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Vida Criolla en El Xvi

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LA VIDA CRIOLLA

EN EL SIGLO XVI
Primera edicin, 19 $3

Derechos reservados conforme a la ley.


Copyright by E L COLEGIO DE MXICO
Panuco, 63 -Mxico, 5, D . F.

Impreso y hecho en Mxico


Vr'mtcd and made in Mxico
FERNANDO BENTEZ

LA VIDA CRIOLLA
EN EL SIGLO XVI

EL COLEGIO DE MXICO
Vietas e ilustraciones
de
ELVIRA GASCN
N D I C E
CAP. PG.
I. U n a vieja ciudad y u n m u n d o n u e v o 7
El humanismo en accin, 10; Desde lo alto del caballo, 13;
Decadencia de los mercados, 17; Los alrededores de M-
xico, 20; La ciudad en 1580, 22; La naturaleza y los in-
dios, 27; Las postrimeras del siglo, 28; La crnica de un
poeta satrico, 32; El Mxico de los gambusinos, 39; Un
parntesis: el del paisaje, 4 3 ; La ciudad en el grabado an-
tiguo, 45
II. La vida colonial 49
Duelos, tmulos y responsos, 5 1 ; Culminacin del pero-
do caballeresco, 53; Fiestas eclesisticas, jerarqua y eti-
queta, 56; Significacin y linaje de los caballos, 59; La
voz y el silencio de Mxico, 6 1 ; Movimiento, viajes y
aventuras, 63; La navegacin trasatlntica, 66; Medici-
na, enfermedades y muerte, 70; La cultura colonial, 77;
El universo mgico de los libros, 79 ,
III. H u m a n i s m o vs. codicia, u n a lucha sin victoria . . . 81
Zumrraga, la contradiccin de su tiempo, 84; Un muer-
to para el mundo, 89; El humanismo en los colegios, 92;
De espaldas a la vida, 94
IV. El m u n d o de la luz 96
La caridad universal de Bcrnardino lvarez, 99; El sier-
vo de Dios, Gregorio Lpez, 103; Felipe de Jess, el santo
criollo, 109
V. El m u n d o de las tinieblas 117
Los mrtires de las antiguas religiones, 121; Los judos
en la Nueva Espaa, 122; Crcel, sueos y tormento, 126;
Libertad, nueva prisin y consuelos epistolares, 131; El
auto de fe, 135; El obligado eplogo, 147
VI. El espaol, conquistador y conquistado 150
Razn y sinrazn de una fama, 152; La bsqueda del tiem-
po perdido, 154; La metamorfosis del conquistador, 157;
El plido sol de la gloria, 162; Grandezas y miserias de
la victoria, 164; El "indiano perulero", 166
C321J
322 NDICE

CAP. PAG.
VII. Los Avila, u n a familia de emplazados 170
Un comensal privilegiado, 175; Escrutinio en la casa de
Alonso, 178
V I I I . M a r t n Corts, segundo M a r q u s del Valle de O a -
xaca : . . 182
Un pequeo monarca indiano, 186; El criollo en su salsa,
189; Paraso criollo, fantasmas y guerras de papel, 191
IX. El paraso criollo y la serpiente 198
La lnea de sombra, 204; Una mascarada, principio de la
conjuracin, 208; Espejismo de palabras, 209; Llamarada
de petate, 213
X. La ceniza en la frente 216
El esplendor criollo, 218; Los infantes de Aragn, qu
se hicieron?, 221; Pequea borrachera de tirana, 224; Li-
teratura criolla y otros excesos, 226; "Deshojadas clave-
llinas y anochecidas pavesas", 227; Honras de los criollos
por sus muertos, 230
XI. Tragedia, expiacin y moraleja < 233
Un cordero entre lobos, 234; Preparacin al drama, 239;
El impo reinado del folletn, 240; All fu el crujir de
d i e n t e s . . . , 243; La historia se repite, 245; La serpiente
se muerde la cola, 247
XII. Los criollos en el espejo de su prosa 252
Un paisaje, un herbolario, una nodriza, 257; Retrato del
criollo palaciego, 263; El Palacio, mirador y laboratorio,
267; Mxico, madre de extraos, 270; El infierno buro-
', crtico, 273; El caballero y el nuevo rico, 274; La enco-
mienda, la amada encomienda, 276; El historiador de las
Indias, 279
XIII. La poesa y el h o m b r e colonial 284
El primer poeta mexicano, 287; Un pico sin pica, 291;
La poesa social, 297; El extranjero en su patria, 299; Su-
pervivencia del hombre colonial, 303
REFERENCIAS 307
I: UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

La Nueva Espaa fue una en la vida y no ms, que primero


que se halle otro Mxico y su tierra, nos veremos los pasados y
los presentes juntos, en cuerpo y anima, delante del Seor del
mundo, aquel da universal donde ser el juicio final.1
JUAN SUREZ DE PERALTA

E L 13 de agosto de 1521, da de San Hiplito, los espaoles hi-


cieron prisionero al joven emperador Cuauhtmoc y cay en
s
us manos la ciudad de Tenochtitln. Los gritos que haban
sonado sin interrupcin durante los numerosos das del sitio
cesaron de improviso, y un silencio de muerte pes sobre las rui-
nas. Los conquistadores, no pudiendo soportar el hedor de los
enemigos muertos una de las defensas heroicas de los aztecas,
decidieron salir del lugar apestado y establecer su campamento
en el vecino poblado de Coyoacn.
La ciudad qued entregada a Tlloc, el dios cuatro ojos de
' lluvia. An prevalecan, intocados, los colores de las mon-
tanas arboladas. Los cipreses de Xochimilco disputaban el rei-
nado del valle a los ahuehuetes, los viejos del agua coronados
ue heno, a los cedros y a los fresnos de ramaje esmeralda. Las
masas de verdor llegaban hasta el mismo borde del lago en el
^ e flotaban, formando una ciudad vegetal, los huertos de
C7}
8 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

las chinampas. A consecuencia de esta profusa vegetacin las


lluvias eran rigurosas. Desde el medioda, los duendes tlaloques
rompan con sus palos las vasijas de las nubes que se abran tro-
nando, y se iniciaba con violencia el aguacero. La tarde y la
noche descenda del cielo una lluvia blanda y montona cuyo
leve rumor sobre el lago acompaaban los oboes, los cornos y
las flautas apagadas de las ranas. A la maana siguiente, un
mundo de tiernos verdes y de profundos azules se encenda
en el valle bajo el brillante sol del altipano. 1 agua, en las
ruinas de la abandonada ciudad, corra por el rostro de los dioses,
inundaba el pavimento destruido de la plaza mayor y resbalaba
en el estuco pintado de los templos. Pareca una Atlntida su-
mergida y ruinosa. Dioses, columnas, palacios, adoratorios, nau-
fragaban en un mar de barro dominado por las grandes pirmides
mutiladas.
Tenochtitln habra sido una gigantesca ciudad arqueolgi-
ca si a Hernn Corts no se le ocurriera fundar sobre sus ruinas
la capital de la Nueva Espaa. A principios de 1522 se inici su
construccin, y poco despus Alonso Garca Bravo dibujo la
Traza de la nueva ciudad.' Era apenas un esquema, un proyec-
to de papel que tom como puntos de referencia diversas lo-
calizacones de Tenochtitln. En el lugar donde se levantaba
el templo de Huitzilopochtli, se marc una cruz para sealar la
ubicacin de la catedral; la plaza sigui el permetro sagrado
de la antigua, y la calzada de Tacuba, por la que huyeron los
espaoles la Noche Triste, fue, a semejanza de otras viejas arte-
rias, calle esencial, muralla y puente.
La Traza de Garca Bravo, a poco, se convirti en una sen-
cilla mquina de vivir. Haba muchas piedras cortadas, espesos
bosques al alcance de la mano, y sobre todo millares de esclavos
que fueron escultores, pintores, carpinteros, albailes y jardi-
neros. Para los artesanos indgenas result un juego levantar
casas occidentales, armados de cinceles y martillos de hierro.
"La sptima plaga que cay sobre los indios escribe Moto-
linia fue la edificacin de la gran ciudad de Mxico, en la
cual, en los primeros aos, andaba ms gente que en la edifica-
cin del templo de Jerusalem". 3 Con trabajo se poda andar
por las calles. Centenares de indios, cantando en su lengua,
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 9

arrastraban enormes bloques de cantera o troncos de rboles.


Ola a cal fresca y a madera recin cortada. En un lugar se
demola un templo y en otro se levantaba el muro de una casa,
o se techaba una iglesia.
La edificacin, siempre a cargo de los indios "hacen las
obras y a su costa buscan los materiales, y pagan los pedreros
y carpinteros y si ellos mismos no traen de comer ayunan" 4 ,
avanz rpidamente. En la vasta plaza, hecha para librar tor-
neos y jugar caas, principiaron a ordenarse las columnas de
los portales. Al fondo, la improvisada catedral; al frente, la
casa del ayuntamiento; en el centro, la picota y la horca, sm-
bolos demasiado persuasivos de la jurisdiccin municipal. Aqu
y all los conventos con sus iglesias coronadas de cpulas y sus
extensas bardas sobre las que asomaban los rboles de la huerta.
En las calles principales, las casas de los conquistadores, de los
abogados y de los mercaderes.
Era una ciudad destinada exclusivamente a los blancos.
Fuera de sus lmites se establecieron las comunidades indgenas
c
on sus mercados, sus templos, sus leyes y sus autoridades. Dos
mundos concebidos para mantenerse aislados. El de los espao-
les careca de puertas y murallas, pero en realidad se hallaba
tan bien guardado como pudieran estarlo, en la poca de los
moros, vila o Burgos. Los monasterios, las iglesias y las casas
tenan almenas y contrafuertes, espesas rejas en las ventanas y
Puertas claveteadas. Los antiguos canales indgenas servan de
fosos naturales, y a la menor seal de rebelin se hubieran alzado
los puentes levadizos, y detrs de cada almena apareceran el
casco del guerrero, el guantelete de hierro, el arcabuz y la
ballesta.
Ninguno de los requisitos de la civilizacin cristiana le fal-
taba a esa pequea ciudad blanca y seorial. Tena virrey y
arzobispo, catedral y monasterios, y con el tiempo, universidad,
miprenta, y casa de comedias. Por las calles desfilaban el abo-
gado guerrero, el soldado sin guerras, "mercenario de tipo espe-
cial", 5 el aventurero recin desembarcado, el oficial real, la
dama en su litera y los alabarderos con sus lanzas al hombro.
10 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

EL HUMANISMO EN ACCIN

La primera descripcin de nuestra ciudad la debemos al la-


tinista don Francisco Cervantes de Salazar, amigo y compaero
de Luis Vives, que lleg a la Nueva Espaa en 1533 siendo ya
un hombre viejo. Ni el arzobispo Montfar ni su sucesor
Moya de Contreras le profesaron estimacin. El segundo lleg
a calificarlo de "nada eclesistico, ni hombre para encomendarle
negocios, ambicioso de honra y amante de lisonjas"; 6 mas a
pesar de estos juicios adversos, Cervantes, dentro de la iglesia,
logr ser nombrado den de la Catedral. Recin llegado se le
haba dado la ctedra de retrica en la Real y Pontificia Uni-
versidad de la que fue conciliario, y ms tarde, de 1567 a 1568,
rector.
En 1554, Juan Pablos le public tres dilagos latinos sobre
la ciudad de Mxico.7 N o era ste su primer libro ni sera el
ltimo. Habia impreso diversas obras en Alcal de Henares, y
aqu escribi posteriormente unas epstolas laudatorias y una
crnica de la Nueva Espaa que permaneci indita durante
largos aos. Del olvido, sin embargo, no lo salvaron sus eps-
tolas ni sus habilidades de retrico, sino los recuerdos que dej
acerca de nuestra ciudad. Su pluma desocupada se complaci
en dibujar vecinos cicerones de forasteros eruditos y en pasear-
los a travs de calles, plazas y campos. Si Macrobio dice que
Virgilio con el verso
Los campos donde Troya fu . . .
deshizo y borr una gran ciudad, Cervantes con sus charlas
latinas reconstruy la nuestra tal como se ofreci a sus ojos un
apacible da de 1554.
Tres siglos despus de escritos los Dilogos, decidi reimpri-
mirlos don Joaqun Garca Icazbalceta,* no porque le sedujeran
los encantos de su prosa sino por la informacin que contenan
acerca del aspecto fsico de la primitiva ciudad. Fue, debemos
reconocerlo, una mala pasada de los dioses. El latn de que tan
orgulloso estaba Cervantes de Salazar vino a convertirse en un
plano topogrfico, en un simple documento de historia urbana.
El humanista no logr pintar la vida que herva en Mxico, pues
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO II
$
u virtuosismo tena el don de congelar lo que tocaba su plu-
ma- A la distancia, vemos su figura que seala con un dedo
r
'gido y que describe en elevado estilo los tianguis, los preten-
sores de palacio y los insensatos colegiales de la Universidad,
ra
sgos externos de un conjunto cuya esencia misma se le es-
capaba.
En el Primer Dilogo, pone en movimiento a dos personajes:
Meza, antiguo vecino de la ciudad, y Gutirrez, espaol recin
"egado. Lo primero que descubren es un edificio situado en la
esquina de la Plaza Mayor y la calle que en la actualidad cono-
cemos con el nombre de la Moneda. Tena amplias ventanas en
sus dos pisos, y en l se vea entrar a numerosos jvenes vestidos
con largas capas negras y bonetes cuadrados metidos hasta las
orejas.
Qu edificio es se?", pregunt Gutirrez.
Responde Meza: "Es la Universidad, donde se educa la ju-
ventud; los que entran son los alumnos, amantes de Minerva y
<fc las Musas".
Gutirrez no sala de su asombro: " ; E n tierra donde la co-
G
'cia impera queda algn lugar para la sabidura?"
N o hay duda "venci lo que vale y puede ms"; sa
era la casa de la Universidad de Mxico.
El patio se extenda con desahogo, circundado por las co-
lumnas de los claustros. En la planta baja ordenbanse las
ctedras con sus letreros de las asignaturas, la capilla, "muy
bien aderezada", y "es de ver el reloj que no slo da las horas
sino tambin los cuartos, por medio de dos carneros, que vienen
a
topar mutuamente en la campana".
El bedel ropa talar, maza de plata al hombro discurra
gravemente por los corredores. En realidad, era ms bien una
'gura decorativa, pues aquellos estudiantes, tan distintos de
s nuestros, empleaban sus recreos y sus ratos de ocio en inter-
minables discusiones.
Dios mo dice Gutirrez, con qu gritos y con qu
anoteo, disputa aquel estudiante gordo con el otro flaco. Mira
c
mo le hostiga y le acosa."
i-os maestros no gustaban menos de la discusin que sus dis-
cpulos. El filsofo Negrete, y Fras, catedrtico de Institua,
12 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

eran unos endiablados polemistas. Se desvivan por soltar sofis-


mas como globos entre los estudiantes y, cuando todos llegaban
al convencimiento de que se trataba de una verdad irrefutable,
los pinchaban muertos de risa con un agudo razonamiento.
Gastaban su tiempo en presentarse dificultades, armaban y des-
armaban alegatos, echndose atrs, con aires de espadachines, los
vuelos de la capa, y dando voces y manotazos.
Las conclusiones, "unas problemticas, otras afirmativas,
otras negativas", se discutan los martes en la ctedra de teolo-
ga, "y es tal la disputa entre el sustentante y el arguyente, que
no parece sino que a ambos les va la vida en ello". Presida la
disputa un maestro tocado "con muceta y capirote doctoral"
y era l quien diriga la controversia y aclaraba las dudas. N o
haba vencidos ni vencedores en estos enconados ejercicios de
esgrima verbal. Se descargaban "golpes mortales", algunos pro-
curaban desdecirse validos de malas armas, y cuando el susten-
tante flaqueaba intervenan el juez y los espectadores trabndose
entre ellos el combate "con mucho ms calor que entre los
mismos que sostenan antes la disputa".
A travs de los balcones abiertos caa sobre la ciudad el ruido
de las voces.
Era la palabra escribi Justo Sierra con suave humorismo, y
siempre la palabra latina, la lanzadera prestigiosa que iba y vena sin
cesar en aquella urdimbre infinita de conceptos dialcticos. En las
puertas de las universidades de entonces, hubiera debido inscribirse
la exclamacin del prncipe dans: palabras, palabras, palabras.9

N o haba nada que descubrir, nada de lo que se pudiera


dudar, pues todos los problemas a que se enfrentaban alumnos
y maestros estaban "resueltos ya, sin revisin posible de los fallos,
por la autoridad de la Iglesia". Lo que era vivo en Espaa, lo
que se debata en teologa y en derecho, aqu se transformaba
en un ejercicio verbal. La palabra comenzaba a perder su sen-
tido; la retrica por la retrica misma iba estableciendo ese vaco
truculento, esa hinchada solemnidad que caracterizara a los dos
prximos siglos.
El smbolo de la Universidad podramos hallarlo en el reloj
que dominaba su claustro bullicioso. Los amantes de Minerva
UNA VIEJA CIUDAD V UN MUNDO NUEVO 13

y de las Musas embestan furiosos contra la campana, y a cada


embestida se escuchaba un sonido agradable. En esta diversin
transcurriran las horas de la Colonia.

DESDE LO ALTO DEL CABALLO

En el Segundo Dilogo, los vecinos Zuazo y Zamora, monta-


dos a caballo, y el forastero Alfaro en una mula negra, iniciaron
su recorrido de la ciudad por las calles de Tacuba. sta era quiz
la nica empedrada. Por el centro, descubierta, pasaba la ace-
quia que vena del bosque de Chapultepec y a los lados se levan-
taban las casas de los hidalgos, de rojo tezontle, que con sus
elevados portones, sus escudos labrados en piedra, sus ventanas
enrejadas y sus almenas tenan el aire de fortalezas. Todas las
casas, por temor a los temblores y a los asaltos de los indios,
eran bajas, severas y robustas.
En el lugar que ocupara el palacio de Axaycatl, padre de
Moctezuma, y donde se dio alojamiento a los soldados de Cor-
tes, estaba la casa del Virrey con su torre en el costado de la que
colgaban las pesas del reloj. Las dos aceras, hasta la Plaza Mayor,
las ocupaban carpinteros, herreros, cerrajeros, barberos, pana-
deros, pintores, cinceladores, sastres, borceguineros, chapineros,
armeros, veleros, ballesteros, espaderos, bizcocheros, pulperos, tor-
neros, silleros y odreros. El gremio de los curtidores tena su
calle aparte. Los mecateros se reunan en un callejn situado al
poniente de la catedral y fabricaban sogas "del gordor que se pi-
diere", ltigos de camo, hilos para zapateros, jquimas y alpar-
gatas. Los guarnicioneros hacan pretales, cabezadas, arciones,
espuelas forradas de cordobn, talabartes de terciopelo y fundas
de
vaqueta para los arcabuces. Los sombrereros despus agru-
pados en un callejn que desembocaba a la plaza de San Fernan-
do fabricaban sombreros de tafetn y de raso y bonetes
romanos, salmantinos y castellanos. Los tejedores labraban tafe-
tanes, damascos y terciopelos y los tintoreros empleaban la grana
Ge Mxico para dar color a las blancas sedas, segn lo prescri-
b a n las ordenanzas.
La Plaza Mayor arranca siete exclamaciones de admiracin
<--ervant.es: "Dios mo, cuan plana y extensa, qu alegre, qu
14 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

adornada de altos y soberbios edificios por todos cuatro vientos,


qu regularidad, qu belleza, qu disposicin y asiento!"

Hzose as tan amplia aclara Zuazo para que no sea preciso


llevar a vender nada a otra parte; pues lo que para Roma eran los
mercados de cerdos, legumbres y bueyes, y las plazas Livia, Julia, Aure-
lia y Capedinis esta sola lo es para Mxico. Aqu se celebran las ferias
o mercados, se hacen las almonedas, y se encuentran toda clase de
mercancas; aqu acuden los mercaderes de toda esta tierra con las
suyas, y en fin, a esta plaza viene cuanto hay de mejor en Espaa.

Lo que ms se destacaba en ella era el Palacio. Los artesanos


invadan el piso bajo "qu ruido y que bulliciosa muche-
dumbre de gente a pie y a caballo", mientras la planta baja
se destinaba al Virrey y a la Audiencia. El Palacio, considerado
desde entonces como el centro de la vida colonial, era un pesado
castillo feudal flanqueado por dos torres almenadas. Tres nicas
ventanas, una balaustrada y las columnas de la puerta no basta-
ban a suavizar la tosca y montona apariencia que todava en
1563 ofrecan las casas viejas de Corts. 10
"Qu son aquellas gentes pregunta Alfaro que en tanto
nmero se juntan en los corredores de Palacio, y que a veces
andan despacio, a veces aprisa, ora se paran, luego corren, tan
pronto gritan como se callan, de modo que parecen locos?"
Pues eran litigantes, agentes de negocios, procuradores, escriba-
nos "que apelan de los alcaldes ordinarios a la Real Audiencia",
soldados mercenarios sin contrata, advenedizos que andaban
tras un repartimiento de indios y criollos pretensores de empleos
a quienes nos encontramos ms tarde animando con sus voces y
sus historias los corredores y las antesalas virreinales.
Los visitantes cruzaron el Correo Mayor, "lleno de mesas,
bancos y escribientes", un pasadizo que conduca a las habita-
ciones del Virrey, y despus de quitarse el sombrero se deslizaron
sin ruido a la sala de audiencias. En un estrado cubierto de al-
fombras y bajo un dosel de damasco galoneado, ocupaba su lugar
entre los oidores la primera autoridad de la Colonia. Ms aba-
jo, a un lado y otro, tenan sus asientos el fiscal, el alguacil
mayor, el abogado de los pobres que era al mismo tiempo pro-
tector y defensor de los indios, los litigantes, el escribano de
UNA VIEJA CIUDAD V UN MUNDO NUEVO 15

cmara y el relator. Detrs de la reja de madera que divida


la sala "a fin de que la gente baja y vulgar no vaya a sentarse
con los dems", se encontraban de pie "tanto los que tenan
derecho a tomar asiento, pero no quieren tomarle, como los que
aun cuando quisieran no podran, porque no gozan de esa pre-
eminencia". En la sala slo se escuchaba la voz del ministro
semanero, pues "el silencio realza la autoridad".
Apunta Alfaro: "Con cunto respeto se levanta de su
asiento, con la cabeza descubierta, aquel abogado anciano y
defiende a su cliente!"
"Mira tambin cuchichea Zuazo cmo se alza del lado
opuesto otro no menos encanecido y, pedida la venia con gran
respeto, disiente y contradice."
En ese momento, el portero del tribunal juzgando que los
litigantes han hablado demasiado reclam silencio, y nuestros
amigos reanudaron su paseo internndose por un largo portal.
"ste es explica Zamora el medius Janus, paraje desti-
nado a los mercaderes y negociantes, como en Sevilla las gradas,
y en Amberes la bolsa: lugares en que reina Mercurio."
El forastero ha llegado al famoso Portal de los Mercaderes
'donde el prtico Claudio extiende su dilatada sombra",
el nico grupo de edificios en la Plaza Mayor que no ha perdido
su nombre ni su antigua apariencia. En sus oscuras tiendas los
dependientes mostraban a su clientela brocados espaoles, da-
mascos de Flandcs y, al terminar el siglo, pesadas y fras sedas
de China: Todos los encajes y los terciopelos, las plumas de los
sombreros, las joyas, los adornos, las armas y los muebles que
tanto amaba la gente del xvi se vendan en ese portal considera-
do como el centro comercial de Mxico. Constituy desde el
principio una especie de aristocracia mercantil y all se formaron
no slo grandes fortunas sino multitud de prsperas familias
que habran de jugar un papel de importancia en el desenvol-
vimiento de la ciudad.
En un extremo de la Plaza se levantaba el edificio del Ayun-
tamiento, un organismo democrtico que nunca logr en Mxico
contrapesar la fuerza de nuestro incontenible centralismo pol-
'co, notable a causa de su hermosa galera de columnas a la
que daba la gran sala del cabildo. En los portales bajos a las
16 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

espaldas del edificio funcionaban la carnicera y la crcel de la


ciudad estaba la casa de la fundicin donde trabajaban "como
encerrados los oficiales que sellan la plata", y donde tambin
se celebraban las almonedas pblicas y se pesaban las barras a
fin de cobrar el quinto de Su Majestad. La casa de Martn Lpez
y el palacio del Arzobispo completaban el permetro de la plaza
de cuya magnificencia slo desentonaba la catedral, cobijada en
un templo "pequeo, humilde y pobremente adornado".
N o concluy aqu el paseo de nuestros conocidos. El com-
placiente gua ha decidido que sus huspedes aprovechen la
maana de la mejor manera posible y, dejando a sus espaldas
la plaza, se internaron por una calle bordeada de magnficas
residencias. En esta calle a la que despus se dio el nombre
de la calle del Reloj vivan las familias ms ricas y linajudas de
la Nueva Espaa. Don Luis de Castilla, el prdigo minero y
consejero de virreyes a quien tendremos ocasin de referirnos,
los Avilas y los Benavides, dinastas de encomenderos que figu-
rarn de manera principal en nuestro libro, los ilustres Mendozas,
Zigas, Altamiranos, Estradas, valos, Sosas, Alvarados, Saa-
vedras y Villafez componan el barrio aristocrtico de la
ciudad.
Esclavos vestidos de librea vigilaban las puertas, y slo muy
de tarde en tarde se rompa el silencio, cuando algn seor cu-
bierto con su bruida armadura sala seguido de sus pajes a
participar en un torneo, o cuando la seora, en su silla de manos
y con su cortejo de azafatas, se diriga a la iglesia.
Traspuesta la calle, los infatigables guas de Alfaro mostra-
ron a su invitado el recio convento de Santo Domingo una
ciudad autnoma inserta en la ciudad espaola, tomaron luego
el costado oriente de la calle que es hoy de Belisario Domnguez,
admiraron un nuevo convento, el de la Concepcin, y dieron
reposo a sus fatigadas cabalgaduras frente al monasterio de los
franciscanos. El ms notable centro evangelizador del Nuevo
Mundo era entonces un lugar rstico que reflejaba la humildad
y sencillez de los primeros frailes. Una cruz, "tan alta que pa-
rece llegar al ciclo", se levantaba en el atrio sombreado por
"ordenados y frondosos rboles", y la capilla descubierta que sos-
tenan elevadas pilastras de madera completaba un paisaje de
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 17

transicin religiosa que iba, de los antiguos escenarios donde


se desarrollaba el ritual indgena, a los atrios abiertos en que los
fieles presenciaban bajo la sombra de los rboles los oficios
divinos.
El colegio de los muchachos mestizos "los hurfanos (acla-
ra Zuazo), nacidos de padre espaol y de madre india" estaba
frente al convento franciscano.
"Qu hacen ah encerrados?", pregunta Alfaro.
"Leen explica Zamora, escriben, y lo que importa ms,
se instruyen en lo tocante al culto divino. Andan de dos en
dos, en traje talar, y muchos de cuatro en cuatro, porque son
pequeos."
"Mira ahora aade Zuazo ese soberbio y hermoso edifi-
cio, como habr pocos en el mundo, que se llama las tiendas de
Tejada, cuyo nombre toma del uso a que est destinado y de la
persona que lo levant."
"Nunca vi cosa ms bella", pondera Alfaro.
El edificio en cuestin, de dos pisos, por un lado ofreca sus
portales a la calle y por el otro a la acequia donde se formaban
dos pequeos embarcaderos", a los que se bajaba por escalones
de piedra. De nuevo, desde ese sitio, pudieron verse los canales
y la obligada comparacin no tard en escucharse de la boca de
Alfaro: "Es tal la abundancia de barcas, tal la de canoas de car-
ga, excelentes para conducir mercancas, que no hay motivo
para echar menos la de Vencia".

