Redención (Enc Católica)
Redención (Enc Católica)
Redención (Enc Católica)
Redención
I. NECESIDAD DE REDENCIÓN
A. Satisfacción de Cristo
B. Méritos de Cristo
• Sacerdote
• Profeta
• Rey
• Juez
I. NECESIDAD DE REDENCIÓN
Sus refranes, aunque calificados por la declaración, tantas veces repetida, que la
Redención es un trabajo voluntario de misericordia, probablemente inducido por
San Anselmo (Cur Deus homo, I) la declaran necesaria, en la hipótesis del pecado
original. Esa consideración es ahora usualmente rechazada, puesto que Dios no
tuvo ningún limite de medios para rehabilitar a la humanidad caída. Incluso en el
caso de Dios decretando la rehabilitación del hombre, fuera de su propia y libre
volición, los teólogos señalan otros medios, además de la Redención, v.g. la
condonación Divina pura y simple, con la sola condición de arrepentimiento del
hombre, o, si alguna medida de satisfacción fuera requerida, la mediación de un,
todavía no creado, elevado inter-agente. En una hipótesis sólo es Redención, como
se describió anteriormente, juzgada completamente necesaria y eso, si Dios debe
exigir una compensación adecuada para el pecado de la humanidad. El axioma
jurídico "honor est in honorante, injuria in injuriato" (el honour es medido por la
dignidad de quién lo da, la ofensa por la dignidad de quién la recibe) muestra que
el pecado mortal lleva, en cierto modo, una malicia infinita y que nada menos que
una persona que posea valor infinito, es capaz de elaborar completas reparaciones
para eso.
El verdadero redentor es Cristo Jesús, según el credo de Nicea, " para nosotros los
hombres y para nuestra salvación descendida del Cielo; y fue encarnado por el
Espíritu Santo en la Virgen María y se volvió hombre. Él también fue crucificado por
nosotros, sufrió bajo Poncio Pilato y fue sepultado". Las enérgicas palabras del
texto griego [Denzinger-Bannwart, n. 86 (47)], enanthropesanta, pathonta,
apuntan a la encarnación y al sacrificio como el fundamento de la Redención. La
Encarnación, es decir, la unión personal de la naturaleza humana con la Segunda
Persona de la Santa Trinidad, es la base necesaria de la Redención porque para ser
eficaz, debe incluir como atribuciones del Redentor, ambas, la humillación del
hombre, sin la cual no habría satisfacción y la dignidad de Dios sin la cual, la
satisfacción no sería adecuada.
"Para una satisfacción adecuada", dice Santo Tomás, "es necesario que el acto de él
que satisface deba poseer un valor infinito y deba proceder de uno que es, al
mismo tiempo, Dios y Hombre" (III:1:2 ad 2um). El Sacrificio que implica siempre
la idea de sufrimiento e inmolación (ver Lagrange, "Religions semitiques", 244), es
el complemento y la entera expresión de la Encarnación. Aunque una sola acción
teándrica (Nota del traductor: teándrico, adj.- relativo a la unión en Cristo de la
naturaleza divina y humana), debido a su valor infinito habría bastado para la
Redención, todavía agradó al Padre demandar y al Redentor ofrecer, Su esfuerzo,
pasión, y muerte (Juan, x, 17-18). Santo Tomás (III:46:6 ad 6um) señala que
Cristo desea liberar al hombre, no solo por vía del poder, sino también por vía de
justicia, buscando el alto grado de poder que fluye de Su Deidad y el máximo
sufrimiento que, según la norma humana, sería considerado satisfacción suficiente.
Es en esta doble luz de encarnación y sacrificio que siempre debemos ver, los dos
factores concretos de la Redención, a saber, la satisfacción y los méritos de Cristo.
A. Satisfacción de Cristo
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Otros textos, como Ef., ii, 16,; Col, i, 20,; y Gal., iii, 13, repiten y enfatizan la
misma enseñanza. Los primeros Padres, absorbidos como estaban por problemas
de Cristología han agregado, sino poco, al sostenimiento del Evangelio y San Pablo.
