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AA. VV.
Los hombres-lobo
El ojo sin prpado - 48
ePub r1.0
GONZALEZ 30.04.15
LA FIERA EMERGENTE
Werewolf in selvage I saw
In days dawn changing his shape,
Amid leaves he lay
and in his face, sleeping, such pain
I fled agape.
EZRA POUND
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desaliado aspecto, con larga melena y barba muy poblada y cubierto de harapos, unido a las manchas de sangre en sus manos y
a los restos de carne en las uas, despertaron las sospechas de las
autoridades de Caude, poblacin cercana a Angers, donde
acababan de encontrar el cadver de un muchacho desgarrado y
mutilado. El 5 de agosto de 1598 confes que sus padres le haban
dedicado al Diablo y que por medio de ungentos y brebajes poda
adoptar la forma de lobo con apetitos bestiales. Aunque fue condenado a muerte, se le conmut la pena y en su lugar fue internado en el hospital de Saint Germain, ya que, adems de retrasado mental que apenas saba hablar, era epilptico. Debido en
parte a su corta edad (catorce aos) y sobre todo a que el tribunal
que le juzg (en 1603) consider que sus metamorfosis en lobo
eran meras alucinaciones, tambin se salv de la hoguera Jean
Grenier, pese a jactarse de haber matado y comido a varios nios,
adems de perros y ovejas. Fue condenado a cadena perpetua e
internado en un convento de Burdeos, donde le visit De Lancre
poco antes de morir a los veinte aos.
La tremenda especulacin a que dieron lugar estos procesos
hizo que se multiplicaran los tratados que debatan la existencia
de tales seres y estudiaban sus motivaciones. Aparte de las referencias ms o menos extensas en los principales textos de los demonlogos, como el mencionado Jean de Wier [Johann Weyer],
Jean Bodin (De la dmonomanie des sorciers, Pars 1580), Nicholas Remigius [Rmy] (Damonolatria Libri tres, Lyon 1595),
Martn del Ro (Disquisitionum magicarum, Lovaina 1599) o Pierre de Lancre (Tablean du linconstance des mauvais anges et
dmons, Pars 1612), a lo largo de los siglos XVI y XVII se publicaron bastantes estudios centrados exclusivamente en la licantropa,
que seguan los pasos de otros ms antiguos, como la Topographica Hibernica, crnica sobre la licantropa en Irlanda escrita en el
siglo XII por Giraldus Cambrensis. Entre ellos cabe mencionar:
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Die Emeis, de Geilervon Kaysersberg (Estrasburgo 1517), De lycanthropia de Niphanius (Pars 1578), Dialogue de la lycanthropie
ou transformation des hommes en loups garoux et si telle se peut
faire, de Claude Prieur de Laval (Lovaina 1596), Discours de la
lycanthropie ou de la transmutation des hommes en loups, de
Sieur de Beauvoys de Chauvincourt (Pars 1599), De la lycanthropie, transformation et extase des sorciers, ou les astuces du
diable sont mises en evidence, de Jean de Nynauld (Pars 1615),
Des satyres, brutes, monstres et dmons, de E Hedelin (Pars
1627), y De transformatione hominum in bruta, de Jacob Thomasius (Leipzig 1644).
Se han dado las ms diversas interpretaciones para justificar
estas transformaciones. Unas son aparentemente involuntarias,
como los ncubos-scubos y las posesiones diablicas, e implican
la presencia activa del diablo, que creaba la autosugestin necesaria, y una predisposicin especial en la vctima, debida a su
estado mental o a alguna enfermedad. Otras son totalmente voluntarias y constituyen el modo ideal de procreacin de estos
seres. El bestialismo es una de ellas: en la tradicin de ciertos magos refinados a la bsqueda de sensaciones nuevas (que, como
cuenta De Lancre, transformaban en yeguas a las mujeres que no
podan gozar de otra forma), los licntropos experimentaban, al
parecer, un placer ms intenso en su coito con lobas que con sus
compaeras del bello sexo, y sa era la razn determinante de la
transformacin. Sin embargo el motivo ms habitual, que entra
de lleno en los terrenos de la brujera, era el pacto satnico y los
consiguientes rituales mgicos en determinadas fechas noche de
Walpurgis o vspera de Todos los Santos con ingestin de pcimas y ungentos especiales y la recitacin de los adecuados conjuros. Nynauld explica la composicin de estos ungentos, que
provocaban ilusiones a la vez objetivas y subjetivas al que se
frotaba el cuerpo con ellos despus de quitarse la ropa, hasta
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hacerle imaginar una metamorfosis animal: ciertas cosas tomadas de un sapo, una serpiente, un erizo, un lobo, un zorro y sangre
humana [] mezcladas con hierbas, races y cosas parecidas que
tienen la virtud de trastornar y engaar a la imaginacin[14].
Otras formas incluan tambin acnito, belladona, cicuta, hojas de
lamo, holln, datura, cincoenrama, opio, mandrgora, beleo,
perejil, etc. De las confesiones de los inculpados se desprende que
era el mismo diablo en persona quien les facilitaba el ungento o
los brebajes, o incluso algn instrumento mgico que haca las
veces. Como el cinturn de piel de lobo que Stumpe admita
haberle entregado el demonio (aunque nunca se hall), y que le
converta en lobo al cerselo a la cintura, muecas y tobillos, recuperando la forma humana en cuanto se lo quitaba; o la piel de
lobo con idntica funcin que Grenier recibi de un caballero
vestido de negro, montado en un caballo de igual color, y que al
ponrsela le facilitaba la transformacin.
En otras ocasiones la causa de la transformacin era simplemente el azar. La fatalidad o alguna maldicin (de los propios
padres o de alguien que los quera mal) solan ser los motivos
preferidos por el folklore, y de ah pasaron a la literatura y sobre
todo al cine, que curiosamente se centr casi exclusivamente en
uno que desconoca la tradicin y ms bien parece un prstamo de
la mitologa del vampirismo: el contagio por mordedura de uno
de ellos. Entre estas causas se pueden citar: el beber agua de una
charca donde ha bebido un lobo, el haber nacido la noche de
Navidad (o de San Juan en algunos sitios, como Extremadura), el
tener el pelo rojo (aplicado tambin, a veces, a los vampiros) o el
ser el sptimo varn consecutivo de una familia sin hijas. Tambin se consideraba que existan pocas propicias. En Polonia, por
ejemplo, se supona que la transformacin slo se produca en
pleno verano. Sin embargo, segn Avicena, y con l coincida
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mucha gente en todas las partes del mundo, el tiempo idneo sera el mes de febrero.
Esta variedad de circunstancias y rasgos especficos segn los
distintos folklores locales explica las diferentes denominaciones
con que se les conoce, que a veces varan incluso dentro de un
mismo pas. El primitivo trmino latino versipellis pronto cedi
paso al bajo latino gerulfus, del que proceden el normando garwall, que a su vez dio lugar al werewolf anglosajn, el whrwlfe alemn, el garou[15] galo (convertido luego, redundantemente, en el loup-garou francs), el waerulf dans y el warulf
sueco. En otros lugares las distintas etimologas dieron lugar a
apelativos bien diferentes: el lupo manaro italiano, el lobishome
portugus, el lukokantzari griego, el vkodlak o vircolac eslavo, el
priccolitch, procolici o tricolici rumano (ms bien valaco, y emparentado con el vampiro como el anterior), el armenio mardagail,
etc.
Aunque en Espaa apenas hay constancia de procesos contra
licntropos, la creencia alcanz bastante difusin en el norte y occidente peninsular, sobre todo en Galicia (lobishome), Extremadura (lobisome o mbisome), Asturias (llobusome) y la provincia de Huelva (lobisri), es decir, las zonas que lindan con Portugal. En el Archivo Regional del Reino de Galicia, de La Corua,
se conserva el legajo con los documentos judiciales del ms
clebre caso de licantropa ocurrido en la pennsula, el llamado
Proceso del hombre-lobo, que termin con la condena a garrote
vil de Manuel Blanco Romasanta, luego indultado por Isabel II,
aunque falleci poco despus en una prisin. Apodado el lobo de
Roberdechao, porque vivi en esa localidad orensana de la
comarca del Bollo a mediados del siglo XIX, Blanco confes haber
dado muerte a varios nios, imbuido por una extraa fuerza que
anulaba su personalidad y le haca creerse lobo. El juicio caus
sensacin en toda Galicia y en el resto de Espaa, llegando hasta
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Francia, o el annimo Guillaume et le loup-garou (siglo XIII), Bisclavaret o Bisclaveret (de beiz-garv = lobo malvado) es como llaman los bretones al hombre-lobo, que, segn las leyendas, ataca a
los caballos de los cazadores para atemorizarlos. Y, en efecto, en el
lais del mismo nombre[17] el protagonista es uno de ellos, aunque
al estar inserto en el marco de una literatura eminentemente
corts pierde su carcter daino y se convierte en un caballero
que vive en la corte sin hacer mal a nadie, excepto a sus enemigos,
en este caso su esposa infiel y su prfido amante, los cuales tratan
a toda costa de desembarazarse de l, y esconden sus ropas para
impedir que recobre su forma humana. Un da el rey hiere a un
lobo en el bosque pero ste le lame un pie, por lo que se lo lleva a
su castillo, sin saber que se trata del mismo caballero, cuya desaparicin haca suponer que haba muerto, permitiendo a su esposa casarse con el amante. Descubierto finalmente el complot, el
propio rey destierra a su esposa y a su cmplice y devuelve al
caballero su ttulo y posesiones.
Mucho ms rocambolesca es la trama del otro relato medieval,
Guillaume et le loup-garou (siglo XIII), cuya traduccin al ingls
como William of Palerme goz de bastante popularidad en las
Islas Britnicas en el siglo XV. El nio William, heredero al trono
de Sicilia, es raptado por su to y rescatado por un hombre-lobo,
que lo cuida y educa. En su forma humana este licntropo altruista es en realidad el prncipe Alfonso, hijo del rey de Espaa,
que fue transformado en lobo por su madrastra para asegurar la
sucesin al trono de su propio hijo. Despus de mltiples peripecias, Alfonso ayuda a William a recuperar su trono, no sin antes
facilitar su fuga con su amante Melior, hija del emperador de
Roma y prometida del hermanastro de Alfonso, Braundinis, que
gracias a las intrigas de su madre le haba usurpado el trono. Finalmente, William combate con Braundinis y le vence, obligndole
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textos, y en algn caso su amplia difusin, el haber sido ya publicado en esta misma coleccin, y/o su enfoque colateral del tema.
En este sentido, y en ocasiones por ms de uno de estos motivos a
la vez, he tenido que prescindir de ejemplos clsicos tan significativos como Lokis de Merime, Olalla de Stevenson o
Gabriel-Ernest de Saki, u otros ms actuales como El cuento
del licntropo de Tommaso Landolfi, En compaa de lobos
de Angela Crter, o Rex, el hombre-lobo de Clive Barker. Finalmente, he procurado tambin evitar las repeticiones argumentales
o de situaciones, y en esos casos he optado, siempre bajo una rigurosa exigencia de calidad, por las versiones inditas de nuestro
mbito editorial. Aparte del clsico de Marryat, a cuya inclusin
no me he podido resistir, todos los restantes son rigurosamente
inditos en nuestra lengua y creo que abarcan todas las posibles
vertientes y los aspectos ms representativos de la licantropa
literaria.
JUAN ANTONIO MOLINA FOIX
BIBLIOGRAFA
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Los hombres-lobo
Frederick Marryat
EL LOBO BLANCO
DE LAS MONTAAS HARTZ
(1837)
ESE a su prominencia en la leyenda y el folklore, la licantropa no recibi especial atencin en la literatura gtica hasta
una poca tarda. Los primeros relatos de que se tienen noticias
no aparecieron hasta la primera mitad del siglo pasado. El ms
antiguo es de procedencia alemana, aunque slo se conoce su posterior traduccin inglesa. Se trata de un cuento escrito por Johann
Apel en la primera dcada del siglo, que hacia 1840 alcanz gran
xito en Inglaterra bajo el ttulo de The Boar Wolf. En 1833 la
revista The Story-Teller haba publicado otro sin firma, The
Wehr-Wolf, manifiestamente escrito aos despus que el anterior. Sin embargo, el primer gran clsico del gnero, que sera imperdonable no incluir en una antologa como sta con la excusa de
no ser indito, es The White Wolf of the Hartz Mountains.
Su autor, el londinense Frederick Marryat (1792-1848), ms
conocido entre sus numerosos lectores como capitn Marryat, fue
un contumaz viajero. A los catorce aos se enrol en la Marina
britnica, distinguindose por su valor en la guerra americana.
Ms tarde, ya como capitn, pas muchos aos navegando por las
Indias Orientales. A los 32 aos fue nombrado gobernador de
Santa Elena. Cansado de aventuras, hacia 1830 se retir,
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EL LOBO BLANCO
DE LAS MONTAAS HARTZ
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aadi: Doy por supuesto que has odo hablar de las Montaas
Hartz.
Que yo recuerde, no he odo hablar a nadie de esas
montaas contest Philip; pero s he ledo algo sobre ellas en
algn libro, y sobre las cosas extraas que han ocurrido all.
Efectivamente, es una regin salvaje replic Krantz, y se
cuentan extraas historias de all; pero, por extraas que sean,
tengo buenas razones para creer que son ciertas.