DECADENCIA DE LOS MERCADOS

Al otro extremo de las calles de San Juan de Letrn y fuera


ya del recinto de la traza, descubrieron las casuchas de los in-
dios, "que como son tan humildes y apenas se alzan del suelo"
n
o pudieron verlas cuando iban a caballo entre los edificios.
Cerca de all se levantaba el mercado de San Juan, "que con el
de Tlatelolco y el de San Hiplito constitua uno de los ms
importantes tianguis de la ciudad". 11
La rareza del mercado llam poderosamente la atencin del
forastero. Junto a las almenas, las iglesias y las tiendas de la
ciudad medieval se abra un peregrino mundo colmado de rumo-
2
18 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

res y frutos extraos. Los versos latinos que la erudicin de


Cervantes colg de su dintel,
La India marfil nos envia;
su incienso el muelle Sabco,

eran, despus de todo, como esos adornos clsicos que figuran


en los libros de viajes y en los que el espritu occidental tra-
taba de enmarcar el cuadro de una nueva cultura:

Tan vario en rostro como en gusto el hombre.

En treinta aos los mercados indgenas se haban empobreci-


do considerablemente. El tianguis de San Juan no guardaba
semejanza con el de Tlatelolco que describiera Hernn Corts
a Carlos V en su Segunda Carta de Relacin. Haban desapare-
cido los vendedores de joyas. Los plateros fueron sustituidos
por judos encubiertos y espaoles que tenan sus tiendas en la
calle de su nombre; los artfices de mosaicos y diademas de plu-
mas, los pintores de cdices, los tintoreros, y los mercaderes que
ofrecan lo mismo un faisn que los brazos de un guerrero
sacrificado no pasaban de ser, con las barberas y las antiguas
casas de comidas, un recuerdo arqueolgico. En su lugar, unos
indios sentados en el suelo vendan aj, frijoles, aguacates, ma-
meyes, zapotes y zocotes. Apenas haba algo ms que cereales
y frutas. En grandes ollas de barro, bellamente adornadas con
flores y yerbas, se ofreca el atole la leche de los pobres y
el agua de cha.
"Vaya unos nombres extraos", comenta Alfaro.
"Como los nuestros para los indios", responde Zuazo.
Alfaro, curioso, no cesaba de hacer preguntas: "Ese lquido
negro con que se untan las piernas y se las ponen ms negras que
las de un etope, qu es? Y qu es aquella cosa, negra tambin,
que parece lodo, con que se untan y embarran la cabeza? Dme
para qu hacen esto".
"Al lquido informa Zuazo llaman los indios Oglit, y
le usan contra el fro y la sarna. Al barro llaman en su lengua
zoquitl o quahtepuztli, muy propio para teir de negro los ca-
bellos y matar los piojos."
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 19

"Veo tambin de venta aade Alfaro una gran cantidad


de gusanos: deseo saber para qu sirven porque es cosa de risa."
Interviene Zamora: "Son gusanos del agua y los traen de la
laguna. Los indios los llaman oquilin; ellos los comen y tambin
los dan a sus aves."
"Es cosa extraa murmura risueo Alfaro entre sus bar-
bas. Quin habra credo que los gusanos haban de ser
alimento de los hombres, cuando stos, apenas fallecen, sirven
de pasto a aqullos."
El forastero recorra el mercado con la boca abierta y no
saba qu admirar ms, si las figuras y los trajes de los naturales
menciona enaguas y hupiles o las cosas, tan provechosas
a los indgenas como perjudiciales a los extranjeros, que la natu-
raleza, "madre universal", produce en todas partes. Los herbo-
larios, un poco mdicos, un poco brujos, estaban all, igual que
en los antiguos tiempos, vendiendo extraos remedios. El iztac-
que evacua las flemas, el tlalcacahnatl y el izt'tcpatli que
quitan la calentura, el culuzizicaxtli que despeja la cabeza y el
ololhibqui, "que sana las llagas y heridas solapadas".
"Mas aquellas hojas pregunta Alfaro tan grandes y
gruesas, terminadas en una aguda pa y guarnecidas de terribles
espinos en ambas o r i l l a s . . . de qu rbol son?"
Solcito informa Zamora: "Del que nosotros llamamos ma-
guey, y los indios met, el cual sirve para tantos usos y tan
importantes que no le igual en esto la antigua espada de
Delfos".
Ha hecho su aparicin la planta sagrada de los indios, la
verde estrella vegetal del altiplano, que en compaa de la opun-
cia y la cactcea es la planta ms peculiar a nuestras ridas
mesetas. Zamora, despus de intentar su descripcin, detalla
con manifiesta complacencia los muchos y variados empleos que
os indios daban al maguey:

De las hojas verdes, machacadas y deshebradas en el agua sobre


unas piedras, se hace una especie de camo, y de l, hilo con el cual
s
e tejen telas que suplen por las de lino, y se tuercen tambin cuerdas
gruesas y delgadas. La espina, tan dura como si fuera de hierro, en
que remata cada hoja hace oficio de aguja. Las hojas sirven de tejas
20 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

para techar casas: las ms inmediatas a la tierra son blancas y tiernas,


y los indios las aderezan de tal modo, que resultan gratsimas al pala-
dar. Estando secas, son lea que da un fuego manso y sin humo;
dicese que las cenizas son excelentes para varios usos. Arrancado el
tallo del centro, se coloca en los techos en vez de vigas; en el hueco
que deja, cercado de hojas, se deposita un licor de que primero se hace
miel, luego vino, y por ltimo vinagre. De la miel cocida se hace
azcar; y en fin, otras muchas cosas que por ser tantas no pueden
retenerse en la memoria, y que ni Plinio ni Aristteles pensaron ni
menos escribieron, con haber sido tan diligentes escudriadores de la
naturaleza.

Poco es lo que queda por verse luego de haber visitado el em-


pobrecido mercado de San Juan de Letrn, si bien el celo de Za-
mora todava se empea en desplegar ante los ojos de Alfaro la
suntuosa fbrica del Convento de San Agustn, entonces en
construccin "obra que.la fama ensalzar sobre todas",
el hospital inconcluso de Hernn Corts y la esplndida casa de
Alonso de Villaseca, el Creso o el Midas de la ciudad.
Era el filo del medioda y los caballos iniciaron un ligero
trote.
"Por qu apresuris tanto pregunta Alfaro intrigado
el paso de los caballos?"
Aclara Zamora: " A fin de llegar a tiempo para la comida,
porque ya son ms de las doce".
El paseo haba concluido. Las campanas de los templos anun-
ciaban el medioda y las calles, antes animadas, veanse desier-
tas. Zuazo invit a sus amigos a comer, y stos aceptaron la
invitacin sin hacerse mucho de rogar.
Concluy Zamora: "Ponte pues a la mesa, y cuento con que
tu compaa har que la comida sea tan corts como alegre: tal,
en suma, cual Varrn la quiere".

LOS ALREDEDORES DE MXICO

Pasado el medioda, los tres amigos, Zuazo, Alfaro y Zamora,


requirieron de nuevo sus cabalgaduras, tomando al paso la an-
churosa calzada en cuyo centro corra el acueducto de Chapul-
tepec.
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 21

Inicia Alfaro la charla: "Hemos comido no en la casa de


Zuazo, sino en la de Lculo y aun en la sala de Apolo."
Interviene Zuazo, nostlgico: "Con cunta ms razn ha-
blaras as, si hubierais llegado poco despus de conquistada esta
tierra".
"Pues qu, en lo sumo cabe todava aumento?"
Suspira Zuazo dejndose llevar por los recuerdos: " N o fue-
ron ms suntuosas las cenas de los sibaritas ni las de Siracusa".
Antes que la conversacin se extraviara en la sensualidad
tema al que ciertamente no era ajeno Cervantes de Salazar,
una ocurrencia humanstica de Alfaro sobre la calzada le de- -
volvi su elevado sentido pedaggico: " N o fue pontifica
tan concurrida la Va Apia, de que Cicern hace honorfica
memoria en varios lugares de su defensa de Miln".
Desfilaban ante ellos los ejidos de la ciudad, "muy agrada-
bles por su perpetuo verdor", magnficas casas de campo, entre
las que descollaba la de Hernn Corts, y el llano donde los
caballeros se adiestraban en combates simulados, "para estar
listos cuando se ofrezcan los verdaderos".
Chapultepec, el bosque favorito de los emperadores aztecas,
estaba cercado con altas tapias "para que no ensucien el agua
los indios y para que los cazadores no maten o ahuyenten la
mucha caza que hay de gamos, ciervos, conejos y liebres".
Los interlocutores admiraron la alberca "los rayos del sol y la
sombra de los rboles la tien de mil colores, y como la profun-
didad no es igual en todas partes, se reflejan dentro, cuando
luce el sol, muchas y admirables figuras, con ms colores que el
arcoris" y, dejando los caballos atados al tronco de los rbo-
les, los tres amigos, para mejor gozar el panorama, emprendieron
la subida del cerro por las escaleras de piedra construidas en el
reinado de Moctezuma Xocoyotzin.
"Dios mo! estalla Alfaro en una de sus largas y entu-
siastas exclamaciones, al alcanzar, sobre la copa de los ahuehuetes,
la cima de la colina, qu espectculo descubro desde aqu; tan
grato a los ojos y al nimo, y tan hermosamente variado, que
con toda razn me atrevo a afirmar que ambos mundos se hallan
aqu reducidos y comprendidos y que puede decirse de Mxico
*o que los griegos dicen del hombre, llamndolo Microcosmos o
22 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

mundo pequeo." El lago, sobre el cual se proyectaba la ciudad,


apareca cubierto de embarcaciones de indios con sus redes de
pescar, y de l emergan, semejantes a cascos de embarcaciones
disparatadas, los cerros del Pen con sus manantiales de agua
caliente y el de la Estrella, uno de los ejes de la vida espiritual
indgena, convertido en un coto de caza. Por todas partes, ha-
ciendas y casas de campo, arboledas, y sobre todo los montes, el
teln de fondo que le da su inconfundible belleza a nuestro
valle. Al sur, el Ajusco; al norte la sierra de Guadalupe exten-
dindose en un suave circulo, al oriente la cordillera sobre la
que se dispara el sol en las maanas y, entre su msica de pro-
fundo azul y la del Ajusco, los ocres minerales de la sierra
sagrada de Santa Catalina, los redondos flancos de los volcanes
gemelos, dominados por la nieve del Popocatpetl y el Iztac-
chuatl.
"El suelo es feracsimo y tal que en muchas partes produce
cosechas desmedidas." La caza, tan abundante, "que aun los
que no la buscan ni son cazadores encuentran a cada paso gui-
las, garzas reales y nsares salvajes; o bien, liebres, conejos,
gamos, ciervos, osos y tigres".
En la Nueva Espaa, concluy Cervantes, se produce con
abundancia lana, algodn, grana, azcar, miel, ganado mayor
y menor; es riqusima de oro, plata y otros metales, y gracias a
la bondad de su clima el hombre, "as en invierno como en ve-
rano, puede usar la misma ropa en la persona y en la cama". De
este opulento cuadro, el humanista slo echaba de menos el acei-
te, el vino y, aunque parezca un tanto absurdo, la conquista de
La Florida, la tierra de la fuente de la eterna juventud que,
en 15 54, an era uno de los mitos que fecundaban la vida
mexicana.

LA CIUDAD EN 1 5 8 0

Un cuarto de siglo despus de que Cervantes de Salazar re-


corriera la ciudad en compaa de sus huspedes, el fraile encar-
gado de escribir el diario de viaje del comisario general de la
orden franciscana, Alonso Ponce, ofrece el testimonio de una ciu-
dad en continuo ascenso.12 "Es la ms populosa afirma,
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 23

noble y de ms autoridad que hay en la Nueva Espaa y aun


en el Pir."
La ciudad, a pesar de que se haban cegado muchos canales,
no haba perdido en 1580 su fisonoma lacustre. Dos grandes
acequias, como las antiguas serpientes que circundaban el recinto
sagrado de las plazas, abrazaban la villa espaola. Sus verdes
anillos, cruzados de puentes, se deslizaban a la orilla de las ca-
sas, penetraban, formando caos, en las huertas de los conventos
y llevaban hasta las cercanas de la Plaza Mayor, en copiosos
afluentes, las manifestaciones ms genuinas y vigorosas de la
vida indgena.
Las hortalizas cultivadas en las "chinampas", la hierba para
los caballos, el carbn y la lea, los cereales, las mantas y la alfa-
rera llegaban a diario en las canoas impulsadas por largas prti-
gas. Debe de haber sido un espectculo lleno de animacin el
que ofrecan las oficinas de las alcabalas en las primeras horas
de la maana. Los gritos de los oficiales y las carreras de los
mercaderes, la descarga de tan variados productos, la presencia
de centenares de barcas tripuladas por indios, componan un
cuadro tpico de la ciudad que habra de llegar al siglo xix sin
alteraciones en su conjunto.
La situacin de Mxico, edificada en el terreno que se iba
ganando al espacio lacustre, originaba problemas urbanos muy
semejantes a los actuales. " N o sacan hondos los cimientos di-
gmoslo con las palabras del Diario, porque encuentran agua;
sino ordinariamente fundan sobre la misma tierra, y si los edi-
ficios son altos y gruesos se van poco a poco hundiendo." A
fin de remediar este inconveniente, en las grandes obras se recu-
rra al sistema de pilotes, con el que nos ha familiarizado nuestra
desmedida aficin a los rascacielos. Sin embargo, la constante
amenaza de las inundaciones y el olor "pistilencial" que despeda
a laguna, "especialmente cuando en verano se seca algo de ella",
extremaban hasta la desesperacin su carcter lacustre. 18
Qu ofreca Mxico de notable en 1580 capaz de compensar
tan graves desventajas? El Diario se encargar de puntuali-
zarlo: muy buenas casas y hermosas calles, tan parejas stas
que parecen hechas "en un mesmo molde", lindas criaturas y
lozanos caballos. El poeta sevillano Juan de la Cueva, que estuvo
li UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

en la Nueva Espaa de 1J74 a 1577, coincida en todo con el


fraile cronista, al afirmar en su famosa epstola dirigida al licen-
ciado Snchez de Obregn:

Seis cosas excelentes en belleza


hallo escritas con C, que son notables
y dignas de alabar en su grandeza:
casas, calles, caballos admirables,
carnes, cabellos y criaturas bellas
que en todo extremo todas son loables;
bien claro veis que no es cncareccllas
esto, y que pueden bien por milagrosas
venir de Espaa a Mxico por vellas.

Las casas, las calles, los caballos, las criaturas, he ah los


rasgos que haban terminado por crear una slida tradicin
urbana. Se dibujan reiteramente a lo largo del xvi, en trazos
sueltos y en voces aisladas que ya anuncian el gran coro, el admi-
rable perfil de la Grandeza mexicana. Lo que en Juan de la
Cueva fue una carta potica, lo que en Ponce y en los piratas
ingleses es una mera alusin incidental, en Bernardo de Balbuena
ser la materia de un poema donde los edificios, la briosa estam-
pa de los caballos, la nobleza de las calles, la cortesa y las vir-
tudes, los oficios de los artesanos, el gobierno y la religin alen-
tarn llenos de vida como en un altar barroco, cargado de oros
bruidos y de esculturas estofadas.
En esta pequea ciudad posea menos de cuatro mil vecinos
blancos sostenida por innumerables indios, abundaban los
hidalgos y la gente principal, "as de los venidos de Espaa como
de los nacidos ac", toda ella gente muy cortesana, bien hablada
y mejor tratada. Existan, para redondear el perfil de aquella
sociedad caballeresca, "gruesos mercaderes" gruesos en el ms
amplio sentido del trmino, infinitos burcratas, llamados
entonces oficiales, y "muchos ricos", "pero tampoco faltan los
pobres aclara el Diario, antes cada da aumentan y todos
guardan el dinero".
Las piezas esenciales de la maquinaria colonial que funcionar
sin modificaciones sensibles por espacio de trescientos aos son
objeto en el Diario de un somero escrutinio. En primer trmino,
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 2J

el virrey, la audiencia, el alcalde de corte, la crcel, y la tesorera


donde se guardaba la caja de los caudales. La Casa de Moneda
acuaba pesos fuertes con destino a las Indias y al Oriente; la
imprenta difunda catecismos, diccionarios y gramticas, y la In-
quisicin, recin establecida, juzgaba a los sospechosos de
hereja.
Contiguo al palacio virreinal levantbase el del arzobispo,
que comprenda la audiencia archiepiscopal y la crcel nunca
vaca de los clrigos. En tanto que los muros de la nueva cate-
dral y sus pesados contrafuertes ganaban altura, se utilizaba la
vieja, aunque reparada y "casi hecha de nuevo" con motivo de
la celebracin del reciente concilio provincial.
Funcionaban seis hospitales cuatro de espaoles, uno de
indios y otro de negros y mestizos, siete conventos de monjas
y siete de frailes. Entre reginas, clarisas, concepcionistas, maria-
nas y jernimas, contaban las arrepentidas y las emparedadas,
estas ltimas, mujeres divorciadas o casadas puestas en depsito.
Todo lo que pudiera decirse de ellas lo expresa el nombre
melanclico con que el pueblo acostumbraba designarlas.
Las monjas establecan a fines del siglo una modalidad en la
vida religiosa de la Colonia que fue esencialmente varonil por
espacio de cincuenta aos. Debe haber inquietado la presencia
de aquellas enormes casas llenas de piadosas vrgenes. Tras-
cenda de ellas un olor a santidad, un sentimiento de continencia
que iba en contra de la acusada sensualidad de la poca. Las
dobles fachadas de sus iglesias, las rejas erizadas de pinchos en
el coro, su carcter un poco fantasmal, constituan un mundo
aparte. Si las instituciones monjiles no lograron formar una
Santa Teresa, al menos, durante la Colonia, produjeron en abun-
dancia muy sabias y originales cocineras. Los mejores platillos
de la Nueva Espaa salieron de las manos de nuestras religiosas
cuya influencia no slo se advierte en el arte culinario, sino en
el lenguaje y en muchas de las costumbres coloniales. El con-
vento, de hecho, era un pacfico hogar privado de los inconve-
nientes del matrimonio. Las desposadas msticas vivan absortas,
entregadas al servicio y a la adoracin del Seor. Cosan vestidos
para las abundantes esculturas de su amado, de los nios-dios
y de los santos, tejan, bordaban y cocinaban, entonaban, casi
26 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

siempre sin xito, epitalamios y canciones de cuna, y de tarde


en tarde se las autorizaba a sumirse en verdaderos deliquios
amorosos.
Tambin los frailes se agrupaban en siete conventos. Uno
era el de la poderosa orden de los dominicos encargados de
ejercer funciones inquisitoriales; dos posean los agustinos, si bien
uno de ellos se destinaba a colegio y estaba en las afueras de la
ciudad; dos asimismo eran de franciscanos, el de los frailes des-
calzos de San Cosme y San Damin y el de los observantes de San
Francisco, el ms conspicuo centro misionario de la Nueva Espa-
a; el sexto era de la Compaa de Jess y el sptimo de los
carmelitas que, apenas llegados, ya lo estaban edificando bajo
el patrocinio del Virrey en el barrio de indios de San Sebastin.
La presencia de tan elevado nmero de frailes sin contar
a los clrigos en una pequea ciudad se distingua por la
corrupcin y las sordas pugnas que con frecuencia trascendan
al pblico. Los tiempos de los grandes Apstoles eran slo un
recuerdo. El Arzobispo viva en pugna abierta contra el Virrey,
los frailes hostilizaban a los clrigos y dentro de las mismas r-
denes surgan violentas disputas por ocupar los mejores cargos.
Vctima de estas intrigas conventuales fue el mismo fray Alonso
Ponce, a quien no vali siquiera su alta investidura de Comisario.
Sucedi que, pasado algn tiempo, el Provincial de Mxico se
neg a reconocerlo con el pretexto de que los poderes otorgados
por el General de la Orden haban caducado. A pesar de que
fray Alonso Ponce logr demostrar la vigencia de sus poderes,
el Provincial le declar la guerra, el Visitador se defendi exco-
mulgndolo y el Virrey, partidario del Provincial, no slo lo
ech a la crcel sino que lo mand desterrar de Mxico.
Lo que Ponce sufri no es objeto de nuestro estudio. En el
convento de Tecamachalco enferm de gravedad los adictos
al Comisario tenan la conviccin de que se le haba adminis-
trado un veneno y fue llevado a Puebla en una camilla sos-
tenida por indios. "Es tanta la pasin se dice en el Diario de
algunos frailes de la provincia de Mxico y tan malas sus inten-
ciones, que con haber pasado realmente lo que queda dicho y
mucho ms de la enfermedad del padre Ponce, se atrevieron
a decir y a publicar que la haba fingido." Seguramente fue
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 27

excepcional la resistencia del Visitador. Entre los medicamentos,


se menciona un calmante "de estircol de ratones que le dieron a
beber disfrazado con un poco de vino". Es de extraar que
Ponce, un hombre viejo, haya escapado con vida al odio de sus
compaeros, a la persecucin del Virrey, la crcel y la farmaco-
pea brbara de su tiempo.

