Discurso Autobiográfico Borgeano - Maryse Renaud
Discurso Autobiográfico Borgeano - Maryse Renaud
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«Amar y ser amado»: ¿clave del discurso autobiográfico borgeano?
(análisis de la Autobiografía )
Maryse RENAUD -(Universidad de Poitiers
Para el amor no satisfecho
el mundo es misterio
un misterio que el amor satisfecho
parece comprender
Bradley, Appearance and Reality,XV
Borges
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resulta sospechosa, le suena, según los decires de Lejeune, a
deriva ficcional, representando a sus ojos un atropello a las pautas
implícitamente ratificadas por las dos partes contratantes. Sin querer
minimizar para nada la validez y universalidad de semejantes
planteamientos, nos parece sin embargo necesario analizar más de cerca los
mecanismos del famoso pacto autorlector, más ambiguo de lo que aparenta
a primera vista, y particularmente las motivaciones que impulsan al lector
borgeano a asomarse a un texto fáctico —la Autobiografía—antes que a
textos ficcionales. Si es lícito pensar que cada universo textual engendra su
propio tipo de lector, conviene interrogarse pues sobre el perfil específico
del lector de los relatos borgeanos. ¿Son sus expectativas las del clásico
consumidor de autobiografías? ¿Acaso lo motiva fundamentalmente la
curiosidad intelectual —el deseo de comprender cabalmente los orígenes
de una vocacion literaria, de adentrarse en el contexto histórico, social y
cultural en que se gestó la obra—, a no ser que lo muevan motivaciones
más frívolas, más subjetivas, como la sed de anécdotas truculentas
supuestamente esclarecedoras y la inconfesada espera de revelaciones
emocionantes, o el afán de identificacion con el autor y la ilusión de una
intimidad compartida?
Si no pueden descartarse estas hipótesis de trabajo, en parte válidas,
las razones que inducen al lector de las ficciones borgeanas a interesarse
por la Autobiografía en particular nos parecen sin embargo participar de
otro tipo de preocupación, por ser la relación entre Borges y sus lectores de
naturaleza oscuramente conflictiva y pasional. Fundamentalmente —y éste
sera nuestro postulado—, la lectura de ese texto surge menos de un afán de
elucidación racional de la vida y obra de Borges, el pionero, el
vanguardista, el «más grande escritor contemporáneo en lengua
castellana» , según algunos exegetas de su obra, el brillante y sofisticado
1
1
Así define a Borges JeanPierre Bernès, profesor de literatura hispanoamericana en la
Sorbona y depositario de más de 30 horas de cintas grabadas en Ginebra a petición de
aquél. Este manuscrito oral está en el origen de un violento conflicto entre el estudioso
francés y María Kodama, la viuda y heredera de Borges, quien ha decidido recurrir ante
la justicia francesa para tratar de impedir la utilización y publicación de este
incomparable material, que algunos ya consideran como el verdadero testamento
literario del autor. Para mayor información, véase el artículo de Juan Gasparini,
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intelectual de notoriedad internacional, que de un inconfesable
deseo de perdón y reconciliación con el hombre total —el fascinante
creador de mundos narrativos y poéticos y el individuo Borges, el
ciudadano argentino de tan detestables opciones ideológicas. Frente al
autor envejecido de la Autobiografía, a la inevitable desnudez de quien
acepta someterse de buen grado a la indiscreta mirada del lector,
exponiéndose directamente al juicio del público, el lector borgeano,
enternecido, renuncia inconscientemente a toda beligerancia. Algo de su
parte habrá de poner sin embargo el autor, pues el lector espera
secretamente de la postulada sinceridad del discurso autobiográfico alguna
forma de justificación, alguna explicación siquiera medianamente
convincente de ciertas posturas desconcertantes asumidas por el escritor.
Quizás incluso esté dispuesto a conformarse con una hábil coartada, con tal
que el autor aparezca humano, es decir, imperfecto y vulnerable. Sólo con
esta condición podrá el lector disfrutar sin reticencia, vale decir, sin mala
conciencia, del placer estético suscitado de tiempo atrás por la obra de un
Borges ideológicamente poco recomendable.
La mera lectura de la Autobiografía implica de entrada, por lo tanto,
la inconsciente búsqueda de cierta forma de empatía entre lector y autor.
Empatía que no tardará en implantarse, pues el autor de la Autobiografía
sabe ganarse muy hábilmente la benevolencia del receptor. La escritura
autobiográfica es en gran parte, conviene tenerlo presente, un juego de
seducción. Detengámonos un momento en las sorprendentes líneas, nada
casuales, que clausuran este singular texto de Borges : « Lo que quiero
ahora es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad. Y aunque
parezca demasiado ambicioso, la sensación de amar y ser amado». Esta
insólita y casi impúdica confesión, que irrumpe en un texto hasta aquí
aparentemente ajeno a todo verdadero desahogo, arroja una luz inesperada
sobre la Autobiografía, y de modo retrospectivo sobre gran parte de la
producción borgeana. La emoción, el pathos, tanto tiempo opacados,
contenidos, reprimidos en el discurso manifiesto de Borges, afloran por fin
«Discordia por las inéditas memorias de Borges en Ginebra» (desde Ginebra, especial
para Argenpress. info; 30/5/03). Juan Gasparini es periodista, autor de Borges, la
posesión póstuma (Foca, Madrid, 2000).