Mi padre no naci, ni vivi al principio, en las Montaas
Hartz: era siervo de un noble hngaro que tena grandes posesiones en Transilvania; pero, aunque siervo, no era pobre ni analfabeto. De hecho, era rico, y su inteligencia y respetabilidad eran
tales que su seor le haba ascendido a la mayordoma. Pero el
que ha nacido siervo, siervo ha de seguir, aun cuando llegue a
rico: y sa era la condicin de mi padre. Llevaba casado cinco
aos y tena tres hijos de su matrimonio: mi hermano mayor,
Caesar, yo (Hermann), y una hermana llamada Marcella. T
sabes, Philip, que en ese pas se habla todava en latn; lo cual explica nuestros nombres altisonantes. Mi madre era una mujer
bellsima; por desgracia, ms bella que virtuosa: era visitada y admirada por el seor de la regin; mi padre fue enviado a alguna
misin, y durante su ausencia, mi madre, halagada por las atenciones y ganada por la asiduidad de este noble, cedi a sus deseos.
Y sucedi que mi padre regres inesperadamente, y descubri la
intriga. La evidencia de la deshonra de mi madre era incontestable: la sorprendi con su seductor! Llevado de la impetuosidad
de sus sentimientos, esper la ocasin de un encuentro entre ellos, y mat a su esposa y a su amante. Sabiendo que, como siervo,
ni siquiera la provocacin recibida se admitira como justificacin
de su conducta, reuni apresuradamente todo el dinero del que
pudo echar mano y, dado que estbamos en lo ms crudo del invierno, enganch los caballos al trineo, cogi a sus hijos consigo y se
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puso en camino en mitad de la noche, y antes de que se conocieran los trgicos hechos se encontraba ya lejos. Consciente de que le
perseguiran, y de que no tena posibilidad de escapar si se
quedaba en cualquier lugar de su pas natal (donde podan detenerle las autoridades), sigui huyendo sin descanso hasta ocultarse
en lo ms intrincado y recndito de las Montaas Hartz. Naturalmente, todo esto que te cuento ahora lo supe despus. Mis recuerdos ms antiguos estn ligados a una cabaa rstica aunque confortable, en la que viva con mi padre, mi hermano y mi hermana.
Estaba en los confines de uno de esos bosques inmensos que
cubren el norte de Alemania y tena alrededor unos acres de tierra
que mi padre cultivaba durante los meses de verano y que,
aunque poco segura, daban suficiente cosecha para nuestro
sustento. En invierno pasbamos mucho tiempo dentro de casa;
porque, como mi padre sala a cazar, nos quedbamos solos, y los
lobos en esa poca del ao andaban merodeando constantemente
alrededor. Mi padre haba comprado la casa y la tierra lindante a
unos rsticos habitantes del bosque que se ganaban la vida en
parte cazando y en parte quemando carbn para fundir la mena
de las minas vecinas; estaba a unas dos millas de todo lugar habitado. An puedo recordar el paisaje: los altos pinos que escalaban
la montaa por encima de nosotros, y abajo, la amplia extensin
de bosque cuyas ramas y copas dominbamos desde nuestra
cabaa, dado que la montaa descenda pronunciadamente hasta
un valle distante. En verano la vista era hermosa; pero durante el
invierno riguroso no cabe imaginar panorama ms desolado.
Ya he dicho que en invierno mi padre se dedicaba a la caza:
todos los das nos dejaba solos y a menudo cerraba la puerta con
llave para que no pudisemos salir. No tena a nadie que le echase
una mano o que cuidase de nosotros: desde luego, no era fcil encontrar una criada que quisiera vivir en semejante aislamiento;
aunque, de haber encontrado una, mi padre no la habra
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aceptado, porque le haba cogido aversin al otro sexo, como evidenciaba el diferente trato que nos daba a nosotros, sus dos hijos, y
a mi pobre hermanita Marcella. Como puedes imaginar, estbamos muy desatendidos; lo cierto es que suframos mucho,
porque mi padre, temiendo que nos ocurriera algn percance, no
nos dejaba el fuego encendido cuando se iba, y nos veamos obligados a meternos debajo de los montones de pieles de oso, y
mantenernos all lo ms calientes que podamos hasta que l regresaba por la noche, momento en que un fuego animado haca
nuestras delicias. Quiz parezca extrao que mi padre escogiera
esta vida desasosegada, pero el hecho es que no poda estarse
quieto: ya fuera a causa de los remordimientos por el homicidio
cometido, o de la miseria consiguiente a su cambio de posicin, o
de la combinacin de ambas cosas, no era feliz ms que cuando
estaba haciendo algo. Pero los nios, cuando se les abandona a s
mismos, adquieren una seriedad que no es normal a su edad. Y
eso nos ocurri a nosotros; y durante los cortos das de invierno
permanecamos sentados en silencio, deseando que llegara el
tiempo dichoso en que se derreta la nieve y brotaban las hojas y
los pjaros empezaban con sus cantos, y en que se nos dejaba otra
vez en libertad.
sa fue nuestra vida salvaje y singular, hasta que mi
hermano Caesar tuvo nueve aos, yo siete y mi hermana cinco,
momento en que ocurrieron las cosas que dan pie a la extraordinaria historia que te voy a contar.
Una noche regres mi padre a casa ms tarde que de costumbre; haba tenido una jornada infructuosa, y como el tiempo
era muy crudo y la nieve del suelo muy espesa, lleg no slo helado, sino de muy mal humor. Haba entrado lea, y estbamos
nosotros tres ayudndonos alegremente unos a otros soplando las
ascuas para hacer llama, cuando cogi a la pobre Marcella por el
brazo y la arroj a un lado; la nia cay, se dio en la boca y se hizo
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caballo, con una mujer a la grupa, que cabalg hacia l. Al principio, a mi padre le vinieron a la memoria todas las historias extraas que haba odo sobre seres sobrenaturales que se deca que
frecuentaban las montaas; pero la inmediata proximidad de estas personas le convenci de que eran mortales como l. Al llegar
a donde l estaba, el hombre que llevaba el caballo le abord:
Amigo cazador, tarde anda usted fuera de casa, por suerte
para nosotros; llevamos mucho cabalgando y tememos por
nuestras vidas, ansiosamente perseguidas. Estas montaas nos
han permitido burlar a nuestros perseguidores; pero si no encontramos pronto refugio y alimento, de poco nos va a servir, ya que
nos matarn el hambre y el rigor de la noche. Mi hija, aqu detrs,
va ya ms muerta que viva As que dgame, puede ayudarnos
en este trance?
Mi casa est a unas millas de aqu contest mi padre.
Poco les puedo ofrecer, aparte de cobijo; pero dentro de lo poco
que tengo, sern bien recibidos. Puedo preguntar de dnde
vienen?
S, amigo; no es ningn secreto ahora: hemos huido de
Transilvania, donde el honor de mi hija y mi vida corran igual
peligro.
Esta informacin bast para despertar el inters en el
corazn de mi padre. Record su propia huida: la prdida del
honor de su esposa y la tragedia en que acab. Al punto, y con calor, ofreci toda la ayuda que pudiera.
No perdamos tiempo, entonces, buen seor dijo el jinete; mi hija est yerta de fro, y no podr resistir mucho ms el
rigor de este tiempo.
Sganme contest mi padre, abriendo la marcha hacia
casa.
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nos hizo sea de que nos acercsemos a ella, lo hicimos temblando, con temor. No obstante, era hermosa, muy hermosa. Nos
habl con dulzura a mi hermano y a m, nos dio palmaditas en la
cabeza y nos acarici; pero Marcella no quiso acercarse; al contrario, se escabull, se escondi en la cama, y no quiso quedarse a
la cena, a pesar de las ganas con que la haba estado esperando
desde haca media hora.
Mi padre volvi enseguida de encerrar el caballo en el establo
y puso la mesa. Al terminar, mi padre pidi a la joven dama que
tomase posesin de su cama, que l se quedara junto al fuego y
velara con su padre. Tras cierta vacilacin, la joven acept este
arreglo, y yo y mi hermano nos acostamos en la otra cama con
Marcella, ya que siempre dormamos juntos.
Pero no pudimos dormir: haba algo tan fuera de lo corriente,
no slo en el hecho de ver personas extraas, sino en tenerlos
durmiendo en casa, que nos sentamos desorientados. En cuanto
a la pobre Marcella, no deca nada, pero estuvo temblando toda la
noche, segn not yo; y a veces me pareca que reprima un sollozo. Mi padre haba sacado algn licor que rara vez usaba, y l y
el cazador desconocido se quedaron bebiendo y charlando ante el
fuego. Nosotros estbamos con el odo atento al menor susurro:
tanto nos haba picado la curiosidad.
Y dice que vienen de Transilvania? pregunt mi padre.
As es, Meinheer replic el cazador. Yo era siervo de la
noble casa de; mi seor se empe en que cediera mi hermosa
hija a sus deseos; al final le di unas pulgadas de mi cuchillo de
caza.
Somos compatriotas, y hermanos en desgracia replic mi
padre, cogindole la mano al cazador y estrechndosela con calor.
De verdad? Es usted, entonces, de ese pas?
S; y tambin he huido para salvar la vida. Pero la ma es
una historia triste.
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Puedes imaginar en qu estado de incertidumbre permanecimos Marcella y yo durante su ausencia. Unos minutos ms tarde
omos el estampido de un arma. No despert a mi padre; nosotros
temblbamos de ansiedad. Poco despus vimos entrar en la
cabaa a nuestra madrastra con la ropa ensangrentada. Tap la
boca a Marcella con la mano para evitar que gritase, aunque yo
mismo estaba enormemente alarmado. Nuestra madrastra se
acerc a la cama de mi padre, y comprob que dorma; a continuacin fue a la chimenea y aviv las brasas hasta que brotaron
llamas.
Quin anda ah? dijo mi padre, despertando.
Tranquilzate, cario contest mi madrastra; soy yo. He
encendido el fuego para calentar agua; no me siento muy bien.
Mi padre se dio la vuelta y no tard en dormirse; pero nosotros no quitbamos ojo a nuestra madrastra. Se cambi de camisn y arroj al fuego la ropa que haba llevado; luego se dio
cuenta de que le sangraba profusamente la pierna derecha, como
por una herida de bala. Se la vend y, despus de vestirse, se
qued ante el fuego hasta que empez a clarear.
Pobre pequea Marcella! Me tena estrechado contra ella, y
notaba con qu violencia le lata el corazn igual que a m.
Dnde estaba nuestro hermano Caesar? Qu haba infligido a
nuestra madrastra aquella herida sino su rifle? Por ltimo se levant nuestro padre, y entonces habl por primera vez:
Padre, dnde est mi hermano Caesar?
Tu hermano? exclam. No s; dnde puede estar?
Vlgame Dios! Esta noche, mientras dorma inquieta
coment nuestra madrastra, me pareci or que alguien abra
el cerrojo picaporte de la puerta; y Ay, Seor! Qu ha sido de
tu rifle, esposo mo?
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y se lo puse en la mano. De repente pareci como si la rabia concentrada le devolviese redoblada su energa; apunt su rifle, dispar y, con un grito tremendo, cay la desdichada a la que haba
dado cobijo en su pecho.
Dios mo! exclam mi padre, desplomndose en el suelo
sin sentido, no bien hubo descargado su arma.
Estuve un rato junto a l, hasta que se recobr.
Dnde estoy? dijo. Qu ha pasado? Ah s, s! Ahora
recuerdo. Que el Cielo me perdone!
Se levant y nos acercamos a la fosa: cul no fue nuestro
asombro y horror, otra vez, al descubrir que, en vez del cuerpo
muerto de mi madrastra como esperbamos ver, yaca sobre los
restos de mi pobre hermana una gran loba blanca.
La loba blanca exclam mi padre; la loba blanca que
me atrajo al bosque Ahora comprendo; he tenido trato con los
espritus de las Montaas Hartz.
Durante un rato mi padre permaneci en silencio, abismado
en sus pensamientos. Luego levant el cuerpo de mi hermana,
volvi a colocarlo en la sepultura, lo cubri como antes y golpe la
cabeza del animal muerto con el tacn de su bota, desvariando
como un loco. Volvi a la cabaa, cerr la puerta y se arroj sobre
la cama. Yo hice lo mismo, porque estaba embotado de estupor.
A la maana siguiente nos despertaron temprano unas sonoras llamadas en la puerta, y entr impetuoso Wilfred el cazador.
Mi hija mi hija! Dnde est mi hija? gritaba furioso.
Donde deben estar los malvados y los demonios, espero
replic mi padre, levantndose y mostrando igual clera. Est
donde debe estar: en el infierno! Y sal de esta casa, o lo vas a
lamentar.
Ja ja! replic el cazador. Acaso puedes hacer dao a
un espritu poderoso de las Montaas Hartz? Pobre mortal, casado con una loba!
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II
Tras veintids das de navegacin avistaron el alto litoral del
sur de Sumatra: como no haba barcos a la vista, decidieron seguir
su ruta a travs de los Estrechos y dirigirse a Pulo Penang, adonde
esperaban llegar dado que la embarcacin llevaba el viento de
bolina en siete u ocho das. Debido a su constante exposicin al
sol, Philip y Krantz estaban ahora tan morenos que, con sus largas
barbas y sus ropas musulmanas, podan haber pasado fcilmente
por nativos. Haban navegado todos los das bajo un sol abrasador
y haban dormido expuestos al relente de la noche sin que su salud se resintiese. Sin embargo, desde que haba contado a Philip
la historia de su familia, Krantz se haba vuelto callado y melanclico; le haba desaparecido su desbordande animacin habitual, y Philip le haba preguntado muchas veces cul era la
causa. Mientras se adentraban en los Estrechos, Philip se puso a
hablar de lo que deban hacer al llegar a Goa; y Krantz replic
gravemente:
Desde hace unos das, Philip, tengo el presentimiento de que
no voy a ver esa ciudad.