LA NATURALEZA Y LOS INDIOS

Los frutales europeos ya arraigados en los huertos conven-


tuales naranjos, limoneros, manzanos, albrchigos y grana-
dos florecan en la vecindad de capulines, aguacates, zapotes,
mameyes, anonas, y no era difcil descubrir las sedosas hojas
del pltano iluminadas como una lmpara entre los matizados
verdes de la flora. Los sarmientos de la vid mediterrnea, la
morera, habitacin y sustento del gusano de seda, y el ceniciento
olivo principiaban a establecer los rasgos de un paisaje clsico
cuando el monopolio los ceg privndonos del aceite y del vino.
El valle de Mxico, en trminos generales, era sentido como
una segunda Castilla aunque mucho ms suave y frtil. Los
rboles de Espaa sauces y lamos blancos en las orillas del
a
gua, robles y pinos en la alturas se daban con profusa abun-
dancia. Los campos, por la falta de lobos y de otras bestias
carniceras, eran ricos en ganado. Cada pueblo tena su pequea
carnicera y las reses se multiplicaban en tal forma "que hay
hombres que hierran cada ao, sin otras muchas que se pierden
y hacen cimarrones . . . Para todo gnero de animales concluye
sarcsticamente el Diario, es tierra muy viciosa, aunque se
cuente entre ellos los racionales".
En torno a la ciudad, se extenda el mar poblado de rumores
de la oscura vida indgena. Su presencia introduce en el cuadro
la impresin de una fuerza perturbadora, de algo distante y br-
baro que no guarda relacin con las elocuentes parrafadas latinas
de Cervantes, con las calles'tiradas a cordel, con los escudos de
las puertas, ni mucho menos con los brocados y las sedas de los
caballeros que juegan lances de sortijas en la plaza.
Los hombres "andaban descalzos de pie y pierna", con cami-
sa, calzones y una manta de algodn "anudada por encima del
28 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

hombro". Las mujeres llevaban toca, hupil y falda. Se les


miraba en los andamios, en el hoyo negro de las minas, en los sur-
cos, inclinados sobre el maz que desprendi del rbol celeste
de su sangre, o con el pincel y la pluma en la mano, copiando
textos clsicos de romanos y padres de la Iglesia. Y estos duendes
trabajaban, le daban un nuevo matiz al lenguaje, poblaban de
flamantes imgenes la arquitectura, cantaban en los coros, eran
los artesanos y los campesinos, el sostn de la tierra y el material
que va a construir la Utopa de Moro y de don Vasco.
"Se acaban de p r i s a . . . , con el solo aliento los acabamos",
confiesa Dorantes de Carranza, y aade el padre Ponce: "Cuando
lleg Corts a Texcoco haba sesenta mil indios; aos despus
se contaron dieciocho mil. Desta manera van mermando en
toda la Nueva Espaa, as por pestilencias y mortandades que
ha habido, como por malos tratamientos que les han hecho".

LAS POSTRIMERAS DEL SIGLO

Mateo Rosas de Oquendo fue un aventurero espaol de


finales del xvi, lo cual quiere decir que era un aventurero muy
distinto de los que vinieron a las Indias a principios del siglo.
Haba sido soldado en Genova y en Tucumn; estuvo en Mar-
sella, "donde le entusiasmaron sus fciles mujeres", vivi diez
aos en el Per como criado del virrey don Garca Hurtado
de Mendoza, y el ao de 1598 abandon Lima para vivir, durante
algn tiempo, en la ciudad de Mxico. "Segn su propia confe-
sin escribe Alfonso Reyes era algo taheo o pelirrojo, ojos
negros y grandes, tibio de color, y ninguna de sus diez heridas
eran mortales." "
Rosas de Oquendo cea espada pero gustaba ms de esgrimir
la pluma; no haca huesos viejos en ningn sitio, pues andaba
a la buena de Dios por el mundo burlndose de todos; era incli-
nado a la sensualidad en Lima "dej hijos bastardos y enamor
casadas" y, al revs de sus contemporneos, nunca le sedujo
el dinero.
Satrico de profesin, Oquendo gozaba poniendo en solfa a
las ms respetables figuras de las Indias, y si bien sus malvolas
pinturas no merecen entero crdito, al menos tienen la ventaja de
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 29

introducir un activo mordiente en un medio de simuladores y


de picaros encubiertos bajo un disfraz solemne.
En la descripcin de sus hazaas guerreras Oquendo se con-
duce como un insensato en quien podra verse, sin nimo de
establecer paralelos insostenibles, la anttesis de Bernal Daz
del Castillo. Tres das que pas en Tucumn con unos soldados
le bastan para fundar una ciudad, "si son ciudades cuatro co-
rrales". Despus, los hroes

jntanse en Cabildo y escriben al virrey un pliego de disparates en que


relatan cmo estuvieron tres das arreo combatiendo contra veinte mil
indios capayanes, y por tanto, piden como recompensa, libertades y
franquezas. La verdad fue aade que los infelices naturales nos
dieron de muy buena gana su tierra, sus chozas y sus pobres ajuares, y
de sangre no se derram una onza.15

N o hay duda que a Rosas de Oquendo le agradaba nadar


contra la corriente. Aunque Bernal Daz particip, de acuerdo
con su dicho, en ciento diecinueve batallas, es posible asegurar
que dedic mas tiempo a escribir solicitudes de recompensa, y
el caso de Bernal era sin excepcin el de todos los conquistadores.
Llevaban una estadstica minuciosa de sus ayunos, de sus heridas
y hasta de sus araos; hablaban sin cesar de sus peligros y de sus
increbles hazaas, componan historias conmovedoras de sus tra-
bajos y se las enviaban al rey solicitndole, a cambio de tantos
sufrimientos, una pequea tierra y un puado de indios de los
millones que haban ganado, para l y para la cristiandad, con
el esfuerzo de su espada.
La conquista, ciertamente, deba respetarse. Los cronistas
oficiales y los espontneos haban dicho ya la ltima palabra acer-
ca de la epopeya y los hijos de los hroes, lo mismo en el Per,
que en Santo Domingo o en Mxico, con una asombrosa unani-
midad se rompan la cabeza a fin de comprimir aquellos gran-
diosos hechos de armas en el mezquino molde de la octava real.
i Y cuando toda esta consagracin formaba una desmesurada
montaa literaria, a un chiflado se le ocurra burlarse de la con-
quista, de los conquistadores y de sus razonables peticiones!
U n hombre as, un soldado que guerrea contra los indios y
se mofa de su guerra, es natural que no tuviera un centavo. An-
30 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

daba vestido con botas de vaca, capotillo de dos faldas y camisn


ingls; llevaba los calzones remendados, el sombrero sin forro,
las manos como carbn "nunca me lavo la cara", dice de s
mismo con evidente cinismo y sus uas

. . . por largas pueden


servir de navaja a falta.

La aficin de Oqucndo a la poesa satrica era irrefrenable.


Sus travesas por mar, los apuros de su vida, sus observaciones
de viajero y hasta su misma persona son objeto de punzantes
burlas. La imagen que se haba hecho de la sociedad indiana no
era tampoco lisonjera:

Es tierra de confusin,
' es caos do estn las maraas,
es un imperio de vivos
y un Anticristo en palabras.

Por todos los versos de sus coplas asoman caras negras. Ne-
gros con librea, negras vendedoras de frutas y rosquillas, mulatas
con pauelos amarrados a la cabeza que bailaban la chacona y
la charumba, ya matizan de un nuevo color la geografa de Am-
rica. Las mujeres hacan tertulia en la tienda del confitero o,
como en nuestros das, se reunan en sus casas para jugar apasio-
nadamente a las cartas. Naturalmente abundaban los aventure-
ros Oquendo es uno de ellos y los simuladores. Un da
festivo desfila por las calles un gran seor de jubn negro, cami-
sa de encaje, "una esmeralda en el pecho", "espada y daga do-
rada", y a la maana siguiente poda vrsele cruzar la calle
desierta, con un calzn lleno de mugre y

las manos presas atrs


como si hubieran de asarle.

La propensin general de la poca a la nobleza es una nota


dominante en las coplas de Oqucndo. Todos los espaoles que
pasan a las Indias blasonaban de abolengos lustres. "Qu buena
fuera la mar exclama el satrico si hiciese con los linajes lo
que con los vinos, .
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 31

que avinagrando los ruines


los buenos perfeccionase!"
Vienen segn sus cuentos en pos de aventuras y de
ninguna manera tras las fortunas fciles. Dicen que en Espaa
dejaron riquezas y solares, pero lo cierto es que salieron, como los
antiguos colonos y muchos de los conquistadores, huyendo de
la justicia o de la pobreza y aqu hablaban de bales arrebata-
dos por los piratas, de naufragios que los dejaron en cueros, y los
malditos charlatanes "as os mande alancear el virrey Mar-
qus de Caete!" rematan sus falsas historias con la peticin
de Arequipa o de los Andes.
Y as estn las Indias. Rebosantes de bastardos cargados de
nobles apellidos:
qu de Pero Snchez dones!,
qu de dones Pero Snchez!,
qu de Hurtados y Pachecos!,
qu de Enrquez y Guzmanes!,
qu de Mendozas y Leivas!,
qu de Vlaseos y rdales!,
qu de Laras, qu de Cerdas
Buitrones y Salazares!

Antes de abandonar la ciudad de los Reyes, Oquendo escri-


bi un soneto en el que trat de reunir sus impresiones sobre el
Per. Hubiera necesitado un milln de endecaslabos, pero con
los apremios del viaje, el coplero, a manera de adis, deja la si-
guiente, irrecusable constancia de su gratitud a los limeos:

Soneto a Lima del Per

Un visorrey con treinta alabarderos;


por anegas medidos los letrados:
clrigos ordenantes y ordenados;
vagabundos, pelones caballeros.

Jugadores sin nmero y coimeros;


mercaderes del aire levantados;
aguaciles-ladrones muy cursados;
las esquinas tomadas de pulperos.
32 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

Poetas mil de escaso entendimiento;


cortesanas de honra a lo borrado;
de cucos y cuquillos ms de un cuento.
De rbanos y coles lleno el bato,
el sol turbado, pardo el nacimiento;
aquesta es Lima y su ordinario trato.

LA CRNICA DE U N POETA SATRICO

Mxico desconoca a los poetas satricos antes de la llegada


de Oqucndo. Gutierre de Cetina, Eugenio de Salazar y Juan de
la Cueva, que vivieron en la Nueva Espaa, no slo no haban
hecho alardes de humorismo a nuestra costa, sino que se ha-
ban apresurado a pagar, con versos laudatorios o con buenos
consejos, la entusiasta acogida que una ciudad henchida de poetas
acostumbraba dispensar a sus colegas forneos.
La Nueva Espaa influy en Oquendo.

El que slo era satrico en el Per comenta Alfonso Reyes


aparece en Mxico arrobado en la contemplacin de valles y montaas,
algo melanclico y ms aficionado a rememorar las dichas del ayer.
Mucho puede contribuir a ello la edad. Pero se dira que, desde los
primeros momentos, el ambiente peruano y el mexicano se manifestaba
ya, satrico aqul, y ste melanclico. Andando el tiempo tales han de
ser, en efecto, los rasgos caractersticos de estas dos provincias lite-
rarias.
Oquendo, como la mayora de los satricos, era en el fondo
un cochino sentimental. Sus ojos estaban hechos para abultar
los defectos de la sociedad y su cinismo no era otra cosa que una
forma natural en l de expresar la indignacin que le causaban
la presuncin y la codicia de los indianos. En sus versos, mu-
chos de los cuales son verdaderos aplogos de acuerdo con las
tendencias de su poca, condena enrgicamente el inters "que
todo lo alcanza", la vanidad de los plebeyos, la abundancia de
los malos poetas y de funcionarios ladrones, y la vieja inconse-
cuencia de las mujeres que prefieren la riqueza y desdean la
virtud, dos cualidades reconcomio del satrico desdeado
que en un solo hombre rara vez concurren.
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 33

Su edad, por otro lado, es un hombre que fue siempre menos


de letras que de amores, le llevaba a exaltar sus recuerdos y a
suspirar ms de lo conveniente en un satrico profesional. Nada
de extrao tiene, pues, que la naturaleza mexicana lo volviera
melanclico y que las pinturas del paisaje dejaran transparentar
su estado anmico:
Indiano volcn famoso
cuyas encumbradas sienes
sobre tablas de alabastro
coronan copos de nieve;
as las cumbres ms altas
con derechas puntas entren
a competir con los cielos
tus copados pinos verdes.
As tu menuda escarcha
cuajada en perlas se quede,
que des paso a mis suspiros
para que a su dueo alleguen . . .

El tono de este romance y el de algn otro no debe engaar-


nos. Aunque se duela de haber sido injusto con el Per su
soneto a Lima ha provocado una disputa y su creciente me-
lancola parezca haber atenuado la virulencia de sus sarcasmos,
las semejanzas que advierte entre Mxico y Lima le hacen incurrir
en los viejos pecados de que pareca curado.
En la breve crnica que Oquendo dedica a nuestra ciudad,
principia por coincidir ceidamente con sus antecesores. Para
l, ante todo, debe mencionarse la plata, el metal que hizo fa-
moso el nombre de Mxico en Europa y en China, el ganado que
se desparrama por montes y prados, el trigo cuyas espigas mati-
zan de oro los campos, las plazas y los puentes ilustres, los tem-
plos y las fuentes, los caballos y las casas.
Trazado el urbano escenario, Oquendo, inspirado en su silen-
cio, pasa a describirnos las figuras que lo animaban. Destacan
caballeros galanes,
muchas y bizarras damas,
. . . gran suma de mercaderes
que, aunque todo el mundo abarcan
como pesas de reloj
3
54 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

unos suben y otros bajan:


muchos doctores de borla,
muchos letrados de fama,
licenciados canonistas
que a Brtulos aventajan;
telogos de conciencia
que la conservan y amparan;
bachilleres y letrados,
casi ms que en Salamanca.

Es imposible que el retrato fuera ms lisonjero. Mas a poco


andar, Oquendo, para quien las aficiones pedaggicas de Cervan-
tes de Salazar le eran ajenas, se cuela en una casa donde cuatro
mujeres, a la sombra de las celosas, estn jugando albures. N o
tarda en caer sobre l un diluvio de preguntas:

A quien sirve? De que vive?


Quin es y-cmo se llama?
Es soltero? Tiene hacienda?
Sirve acaso alguna dama?
Cmo le va en esta tierra?
Qu le sobra o qu le falta?

El coplero entre dientes: "Valga el diablo la rapaza!" y


concluido el eparte, impostando la voz, inicia su tirada:

. . . Bien de mi alma,
soy soltero, a nadie sirvo,
Jernimo a m me llaman,
y la hacienda que tengo
toda la cubre mi capa,
y respondiendo dir,
seora, a vuestro demanda,
lo que de la tierra siento,
mi vida y mis esperanzas.

En Mxico pueden verse bizarros talles, galas costosas, ricas


joyas, "divinos entendimientos", "blanca nieve y fino ncar".
Dicen que aqu reina Venus, mas esta opinin es falsa,

porque segn lo que he visto


y lo que en la tierra pasa,
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 3i

lo que no alcanza el amor,


todo el inters lo alcanza.

Casi siempre toma la figura de un mancebo galn. N o es ca-


paz de decir una palabra, pero anda vestido de brocado y de
martas, es valiente, sabio y discreto, sabe requebrar, danzar y
taer la vihuela y se vive echado en las faldas de las mujeres,

las nias le llaman "vida"


y las mujeres "mi alma".
"Mi gloria y bien" las casadas.

Concluido su discurso moral, Oquendo trata de iniciar la


conquista de las damas con un "viva el amor", cuando una de
ellas lo interrumpe haciendo un gesto de fastidio:

Deje razones tan vanas,


llegese a conversacin
y tome el naipe y baraja.

El entrometido coplero se queda helado:

Y yo que en mis faltriqueras


no llevaba ni una blanca
me demud de manera
que, si alguno me mirara,
el juego me conociera
sin que me viera las cartas.
En pie me puse y les dije:
"Si sus mercedes me aguardan
traer dineros, que voy
picado por despicarlas".

Mientras las damas aguardan su regreso, Oquendo, ardiendo


de ira, reanuda sus actividades de satrico. Cada vez que le es
posible se enreda en comparaciones desventajosas entre Espaa
y las Indias. All
lo que es bueno se estima
y ac lo malo se ensalza.
36 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

En la Stira que hizo un galn a una dama criolla que le


alababa mucho a Mxico, dice Oquendo:

Hallaron en este reino


Corts ni sus espaoles
sino brbaros, vestidos
de plumas y caracoles?
Caballos no los haba,
carneros, vacas, lechones
ni aceite, ni pan, ni vino,
slo mameyes y alotes.

La arrogancia de Mxico, su provincialismo jactancioso, lo


hace exclamar "invocando a Espaa":

Castiga a este reino loco


que con tres "chicozapotes"
quiere competir contigo
y usurparte tus blasones.
Quiere darnos a entender
que no hay casas en el orbe
como son las mexicanas
y as quiere que se adoren.
Alas yo no he hallado en ellas
muros, piramis, ni torres
de Babilonia ni Egipto,
para que nos hunda a voces.

A su stira no escapan los indios, a quienes pinta hablando


un espaol trabucado:

Cada noche que amanece


como la rana gritando,
cuanto saco mi biscueso
lo presco piento poscando... 1 8

Los mestizos, hasta cuando hablan de amor, se sienten obli-


gados a improvisarse una satisfactoria ascendencia:

Ay, seora Juana!


Vuesarc perdone
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 37

y escuche las quejas


de un mestizo pobre,
que aunque remendado
soy hidalgo y noble,
y mis padres, hijos
de conquistadores.

Uno de sus muchos fracasos amorosos lo oblig por ltimo


a marcharse de Mxico.

Pierdo tus huertas en junio,


y por agosto tus zambras;
pierdo las juntas famosas
de tus damas mexicanas;
pierdo de echar un albur
y por echarlo en baraja
pierdo de echarlo tambin
debajo de vuestras faldas.

"Y se despide escribe Reyes glosando el romance que co-


mienza 'Adrenio pastor humilde' de los barrios llenos de
sol, de la mrtir Catarina 'pasada por mil navajas', de los sacros
monasterios":
Queda a Dios, ciudad insigne
que el corazn se me arranca
de entender que mi caballo
ha de hollar la calzada
de San Antn, y dejarte . . .
Queda a Dios, tiangues bellos,
donde las de turca blanca
se van a beber atole
y a fletarse por dos caas.
Queda a Dios, Empedradillo
con tu bella capitana . . .
Adis, ladrones de muas;
adis, hombres sin milagros
que campeis por esas playas . . .

N o se piense que en realidad Oquendo se despidi de Mxico


con este romance. El incorregible satrico, como lo hiciera al
38 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

abandonar la ciudad de Lima, compuso un soneto en el que


reuni sus impresiones de lo que haba observado en la capital
de la Nueva Espaa. El endecaslabo un metro que slo em-
plea en las ocasiones sonadas le sirve otra vez para atar de pies
y manos a varios personajes significativos y ofrecrnoslos conve-
nientemente adobados. Figuran en el Soneto del gachupn que
maldice de Mxico mercaderes hinchados de codicia, caballeros
deseosos de serlo, bodegoneros presumidos, negros rebeldes, seo-
res que sin duda mandarn en todas partes menos en sus casas,
mujeres entregadas al juego noche y da, y mil pretcnsores col-
gados del Virrey como sanguijuelas. Pocos son los buenos amigos
y muchos los que dicen serlo. Hay tambin, junto con el tian-
guis, la almoneda y la behetra y quin podra dudarlo tra-
tndose de Oquendo?:

Mujeres que se venden por dineros


dejando a los mejores muy quejosos.

La semejanza de la vida peruana con la mexicana al termi-


nar el siglo xvi es evidente. La epidemia de ilustres genealogas,
la vanidad y la presuncin de los espaoles indianos, la indolencia
de los criollos y sus nfulas nobiliarias, la pasin por el juego, la
multitud de poetas, de letrados y de bodegoneros enriquecidos,
son notas comunes a la sociedad colonial de los dos virreinatos.
En Mxico, la forma satrica de Oquendo dej una huella
quiz ms perceptible de la que dejaron otros poetas espaoles.
Los criollos, segn veremos en el captulo destinado a comentar
la poesa de los nacidos en Mxico, tuvieron ocasin de contes-
tar sus invectivas utilizando un lenguaje que rivaliz en acidez
con el del propio Oquendo. En la lucha que se plante desde el
principio entre espaoles peninsulares y americanos, los criollos
vieron en Oquendo ms bien a un aliado que a un enemigo. Su
burlona pintura del recin llegado, un inmigrante pobre atibo-
rrado de ideas caballerescas y de fanfarronera, un picaro y por
ello un antihroe, responda con justeza a los sentimientos de
rencor que devoraban al postergado criollo. Oquendo les pro-
porcionaba un instrumento de venganza la mayor parte de
las venganzas tomaban entonces una forma literaria y el emi-
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 39

nente servicio que les prestaba los mova a perdonarle sus otros
pecados. Por lo dems, la visin que el criollo tena de las Indias
no era mejor que la de Oquendo. l pint el infierno de Am-
rica y logr escapar aunque ligeramente chamuscado. Los crio-
llos, imposibilitados de fugarse, se consuman en su interior, a
fuego lento.
EL MXICO DE LOS GAMBUSINOS

