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Trece Maneras de Decir Martha

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Juan Forn - Trece maneras de decir Martha

En Japn idolatran a los virtuosos del piano, pero si un msico cancela un concierto
a ltimo momento, las consecuencias son despiadadas. Al famoso Benedetti Michelan
geli, una vez que se neg a tocar le confiscaron su piano personal y lo declararon
persona non grata de por vida. Martha Argerich suspendi una vez un concierto en
Tokio, el ltimo de su primera gira por Japn, que vena siendo apotetica: hasta el emp
erador iba a estar presente, pero Martha se pele mal con su pareja de entonces, e
l director de orquesta Dutoit, y se tom un avin a Alaska sin avisar a nadie. A cua
lquier otro no se lo hubieran perdonado pero a ella s, porque al ao siguiente volv
i, pagando el pasaje de su bolsillo, y dio catorce conciertos gratis. Eligi al mis
mo organizador que la haba llevado a juicio y le hizo ganar catorce veces la inde
mnizacin que peda, pero llev de asistente en la gira a un angoleo peludo como un mon
o (uno de los tantos jvenes virtuosos que Martha apaa cuando acuden a ella en cris
is), y lo sent a su lado en cada concierto para que diera vuelta las pginas de la
partitura. El angoleo vesta una tnica sin mangas, y en Japn la exhibicin de pilosidad
masculina es considerada casi tan obscena como la cancelacin de un concierto, pe
ro nadie dijo nada porque Martha Argerich es algo ms que humano para los japonese
s: cuando se sienta al piano, tocan un hombre y una mujer a la vez, toda la fuer
za de lo masculino y toda la gracia de lo femenino envuelven a la audiencia en s
imultneo, y a eso hay que sumarle la adrenalina de la incertidumbre hasta ltimo mo
mento.
Martha Argerich ha tocado con lumbago, con una muela infectada, con la ceja recin
cosida, en silla de ruedas, en minifalda (una vez que le perdieron la valija en
el aeropuerto), con briznas de pasto en el pelo (una vez que se le hizo la hora
de tocar cuando caminaba descalza por un bosque), pero son ms famosos los concie
rtos que suspendi. Lo que la sofoca desde que tena ocho aos es la vida del virtuoso
en el mundo de la msica clsica: No quiero ser una mquina de tocar el piano. Un soli
sta vive solo, toca solo, come solo, duerme solo. Y eso es muy poco para m . Daniel
Barenboim, que la adora, dijo: Martha es un cuadro sin marco. Hizo lo imposible
por destruir su carrera pero no lo logr . El primer concierto que cancel fue a los d
iecisiete, para saber qu se senta . A los veinte, con una fulgurante carrera por dela
nte, estuvo tres aos sin acercarse a un piano, mirando televisin en un departament
ito en Nueva York, cuando se le acabara la plata trabajara de secretaria: para al
go iban a servir esos dedos demonacamente rpidos. A pocas cuadras viva su admirado
Horowitz. La idea era encararlo y decirle lo que tantos jvenes virtuosos en crisi
s han ido a decirle a un colega admirado: Slveme. Aydeme a volver a tocar . Pero nunc
a se anim a hablarle: Horowitz llevaba diez aos sin tocar en pblico, se someta a per
idicas sesiones de electroshock y slo aceptaba hacer discos si iban a grabarlo a s
u casa. Argerich, como bien sabemos, volvi a tocar. Despus de su consagracin en el
Concurso Chopin en Varsovia de 1965, acept que la arrastraran a Abbey Road a grab
ar un disco porque en Londres estaban todos sus amigos. La depositaron frente al
piano, pidi una cafetera llena, se qued mirando vacilante el teclado y despus toc t
res veces de corrido el repertorio que haba elegido: dej la cafetera vaca y se fue
sin escuchar las tomas siquiera. Se instal en una especie de pensin musical llamad
a el London Club, un alegre nido de virtuosos (Barenboim, Jacqueline Du Pr, Nelso
n Freire, Fou-Tsong, Kovacevich), con un solo telfono a la entrada que atenda el q
ue pasara, y goteras, y pianos y sofs apolillados y ceniceros que rebasaban, y to
tal libertad y camaradera: estaban los que iban ah para tocar y los que iban para
no tocar. Para casi todos era un interludio dichoso noms, antes de seguir con su
vida; ella entendi que quera vivir as siempre. Alquil un viejo orfanato del siglo XI
X en Ginebra (cuya puerta no tena llave), lo pobl de pianos y gatos y sofs y recibi
a cada joven virtuoso en crisis que acuda a ella para rescatarse. Los adoptaba ha
sta que se recuperaban, jugaban al dgalo con mmica y al baile del rabbi Jacob, coc
inaban para las hijas de Martha y las cuidaban cuando ella sala de gira, porque e
n el medio Argerich tuvo tres hijas con tres hombres distintos pero la vida en c
omunidad le daba el aire que le quitaba la vida en matrimonio.

