Tiempo de Bastardos - Paula Cifuentes
Tiempo de Bastardos - Paula Cifuentes
Tiempo de Bastardos - Paula Cifuentes
(DEL HIJO).
Me acomodaron en la mejor
habitacin: en la misma, me
dijeron, donde se alojara su
majestad la reina Juana. De las
paredes colgaron tapices y
cubrieron el suelo con alfombras.
Armadas con palos, mis damas se
encargaron de vaciarlo de ratones,
araas y cualquier otro inquilino
ocasional. A pesar de que yo
pretend ayudarlas, mi ama se neg,
y haba algo en sus ojos que me
hizo aceptar que los trabajos duros
se haban acabado para m.
Pues tanto mejor dije.
Me tumb en la cama y clav
los ojos en el techo. Y entonces lo
supe, desde el primer momento
supe que mi aya se haba
equivocado, que las arduas labores
no se haban acabado para m, que
mi verdadero periplo empezaba
entonces. Y que por ms que
limpiramos esa habitacin, nunca
estara vaca de presencias no
deseadas. Y lo que era peor: que en
esa cama nunca dormira sola. Y
que ella, la que pronto habra de
caer por la ventana, necesitaba
tanto de m como yo de ella. Tuve
fro y me arrebuj en la capa de
viaje, que todava no me haba
quitado.
(DEL HIJO).
(DEL PADRE).
(DEL HIJO).
Mi empeoramiento fue
perceptible para todos. Me traan
comida varias veces al da. Y por
ms que me obligaba a tragrmelo
todo, segua adelgazando a ojos
vistas. A pesar de que nunca fui de
constitucin gruesa, comprobar
cmo, cada maana, los huesos se
me iban marcando ms y ms, cmo
las mejillas se me hundan, cmo la
nariz y las orejas y los ojos cada
vez me parecan ms grandes, no
dejaba de sorprenderme.
Blanca se haba encargado de
organizar los almuerzos. Y no haba
da en el que no tuviera una tarta o
un bizcocho o un flan, que coma
ms pensando en ella y en mi aya
que en m misma. En realidad, todo
lo que tragaba me saba igual: a una
mezcla de saliva y de vmito.
Con lo que comes me
recriminaban las dos, que te ests
quedando tan delgada!
Bueno exclamaba,
como si yo tuviera la culpa!
(DEL PADRE).
Un ao antes de la muerte de
Ins, naci Dions. De cuatro,
pasamos a ser cinco. Y el crculo
familiar y sus relaciones se hicieron
todava ms complejas. El
equilibrio inestable en el que nos
habamos mantenido hasta entonces,
el limitado crculo en el que
corramos sin mayor problema
porque incluso a las pequeas
rozaduras e incomodidades se
termin acostumbrando el cuerpo
salt por los aires cuando apareci
la palanca que era mi nuevo
hermano pequeo. No fue un
cambio radical aunque, a la larga
y visto con la perspectiva del
tiempo, s que pudiera parecerlo,
sino paulatino, un proceso en el que
cada uno defini claramente su
postura y, como en un acuerdo
tcito, fueron menos permitidas las
injerencias en las relaciones de los
otros: Juan era de mi madre, yo, de
mi padre y Dions, el fardo que
pasaba de brazo en brazo hasta que
alguien decidiera en qu lugar
habra de situarse (alguien que
pronunciara su nombre y dijera:
Hijo, reclamando su propiedad).
Los nueves meses anteriores mi
madre se los haba pasado postrada
en cama. Qu te sucede?, le
preguntaba Juan. Y ella: Un regalo
de Dios. Pues menudo Dios
pensaba yo, que te hace vomitar,
te impide dormir por las noches, te
ha hecho estar hinchada como un
odre. Mira, Juan deca, pon
tu mano aqu. Y l: Se mueve, se
mueve.
A m nunca me invit. Nunca me
dijo: Ven, Beatriz, pon la mano
sobre mi vientre, es tu hermano.
Sin embargo, mi padre me coga
en brazos, me aupaba en sus
hombros y me llevaba al ro, me
enseaba las pieles de los animales
que cazaba, adiestrar a los alanos,
cmo orientarse en el monte. Me
mostraba incluso cmo se utilizaba
un arma. Agrrala con firmeza,
deca. Mantente recta en la
montura. Golpea con decisin el
estafermo. Es un animal, Beatriz,
estn hechos para morir, no han de
darte pena.
Abandon la costura. Tengo
que hilar el ajuar, deca a mi
padre. Y l me miraba con el
desprecio del soberbio: no es que
menospreciara este tipo de deberes
femeninos como otros de sus
amigos o incluso su propio padre,
sino que lo que en realidad le dola
era no saber hacer algo. Cambiante
y caprichoso: todo tena que
probarlo y todo tena que salirle
bien a la primera. Si no era as,
montaba en clera consigo mismo y
lo pagaba con los dems. Si he de
ser justa, la inteligencia de mi
padre era mayscula. Poda hacer
lo que se propusiera. Un ser
brillante para cualquier tipo de
deduccin o estrategia. Eso s, a la
hora de comprender al hermano, se
encontraba con un escollo
insalvable: consigo mismo. Juzgaba
los comportamientos ajenos a
travs del suyo propio. Slo
consideraba aceptables los fallos
que l mismo pudiera cometer.
Despreciaba al intil, al que
malgastara sus talentos, al
inconsecuente, al cobarde, al que,
pudindose medir con l, prefera
no hacerlo. Del mismo modo que
slo entenda que se pudiera
dedicar el tiempo a las actividades
que l crea imprescindibles. Todo
lo dems resultaba una prdida de
tiempo. Su inteligencia slo era
comprable a su testarudez. Ahora
bien, que los asuntos en los que la
empleara no fueran del todo
aceptables, que los propsitos que
se hiciera y que por regla general
siempre consegua fueran oscuros
e hicieran dao a los que lo
rodearan, eso ya es otro cantar.
No te preocupes, Beatriz, que
el da que lo necesites, tendrs el
mejor de todos.
Sin una madre de verdad, sin un
referente femenino ms all de los
hoscos comentarios de mi aya
que a pesar de su buena intencin y
de todo el cario que le pudiera
tener, no era precisamente el mejor
ejemplo para una nia que se
supone que habr de llegar a ser
alguien en su pas, me transform
en lo que en realidad tendra que
haber sido mi hermano.
Yo era casi como un mozo de
cuadras, un paje como otro
cualquiera. Pero l (y esto supongo
que tampoco se lo perdonar
nunca), tras ocupar el vaco que
haba dejado su hermana, aprendi
a leer y a escribir e incluso a tejer y
a rezar en voz alta con la voz
atiplada que cualquier seorita
debiera poseer. Sus gestos
adoptaron la languidez y la
cadencia que a m me faltaban.
Incluso sus facciones se suavizaron
y sus manos eran largas y finas
mientras que las mas, llenas de
costras y de raspones, parecan ms
bien las de un cocinero.
Juan, el nio que aprendi a ser
mujer en todos los sentidos.
(DEL HIJO).
El autoengao siempre me ha
parecido la poltica ms poderosa.
En eso consiste la manipulacin, a
mi parecer. La meta de cualquier
gobernante es, sin duda, obligar a
pensar a sus sbditos que todo lo
que hacen es siguiendo sus
impulsos interiores. Sois vosotros
los que lo quisisteis, me lavo las
manos. Y Dios, para m, por lo
menos en esa poca, era el perfecto
manipulador (o por lo menos sa
era la visin que quera que tuviera
de l). Me deca: Tu vida no es
tuya, no puedes disponer de ella a
tu voluntad. Me deca: Vive, hija
ma. Como antes dijera: Creced y
multiplicaos. Entonces, cmo
poda reprochar nada a mi padre o
a mi marido o a mis cuados o a
todos los que me rodeaban si se
buscaban mujeres sustitutas? Qu
bonito me obligaba pensar,
todo el da por ah, repartiendo la
semilla del seor, llenando el
mundo de nios, porque de ellos es
el reino de los cielos.
Todava me parece or a mi aya
diciendo (como si hubiera sido mi
madre) que para eso estamos las
mujeres, para traer al mundo los
hijos de los hombres. Y son
siempre los hijos de los hombres,
nunca de las mujeres. Y la veo,
sentada en la iglesia, sacando un
pauelo, sonndose, con los ojos
clavados en m: precio poltico que
ha pagado mi propio hermano para
conseguir la paz con Castilla. En mi
cuarto ya han puesto las sbanas
blancas sobre mi cama (que as han
de quedarse, tan blancas) y sobre la
mesa del escritorio han dejado una
mesa de frutas para poder
encontrar, como alguien ha dicho, la
inspiracin de la fertilidad. Y luego
el crucifijo, sobre la pared.
S que tengo edad para casarme
(de hecho, hace tiempo que la
rebas) y mi futuro esposo tampoco
es un jovencito precisamente. Y
cuando llego a su altura, siento
deseos de decirle: Mira, que casi
mejor que lo dejemos, esto no es
ms que un trmite. Bueno, pues en
buena hora y despus, cada uno por
su lado y Dios con todos.
Pero me mira con ojos que
exigen silencio. Y vuelve a girarse
hacia el nuncio, que sin duda ha de
ser mucho ms interesante que yo.
Nunca he entendido muy bien
qu relacin directa hay entre las
bodas y los lloros. En los funerales
se empean en decirte: No llores,
que has de ser fuerte. O no llores,
que es mejor as, estaba sufriendo.
O mejor, no llores, que est con
Dios.
Y piensas: S, menudo
consuelo. Pero optas por dejar de
llorar slo para que paren de
intentar coaccionar tu derecho a un
buen llanto.
Y, sin embargo, en las bodas,
hay libertad absoluta para
deshacerse en lgrimas. Y cuanto
ms emotivo sea el discurso del
sacerdote, mayores sern los
quejidos de los asistentes (en
realidad, yo creo que ellos se
recrean precisamente en este
hecho). Si dice: La amars y
respetars por siempre, las
lgrimas salen, como fuentes, de los
ojos de ellas los de ellos estn
secos porque, aparte de ser
hombres, la mayora estn casados
y conocen la gran falacia que son
estas palabras, a m, las bodas
siempre me parecieron una
diseccin. Como el da de matanza,
todos nos arreglbamos.
Y luego, sin mancharnos lo ms
mnimo, nos sentbamos en un
banco para ver cmo son otros los
que hacen el trabajo sucio cuando
nuestra mente slo piensa en el
banquete de despus.
Y dice el cura: En la salud y
en la enfermedad. Pero, claro, si tu
marido no ha estado a tu lado en la
salud, cmo va a estarlo en la
enfermedad?
No, mi querido Sancho estaba
demasiado ocupado como para
venir a verme (aunque supongo que
yo tambin tuve algo de culpa,
bastante era con tener que aguantar
mi convalecencia como para tener
que soportarlo a l tambin).
Qu haces aqu?
El, que ha asomado su cabeza
entre la puerta. Me cubro con las
mantas, hasta la cabeza, hasta que
slo se me ve la cara entre ellas.
He venido a verte.
Se acerca. Su olor es a monte, a
heces de monte.
Ah contesto.
Me toca la frente.
Tienes fiebre.
Y yo pienso: Pues claro, como
que estoy enferma. Qu perspicaz.
Ah contesto.
Tienes que cuidarte.
Algn comentario inteligente
que aadir a eso?
Se sienta en la cama.
No puedes morir.
Y pienso: Ya est, ya se lo han
dicho y viene aqu a decirme lo que
puedo o no hacer. Juguetea con sus
dedos, los hace girar. En la frente
todava siento la presin de su
mano. Me reconcentro en mi odio:
lo odias, Beatriz, recurdalo.
Y est el nio dice.
Y de pronto ya no tengo que
reconcentrarme en mi odio. Brota
naturalmente.
Entonces la extremauncin
ser un poco ms larga, supongo.
Ests muy desmejorada.
Por no decir que ests muy fea,
que se te notan los huesos, que los
ojos se te salen de las rbitas, que
hueles a vmito, que tienes la boca
llena de llagas y la cabeza casi
pelada.