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a la superficie, reivindicando tardíamente —no sin humor—
reconocimiento y legitimación . Resultan la verdadera revelación de este
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discurso autobiográfico, la insospechada clave capaz de introducirnos en el
mismo corazón de un universo demasiado frecuentemente tenido por una
sabia pero fría combinación de signos, o por una genial prefiguración de
los modernos planteamientos sobre el lenguaje, la noción de texto y el
estatuto del autor desarrollados en los años 60 por los representantes de la
«Nueva Crítica». Así, con esta indirecta llamada a la paz, al cese de las
hostilidades, se recrea subrepticiamente la pareja cómplice autorlector en
la que se funda todo texto. Mientras el autor confiesa efectivamente aspirar
a «amar y ser amado», el lector, por su parte, consciente de su poder,
acepta entregarse, dispuesto a responder positivamente a esa apetencia de
amor.
Que la expresión del sentimiento no constituya el objetivo
privilegiado del discurso autobiográfico, está fuera de duda, aunque existen
textos como las Confesiones de Rousseau cuyo objetivo mayor,
abiertamente reinvindicado, coincide precisamente con una apremiante
necesidad de desahogo emocional. Que el género autobiográfico, en
cambio, se proponga ante todo dar cuenta de la formación y evolución de
una personalidad, como lo señalan los trabajos de Philippe Lejeune, no hay
quien lo niegue. Pero de un escritor como Borges, tan reacio a los
encasillamientos, a la manía clasificatoria —que achaca en cambio a la
literatura francesa ,obsesionada, según él, por la referencia a escuelas y
3
2
.Véanse los dos artículos que publicamos en años anteriores sobre la
obra de Borges, y que insisten precisamente sobre la presencia
sesgada pero recurrente en ella de la emoción, el pathos y la pasión
(«El gaucho en los cuentos de Borges, o de los ritos de la memoria a
la celebración de lo pasional», in Cahiers du C.R.I.C.C.A.L. n°11,1992;
«La muerte en la obra de Jorge Luis Borges: una fascinada
vindicación de lo pasional», in Anthropos, n° 142/143, 1993.
3
Prólogos con un prólogo de prólogos (1975), in Jorge Luis Borges, Obras completas
IV, 19751988, Emecé Editores, España, 1997.
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cuando no entre ensayo y poema, no puede sino esperarse un
tratamiento singular, una original apropiación del discurso autobiográfico.
Título mucho menos contundente, deliberadamente polisémico, abierto y,
por añadidura, implícitamente vinculado con un texto lumbrera entre todos,
que de alguna manera le sirve de modelo al escritor argentino: los Ensayos
de Montaigne, por cuya extraña mezcla de «laconismo y emoción» ya
manifestara abiertamente Borges su admiración, como puede apreciarse en
las páginas liminares de Prólogos con un prológo de prólogos. Borges, en
efecto, al abocarse a la redacción de su texto autobiográfico —escrito
además en inglés, el idioma tan amado— tiene conciencia de afrontar un
desafío: el planteado por un género estrictamente codificado. Acepta entrar
en un juego cuyas leyes tendrá que acatar, en parte por lo menos, antes de
imprimirle su indiscutible sello. De ahí que en un primer momento el texto
parezca ajustarse a la tradición autobiográfica, de la cual toma prestado el
consabido incipit en un aparente gesto de sumisión a la norma: «Nací en
4
Véase el artículo de Rémi Le Marc'hadour, «L'essai d'autobiographie de Jorge Luis
Borges: la stratégie d'un genre impossible».
5
. Señalemos de paso que existe otra traducción al español del texto original, publicada
por Galaxia Gutenberg/ Círculo de lectores/ Emecé. Esta se titula Un ensayo
autobiográfico ( ilustrado con imágenes de su vida). Ahora bien, los jueces acaban de
mandar retirar de librerías Un ensayo autobiográfico, publicado únicamente con la
firma de Borges, por haberse omitido precisamente mencionar la coautoría de Norman
Thomas di Giovanni.
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1899 en pleno centro de Buenos Aires, en la calle Tucumán entre
Suipacha y Esmeralda.»
Así se explica también en la Autobiografía la insoslayable presencia
de una serie de datos espaciotemporales. Nada tiene de extraño, a primera
vista, la evocación de los lugares familiares donde pasó parte de su vida el
narrador: las dos casas de su infancia —las de Tucumán y Palermo.