En un hermoso documental que film su hija menor est la historia ntima de madre y cra
. En una escena estn todas, ya adultas, sentadas en el pasto pintndose las uas de l
os pies; las hijas deciden pintar cada dedo de su madre de un color diferente. A
nnie, la del medio, la chispeante (hija del ya mencionado Dutoit), dice que su r
ecuerdo ms ntido de la infancia es estar echada abajo del piano, mirando hasta dor
mirse los pies descalzos de su madre. Esto es mam, ms que el pelo, el cigarrillo y
el mohn: dnde han visto pies tan enormes y tan femeninos a la vez? Stephanie, la men
or, la torturadita (directora del documental e hija del mencionado Kovacevich),
cuenta la primera vez que acompa a su madre a tocar: el calvario que fue la previa
( Todo es muy solemne, muy dramtico, no me gusta, me siento rara, tengo fiebre, no
quiero tocar ), la angustia con que escuch todo el concierto desde bambalinas, con
las manos agarrotadas, hasta que vio a su madre avanzar hacia ella: Yo estaba ex
hausta y ella diez aos ms joven . Lyda, la mayor, la ms sufrida y la nica que ya es ma
dre (adems de cellista profesional), les recuerda cuando operaron a Argerich de u
n feo melanoma en 1999: despus de tres horas y media en quirfano lo radiante que s
ali, en contraste con el agotamiento de los cirujanos (se haba negado a que usaran
escalpelo electrnico para abrirle la caja torcica: Un pianista necesita todos los
msculos de su cuerpo para tocar ).
Hasta el da de hoy Martha Argerich necesita hablar en el escenario con la persona
que tiene ms cerca mientras toca y le desagrada que le besen la mano o que le qu
ieran tocar el pelo. Ya no vive en Ginebra sino en Bruselas, pero la nueva casa
sigue llena de gente, gatos y pianos. Como Chejov, que construy una casa para su
familia y sus amigos y una cabaa alejada para irse a escribir, ella tiene una cov
achita en Pars donde slo entran un piano, una cama, un televisor y una foto de Lis
zt pegada con cinta scotch en la pared. Su prximo proyecto es una pensin para arti
stas retirados, como la que fund Verdi en Miln para los cantantes que se quedaban
sin voz. De todas sus formidables confesiones ocasionales ( Cuando los pianos no m
e quieren, no los toco ; Creo que nunca me sent exactamente mujer; slo alcanzo a ver
la nena de cinco aos y el muchachito de catorce que hay en m ; Chopin es celoso, excl
uyente, te hace tocar mal cualquier otra cosa que toques ; Cmo estuve hoy: como un ca
ballo salvaje o como un caballo de calesita? ), mi preferida, porque la pinta de c
uerpo entero, es: Soy un poco infantil. Si lo fuera del todo no lo dira .

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