Miro a todos los lados: Si
Blanca estuviera aqu pienso,
no se hubiera atrevido a entrar.
Y t, qu tal ests?
pregunto.
Sigo pensando: Por qu ha
venido, qu quiere?. No tengo
nada que dejarle.
Bien aade, y
preocupado.
Enarco las cejas.
Preocupado por ti, por
vosotros.
Quiero decirle: Sancho, que
nos conocemos, que llevamos ya
varios meses casados, que no hay
nadie en la habitacin y puedes
dejar esa estampa de marido
perfecto. Pero contesto: Ah.
Necesitas algo? Me han
dicho que hay un cirujano en Burgos
muy bueno. Que las sangras que
hace apenas dejan marca.
Bueno, pienso: Otra
sanguijuela ms. Tengo una que me
chupa la sangre por dentro, por
qu no tener otra que me lo haga
desde fuera?.
S, que puede venir a veros.
Pero tenis que aguantar hasta que
llegue.
As que ya lo has hecho
llamar.
Y quiero aadir: Sin
consultarme.
Y l:
S.
Y pienso: Era de prever, no
me iba a dejar morir tranquila.
Tiene que demostrar que hizo lo
posible. Aunque sea atiborrndome
de remedios, de consejos, de visitas
de cirujanos.
Gracias no se da cuenta de
mi tono irnico. Pero quiero
dormir.
S dice, tienes que
dormir, que tienes que curarte.
Desde cundo pienso mi
marido se ha convertido en mi
padre (el que nunca tuve)?.
(DEL PADRE).
M is recuerdos ms lejanos
y, sin embargo, a los que
me aferr con ms insistencia se
remontan a una madre que en nada
se pareca a aquella que muri
asesinada en la Quinta del Pombal.
No s, quiz me equivoque e intente
dar cuerpo a una imagen con retazos
que saqu de aqu y all, un
monstruo andrgino construido a
partir de escenas obtenidas en una
infancia en la que todo lo miraba
sin el filtro de la susceptibilidad.
Los mecanismos de la memoria son
extraos y no busco comprenderlos.
Pero pienso si no consigo
entenderla, no podr saber quin
soy o por qu hice lo que hice.
Quiera o no quiera, mi vida est
ligada a la suya. Y slo analizando
sus actos con un mnimo de
escepticismo y de distanciamiento
llegar a comprender mis propios
impulsos. Por ms que me lo
niegue, a veces me parece estar
viviendo momentos que no me
corresponden. Incluso hechos que
nadie dudara en calificarlos como
banales no son sino imgenes de
sucesos ya vividos que ella misma
me cont. Es cierto, a veces me
siento usurpadora de su vida.
Hubo una poca en la que
renegu de ella, la olvid, busqu
una orfandad verdadera y me
constru un pasado a mi medida.
Pero la ficcin no dur. Incluso
su recuerdo me era necesario.
Haba muerto, s, y tendra que
aprender a vivir sin su presencia,
me dije. No pude. Cuanto mayor era
el esfuerzo por alejarla de mi
mente, ms creca su presencia
una presencia, debo decir, cada vez
ms distorsionada. Cre un
fantasma ajustado a mis
necesidades, el prototipo de la
madre que me hubiera gustado
tener. Puede que incluso trastocara
momentos vividos junto a ella, o
que incluso los inventara, porque la
memoria es caprichosa y ms
durante la infancia. Adapt, lo
reconozco, circunstancias que
hacan una madre en consonancia
con lo que yo buscaba y la revest
con una ptina de grandiosidad que
sin embargo ahora encuentro
exagerada. Ante la falta de un
referente materno, constru un
recuerdo ideal que daba respuesta a
todas las preguntas que me
planteaba. Ella no estaba, por
ejemplo, para explicarme lo que es
la menstruacin, y me respond con
mis palabras puestas en su boca: lo
que tendra que haberme dicho si no
se hubiera dejado matar.
Ahora la disculpo a ella y me
disculpo a m. Fueron los hechos
pasados los que decidieron su
destino y los hechos futuros los que
me obligaron a asumir una vida que
no me perteneca. Nada tena que
ocurrir, pero pas. Y slo el tiempo
me permite desnudarla (tanto de los
atributos que yo le adjudiqu, como
de aquellos de los que la priv) y
verla tal cual era y entender por qu
hizo lo que hizo y por qu, aun con
su ausencia, su pensamiento y su
recuerdo revisten todo de sentido.
Mi madre era fuerte, pensaba
entonces, porque no tena motivos
para ser dbil. Lo he contrastado y
todos aquellos que la conocieron
opinan lo mismo. Qu fortaleza
tena, dicen intentando buscar en
m esa misma caracterstica. Era
dicen con demasiada frecuencia
como la roca que se coloca en el
camino y que no slo seala la
direccin correcta, sino que es
punto obligado de descanso para
aquel que est aquejado de fatiga.
Era repiten ya con lgrimas en
los ojos el centro de apoyo, el
pilar de los tristes. A las puertas
de casa siempre haba un amigo en
busca de consuelo o un familiar con
asuntos tan urgentes que las
necesidades de sus hijos quedaban
en un segundo plano. Estoy
ocupada, cario. Y haba que
esperar el turno, sorbindose los
mocos hasta que ella terminara con
el desvalido de turno. No es un
reproche, sera estpido a estas
alturas. Adems supongo que esa
espera de consuelo termin
fortalecindonos: en la cola que se
formaba en sus cuartos, daba
tiempo a reflexionar y encontrar los
motivos de lo que nos haba
sucedido. Si se hubiera lanzado
para protegernos como una gallina,
nunca habramos aprendido lo
importante que es saber
sobreponerse rpidamente para
seguir jugando sin tener que
escuchar, mientras aguardamos
nuestro turno, los grandes pesares
de esa lavandera que haba sido
estuprada por el primer gan que
estuviera a mano (sin que llegara a
atisbar por un momento lo que
significa el estupro ni lo que es un
gan).
No s si era la distancia con la
que te tomaba de la mano y te
consolaba: ese no te preocupes
que deca con tanta espontaneidad
y, no obstante, con tanta conviccin.
Pero la cantidad de acogidos que
acudan a ella no dejaba de
aumentar por das. Resultaba tan
creble, tan entero al mismo tiempo,
que no era difcil terminar buscando
su pecho para dejarse consolar. La
recuerdo sentada, mirando
fijamente a los ojos del pesaroso
que tocara, las manos sobre las
rodillas, la espalda ligeramente
adelantada, los labios contrados. A
primera vista poda parecer que su
actitud era de plena atencin, pero
tras una observacin ms detallada
uno se daba cuenta enseguida de
que en realidad se trataba de un
vaco de sentimientos. Cuando
estaba con sus acogidos o con mi
padre o con mis hermanos, no
lloraba nunca, se mostraba entera y
firme, y si se permita expresar
cualquier tipo de impulso, era
simplemente aquel que su
interlocutor esperaba de ella. Haba
hecho de sus gestos una mscara sin
fisuras con la que, a la vez que
pareca altruista en extremo, se
guardaba de contar aquello que en
realidad la afliga.
Por eso a veces me pregunto si
alguien lleg a conocerla en
verdad.
En aquellos primeros tiempos
(cuando ni siquiera haba nacido
Dions) todo en mi madre tena un
ligero tinte de impostura. Sus besos
y sus caricias siempre resultaban
medidos, bajo control. Y no es que
no los profiriese con generosidad,
pero haba algo en ellos que los
haca demasiado increbles. Incluso
los que dedicaba a mi padre. Eran
fugaces, como si se avergonzara de
ellos. Pasados los aos, cuando
comenc la labor de entender el
porqu de su conducta, cre que esa
rapidez (que yo una a la frialdad)
no era ms que producto del
egosmo por el que ella dejaba de
ser el centro de su propia vida para
entregarse, aunque fuera
mnimamente, a los dems. Mi
madre, ya lo he dicho, fue siempre
el centro de todos aquellos que la
rodeaban y era entendible que no
quisiera dejar de serlo.
Ese tipo de pensamientos
(producto de una poca en la que el
rencor era mayor que el recuerdo)
produjeron otros de los que ahora
me avergenzo. En realidad,
pensaba, si mi madre mostraba
hacia nosotros un poco de cario,
no era sino para que todo el mundo
la viera hacindolo.
Recuerdo, por ejemplo, una
escena con la parcialidad que me
da el haberla vivido en primera
persona que viene a refrendar
esta opinin. Estbamos las dos
solas en el jardn. Mi padre se
haba ido de cacera, o quiz eso
me haban inducido a creer (porque
las mentiras sobre mi padre en boca
de mi madre y de todos aquellos
que la rodeaban se sucedan con
apabullante facilidad), y mi aya
haba ido a ayudar a la de Juan. El
resto de la servidumbre, o al menos
as pensbamos, se encontraba
dentro de la casa. Mi madre estaba
sentada en un travesao de piedra
que haba en la fachada norte sin
prestarme la menor atencin. Lea,
creo. Yo, aprovechando que nadie
me vea, me acerqu al chamizo
donde guardaban los aperos del
jardn y cog una azada. La levant
sobre mi cabeza, como tantas veces
haba visto hacer al jardinero, pero
med mal mis fuerzas. Tan pronto
estuvo en el aire, se resbal de las
manos y cay con tanta celeridad
que no me dio tiempo a apartar los
pies. La hoja de la azada atraves
tela y piel y lleg hasta clavarse en
la tierra. En un primer momento no
me asust. La sangre no me daba
asco y el dolor no era tan intenso
como sera despus. Me sent y tir
de ella hasta que el filo volvi a
salir tan limpiamente como haba
entrado. Entonces me levant y
corr hacia mi madre no porque me
estuviera mareando, que eso
tambin sucedera ms tarde, ni
porque quisiera que me curara, que
ya haba aprendido que ella era la
menos apta para ese tipo de
menesteres (s, aunque parezca
increble, tena temor a la sangre,
como si pudiera prever que el da
de su muerte fuera a sangrar tanto),
sino que corr hacia ella como
cualquier nio que acaba de hacer
un descubrimiento y que quiere
compartirlo con alguien.
En un primer momento me mir
con asco. Y digo me mir porque
apenas repar en mi pie. Se qued
quieta, as, mirndome, toda entera.
Y yo dije: Madre. Y ella as,
inmvil. Y yo: Madrecita. Ya
comenzaba el dolor y la pierna me
temblaba.
Pero ella segua mirndome,
como decepcionada. Y slo se
movi cuando mi aya sali de la
casa, gritando como una posesa y
pidiendo ayuda. Mi madre entonces
alarg su mano y me cogi la ma y
no hizo nada ms. Slo cogerme de
la mano.
Aunque no voy a negar que su
necesidad de ostentacin era
notoria, en realidad pienso ahora
que, si mi madre no expresaba ms
los sentimientos que tena y no
me cabe la menor duda, fue por
puro instinto: necesidad de
supervivencia. Se saba en peligro
y tena que estar siempre preparada
para lo que habra de venir. Y es
curioso que precisamente bajara la
guardia cuando su fin se encontraba
ya tan prximo.
Porque con el tiempo incluso
las rocas (incluso las que sirven
para indicar el camino) terminan
lascndose y mi madre ya estaba
muerta cuando sus asesinos la
degollaron.
Mi memoria funciona mejor con
el decurso del tiempo. Los aos son
los nicos que han permitido que
me distanciara y que supiera en
dnde terminaba ella y dnde
comenzaba yo. Si bien es cierto que
algunas lagunas las he suplido con
imaginacin, el retrato que tengo de
ella ahora quiz no sea del todo
fidedigno, pero sin duda es ms
aproximado que el que me hice
cuando de pronto ella falt. Tras su
muerte buce en los recuerdos y los
archiv de un modo catico. El
resultado consista en un conjunto
de trazos imposibles de encajar y
de los que incluso ella se hubiera
espantado.
Y aunque la identificacin sigue
siendo muy grande, no es como en
ese momento en el que se me oblig
a adoptar su papel en todos los
sentidos. De Beatriz, me convert en
Ins, la muerta.