En el ltimo tercio del siglo, el Norte ofreca bastantes atrac-


tivos para seducir a los aventureros que, como un puado de
cuentas de color, brotaban de los barcos desparramndose a tra-
vs de la Nueva Espaa. El Norte era un poco el Dorado y
otro poco la California de los buscadores de oro. Presidios y mi-
siones jalonaban la ruta de la minera. Una fortaleza, una igle-
suca con su espadaa, murallas almenadas resguardando el case-
ro, se extendan perezosas bajo el cielo profundo del desierto.
Los mirajes de Cbola y la seduccin de la Baja California
haban sumado a la geografa de Mxico la disparatada novedad
de un desierto que conjugaba, en el mismo rojo suelo poblado de
cactus, la muerte y la fortuna, o dicho en otras palabras, la bar-
barie del indio nmada y el juego de azar de la minera. Mien-
tras el indio culto de los grandes imperios fu esclavizado sin
mucho esfuerzo, los brbaros del Norte, que nunca sufrieron
reyes con sandalias de oro, lograron conservar, por espacio de
siglos, su antigua libertad. Tena algo de fantasmal este cazador
salvaje que gustaba adornar sus escudos de guerra con las cabe-
lleras y las barbas profusas de sus enemigos los hombres blancos.
De la margen de un ro, de la linde de un bosque surga impe-
tuoso y desbarataba la fila de soldados o la caravana de muas
y carromatos cargados de plata. Algunas veces, la litera de raso
de una corregidora quedaba en pleno desierto, con su duea des-
mayada en el interior, rodeada de muertos, de alaridos y de remo-
tas persecuciones.
Zacatecas, que gracias a la influencia de Ramn Lpez Ve-
larde es vista hoy como el modelo de la provincia apacible, a los
cuarenta aos de su fundacin era en importancia la segunda
ciudad de la Colonia, y la primera por lo que haca a su inestable
y alocada existencia. Zacatecas daba para todos. All se refu-
40 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

giaron los piratas ingleses de Hawkins; los alemanes se entrega-


ban a la alquimia y al beneficio de metales; los judos a la usura
y a la astrologia, dos ciencias que suelen marchar juntas, los por-
tugueses al comercio y los flamencos a la artesana.
Al real de minas le era desconocido el orden de las ciudades
agrcolas. Se viva al margen de la ley, entre la iglesia y la ta-
berna, los naipes y las rias, la quiebra ruinosa y la fortuna. N o
se guardaban mucho las formas porque en la lotera de las mi-
nas el millonario de la vspera se ha convertido en un mendigo
y el desarrapado de hoy puede trasformarse en el magnate de
maana. El juego careca de reglas y el clculo de probabilidades
an no se haba inventado. La suerte estaba en manos de los
dioses. El milagro era un milagro hecho a la medida del mine-
ro, una seal divina que participaba del carcter azaroso y del
resplandor levemente siniestro que se proyectaba sobre la aven-
tura del gambusino. La clebre mina de Los Pobres, cercana a
Compostela, en la Nueva Galicia, debi su origen a un episodio
tpico de ese ambiente. Doa Leonor de Arias, viuda del capitn
Pedro Ruiz de Haro, cierta vez socorri a un mendigo indgena;
ste, en realidad un ngel cubierto de harapos, movido a gra-
titud, le revel la existencia del fabuloso mineral.
N o pocas veces el hallazgo era de una conmovedora simpli-
cidad. Al remover las brasas de una fogata encendida en la sierra
se hall la plata fundida de un riqusimo yacimiento y bast
que un miserable soldado exclamara una noche de locas premo-
niciones: "Si est de Dios aqu encontraremos con qu remediar-
nos todos", para que en el sitio donde su bota hiri el suelo se
localizara ms tarde un filn de preciosos metales. A veces tam-
bin los dioses se valan de recursos aparatosos y macabros y el
escondido tesoro reclamaba su derecho a ser explotado haciendo
que las calaveras silbaran o que los bandidos colgados de los
rboles hablaran con la voz extrangulada del famoso ahorcado
de James Joyce.
En este orden de cosas, alterado y febril, la religin, omni-
presente en la Nueva Espaa, se subordinaba a las peculiaridades
y a los imperativos de la vida. Los santos patrones, de tarde en
tarde, salvaban a un pobre indio que perdi el equilibrio dete-
nindolo en el aire y la misma Virgen no dudaba de hacerse
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 41

presente en las tabernas y de interponer su divino cuerpo entre


los cuchillos de dos furiosos rivales. Todos los apetitos, las con-
cupiscencias y los contrastes que en las grandes ciudades apare-
can sujetos y reglamentados, en los reales de minas se manifes-
taban con hiriente crudeza.
Los indios, llevados en masa de sus pueblos, eran echados
sin misericordia al hoyo del socavn, o a los patios de beneficio
donde el azogue les morda las piernas dejndoles llagas incu-
rables. Para ellos se crearon muchos nuevos oficios. Si bien la
diversificacin del trabajo haca que llevaran sugestivos ttulos
veladores, paleros, cajoneros, tenateros, barreteros, limpiado-
res, rompedores, rebotalleros, achichinques y zorras, de hecho
podan agruparse bajo el nombre comn de esclavos.
Los dibujos de los antiguos viajeros que muestran los cortes
seccionales de las minas nos han conservado una estampa fiel
de aquellos sombros y torturantes hormigueros. Es la radio-
grafa de una montaa. En el exterior, su vellosa epidermis
cubierta de rboles se abre a los dulces valles baados por el sol,
pero en sus entraas oscuras y ardorosas unos hombrecillos
desnudos horadan la tierra con picos y palas, otros desaguan la
mina y otros ms, con fardos a sus espaldas, ascienden y descien-
den, vivos cubos de noria, por las dobles escalas que llevan a los
tneles. Al concluir el trabajo salan "desmayados de hambre,
boqueando de sed, transpirados de sudor, deslumhrados por la
oscuridad en que haban permanecido, y abrumados por la car-
ga, para ir a morir de inanicin en lo caminos, o de las enfer-
medades contradas en aquellos antros, a sus miserables po-
cilgas". 17
Gonzalo Gmez de Cervantes, un economista de fines del
xvi, vio a los indios transportar en sus mantas el mineral, de la
boca de la mina al ingenio, del ingenio a los morteros, de all a
los cedazos y por ltimo a los incorporadores. Al cabo de ocho
das se le pagaban cuatro reales y como la manta destruida por el
acarreo del mineral costaba cinco o seis, el "indio serva de balde
y an pona dinero de su casa". "De ms observa Cervantes
que cuando se saca el metal de las minas sale hecho barro; y
cuando el miserable indio va a dormir, est la manta con que
haba de abrigarse, mojada y llena de barro". 18
42 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

En una tierra en la que abundaban preciosos minerales mo-


cados, este sistema permita la acumulacin de fabulosas rique-
zas. Escribe Enrique Hawkins en su Relacin:
1 lujo y largueza de los dueos de minas es cosa maravillosa de
ver. La mujer de un minero sala a la iglesia acompaada de cien cria-
dos y veinte dueas y doncellas. Tienen casa abierta y todo el que
quiere puede entrar a comer: llaman con campana a la comida y a la
cena. Son prncipes en el trato de su casa y liberales en todo.

Don Cristbal de Oatc, uno de los fundadores de Zacatecas,


todos los dias sostena una mesa pblica a la que llamaban con
campana "para que se reuniesen a comer cuantos quisiesen,
siendo el servicio magnfico". Don Bartolom Bravo de Acua
posea l millones de pesos, don Agustn Zavala haba ganado 4
y no era difcil que los pagos semanales de un negocio de minas
importaron veinte mil pesos.10 Los menores trastos de la cocina
de don Luis de Castilla eran de plata y don Alonso de Villaseca,
minero de Pachuca que lleg a imponer su nombre como sinni-
mo de riqueza, asign cuarenta mil pesos a los Santos Lugares y
diez mil a la redencin de los cautivos. Despus de su muerte
se hall entre sus papeles una carta del papa San Po V en que le
agradeca una limosna de ciento cincuenta mil pesos hecha a
la iglesia de San Pedro de Roma y a los pobres de aquella ciudad.' 0
La cadena de las bonanzas y de las quiebras, las supersticio-
nes y las leyendas populares, la familiaridad con la muerte y el
loco apetito de placeres formaban un ambiente que debe tam-
bin haber influido en la formacin de la sociedad colonial. Los
sentimientos del pueblo tal como se revelan en el escenario ba-
rroco de Guanajuato a la luz de la revolucin de Independencia
se originaron en los primitivos reales de minas.
Zacatecas, Pachuca, Guanajuato, Taxco y un poco San Luis
Potos fueron en la geografa de Mxico ciudades muy perso-
nales que reunan, exaltados, los rasgos de la sociedad colonial.
El carcter transitorio a que parecan estar condenados los bienes
materiales en las Indias, el mito del enriquecimiento milagroso,
los contrastes que establecan el esplendor de los mineros y la
esclavitud de los trabajadores, crearon esos pequeos mundos
de piedras labradas y altares brillantes, de coronas y custodias
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 4J

cegadoras, de metales frios y miserias en carne viva gobernados


por diminutos, crueles y piadosos monarcas.

UN PARNTESIS: EL DEL PAISAJE

Mxico se escapaba a los esfuerzos combinados de soldados,


gegrafos y naturalistas. Una coleccin de paisajes arbitrarios
en que se mezclaban bosques y ros, extraos animales y flores
caprichosas no lograban establecer una idea clara de aquella
disparatada regin del Nuevo Mundo que de pronto brillaba,
semejante a una joya misteriosa, en la Corona espaola. Cin-
cuenta aos despus de su descubrimiento, la singularidad de
Mxico iba estableciendo rasgos inequvocos que la diferencia-
ban, sobre los moldes y los prejuicios, de todo lo conocido en
Europa y en frica. Aqu no es posible advertir la aparicin
entre la nieve de las tempranas prmulas; ni el trino del ruiseor,
anuncio de la primavera, nos sobrecoge como a Rousseau en su
primera noche del Ermitage. Pero a cambio de estos goces y
de otros muchos slo imaginados, la Naturaleza nos colm de
bienes numerosos y exquisitos.
Para nosotros resulta un lenguaje extico el que los europeos
se refieran al juego de sus estaciones, porque con ligersimos cam-
bios disfrutamos de un otoo perpetuo o, mejor todava, de una
primavera atemperada. El tiempo de las lluvias con sus nubes
y su frescura y el tiempo de las secas con su cortejo de hojarasca
dorada y pastos amarillos son nuestro calendario, y no estamos
en modo alguno sujetos al discurrir del ao para sentirnos aca-
riciados por un nuevo clima. Un pequeo viaje, un ligero
descenso, determinan que el severo y aristocrtico paisaje del
altiplano suavice su aspereza. Se vive entonces bajo otro ciclo
y se disfruta de un nuevo sol, el ritmo de la sangre se aquieta y
los sentidos se relajan como los miembros de un gato friolento
que descubriera el alegre fuego de una chimenea, pues el trpico
es para nosotros el hogar de los europeos, la gran fogata que
hace crecer los rboles y siempre tiene abiertas las flores.
En un sentido Mxico es comparable a una elevada casa
donde los climas correspondieran a sus distintos pisos. Desde
luego, la costa hmeda y ardiente compone la planta baja. Sus
Ai UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

anchas ventanas dan al mar, un mar tibio y azul, deslumbrador,


casi siempre desierto, sobre el que vuelan chillando las gaviotas
y los pelcanos se sumergen, ciegos y brutales, tras la sombra
plateada de los peces. Es un piso bajo un poco arisco y desorde-
nado, lleno de palmas, de ceibas y mangos gigantescos, de profusa
vegetacin, de vuelos de pericos y de garzas, con pobres aldeas,
pirmides ruinosas y grandes ros solitarios y oscuros, ruidoso y
violento incluso durante la noche en que los cocuyos encienden
sus luces, redoblan sus tambores las ranas monstruosas y los p-
jaros nocturnos salen de sus escondrijos.
El entresuelo lo forman los climas intermedios de las cor-
dilleras. A mil doscientos metros de altura, entre las agujas
sedosas del oyamel y el brillo oscuro del encino, florecen, al
amparo de su techo de nieblas, el cacao, la vainilla, el tabaco,
la orqudea, el naranjo y el limonero, revuela la mariposa y el
pjaro de encendidos colores. El ltimo piso est situado a dos
mil doscientos metros sobre el nivel del mar y fue el lugar fa-
vorito del inmigrante indio y del colono espaol. Sucesin de
valles azules y de llanos amarillos, picante sol y sombra helada,
en su aire fino alientan los seres propios del altiplano. El indio
esbelto, la voz delgada, el pir y el fresno, el agave, la opuncia
y la cactcea.
ste es Mxico, pero no es el nico Mxico. Hay un de-
sierto en el Norte y una tierra caliza sin ros y sin montaas
en el Sureste; un bosque impenetrable de zapotes y maderas
preciosas en la frontera con Guatemala, una tierra de ros y de
pantanos primitivos a mitad del golfo, llamada Tabasco, y una
pennsula, la de Baja California, en la que las perlas y los mares
fros suceden a las playas clidas y al mondo espinazo de las
sierras calcinadas.
La nota esencial de esta geografa de catstrofe no es el valle,
ni el ro, ni el bosque, sino la montaa, una montaa deshecha
en cordilleras que invaden a lo largo y a lo ancho las tres cuar-
tas partes del suelo mexicano.
La montaa es el caos, lo opuesto al orden, lo contrario del
mar, el enemigo de la lnea recta. H a y sierras de montaas
verdes la obra del sulfato de cobre, sierras de montaas ro-
jas el trabajo del xido de hierro, montaas de pizarras y
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 45

sedimentos los restos de otras montaas socavadas y monta-


as de grafitos, de granitos, de prfidos, de andesitas y de mr-
moles cuyas vetas formaron las delicadas estructuras de las plan-
tas prisioneras.
Montaa es igual a cascada, a torrente, a cueva, a grieta, a
garganta, a picacho, a lava, a nieve, a fumarola. Y es, adems, el
vecino del mexicano, su testigo de cargo, su enemigo y su alia-
do, su escalera, su alcuza y su despensa, su esttica y su geome-
tra. Todo resulta ella, clavo de oro, vara de plata, pino verde,
helcho con esporas, arca de No, reino del silencio, bandera de
la tierra, pared de lgrimas, locura solemne espera, t tambin
descansars, el nico lugar que vomita a sus muertos.
La vida se nos va en subir y en bajar, lo cual significa que
andamos dos veces el camino. De hecho, el mexicano sobrepone
paisajes. U n planto de caa de azcar, en la tierra caliente, se
ve con frecuencia dominado por la nieve de los volcanes, y desde
un bosque de pinos, en la tierra fra, es dable presenciar las
dulces formas redondeadas de una naturaleza gobernada por un
sol benigno, colorado y risueo.
La distancia, en las regiones montaosas, confunde lo prxi-
mo y lo distante, descompone los verdes y los azules, recrea
minerales y con su juego ptico agranda y disminuye las for-
mas, lo cual podra originar en nuestra conciencia una confu-
sin de realidad y esperanza, un daltonismo espiritual capaz de
todas las aberraciones.
Tierra de indios, de ciudades antiguas hundidas en la selva
o de nuevas ciudades erizadas de rascacielos y de chimeneas, es,
por encima de todos los caprichos de la geografa y del clima,
un paisaje deshabitado. El hombre lo ha destruido un poco ha-
cindolo ms trgico, pero no ha logrado alterarlo ni cambiar
su fisionoma demonaca. Dnde, queris decirme, termina su
espejismo y dnde principia su realidad?

LA CIUDAD E N EL GRABADO ANTIGUO

Una nueva ciudad americana ha nacido y se ha desarrollado


ante nuestros ojos. Brot de un pedazo de papel, de un rasgo
de pluma y no se form al azar como crecen un poco todas las
46 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

ciudades. La han descrito, a lo largo del siglo, un humanista,


un comisario general de la orden franciscana, un poeta satrico,
y los tres coincidieron en admirar sin reservas casas y calles,
iglesias y conventos, nios y caballos. Sus rasgos feudales resul-
tan de tal modo peculiares, que al considerar su relacin con el
paisaje circundante y el extrao mundo de que ella fue centro
y cabeza se tiene la impresin de que un hechicero conocedor
de la magia oriental, en una sola noche, la hubiera cambiado de
un lugar de Castilla o de Extremadura a nuestra elevada meseta.
N o poda ser de otra manera. Al convertirse en ciudad, el
plano de Garca Bravo traz con lneas infexibles la separacin
entre lo espaol y lo indgena. Fue, en lo material, "la reserva
de una gran zona urbana para los europeos","1 la residencia ex-
clusiva del conquistador, la torre de piedra que deba tenerlo
alejado del indio, y en lo espiritual fue asimismo un mundo
blanco inserto en un mundo de color, una pequea isla dentro
del mar oscuro, una ciudad espaola quiz no llegara a cinco
mil vecinos en 1592 cercada por millones de indios.
Los fenmenos a que dio lugar esta nueva concepcin urbana
estn ntimamente relacionados con la historia y la constitucin
de nuestro pas. Los hijos de los conquistadores o de los primeros
pobladores nacidos aqu, por ms que a s mismos se llamaron
espaoles, ya no se parecan a sus padres. Eran, para decirlo
provisionalmente, unos hombres nuevos a quienes se designaba
con el nombre de criollos. Los mestizos, los hijos de los espa-
oles y de las indias, casi siempre engendrados a espaldas de la
ley, fueron, junto con los criollos, los tipos humanos ms nota-
bles formados en la ciudad, si bien estuvieron considerados,
durante el siglo xvi, en un nivel inferior al de los mismos indios.
La presencia de los rebeldes esclavos negros, muy numerosos
en aquel siglo, y sus apareamientos con indios y mestizos dieron
como fruto ese fruto clandestino en el que se asociaban los
sentimientos de lo monstruoso y lo prohibido una multitud
de seres a los que distingua una gradacin descendente del
color, y que en la Nueva Espaa representaban, sin distincin,
el papel de los intocables.
El negro, el mestizo, el tcnte-en-el-aire, el salta-pa-tras, el
no-te-entiendo, significaban poca cosa respecto de la enorme
UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO 47

masa de los indios. La tierra estaba cubierta de ellos. Sus bri-


llantes ojos y sus figuras esbeltas rebosaban los campos, los
pueblos, las minas y las haciendas. Su dulce y resignado seo-
ro, su silencio y su docilidad, su autentica no resistencia al mal,
cobrara la forma que cobrara, hacan de ellos los esclavos ideales.
Pero estos esclavos, a semejanza de las olas del mar, golpeaban a
diario los muros de la ciudad cercada, se infiltraban de mil ma-
neras en sus casas, descomponan el lenguaje, alteraban el color
del pigmento, creaban una cocina diablica y mezclaban los
estilos consagrados de la vida y del arte.
Dejemos en paz a esta gente con la que tendremos oportuni-
dad, andando el libro, de relacionarnos, y contemplemos por
ltima vez la ciudad de Mxico. Vista a la distancia ideal del
grabado renacentista, despliega ante nuestros ojos sus cpulas
y sus torres, sus casas y sus monasterios almenados surgiendo de la
brillante superficie del lago. Por los senderos que bajan de
las montaas y por las calzadas avanzan las carretas y las recuas
de muas, entre los silbidos y los gritos de los arrieros. Llevan la
plata y el oro de las minas, los cereales de la hacienda, las telas,
el vino, el aceite, el azogue y los libros venidos en la flota de
Espaa a travs del Atlntico y los marfiles y las porcelanas que
desembarc en Acapulco la Nao de China despus de cruzar el
Pacfico. El comercio anda sobre los firmes cascos de las muas.
En poco tiempo la arriera ha creado una tradicin de mesones
olorosos a cuadra, de tinajas panzudas, de cueros labrados, espue-
las y frenos, de jquimas y ronzales, de vestidos con botonaduras
de plata y anchos sombreros galoneados, de ltigos y cuerdas, de
herraduras y fraguas, de blasfemias, de invocaciones y de cor-
tesia caminera.
El arriero debe levantarse al alba con el canto de los madru-
gadores, dormir en un pajar o a campo raso, cruzar parajes y
desfiladeros peligrosos, exponerse al sol, a la lluvia y a los asaltos
de los bandoleros. Su vida, llena de movimiento y de aventuras,
podra quedar resumida en la cancin del juglar medieval:

S'on me chasse, je fuirai,


et son vie tue, je mourrat.
48 UNA VIEJA CIUDAD Y UN MUNDO NUEVO

Los arrieros, al divisar la ciudad, pican espuelas a sus caba-


llos para llegar antes de la cada de la noche; el sonido de la cam-
pana de plata que lleva la yegua "atajadora" sujeta al bordado
cabezal se oye ms apremiante, y la recua avanza envuelta en
una nube de polvo que dora el sol de la tarde.
Si la suerte nos acompaa, no nos ser difcil presenciar la
llegada del nuevo virrey, a quien sigue una lucida comitiva de
nobles vecinos y de altos funcionarios coloniales. Refulgen los
hierros de las alabardas y ondea a la cabeza del squito el estan-
darte de la ciudad bordado en sedas y en oro.
Con mucha mayor frecuencia se es testigo de otra clase de
escenas menos suntuosas pero ms familiares a la existencia de la
Nueva Espaa. Frente a nuestro imaginario mirador, un viajero
espaol seguido por un indio que le lleva a cuestas su cama
el modo usual de recorrer pequeas distancias detiene su
caballo para darles una limosna a dos frailes mendicantes; varios
funcionarios de la Inquisicin conducen un hereja a horcaja-
das sobre una mula y atado de pies y manos; la litera de ter-
ciopelo rojo de un corregidor de provincia, con las cortinillas
cerradas, se balancea sobre sus fatigados cargadores y detrs de
un grupo de esclavos cogidos en el Panuco, que andan con las
cabezas y las manos metidas en las colleras, como bueyes uncidos
en el yugo, llenando el camino con sus risas alegres, cabalgan
varios criollos jvenes, vestidos con sus pardos trajes de viaje.
Abundan los indios que con su breve y gil paso se dirigen
a los embarcaderos, casi ocultos bajo los fardos de la alfarera,
los petates enrollados, y los huacales por los que asoman los pavos
sus chillonas y rojizas papadas. Atrs, las indias, llevando su
ayate a la espalda y la falda agitada por el viento, semejan palo-
mas. A la orilla del camino hay indios vendedores, mendigos y
mestizos cubiertos de harapos que miran el paso de los viajeros
con sus negros ojos llenos de rencor y de amenazas. Ahora el
lago es de plata y de azules lquidos, y las montaas se irisan con
el fro fulgor de la perla. Un sol amarillo, un sol de oro viejo
enciende los ocres del campo barbechado y en la transparencia
del cielo se derrama la dorada y sensual claridad de la luna llena.
II: LA VIDA COLONIAL

Cada vez que me acuerdo que toy hombre, querra o no ha-


berlo lido o no tener sentimiento de ello.
FERNAN PREZ DE OIIVA

LA ESTAMPA que ofreca la capital ds la Nueva Espaa era una


estampa desprendida del agonizante mundo feudal, y el tono
de su vida, con pocas excepciones, tambin perteneca a ese
tiempo en que "tienen todos los sucesos formas externas mucho
ms pronunciadas que ahora". 1
La sensibilidad se una con frecuencia a una extremada du-
reza. En el entierro de los funcionarios notables o en los ajusti-
ciamientos, los espectadores se conmovan hasta las lgrimas,
pero eran capaces de cubrir de insultos a los judos o de presen-
ciar su tormento durante largas horas, subidos a horcajadas en
los rboles cercanos al quemadero de San Hiplito.
Algunos de los hirientes contrastes asignados por Huizinga
a la vida francesa del siglo xv se reproducan aqu literalmente.
Se desconocan y no poda ser de otra manera "el fro cor-
tante y las noches pavorosas de invierno", 2 aunque los hidalgos
4
)
50 LA VIDA COLONIAL

gustaran de llevar costosas pieles en sus trajes. En una poca,


dominada por las convenciones de la Iglesia, el atrevimiento y
la magnificencia que nosotros limitamos pdicamente al mbito
del ballet eran un espectculo cotidiano en las calles de Mxico.
Las plumas en el sombrero, las calzas que descubran la lnea
varonil a partir de la cintura, el cabello rizado, las golas de
encaje, los jubones de brocado, los collares, las armas y los ani-
llos, la elegancia que originaba el uso de la capa en los hombres,
y los senos descubiertos y las sayas infladas de las mujeres, eran
parte de un estilo de vida gobernado por una refinada sensua-
lidad.
En los vestidos femeninos predominaban las telas de suaves
matices el morado, el olivo o el gris plateado del plumaje de
las palomas llamado colombino y los adornos de plata y de per-
las. Goz de gran boga en la Nueva Espaa por ms de cin-
cuenta aos el verdugado, conocido tambin con los nombres de
tontillo o guardainfante, la falda hueca y pomposa, el ltimo
estilo medieval de la mujer embarazada que abultaba el vientre
y las caderas, dndoles apariencia de majestuosos globos. Estas
faldas, tan amadas por las mujeres, fueron objeto, desde su apa-
ricin en Espaa, de enconados ataques. Fray Hernando de
Talavera en su Opsculo contra la demasa de vestir y calzar'
las califica de traje excomulgado, y analiza sus inconvenien-
tes^ le achaca pesadez a causa de los muchos abortos que
provocaba, fealdad debido a lo gruesas que haca a las muje-
res, falto de abrigo por ser hueco, indecente ya que con facili-
dad descubra las piernas, y todava con malicia eclesstica,
nuestro fraile llega a deslizar la hiptesis de "que comnmente
se cree que fue inventado para encubrir los fornicarios e adulte-
rinos preados, pues la manera de dicho hbito lo hace mucho
sospechar".
En Valladolid, la ciudad natal de fray Hernando de Tala-
vera, donde parece que el verdugado inici su carrera pecami-
nosa, lo cual aumentaba la indignacin del patriota religioso, el
escndalo suscitado en torno a esa falda fue de tal magnitud,
que el prelado eclesistico, bajo excomunin, prohibi a las
mujeres grandes o pequeas, casadas o doncellas, el llevarla, ex-
tendindose la pena a los sastres que la confeccionaban. Las
LA. VIDA COLONIAL JI

graves censuras no impidieron que el guardainfante siguiera


usndose en Espaa ni que la moda cundiera a las Indias don-
de por largas dcadas ejerci su anchuroso y crujiente reinado.
La pasin por el lujo era comn a seores y plebeyos. Los
das festivos lucan hermosos trajes los artesanos y en las gran-
des ceremonias pblicas, el pueblo, sin excepciones, apareca
ataviado segn las exigencias de la celebracin. El consumo de
telas costosas debe haber sido importante. Los colores alegres
de los vestidos establecan en la ciudad un gozoso ambiente de
feria y de celebraciones que distingua a los burgos de la Edad
Media.
DUELOS, TMULOS Y RESPONSOS

