El Animal Publico - Manuel Delgado PDF
El Animal Publico - Manuel Delgado PDF
El Animal Publico - Manuel Delgado PDF
El animal
pblico
ePub r1.0
mjge 11.11.14
Ttulo original: El animal pblico
Manuel Delgado, 1999
Diseo de cubierta: mjge
Fotografa: Mural urbano de David de la
mano en el barrio del Oeste (Salamanca)
El animal
pblico
Hacia una
antropologa de los
espacios urbanos
Primera edicin:
Barcelona, mayo 1999
El da 8 de abril de 1999, el
jurado compuesto por Salvador
Clotas, Romn Gubern, Xavier
Rubert de Ventos, Fernando
Savater, Vicente Verd y el
editor Jorge Herralde, concedi,
por mayora, el XXVII Premio
Anagrama de Ensayo a El
animal pblico, de Manuel
Delgado.
Yo soy exactamente lo
que ves dice la mscara
y todo lo que temes
detrs.
Abajo
el puerto se abre a
latitudes lejanas
y la honda plaza
igualadora de almas
se abre como la muerte,
como el sueo.
JORGE LUS BORGES
Qu difcil es olvidar a
alguien a quien apenas
conoces.
1. LA CIUDAD Y LO
URBANO
Una distincin se ha impuesto de
entrada: la que separa la ciudad de lo
urbano. La ciudad no es lo urbano. La
ciudad es una composicin espacial
definida por la alta densidad
poblacional y el asentamiento de un
amplio conjunto de construcciones
estables, una colonia humana densa y
heterognea conformada esencialmente
por extraos entre s. La ciudad, en este
sentido, se opone al campo o a lo rural,
mbitos en que tales rasgos no se dan.
Lo urbano, en cambio, es otra cosa: un
estilo de vida marcado por la
proliferacin de urdimbres relacinales
deslocalizadas y precarias. Se entiende
por urbanizacin, a su vez, ese
proceso consistente en integrar
crecientemente la movilidad espacial en
la vida cotidiana, hasta un punto en que
sta queda vertebrada por aqulla[8].
La inestabilidad se convierte entonces
en un instrumento paradjico de
estructuracin, lo que determina a su vez
un conjunto de usos y representaciones
singulares de un espacio nunca
plenamente territorializado, es decir sin
marcas ni lmites definitivos.
En los espacios urbanizados los
vnculos son preferentemente laxos y no
forzosos, los intercambios aparecen en
gran medida no programados, los
encuentros ms estratgicos pueden ser
fortuitos, domina la incertidumbre sobre
interacciones inminentes, las
informaciones ms determinantes pueden
ser obtenidas por casualidad y el grueso
de las relaciones sociales se produce
entre desconocidos o conocidos de
vista. Hay ciudades poco o nada
urbanizadas, en las que la movilidad y la
accesibilidad no estn aseguradas, como
ocurre en los escenarios de conflictos
que compartimentan el territorio
ciudadano y hacen difciles o imposibles
los trnsitos. En cambio, no hay razn
por la cual los espacios naturales
abiertos o las aldeas ms recnditas no
puedan conocer relaciones tan
tpicamente urbanas como las que
conocen una plaza o el metro de
cualquier metrpoli. Histricamente
hablando, la urbanidad no sera, a su
vez, una cualidad derivable de la
aparicin de la ciudad en general, sino
de una en particular que la modernidad
haba generalizado aunque no ostentara
en exclusiva. Desde presupuestos
cercanos a la Escuela de Chicago,
Robert Redfield y Milton Singer
asociaron lo urbano a la forma de
ciudad que llamaron heterognetica, en
tanto que slo poda subsistir no
dejando en ningn momento de atraer y
producir pluralidad. Era una ciudad sta
que se basaba en el conflicto, anmica,
desorganizada, ajena u hostil a toda
tradicin, cobijo para heterodoxos y
rebeldes, dominada por la presencia de
grupos cohesionados por intereses y
sentimientos tan poderosos como
escasos y dentro de la cual la mayora
de relaciones haban de ser apresuradas,
impersonales y de conveniencia. Lo
contrario a la ciudad heterogentica era
la ciudad ortogentica, apenas existente
hoy, asociada a los modelos de la
ciudad antigua u oriental, fuertemente
centralizada, ceremonial, burocratizada,
aferrada a sus grandes tradiciones,
sistematizada, etc.
Lo opuesto a lo urbano no es lo
rural como podra parecer, sino
una forma de vida en la que se registra
una estricta conjuncin entre la
morfologa espacial y la estructuracin
de las funciones sociales, y que puede
asociarse a su vez al conjunto de
frmulas de vida social basadas en
obligaciones rutinarias, una distribucin
clara de roles y acontecimientos
previsibles, frmulas que suelen
agruparse bajo el epgrafe de
tradicionales o premodernas. En un
sentido anlogo, tambin podramos
establecer lo urbano en tanto que
asociable con el distanciamiento, la
insinceridad y la frialdad en las
relaciones humanas con nostalgia de la
pequea comunidad basada en contactos
clidos y francos y cuyos miembros
compartiran se supone una
cosmovisin, unos impulsos vitales y
unas determinadas estructuras
motivacionales. Visto por el lado ms
positivo, lo urbano propiciara un
relajamiento en los controles sociales y
una renuncia a las formas de vigilancia y
fiscalizacin propias de colectividades
pequeas en que todo el mundo se
conoce. Lo urbano, desde esta ltima
perspectiva, contrastara con lo
comunal.
Lo urbano consiste en una labor, un
trabajo de lo social sobre s: la
sociedad manos a la obra,
producindose, hacindose y luego
deshacindose una y otra vez,
empleando para ello materiales siempre
perecederos. Lo urbano est constituido
por todo lo que se opone a cualquier
cristalizacin estructural, puesto que es
fluctuante, aleatorio, fortuito, es decir
reuniendo lo que hace posible la vida
social, pero antes de que haya cerrado
del todo tal tarea, como si hubiramos
sorprendido a la materia prima
societaria en estado ya no crudo, sino en
un proceso de coccin que nunca nos
ser dado ver concluido. Si las
instituciones socioculturales primarias
familia, religin, sistema poltico,
organizacin econmica constituyen,
al decir de Pierre Bourdieu, estructuras
estructuradas y estructurantes es
decir sistemas definidos de diferencias,
posiciones y relaciones que organizan
tanto las prcticas como las
percepciones, podramos decir que
las relaciones urbanas son, en efecto,
estructuras estructurantes, puesto que
proveen de un principio de vertebracin,
pero no aparecen estructuradas esto
es concluidas, rematadas, sino
estructurndose, en el sentido de estar
elaborando y reelaborando
constantemente sus definiciones y sus
propiedades, a partir de los avatares de
la negociacin ininterrumpida a que se
entregan unos componentes humanos y
contextales que raras veces se repiten.
Anthony Giddens habra hablado aqu de
estructuracin, proceso de
institucionalizacin de relaciones
sociales cuya esencia o marca es, ante
todo, temporal puesto que es el tiempo y
sus mrgenes de incertidumbre los que
determinan el papel activo que se asigna
al libre arbitrio de los actores sociales.
No en vano la diferenciacin, aqu
central, entre la ciudad y lo urbano es
anloga a la que, recuperando conceptos
de la arquitectura clsica, le sirve a
Giulio Carlo Argam para distinguir entre
estructura y decoracin. La primera
remite la ciudad en trminos de tiempo
largo: grandes configuraciones con una
duracin calculable en dcadas o en
siglos. La segunda a una ciudad que
cambia de hora en hora, de minuto en
minuto, hecha de imgenes, de
sensaciones, de impulsos mentales, una
ciudad cuya contemplacin nos
colocara en el umbral mismo de una
esttica del suceso[9].
La antropologa urbana; debera
presentarse entonces ms bien como una
antropologa de lo que define la
urbanidad como forma de vida: de
disoluciones y simultaneidades, de
negociaciones minimalistas y fras, de
vnculos dbiles y precarios conectados
entre s hasta el infinito, pero en los que
los cortocircuitos no dejan de ser
frecuentes. Esta antropologa urbana se
asimilara en gran medida con una
antropologa de los espacios pblicos,
es decir de esas superficies en que se
producen deslizamientos de los que
resultan infinidad de entrecruzamientos y
bifurcaciones, as como
escenificaciones que no se dudara en
calificar de coreogrficas. Su
protagonista? Evidentemente, ya no
comunidades coherentes, homogneas,
atrincheradas en su cuadrcula
territorial, sino los actores de una
alteridad que se generaliza: paseantes a
la deriva, extranjeros, viandantes,
trabajadores y vividores de la va
pblica, disimuladores natos, peregrinos
eventuales, viajeros de autobs, citados
a la espera Todo aquello en que se
fijara una eventual etnologa de la
soledad, pero tambin grupos compactos
que deambulan, nubes de curiosos,
masas efervescentes, cogulos de gente,
riadas humanas, muchedumbres
ordenadas o delirantes, mltiples
formas de sociedad peripattica, sin
tiempo para detenerse, conformadas por
una multiplicidad de consensos sobre
la marcha. Todo lo que en una ciudad
puede ser visto flotando en su
superficie. El objeto de la antropologa
urbana seran estructuras lquidas, ejes
que organizan la vida social en torno a
ellos, pero que raras veces son
instituciones estables, sino una pauta de
fluctuaciones, ondas, intermitencias,
cadencias irregulares, confluencias,
encontronazos Siguiendo a Isaac
Joseph, se habla aqu de una realidad
porosa, en la que se sobreponen
distintos sistemas de accin, pero
tambin de una realidad
conceptualmente inestable, al mismo
tiempo episdica y organizada,
simblicamente centralizada y
culturalmente dispersa[10].
Esa antropologa urbana entendida
no como en o de la ciudad, sino como de
las inconsistencias, inconsecuencias y
oscilaciones en que consiste la vida
pblica en las sociedades modernizadas,
no puede pretender partir de cero. Antes
bien, debera reconocer su deuda con las
indagaciones y los resultados aportados
por corrientes sociolgicas que, desde
las primeras dcadas del siglo,
anticiparon mtodos especficos de
observacin y de anlisis para lo
urbano. Estos tericos de la
inestabilidad social tampoco surgieron a
su vez de la nada. En cierto modo
vinieron a formalizar en el plano de las
ciencias sociales todo lo que antes, y en
torno a la nocin de modernidad, haba
prefigurado una tradicin filosfica que,
constatando la creciente disolucin de la
autoridad de la costumbre, la tradicin y
la rutina, se fija en lo que ya es ese
torbellino social del que hablara por
primera vez Rousseau. Esa misma
impresin ser organizada
ideolgicamente por Marx y Engels
inquietud y movimiento
constantes, todo lo slido se
desvanece en el aire, como rezaba el
Manifiesto comunista y nos recordara
ms tarde Marshall Berman en el ttulo
de un libro indispensable[11], pero
tambin por Nietzsche. En literatura,
Baudelaire, Balzac, Gogol, Poe,
Dostoievski, Dickens o Kafka, entre
otros, harn de esa zozobra el tema
central de sus mejores obras.
Una biografa de esas ciencias
sociales de lo inestable y en movimiento
nombrara como sus pioneros a los
tericos de la Escuela de Chicago y el
primer interaccionismo simblico de
G. H. Mead, en Estados Unidos; a
Georges Simmel, en Alemania, y a
discpulos de Durkheim como Maurice
Halbwachs, en Francia, Todos ellos
coincidieron en preocuparse mucho ms
por los estilos de vnculo social
especficamente urbanos que por las
estructuras e instituciones solidificadas
que haban constituido y seguiran
constituyendo el asunto central de la
sociologa y la antropologa ms
estandarizadas. Todos ellos fueron
testigos de excepcin de lo que estaba
sucediendo en ciudades como Chicago,
Nueva York, Berln o Pars, convertidas
en colosales laboratorios de la
hibridacin y las simbiosis
generalizadas. Las formas de
sociabilidad que interesaron a estos
tericos se definan por producirse en
clave de trama, reticulndose en todas
direcciones, dividiendo la experiencia
de lo real en estratos, sin apenas
concesiones a lo orgnico. Asociaciones
efmeras, frgiles, sin una visin del
mundo compartida sino a ratos y
perdiendo ya de vista el viejo principio
de interconocimiento mutuo, tal y como
mucho despus supo reflejar Robert
Altman en una pelcula cuyo ttulo no
podra ser ms elocuente: Vidas
cruzadas (1993)[12].
Fue la Escuela de Chicago la
corriente a la que pertenecieron William
Thomas, Robert E. Park, Ernest E.
Burgess, Robert MacKenzie y Louis
Wirth entre 1915 y 1940 la primera en
ensayar la incorporacin de mtodos
cualitativos y comparatistas tpicamente
antropolgicos, desde la constatacin de
que lo que caracteriza a la cultura
urbana era justamente su inexistencia en
tanto que realidad dotada de
uniformidad. Si esa cultura urbana que
deba conocer el cientfico social
consista en alguna cosa, slo poda ser
bsicamente una proliferacin infinita de
centralidades muchas veces invisibles,
una trama de trenzamientos sociales
espordicos, aunque a veces intensos, y
un conglomerado escasamente
cohesionado de componentes grupales e
individuales. La ciudad era vista como
un dominio de la dispersin y la
heterogeneidad sobre el que cualquier
forma de control directo era difcil o
imposible y donde multitud de formas
sociales se superponan o secaban,
haciendo frente mediante la hostilidad o
la indiferencia a todos los intentos de
integracin a que se las intentaba
someter. Un crisol de microsociedades
el trnsito entre las cuales poda ser
abrupto y dar pie a infinidad de
intersticios e intervalos, de grietas,
por as decirlo. Como Wirth nos haca
notar, una ciudad es siempre algo as
como una sociedad annima, y, por
definicin, una sociedad annima no
tiene alma[13], de igual manera que
mucho despus Lefebvre escribira que
lo urbano no es un alma, un espritu,
una entidad filosfica[14]. Acaso no
era la ciudad expresin de lo que
Darwin haba llamado la naturaleza
animada, regida por mecanismos de
cooperacin automtica, una simbiosis
impersonal y no planificada entre
elementos en funcin de su posicin
ecolgica, es decir un colosal sistema
bitico y subsocial?
George Simmel haba llegado a
apreciaciones parecidas en el marco de
la sociologa alemana de principios de
siglo, plantendose el problema de
cmo capturar lo fugaz de la realidad,
esa pluralidad infinita de detalles
mnimos que la sociologa formal
renunciaba a captar y para cuyo anlisis
no estaba ni preparada ni predispuesta.
Para Simmel la sociologa deba
consistir en una descripcin y un
anlisis de las relaciones formales de
elementos complejos en una
constelacin funcional, de los que no se
poda afirmar que fueran resultado de
fuerzas que actuaban en un sentido u
otro, sino ms bien un atomismo
complejo y altamente diferenciado, de
cuya conducta resultara casi imposible
inferir leyes generales. De ah una
atencin casi exclusiva a los procesos
moleculares microscpicos que exhiben
a la sociedad, por decirlo as, statu
nascendi, solidificaciones inmediatas
que discurren de hora en hora y de por
vida aqu y all entre individuo e
individuo[15].
En la estela de esa tradicin
aunque incorporando argumentos
procedentes de la etnosemntica, de la
antropologa social, del estructuralismo
o del cognitivismo vemos cmo
aparecen en los aos cincuenta y sesenta
una serie de tendencias atentas sobre
todo a las situaciones, es decir a las
relaciones de trnsito entre
desconocidos totales o relativos que
tenan lugar preferentemente en espacios
pblicos. Tanto para el interaccionismo
simblico como para la
etnometodologa, la situacin es una
sociedad en s misma, dotada de leyes
estructurales inmanentes, autocentrada,
autoorganizada al margen de cualquier
contexto que no sea el que ella misma
genera. Dicho de otro modo, la situacin
es un fenmeno social autorreferencial,
en el que es posible reconocer
dinmicas autnomas de concentracin,
dispersin, conflicto, consenso y
recomposicin en las que las variables
espaciales y el tiempo juegan un papel
fundamental, precisamente por la
tendencia a la improvisacin y a la
variabilidad que experimentan unos
componentes obligados a renegociar
constantemente su articulacin.
Es en ese contexto intelectual donde
Ray L. Birdwhistell elabora su
propuesta de proxemia, disciplina que
atiende al uso y la percepcin del
espacio social y personal a la manera de
una ecologa del pequeo grupo:
relaciones formales e informales,
creacin de jerarquas, marcas de
sometimiento y dominio, establecimiento
de canales de comunicacin. El
concepto protagonista aqu es el de
territorialidad o identificacin de los
individuos con un rea que interpretan
como propia, y que se entiende que ha
de ser defendida de intrusiones,
violaciones o contaminaciones. En los
espacios pblicos la territorializacin
viene dada sobre todo por los pactos
que las personas establecen a propsito
de cul es su territorio y cules los
lmites de ese territorio. Ese espacio
personal o informal acompaa a todo
individuo all donde va y se expande o
contrae en funcin de los tipos de
encuentro y en funcin de un buscado
equilibrio entre aproximacin y
evitacin. Ms tarde, y en esa misma
direccin, los interaccionistas
simblicos Herbert Blumer, Anselm
Strauss, Horward Becker y, muy
especialmente, Erving Goffman
contemplaron a los seres humanos como
actores que establecan y restablecan
constantemente sus relaciones mutuas,
modificndolas o dimitiendo de ellas en
funcin de las exigencias dramticas de
cada secuencia, desplegando toda una
red de argucias que organizaban la
cotidianeidad: imposturas conscientes o
involuntarias en que consiste la asuncin
apropiada de un lugar social y que
reactualizan a toda hora la conocida
confusin semntica que el griego
clsico opera entre persona y mscara.
Algo no muy distinto de aquello que
Alfred Mtraux y Michel Leiris
nombraran, para referirse a la
impostacin sincera que se produca
en los trances de posesin, como
comedia ritual y teatro vivido.
La aportacin de la etnometodologa
se producira en un sentido parecido.
Inspirndose en la teora de la accin
social de Talcott Parsons, en la
fenomenologa de Alfred Schutz y en el
construccionismo de Peter L. Berger y
Thomas Luckmann, Harold Garfinkel
interpret la vida cotidiana como un
proceso mediante el cual los actores
resolvan significativamente los
problemas, adaptando a cada
oportunidad la naturaleza y la
persistencia de sus soluciones prcticas.
La etnometodologa se postulaba como
una praxeologa o anlisis lgico de la
accin humana, que conceba a los
interactuantes en cada coyuntura como
socilogos o antroplogos naifs que
elaboraban su teora y orientaban sus
procedimientos. Obtenan como
resultado las autoevidencias, lo dado
por sentado, las premisas de sentido
comn que, mudables para cada
oportunidad particular, permitan
producir sociedad y vencer la
indeterminacin, prescindiendo o
adaptando determinaciones
socioculturales previas, calculando sus
iniciativas en funcin de las
contingencias de cada secuencia en que
se hallaban comprometidos y de los
objetivos prcticos a cubrir. Tanto la
perspectiva etnometodolgica como la
interaccionista se conducan a la manera
de una radicalizacin de los postulados
del utilitarismo y del pragmatismo,
matizados por la sociologa de
Durkheim. Del viejo utilitarismo se
desarrollaban las premisas bsicas de
que el ser humano era mucho ms un
agente que un cognoscente y de que la
racionalidad, como concepto, se refera
a los medios y conductas concretas que
mejor se adaptaban a la consecucin de
los fines. De la escuela pragmtica
norteamericana se llevaba a sus
consecuencias ms expeditivas la nocin
de experiencia, entendida como
prospectiva para la accin futura, fuente
de usos prctico-normativos, una gua
para la conducta adecuada, interpretada
sta no slo como actividad, sino
tambin como proceso de conocimiento
del mundo.
La ficcin ha provisto de valiosos
ejemplos de ese modelo de personalidad
que concibe las situaciones concretas
como un medio ambiente ecolgico al
que adaptarse ventajosamente. El cine
nos presenta al Zelig de la pelcula
hommina de Woody Allen (1983),
personaje dotado de la camalenica
cualidad de amoldar automticamente su
temperamento, sus actitudes y hasta su
aspecto fsico a cada circunstancia
particular. Restndole la
peyorativizacin de que era objeto en la
novela de Robert Musil derivada
sobre todo de su relacin perversa con
el poder poltico, encontraramos otro
modelo de lo mismo en Ulrich, el
protagonista de El hombre sin atributos,
personaje deliberadamente vaciado de
valores, que se muestra predispuesto a
pactar con cada una de las facetas y
fases de la realidad en que se mueve.
Tanto Zelig como Ulrich reproducen el
perfil del hombre de accin que los
interaccionistas y etnometodlogos
analizaban desplegando sus ardides y
negociando por los distintos escenarios
de la cotidianeidad, manteniendo en
todo momento una actitud
calculadamente ambigua en que se
mezclan la disponibilidad el verlas
venir, por as decirlo, la
incoherencia interesada, la indiferencia
ante las tentacularidades en que se ve
inmiscuido y con todo la lucha por
mantener estados de cierta autenticidad.
Por su parte, el marco terico que
funda la antropologa social britnica es
ya interaccionista. En 1952 Radcliffe-
Brown defini un proceso social como
una inmensa multitud de acciones e
interacciones de seres humanos,
actuando individualmente o en
combinaciones o grupos[16]. Fue en el
medio ambiente estructural-funcionalista
donde, ms adelante, se vino a
reconocer que los contextos urbanos
requeran formas especficas de
percibir, anotar y analizar. En la dcada
de los 60, Elisabeth Bott, Clide J.
Mitchell o Jeromy Boissevain, entre
otros, analizaron la vida urbana como
una red de redes profesionales,
familiares, vecinales, amistosas,
clientelares, a las que se designaba en
trminos de campos, contactos,
conjuntos, intervinculaciones, mallas,
planes de accin, coaliciones,
segmentos, densidades, etc. Estas
tramas de relaciones se trenzaban hasta
conformar urdimbres complejas que
comprometan a cada sujeto en una
amplia gama de situaciones,
oportunidades, prescripciones,
papeles ya no slo bien distantes
entre s y de difcil ajuste, sino muchas
veces incompatibles.
Lo que todas esas escuelas tenan en
comn era la premisa de que como
veamos al principio una antropologa
urbana no solamente no deba limitarse a
ser una antropologa de o en la ciudad,
sino que tampoco deba confundirse con
una variante ms de una posible
antropologa del espacio o del territorio.
Es cierto que el objeto de la
antropologa urbana sera una serie de
acontecimientos que se adaptan a las
texturas del espacio, a sus accidentes y
regularidades, a las energas que en l
actan, al mismo tiempo que los
adaptan, es decir que se organizan a
partir de un espacio que al mismo
tiempo organizan. Es cierto tambin que
todo ello poda subsumir la antropologa
urbana como una ms entre las ciencias
sociales del espacio. Ahora bien, la
antropologa del espacio ha sido las ms
de las veces una antropologa del
espacio construido y del espacio
habitado. En cambio, a diferencia de lo
que sucede con la ciudad, lo urbano no
es un espacio que pueda ser morado. La
ciudad tiene habitantes, lo urbano no. Es
ms, en muchos sentidos, lo Urbano se
desarrolla en espacios deshabitados e
incluso inhabitables. Lo mismo podra
aplicarse a la distincin entre la historia
de la ciudad y la historia urbana. La
primera remitira a la historia de una
materialidad, de una forma, la otra a la
de la vida que tiene lugar en su interior,
pero que la trasciende. Debera decirse,
por tanto, que lo urbano, en relacin con
el espacio en que se despliega, no est
constituido por habitantes poseedores o
asentados, sino ms bien por usuarios
sin derechos de propiedad ni de
exclusividad sobre ese marco que usan y
que se ven obligados a compartir en
todo momento. No ser el disfrute lo
que corresponde a la sociedad urbana?,
se preguntaba con razn Henri
Lefebvre[17].
Por ello, el mbito de lo urbano por
antonomasia hemos visto que era no
tanto la ciudad en s como sus espacios
usados transitoriamente, sean pblicos
la calle, los vestbulos, los parques,
el metro, la playa o la piscina, acaso la
red de Internet o semipblicos
cafs, bares, discotecas, grandes
almacenes, superficies comerciales, etc.
. Es ah donde podemos ver
producirse la epifana de lo que se ha
definido como especficamente urbano:
lo inopinado, lo imprevisto, lo
sorprendente, lo oscilante La
urbanidad consiste en esa reunin de
extraos, unidos por la evitacin, el
anonimato y otras pelculas protectoras,
expuestos, a la intemperie, y al mismo
tiempo, a cubierto, camuflados,
mimetizados, invisibles. Tal y como nos
recuerda Isaac Joseph, el espacio
pblico es vivido como espaciamiento,
esto es como espacio social regido por
la distancia. El espacio pblico es el
ms abstracto de los espacios espacio
de las virtualidades sin fin, pero
tambin el ms concreto, aquel en el que
se despliegan las estrategias inmediatas
de reconocimiento y de localizacin,
aquel en que emergen organizaciones
sociales instantneas en las que cada
concurrente circunstancial introduce de
una vez la totalidad de sus propiedades,
ya sean reales o impostadas[18].
La antropologa urbana tampoco y
por lo mismo debera ser considerada
una modalidad de lo que se presenta
como una antropologa del territorio,
esto es de lo que se define como un
espacio socializado y culturalizado,
que tiene, en relacin con cualquiera de
las unidades constitutivas del grupo
social propio o ajeno, un sentido de
exclusividad[19]. El espacio usado de
paso el espacio pblico o
semipblico es un espacio
diferenciado, esto es territorializado,
pero las tcnicas prcticas y simblicas
que lo organizan espacial o
temporalmente, que lo nombran, que lo
recuerdan, que lo someten a
oposiciones, yuxtaposiciones y
complementariedades, que lo gradan,
que lo jerarquizan, etc., son poco menos
que innumerables, proliferan hasta el
infinito, son infinitesimales, y se
renuevan a cada instante. No tienen
tiempo para cristalizar, ni para ajustar
configuracin espacial alguna. Nada ms
lejos del territorio entendido como sitio
propio, exclusivo y excluyente que una
comunidad dada se podra arrogar que
las filigranas caprichosas que trazan en
el espacio las asociaciones transitorias
en que consiste lo urbano.
Precisamente por su oposicin a los
cercados y los peajes, el espacio urbano
tampoco resulta fcil de controlar.
Mejor dicho: su control total es
prcticamente imposible, a no ser por
los breves lapsos en que se ha logrado
despejar la calle de sus usuarios, como
ocurre en los toques de queda o en los
estados de guerra. Eso no quiere decir
que no se disponga, por parte del poder
poltico o por comunidades con
pretensiones de exclusividad territorial,
de diferentes modalidades de vigilancia
panptica. En ese sentido hay que darles
la razn a los tericos que, a la manera
de Michel Foucault, Jean-Paul de
Gaudemar o Paul Virilio, se han
preocupado en denunciar la existencia,
de mecanismos destinados a no perder
de vista la manera como la sociedad
urbana se hace y se deshace,
desparramndose por ese espacio
pblico que reclama y conquista como
decorado activo. Sucede slo que esos
dispositivos de control no tienen
garantizado nunca su xito total. Es ms,
bien podra decirse que fracasan una y
otra vez, puesto que no se aplican sobre
un pblico pasivo, maleable y dcil, que
ha devenido de pronto totalmente
transparente, sino sobre elementos
moleculares que han aprendido a
desarrollar todo tipo de artimaas, que
desarrollan infinidad de mimetismos,
que tienden a devenir opacos o a
escabullirse a la mnima oportunidad.