Me resulta imposible recordar
el momento exacto en el que toda la
fortaleza de mi madre se deshizo.
Comenz a llorar como el resto de
los mortales y aquellos que durante
tanto tiempo la visitaran dejaron de
hacerlo. En el fondo, supongo,
cuando estamos sumidos en nuestro
dolor, odiamos pensar que a nuestro
lado tenemos a alguien que es ms
desgraciado que nosotros. Lloraba
por cualquier motivo. Y luego rea
como una loca. Y cuando nos
perda de vista, comenzaba a decir:
Mis nios, mis nios, dnde estn
mis nios?. Y venga caricias y
besos. Y luego los curas, y las
monjas, a todas horas.
En el fondo, mi madre tena que
morir porque ya estaba muerta, su
interior era un vaco que intentaba
llenar rezando y golpendose el
pecho entonando un mea culpa que
ya no deca nada para ella porque
con el tiempo las penas son menos
penas y para ella, aunque no
quisiera reconocrselo, haba
dejado de tener sentido martirizarse
por la muerte de una amiga, de una
prima casi hermana, que en realidad
le importaba tan poco.
Esa amiga que fue ms
importante que nadie (y de la que
tendr que hablar).
Y la muerte.
Es cierto que los recuerdos que
guardo de ella estn distorsionados
porque la memoria es frgil y sobre
todo con aquello con lo que hemos
estado fuertemente ligados.
Adems, con su muerte, constru
una imagen que matiz la otra: dbil
y llorona. Era la nica manera que
tena, por ejemplo, para perdonar,
sobre todo, que se casara con mi
padre, prototipo a mis ojos de
todo lo deleznable.
Si la imagen de mi madre
resulta algunas veces borrosa, sin
embargo, la de l es demasiado
ntida. Supongo que la culpa la
tiene la fuerza de la repeticin de
unos actos que no por ser constantes
dejaron de parecerme nunca
repugnantes. Quiz la palabra
estupro no me deca nada cuando
era pequea, pero de pronto cobr
un significado enorme, ms grande
de lo que estaba preparada para
cargar. Hay cosas que nadie
debiera permitir, por mucho que
quien las haga sea el rey. Y yo, qu
diablos, por ms que me pareciera
a mi madre, no dejaba de ser su
hija. No s cmo lo permitieron.
Como arma para defenderme slo
tena la memoria, y el recuerdo de
que mi madre s que lo haba
querido, tanto que le haba incluso
prometido amor eterno (l, tengo
que decirlo, pronto olvid la
promesa o quiz slo buscara otra
manera de honrarla a travs de mi
cuerpo, no lo s).
La Iglesia, que tantos aos me
reprochara mi actitud, cerr los
ojos. Y me decan los curas:
Confisate, hija, porque todos
podemos caer en la tentacin.
Entonces la que me senta sucia era
yo. Y culpable, sin saber muy bien
por qu o cmo evitarlo. Entonces:
Padre, debera cerrar la puerta
por las noches? Atrancarla?. Y
l: No, hija, no, que ya sabes que
amars a tus padres sobre todas las
cosas. Sobre todas las cosas?.
Y l: S, mi hija, reza tres
avemaras por la salvacin de tu
alma.
Puede ser, pienso con la
indiferencia que me han dado los
aos, que mi madre no supiera
cmo era el hombre con el que se
casara. Y aunque ella no fuera un
dechado de virtudes, no hubo nada
en su conducta que yo en verdad le
pueda reprochar. Sin embargo, en la
de l, no encuentro nada loable.
Pero es mejor que lo olvide.
As, las imgenes de mi madre se
superponen a las otras y todo tiene
sentido.
Recuerdo cmo mi madre
alarg el brazo para coger el
peinador y cmo la manga se le
levant dejando descubierta la
mueca. Si en ese momento apenas
le di importancia, fue porque
desconoca qu significaba esa
marca abultada ms blanca que el
resto de la piel. Y posiblemente
hubiera seguido desconocindolo si
yo misma no hubiera llegado a
tenerla no mucho tiempo despus.
No s los motivos que la llevaron a
quererse marcar as casi, dira,
como una res, pero sospecho que
no fueron muy diferentes de los
mos. Es curioso, las dos nos
hicimos la misma cicatriz por causa
del mismo hombre: fina, alargada y
que atravesaba la mueca de un
modo paralelo a las venas. Alguien
me dijo alguna vez que toda pasin
deja marca y supongo que entonces
la pasin que ella senta por mi
padre fue tan fuerte que slo le
qued el cuchillo y el agua
hirviendo. En esos momentos, y lo
digo por experiencia, no se piensa
en el infierno. Dicen los sacerdotes
que es pecado pretender disponer
de nuestra vida porque pertenece a
Dios. El suicidio. Pero cuando
decides que es preferible la muerte,
nadie es dueo de tu vida porque ya
ni la consideras tal. Y Dios,
francamente, te importa un ardite.
S, mi madre intent quitarse la
vida. Y yo tambin (parece que
ahora, cuando lo escribo, consigo
quitarme un peso de encima). El
reproche, sin embargo, acude a mis
labios. Que intentara quitarse la
vida no deja de significar que, de
pronto, todo dej de importarle: y
en ese todo estbamos nosotros. Y
estoy yo.
Cuando a mi madre vinieron a
asesinarla, ya estaba preparada. Su
actitud fue irreprochable. Muri
como cualquier herona de tragedia
griega. Pero se equivocan los
grandes escritores de la antigedad:
las mujeres no mueren con valenta,
sino con resignacin. A las mujeres
les importan poco las heroicidades
porque esos ideales como el honor
son mucho menos importantes que
la vida diaria. Si una mujer se deja
matar, es porque, simplemente, o ha
renunciado a la vida o piensa que
con su muerte consigue mucho ms
que con su existencia. A pesar de
que mi madre llorara a todas horas,
de que tuviera miedo y ordenara
comprobar todas las cerraduras
antes de irse a dormir, de que
recelara tanto incluso de su propia
sombra que todos los pasadizos
de casa tuvieran que estar
permanentemente iluminados; en
la hora de la verdad, se mantuvo
firme. Se haba resignado.
Por qu me preguntara
tiempo despus no luch y
permaneci as, tan quieta, mientras
le cortaban la cabeza (casi como si
esperara la comunin)?. Tena,
por lo menos, que haber pensado en
nosotros. Pero no me mir. Y yo
estaba all, junto a ella. Peg sus
brazos al cuerpo y se dej matar.
Un golpe seco. Cuando el verdugo
reban el cuello que tantas veces
ensalzaran los poetas, ella, y yo lo
saba, ya no estaba all. Mi madre
haba vuelto a ser aquella que yo
recordara en la infancia: la persona
fuerte que se ocultaba en el escudo
que le otorgaba su belleza. Con ella
lo haba conseguido todo (incluso
su perdicin y la de todos nosotros)
y su muerte tena que estar a la
altura. De tal patetismo fue que no
emiti sonido alguno, se dobl
sobre sus rodillas y cay al suelo.
El pilar de los tristes, qu paradoja.
No recuerdo su sangre a
pesar de que la hubo, sin duda, ni
qu dijeron los asesinos, ni siquiera
si yo chill o me limit a
contemplarla.
S que puedo decir que una
sensacin se impuso sobre todas las
dems: el abandono. Y tambin la
traicin. Haba muerto, y ya no era.
Y tena la obligacin de seguir
siendo, no poda dejarme as!
Y ni miedo ni repulsin,
simplemente, el deseo de coger su
cabeza, que ha rodado alejndose
de su cuerpo, y obligarla a mirarme
para que comprobara por ltima
vez lo que estaba dejando atrs. En
el fondo supongo que los celos,
porque ella haba encontrado una
salida y yo no.
No s cundo se comienza a
tener conciencia de que existe la
muerte. Un nio pequeo, supongo
que no podr reconocer en toda su
amplitud las repercusiones de una
palabra que le resulta tan abstracta
como lejana. Pero yo estoy segura
de que a m me daba miedo porque
la muerte aun privada de infierno
o purgatorio supona la ausencia,
el no ser. Y eso hasta un nio
pequeo sabe lo que supone el que
de pronto algo te falte y no
entiendas el porqu y nadie sepa
explicrtelo o te den explicaciones
almibaradas, como cario, es que
est en un sitio mejor. Y tambin,
para qu negarlo, porque era una
idea presente en mi vida: pareca
que todos aquellos que me rodearan
tuvieran que recordarme
continuamente que un da lo que
conoces se acaba y comienza un
ms all en el que, lo primero,
habr de ser un juicio implacable (y
yo pensaba: Qu bonito, empezar
una vida eterna con el peso de un
juicio divino sobre tus espaldas).
La muerte y la resurreccin,
confesaos, porque el juicio se
acerca y toda esa invectiva en la
que slo se ven las espaldas del
sacerdote de turno y las manos,
arriba y abajo, y los gritos que
retumban y la confesin y el perdn
de Dios, que es eterno.
En mi corta vida ya haba
entrado gente y otra se haba ido y
en el fondo era como si se hubieran
muerto, porque si volva a verlas,
no las recordaba: haban dejado de
existir.
Sin embargo, la idea de que mi
madre habra de morir me resultaba
improbable, por no decir
imposible. Estaba ciega, lo
reconozco, porque a pesar de las
seales que nos enviaba, no quera
ver. Fue despus, cuando ya no
senta ni abandono, ni rencor, ni
angustia cuando pude contemplar
con la suficiente laxitud todos
aquellos pequeos detalles en los
que, en su momento, apenas haba
reparado.
Recuerdo por ejemplo una
noche. Yo apenas tendra seis aos
y Juan, cuatro, pero ya era
consciente de que si mi padre, que
estaba en casa, intentaba volcarse
en m, tenerme cerca, mi madre
prefera a mi hermano pequeo. No
es que hiciera ningn tipo de
agravio entre los dos, su actitud
siempre fue igual de correcta e
irreprochable con ambos. Ya lo he
dicho: nos regaaba por lo mismo
aun con la diferencia de sexo y
sus rdenes siempre iban en plural.
Pero haba, en su manera de tocar a
mi hermano, en su manera de
mirarlo, un estremecimiento
especial que no senta conmigo, lo
reconozco. No tena envidia,
aunque pueda parecer lo contrario,
ni siquiera tuve que aprender a
resignarme, porque siempre haba
sido as: era un papel asumido
tiempo atrs.
Igual que mi madre, los dos
tenamos miedo a la oscuridad.
Y como mi aya, la suya sola
apagar el fuego de la chimenea
entrada la noche porque todo se
puede prender, nios, y podis
acabar los dos chamuscados en
vuestras camas sin enteraros. Y
despus se iban a dormir juntas, a
la zona del servicio, y nos dejaban
solos, mirando el lugar donde los
rescoldos de la chimenea an
brillaban un poco. Porque el fuego
no nos repela como a ellas, sino
que nos atraa de un modo extrao y
casi preferamos soportar el peligro
de ver arder nuestras estancias
antes que enfrentarnos a la
oscuridad en la que reina el diablo
y sus aclitos y en la que ellas eran
capaces de abandonarnos con tanta
tranquilidad. La casa se quedaba a
oscuras y el silencio se volva
imposible, los ruidos de los
ratones, de los animales que
merodeaban, de pasos en los
pasillos. Asustada, me esconda
bajo las frazadas y esperaba a que
llegara el sueo con la esperanza de
que la noche se fuera pronto.
Pero si mi miedo era
maysculo, el de Juan no iba a la
zaga. Al otro lado de mi cuarto
comenzaba a escuchar sus lloros,
bajos al principio y luego ms
fuertes. Y la pena y la
responsabilidad de ser la mayor me
embargaban y me atreva a dejar la
seguridad de mi cama y a abrir la
puerta y a cruzar el pasillo y andar
descalza y a notar como el aire me
golpeaba en la nuca para alcanzar
su cuarto y meterme junto a l en la
cama y as, abrazados, dormir hasta
que llegase el amanecer.
Pero un da, mi madre se me
adelant. Y yo le ced el terreno
como la cosa ms natural del
mundo; al fin y al cabo, ella era la
madre, la encargada de protegernos.