Tampoco es sorprendente la descripción del heterogéneo entorno urbano
donde se crió: el suburbio de Palermo, presentado con gran objetividad, sin
la menor idealización, como el «sórdido arrabal norte de la ciudad»,
frecuentado en aquel entonces por «gente de familia bien venida a menos y
otra no tan recomendable», o sea, por miembros de la pequeña burguesía
mezclados —como lo da a entender el narrador— con gentes de las capas
populares e incluso con delincuentes. A continuación, el narrador pasará a
evocar en eficaces analepsis completivas las dos ramas de sus antepasados,
sacando a relucir las figuras heroicas de los dos abuelos y las no menos
entrañables de las dos abuelas. Ateniéndose siempre al canon, el texto se
desarrolla según un plan globalmente lineal, alternando anécdotas,
vivencias y comentarios personales que propician una mejor captación de
la formacion inicial de la personalidad de Borges.La división del texto en
cinco capítulos bien delimitados resulta a este respecto particularmente
sugestiva: I «Familia e Infancia»; II «Europa»; III «Buenos Aires»; IV
«Madurez»; V «Años de plenitud». Esta nítida estructuración del texto
apunta a destacar los pasos más significativos de la existencia del autor.
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del carácter provocativamente aleatorio, provisional, asignado
inicialmente a este «Autobiographical Essay», tener en cuenta su condición
experimental, casi de borrador, para prepararse a las futuras transgresiones
de la norma. No nos olvidemos de que, casi al final de la autobiografía, con
un gesto eminentemente desacralizador, Borges declara socarronamente
estar dispuesto a recomenzar el ejercicio, dando a entender el carácter
fundamentalmente inconcluso de toda tentativa autobiográfica, de todo
balance existencial. Implícitamente lo que sugiere aquí el autor,
distanciándose de ella, es la impostura en que descansa tanto la pretensión
de transparencia como el afán de escritura total que laten en tanto texto
literario —ficcional o fáctico:
También quiero escribir un libro sincero e informal de opiniones, caprichos,
reflexiones y herejías personales. Después de eso, ¿quién sabe? Todavía
tengo una cantidad de historias, oídas o inventadas que quiero contar 6
Ya está avisado el lector: la Autobiografia de Borges asume y hasta
reivindica su estatuto de texto fragmentario, necesariamente insincero,
poco apto, por lo tanto, para dar una visión exhaustiva e imparcial de la
trayectoria existencial del autor, o sea, de una existencia individual inserta
en un contexto histórico. Muy hábilmente el escritor sale al paso a las
posibles críticas. De antemano se hallan justificadas de alguna manera las
carencias manifiestas del texto en lo tocante a la reflexión política e
ideológica, por ejemplo. No encontrará el lector culto interesado por la
historia, la sociología o la sociocrítica ningún atisbo de respuesta a sus
interrogaciones. Ningún comentario notable hay en la Autobiografía —
conviene observarlo— sobre los dos momentos históricos de gran
relevancia que ya le han tocado vivir a Borges cuando se publica, en 1970,
este texto de condición teóricamente sintética y reflexiva.
6
Jorge Luis Borges, Autobiografía, El Ateneo, Buenos Aires,1999, página 151.
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No figura, por ejemplo, ninguna aclaración de tipo ideológico sobre
los años 2030, período de surgimiento de un nuevo partido popular, el
Partido Radical de Hipólito Irigoyen, primer vocero histórico de las
aspiraciones de la pequeña burguesía y las clases populares, como no sea
una desenfadada alusión a la revista Martín Fierro, creada en 1924:
El otro grupo, del que más bien me arrepiento, fue el de la revista "Martín
Fierro". No me gustaba lo que representaba "Martín Fierro": la idea
francesa de que la literatura se renueva constinuamente, que Adán renace
todas las mañanas, y de que si en París había cenáculos que promovían la
publicidad y las disputas, nosotros teníamos que actualizarnos y hacer lo
mismo . 7
Revista lumbrera de la juventud vanguardista de la cual fue miembro el
joven Borges, tras haberlo sido de las fugaces Prisma y Proa, y que en su
primera etapa estuvo ligada, en virtud del credo americanista inherente a
los «ismos» de la época, al radicalismo político. Pero con toda evidencia no
es la fase nacionalista de dicha revista, en la que sin embargo participó
Borges, la que lo interesa. Ni siquiera la menciona. Sólo la evolución
posterior que hizo de Martín Fierro una publicación de carácter
cerradamente literario viene aquí mencionada.
Para el lector no hubieran carecido de interés, sin embargo, algunos
comentarios más sobre la relación existente entre literatura e ideología,
literatura y nacionalismo, tanto más cuanto que la producción del joven
Borges de los anõs 20 —los ensayos específicamente— no es ajena a una
interrogación sobre la identidad cultural nacional . Pero para el exigente
8
Ibid., página 90.