Te sientes mal, Krantz? replic Philip.
No; me encuentro bien, de cuerpo y de espritu. Procuro desechar esas aprensiones, pero es intil: hay una voz de advertencia que me dice constantemente que no estar mucho tiempo contigo. Philip, querrs complacerme en una cosa? Llevo unas
monedas de oro alrededor de la cintura que pueden serte de utilidad; hazme un gran favor: cgelas y llvalas t.
Qu tontera, Krantz.
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zarpar otra vez cuando, seducidos por la belleza del lugar y la frescura del agua dulce, y cansados de su largo confinamiento a bordo
del peroqua, decidieron darse un bao: lujo que difcilmente
pueden apreciar los que no han estado en semejante situacin. Se
quitaron sus ropas musulmanas, se zambulleron en el ro y all se
estuvieron un rato. Krantz fue el primero en salir del agua: se quej de fro y se dirigi a la orilla, donde haban dejado la ropa.
Philip nad tambin hacia la orilla con intencin de seguirle.
Y ahora, Philip dijo Krantz, sta es una buena ocasin
para darte el dinero. Abrir la faja, lo volcar, y t vas a meterlo
en la tuya.
Philip estaba de pie en el agua, que le llegaba a la cintura.
Bueno, Krantz dijo; sea, si ha de ser as. Pero me parece
una ridiculez En fin, te sales con la tuya.
Philip sali del agua y se sent junto a Krantz, que ya estaba
ocupado en sacar doblones de los pliegues de su faja. Por ltimo,
dijo:
Creo, Philip, que ahora que tienes todas las monedas, me siento tranquilo.
No imagino qu peligro puede haber para ti al que no est yo
igualmente expuesto replic Philip. De todos modos
Apenas pronunci estas palabras cuando son un tremendo
rugido; sobrevino como una rfaga de viento en el aire, un golpe
que le tumb de espaldas, un grito, un forcejeo Se recobr
Philip, y vio cmo un enorme tigre se llevaba la figura desnuda de
Krantz, a la velocidad de una flecha, hacia la espesura. Se qued
mirndolo con ojos dilatados. Unos segundos despus, el animal y
Krantz haban desaparecido.
Dios mo! Ojal me hubieses ahorrado esto! exclam
Philip, arrojndose al suelo de bruces, abrumado por la impresin. Ah, Krantz, amigo mo, hermano: muy ciertos eran
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Sutherland Menzies
HUGHES, EL HOMBRE-LOBO
(1838)
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HUGHES, EL HOMBRE-LOBO
N los confines de ese vasto bosque que antiguamente ocupaba gran parte del condado de Kent, vestigio de lo que hasta hoy
se conoce como el Weald[19] de Kent, y donde extenda su casi impenetrable espesura a mitad de camino entre Ashford y Canterbury durante el largo reinado de nuestro segundo Enrique, una
familia de ascendencia normanda llamada Hugues (o los Loberos,
como les apodaron los habitantes sajones de la regin) haba construido furtivamente, al amparo de la antigua legislacin de los
bosques, una cabaa solitaria y miserable. Y en medio de estas
fortalezas selvticas, siguiendo al parecer la ocupacin de
leadores, los desdichados proscritos pues tal cosa eran, evidentemente, por una u otra razn llevaron una existencia
apartada y precaria. Y ya fuera por la arraigada antipata que an
subsista hacia toda la nacin usurpadora de la que eran originarios, o por una injusta actitud mantenida por sus supersticiosos
vecinos anglosajones, el caso es que durante mucho tiempo fueron considerados como pertenecientes a la raza maldita de los
hombres-lobo, y como tales, se les neg mezquinamente cualquier
trabajo en los dominios de los franklins o propietarios de tierra,
tan acreditada estaba la transmisin del original estigma de licantropa de padres a hijos a lo largo de generaciones. No es extrao, pues, que los Hugues, los Loberos, no contaran con un solo
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luz de la luna, se deca, para saciarse en los muertos recin enterrados, o chuparle la sangre a cualquier vivo lo bastante imprudente como para arriesgarse a pasar por all. Era cierto que, en
algn invierno especialmente crudo, haban salido los lobos de
sus guaridas y, entrando en el cementerio por una brecha de la
tapia, acuciados por el hambre, haban llegado a desenterrar algn muerto; era cierto, tambin, que la Cruz del Lobo, como la
llamaban los gaanes, se haba manchado de sangre en una
ocasin, cuando se cay un vagabundo borracho y se parti la
cabeza de manera fortuita en el borde del basamento. Pero estos
accidentes, y muchos otros, fueron atribuidos a la culpable intervencin de los Loberos, bajo la forma demonaca de hombres
lobos.
Por lo dems, esta pobre gente no se molestaba en defenderse
de acusaciones tan monstruosas; bien enterados de la calumnia
de que eran vctimas, pero igualmente conscientes de su impotencia para desmentirla, soportaban en silencio su imposicin, y
huan de todo contacto con aquellos a cuyos ojos se saban repulsivos. Evitando los caminos reales, y sin atreverse a cruzar el
pueblo de Ashford de da, se dedicaban a trabajos que podan
hacer en casa o en lugares poco frecuentados. No asomaban por el
mercado de Canterbury, jams se contaban entre los peregrinos a
la famosa tumba de Becket, ni asistan a ningn deporte, diversin, siega de heno o recoleccin: el sacerdote les haba prohibido
toda comunin con la iglesia y los taberneros entrar en sus
locales.
La humilde cabaa que habitaban estaba hecha de adobe, con
una techumbre de paja en la que los vientos haban abierto
enormes desgarrones, y una puerta podrida que exhiba anchas
rendijas a travs de las cuales entraban las rfagas con entera
libertad. Como esta morada miserable estaba apartada del resto
de las casas, si por casualidad alguno de los siervos vecinos
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sol: una niebla espesa y fra se extenda en el aire como el velo enlutado de la viuda cuyo da de amor ha huido prematuramente. Ni
una estrella brillaba en el cielo callado y oscuro. En esa cabaa
solitaria, por la que acababa de pasar la muerte, los hurfanos
permanecan en vela al resplandor fluctuante que proyectaban los
leos del hogar. Haban transcurrido varios das desde que sus labios besaran por ltima vez las manos fras de sus padres;
lgubres noches, desde la triste hora en que su adis eterno les
dej desconsolados en el mundo.
Pobres almas solitarias! Los dos, adems, en la flor de su juventud. Cun tristes, pero cun serenos parecan en medio de su
afliccin! Pero qu terror sbito y misterioso es el que parece
apoderarse de ellos? No es la primera vez, desde que se quedaron
solos en el mundo, que se hallan a estas horas de la noche junto a
su hogar desierto, en otro tiempo animado por los alegres cuentos
de su madre. Muchsimas veces han llorado juntos su memoria,
pero jams haban sentido tan sobrecogedora su soledad. Y,
plidos como espectros, se miraron temblando, mientras el inquieto resplandor de las llamas jugaba en el semblante de los dos.
Hermano! has odo ese grito, repetido por el eco del
bosque? Es como si el suelo retemblase bajo las pisadas de un
fantasma gigantesco, cuyo aliento agitara la puerta de nuestra
cabaa. Dicen que el aliento de los muertos es fro como el hielo.
Una tiritona mortal se ha apoderado de m.
Hermana, a m tambin me ha parecido or como voces a lo
lejos que murmuraban palabras extraas. No tiembles as no
ves que estoy a tu lado?
Ay, hermano! Recemos a la Santsima Virgen para que no
deje que los difuntos visiten nuestra casa.
Quiz est con ellos nuestra madre: viene inconfesa, sin
mortaja, a visitar a sus hijos desamparados. A su progenie bienamada! Porque estamos en la vspera del da en que los difuntos
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[20]
II
Hugues, que se haba convertido en cabeza de su familia, formada por dos hermanas ms jvenes que l, las vio bajar a la
tumba en el corto espacio de dos semanas y, cuando hubo depositado a la ltima en la tierra de sus padres, pens si no era
preferible estar al lado de todos ellos y compartir su sueo imperturbable. No era con lgrimas y sollozos como se manifestaba una
afliccin tan honda como la suya, sino con muda y hosca meditacin sobre la tumba de su familia y su propia felicidad futura.
Durante tres noches seguidas estuvo yendo, plido y ojeroso, a
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dao ninguno, contentndose con devolverla a casa, una vez recobrada de su desmayo, y portndose en todo respecto como un fiel
pretendiente, ms que como un sanguinario hombre-lobo. Willieblud no supo qu pensar de todo esto.
Esta galantera nocturna hacia su sobrina encendi an ms al
fornido sajn contra el hombre-lobo, y aunque el miedo a las
represalias le impeda atacar de manera clara y directa a Hugues,
no por ello dejaba de rumiar la idea de llevar a cabo alguna segura
y secreta venganza. Pero antes de poner en prctica este proyecto,
se le ocurri que era mejor contarle sus desventuras al viejo sacristn y enterrador de la parroquia de San Miguel, hombre respetable y de suprema sagacidad en esta suerte de cuestiones, dotado de erudicin clerical y consultado como orculo por todas las
viejas arpas y muchachas desengaadas del trmino entero de
Ashford y alrededores.
No puedes matar a un hombre-lobo fue la repetida
respuesta del sabelotodo a las ansiosas preguntas del atormentado carnicero porque tiene una piel a prueba de lanza y flecha, aunque es vulnerable al filo de un arma cortante de acero. Mi
consejo es que le hagas una ligera herida en la carne o le cortes
una zarpa, a fin de saber con seguridad si de verdad es Hugues o
no. No corrers ningn peligro, salvo si le das un golpe del que no
le mane sangre; porque tan pronto como le hagas un corte en la
piel, huir.
Resolviendo en secreto seguir el consejo del sacristn, Willieblud decidi averiguar esa misma noche con qu hombre-lobo
se las haba, y con tal propsito escondi su cuchilla, recin afilada para la ocasin, debajo de la carga del carro, dispuesto a hacer
uso de ella como medio de probar que Hugues y el osado expoliador de su carne eran una y la misma persona, y recobrar as su
tranquilidad. El lobo se present como de costumbre y pregunt
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Muy buen da tengas, Lobero! exclam Willieblud entrando, con una servilleta atada con un nudo, que deposit sobre
el cofre que haba junto al sufriente. Vengo a ofrecerte trabajo:
atarme y apilarme unas gavillas de lea, porque s que no eres
lerdo con la podadera y las ramas. Aceptas?
Estoy enfermo replic Hugues, reprimiendo la ira que,
pese al dolor, centelleaba en su mirada furiosa. No me encuentro en condiciones de trabajar.
De veras ests enfermo, compadre? O es simplemente un
ataque de pereza? Vamos a ver, qu te duele? Dnde te sientes
mal? Dame la mano, que te tome el pulso.
Hugues enrojeci y por un instante dud si deba resistir a una
provocacin cuyo objeto comprenda sobradamente; pero para
evitar que descubriese a Branda, sac de debajo del embozo su
mano izquierda toda manchada de sangre seca.
Esa mano no, Hugues, la otra, la derecha. Venga, vamos!
Acaso has perdido la mano y tengo que buscrtela yo?
Hugues, cuyo intenso rubor de furia se torn al punto en tinte
mortal, no replic a esta burla, ni revel con el ms ligero gesto o
movimiento que se dispusiera a satisfacer una demanda tan cruel
en su concepcin como en su objeto apenas disimulado. Willieblud se ech a rer, y rechin los dientes con salvaje regocijo,
deleitndose maliciosamente en las torturas que infliga al sufriente. Pareca dispuesto a emplear la violencia antes que ver frustrada su expectativa de conseguir la prueba definitiva que pretenda. Empez a desatar la servilleta, dando rienda suelta entretanto a sus burlas implacables; sobre el cubrecama se vea una
nica mano, que Hugues, casi desmayado de dolor, no pensaba en
retirar.
Para qu me ofreces esa mano? prosigui su implacable
perseguidor, que se imaginaba a punto de llegar a la prueba de
culpabilidad que con tanto ardor deseaba. Para que te la corte?
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Algernon Blackwood
EL CAMPAMENTO DEL PERRO
(1908)
finales del siglo XIX, el mito del hombre-lobo estaba plenamente consolidado en la moderna ficcin literaria, e incluso contaba ya con su pieza maestra la novela The Werewolf (1890) de
la inglesa Clemence Housman antes de que el vampirismo lograra otro tanto con Drcula. A ello contribuy sin duda la incorporacin de escritores de ms fuste, como es el caso de Algernon
Blackwood (1869-1951), el reputado y prolfico autor britnico
cuya voluminosa obra (ms de 150 cuentos) incluye esta pequea
joya titulada The Camp of the Dog, que ahora se traduce por
vez primera al castellano.
El episodio forma parte de su volumen John Silence, Physician Extraordinary (1908), donde Blackwood pretenda sistematizar sus conocimientos sobre esoterismo y sus propias experiencias paranormales, pero acab escribiendo las aventuras de un investigador de lo oculto (mezcla a partes iguales de tesofo,
ocultista y psicoanalista con el tpico detective holmesiano) que es
solicitado en diferentes partes del mundo para resolver ciertos
problemas de ndole sobrenatural, a la manera del profesor Hesselius de Sheridan Le Fanu, y prefigurando a otros ilustres vigilantes del Ms All (en palabras de Fernando Savater) como el
profesor Challenger de Conan Doyle, el cazafantasmas Carnacki
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L norte de Estocolmo se arraciman a centenares islas de todas las formas y tamaos, y el pequeo vapor que recorre en verano sus intrincados laberintos, al llegar al final de su viaje en
Waxholm, deja algo perplejo al viajero en cuanto a los puntos cardinales. Pero slo a partir de Waxholm empiezan las verdaderas
islas a volverse salvajes, por as decir, y a recortar su complicada
costa en un centenar de millas de desierta belleza; y fue en el
centro de esta encantadora confusin donde plantamos nuestras
tiendas para pasar unas vacaciones de verano. A nuestro
alrededor tenamos un autntico enjambre de islas: desde un
mero botn de roca con un abeto solitario encima, hasta la extensin montaosa de una milla cuadrada densamente poblada de
bosque y ceida por abruptos acantilados; y estaban tan juntas a
veces que entre ellas haba una tira de agua no ms ancha que un
sendero del campo, o bien tan alejadas que tenan en medio un
espacio de millas como si fuese mar abierto.