De un modo aleatorio, decidimos
turnarnos. Si una llegaba antes, la
otra se retiraba sin decir palabra y
mantenamos as un equilibrio en el
que nadie luchaba por el cario del
otro, sino por la propia
supervivencia. Ya he dicho antes
que los tres tenamos miedo a la
oscuridad y la respiracin de Juan
tena un efecto tranquilizador. Por
qu, me pregunto ahora, no
dormimos nunca juntos. No lo s.
Existen comportamientos extraos y
casi absurdos, que repetimos una y
otra vez hasta el momento en el que
nos paramos y nos preguntamos su
causa (e incluso por qu no hemos
reparado en ellos antes). Y es
entonces, y no antes, cuando
dejamos de cometerlos. Y nosotras
nunca nos lo preguntamos,
simplemente acudamos, en orden
riguroso, ante los lloros de Juan y
dormamos con l, o nos
retirbamos segn habamos
llegado antes o despus.
Fue una noche en la que yo
llegu ms tarde cuando recib la
primera impresin de que no todos
nuestros miedos iban a ser tan
sencillos de superar como el que
los dos tenamos a la oscuridad.
Viva en un mundo de rutinas
cotidianas sin fisuras que mi madre,
las monjas y las ayas haban creado
a medida para7 nosotros, para que
no descubriramos qu haba ms
all. Y si hubo deslices como el
de aquella noche, pequeas
intuiciones de que se nos ocultaba
algo, apenas duraron unos instantes.
Supongo que la confianza que
habamos depositado en nuestra
madre era tan grande que jams
pudimos imaginarnos que nos
estuviera engaando o siquiera
ocultando parte de una verdad que
pronto tendramos que conocer.
Juan lloraba ms alto de lo
normal. No s si porque haba
credo ver un monstruo, o haba
odo algo y ni siquiera el pecho de
mi madre consegua tranquilizarlo.
Sus lloros resultaban tan
angustiosos que fue la primera vez
que, en el marco de la puerta, dud
si deba entrar yo tambin para
tranquilizarlo. A pesar de que mi
madre lo hubiera visto como una
intromisin, una manera de echarle
en cara que no era capaz de
tranquilizar a su propio hijo, los
quejidos de mi hermano eran tan
dolorosos que no pude reprimirme.
Asom mi cabeza dispuesta a entrar
en su habitacin, cuando o la voz
de mi madre. Me detuve.
No cre que pudiera estar
espiando. A pesar de que saba que
yo nunca sera receptora legtima de
lo que le estaba diciendo. Pareca
que, aunque no hubiera sabido que
estaba all, en cierto modo tambin
quisiera que yo me enterara: Ea
dijo, no llores, todo se va a
pasar. Y lo dijo sin nfasis, como
quien repite una cantinela. Por ello
no di la menor importancia a sus
palabras, ni Juan tampoco. Los
sollozos de mi hermano cada vez
eran ms fuertes y mi madre
callaba, obstinadamente, casi como
si ese se va a pasar fuera una
verdad incuestionable y quisiera
concedernos el tiempo necesario
como para asimilarla en todo su
conjunto.
Yo no lo vea as. Apenas
concibo que, a pesar de todo el
tiempo que ha pasado, consiga
recordar con tan clara memoria sus
palabras exactas. En realidad, lo
nico que haba comprobado es que
mi madre era incapaz de consolar a
mi hermano. Y, entonces, y por
ende, tampoco a m. De pronto, mi
madre ya no era infalible. Y Juan
tambin hubo de percibirlo porque
su lloro ya no era igual, sino que
tena un matiz mucho ms pesaroso,
profundo. Venga, cario, que ests
a salvo.
Los vea como el espectador de
una pelea en la que siente que
debiera participar, pero hay algo
que se lo impide y se pone excusas
que termina por creerse. Y yo no
dejaba de ser una intrusa. Y l:
Tengo miedo. La confirmacin de
que la presencia materna no es
suficiente ya, que el miedo al final
tambin le ha vencido a ella. Y mi
madre: Ya pas, ya pas. Como
si su sola presencia pudiera volver
a recuperar su antigua fortaleza.
Yo estoy aqu. Y Juan entonces
se mueve, percibo su movimiento.
Pero te irs, dice, y concluye ah,
no dice que tendr que dormir solo,
ni que quiere que est con l toda la
noche. No, simplemente dice te
irs, como un hecho definitivo,
consumado.
La voz de mi madre entonces
raspa. S, me ir dice, pero
nunca lejos de vosotros (y de
pronto yo vuelvo a estar entre ellos,
aunque sigo sin atreverme a
abandonar el refugio de mi puerta).
Como la Virgen, Juan, que no la
puedes ver, pero que sabes que est
ah.
Quiz el ejemplo de la Virgen
me ponga nerviosa ahora que s que
las cosas que haca con mi padre,
las que hizo en un pasado que
todava no conoca pero que ya
comenzaba a intuir, eran las ms
alejadas de los atributos virginales
que con tanta facilidad se atribua,
pero ste cumpli su cometido:
Juan dej de llorar.
El silencio se hizo tenso.
Permanec en mi esquina sin
atreverme a ir hacia ellos o
regresar a mi cuarto. Estaba
paralizada y no por lo que mi madre
acababa de confirmarnos: que algn
da iba a faltar, sino porque de
pronto me di cuenta de que acababa
de asistir a una escena preparada de
antemano. Mi madre de pronto ya
no era la vctima, sino nosotros.
Ella lo haba manipulado, con su
sutileza de siempre, para decir o
hacer algo que quera que los dos
viramos y que yo, tan pendiente de
esta nueva actitud, esta forma de ser
tan ajena a la idea que me haba
formado de ella, no captaba del
todo. El mensaje se haba diluido
(ya he dicho que no entraba ni por
asomo dentro de mis
consideraciones) y, sin embargo, su
manera de decirlo, el tono que
haba utilizado, la inflexin de su
voz, cmo haba pronunciado con
firmeza todas las palabras, como si
lo llevara ensayado, seguan all.
Tendra que habrselo repetido
varias veces, practicar la
entonacin para que sonara casual.
Y fue esa supuesta casualidad la
que me puso en alerta. Ella,
siempre tan ptrea, tan comedida,
acababa de demostrarme que
tambin era dbil, que tambin
fallaba y que, aunque me cueste
reconocerlo, nos tena miedo, o por
lo menos a lo que pudiramos
decir. Si mi madre necesitaba
ensayar sus palabras, acaso era
porque no fuese tan segura como
aparentaba. Por segunda vez en una
misma noche, haba fallado. Y si la
primera vez, cuando intentara
consolar a Juan, haba sido algo
imprevisible y por tanto
perdonable, la segunda vez nos
haba demostrado algo mucho ms
doloroso: las madres tambin se
equivocan, las madres tambin son
inseguras y, por tanto, las madres
tambin mienten. Y en cunto ms,
me pregunt, nos habra mentido.
Poda intuir en la semipenumbra
las caricias de mi madre, cmo mi
hermano haba agachado la cabeza
para buscar el hueco entre su brazo
y su hombro y cmo ella haba
comenzado a subir y bajar su brazo,
con su parsimonia habitual,
limpiando unas lgrimas que
tambin poda imaginar. Slo vea,
sin embargo, la espalda de ella,
ligeramente inclinada, las manos de
l, que en esa oscuridad eran ms
claras que el resto y que rodeaban
las espaldas de mi madre y un
brazo, el de ella, que sube y baja y
vuelve a subir y vuelve a bajar. Una
mezcla de extremidades y de telas y
de murmullos.
Yo, recuerdo, haba cogido mis
enaguas entre los dedos y las haca
girar como en una espiral cada vez
ms pequea, hasta sentirlas cada
vez ms prietas ellas y ms
apresados ellos. El contacto de la
tela me otorgaba una sensacin de
realidad que no hubiera podido
experimentar de otro modo. Me
senta como si estuviera en la
frontera de dos mundos. Y aunque
no crea que existan acontecimientos
que marcan un antes y un despus en
la vida de uno, sino que los
cambios estn latiendo dentro de
nosotros y al final si salen es
porque as tena que ser; siempre, al
recordar que es lo que hago
ahora, son los hechos puntuales
los que nos remiten a esos
momentos en los que existen
pequeas inflexiones, pequeas
desviaciones que plantean las
famosas preguntas del quiz habra
cambiado algo si, y que no por ser
absurdas, porque ya estn fuera de
lugar, podemos evitar dejar de
hacernos. Por ejemplo esa noche:
quiz si me hubiera dado media
vuelta y hubiera vuelto a mi cama,
habra sido todo distinto? Y si
hubiera llegado antes que mi madre
para consolar a Juan, habra
cambiado en algo el futuro? Y quiz
si me hubiera acercado a ellos
desde el principio, habra mi
madre preferido callarse aquello
que tena que decirnos? Y la
respuesta es siempre no. El futuro
era as, estaba decidido. Y mi
madre iba a terminar
demostrndonos su flaqueza (y
tambin su humanidad) antes o
despus por ms que intentramos
eludir su visin. S, es cierto que
esa noche podra haber sido
diferente. Pero el cambio ya estaba
en ella. Y tambin en m.
De pronto, sin mediar nada, me
di cuenta de que mi presencia se
haba convertido en algo hostil. Mi
madre ya haba cumplido con lo que
se haba propuesto y la funcin se
haba terminado.
No s cundo mi madre detect
que estaba all, o si lo supo desde
el principio. La percepcin fue algo
tan inexplicable como real. Yo
saba que mi hermano ya no lloraba,
pero que ella haba comenzado a
hacerlo. Igual que ella saba que yo
estaba en la puerta mirndolo todo,
sin atreverme a entrar o salir
porque no haba sido invitada ni
lo iba a ser. Y, sin embargo, mi
presencia era requerida. Igual que
saba que lo haba visto todo pero
que mi actitud hacia ella no iba a
cambiar. Simplemente, no le daba
importancia cmo habra de
drsela, si en el fondo slo haba
cumplido su propsito, si ella era
mi madre y me conoca mejor de lo
que me cuesta reconocer!. Como
demuestra el hecho de que jams se
volviera a hablar de esa noche, ni
de su actitud ni de sus palabras,
pertenecan a la serie de hechos que
era mejor callar. Al fin y al cabo,
podan perturbar la estabilidad, el
nido endeble en el que vivamos y
que tanto esfuerzo le haba costado
construir. Y yo, a pesar de mi edad,
ya era consciente.
No pens en ningn momento
que me estaba equivocando, que el
juicio que estaba emitiendo poda
variar un poco de la realidad. A
pesar de que hubiera actitudes en
mi madre que no entendiera y otras
que incluso se me escaparan, haba
algunas certezas que me parecan, y
an hoy me lo parecen,
incuestionables.
Y si lo hice, no fue porque ella
buscara engaarme (lo prueba el
que no negara ni ocultara las cosas,
slo viva aparte), sino porque yo
no quera ver.
Ya lo haba dicho: S, me ir.
Y Juan lo saba y yo no quera ni
intuirlo. No me atreva, supongo.
Permanec en el resquicio de la
puerta. La noche y el fro y las
enaguas enroscndose en torno a
mis dedos. Juan dorma y mi madre
lo miraba y yo, a su vez, a ella. Y
me parece extrao porque por un
momento me pareci la ms frgil
de los tres. Segua manteniendo el
aplomo y la elegancia que sus
admiradores ensalzaban y aquellos
que buscaban su consuelo
necesitaban. La ficcin en la que
vivamos, entretejida con silencios
y verdades que slo se intuyen, era
el ncleo de su fortaleza, aunque no
fuera, como me di cuenta mucho
despus, ms que los estertores de
un espejismo en el que haba vivido
desde que conoci a mi padre. El
muro que levantara y que con el
tiempo fue haciendo ms y ms
grande y por tanto ms endeble
no s si para protegernos a mis
hermanos y a m o a ella,
simplemente (aunque sospecho que
es ms bien esto ltimo).
