El Perro Rabioso PDF
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RABIOSO
EL PERRO
Horacio Quiroga
Advertencia de Luarna Ediciones
www.luarna.com
El 20 de marzo de este ao, los vecinos de un
pueblo del Chaco santafecino persiguieron a un
hombre rabioso que en pos de descargar su
escopeta contra su mujer, mat de un tiro a un
pen que cruzaba delante de l. Los vecinos,
armados, lo rastrearon en el monte como una
fiera, hallndolo por fin trepado en un rbol,
con su escopeta an, y aullando de un modo
horrible. Vironse en la necesidad de matarlo
de un tiro.
Marzo 9.
Hoy hace treinta y nueve das, hora por hora,
que el perro rabioso entr de noche en nuestro
cuarto. Si un recuerdo ha de perdurar en mi
memoria, es el de las dos horas que siguieron a
aquel momento.
La casa no tena puertas sino en la pieza que
habitaba mam, pues como haba dado desde el
principio en tener miedo, no hice otra cosa, en
los primeros das de urgente instalacin, que
aserrar tablas para las puertas y ventanas de su
cuarto. En el nuestro, y a la espera de mayor
desahogo de trabajo, mi mujer se haba conten-
tado verdad que bajo un poco de presin por
mi parte con magnficas puertas de arpillera.
Como estbamos en verano, este detalle de ri-
guroso ornamento no daaba nuestra salud ni
nuestro miedo. Por una de estas arpilleras, la
que da al corredor central, fue por donde entr
y me mordi el perro rabioso.
Yo no s si el alarido de un epilptico da a los
dems la sensacin de clamor bestial y fuera de
toda humanidad que me produce a m. Pero
estoy seguro de que el aullido de un perro ra-
bioso, que se obstina de noche alrededor de
nuestra casa, provocar en todos la misma
fnebre angustia. Es un grito corto, estrangula-
do, de agona, como si el animal boqueara ya, y
todo l empapado en cuanto de lgubre sugiere
un animal rabioso.
Era un perro negro, grande, con las orejas
cortadas. Y para mayor contrariedad, desde
que llegramos no haba hecho ms que llover.
El monte cerrado por el agua, las tardes rpidas
y tristsimas; apenas salamos de casa, mientras
la desolacin del campo, en un temporal sin
tregua, haba ensombrecido al exceso el espritu
de mam.
Con esto, los perros rabiosos. Una maana el
pen nos dijo que por su casa haba andado
uno la noche anterior, y que haba mordido al
suyo. Dos noches antes, un perro barcino haba
aullado feo en el monte. Haba muchos, segn
l. Mi mujer y yo no dimos mayor importancia
al asunto, pero no as mam, que comenz a
hallar terriblemente desamparada nuestra casa
a medio hacer. A cada momento sala al corre-
dor para mirar el camino.
Sin embargo, cuando nuestro chico volvi esa
maana del pueblo, confirm aquello. Haba
explotado una fulminante epidemia de rabia.
Una hora antes acababan de perseguir a un
perro en el pueblo. Un pen haba tenido tiem-
po de asestarle un machetazo en la oreja, y el
animal, al trote, el hocico en tierra y el rabo
entre las patas delanteras, haba cruzado por
nuestro camino, mordiendo a un potrillo y a un
chancho que hall en el trayecto.
Ms noticias an. En la chacra vecina a la
nuestra, y esa misma madrugada, otro perro
haba tratado intilmente de saltar el corral de
las vacas. Un inmenso perro flaco haba corrido
a un muchacho a caballo, por la picada del
puerto viejo. Todava de tarde se senta dentro
del monte el aullido agnico del perro. Como
dato final, a las nueve llegaron al galope dos
agentes a darnos la filiacin de los perros rabio-
sos vistos, y a recomendarnos sumo cuidado.
Haba de sobra para que mam perdiera el
resto de valor que le quedaba. Aunque de una
serenidad a toda prueba, tiene terror a los pe-
rros rabiosos, a causa de cierta cosa horrible
que presenci en su niez. Sus nervios, ya en-
fermos por el cielo constantemente encapotado
y lluvioso, provocronle verdaderas alucina-
ciones de perros que entraban al trote por la
portera.