Los duelos y las fiestas de los poderosos sealbanse a causa


de su solemnidad. Hasta nosotros han llegado crnicas y dibujos
del rico tmulo que el ao de 1559 erigi la ciudad a la me-
moria de Carlos V en el atrio del convento de San Francisco. La
pira, de orden drico, tena dos cuerpos. En el primero, des-
cansaba la urna, "cubierta con un pao negro y sobre un cojn
la corona", rodeada de banderas; en el piso superior, el guila
de los Austrias extenda sus enormes alas doradas bajo el cielo del
altiplano. 4
Entre los varios esqueletos simblicos "el poder grande
de la muerte que a monarca tan invencible venci" y las es-
cenas de la derrota indgena que adornaban la pira, asoma la
influencia del Renacimiento. Las pinturas de "una diosa qui-
tando una guirnalda a Ulises y ponindosela al Emperador"; "el
laberinto de Ddalo, con un clavo en la puerta y un ovillo col-
gado del clavo, recordando que haba salido airoso de muchas
difciles empresas", y la "de un Apolo sobre los muros de la
ciudad de Mxico simbolizando a la Universidad", fueron sin
duda idea del doctor Cervantes de Salazar, quien escribi tam-
bin la relacin de la pira y compuso las poesas latinas publica-
das en el Tmulo Imperial.
Mientras se levantaba el soberbio tmulo lo construy
er
tres meses el arquitecto Claudio Arciniega, se pregon p-
blicamente por orden del Virrey, veinte das antes de celebrarse
'as exequias, "que todos los hombres y mujeres, de cualquier
2 LA VIDA COLONIAL

estado y condicin que fuesen, trajesen luto, en muestra del


fallecimiento de tan grande monarca". 1 " N o se crea dice
Cervantes que hubiera tal nmero de sastres en la ciudad."
U n caballero gast ms de mil pesos en ropa y cuando lleg el
30 de noviembre, da del Apstol San Andrs doble de cam-
panas, rumor de oraciones, la ciudad de Mxico apareci
rigurosamente enlutada.
Abran la procesin los gobernadores indios de Mxico, Ta-
cuba, Texcoco y Tlaxcala cubiertos con capas negras cuyos bor-
des arrastraban por el suelo, sosteniendo en la mano estandartes
que ostentaban bordadas sus armas y las del Emperador. Luego
avanzaban los seores de los pueblos seguidos de dos mil indios
nobles y cuatrocientos frailes y clrigos. Al ltimo, bajo su pa-
lio suntuoso, entre nubes de incienso, vestido de pontifical, ve-
na el Arzobispo, a quien acompaaban el Obispo de Michoa-
cn, don Vasco de Quiroga, y el Obispo de Nueva Galicia, don
Diego de Ayala.
Las autoridades seglares, a su vez, desplegaban una pompa
que hoy parecera imposible, acostumbrados como estamos a las
grotescas comparsas de los poblados norteamericanos que vemos
desfilar por nuestras calles al menor pretexto. Bernardino de
Albornoz, a quien se confi el pendn de la ciudad, encabezaba
la parte civil de la procesin seguido de dos maccros vestidos con
cotas de damasco negro sobre las que refulgan, en oro y plata,
las armas reales; el tesorero, don Hernando de Portugal, condu-
ca la corona puesta en una almohada de damasco; el contador
Ortuo de Ibarra llevaba en la mano el estoque desnudo, el fac-
tor y veedor don Garca de Albornoz, la celada, y don Luis de
Castilla, la cota imperial. Cerraban el desfile el virrey don Luis
de Velasco un camarero sostena la punta de su mano, los
oidores, el fiscal mayor, el aguacil mayor de la corte y el rector
de la Universidad. Los birretes, las espadas y las varas de
mando de los doctores, corregidores y alcaldes formaban un
conjunto severo que no se mezclaba al grupo final de los mer-
caderes ataviados con "lobas y capirotes".
El da del entierro del propio virrey don Luis de Velasco,
ocurrido en 1564, las calles, de la casa del oficial Ortuo de
Ibarra, donde muri, al convento de San Francisco, se vieron
LA VIDA COLONIAL SJ

llenas de hombres, mujeres y nios vestidos de negro. Cuatro


obispos, con sus capas pluviales y sus mitras cuajadas de pedre-
ra, cargaban en hombros el atad y presida el duelo, en compa-
a de los oidores, el visitador Jernimo de Valderrama. Los
miembros del ayuntamiento, el cabildo eclesistico, los frailes
dominicos y los franciscanos, los clrigos con sus manteos y los
encomenderos descubiertos componan el cortejo. Detrs, el
caballero Gmez de Legazpi marchaba al frente de los seiscientos
soldados que componan la expedicin destinada a la conquista
de las Filipinas. Los tambores destemplados golpeaban sorda-
mente unindose al doble de las campanas. Los caballos, cojos,
y despalmados, llevaban enlutados los jaeces."
Era poca de responsos. El conflicto interior de las ideas
religiosas y de la vida entregada a la codicia y a la sensualidad
originaba un afn de salvacin, de remisin de culpas, y como
los paganos rodeaban a sus muertos de los objetos que se juzga-
ban necesarios a la otra vida, la gente del xvi acostumbraba
despedirlos con responsos. Bernal Daz, maestro en ese gnero,
dedica el siguiente a la memoria de Hernn Corts, su antiguo
capitn:

En la California ni ida a las Hibueras tuvo ventura, ni en otras


cosas desque acab de conquistar la tierra, quiz para que la tuviera en
el cielo, e yo lo creo ans, que era buen caballero y muy devoto de la
Virgen y del Apstol San Pedro y de otros santos. Dios le perdone
sus pecados y a m tambin.7

CULMINACIN DEL PERODO CABALLERESCO

Las fiestas, al igual que los duelos, alcanzaban una extrema


preponderancia. Martn Corts, para celebrar el bautismo de
dos mellizos hijos suyos, organiz una serie de brillantes festejos
que se iniciaron muy temprano, con msicas y bailes indgenas,
torneos y ceremonias religiosas. La noche fue de mascarada,
juegos de caas y castillos de plvora. 8 Los cocineros y los pajes
del Marqus distribuyeron un toro y gran nmero de aves que
s
e asaban en hogueras gigantescas, y a la puerta de su palacio se
instalaron dos barricas, una de vino tinto y otra de blanco, que
14 LA VIDA COLONIAL

mantuvieron abiertas sus espitas hasta que la ltima gota des-


apareci en las bocas sedientas de los vecinos."
La imprevisin y el afn de sobresalir han sido peculiari-
dades del carcter criollo, cuya continuidad seal hondamente
el desarrollo de la sociedad mexicana. Aqu tal vez con mayor
claridad es posible hablar de un espritu colonial, ya que en l
no parece existir la idea de conservar ni mucho menos la de acre-
centar sus riquezas. Los desfiles, como el del Paseo del Pendn
con que cada ao se celebraba el aniversario de la cada de Te-
nochtitln, la recepcin de virreyes y otros funcionarios, los
nacimientos y los santos, las comidas copiosas en las que el vino,
entonces carsimo, corra sin tasa, el sostenimiento de cuadras
y servidumbres numerosas y la propensin al lujo suponan
enormes gastos. A este respecto el testimonio del criollo Surcz
de Peralta es decisivo:

Con la llegada del Marqus a Mxico se refiere a Martn Corts,


hijo del Conquistador, llegado en 1562 no se trataba de otra cosa sino
era de fiestas y galas, y as las haba ms que jams hubo. De aqu
quedaron muchos empeados y los mercaderes hechos seores de todos
los ms caballeros, porque como se adeudaron y no podan pagar los
plazos, daban las rentas, que creo que hoy da escribe esto en 1580
hay empeadas haciendas de aquel tiempo.10

Los ricos encomenderos desplegaban una ostentacin humi-


llante y, como antes Corts haba sido el espejo de los conquis-
tadores, en su hijo Martn se vea el modelo de los criollos enco-
menderos. Envidia y admiracin causaba la brillante comitiva
que le segua a todas partes. Detrs de l, a caballo, marchaba
un paje llevando el hierro de la lanza oculto en una funda ador-
nada con borlas de seda y se haba establecido la costumbre de
que todo hidalgo que lo tropezase en la calle se uniera a su
squito, lo que por otra parte no dej de provocar serias rivali-
dades. Sus guardias, vestidos de roja librea y armados con espa-
das, eran respetados aun de las mismas autoridades, y en las
ocasiones solemnes lleg a viajar acompaado de un pequeo
ejrcito de arcabuceros.
La estancia en Mxico de Martin Cortes seal la culmina-
cin de lo que podramos llamar el perodo caballeresco de la
LA VIDA COLONIAL 55

Nueva Espaa, y es en el retrato que hace Surez de Peralta


del virrey Velasco donde mejor se refleja la atmsfera de fiestas
y juegos que rodeaba a los criollos: "Lindsimo gobernador
pondera el cronista, sin gnero ninguno de inters, como
pretensin de servicio". Todos los das de su mandato, sin faltar
uno, su mesa estuvo libcralmcnte dispuesta para todo aquel
"entindase, personas que mereciesen el lugar" deseoso de
comer en su compaa. Tena casi isempre treinta o cuarenta
huspedes y se serva una comida "regaladsima, compuesta
de ms de doce platillos"."
Fu Velasco, por aadidura, muy aficionado a la caza. Man-
tena halcones, nsares y grullas, y su montero mayor, Alonso
de Nava, era un hombre principal que perciba dos mil du-
cados de renta. Otro servidor suyo, un hidalgo "de muy buen
talle", reputado como el mejor cazador de Mxico, tena a su
cargo las armas de fuego y le segua a Chapultepec presentndo-
le el arcabuz ya preparado.
Su cuadra lo dice un experto era digna de un monarca;
y l mismo, "hombre muy lindo de a caballo". En los juegos de
caas no participaban los mercaderes por muy ricos que fuesen
y el vecino agraciado con una invitacin sentase tan honrado
como si "llevara un manto de cruzado".
En tierras de mucho ganado los hombres salan a los eji-
dos a perrear toros dejndolos destrozados en los campos, era
natural que no faltase la aficin a la lidia. Los sbados, rodeado
de cien jinetes, Velasco se diriga a Chapultepec y en un toril
que haba mandado construir se alanceaban reses bravas. Des-
pus, bajo los doseles verdes de los ahuchuetes, los criados servan
un banquete regio.
Los domingos eran das de carreras. A duras penas los algua-
ciles apartaban a los curiosos. "Jaeces de plata suspira Su-
rez desde Espaa evocando sus pasatiempos favoritos no hay
en el mundo como all hay hoy da!" El animado cuadro de su
juventud, el mundo lleno de movimiento y de color en el cual
ha nacido, se anima a los ojos del desterrado. Ve los airosos
caballos correr en los prados, lo deslumhra el brillo de las armas
y de los vestidos y en sus odos suenan las exclamaciones de la
gente y el alegre ruido de los cascabeles. Cuando el virrey part-
56 LA VIDA COLONIAL

cipaba en las dos carreras de rigor, el entusiasmo se converta


en delirio.
Yo juro a Dios escribe Surcz en el colmo de la exaltacin
que si el Virrey enviase a quitar a todos los pueblos y las haciendas, que
los consolaba el Virrey y haca olvidar este dao con hacer sonar un
pretal de cascabeles en las calles, segn estn todos metidos en rego-
cijos.
Para los criollos, don Luis de Velasco simbolizaba el prototipo
del buen gobernante. Saba entretenerlos con estos juegos feu-
dales y los criollos no pensaban en otra cosa que en criar caba-
llos, en aderezar arneses y vivan contentos entregados a esos
"virtuosos ejercicios", entre juegos de caas y sortijas, carreras
y toros, halcones y mastines.

FIESTAS ECLESISTICAS, JERARQUA Y ETIQUETA

A medida que avanza el xvi va extinguindose el brillo de


las fiestas caballerescas para centrarse de preferencia en las reli-
giosas. El establecimiento oficial de la Inquisicin matiz la vida
de una suntuosidad sombra modificando incluso el ritual de las
ceremonias pblicas. Las piras donde se retuercen los herejes, en
medio de soldados con partesanas, monjes y caballeros que apa-
recen en la gaceta de los Fugger, eran aqu escenas familiares a
partir de 1571."
Aun los actos de mera rutina gustaban rodearse de un apara-
to impresionante. En la ceremonia que se organiz para anunciar
el auto de fe de 1597, los inquisidores, precedidos de atabales,
trompetas y pregoneros, se mostraron al pblico cabalgando en
muas lujosamente enjaezadas. Componan su squito un s-
quito cuyo esplendor no bastaba a disimular la fnebre natura-
leza de su finalidad el corregidor, los miembros del Ayunta-
miento y numerosos caballeros a quienes seguan sus criados
vestidos de costosas libreas.13
La vspera de las ejecuciones se tena por costumbre cele-
brar la procesin de la Cruz Verde. Tapices de colores, cubiertas
de terciopelo y banderines con las armas de sus dueos colga-
ban de los balcones; aderezbanse altares con esculturas y cua-
LA VIDA COLONIAL 57

dros y se exhiban no slo las vajillas de plata sino los objetos


ms preciosos.
Abran la procesin celebrada en 1597'cincuenta mil
espectadores se agolpaban silenciosos en las calles, las ventanas,
y las azoteas sesenta frailes de la provincia vestidos de negro
y llevando cirios en las manos. U n caballero de Santiago cu-
bierto con su anticuada armadura empuaba el estandarte del
Santo Oficio y catorce familiares marchaban a su lado. Ocho-
cientos frailes y clrigos, con hachas de cera encendidas, prece-
dan la Cruz Verde montada en una complicada peana a la que
hacan guardia doce dominicos revestidos con casullas negras de
damasco y terciopelo, capellanes y alabarderos. Los prelados, el
prior del convento de Santo Domingo revestido de una capa
pluvial en la que centelleaba el oro, y los caballeros de la ciudad,
cerraban la comitiva. N o se oa otra cosa que los tristes salmos
del ritual cantados por la capilla de la catedral y el solemne canto
llano con que respondan los clrigos.
Cuando la procesin, cuya marcha rega con una cruz de
acero el maestro de ceremonias, lleg a palacio donde aguardaba
el Virrey en un balcn adornado, el caballero de Santiago in-
clin el estandarte en seal de homenaje y la Cruz Verde fue
puesta en el cadalso. Los pajes del Virrey salieron entonces de
palacio, e inclinndose ante ella alzaron sus hachones "a estilo
de corte". 14
Las ceremonias, al igual que los actos principales de la vida,
se hallaban reglamentados por una puntillosa etiqueta. La idea
exagerada del honor que posea una sociedad altamente jerar-
quizada provocaba a diario enconados choques, y por otro lado,
la propensin medieval a organizar a los hombres en grupos
claramente diferenciados foment la consolidacin de las comu-
nidades, los gremios y las castas. Frailes, clrigos y militares no
slo tenan sus trajes y sus constituciones para distinguirse de
los dems, sino sus fueros y privilegios que los hacan en cierto
modo intocables. Los artesanos, los catedrticos y los estudiantes
formaban sus propios conjuntos y aun los hombres piadosos
gustaban agruparse en las cofradas y en las diversas y muy
abundantes instituciones religiosas.
5i LA VIDA COLONIAL

La existencia de grandes masas indgenas separadas de los


blancos y la miserable condicin de los mestizos contribuyeron
por aadidura a crear un nuevo feudalismo. Mientras, en Europa
el siervo, a pesar de su miseria, de los latigazos y de las vejacio-
nes formaba con el seor un mundo coherente, en Mxico, el
siervo y el seor se mantuvieron a gran distancia. N o haba
un puente que lograra unirlos. El indio era un ser oscuro y pe-
culiar lleg a dudarse incluso de su razn, hablaba su propio
idioma, viva en una cabana y casi no se alimentaba. Desde la
poca de Hernn Corts poda vrsele, siempre atareado, en los
tianguis, en las calles y en los atrios de las iglesias. Vestido de
manta, velado el rostro por el ala de su sombrero de palma, sen-
tado en el suelo como un oriental, figuraba de manera invariable
al lado de la dama ataviada con su guardainfante de terciopelo,
del encomendero vestido de raso, del oidor y del artesano.
Fuera de ese elemento bizarro, del indio que sostena sobre
sus espaldas el mundo de los blancos, la pequea sociedad feudal
mexicana tenda a regirse de un modo aristocrtico. El sitio
que debera ocuparse en una mesa o en una ceremonia, el privi-
legio de marchar a la izquierda o a la derecha de un personaje,
el problema de quin entraba primero en un saln o qu asiento
deba ocuparse en el presbiterio de la iglesia, causaban graves
preocupaciones.
En esta guerra de preeminencias la Inquisicin trat de pre-
valecer hasta sobre el virrey, lo que origin una multitud de de-
cretos llamando a la concordia.

Achaque comn de todos los tribunales del Santo Oficio estable-


cidos en Amrica scribi Jos Toribio Medina fue que desde un
principio se enredaron sus ministros y delegados en todo gnero de
competencias con las autoridades, sin exceptuar a los mismos virreyes,
y aun con las eclesisticas, inclusos los arzobispos y obispos.15

El desarrollado espritu de cuerpo y el celoso espritu propio


de caballeros, eclesisticos y funcionarios reales, que hemos tra-
tado de bosquejar, les llevaba a conceder una enorme importan-
cia independientemente de su significacin econmica al
puesto que les corresponda en las ceremonias. El orden que
en un auto de fe o en el Paseo del Pendn guardaban los asisten-
LA VIDA COLONIAL W

tes era el orden que guardaban en la sociedad. La jerarqua


observada en la fiesta era la misma que se ostentaba en la vida
real.
SIGNIFICACIN Y LINAJE DE LOS CABALLOS

1 caballo era uno de los rasgos ms caractersticos de la vida


colonial. Su genealoga en la Nueva Espaa arranca de aquellos
ilustres catorce caballos de la Conquista que Bernal describi
con amorosa complacencia. A travs de las crnicas seguimos sus
andanzas. El parto de la yegua de Juan Sedeo a bordo de un
navio, la suerte que corri ese retoo adoptado ms tarde por
unos venados trashumantes, la intervencin del caballo rijoso
en una jugada diplomtica de Hernn Corts, las victorias lo-
gradas contra los indios que muchas veces les disput el Apstol
Santiago y sus lloradas muertes.
Luego de ganada la tierra el caballo fue elevado a los altares
y los indios lo esculpieron en la fachada de sus iglesias. Razona-
blemente, su importancia se debi al hecho de que Mxico era
una tierra de dilatados horizontes, de grandes feudos y de largos
caminos tendidos entre ciudades y puertos distantes, pero en
materia de caballos es necesario establecer distinciones. Uno fue
el caballo del labrador y del comerciante y otro el caballo del
caballero. En el primer caso no pasaba de ser una bestia de trans-
porte, mientras en el segundo era el lujo y el orgullo del hidalgo.
N o poda concebirse un caballero sin su caballo. Era incapaz de
andar a pie, al nivel de los plebeyos, de galantear a las damas o
de afirmar su abolengo. El caballo lo era todo. Con l partici-
paba en los juegos de caas y sortijas, formaba en las cabalgatas
y en las comitivas de los poderosos, andaba en paseos y visitas.
En la Nueva Espaa representaron, mejor que otro smbolo,
la sensualidad del Renacimiento. Eran los caballos del Tiziano
como seran los de Rubcns y los de Eugenio Delacroix. Libertad
del color y de la forma, pasin del movimiento, alegria de la
vida. En ellos precipitbase y decantaba una mezcla de estirpes
que vena del Padre Faetn, el auriga celeste, de los que cedi
Eneas a su suegro, del corcel del Duque Astolfo, fnix de la bri-
da, de los caballos de Alejandro el victorioso, de Babieca y del
hipgrifo de fuego del barroco.
60 LA VIDA COLONIAL

Balbuena, en sus tercetos, los hizo piafar y relinchar de gozo


para toda la eternidad:

Es su grandeza al fin en esta parte


tal, que podemos bien decir que sea
la gran caballeriza del Dios Marte;

donde el rico jaez de oro campea


el castao colrico, que al aire
vence si el acicate le espolea;

y el tostado alazn, que sin desgaire


hecho de fuego en la color y el bro
el freno le compasa y da donaire;

el remendado overo, hmedo y fro,


el valiente y galn rucio rodado,
el rosillo cubierto de roco;

el blanco en negras moscas salpicado,


el zaino ferocsimo y adusto,
el galn ceniciento moteado;

el negro endrino, de nimo robusto,


el cebruno fantstico, el picazo
engaoso, y el bayo al freno justo,

y otros innumerables que al regazo


de sus cristales y a su juncia verde
esquilman y carcomen gran pedazo.

En el mundo de la Nueva Espaa no tendran cabida los


caballos supcrclsicos de Chirico o de Picasso. N o andaban como
personas, sueltos y reflexivos, ni fueron juegos ingeniosos de la
plstica. Era un caballo y no el caballo en abstracto. El de San
Martn, blanco y fino en el cuadro del Greco, y el caballito
rechoncho y poderoso del prncipe Baltasar Carlos en el leo de
Velzquez; el de Martn Cortes, el de Surez de Peralta, el
del Virrey Velasco, la yegua alazana de juego y carrera de Pe-
dro de Alvarado y el castao oscuro, harto bueno, de Cristbal
de Olid. Era en fin una cabeza altiva y nerviosa, eran unos
LA VIDA COLONIAL 61

remos esbeltos, unas ancas redondas y lustrosas, pero tambin,


en gran medida, era la gualdrapa de terciopelo carmes, la brida
con aderezos, las espadas doradas, las gorras adornadas con bri-
llantes y plumas. Y este caballo cortesano haca corcovas y
cabriolas, y cuando la msica de su paso se acentuaba en los gui-
jarros de la calle, el corazn de las mujeres saltaba de gozo
acompasando sus latidos al de la suave danza que se acercaba
a los balcones entornados de su casa.
Caballos con caballeros. En los torneos y en los juegos de
caas, en los paseos y en las plazas, en el campo y en las calles,
en los caminos polvorientos, en las procesiones y en las comitivas.
Ya lo deca el poeta:

Ricos jaeces de libreas costosas


de aljfar, perlas, oro y pedrera
son en sus plazas ordinarias cosas.

LA VOZ Y EL SILENCIO DE MXICO

A diferencia de las ciudades europeas, la nuestra era una


ciudad silenciosa. La excesiva vitalidad europea aqu suavizaba
su aspereza y el gritero de Espaa o de Italia disminua la inten-
sidad de su registro. N i los mercados resultaban en Mxico de-
masiado ruidosos. Al final del siglo, no se oa otra cosa que el
paso de los caballos o de un carruaje, los sonidos de las campanas y
los anuncios del pregonero, como si el grave carcter de los in-
dios, su cortesa oriental, impusieran a los vecinos espaoles y a
sus hijos una reserva y una contencin desconocidas en la Pen-
nsula. En las Indias no slo la voz se oa en sordina, sino que
el modo de hablar sufra alteraciones. El poeta espaol Eugenio
de Salazar, que estuvo en Mxico de 1581 a 1589, observa en un
poema:
Gramtica concede sus entradas
a la ingeniosa puericia nueva
que al buen latin sus galas ve inclinadas;
gusto del buen hablar tras si la lleva
del lenguaje pulido y bien sonante
y en el buen escribir tambin se prueba.18
62 LA VIDA COLONIAL

Por su parte, Balbucna deca que es en Mxico


donde se habla el espaol lenguaje
ms puro y con mayor cortesana,
vestido de un bellsimo ropaje
que le da propiedad, gracia, agudeza,
en casto, limpio, liso y grave traje.
De los muchos testimonios que nos han llegado sobre la
manera de hablar de los mexicanos, convendra destacar el de
Juan de Crdenas por haber ejercido la medicina durante largos
aos en la Nueva Espaa y conocer bien a la gente. El doctor
Crdenas, para dar muestra del "agudo, trascendido y delicado"
ingenio de los nacidos en las Indias, se vale de la siguiente com-
paracin: Haced propone que un espaol criado en una
aldea hable con un espaol criado en las Indias solo entre la-
bradores . . . Cmo se conducirn ambos rsticos? Oiremos
al criollo hablar
tan pulido, cortesano y curioso, y, con tantos prembulos, delicadeza
y estilo retrico, no enseado ni artificial sino natural, que parece haber
sido educado toda su vida en corte y en compaa de gente muy ha-
blada y discreta. Por el contrario, observarn en el chapetn, como
no se haya criado entre gente ciudadana, que no hay palo con corteza
que ms bronco y torpe sea; pues ver el modo de proceder en todo del
uno tan diferente del otro, uno tan torpe y otro tan vivo, que no hay
hombre por ignorante que sea, que luego no eche de ver cul sea gachu-
pn, y cul nacido en Indias.1'

"Pues pnganse a decir un primor agrega Crdenas un


ofrecimiento o una razn bien limada y sacada de punto, mejor
viva yo que haya cortesano criado dentro de Madrid o Toledo
que mejor la lima y componga." Y aduce ejemplos. U n o de sus
clientes para decirle qu poco tema la muerte tenindolo a l
por mdico, se expres de este modo: "Devanen las parcas el hilo
de mi vida como ms gusto les diere, que cuando ellas quieran
cortarlo, tengo yo a vuestra merced de mi mano, que lo sabr
bien anudar". Otro, ofrecindole su casa y su persona de acuerdo
con la costumbre mexicana, le habl de la siguiente manera:
"Srvase vuestra merced de aquella casa, pues sabe que es la
recmara de su regalo de vuestra merced".
LA VIDA COLONIAL 6)

Ya en estos ejemplos que con tanta gracia hubiera aprove-


chado Juan de Mairena en sus lecciones, se advierte el gusto por
la retrica, las cortesanas expresiones familiares al mexicano,
rasgos de una personalidad que anuncian el prximo estallido
del barroco.
El espaol en Mxico perdi espontaneidad pero gan en cor-
tesia. Los sonidos demasiado speros se suavizaron; prefirise el
rodeo a decir las cosas abiertamente, de modo que en el criollo
la artificialidad resultaba su manera natural de expresarse. El
cuidado que pona en hablar, el excesivo temor a no provocar
demasiado la atencin, el abuso de los miramientos y el empleo
reiterado del diminutivo nos hacen pensar que el lenguaje se
usaba como un objeto demasiado peligroso para valerse de l li-
bremente.