No obstante, esa sensacin de
fragilidad, ese levantamiento del
cortinaje dur apenas unos
momentos. Se puso de pie, despus
de apartar la cabeza de Juan de su
regazo, y se dirigi hacia la puerta
donde me encontraba yo. Su paso
era tan firme y seguro como
siempre. Se dirigi hacia m
consciente de que estaba all. Nada
la traicionaba. Nada haba que
consiguiera hacerla sentir incmoda
o descolocada: en realidad, pareca
que continuara en su papel.
Esperaba que me dijera: Vas a
coger fro, es muy tarde o
cualquiera de esas frases rutinarias
con las que poda refugiarse y
volver a su rol de madre perfecta y
sin otros sentimientos ms all de
los que le inspirbamos. No dejaba,
me deca, de haber tenido un
momento de flaqueza. Esperaba, no
s, que me mirara o que rehuyera
mis ojos. Que hiciera cualquier tipo
de gesto que delatara su
nerviosismo. Pero me equivoqu.
Sus gestos eran los mismos de
siempre. Nada haba en ella que
denotara una actitud extraa. En
qu mentira haba estado viviendo?
Siempre haba sido as?, me
preguntara despus. Pero en ese
momento slo la miraba mientras
buscaba una seal que no era capaz
de definir.
Pas su dedo ndice por mi
mejilla y continu su camino, hacia
su cuarto, como si ya no estuviera
all (incluso como si nunca lo
hubiera estado) y mi presencia se
hubiera transformado en algo tan
circunstancial y ajeno como que
fuera llova una vez ms y que las
campanas del convento haban
comenzado a doblar.
Y si se me olvid lo que haba
escuchado, creo ahora, fue porque
le di mucha ms importancia a ese
gesto posterior. Por qu tendra
que preocuparme deb de pensar
, si mi madre falta algn da, si
ahora ya no estoy segura de nada
que provenga de ella?. Mi madre
se haba transformado en un
personaje de ficcin. Me pregunt:
Es su cario una impostura?
Cul es mi madre de verdad: la
que me persigue durante el da para
que diga mis oraciones o la que
durante la noche me deja descalza
en mitad del pasillo y que dice que
se va a ir, como un hecho
consumado?.
Vendran otras seales ms
adelante, de eso estoy segura. Mi
madre quera transmitirnos que
algn da no estara para que, en el
momento en el que eso sucediera,
estuviramos preparados. Pero me
resulta imposible discernir si se
equivoc en el mtodo, si nosotros
nos negamos a verlo o lo aplazamos
inconscientemente o si en realidad
todo sucedi demasiado pronto,
cogindonos a todos de improviso.
El da de su muerte slo ella estaba
preparada.
Su cabeza vol.
Y yo, irracionalmente, ech las
culpas a mi padre Y lo hice sin
motivos aunque s que los
hubiera. Y lo odi, sin motivos
tambin aunque ms adelante
tuviera tambin motivos de sobra
para hacerlo.
8
(DEL HIJO).
No s si la muerta (como he
comenzado a llamarla en mi mente
cuando me refiero a ella, mi pobre
aya!) tena razn, si me estaban
envenenando o no; pero desde que
le lleg su hora, parece que yo he
comenzado a recuperar las fuerzas.
Por lo menos me he dicho, he
de averiguar qu sucedi con ella.
Lo que ms me sorprendi fue
verla desnuda. A pesar de todos los
aos en los que conviviramos, que
ella no pasaba un da sin que me
viera de este modo, camisa ms,
camisa menos. Yo jams pude intuir
que, por debajo de esos ropajes
oscuros, poda tener un cuerpo que
era tan viejo como ella misma. De
tan previsible poda dar esta pena.
Daban ganas de abrazarlo y eso
hice, cuando nadie me vea, cuando
en la intimidad del cuarto donde la
baaba, poda incluso permitirme
llorar.
Yo me hago cargo de todo.
Yo preparar su funeral.
Mi marido frunce el entrecejo
(todo lo que puede porque ya de
por s sus cejas estaban bastante
unidas). Quiere protestar, decirme:
volved a la cama. Pero estamos
rodeados de gente y no es cuestin
de montar una escenita conyugal.
Me salgo con la ma.
La bao despacio. Le quito la
sangre reseca que sali de su pecho
y gote hasta sus tobillos. La
cicatriz aparece entonces perfecta
entre sus bordes blanquecinos. Es
como una cortina, descubro, por la
que se puede mirar el interior de la
muerta. Y toda ella recuerda a un
rbol que se agost, desde dentro
hacia afuera. Sus brazos nudosos,
su piel, que es spera y como en
capas, incluso su sangre de pronto
me parece resina. Y miro su interior
esperando descubrir el mismo
vaco que tienen siempre los
rboles viejos. Por ese agujero
pienso se le ha escapado la vida.
Demasiado pequeo me digo
para acabar con ella as, tan
sbitamente. Los rboles mueren,
pienso. Aunque sigan en su sitio
durante aos, ya no corre vida por
sus ramas. Y su interior, o lo que yo
puedo ver a travs de esa pequea
ventana que tiene la forma del arma
que la mat, me parece de una
perfeccin abrumadora. Esta
mujer me digo estaba llena de
perfeccin.
Llaman a la puerta.
S?
La cabeza de mi marido se
asoma. Me abalanzo sobre el
cuerpo desnudo de mi aya. La cubro
con mis brazos.
Qu haces aqu? le
increpo.
Cmo se atreve. El cuerpo de la
muerta, tan fro contra el mo. Ya
casi rgido del todo. Con dificultad
la han metido en el barreo. No s
cmo la van a sacar.
He venido a ver si
necesitabas algo.
Pero este hombre, no se da
cuenta de las cosas?
Pues no, claro que no.
Y aado: Slo que te vayas,
que nos dejes tranquilas.
Y su cabeza enorme se retira y
vuelve a cerrar la puerta.
Y nos quedamos de nuevo las
dos solas. Es un cadver, me
digo. Slo eso. Y le mojo el pelo, a
ella, que tan pocas veces se ba en
vida. Le mojo el pelo y se lo froto,
con fuerza.
(DEL PADRE).
Cuando despert al da
siguiente, mi padre ya se haba
marchado. No se qued ni para el
funeral. Se haba llevado todas sus
cosas, todos sus animales. Cre que
escapaba de m, cuando su
propsito era muy diferente.
Tras el entierro, tras los
quejidos y el luto, comenz el
silencio. Pareciera que tuviramos
que evitar hacer cualquier ruido,
como si alguien durmiese y
temiramos despertarlo. Nadie nos
oblig a ello, nadie nos dijo nunca:
Nios, no hablis tan alto. Era
casi como un acuerdo tcito. Y la
nica manera que tenamos para
refugiarnos en nuestros
pensamientos. O mejor, para no
pensar. Por no tener que hablar,
llegu incluso a evitar encontrarme
con mi hermano. En el fondo
supongo que tema que empezara a
decir lo que yo no quera escuchar:
ese recuerdas cuando madre?
que, sin duda, hubiera jalonado
todas nuestras conversaciones, de
haberlas tenido. O peor, la echo
de menos. Que lo resuma todo y
lo expresaba tajante. Tema
enfrascarnos en una conversacin
que inevitablemente girara en torno
al pasado porque, a pesar de que
intentramos negrnoslo, todava
vivamos en l. Pero, sobre todo,
tema que mi hermano quisiera
hablar de aquello que habra
transformado a ese padre que aun
no hacindole caso, habindole
incluso abandonado, l continuaba
adorando: en el monstruo que en
realidad era. Preferible estar ciego.
Y su actitud, a pesar de ser
reprochable, era igual a la de todos
aquellos que nos rodeaban.
Yo no renegaba de lo que haba
sucedido aquella noche. A pesar de
ser incapaz de comprender todo lo
que abarcaba, los negros
mecanismos que haban saltado
tanto en mi padre como en m,
entenda con extraa lucidez el acto
que habamos consumado. De un
modo que no alcanzo a vislumbrar,
sobre todo si se tiene en cuenta la
edad que tena y el ambiente en el
que me haba criado: siempre
rodeada de monjas y de mujeres
sujetas a la vergenza, saba qu
era lo que mi padre haba hecho
conmigo. Y no hablo del aspecto
interno del acto, que todos mis
pensamientos vagaban en un mar de
dudas que no saba cmo
conexionar; no, me refiero al
aspecto ms fsico de la palabra: el
sexo. La palabra de la que nadie me
haba querido hablar menos quiz
las alusiones veladas de mi aya:
Es un hombre, ella, una mujer, ya
sabes lo que quieren los
hombres y que, sin embargo, yo
haba sabido entrever espiando a
travs de los ojos de las cerraduras
o apoyando la cabeza en la pared
que daba al cuarto de mis padres.
Resulta difcil para un adulto
darse cuenta de todo lo que los
nios son capaces de enterarse. Se
habla delante de ellos con la
impunidad que da el no entienden,
no saben qu sucede. Y s, es
posible que se les escape el sentido
de las conversaciones de los
mayores, que los temas de los que
traten les suenen extraos y ajenos.
No obstante, como seres que buscan
espejos en los que reflejarse, saben
intuir actitudes, conocen cundo los
mayores guardan secretos, cundo
hay algo de lo que no quieren que
se enteren, cundo bajan el tono,
cundo actan con falsa
naturalidad. Los nios son los
grandes detectores de mentiras.
Sobre todo cuando stas vienen de
parte de sus padres.
Tras la muerte de mi madre, a
pesar de mantener una vida de la
que el ojo ajeno hubiera incluso
podido decir que era igual a la de
antao, haba pequeos detalles que
confirmaban que nada era cierto,
que nos mantenamos en una
realidad impostada en la que los
nervios estaban a flor de piel y que,
si actubamos como lo hacamos,
no era slo porque era el papel que
mejor nos supiramos, sino porque
era el ms cmodo.
De pronto hasta mi aya rehua
esos temas que tantas chanzas y
tanto jolgorio le haban provocado
en el pasado. Y no era porque
respetara esa ley del silencio que
todos parecamos cumplir el
respeto a la muerte de mi madre,
sino por algo que intua en m.
Cuando estaba delante, callaba de
pronto como si hubiera sido pillada
en falta y se limitaba a mirarme con
ojos estrbicos, a pasar su mano
por mi pelo y a decir: Pobria,
pobria, tan joven y ya sin
madre.
Juan dej de llorar por las
noches cuando comprob lo intil
de aquel acto: nadie acudira para
espantarle sus monstruos. La noche
era mi aliado y tendra que ser el
suyo. As me dije con rencor
tendr que aprender a convivir con
sus miedos. No me pesaba la
conciencia. Lo haba puesto en mi
mismo plano: jugaramos en
igualdad de condiciones. Y ni l
pens en apoyarse en m, ni yo en
protegerlo. Nunca me reclam nada,
como tampoco intent inspirarme
pena o conmiseracin. Cada uno
continu con una rutina, a la que nos
aferrbamos porque era la nica
capaz de otorgarnos identidad, la
nica en la que nos sentamos
reconocidos: l sigui tejiendo y yo
cazando con unas armas que cada
da resultaban menos pesadas.
Nadie se preocup por
corregirnos. Aunque pienso
ahora hubiera sido lo ms
normal. Saltaba a la vista que
nuestro comportamiento era
desviado y sin embargo a nadie le
extraaba, y ya no s si por el
respeto que les mereca la memoria
de mi madre y su modo de
educarnos o por la fuerza de la
costumbre, la inercia que nos
impulsaba a seguir viviendo tal y
como habamos hecho: modo
absurdo quiz de evitar que todo
se derrumbara.
Reconstruimos nuestra rutina
como si nada hubiera cambiado.
Juan y yo comamos y cenbamos
solos, pero en la mesa siempre
haba dos platos ms: uno por la
madre que tendra que haber estado
y otro por el padre que poda llegar
en cualquier momento. La cuna de
Dions segua donde la dejara su
ama el da que se lo llevaron. Y no
para recordarnos su existencia
que en realidad no nos importaba
demasiado, sino porque a nadie
se le ocurri cambiarla de lugar.