Aunque algunas de las islas ms grandes ostentaban granjas y
puertos pesqueros, la mayora estaban deshabitadas. Tapizadas
de musgo y de brezo, sus costas mostraban una serie de barrancos
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El reverendo Timothy Maloney me ayud a montar las tiendas, tarea que su larga prctica haca que fuese sencilla; y vindole clavar clavos y tensar vientos, sin chaqueta y con su cuello de
franela abierto y sin lazo, era imposible evitar la conclusin de
que estaba hecho para la vida de pionero, ms que para la iglesia.
Tena cincuenta aos, era un hombre sano, musculoso, de ojos
azules, y realizaba su parte de trabajo, y ms, sin rehuir. Daba
gusto verle manejar el hacha cortando renuevos para palos de
tienda, y su ojo para sacar la horizontal era infalible.
Obligado de joven a aportar unos haberes familiares lucrativos, haba forzado su espritu a aparentar ideas ortodoxas,
haciendo los honores de una pequea iglesia rural con una energa que le haca pensar a uno en un carbonero manejando porcelana; y slo en los ltimos aos haba renunciado al beneficio
eclesistico, dedicndose a preparar jovnes para los exmenes.
Esto se le daba mejor. Adems, le permita entregarse temporalmente a su pasin por la vida salvaje, y pasar bajo tienda los
meses de verano, casi todos los aos, en alguna parte del mundo
adonde poda llevar consigo a sus jvenes, y combinar la clase
con el aire libre.
Normalmente le acompaaba su mujer, y no haba duda de
que ella disfrutaba en esos viajes, ya que senta la misma aficin
por la naturaleza, aunque en menor grado, dado que constitua el
rasgo ms destacado en l. La nica diferencia era que mientras l
consideraba esta vida la verdadera, a ella le pareca un parntesis.
Mientras l viva la acampada con el alma y el corazn, ella lo
haca con la ropa y el cuerpo. De todos modos, era una esplndida
compaera; y vindola preparar la comida en el fuego que nosotros hicimos entre unas piedras, notabas que pona todo su
entusiasmo en la tarea del momento, y que disfrutaba incluso en
los detalles.
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del norte. Confieso que en seguida perd conciencia de las presencias humanas que tena a mi lado, y estoy seguro de que a Joan le
pas lo mismo tambin. Con Sangree, supongo, fue distinto;
porque al poco rato le omos suspirar, y me lo imagino absorbiendo toda la magia y la pasin del lugar con su corazn herido,
acrecentando en l un dolor ms penetrante que el que transmita
la visin de tan inmensa e inefable belleza.
El chapuzn de un pez, al saltar, rompi el encanto.
Quisiera tener aqu la canoa, ahora coment Joan;
podramos visitar las otras islas.
Desde luego dije. Esperad aqu; yo ir por ella y estaba
dando media vuelta para regresar a tientas en medio de la oscuridad cuando Joan me detuvo con un tono de voz que indicaba que
hablaba en serio.
No; que la traiga Sangree. Nosotros esperaremos aqu y gritaremos para orientarle.
El canadiense desapareci en un abrir y cerrar de ojos, porque
no tena ella ms que insinuar lo que deseaba para que l obedeciera corriendo.
Mantngase alejado de la orilla para evitar las rocas le
grit cuando se iba, y tuerza a la derecha, al salir de la ensenada.
Es el recorrido ms corto, segn el mapa.
Mi voz cruz las aguas quietas, despertando en las otras islas
una serie de ecos que nos llegaron como si fueran personas
llamando desde el espacio. Slo era cuestin de treinta o cuarenta
yardas, entre subir la loma y bajar a la ensenada donde estaban
fondeadas las embarcaciones; pero haba una milla larga de costa
desde all hasta donde esperbamos nosotros. Le omos alejarse
tropezando en las piedras; luego cesaron los ruidos de repente, al
coronar la loma y bajar la cuesta, dejando atrs la fogata.
No quera que me dejase sola con l dijo la muchacha despus, en voz baja. Siempre temo que vaya a decir o hacer algo
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seguro que entonces no ibas a sentir miedo de ninguna clase. Sabras exactamente cmo tratarle. No es algo as?
La muchacha no contest, y, al cogerle la mano, not que
temblaba un poco y que estaba fra.
No es su amor lo que me da miedo dijo precipitadamente,
porque en ese momento omos hundirse una pala en el agua; es
algo que hay en su alma lo que me asusta como no me ha asustado
nada en la vida, aunque me fascina. En la ciudad apenas me
daba cuenta. Pero en cuanto nos hemos alejado de la civilizacin,
ha empezado a aflorar eso. Parece muy muy real, aqu. Temo
quedarme a solas con l. Me da la sensacin de que algo va a reventar, a brotar con todas sus fuerzas, que l va a hacer algo o
que voy a hacerlo yo No s exactamente lo que quiero decir
pero me dan ganas de despojarme de todo y gritar
Joan!
No se alarme ri brevemente; no voy a hacer ninguna
tontera; slo quera explicarle cules son mis sentimientos, por si
necesito su ayuda. Cuando me viene una fuerte intuicin como
ahora, nunca es infundada; aunque an no s qu significa
exactamente.
De todos modos, debes resistir este mes dije en el tono
ms prctico que me fue posible adoptar, porque su actitud haba
hecho que mi sorpresa se convirtiese en una sutil alarma. Sangree slo va a estar un mes. Y en todo caso, dado que eres un ser
singular, debes mostrarte generosa para con el resto de los seres
singulares termin, sin conviccin, con una risa forzada.
Joan me dio un repentino apretn de mano.
Me alegro de habrselo contado dijo rpidamente en voz
baja, porque la canoa se desliz ahora en silencio, como un espectro, hasta nuestros pies. Y me alegro de que est usted aqu,
tambin aadi, al tiempo que bajaba al agua, al encuentro de
Sangree.
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Bien, bien y bien! exclam. Vamos a tener el primer desayuno decente desde hace un ao. Sangree los limpiar en un abrir y cerrar de ojos, y el Segundo Contramaestre
Los freir en su punto ri la voz de la seora Maloney,
apareciendo en escena con sandalias y un jersey ajustado de color
azul, y cogiendo la sartn. Su marido la llamaba siempre el Segundo Contramaestre del campamento, porque uno de sus
cometidos era llamar a todos a comer.
En cuanto a ti, Joan prosigui el hombre feliz, pareces el
espritu de la isla, con musgo en el pelo y viento en los ojos, y sol y
estrellas en la cara la mir con complacida admiracin. Tome,
Sangree, coja esos doce, uno es una buena pieza; son los ms
grandes. Nos los vamos a zampar con mantequilla en menos que
canta un gallo.
Observ al canadiense mientras se diriga despacio al cubo de
aclarar. Tena los ojos prendidos en la belleza de la muchacha, y
por su rostro cruz una oleada de gozo apasionado, casi febril, expresiva del xtasis de autntica adoracin ms que de otra cosa.
Quiz pensaba que an tena por delante tres semanas, con esta
visin siempre ante sus ojos; quiz pensaba en sus sueos de esa
noche. No s. Pero not la curiosa mezcla de anhelo y felicidad en
sus ojos, y la fuerza de esta impresin despert mi curiosidad.
Algo en su rostro retuvo mi mirada un segundo; algo que tena
que ver con su intensidad. Que una persona tan tmida, tan
mansa, ocultase una pasin tan viril exiga casi una explicacin.
Pero la impresin fue momentnea; porque ese primer desayuno en el campamento no permita dividir la atencin, y me atrevo a jurar que las gachas, el t, el pan sueco y el pescado frito
con bacon estuvieron ese da mucho mejor que ninguna comida
de ningn lugar del mundo.
El primer da libre en un nuevo campamento es siempre un
da frenticamente ocupado, y no tardamos en adoptar la rutina,
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de la que depende en gran medida la verdadera comodidad de todos. Alrededor del fuego de guisar, muy mejorado con piedras
tradas de la playa, construimos una empalizada alta con palos
verticales espesamente entretejidos con ramas, pusimos una
techumbre de musgo y liquen, con piedras encima, y en el interior, alrededor, dispusimos asientos bajos de ramas, a fin de poder
estar junto al fuego incluso lloviendo, y comer en paz. Delineamos
senderos, tambin, de tienda a tienda, hasta los lugares donde nos
babamos y el desembarcadero, y establecimos una razonable
divisin de la isla en una zona para los hombres y otra para las
mujeres. Apilamos lea, quitamos los rboles y las piedras que estorbaban, colgamos las hamacas y afianzamos las tiendas. En una
palabra, el campamento qued instalado, y asignados y aceptados
los distintos cometidos como si pensramos vivir aos en esta isla
del Bltico, y fuera importante hasta el ms pequeo detalle de la
vida comunitaria.
Adems, al quedar establecido el campamento, aument la
sensacin de comunidad, confirmando que ramos un todo definido y no meramente un nmero de personas que habamos venido
a vivir en tiendas de campaa, durante un tiempo, a una isla
desierta. Cada uno acept los distintos trabajos de buen grado.
Sangree, como por seleccin natural, se encargaba de limpiar el
pescado y trocear lea suficiente para las necesidades del da. Y lo
haca bien. La palangana nunca estaba sin pescado, limpio y escamado, preparado para frerselo quien tuviera hambre; de noche,
el fuego nunca se apagaba por falta de lea, sin necesidad de ir a
buscarla.
Y Timothy, antes reverendo, pescaba y talaba rboles. Tambin asumi la responsabilidad de mantener en condiciones el
velero, y lo haca tan concienzudamente que jams se echaba nada
en falta en el pequeo cter. Y cuando, por cualquier motivo, se
requera su presencia, el primer sitio adonde haba que buscarle
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confianza en s mismo. Ahora tena algn derecho a ser considerado guapo, o al menos, a cierto aire de virilidad que no mermaba su valor a los ojos del sexo opuesto.
Todo esto, por supuesto, era bastante natural, y de lo ms
grato. Pero, aparte ya de este cambio fsico, que sin duda
habamos experimentado los dems, haba una nota sutil en su
personalidad que me produjo un grado de sorpresa casi rayano en
el sobresalto.
Y dos cosas cuando baj a recibirme y ayudarme a subir la
canoa me vinieron espontneamente a la cabeza, como relacionadas de alguna forma que en ese instante no pude adivinar: en
primer lugar, la opinin singular que Joan se haba formado de l;
y en segundo lugar, aquella expresin fugaz que yo haba captado
en su rostro cuando Maloney elev su extraa plegaria, pidiendo
al Cielo especial proteccin.
La delicadeza de modales y facciones por no emplear un
trmino ms suave que haba sido siempre una caracterstica
sobresaliente de este hombre, haba dado paso a algo mucho ms
vigoroso y decidido que, no obstante, escapaba por completo al
anlisis. No me era fcil ponerle nombre al cambio que tan singularmente me impresion. Los otros el canturreante Maloney, la
atareada Segundo Contramaestre, y Joan, fascinadora mestiza
de ondina y salamandra mostraban todos los efectos de una
vida cercana a la naturaleza, pero el cambio era en todos ellos
totalmente natural, y el que caba esperar; mientras que en el caso
de Peter Sangree, el canadiense, era algo excepcional e
inesperado.
Es imposible explicar cmo se las arregl para transmitirme
gradualmente la impresin de que una parte de su ser se haba
vuelto salvaje, aunque sta era ms o menos la impresin que me
dio. No es que pareciese menos civilizado en realidad, o que su
carcter hubiese experimentado una alteracin definida; sino ms
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sacrificios. Pero no hay de qu tener miedo aad rpidamente; y ella me mir a la cara con la sonrisa que suelen esbozar
las mujeres cuando saben que hablamos por hablar, aunque no
nos lo quieren decir.
S que usted no tiene miedo coment con sosiego.
Pues claro que no. Por qu iba a tenerlo?
As que, si me quiere dar ese gusto por esta vez, no no
volver a pedirle ninguna otra estupidez en toda mi vida dijo
con gratitud.
Te doy mi palabra fue todo lo que pude decir.
Joan enfil la proa de la canoa hacia la ensenada, que estaba a
un cuarto de milla, y rem deprisa; pero un minuto o dos despus
volvi a parar y me mir fijamente, mientras la pala goteaba en el
travs.
De veras no oy nada anoche? pregunt.
Yo no oigo nada de noche contest secamente. Desde
que me acuesto hasta que me levanto.
Ese aullido lgubre, por ejemplo prosigui, decidida a
soltarlo, al principio a lo lejos, luego cada vez ms cerca, que
call justo fuera del campamento?
Por supuesto que no.
Porque, a veces, casi creo que lo he soado.
Es lo ms probable fue mi poco comprensiva respuesta.
Y mi padre, cree que tampoco lo ha odo?
Tampoco. Me lo habra dicho.
Esto pareci tranquilizarla un poco.
S que mi madre no lo ha odo aadi, como hablando
consigo misma, porque no oye nada nunca.