Tenemos pues que, si el referente
humano de una antropologa de lo
urbano fuera el habitante, el morador o
el consumidor, s que tendramos
motivos para plantearnos diferentes
niveles de territorializacin estable,
como las relativas a los territorios
fragmentarios, discontinuos, que fuerzan
al sujeto a multiplicar sus identidades
circunstanciales o contextales: barrio,
familia, comunidad religiosa, empresa,
banda juvenil. Pero est claro que no es
as. El usuario del espacio urbano es
casi siempre un transente, alguien que
no est all sino de paso. La calle lleva
al paroxismo la extrema complejidad de
las articulaciones espacio-temporales, a
las antpodas de cualquier distribucin
en unidades de espacio o de tiempo
claramente delimitables. Cules seran,
en ese concepto, las fronteras
simblicas de lo urbano? Qu fija los
lmites y las vulneraciones, sino miradas
fugaces que se cruzan en un solo instante
por millares, el ronroneo inmenso e
imparable de todas las voces que
recorren la ciudad?
Lo urbano demanda tambin una
reconsideracin de las estrategias ms
frecuentadas por las ciencias sociales de
la ciudad. As, la topografa debera
antojarse inaceptablemente simple en su
preocupacin por los sitios. Por su
parte, la morfognesis ha estudiado los
procesos de formacin y de
transformacin del espacio edificado
presentndolo injustamente como
urbanizado, pero no suele atender
al papel de ese individuo urbano para el
que se reclama aqu una etnologa, y una
etnologa que, por fuerza, debe serlo
ms de las relaciones que de las
estructuras, de las discordancias y las
integraciones precarias y provisionales
que de las funciones integradas de una
sociedad orgnica. Los anlisis
morfolgicos del tejido urbano, por su
parte, no han considerado el papel de
las alteraciones y turbulencias que
desmienten la normalidad, papel cuyo
actor principal siempre es aquel que usa
y al tiempo crea los trayectos,
arabescos hechos de gestos, memorias,
smbolos y sensaciones.
2. ESPACIOS EN
MOVIMIENTO,
SOCIEDADES SIN
RGANOS
Las teoras sobre lo urbano
resumidas hasta aqu nos deberan
conducir a una reconsideracin de lo
que es una calle y lo que implica cuanto
sucede en ella. Los proyectadores de
ciudades han sostenido que la
delineacin viaria es el aspecto del plan
urbano que fija la imagen ms duradera
y memorable de una ciudad, el esquema
que resume su forma, el sistema de
jerarquas y pautas espaciales que
determinar muchos de sus cambios en
el futuro. Pero es muy probable que esa
visin no resulte sino de que, como la
arquitectura misma, todo proyecto viario
constituye un ensayo para someter el
espacio urbano, un intento de dominio
sobre lo que en realidad es
improyectable. Las teoras de lo urbano
deberan permitirnos reconocer cmo,
ms all de cualquier intencin
colonizadora, la organizacin de las
vas y cruces urbanos es el entramado
por el que oscilan los aspectos ms
intranquilos del sistema de la ciudad,
los ms asistemticos.
A la hora de desvelar la lgica a que
obedecen esos aspectos ms inquietos e
inquietantes del espacio ciudadano se
hace preciso recurrir a topografas
mviles o atentas a la movilidad. De
stas se desprendera un estudio de los
espacios que podramos llamar
transversales, es decir espacios cuyo
destino es bsicamente el de traspasar,
cruzar, intersectar otros espacios
devenidos territorios. En los espacios
transversales toda accin se planteara
como un a travs de. No es que en ellos
se produzca una travesa, sino que son la
travesa en s, cualquier travesa. No son
nada que no sea un irrumpir, interrumpir
y disolverse luego. Son espacios-
trnsito. Entendido cualquier orden
territorial como axial, es decir como
orden dotado de uno o varios ejes
centrales que vertebran en torno a ellos
un sistema o que lo cierran conformando
un permetro, los espacios o ejes,
transversales mantienen con ese
conjunto de rectas una relacin de
perpendicularidad. No pueden fundar, ni
constituir, ni siquiera limitar nada.
Tampoco son una contradireccin, ni se
oponen a nada concreto. Se limitan a
traspasar de un lado a otro, sin
detenerse.
He aqu algunas de las nociones que
se han puesto al servicio de la
definicin de ese espacio transversal,
espacio que slo existe en tanto que
aparece como susceptible de ser
cruzado y que slo existe en tanto que lo
es. Un prehistoriador de la escuela
durkheimiana, Andr Leroi-Gourhan, se
refera, para un contexto bien distinto
pero extrapolable, a la existencia de un
espacio itinerante[20]. Desde la Escuela
de Chicago, Ernest E. Burgess concibi
el mapa de la ciudad como divisible en
zonas concntricas, una de las cuales, la
zona de transicin, no era otra cosa que
un pasillo entre el distrito central y las
zonas habitacionales y residenciales que
ocupaban los crculos ms externos. Lo
ms frecuente era permanecer en esa
rea transitoriamente, excepto en el caso
de sus vecinos habituales, gentes
caracterizadas por lo frgil de su
asentamiento social: inmigrantes,
marginados, artistas, viciosos, etc.
Desde la escuela belga de sociologa
urbana, Jean Remy ha sugerido, a partir
de esa misma idea, el concepto de
espacio intersticial para aludir a
espacios y tiempos neutros, ubicados
con frecuencia en los centros urbanos,
no asociados a actividades precisas,
poco o nada definidos, disponibles para
que en ellos se produzca lo que es a un
mismo tiempo lo ms esencial y lo ms
trivial de la vida ciudadana: una
sociabilidad que no es ms que una
masa de altos, aceleraciones, contactos
ocasionales altamente diversificados,
conflictos, inconsecuencias[21]. Siempre
en ese mismo sentido, Isaac Joseph nos
habla de lugar-movimiento, lugar cuya
caracterstica es que admite la
diversidad de usos, es accesible a todos
y se autorregula no por disuasin, sino
por cooperacin[22].
Jane Jacobs designara ese mismo
mbito como tierra general tierra
sobre la cual la gente se desplaza
libremente, por decisin propia, yendo
de aqu para all a donde le parece, y
que se opone a la tierra especial que es
aquella que no permite o dificulta
transitar a travs de ella[23]. Todas estas
oposiciones se parecen a la propuesta
por Erving Goffman, en relacin con el
espacio personal, entre territorios fijos
definidos geogrficamente,
reivindicables por alguien como
posebles, controlables, transferibles o
utilizables en exclusiva, y territorios
situacionales, a disposicin del pblico
y reivindicables en tanto que se usan y
slo mientras se usan[24]. Otra
concepcin aplicable tambin a los
estados transitorios en que se da lo
urbano propuesta desde una
embrionaria antropologa del
movimiento[25] sera la de territorio
circulatorio, superpuesto a los espacios
residenciales y ajeno a cualquier
designacin topolgica, administrativa o
tcnica que se le quiera imponer.
Esos espacios abiertos y disponibles
seran tambin aquellos a cuyo
conocimiento podra aplicrsele lo que
Henri Lefebvre y, antes, Gabriel Tarde
reclamaban como una suerte de
hidrosttica o dinmica de fluidos
destinada al conocimiento de la
dimensin ms imprevisible del espacio
social. Se anticipaban as a las
aproximaciones efectuadas a las
morfognesis espaciales desde la
ciberntica y las teoras sistmicas, que
han observado cmo la actividad
autnoma y autoorganizada de los
actores agentes de las dinmicas
espaciales suscita todo tipo de
estructuras disipativas, fluctuaciones y
ruidos[26]. As, para Lefebvre, el
espacio social es hipercomplejo y
aparece dominado por fijaciones
relativas, movimientos, flujos, ondas,
compenetrndose unas, las otras
enfrentndose[27].
Pero el concepto que mejor ha
sabido resumir la naturaleza puramente
diagrmatica de lo que sucede en la
calle es el de espacio, tal y como lo
propusiera Michel de Certeau para
aludir a la renuncia a un lugar
considerable como propio, o a un lugar
que se ha esfumado para dar paso a la
pura posibilidad de lugar, para devenir,
todo l, umbral o frontera[28]. La nocin
de espacio remite a la extensin o
distancia entre dos puntos, ejercicio de
los lugares haciendo sociedad entre
ellos, pero que no da como resultado un
lugar, sino tan slo, a lo sumo, un
trnsito, una ruta. Lo que se opone al
espacio es la marca social del suelo, el
dispositivo que expresa la identidad del
grupo, lo que una comunidad dada cree
que debe defender contra las amenazas
externas e internas, en otras palabras un
territorio. Si el territorio es un lugar
ocupado, el espacio es ante todo un
lugar practicado. Al lugar tenido por
propio por alguien suele asignrsele un
nombre mediante el cual un punto en un
mapa recibe desde fuera el mandato de
significar. El espacio, en cambio, no
tiene un nombre que excluya todos los
dems nombres posibles: es un texto que
alguien escribe, pero que nadie podr
leer jams, un discurso que slo puede
ser dicho y que slo resulta audible en
el momento mismo de ser emitido.
Existe una analoga entre la
dicotoma lugar/espacio en Michel de
Certeau y la propuesta por Merleau-
Ponty de espacio geomtrico/espacio
antropolgico[29]. Como la del lugar, la
espacialidad geomtrica es homognea,
unvoca, istropa, clara y objetiva. El
geomtrico es un espacio indiscutible.
En l una cosa o est aqu o est all, en
cualquier caso siempre est en su sitio.
Como la del espacio segn Certeau, la
espacialidad antropolgica, en cambio,
es vivencial y fractal. En tanto que
conforma un espacio existencial, pone
de manifiesto hasta qu punto toda
existencia es espacial. Ciertas
morbilidades, como la esquizofrenia, la
neurosis o la mana, revelan cmo esa
otra espacialidad rodea y penetra
constantemente las presuntas claridades
del espacio geomtrico el espacio
honrado lo llama Merleau-Ponty, en
que todos los objetos tienen la misma
importancia. El espaci antropolgico
es el espacio mtico, del sueo, de la
infancia, de la ilusin, pero,
paradjicamente, tambin aquello
mismo que la simple percepcin
descubre ms all o antes de la
reflexin. En l las cosas aparecen y
desaparecen de pronto; uno puede estar
aqu y en otro sitio. Es por l por lo que
mi cuerpo, en toda su fragilidad, existe y
puede ser conjugado. Es en l donde
puede sensibilizarse lo amado, lo
odiado, lo deseado, lo temido.
Escenario de lo infinito y de lo concreto.
En l no hay ojos, sino miradas.
De ah se deriva el concepto
adoptado por Marc Auge de Certeau
de no-lugar. El no-lugar se opone a todo
cuanto pudiera parecerse a un punto
identificatorio, relacional e histrico: el
plano; el barrio; el lmite del pueblo; la
plaza pblica con su iglesia; el santuario
o el castillo; el monumento histrico,
enclaves asociados todos a un conjunto
de potencialidades, de normativas y de
interdicciones sociales o polticas, que
buscan en comn la domesticacin del
espacio. Auge clasifica como no-lugares
los vestbulos de los aeropuertos, los
cajeros automticos, las habitaciones de
los hoteles, las grandes superficies
comerciales, los transportes pblicos,
pero a la lista podra aadrsele
cualquier plaza o cualquier calle
cntrica de cualquier gran ciudad, no
menos escenarios sin memoria o con
memorias infinitas en que proliferan
los puntos de trnsito y las ocupaciones
provisionales[30]. Las calles y las
plazas son o tienen marcas, pero el
paseante puede disolver esas marcas
para generar con sus pasos un espacio
indefinido, enigmtico, vaciado de
significados concretos, abierto a la pura
especulacin. Como le ocurra a Quinn,
el protagonista de La ciudad de cristal
uno de los relatos de La triloga de
Nueva York, de Paul Auster, que
amaba caminar por las calles de su
ciudad convertidas para l en un
laberinto de pasos interminables, en
el que poda vivir la sensacin de estar
perdido, de dejarse atrs a s mismo:
reducirse a un ojo, haciendo que
todos los lugares se volvieran iguales y
se convirtieran en un mismo ningn
sitio. El ningn sitio, como el no-lugar,
es un punto de pasaje, un desplazamiento
de lneas, alguna cosa no importa qu
que atraviesa los lugares y justo en el
momento en que los atraviesa. Por
definicin, lo que produce son
itinerarios en filigrana en todas
direcciones, cuyos eventuales
encuentros seran precisamente el objeto
mismo de la antropologa urbana. El no-
lugar es el espacio del viajero diario,
aquel que dice el espacio y, hacindolo,
produce paisajes y cartografas mviles.
Ese hablador que hace el espacio no es
otro que el transente, el pasajero del
metro, el manifestante, el turista, el
practicante de jogging, el baista en su
playa, el consumidor extraviado en los
grandes almacenes, o por qu no?
el internauta. El no-lugar es justo lo
contrario de la utopa, pero no slo
porque existe, sino sobre todo porque no
postula, antes bien niega, la posibilidad
y la deseabilidad de una sociedad
orgnica y tranquila.
Recapitulando algunas de las
oposiciones podra sugerirse la
siguiente tabla de equivalencias, todas
ellas relativas y aproximadas, puesto
que los conceptos alineados
verticalmente no son idnticos, anque
guarden similitud entre ellos:
Tradicin,
Modernidad
rutina
Sociedad Sociedad
urbana comunal
Estructura Estructura
estructurndose estructurada
Movilidad Estabilidad
Dislocado Local
Anonimato Identidad
Espacio Territorio
Espacio de
Espacio pblico acceso
restringido
Espacio
Espacio de uso habitado,
construido
o consumido
Zona de Centro, zonas
transicin residencial y
habitacional
Espacio
Centro/perifer
intersticial
Tierra general Tierra especia
Territorio Espacio
circulatorio residencial
Espacio/lugar
Lugar ocupad
practicado
Territorios
Territorios fijo
situacionales
Espacio Espacio
antropolgico geomtrico
No-lugar Lugar
Repitmoslo: si se ha de considerar
la antropologa urbana como una
variante de la antropologa del espacio,
debe recordarse que la espacialidad que
atiende slo relativamente funciona a la
manera de una modelacin en firme de
los espacios. Ms bien deberamos
decir que sus objetos son atmicos,
moleculares. El asunto de estudio de la
antropologa urbana lo urbano
tiende a comportase como una entidad
resbaladiza, que nunca se deja atrapar,
que se escabulle muchas veces ante
nuestras propias narices. Por supuesto
que siempre es posible, en la ciudad,
elegir un grupo humano y contemplarlo
aisladamente, pero eso slo puede ser
viable con la contrapartida de renunciar
a ese espacio urbano del que era
sustrado y que acaba esfumndose o
apareciendo slo a ratos, como un
trasfondo al que se puede dar un mayor
o menor realce, pero que obliga a hacer
como si no estuviera. Adems, incluso a
la hora de inscribir ese supuesto grupo
en un territorio delimitado al que
considerar como el suyo, resultar
enseguida obvio que tal territorio nunca
ser del todo suyo, sino que no tendr
ms remedio que compartirlo con otros
grupos, que, a su vez, llevan a cabo
otras oscilaciones en su seno a la hora
de habitar, trabajar o divertirse. Una
antropologa de comunidades urbanas
slo sera viable si se hiciera
abstraccin del nicho ecolgico en que
stas fueran observadas, que lo
ignorase, que renunciase al
conocimiento de la red de
interrelaciones que el grupo estudiado
estableca con un medio natural todo l
hecho de interacciones con otras
colectividades no menos volubles y
provisionales. Dicho de otro modo, el
estudio de estructuras estables en las
sociedades urbanizadas slo puede
llevarse a cabo descontndoles, por as
decirlo, precisamente su dimensin
urbana, es decir la tendencia constante
que experimentan a insertarse cabe
decir incluso a deslerse en tramas
relacinales en laberinto.
Poca cosa de orgnico
encontraramos en lo urbano. El error de
la Escuela de Chicago consisti en creer
todava en un modelo organicista
derivado de Durkheim y de Darwin, que
les impela a ir en pos de los
dispositivos de adaptacin de cada
presunta comunidad supuesta como
entidad congruente a un medio
ambiente crnicamente hostil cual era la
ciudad. Cuando Robert Park, por
ejemplo, acuaba su idea de unas
regiones morales o reas naturales en
que poda ser dividida la ciudad, lo
haca presuponiendo que stas se
correspondan con la ubicacin
topogrfica de comunidades humanas
identificadas e identificables,
culturalmente determinadas, ntidamente
segregables de su entorno, que se hacan
cuerpo encerrndose o siendo
encerradas en sus respectivos guetos. De
ah la ilusin, tantas veces revalidada
tramposamente despus, de la ciudad
como un mosaico constituido por
teselas claramente separadas unas de
otras, dentro de las cuales cada
comunidad podra vivir a solas consigo
misma.
La antropologa cultural
norteamericana tambin intent aplicar a
contextos urbanos sus criterios de
anlisis, basados en la presunta
existencia de comunidades dotadas de
un sistema cosmovisional integrado, esto
es determinadas por un nico haz de
pautas culturales. Pero hasta los ms
conspicuos representantes de la
pretensin de analizar los vecindarios
urbanos como si fueran ejemplos de la
little community por emplear el
trmino acuado por Robert Redfield,
descartaron la posibilidad de dar con
colectividades cuajadas
socioculturalmente en las metrpolis
modernas. As, Oscar Lewis reconoca
que los moradores de las ciudades no
pueden ser estudiados como miembros
de pequeas comunidades. Se hacen
necesarios nuevos acercamientos,
nuevas tcnicas, nuevas unidades de
estudio, y formas nuevas[31]. Tal
crtica a los community studies no ha
podido ser, en cualquier caso, sino la
consecuencia de constatar hasta qu
punto los espacios de la urbanidad lo
eran de la miscelnea de lenguajes, de la
comunicacin polidireccional, de una
trama inmensa de la que cuesta si es
que se puede recortar instancias
sociales estables y homogneas.
Esa presuncin de la ciudad como
zonificada en reas en las que viviran
acuarteladas comunidades con una
identidad tnica o religiosa compartida,
ha ocultado una realidad mucho ms
dinmica e inestable. En el caso de las
denominadas minoras tnicas y
dejando de lado lo que esa
denominacin de origen tenga de
eufemismo que oculta segregaciones y
exclusiones que no tienen nada de
tnicas, esa visin que las
contempla encerradas en enclaves que
colonizan en las grandes ciudades
escamotea las negociaciones
multidireccionales de los trabajadores
inmigrantes, su lucha por obtener
confianzas y por acumular mritos, las
urdimbres interactivas en que se ven
inmiscuidos y cuyas canchas e
interlocutores se encuentran por fuerza
ms all de los lmites de su propia
comunidad de origen. En cuanto a los
contenidos de la identidad tnica de
cada una de esas minoras, no
respondan tanto a la cultura o la
religin que realmente practicaban como
a la que haban perdido y que
conservaban slo en trminos
celebrativos, por no decir puramente
pardicos. Se sabe perfectamente, por lo
dems, que los barrios de inmigrantes
no son homogneos ni social ni
culturalmente, y que, ms incluso que los
vnculos de vecindad, el inmigrante
tiende a ubicarse en tramas de apoyo
mutuo que se tejen a lo largo y ancho del
espacio social de la ciudad, lo que,
lejos de condenarle al encierro en su
gueto, le obliga a pasarse el tiempo
trasladndose de un barrio a otro, de una
ciudad a otra. El inmigrante en efecto es,
tal y como Isaac Joseph nos ha hecho
notar, un visitador nato[32]. Los
desplazamientos constantes de los
protagonistas de la pelcula de Luchino
Visconti Rocco y sus hermanos (1963),
meridionales en Miln, ejemplifican a la
perfeccin esa naturaleza peripattica de
las redes relacionales entre inmigrados
a grandes ciudades.
Aceptemos, pues, que lo urbano es
un medio ambiente dominado por las
emergencias dramticas, la
segmentacin de los papeles e
identidades, las enunciaciones secretas,
las astucias, las conductas sutiles, los
gestos en apariencia insignificantes, los
malentendidos, los sobrentendidos Si
es as, cul es la posibilidad, en tales
condiciones, de desarrollar una
etnografa cannica, como la practicada
en contextos exticos, o al menos
respetuosa con ciertos requisitos que
suelen considerarse innegociables[33]?
Es obvio que cualquier estudio con
pretensiones de presentarse como de
comunidad en cualquiera de los
sentidos que las ciencias sociales han
asignado al trmino no podra suscitar
mucho ms que una antropologa en la
ciudad, pero de ningn modo una
antropologa propiamente urbana. En
cambio, si lo que se primara fuera la
atencin por el contexto fsico y
medioambiental y por las
determinaciones que de l parten, a lo
que haba que renunciar era al efecto
ptico de comunidades exentas que
estudiar, puesto que era entonces el
supuesto grupo humano segregable el
que resultaba soslayado en favor de otro
objeto, el espacio pblico, en el que no
tena ms remedio que acabar
diluyndose, justamente por la
obligacin que los mecanismos de
urbanizacin imponen a los elementos
sociales copresentes de mantener entre
ellos relaciones complejas,
ambivalentes y confusas, en que nadie
recibe el privilegio de quedarse nunca
completamente solo, y mucho menos de
poder reducirse a no importa qu
unidad. A no ser, claro est, de tanto en
tanto y a ttulo de autofraude, como
cuando ciertos colectivos usan el
espacio pblico para ponerse en escena
a s mismos en tanto que tales, no porque
existan, sino precisamente para existir,
es decir para intentar creer que la
fantasa de poseer un sedimento
identitario slido est de algn modo
bien justificada.
Resumiendo: si la antropologa
urbana quiere serlo de veras, debe
admitir que todos sus objetos
potenciales estn enredados en una
tupida red de fluidos que se fusionan y
lican o que se fisionan y se escinden,
un espacio de las dispersiones, de las
intermitencias y de los encabalgamientos
entre identidades. En l, con lo que se
da es con formas sociales lbiles que
discurren entre espacios diferenciados y
que constituyen sociedades
heterogneas, donde las
discontinuidades, intervalos, cavidades
e intersecciones obligan a sus miembros
individuales y colectivos a pasarse el
da circulando, transitando, generando
lugares que siempre quedan por fundar
del todo, dando saltos entre orden ritual
y orden ritual, entre regin moral y
regin moral, entre microsociedad y
microsociedad. Si la antropologa
urbana debe consistir en una ciencia
social de las movilidades es porque es
en ellas, por ellas y a travs de ellas
como el urbanita puede entretejer sus
propias personalidades, todas ellas
hechas de transbordos y
correspondencias, pero tambin de
traspis y de interferencias.
El espacio pblico es, pues, un
territorio desterritorializado, que se
pasa el tiempo reterritorializndose y
volvindose a desterritorializar, que se
caracteriza por la sucesin y el
amontonamiento de componentes
inestables. Es en esas arenas movedizas
donde se registra la concentracin y el
desplazamiento de las fuerzas sociales
que las lgicas urbanas convocan o
desencadenan, y que estn crnicamente
condenadas a sufrir todo tipo de
composiciones y recomposiciones, a
ritmo lento o en sacudidas. El espacio
pblico es desterritorializado tambin
porque en su seno todo lo que concurre y
ocurre es heterogneo: un espacio
esponjoso en el que apenas nada merece
el privilegio de quedarse.
3. LA OBSERVACIN
FLOTANTE
Hemos visto cmo esa forma
particular de sociedad que suscitan los
espacios pblicos es decir, lo urbano
como la manera plural de organizarse
una comunidad de desconocidos no
puede ser trabajada por el etnlogo
siguiendo protocolos metodolgicos
convencionales, basados en la
permanencia prolongada en el seno de
una comunidad claramente contorneable,
con cuyos miembros se interacta de
forma ms o menos problemtica. De
hecho, la posicin y el nimo de un
etngrafo que quisiera serlo de lo
urbano al pie de la letra no seran muy
distintos de los de Jeff, el personaje que
interpreta James Stewart en La ventana
indiscreta, de Alfred Hitchcock (1954).
Jeff es un reportero que vive en
Greenwich Village y que se est
recuperando de un accidente que lo ha
dejado incapacitado por un tiempo. Se
entretiene enfocando con su teleobjetivo
las actividades de sus vecinos, a los que
ve a travs de las ventanas abiertas de
un patio interior. Lo que recoge su
mirada son flashes de vida cotidiana,
cuadros que tal vez podran, cada uno de
ellos por separado, dar pie a una
magnfica narracin. As sucedera en
otra pelcula posterior de Hitchcok,
Psicosis (I960), cuya primera secuencia
consiste en desplazar la mirada de la
cmara por las ventanas de un bloque de
oficinas, hasta que se detiene como por
azar en una de ellas, en la que penetra
para encontrar el arranque de la historia
posterior. En cambio Jeff, que, por su
estado fsico, no puede ir ms all de las
superficies que se le van ofreciendo,
percibe un conjunto de recortes, por
as decirlo, desconectados los unos de
los otros, cuyo conjunto carece por
completo de lgica: arrebatos amorosos
de una pareja, actividad creativa de un
compositor, cuidados de una mujer
solitaria a su perrito, un matrimonio que
discute El film de Hitchcock est
inspirado en una novela homnima de
Cornell Woolrich, pero la historia se
parece mucho a un relato de E.T.A.
Hoffmann titulado El primo de Crner
Window, cuyo protagonista est
tambin impedido y dedica todo su
tiempo a mirar desde la ventana de la
esquina donde vive a la muchedumbre
que discurre por la calle. Cuando recibe
una visita, le cuenta a su amigo que le
encantara poder ensearles a aquellos
que tienen la suerte de poder caminar
los rudimentos de lo que llama el arte
de mirar, puesto que slo estar de
veras en condiciones de comprender a la
multitud alguien que, como l, no pueda
levantarse de una silla[34].
Se ha escrito que Jeff es una especie
de encarnacin sinttica del espectador
de cine, e incluso, ms all, del propio
habitante de las sociedades urbanas.
Como en un momento dado de la
pelcula dice Thelma Ritter, la
enfermera de Jeffries, nos hemos
convertido en una raza de fisgones. Por
supuesto ya se ha subrayado la
analoga entre Jeff y la tarea del
naturalista de lo urbano es evidente. En
cualquier caso, lo de veras terrible es
que lo que Jeff-reportero, flneur,
espectador de cine, antroplogo
capta, paralizado, a travs de su ventana
no conforma ningn conjunto coherente,
sino un desorden en que cada uno de los
fragmentos de vida domstica que atraen
su atencin no alcanza nunca a acoplarse
del todo con el resto. La obsesin del
voyeur inmvil en que Jeff se ha
convertido no es tanto la de mirar como
la de encontrar alguna ligazn lgica
entre todo lo mirado, alguna historia,
por atroz que fuere, que le otorgara
congruencia a la totalidad o a alguna de
sus partes, puesto que slo demostrar la
existencia de ese hilvanamiento que
integrase argumentalmente los trozos de
realidad le permitira salvar la sospecha
que sobre l se cierne de estar
desquiciado o de ser un impotente
sexual, tal y como su insatisfactoria
relacin con su novia, Lisa (Grace
Kelly), insina. Algo parecido a lo que
expresa el protagonista masculino de
una de las pelculas que mejor ha
plasmado ltimamente la naturaleza
azarosa de las relaciones urbanas,
Cosas que nunca te dije, de Isabel
Coixet (1996). Su voz en off dice, en la
secuencia que abre el film: Es como si
alguien te regalara un rompecabezas con
partes de un cuadro de Magritte, una foto
de unos ponis y las cataratas del
Nigara, y tuviera que tener sentido;
pero no lo tiene.
Esa impotencia del observador de lo
urbano ante su tendencia a la
fragmentacin no tiene por qu significar
una renuncia total a las tcnicas de
campo cannicas en etnografa. Es
verdad que se ha escrito que frente a la
dispersin de las actividades en el
medio urbano, la observacin
participante permanente es raramente
posible[35]. Pero tambin podran
invertirse los trminos de la reflexin y
desembocar en la conclusin contraria:
acaso la observacin participante slo
sea posible, tomada literalmente, en un
contexto urbanizado. Es ms, una
antropologa de lo urbano slo sera
posible llevando hasta sus ltimas
consecuencias tal modelo observar y
participar al mismo tiempo, en la
medida en que es en el espacio pblico
donde puede verse realizado el sueo
naturalista del etngrafo. Si es cierto
que el antroplogo urbano debera
abandonar la ilusin de practicar un
trabajo de campo a lo Malinowski, no
lo es menos que en la calle, el
supermercado o en el metro, puede
seguir, como en ningn otro campo
observacional, la actividad social al
natural, sin interferir sobre ella.
