Misterios en El Vaticano
Misterios en El Vaticano
Misterios en El Vaticano
Misterios en el Vaticano
por Enrique de Vicente
Una vieja sospecha
Para quien ha seguido las informaciones publicadas
sobre este tema, aparentemente, la noticia sólo tenía
de sorprendente el hecho de que estos familiares del
Pontífice venían a sumarse al coro multitudinario que
reclama se arroje luz sobre las confusas
circunstancias en que se produjo el inesperado
fallecimiento.
Apenas transcurrido un mes desde la muerte, la prensa española anuncia la
inminente presentación en Roma de Han asesinado al Papa (Operación Paloma),
una novela en la que los periodistas Jesús Ramón Pena y Mario Eduardo Zottola
sostienen que la muerte del Papa Lucíani «obedeció a un movimiento puramente
económico», debido a que «el imperio financiero del Vaticano es uno de los más
poderosos del mundo» y «existen poderosos motivos para intentar eliminar al
máximo dirigente de esta fortuna». Sin embargo, a comienzos de aquel mismo
mes, los tradicionalistas romanos seguidores del arzobispo Lefébvre ya avanzaron
la posibilidad de que Juan Pablo I hubiese sido asesinado por los masones
infiltrados en las altas esferas vaticanas, a las que culpabilizaban de impulsar las
tendencias reformistas postconciliares en la Iglesia, a las que supuestamente se
opondría el Papa.
La Sotana Roja
El Encubrimiento
En nombre de Dios La tesis de una conspiración urdida para asesinar a Lucíani con
digitalina, a fin de impedir los cambios planteados por el Papa para acabar con la
corrupción, es defendida en 1984 por David Yallop en su obra En nombre de Díos,
2
Casualmente, el padre de Jesús López nació el mismo día que el Papa Lucíani: el 17
de octubre de 1912... Si de algo se le puede acusar es de exceso de amor y de
celo, y no parecen ser estos motivos suficientes para que la jerarquía pueda
condenar su atrevimiento, sino -por el contrario- para disculpar sus posibles
excesos. Según nos explica, Jesús López visitó, en 1989, a Pía, la sobrina de
Lucíani que junto a su padre Eduardo ha protagonizado las recientes declaraciones,
y a la esposa de éste último, Antonia, quien acabó confesándole: No sabemos de
qué murió, y a veces tenemos pensamientos extraños. Les entregó entonces copia
4
Pero veamos cuáles son los hechos en que se fundamenta la polémica. ¿Por qué no
se hizo la autopsia? El 29 de septiembre de 1978, el Vaticano comunicaba
oficialmente que, hacia las 5.30 de esa mañana, «el secretario particular del Papa,
no habiéndole encontrado en la capilla, como de costumbre, le ha encontrado
muerto en la cama, con la luz encendida, como si aún leyera. El médico, Dr. R.
Buzonetti, que acudió inmediatamente, ha constatado su muerte, acaecida
probablemente hacia las 23 horas del día anterior a causa de un infarto agudo de
miocardio». Las evidencias acumuladas posteriormente demostraron que fue la
hermana Vincenza quien descubrió el cadáver, al entrar en la habitación del
Pontífice, desconcertada porque no obtuvo respuesta a sus insistentes llamadas.
Según varios testigos, estaba sentado en la cama, con la luz encendida, las gafas
puestas y unos papeles entre las manos. La monja corrió entonces a despertar al
secretario John Magee, quien constató la muerte y llamó al cardenal Villot.