* * *
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otro a Joan; y mientras corra yo a buscar mi rifle, o que canturreaba para s de pura excitacin.
Entretanto, haba empezado a amanecer rpidamente. La claridad haca palidecer los faroles parpadeantes. El viento empezaba
a arreciar, tambin, y oamos gemidos por encima de los rboles,
y romper las olas con creciente clamor en la orilla. En la ensenada, el barco cabeceaba y daba pantocazos, y las chispas de la
hoguera se elevaban en una especie de espiral, esparcindose por
todas partes.
Nos dirigimos a la punta de la isla, medimos cuidadosamente
las distancias entre nosotros, y empezamos a avanzar. Nadie hablaba. Sangree y yo, con el rifle montado, bamos atentos a la raya
de la orilla, y todos a una distancia a la que era fcil contactar o
hablarnos. Fue una batida lenta, torpe y con muchas falsas
alarmas; pero al cabo de casi media hora habamos completado el
recorrido, y nos hallbamos en el otro extremo sin haber levantado siquiera una ardilla. Desde luego, no haba en la isla otros
seres vivientes que nosotros mismos.
Ya s qu es! exclam Maloney, mirando la extensin borrosa y gris del mar, y hablando con el aire del hombre que acaba
de hacer un descubrimiento; es un perro de alguna granja de las
islas mayores seal hacia el mar, donde se espesaba el archipilago, que se ha escapado y se ha asilvestrado. Lo atraen
nuestro fuego y nuestras voces, y probablemente estar medio salvaje y muerto de hambre; pobre animal!
Nadie hizo ningn comentario, y empez a cantar otra vez
para s.
El punto donde estbamos en grupo apiado, tiritando
miraba hacia los canales ms amplios que conducan a mar
abierto y a Finlandia. Al fin haba irrumpido el alba gris, y
podamos ver precipitarse las olas con sus irritadas crestas blancas. Las islas de alrededor se dibujaban como masas negras a lo
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lejos; y al este, casi mientras hablaba Maloney, surgi el sol torrencial en un cielo tormentoso y esplndido de rojo y oro. Sobre
este fondo salpicado y magnfico, unas nubes negras en forma de
animales fantsticos y legendarios desfilaban veloces en una corriente que las desgarraba. Hoy mismo, no tengo ms que cerrar
los ojos para ver otra vez esa vivida y presurosa procesin en el
aire. A nuestro alrededor, los pinos formaban manchurrones
negros contra el cielo. Era un amanecer irritado. Y en efecto, la
lluvia haba empezado ya a caer en forma de gruesas gotas.
Dimos media vuelta, como movidos por un instinto comn, y
sin decir palabra emprendimos el regreso lentamente a la empalizada; Maloney canturreando retazos de canciones, Sangree abriendo la marcha con el rifle, dispuesto a disparar al menor indicio, y las mujeres caminando detrs conmigo, con los faroles
apagados.
Sin embargo, slo era un perro!
Realmente, era de lo ms singular, si uno se paraba a pensarlo
framente. Los acontecimientos, dicen los ocultistas, tienen alma,
o al menos esa vida aglomerada debida a las emociones y
pensamientos de todos los relacionados con ellos; de tal manera
que las ciudades, y hasta regiones enteras, tienen grandes figuras
astrales que pueden hacerse visibles al ojo. Y desde luego, aqu, el
alma de esta batida de esta vana, torpe, infructuosa batida se
alz entre nosotros y se ri.
Todos omos esa risa, y todos intentamos sofocar su sonido, o
al menos ignorarlo. Nos pusimos a hablar a la vez, en voz alta, y
con exagerada decisin, evidentemente, tratando de decir algo
plausible contra evidencias muy superiores, esforzndonos en explicar de manera natural que un animal pudiera esconderse de
nosotros con facilidad, o irse nadando antes de que nos diese
tiempo a dar con su rastro. Porque todos hablbamos de ese
rastro como si existiera realmente, y tuviramos ms referencia
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que las meras marcas de pezua de las tiendas de Joan y del canadiense. Desde luego, si no llega a ser por esas marcas, y por el
desgarrn de la tienda, creo que habramos hecho caso omiso de
la existencia de ese animal intruso.
Y fue aqu, bajo este amanecer irritado, mientras estbamos en
la empalizada protegindonos de la lluvia torrencial, cansados
pero extraamente excitados, fue aqu, en medio de esta confusin de voces y explicaciones donde, sigilosamente, se introdujo
el espectro de algo horrible y se alz entre nosotros. Hizo que todas las explicaciones pareciesen pueriles y poco crebles: inmediatamente qued al descubierto la falsa relacin. Nuestros ojos intercambiaron rpidas, inquietas miradas dubitativas que expresaban consternacin. Haba una sensacin de portento, de intensa
afliccin, y de turbacin. La alarma acechaba a un paso de nosotros. Nos estremecimos.
Luego, de repente, mientras nos mirbamos los unos a los
otros, se produjo la larga, desagradable pausa en que este recin
llegado se instal en nuestros corazones.
Y sin una palabra ms, ni intento alguno de explicacin, Maloney se levant a preparar las gachas para un temprano desayuno;
Sangree se fue a limpiar pescado; yo a cortar lea y a atender el
fuego; y Joan y su madre a cambiarse la ropa mojada y, lo ms
importante de todo, a preparar la tienda de su madre para compartirla las dos en lo sucesivo.
Cada cual acudi a sus obligaciones, pero con precipitacin,
con embarazo, en silencio. Y este recin llegado, esta forma de angustia y terror, acompa, invisible, a cada uno de nosotros.
Ojal localice a ese perro, creo que era el deseo que todos
llevbamos en el pensamiento.
* * *
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haba estado hasta aqu, me vino de pronto la desagradable conviccin de que un ser espantoso nos acechaba en esta isla, y que la
vida de uno de nosotros, al menos, estaba amenazada por algo
monstruoso e impuro, demasiado horrible de imaginar. Y recordando otra vez aquellas ltimas palabras suyas cuando el tren
abandonaba el andn, comprend que el doctor Silence estara
dispuesto a acudir en seguida.
A menos que me mande llamar antes, haba dicho.
* * *
De sbito, me sent completamente despabilado. Me es imposible decir qu me despert, pero no fue un proceso gradual,
puesto que pas en un instante del sueo profundo a la absoluta
vigilia. Evidentemente, haba dormido una hora o ms, porque la
noche se haba despejado, el cielo estaba poblado de estrellas y
una media luna plida a punto de sumergirse en el mar
proyectaba su luz espectral entre los rboles.
Sal a aspirar el aire, y me qued de pie. Tuve la rara sensacin
de que algo se mova en el campamento, y al mirar hacia la tienda
de Sangree, a unos veinte pies de la ma, observ que temblaba.
As, pues, se haba despertado tambin, y estaba desasosegado,
porque vi que se abombaban los lados de la tienda y que l se revolva dentro.
Entonces se apart el faldn de la puerta. Iba a salir, igual que
yo, a aspirar el aire. No me sorprenda, porque su fragancia, despus de la lluvia, era embriagadora. Y, como haba hecho yo, sali
gateando. Le vi asomar la cabeza por el ngulo de la tienda.
Y entonces descubr que no era Sangree. Era un animal. Y en
ese mismo instante comprend algo ms, tambin: que era el
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Dormimos al raso, envueltos en mantas. Sangree y yo ocupamos los sitios de fuera, y nos levantamos antes de amanecer
para aprovechar la brisa de la madrugada. Gracias a que salimos
temprano, a medioda habamos hecho ya la mitad del recorrido;
luego el viento rol unos puntos a popa, y cogimos velocidad.
Cruzando entre mil islas, atravesando estrechos canales donde
perdamos viento para salir a espacios abiertos donde tenamos
que tomar un rizo, corramos bajo un cielo clido y sin nubes,
volbamos por el corazn de este paisaje asombroso y solitario.
Un lugar realmente salvaje exclam el doctor Silence
desde su asiento de proa, donde sujetaba la escota del foque. Se
haba quitado el sombrero, el viento le alborotaba el pelo, y su
cara flaca y morena le daba un toque oriental. Poco despus, l y
Sangree intercambiaron sus puestos, y se vino a charlar conmigo
junto a la caa.
Es una regin maravillosa, todo este mundo de islas dijo,
haciendo un gesto con la mano hacia el escenario que pasaba veloz junto a nosotros. Pero no nota que le falta algo?
Es severo contest, tras meditar un momento. Tiene
una belleza llamativa y superficial, pero sin vacil, buscando la
palabra que necesitaba.
John Silence movi la cabeza con aprobacin.
Exacto dijo. Tiene el pintoresquismo de un escenario de
teatro, de un escenario que no es real, que no est vivo. Es como
un paisaje pintado por un artista hbil, aunque sin verdadera
imaginacin. Sin alma sa es la palabra que usted buscaba.
Algo as contest, observando las rfagas de viento en las
velas. No tanto muerto como sin alma. Eso es.
Naturalmente prosigui, con una voz calculada, me pareci, para que no llegase a nuestro compaero, a proa, vivir
mucho tiempo en un lugar como ste mucho tiempo, y solo,
podra tener extraos efectos en algunos hombres.
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* * *
Todo cambi en cuanto John Silence puso el pie en aquella
isla: fue como el efecto que produce la aparicin de un gran
mdico, de un gran rbitro de la vida y la muerte, que llega para
efectuar su consulta. Se centuplic la sensacin de gravedad.
Hasta los objetos inanimados experimentaron un cambio sutil;
porque el escenario de la aventura (este trozo de mar desierto con
sus centenares de islas deshabitadas) se volvi, de alguna manera,
sombro. Un elemento misterioso y en cierto sentido desazonador,
se introdujo espontneamente en la severidad de roca gris y pinares oscuros y apag el centelleo del sol y del mar.
Yo, al menos, not claramente ese cambio; porque mi ser entero se tens un grado ms, por as decir, ponindose ms en sintona y alerta. Las figuras del fondo del escenario avanzaron un
poco hacia el proscenio hacia la accin inevitable. En una palabra: la llegada de este hombre intensific la situacin entera.
Y al evocar, despus de los aos, el tiempo en que sucedi todo, me doy cuenta claramente de que este hombre tuvo desde el
principio mismo una idea muy clara de lo que suceda. Es imposible decir cunto saba de antemano merced a sus extaos poderes
adivinatorios, pero desde el momento en que lleg al lugar y tom
nota interiormente de lo que estaba ocurriendo entre nosotros,
tuvo sin duda la verdadera solucin del rompecabezas y no necesit hacer preguntas. Y esta certeza era lo que le daba ese aire de
poder y nos haca mirarle instintivamente; porque no dio ni un
paso indeciso, no hizo ni un solo movimiento en falso; y mientras
el resto de nosotros vacilbamos, l fue derecho a la solucin. Era,
en verdad, un autntico adivino de almas.
Ahora puedo leer en su conducta muchas cosas que entonces
me tenan perplejo; porque aunque yo haba intuido vagamente la
solucin, no tena idea de cmo la iba a abordar. Y casi puedo
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reproducir literalmente las conversaciones; porque, segn mi costumbre inveterada, anotaba puntualmente todo lo que deca.
Tribut el mejor trato posible y del mejor modo posible a la
seora Maloney, mujer boba y atolondrada; a Joan, alarmada
aunque valerosa; y al clrigo, afectado, bajo la superficie de sus
emociones habituales, por el peligro de su hija. Aunque lo hizo
con tanta soltura y sencillez que pareci algo natural, espontneo.
Porque domin al Segundo Contramaestre, tomndole la medida
de su ignorancia con infinita paciencia; sintoniz con Joan, estimulando al mximo su valor e inters por su propia seguridad; y
tranquiliz y reconfort al reverendo Timothy, a la vez que logr
su implcita obediencia, se gan su confianza, y lo llev gradualmente a una comprensin de la salida que haba que adoptar.
En cuanto a Sangree aqu su sabidura estuvo muy discretamente calculada, no manifestaba prestarle ningn inters,
aunque por dentro era objeto de su incesante y concentradsima
atencin. So pretexto de aparente indiferencia, su mente tena al
canadiense bajo constante observacin.
Esa noche reinaba un sentimiento de inquietud en el campamento, y ninguno de nosotros se demor junto al fuego despus
de cenar, como tenamos por costumbre. Sangree y yo nos dedicamos a remendar los desgarrones de la tienda para que la utilizase
nuestro invitado, y a buscar piedras pesadas para sujetar las cuerdas, porque el doctor Silence insisti en que se la montsemos en
el punto ms alto de la loma, justo donde era ms rocosa y no
haba tierra para los clavos. El sitio, adems, estaba a mitad de
camino entre las tiendas de los hombres y la de las mujeres y, naturalmente, dominaba la vista ms amplia del campamento.
As, si aparece el perro dijo simplemente, podr cogerlo
al pasar.
El viento se haba ido con el sol, y un calor inusitado se
aposent sobre la isla, haciendo el sueo pesado, y por la maana
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durante un sueo profundo y, si es impulsado por algn deseo devorador, adopte forma animal y trate de satisfacer ese deseo.
All, a plena luz del da, vi a Maloney acercarse lentamente al
fuego y echar lea. Estbamos pegados al calor, unos junto a
otros, y escuchbamos la voz del doctor Silence que se mezclaba
con los susurros y aleteos del viento a nuestro alrededor, y el
romper de las olas pequeas.