7
8
Véanse, por ejemplo, textos como Inquisiciones, El tamaño de mi
esperanza y El idioma de los argentinos , inicialmente publicados en 1923,
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Borges adulto de la Autobiografía gran parte de esta actividad
juvenil, «quizá imprudente y hasta inútil», no merece mayor atención. De
ahí las jocosas y lúcidas, pero escasas páginas, dedicadas por el narrador a
las «excentricidades» y hasta «tonterías» por él cometidas en aquel período
frívolo de su vida. Leopoldo Marechal, compañero de juventud de Borges y
antiguo poeta vanguardista, vinculado él también a la revista Martín
Fierro, había de documentar prolijamente en cambio en su famosa novela
Adán Buenosayres, publicada en 1948, las travesuras de su clan
martinfierrista, y particularmente los primeros pasos literarios de su ex
amigo. Bajo las precauciones oratorias del «Prólogo indispensable» que
precede a la novela y pese a la crítica supuestamente «angelical» a la que
afirma dedicarse Marechal, convertido entonces al peronismo, late de
hecho un virulento cuestionamiento de la sinceridad estética y ética del
Borges veintiañero. Su nacionalismo de oropel, nutrido de una mitología de
mala ley (gauchos, compadritos, malevos...) constituye uno de los blancos
privilegiados de Marechal.
Tampoco se explaya mayormente el autor de la Autobiografía sobre
la célebre oposición entre los dos «barrios» de Florida y Boedo, en gran
parte producto de los críticos literarios, según él, pero no por eso carente de
cierto fundamento, por representar Florida y Boedo opciones estéticas e
ideológicas notablemente diferenciadas. Borges pudo habernos brindado la
irremplazable interpretación del testigo, pero opta aquí por limar las
asperezas, insistiendo en la permeabilidad de los dos grupos,
desdramatizando lo que para otros parece haber tenido visos de densa y
conflictiva vida intelectual:
1926 y 1928, y vueltos a publicar en 1994 por Seix Barral —en el caso del
primero—, y por Alianza Editorial, en1998, en los últimos dos casos, pese a
la negativa expresada en vida por Borges.
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10
El resultado fue la invención de una falsa rivalidad entre Florida y Boedo.
Florida representaba el centro y Boedo el proletariado. Yo hubiera preferido
pertenecer al grupo de Boedo, considerando que escribía sobre el viejo
Barrio Norte y los conventillos, sobre la tristeza y los ocasos. Pero uno de
los dos conjurados (eran Ernesto Palacio por Florida y Roberto Mariani por
Boedo) me informó que yo era un guerrero de Florida y ya no quedaba
tiempo para cambiar de bando. Todo aquello estuvo amañado.[…]
Actualmente algunas "universidades crédulas" toman en serio esta farsa.
Pero en parte fue un truco publicitario y en parte una broma juvenil 9
Así se ve sorteado todo debate sobre los enfrentamientos de los años 2030
en torno al realismo, a la novela rusa —a Dostoievski específicamente,
referencia y modelo por excelencia de los de Boedo—, a la creación de la
moderna novela urbana, a la que tan decisivamente contribuyó Roberto
Arlt, una de las figuras descollantes del momento.
¿Cómo interpretar semejante discreción? Verdad es que en 1970 ya
se habían publicado en la Argentina numerosos trabajos sobre los años 20,
a veces incluso por quienes los habían vivido —González Lanuza fue uno
de ellos . Borges, además, ya había tenido la oportunidad de explicarse
10
Jorge Luis Borges, op. cit., páginas 9091.
9
Eduardo González Lanuza, Los Martinfierristas, Buenos Aires, Ediciones Culturales
10
Argentinas, Ministerio de Educación y Justicia, Dirección General de Cultura, 1961.
11
Cf. «Le pathétisme du roman, dialogue entre Jorge Luis Borges et Juan
José Saer», en el número especial dedicado a Borges por el Magazine
littéraire (n°376, mai 1999). Véanse igualmente los demás números
especiales publicados sobre Borges por dicha revista, en 1977 (n°125) y en
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breve afiliación de Borges al partido radical —por fidelidad
familiar—, sus gustos literarios, y sobre todo las razones de ciertos
distanciamientos estéticos suyos. El temor del Borges lector a identificarse
con el personaje novelesco, su miedo a la invasión de la emoción, al pathos,
ya aparecen como elementos explicativos decisivos de su repudio de ciertos
poetas y novelistas, entre los cuales Baudelaire, pero también el
Dostoievski enarbolado cual figura tutelar por el grupo rival de Boedo.
Mis convicciones en materia política son harto conocidas; me he afiliado al
Partido Conservador, lo cual es una forma de escepticismo, y nadie me ha
tildado de comunista, de nacionalista, de antisemita, de partidario de
Hormiga Negra o de Rosas. Creo que con el tiempo mereceremos que no
haya gobiernos. No he disimulado nunca mis opiniones, ni siquiera en los
1988 (n°259).
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años arduos, pero no he permitido que interfieran en mi obra
literaria, salvo cuando me urgió la exaltación de la Guerra de los Seis Días .