Es ms, el etngrafo de espacios
pblicos participa de las dos formas
ms radicales de observacin
participante. El etngrafo urbano es
totalmente participante y, al tiempo,
totalmente observador. En el primero
de los casos, el etngrafo de la calle
permanece oculto, se mezcla con sus
objetos de conocimiento los seres de
la multitud, los observa sin
explicitarles su misin y sin pedirles
permiso. Se hace pasar por uno de
ellos. Es un viandante, un curioso ms,
un manifestante que nadie distinguira de
los dems. Se beneficia de la proteccin
del anonimato y juega su papel de
observador de manera totalmente
clandestina. Es uno ms. Pero, a la vez
que est del todo involucrado en el
ambiente humano que estudia, se
distancia absolutamente de l. El
etngrafo urbano adquiere a la manera
de los ngeles de Cielo sobre Berln, de
Wim Wenders (1987) la cualidad de
observador invisible, lo que le permite
mirar e incluso anotar lo que sucede a su
alrededor sin ser percibido,
aproximarse a las conversaciones
privadas que tienen lugar cerca de l,
experimentar personalmente los avatares
de la interaccin, seguir los hechos
sociales muchas veces de reojo.
Puede realizar literalmente el principio
que debera regir toda atencin
antropolgica, y que, titulando sendos
libros suyos, Lvi-Strauss enunci como
de cerca y de lejos y mirada
distante. Porque, al participar de un
medio todo l compuesto de extraos,
ser un extrao es precisamente la
mxima garanta de su discrecin y de su
xito.
Se han procurado algunos ensayos
de esa etnografa de los espacios
pblicos, todava por constituirse en un
campo disciplinar autnomo,
complementario sin pretensin alguna
de ser en absoluto alternativo de los
ya existentes. Estas investigaciones han
tratado de aplicar al espacio pblico un
mtodo naturalista radical, inspirado en
la etnometodologa y el interaccionismo
simblico y cuyo objetivo han sido
sociedades fortuitas entre desconocidos,
que pueden ser viajeros de trenes de
cercanas, clientes de sex-shops,
alumnos de un aula de secundaria,
usuarios de plazas pblicas o
compradores de supermercado[36]. El
tipo de actitud que el etngrafo urbano
debe mantener en relacin con un objeto
por definicin inesperado ha sido
denominado por Colette Ptonnet,
adoptando un concepto tomado del
psicoanlisis, observacin flotante, y
consiste en mantenerse vacante y
disponible, sin fijar la atencin en un
objeto preciso sino dejndola flotar
para que las informaciones penetren sin
filtro, sin a prioris, hasta que hagan su
aparicin puntos de referencia,
convergencias, disyunciones
significativas, elocuencias, de las que
el anlisis antropolgico pueda
proceder luego a descubrir leyes
subyacentes. En el ejemplo que la
propia Ptonnet presenta, la observacin
de campo se refleja en anotaciones de
hechos aislados unos de otros, que
suceden a lo largo de varios das y que
tienen como protagonistas a los
visitantes asiduos o eventuales del
cementerio parisino de Pre-Lachaise.
Por brindar una muestra de cmo se
concreta este mtodo, veamos la
anotacin correspondiente a una de las
jornadas de la observacin de campo:
PIER PAOLO
PASOLINI
1. CUERPOS EN ACCIN
Las posibilidades que el
cinematgrafo brindaba de acceder de
una nueva manera, plenamente moderna,
a la vida cotidiana fue lo que tanto lleg
a seducir a las vanguardias del arte y del
pensamiento del primer cuarto de siglo.
El cine no slo emancipaba la mirada, le
daba una movilidad y una agilidad
portentosa, la liberaba de la perspectiva
teatral y sus imposiciones
jerarquizadoras. El cine permita
adems observar todo lo desapercibido
de la realidad, todo lo que, estando ah,
se le ocultaba al ojo humano. De ah sin
duda la fascinacin de los surrealistas
por el nuevo invento. En ese mismo
contexto, Walter Benjamin, Rudolf
Arnheim o Bertolt Brecht advertan
cmo el cine poda abrir perspectivas
nuevas a la hora de trabajar sobre lo
inadvertido, procurar una presentacin
incomparablemente ms precisa de las
situaciones, virtud que vena dada por su
capacidad de aislamiento de sus
componentes atmicos, de incidencia
sobre los matices escondidos de la
accin humana ordinaria, de anlisis de
todo cuanto pudiera antojarse a primera
vista banal, sin serlo. Walter Benjamin
escriba:
3. LA REALIDAD
RESTITUIDA
Acabamos de ver cmo Asch se
refera a los sucesos captados por azar
por la cmara llamndoles events. En
esa misma lnea, Sol Worth afirmaba que
lo que los films etnolgicos muestran
son esencialmente ya no ideas o
conceptos, sino ms bien
acontecimientos visuales, image-
events[57]. Desde escuelas bien distintas,
tanto Worth como Asch recurran,
seguramente sin ser conscientes de ello,
a un concepto que estaba siendo
empleando en aquel mismo momento en
arte conceptual para designar acciones
creativas que renunciaban
deliberadamente a producir cualquier
cosa con significado. Event era como
George Brecht y Fluxus designaban a sus
performances, para indicar que la
accin artstica no acta, ni hace, ni
produce, sino que acontece. El sentido
de la accin artstica o performance
haba sido entendido muy bien por Susan
Sontag, que se haba referido a ellas
como realizaciones inspiradas en la
yuxtaposicin radical surrealista, que
no tienen argumento, aunque s una
accin, o, mejor an, una serie de
acciones y sucesos[58]. Sugerir que lo
que lo que se muestra en ciertas
pelculas es una serie secuenciada de
performances, es decir de
acontecimientos sin referencia
paradigmtica, arrancara enseguida
tales producciones del campo de lo
discursivo para trasladarlo al de lo
enunciativo, esto es al del conjunto de
actividades y dispositivos que son
capaces de darle algo as como un soplo
de vida, por as decir, a un texto que en
realidad no dice nada ni se puede leer.
Esto ltimo vendra a dar la razn a
las teoras que le van negado al cine un
estatuto de discursividad. Fue Christian
Metz quien advirti que el cine era, ante
todo, un discurso espontneo y
autorregulado, hecho todo l de
smbolos, figuras y frmulas que no
constituyen una lengua, sino un lenguaje.
El cine no est compuesto de signos, no
est al servicio de intercomunicacin
alguna, ni constituye un sistema. No
tiene tampoco cdigo. Trabaja con
elementos dispersos, ajenos a cualquier
paradigma, molculas que ordena de
cualquier manera que se demuestre
capaz de producir una cierta ilusin de
continuidad. El cine admite una
descripcin semiolgica, pero no una
gramtica. El sentido aparece en el cine
como inmanente a la forma, puesto que
el cine no significa, tan slo muestra.
Pier Paolo Pasolini vendra a
sostener una posicin parecida, pero
ms rotunda an, al reclamar para el
cine el estatuto de equivalente de la
accin entendida como el lenguaje
primario de las presencias fsicas, las
cualidades lingsticas de la vida. Si
para Metz la esencia de la comunicacin
cinematogrfica es la impresin de
realidad, para Pasolini es la realidad
tout court. El cine es, por ello, trans
lingstico, en el sentido de que no hace
sino convertir deponer la accin
humana, el primero y principal de los
lenguajes, en un sistema de smbolos. A
la inversa, la realidad no sera otra cosa
que cine in natura. Lo que sabemos
del ser humano lo sabemos, escribir
Pasolini, gracias al lenguaje de su
fisonoma, de su comportamiento, de su
actitud, de su ritualidad, de su tcnica
corporal, de su accin y, finalmente,
tambin de su lengua escrito-hablada.
Y es porque el cine lo hacemos
viviendo, o sea, existiendo
prcticamente, es decir actuando y
porque toda la vida, en el conjunto de
sus acciones, es un cine natural y
viviente, y porque el cine es el
equivalente de la lengua en su momento
natural y biolgico, por lo que un
anlisis de las pelculas debera ser
comparable a un anlisis de la vida en
carne y hueso, una ampliacin delirante
del horizonte de toda semiologa o de
toda lingstica, tan desmesurada que
la cabeza se pierda slo de pensarlo o
se sonra con irona[59].
Pasolini reconoci que en esta tesis
sobre el cine como lenguaje total de la
accin haba algo o mucho de un
ultrapragmatismo irracional y hasta
monstruoso. Tena razn, por cuanto su
teora no se limitaba a suponer al cine
como equivalente simblico de la
accin constitutiva de todo lo real, sino
que, ms all de su totalidad, contactara
con su misterio ontolgico, algo as
como una memoria reproductiva y sin
interpretacin de la realidad: un pragma
indiferenciado todava, del que el cine
sera la lengua escrita. Lo cierto tambin
es que, ms tarde, toda la teora sobre el
cine de Gilles Deleuze no hizo sino
retomar esa intuicin pasoliniana de la
naturalidad de la significacin del cine y
de la intimidad entre ste y la vida. El
cine no dice nada en particular, sino que
habla sin parar de las condiciones
mismas de cualquier decir. No
representa, sino que es. No duplica la
realidad, sino que la prolonga, o, mejor
todava, la restituye. Aunque posea
elementos verbales, no es ni una lengua
ni un lenguaje. Es una masa plstica, una
materia asignificante y asintctica, una
materia que no est formada
lingsticamente No es una
enunciacin ni un enunciado. Es un
enunciable[60].
Fcil resulta pasar de las
consideraciones sobre el cine a las que
merecera cualquier modalidad de
registro y tratamiento de datos en el
trabajo de campo en antropologa. Se
descubre enseguida que, por ejemplo, es
imposible entender la concepcin que
Rouch tiene de la cmara, como fuente
de interpelaciones constantes sobre unos
actores que no son indiferentes a su
presencia, sin percibir el alcance de los
postulados metodolgicos de su
maestro, Marcel Griaule, el fundador de
la escuela etnogrfica francesa. Frente al
modelo de la observacin participante
propia del realismo etnogrfico ingenuo
de Malinowski, Griaule vino a encarnar
la figura de un etnlogo que jugaba
deliberadamente el papel de un intruso
cuya presencia devena un factor de
dinamizacin de reacciones, una especie
de provocador destinado a producir esas
perturbaciones, aunque sean mnimas,
ntimas, que slo el cameraman o el
montador de cine estarn en disposicin
de ver y de visibilizar[61]. Ha habido
otros casos en que una teora sobre el
cine se ha podido alimentar de
herramientas conceptuales procedentes
de disciplinas tan poco relativas a lo
moderno al menos en apariencia
como es la prehistoria. Ah tenemos el
ejemplo de la categora mitograma,
desarrollada por Leroi-Gourhan en El
gesto y la palabra, que tanto habra de
servir para orientar las producciones del
cine etnolgico francs.
Sorprende comprobar hasta qu
punto el cine y la antropologa esa
disciplina tan radicalmente basada en la
mirada han compartido problemticas
basadas en los lmites y servidumbres
de la representacin. No es casual que
el cine al hablar sobre s mismo o
sobre las implicaciones del mirar
haya provisto de obras tan capaces de
hacer pensar sobre la validez de todo
documento etnogrfico. Pensemos en los
protagonistas de pelculas como la ya
citada La ventana indiscreta, de Alfred
Hitchcock. (1954), pero tambin en
Blow Up, de Michelangelo Antonioni
(1967); Pepping Tom, de Michael
Powel (1960); La mirada de Ulises, de
Tho Angelopoulos (1994), o Lisboa
Story, de Wim Wenders (1995). Todos
ellos son cineastas o fotgrafos, pero el
tipo de ansiedad a que se ven sometidos
cuando se plantean la posibilidad o/y la
legitimidad de observar impunemente a
los humanos podra aplicarse
exactamente igual a la labor del
antroplogo sobre el terreno. Esa
concomitancia puede encontrar sus
pruebas involuntarias. A principios de
los ochenta Clifford Geertz publicaba
uno de sus libros ms influyentes, El
antroplogo como autor, centrado en la
relacin crnicamente tensa entre el
estar aqu y el estar all del texto
etnogrfico. Ese planteamiento es
idntico al que, poco antes, Jacques
Aumont haba propuesto para el cine en
general, en tanto que ste asuma la
funcin de construir idnticamente a
como Geertz sostena que haca el
narrador etnogrfico un espacio en el
que interactuaban un aqu, formado por
los materiales de que est hecho el film,
y un all, constituido por las
consecuencias de la implicacin del
espectador en las imgenes que se le
muestran[62].
El ncleo de la cuestin reside en la
posibilidad que el cine tiene de captar la
dimensin intranquila de la vida social
humana, y hacerlo a partir de un modelo
de percepcin del que tendra
definitivamente la exclusiva. Es
imposible entender el interaccionismo
de Erving Goffman sin tener en cuenta,
en primer lugar, su deuda con la cinsica
de Birdwhistell, es decir con una
concepcin del registro y anlisis de la
realidad cuyo referente es la moviola, el
trabajo sobre imgenes que son
consideradas una por una, en fragmentos
infinitamente pequeos y en una
secuenciacin que poda hacerse incluso
reversible. Los anlisis de Goffman no
pueden separarse tampoco del
entrenamiento que recibiera en el
National Film Board canadiense, donde
le vemos aparecer en 1943, justo en el
momento en el que la produccin de
documentales de los discpulos de John
Grierson est en un momento de mxima
creatividad. Se ha repetido que Goffman
centraba toda su interpretacin de la
vida cotidiana basndose en la metfora
teatral, pero en realidad era el cine lo
que se constitua en su referente
fundamental. Toda su aproximacin a la
interaccin humana est planteada en
trminos de un encadenado de planos y
contraplanos, de movimientos de zoom,
de panormicas, de primeros planos, de
planos cortos, de picados y
contrapicados.
Algo parecido podra decirse de
Naven, la obra maestra de Gregory
Bateson sobre los iatmul de Nueva
Guinea. Como Margared Mead hiciera
notar, toda la obra est concebida y se
desarrolla a partir de un criterio de
organizacin interna que evoca
directamente el montaje
cinematogrfico: Naven fue compuesto
literalmente a partir de migajas
dispersas, fragmentos de mitos y
ceremonias, registrados en el momento o
cuando algn informante se acordaba de
mencionarlos. Algunos de los datos ms
importantes eran tan someros, que
fcilmente se los poda haber pasado
por alto[63]. La pertinencia de esta
apropiacin del lenguaje
cinematogrfico o video-grfico por los
mtodos de descripcin y anlisis en
antropologa ha sido explicitada por
algunos autores. La etnometodologa
encontr en la mirada de la cmara
bastante ms que un mero instrumento
auxiliar, y supo demostrar la eficacia de
esta perspectiva flmica para analizar
maneras de caminar o microincidentes
en parques pblicos o plazas[64]. Cabe
pensar tambin en el caso de Michael
Lesy y sus libros sobre la vida cotidiana
en ciudades norteamericanas Black
River Falls y Louisville, en el
periodo comprendido entre los aos
1890 y 1930[65]. Estas obras son grandes
collages de fotografas de archivo y
notas extradas de publicaciones
locales, adems de las consideraciones
tericas consecuentes. Todo ese material
se organizaba siguiendo un criterio
calcado de la composicin musical
tonalidad, diapasn, ritmo, repeticin,
pero tambin, y sobre todo, del montaje
cinematogrfico.
A lo que conduce toda esta reflexin
no es, en absoluto, a un apoyo a las
pretensiones institucionalizantes de un
cine cientfico-social que se presenta
bajo el vanidoso epgrafe de
antropologa visual. Es algo distinto.
Se est sugiriendo la necesidad de lo
que Claudine de France llama una
antropologa filmca[66], pero no slo en
el sentido por ella propuesto de una
antropologa del todo fundada en el
empleo de imgenes animadas, sino
orientada incluso sin la intervencin
de la cmara por el cine como forma
radical de observacin directa de los
aspectos materiales verbales,
gestuales, sonoros y corporales de la
actividad humana, es decir de la
ritualidad de que se compone la vida
cotidiana de las sociedades. En otras
palabras, una antropologa que se dejase
orientar por la manera como la cmara y
el montaje pueden trabajar lo real. No
una antropologa que se apoyara en la
mirada cinematogrfica, sino que la
imitara a la hora de percibir, registrar y
organizar los materiales etnogrficos.
Algo que no debera ser difcil, habida
cuenta de que si es bien cierto que todo
cine es de por s antropolgico, puesto
que toda pelcula nos informa de una
manera u otra sobre la condicin
humana, no lo es menos que todo
antroplogo es ya de algn modo un
cineasta, es decir alguien que en su
mirada est reproduciendo un esquema
de percepcin y de conocimiento que es,
de por s, cinematogrfico[67].
En el mbito concreto de lo urbano,
es cierto que tanto la labor de la cmara
como la de la mesa de montaje, como la
del propio espectador ante la pantalla,
replican la agitacin perceptual que
afecta al usuario de los espacios
pblicos. Pero hay una diferencia
primordial que separa al viandante del
cameraman, del montador o de aquel que
permanece sentado en su butaca atento a
lo que est a punto de suceder ante sus
ojos. Esa diferencia es la que permite
una analoga entre la actividad de estos
ltimos con la del etnlogo trabajando
en medios urbanos, al tiempo que
distingue a este ltimo del peatn o del
usuario de transportes pblicos. En
efecto, el hombre de la cmara, el
espectador de la sala de cine y el
antroplogo urbano no ejercen ese
principio de reserva que le permite al
viandante discurrir sin tener que
interrumpir a cada paso su itinerario
cada vez que se produce una emergencia
ante l o a su lado. Su ubicacin con
relacin a las exhibiciones ms
radicales de lo urbano se parece a la del
personaje que interpreta Joe Pesci en El
ojo pblico, de Howard Franklin
(1992), un fotgrafo de sucesos cuya
mirada es vctima de una suerte de
condena que la fuerza a quedar atrapada
en las elocuencias que estallan a su paso
a cada momento, por las calles, en los
bares El cineasta, el pblico
cinematogrfico y el antroplogo se
distancian de esa indiferencia que
reclama el peatn, y lo hacen en favor
de un obsesivo fijarse en las cosas y los
seres. Obtienen de este modo la
posibilidad que la vida ordinaria le
niega al pblico urbano de mirar
directamente a los ojos de los
desconocidos, de no apartar la mirada,
de clavarla en los cuerpos, de escuchar
conversaciones ajenas, de vulnerar el
derecho de los seres urbanos a la
intimidad y a la distancia. El cineasta, el
espectador o el antroplogo rompen el
tab que permite convivir con extraos a
base de ignorarlos. No se resignan a
pasar de largo.
Volvamos a aquel modelo de
etnologa urbana que nos prestaban los
ngeles de Cielo sobre Berln, de
Wenders. Lo que stos se pasan el
tiempo contemplando atentamente son
microacontecimientos que tienen lugar
en la sociedad urbana, dentro y fuera de
las casas, por las calles, dentro de los
automviles, en los patios de los
colegios, en el metro, en las bibliotecas
pblicas. Se sumergen en el murmullo
de todos los pensamientos y de todos los
sentimientos sonando al unsono.
Escrutan lo que sucede en ese laberinto
rtmico, lleno de nudos y enredos, que es
la ciudad, y lo hacen mediante lo que se
antojan tomas cinematogrficas de
pequeas fracciones de tiempo y
espacio, no muy distintas de las que
componan los montajes de tema urbano
de los Cavalcantti, Ruttman o Vertov, en
los aos veinte. De vez en cuando, los
ngeles se renen para intercambiar sus
observaciones, noticias sobre hallazgos
visuales, hechos instantneos que uno no
sabe bien si estn cargados o vacos de
sentido, pero que producen la impresin
de valer algo. Sus partes del da son
verdaderos informes etnogrficos de lo
irrepetible: Hoy alguien caminaba por
la avenida de Lienthal, aminor el paso
y mir atrs, al vaco. En la estafeta de
correos 44, alguien que quera acabar
con todo puso sellos conmemorativos en
sus cartas de despedida, uno diferente en
cada una. En la Mariannenplatz, habl
con un soldado americano en ingls por
primera vez desde el colegio, y con
soltura! En la crcel de Pltzensee un
preso, antes de arrojarse al vaco, dijo:
Ahora. En el metro del Zoo, el
conductor, en vez del nombre de la
estacin, grit: Tierra de Fuego. En
Rehbergen, un anciano lea la Odisea a
un nio que haba dejado de parpadear.
Un viandante cerr el paraguas y dej
que la lluvia le calara. Un colegial
describa a su profesor cmo crece el
helecho y el profesor se sorprendi
Esa antropologa filmica, idntica
al fin y al cabo a una antropologa de las
situaciones secuenciadas pero no por
fuerza conexas, o, si se prefiere, de lo
urbano, no aspirara a brindar otra cosa
que la vida tal cual, ms all o antes de
los sueos imposibles de organicidad
que el antroplogo o el socilogo
buscan con desesperacin, incluso en
los espacios pblicos, all donde
deberan desistir del todo de poder
hallarla. Nada que ver con la ciencia, se
dir quizs; pero tampoco, como Vertov
quera, nada que ver con el arte: otra
cosa. Tras la ilusin de lo aceptable, lo
orgnico, lo normalizado, incluso ms
all de la supersticin de lo bello, estn
la accin, los momentos, los gestos, los
cuerpos, las conmociones: el cine, lo
urbano. Como el cineasta, qu ve que
pesca, hubiera dicho Pasolini el
etnlogo o el socilogo sobre el terreno
en cualquier sitio pero, ms que en
ningn otro, en la calle?: no la sociedad,
no la cultura, sino un collage de
movimientos en los que cree descubrir
algo. Volvemos al objeto ltimo y
especfico de toda antropologa urbana,
lo que se constela ante el ojo, pero que
slo los recursos de la cmara y del
montaje pueden recoger: algo ms de lo
que sera dado analizar despus, o
quizs algo menos. Cosas que pasan a
veces, y que no volvern a pasar nunca
ms.
III. LA SOCIEDAD
Y LA NADA
Cmo te llamas?
Mi nombre es
Nadie.
Perdn?
Me llamo Xebeche.
El que habla alto y no dice
nada.
Pero no te llamabas
Nadie?
Prefiero que me
llamen Nadie.
1. EFERVESCENCIA Y
NIHILIZACIN DEL SER
SOCIAL
Parece imponerse en ciertos
circuitos cientfico-sociales, apremiados
por una necesidad de renovar su utillaje
conceptual, la vindicacin de
precursores que enfatizaron antes que
nadie las dimensiones ms inestables e
incongruentes de la vida colectiva. Se
les reconoca as mucho ms adecuados
para el estudio de las sociedades
urbanas, crnicamente instaladas en la
intranquilidad, de lo que pudieran
resultarlo los clsicos de la
antropologa y la sociologa, que haban
desarrollado pautas tericas y
metodolgicas pensadas preferentemente
para ser aplicadas sobre estructuras
sociales cristalizadas o procesos de
cambio claramente encauzados. Entre
estos autores redescubiertos ocupa un
papel importante la figura de Gabriel
Tarde, un socilogo francs de finales
del siglo pasado que fuera elogiado por
Gilles Deleuze, que lo consideraba el
ltimo heredero de la filosofa de la
naturaleza de Leibniz, y por los tericos
del caos, para los que habra sabido
reconocer precozmente cmo intervena
en los metabolismos sociales una
extraordinaria cantidad de microfactores
en constante agitacin, dotada, no
obstante, de secretos mecanismos de
coordinacin altamente eficaces.
Pero ese elogio de Tarde slo ha
parecido posible en detrimento del que
fuera su gran rival en las polmicas que
fundaron la sociologa acadmica
francesa a finales del siglo XIX, mile
Durkheim. Como se sabe, Durkheim y la
escuela de LAnne sociologique
concibieron la sociedad como un
sistema estructurado de rganos cuyas
funciones satisfacen las necesidades
planteadas por la perduracin de la
colectividad, sistema cerrado en s
mismo, aunque interdependiente con
otros, en el que todas las partes
cooperan en una actividad unitaria
conjunta, de acuerdo con relaciones
regulares, de manera que ninguno de sus
componentes puede modificarse sin
modificar a las dems. Esta visin
vendra a justificar un conocimiento
positivo de la sociedad, capaz de
diagnosticar las desviaciones y prevenir
cualquier fracaso estructural que pudiera
hacer peligrar un orden social
concebido para permanecer inalterado e
inalterable.
Varios eran los referentes que
inspiraban el modelo explicativo
durkheimiano. En primer lugar, Saint-
Simon y su idea de que la sociedad era
un ser vivo, dotado de un cuerpo y un
alma: La reunin de los hombres
escriba en 1809 constituye un
verdadero ser, cuya existencia es ms o
menos vigorosa o dbil, segn que sus
rganos desempeen ms o menos
regularmente las funciones que les son
confiadas[68]. Este principio se traduce,
en Durkheim, en una concepcin de la
sociedad como ente animado, dotado de
un sustrato material cuasi anatmico, una
morfologa que se revela en los distintos
hechos sociales, as como de un
espritu transpersonal constituido por
formas de hacer, de pensar y de sentir
que se imponen a los individuos a travs
de la solidaridad o/y la coercin. Luego,
el de un positivismo tranquilo, tomado
de Comte, que se dejaba guiar por el
modelo galileano de mundo, es decir
segn el referente de una fsica csmica
basada en majestuosos y solemnes
desplazamientos dinmicos. Por decirlo
en los trminos del propio Durkheim:
Toda vida social est constituida por
un sistema de hechos que derivan de
relaciones positivas y durables
establecidas entre una pluralidad de
individuos[69]. Adems, el organicismo
biologista de Bichat, Cuvier y, en
especial, de Claude Bernard, con su
distincin entre rgano y funcin, a
partir de la cual Durkheim interpretaba
la sociedad como un sistema de
funciones estables y regulares, en el
que eventualmente irrumpan factores
que alteraban la armona interfuncional y
que deban ser ledos como desrdenes
morfolgicos que corregir o, si se
prefiere, como patologas que tratar. Por
ltimo, las teoras del equilibrio de
Maxwell, segn las cuales el pequeo
acontecimiento es insignificante a nivel
global y la actividad molecular careca
de relieve ante una conciencia social
concebida en trminos casi divinos.
Frente al organicismo de Durkheim,
Gabriel Tarde proclam una suerte de
fsica social de los microprocesos,
segn la cual al anlisis de la
compenetracin entre elementos
integrados debera sustituirle el de las
colisiones, los encabalgamientos, los
acoplamientos irregulares y
provisionales, las perturbaciones y las
interacciones entre partculas inestables.
Tarde fue, ante todo, un adelantado en la
concepcin catica de lo social y de la
naturaleza, que opuso a la nocin de
inestabilidad de lo homogneo de
Herbert Spencer el valor de la
inestabilidad de lo heterogneo. Para
Tarde, la sociologa deba ser, ante todo,
una ciencia de las erupciones, de las
emanaciones desordenadas que delatan
la constitucin confusa de lo social,
acaso emparentada con las imgenes que
constantemente emplea Marx en sus
textos y que remiten a abismos,
terremotos, estallidos volcnicos, una
extraordinaria presin atmosfrica que,
estando siempre ah, no notamos y que
debemos aprender a sentir. Una
sociologa espasmdica opuesta a la de
Durkheim, sosegada se afirma,
obsesionada con el orden y su
perpetuacin. Escriba Tarde: Fsicas o
vitales, sean mentales o sociales, las
diferencias que eclosionan en la clara
superficie de las cosas no pueden
proceder ms que de su fondo interior y
oscuro, de esos agentes invisibles e
infinitesimales que se alan y luchan
eternamente y cuyas manifestaciones
regulares no deben hacernos creer en su
identidad, de igual manera que el silbido
montono del viento en un bosque lejano
no nos debe hacer creer en la semejanza
de sus hojas, todas dispares, todas
diversamente agitadas[70].