MOVIMIENTO, VIAJES Y AVENTURAS

Otra de las peculiaridades de esa poca fue su movimiento,


su afn renacentista de viajes y aventuras que en pocos aos
logr realizar tanto la conquista como la colonizacin de inmen-
sas regiones.
Temprano, Pedro de Alvarado llega a Guatemala, Montejo a
Yucatn, u o de Guzmn deja un rastro de sangre en Jalisco
y ya Hernn Corts, en los primeros aos, no slo haba empren-
dido la desastrosa expedicin a las Hibueras, sino que con su
resolucin habitual y venciendo obstculos insuperables estaba
empeado, al parecer sin xito, en lanzar barco tras barco a la
soada conquista de las Islas de la Especiera.
Al mediar el siglo no se haba extinguido la motivacin de
los espejismos medievales. Durante los gobiernos de don Anto-
nio de Mendoza y de don Luis de Velasco, se organiz una nueva
expedicin a la Florida; Ibarra y Oate alcanzaron Chihuahua;
fray Diego de Niza recorri el desierto norteo seducido por la
visin de Cbola y en 1654 la conquista de las Filipinas, reali-
zada con hombres y recursos mexicanos, vino a sealar la cul-
minacin de todo un ciclo de excepcionales empresas. A princi-
pios del xvn, Balbuena poda expresar los ideales del Imperio
referidos a Mxico en este orgulloso terceto:
64 LA VIDA COLONIAL

En ti se juntan Espaa con la China,


Italia con Japn, y finalmente
un mundo entero en trato y disciplina.

N o eran indiferentes los hombres del xvi a la seduccin de


las Islas. Mientras la intolerancia y una cada vez ms rgida
organizacin estatal contribuan a ensombrecer la vida dentro
del Imperio espaol, el lejano rincn de las Filipinas an ofreca
una posibilidad de escape. La naturaleza paradisiaca de las islas,
la tierna singularidad del Oriente que siglos despus recoge-
rn las telas de Gauguin y las novelas de Conrad, ejercan ya
desde entonces una poderosa atraccin sobre aquellos hombres
vigorosos y sin escrpulos.
Filipinas, a fines del xvi, era en parte lo que fueron las islas
del Caribe en las postrimeras del xv. All se dirigan los delin-
cuentes, los aventureros, los desesperados de Amrica; respirbase
el olor acre y plebeyo y se viva dentro del ambiente de brutali-
dad codiciosa que establecieron los presidiarios de Cristbal
Coln en las Antillas. "Los espaoles de Filipinas escribe
Murillo Velarde establecanse en el archipilago mirndolo
ms bien como una taberna que como un hogar permanente". 18
El carcter transitorio que parecan tener todas las cosas en la
Nueva Espaa se acentuaba en Filipinas, donde casi no existan
familias avecindadas de antiguo. All tambin se cumpla la ley
del "padre mercader, hijo caballero, nieto pordiosero" que rega
en Mxico. "El padre aade la historiador filipino rene
una fortuna, el hijo la gasta y el nieto es un mendigo. Los ma-
yores capitales no son ms estables que las olas del ocano, sobre
las cuales fueron recogidos". 19
Para los vecinos de Mxico era siempre un motivo de curio-
sidad la partida de las caravanas al puerto de Acapulco, donde
aguardaban las naos de China. Las integraban frailes desterra-
dos, soldados y presidiarios, criollos de mala conducta, marinos,
comerciantes y arrieros encargados de vigilar las muas y sus
valiosos cargamentos de plata.
En Filipinas las nativas andaban ofreciendo sus cuerpos.
"Miraban la virginidad como afrentosa y a honra tenan la liber-
tad, pero consideraban denigrante el darse de balde". 20 La ciudad
LA VIDA COLONIAL 65

de Manila mostraba garitos, casas de comidas exticas, mercados


peregrinos, y el barrio chino, perfumes, marfiles, porcelanas y
sedas; abundaban los prestidigitadores, los astrlogos y los m-
dicos nativos o chinos, "quienes mataban con la misma facilidad
que los mdicos espaoles". Los frailes y las autoridades se re-
partan amigablemente el monopolio del comercio. Nadie jugaba
limpio y las trampas eran de tal modo habituales que a la ilega-
lidad y al fraude, en la Nueva Espaa, acostumbraba llamrseles
"trampas de la China".
Los picaros de Castilla, los piratas moriscos, los mercaderes
europeos y algunos indios mexicanos las crnicas mencionan
a un tal Juanes, nativo del barrio de Tlatelolco, que muri en las
islas hechizado por unas mujeres enamoradas se daban cita
en las antpodas con los herejes y los santos. Aunque las puertas
de China todava no hubieran sido abiertas con la persuasiva
voz de los caones, el mundo amarillo de los pecados descono-
cidos y de las fciles ganancias se haca sentir de la misma
manera en Portugal que en la Nueva Espaa.
Una historia tomada al azar, la de Antonio Daz de Cceres,
judo radicado en Mxico, podra ilustrar a la perfeccin los
dramticos contrastes que ofrecan las Filipinas. En la ltima
dcada del siglo, este minero, doblado de mercader y marino,
para huir del Tribunal del Santo Oficio, cruz el Pacfico a
bordo de su navio Nuestra Seora de la Concepcin; llegado
a Manila pas a Macao, donde cay prisionero de los portugueses;
all pudo limar sus cadenas un procedimiento muy socorrido
al que debi su fortuna Hernn Corts; abord un navio, fue
hecho prisionero por segunda vez, se le llev a Manila de vuelta
y de vuelta tambin fue encarcelado. N o concluyeron aqu sus
padecimientos. Apenas toc tierra en Acapulco sus acreedores
lo llevaron por cuarta vez a una prisin y como remate no slo
perdi cuanto tena sino que, indefenso y vencido, tuvo que
enfrentarse a los activos agentes del Santo Oficio. El viaje de
Cceres, destinado al olvido como otros tantos viajes igualmente
heroicos del xvi, es recordado hoy por muchas almas piadosas
debido a que en su diario de bitcora figuraba la siguiente
anotacin: "Felipe las Casas, cincuenta pesos". Este Felipe, que
pag cincuenta pesos por su pasaje en el navio del judaizante,
5
66 LA VIDA COLONIAL

era un criollo alborotado que habra de ganar la santidad en el


Japn. Tambin l era un animado contraste dentro de su mun-
do de contrastes.
Los hombres de la talla de Antonio Daz de Cceres abunda-
ban en las Indias. Su lucha contra el mar, las autoridades, los
comerciantes rivales, los ingleses, los portugueses, los chinos y
los mahometanos, sus contrabandos y sus trampas hicieron
de ellos una especie ya extinta. Si bien sobre sus hombros des-
cans en buena parte el comercio indiano, como practicaban el
crimen en escala reducida, la Historia, a excepcin hecha de
contadas glorificaciones, los conden a llenar de un modo ms
o menos satisfactorio el ocio de los nios imaginativos.

LA NAVEGACIN TRASATLNTICA

Mxico, que como hemos visto mantena en 140 una preca-


ria comunicacin con Espaa, a fines del siglo se habia trans-
formado en el centro de un intercambio comercial que afectaba
gran parte de Amrica, Europa y el lejano Oriente. No era fcil
trasponer las murallas religiosas y aduanales que la Corona es-
paola haba construido en torno a su imperio colonial. Oficial-
mente, slo tenan acceso al Nuevo Mundo los creyentes de
probada ascendencia catlica, pues no se admita a los hijos de los
recin conversos ni mucho menos a los sospechosos de hereja
o a los protestantes. Todos los viajeros deban mostrar una auto-
rizacin real el pasaporte de nuestros das y una probanza
de haber confesado y comulgado. El certificado de buena salud
espiritual el xvi conceda escasa importancia a la salud del
cuerpo no fue obstculo para que un buen nmero de judos,
flamencos y alemanes, se colaran a los navios en las mismas
narices de los oficiales reales de la Casa de Contratacin, de
los maestres y de los familiares del Santo Oficio. Esta copiosa
corriente de extranjeros le dio a la Nueva Espaa un matiz cos-
mopolita que acentuaban los negros, ms abundantes que los
mismos espaoles, y algunos esclavos de origen bengal, malayo
y filipino.
La navegacin trasatlntica reuna una mezcla de pecadores
y de religiosos, de mendigos y de ricos, de gente demasiado ape-
LA VIDA COLONIAL 67

gada a la tierra y de gente que viva fuera del mundo absorta


en sus delirios. La materia prima de las nuevas sociedades! En
los muelles se agolpaban, sin perder su jerarqua, el segundn,
tan noble como el rey, "dineros menos", el aventurero con su
hatillo al hombro, los frailes temerosos, los tahres y los picaros
escapados de la crcel, el arzobispo y el virrey, la dama y la
buscona. Oanse las salmodias de los mendigos y de los limosne-
ros de los conventos y cofradas que mostraban sus cepos ador-
nados con imgenes de santos milagrosos y el aviso de los grume-
tes llamando a la comida: "Tabla, tabla, seor capitn, piloto
maestre y buena compaa. Tabla puesta, vianda presta. Agua
usada para el seor capitn, piloto maestre y buena compaa.
Viva, viva el rey de Castilla por mar y por tierra. Y quien no
viniere que no coma".
Las vrgenes de la Concepcin, de la Bonanza y de la Barra-
meda, con Santa Clara, San Telmo y San Nicols, eran los santos
patronos de los navegantes y objeto de reiteradas invocaciones:
"Nuestra Seora de Bonanza, que ella nos quiera socorrer y dar
mar bonanza, con luz y viento, recemos Ave Mara y Pater
Noster". De esta manera imploraban a San Nicols: "San N i -
cols quiera guardar nuestra quilla, nuestra tilla, nuestro puen-
te, nuestra jarcia que fuera pende y dentro cae; aqueste viaje y
otros muchos mejorados... con mar bonanza y largo viento
y buen viaje y salvamento".
Entre las oraciones acostumbradas, la Salve que se cantaba
los sbados por las tardes se distingua a causa de su hondo sen-
tido potico. Deca el maestre ante el altar:
Salve, digamos,
que buen viaje hagamos.
Salve, diremos,
que buen viaje haremos.

Y respondan a coro los marineros: "Ave Mara, seora ma,


el rey de los cielos a vos me enva, que nos alumbre y que de
noche y que de da; quien vido cosa tan maravillosa, que de un
pino verde hizo nacer una rosa y de aquella rosa hacer un fruto,
por nos salvar a nos y a todo el mundo".
68 LA VIDA COLONIAL

Una idea precisa de lo que supona la navegacin a las Indias


en el xvi nos la da el diario de fray Toms de la Torre, que pas
a Chiapas con los cuarenta y seis dominicos de la memorable
expedicin de fray Bartolom de las Casas.21
Los frailes estuvieron en Sevilla y en San Lcar de Barrameda
esperando la salida de la flota del 13 de febrero al 9 de julio
de 1544. El 20, desembarcaron en la Gomera, el 31 se hicieron de
nuevo al mar y, despus de tocar tierra en Santo Domingo, al-
canzaron Campeche, el puerto de entrada ms cercano a Chia-
pas, el 6 de enero de 1545. Hechas las cuentas, el viaje de nues-
tros religiosos dur poco ms de un ao, la mitad del cual se
empic en luchar contra los oficiales de la Casa de Contra-
tacin.
La reunin de barcos desiguales, la documentacin de los
pasajeros, las especificaciones en materia de cargamento, los re-
gistros y las tardanzas hacan de Sevilla el purgatorio de todos
los que marchaban al paraso de las Indias. Cada viajero deba
llevar su propia cama u n jergn de lana de perro que se ten-
da bajo el puente, sus alimentos y los utensilios necesarios
para cocinarlos. Las demoras que sufra la flota mientras los
papeles andaban de mano en mano originaban la prdida de
los vveres ya embarcados, gastos de alojamiento y un sinfn
de molestias que se vencan a fuerza de tenacidad y de ese genio
del espaol para salvar los obstculos burocrticos con que gusta-
ba de entorpecerse la existencia.
Por ltimo he aqu a los frailes a bordo de su nave. El viento
hinch las velas y los barcos se hicieron al mar buscando la sa-
lida de la barra. Temprano se inician los accidentes. La nao,
mal lastrada, se var en la peligrosa barra de San Lcar y un
da entero estuvieron inmviles, los frailes entregados a la ora-
cin, los marineros echando maldiciones.
A flote de nuevo, cayeron sobre ellos, como un fardo exce-
sivo, los sufrimientos de la navegacin. Arda la brea, los ma-
rineros se ensaaban a su costa gritndoles "frailes ac, frailes
acull", hacindolos dormir bajo cubierta donde se moran de
calor y se complacan en pisarlos, "no los hbitos aclara el
religioso, sino las barbas y las bocas", debido a que eran frai-
les y, para colmo, iban tirados en el sucio, mareados, "como
LA VIDA COLONIAL 69

muertos". " N o se puede imaginar escribe el fraile acostum-


brado a llevar una vida de privaciones en su miserable convento
de Salamanca hospital ms sucio y de ms gemidos que aqul."
El barco, para estos hombres de tierra adentro, era una crcel
estrecha, donde el calor se haban quitado los zapatos, las sa-
yas y se hubieran quitado el escapulario de haberlo permitido
la regla, el ahogo, los vmitos, el olor del agua podrida que
achicaban sin cesar las bombas y el miedo a los franceses eran
el pan nuestro de cada da.
Descansaron un poco en la isla Gomera y, al volver a bordo,
el relator pinta su estado de nimo diciendo: "Habamos cogido
tanto miedo al navio que pensbamos ser homicidas de nosotros
mismos".
N o bien se reanud el viaje volvieron a caer en sus jergones.
Los piojos se los coman vivos, no podan lavar las ropas con el
agua del mar y la alimentacin salada les produca una sed espan-
tosa que no bastaba a calmar el medio azumbre que se reparta
diariamente. Beban vino los ricos y el agua era objeto de .un
infame comercio.
Los marineros, debido al buen tiempo que reinaba, iban es-
pantados y decan que Dios no lo podra mejorar. Algunos tri-
pulantes pensaban que no era viento natural sino que los ngeles
soplaban en las velas, los indianos crean que el peligro sufrido
por el barco en la barra de San Lcar se deba a los pecados de los
dominicos y sobre todo al obispo Las Casas que destrua las In-
dias, y un franciscano opin que gracias a los frailes disfrutaban
de buen tiempo y que con ellos el barco navegara aunque le
faltara el velamen.
De noche, la blandura del aire Coln se asombraba de no
escuchar el trino del ruiseor, el ciclo palpitante de estrellas
y la fosforescencia marina aliviaban el trabajo de la navegacin.
Los frailes cantaban himnos y salmos, y los marineros, acompa-
ados de sus guitarras, cantaban romances. Dorma la codicia
y el odio "porque cuando hay sosiego y salud levanta el amor en
gran manera el corazn a Dios".
Las calmas, en que los barcos permanecan con las velas iner-
tes durante varios das, el anuncio de los nortes, la alegra de las
primeras islas del Caribe "si yo fuera el descubridor de aquella
70 LA VIDA COLONIAL

isla, suspira el fraile, pensara sin duda que era el paraso terrenal
por su gran hermosura", los funerales de los que moran a
bordo, constituan el espectculo de un viaje trasatlntico nor-
mal. Con frecuencia, la peste y la tempestad hacan de aquellos
navios verdaderas embarcaciones fantasmas, atades que arras-
traban un conjunto de muertos zarandeados por las olas del mar
indiferente.
Juzgada desde Amrica, la navegacin era parte esencial de
la vida. Todo lo bueno y todo lo malo lo esperaba la Nueva
Espaa de la llegada de las flotas a Veracruz. El barco traa la
noticia, el cambio, el gobernante, el arzobispo, el visitador, el in-
quisidor, el hierro, el azogue, el libro, el vino y sobre todo el
papel, el papel sellado, la gruesa y crujiente hoja escrita que
contena la ordenanza, la cdula, el fallo del pleito, la carta
familiar, el poder o la ruina.

MEDICINA, ENFERMEDADES Y MUERTE

La prctica de la medicina, las enfermedades y la muerte


nos descubren uno de los aspectos ms sombros y dolorosos del
siglo xvi. En 1522, al ao de realizada la Conquista, Hernn
Corts le haba rogado al Emperador Carlos V no concediera
autorizacin a los clrigos, los licenciados y los mdicos para
venir a Mxico. El tiempo se encargara de justificar sus temo-
res. Los clrigos carecan de elevados sentimientos morales y
su conducta contrast penosamente con la de los primeros frai-
les apostlicos; los licenciados no slo arrebataron el poder de la
Colonia a los conquistadores sino que terminaron por derrotar
afrentosamente al propio conquistador, y los mdicos, a su vez
emplearon procedimientos de tal modo voraces, que Motolinia,
en su vehemente estilo, lleg a expresarse de esta manera:

En Mxico, cuando algn vecino adolece y muere, habiendo estado


veinte das en cama, para pagar la botica y el medico ha menester
cuanta hacienda tiene, que apenas le queda para el entierro... O
decir a un casado, hombre sabio, que cuando enfermase alguno de los
dos, teniendo cierta la muerte, luego el marido haba de matar a la mu-
jer, y la mujer al marido, y trabajar de enterrar el uno al otro en cual-
quier cementerio, por no quedar pobres, solos y adeudados.22
1A VIDA COLONIAL 71

Gran nmero de espaoles contraan enfermedades mortales


en la navegacin trasatlntica y perecan de modo lamentable
a poco de llegados a la Nueva Espaa. De los cinco miembros
que componan la primera audiencia, dos de ellos, los licenciados
Parada y Maldonado, murieron de "dolor de costado" trece das
despus de desembarcar en Veracruz, y de los tres jueces pesqui-
sidores enviados por Felipe II en 1564 para conocer de una re-
belin criolla, el licenciado Jaraba falleci en pleno ocano cami-
no del Virreinato y el doctor Carrillo muri tambin en el mar
cuando emprenda el viaje de regreso a su patria. 23
Durante la gubernatura de Hernn Corts perecieron suce-
sivamente" el Adelantado Francisco de Garay, la mayora de los
trece primeros agustinos venidos con fray Toms Ortiz, el Visi-
tador Luis Ponce de Len y el licenciado Marcos de Aguilar,
delegado inquisitorial, sucesor de Ponce como gobernador de la
Colonia y sin duda el funcionario ms enfermo del perodo
virreinal, ya que lo alimentaban indistintamente una nodriza
que trajo de Espaa y un rebao de cabras.
Garay, de acuerdo con las inculpaciones de los enemigos de
Corts vertidas en su juicio de residencia, falleci a consecuencia
de una capirotada; Ponce, debido a un plato de natillas, y el
licenciado Aguilar, a un torrezno flamenco que devor cansado
de escuchar el triste balido de su rebao de cabras. De estas
muertes, cargadas a la cuenta de Corts, la del licenciado Ponce
fue particularmente dramtica. A pesar del invencible sueo que
lo invada la "modorra" a que alude Bernal Daz del Casti-
llo, el agonizante dejaba traslucir un temor espantoso a la
muerte.
Lo atendieron los doctores don Pedro Lpez y don Cristbal
de Ojeda el segundo era u n mdico poco escrupuloso que
alteraba los diagnsticos de acuerdo con su conveniencia, pero
al hacerse patente la gravedad, no vacilaron en llamar a una
curandera indgena, de la misma manera que en Espaa se re-
curra a los moriscos cuando fracasaban las intervenciones de los
mdicos espaoles.24 Ya moribundo, este hombre que mora
lejos de su patria y en plena juventud tuvo energa para tomar
en sus manos ardientes y temblorosas la vara de mando y entre-
grsela, delante de sus enemigos, al licenciado Marcos de Aguilar.
72 LA VIDA COLONIAL

Los juicios de la poca de tarde en tarde descorren el velo


que cubre la agona de los enfermos importantes. Los ayes de
dolor brotando en el silencio de la noche, los sntomas precur-
sores de la descomposicin final desmayos, cmaras y vmitos
nos hablan de la debilidad y de la importancia del hombre para
enfrentarse a la muerte. Los pomposos diagnsticos redactados
en latn a Ponce se le adjudic una fiebre em'Uritca sincope
humorosa slo confirman la ignorancia de algunos solemnes
protomdicos. Administraban casi siempre sangras y purgantes,
prctica que habra de conservarse hasta la poca del Periquillo
Sarniento, y aunque por visita cobraban oficialmente medio peso
de acuerdo con una disposicin del ayuntamiento fechada en
1536, los honorarios permitan a los mdicos hacerse de fortunas
considerables como lo prueba la magnfica residencia del doctor
Pedro Lpez a que alude Cervantes de Salazar en su segundo
dilogo.25
La peste, el terrible azote de Europa que dio origen a las
Danzas de la Muerte y a los saqueos de los apestados, referidos
por los cronistas medievales, no dejaba de asomar su siniestra
figura en la Nueva Espaa. Atacaba de preferencia a los indios,
y junto con las minas y las encomiendas, contribuy a reducir
su nmero en forma impresionante. El padre Sahagn, por s
solo, enterr a ms de diez mil vecinos del barrio de Tlatelolco,
y, en 1545, cuenta Motolinia que algunas veces al salir un in-
dio a su trabajo "se le sala tambin el alma del cuerpo y caa
tendido a la puerta de su cabana". Los cadveres en estas gran-
des epidemias tapizaban las calles y faltaban brazos para enterrar
a los muertos. "Muchos moran de hambre y otros de pura con-
goja."
Por lo que hace al azote de la sfilis, a juzgar por lo que
escribi el doctor Juan de Crdenas, era un mal tan generali-
zado en Mxico como pudo haberlo sido en Italia bajo el reinado
de los Borgia. Crdenas, que tuvo la mana de averiguar el ori-
gen de todas las cosas con el resultado de ofrecernos la ms
abultada lista de imaginables disparates, atribua el florecimiento
extraordinario del morbo galicus al clima hmedo y caliente
de las Indias, si bien no ignoraba que su trasmisin obedeca a la
prctica de ciertos actos calificados por l de "sucios, torpes e
LA VIDA COLONIAL 73

inmundos". Un mdico de nuestros das se llenara de un jus-


tificado asombro ante la irrespetuosa libertad con que el doctor
Crdenas se refera a su clientela y a la de sus colegas. Los hom-
bres, segn sus cnicas pinturas, llevaban un parche de terciopelo
en el rostro a fin de cubrir el estrago de las bubas y eran de tal
modo comunes la falta de un hueso en la frente o un chichn
en la sien, que pasaban inadvertidos. Sera por lo dems cuento
de nunca acabar referirse a las "Uaguillas" en la boca, los "dolor-
cilios" en las coyunturas o al quebrado color de la piel, sntomas
comunes a la mayora de los vecinos. "Es cosa cierta y ave-
riguada sentencia Crdenas que no hay en el mundo
provincia ni reino donde ms este mal aflija ni donde ms
azogue, guayacn, china y zarzaparrilla se gaste, ni ms sepi-
timio, polipodio y hermodtiles se consuman en jarabes." El
increble florecimiento de la sfilis, llamada "fruta de la tierra"
un mal que no era ni secreto ni infamante, debe haber
hecho de Mxico el paraso de mdicos y boticarios. En el xvi
corra por las Indias en calidad de autorizado refrn el dicho
de "que no es hombre honrado el que no tiene cierto ramillo o
rastro de este achaque". 28
La religin competa con los mdicos y los curanderos ind-
genas poniendo a disposicin del enfermo sus poderosos recur-
sos. Se elevaban rogativas, se hacan votos y promesas y se lle-
vaban al lecho del moribundo piadosas imgenes y reliquias con
el objeto de ahuyentar a la muerte. Felipe II, de quien emanaba
todo principio de autoridad, era el primero no slo en sancio-
nar estas costumbres sino en dar a sus vasallos el ejemplo de lo
que era capaz de realizar una fe puesta en los recursos sobrena-
turales all donde fracasaba la ciencia de los mdicos. La noche
del 19 de abril de 1562, su hijo el prncipe don Carlos, por sa-
lir de aventuras amorosas, se cay de una escalera rompindose
la cabeza. Nueve mdicos, los ms reputados de Espaa, tu-
vieron cincuenta juntas sucesivas, lo cual no impidi que el
maligno heredero se agravara de modo alarmante. En el trans-
curso de la enfermedad, el Rey escribi cartas a los frailes de los
monasterios famosos "pidindoles imploraran el favor de Dios
Nuestro Seor como debe hacerse y como estamos acostumbrados
a hacer en todos nuestros asuntos y la intercesin de su Santa
74 LA VIDA COLONIAt