No es verdad, al decir de Ritschl (" Die christliche Lehre von der Rechtfertigung und
Versohnung", Bonn, 1889), Harnack ("Precisde de l'histoire des dogmes", tr. París,
1893), Sabatier ("La doctrine de l'expiation et son evolutión historique", París,
1903) que sólo vieron la Redención como la deificación de la humanidad a través de
la encarnación y que no conocieron la satisfacción delegada de Cristo. "Una
investigación imparcial", dice Riviere, "claramente muestra dos tendencias: una
idealista, que considera la salvación más como la restauración sobrenatural de la
humanidad a una vida inmortal y Divina y otra realista, que prefiere considerar la
expiación de nuestros pecados, a través de la muerte de Cristo. Las dos tendencias
corrieron juntas con algún contacto ocasional, pero en ningún momento, la anterior
absorbió completamente a la última, y con el curso del tiempo, la visión realista
predominó" (Le dogme del la redemption, pág. 209).
El famoso tratado de San Anselmo "Cur Deus homo" puede tomarse como la
primera presentación sistemática de la doctrina de la Redención, y, aparte de la
exageración notada anteriormente, contiene la síntesis que predominó en teología
católica. Lejos de ser adversos a la satisfactio vicaria popularizado por San
Anselmo, los primeros Reformadores la aceptaron sin cuestionar e incluso fueron
tan lejos como suponer que Cristo soportó los sufrimientos del infierno en nuestro
lugar. Exceptuando las interpretaciones erráticas de Abelardo Socino (d. 1562) en
su "de Deo servatore" fue el primero que intentó reemplazar, el dogma tradicional
de la satisfacción delegada de Cristo, por una especie de ejemplarismo puramente
ético. Él fue, y todavía es, seguido por la Escuela Racionalista que ve en la teoría
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B. Méritos de Cristo
Cristo mereció para Él, no en verdad, gracia ni gloria esencial pues ambas venían
adheridas debido a la Unión Hipostática, sino el honor accidental (Heb., ii, 9) y la
exaltación de Su nombre (Phil., ii, 9-10). También los mereció en favor de
nosotros. Frases Bíblicas semejantes sobre recibir "de su abundancia" (John, i, 16),
ser bendecido con Sus bendiciones (Eph., i 3), ser hecho vivo en Él (I Cor., xv, 22),
deberle nuestra salvación eterna (Heb., v, 9) claramente implican una
comunicación de Él hacia nosotros, al menos, por vía de mérito. El Concilio de
Florencia [Decretum pro Jacobitis, Denzinger-Bannwart, n. 711 (602)] acredita la
liberación de hombre de la dominación de Satanás por mérito del Mediador, y el
Concilio de Trento (Sess. V, c.c.p.. iii, vii, xvi y canons iii, x) repetidamente
conecta, los méritos de Cristo con el desarrollo de nuestra vida sobrenatural, en sus
varias fases. Canon iii de Sesión V dice anatema a quien afirme que el pecado
original puede ser cancelado, de distinta manera que por los méritos de un
Mediador, Nuestro Señor Jesucristo, y el Canon x de Sesión VI define que ese
hombre no puede merecer, sin la justicia a través de la que Cristo mereció, nuestra
justificación.
Los objetos de los méritos de Cristo son, para nosotros, los dones sobrenaturales
perdidos por el pecado, es decir, la gracia (Juan I, 14, l6) y la salvación (I Cor., xv,
22); los dones extraordinarios gozados por nuestros primeros padres en estado de
inocencia no son, por lo menos en este mundo, restaurados por los méritos de la
Redención, pues Cristo anhela que suframos con Él para que podamos glorificarnos
con Él (Rom., viii, 17). Santo Tomás explica cómo los méritos de Cristo pasan a
nosotros, dice: Cristo merece por otro como otros hombres en estado de gracia
merecen a causa de ellos mismos (III:48:1). Así que nuestros méritos son
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Es verdad, que el Redentor asocia otros a Él " para perfección de los santos. . .
para edificar (moralmente) el cuerpo de Cristo" (Ef., iv, 12), pero su mérito
subordinado (el de los santos) es sólo una cuestión de aptitud y no crea ningún
derecho, mientras que Cristo, por la sola razón de Su dignidad y misión puede
reclamar para nosotros una participación en Sus privilegios Divinos.