La impugnacin de Durkheim en
favor de Tarde no ha podido llevarse a
cabo, no obstante, si no es a partir de
una flagrante injusticia, cual era la de
expulsar del sistema explicativo de la
escuela de lAnne sociologique toda
consciencia de la base aturdida sobre la
que lo social se sostena. Es cierto que,
para Durkheim, la condicin de toda
objetividad es la existencia de un punto
de referencia constante e idntico, del
que se eliminara todo lo que tiene de
variable[71]. Tambin lo es que, para
una sociologa positiva, la vida social
es ante todo un sistema de funciones
estables y regulares, lo que implica el
estudio prioritario de formas sociales
cristalizadas. Pero no lo es menos que
Durkheim fue consciente de que la
sociedad humana slo relativamente se
pareca a la organizacin morfolgico-
fisiolgica de los seres estudiados por
la biologa, de tal manera que estaba
determinada por mltiples factores de
impredecibilidad y se mova las ms de
las veces a tientas: La vida social es
una sucesin ininterrumpida de
transformaciones, paralelas a otras
transformaciones en las condiciones de
la existencia colectiva. De ah, esas
corrientes libres que perpetuamente
estn transformndose[72], fuerzas que
permanecen latentes en todo momento,
dispuestas para activarse en cuanto las
lgicas sociales las convoquen para
hacer de ellas la base energtica de toda
mutacin. En El suicidio, de 1897,
puede leerse:
2. POTENCIA Y PODER
La nocin durkheimiana de
efervescencia fue recuperada ms tarde
por Michel Maffesoli, para el que la
organizacin de la socialidad se
conforma a la manera de red, como un
conjunto inorganizado y no obstante
slido, material primero de cualquier
tipo de conjunto organizado, que puede
ejercerse tambin bajo forma de
abstencin, de silencio y de astucia,
mediante los cuales la socialidad se
opone a cualquier poder centralizado,
identificado como la institucionalizacin
de los intereses de lo econmico-
poltico. Tal energa podra ser
entendida como fuerza no finalizada que
se opone a cualquier forma de autoridad,
que no viene de arriba, sino que
sencillamente est ah. Esta energa
vital de la que depende el querer
vivir de toda comunidad y que irriga el
cuerpo social se concreta en
encarnaciones esenciales, cuyo
contenido es afectual. Es un dinamismo
que transgrede y al mismo tiempo genera
y alimenta todo orden social y que se
constituye a la manera de un soporte lo
suficientemente poderoso como para
garantizar vnculos tan permanentes
como inestables, constitucin de un
nosotros que es una mezcla de
indiferencia y de vigor puntual. La
nocin se correspondera, a su vez, con
la de comunidad emocional en Weber,
que no poda tener existencia ms que en
praesentia, cuya composicin era
inconsistente, se inscriba localmente,
no dispona de estructura organizativa
estable y se desplegaba en lo cotidiano.
Se la vea aparecer en todas las
religiones, al lado con frecuencia al
margen de las rigidificaciones
institucionales.
El aliento primero de una sociedad
no viene dado por un proyecto comn,
orientado hacia el futuro, sino por una
pulsin que es resultado del estar
juntos. Tampoco tiene por qu tener un
fundamento moralizante. Su realizacin
se corresponde con principios
proxmicos que modelan durante un
breve lapso la agitacin de elementos
moleculares: darse calor, gritar a coro,
hablar en voz baja pero provocando un
murmullo, darse codazos o empujarse,
sudar juntos, rozarse, bailar un mismo
ritmo, compartir una emocin Esta
energa se expresa constantemente en la
creatividad de las masas. Si el poder
poltico se ocupa de lo lejano, del
proyecto, de lo perfecto, la masa se
ocupa de lo cotidiano, lo
estructuralmente heterclito. Porque
renuncia a tener un fin y funciona a la
manera de una reunin de partculas que
se agitan, la muchedumbre constituye
una comunidad de seres anmicos, es
decir de componentes que se mueven de
espaldas a cualquier organicidad, que
dan vueltas excitados intentando calmar
una necesidad que no pueden saciar
porque no saben a qu corresponde. Es
como si la sociedad hubiera dejado de
ser un ente centralizado y sus molculas
actuaran con plena libertad,
abandonndose a sus impulsos. En ese
sentido, la muchedumbre se halla en
hueco, en un estado permanente de
vacuidad. Por ello rechaza toda
identidad que haga de ella una unidad
cualquiera, buena o mala: proletariado,
pueblo, chusma, etc. Su abigarramiento,
su aspecto desordenado y estocstico es
lo que ms intranquilizador resulta de
ella. Para evitar su sometimiento, la
muchedumbre suele actuar en vaivn,
moverse en una oscilacin
aparentemente irracional, lo que puede
dar la impresin de que lo que pretende
es despistar, desconcertar a quienes
intenten interpretar su gestualidad a la
luz de una nica razn que nunca
coincide con ninguna de las suyas: A
imagen y semejanza de los combatientes
en el campo de batalla, sus zigzags le
permiten esquivar las balas de los
poderes[77]. Maffesoli habla de
viscosidad para referirse a esa
promiscuidad en que se confunden
quienes comparten de esa manera un
mismo territorio, ya sea real o
simblico.
Pero es hacia atrs en la historia del
pensamiento occidental donde podemos
dar con la significacin ltima de la
efervescencia durkheimiana. Su
esclarecimiento lo encontramos en una
dicotoma que plantea Baruj Spinoza en
su tica, en concreto en las
proposiciones XXXIV la potencia de
Dios es su misma esencia y XXXV
todo lo que concebimos que est en
el poder de Dios, es necesariamente[78]
. Se trata de la oposicin entre
potentia y potestas, esto es entre
potencia y poder, entendido este ltimo
como poder centralizado. Este contraste
merecera un notable ensayo en que Toni
Negri nos recordaba cmo toda la obra
spinoziana est tensada por una
dinmica de transformacin, una
ontologa constitutiva, fundamentada en
la capacidad organizativa de la
espontaneidad de las necesidades y de
la imaginacin colectiva[79]. Mediante la
identificacin de la potencia de Dios
con la infinita necesidad interna de su
esencia, la potestas se da como
capacidad divina de producir las cosas,
pero es la potentia la que representa la
fuerza que las produce, de manera que la
potestas no puede ser entendida ms que
como subordinada de la potentia, es
decir de la potencia del ser. Spinoza
identifica la potentia con la libre
actividad del cuerpo social, de la
multitudo, sociedad que constantemente
reclama ver satisfecha su necesidad de
expansividad, de conservacin y de
reproduccin. La multitudo se
identifica, a su vez, con el sujeto
colectivo, cuyo dinamismo es a la vez
productivo y constitutivo. Es ese
dinamismo el que permite el paso del
poder a la potencia y el que hace que la
constitucin poltica de la multitudo sea
siempre, de un modo u otro, una fsica
de oposicin a todo poder centralizado.
El poder del Uno es contingencia, puesto
que la esencia reside en la potencia. La
potencia se asimila, sin duda, con la
nocin del sefirot en la mstica juda, el
conjunto de las potencias o emanaciones
de la divinidad en que se funda todo lo
real, la dinmica de la naturaleza.
Las expresiones de esa potentia
que coincidiran con las efervescencias
colectivas de Durkheim, sin objeto
concreto, desorientadas, inorgnicas, y
que constituyen esa fuerza bsica de la
que poda resultar una articulacin
cualquiera, requeran para desplegarse y
brindar su propio espectculo, formas
de lo que podramos llamar
negativizacin, nihilizacin o
anonadamiento, es decir de una
reduccin a la nada, regreso a un vaco
parecido al del tehom, ocano
primordial anterior a la creacin en la
mitologa juda. La naturaleza
hiperactiva de esa nada recuerda la idea
que del vaco se hace la fsica cuntica,
que contiene potencialmente la totalidad
de las partculas posibles y que se
asimila a un estado energtico
fundamental de valor nulo, un universo
hueco que se correspondera a un estado
excitado del universo, en que ste no
hara otra cosa que radiar energa y
curvarse. Esa energa de punto cero
desmentira convicciones de la fsica
clsica como la de que no es posible
extraer energa de la nada, puesto que
las fluctuaciones aleatorias de la
mecnica cuntica permiten extraerla de
un espacio que est vaco, es decir en el
que no hay nada que est presente. A
causa del principio mismo de
incertidumbre, tal vaco,
paradjicamente, est hirviendo de
actividad. Si tuviramos que pensarlo en
trminos de algn material, ste sera
viscoso, como hemos visto que
pretenda Maffesoli, curiosamente la
misma imagen que utiliza Jean-Paul
Sartre para hablar de la nihilizacin en
El ser y la nada. O, si se prefiere, un
magma, segn Cornelius Castoriadis:
Un magma es aquello de lo que pueden
extraerse (o aquello en lo que se pueden
construir) organizaciones conjuntistas en
nmero indefinido, pero que no puede
ser nunca reconstituido (idealmente) por
composicin conjuntista (finita o
infinita) de esas organizaciones[80]. Si
hubiera que imaginar esa sustancia de la
negacin retomando las metforas que
nos presta la fsica contempornea,
nuestra figura sera la del plasma, ese
gas en el cual los electrones se han
alejado de sus ncleos y que es capaz de
generar una gama infinita de
inestabilidades y de fluctuaciones, no
siempre controlables en el laboratorio.
Estas situaciones de puesta entre
parntesis o en suspenso de lo social
orgnico, autnticos estados de
excepcin que implican un regreso a lo
social amorfo e indiferenciado
viscosidad, magma, plasma, suponan
una especie de escenificacin de una
sociedad devenida pura potencialidad,
disponibilidad anmica a ser cualquier
cosa. La reduccin a la nada colocaba a
los individuos que componan una
comunidad ante la evidencia de que la
distribucin de roles por
inconmovible que pudiera antojarse,
las evidencias ms inexpugnables, los
axiomas ms fundamentales podran
diluirse de pronto para dar paso a un
mundo todo l hecho de incertidumbres,
de inversiones, de desvanecimientos, es
decir de posibilidades puras. Ante ella,
la angustia, el vrtigo, pero tambin la
apertura radical, la libertad.
mile Durkheim lo haba enunciado
recordando que el ser humano desde el
origen, llevaba en s en estado virtual
aunque prestas para despertarse a la voz
de las circunstancias todas las
tendencias cuya oportunidad deba
aparecer a lo largo de la evolucin[81].
Conviccin de que cualquier institucin,
cualquier pensamiento, cualquier
ordenamiento, cualquier plausibilidad
coexiste con esa negacin de s que lo
liquidara, pero de la que en ltima
instancia depende para existir y que est
hecha de lo que no es, es decir de la
confusion de todas aquellas opciones
posibles o imposibles, imaginables o
inimaginables, aceptables pero tambin
abominables, que no son todava, que
ya no son, que no han sido nunca, que
nunca sern. Lo desechado, pero
tambin lo todava no pensado. Es ms,
tambin lo no ideable, lo inconcebible.
Lo alternativo viable, pero tambin
todas las figuras de monstruos, incluso
de aquellos monstruos que ni siquiera
pueden ser sospechados. Voces de todo
lo otro, que suenan al mismo tiempo, en
un alarido enloquecido o en un rumor
constante que en s mismo no significan
nada, que no son nada.
Cualquier estado o cosa es decir
todo exige una negacin para existir.
Fue Baruj Spinoza quien mejor not
cmo toda determinacin implica, por
fuerza, una negacin. Esa intuicin es
deudora de todos los creacionismos
teolgicos o metafsicos, que tambin
contemplan la nada como una especie de
clase nula, opuesta pero
complementaria y necesaria a la clase
universal, es decir Dios, y tan
omnipresente como l: un No-Ser tan
absoluto como el Ser, una Nada radical
e irrevocable sin la que el Todo divino
no podra existir. Tambin la filosofa
griega coincida en esa misma
apreciacin, no como desmentido sino
como requisito del principio por ella
incuestionado de la eternidad de la
materia y la indispensabilidad del ser.
En El sofista Platn establece el no ser
relativo lo que llama el hteron
como componente innegociable de todo
cuanto pueda ser pensado. Toda cosa
finita y delimitable requiere de una cosa
complementaria que es su negacin,
pero que se necesita para constituir
dicha cosa. Lo mismo en Aristteles,
cuando describe en el ganon la
naturaleza de las proposiciones
apofnticas basadas en la verdad y su
dependencia de una operacin de
negacin.
Aplicando al campo de la actividad
social esa misma perspectiva, a lo que
llegamos es a que la negacin de lo
social, la anomia, no est del otro lado
de lo social, no es lo contrario de lo
social. La sociedad exige una no-
sociedad que no tiene nada que ver con
la antisociedad o la contra-sociedad. La
niega, pero no se opone a ella, puesto
que es su fundamento mismo. El no-ser
social no es lo que se opone al ser
social, en trminos de sombra o lado
oscuro. Podemos afirmar que
complementa al ser social, pero lo hace
aniquilndolo, borrndolo
absolutamente, como el protocolo que
permite cualquier generacin o
regeneracin posterior. La negacin
social no produce la inversin de lo
negado, sino un hueco, un vaco en
ebullicin. Del no-ser social se podra
decir lo mismo que se ha dicho del
no-ser por los grandes tericos de la
nada. No es, no puede ser, un ser, sino
una accin, un proceso y un proceso que
tiene en s su propia fuente de energa.
Como haba dejado dicho Jean-Paul
Sartre, la nada no es, se nihiliza[82].
Tampoco se puede decir que est antes
o despus del cosmos social creado, a
la manera de un principio catico
fundador o un final catastrfico hacia el
que se avanza. Esta negacin que
suprime y funda al mismo tiempo el ser
social est siempre presente. Por decirlo
como Sartre, la condicin necesaria
para que sea posible decir no es que el
no-ser sea una presencia perpetua, en
nosotros y fuera de nosotros; es que la
nada infeste el ser[83]. Recordndole al
ser social, aadiramos, que l, puesto
que se funda en la nada, es tambin, en
el fondo, como quera Hegel del ser a
secas, pura indeterminacin y el
vaco. Ms cruda es la aseveracin de
Heidegger: Existir (ex-sistir) significa:
estar sostenindose dentro de la
nada[84]. Sartre lo plantea
magistralmente, por mucho que piense
en otra cosa en apariencia distinta del
supersujeto social durkheimiano: La
nada no puede nihilizarse sino sobre
fondo de ser; si puede darse una nada,
ello no es ni antes ni despus del ser,
sino en el seno mismo del ser, en su
medio, como un gusano. La reduccin a
la nada de un organismo social coincide
con su exaltacin, con la puesta en
escena de su totalidad, a la manera como
lo planteara Hegel en Ciencia de la
lgica: El ser puro y la pura nada son
lo mismo. Luego Heidegger: Es
preciso que la omnitud del ente nos sea
dada para que como tal sucumba
sencillamente a la negacin, en la cual la
nada misma habr de hacerse
patente[85]. Y, ms tarde, de nuevo
Sartre, cuando nos hace notar cmo la
nada designa la totalidad del ser
considerada en tanto que Verdad[86].
Esta paradoja de una nada o vaco
absoluto que est siempre, incluso que
funda y posibilita el mundo a partir de
su hiperactividad constante, apareca
resuelta en la tradicin cabalstica, a la
que el pensamiento de Durkheim y el de
sus herederos no son en absoluto ajenos.
El rabinismo inspirador en ese
aspecto del principio cristiano del
cosmos como creado ex-nihilo
entendi que resultaba preciso concebir
a Dios como generador del mundo por
un acto de libertad y de puro amor, y no
como guerrero victorioso que, en la
mayora de mitos cosmognicos, venca
y someta las energas caticas
anteriores a la fundacin del mundo. Las
transiciones ininterrumpidas a que se
abandonan las sefirot y el rbol
sefirtico tema en torno al cual gira la
Cbala en su conjunto dan por sentado
que no puede existir un vaco o una
discontinuidad si no es como parte
misma de ese desarrollo de la potencia
divina. La nada, concebida como
ausencia de cosmos y como predominio
de lo informe y lo no ordenado es
decir, de nuevo como un caos, slo
puede localizarse formando parte de la
propia esencia divina, existiendo en su
seno desde siempre, de manera que el
abismo coexiste con la plenitud de Dios.
A partir del siglo XIII los cabalistas
emplean con frecuencia la imagen de
Dios como aqul que habita en las
profundidades de la nada. Se trata de lo
que el Zhar identifica con la luz que
rodea al En-sof o infinito, lo sin
principio, lo no creado. Pero
insistentemente se asocia con la
existencia ms honda de la divinidad, la
profundidad radical de Dios, que se
exterioriza como energa creadora en las
emanaciones de las sefirot. La nada es,
entonces, la raz primera, la raz de
races, de la que el rbol de la creacin
se alimenta: la esencia misma de Dios.
3. LGICAS
FRONTERIZAS
Las situaciones en las que ese vaco
o nada social eran imaginados
escnicamente, evocados como los
lugares en que lo social se afirmaba y
negaba radicalmente a un mismo tiempo,
fueron concretadas posteriormente por
la sociologa y la antropologa
herederas de Durkheim. stas tuvieron
que ver inicialmente con la constatacin,
por parte del propio Durkheim, de que
las relaciones entre la morfologa social
y los sistemas colectivos de
representacin no se correspondan de
manera perfecta, es decir nunca estaban
ajustados del todo. Era precisamente eso
lo que constitua un diferencial bsico
con la premisa marxista de que exista
una correspondencia precisa entre
superestructura e infraestructura, puesto
que, para Durkheim, lo ideal siendo una
cosa social, no se limita a traducir, en
otro lenguaje, las formas materiales de
la vida social y sus necesidades
inmediatas. De la consciencia colectiva
no basta decir como haban hecho
Marx y Engels que constituye un
simple epifenmeno de la morfologa
social, de igual forma que no podemos
conformarnos con afirmar que la
consciencia individual es una mera
reverberacin de la actividad neuronal.
La sntesis de consciencias particulares
tiene nos dir Durkheim la virtud
de generar todo un universo de
sentimientos, de ideas, de imgenes, que
una vez originado responde a leyes que
le son propias, en las que todos esos
elementos gozan de una vida propia en
la que se atraen, se repelen, se fusionan,
se segmentan, proliferan sin que tales
combinaciones aparezcan orientadas ni
exista un estado de cosas real
subyacente que las necesite.
Estas dos entidades los sistemas
conceptuales y las realidades
morfolgico-sociales se mostraban
como dos masas amorfas, lbiles,
continuas y paralelas. A esas dos masas
Ferdinand de Saussure que trasladara
el sistema didico durkheimiano a la
lingstica las denomina reinos
fluctuantes y les asigna el nombre de
significado y significante, dos estratos
superpuestos, uno de aire, otro de agua.
Se trata en realidad de dos sociedades,
visible la una, invisible la otra, que
forman sociedad entre s, pero la
comunicacin entre las cuales no puede
ser sino traumtica, precisamente por su
naturaleza radicalmente dispar e
incompatible. El intercambio entre
ambos mundos el visible y el
invisible; lo profano y lo sagrado es
hasta tal punto comprometido que
aquellos que asumen llevar a cabo
fsicamente los trnsitos, los
desplazamientos, la vulneracin de la
distancia brutal que los separa han de
hacerlo atravesando o habilitando un
territorio de nada y de nadie que
implica la alteracin absoluta de las
identidades, el encuentro con una
alteridad total, en una experiencia del
mximo riesgo. El franqueamiento de
esa frontera entre universos aparece
protocolizado de distintos modos, segn
el momento histrico y la sociedad, pero
se concreta en las tcnicas rituales que
la antropologa religiosa designa como
sacrificio para aquellos casos en los
que el trnsito entre mundos sea hasta tal
punto violento que quien lo realice no
pueda sobrevivir, as como en todas
las modalidades de trance: chamanismo,
posesin, xtasis mstico, etc. La matriz
de los trabajos antropolgicos sobre las
relaciones de intercambio entre lo
visible y lo invisible se reconoce
siempre en las teoras sobre el sacrificio
y la magia de Henri Hubert y Marcel
Mauss, correspondiendo sus desarrollos
iniciales ms importantes a Alfred
Mtraux y Michel Leiris por lo que hace
a la posesin, y a Claude Lvi-Strauss
en relacin con el chamanismo.
En todos los casos se trata de
generar un espacio hueco, una oquedad
marcada, que implica, para quien se
instala en ella, una destruccin fsica o
moral del yo, del propio cuerpo o
cuando menos de la propia identidad,
puesto que la violencia del choque se
asocia a una disolucin de cualquier
estabilidad, modalidad extrema de
turbulencia provocada por el contacto
entre dos masas inestables y a
temperaturas radicalmente distintas. Eso
que se provoca es de nuevo una
nihilizacin, una reduccin a esa nada en
que cualquier cosa es posible, en la que
del yo puedo decir con toda la razn,
con Rimbaud, que es otro, donde mi
cuerpo no me pertenece, donde puedo
estar aqu, pero en realidad estoy lejos,
en otro universo, dislocacin absoluta,
y, en el caso del sacrificio, zona letal de
la que de ningn modo podr salir con
vida. Con razn Lvi-Strauss habla del
sacrificio como de la provocacin de un
vaco, trampa hueca en la que la astucia
de los humanos hace caer a los dioses
para que stos la llenen con sus
dones[87]. Lo mismo podra decirse de
las estrategias del mago que, a travs de
los trances que protagoniza, no hace otra
cosa que reducirse a nada, dejar de ser
quien es para ser un medium, proveedor
de sentidos encargado de convertir en
real todo lo imaginado, salvar el tramo
que constantemente se percibe entre lo
pensado y lo vivido. De ah Lvi-
Strauss hace surgir lo que designa como
eficacia simblica, consistente en
manipular esa nada activa de que se est
hablando y que se concreta bajo el
trmino valor simblico 0, a partir del
concepto lingstico de fonema 0,
fonema que no se opone a otro fonema
sino a la ausencia de fonema. La labor
de esa eficacia simblica sera la de
aplicar un esquema flotante capaz de
organizar de forma significativa
vivencias intelectualmente amorfas o
afectivamente inaceptables, objetivando
estados subjetivos, formulando
impresiones que parecen informulables
o articulando en un sistema dado
experiencias inarticuladas[88].
Lo planteado por Hubert y Mauss
respecto de las relaciones verticales
entre lo visible y lo invisible se
extiende, con Arnold Van Gennep, al
mbito de las relaciones horizontales en
el seno de lo visible, es decir en el seno
de la estructura de la sociedad humana.
En Los ritos de paso, de 1909, Van
Gennep describa en trminos
topolgicos la distribucin de las
funciones y los roles: una casa con
distintas estancias, el trnsito entre las
cuales se lleva a cabo por medio de
distintas formas de umbral. A la
circulacin protocolizada por los
corredores que separan los aposentos de
esa casa social o a la accin de abrir
puertas y traspasar umbrales Van
Gennep las llama rites de passage, ritos
de paso, procesos rituales que permiten
el trnsito de un status social a otro.
Sirven para indicar y establecer
transiciones entre estados distintos,
entendiendo por estado una ubicacin
ms o menos estable y recurrente,
culturalmente reconocida y que se
produce en el seno de una determinada
estructura social en el sentido de
ordenacin de posiciones o status,
que implica institucionalizacin o como
mnimo perduracin de grupos y
relaciones. El rito de paso es una
prctica social de transformacin o
cambio que garantiza la integracin de
los individuos en un lugar determinado
previsto para ellos. Al individuo se le
asignan as lugares preestablecidos,
puntos en la red social, definiciones,
identidades, lmites que no es posible ni
legtimo superar. El rito de paso
establece el cambio de status legal,
profesional, familiar, una modificacin
en la madurez personal reconocida al
nefito, o a circunstancias ambientales,
fsicas, mentales, emocionales, etc.
En realidad, la divisin global del
universo en dos esferas incompatibles
la de lo sagrado y lo profano en
Durkheim y Mauss, como ese otro
desglose de la morfologa social en
compartimentos aislados unos de otros y
el trnsito entre los cuales es abrupto,
tal y como reconoce Van Gennep,
responden a una misma lgica empeada
en crear lo discreto a partir de lo
continuo, forzar discontinuidades que
hagan pensable tanto la sociedad como
el universo entero, a base de suponerlo
constituido por mdulos o mbitos que
mantienen entre s una distancia que, por
principio, debe permanecer, como ha
escrito Fernando Giobellina,
inocupada e inocupante[89]. El
problema bsico no es, entonces, el de
la existencia llena, saturada u
ocupada de las distintas regiones de
la sociedad o del cosmos sea la de
los casados y la de los solteros, sea
la del cielo y la de la tierra, tanto
da, sino cmo estos espacios
conceptuales alcanzan una articulacin
entre s que no se permite, bajo ningn
concepto, que sea perfecta, precisamente
para recordar en todo momento su
naturaleza reversible, o cuando menos
transitable. Lo que importa no es tanto
que haya unidades separadas en la
estructura de la sociedad o del universo,
sino que haya separaciones, puesto que
el espritu humano slo puede pensar el
mundo y la sociedad distribuyendo
cortes, segregaciones, fragmentaciones.
De ello se deriva que no son
instituciones, status sociales, mundos lo
que se constata, sino la distancia que los
separa y los genera.
En otras palabras, las
segmentaciones que reconocemos en la
organizacin de la realidad no son la
consecuencia de unas diferencias
preexistentes a ellas, sino, al contrario,
su demanda bsica. Es porque hay
diferenciaciones por lo que podemos
percibir diferencias, y no al contrario,
como un falso sentido comn se
empeara en sostener. Es ms, cuantas
ms fronteras, ms probable ser
encontrar formaciones ms organizadas
y ms especializadas, con unos dinteles
ms elevados de improbabilidad y de
informacin. Los fsicos se han referido
a ese mnimo barroco mnimos de
variedad y complicacin que
cualquier sistema vivo requiere para
sobrevivir. De ah que todas las
prevenciones que suscita situarse en la
frontera adviertan no del riesgo de que
haya fronteras, sino del pavor que
produce imaginar que no las hubiera.
Todo lo cual se parece mucho a lo que
George Simmel escribiera a propsito
de las puertas y los puentes, artificios
del talento humano destinados a separar
lo unido, y a unir lo separado. El puente
hace patente que las dos orillas de un rio
no estn slo una frente a la otra, sino
separadas, implica la extensin de
nuestra esfera de voluntad al espacio,
supera la no ligazn de las cosas,
unifica la escisin del ser natural.
Todava ms radicalmente, la puerta es
algo que est ah para hacer frontera
entre s lo limitado y lo ilimitado, pero
no en la muerta forma geomtrica de un
mero muro divisorio, sino como la
posibilidad de constante relacin de
intercambio.
Porque el hombre es el ser
que liga, que siempre debe
separar y que sin separar no
puede ligar, por esto, debemos
concebir la existencia meramente
indiferente de ambas orillas, ante
todo espiritualmente, como una
separacin, para ligarlas por
medio de un puente. Y del mismo
modo el hombre es el ser
fronterizo que no tiene ninguna
frontera. El cierre de su ser-en-
casa por medio de la puerta
significa ciertamente que separa
una parcela de la unidad
ininterrumpida del ser natural.
Pero as como la delimitacin
informe se torna en una
configuracin, as tambin la
delimitabilidad encuentra su
sentido y su dignidad por vez
primera en aquello que la
movilidad de la puerta hace
perceptible: en la posibilidad de
salirse a cada instante de esta
delimitacin hacia la libertad[90].
En el interior de la masa
reina la igualdad. Se trata de
una igualdad absoluta e
indiscutible y jams es puesta en
duda por la masa misma. Posee
una importancia tan fundamental
que se podra definir el estado
de la masa directamente como un
estado de absoluta igualdad
Uno se convierte en masa
buscando esta igualdad. Se pasa
por alto todo lo que pueda
alejarnos de este fin. Todas las
exigencias de justicia, todas las
teoras de igualdad extraen su
energa, en ltima instancia, de
esta vivencia de igualdad que
cada uno conoce a su manera a
partir de la masa[106].
Proverbios, 1: 20-21
Y la gente se arrodill y
rez, convirtiendo al nen
en su dios.
Y el letrero emiti su
mensaje
con las palabras de que
estaba formado.