Incluso por las noches, antes de
acostarme, rezaba tal y como lo
hiciera con mi madre: guardando
silencio en los momentos en los que
era ella la que tendra que haber
hablado. Santa Mara, madre de
Dios, ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amn. Y vuelta a
empezar: Santa Mara, madre de
Dios.
As vivimos durante ao y
medio. Aguardbamos la vuelta del
padre porque as habamos sido
educados. No es que, y a pesar de
que diramos esa impresin, le
echramos de menos ninguno de los
dos o por lo menos yo, que
cmo pretendo adentrarme en los
pensamientos de mi hermano si ni
siquiera me atreva a acercarme a
l fsicamente?. Su ausencia
siempre fue cotidiana y su regreso,
algo que tarde o temprano
terminara por producirse.
Pero volvi y lo hizo, como no
poda ser de otro modo, como lo
haba hecho siempre. Y otra vez las
escenas se solapan y ya no estoy
segura de lo que viv antes o
despus.
Recuerdo, como un momento
recurrente, que siempre que llegaba
era al atardecer. El sol caa en
lontananza cuando emerga l
rodeado de sus perros y sus
seguidores (siempre tan exagerado,
padre, tan poco sorprendente).
Entonces su cara se baaba de
tonalidades naranjas que le
conferan, por ms que me lo
prohibiera y que me obligara a
desenmascararlo, cierta sensacin
de irrealidad que consegua
hacerme olvidar al ser vil que era
para volver a adoptar el papel de
hroe que tuvo antes de que mi
madre muriese.
Desmontaba sin apenas
agarrarse a las riendas. Su pierna
pasaba por encima de la quijada
con la seguridad del que lo hace
cientos de veces al da. Lo primero,
el brazo, perfectamente cincelado
mediante golpes atizados a Dios
sabe quin. Y la mano grande, los
dedos tambin (como cadenas). No
apoyaba los pies en los estribos.
Saltaba desde la silla y caa al
suelo y sus espuelas se clavaban en
el barro y salpicaba. Las gotas
oscuras llegaban hasta nosotros
como moscas oscuras que
manchaban los trajes que mi madre
nos mandara poner muy de maana
cuando viva, y despus de que
el mensajero que siempre lo
preceda nos anunciara su visita. El
resto de la jornada esperbamos
que llegara la tarde y la
alargbamos con frases que apenas
transmitan nerviosismo y s mucha
contencin. Y ansiedad.
Y luego, cuando mi madre ya
estaba muerta, seguamos vistiendo
con las ropas que ella nos hiciera
ex profeso y que se nos haban
quedado pequeas. Juan, por propia
iniciativa, haba tenido que
aadirles un palmo entero de una
tela que le dieran las monjas. No
recuerdo los zapatos que llevaba
porque seguramente ni me los
cambi. Deban de ser los que
utilizaba para ir a cazar al monte o
ir a coger bayas. Sin embargo,
puedo reproducir con exactitud la
claustrofobia que me produca ese
traje, que era en realidad como las
tripas que envuelven los chorizos.
A pesar de que mi hermano tena
una habilidad extraordinaria con la
aguja, las costuras me apretaban y
las notaba como clavos contra mi
piel. No poda subir ni bajar los
brazos e incluso tena dificultades
para andar, dando zancadas
grandes. Me resulta difcil pensar
en el color del traje. Quiz porque,
de tan desvado, era imposible
saberlo. O quiz porque en realidad
tampoco me import demasiado.
Recuerdo a la perfeccin, sin
embargo, cul era el color de la
cinta que me haba cruzado en el
pecho: marrn oscuro, del color de
las bridas, porque precisamente eso
era: un trozo de cuero que haba
cortado con el cuchillo que ahora
penda de ella.
Todo el mundo lo vio, pero
aquellos que convivan conmigo ya
se haban acostumbrado a verme
ataviada as y mi padre tampoco
hizo ningn ademn de sorpresa.
Hola, Beatriz dijo, como
quien saluda a un amigo al que
acaba de ver hace un rato. Y en
efecto, me pareca que ese ao y
medio no haba tenido lugar en
realidad y que esa tarde (que ya era
casi la noche) comenzaba
exactamente en el momento de mi
bao en el ro.
Se agach y pas la mano, con
un gesto en el que cre entrever la
crispacin, sobre mi cabeza. Yo
hube de contener las ganas de
echarme para atrs. Me pareca que
detrs de la aparente cordialidad
que reinaba en tan esperado
reencuentro, todos aquellos que nos
rodeaban esperaban un gesto que
les confirmara lo que acaso no
saban y slo podan intuir.
No obstante, por ms que me lo
propusiera, fui incapaz de sonrer.
Aquel gesto debi de ser, en
cambio, un rictus extrao porque
Juan se me qued mirando con la
incomodidad del amigo que procura
no fijar su atencin en el grano de
su interlocutor.
Hola, hijo dijo finalmente
volvindose hacia l.
Echando la vista hacia atrs y
comprobando lo bien que
represent toda la escena, no pude
evitar pensar que lo llevaba todo
ensayado. Como mi madre. Nos
haba dicho exactamente lo que
necesitbamos or. Beatriz, me
haba llamado (para diferenciarme
de este otro Ins que dijera antes de
partir: el nombre con el que me
haba bautizado cuando se
encontraba protegido por la
intimidad de mi alcoba y el silencio
de la noche de luto).
Y luego a mi hermano: hijo,
pronunciando bien todas y cada una
de sus letras cuando tan
necesitado estaba de padre y de
madre, cuando incluso haba
perdido a su hermana. Esto me
hizo pensar que en realidad l tena
ms miedo que nosotros al
reencuentro y que incluso durante
ese ao y pico que tard en volver
llegara a sentir cierta culpabilidad.
No eran imaginaciones mas.
No slo los padres no son
infalibles, sino que pueden llegar a
reconocer sus errores, aunque lo
hagan disimuladamente, como era el
caso. Y si se siente culpable,
nunca ms me dije, nunca
volver a visitarme por la noche,
nunca ms ese dolor. Podremos
enterrar a Ins y descansar todos,
sin monstruos que nos levanten de
la cama y nos impulsen a buscar
proteccin en brazos ajenos.
Pero luego me di cuenta. No es
que llevara preparado ese
reencuentro porque algo le
oscureciera el nimo, le remordiera
en la conciencia; sino que todo
responda a un plan perfectamente
trazado. Mi padre iba a ser rey y
cualquier error en su conducta
aunque fuera delante de sus hijos
bastardos o de sus criados-poda
llegar a ser fatal. De hecho, tras ese
ao y medio, sus gestos resultaban
incluso ms calculados; su pose,
aristocrtica, como si se prepara
para el gran momento. Comprob
con horror, tras mirarle apenas unos
instantes, que no se senta
esencialmente culpable por lo que
me hiciera, sino que haba hecho de
la actuacin un medio de conducta,
que era su nueva manera de ser,
pero que debajo de tanta educacin
y tanta sonrisa y tanta mano
convenientemente colocada en mi
pelo, mi padre segua siendo el
mismo hombre. Ese Beatriz y ese
hijo eran pura poltica: la manera
ms cordial de captarnos para su
bando. Sois mis hijos pareca
decir entre esa actitud melosa,
tenis que estar a mi lado para todo
lo que os requiera. Lo que sea.
Pas varios das con nosotros.
Sus gestos eran corteses y distantes;
sus palabras, comedidas. Todo en
l era una pose. Si alguien hubiera
dicho: Preparados, listos, ya, l
no podra haber estado ms
preparado. No cometa deslices. A
pesar del gasto de energas que
tena que suponerle, no menguaba
su actitud, que de tan corts llegaba
incluso a resultar empalagosa.
Como en los viejos tiempos, ni
l se meta en nuestras tareas ni
nosotros en las suyas. No buscaba
su presencia y mucho menos la
rehua. Si en un primer momento me
choc su nueva actitud, pronto
prefer ignorarla aunque lo
normal hubiera sido espiarlo hasta
cogerlo en una renuncia. Pero,
simplemente, no me importaba. Mi
padre era algo del pasado. Haba
tenido o al menos as lo pensaba
tiempo suficiente para
sobreponerme a esa noche. Cre que
ya lo haba asimilado todo y con
tanto xito como para llegar a
perdonarle. Esto me haca sentir
orgullosa de m misma: habamos
echado un pulso y yo lo haba
vencido.
Mientras su cordialidad era una
impostura, un reto para su fuerza de
voluntad, lo mo se poda definir
como simple indiferencia.
Me equivocaba.
No pasara mucho tiempo o
quiz s, pero se hizo tan corto que
ahora los recuerdo muy cercanos el
uno del otro antes de darme
cuenta de mi error. Nada estaba
olvidado, nada superado; lo que
cre que haba expulsado de m
simplemente haba quedado
almacenado en el desvn de la
memoria cubierto con una sbana
tan ligera que l slo tuvo que tirar
levemente y toda la angustia, todo
el miedo y toda la vergenza
volvieron a reflotar.
Al repetir lo que yo cre que
slo poda hacerse una vez, el
castillo que yo pens de piedra
result ser de adobe. Se derrumb
por completo. Mi padre haba
vuelto. E Ins con l.
Su verdadero ser estaba latente
debajo, esperando resurgir. No s
los motivos por los que no me toc
ms que lo necesario durante los
das que convivi con nosotros.
Quiero pensar que me vio muy nia
y prefiri seguir esperando a que
llegara un momento en el que lo que
hiciera conmigo no estuviera tan
mal visto por todos aquellos que lo
rodeaban. Estaba en plena
campaa. Su misin en esos das
consista en reclutar aliados y tena
que medir muy bien todos los actos
para calibrar sus consecuencias.
Cualquier desliz poda resultar
imperdonable. As que venci su
inteligencia y su amor por la tctica
y la manipulacin y consigui
sobreponerse a sus instintos. Por lo
menos ante los ojos de los que lo
rodeaban.
Su presencia, como ya he dicho,
sin ser incmoda, me descolocaba.
Qu estaba haciendo en esa casa?
Qu era lo que en realidad le haba
impulsado a ir a la Quinta del
Pombal? No cre que hubiera sido
por nosotros. Y tengo que
reconocer que esta vez me
equivocaba.
No s por qu tard tanto. Quiz
no estaba decidido del todo a
hacerlo. Era, supongo, un paso
importante para l: agachar la
cabeza ante su padre.
Pero al quinto da de su estancia
en la que no haba dado ms
muestras de su presencia que la voz
imperante pero corts con la que
reclamaba que le llevaran la
comida a sus habitaciones, se
acerc a nosotros y nos dijo:
Empaquetad vuestras cosas. No
nos planteamos para qu, por qu.
Obedecimos con tal de no tener que
entablar una conversacin en la
que, tras responder nuestras
primeras preguntas, hubieran
seguido otras de las que en realidad
no queramos saber su respuesta
(jalonadas con un reproche corts,
con un tono hiriente, con la irona
que todo buen rey tiene que
aprender a utilizar: porque la irona
es signo de inteligencia y aunque no
lo seis, se os exige que por lo
menos lo aparentis).
Apenas haba amanecido
cuando nos pusimos en marcha.
Slo las ayas venan con nosotros.
El resto del servicio se qued al
cuidado de la casa: por si algn da
se produca un regreso que nunca
tuvo lugar.
No nos despedimos de nadie.
Las monjas que tan bien nos haban
cuidado en realidad no dejaban de
ser, ante nuestros ojos, un conjunto.
Al principio, cuando entraba una
novicia en el convento, todava
podamos apreciar rasgos
distintivos en su cara, en sus
expresiones, en su manera de andar.
Pero con el tiempo todas
terminaban por transformarse en
parte del todo, con simtricos
gestos de contencin y rasgos de
amargura y, no obstante,
dichosas ellas, que (si lo queran,
claro) podan mantenerse alejadas
de los varones sin que nadie les
cuestionara su decisin!. Y luego
el resto del servicio, con el que
apenas habamos tenido contacto.
Ni otro amigo (ni siquiera Dions,
que continuaba creciendo tan
paralelamente a nosotros como
ajeno). No nos dio pena dejar atrs
la casa en la que nos habamos
criado, en la que haban llegado a
asesinar a nuestra madre. El
equipaje era ms bien escaso y si
en realidad lo llevaba, no era
porque precisara nada de l, sino
para que mi padre no pudiera
pensar que cuestionaba sus rdenes.