Acompañado por el médico, éste último examinó el cadáver y llamó a los
embalsamadores. El problema es que las declaraciones que éstos hicieron
posteriormente no coinciden con las realizadas por otros testigos. Dada la
temperatura tibia que aún mantenía el cuerpo y que fue también comprobada por
sor Vincenza y por el secretario Lorenzi, los embalsamadores estiman que el
fallecimiento debió producirse entre las 4 y las 5, y no a las 11, conclusión que les
fue confirmada por monseñor Noé. Pese a las protestas de algunos eclesiásticos, el
cardenal Oddi declaró que el Sacro Colegio Cardenalicio ni siquiera iba a considerar
la posibilidad de abrir investigación alguna sobre la muerte, ni aceptaría el menor
control por parte de nadie. Pero luego se supo que los cardenales pidieron conocer
las circunstancias precisas en que aquella se produjo, ante los interrogantes que se
planteaba la opinión pública, la ausencia de un boletín médico y la negativa de la
Santa Sede a realizar la autopsia del cadáver que eliminase cualquier duda. El
problema es que, sin autopsia, resulta clínicamente imposible determinar que un
deceso se produjo por infarto de miocardio agudo e instantáneo y que el cuadro
típico del mismo no se corresponde con la disposición en la que se afirmó haber
encontrado el cadáver, ya que todo parecía indicar que no hubo lucha con la
muerte. Por otra parte, el sobrio estilo de vida del Papa y su tensión baja tampoco
hacían sospechar semejante desenlace, ni tampoco se corresponden con una
hemorragia cerebral o una embolia pulmonar, las otras posibilidades que han citado
fuentes vaticanas. Para colmo, los médicos Buzonetti y Fontana, que firmaron el
certificado de defunción, reconocieron no haber prestado nunca sus servicios
médicos a Lucíani, por lo que no sabían nada sobre el estado de su salud ni sobre
las medicinas que tomaba; tampoco se molestaron en preguntar a quienes podían
saberlo. Su muerte fue tan inesperada que el Dr. Da Ros, médico personal de Juan
Pablo I, a quien había encontrado el día anterior con muy buena salud, no se lo
podía creer. Una losa de silencio La Secretaría de Estado impuso un voto de silencio
a sor Vincenza, para impedirle que contase lo que había visto, aunque finalmente lo
rompió, ya que -en su opinión- «el mundo debe conocer la verdad» sobre la muerte
de este Papa, al que ella admiraba profundamente. Como nos explica el padre
López Sáez, «parece que el Vaticano no quiere saber de qué murió el Papa, o no
quiere que se sepa, y su versión oficial ha falseado la situación, dándose la
ocultación y aún la represión de toda investigación sobre este enigma». Según uno
de los especialistas a los que ha pedido estudiase las circunstancias en que se
produjo la muerte, el Dr. Cabrera, «ésta podría responder mejor a una muerte
provocada por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño». Por otra parte,
5
el tono rosáceo que aún tenía su rostro a mediodía del 29 «aparece en algunas
intoxicaciones, por ejemplo, de monóxido de carbono y de cianuro». Llama la
atención -continúa el sacerdote español- la prisa de Villot por embalsamar el
cadáver», procedimiento habitual cuando muere un Papa. Y ello pese a que, en
cualquier Estado de Derecho, sólo se puede proceder al embalsamamiento cuando
han transcurrido 24 horas desde el fallecimiento, como ocurrió tras la muerte de
Pablo VI. Contrariamente a lo que se ha dicho, las normas de la Santa Sede ni
prohíben ni ordenan la autopsia de los pontífices, y mediante ésta -que Villot
descartó obstinadamente- podría haberse determinado si hubo infarto agudo o
detectado veneno de metales pesados, pero ésta quedaría seriamente dificultada
tras el embalsamamiento. Aún en 1989 los habitantes del pueblo natal de Lucíani
constituyeron un comité para pedir que se hiciese la autopsia que pese a los años
transcurridos aún podría despejar algunas dudas. Sin embargo, pese a que se ha
dicho que el cadáver fue embalsamado sin extraerle la sangre ni las vísceras,
Lorenzi asegura que los embalsamadores «retiraron partes del cuerpo,
posiblemente las vísceras». En tal caso, pudo realizarse algún tipo de autopsia. Si
así fue, ¿por qué no se ha dicho? El padre Gennari, asegura que tal autopsia se
hizo, confirmando que las preocupaciones y el estrés llevaron al Papa a tomar
inadvertidamente un vasodilatador, contraindicado para su tensión baja. Pero, en
tal caso, teniendo en cuenta que Lucíani era muy cuidadoso con sus medicamentos
y que estos eran controlados por la enfermera sor Vincenza, cabe la posibilidad de
un cambio criminal de las medicinas. En cuanto a la lectura que tenía entre sus
manos cuando falleció, han circulado diversas versiones, sin que el Vaticano haya
concretado de qué se trataba, incomprensiblemente. Según Germano Pattaro,
consejero teológico del Pontífice, «eran unas notas sobre la conversación de dos
horas que el Papa habla mantenido la tarde anterior con el Secretario de Estado
Villot». Para entender los motivos por los que alguien podría estar interesado en
acabar con la vida de Juan Pablo I, es necesario recordar brevemente toda una
serie de turbias maniobras que salieron a la luz años después, que afectaban
directamente a las finanzas vaticanas y que Lucíani alcanzó a conocer parcialmente.