Por ejemplo, para poner un caso concreto continu:
supongamos que un joven, con la constitucin frgil a que me he
referido, cobra un afecto irresistible hacia una joven, pero se da
cuenta de que no es correspondido, y es lo bastante hombre como
para reprimir su manifestacin. En tal caso, si su Doble propende
a proyectarse con facilidad, la misma represin de su amor durante el da vendra a aadirse a la intensidad de su deseo de liberarse durante el sueo profundo, del control de su voluntad, y su
cuerpo fluido podra brotar bajo una forma monstruosa o animal,
y hacerse efectivamente visible a los dems. Y si su devocin fuese
de una fidelidad perruna, aunque ocultando debajo el fuego de
una pasin feroz, podra muy bien asumir la forma de una criatura mitad perro y mitad lobo
De hombre-lobo, quiere decir? exclam Maloney, plido
hastas los labios mientras escuchaba.
John Silence alz una mano para contenerle.
Un hombre-lobo dijo es una realidad fsica de profunda
significacin, aunque puede haber sido exagerada absurdamente
por la imaginacin del campesino supersticioso de los tiempos
oscuros; porque un hombre-lobo no es otra cosa que los instintos
salvajes, y posiblemente sanguinarios, de un hombre apasionado
recorriendo el mundo en su cuerpo fluido, su cuerpo pasional, su
cuerpo del deseo. Como en el presente caso, puede no saber
No es necesariamente intencionado, entonces? pregunt
vivamente Maloney, con alivio.
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Rara vez es intencionado. Es el conjunto de los deseos, liberados del control de la voluntad durante el sueo, que encuentran salida. En todas las razas salvajes se ha admitido y temido
este fenmeno llamado hombre-lobo, pero es raro hoy da. Y se
va volviendo ms raro cada vez, porque el mundo est cada da
ms domesticado y civilizado; las emociones se han hecho ms refinadas, los deseos ms tibios, y pocos hombres poseen el suficiente salvajismo interior como para generar impulsos de esa intensidad y, desde luego, para proyectarlos en forma animal.
Dios mo! exclam el clrigo, conteniendo el aliento, y
cada vez ms excitado, entonces creo que debo contarle una
confidencia que se me ha hecho Sangree tiene mezcla de sangre
salvaje de ascendencia india
Cimonos a nuestra suposicin de un hombre como el que
he descrito le interrumpi el doctor con serenidad, e imaginemos que posee mezcla de sangre salvaje; y ms an: que no
tiene conciencia en absoluto de su espantosa anomala fsica y
psquica; y que de repente se descubre a s mismo inmerso en un
modo de vida primitivo junto al objeto de sus deseos; que el resultado de la tensin del hombre no domesticado que lleva en su
sangre
El piel roja, por ejemplo dijo Maloney.
El piel roja, exactamente reconoci el doctor; que el resultado, digo, de esa tensin salvaje que hay en l, despierta y salta
a la vida apasionada. Qu pasar?
Mir con firmeza a Timothy Maloney, y el clrigo le mir con
firmeza a l.
Una vida salvaje como la que llevan ustedes aqu en esta isla,
por ejemplo, podra fcilmente despertar sus instintos animales,
sus instintos ocultos, con resultados sumamente inquietantes.
Quiere decir que su Cuerpo Sutil, como lo ha llamado usted, podra salir automticamente, durante un sueo profundo, en
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No reprimiendo esa fuerza salvaje replic el doctor Silence, sino encauzndola mejor, y facilitndole otras salidas.
sa es la solucin a todos los problemas de la fuerza acumulada;
porque esa fuerza es la materia prima de la utilidad, y habra que
potenciarla y cuidarla, no separndola del cuerpo con la muerte,
sino elevndola a canales superiores. La mejor cura, y la ms
rpida de todas prosigui, hablando muy suavemente y con una
mano en el brazo del clrigo, es orientarla hacia su objeto, con
tal que ese objeto no sea invariablemente hostil, y dejarla que encuentre el descanso donde
Call de repente, y los ojos de los dos hombres se encontraron
en una sencilla mirada de comprensin.
En Joan? exclam Maloney, en voz baja.
En Joan! replic John Silence.
* * *
Nos acostamos todos temprano. El da haba sido extraordinariamente clido y despus de ponerse el sol descendi una extraa quietud sobre la isla. No se oa nada, aparte de un silbido
dbil, espectral, inseparable de los pinos incluso en los das ms
tranquilos: era un rumor bajo, penetrante, como si el viento
tuviese cabellera y la arrastrase sobre el mundo.
Con el sbito enfriamiento del aire, comenz a formarse una
niebla marina. Apareci a jirones aislados sobre el agua; luego, estos jirones se fueron agrupando, y un muro blanco avanz hacia
nosotros. No se mova ni un soplo de aire; los abetos se alzaban
como siluetas planas de metal, el mar se volvi de aceite. Todo el
lugar estaba inmovilizado como por algn enorme peso en el aire,
y las llamas de nuestra hoguera la ms grande que habamos
hecho se elevaban rectas como el campanario de una iglesia.
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daba cuenta de que era imposible dormir y que haba que permanecer de guardia toda la noche.
Infrmeme repiti John Silence otra vez del menor
ruido, y no haga nada precipitadamente.
Se corri hacia la entrada de la tienda y levant el faldn, atndolo al palo para poder ver el exterior. Maloney dej de tararear y
se puso a echar el aire a travs de los dientes con una especie de
dbil siseo, obsequindonos con un popurr de himnos de iglesia y
modernas canciones populares.
Entonces tembl la tienda como si la hubiese tocado alguien.
Es el viento, que est empezando susurr el clrigo y abri
el faldn todo lo que daba de s. Entr un soplo de viento fro y
hmedo que nos produjo un estremecimiento, y con l nos lleg el
ruido del mar: era la primera ola que se abra paso suavemente
por las playas.
Ha rolado al norte aadi; y a continuacin omos un susurro largo que se alz de toda la isla, al exhalar los rboles un
suspiro de respuesta. La niebla se mover un poco, ahora. Ya
distingo una abertura, sobre el mar.
Chist! dijo el doctor Silence, porque haba elevado la voz;
y volvimos a acomodarnos para otro largo rato de vigilancia y espera, interrumpido por algn que otro roce de la tienda con los
hombros, al cambiar de postura, y el ruido creciente de las olas en
la costa exterior de la isla. Y por encima de todo, sonaba el murmullo del viento como una gran arpa, al rozar los rboles, y el
dbil golpeteo de la tienda al caer gotas de las ramas con aguda
resonancia.
Llevbamos sentados algo as como una hora, y a Maloney y a
m nos era cada vez ms difcil mantenernos despiertos, cuando
de repente se levant el doctor Silence y se asom. Un minuto
despus se haba ido. Liberados de su presencia dominante, el
clrigo acerc su cara a la ma.
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su cara. Los ojos eran ms agudos, ms estrechos, ms encendidos; sin embargo, eran sus ojos sus ojos, que se haban animalizado; y los dientes eran ms largos, ms blancos, ms afilados. Pero eran sus dientes; sus dientes, que se haban vuelto
crueles. La expresin era encendida, terrible, exultante; sin embargo, era su expresin, llevada al lmite del salvajismo: expresin
que le haba visto yo ms de una vez, slo que predominante
ahora, totalmente libre de inhibiciones humanas, reflejo del ansia
loca de un alma hambrienta y enojada. Era el alma de Sangree,
del largamente reprimido y profundamente afectuoso Sangree,
expresada en su simple e intenso deseo un deseo totalmente
puro y totalmente prodigioso.
Sin embargo, al mismo tiempo, me vino la sensacin de que
todo era ilusorio. De repente record los cambios extraordinarios
que el rostro humano puede experimentar en la locura cclica,
cuando pasa de la melancola a la euforia; y record el efecto del
hachs, que confiere al semblante humano el aspecto del ave o el
animal que ms se asemeja a su carcter; y por un momento, atribu esta mezcla de rostro de Sangree y de lobo a alguna clase de
delirio similar de mis sentidos. Estaba loco, alucinado, soando!
La excitacin del da, esta luz vaga de las estrellas, y la niebla
desconcertante se haban confabulado para engaarme. Algn
embaucamiento de los sentidos me haba sumido en esta falsedad.
Todo era absurdo y fantstico, y pasara.
Y entonces, atravesando este mar de confusin mental como
taidos de campana a travs de la niebla, me lleg la voz de John
Silence, y me devolvi la conciencia de que todo era real:
Es Sangree en su Doble!
Y cuando volv a mirar, ms calmado, vi claramente que, en
efecto, era la cara del canadiense, pero animalizada; si bien,
mezclada con esa expresin brutal, haba una mirada singularmente pattica, como el alma que a veces vemos en los ojos
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Del otro extremo de la isla, resonando por encima de los rboles y los matorrales, nos lleg un grito parecido de respuesta.
Agudo, aunque asombrosamente musical, estremeciendo el
corazn con una dulzura singular que desafa toda descripcin, lo
omos elevarse y decrecer en el aire de la noche.
Ha sido al otro lado de la ensenada exclam el doctor Silence; pero esta vez en un tono que no renda tributo a la
cautela. Es Joan! Le est contestando!
Otra vez se elev y se apag el grito prodigioso. Y en ese
mismo instante, el animal baj la cabeza y, con el hocico a ras del
suelo, emprendi un cmodo medio galope, adentrndose en la
bruma y perdindose de vista como un ser gaseoso y fantasmal.
El doctor corri precipitadamente a la entrada de la tienda de
Sangree; pegado a sus talones, me asom yo tambin, y distingu
momentneamente, tendido sobre las ramas, pero medio cubierto
por la manta, el cuerpo arrugado y pequeo la jaula de la que
haba escapado casi toda la vida, y no poca de la propia sustancia
corprea, a otra forma de vida y energa, el cuerpo de la pasin y
el deseo.
Valindose de otro de esos rapidsimos e incalculables procesos, inaprehensibles para m en esta etapa de mi aprendizaje, el
doctor Silence volvi a cerrar el crculo alrededor de la tienda y el
cuerpo.
Ahora no puede volver hasta que yo se lo permita dijo. Y a
continuacin ech a correr con todas sus fuerzas hacia el bosque,
conmigo inmediatamente detrs. Yo tena ya cierta experiencia
sobre la capacidad de mi compaero para correr por un bosque
espeso, y ahora tuve ocasin de comprobar su capacidad, tambin, para ver a oscuras. Porque, en cuanto salimos del claro
donde estaban las tiendas, los rboles parecieron absorber todo
vestigio de luz, y comprend esa especial sensibilidad que se dice
que desarrollan los ciegos el sentido de los obstculos.
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Peter Fleming
LA CAZA
(1931)
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LA CAZA
N la fra sala de espera de una pequea estacin de ferrocarril del oeste de Inglaterra haba dos hombres. Llevaban sentados
una hora, y probablemente iban a seguir all bastante ms. Fuera
reinaba una espesa niebla. Su tren se retrasaba indefinidamente.
La sala de espera era un lugar inhspito y vaco. Una simple
bombilla iluminaba con lvida, desdeosa eficacia. Sobre la repisa
de la chimenea haba un cartel: Prohibido fumar. Si se le daba
la vuelta, pona Prohibido fumar al otro lado, tambin. En una
de las paredes, casi en su centro aunque no en el punto maniticamente exacto, estaban cuidadosamente clavadas las normas
sobre un brote de fiebre porcina ocurrido en 1924. La estufa
emita un olor denso, caliente, fuerte ya, pero que iba en aumento.
Un resplandor plido y leproso sobre la ventana negra, sucia de
lamparones, revelaba que, inmersa en la niebla, arda una luz en
el andn. En algn lugar goteaba agua con infinita desgana sobre
una chapa ondulada.
Los dos hombres se hallaban el uno frente al otro junto a la
estufa, en sendas sillas de inmutable rigidez. La relacin entre ellos se remontaba tan slo a esta velada. Y a juzgar por la
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sus ojos hundidos, de color miel, parecan autorizar. Lo ms sorprendente de su cara era la incongruencia de su marco: detrs de
la cabeza, el desconocido llevaba un sombrero hongo de ala estrechsima. No haba palabras sobre inclinacin que hicieran justicia a su ngulo. Lo tena encajado, por algo al menos tan sagrado
como el hbito, en la parte posterior de su crneo; y esta cara flaca
e indagadora enfrentaba el mundo con fiereza desde un halo
negro de indiferencia. El aspecto entero del hombre denotaba
diferencia, ms que altivez. La forma poco natural de llevar el
sombrero tena el valor de un comentario indirecto, como las cabriolas de un animal de circo. Era como si formara parte de una
realidad ms antigua, de la que el homo sapiens con sombrero
hongo fuese edicin expurgada. Estaba sentado con los hombros
encogidos y las manos metidas en los bolsillos del abrigo. La idea
de incomodidad que sugera su postura pareca deberse no tanto a
que su silla fuese dura, como a que fuese silla.
El joven le haba encontrado poco comunicativo. La ms gil
simpata, tras lanzar sucesivos ataques en distintos frentes, no
haba logrado abrir brecha. La lacnica exactitud de sus respuestas denotaba un rechazo ms rotundo que la pura hosquedad.
Salvo para contestar, no miraba al joven para nada. Y cuando lo
haca, sus ojos rebosaban de abstrado regocijo. A veces sonrea,
aunque no por un motivo inmediato.
Al evocar su hora juntos, el joven vea un campo de batalla en
el que se amontonaban frustradas banalidades como la impedimenta desechada de un ejrcito en fuga. Pero la resolucin, la
curiosidad y la necesidad de matar el rato, se resistan a reconocer
la derrota.
Si no quiere hablar pens el joven, hablar yo. Es infinitamente preferible el sonido de mi voz al de ninguna. Le contar lo
que me ha sucedido. La verdad es que es una peripecia extraordinaria. Se la contar lo mejor que pueda; y mucho me
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sorprender si el impacto que va a causar en su nimo no le impulsa a algn tipo de auto-revelacin. Es un individuo de lo ms
extrao, aunque sin llegar a la extravagancia, y me tiene muerto
de curiosidad.