Y el letrero deca: Las
palabras de los profetas
estn escritas en las paredes
de los metros.
Liminalidad Status
Communitas Estructura
Gesellschaft Gemeinschaft
Solidaridad Solidaridad
orgnica mecnica
Sociedad
Sociedad folk
urbana
Comunidad Comunidad
abierta cerrada
Sociedad Sociedad
estructurndose estructurada
Libertad, azar,
conflicto Determinaci
Roles Roles
adquiridos adscritos
Espacio Territorio
No-lugar Lugar
Frontera/umbral Enclave
4. EL ESPACIO PBLICO
COMO TIERRA DE
MISIN
El proceso que se acaba de describir
ha sido determinante a la hora de definir
los estilos formales e ideolgicos de
todas las variantes del sentimiento
religioso actual, incluyendo las
religiones institucionales como el
catolicismo o las denominaciones
protestantes estabilizadas, que estn
experimentando un proceso creciente de
carismatizacin, siguiendo el modelo
pentecostal. Pero debe subrayarse
tambin que los cultos sectarios ms
recientes no han hecho sino aadir
elementos de todo tipo a ese esquema
que repite el sectarismo protestante
norteamericano emanado de la
revolucin conversionista. A ese
sustrato se le han sumado distintos
ingredientes, dando lugar a una
heterogeneidad crecientemente
enmaraada, que ha incorporado
componentes exticos y hasta
extrarreligiosos y que ha puesto el
acento en un aspecto u otro de la frmula
bsica. As, algunos grupos han
enfatizado la relacin entre salvacin y
xito personal, a la manera de los
manipulacionismos de Ciencia
Cristiana, Diantica o Amway. El
salvacionismo milenarista de testigos de
Jehov y cristadelfianos y el
revelacionismo mormn han derivado en
creencias adventistas en ovnis, en las
que el rescate sobrenatural ha sido
sustituido por la abduccin
extraterrestre. Algunas tendencias
aparecen como herencias
protestantizadas de la contracultura de
los sesenta, con su mezcla de
orientalismo y uso seudochamnico de
sustancias alucingenas o narcticas, o
que reclaman aspectos de la herencia
hippy, como la libertad sexual, a la
manera de los Nios de Dios o la
Familia del Amor.
Merecen una atencin especial todos
los sincretismos de base vdica que se
originan ya a finales del siglo XIX, con
la presencia de Vivekananda y la Orden
y Misin Ramakrishna y, en menor
grado, la ms secretista Orden de la
Estrella de Oriente de Krishnamurti. De
ah se deriva una larga retahla de
denominaciones y cultos de look
orientalizante, algunas de vocacin
psicoteraputica, como Meditacin
Trascendental o Sri Aurobindo este
ltimo como resultado de
incorporaciones del evolucionismo
mstico cristiano a lo Theilard de
Chardin, o adoptando el modelo
oriental de la vida monacal y del
misionerismo, como sera el caso de
Ananda Marga, Bhagwan Rajneesh,
Misin de la Luz Divina de Maharaj Ji o
Hare Krisna. Tambin cabe mencionar
cultos nominalmente fieles al
cristianismo, pero que han asumido
paradigmas de convivencia carismtica
en torno a un lder mstico tomadas de la
figura de los gurs o los darsham
orientales, como Vida Universal o la
Asociacin para la Unificacin del
Cristianismo Mundial los seguidores
de Moon, este ltimo explicitando su
adscripcin a un pentecostalismo
orientalizado.
Pero todas estas corrientes,
repitmoslo, no seran sino
actualizaciones exotizantes, puestas al
da, eclcticas, de esa misma mecnica
de rechazo del mundo, de esa misma
voluntad desesperada de expiacin y
salvacin, de idntico autorrepliegue en
la vivencia privada de la fe y de
acuartelamiento en comunidades muy
pequeas, en que se ha revelado posible
aquella sociedad esencial y justa donde
las personas pueden realizar una
autenticidad que es, al mismo tiempo,
natural y espiritual. Esta pequea
comunidad sectaria es la que Victor
Turner identificaba con la communitas
liminal, pero que no era sino, como
hemos visto, la unidad social preurbana
que las ciencias sociales han venido a
denominar Gemeinschaft o
comunidad, solidaridad mecnica o
sociedad folk. Su misin: realizar la
tarea moral y psicolgica que la familia
nuclear cerrada el hogar,
concebido a la manera de nido haba
recibido el encargo civilizatorio de
llevar a cabo, que fue la de constituirse
en refugio en el que los seres humanos
pudieran vivir su verdad, al margen o
mejor dicho contra una vida pblica
pensada como artificial, inhumana,
desalmada, desestructurada y
pecaminosa. En efecto, es la familia la
que se conforma como la ltima
expresin de la Gemeinschaft, la
verdadera comunidad, escenario de la
autenticidad humana, que al menos en
teora se opone, mucho ms que
complementa, a la esfera pblica.
Respecto a esa labor la unidad
domstica moderna ha fracasado, lo que
justificar la aparicin de cultos que no
slo brindan un lugar de reunin
dominical para comunidades fsica o
moralmente desarticuladas, sino la
propia viabilidad de una colectividad
basada en la verdad y la franqueza. Ese
mbito de proteccin hace lo que la
familia debera haber hecho pero no ha
sido capaz de hacer, es decir, dotar a los
individuos de un referente tico y
normativo slido: una estructura capaz
de dotar de significado y valor la
experiencia del mundo.
De todos los grupos que han
ampliado el repertorio de modelos de
culto y creencia que se han ido
sobreponiendo al sustrato del
conversionismo protestante, algunos
continan reconociendo el espacio sin
territorio la calle, como otrora el
Oeste americano, como hoy las
sociedades en proceso de incorporacin
al capitalismo como tierra de misin.
Saben que literalmente casi
predican en el desierto, pero eso no les
desalienta a la hora de buscar
conversiones entre un pblico de
transentes, es decir, de seres a los que
hemos tipificado como formando parte
de esa communitas generalizada que son
los umbrales urbanos en general la
calle, los vestbulos, el metro. Si las
diferentes corrientes pentecostalistas
han conseguido extenderse mediante un
apostolado boca a boca, en que los
vnculos familiares, tnicos y vecinales
de los convertidos juegan el papel
fundamental, otros cultos han
perseverado en la consideracin de las
calles y plazas como territorios que
evangelizar, continentes vrgenes cuyos
habitantes, emparentados con los
salvajes sin Dios de antao, esperan la
revelacin que les otorgue la luz y el
sentido, en este caso una frmula para
orientarse en el laberinto de la
modernidad. Con ello no se dejaba de
expresar el propio inerrantismo de estos
movimientos, que no hacan sino aplicar
al pie de la letra un principio contenido
en Proverbios 1, 20-21: La sabidura
clama por las calles, por las plazas alza
su voz. Llama en la esquina de las calles
concurridas, a la entrada de las puertas
de la ciudad pronuncia sus discursos.
Alberto Cardin reflejaba esa arreciante
omnipresencia de los nuevos cultos
como destellos de verdad que buscan
atraer a los annimos usuarios de la va
pblica.
1. LA SOCIEDAD
INTERMINABLE
Toda sociedad lo es de lugares, es
decir de puntos o niveles en el seno de
una cierta estructura espacial. De igual
modo, y por lo mismo, todo espacio
estructurado es un espacio social, puesto
que es la sociedad la que permite la
conversin de un espacio no definido,
no marcado, no pensable inconcebible
en definitiva antes de su organizacin
en un territorio. Esta asociacin entre
sitios de una morfologa socioespacial
hecha de ubicaciones organizadas es
posible porque existe una red de
circuitos o corredores que permite que
sus elementos se comuniquen entre s,
transfiriendo informaciones de un lado a
otro, acordando intercambios de los que
habrn de depender todo tipo de pactos
e interdependencias. Obedeciendo una
premisa anloga, a Arnold Van Gennep
le pareci pertinente describir la
estructura social como una suerte de
mansin dividida en compartimentos,
separados y unidos a la vez por puertas
y pasillos[156]. Ya hemos visto cmo,
para Van Gennep, los ritos de paso
seran precisamente protocolizaciones
del trnsito entre apartados de la
estructura social, mediante las que un
individuo o un grupo experimentara una
modificacin en su status o, lo que es
igual, un cambio en el lugar que haba
ocupado hasta entonces en el conjunto
del sistema social. En antropologa del
ritual a los nefitos o iniciados que
traspasan esas puertas o se desplazan
por esos pasillos entre dependencias, es
decir a quienes son instalados durante un
lapso en esa zona de nadie que es el
umbral o limen de los ritos de paso, se
les llama pasajeros, puesto que estn de
paso, o bien como transentes, en el
sentido de que protagonizan un traslado
entre estados-estancia. Esos mbitos
intermedios son fronteras, oberturas o
puentes cuya funcin es, como se ha
dicho, mantener a un tiempo juntos y
segregados dominios estructurados, pero
que en s mismos aparecen como
escasamente organizados, con unos
niveles de institucionalizacin dbiles o
inexistentes. Esos espacios-puente
vienen definidos por la intranquilidad
que en ellos domina y por registrar
frecuentes perturbaciones, de manera
que lo que ocurra en ellos est sometido
a un altsimo nivel de impredecibilidad.
Porque son zonas de difcil o imposible
vigilancia, devienen con frecuencia
escenario de todo tipo de deserciones,
desobediencias, desviaciones o
insurrecciones, bien masivas, bien
moleculares.
En el caso de las sociedades urbanas
hemos visto cmo esos mbitos
liminales, intersticios inestables que se
abren entre instituciones y territorios
estructurados, pueden identificarse con
la calle y con los espacios pblicos. Es
por stos a los que hemos
identificado, siguiendo distintos
modelos tericos, como espacios
itinerantes, espacios-movimiento,
tierras generales o territorios
circulatorios por donde pueden verse
circular todo tipo de sustancias que han
devenido flujos: vehculos, personas,
energas, recursos, servicios,
informacin, es decir todo lo que
constituye la dimensin ms lquida e
inestable de la ciudad, aquella que
justificara algo as como una
hidrosttica urbana, anlisis mecnico
de todo lo que se mueve y eventualmente
se estanca en el seno de la morfologa
ciudadana.
En condiciones normales, la trama
viaria asume el trfico de tales facetas
inconstantes de la urdimbre urbana,
aquellas de las que en ltima instancia
dependen las sociabilidades
especficamente urbanas. Por ello, todo
sistema-ciudad pone el mximo cuidado
en mantener en buenas condiciones de
equilibrio, de presin y de densidad su
red de conducciones, evitando las zonas
yermas, pero tambin asegurando un
permanente drenaje que evite los
espacios pantanosos. El correcto
funcionamiento de este dispositivo
circulatorio que la analoga
organicista asimila al sistema sanguneo
refuerza la impresin de una
equivalencia enire la polis y la urbs, es
decir entre el orden poltico, encargado
de la administracin centralizada de la
ciudad, y lo urbano propiamente dicho,
que sera ms bien el proceso que la
sociedad urbana lleva a cabo,
incansable, esculpindose a s misma,
sin que, como vimos ms atrs, tal labor
vea nunca alcanzado su objetivo, puesto
que la urbana es, casi por definicin,
una sociedad inconclusa, interminada e
interminable. Por plantearlo como ha
propuesto Isaac Joseph: La urbanidad
designa ms el trabajo de la sociedad
urbana sobre s misma que el resultado
de una legislacin o de una
administracin, como si la irrupcin de
lo urbano estuviera marcada por una
resistencia a lo poltico La ciudad es
anterior a lo poltico, ya est dada.[157]
La polis actual resultara de ese
momento, a finales del siglo XVIII, en
que la ciudad empieza a ser concebida
como lugar de organizacin, regulacin,
control y codificacin de la madeja
inextricable de prcticas sociales que se
producen en su seno, a la vez que de
racionalizacin de sus espacios al
servicio de un proyecto de ciudad, como
sealaba Caro Baroja, asptica, sin
misterios ni recovecos, sin matices
individuales, igual a s misma en todas
partes, fiel reflejo del poder
poltico[158]. El topos urbano queda en
manos de todo tipo de ingenieros,
diseadores, arquitectos e higienistas,
que aplican sus esquemas sobre una
realidad no obstante empeada en dar la
espalda a los planes polticos de vida
colectiva ideal y transparente. Aplicada
a la red viaria calles, plazas,
avenidas, bulevares, paseos, la
preocupacin ilustrada por una
homogeneizacin racional de la ciudad
se plantea en clave de bsqueda de la
buena fluctuacin. Es el modelo
arterial lo que lleva a los ingenieros
urbanos del siglo XVIII a definir la
convivencia feliz en las ciudades en
trminos de movimiento fluido, sano,
aireado, libre, etc. Con el fin de diluir
los esquemas paradjicos, aleatorios y
en filigrana de la vida social en las
ciudades se procura, a partir de ese
momento, una divisin clara entre
pblico y privado, la disolucin de
ncleos considerados insanos o
peligrosos, iluminacin, apertura de
grandes ejes viarios, escrutamiento de lo
que compone la poblacin urbana,
censos Programas de toma o
requisamiento de la ciudad, que no
hacan sino trasladar a la generalidad
del espacio urbano los principios de
reticularizacin y panoptizacin que se
haban concebido antes para
instituciones cerradas como los
presidios, los internados, los
manicomios, los cuarteles, los
hospitales y las fbricas. Objetivo:
deshacer las confusiones, exorcizar los
desrdenes, realizar el sueo imposible
de una gobernabilidad total sobre lo
urbano.
Este proceso ha sido descrito por
Michel Foucault como el de la
instauracin en la ciudad del estado de
peste, siguiendo el modelo de las
normativas que, siempre en las
postrimeras del XVIII, se promulgan
para colocar el espacio ciudadano bajo
un estado de excepcin que permita
localizar y combatir los focos de la
enfermedad, un espacio cerrado,
recortado, vigilado en cada uno de sus
puntos, en el que los individuos estn
insertos en un lugar fijo, en el que los
menores movimientos se hallan
controlados, en el que todos los
acontecimientos estn registrados, en el
que un trabajo ininterrumpido de
escritura une el centro y la periferia, en
el que cada individuo est en todo
momento localizado, examinado y
distribuido entre los vivos, los enfermos
y los muertos[159]. Todo ello para
instaurar una sociedad perfecta que en
realidad no es una ciudad sino una
contra-ciudad. Alain Finkielkraut nos
record cmo ese mismo principio de
desactivacin de lo urbano por el
urbanismo no ha hecho con el tiempo
sino intensificar su labor: La dinmica
actual de urbanizacin no es la de la
extensin de las ciudades, es la de su
extincin lenta e implacable La
poltica urbana ha nacido y se ha
desarrollado para poner fin a la
ciudad[160]. Lo que resulta del
urbanismo es una ciudad no muy distinta
de la que describiera Georges
Rodenbach en Brujas, la muerta, cuyo
protagonista, Hugues, la percibe como
una entidad autoritaria y omnipresente
que busca hacerse obedecer: La
ciudad volvi a ser un personaje, el
principal interlocutor de su vida, un ser
que influye, disuade, ordena, por el que
uno se orienta y del cual se obtienen
todas las razones para actuar.
Como consecuencia de esa labor de
politizacin entendida como voluntad
de esclarecimiento de los
enmaraamientos urbanos, y en
condiciones de aparente normalidad, los
discursos urbansticos, propios de la
accin administrativa, y los urbanos,
derivados de la labor a lo Ssifo de la
sociedad civil sobre s misma, pueden
ofrecer la falsa imagen de ser una misma
cosa. Pero la ciudad no es tan slo la
consecuencia de un proyectamiento que
le es impuesto a una poblacin
indiferente, que se amolda pasiva a las
directrices de los administradores y de
los planificadores a su servicio. Ms
all de los planos y las maquetas, la
urbanidad es, sobre todo, la sociedad
que los ciudadanos producen y las
maneras como la forma urbana es
gastada, por as decirlo, por sus
usuarios. Son stos quienes, en un
determinado momento, pueden
desentenderse y de hecho se
desentienden con cierta asiduidad de
las directrices urbansticas oficiales y
constelar sus propias formas de
territorializacin, modalidades siempre
efmeras y transversales de pensar y
utilizar los engranajes que hacen posible
la ciudad. Ese trabajo nunca concluido
de la sociedad sobre s es lo que
produce un constante embrollamiento de
la vida metropolitana, un estado de
ebullicin permanente que se despliega
hostil o indiferente a los discursos y
maniobras poltico-urbansticos. La
calle, el bulevar, la avenida, la plaza, la
red viaria en general, se convierten en
mucho ms que un instrumento al
servicio de las funciones
comunicacionales de la ciudad, un
vehculo para el intercambio
circulatorio entre sitios. Son, ante todo,
el marco en que un universo polimrfico
e innumerable desarrolla sus propias
teatralidades, su desbarajuste, el
escenario irisado en que una sociedad
incalculable despliega una expresividad
muchas veces espasmdica. Se
proclama que existe una forma urbana,
resultado del planeamiento
polticamente determinado, pero en
realidad se sospecha que lo urbano, en
s, no tiene forma.
Dicho de otro modo: el espacio
viario, como el conjunto de los otros
sistemas urbanos, resulta inteligible a
partir del momento en que es codificado,
es decir en tanto en cuanto es sometido a
un orden de signos. En ese sentido, es
objeto de un doble discurso. De un lado,
es el producto de un diseo urbanstico
y arquitectnico polticamente
determinado, cuya voluntad es orientar
la percepcin, ofrecer sentidos
prcticos, distribuir valores simblicos
e influenciar sobre las estructuras
relacinales de los usuarios. Del otro,
en cambio, es el discurso
deliberadamente incoherente y
contradictorio de la sociedad misma,
que es siempre quien tiene la ltima
palabra acerca de cmo y en qu sentido
moverse fsicamente en la trama
propuesta por los diseadores. Es el
peatn ordinario quien reinventa los
espacios planeados, los somete a sus
ardides, los emplea a su antojo,
imponindole sus recorridos a cualquier
modelamiento previo polticamente
determinado. En una palabra, a la ciudad
planificada se le opone mediante la
indiferencia o/y la hostilidad una
ciudad practicada. Segn esa forma
otra de entender la trama ciudadana, la
prctica social sera la que, como fuerza
conformante que es, acabara
impregnando los espacios por los que
transcurre con sus propias cualidades y
atributos. A destacar que esa
codificacin alternativa que el usuario
hace de la calle no genera algo parecido
a un continente homogneo y ordenado,
sino un archipilago de microestructuras
fugaces y cambiantes, discontinuidades
mal articuladas, inciertas, hechas un lo,
dubitativas, imposibles de someter.
El modelo de la ciudad politizada es
el de una ciudad prstina y esplendorosa,
ciudad soada, ciudad utpica,
comprensible, tranquila, lisa, ordenada,
vigilada noche y da para evitar
cualquier eventualidad que alterara su
quietud perfecta. En cambio, la ciudad
plenamente urbanizada no en el
sentido de plenamente sumisa al
urbanismo, sino en el de abandonada del
todo a los movimientos en que consiste
lo urbano evocara lo que Michel
Foucault llama, nada ms empezar Las
palabras y las cosas, una heterotopia,
es decir una comunidad humana
embrollada, en la que se han
generalizado las hibridaciones y en la
que la incongruencia deviene el
combustible de una vitalidad sin lmites.
sa sera al menos la conviccin a la
que podra llegarse observando
sencillamente la actividad cotidiana de
cualquier calle, de cualquier ciudad, a
cualquier hora, en la que se constatara
que el espacio pblico urbano
espacio de las intermediaciones, de las
casualidades, de los trnsitos, en el
doble sentido de los trances y las
transferencias es el espacio de la
volubilidad de las experiencias, de los
malentendidos, de las indiferencias, de
los secretos y las confidencias, de los
dobles lenguajes
Lo ms profundo es la piel,
escribi Paul Valry un da. Todo
sucede en la superficie, all se anudan
los eventos de la vida y los
pensamientos de los individuos[161]. La
calle, ese mbito en que cabe ver
cumplida la naturaleza gluquica de lo
urbano, hecha de brillos, de puntos de
focalizacin efmera, todo aquello de lo
que se pueda luego hacer el relato en
trminos de en esto!. Al
resplandor acude el hombre sin apenas
indicios, el desconocido, la gran
esperanza de la ciudad, el ltimo
reducto de toda resistencia: el paseante,
el merodeador, el peatn desocupado.
Es a ese personaje a quien vemos surgir,
como una fantasmagora, de entre la
masa ululante en la que haba ido a
buscar refugio, como a travs de un
velo.
2. LA CIUDAD ILEGIBLE
Cabe preguntarse si no se habr
dado demasiado deprisa la razn a
Erving Goffman en lo que fue su
recuperacin de la vieja metfora
teatral, segn la cual el espacio pblico
es un espacio dramatrgico, un
escenario sobre el que los sujetos
desarrollan roles predeterminados. Se
debera estar tan seguro de ello?
Realmente es una pieza dramtica lo
que los transentes protagonizan? Si
fuera as, qu guin se estara
representando? No sera cosa de
reconocer que no existe argumento, ni
guin, sino ms bien un sinsentido, una
gesticulacin que no dice en realidad
nada en concreto? O acaso s, pero
siendo lo que se representa algo
demasiado vulnerable a los accidentes y
los imprevistos como para que fuera
posible reconocer algo parecido a la
distribucin clara de lugares dramticos.
Los lmites de la metfora teatral del
interaccionismo simblico ya haban
sido percibidos por Richard Sennet:
Goffman no muestra ningn inters
hacia las fuerzas del desorden,
separacin y cambio que podran
intervenir en estos arreglos. He ah una
estampa de la sociedad en la cual hay
escenas, pero no hay argumento[162]. El
actor de la vida pblica percibe y
participa de series discontinuas de
acontecimientos, secuencias
informativas inconexas, materiales que
no pueden ser encadenados para hacer
de ellos un relato consistente, sino, a lo
sumo, sketches o vietas aisladas
dotadas de cierta congruencia interna.
Nada que ver entre la espontaneidad
del transente y la impostacin teatral.
El merodeador, el paseante o el hombre-
trfico nunca declaman, ni actan, ni
simulan nada, sencillamente hacen.
Los aspavientos de cualquier
muchedumbre urbana conforman un
jeroglfico, pero su caligrafa no puede
ser desentraada. No por arcnica, sino,
sencillamente, porque no significa
nada. Como en el arte de la
performance, donde los ejecutantes
nunca son actores, sino actuantes. Lo
que sucede en la calle puede asociarse
asimismo a esas modalidades de
creacin consistentes en desplazarse
deslizndose por un escenario dispuesto
para ello: el music-hall, o los films
musicales americanos. La calle es un
ballet permanentemente activado que
hara de toda antropologa urbana una
coreologa. Otro parentesco podra
establecerse tambin con el circo, arte-
espectculo de las contorsiones, los
equilibrios inverosmiles, los absurdos
cmicos, las piruetas Acaso slo
cabra aceptar una analoga entre el
teatro y las maniobras del transente en
su espacio natural: la que implicara la
dramaturgia de Bertolt Brecht, en
concreto lo que llamaba teatro
dramtico, que deba consistir en una
sismologa o produccin de shocks
basados en el extraamiento violento
ante aquello que antes se haba
presumido cotidiano.
Cabra preguntarse hasta qu punto
toda antropologa urbana no sera sino
una variante de la teora de las
catstrofes, en tanto que sus objetos
siempre son terremotos, deslizamientos,
hundimientos, incendios, erupciones
volcnicas, corrimientos de tierras,
inundaciones, derrumbamientos,
desbordamientos, avalanchas,
cataclismos a veces tan infinitesimales
que apenas una nica sensibilidad llega
a percibirlos en el transcurso de un
brevsimo lapso.
Lo urbano se pasa el tiempo
autoorganizndose lejos de cualquier
polo unificado, recurriendo a un
diletantismo absoluto hecho de todo tipo
de ocasiones, experiencias y situaciones
y cuyo resultado son reagrupamientos de
afinidad muchas veces instantneos.
Nociones dadastas y surrealistas como
amor loco o azar objetivo se basaban en
idntica obsesin por localizar los
momentos privilegiados que permitan
dialogar con los mundos escondidos,
ausentes en apariencia pero intuidos,
paralelos al nuestro, que se pasaban el
da hacindonos seas entre lo
ordinario. Se trataba de aquellos
momentos en los que se haca verdad la
conviccin surrealista de que el examen
de lo arbitrario tenda a negar
violentamente su arbitrariedad,
exposiciones al mundo exterior en las
que la sensacin podra extraarse,
cuando el paso casual por determinadas
coordenadas accionara automticamente
resortes secretos de la inteligencia.
La calle y los dems espacios
urbanos del trnsito son escenarios de
esa predisposicin total al ver venir,
en la que un nmero infinito de
potencialidades se despliega alrededor
del transente, de tal manera que en
cualquier momento pueden hacer
erupcin, en forma de pequeos o
grandes estremecimientos,
acontecimientos en los que se expresa lo
aleatorio de un mbito abierto,
predispuesto para lo que sea,
incluyendo los prodigios y las
catstrofes. Experiencia de Andr
Breton en Pars, camino de la pera, sin
prisas, observando como sin querer
rostros, vestimentas curiosas, maneras
de andar y, justo al pasar como cada
da por el bulevar Bonne-Nouvelle, ve
surgir de pronto del bulevar Magenta, no
lejos del Sphinx Htel, la silueta de
Nadja. En Nadja, en efecto, Breton
auguraba todo tipo de coincidencias
portentosas a quienes la lectura de su
libro precipitara a la calle, nico
campo de la experiencia vlida.
El microsuceso urbano accidente,
incidente, microespectculo deliberado
o espontneo es una emergencia
arbitraria de la que no se conoce nunca
toda la gnesis o todas las
consecuencias. El referente es muchas
veces el que podra brindarle la
performance artstica, que no slo no
dice nada, ni pretende conformarse en
modelo de nada, sino que, de hecho,
bien podramos decir de ella que
tampoco hace nada. Si el protagonista
de la performance no es un actor sino un
actuante es porque sta no es un drama
guionizado sino una accin, y una accin
que no acta, ni produce, sino que
acontece, irrumpe como una cosa
relativamente imprevista que pasa, como
si dijramos, de pronto: un sobresalto.
La imagen ms precisa sera la de un
suceso sorprendente, un susto, algo que
nos invita o nos obliga a exclamar
Qu ha sido eso?! Marc Aug se
refiere a ese distrado pasajero del
metro que descubre repentinamente, en
ciertos puntos de su itinerario
subterrneo, algo capaz de excitar su
geologa interior, una coincidencia
capaz de desencadenar pequeos
sesmos ntimos en los sedimentos de su
memoria[163]. Puede ser un accidente,
en el sentido de acontecimiento grave
que altera el orden regular de las cosas.
Pero tambin un incidente, como notaba
Roland Barthes, mucho menos fuerte que
el accidente, pero tal vez ms
inquietante, grado cero del acontecer
que es tan slo lo que cae dulcemente
como una hoja sobre el tapiz de la
vida[164].
Esos hechos excepcionales que se
multiplican y generalizan en los
espacios pblicos han sido denominados
de distintas maneras. Baudelaire los
llamaba ventrements, sucesos que
sacaban a la luz las entraas de lo
urbano. Abraham Moles hace referencia
a estas emergencias imprevistas en tanto
que microacontecimientos,
desviaciones de la atencin, salidas de
lo trivial de las que el mbito natural,
por as decirlo, es la calle[165]. Los
tericos de la escuela sociolgica de
Chicago tambin pusieron el acento en
la involuntariedad de las relaciones de
trnsito en la ciudad, que llevaban a
descubrir cosas y seres que no se
esperaban. Las relaciones urbanas se
centraban para ellos en individuos que
en principio no formaban parte de
ninguna de las relaciones significativas
precedentes, pero a las que el azar poda
llegar a hacer relevantes o incluso
fundamentales en cualquier momento.