A pesar de tanta cordialidad y tanta
reverencia aqu, reverencia all, si
en algo estaba segura de que no
haba cambiado era en su mal
carcter, su pronto cuando algo no
sala como haba dispuesto, su
intransigencia. Lo saba muy bien.
Por ms que me pesara, yo era
igual.
Montaba a horcajadas, como los
hombres. Me negu a viajar en el
carro junto a las ayas. Al fin y al
cabo, galopaba mucho mejor que mi
hermano y a l nadie se le ocurri
decirle que se fuera con las mujeres
(aunque l estuvo a punto de
hacerlo tras caerse dos veces
seguidas y que el caballo, al que
llam bestia del infierno, se
echara a galope tendido y casi lo
estampara contra un rbol).
No recuerdo la impresin que
me produjo el castillo del abuelo;
no guardo memoria de esos
primeros instantes. A pesar de que
fuera consciente de que slo con
ese pequeo desplazamiento fsico
se estaba produciendo un cambio
importante en mi vida, su imagen
primera est velada en mi memoria,
oculta quiz en el nerviosismo que,
sin duda, deba de sentir. Llena
estoy, sin embargo, de esa imagen
posterior que creci tanto como un
rbol y que recrea los primeros
momentos que pas all (y que me
asaltan por ms que intent
esconderlos entre sus races).
10
(DEL HIJO).
De mi marido no quise
investigar demasiado. Cuanto
menos supiera de l, mejor. Si nos
encontrbamos en alguna alcoba,
media vuelta, cabeza en alto y
deshacer el camino, con dignidad,
que una no deja de ser hija de
reyes. Todo lo dems: su vida, sus
quehaceres, sus anhelos me
importaban una higa.
Y luego, don Rodrigo, qu decir
de l. Sin saberlo, por ms que me
empeara en espiarlo, jams podra
verlo como lo haca con los dems:
sin distorsin, lmpidamente. Ya
poda ser el peor monstruo de la faz
de la tierra, que hubiera continuado
creyendo que era un ngel.
El amor, qu cosa ms tonta.
Tena veintisis aos, haca tiempo
que esa palabra se haba reducido
en la prctica a un cortejo muy bien
planeado con el fin de llevarse al
uno o a la otra al lecho de la
manera ms legtima, pasando o no
por la vicara. Eso en el plano til.
En su concepcin ms inservible, la
belleza por la belleza: los poemas,
las canciones, las cintas de colores,
los pauelos dejados caer con
disimulo, los perfumes, los conejos
dentro de una cesta de mimbre, los
suspiros, las margaritas deshojadas,
los filtros amorosos, las serenatas:
la mejor manera de llenar el tiempo
con una ocupacin fcil, agradable
y que puede que incluso llegue a
dar un resultado satisfactorio para
ambas partes cuando por fin se
encuentren en un lugar ms privado
sin necesidad de tanta zarandaja.
Yo poda decir: No me he
enamorado nunca. Y creerlo de
verdad.
Y sin embargo pensaba que
Rodrigo era perfecto, que todo lo
que haca no poda estar mal. Daba
lo mismo que me hablara de las
nubes o del color del pulgn del
espino: escuchaba con
arrobamiento sus palabras. Estaba
enferma de tontera: coma mucho y
de pronto dejaba de hacerlo.
Lloraba por las noches abrazada a
la almohada. Me quedaba durante
horas mirando las velas, las
estrellas, los ojos de los gatos o
cualquier cosa que brillara
mnimamente. Da que no lo vea,
da que estaba de mal humor. Me
pellizcaba las mejillas cuando
poda encontrrmelo por los
pasillos. Dejaba caer pauelos
perfumados a su lado que
normalmente eran atrapados por un
perro antes de que l pudiera hacer
ademn de agacharse. Meta tripa,
como si as pudiera disimular mi
embarazo. Trenzaba mis cuatro
pelos o los cardaba para que
pareciera una melena de verdad, de
princesa de cuento y no de bruja
mala.
Y todo era perfecto: su manera
de desmontar el caballo, su manera
de llevar los animales que mataba
colgados del cinto, su risa abriendo
tanto la boca, su olor incluso.
Analizaba cada una de sus frases:
ha dicho que le dolan los pies,
pero en realidad ha querido decir
que no estaba cmodo, que prefera
retirarse. Eso significa que est
incmodo conmigo. Y las lgrimas,
tan amargas, sin saber por qu, sin
entender de pronto qu significa esa
soledad que me oprime el pecho.
Era consciente de mi propia
dependencia, lo que consegua
desesperarme. Yo soy pensaba
la que poda prescindir de todos,
y ahora mrate. No me dola que
l me ignorara, que hiciera
promesas que luego no cumpla
(esta tarde ir a visitaros, qu
os parecera salir maana a
montar?), sino que consiguiera l,
hombre y por lo tanto ser inferior,
despertar en m esa ansiedad capaz
de tenerme todo el da esperndolo
con una sonrisa de espantapjaros.
Pero era inevitable: cada da que
me propona algo, yo, cual mema
profunda, me alborozaba hasta el
delirio. Y, mientras pasaban las
horas y l no vena, senta cmo me
hunda en una tristeza cargada de
suspiros y de ms abrazos a la
almohada. Le echaba la culpa, le
reprochaba mentalmente: Podra
haber sido un da tan perfecto!, pero
lo pas esperndote. Y luego me
recriminaba a m misma: Beatriz,
haz algo, no dejes que te hunda de
este modo. Ordenaba y limpiaba
entonces la habitacin, cambiaba
sbanas, quitaba la ceniza, encenda
velas. Peda que me trajeran bollos
y me empachaba. Estar gorda,
pensaba, pero no por un embarazo
sino porque yo quiero. Y me
prometa no pensar ms en l. All
l me deca, t vales mucho
ms. Ya se dar cuenta.
Rodrigo era interesante y
consegua hacerte rer con slo una
mueca. Tanta virtud tena su
contraprestacin en no menos
defectos todos perdonables para
m: Como a todos los hombres, le
gustaba beber, arrimarse a las
mujeres, menta, engaaba y
siempre terminaba salindose con
la suya. Era adems un orador
consumado y aunque estuviera
defendiendo una tesis que no
apoyaba en absoluto, con tal de
discutir y que acabaras dndole la
razn, era capaz hasta de renegar de
su religin. Esa mezcla de
inteligencia y de seguridad haca de
l un ser entre irresistible y un hijo
de su madre. Hasta se llevaba bien
con los hombres.
Supongo que nos trataba a todas
del mismo modo. Pero yo cre ver
en su actitud una deferencia
especial hacia mi persona, ms all
de mi situacin de mujer de la casa.
Es cierto que era galante con
cualquier fmina que se cruzara en
su camino y no tendra que haber
interpretado sus comentarios o sus
invitaciones como un trato de favor
(sobre todo a tenor de lo que
llegara a descubrir de l), pero yo
estaba ciega por completo y crea
que, en su vida, slo estaba yo. Y si
por ejemplo no llegaba a su cita o
sus conversaciones eran tan cortas,
no era por m, sino por nuestra
respectiva posicin: yo de preada,
l de amigo de mi marido y de su
hermano, de invitado en una casa
que no le pertenece.
Por su alcoba, me haban dicho,
haba pasado la mitad de mi corte y
la otra parte no tardara en hacerlo.
Tiempo despus, cuando pude
reprochrselo, me dira:
Celosa?, y le respondera: Qu
va, ya lo sabis, podis acostaros
con quien queris (mientras aada
para mis adentros: Siempre y
cuando lo hagis pensando slo en
m). Ay, qu tontina. Y yo,
como verdadera tontina, callada
cual muerta porque una vez ms: los
problemas hay que barrerlos hacia
dentro y lo que te falta es encima
espantarlo con tu mal humor, tus
envidias y tus miedos.
Si intento visualizarlo, lo veo
cruzado en jarras, con el mentn
levantado y rindose. Siempre
rindose. Para l todo tena gracia,
incluso el acabar como acab.
Y s, hubo ocasiones en las que
me dije: A ti lo que te pasa es que
ests enamorndote. Pero el amor
me replicaba es un asco, una
peste: no sirve para nada, sino para
provocar infidelidades y lloros.
Me lo imaginaba entonces como una
fiebre que te supuraba en costras
verdes y en mocos, verdes tambin.
Y yo llegu a ser una autntica
infectada.
(DEL PADRE).
(DEL HIJO).
(DEL PADRE).
(DEL HIJO).
La tortura es necesaria, me
haba dicho alguien, creo que un
sacerdote. S, fue durante mi
infancia, cuando viva en el castillo
de mi abuelo.
Resulta fcil aceptar que tu
familia asesina con total impunidad
a quien le d le gana, estn en su
derecho. Lo tena aceptado, as
deba ser: los reyes matan, los
campesinos mueren, es ley de vida.
Pero lo que me produjo mayor
impresin fue conocer los medios
con los que lo hacan. La muerte
dej de ser una idea abstracta y se
concret en esas argollas, en esos
collares de metal, en esas poleas,
en esas tinajas, en esas sillas con
clavos qu decir: mi abuelo tena
un muestrario que ya quisiera para
s el mismo Herodes.
Las salas de tortura siempre son
fras, inhspitas. Aunque estn en
una torre, rodeadas de madera. Y el
olor: apestan a dolor, a orines, a
pelo quemado, a carne puesta a
hervir. Se cubren las ventanas, se
tapan los respiraderos porque lo
que se hace en la oscuridad no se
ve (y acaso se puede olvidar).
Y ste?
Fernando me miraba como si
fuera tonta de remate.
se es un cepo, Beatriz. Lo
colocan en medio de la plaza. Es
para los ladrones. Nunca lo habis
visto?
Hermano le digo, nunca
he vivido en la ciudad.
Entonces venid, que os
muestro este de aqu.
No s me dije si quiero
verlo.
Lo llaman la tortura de la
rata.
Asent con la cabeza.
Veis la jaula que est
abierta por abajo? Bueno, pues la
colocan encima de la tripa del que
sea. Y meten una rata dentro.
Despus comienzan a atosigarla con
fuego y tal, que ya sabis lo que
odian las ratas el fuego, como los
escorpiones, ya os lo cont, no?
Vuelvo a asentir. La nuca se me
agarrota. Los dedos de las manos,
tan fros.
Y de pronto:
No, Fernando, no quiero
saberlo.
Me siento cansada. Vieja
tambin. Esto soy yo pienso,
y todos nosotros. Y este que me
habla as es mi hermano, que un da
ser rey. Y esto que tengo delante
es la tortura de la rata que no busca
en realidad la muerte, sino el
sufrimiento por s mismo.
su nica escapatoria es
escapar mordiendo la tripa del
hombre.
Empiezo a retroceder. Tengo la
tripa revuelta.
Creo que no me encuentro
bien digo.
Pero l no me escucha. Pasea
por la habitacin, tan liviano.
Desliza su palma sobre los objetos
que ya no son tales. Me recuerda a
un hada, de aqu para all, y su voz
cantarina.
Y ste es el potro, y ste es el
quebrantacrneos, y ste es el
pndulo.
El peso de mi cuerpo se
concentra en los tobillos. Tocar
cualquiera de estas cosas me
digo te mostrara lo que no
quieres ver.
Cuntas personas pienso
habrn pasado por aqu? (como si
por ser un nmero mayor o menor
mi asco pudiera ser equivalente).
No me encuentro bien.
Ya nos vamos, dejadme que
os explique ste.
No hay maldad en sus actos. Se
recrea, es cierto, en todo lo que le
rodea. Es un nio que estrena
mundo. La brutalidad del
descubrimiento no es tal en l, slo
le gua la curiosidad. Mira, me
dice.
No, no, Fernando.
Es el de la cabra. Consiste en
untar los pies del reo con sebo y
dejar que la cabra los chupe hasta
llegar al hueso.
Y la ira, de pronto. No est
bien me digo. Cllate. Y ya
no s si se lo digo a mi mente o a
mi hermano.