12
A este innegable gesto de cortesía hacia el lector se agrega, sin embargo,
un evidente repudio de toda inútil polémica acerca de temas políticos e
ideológicos definitivamente considerados secundarios por el narrador.
Jorge Luis Borges, El informe de Brodie, página 399 (in Obras Completas, Tomo II,
12
19521972; Emecé Editores, Buenos Aires, 1989.
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1954, y más tarde el marxista David Viñas —, Borges el
13
«evasionista» se desentiende de la historia. Mejor dicho, creemos nosotros,
finge desentenderse de ella, la pone entre paréntesis, intenta sustraerse
fantasmáticamente de ella, minimizar mágicamente sus embates, desviar
sus golpes, exorcizándola mediante el silencio o una humorística reserva.
Ahora bien, cabe preguntarse lo que pretende realmente Borges al
escribir la Autobiografía. Si el nexo existente entre individuo y entorno
históricosocial es con toda evidencia secundario, si se limita a algunos
rápidos trazos, no es improcedente preguntarse si la Autobiografía
borgeana, conforme a cierta tradición autobiográfica bien asentada ya —la
tradición roussoniana—, no apunta finalmente a enfatizar la figura del
narrador, valorizando preferentemente la esfera de lo íntimo y lo
emocional. De hecho, el tiempo —hasta podría decirse el suspense— es un
elemento clave con que juega hábilmente el narrador antes de revelar sus
intenciones. El lector tendrá, por tanto, que armarse de paciencia antes de
poder captar cabalmente los objetivos perseguidos por la oblicua estrategia
borgeana, la cual cuestiona discreta pero eficazmente la supuesta
inmediatez del discurso autobiográfico y ciertas burdas precipitaciones del
receptor. La Autobiografía, como ya podía preverlo cualquier lector
borgeano medianamente entendido, no se maneja con revelaciones
estrepitosas. Es más. No sólo debe renunciarse a toda información
desorbitada, sino que tampoco puede esperarse del tratamiento de la figura
del autor que se ajuste plenamente a cierta tradición autobiográfica, amiga
Cf.Crisis y resurrección de la literatura argentina , de Jorge Abelardo
13
Ramos,1954, y Literatura argentina y realidad política, de Sarmiento a
Cortázar, de David Viñas, 1971. Textos citados en Jean Andreu, La
Argentina de hoy , Masson et Cie, París, 1972, páginas 7172.
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de una profusión de detalles pintorescos y anécdotas truculentas
destinadas a valorizar a toda costa al personaje protagónico.
De forma inesperada la figura del autor, que suele convocar toda la
curiosidad del lector, tiende aquí a escabullirse. No tarda, en efecto, a
ponerse en marcha una original estrategia narrativa colocada bajo el doble
signo de la modalización y un sutil juego de apariciones, desapariciones y
duplicaciones. No bien comienza el texto se desata una sucesión de dudas y
titubeos: «No puedo precisar si mis primeros recuerdos se remontan a la
orilla oriental u occidental del turbio y lento Río de la Plata», afirma el
narrador. Luego el relato da pie a bifurcaciones y duplicaciones que se
aplican primero al pasado evocado y, más adelante, se extienden a la
totalidad de la materia narrada. Queda así postergada la afirmación de la
figura supuestamente central, única, del autor en provecho primero de sus
dos brillantes abuelos, el coronel Francisco Borges y el coronel Isidoro
Suárez, y más tarde de la pareja de los padres, de peso determinante sobre
su porvenir. Cuando por fin reaparece en el texto la figura del niño Borges
(«Ya he dicho que pasé gran parte de mi infancia sin salir de mi casa»), de
nuevo asoma el esquema binario: el niño aparece como indisociable de su
hermana y compañera de juegos. Pero es más. Otra vez son dos los idiomas
hablados indistintamente en la casa que menciona el narrador: el español y
el inglés, por razones familiares ya aclaradas anteriormente. Pero también
puede la duplicación desembocar en ocasiones en la experiencia de la
dualidad, revistiendo aspectos desestabilizadores y hasta amenazantes,
como lo revela la divertida anécdota del Quijote , leído primero en una
traducción inglesa y más tarde en una perturbadora versión original, que
suena paradójicamente a estafa a ojos del narrador y lo deja defraudado.
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La familia aparece en cambio como una entidad maciza e
invulnerable. Desempeña en la Autobiografía de Borges un papel
determinante. Brillante, lo es por muchos conceptos: por su implicación en
la historia nacional, específicamente su protagonismo en las épicas
«patriadas» que determinaron el destino de la Argentina y que Borges
evoca con nostalgia, consciente de que le está vedado repetir el glorioso
pero anacrónico gesto fundacional de sus ascendentes; por su cultura
acendrada, de todos reconocida; y hasta por su activa participación en la
modernización de la sociedad argentina, ya que de la familia de Borges
también proceden eminentes peritos en tranvías, como no deja de señalarlo
éste. Un toque de rebeldía y anticonformismo hábilmente introducido en el
texto —piénsese en el anarquismo del padre del narrador— contribruye a
realzar aún más el prestigio de esta familia singular. En los diversos
momentos de su vida, que se trate de la infancia o de la edad adulta, está
generalmente presente al lado del narrador algún representante de esta
gloriosa estirpe. De ahí que el joven Borges, cuya timidez constituye un
dato básico, un parámetro fundamental del texto, se escude consciente o
inconscientemente tras ella, dejándola ocupar un primer plano al que sus
propias carencias no le permiten acceder directamente.