Salir de casa siempre es iniciar una
aventura en la que puede producirse un
encuentro inesperado, una escena
inslita, una experiencia inolvidable,
una revelacin imprevista, el hallazgo
de un objeto prodigioso. Para designar
ese tipo de fenmenos, tal y como eran
percibidos por los chicaguianos, Ulf
Hannerz emplea un trmino que adopta
tomndolo del cuento de Horace
Walpone, publicado en 1774, Las tres
princesas de Serendip: la serendipity,
hallazgo casual de algo maravilloso que
no se andaba buscando[166].
Las intuiciones de dadastas y
surrealistas, pero tambin de la Escuela
de Chicago, a propsito de la
experiencia del espacio pblico
tuvieron su concrecin militante en
movimientos de los aos cincuenta y
sesenta, como el letrismo, Cobra y, muy
en especial, los situacionistas. Para
todos ellos el espacio pblico era un
lugar plstico en el que poda verse
desplegndose la paradoja, el sueo, el
deseo, el humor, el juego y la poesa,
enfrentndose, a travs de todo tipo de
procesos azarosos y aleatorios, a la
burocratizacin, al utilitarismo y a la
falsa espectacularizacin de la ciudad.
Lucha sin cuartel contra una vida
privada a la que se ha privado
precisamente de ser vida. El espacio
pblico ya no era slo un decorado para
el movimiento, sino un decorado mvil
un territorio inestable en el que era
posible disfrutar plenamente del placer
de la circulacin por la circulacin. La
calle deba ser, para los situacionistas,
un escenario lleno, incluso lleno a
rebosar, puesto que la creatividad
invocada era colectiva. Pero un
escenario tambin vaco, nica
posibilidad de llenarlo de cualquier
cosa, para dejar circular por l todo tipo
de corrientes que sortearan, atravesaran
o se estrellaran contra los accidentes del
terreno encuentros, sacudidas,
estupefacciones, atracciones
ineluctables, remolinos en forma de
espantos, revelaciones, fulgores,
sobresaltos, experiencias, posesiones.
El situacionismo cultiv dos formas
bsicas de conducta experimental. Una
fue la deriva, en el doble sentido de
desorientacin y de desviacin. El
objetivo de tales incursiones a travs de
un espacio urbano usado como medio de
conocimiento y medio de actuacin, fue
el de descubrir lo que Guy Debord
llamaba plataformas giratorias
psicogeogrficas, frmulas consistentes
en dejarse llevar y, al mismo tiempo,
dejarse retener por los requerimientos y
sorpresas de los espacios por los que
transita. La otra categora fundamental
del movimiento es la de situacin,
entendida, segn la Declaracin de
Amsterdam, de 1958, como la creacin
de un microambiente transitorio y de un
juego de acontecimientos para un
momento nico de la vida de algunas
personas. La situacin situacionista es
una unidad de accin, un
comportamiento que surge del decorado
en que se produce, pero que a su vez es
capaz de generar otros decorados y
otros comportamientos. Las situaciones
constituyen intensificaciones vitales de
los circuitos de comunicacin e
informacin de que est hecha la vida
cotidiana, revoluciones y rupturas de lo
ordinario, sin dejar por ello de
constituir su misma posibilidad, a la vez
exaltacin de lo absoluto y toma de
consciencia de lo efmero. Tambin
estaramos hablando de lo que Flix
Guattari, inspirndose en Bajtin, llama
ritornellos, territorios existenciales
individuales o colectivos, que funcionan
a la manera de atractores en medio del
caos sensible y significacional.
En New Babylon, la antiutopa
diseada por Constant, unos mnimos de
organizacin macro eran compatibles
con una complejidad infinita en todo lo
micro. Se estableca la plena garanta de
acceso de todos a todos sitios, y el
planeta entero se declaraba abierto a
todas las experiencias, a los ambientes
ms sorprendentes, a los juegos ms
increbles con el entorno, a los
encuentros ms inverosmiles, las
desorientaciones ms creativas, todo lo
que sirviera para la confeccin de
psicogeografias, forma de cartografa
capaz de reconocer y esquematizar los
laberintos y los territorios pasionales
por los que transcurran las derivas.
En el proyecto de vida comunitaria
de los situacionistas, que se configura en
la dinmica de circunstancias
imprevisibles y sometidas a constantes
transformaciones, el modelo no era
ningn sueo inalcanzable, sino la
generalizacin y la institucionalizacin
definitiva de lo que ya suceda en la
vida cotidiana en las calles. Cuando los
situacionistas hablaban de la necesidad
de facilitar los contactos entre los seres
o de acelerar el hacerse y deshacerse sin
dificultad los vnculos ms imprevistos,
estaban siguiendo un referente que ya
apareca desplegndose en la animacin
de una calle cualquiera. Aquello por lo
que luchaban los situacionistas, y lo que
en gran medida inspir la revuelta de
Mayo de 1968 en Pars, era el triunfo
definitivo de una anarqua que ya
reinaba en las calles. Los situacionistas
siempre estuvieron seguros de ello: La
realidad supera la utopa[167].
Todo ello debera conducirnos a
ciertas conclusiones. La ciudad, dicen,
es un texto que puede ser ledo, y, en
efecto, ha habido intentos por percibir el
paisaje urbano como un todo coherente
en que se inscribe un discurso. Ahora
bien, esa ciudad considerada como
texto, es realmente inteligible? Podra
sospecharse que no, que slo es un
galimatas ilegible, sin significado, sin
sentido cuando menos sin un sentido o
un significado, que no dice nada,
puesto que la suma de todas las voces
produce un murmullo, un rumor, a veces
un clamor, que es un sonido
incomprensible, que no puede ser
traducido puesto que no es propiamente
un orden de palabras, sino un ruido sin
codificar, parecido a un gran zumbido.
La ciudad se puede interpretar, lo
urbano no.
La ciudad puede ser vista
estructurndose a la manera de un
lenguaje. En cambio, lo urbano provoca
una disposicin lacustre, hecha de
disoluciones y coagulaciones fugaces,
de socialidades minimalistas y fras
conectadas entre s hasta el infinito, pero
tambin constantemente interrumpidas
de repente. En el espacio pblico no hay
asimilacin, ni integracin, ni paz, a no
ser acuerdos provisionales con quienes
bien podran percibirse como
antagnicos, puesto que la calle es el
espacio de todos los otros. Ningn
individuo ni ningn grupo, en la ciudad,
pueden pasarse todo el tiempo en su
nido, en su guarida o en su trinchera.
Tarde o temprano no les quedar ms
remedio que salir a campo abierto,
quedar a la intemperie, a la plena
exposicin, all donde cabe esperar el
perdn, en forma de indiferencia, de los
ms irreconciliables enemigos. La calle
encarna, hace realidad, aquella ilusin
que el comunismo libertario diseara
para toda la sociedad: la sociedad
espontnea, reducida a un haz de pautas
integradoras mnimas, sin apenas
control, autoorganizando
automticamente sus molculas Una
calle siempre es as, una confusin
autoordenada en la que los elementos
negocian su cohabitacin y reafirman
constantemente sus pactos de
colaboracin o cuando menos de no
agresin. Cualquier vagn de metro, de
cualquier ciudad, a una hora punta
cualquiera, es la realizacin del
proyecto anarquista de sociedad, una
apologa instantnea de la autogestin.
El espacio pblico, el lugar por
definicin de lo urbano, puede ser
entonces contemplado como el de la
proliferacin y el entrecruzamiento de
relatos, y de relatos que, por lo dems,
no pueden ser ms que fragmentos de
relatos, relatos permanentemente
interrumpidos y retomados en otro sitio,
por otros interlocutores. mbito de los
pasajes, de los trnsitos, justamente por
lo cual reconoce como su mximo valor
el de la accesibilidad. No sabemos
exactamente qu es en s lo que sucede
en todo momento en la calle, pero en
ella, como en el cuerpo sin rganos
sobre el que escribieron Gilles Deleuze
y Flix Guattari, de pronto, cada uno de
nosotros puede descubrirse
arrastrndose como un gusano,
tanteando como un ciego o corriendo
como un loco, viajero del desierto y
nmada de la estepa, espacio en el que
velamos, combatimos, vencemos y
somos vencidos, conocemos nuestras
dichas ms inauditas y nuestras ms
fabulosas cadas, penetramos y somos
penetrados, amamos[168]. El espacio
pblico, abandonado a sus propios
principios, es la negacin absoluta de la
utopa, apoteosis que quisiese ser de lo
orgnico, de lo significativo, de lo
sedimentado, lo cristalizado o lo
estratificado. La calle, en cambio, no
pertenece sino a un ejrcito compuesto
por falsos sumisos y por replicantes
camuflados, un torbellino que nunca
descansa, autocentrado, asignificante,
articulado de mil maneras distintas,
un cuerpo slo huesos, carne, piel,
musculatura, una entidad que slo puede
ser ocupada por intensidades que
transitan por ella, que la atraviesan en
todas direcciones.
La calle es un mecanismo digestivo
que se alimenta de todo sin desechar
nada: vehculos, fragmentos de vida,
miradas, accidentes, sorpresas,
naufragios, deseos, complicidades,
peligros, nios, huellas, risas, pjaros,
ratas De ah la naturaleza colectiva de
lo que ocurre en la calle, mbito en el
que es imposible estar de verdad solo. Y
de ah tambin la guerra a muerte que el
espacio pblico tiene declarada contra
todo aquello que pueda suponer tejido
celular particularismos, enclaves,
elementos identificadores de barrio, de
familia, de etnia, puesto que lo
constituye lo que est en sus antpodas:
paseos, merodeos, comitivas sin objeto
y sin fin, vagabundeos Henri Lefebvre
lo defina bien en el prrafo con que
concluye La production de lespace:
Una orientacin. Nada ms y nada
menos. Lo que se nombra: un sentido. A
saber: un rgano que percibe, una
direccin que se concibe, un movimiento
que abre su camino hacia el horizonte.
Nada que se parezca a un sistema[169].
Hubo visionarios que intuyeron
adnde conduca el avance de lo
inorgnico en las ciudades. Uno de
ellos, Oswald Spengler, entrevi lo que
iba a comportar la instauracin de una
sociedad dominada por la epocalidad o
suspensin de la historia respecto de la
vida, en una ciudad sin memoria y por
tanto sin esperanza[170]. Invocando a
Goethe, Spengler invitaba a recorrer los
senderos de una lgica de la naturaleza
viviente, a cuyo desarrollo le
corresponde una necesidad de finales
catastrficos. El ser de la metrpoli est
condenado a devenir un nmada
espiritual una situacin especfica que
sin ritmo csmico que la anime,
conduce hacia la nada. La ciudad vive
abandonada a fuerzas ciegas e
irracionales, que pueden mucho ms que
el destino y el poder poltico. A la vida
metropolitana, matemticamente
atemporal, mecanicista, que se repite
cansinamente slo en la perspectiva de
la muerte, le corresponde tambin la
interrupcin del devenir orgnico. Se
abre entonces paso el peregrinaje ciego
y sin memoria, la entrega absoluta al
azar y al acaecer. Acechanza constante
del desastre final, del amontonamiento
inorgnico que, sin sujetarse a lmites,
rebasa todo horizonte. Consciencia de
una catstrofe inminente.
Desde la Internacional Situacionista,
Raoul Vaneigem haba hablado de esa
abominacin terrible y liberadora que
dormita bajo lo cotidiano. La llam
intermundo, un descampado en el que
los residuos del poder se mezclaban con
la voluntad de vivir, un lugar en que
reina la crueldad esencial del polica y
del insurrecto. Guarida de fieras,
furiosas por su secuestro[171]. Llegado
su da, el intermundo, la nueva
inocencia, saldr del subsuelo desde el
que acecha y se apoderar de la vida,
para desencadenarla.
3. UTOPA POLTICA Y
HETEROTOPIA URBANA
En la ciudad, todo orden poltico
trata de alimentar como puede la ilusin
de una identidad entre l mismo la
polis y la urbanidad que administra y
supone bajo su control la urbs. En
cambio, como Isaac Joseph ha escrito, la
urbs es la ciudad antes de la ciudad, la
ciudad superior y el paradigma de la
ciudad[172].
No se debe confundir, no obstante, la
oposicin entre la urbs y la polis con
aquella otra, tan frecuentada desde el
liberalismo y el libertarismo difciles
de distinguir a veces, entre sociedad
civil y Estado que, en cualquiera de sus
interpretaciones, sobrentiende siempre
un contraste entre dos organicidades,
una de ellas la sociedad anterior a
la otra el Estado y superior en
legitimidad. As, el enfrentamiento que
Pierres Clastres registra en las
sociedades amerindias entre sociedad y
Estado se parece, ciertamente, al que
aqu se sugiere entre las prcticas de la
urbanidad y la ciudad polticamente
centralizada. Esa analoga no implica,
con todo, una plena equiparacin. La
diferencia entre la oposicin
sociedad/Estado en Clastres y la de
urbs versus polis estribara, ante todo,
en que la idea de sociedad en todos los
casos se corresponde con el modelo de
las estructuras conclusas y cerradas,
trabajadas desde la sociologa y la
antropologa funcionalistas. Lejos del
referente sociolgico tradicional la
sociedad como totalidad orgnica
integrada funcionalmente, la sociedad
urbana es, por principio, concrecin
radical de lo que Lvi-Strauss llamaba
sociedad caliente, es decir sociedad
dependiente de procesos caticos,
impredecibles y entrpicos. En ese
sentido, la oposicin urbs/polis sera
anloga a la propuesta por Spinoza y
retomada por Maffesoli y Negri de
potencia/poder, ya comentada y sobre la
que conviene regresar. La urbs, en
efecto, sera como la potentia
spinoziana una energa creativa y
amoral, un puro funcionamiento sin
funciones, dinamismo hecho de
fragmentos en contacto, una pasin
constante que se agitara de espaldas a
un orden poltico que intenta pacificarlo
como puede, sin conseguirlo. Por su
parte, la potestas-polis se pasara el
tiempo esforzndose por desactivar los
fragores de la sociedad urbana,
forzndola a confesar el sentido
escondido de sus extravagancias.
Para resolver esa comparacin
imperfecta entre la oposicin sociedad
versus Estado y la de urbs versus polis,
acaso sera conveniente considerar una
tercera instancia conceptual, relativa a
las territorializaciones elaboradas por
una organizacin social
institucionalizada al margen de la
administracin poltica y que
conformaran las viejas instituciones
primarias parentesco, sistema de
produccin, religin, funcionando en
precario e insuficientemente en las
sociedades urbano-industriales, pero
vertebrando todava una parte
importante de la vida social. Se hablara
aqu de lo que Lefebvre llama la
Ciudad, reservorio orgnico y
corporativo heredado de la comunidad
tradicional y que mantiene an ciertas
facultades estructurantes insuficientes,
como se ha visto antes en los
contextos urbano-industriales[173]. Ms
recientemente, Jairo Montoya se ha
referido a esa misma entidad como
espacio colectivo, distinto tanto del
espacio pblico o civitas como del
espacio poltico de la polis[174]. Cabra
sugerir a la sazn un desglose que
sustituira la oposicin didica
urbs/polis por una divisin tridica que
distinguiera entre administracin
poltica, sociedad estructurada y
sociedad estructurndose. De ah se
desprendera otra divisin en trminos
espaciales entre territorios
polticamente determinados, territorios
socialmente determinados y espacios
socialmente indeterminados, estos
ltimos disponibles y abiertos para que
se desarrolle en su seno una
sociabilidad inconclusa, por decirlo de
algn modo en temblor, intranquila y,
por tanto, intranquilizante. Un esquema
simple podra resumir esta matizacin:
La idea, latente ya en la potentia
spinoziana y que la oposicin polis/urbs
reactualiza, de una instancia que no es
nada en s, sino una pura posibilidad de
ser, independiente de todo factor
material o ambiental, aparece reflejada
en el concepto que Hannah Arendt
propuso de poder. El poder est
asociado a lo que era para Arendt el
espacio de aparicin, lo que surge
entre los hombres cuando actan juntos y
desaparece en el momento en que se
dispersan. El poder es la energa que
mantiene ese espacio todo l hecho de
posibilidades, algo que rene todas las
potencialidades que pueden realizarse
pero jams materializarse plenamente.
Para Arendt, el poder slo es realidad
donde palabra y acto no se han
separado, donde las palabras no estn
vacas y los hechos no son brutales,
donde las palabras no se emplean para
velar intenciones sino para descubrir
realidades, y los actos no se usan para
violar y destruir sino para establecer
relaciones y crear nuevas
realidades[175]. Ese poder que
Arendt identifica explcitamente con la
potentia latina, y no con la potestas
es lo contrario de la fuerza. El poder, en
Arendt, es siempre un poder potencial, y
un poder potencial de juntar. La fuerza
en cambio es intercambiable y
mensurable, est ah para ser ejercida
sobre algo o alguien. Se asocia a la
violencia, y si bien puede derrocar al
poder jams podra sustituirlo. La fuerza
es, por definicin, como la potestas
spinoziana, como la polis moderna,
impotente.
Los conceptos de potencia (Spinoza,
Maffesoli, Negri) y poder (Arendt) se
adecan a la perfeccin a los principios
activos que constituyen la urbs y cuyo
marco natural es el espacio pblico
urbano. Cmo definir ese espacio
pblico que constituye lo urbano de la
ciudad?: un espacio paradjico,
testimonio de todo tipo de dinmicas
enredadas hasta el infinito, abierto, en
el sentido de predispuesto a conocer y
crear informaciones, experiencias y
finalidades nuevas, y a concretarlas.
Frente a esa realidad conformada por
diferencias que se multiplican, de
intensificaciones, aceleramientos,
desencadenamientos sbitos[176],
acontecimientos imprevistos, se produce
un continuado esfuerzo por convertir
todo ello la urbanizacin en
politizacin, es decir en asuncin del
arbitrio del Estado sobre la confusin y
los esquemas paradjicos que organizan
la ciudad. En esa direccin, y ms all
de los dispositivos de control directo
que no dejan de inventariar y analizar lo
que sucede en las calles, la
administracin poltica de la ciudad
sabe que resulta indispensable la
proclamacin de polos que desempeen
una tarea de integracin tanto
instrumental como expresiva, y que le
resulten atractivos al ciudadano tanto en
el plano de lo utilitario como en el de lo
semntico y afectivo. Manuel Castells
estableca cmo tras la idea de centro
urbano lo que hay es la voluntad de
hacer posible, sea como sea, lo que la
administracin poltica entiende que es
una comunidad urbana, en el sentido
de un sistema especfico, jerarquizado,
diferenciado e integrado de relaciones
sociales y de valores culturales[177].
Con ello se aspira a alcanzar la
utopa de la ciudad ordenada y tranquila
que el orden poltico ha venido soando
desde Platn. A partir de ah, y de la
mano de San Agustn, Campanella,
Moro, Fichte, Fourier y otros, la utopa
urbana se ha venido contemplando como
la realizacin de un sistema
arquitectnico cerrado, de tal manera
que no nos equivocaramos diciendo que
la utopa urbana, la ciudad soada, es
sobre todo un orden social entendido
como orden arquitectnico. En
urbanismo, la geometrizacin de las
retculas urbanas y la preocupacin por
los equilibrios y las estabilidades
perceptuales se plantean, al igual que las
retricas arquitecturales, a la manera de
mquinas de hacer frente a la
segmentariedad excesiva, al
desbarajuste de todas las lneas difusas
que los elementos moleculares trazan al
desplazarse sin sentido, al ruido de
fondo que lo urbano suscita
constantemente. Sedantes que intentan
paliar las taquicardias y las arritmias de
la autogestin urbana. Es decir: el
urbanismo no pretende ordenar lo
urbano de la ciudad, sino anularlo, y si
no es posible, cuando menos atenuarlo
al mximo.
Ahora bien, la sofisticacin y la
perfeccin de los dispositivos de
fiscalizacin panptica y las
estratagemas de imposicin de
significados no tienen jams garantizado
el xito. Una y otra vez ven desbaratada
su intencin por una hiperactividad
urbana que, de un modo u otro, siempre
acaba escapndoseles de entre las
manos a las instancias encargadas de
mirar y unificar. Dicho de otro modo,
son constantes los desmentidos mediante
los que la urbs advierte a la polis sobre
lo precario de la autoridad que cree
ejercer. En su manifestacin ms
expeditiva, estas desautorizaciones
pueden producirse cuando la urbs
decide apearse del simulacro de su
sumisin y deja de inhibirse ante los
grandes propsitos arquitectnicos y
urbansticos, para pasar a exhibir su
hostilidad hacia ellos y hacia las
instancias polticas y socioeconmicas
que los patrocinan, articulando por su
cuenta modalidades especficas de
accin sobre la forma urbana. Se trata
de convulsiones que tienen como
protagonista a las masas, ese viejo
personaje de la vida urbana moderna,
que decide llevar hasta las ltimas
consecuencias una lgica que se ensaya
en cada fiesta y que consiste en que el
poder poltico sea expulsado o
marginado del escenario urbano,
ocupado ahora de manera tumultuosa por
sus propios usuarios que, reunidos para
proclamar o hacer algo, pasan a
convertirse en amos del lugar.
Esta ocupacin inamistosa
antiurbanstica y antiarquitectnica
del espacio pblico puede producirse
masivamente, en forma de grumos que se
proclaman a s mismos en tanto que
entidades colectivas dotadas de
voluntad y direccin propia:
manifestaciones, algaradas,
insurrecciones, protagonizadas por lo
que luego se presentar como la
turbamulta o el pueblo, en funcin de la
respetabilidad que se le quiera conferir.
Pero el reconocimiento de una distancia
irreconciliable entre la sociedad urbana
y el orden poltico tambin puede darse
en el desacato microbiano que ejecutan
los usuarios ordinarios de la calle:
paseantes, peatones, caminantes
annimos, un ejrcito de
merodeadores sin rumbo aparente,
dispuestos a cualquier cosa, guardianes
de secretos, conspiradores que usan a su
manera los espacios por los que
circulan.
La calle es el escenario de prcticas
formas de hacer, a la manera como lo
expresara Durkheim ajenas al espacio
geomtrico o geogrfico que se ha
construido segn premisas tericas
abstractas. Tales operaciones hilvanan
una espacialidad otra, punto ciego de
una ciudad politizada que se quisiera
apacible, pero que nunca lo es. Para las
tecnologas y los discursos a ellas
relativos, la ciudad debera ser un
espacio confeccionado a partir de un
nmero finito de propiedades estables,
aislables y articuladas las unas con las
otras, que haran de ella una maquinaria
intervenida por todo tipo de estrategias
que la racionalizan, que la colocan en el
centro mismo de los programas polticos
y de las ideologizaciones de cualquier
orientacin. En cambio, de espaldas a
esos dispositivos discursivos y de
control proliferan por miles
micropoderes opacos, astucias
combinadas hasta el infinito e
irreductibles a cualquier manejo o
administracin.
Tales indisciplinas unicelulares,
grupales o masivas deberan ser el
objeto de una teora de la cotidianeidad,
de lo que Certeau llama un espacio
vivido y de una inquietante familiaridad
de la ciudad, una teora atenta a las
motricidades peatonales, las
instrumentalidades menores que se
derivan del discurrir sin ms, del errar
sin objeto. En eso consiste la
enunciacin secretamente lrica de los
viandantes, diseminadores y borradores
de huellas, exploradores de indicios,
colonizadores de continentes tan ignotos
como breves. Son ellos quienes trazan
trayectorias indeterminadas e
impredecibles por los territorios
edificados, escritos y prefabricados por
los que se desplazan. Adoptando un
trmino concebido para describir los
usos espaciales de los nios autistas,
Certeau habla de las deambulaciones
ordinarias como vagabundeos eficaces,
y lo hace para referirse al simple
caminar por las calles como un acto
radicalmente creativo e iluminador, de
igual forma que el hecho mismo de abrir
el portal para salir es un movimiento
inicial hacia la libertad. En uno de sus
relatos brevsimos, Paseo repentino,
Franz Kafka nos presenta a un hombre
que parece decidido a pasar la velada
en su casa. Se ha puesto el batn y las
pantuflas y se ha sentado frente a la
mesa para iniciar algn trabajo o algn
juego, luego del cual se ir a la cama,
como cada noche. Nada hara pertinente
ni aconsejable salir en ese momento. A
pesar de ello, e indiferente a la sorpresa
e incluso a la ira despertada entre los
miembros de su familia, el protagonista
se levanta, se viste, da una excusa y
sale. Entonces, ya en la calle, siente
reunidas en s todas las posibilidades de
decisin, nota el poder de provocar y
soportar los mayores cambios. Por una
noche, uno se ha separado
completamente de su familia, que se
desvanece en la nada, y convertido en
una silueta vigorosa y de atrevidos y
negros trazos, que se golpea los muslos
con la mano, adquiere su verdadera
imagen y estatura.
El decir de los viandantes efecta el
lenguaje de los diseadores urbanos y
de los ingenieros de ciudad, lenguaje
que en realidad es imposible sin ellos y
que slo se puede encarnar en la traicin
a que los hablantes le someten al
apoderarse de l, expresando lo
incompleto de la informacin con que
los modeladores de espacios urbanos
cuentan a la hora de concebir sus
proyectos, su ignorancia. Las
instituciones creen imponer su
vocabulario y sus sintaxis. Las frases de
los viandantes, en cambio, se infiltran
entre todas las construcciones
gramaticales y se amoldan a intereses y
deseos bien distintos de los que generan
las polticas urbansticas. La imagen que
Certeau propone es la de derivas o
desbordamientos por un relieve
impuesto, vaivenes espumosos de un
mar que se insina entre los roquedales
y los ddalos de un orden establecido:
De esta agua regulada en principio por
las cuadrculas institucionales que de
hecho erosiona poco a poco y desplaza,
las estadsticas apenas si saben algo. No
se trata en efecto de un lquido, que
circula por entre los dispositivos de lo
slido, sino de movimientos otros, que
utilizan los elementos del terreno[178].
Para describir las prcticas
deambulatorias de los viandantes y su
relacin con las estructuras
morfolgicas prefijadas en que se dan,
Certeau convoca la vieja dicotoma
entre habla y lengua. Para Saussure la
lengua es el sistema subyacente, la
convencin o norma, el orden
clasificatorio que determina qu es y
cmo hay que decir el lenguaje. El habla
es simplemente la suma de lo que la
gente dice, el empleo prctico-
instrumental y ordinario del lenguaje y
lo que, en ltimo trmino, lo determina.
Esa divisin lingstica bsica conocer
otras conceptualizaciones. El valor
habla se traduce, en la glosemtica de
Hjelmslev, por los de proceso y uso
lingstico, que definen la realizacin
efectiva del lenguaje y se oponen a la
nocin de esquema, equivalente a la
lengua saussuriana. mile Benveniste se
refiere al discurso como la lengua
asumida y transformada por los
hablantes, la intervencin de stos en y
sobre el lenguaje. Para la lingstica
generativa de Chomsky la performance
es la realizacin de la lengua y contrasta
con la competencia, que es su
virtualidad. Antes, esa misma oposicin
se haba planteado en trminos de
cdigo/mensaje en la tradicin
lingstica norteamericana. En ese
contexto Leon Bloomfield haba
propuesto su teora situacional, segn la
cual la significacin de una unidad
lingstica no era sino la situacin en la
que el hablante la enuncia y la respuesta
que provoca por parte del oyente. De ah
la tendencia conocida como etnografa
de la comunicacin, disciplina atenta a
la primaca de la funcin y de las
problemticas contextales sobre la
estructura y el cdigo. Todo ello haba
sido llevado por Wittgenstein a su
frmula ms extrema: Una palabra no
tiene significacin, slo tiene usos.
Todas estas oposiciones recuerdan
la marxista entre valor de uso y valor de
cambio, que, a su vez, extendida a la
conceptualizacin del espacio social, le
sirvi a Henri Lefebvre para contrastar
el espacio para vivir del espacio para
vender. En cualquier caso, los usos
paroxsticos del espacio pblico por
parte de los transentes equivaldran a
esa funcin de uso o realizacin fsica
que reciben los signos habla, uso,
discurso, proceso, performance,
mensaje, operacin por la que los
hablantes okupan el lenguaje, prctica
concreta de la comunicacin de la que
se deriva, en ltima instancia, todo
significado.