Haba un motivo real para este temor. Aqu,
como en todas partes donde la gente pobre tie-
ne muchos ms perros de los que puede man-
tener, las casas son todas las noches merodea-
das por perros hambrientos, a que los peligros
del oficio un tiro o una mala pedrada han
dado verdadero proceder de fieras. Avanzan al
paso, agachados, los msculos flojos. No se
siente jams su marcha. Roban si la palabra
tiene sentido aqu cuanto le exige su atroz
hambre. Al menor rumor, no huyen porque
esto hara ruido, sino se alejan al paso, doblan-
do las patas. Al llegar al pasto se agazapan, y
esperan as tranquilamente media o una hora,
para avanzar de nuevo.
De aqu la ansiedad de mam, pues siendo
nuestra casa una de las tantas merodeadas,
estbamos desde luego amenazados por la visi-
ta de los perros rabiosos, que recordaran el
camino nocturno.
En efecto, esa misma tarde, mientras mam,
un poco olvidada, iba caminando despacio
hacia la portera, o su grito:
Federico! Un perro rabioso!
Un perro barcino, con el lomo arqueado,
avanzaba al trote en ciega lnea recta. Al verme
llegar se detuvo, erizando el lomo. Retroced
sin volver el cuerpo para ir a buscar la escopeta,
pero el animal se fue. Recorr intilmente el
camino, sin volverlo a hallar.
Pasaron dos das. El campo continuaba deso-
lado de lluvia y tristeza, mientras el nmero de
perros rabiosos aumentaba. Como no se poda
exponer a los chicos a un terrible tropiezo en
los caminos infestados, la escuela se cerr; y la
carretera, ya sin trfico, privada de este modo
de la bulla escolar que animaba su soledad a las
siete y a las doce, adquiri lgubre silencio.
Mam no se atreva a dar un paso fuera del
patio. Al menor ladrido miraba sobresaltada
hacia la portera, y apenas anocheca, vea avan-
zar por entre el pasto ojos fosforescentes. Con-
cluida la cena se encerraba en su cuarto, el odo
atento al ms hipottico aullido.
Hasta que la tercera noche me despert, muy
tarde ya: tena la impresin de haber odo un
grito, pero no poda precisar la sensacin. Es-
per un rato. Y de pronto un aullido corto,
metlico, de atroz sufrimiento, tembl bajo el
corredor.
Federico! o la voz traspasada de emo-
cin de mam sentiste?
S respond, deslizndome de la cama.
Pero ella oy el ruido.
Por Dios, es un perro rabioso! Federico, no
salgas, por Dios! Juana! pile a tu marido que
no salga! clam desesperada, dirigindose a
mi mujer.
Otro aullido explot, esta vez en el corredor
central, delante de la puerta. Una finsima llu-
via de escalofros me ba la mdula hasta la
cintura. No creo que haya nada ms profun-
damente lgubre que un aullido de perro ra-
bioso a esa hora. Suba tras l la voz desespera-
da de mam.
Federico! Va a entrar en tu cuarto! No
salgas, mi Dios, no salgas! Juana! dile a tu ma-
rido!...
Federico! se cogi mi mujer a mi brazo.
Pero la situacin poda tornarse muy crtica si
esperaba a que el animal entrara, y encendien-
do la lmpara descolgu la escopeta. Levant
de lado la arpillera de la puerta, y no vi ms
que el negro tringulo de la profunda niebla de
afuera. Tuve apenas tiempo de avanzar una
pierna, cuando senta que alga firma y tibio me
rozaba el muslo: el perro rabioso se entraba en
nuestro cuarto. Le ech violentamente atrs la
cabeza de un golpe de rodilla, y sbitamente
me lanz un mordisco, que fall, en un claro
golpe de dientes. Pero un instante despus
senta un dolor agudo.
Ni mi mujer ni mi madre se dieron cuenta de
que me haba mordido.
Federico! Qu fue eso?grit mam que
haba odo mi detencin ante la dentellada al
aire.
Nada: quera entrar.
Oh!...
De nuevo, y esta vez detrs del cuarto de
mam, el fatdico aullido explot.
Federico! Est rabioso! No salgas!
clam enloquecida, sintiendo al animal tras la
pared de madera, a un metro de ella.
Hay cosas absurdas que tienen toda la apa-
riencia de un legtimo razonamiento: Sal afue-
ra con la lmpara en una mano y la escopeta en
la otra, exactamente como para buscar a una
rata aterrorizada, que me daba perfecta holgura
para colocar la luz en el suelo y matarla en el
extremo de un horcn.