Madre, rogndoles que devuelvan la salud a mi hijo"." Se or-


ganizaron procesiones y desfiles de flagelantes, la reina oraba
de rodillas sin cesar "en su capilla privada", y "la princesa Juana
fue descalza, una noche muy fra, al monasterio de Nuestra
Seora de la Consolacin para rogar por la vida del prncipe".
El 9 de mayo, el prncipe yaca en su lecho semejante a un
cadver. A la cada de la tarde los mdicos haban autorizado
como recurso extremo que un curandero morisco llamado El
Pinterete le aplicase dos ungentos de su invencin, sin ningn
resultado, se presenci en las afueras de palacio una escena
impresionante. Varios frailes, seguidos de mucha gente del
pueblo, cargaban en hombros el atad donde reposaba la momia
de fray Diego de Alcal, un lego franciscano muerto haca
ms de cien aos y a quien las curaciones milagrosas y los actos
de humildad realizados durante su vida no vacilaba en lamer
las llagas de los enfermos incurables le haban ganado una
aureola de santo. Las puertas se abrieron al fnebre cortejo,
la odorfera momia fue puesta en la cama del enfermo, y se
cubri la cabeza inmvil y deforme del prncipe con el lienzo
que envolva la calavera de fray Diego.
Felipe, esa noche, sali de Alcal rumbo a Madrid para or-
ganizar los funerales de su hijo. Al da siguiente, el prncipe
ms le vala haber muerto entonces sali de su desmayo y
a poco recobr la salud. "Ni don Carlos ni el rey Felipe dudaron
nunca que la curacin se haba debido a un milagro autnti-
co",28 por lo que la Corona espaola hizo de la canonizacin de
fray Diego una cuestin de Estado.
La seduccin de este milagro no debe engaarnos acerca de
las ideas que Felipe II profesaba en materia mdica. Foment, en
cuanto le fue posible, el conocimiento cientfico y trat de pro-
teger la salud pblica, haciendo que las actividades de los mdi-
cos estuvieran bajo el control del gobierna El doctor Francisco
Hernndez, uno de sus mdicos personales, recorri en misin
oficial la Nueva Espaa colectando animales, plantas y minera-
les. Ningn peligro le arredraba. En el trpico, en la meseta
o en las cumbres de las cordilleras, sufriendo hambres, fatigas y
graves padecimientos, andaba seguido de sus herbarios y sus
valiosas colecciones. Poda haberlo enriquecido el ejercicio de la
LA VIDA COLONIAL 7J

medicina, pero rehus desdeosamente esta posibilidad entregn-


dose a la investigacin cientfica.

Haca probar dice Icazbalceta prcticamente en los hospita-


les la eficacia de las medicinas y, valido de su ttulo de protomdico,
convoc a los facultativos que haba entonces en la ciudad para que
hicieran ensayos semejantes y le comunicaran el resultados de ellos.20

Aun dentro del pacfico mundo de la medicina abundaban


las figuras interesantes. Juan de Unza, un vasco de noble ori-
gen que tuvo la desgracia de matar a un hombre en circunstan-
cias desconocidas para nosotros, refugise en un hospital de
Extremadura, se hizo notable cirujano y, ansioso de pagar su
delito por el martirio, vino a Mxico, donde tom el hbito
de lego en el convento de San Francisco. Aqu sus maravi-
llosas curas le valieron una reputacin legendaria. La idea de
devolver mal por bien lo obsesionaba al extremo de que, cuando
uno de sus pacientes mora, el fraile se azotaba sin miseri-
cordia.
En otro orden menos novelesco se encuentran el agustino
fray Agustn Farfn, autor del Breve tratado de mediana, la
primera obra de este gnero publicada en la Nueva Espaa,
y el doctor Juan de la Fuente. Durante la terrible peste de
1*76-1577 este notable profesional aconsejaba a sus colegas, los
obligaba a reunirse en juntas y lleg a practicar la autopsia
de un indio vctima de la epidemia.30
En la cabecera de los enfermos importantes de los humil-
des la historia no gusta ocuparse, hallamos siempre a tres
personajes: el mdico, el fraile y el escribano. De los tres, el
ms importante era el eclesistico, ya que el arreglo de los nego-
cios del mundo y del cuerpo no preocupaban tanto como el
arreglo de los negocios del alma. El lgubre recordatorio de que
polvo somos y en polvo nos hemos de convertir y la melanclica
sentencia del Sic Trnsit Gloria Mundi sonaban continuamente
en los odos de la gente con toda su terrible fuerza. La muerte,
atropellando tiaras pontificias y cetros reales, la muerte coro-
nada que venca a los invencibles monarcas, era la imagen omni-
potente que se proyectaba sobre el mundo. Entonces a los muer-
76 LA VIDA COLONIAL

tos no se les escamoteaba en la forma industrial que acostum-


bran hacerlo nuestros agentes de pompas fnebres, sino que
se les exaltaba como la misma idea de un fin a que todas las
cosas se hallan condenadas. Se llegaba incluso a penetrar en el
misterio de las tumbas, fijando en los cuadros que colgaban
en iglesias y monasterios el proceso de la descomposicin de la
carne, y en todas partes alternaban las calaveras y las tibias, con
la representacin de las mujeres en crueles radiografas, una
mitad de las cuales ofreca su hermosura terrenal ataviada de
sedas y de joyas, y la otra, el esqueleto en que descansaba tanta
gloria. La rosa, como smbolo de lo perecedero, estaba en labios
de todos y era el motivo ms caro a los poetas.
La familiaridad con la muerte y la certeza consoladora de
que se descenda al sepulcro rodeado de las mayores seguridades
para alcanzar la gloria algo dulcificaban la agona del moribun-
do. Una firme creencia en otra vida de castigos o de recompensas
eternas llenaba el futuro con las muy concretas realidades del
infierno y el cielo. Para asegurarse el goce celestial no se esca-
timaban sacrificios econmicos. El crecido nmero de misas, ro-
gativas y desagravios ordenados con minucioso cuidado en los
testamentos de la poca acusan inequvocamente el temor a
las llamas transitorias del purgatorio y, con mucha ms razn,
a las eternas del infierno que embargaba la culpable conciencia
de nuestros antecesores.
La muerte del hombre tena sin duda una mayor significa-
cin que su nacimiento. N o se trataba de ese hecho confuso que
nos hace caminar sobre las puntas de los pies y descubrirnos, sino
de un suceso trascendente, de una cierta glorificacin acerca de
la cual convena meditar y postrarse en tierra. Ya el hombre
haba dejado de ser, pero las campanas se encargaban de publicar
su transfiguracin llenando la ciudad de acentos metlicos. En la
iglesia las ceras ardan en la solemne pira; en el altar, el sacerdote
cantaba el oficio de difuntos y los asistentes se estremecan ele-
vando ardientes preces por la salvacin de un desconocido. Su
piedad les sera recompensada, pues al tocarles el turno, otros
vecinos, tambin desconocidos, rogaran por su alma. "Como te
ves me vi, como me ves te vers", era el recordatorio que acos-
tumbraba ponerse al pie de los huesos de los feles difuntos.
LA VIDA COLONIAL 77

LA CULTURA COLONIAL

La cultura constituy una verdadera atmsfera henchida


de profundas y ricas motivaciones. Hernn Corts, el primer
gobernante efectivo de la Colonia, los miembros de la segunda
Audiencia, entre los cuales figuraba el propio don Vasco de
Quiroga, y de manera especial los primeros virreyes, con muchos
humildes frailes y dignatarios eclesisticos, estuvieron vivamente
interesados en el acarreo y consolidacin de todos los elementos
esenciales a la vida espiritual de la Metrpoli. Espaa estaba
en el cnit. Su aspiracin a la hegemona mundial en ella viva
y sustancialmcnte unida a su ardiente deseo por hacer del hom-
bre un catlico, y su ambicin de riquezas, mezclada a su avidez
de gloria, eran sentimientos de tal modo vigorosos que los santos
y los guerreros andaban repartiendo sermones y cuchilladas lo
mismo en Flandcs o en Italia, que en Mxico, en el Per o en
China. Lo que hicieron la fe y el herosmo parece cosa de milagro.
En menos de cincuenta aos unos millares de locos descubren
ocanos, volcanes, selvas y ros gigantescos, le dan la vuelta al
mundo y se aduean de un Continente, estableciendo el mayor
imperio colonial de la historia europea. En tanto que los telo-
gos espaoles forjaban nuevamente el catolicismo y a los tercios
se sumaba otro gnero de extraos soldados, en las Indias surgen
los guerreros colonos, constructores de ciudades e historiadores
de sus propias hazaas.
Las obras creadoras, orientadas hacia fines prcticos, tuvie-
ron como uno de sus principales objetivos satisfacer la urgencia
de iglesias y monasterios que en los primeros tiempos se hizo
sentir de manera inaplazable. "La fundacin de innumerables
poblaciones escribe George Kubler fue el deber y el privi-
legio excepcional de los primeros pobladores en Mxico".*1 Las
gruesas torres de las casas, sus almenas y sus puertas claveteadas
establecieron al principio un tipo de urbanismo feudal, hosco
y guerrero, que poco a poco suaviz la gracia del plateresco, las
hermosas fuentes, las plazas y sus frescas arcadas.
Paralela a la construccin civil floreca la construccin reli-
giosa. Franciscanos, dominicos y agustinos, animados de su fer-
7 LA VIDA COLONIAL

vor apostlico, multiplicaron los conventos en la ciudad y en el


campo. A pesar de que muchas de las primitivas construcciones
se han destruido o han sufrido alteraciones radicales, perduran
reliquias tan numerosas e impresionantes, que bastan para dar-
nos una idea precisa de las dimensiones alcanzadas por aquella
pasin constructiva. Las torres, las fachadas y las bvedas de las
iglesias, las arqueras y los claustros de los conventos dieron a
las ciudades de la Nueva Espaa su inconfundible fisonoma
religiosa, al mismo tiempo que introducan en los campos una
tnica esencialmente feudal de contrafuertes y almenas, vigente
hasta nuestros das.
Este mundo de piedra erigido en su mayor parte por frailes
espaoles aficionados a la arquitectura, este trasplante realizado
en escala continental de unas formas occidentales, no obstante
sus semejanzas, se diferencia en muchos aspectos de la arquitec-
tura religiosa peninsular. El indio, al colaborar en los propsitos
meramente estilsticos del constructor, introdujo una nueva
sensibilidad, una deformacin deliberada de los diversos estilos
consagrados, que matiz la piedra con su aliento espurio y vir-
ginal.
La alteracin en los estilos debida a la intervencin de los
alarifes indgenas, con ser importante y significativa, lo es menos
que la alteracin operada en la dinmica de nuestra arquitectura
religiosa, porque nos relaciona en forma directa con el rasgo
caracterstico de la cultura colonial. En menos de cincuenta
aos, de acuerdo con la aguda observacin de Jos Moreno Villa,
la escultura de la Nueva Espaa la obra dejada por el cantero
en capiteles, cruces, fuentes bautismales, figuras y labrados deco-
rativos se complaci en recrear aqu los estilos del romnico,
del gtico y del renacimiento, mezclando formas que en Europa
han tenido que gestarse en cuatrocientos aos. "Las artes o
modos artsticos concluye Moreno Villa son aqu de alu-
vin, es decir que no obedecen a un proceso interno evolutivo
como en Europa". 32 El fenmeno, en realidad, no es privativo
de la arquitectura sino de la cultura colonial en el siglo xvi. Si
el alarife indgena, haciendo a un lado su manifiesta sensibili-
dad artstica, pudo muy bien transformarse en un cantero me-
dieval o renacentista, al poeta criollo no le sera tampoco difcil
LA VIDA COLONIAL 7

escribir con una mano decimas medievales y con la otra sonetos


petrarquistas.
EL UNIVERSO MGICO DE LOS LIBROS

La librera con sus estantes henchidos de volmenes y su


erudito propietario era, desconocida en el siglo xvi. Sin em-
bargo, se lea mucho, como lo prueba la cantidad de volmenes
importados y el nmero de comerciantes que traficaban en li-
bros. Qu lean los habitantes de la Nueva Espaa en el siglo
xvi? Dos importantes documentos de 1576 se encargarn de
darnos una satisfactoria respuesta. El primero se refiere a una
compra local de 341 volmenes y el segundo a la adquisicin
de 1,190 libros importados de Espaa. La circunstancia de que
estas compras hayan sido hechas por comerciantes de la ciudad
de Mxico y no por instituciones o particulares nos permite
formarnos una idea de los gustos literarios y de las necesidades
tcnicas del Virreinato." 3
Es natural que la mitad de los volmenes contenidos en am-
bas listas la primera es del 22 de junio y la segunda del 2 de
diciembre fueran "libros teolgicos, manuales o escritos pia-
dosos". La presencia de veinte Biblias editadas en Francia o en
Amberes y la de numerosos ejemplares de las obras de Erasmo,
considerado en 1571 como un hertico peligroso, demuestra que
exista a pesar de la Contrarreforma cierta libertad por lo que
haca a la circulacin de libros prohibidos.
Entre las obras mencionadas en los dos contratos ocupaban
un lugar preferente la medicina, la jurisprudencia y la filoso-
fa. Lo antiguo un libro del griego Dioscrides y un tratado
farmacutico de Juan Mesue, mdico del fabuloso Harun-Al-
Raschid se mezclaba a lo moderno obras de los mdicos de
Carlos V y Felipe II. En filosofa el todopoderoso Aristteles
iba de la mano con Vives y fray Alonso de la Veracruz y en
jurisprudencia las obras tericas de los viejos figuraban al lado
de las obras de los contemporneos o aun de recopilaciones de
leyes indianas.
Si bien el simple escrutinio de un conjunto de libros no puede
abarcar el panorama demasiado complejo de una cultura que
como la espaola alcanzaba un momento cenital, basta a trazar,
so LA VIDA COLONIAL

en sus grandes lneas generales, las tendencias y los gustos que


animaban a los lectores de la Nueva Espaa. Es indudable que en
medio siglo la cultura se haba depurado considerablemente.
Los libros de caballera, que tanto gustaron a la generacin de
los conquistadores, haban sido sustituidos por nuevas y ms
exigentes lecturas.
De acuerdo con la aficin a los gneros poticos que ya desde
el arranque de la Colonia se manifest en Mxico como una
tendencia literaria favorita, los poetas fueron los preferidos.
Virgilio figura con treinta y tres ejemplares de sus obras en latn
y treinta y cuatro en espaol; Marcial con veinticinco y el pi-
cante De amatoria de Ovidio otro libro que razonablemente
debera suponerse en el limbo del ndice inquisitorial alcanza
el privilegio de figurar en ambos contratos. *
Los prosistas, con Cicern a la cabeza sus epstolas apare-
cen listadas veintin veces y su libro De oficiis veintisis,
circulaban profusamente. El hecho de que Lucano, Marcial,
Sneca, Salustio, Justino y Julio Csar sean objeto de un activo
comercio justifica la afirmacin de Menndez y Pclayo en el
sentido de que "Mxico empezaba a cobrar el nombre de Atenas
del Nuevo Mundo" y aun la exagerada y optimista creencia
de "que fcilmente podemos igualar a los griegos" expresada
por el criollo o mestizo mexicano fray Diego de Valads en su
Rhetorica chrhttana.
El mercado de libros en la Nueva Espaa no slo provea a
sus clientes de clsicos sino tambin de autores contemporneos
espaoles. Las "novedades" de la poca, los libros ms en boga
los best seller del xvi segn la designacin americana de Ir-
ving, registrados en las listas de 1576, reflejan, en lo esencial,
dos caractersticas bien definidas de la sociedad mexicana: la
aficin por el realismo y la sensualidad que compendiaba La Ce-
lestina y la tendencia al aplogo que satisfaca cumplidamente
el Libro ureo de Marco Aurelio, las dos obras preferidas de ese
siglo. poca afecta a moralizar y a sacar de todo lecciones y
ejemplos, con frecuencia estereotipados, se desquitaba teniendo
como libro de cabecera la Tragicomedia de Calixto y Melibea.
III: HUMANISMO vs. CODICIA, U N A LUCHA
SIN VICTORIA
Pecad enrgicamente.
LUTERO

Los IDEALES de la justicia y de la libertad como patrimonio


comn a todos los hombres, propios de los humanistas espaoles,
fecundan una gran porcin de la vida mexicana en el siglo xvi.
Se trata ms bien de una actitud vital que de un estilo litera-
rio. Entre la cultura grccolatina del Renacimiento y Las
Casas, entre Zumrraga y Erasmo o don Vasco de Quiroga y
Toms Moro, existen profundas diferencias por ms que todos
ellos, en algn modo, participen del mismo ambiente espiritual.
Los humanistas que vinieron a Mxico, a excepcin hecha
de Cervantes de Salazar, se nos presentan como enrgicos hom-
bres de accin. Trabajan en un Nuevo Mundo, tienen ante s
una realidad caracterstica, estn revestidos de una misin sa-
grada y la realizan entregndose a ella con todas sus fuerzas.
81)
82 HUMANISMO V5. CODICIA

Sobre las ideas del Obispo de Chiapas, el ms peculiar huma-


nista de Amrica, dijo Mcnndez y Pelayo que

eran pocas y aferradas a su espritu con la tenacidad de clavos, violenta


y aspersima su condicin; irascible y colrico su temperamento; in-
tratable y rudo su fanatismo de escuela; hiperblico e intemperante
su lenguaje, mezcla de pedantera y de brutales injurias.1

De cuntas ideas debe disponer un apstol? Las ideas de


Las Casas tendan a defender la atropellada dignidad del hombre
y a que se implantara en las Indias la justicia entendida como
"meta y norma suprema de toda humana sociedad y de toda
autoridad legtima". 2 Era pues natural que estas pocas ideas las
llevara en su alma aferrada con clavos. l solo tuvo el arrojo
de echarse sobre los hombros a los indios y lo hizo cuando los
perseguan con perros y los mataban a trabajos y los marcaban
en las caras con el hierro de la esclavitud. N o tiene nada que
ver con Gins de Seplveda, el apaciguador de conciencias, su
centricante, ni con los telogos forjadores del derecho terico.
Ellos se estaban en sus bibliotecas escribiendo al amparo del fuego
mientras Las Casas se enfrentaba directamente a los esclavistas,
reciba sus insultos y las piedras que le arrojaban, padeca ham-
bres y soles, cruzaba el ocano muchas veces, aun en plena ancia-
nidad, escriba y hablaba como un poseso "yo he escrito
muchos pliegos de papel y pasan de dos mil en latn y en ro-
mance", y no vacilaba en decirles a los reyes, en sus barbas,
que ellos cargaran con los pecados de la Conquista.
Pod.i no ser violento y spero, irascible y colrico el hom-
bre que asisti a la destruccin de los indios del Caribe con la
amarga y desesperada certidumbre de su impotencia? l fue
la conciencia moral del Imperio espaol en las Indias, y esta
cruz que acept voluntariamente le acarre el odio de los fariseos
y de los escribas de su tiempo y del nuestro. El mismo Motolinia,
que fue un defensor sincero de los indios, le escriba a Carlos V:

Yo me maravillo cmo Vuestra Majestad y los de vuestros Con-


sejos han podido sufrir tanto tiempo a un hombre tan pesado, inquieto
e inoportuno, y bullicioso y pleitista en hbito de religin, tan desaso-
segado, tan mal criado y tan injuriador y perjudicial y tan sin reposo.
HUMANISMO vs. CODICIA 3

Vuestra Majestad le deba encerrar en un convento para que no sea


causa de mayores males.

"Al recoger Francisco de Vitoria, Domino de Soto y Jos


Acua comenta Gallegos Roca fu 11 la doctrina de Las Casas,
perdi agresividad y fuego, pero alcanz en cambio vigorosa
solidez y serena profundidad; tanto que se hizo la clave de la
idea espaola del Imperio", que Vitoria expres como "servicio
de humanidad, fraternidad entre pueblos, identificacin de pro-
psitos, dominio de la justicia, victoria de la sociabilidad hu-
mana". 3
Existe sin duda un divorcio bien sealado entre la elevada
concepcin de esta poltica imperial y la realidad de las Indias.
El cdigo de los derechos humanos elaborado por los telogos
y las numerosas leyes benficas a los indios que la monarqua
dict de manera incesante no lograron modificar de manera
sensible la condicin de los naturales, sobre los cuales descansaba
la estructura econmica del Imperio. En la fachada de las In-
dias, como en el frontispicio de un templo, se hallaban regis-
tradas las hermosas palabras que consagraban el dominio de la
justicia y de la socialidad humana, pero en el interior reinaban
la injusticia y la desorganizacin social. Las Casas no logr, no
poda lograrlo, salvar a los indios de la esclavitud, pero al menos,
en aquella remota lucha por la justicia social, despert un movi-
miento de simpata hacia ellos que salv a millares abrindoles
la posibilidad de una futura redencin. Su obra, encaminada a
deslindar con terrible claridad la distancia que separa un buen
propsito de la realidad, dej sin justificacin moral posible
la parte sombra de la conquista y de la colonizacin espaolas.
Esta es la razn por la que se le odia tanto. Los hispanistas ha-
blan de sus exageraciones como si el crimen fuera una cuestin
de estadstica, pero despus de cuatro siglos la mejor prueba de la
verdad de su denuncia debe verse en la situacin de extremada
miseria y desamparo en que todava se encuentran millones
de indios americanos.
Si las acusaciones de fray Bartolom de las Casas las aprove-
charon los enemigos de Espaa, por qu vamos a preocuparnos?
Lo que importa es que las haya formulado, en medio de un hu-
84 HUMANISMO vs. CODICIA

racn de pasiones y de intereses al rojo blanco, un fraile espaol,


y que estuvieran de su lado los mejores espaoles. Todo lo que
hablaron posteriormente los detractores de Espaa carece de
vida y de emocin autnticas. Es justo reconocer no sabemos
si se trata de un vicio o de una virtud nacionales que nunca un
pueblo se ha criticado a s mismo tan despiadada y reiteradamen-
te como lo ha hecho el espaol. Condicin sta del xvi y de
siempre. El odio a la injusticia y a la infamia es una forma espa-
ola del amor y esc amor lo tuvo fray Bartolom de las Casas
en un grado de herosmo del que no hay otro ejemplo en el
mundo.