La fuerte miopía que lo marginaliza y lo culpabiliza oscuramente
queda así como mágicamente compensada por la notable visiblilidad social
de su familia. Pero la espontaneidad con la cual el autor elogia a su
parentela no remite únicamente, sin embargo, a una mera manifestación de
orgullo familiar, sino que constituye de parte del narrador una sesgada
forma de orgullo personal. El reconocimiento de las virtudes familiares
puede leerse en efecto como una velada reivindicación del propio valor, por
ser muy fuerte la vinculación —y hasta la complicidad— existente entre
padres e hijo. No nos olvidemos de que el joven Borges, como lo insinúa
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frecuentemente el texto, es por varios conceptos una suerte de
doble del padre: por la ceguera que desafortunadamente padecen ambos, y
sobre todo por su pasión común por la literatura. También ocurre que al
joven Borges se le confunda con su madre, cuyas agudas traducciones
apenas si se diferencian de las suyas.
Si la familia cumple una inicial e indiscutible función de auxiliar y
hasta de valedor, la figura simbólica del padre —representada aquí por el
padre biológico, pero también, en sentido lato, por la madre Leonor
Acevedo de Borges, sugestivamente calificada de «compañero y amiga», y,
como lo veremos más adelante, por los diversos maestros y guías
espirituales que tuvo Borges— no está desprovista de cierta ambiguëdad.
Puede incluso resultar a la larga apremiante y hasta abrumadora. Esta
sensación de agobio, de castración, se hace perceptible en numerosos
lugares de la Autobiografía, hasta tal punto que es posible leer este tardío
texto de Borges como la historia de un trabajoso acceso a la independencia
personal. Conforme nos adentramos en el texto asistimos en efecto al
paulatino cuestionamiento de la tutela paterna y finalmente materna.
Interroguémonos otra vez sobre el objetivo real de la Autobiografía.
Probablemente responda ésta al deseo semiconsciente de ir sustituyendo la
antigua red de amistades, apoyos y complicidades familiares fatalmente
declinantes —Borges ya tiene setenta y un años en 1970, y su madre
muchos más— por una nueva forma de connivencia: la que no dejará de
engendrar entre el autor y sus lectores este texto veladamente íntimo.
¿Cómo hacerse amar? Esta es probablemente la clave del discurso
autobiográfico aquí desarrollado. ¿Cómo contrarrestar el mito ampliamente
difundido de un Borges distante y frío, cómo humanizar esa imagen de
intelectual empedernido, supuestamente insensible a las contingencias
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materiales, que lo acompaña tenazmente? ¿Cómo ir seduciendo
definitivamente al lector con un discurso fáctico que necesariamente ha de
renunciar al gancho del supense y lo fantástico propio de los cuentos, por
ejemplo, o al lirismo asumido de los poemas, en suma a las sabias
complejidades de lo ficcional.
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toda posibilidad de elegir su propio derrotero. Víctima del
determinismo familiar, de las arbitrariedades paterna y materna, resulta ser
un mero engranaje de la compleja maquinaria familiar. Al hijo sumiso, por
ejemplo, parece lícito exigirle cualquier cosa. De ahí que no se vacile en
pedirle reproducir —una vez más surge la imagen del doble— la figura del
padre. Del joven Borges la familia desea en efecto que se confunda con el
destino paterno, no sin haberle aportado a éste algunas enmiendas, ya que
del intuido talento del hijo se espera un éxito literario que nunca pudo
conseguir el padre, novelista fracasado.
Es esta privación de libertad, esta mansa esclavización la que sugiere
con medias tintas el texto, suscitando de parte del lector más indiferente
una inevitable simpatía, cuando no una verdadera reacción de compasión.
(Señalemos de paso que esta experiencia de sujeción tardíamente confesada
por Borges arroja una luz particularmente sugerente sobre un cuento
famoso de Ficciones, «Las ruinas circulares». En éste el protagonista
descubre asombrado, así como el Borges adulto de la Autobiografía, que no
es más que el «sueño » de otro hombre, o sea, un objeto manipulado,
14
cuando creía ingenuamente ser un sujeto pleno, independiente y creativo.)
Frente a la adversidad, el Borges de la Autobiografía no lanza sin embargo
ninguna queja. Se vuelve una vez más hacia los libros, hacia una criatura
Jorge Luis Borges, Ficciones , «Las ruinas circulares», páginas 454455: «No ser un
14
hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre, ¡qué humillación incomparable,
qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en
una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel
hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas. El
término de sus cavilaciones fue brusco [...]. Caminó contra los jirones de fuego. Estos
no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión.
Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia,
que otro estaba soñándolo.» (Obras completas, Tomo I, 19231949, Emecé Editores,
Barcelona, 1989.)
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literaria —el gaucho Martín Fierro de José Hernández— a la
cual siempre ha profesado mucho afecto, compartiendo con ella los
supremos valores del pudor y el coraje.
Quizá el mayor acontecimiento de mi regreso fue Macedonio Fernández.
[...] Nunca se desvestía para ir a la cama, y de noche, para protegerse de
las corrientes de aire que según él, podían darle dolores de muelas, se
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envolvía la cabeza con una toalla. Eso le daba aspecto de
árabe. Entre sus otras excentricidades figuraban el nacionalismo [...], el
miedo a todo lo relacionado con la odontología (que lo llevaba a aflojarse
las muelas en público, tapándose la boca con una mano, como para evitar
las pinzas del dentista ) y la costumbre de enamorarse de manera
sentimental de las prostitutas callejeras . 15
Sin embargo, es lenta y despareja la ruta que habrá de llevar a Borges
a la conquista de la libertad. Muy hábilmente el mismo autor insiste con
humor en las propias fallas: la ingenuidad, la necesidad casi visceral de
admirar, de ser deslumbrado, de sentirse dependiente, de imitar, y hasta de
plagiar a los modelos venerados — Quevedo, Saavedra Fajardo, Thomas
Browne, Lugones, Macedonio, entre otros. Tras la desenvoltura del tono,
asoma una vez más en filigrana la profunda soledad afectiva del autor. Es
más. Salta a la vista la falta casi total de presencia femenina —de sexo,
erotismo, cariño— en la vida del narrador. De esta frustración habla
veladamente el texto al evocar, por ejemplo, la curiosa ansiedad del joven
Borges esperando la visita a Macedonio, aplazando deliberadamente el
momento del encuentro, cual enamorado inseguro, absteniéndose del placer
inmediato que no dejaría de producirle esta presencia para hacerlo más
intenso aún:
En esa época yo era un gran lector y salía muy poco (casi todas las noches
después de cenar me acostaba y leía), pero durante la semana me sostenía la
idea de que el sábado vería y oiría a Macedonio. Vivía cerca de casa y yo
hubiera podido ir a visitarlo en cualquier momento, pero pensaba que no
tenía derecho a este privilegio, y que para dar al sábado de Macedonio todo
su valor tenía que abstenerme de verlo durante la semana . 16
Jorge Luis Borges, Autobiografía, páginas 70 y 72.
15
Jorge Luis Borges, ibid., páginas 7071.
16
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No obstante estos problemas emocionales —la
transferencia no puede ser plenamente gratificante—, se despeja el
horizonte. El milagro lo obra, como era de prever, la tesonera pasión de
Borges por la literatura, pero ante todo el esfuerzo, que no vacilaremos en
calificar de sobrehumano, por dar con la «voz propia». Esta búsqueda de
autenticidad, que recorre toda la Autobiografía al igual que numerosos
cuentos borgeanos —si bien se mira—, es uno de los elementos más
comovedores de la Autobiografía. Pues la superación estética responde —
¿cómo no entenderlo?— a una necesidad vital de afirmación identitaria.
Implica distanciamientos, sacrificios, crueles renuncias. Por mucho que sea
el desenfado con que evoca Borges en la Autobiografía sus errores de
juventud, se hace patente su dificultad para volver definitivamente la
página. La ruptura con sus gustos primigenios — la afición a ciertas
mitologías populares argentinas, el ultraísmo, los barroquismos y artificios
presentes en los primeros ensayos, que precisamente se negó a publicar de
nuevo— se producirá, sin embargo, gracias a la irrupción de una figura
excepcional entre todas, a la cual rinde la Autobiografía un sobrio pero
sincero homenaje : Adolfo Bioy Casares. Diez años más joven que Borges,
Bioy Casares cumple aquí —conviene señalarlo— la compleja función de
consejero, guía, colaborador, socio, y hasta cierto punto de modelo,
fraternal esta vez. Ya están lejos las imposiciones paternas y maternas. A su
influencia benéfica se debe en efecto, como no deja de subrayarlo Borges,
el clasicismo por el cual opta definitivamente tras una penosa ascesis, y que
le dio fama. Así se explica que Borges, agradecido y siempre modesto, no
tenga reparo en reconocerle a la figura tutelar de Bioy, para gran sorpresa
del lector, un papel más relevante aún que el suyo, y probablemente
exagerado, en la pareja literaria que formaron los dos escritores durante
largos años.