Otro repertorio de conceptos
aplicables a los usos ambulatorios del
espacio pblico nos viene dado por la
obra de Mijal Bajtin, el gran renovador
del estructuralismo ruso. Bajtin empieza
por concebir toda estructura literaria de
una forma no muy distinta de como
Certeau entiende el espacio, puesto que
la palabra literaria no es nunca un punto
fijo un sitio propio, sino un cruce
de superficies textuales, un dilogo
plurideterminado y polivalente entre
escrituras. La palabra potica se asocia
con lo que Bajtin llama un discurso
carnavalesco, un movimiento polifnico
que impugna o ignora la lgica de los
discursos codificados y las censuras de
la gramtica. El discurso carnavalesco
se relaciona con el plano sintagmtico
de la lingstica clsica, con la prctica,
con el discurso, con la lgica
correlacional, con la literatura que
Bajtin llama menipea Rabelais, Swift,
Dostoievski, Joyce, Proust, Kafka y
que consiste en la exploracin del
lenguaje mismo, pero tambin del
cuerpo y del sueo. Lo contrario es la
historia oficial, el monlogo, el relato,
la lgica aristotlica, el sistema, la ley,
Dios. La estructuracin carnavalesca es
una cosmogona sin sustancia, sin
identidad, sin causa, sin identidad. Slo
existe en y por las relaciones que suscita
y que, a su vez, lo suscitan. En l todo
son distancias, conexiones, analogas,
oposiciones no excluyentes, dilogos
pluridireccionales. El sujeto de la
carnavalidad en Bajtin se corresponde
plenamente con el viandante en Certeau,
ambos anonimato puro, creadores
sorprendindose a s mismos en el acto
de crear, cada uno de ellos persona y
disfraz, ellos mismos y todos los dems.
4. LA CALLE Y LA
MODERNIDAD
RADICAL
En las tramas que configuran la
sociedad urbana, el protagonismo no
corresponde casi nunca a elementos
estructurados de forma clara. Ni
siquiera se trata de seres con nombre y
apellidos. Son personajes que
clandestinizan todas y cada una de las
estructuras en que se integran siempre
a ratos para devenir nadas
ambulantes, perfiles nihilizados, seres
hipertransitivos, sin estado, es decir que
no pueden ser contemplados
estticamente, sino slo en excitacin,
trajinando de un lado para otro. He ah
un universo peripattico y extravagante
que trae de cabeza a cualquier orden
poltico, siempre preocupado porque no
se descubra lo que todo el mundo sabe
ya de sobras: su fragilidad, su
impostura, su dficit de legitimidad. Es
contra un personaje mltiple y mutante
contra quien se instalan los sistemas de
escucha y vigilancia. Es contra l contra
quien se proclaman los estados de sitio
y los toques de queda, que consisten en
dejar el espacio urbano libre de sus
naturales, los peatones, en acuartelar a
quienes podran verse asaltados por la
tentacin de ir de aqu para all. No se
sabe apenas nada de l, salvo que ya ha
salido pero todava no ha llegado, que
antes o despus de su trnsito era o ser
padre de familia, ama de casa,
oficinista, obrero sindicado,
funcionario, amante o panadero, pero
que ahora, en trnsito, es pura potencia,
un enigma que desasosiega. Es cierto
que se le ha contemplado desfilar en
orden, simular todo tipo de sumisiones,
adular en masa a los poderosos, pero se
conoce su tendencia a insubordinarse,
sea por la va de la abstencin, del
desacato, de la desercin o del
levantamiento. Por eso que es contra l,
contra ese desconocido innumerable,
contra quien se bombardean las
ciudades y se colocan coches bomba.
Contra quines se disparaba desde las
colinas en Sarajevo?: contra tipos que
iban por ah, a sus cosas. Ese ser sin
rostro puesto que los resume todos
es el hroe de las ms inverosmiles
hazaas. Se le ha visto cavar trincheras
en Madrid, disparar contra los alemanes
en Pars, correr a los refugios en
Londres, conspirar en Argel, resistir en
Grozni. Todo el mundo pudo ver al
personaje, solo, de pie ante una columna
de tanques, con bolsas de la compra en
las manos, en una avenida de Pekn. Es
verdad que nadie sabe lo que puede un
cuerpo, pero tampoco, y por lo mismo,
nadie sabe lo que puede un transente.
Todas estas figuras representan
modalidades de desobediencia o
simplemente abstencionismo hacia el
dominio del plan, que es lo mismo que
decir el plan de dominacin. Y qu
son?, de dnde procede y en qu
consiste esa energa bruta de lo urbano
que toda polis teme por encima de
cualquier cosa? Son todo y nada a la
vez. Algo de lo que no se puede hablar
en realidad, puesto que nadie ha visto su
cara tras todas las caras que esa entidad
abstracta rene. Tampoco nadie ha
escuchado su voz, o, mejor dicho, nadie
ha entendido qu dice, hasta tal punto no
es sino un murmullo indescifrable, a
veces un vocero ensordecedor, o acaso
un alarido. La opacidad de lo urbano, la
proliferacin de sociedades
interpuestas, entrecruzadas y efmeras
que trazan ese plano ilegible, encuentra
en las imgenes de la niebla o de la
bruma espesa sus metforas idneas.
Una alegora as, para describir la
ilegibilidad de lo que sucede en las
calles, ha encontrado su eco en la
literatura. En el prlogo a un libro de
fotografas sobre el nuevo Berln, Alfred
Dblin se refera en 1928 a cmo las
ciudades poseen una opacidad absoluta
e irrevocable: En otras palabras:
Berln es mayormente invisible. Cosa
curiosa: con Francfort del Meno,
Munich no pasa esto, o s? Acaso
sern en su conjunto las ciudades
modernas en realidad invisibles, y
aquello que de visible hay en ellas sea
meramente ese ropero usado que queda
como legado?[179] En su Viaje al fin de
la noche, Cline compara la luz gris de
las calles de Nueva York con la de la
selva africana, luz de abajo, que era
como un gran amasijo de algodn
sucio. Julio Cortzar, en su cuento El
examen, nos muestra a un grupo de
intelectuales atrapados por una ciudad
que les agobia, cuya marca es la
permanente presencia de las
muchedumbres en la calle, una masa a la
que se desprecia: Y la gente, la otra
niebla oscura y parda, al ras del suelo.
Un texto breve de Luis Cernuda, El
hombre de la multitud, recoge idntica
figura: Vaco, anduve sin rumbo por la
ciudad. Gentes extraas pasaban a mi
lado sin verme. Un cuerpo se derriti
con leve susurro al tropezarme. Anduve
ms y ms. No senta mis pies. Quise
cogerlos en mi mano y no hall mis
manos; quise gritar, y no hall mi voz.
La niebla me envolva. En Las
ciudades invisibles, de Italo Calvino, el
Gran Kan y Marco Polo reflexionan en
silencio, mientras el humo de sus pipas
evoca el humo opaco que pesa sobre la
calles bituminosas de las metrpolis.
El cine tambin ha reconocido lo
urbano como invisibilidad. En El quinto
elemento Luc Besson (1977) nos
muestra una ciudad del futuro en que la
que todo el mundo vive en las alturas, en
pisos elevados o circulando en
pequeas aeronaves que se desplazan
sobre el vaco. Abajo, a la altura de la
calle, slo hay una espesa bruma a la
que van a ocultarse los fugitivos y entre
la que la polica que les acosa no ve
nada. Algo parecido lo encontramos en
la imagen de un Los Angeles de
pesadilla en Blade Runner, por cuyas
calles circula una masa impenetrable de
extranjeros y seres inverosmiles, entre
la que se ocultan los replicantes y frente
a la que tos agentes del orden se sienten
con razn impotentes. Son los das de
niebla los que les permiten a los
habitantes de Sarajevo recuperar el
espacio abierto, pasear, asistir a un
concierto al aire libre, a cubierto de los
puntos de mira de los francotiradores
serbios, en La mirada de Ulises, de
Theo Angelopoulos (1994). Al final de
La batalla de Argel la pelcula de Gillo
Pontecorvo (1966) sobre las
expresiones urbanas de la guerra de
independencia argelina, los ocupantes
franceses se enfrentan a la insurreccin
inminente de los habitantes de la
cashba, colosal embrollo humano en que
ya encontrara refugio Jean Gabin en
Pepe-le-Moko, el memorable film de
Julien Duvivier (1937). Desde la lnea
de gendarmes y paracaidistas que se
prestan a aplastar la rebelin, un agente,
megfono en mano, se dirige a los
insurrectos para que depongan su
actitud. Ante l, sin embargo, no hay
nada que pueda distinguirse. Su perorata
rebota en una especie de neblina que se
extiende delante de l, un vaho denso en
cuyo interior resuenan los gritos
multiplicados por mil de las mujeres
argelinas. Literalidad de la condicin
impenetrable de lo urbano, resistente a
todos los intentos de la polis por hacer
difana la trama viviente de la ciudad.
Idntica apreciacin en Michel de
Certeau, que comentaba cmo desde el
piso 110 del World Trade Center de
Nueva York se puede vivir la ilusin de
una legibilidad de lo que ocurre abajo,
en las calles, cuyos elementos pueden
parecer, desde lejos, dotados de cierto
orden. En cambio, ese efecto ptico de
transparencia escamotea la realidad de
una opacidad total all abajo. Esa visin
desde 420 metros es la del urbanista o la
del cartgrafo, dios panptico que cree
verlo todo, pero al que, en realidad,
todo se le oculta.
Es abajo en cambio
(down), a partir de ese suelo en
que cesa la visibilidad, donde
viven los practicantes ordinarios
de la ciudad. Forma elemental de
esta experiencia son los
andariegos, Wandersmnner,
cuyo cuerpo obedece a los
grosores y a las finuras de un
texto urbano que escriben sin
poderlo leer. Estos practicantes
se mueven por espacios que no
se ven; tienen de l un
conocimiento tan ciego como el
del cuerpo a cuerpo amoroso.
Los caminos que se responden
unos a otros en ese
entrelazamiento, poesas
ignorantes de las que cada
cuerpo es un elemento firmado
por muchos otros, escapan a la
legibilidad. Todo pasa como si
un encegamiento caracterizara
las prcticas organizadoras de la
ciudad habitada. Las redes de
esas escrituras que avanzan y se
entrecruzan componen una
historia mltiple, sin autor ni
espectador, formada de
fragmentos de trayectorias y de
alteracin de espacios, se
mantiene cotidianamente,
indefinidamente, otra[180].
El poder poltico puede arrogarse el
dominio sobre la ciudad que lo aloja.
Frente a la sociedad urbana, en cambio,
ese poder poltico se revela una y otra
vez incapaz de ejercer su autoridad. En
las calles el protagonismo no le
corresponde a un supuesto animal
poltico, sino a esa otra figura a la que
deberamos llamar animal pblico,
actor de esas formas especficamente
urbanas de convivencia que son el
civismo y la civilidad, valores que a
veces se presentan no por casualidad
bajo el epgrafe de urbanidad. La
calle es el lugar en que se producira la
epifana de una sociedad de veras
democrtica. Requisito: una inteligencia
social minimalista, en el sentido,
apuntado por Isaac Joseph, de una
mnima congruencia que permita
asegurar tanto una interpretacin
compartida de la escena en que se
desarrolla la accin, es decir
dispositivos, como de las competencias
y protocolos relativos a su uso, esto es
disposiciones. Premisa de una tica
social no menos minimalista, un grado
elemental de consenso basado en la
reserva y en el distanciamiento eso
que a veces tambin llamamos respeto
y en la eventual interaccin
pragmtica y cognitiva pacfica, pero no
por fuerza desconflictivizada, entre
individuos y comunidades.
Exacerbacin del derecho a negarse a
declarar, a permanecer difuminado, sin
identidad, ejerciendo y recibiendo los
beneficios del derecho a la indiferencia,
no respecto de lo que cada cual hace, ni
mucho menos de lo que a cada cual le
pasa, sino con respecto a lo que cada
cual es. Exterioridad absoluta, contrato
social fundado, al mismo tiempo, en la
evitacin y en el reencuentro,
trenzamiento de subjetividades e
intereses copresentes que coinciden
episdicamente en lo que es o debera
ser un horizonte abierto, intermitente,
poroso y mvil: el espacio pblico.
Este elogio de lo urbano como
dominio no encauzable de lo inopinado
no tiene por qu ser incompatible con la
lucha por una mejora en las condiciones
de vida de los habitantes de las
metrpolis, a la manera como pretende
cierta exaltacin de las energas que,
desatadas, abandonadas a su propia
inercia, supuestamente dan forma a la
ciudad, aunque en realidad se plieguen a
los proyectos de dominio del ms
salvaje de los liberalismos. Es lo
urbano lo que no puede resultar ms que
opaco e inabarcable, lo que se resiste a
una planificacin total, puesto que est
sometido a dinmicas en gran medida
azarosas e indeterminadas. La ciudad, en
cambio, es una realidad ms amplia, que
s que puede y debe ser objeto de una
mirada global y, a partir de ella, de
programas que, ms all del enjambre
de discontinuidades que cobija,
garanticen los mximos niveles posibles
de justicia e igualdad a sus habitantes.
Es ms, la articulacin entre polis y
urbs es del todo factible, siempre y
cuando la primera sea consciente de su
condicin de mero instrumento
subordinado a los procesos societarios
que, sin fin, se escenifican a su
alrededor, aquella sociedad prepoltica
que constituyen los ciudadanos y de la
que la urbs sera la dimensin ms
crtica y ms creativa.
Se trata, al fin y al cabo, de retomar
aquella polis que concibiera la Grecia
clsica, como opuesta a la oikos o
esfera privada de la domesticidad. Una
polis bien distinta de aquella otra que
hemos contemplado oponindose en
trminos de fuerza e impostura a la
creatividad de lo urbano. Esa polis
griega quizs no fuera histricamente
real, pero le serva a Hannah Arendt y,
en su senda, a Castoriadis para
reconstruir la teora poltica de
Aristteles y, a partir de ella, asociarla
a una idea de espacio pblico ta
koina como espacio que pertenece a
todos, escenario de un logos al
servicio de la libertad de palabra, de
pensamiento y del cuestionamiento sin
trabas, espacio que remita a la plaza
pblica, el agora. Creacin ntimamente
vinculada a los dos rasgos de la
ciudadana democrtica griega: la
isegoria, derecho a la igualdad a la hora
de hablar con plena libertad, y
parrhesia, compromiso de cada cual de
decir lo que piensa en relacin con los
asuntos pblicos[181]. Proclamacin
tambin de la impersonalidad y la pura
exterioridad como valores positivos. En
un sistema social en que poltica y
esfera pblica coinciden plenamente, la
dominacin slo se puede ejercer en
relacin con las actividades
tecnoeconmicas organizadas a partir de
la esfera domstica, puesto que le
corresponde sobre las mujeres, los
nios, los esclavos y las posesiones
al oikodespotes, el dueo de la casa y
en aquellos procesos en que reine la
necesidad: nacimiento, muerte,
reproduccin, subsistencia. En el
espacio pblico, en el Agora, en
cambio, la dominacin es inconcebible y
se plantea, al menos idealmente, como
reino de la libertad, entendida como
igual derecho de todos los ciudadanos a
participar de los asuntos pblicos.
Anticipacin acaso de ese otro espacio
pblico que aparece en el siglo XVIII
fundando la modernidad, reino de lo que
Kant llamara la publicidad y cuyo valor
habr de vindicar doscientos aos ms
tarde Jrgen Habermas[182]: mbito del
dominio pblico, en el que se
institucionaliza la censura moral y
racionalizadora de toda dominacin
poltica, fuerza exterior de la crtica,
impulso que viene de abajo y que no
cesa de pedir cuentas al poder.
La polis actual slo se legitima,
pues, cuando entiende su papel
supeditado, toma conciencia de su
incompetencia a la hora de integrar y
hasta a entender la mayora de
experiencias sociales que se despliegan
en torno a ella, y que se limita a
procurar paisajes francos para esa
espontaneidad autorregulada en que
consiste la vida cotidiana, asegurando
que nadie quedar excluido del derecho
a su pleno disfrute. El espacio pblico,
como mbito fsico y simblico, esa
arena para una vida social crnicamente
insatisfecha, abandonada a una
plasticidad sin freno, es lo que la polis
debe mantener en buenas condiciones,
asegurando su plena accesibilidad,
deparndole escenarios y decorados. Es
all donde se desarrolla la accin
pblica, esto es la accin del pblico,
para el pblico y en pblico, en un
espacio de reuniones basadas en la
indiferencia ante las diferencias que
no ante las desigualdades y en el
contrato implcito de ayuda mutua entre
solitarios que ni se conocen. Proscenio
en que se transustancian los principios
que posibilitan la ciudad democrtica
la ciudadana, el civismo y la civilidad
y remiten al conjunto de derechos y
deberes del ciudadano, pero tambin a
esa actividad que protege a las gentes
entre s y sin embargo les permite
disfrutar de la compaa de los
dems[183]. sos son los motores de
una sociedad pura, al margen de las
contingencias del poder poltico, que
pone entre parntesis la diversidad de
formas de hacer, de pensar, de sentir y
de decir para hacer prevalecer una nica
identidad significativa que a nadie le
podra ser bajo ningn concepto
escamoteada: la de ciudadano. La
geografa en que esa sociedad elemental
se institucionaliza es la calle y los
espacios a ella parecidos, en los que
cada cual obtiene la posibilidad de
enmascarar o apenas insinuar su
identidad, pero tambin de proclamarla
en un momento dado, y en los que el
objetivo de los concurrentes no es tanto
el de entender a los dems como el de
entenderse con ellos. Son esos
parajes multiuso que conocen un
dilogo, incesante y crispado, entre la
sociedad de lo plural y el poder de lo
nico, en que la primera siempre est en
condiciones de esgrimir ante el segundo
una legitimidad primordial, anterior a lo
poltico.
El espacio pblico ha devenido, es
cierto, el marco de las peores
desolaciones, de la desesperacin, de la
angustia y de la soledad. Todas las
fuentes de ansiedad para el ser humano
de nuestros das parecen haber
encontrado en las calles su escenario
predilecto: la disolucin de las certezas,
la inseguridad fsica y moral, el
estallido de la experiencia, la
impotencia ante las tendencias
contradictorias pero simultneas hacia
la unificacin y la heterogeneizacin, el
vaciamiento, la dimisin de toda tica.
Sin negar lo que para muchos puede ser
la evidencia de una desertificacin
progresiva de la vida cotidiana, no es
menos cierto que en ese mismo espacio
pblico puede realizarse lo que Anthony
Giddens llamaba la modernidad
radical[184], posibilidad de avanzar las
promesas de un proyecto moderno
inconcluso y frustrado, todava por
hacer. Es en la calle, entre
desconocidos, donde se pueden resolver
las contradicciones entre familiaridad y
sorpresa, entre distancia e intimidad,
entre privacidad y compromiso. Es en la
calle donde se produce en todo momento
a pesar de las excepciones que
procuran de vez en cuando la polica y
los fanticos la integracin de las
incompatibilidades, donde se pueden
llevar a cabo los ms eficaces ejercicios
de reflexin sobre la propia identidad,
donde cobra sentido el compromiso
poltico como consciencia de las
posibilidades de la accin y donde la
movilizacin social permite conocer la
potencia de las corrientes de simpata y
solidaridad entre extraos.
Es posible que, como se ha
sostenido, la calle haya podido ser el
escenario de la desintegracin del
vnculo social, del individualismo de
masas, de la incomunicacin y de la
marginalizacin. Pero tambin lo suele
ser de las emancipaciones, de los
camuflajes, de las escapadas solitarias o
en masa. Tierra sin territorio en que
cada cual merece como el ms
precioso de los regalos la formidable
posibilidad de no ser nadie, de
esfumarse o mentir, de desvanecerse en
la nada, convertirse en slo el propio
cuerpo y la propia sombra, una silueta
vigorosa de atrevidos y negros trazos.
Puesto que la calle es una frontera, que
encuentran en ella su nicho natural todas
las gentes del umbral, todos aquellos
que viven anonadados: el adolescente,
el inmigrante, el artista, el desorientado,
el enamorado, el outsider, todos ellos
dislocados, desubicados, sin dar nunca
con su sitio, intrusos a tiempo completo:
los tipos urbanos por excelencia. La
calle es sin duda la patria de los
sin patria. Y ya que no se puede ser
forastero en un espacio en que todo el
mundo es extrao, debera lucharse
denodadamente para que, en l, la
exclusin resultara imposible, para
convertirlo en una fortaleza
indefendible, a merced de todas las
invasiones imaginadas y hasta
inimaginables, vulnerable a la irrupcin
masiva de desconocidos, precisamente
para que en su seno todos vieran
reconocido el derecho a serlo. He ah
por qu el exiliado y el extranjero son
como tan bien intuyera Hannah Arendt
los personajes en quienes mejor se
resumen los valores cvicos, puesto que
estn en condiciones de reclamar
derechos y obedecer deberes de
ciudadana en nombre de principios
abstractos de justicia e igualdad que no
estn inscritos en tradicin ni
idiosincrasia algunas, sino que son la
consecuencia del consenso impersonal
entre desconocidos que deciden
convivir. Negacin total del baluarte.
No hay lmites del espacio pblico,
puesto que la calle siempre es un lmite.
Y se podra ir an ms lejos. Deleuze y
Guattari proclamaban: El cuerpo es el
cuerpo. Est solo. Y no tiene necesidad
de rganos. El cuerpo nunca es un
organismo. Los organismos son los
enemigos del cuerpo[185]. A ello
debera aadrsele, parafrasendolo: La
urbs es la urbs. Est o podra estar sola.
Y, en ltima instancia, no tiene
necesidad de polis. La urbs nunca es una
polis. La polis es enemiga de la urbs, a
no ser que se someta a ella y la sirva.
No es
bueno
quedarse
en la orilla
como el
malecn o
como el
molusco que
quiere calcrea
[mente
imitar a
la roca.
Sino que es
puro y sereno
arrastrarse en
la dicha
de fluir y
perderse,
encontrndose
en el
movimiento
con que el gran
corazn
de los
hombres
palpita
extendido.
Como ese
que vive ah,
ignoro en qu
piso,
y le he
visto bajar por
unas escaleras
y
adentrarse
valientemente
entre la
multitud y
perderse.
VICENTE
ALEIXANDRE
MANUEL DELGADO RUIZ.
(Barcelona, 1956).Licenciado en
Historia del Arte por la Universitat de
Barcelona. Doctor en Antropologa por
la misma universidad. Estudios de tercer
ciclo en la Section de Sciences
Religieuses de lcole Pratique des
Hautes tudes, Sorbona de Pars. Desde
1986 es profesor titular de Etnologa
religiosa en el Departamento de
Antropologa Social de la Universitat de
Barcelona. Es coordinador del
doctorado Antropologa del Espacio y
del Territorio, miembro del GRECS
(Grup de Recerca en Exclusi i Control
Socials) de la Universitat de Barcelona
y del Grupo de Trabajo Etnografa de
los Espacios Pblicos del Institut Catal
dAntropologia.
Ha dictado conferencias y seminarios en
distintas universidades. Ha trabajado
especialmente sobre la construccin de
la etnicidad y las estrategias de
exclusin en marcos urbanos. Tambin
se ha interesado por las
representaciones culturales en la ciudad
y las nuevas formas de culto en el mundo
contemporneo. Ha sido comisario de la
exposicin La ciudad de la diferencia,
en Barcelona, Madrid, Marsella, A
Corua y San Sebastin. Es director de
la coleccin Biblioteca del
Ciudadano, de la Editorial Bellaterra.
Es miembro del Consejo de direccin de
la publicacin Quaderns de lICA.
Actualmente forma parte de la junta
directiva del Institut Catal
dAntropologia. Tambin es miembro de
la Comisin de Estudio sobre la
Inmigracin del Parlament de Catalunya.
LIBROS
De la muerte de un dios
(Pennsula, Barcelona, 1986)
La ira sagrada. Anticlericalismo,
iconoclastia y antiritualismo en la
Espaa contempornea
(Humanidades, Barcelona, 1992)
Las palabras de otro hombre.
Anticlericalismo y misoginia
(Muchnik, Barcelona, 1993)
La cit de la diversit (Festival de
Marseille, Marsella, 1996)
Diversitat i integraci. La lgica
de les identitats a Catalunya
(Empries, Barcelona, 1998)
El animal pblico. Hacia una
antropologa de los espacios
urbanos (Premio Anagrama de
ensayo, Anagrama, Barcelona,
1999)
Ciudad lquida, ciudad
interrumpida (Universidad
Nacional de Colombia, Medelln
1999)
Identidades dispersas
(Universidad Nacional de
Colombia, Medelln, 2000)
Luces iconoclastas.
Anticlericalismo, blasfemia y
martirio de las imgenes (Ariel,
Barcelona, 2001)
Elogi del vianant (Edicions de
1984, Barcelona, 2005)
Normalidad y lmite [con Carlota
Galln] (Fundacin Ramn Areces,
Madrid, 2006)
Sociedades movedizas. Pasos
hacia una antropologa de las
calles (Anagrama, Barcelona,
2007)
La ciudad mentirosa. Fraude y
miseria del modelo Barcelona
(La Catarata, Madrid, 2007)
El espacio pblico como ideologa
(La Catarata, Madrid, 2011)
Notas
[1]1. U. Hannerz, Exploracin de la
ciudad, FCE, Mxico DF., 1991, pp.
4-19. <<
[2]G. H. Mead, Espritu, persona y
sociedad, Paids, Barcelona, 1990, pp
182193. <<
[3]G. Tarde, La opinin y la multitud,
Taurus, Madrid, 1986, p. 142; el
subrayado es suyo. <<
[4]
J. Ortega y Gasset. La rebelin de las
masas, Orbis, Barcelona, 1983, p. 17.
<<
[5]E. Canetti, Masa y poder, Muchnik,
Barcelona, 1994, p. 394. <<
[6] En la novela se brinda una
insatisfactoria explicacin al misterio,
que es que Griffin ha de vestirse para
combatir el fro y no puede hacer
invisibles sus ropas. En un serial
posterior titulado Los crmenes del
fantasma, protagonizado por Ralph
Byrd y dirigido por William Witney
(1941), el protagonista consegua la
invisibilidad integral gracias a un
artilugio electrnico, que no poda
evitar la emisin de un zumbido que se
encargaba de delatar inequvocamente
su presencia. En Memorias-de un
hombre invisible, una revisin del mito
debida a John Carpenter (1991), el
agente que persigue al protagonista,
aludiendo a la vida anodina que ste
llevaba, puede decir en un momento
dado que el hombre invisible ya era
invisible antes de volverse invisible.
<<
[7]La lectura de Muerte y vida de las
grandes ciudades, de Jane Jacobs
(Pennsula, Barcelona, 1973), o El
declive del hombre pblico, de Richard
Sennet (Pennsula, Barcelona, 1974),
tuvieron en su da para m una virtud
reveladora y este libro no quiere ni
puede disimularlo. <<
[8]
J. Remy y L. Voye, La ville: vrs une
nouvelle definiton? LHarmattan, Pars,
1992, p. 14. <<
[9]G. C. Argam, Historia del arte como
historia de la ciudad, Laia, Barcelona,
1984, pp. 211-213. <<
[10] Joseph, Introduction: Paysages
urbains, choses publiques, La ville
sans qualits, ditions de lAube, Paris,
1998, pp. 5-25. <<
[11]M. Berman, Todo lo slido se
desvanece en el aire. La experiencia de
la modernidad, Siglo XXI, Madrid,
1991. <<
[12] Como criterio, las pelculas
estrenadas en Espaa se citarn por su
ttulo en castellano. <<
[13]L. Wirth, El urbanismo como forma
de vida, en M. Fernndez-Martorell,
ed., Leer la ciudad, Icaria, Barcelona,
1988, p. 45. <<
[14]
H. Lefebvre, El derecho a la ciudad,
Pennsula, Barcelona, 1978, pp. 67-8.
<<
[15] G, Simmel, El individuo y la
libertad, Pennsula, Barcelona, 1986, p.