El Complot
En 1977 Sindona le re- cuerda que considera propios la mitad de sus negocios.
7
Dado que éste no cumple su promesa de enviarle dinero, dos meses después
ordena empapelar el centro de Milán con llamativos carteles que denuncian a Calvi
como estafador, defraudador y traficante de divisas, y finalmente hace llegar al
gobernador del Banco de Italia una carta que acorralará definitivamente a Calvi. En
1979 Sindona renueva sus ataques contra Calvi y el Banco de Italia inicia una
investigación sobre esta entidad. En nombre del dividendo En medio de tales
problemas, en agosto muere Pablo VI y los cardenales no tardan en elegir sucesor
suyo al patriarca veneciano Albino Lucíani. Este Pontífice tan popular trae aires
decididamente renovadores. Y había demostrado ya su firmeza ante dos escándalos
económicos, uno de ellos relacionado con la venta de la Banca Católica del Véneto a
Calvi, por parte de Marcinkus en 1972. Tras la operación, este banco cesó de hacer
préstamos a bajo interés con los que había favorecido a los menos privilegiados. A
petición de sus obispos, Luciani comenzó a investigar, no pudiendo dar crédito a lo
que descubrió sobre Calvi y Sindona. Cuando le comentó el problema a Benelli,
sustituto de la Secretaría de Estado, éste le explicó que sabía se trataba de una
más de las operaciones financieras urdidas por los banqueros y Marcinkus para
evadir impuestos y especular ilegalmente. Lucíani comentó: ¿Qué tiene que ver
todo esto con la Iglesia de los pobres? En nombre de Díos. Y Benelli le replicó: «No.
En nombre del dividendo». Así que Juan Pablo I sabe a qué atenerse. Encarga al
cardenal Villot la inspección financiera del IOR. Entretanto, Calvi ha comenzado a
desprenderse de todas sus acciones, cuando se entera de que el Papa ha decidido
reemplazar a Marcinkus e intentar devolver a la Iglesia a una situación de pobreza
evangélica. Se asegura que el 12 de septiembre el Papa tiene en su poder una lista
con los nombres de 121 funcionarios del Vaticano que presuntamente pertenecen a
la masonería, entre los que figurarían Villot, Casaroli y Marcinkus. El día 13 llama
urgentemente a G. Pattaro como consejero, confesándole su desconcierto ante las
relaciones de enfrentamiento entre los miembros de la curia. Marcinkus, jurará a
Cornweil que ni él ni nadie del Vaticano es masón, lo que se contradice con muchas
investigaciones. Tras la única audiencia que mantiene con el Papa, comenta a sus
ayudantes: «¡Qué barbaridad! ¡Parece agotado!» Es peligroso expulsar a los
mercaderes del templo Según diversos testimonios, el Papa se propone sustituir a
Villot por Benelli -gran adversario de Marcinkus- como secretario de Estado, entre
otros cambios. En la tarde del 28 tiene una larga conversación con Villot en la que
le comunica su decisión de realizar importantes cambios y de poner fin a las
relaciones entre el IOF y el Ambrosiano. Esa misma noche, Lucíani fallece. Alguno
de los que estaban informados del nuevo rumbo planeado por el Papa pudo
informar de ello a Calvi o a Gelli. Y alguien que tuviese acceso a la habitación de
Lucíani pudo provocar su muerte. Se conocen unos cuantos casos de pontífices que
murieron envenenados. Y tenemos además la lista de los atentados con la P-2 y de
muertes relacionadas con la quiebra del Ambrosiano. El padre López Sáez ha
expuesto de forma sumamente clara y sintética las más destacadas evidencias que
le llevan a sostener la tesis de que se trató de una muerte provocada, y que hasta
ahora el Vaticano no ha acertado a refutar con precisión. Por el contrario, además
de que muchas de las relaciones delictivas del IOR están más que bien
fundamentadas, su entrega de más de 240 millones de dólares a bancos acreedores
de todo el mundo, por sus responsabilidades relacionadas con la quiebra del
Ambrosiano, demuestran los intereses comunes de ambas entidades. La extraña
caída de la logia P-2 En sus recientes declaraciones, Eduardo Lucíani, hermano del
Papa, ha explicado la extraña forma en que Juan Pablo I se despidió de él, tres días
antes de su muerte: Nunca nos habíamos besado ni abrazado, pero aquella tarde
quiso besarme y me abrazó con fuerza. Le pregunté si estaba bien y me dijo que sí.