Salgamos.
La puerta, a nuestras espaldas.
Fernando me mira y no hay
expresin en su mirada. Siempre
fue un nio vaco. Y yo, supongo,
una hermana empeada en llenar lo
que no me corresponda.
Fernando le digo, tenis
que prometerme que nunca los
utilizaris.
Qu cosa?
Nada de lo que hoy me
habis mostrado.
Por qu? El abuelo los usa.
No dice me gustan, me
divierten. Las referencias, para l,
son externas. Ah pienso est
mi baza.
Y la abuela? La habis
visto alguna vez hacer algo
semejante?
Me mira fijamente.
Ella no es reina. Ni hombre.
No sabe lo que son las guerras.
Y ni t ni yo lo sabemos, no
hemos vivido ninguna desisto.
Decido atacar por otro flanco: por
el de su sentimentalidad hacia los
animales. Pero pensis que est
bien que torturen de semejante
modo a una pobre ratita? O que
obliguen a una cabra a comerse a un
hombre? Qu asco le digo,
pinsalo, carne de hombre, de los
pies!
No admite.
Entonces! remato. Y
siento que he vencido apelando a su
amor por las criaturas no
racionales.
(DEL PADRE).
(DEL HIJO).
(DEL PADRE).
L a muerte es sincera.
Ya mi padre ha muerto y
es como mi madre, su presencia no
corprea, el recuerdo que persiste,
intangible, s, pero que lo llena
todo. Tan ancho su espectro que a
veces ahoga.
Los ltimos das de mi padre
fueron tranquilos. Voy a morir,
dijo. Y poco tard en hacerlo. Se
terminaba, se consuma como una
fruta, desde dentro, en esa rutina
suya que ya no era ms que el
producto de la inactividad. En el
fondo mi padre fue siempre un
animal de tiro.
Cuando comenz a gobernar
buscaba el poder all donde fuera,
a cualquier precio. Poco bastaba.
Todo tena que ser suyo. Aunque en
realidad, se me ocurre ahora, mi
padre no ansiaba ms que los
obstculos en s mismos: era un
coleccionista de dificultades.
Cuanto ms obtusa se haca la
consecucin de sus propsitos, ms
empeo pona en ellos. Disfrutaba
del decurso, de las asperezas, que
limaba a golpe de mandoble la
mayora de las veces. Y luego,
cuando por fin obtena su ansiado
fin, casi poda decirse que se
olvidaba de l. Haba perdido todo
su inters. Amaba la lucha y odiaba
de igual modo la derrota que la
victoria. De ah quiz su fama de
fro, de calculador. Seor, hemos
perdido, podan decirle. Y l, sin
aspavientos, agita la mano. Bien,
dice. Y eso es todo. Cuando se
equivocaban. No era valiente, no
era fuerte, no era metdico. No se
recreaba en lo que obtena o perda.
Anhelaba el enfrentamiento
ferozmente, con desesperacin. Su
voluptuosidad en la venganza slo
responda al impulso de zanjar lo
que osaba oponrsele. Si le decan:
Seor, hemos perdido, l no
montaba en clera porque en
realidad disfrutaba de la derrota.
Un problema a su altura. Se
devanaba entonces el cerebro
durante das encerrado en s mismo
hasta dar con la solucin. Y cuando
por fin la llevaba a cabo y
triunfaba, entraba en un estado de
apata tal que ms pareciera
desencanto. El reto al final no haba
sido tan grande. Y l, decepcionado
con todo, sobre todo consigo mismo
por haber dado tanta importancia a
algo en el fondo tan nimio, se
sentaba en el trono y se limitaba a
comer, mecnicamente, lo que le
trajeran. Por las noches vena a mi
encuentro y se quedaba dormido
enseguida. Y as, hasta encontrar un
nuevo, llammosle, objeto de deseo
donde depositar su fiereza.
La venganza de mi madre
termin siendo para l un simple
acto de justicia. Una vez cumplida,
perdi todo inters. Y quiz fuera
mejor as: no hubiera podido
soportar escucharlo una y otra vez
como haca el abuelo,
narrando la batalla de cmo
muriera uno y el otro despus. No
hubiera podido aguantar, narrado de
sus labios, la distorsin de la
historia que yo misma haba
presenciado. Escucharlo as,
recrendose en un acto que todava
hoy me parece de brbaros, y no de
reyes.
Mi padre perdi incluso el
inters por reinar.
Con el tiempo, ese poder se
adue de l, hasta apropiarse de
su cuerpo entero y de su alma. El
lastre que se ciera a las espaldas
haba terminado por confundirse
con su propia piel. Soy seor y
rey, deca, y ms sonaba a
necesidad de convencerse que a
verdadero placer. En el camino se
haban quedado dos mujeres, un
padre y a saber cuntos hijos.
Todos precio de guerra, habra
dicho, de haberle preguntado.
Su vida como soberano, a pesar
de pequeos escollos, no le
produca mayores sobresaltos. Lo
que quera, por muy descabellado
que fuera, lo tena al alcance de la
mano. Mi padre se aburra. Invent
guerras que terminaron por cansarlo
de igual modo. La tctica, la
necesidad ofensiva o defensiva, la
bsqueda permanente de aliados o
caballeros fieles, de nuevos
ejrcitos, armas ms potentes;
dejaron de pronto de tener inters
para l.
Posiblemente hubiera
renunciado al trono, de haber
podido. Pero se deca: Si Dios
dispuso que fuera rey, quin soy yo
para negarme? No nac labriego, ni
sacerdote. Sino rey. Y he de ser el
mejor.
El planteamiento era
incuestionable. Cualquier telogo
se hubiera plegado ante l.
Cualquier buen cristiano, en
realidad. Menos mi padre. As se
justificaba, supongo. Porque a pesar
de que amase los retos por encima
de todas las cosas y de que su papel
como gobernante no le diera
mayores alegras, renunciar a l
hubiera sido un precio demasiado
alto, tanto que no lo poda asumir:
el malogramiento de toda su vida,
aquello por lo que siempre luch
contra su padre, cuando hizo falta.
Incluso, aadira, la fuente de la
que emanaba su necesidad perpetua
de superacin, de enfrentamiento.
El saberse por encima de todos los
dems le otorgaba la confianza
suficiente como para poder hacer
frente a cualquier dificultad. Se
amparaba en Dios porque le
resultaba fcil y conveniente, no
porque creyera en l.
(DEL HIJO).
Seor, ya lo tenemos. Lo
hemos atrapado saliendo de la
carbonera cuando intentaba buscar
asilo en la catedral.
Bien, traedlo aqu.
Miro a travs de la ventana. El
sol sigue sin aparecer, pero la nieve
proporciona mayor luminosidad.
El sol en el suelo me digo, el
sol que germina de nuevo, que
vuelve a nacer. Una lnea de luz se
dibuja en mis pies y los recorre,
gozosa.
Sancho, tengo que pediros
algo le digo.
Que os deje a solas con l?
No contesto, me da igual
que escuchis lo que tengo que
decirle sus ojos se llenan de
agradecimiento. Me coge la mano.
Reprimo un escalofro. Porque ya
va siendo hora de que os enteris
del tipo de hombres de los que se
rodea vuestro hermano. Aunque,
bueno, no se puede decir que tus
elecciones sean mejores pienso
en el Quiste, pero me callo, de
pronto, no es tiempo de reproches.
Hemos hecho borrn y cuenta
nueva. Un nuevo comienzo. Sigo
hablando:
Es sobre Blanca. Y su hijo.
Resopla. Yo contino.
Quiero criarlo yo. Con su
madre, por supuesto. Son hermanos
y tienen que estar juntos. T sabes
mejor que nadie lo que sucede
cuando se separa a los que tenan
que haber estado unidos. Piensa por
ejemplo en Pedro, en tu hermano,
que por estar lejos gener un odio
que acab matando a vuestra madre.
Ya, pero no veis que es una
asesina? Intent asesinaros! No
preferiras criarlos a los dos t
sola?
No, Sancho giro la cabeza
de un lado a otro, busco su otra
mano y las uno. Son speras pero
clidas, las llevo a la altura de mi
boca. A los hijos no hay que
separarlos de sus padres.
Y no tenis miedo de que
intente haceros dao de nuevo?
No contesto sonriendo.
No lo veis? Blanca ya no es
amante, es madre. Y ser buena
madre. Como es buena amiga.
Estis segura?
No me dio tiempo a responder,
ya traan a Rodrigo, encadenado,
ante nuestra presencia.
Pasad dijo mi marido con
un gesto amplio.
E l destello de claridad no me
lleg con la muerte, como
suele suceder. Tuve suerte,
supongo. Abrir los ojos a tiempo
me permiti vivir, por fin, como
siempre haba deseado.
Blanca a mi lado, hasta el
ltimo momento. E incluso ahora,
cuando ya mi cuerpo descansa bajo
la tierra, sigue viniendo a visitarme,
deja flores sobre mi tumba y reza
por mi alma. Pobre! Si supiera de
lo poco que me sirven sus gestos!
No soy desagradecida, no quiero
parecerlo: verla aparecer por el
atrio me re conforta, me recuerda
los aos pasados.
No me equivoqu con ella. Fue
buena madre. Y su hija Leonor,
buena hermana para mis hijos: mi
Fernando y mi Leonor, Leonor
segunda, la llamaramos. O Leonor
bis. Las dos hermanas de nombre
igual que se convirtieron casi en
gemelas.
Adems la mana esa del
veneno desapareci por completo
En su lugar se hizo una experta en la
manufactura de mermeladas y
compotas.
No se cas. Yo tampoco. Tras
la muerte de Sancho dos aos
despus de nuestro matrimonio y sin
ni siquiera haber visto nacer a la
ltima de sus vstagos, decid
permanecer sin un hombre a mi
lado. Por fin era yo la que tomaba
las riendas de mi vida. Su muerte,
todo hay que decirlo, fue, como
caba esperar, a manos de los
enviados del rey Enrique, su propio
hermano.
Nos dijeron que la causa fue su
actitud belicosa en las cortes que
nos llevaran a Segovia. No quise
averiguar ms. La poltica, al
menos en lo tocante a mi
matrimonio, slo me haba trado
tristezas, desencantos.
Tanto Blanca como yo nos
refugiamos en la crianza de
aquellos que nos recordaban a
quien habamos perdido.
Construimos en Ledesma una
fortaleza, un recinto para mujeres e
infantes (como si estuviramos en
tiempo de guerra). Y all decidimos
esperar a que sucediera lo que
haba de tener lugar.
Mor sin mayores pesares. Me
enterraron junto a mi marido, tal y
como hiciera mi padre con mi
madre, en la catedral de Burgos.
Y ahora, tras mi muerte, slo
conservo la curiosidad. Me
pregunto si, cuando decida
abandonar esta iglesia (o cuando lo
decida quien tiene que hacerlo), me
encontrar con todos aquellos que,
quisieran o no, marcaron mi vida.
Me pregunto si me encontrar
con mi abuelo. Y si seguir
odindolo de igual modo.
Me pregunto si me encontrar
con mi padre. Y si por fin podr
sentir piedad por l (que es lo que
se merece).
Me pregunto si me encontrar
con mi hermana Mara. Y con todos
mis otros hermanos: desde Dions a
Fernando, pasando con Juan,
cuando ellos tambin mueran.
Me pregunto si me encontrar
con Sancho. Y si podr volver a
abrazarlo ahora que nuestra
corporalidad se convierte en
cenizas.
Me pregunto si me encontrar
con Rodrigo. Y si podr mirar a
travs de un alma tan opaca.
Me pregunto si me encontrar
con Ins, mi fantasma, para darle
las gracias por ensearme a ser
madre, gracias por no temer
arriesgar su propia vida, contra el
mismo diablo, por salvar a quien
quera: a su hijo Pedro (me
pregunto, tambin, si lo ver a l).
Y sobre todo me pregunto si
ver a mi madre. Y si al verla, me
sentir reflejada en ella.
Estoy cansada. Estar muerta
cansa. A pesar de tener toda la
eternidad.
Y pienso.