Todos admiten, en las acciones meritorias de Cristo, una influencia moral que
transfiere Dios para conferir en nosotros la gracia a través de la cual somos
merecedores. ¿Es esa influencia meramente moral o concurre efectivamente en la
producción de la gracia? De pasajes como Lucas, vi 19, "la virtud salió de él", los
Padres griegos insisten mucho en el dynamis zoopoios o vis vivifica, de la Sagrada
Humanidad, y Santo Tomás (III:48:6) habla de una especie de efficientia, por
medio de la cual, las acciones y pasiones de Cristo, como vehículo del poder Divino,
causan la gracia, por vía de la fuerza instrumental. Esos dos modos de acción no se
excluyen entre sí: el mismo acto o conjunto de actos de Cristo, puede estar
probablemente dotado de doble eficacia, uno meritorio a causa de la dignidad
personal de Cristo, otro dinámico a causa de Su investidura con poder Divino.
La redención es llamada por el " Catecismo del Concilio de Trento" (1, v, 15)
"completa, íntegra en todos los puntos, perfecta y verdaderamente admirable".
Semejante es la enseñanza de San Pablo: "donde el pecado abundó, la gracia
abundó más" (Rom., v, 20), es decir, el mal como los efectos de pecado, son más
que compensados por los frutos de la Redención. Haciendo un comentario sobre ese
pasaje, San Crisóstomo (Hom. X en Rom., en P.G., LX, 477) compara nuestra
responsabilidad con una gota de agua y el pago de Cristo con el inmenso océano.
La verdadera razón para la suficiencia e incluso la superabundancia de la Redención
es dada por San Cirilo de Alejandría: "Uno murió por todos. . . pero había en aquel
más valor que en todos los hombres juntos, más incluso, que en la creación
completa, porque además de ser hombre perfecto, Él seguía siendo el único hijo de
Dios" (Quod unus sit Christus, en P. G., LXXV, 135fi). San Anselmo (Cur Deus
homo, II, el xviii) probablemente es el primer escritor que usó la palabra " infinito,"
en relación con el valor de la Redención: "ut sufficere possit ad solvendum quod pro
peccatis totius mundi debetur et plus in infinitum."
Esta manera de hablar fue opuesta fuertemente por Juan Duns Scoto y su escuela
en el doble alegato que la Humanidad de Cristo es finita y que la calificación de
"infinito" haría todas las acciones de Cristo iguales, colocando a cada una de ellas
en el mismo nivel con Su sublime entrega en el Jardín y en el Calvario. Sin
embargo la palabra y la idea pasó a la teología actual e incluso fue adoptada
oficialmente por Clemente VI (Extravag. Com. Unigenitus, V, IX, 2), la razón dada
por el último, "propter unionem ad Verbum", siendo idéntica a la aducida por los
Padres.
Si es verdad que; según el axioma "actiones sunt suppositorum", el valor de las
acciones es medido por la dignidad de la persona que las realiza y de cuya
expresión y coeficiente ellas son, entonces acciones teándricas deben llamarse y
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son infinitas porque ellas proceden de una persona infinita. La teoría de Scoto en
que el valor intrínseco infinito, de las acciones teándricas, es reemplazado por la
extrínseca aceptación de Dios, no es en conjunto ninguna prueba contra el cargo de
Nestorianismo igualado en eso por católicos como Schwane y Racionalistas como
Harnack.
