barranco! -gritaba Dawn a Jonathan, luchando desesperadamente para
quitárselo de encima-. ¡Tírame por el barranco a mí también! ¡Sé que quieres hacerlo! ¡Sé que
me odias!
Pero Jonathan la mantuvo contra el suelo hasta que uno de los policías agarró a Dawn
por los brazos.
-¿Cómo-cómo han llegado hasta aquí? -pregunté tartamudeando-. ¿Cómo han sabido que
estábamos aquí?
-Vuestra amiga -respondió sin mostrar la menor emoción.
-¿Qué amiga? -le pregunté sin salir de mi asombro.
Señaló al fondo de la cascada. Avancé un paso hacia el borde y miré abajo. Había una
ambulancia en la orilla del río.
-Ha tenido suerte -dijo el policía con voz monótona.
-¿Ruby? -grité mirando con asombro cómo dos médicos colocaban a alguien en una
camilla y la metían en la ambulancia.
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-Sí. Se ha roto un brazo y algunas costillas pero se pondrá bien. Fue ella quien nos dijo
que estabais aquí. Menos mal, ¿no?
Suspiré aliviada. Ruby se iba a recuperar. Cuando me di la vuelta, los dos policías metían
a Dawn en su coche, mientras ella seguía debatiéndose furiosa.
-¡Tírame por el barranco! -gritaba-. ¡Tírame por el barranco a mí también!
Jonathan se acercó a mí y me rodeó los hombros con el brazo.
-¿Queréis que os llevemos a casa? -preguntó uno de los policías, sujetando la puerta del
coche.
-No, gracias. Iremos en bici -contestó Jonathan.
-Aseaos primero un poco y venid después a la comisaría a declarar -dijo el policía. Se
sentó tras el volante y cerró la puerta con fuerza.
Su compañero estaba sentado atrás con Dawn, que todavía gritaba y lloraba.
Unos segundos más tarde, el coche de policía se alejó. Jonathan me rodeó con el brazo y
me acompañó hasta las bicicletas, dando muestras de fatiga.
-¿Y quién dice que en los pueblos pequeños nunca ocurre nada? -comentó.
-Creo que a partir de ahora este lugar va a ser mucho más aburrido -contesté.
-Espero que así sea -dijo él con voz pausada.
Luego dejó caer su bicicleta al suelo. Me rodeó con sus brazos y me besó.
Estaba sudoroso y sucio, con la cara manchada de sangre seca, pero apenas me di cuenta.
Le devolví el beso.
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