Recorr los corredores. No se oa un rumor,
pero de dentro de las piezas me segua la tre-
menda angustia de mam y mi mujer que espe-
raban el estampido.
El perro se haba ido.
Federico! exclam mam al sentirme vol-
ver por fin. Se fue el perro?
Creo que s; no lo veo. Me parece haber o-
do un trote cuando sal.
S, yo tambin sent... Federico: no estar
en tu cuarto?... No tiene puerta, mi Dios!
Qudate adentro! Puede volver!
En efecto, poda volver. Eran las dos y veinte
de la maana. Y juro que fueron fuertes las dos
horas que pasamos mi mujer y yo, con la luz
prendida hasta que amaneci, ella acostada, yo
sentado en la cama, vigilando sin cesar la arpi-
llera flotante.
Antes me haba curado. La mordedura era
ntida: dos agujeros violetas, que oprim con
todas mis fuerzas, y lav con permanganato.
Yo crea muy restrictivamente en la rabia del
animal. Desde el da anterior se haba empeza-
do a envenenar perros, y algo en la actitud
abrumada del nuestro me prevena en pro de la
estricnina. Quedaban el fnebre aullido y el
mordisco; pero de todos modos me inclinaba a
lo primero. De aqu, seguramente, mi relativo
descuido con la herida.
Lleg por fin el da. A las ocho, y a cuatro
cuadras de casa, un transente mat de un tiro
de revlver al perro negro que trotaba en in-
equvoco estado de rabia. En seguida lo supi-
mos, teniendo de mi parte que librar una ver-
dadera batalla contra mam y mi mujer para no
bajar a Buenos Aires a darme inyecciones. La
herida, franca, haba sido bien oprimida, y la-
vada con mordiente lujo de permanganato.
Todo esto, a los cinco minutos de la mordedu-
ra. Qu demonios poda temer tras esa correc-
cin higinica? En casa concluyeron por tran-
quilizarse, y como la epidemia provocada
por una crisis de llover sin tregua como jams
se viera aqu haba cesado casi de golpe, la vida
recobr su lnea habitual.
Pero no por ello mam y mi mujer dejaron ni
dejan de llevar cuenta exacta del tiempo. Los
clsicos cuarenta das pesan fuertemente, sobre
todo en mam, y an hoy, con treinta y nueve
transcurridos sin el ms leve trastorno, ella es-
pera el da de maana para echar de su espri-
tu, en un inmenso suspiro, el terror siempre
vivo que guarda de aquella noche.
El nico fastidio acaso que para m ha tenido
esto, es recordar, punto por punto, lo que ha
pasado. Confo en que maana de noche con-
cluya, con la cuarentena, esta historia que man-
tiene fijos en m los ojos de mi mujer y de mi
madre, como si buscaran en mi expresin el
primer indicio de enfermedad.
Marzo 10.
Por fin! Espero que de aqu en adelante
podr vivir como un hombre cualquiera, que
no tiene suspendida sobre su cabeza coronas de
muerte. Ya han pasado los famosos cuarenta
das, y la ansiedad, la mana de persecuciones y
los horribles gritos que esperaban de m pasa-
ron tambin para siempre.
Mi mujer y mi madre han festejado el fausto
acontecimiento de un modo particular: contn-
dome, punto por punto, todos los terrores que
han sufrido sin hacrmelo ver. El ms insignifi-
cante desgano mo las suma en mortal angus-
tia: Es la rabia que comienza! geman. Si al-
guna maana me levant tarde, durante horas
no vivieron, esperando otro sntoma. La fasti-
diosa infeccin en un dedo que me tuvo tres
das febril e impaciente, fue para ellas una ab-
soluta prueba de la rabia que comenzaba, de
donde su consternacin, ms angustiosa por
furtiva.
Y as, el menor cambio de humor, el ms leve
abatimiento, provocronles, durante cuarenta
das, otras tantas horas de inquietud.
No obstante esas confesiones retrospectivas,
desagradables siempre para el que ha vivido
engaado , aun con la ms arcanglica buena
voluntad, con todo me he redo buenamente.