Cuando Lutero, después de negar la libertad humana en que descansan todos los
buenos trabajos, indujo la artificial "fe fiduciaria" como único medio de recibir los
frutos de Redención, no sólo se quedó corto, sino también ejecutó lo opuesto a la
clara enseñanza del Nuevo Testamento que, nos llama a negarnos a nosotros
mismos y llevar nuestra cruz (Mat., xvi, 24), caminar en los pasos del Crucificado (I
Pedro. ' ii, 21), sufrir con Cristo para ser glorificado con Él (Rom. el viii, 17), en una
palabra, llenar a esas cosas que estamos deseando por los sufrimientos de Cristo
(Col, i, 24). Nuestros esfuerzos diarios hacia la imitación de Cristo, lejos de
disminuir desde la perfección de la Redención, son la prueba de su eficacia y los
frutos de su fecundidad. "Toda nuestra gloria", dice el Concilio de Trento, "está en
Cristo en quien vivimos, y merecemos, y satisfacemos, haciendo dignos frutos de
penitencia, de Él deriva nuestra virtud, por Él somos presentados al Padre, y a
través de Él encontramos aceptación con Dios" (Comprende. XIV, c. el viii)
Sacerdote
El oficio sacerdotal de Redentor es descrito así por Manning (El Sacerdocio Eterno,
1): ¿Cuál es el Sacerdocio del Hijo Encarnado? Es el oficio que Él asumió para la
Redención del mundo por oblación de Él en la vestidura de nuestra masculinidad. Él
es Altar, Víctima y Sacerdote por consagración eterna de Él, que persigue para
siempre el sacerdocio del orden de Melquisedec que es sin principio de días o fin de
vida, carácter del sacerdocio eterno del hijo de Dios.
Profeta
El título de Profeta aplicado por Moisés (Deut., xviii 15) al Mesías próximo y
reconocido como derecho válido por aquellos que oyeron a Jesús (Lucas, vii, 10),
no significa, solamente, la predicción de eventos futuros, sino además y de una
manera general, la misión de enseñar a los hombres en el nombre de Dios. Cristo
fue un Profeta en ambos sentidos. Sus profecías acerca de Él, Sus discípulos, Su
Iglesia, y la nación judía, están tratados en los manuales de apologética (ver
McIlvaine, "Evidences of Christianity", lect. V-VI, Lescoeur, "Jésus-Christ", 12e
conféer.: Le Prophète). Su poder de enseñanza (Mat., vii, 29), un atributo
necesario de Su Divinidad, también fue una parte integrante de la Redención. Él
que vino a "buscar y a salvar a quienes estaban perdidos" (Lucas, xix, 10) debió
poseer ambas calidades, Divina y humana, que hicieron eficaz al maestro. La
predicción de Isaías (Iv, 4), "miren yo lo he dado para testimonio a los pueblos,
para líder y maestro de los Gentiles", halla su completa realización en la historia de
Cristo. Un conocimiento perfecto de las cosas de Dios y de las necesidades del
hombre, la autoridad Divina y simpatía humana, precepto y ejemplo, se
combinaron para arrancar de todas las generaciones la alabanza otorgada en Él por
Sus oidores - "ningún hombre habló como este hombre" (Juan, vii 46).
Rey
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El título real frecuentemente fue atribuido al Mesías por los escritores del Antiguo
Testamento (Ps. ii, 0,; Is. ix, 6, etc.) y abiertamente reivindicado por Jesús en la
Corte de Pilato (Juan, xviii, 37) no sólo pertenece a Él en virtud de la Unión
Hipostática sino también por vía de conquista y como resultado de la Redención
(Lucas, i, 32). Si o no, el dominio temporal del universo perteneció a Su poder real
y es cierto que Él concibió Su Reino por ser de un orden más alto que los reinos del
mundo (Juan, xviii, 36). La realeza espiritual de Cristo esta caracterizada,
esencialmente, por su objeto final que es la felicidad sobrenatural de los hombres,
su conducto y medios que son la Iglesia y los sacramentos, sus miembros, que sólo
son, a través de la gracia, han adquirido el título de hijos adoptivos de Dios.
Supremo y universal, no es subordinado de ningún otro y tampoco conoce
limitación de tiempo o lugar. Mientras las funciones reales de Cristo no siempre se
realizan visiblemente como en los reinos terrenales, sería equivocado pensar Su
Reino como un sistema meramente ideal de pensamiento. Si considerado en este
mundo o en el próximo, "el Reino de Dios" es esencialmente jerárquico, su primer y
último estado, es decir, su constitución en la Iglesia y su consumación en el Juicio
Final, constituyen los actos oficiales y visibles del Rey.
Juez
J.F. SOLLIER
Transcrito por William O'Meara
Traducido por José Luis Anastasio
http://ec.aciprensa.com/r/redencion.htm