Pero yo me fui con un misterioso presentimiento. Eduardo añadió que en sus
encuentros con el pontífice, nunca se refirió a los problemas de IOR, pero antes de
ser elegido Papa le confesó: «Por desgracia, hasta los bancos fundados por
católicos, que deberían disponer de gente de confianza, se apoyan en personas que
de católicas no tienen ni el nombre». Procesado por 65 delitos cometidos en
8
Logrando Entender
ejerciendo una enorme presión sobre Marcinkus y Menini, directivos del IOR, para
que acudan en su ayuda, comunicando a su esposa y a su hija que las operaciones
anómalas por las que iban a procesarle habían sido realizadas en representación de
esta institución bancaria del Vaticano, según constaba en documentos guardados
en la Banca suiza del Gottardo.
Un año después de ser condenado y puesto en libertad bajo fianza, Calvi vuela a
Londres. Hay quien sospecha que busca ayuda en una Logia de Londres, a la que
decía pertenecer y a la que atribula poderosas influencias financieras. Sea corno
fuere, su cadáver es hallado colgado de un puente londinense, con los bolsillos
repletos de piedras. Un tribunal de Milán sostendrá que fue asesinado, mientras su
viuda asegura que «fue víctima de feroces luchas vaticanas», y recuerda que,
cuando Gelli llamaba a Calvi para chantajearle y le preguntaban quien era, desde
1978 siempre respondía: Lucíani, el apellido del Papa muerto ese año. Cuando
Yallop intentó entrevistarle por teléfono para su libro sobre la vida de Juan Pablo I,
Calvi le respondió malhumorado: «¿Quién te ha mandado contra mí? Yo siempre
pago. ¿De qué conoce a Gelli? ¿Cuánto quiere? No escriba ese libro. No me vuelva a
llamar nunca». Implicado en la quiebra del Ambrosiano, Gelli es encarcelado en
1982 en una prisión de máxima seguridad, de la que escapa un año después. En
1986 el Tribunal Supremo le implica en la brutal matanza de Bolonia, llevada a
cabo por elementos ultraderechistas con el conocimiento de servicios de inteligencia
controlados por él, y de la que intentó culpabilizar a los servicios secretos búlgaros
y soviéticos, como en el atentado contra el Papa Wojtila. Extraditado por sus delitos
financieros, pasó una corta temporada en la cárcel, concediéndosela la libertad
provisional por motivos de salud. Un trabajo del Espíritu Santo Contrasta la imagen
que de Juan Pablo I se ha querido dar en ciertas esferas vaticanas con la que de él
ha retenido el pueblo llano. Un anónimo monseñor confiesa a Cornweil: «El Espíritu
Santo hizo un buen trabajo, librándonos de él antes de que hiciera demasiado
daño». Don Diego Lorenzi, uno de sus secretarios, le confirma: «Les hubiera
gustado cambiarle. No le merecíamos». «Ese Papa consiguió un enorme afecto
popular de la gente corriente -opina el padre Farusi, director del informativo de
Radio Vaticana-. Se le creía aún más popular que a Juan XXIII, era incluso más
santo, más humilde, más modesto, más sencillo. Se pensaba de él que era un Papa
santo, cercano a su gente». Está claro que un Papa así tenía que resultar incómodo
para muchos en un ambiente que ha cambiado la humildad, la caridad y el amor
por la púrpura, el protocolo y la burocracia. Su reino no era de ese mundo y ese
mundo le despreció.
http://www.formarse.com.ar/conspiraciones/MISTERIOS%20EN%20EL
%20VATICANO.HTM