En voz alta dijo, adoptando un tono animado y simptico:
Creo que ha dicho usted que es cazador, no?.
El otro alz sus vivos ojos color miel. Un regocijo inaccesible
destell en ellos. Sin contestar, volvi a bajarlos para mirar las
gotitas de luz que se proyectaban, a travs de la rejilla de la estufa,
sobre el bajo de su abrigo. A continuacin habl. Tena la voz
ronca.
He venido aqu a cazar reconoci.
En ese caso dijo el joven, habr odo hablar de la jaura
particular de lord Fleer. Sus perreras no estn lejos de aqu.
Las conozco replic el otro.
Vengo de pasar unos das all prosigui el joven. Lord
Fleer es to mo.
El otro alz los ojos, sonri y asinti con la amable incoherencia del extranjero que no comprende lo que le dicen. El joven se
trag su irritacin.
Quiere continu, empleando un tono ligeramente ms
perentorio que hasta ahora, quiere or una historia nueva y singular sobre mi to? No hace ni dos das que ha tenido lugar su
desenlace. Es muy corta.
Desde la fortaleza de algn chiste oculto, aquellos ojos claros
burlaron la necesidad de una respuesta concreta. Por ltimo, dijo
el desconocido: S, me gustara. La impersonalidad de su voz
poda haber pasado por un alarde de sofisticacin, por una renuencia a mostrar inters. Aunque sus ojos delataban que estaba interesado en otra cosa.
Muy bien dijo el joven.
Y acercando su silla a la estufa un poco ms, comenz:
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Como puede que sepa, mi to, lord Fleer, lleva una vida retirada aunque de ningn modo inactiva. Durante los ltimos doscientos o trescientos aos, las corrientes de pensamiento contemporneo han pasado por manos de hombres a los que se les han
despertado constantemente los instintos gregarios, instintos que
han satisfecho de manera casi invariable. De acuerdo con las normas del siglo XVIII, en que los ingleses cobraron conciencia de su
soledad por primera vez, mi to habra sido considerado insociable. A principios del XIX, los que no le conocen personalmente le
habran tenido por un romntico. Hoy su postura frente al bullicio
y frenes de la vida moderna es demasiado negativa para suscitar
comentario alguno sobre su rareza. No obstante, an ahora, si se
viera implicado en algn suceso que pudiera calificarse de lamentable o vergonzoso, la prensa le expondra a la vergenza
pblica con el apelativo de Aristcrata Recluso.
Lo cierto del caso es que mi to ha descubierto el elixir o, si
prefiere, el narctico de la autosuficiencia. Hombre de gustos extremadamente simples y exento de la maldicin que supone una
imaginacin excesiva, no ve motivo alguno para trasponer las
fronteras del hbito que los aos han santificado con la rigidez.
Vive en su castillo (que puede describirse como desahogado, ms
que como confortable), gobierna sus propiedades con algn
provecho, tira al blanco un poco, monta a caballo un mucho, y
caza siempre que puede. No se ve con sus vecinos ms que por azar, lo que les ha llevado a suponer, con sublime aunque inconsciente arrogancia, que debe de estar un poco loco. Si lo est, al
menos puede proclamar que tiene acolchada su celda.
Mi to nunca ha llegado a casarse. Y yo, como hijo nico de su
hermano, he sido educado con miras a ser su heredero. Durante la
guerra, empero, aconteci un hecho imprevisto.
Durante esa crisis nacional, mi to, que naturalmente era demasiado viejo para el servicio activo, mostr una falta de espritu
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Al terminar, mi to me dirigi una mirada inquieta, casi culpable. De repente comprend que iba a hacer una revelacin.
Sintate dijo. Quiero contarte algo.
Y esto es lo que me cont:
Hace un cuarto de siglo, mi to haba tenido que contratar a
una nueva ama de llaves. Con esa mezcla de fatalismo e indolencia
que es fundamento de la actitud del soltero ante los problemas de
la servidumbre, acept a la primera solicitante. Era una mujer
alta, ceuda, y de ojos oblicuos, de unos treinta aos, que vena de
la frontera galesa. Mi to no me dijo nada sobre su carcter, pero
la describi como dotada de poderes. Cuando llevaba en Fleer
unos meses, mi to empez a dedicarle atenciones, en vez de considerarla como algo natural. Y a ella no le desagradaron esas
atenciones.
Un da, fue y le dijo a mi to que estaba embarazada de l. Mi
to lo tom con bastante serenidad, hasta que vio que esperaba, o
finga esperar, que se casase con ella. Entonces mont en clera,
la llam puta y le dijo que deba abandonar la casa en cuanto naciera el nio. Y ella, en vez de derrumbarse, o de seguir discutiendo,
se puso a salmodiar en gals, mirndole de soslayo con cierta
burla. Esto le asust. Le prohibi que volviera a acercarse a l, le
orden que trasladase sus cosas a un ala no utilizada del castillo, y
contrat a otra ama de llaves.
Dio a luz un nio, y fueron a decirle a mi to que la mujer se
estaba muriendo; peda continuamente verle, dijeron. Asustado a
la vez que afligido, recorri los pasillos, que no pisaba desde
tiempo inmemorial, hasta su aposento. Cuando la mujer le vio
aparecer, empez a farfullar atropelladamente, sin apartar los
ojos de l, como si repitiese una leccin. Luego se detuvo, y pidi
que le enseasen al nio.
Era un varn. La comadrona, observ mi to, lo cogi de mala
gana, casi con asco.
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se es tu heredero dijo la moribunda con voz destemplada y vacilante. Le he dicho qu debe hacer. Ser buen hijo
para m, y celoso con sus derechos de nacimiento y se puso a
contar una historia descabellada, aunque coherente, sobre una
maldicin, encarnada en el nio, que caera sobre aqul a quien
nombrase mi to heredero por encima del bastardo. Finalmente se
apag su voz y cay hacia atrs, agotada, y con la mirada fija.
Al dar mi to media vuelta para marcharse, la comadrona le
dijo en voz baja que echase una mirada a las manos del nio. Y
abrindole suavemente sus manitas, le mostr cmo, en las dos, el
dedo anular era ms largo que el corazn
Aqu le interrump. La historia tena cierta fuerza misteriosa,
quiz debido a su evidente efecto en el narrador: mi to senta
miedo y repugnancia por lo que estaba contando.
Qu significa eso pregunt del anular ms largo que el
corazn?
Tard mucho tiempo en descubrirlo replic mi to. Mis
criados, al darse cuenta de que no lo saba, no quisieron
decrmelo. Pero al final lo averig por el doctor, que se enter
por una vieja del pueblo. Los que nacen con el anular ms largo
que el corazn se vuelven hombres-lobo. Al menos hizo un ligero esfuerzo por mostrar divertida indulgencia eso es lo que
cree la gente de aqu.
Y eso eso qu es? yo tambin me di cuenta de que mi
escepticismo estaba cediendo terreno a toda marcha. Me estaba
volviendo extraamente crdulo.
Un hombre-lobo dijo mi to, adentrndose sin la menor
timidez en el terreno de lo inverosmil es un ser humano que se
transforma peridicamente, y en todos los respectos, en lobo. La
transformacin (o la supuesta transformacin) acontece de noche.
El hombre-lobo mata hombres y animales, dicen que para beberse
su sangre. Tiene preferencia por los hombres. Durante toda la
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Edad Media, hasta el siglo XVII, hubo innumerables casos (especialmente en Francia) de hombres y mujeres que fueron juzgados
legalmente por delitos que haban cometido como animales. Al
igual que las brujas, rara vez eran absueltos; pero a diferencia de
ellas, parece que raras veces fueron condenados injustamente
mi to hizo una pausa. He estado leyendo viejos libros explic. Al enterarme de lo que se crea del nio, escrib a un
hombre de Londres que es entendido en estas cosas.
Qu fue del nio? pregunt.
Se hizo cargo de l la mujer de uno de mis colonos dijo
mi to. Una mujer impasible del norte que, segn creo,
aprovech la ocasin para mostrar lo poco que se le daban a ella
las supersticiones locales. El chico vivi con este matrimonio
hasta los diez aos. Luego huy. No he sabido de l hasta mi
to me mir casi como disculpndose, hasta ayer.
Nos quedamos un momento en silencio, mirando el fuego. Mi
imaginacin haba traicionado a mi razn rindindose totalmente
a esta historia. No encontr fuerzas para disipar sus temores con
un alarde de sensatez. Yo tambin estaba algo asustado.
Cree que ha sido su hijo, el hombre-lobo, el que ha
matado las ovejas? dije finalmente.
S. Por jactancia o como advertencia. O quiz por despecho,
una noche de caza infructuosa.
Infructuosa?
Mi to me mir con ojos turbados.
Su litigio no es con las ovejas dijo inquieto.
Por primera vez comprend las consecuencias de la maldicin
de la galesa. La caza estaba en marcha. La presa era el heredero
de Fleer. Me alegraba de haber sido desheredado.
He dicho a Germaine que no salga de noche dijo mi to,
coincidiendo con el curso de mis pensamientos.
Germaine era el nombre de la belga; se apellidaba Vom.
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ltima instruccin de encerrar el ganado por la noche, y encaminamos nuestros caballos hacia casa.
Llegamos al castillo por la entrada de atrs, que era poco utilizada: un paseo hmedo, horrible, flanqueado por una fila de
abetos y laureles. Bajo los cascos de nuestros caballos, las piedras
sonaban remotas, amortiguadas por una alfombra de musgo.
Cada bocanada de vapor de sus ollares se quedaba flotando con
un aire de permanencia, como legada a una atmsfera inmvil.
Estbamos, quiz, a unas trescientas yardas de la alta verja
que daba acceso al patio de las caballerizas, cuando los dos caballos se detuvieron en seco a la vez. Volvieron la cabeza hacia los rboles que tenamos a nuestra derecha, al otro lado de los cuales,
saba yo, se juntaba el paseo principal con el nuestro.
Mi to solt un grito breve, inarticulado, en el que el presentimiento se horroriz ante lo que prevea. En ese mismo instante,
son un aullido al otro lado de los rboles. Haba complacencia, y
una especie de risa sollozante, en ese aullido siniestro. Se elev y
se apag de manera voluptuosa; y volvi a subir y caer, inficionando la noche. Despus se perdi, acompaado de un gaido
gutural.
Las fuerzas del silencio cayeron intilmente detrs: su eco inmundo segua resonando en nuestros odos. Percibimos unos pies
ligeros cruzando a zancadas el duro suelo del camino dos pies.
Mi to salt del caballo y ech a correr entre los rboles. Le
segu. Trepamos por un talud y salimos a terreno despejado. La
nica figura a la vista estaba inmvil.
Germaine Vom yaca doblada en el paseo, bulto slido y
negro contra los matices movientes del crepsculo. Corrimos
hacia ella
Para m, Germaine haba sido siempre un monograma inverosmil, ms que una persona real. No pude por menos de pensar
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Geoffrey Household
TAB
(c. 1939)
OS Crpatos, habitual refugio de vampiros, se convierte tambin en tierra de licntropos en el poco conocido cuento de Geoffrey Household Taboo, que forma parte de su volumen de relatos The Salvation on Pisco Gahar & other Stories (1939), y representa al parecer la nica incursin de su autor en el campo de lo
sobrenatural.
De verdadero nombre Edward West (1900-1988), este novelista ingls educado en Oxford no aparece siquiera mencionado
en ningn diccionario de autores dedicados a la literatura
fantstica o de terror. Sus populares novelas de aventuras en la
tradicin de John Ruchan como Rogue Male (1939), Watcher in
the Shadows (1960), Dance of the Dwarfs (1968) o Rogue Justice
(1982), secuela de la primera, apenas le han reservado un
minsculo espacio en algunas (muy pocas) enciclopedias sobre
literatura en general. Pese a ello, el cuento que aqu presentamos
supone un nuevo paso adelante en el tratamiento moderno de la
licantropa, entre tantos nuevos relatos y novelas que apenas han
aportado nada al gnero, salvo repetir sus ms clsicos ingredientes convertidos casi en tics.
Su principal contribucin, luego saqueada hasta la saciedad
por el cine, fue la invencin de un nuevo e infalible antdoto
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TAB
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A unos pasos del sendero haba una roca blanca de unos treinta pies de altura. Era empinada, pero sus salientes hacan posible escalarla. Al pie de esta roca, de una cavidad escasamente
ms grande que la madriguera de un zorro, sala un manantial
caliente. Cuando Vaughan me indic las seales, pude ver que los
arbustos que crecan entre la roca y el sendero haban sido apartados con violencia. Pero le hice notar que no pareca lgico que
nadie que huyese del sendero lo hiciera atravesando matorrales.
Cuando uno sabe que le persiguen, le gusta poder otear a
su alrededor contest Vaughan. Sera reconfortante encontrarse en lo alto de esa roca, con un rifle en las manos si se llega
a tiempo. Subamos.
La cima era de roca viva, con matas trepadoras y hiedra que
crecan en las grietas. A unas tres yardas del borde haba un arbolito que haba crecido en una oquedad rellena de tierra. Un lado
de su tronco estaba astillado. Haba recibido un disparo a corta
distancia. El campesino que vena con nosotros se santigu.
Murmur:
Dicen que siempre hay un rbol entre t y l.
Le pregunt quin era l. No contest en seguida, sino que
jug con su bastn despreocupadamente, y como avergonzado,
hasta que cogi la contera de hierro con la mano. Entonces
murmur:
El hombre-lobo.