234. <<
[16]
A. R. Radcliffe-Brown, Prlogo a
Estructura y funcin en la sociedad
primitiva, Planeta-Agbstini, Barcelona,
1986, p. 12. <<
[17]H. Lefebvre, La revolucin urbana.
Alianza, Madrid, 1971, p. 39. El
subrayado es suyo. <<
[18] Joseph, Reprendre la rue, en
Prendre place: Espaces publics et
culture dramatique. Recherches, Plain
Urbain, Paris, 1995, p-12. <<
[19] J. L. Garca, Antropologa del
territorio, Taller de Ediciones JB,
Madrid, 1977, p. 29. <<
[20]A. Leroi-Gourhan, El gesto y la
palabra, Universidad Central de
Caracas, Caracas, 1971, p. 316. <<
[21]J. Remy, Sociologie urbaine et
rurale, LHarmattan, Paris/Quebec,
1998, pp. 182-183. <<
[22]I. Joseph, Les lieux-mouvements de
la ville, en Programme pluri-annuel
de recherches concertes. Plan Urbain,
RATP-SNCF, 1994, texto
mecanografiado cedido por el autor. <<
[23]Jacobs, Muerte y vida de las
grandes ciudades, pp. 280-281. <<
[24]E. Goffman, Relaciones en pblico,
Microestudios de orden pblico,
Alianza, Madrid, 1971, p. 47. <<
[25] A. Tarrius, Anthropologie du
mouvement, Paradigme, Caen, 1989, p.
12. <<
[26] Cf. Y. Lung, Auto-organisation,
bifurcation, catastrophe. Les ruptures
de la dynamique spatiale, Presses
Universitaires de Bordeaux, Burdeos,
1987. <<
[27] H. Lefebvre, La production de
lespace social, Anthropos, Paris, 1974,
pp. 113-5. Los subrayados son suyos. <<
[28] M. de Certeau, Linvention du
quotidien, I. Arts de faire, Gallimard,
Pars, 1992, pp. 170-191. <<
[29]M. Merleau-Ponty, Fenomenologa
de la percepcin, Pennsula, Barcelona,
1975, pp. 258-312. <<
[30]
M. Aug, Los no-lugares. Espacios
del anonimato, Gedisa, Barcelona,
1993, p. 83. <<
[31] O. Lewis, Antropologa de la
pobreza. Cinco familias, FCE, Mxico
DF., 1961, pp. 17-18. <<
[32]I. Joseph, Du bon usage de lcole
de Chicago, en J. Roman, d., Ville,
exclusion et citoyennet, Seuil/Esprit,
Paris, 1991, pp. 69-96. <<
[33]As por ejemplo: El trabajo de
campo, es decir la participacin
observante en una pequea comunidad
por un periodo largo de tiempo (entre
uno y dos aos), es la marca distintiva
del antroplogo (J. R. Llobera, La
identidad de la antropologa,
Anagrama, Barcelona, 1999, p. 66). <<
[34]Richard Sennet hace notar a partir
precisamente de ese cuento de Hoffman
que el flneur baudelairiano debe, si
es que en efecto quiere ejercer como tal,
volverse como un paraltico, mirar
constantemente sin ser interpelado ni
advertido por aquellos a quienes
observa (El declive del hombre pblico,
p. 265). <<
[35] J. Gurwirth, Lenqute en
ethnologie urbaine, Hrodote, Pars, 9
(1er. trimestre 1978), p. 42. <<
[36]A ttulo de ejemplo de este tipo de
trabajos, vase el libro de Lyn H.
Lofland A World of Strangers: Orden
and Action in Urban Public Space,
Basic Books, Nueva York, 1973. <<
[37] C. Ptonnet, LObservation
flottante, LHomme, Pars, XXII/4
(1982), p. 41. <<
[38]A. A. Arantes, La guerra de los
lugares: Fronteras simblicas y
umbrales en el espacio pblico, en D.
Herrera, ed., Ciudad y cultura.
Memoria, identidad y comunicacin,
Universidad de Antioquia, Medelln,
1998, p. 161. <<
[39]
Ch. Baudelaire, El pintor de la vida
moderna Colegio de Aparejadores,
Murcia, 1995, pp. 81-90. <<
[40]L. Burckhardt, Le design au-del du
visible, Cenrre Georges Pompidou,
Pars, 1991, pp. 71-84. <<
[41] Permtaseme remitirme, como
ejemplo de ello y como homenaje, a uno
de los mejores comunicadores que ha
conocido k radio espaola, Luis Arribas
Castro, que en la dcada de los setenta
populariz un lema: La ciudad es un
milln de cosas. <<
[42] Hidalgo, El videoclip
autorreflexivo de Alberto Cardin, El
Basilisco, Oviedo, 12 (verano 1992),
pp. 24-29. <<
[43]W. Benjamin, Lobra dart a lpoca
de la seva reproductibilitat tcnica,
Edicions 62/La Caixa, Barcelona, 1983,
p. 62. <<
[44]J. Rouch, propos des filmes
ethnographiques, Positif, Pars, 14-15
(noviembre 1955), p. 14. <<
[45]M. Mauss, Tcnicas y movimientos
corporales, en Sociologa y
antropologa, Tecnos, Madrid, 1992,
pp. 336-356. <<
[46] Leroi-Gourhan, Lexprience
ethnologique, en J. Poirier, d.,
Ethnologie gnrale, Gallimard, Paris,
1968, p. 1823 <<
[47] T. Asch, Del cine a la
antropologa, Gazeta de Antropologa,
Granada, 9 (marzo 1992), pp. 20-24. <<
[48] T. Asch, La formacin de
antroplogos visuales, Fundamentos
de Antropologa, Granada, 1 (1991), pp.
114-122. <<
[49]Simmel, El individuo y la libertad,
p. 253. <<
[50] Constant y G. Debord, La
declaraci dAmsterdam, en L.
Andreotti y X. Costa. Teora de la
deriva i altres textos situacionistes
sobre la ciutat, MACBA, Barcelona, p.
80. <<
[51]
D. Vertov, El cine-ojo, Fundamentos,
Barcelona, 1974, p. 150. <<
[52]El mismo esquema se emple en una
pelcula producida por Cifesa sobre
Barcelona y dirigida por Antonio
Romn, Barcelona, ritma de un da
(1941), en la que destacaba a
diferencia de sus precedentes
vanguardistas un discurso
manifiestamente antiurbano. Acerca de
este tipo de films y, ms all, sobre la
relacin entre cine y ciudad en general,
cf. G. Alrhabe y J.-L. Comolli, Regards
sur la ville, Centre Georges Pompidou,
Pars, 1994. <<
[53]Cf. H. Lefebvre y C. Rgulier, Le
projet rythmanalytique,
Communications, Paris, 41 (1985), pp.
191-199. <<
[54]Cf. R. Daly, Liminality and Fiction
in Cooper, Hawthorne, Cather, and
Fitzgerald, en K. M. Ashley, d., Victor
Turner and the Construction of
Cultural Criticism, Indiana University
Press, Bloomington/Indianpolis, 1989,
pp. 70-85. <<
[55]Jacobi, Muerte y vida de las
grandes ciudades, p. 446. <<
[56]
C. Lvi-Strauss, Mitolgicas IV. El
hombre desnudo, Siglo XXI, Mxico DF,
1991, pp. 607-608. <<
[57]S. Worth, Hacia una semitica del
cine etnogrfico, en E. Ardvol y L.
Prez Toln, Imagen y cultura:
Perspectivas del cine etnogrfico.
Diputacin Provincial de Granada,
Granada, 1995, p. 204. <<
[58]
S. Sontag, Contra la interpretacin,
Seix Barrai, Barcelona, 1968, p. 309.
<<
[59]
P. P. Pasolini, La lengua escrita de
la accin, en P. P. Pasolini et al.,
Ideologa y lenguaje cinematogrfico,
Alberto Corazn, Madrid, 1969, p.
22-23. <<
[60]G. Deleuze, La imagen-tiempo:
Estudios sobre el cine 2, Paids,
Barcelona, 1987, p. 366 <<
[61] M. Griaule, Lenqute orale en
ethnologie, Revue Philosophique,
Paris, CXL1I (1952), pp. 536-553. <<
[62]
J. Aumne, Lespace et la matire,
en J. Aumont y J.-L. Leutrat, eds.,
Thorie du film, Albatros, Paris, 1980.
<<
[63]M. Mead, Experiencias personales
y cientficas de una antroploga,
Paids, Barcelona, 1987, p. 212. <<
[64]Cf. A. L. Riaye y J. N. Schenkein,
Notes on the art of walking, en R.
Turner, d., Ethnomethodology,
Penguin, Baltimore, 1974, y W. H.
Whyte, The Social Life in Small Urban
Spaces, The Convervation Foundation,
Washington DC, 1980. <<
[65]M. Lesy, Wisconsin Death Trip,
Random House, Nueva York, 1973, y
Real Life: Louisville in the Twenties,
Pantheon, Nueva York, 1976. <<
[66] C. de France, Cinma et
anthropologie, Ed. De la Maison des
Sciences de lHomme, Paris, 1982. <<
[67]Como escribira Claudine de France
en su homenaje a Andr Leroi-Gourhan:
Todo etngrafo que se dedica a
describir las manifestaciones exteriores
de la actividad humana es un cineasta en
potencia Un promoteur du cinma
ethnologique, Terrain, Paris, 7 (octubre
1987), p. 75 <<
[68]H. de Saint-Simon, La Phisicologie
sociale, Presses Universitaires de
France, Pars, 1965, p. 145. <<
[69]. Durkheim, Les Regles de la
mthode sociologique, Alean, Pars,
1950, p. 102. <<
[70] G. Tarde, tudes de Psychologie
social, Giard & E. Brire, Pars, 1898,
pp. 28-29. Cf., tambin, 1. Prigogine e I.
Stengers, Neptunianos y vulcanianos,
en I. Prigogine, Tan slo una ilusin?
Una exploracin del caos al orden,
Tusquets, Barcelona, 1988, pp. 99-120.
<<
[71]. Durkheim, Les Regles de la
mthode sociologique, Alean, Pars,
1950, p. 133. <<
[72]. Durkheim, De la division du
travail social, PUF, Pars, 1960, p. 44.
<<
[73]. Durkheim, Elsuicidio, Akal,
Madrid, 1982, p. 345. <<
[74]Jean Claude Filloux ha recopilado
varios trabajos de Durkheim en que ste
desarrolla sus apreciaciones acerca de
la capacidad creativa del desorden
social: La Science sociale et laction.
mile Durkheim, PUF, Pars, 1987. <<
[75]
. Durkheim, Les formes elementals
de la vida religiosa, Edicions 62,
Barcelona, 1984, p. 424. <<
[76]Durkheim, Les formes elementis
p. 389. <<
[77] M. Maffesoli, El tiempo de las
tribus, Icaria, Barcelona, 1990, p. 101.
<<
[78]
B. Spinoza, tica, Aguilar, Madrid,
1982, pp. 73-74. <<
[79]T. Negri, La anomala salvaje.
Ensayo sobre poder y potencia en B.
Spinoza, Anchropos, Barcelona, 1993.
<<
[80] C. Castoriadis, Linstitution
imaginaire de la socit. Seuil, Paris,
1975, p. 461. <<
[81]Durkheim, Les formes elementis,
p. 92. <<
[82]J.-P. Sartre, El ser y la nada,
Alianza/Losada, Madrid/Buenos Aires,
1984, P . 53. <<
[83] ibidem, p. 48. <<
[84] M. Heidegger, Qu es la
metafsica?, Siglo Veinte, Buenos Aires,
1979, p. 48. El subrayado es suyo. <<
[85] Ibidem, p. 44. <<
[86] Sartre, op. cit., p. 52. <<
[87] C. Lvi-Strauss, El pensament
salvatge, Edicions 62/La Caixa,
Barcelona, 1985, pp. 263-264. <<
[88] Cf. los captulos 9 y 10 de
Antropologa estructural Paids,
Barcelona, 1987, pp. 195-228. <<
[89]F. Giobellina, Sentido y orden.
Estudio de clasificaciones simblicas,
CS1C, Madrid, 1990, p. 139. <<
[90] Simmel, Puente y puerta, El
individuo y la libertad p. 34. <<
[91] X. Rubert de Ventos, Ontologia:
frontera, perill i violncia, en Col.legi
de Filosofa, Frontera i perill, Edicions
62, Barcelona, 1987, p. 151. <<
[92]V. Turner, La selva de los smbolos,
Siglo XXI, Madrid, 1981, p. 108. <<
[93]V. Turner, On the Edge of the Bush.
The University of Arizona Press,
Tucson, 1985, p. 117. Sobre las
situaciones y personajes liminoides, cf.
tambin, del mismo Turner, Liminal to
Liminoid, in Play, Flow, and Ritual, en
From Ritual to Theatre. PAJ
Publications, Nueva York, 1982, pp.
20-60. <<
[94]Heidegger, Qu es la metafsica?,
p. 47. <<
[95]
V. Turner, El proceso ritual, Taurus,
Madrid, 1988, p. 109. <<
[96]
V. Turner, El proceso ritual, Taurus,
Madrid, 1988, p. 109. <<
[97]
Turner, La selva de los smbolos, p.
118. <<
[98] Turner, El proceso ritual, p. 205. <<
[99]
G. Bueno, El nihilisme religis, en
A. Snchez Pascual et al., Metamorfosi
del nihilisme, Fundaci Caixa de
Pensions, Barcelona, 1989, pp. 61-95.
<<
[100]
Turner, La selva de los smbolos, p.
108. <<
[101]
Turner, On the Edfe of the Bush, p.
161. <<
[102]
C. Lvi-Strauss, Introduccin a la
obra de Marcel Mauss, en M. Mauss,
Sociologa y antropologa, Tecnos,
Madrid, 1992, p. 20. <<
[103]F. Tnnies, Comunitat i associaci,
Edicions 62/La Caixa, Barcelona, 1984,
p. 36. <<
[104]G. Deleuze y F. Guattari, Mil
mesetas, Pre-Textos, Valencia, 1982, p.
34. <<
[105] Sartre, op. cit., p. 60. <<
[106]Canetti, Masa y poder, p. 25. El
subrayado es suyo. <<
[107] Un trabajo de etnografa urbana
reciente pona de manifiesto cmo los
usuarios de trenes de cercanas se
caracterizaban por estar, todos ellos,
ausentes: hablando con el vecino,
usando su telfono mvil, escuchando
msica o la radio, durmiendo, leyendo,
cavilando Cf. D. Terrolle, Entre-
deux, en C. Ptonnet e Y. Delaporte,
eds., Ferveurs contemporaines. Textes
danthropologie urbaine offerts
Jacques Gutwirth, LHarmattan, Paris,
1996, pp. 243-262. <<
[108]R. Sennet, La conciencia del ojo,
Versal, Madrid, 1991, p. 153. <<
[109]
H. Arendt, La condicin humana,
Paids, Barcelona, 1998, pp. 220-221.
<<
[110]
G. Ivain, Formulario para un nuevo
urbanismo, en La creacin abierta y
sus enemigos. Textos situacionistas
sobre arte y urbanismo. La Piqueta,
Madrid, 1977, p. 31. <<
[111]Certeau, Linvention du quotidien,
pp. 186-187. <<
[112] Ibidem, p. 66. <<
[113]K. Marx, Discurso pronunciado en
la fiesta de aniversario del Peoples
Warn, en K. Marx y F. Engels, Obras
escogidas, Akal, Madrid, 1975, vol. I,
p. 369. <<
[114] Tarrius, Anthropologie du
mouvement, p. 13. <<
[115]
F. Giobellina, El cuerpo sagrado,
Revista Espaola de Investigaciones
Sociolgicas, 34 (1979), p. 190. <<
[116]Certeau, Linvention du quotidien,
p. 154. <<
[117]Ibidem, p. 155. El autor de Walden
y el Ensayo sobre la desobediencia
civil, Henry David Thoreau, se anticip
un siglo a la percepcin de Certeau del
andar urbano como forma de
desterritorializacin, al notar cmo Las
expresiones santering en ingls
pasear, deambular, andurrerar
y saunterer en francs paseantes
estn relacionadas etimolgicamente con
sans terre, sin tierra o sin hogar
(Caminar, rdora, Madrid, 1998, pp.
7-8). <<
[118]P. Boyer, Barricades mystrieuses
et piges pense. Socit dEthnologie
, Paris, 1988. Los captulos VI y VII de
esta obra aparecen bajo el ttulo La
iniciacin de los poetas y arpa-
citaristas, en Ll. Mallart, comp., Ser
hombre, ser alguien, Publicacions de la
Universitat Autnoma de Barcelona,
Bellaterra, 1992, pp. 113-138. <<
[119]J. Starobinski, Les chemines et
les clochers, Le Magazine littraire,
280 (1990); citado por Aug, Los no-
lugares, p. 81. <<
[120] Acerca de la aplicacin de las
teoras del caos en sociologa, me
remito a J. P. Dupuy, Ordres et
dsordres. Enqute sur un nouveau
paradigme, Seuil, Paris, 1982; M.
Fors, LOrdre improbable. Entropie et
processus sociaux, Universit Ren
Descartes, Paris, 1986, y R. Boudoun,
La Place du dsordre. Critique des
thories du changement social PUF,
Paris, 1991. <<
[121]Sobre el reconocimiento del papel
de la inestabilidad en otras sociedades,
cf. G. Balandier, El desorden. La teora
del caos y las ciencias sociales,
Gedisa, Barcelona, 1990, y M.
Maffesoli, Du nomadisme.
Vagabondages initiatiques, Librairie
Gnrale Franaise, Paris, 1997. <<
[122] R. Horton, El pensamiento
tradicional africano y la ciencia
occidental, en M. Gluckman et al.,
Ciencia y brujera, Anagrama,
Barcelona, 1976, pp. 88-116. <<
[123] E. R. Wolf, Relaciones de
parentesco, de amistad y de patronazgo
en las sociedades complejas, en M.
Banton, comp., Antropologa social de
las sociedades complejas. Alianza,
Madrid, 1990, p. 20. <<
[124]
Hannerz, Exploracin de la ciudad
p-309. <<
[125]Comentarios de Georges Bataille a
Roger Caillois, Cofradas, rdenes,
sociedades secretas, iglesias, en D.
Hollier, ed., El Colegio de Sociologa
Taurus, Madrid, 1982, p. 179. <<
[126]Turner, El proceso ritual, pp, 195 y
ss. <<
[127]Cf. Ch. P. Loomis y J. A. Beegle,
Rural Social Systems. A Textbook in
Rural Sociology and Anthropology,
Prentice-Hall, Englewood Cliffs, i 955.
<<
[128]Tnnies, Comunitat i associaci, p.
72. <<
[129] H. Cox, Religin y poltica en
Europa: Los nuevos debates sobre los
dominios de lo secular/sagrado, y de lo
pblico/secular, Historia y fuente
oral, Barcelona 10 (1993), p. 31. <<
[130] Cf. J. Remy, Villes, espaces
publics et religions: rcits desprance
et pratiques quotidiennes, Social
Compass, Lavaba, XL/1 (1998), pp.
23-42. <<
[131] Th. Luckmann, La religin
invisible, Sgueme, Salamanca, 1973, p.
128. <<
[132]P. L. Berger, Para una teora
sociolgica de la religin, Kairs,
Barcelona, 1981, p. 214. <<
[133]G. Simmel, Las grandes urbes y la
vida del espritu, en El individuo y la
libertad, p. 2532. Tnnies, op. cit., p.
35. <<
[134] Tonnies, op. cit., p. 35. <<
[135] O. Spengler, El ocaso de
Occidente, Revista de Occidente,
Madrid, 1966, vol. II, pp. 122-123. <<
[136]C. Wright Mills, La gran ciudad:
Los trastornos privados y los problemas
pblicos, en Poder, poltica, pueblo,
FCE, Mxico DF., 1964, p. 313. <<
[137]
R. Sennet, La conciencia del ojo, p.
152. <<
[138] Cf.R. Sennet. Las ciudades
norteamericanas: planta ortogonal y
tica protestante, Revista
Internacional de Ciencias Sociales, 12
(septiembre 1990), pp. 281-299. <<
[139]R. F. Burton, Viaje a la ciudad de
los santos, Laertes, Barcelona, 1986, p.
34. <<
[140] A. Mendoza, Fuentes del
pensamiento de los Estados Unidos, El
Colegio de Mxico, Mxico DF., 1950,
p. 155. <<
[141] Siguiendo aquella lgica que,
contemporizada, vena a encarnar
Harrison Ford como protagonista de la
pelcula La costa de los mosquitos, de
Peter Weir (1986): un ciudadano medio
americano que, hastiado de un mundo
que no funciona, escapa con toda su
familia a una isla tropical con el fin de
empezar all una nueva vida. <<
[142]Un trabajo reciente de dos jvenes
antroplogos urbanos catalanes ha
analizado el proceso de difusin
geogrfica de las congregaciones
pentecostales en Barcelona, abundando
en esa conceptualizacin de la difusin
sectaria en trminos de evangelizacin-
civilizacin de territorios ignotos y
fronterizos, habitados por infieles sin
Dios. Las lgicas expansivas
protestantes se revelan como
impredecibles y sometidas a una
combinatoria de interconexiones casi
arbitraras y cambios aleatorios en
extremo, como corresponde al propio
contexto socioespacial metropolitano. El
resultado es un movimiento de base
policentrada que al expandirse confiere
a su cartografa un carcter abigarrado y
catico de implantacin y difusin.
Ello lleva a los autores del trabajo a
describir las dinmicas expansivas de
los cultos pentecostales de ahora y aqu
como la labor de colonos-misioneros,
predicadores que trabajan la palabra y
que difunden su verdad por polinizacin.
Cf. D. Iglesias, El asentamiento
protestante en Barcelona, y J. A.
Snchez de Juan, Les estratgies de
localitzaci de les esglses
evangliques. Lexemple de les
Assamblees de Germans a Barcelona,
en H. Capel, d., Habitatge,
especialitzaci i conflicte a la socetat
catalana, Ajuntament de Trrega,
Trrega, 1996, pp. 109-128. Sobre el
pentecostalismo en general, me remito al
estudio de M. Canton Delgado,
Bautizados en fuego, Plumsock
Mesoamerican Studies, South
Woodstock, 1998. <<
[143]B. Wilson, Sociologa de las sectas
religiosas, Guadarrama, Madrid, 1979,
p. 38. <<
[144]M. Weber, Letica protestant i
lesperit del capitalisme, Edicions
62/La Caixa, Barcelona, 1984, p, 218.
Los subrayados son suyos. <<
[145] W. James, Les varietats de
lexperiencia religiosa, Edicions 62/La
Caixa, Barcelona, 1985, p. 157. <<
[146]
G. Santayana, La idea de Cristo en
los Evangelios, Sudamericana, Buenos
Aires, 1966, p. 263. <<
[147]
Los confusos, ricos y blancos hijos
de la clase media, grupo tan
desarraigado y desposedo como el que
ms, [que] buscaban afanosos algo
nuevo que les sirviese para definir sus
vidas. R. Greenfield, El supermercado
espiritual, Anagrama, Barcelona, 1979,
p-21. <<
[148]
A. Cardin, Contra el catolicismo,
Muchnik, Barcelona, 1997, p. 172. <<
[149]
Cf. J. M. Garca Jorba, Testimonis
de Jehov, Arxiu dEtnografa de
Catalunya, Tarragona, 8 (1990-91), pp.
49-73; Q. J. Munters, Reclutement et
candidats en puissance, Social
Compass, Lovaina, XXIV/1 (1977), pp.
59-69. <<
[150]
P. Salarrullana, Las sectas, Temas
de Hoy, Madrid, 1990, p, 65. <<
[151]
A. Woodrow, Las nuevas sectas,
FCE, Mxico DF. 1979, p. 105. <<
[152] Cf. J. Vallverd, La comunitat
rural Hare-Krisna: estil de vida i
prctica religiosa, Quaderns de lICA,
Barcelona, en prensa. <<
[153]M. Douglas, Smbolos naturales,
Alianza, Madrid, 1988, p. 39. <<
[154]Este factor introversionista, como
diferenciador del izquierdismo
contracultural norteamericano respecto
del marxismo ortodoxo, aparece muy
bien descrito en el captulo Una
invasin de centauros, del ya clsico
libro de Theodore Roszak El
nacimiento de una contracultura,
Kairs, Barcelona, 1973, pp. 57-98. <<
[155]Cf. ]. Prat, El estigma del extrao.
Un ensayo antropolgico sobre sectas
religiosas, Ariel, Barcelona, 1997, pp.
127-178. <<
[156]
A. Van Gennep, Los ritos de paso,
Taurus, Madrid, 1984, p. 14. <<
[157]I. Joseph, El transente y el
espacio urbano, Gedisa, Barcelona,
1984, p. 28. <<
[158] J. Caro Baroja, Paisajes y
ciudades, Taurus, Madrid, 1984, p. 206.
<<
[159]M. Foucault, Vigilar y castigar,
Siglo XXI, Madrid, 1990, p. 201. <<
[160] A. Finkielkraut, Le devoir de
transparence, Les Temps Modernes,
Pars, XXXIII (1978), pp. 994-995. <<
[161] J. G. Moreno, Nietzsche y
Deleuze: encuentros, en J. Montoya,
ed., Nietzsche, 150 aos, Universidad
del Valle, Cali, 1995, p. 307. <<
[162]Sennet, El declive del hombre
pblico, p. 50. <<
[163]
M. Aug, El viajero subterrneo,
Gedisa, Buenos Aires, 1987, p. 12. <<
[164]R. Barthes, El grado cero de la
escritura. Siglo XXI, Mxico DF., 1989,
p. 226. Tambin Incidentes, Anagrama,
Barcelona, 1987. <<
[165]A. Moles, Labyrinthes du vcu.
Lespace: matire dactions, Mridiens,
Paris, 1982, p. 143. <<
[166]Hannerz, Exploracin de la ciudad,
pp. 136-137. <<
[167]
Textos situacionistas. Crtica de la
vida cotidiana, Anagrama, Barcelona,
1973, p. 16. <<
[168]
Deleuze y Guattari, Mil mesetas, p.
156. <<
[169] Lefebvre, La production de
lespace, p. 485. El subrayado es suyo.
<<
[170] Spengler, El ocaso de Occidente,
vol. II, pp. 128-129. <<
[171]R. Vaneigem, Tratado del saber
vivir para uso de las jvenes
generaciones, Anagrama, Barcelona,
1988, p. 284. <<
[172]
Joseph, El transente y el espacio
urbano, p. 28. <<
[173]Lefebvre, El derecho a la ciudad p.
19. <<
[174]J. Montoya, La emergencia de las
subjetividades metropolitanas, Revista
de Ciencias Humanas, Medelln, 24
(marzo 1998), pp. 91-133. <<
[175]Arendt, La condicin humana, p.
223. <<
[176]Arendt, La condicin humana, p.
223. <<
[177] M. Castells, Problemas de
investigacin en sociologa urbana,
Siglo XXI, Madrid, 1971, p. 169. <<
[178]Cerceau, Linvention du quotidien,
p. 57. El subrayarlo es suyo. <<
[179] Citado por S. Neumeister, La
ciudad como teatro de la memoria.
Revista de Occidente, Madrid, 148
(junio 1993), p. 71. <<
[180]Certeau, La invention du quotidien,
pp. 141-142. <<
[181]Arendt, La condicin humana, pp.
222-230. C. Castoriadis, La polis
griega y la creacin de la democracia,
en Los dominios del hombre: Las
encrucijadas del laberinto, Gedisa,
Barcelona, 1988, pp. 97-132. <<
[182]J. Habermas, Lespace public.
Archologie de la publicit comme
dimension constitutive, Payor, Pars,
1978. <<
[183]Sennet, El declive del hombre
pblico, p. 327. <<
[184]
A. Giddens, Consecuencias de la
modernidad, Alianza, Madrid, 1997, pp.
131-141. <<
[185]
Deleuze y Guattari, Mil mesetas, p.
163. El subrayado es suyo. <<