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Pero en la lenta liberación del autor habrá de desempeñar
un papel nada desdeñable lo que llama el mismo Borges los «caprichos de
la historia». La venganza de los peronistas —vulgar episodio folletinesco—
lo perjudica gravemente, desde luego, pero también lo arrebata a la
mediocridad de la pequeña biblioteca de barrio donde vegetaba. Como en
el cuento «Tema del traidor y del héroe», la realidad brutal, contradictoria,
paradójica, convierte a Borges en una víctima y un ser libre a la vez,
preparando el terreno para las satisfacciones del futuro. Empieza entonces
una nueva etapa en la vida de Borges que éste relata en la Autobiografía —
conviene notarlo— a la manera de una novela de aventuras. Con un pudor
que no consigue disimular del todo la euforia experimentada —al igual que
los cuentos y ensayos de Borges no consiguen disimular completamente la
vibración emocional que los recorre— relata las múltiples conquistas suyas
que habrán de desembocar en la verdadera libertad. Primero —insólita
confesión en boca del supuestamente etéreo Borges— tiene lugar el
descubrimiento gozoso, casi infantil, del poder del dinero. Luego se asiste a
la extensión irrestricta del radio de acción del narrador, que lo hace pasar
de la pequeña biblioteca de barrio a la Biblioteca Nacional, de la cual es
nombrado director. Están lejos ya los tiempos del monstruoso aislamiento
infantil en la casarefugio y prisión que lo separaba de la «realidad
violenta» de la calle, casa familiar que probablemente haya inspirado en
parte el famoso cuento «La casa de Asterión» de El Aleph. Prosigue la
aventura espacial, acompañada de una aventura intelectual que pinta Borges
con vivacidad : la fama lo lleva más allá de las fronteras nacionales a
Europa y a los Estados Unidos, donde se multiplican las conferencias, los
diálogos, los intercambios. Se ha roto el reductor, el abrumador esquema
binario de los primeros capítulos de la Autobiografía. En adelante la vida
de Borges se coloca bajo el signo de la apertura.
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A la inmadurez, a la timidez inicial, sucede una forma de
madurez que implica una razonable confianza en las posibilidades de la
vida, una forma de optimismo. Esta plenitud tardíamente lograda estalla al
final de la Autobiografía, en que surge casi impúdicamente una abierta
referencia al sentimiento: a la «amistad» primero, y hasta a la «pasión»,
cual si fueran ambos los dos valores supremos tan tortuosamente buscados
por el autor. Conviene notar, a este respecto, la discreta pero reveladora
presencia del nombre de la amada, deslizado sin más precisiones. De modo
que, al terminar la Autobiografía, el lector de Borges está en condiciones de
cotejar el consabido mito de un Borges escéptico y frío con esta nueva
figura del autor, este nuevo personaje, entre real y ficticio, forjado por obra
y gracia del relato. Se va confirmando lo que una lectura detenida y
desprejuiciada de los cuentos, y particularmente de los ensayos juveniles,
ingenuamente expresivos, ya dejaban presagiar. El multifacético Borges no
puede limitarse al cerebral impugnador del realismo y de nomenclaturas
petrificadas, al cuestionador de la noción de autor, al que intuyó antes que
todos la noción de texto, en suma al representante de una flamante
modernidad estrepitosamente ensalzada en los años 60. Borges es esto, no
es esto —su temario posee no pocos visos tradicionales—, y sobre todo es
algo más. Es el entendimiento crepitante, lúdico, escéptico, cada vez más
indiferente a las imposiciones de todo tipo, aliado a la emoción contenida,
encauzada, dominada, pero siempre perceptible bajo las sabias
combinaciones de la escritura, como puede apreciarse en tantas ficciones
suyas y tantos textos de carácter ensayístico, específicamente los
hiperbólicos y eufóricos escritos en los años 2030. No nos olvidemos de la
valorización, y hasta de la emblemática reivindicación de la emoción
presente en Prólogos con un prólogo de prólogos, por ejemplo.
Reivindicación recurrente, que permea en diversos grados, inconsciente o
deliberadamente, toda la obra de Borges, pero que ciertos críticos parecen
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ignorar, prefiriendo a la complejidad textual reductores y falaces
encasillamientos. Ahí nos dice claramente Borges, sin embargo, que la
notoriedad del escritor está directamente supeditada a su capacidad para
engendrar patetismo, que la resonancia de una obra está estrechamente
relacionada con el hallazgo de este «símbolo entrañable», imperecedero,
universal, y oscuramente ansiado por el lector. De ahí el apego sincero y
nostálgico a la vez de Borges a ciertos textos clásicos de la literatura
gauchesca, de valor inmejorable según él, preñados de una púdica emoción,
a los que alude reiteradamente en sus ficciones. Prestémosle atención y
sepamos aplicar este comentario —de hecho, esta confidencia— al texto
que nos ocupa aquí y que asume plenamente, casi orgullosamente, en
cambio, este reconocimiento del sentimiento. En la Autobiografía no cabe
duda, en efecto, de que este «símbolo entrañable» coincide con la misma
figura del autor : el personaje frágil, marginal, vulnerable, en busca de
amor y legitimación, que el discurso fáctico termina reconciliando, mejor
que el ficcional, con un lector enternecido y cómplice.
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