Vaughan se ech a rer y seal las huellas del disparo a
quince centmetros del suelo.
Ser una cra de hombre-lobo, si tiene esa estatura dijo.
No, al hombre se le dispar la escopeta al caer. Quiz le seguan
demasiado de cerca, cuando trepaba. Ah es donde debi de caer
su cuerpo.
Se arrodill para inspeccionar el suelo.
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instantneas, aunque no tan breves como para ahorrarme un terror mortal. Algo se apart de m de un salto, y se zambull en el
manantial, al pie de la roca.
Se encuentra bien? grit Vaughan, descendiendo con estrpito por la hiedra.
Qu era?
Un hombre. Le he dado. Vamos! Voy a perseguirlo.
Vaughan estaba como loco. Jams he visto tan encendido desprecio del peligro. Aspir profundamente, y se lanz al agujero
como si fuese los tobillos de un jugador. Con la cabeza y los hombros fuera, chapote en el barro de la cavidad, descargando su
Winchester ante s. De no haber pasado rpidamente al otro lado
sin respirar, le habran asfixiado los vapores sulfurosos, o se
habra ahogado. Si su enemigo le estaba esperando, era hombre
muerto. Desapareci, y yo le segu. No; no necesit de ningn valor especial. Me cubra el cuerpo de Vaughan. Pero fue un momento espantoso. No se nos haba ocurrido que pudiera entrar y
salir nadie de aquella fuente. Imaginen lo que es contener el aliento, e intentar cruzar el agua caliente contorsionndose, usando
las caderas y los hombros como una serpiente, sin saber uno si va
a encontrar obstruida la salida. Finalmente, pude izarme con las
manos y respirar. Vaughan estaba ya fuera y de pie, iluminando
delante de l con una linterna.
Ya lo tenemos! dijo.
Estbamos en una cueva baja al pie de la roca. Entraba aire
por las grietas de arriba. El suelo era de arena seca, debido al agua
caliente que entraba en la cueva cerca del agujero por donde sala.
Haba un hombre contrado en el fondo. Nos acercamos. Tena
una especie de pistola larga en la mano. Era una pistola de resorte, para sacrificar reses. El contacto de su ancha boca en mi
crneo no es un recuerdo muy agradable. Tiene la boca dentada
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poda haberlo sabido; que lo mejor que se poda hacer era olvidarlo; y as sucesivamente. Era absurdo. Como si cualquiera que
creyese lo que se deca pudiera mirar el asunto con serenidad!
Sentimientos de ese gnero no servan de consuelo a su
mujer. Esperaba que l mostrase su horror, no que se aislase
como si hubiese cerrado una tapadera; no que la dejase espiritualmente sola. Le grit que no tena sentimientos, y ech a correr a
su habitacin. Quiz deb haberle dado un sedante; pero no lo
hice. Yo saba que cuanto antes lo expulsase, sera mejor para ella,
y que tena una mente suficientemente sana para resistirlo.
As se lo dije a Vaughan; pero l no lo comprendi. La emocin, pensaba, era peligrosa. No haba que dejarla en libertad.
Quera decirle otra vez que no se preocupase. No se daba cuenta
de que l era el nico en diez millas a la redonda que no estaba
preocupado.
Kyra baj ms tarde. Habl a Vaughan con frialdad, con desprecio, como si hubiese descubierto que le era infiel. Le dijo:
No puedo volver a ver a esa mujer. Quieres decirle que se
vaya?
Se refera a la cocinera. Vaughan se opuso. Era obstinadamente lgico y razonable.
No es culpa suya dijo. Es una ignorante, no una anatomista. Vamos a llamarla, y vers como no eres justa.
Ah, no! exclam ella, y a continuacin se call.
Llmala! dijo.
Acudi la cocinera. Cmo iba ella a saberlo, solloz: no haba
notado nada; estaba convencida de que lo que le haba comprado
a Josef Weiss era carne de venado. Ni por un momento se le ocurri Bueno, bienaventurados los simples!
Dios mo! Cllese! estall Kyra. Pensad lo que os d la
gana todos. Todos os ments a vosotros mismos, y fings, y no
tenis sentimientos!
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Claude Seignolle
EL GLOUP
(1959)
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conocida que su labor erudita, altamente apreciada por los especialistas, es su vertiente de escritor, tan alabada por Lawrence
Durrell, Blaise Cendrars o Jean Ray, en la que su temperamento
curioso y altamente positivo ha sabido captar convincentemente
mediante una prosa suelta, viva y natural la inquietante realidad
de
sus
extraos
aunque
cotidianos
descubrimientos
antropolgicos.
Adems de sus archifamosas nouvelles La malvenue y Marie la Louve, basada esta ltima en un hecho real que le confes
una meneur de loups o lobera que todava viva en 1944, Seignolle
escribi varios cuentos sobre licantropa, entre los que destacara
Comme une odeur de loup y sobre todo Le gloup (incluido
ms tarde en el volumen Un corbeau de toutes couleurs, 1962),
cuyo ttulo alude al nombre con que se conoce al hombre-lobo en
la Gironda (donde tambin se le llama galipaud), pues en Francia est tan extendida la creencia en estos seres que cada zona
tiene su propia denominacin. Ambientado, como la mayora de
sus relatos, en las landas salvajes de la Sologne, en l surge en todo su esplendor ese misterioso y fascinante microcosmos, silencioso e inalterable al paso del tiempo, que sirve de clima admirable a su implacable descripcin del mal en todas sus formas.
EL GLOUP
OR fin, esta noche, en este bosque, siento revivir el humus. A travs de sus poros, la races exhalan un exceso de savia
nueva. Este olor negro que va ligado al fro: el uno me raspa el vientre por dentro, el otro me lo ara por fuera como una reja de
mltiples uas.
Pero ni la negrura ni el fro me sacian. Para avivar el odio y el
dolor necesito ir a pastos mejores; porque la noche, mi terreno de
vida, est tambin hambrienta de otros odios y otros dolores.
Y las estrellas que tachonan el cielo jalonan mis vagabundeos.
Los hombres me atribuyen necedad, torpeza Ah, los
hombres! Se consideran dueos nicos de esta vulnerable bola de
tierra, su nido obediente del espacio, cuando ya, desde su
creacin, se halla dominada por un eterno y poderoso soberano
bifronte que la ha confiado a dos colonos inestables pero de
fuerzas iguales, el uno negro: la noche, mi terreno de pasto; el
otro blanco: el da, el de los hombres. Los dos se pelean, invadiendo poco a poco la parte del otro en un imperceptible pero
constante juego de fuerzas, establecido de antemano, que no les
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Durante siete aos, me tendr fuera por las noches, con las
fauces y el vientre sometidos a una constante necesidad de carne
viva.
Durante siete aos, ser mi amo absoluto.
Durante siete aos, los hombres temblarn sin atreverse jams
a enfrentarse conmigo, a menos que les domine la locura.
Durante siete aos se estremecern por las noches por todo lo
que imaginan de mis fuerzas terrorficas
Ahora avanza hacia la inmunda bola de reptiles en procesa de
multiplicacin. Tiene tanto miedo a las mordeduras de las vboras
como a las palabras venenosas de los hombres. Aqu est, soberano absoluto del Mal.
En seguida comprendo que ha venido a regenerar uno de los
clanes de sus secuaces S; inclinado sobre este nudo de vboras,
se dispone a predicarles Pero no! Se limita a remedar las palabras sus labios se animan y hablan de juveniles vboras
mudas.
Cada movimiento de su boca no libera una palabra, sino una
serpiente Al principio me parece ver la punta de su lengua, pero
es la cola de un reptil inquieto que sale vivamente de su garganta
como de una madriguera Tras un violento coletazo, se desprende de la glotis del Amo, cae a tierra, y corre a reunirse con las
viejas, deseosas de renovacin. Son las serpientes del ao, las que
enriquecen y reavivan la raza. Fluyen de buena fuente.
Finalmente, el Amo parece cansado. Al cesar de decir silenciosamente el mal, hace que cesen los silbidos charlatanes. El
racimo de vboras se desata. Cada una huye vivamente, sumisa.
Algunas, al rozarme me obligan a observarlas con detalle. Entonces veo que tienen la cara humana, facciones familiares de
hombres y mujeres que sin duda he conocido en otra vida olvidada, y que tambin me reconocen, puesto que algunas se inclinan
al pasar.
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Estis todos? aade, como si los ausentes pudieran contestar que no.
Por supuesto: estn todos. Ninguno se habra atrevido a retrasarse por temor a quedarse solo, incluso en casa, sin los dems
alrededor.
Pero nadie se da cuenta de que falta un arma poderosa: el viejo
Loreux, tan til con sus sabios y atinados consejos.
Detrs de la ventana de la sala van y vienen rostros de
mujeres, como mscaras tristes agitadas por manos de nios un
da de carnaval. A las mujeres les gustara ver, pero temen asistir
a este espectculo de hombres preparados a arriesgar la vida en
una malfica y prohibida caza del gloup.
Vaya! Ahora se pone a bostezar Tillet, mirando cmo asoman
los primeros atisbos de la noche; tanto que hara bostezar a un
muerto. Algunos le imitan, y se sienten mejor despus. Luego Tillet habla en voz baja a sus hijos, los cuales, a fuerza de mover la
cabeza, parecen embutir en ella lo que el padre les explica con
amplios gestos hacia el norte, despus hacia el este, de forma que
en esos movimientos sencillos pueden seguir todos de antemano
la futura y penosa marcha que les aguarda.
Adelante dice entonces Tillet.
Y levanta la escopeta para mostrar la fuerza que tiene al extremo de su brazo.
Poco despus, camino del mundo nocturno, no hay otra cosa
que pisadas sobre suelo blando que ahuyentan ratones, lagartos y
sapos, pequeos habitantes de las noches campesinas.
En la sala de la granja, de espaldas a la chimenea, las mujeres,
mudas, preparadas para todas las zozobras, imaginan ya que le
crecen colmillos al silencio.
* * *
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Grrr salto en el aire: voy hacia ellos de manera tan fulgurante que no van a poder hacer otra cosa que morir en el acto de
puro miedo.
No, esta vez no voy a sorprenderlos porque, a juzgar por el
fogonazo de sus palos, comprendo que estaban en guardia Pero
al caer otra vez sobre mis patas, aullando, observo que han huido
ya, los cobardes Grrr
Haba otros cerca, que me acosan a su vez, con resplandores
silbantes
Ag ag me entran en el cuerpo como si fuesen colmillos de
metal al rojo blanco. Se deslizan en m sin dificultad y me laceran
por dentro La sangre se me pega de pronto en la lengua Mis
fuerzas menguan Cmo pueden infligirme un sufrimiento con
tanta rapidez, cuando no los veo? Tendrn los hombres mejor
amo que yo?
Se aprovecharn de mi debilidad as que necesito huir recobrarme para vencerlos, en el momento oportuno
Reprimiendo mi dolor, consigo salir del bosque donde ahora
allan ellos lo que creen que es su victoria Pero yo conozco una
madriguera donde podr reanimar mis fuerzas.
Ah, qu ardiente suplicio se ceba en m!
* * *
Al norte de Sainte-Mtraine, hacia Pierrefiche, en esa parte arbolada y pantanosa que va de la Rozelle a Brunau, los disparos
crepitan a manera de llamaradas de clera de los que persiguen al
gloup.
En casa de Tillet, apretujadas unas contra otras, las mujeres
madre, hijas, criadas parecen condenadas al fuego que han logrado vencer con su sumisin las llamas de una hoguera que no es
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ya ms que cenizas mortecinas. Pero slo viven por el odo, confortndose en las fuerzas furiosas mandadas por Tillet, las ms activas de las cuales son sin duda las de l. Y es que Tillet, cuando se
pone a hacer algo, lo hace siempre mejor que nadie.
Y, a medida que se propaga la tempestad de plvora, sienten
ellas un gran alivio. El granjero sabr mostrarse sin debilidad con
el miedo de los dems, y lograr un trabajo bien ejecutado. Ya
puede andarse con cuidado el gloup, por lo que le toca. Por fin,
aliviadas en su espera, las mujeres suspiran entre frgiles
sonrisas.
Pero qu pasa de repente, sin que nada lo sugiera? Sienten
que un miedo lvido las roza y luego las envuelve implacable: esa
clase de miedo movedizo que vuelve blanca la sangre y la deja sin
fuerza.
Sufren esa opresin agobiante que los rincones callados de los
muebles saben tejer en forma de inquietudes invasoras, capaces
de vestir de ansiedad los ms claros pensamientos. Con el corazn
chocando en sordos contrarritmos, se ahogan poco a poco, y sus
cabezas comienzan a batir a punto de nieve montones de feroces
comadreos de color carbn al rojo.
Eso es lo que sienten de pronto las mujeres, sin saber siquiera
de dnde pueden venir estas sensaciones torturantes, peligrosas
como llamas silenciosas bajo un barril de plvora impaciente.
Pero esta opresin no est destinada sino a preparar otra ms
concreta an; porque, procedente de la alcoba de Tillet, araando
la pared con el ardor de un parsito, una dbil queja consigue
traspasarla, reventarla, para ir a apagarse en sus odos, ya indefensos, abiertos a toda la gama del terror solapado.
No han visto pasar un alma. La puerta sigue cerrada. Quin
se ha atrevido, entonces, a forzar la ventana de la alcoba del amo
para ir a gemir all?
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Notas
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glogas, VIII, 95-97, trad. de Bartolom Segura Ramos, Alianza, Madrid 1981, pgs. 55-56. <<
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Ibid. <<
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En esta vspera, oficialmente, la iglesia catlica celebraba solemnes oficios por el descanso de los difuntos. <<
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