Ah, mi hijo! No puedes figurarte lo horrible
que es para una madre el pensamiento de que
su hijo pueda estar rabioso! Cualquier otra co-
sa... pero rabioso, rabioso! ...
Mi mujer, aunque ms sensata, ha divagado
tambin bastante ms de lo que confiesa. Pero
ya se acab, por suerte! Esta situacin de
mrtir, de beb vigilado segundo a segundo
contra tal disparatada amenaza de muerte, no
es seductora, a pesar de todo. Por fin, de nue-
vo! Viviremos en paz, y ojal que maana o
pasado no amanezca con dolor de cabeza, para
resurreccin de las locuras.
Hubiera querido estar absolutamente tranqui-
lo, pero es imposible. No hay ya ms, creo, po-
sibilidad de que esto concluya. Miradas de sos-
layo todo el da, cuchicheos incesantes, que
cesan de golpe en cuanto oyen mis pasos, un
crispante espionaje de mi expresin cuando
estamos en la mesa, todo esto se va haciendo
intolerable. Pero qu tienen, por favor!
acabo de decirles. Me hallan algo anormal,
no estoy exactamente como siempre? Ya es un
poco cansadora esta historia del perro rabioso!
Pero Federico! me han respondido,
mirndome con sorpresa. Si no te decimos na-
da, ni nos hemos acordado de eso!
Y no hacen, sin embargo, otra cosa, otra que
espiarme noche y da, da y noche, a ver si la
estpida rabia de su perro se ha infiltrado en
m!
Marzo 18.
Hace tres das que vivo como debera y dese-
ara hacerlo toda la vida. Me han dejado en
paz, por fin, por fin, por fin!
Marzo 19.
Otra vez! Otra vez han comenzado! Ya no
me quitan los ojos de encima, como si sucediera
lo que parecen desear: que est rabioso. Cmo
es posible tanta estupidez en dos personas sen-
satas! Ahora no disimulan ms, y hablan preci-
pitadamente en voz alta de m; pero, no s por
qu, no puedo entender una palabra. En cuanto
llego cesan de golpe, y apenas me alejo un paso
recomienza el vertiginoso parloteo. No he po-
dido contenerme y me he vuelto con rabia:
Pero hablen, hablen delante, que es menos co-
barde!
No he querido or lo que han dicho y me he
ido. Ya no es vida la que llevo!
8 p.m.
Quieren irse! Quieren que nos vayamos!
Ah, yo s por qu quieren dejarme!...
Marzo 20. (6 a.m.).
Aullidos, aullidos! Toda la noche no he odo
ms que aullidos! He pasado toda la noche
despertndome a cada momento! Perros, nada
ms que perros ha habido anoche alrededor de
case! Y mi mujer y mi madre han fingido el
ms plcido sueo, para que yo solo absorbiera
por los ojos los aullidos de todos los perros que
me miraban!...
7 a.m.
No hay ms que vboras! Mi casa est llena
de vboras! Al lavarme haba tres enroscadas
en la palangana! En el forro del saco haba mu-
chas! Y hay ms! Hay otras cosas! Mi mujer
me ha llenado la casa de vboras! Ha trado
enormes araas peludas que me persiguen!
Ahora comprendo por qu me espiaba da y
noche! Ahora comprendo todo! Quera irse
por eso!
7,15 a.m.
El patio est lleno de vboras! No puedo dar
un paso! No, no!... Socorro! ...
Mi mujer se va corriendo! Mi madre se va!
Me han asesinado!... Ah, la escopeta!... Maldi-
cin! Est cargada con municin! Pero no im-
porta... Qu grito ha dado! Le err... Otra vez
las vboras! All, all hay una enorme!... Ay!
Socorro, socorro!! Todos me quieren matar!
Las han mandado contra m, todas! El monte
est lleno de araas! Me han seguido desde
casa!... Ah viene otro asesino... Las trae en la
mano! Viene echando vboras en el suelo!
Viene sacando vboras de la boca y las echa en
el suelo contra m! Ah! pero se no vivir mu-
cho... Le pegu! Muri con todas las vboras!...
Las araas! Ay! Socorro!!
Ah vienen, vienen todos!... Me buscan, me
buscan!... Han lanzado contra m un milln de
vboras! Todos las ponen en el suelo! Y yo no
tango ms cartuchos!... Me han visto!... Uno me
est apuntando...