ZUMRRAGA, LA CONTRADICCIN DE SU TIEMPO

La figura de Zumrraga, a pesar de su viva inclinacin por


Erasmo, no se ofrece revestida de aquellos rasgos que tradicio-
- nalmente se asignan al humanista. El primer obispo de Mxico
fue, a juzgar por el dibujo de su vida, un fraile medieval. Car-
los V que lo conoci accidentalmente en su humilde convento
del Abrojo le confi la misin de exterminar a las brujas de
Navarra y sta fue la primera tarea que realiz fuera del claus-
tro. Ms tarde se le nombra obispo de Mxico, protector de los
indios e inquisidor apostlico, cargos los tres un poco imprecisos
que l tom, segn lo expresa, "por cruz y martirio".
La situacin que afronta Zumrraga en Mxico rebasa todo
clculo anterior. u o de Guzmn, que haba llevado de su
gobernacin del Panuco veinte navios cargados de indios para
ser vendidos en las islas del Caribe, ostentaba el elevado puesto
de Presidente de la Audiencia. La lista de los crmenes cometidos
por Guzmn, los oidores, el factor Salazar y el veedor Chi-
rinos los gobernantes en turno resulta increble. Si bien
un funcionario lcgalmente no poda tener indios esclavos, de
hecho la Audiencia dispona de todos los indios; construan para
ellos, sin percibir salario alguno, casas, molinos y quintas; se les
despojaba, mediante contratos irrisorios, de sus aguas y sus tie-
rras y abrumbanlos a cargas y tributos; vendan empleos y
repartimientos, tenan esclavos en los placeres de oro y se les
conducan como ganado al Panuco. Los naturales, enloquecidos,
HUMANISMO v$. CODICIA 85

se suicidaban o negbanse a tener hijos con sus mujeres. Los


robos de indias hermosas, aun de las que vivan en casas de reco-
gimiento, estaban a la orden del da. Las prostitutas compartan
con los oidores los sillones del Consejo.4
Zumarraga, que ni siquiera era obispo consagrado se em-
barc antes de recibir las bulas pontificias, contando con el
odio de los dominicos partidarios de la Audiencia y sin un clero
organizado que lo apoyara, intervino valerosamente en defensa
de los indios.

El Presidente y oidores dice Garca Icazbalccta mandaron


pregonar que ningn espaol acudiese al protector por negocio de indios
so pena de perderlos, ni tampoco los indios con quejas porque seran
ahorcados. Puso tanto miedo a todos aquel pregn, que nadie osaba
hablar con el obispo "ms que con descomulgado".5

N o haba freno para la violencia. A un fraile que pretendi


exhortar a los oidores se le baj a golpes del pulpito, y cuando
por la fuerza las autoridades violaron el derecho de asilo conven-
tual para vengarse de dos pobres diablos, Zumarraga no vacil
en ponerse al frente de un motn. Se derrib la puerta de las
casas reales, l mismo respondi iracundo a los insultos que le
dirigan los oidores y se salv de morir debido a que un lanzazo
asestado por Delgadillo le pas debajo del brazo.
Desaparecida la Audiencia, Zumarraga pudo iniciar ms
tranquilamente sus tareas episcopales. En ese momento, descu-
brimos con sorpresa que bajo el hbito del fraile se oculta un
humanista. La tesis de su Doctrina breve muy provechosa (1543-
H 4 4 ) , inspirada con pequeas variantes, en la Parclasis de Eras-
mo, se repite "abreviada al fin de la otra Doctrina impresa por
su orden hacia 1546," lo cual significa que Zumarraga se atrevi
a lanzar un programa crasmista de cristianizacin diez aos
despus de haber muerto Erasmo y cuando sus obras, desapare-
cidos tambin sus encumbrados defensores en Espaa, eran ob-
jeto de implacables persecuciones inquisitoriales.
El primer Obispo de Mxico sostena en ambas doctrinas
la necesidad de que los Evangelios fueran traducidos a todas las
lenguas del mundo y conocidos de todos. A las supersticiones
del pueblo y a las obras de los telogos, antepona la palabra
5 HUMANISMO vs. CODICIA

viva de Cristo, enseada con sencillez y, sobre todo, con el


ejemplo personal. "Quieres, hermano, que te diga lo que siento?
N o puedo acabar de entender qu es la causa por que querernos
ms deprender la sabidura de Jesucristo de las escrituras de los
hombres, que de la boca del mismo Jesucristo." Para l Cristo
era el nico maestro, el mayor y ms verdadero telogo. Con-
fiaba antes en la oracin que en los argumentos y condenaba
toda pedantera, pues "ms se muestra [la palabra de Dios]
en bien vivir que en bien argir y mejor se aprende con divinas
inspiraciones que con trabajos de escuela".
Abundan las contradicciones en el alma de Zumrraga. En
el Catecismo que dio a la estampa en 1546, reproduccin casi
literal de la Suma de doctrina cristiana del Doctor Constantino,
no menciona a la Virgen, ni el Purgatorio, ni las indulgencias.

Puede sospecharse -escribe Bataillon que, para los intrpidos


"evangelistas" que emprenden la cristianizacin de los indios, todo lo
que sea fomentar la devocin de la Virgen y de los santos tal como
corre entre "cristianos viejos" encierra un peligro de confusin con la
anterior idolatra y de ofuscacin de lo fundamental que es obedien-
cia de la ley de Dios, conocimiento del pecado y fe en la redencin por
la sangre de Cristo.7

A pesar del revelador silencio y del peligro de confundir


idolatras, el nombre de Zumrraga est ligado con firmeza a
la aparicin de la Virgen de Guadalupe, que es la invencin
milagrosa ms hondamente arraigada en el pueblo de Mxico.
N o es sta la nica grieta que presenta el erasmismo de Zum-
rraga. Ejerci a conciencia su cargo de inquisidor, no obstante
que el filsofo holands haba condenado el empleo de la vio-
lencia para imponer el catolicismo y destruir la hereja. "Estan-
do en Mxico puntualiza Garca Icazbalceta prendi a un
brujo llamado Oclotl y le desterr a Espaa por ser muy per-
judicial." Vea escondido al diablo detrs de los cdices y de
los dolos indgenas, razn por la cual los entreg a la hoguera
purificadora, y su actuacin culmin con la muerte del cacique
de Texcoco ordenada en tales circunstancias que mereci la re-
probacin de los mismos inquisidores espaoles.
HUMANISMO VJ. CODICIA 87

El odio que senta el seor Zumrraga hacia toda manifes-


tacin sospechosa de hereja era compatible con el amor ms
acendrado a los indios y a la cultura. N o debemos slo al Obispo
la primera imprenta y en parte la Universidad, sino la idea del
Colegio de Santiago Tlatelolco. El espectculo conmovedor que
ofrecan los nios indgenas entregados al estudio y a la artesana
en el convento grande de San Francisco, bajo la direccin de
fray Pedro de Gante, inspir a Zumrraga el deseo de "propor-
cionarles un colegio especial donde pudieran ampliar sus estudios
y llegar a servir de maestros". 8 El viejo fraile conceba todo en
grande.
La cosa en que mi pensamiento ms se ocupa le escriba a
Carlos V y mi voluntad ms se inclina y pelean con mis pocas
fuerzas es que en esta ciudad y en este obispado haya un colegio de
indios mochachos que aprendan gramtica a lo menos, y un monasterio
grande en que quepan mucho nmero de nias hijas de indios.

Ofreca su biblioteca y un pueblo de su propiedad para


traer de Espaa un navio con rboles frutales que fueran sem-
brados en las huertas de los colegios, pues de esta manera las
gentes perderan "el deseo de Castilla, que siempre pan, ms
que por otra cosa, por las frutas de ella". 9
Con la ayuda del Emperador y del Virrey don Antonio de
Mendoza pudo inaugurarse el Colegio en 1536. Los maestros
fueron notables. Enseaban en Tlatelolco fray Andrs de Ol-
mos, que vino a Mxico con Zumrraga, escritor, lingista, y
"apstol durante cuarenta y tres aos de naciones brbaras y re-
motas"; 10 fray Juan Gaona, ilustre telogo, "tan humilde como
sabio";" el monje francs Juan Focher, doctor de la Universidad
de Pars y fray Bernardino de Sahagn. Este fraile de joven
era tan hermoso que sus superiores lo ocultaban para no darle
ocasin de perderse fue durante largos aos el animador del
Colegio. En torno a la composicin de su Historia general de las
cosas de Nueva Espaa se cre un grupo de latinistas, intr-
pretes, ilustradores y cajistas indgenas que no ha sido nunca
superado. La miseria del Colegio, presente aun en sus das de
mayor esplendor, y las "envidias y pasiones" a que aludiera
el Virrey Mendoza no impidieron que en el Colegio se forma-
K8 HUMANISMO v$. CODICIA

ran, entre otros muchos indios, el famoso orador y latinista An-


tonio Valeriano, Diego de Grado, Mateo Severino y el rector
Martn Jacobita.
El espritu combativo de San Pablo que Dios le niega a Eras-
mo, un hombre de letras, se lo concede a Zumrraga, un hombre
de accin. l, que era un fraile, cierra los ojos a los ataques
monsticos de su inspirador, tal vez por considerarlos justos, y
trata de llevar al Nuevo Mundo la palabra de Dios devuelta
a su primitiva pureza. Posiblemente estuvo lejos de la humani-
dad clsica tal como la entenda Erasmo, aunque hizo suyas
algunas de las ideas renovadoras del holands, y no debe haber
sido tampoco muy partidario de los santos, de las reliquias, las
supersticiones y la pompa del ceremonial eclesistico. Se so
el pastor de una nueva iglesia apostlica que tuviera por gua el
Evangelio; pero no se dio cuenta, y si se dio no pareci darle
importancia, de que lo que l consideraba como la verdad y la
salvacin del universo cristiano, el movimiento que haba inspi-
rado la mejor hora de Espaa, era condenado y perseguido a
sangre y fuego por los suyos, por los frailes, los clrigos y los in-
quisidores, cuya ms alta representacin ostentaba. En esta
lucha de la razn contra las tradiciones seculares, de la doctrina
evanglica contra las jerarquas fosilizadas de la Iglesia, l fue
vencido. El cambio histrico de Espaa hizo imposible la reali-
zacin de sus ideales. Prevalecieron los monjes, aument la
pompa de las ceremonias religiosas, triunf la violencia y la su-
persticin. En el alma de Zumrraga al fin predominaron tam-
bin sus elementos feudales. Le falt la tolerancia y el enten-
dimiento cordial de las cosas que el humanista debe poseer en el
ms alto grado; foment, arrastrado por su tiempo, las supersti-
ciones; fue siempre un monje respetuoso de su orden y, sobre
todo, un loco espaol que es distinto a los otros locos. Tena
cerca de ochenta aos cuando se le ocurri irse a China para
predicar el Evangelio con su amigo fray Domingo de Bctanzos,
dejando la dicesis abandonada. Naturalmente las autoridades
eclesisticas le negaron su absurda peticin y muri en la cama,
contra su voluntad, a las nueve de la maana del domingo 3 de
junio de 1548. Una hora antes haba dicho a los que le rodea-
ban: "Oh, padres! Cuan diferente es verse el hombre en el
HUMANISMO vs. CODICIA 89

articulo de la muerte a hablar de ella." Sus ltimas palabras


resonaron claras en la pequea celda: ln manos titas, Domine,
commendo spirium meum. Poco despus llenaban el silencio de
la casa arzobispal los dobles de las campanas anunciando la sede
vacante.
De las resistencias con que tropez el Colegio de Tlatelolco
aun en vida de Zumrraga nos hablan sus mismos detractores.
El escribano Jernimo Lpez contaba a Carlos V el siguiente
sucedido: Un clrigo que lo visit en 1541 se vio cercado de
bulliciosos estudiantes indgenas. Llovieron sobre l tantas pre-
guntas en materias de fe y de las Sagradas Escrituras, "que sali
admirado y tapados los odos y dijo que aqul era el infierno
y los que estaban en l discpulos de Satans".
Los frailes, puntualiza el escribano muerto de envidia, no
slo se contentaban con que los indios supieran "leer, escribir,
puntar libros, taer frautas, cheremas, trompetas y tecla, y ser
msicos", sino que adems incurrieron en el error de ensearles
gramtica y ciencias. El indio deba saber el Pater Noster, el
Ave Mara, el Credo, la Salve, los mandamientos "y no ms".
"La doctrina sentencia el rbula bueno fue que la sepan;
pero el leer y escribir muy daoso como el diablo." Para qu
les serva el latn a los indios que, segn l, hablaban con la
elegancia de un Tulio? En conclusin, "solo serva de que cono-
cieran en el decir las misas y oficios divinos cules sacerdotes
eran idiotas y se rieran de ellos o no los tuvieran en tanta repu-
tacin y para que asimismo notaran si en la predicacin o en las
plticas echaban algn gazafatn en latn". Era indudable que
el estudio slo serva para hacerlos "ms bellacos".

U N MUERTO PARA EL MUNDO

En 153 5, dos oidores, acompaados de un escribano, dieron


te de un triste espectculo muy frecuente en la ciudad de Mxi-
co. U n grupo de indios, tomados de rescate en la Nueva Galicia,
esperaban la hora de ser vendidos como esclavos. Los hombres,
las mujeres y los pequeos de tres o cuatro meses de edad
mostraban en la cara el "hierro que dicen del rey casi tan grande
como los carrillos de los nios"; "y vimos todo esto y ms re-
0 HUMANISMO v. CODICIA

fierc uno de los oidores llamado don Vasco de Quiroga que


algunos de stos estaban efermos y enfermas, casi que para
expirar"."
Se pregunt a los dueos "que mal haban hecho aquellas
mujeres y los nios de teta para los as herrar", y ellos respon-
dieron: "Los hemos sacado de las rocas de las montaas adonde
se haban escondido huyendo de los espaoles".
"Huyen las ovejas de los lobos escriba ms tarde don
Vasco al Consejo de Indias, huyen los indios y se defienden
de los innumerables agravios y fuerzas y daos" recibidos, "con
las armas del conejo que es huir a los montes y breas". Huir
no es levantarse en armas. Slo "nosotros, ciegos de la codicia,
llamamos rebelin a la defensa natural, porque as conviene a
nuestros propios y particulares intereses".
Y no son slo los indios de la Nueva Galicia. En otras mu-
chas partes, a los indios "libres e inocentes" los hacen esclavos
los "cristianos",
y ms que esclavos aun como condenados a las minas; los hierran en
las caras . . . y se las aran, y escriben con los letreros de los nombres de
cuantos los van comprando, unos de otros, de mano en mano, y algunos
hay que tienen tres o cuatro letreros... de manera que la cara del
hombre, que fue criado a imagen de Dios, se ha tornado en esta tierra,
por nuestros pecados, papel, no de necios, sino de codiciosos, que son
peores que ellos y ms perjudiciales.

Piden las indias hermosas "a docenas y medias docenas",


rescatan a los indios " y o no s qu diablo de rescate es ste"
no para doctrinarlos ni instruirlos sino para matarlos a trabajos.
S. Todo esto lo hacen los "cristianos", "los malos y codiciosos
cristianos".

No son los naturales para nosotros concluye el licenciado su In-


formacin sino como los pjaros con la red; asi se recelan y se espan-
tan y escandalizan y huyen de nosotros y de nuestras obras y redes que
les armamos para en cualquier manera que sea, por fas o por nefas,
enredarlos y aprovecharnos de ellos, con total destruccin y asolamiento
suyo.13
Don Vasco de Quiroga es quiz la ms hermosa figura del
humanismo mexicano. Tena la caridad, el realismo prctico y
HUMANISMO v. CODICIA 91

la fecunda imaginacin de los grandes apstoles. N o altera su


equilibrio vital ningn feo pecado de intolerancia. De funcio-
nario de la Audiencia pas insensible y suavemente al obispado
de Michoacn. "Me arrancaron de la Magistratura escribe
y me pusieron en el timn del sacerdocio por mrito de mis
p e c a d o s . . . y as sucedi que antes de aprender empec a ense-
ar." Fue un obrero de la aspiracin ecumnica de su tiempo y
de su pas, para quien "el oficio [de Carlos V ] consista prin-
cipalmente en que todas las naciones profesasen la misma fe
ortodoxa y que el orbe universo sea reducido al culto del nico
Dios verdadero y se haga un solo rebao y un solo pastor". 1 *
Apoyndose en lo que era propio del indio, la agricultura
comunal y la artesana, convierte en realidad la Utopa de Moro,
fundando los hospitales de Santa Fe y de Michoacn. H e aqu
una nueva idea aplicada en el Nuevo Mundo a una nueva socie-
dad. Las palabras de tuyo y mo, fuentes de la discordia uni-
versal, haban sido proscritas dentro de los lmites de Utopa. Se
trabajaba seis horas diarias; el fruto del moderado esfuerzo con-
junto se distribua particularmente "segn que cada uno haya
menester para s y para su familia"; ellos mismos se hacan
sus vestidos de algodn y lana, "blancos, limpios y honestos"; los
funcionarios del hospital eran elegidos democrticamente;
los nios aprendan jugando la agricultura y a todos se les ense-
aba la palabra de Dios y las buenas costumbres.

Os aprovechar recomienda la guarda de lo dicho, para que


as, viviendo en este concierto y buena polica, fuera de necesidad y
de mala ociosidad y codicia demasiada y desordenada, dems de salvar
vuestras nimas, os mostrtis gratos a los beneficios de Dios Nuestro
Seor.15
Don Vasco, a semejanza de Zumrraga, hablaba de fundar
una "iglesia nueva y primitiva". Era de los "hombres verdade-
ramente muertos al mundo, vivos a Cristo" que ensearon, segn
el ideal de Erasmo, "sinceramente la palabra de Dios entre las
gentes brbaras". Crea que mientras los europeos, de su antigua
simplicidad y buena voluntad, haban decado hasta parar en
esta edad de hierro, los indios "estaban an en la edad de oro". 16
l, sin ayuda, principi a edificar en Mxico la Ciudad de Dios.
92 HUMANISMO vj. CODICIA

All estn en Tzintzuntzan, en ese campo de tierra roja que do-


mina la plateada claridad del lago, los olivos que l plantara. All
estn las lacas de Ptzcuaro, el cobre batido de Santa Mara, la
cermica de Patamban, los instrumentos musicales de Paracho.
El pie que mueve el torno del alfarero y la mano que se desliza
en el telar del tejedor nos hablan hoy de sus enseanzas. La ciu-
dad construida en el xvi por la idea de comunidad, una aspiracin
que viene de Platn, vive en su nombre repetido con reverencia
por todos los indios de Michoacn.

EL HUMANISMO DE LOS COLEGIOS

El humanismo de estos hombres que fueron mas "pos y


antos" que letrados, como quera Zumrraga, se extingui
cuando ellos murieron. Era un ideal de dignidad humana tan
alto y tan puro que no poda prosperar en el mundo feudal
contra el cual haba combatido. Lo ahog en su cuna la codi-
cia del encomendero y la del funcionario de la Corona, pero la
causa real de este desplome debe buscarse en la escisin del m u n -
do cristiano. Espaa trat de extirpar la hereja y de imponer
por medio de la fuerza lo que ella crea era la salvacin del
hombre.
Es el momento escribe Joaqun Xirau en que Luis de Len,
Juan de la Cruz y el Arzobispo de Toledo van a ser encarcelados y en
que los seguidores de Luis Vives, de los Valds, de Toms Moro, de
Erasmo... van a llenar los calabozos o a ser quemados en la plaza
pblica.
Frustrado el movimiento humanista espaol, la literatura
que se expresa en latn y se nutre de preferencia en la antige-
dad clsica no trasciende a la vida y queda circunscrita al m-
bito de las escuelas. Cervantes de Salazar, compaero de Vives
y el humanista civil ms importante del xvi, no mereci la esti-
macin de sus prelados. Su posicin dentro de la Iglesia y en el
orden social fue insignificante. Al morir oscuramente el hom-
bre que haba contribuido como nadie al esplendor de las exequias
del Emperador Carlos V, se le erigi en la catedral una modes-
tsima pira funeraria que vala un peso, sin contar las pinturas
por las que se pagaron cuatro. N o es posible precisar hasta qu
HUMANISMO . CODICIA 95

grado viva el humanismo en Francisco Cervantes de Salazar,


pero ni su medio, ni sus condiciones, pueden llevarnos a pensar
que la antigedad haya sido cosa vital en l como lo fue en ese
Pietro Paolo Boscoli, que en la prisin haba conspirado con-
tra la vida de los Mdics: "haca esfuerzos para librarse de
sus fantasas romanas y morir cristianamente".
Un caso del mayor inters por tratarse de un mestizo es el de
fray Diego de Valads, "el primer mexicano que logr imprimir
un libro suyo en Europa". 17 Segn la costumbre, haba ingre-
sado muy joven en el convento grande de San Francisco, donde
tuvo la oportunidad de colaborar al lado de fray Pedro de Gante.
Vivi, "gracias a Dios", treinta aos con los indios y fue predi-
cador y confesor por ms de veintids en tres idiomas: mexica-
no, tarasco y otom; desempe el cargo de Procurador de la
orden de franciscanos menores ante la Santa Sede, y en 1597
vio la luz en Perusa su Khctor'tca christiana, "vasto tratado al
decir de Gabriel Mndez Planearte que merece detenido estu-
dio tanto en su aspecto literario como en su contenido histrico
referente a los antiguos ritos y costumbres de los indios de
Mxico".
La figura de fray Diego de Valads, a pesar de lo poco estu-
diada que ha sido, revela la indudable "saturacin humanstica"
de nuestro siglo xvi. N o slo es un misionero, un grabador y un
conocedor de lenguas indgenas sino al mismo tiempo un hombre
de "vastsima erudicin grecolatina", un escritor que "maneja el
latn con soltura y elegancia" y un devoto fervoroso de Platn.
Genuino producto del movimiento humanstico que hemos
esbozado, en l se funden las cualidades del intelectual y las del
hombre de accin, lo que le permite rebasar las limitaciones
naturales en un mestizo de su tiempo. Estando en la casa de un
funcionario pblico del rey, puede decirle a cierto noble que
se expresaba mal de los indios: "Pienso en verdad que ese prurito
de hablar mal de los indios es propio de aquellos que ven la cosa
desde arriba y no de cerca. O, para decirlo mejor, ha nacido de
que ven el asunto con ojos torcidos y poco cristianos".

Justo es cantarles a esos que tal afirman con tanta ligereza e inep-
titud, aquello de Pablo: T quin eres que juzgas al siervo ajeno y
9* HUMANISMO v. CODICIA

como ladrn metes tu hoz en la ajena mies? Dios es slo cardiognostes


que escruta los corazones y las entraas. Ante su tribunal todos nos
presentamos y l investigar con antorchas y descubrir a Jcrusaln."

DE ESPALDAS A LA VIDA

La llegada de los jesutas, en el ltimo cuarto del siglo, in-


crement los estudios humansticos. Se representaban piezas
latinas y se organizaban con diversos motivos juntas y cert-
menes literarios. Los nios prodigios que hablaban el latn y
recitaban la Eneida a los diez aos se exhiban en el Colegio de
San Pedro y San Pablo como pequeos monstruos dignos de los
mayores elogios. De la olla providente, y en pleno hervor
de la literatura novohispana, brotaban sin cesar numerosas poe-
sas latinas, odas y epigramas de circunstancias. Toda esta pro-
duccin un poco acartonada, vuelta de espaldas a la vida, aadi
un nuevo elemento colonial al complejo panorama de la cultura,
pues su manifiesta artificialidad no slo no ayud a la bsqueda
de una expresin sino que le aadi un obstculo. Al espaol
nacido en Amrica lo circunda desde el principio un ambiente
de elementos y motivaciones gestados en otra circunstancia que
no logra asimilar a su espritu. N o haba un aglutinante capaz de
fundir y darle un nuevo sentido a la mezcla arbitraria de clasi-
cismo, renacimiento y feudalismo catlico, unidos a los elementos
culturales de Espaa y de Italia que se hacan tragar en una
sola cucharada al criollo estudioso.
Por otro lado, la desorganizacin social de la Colonia, el di-
vorcio establecido entre la cultura importada y los imperativos
de la realidad americana determinaron que las expresiones lite-
rarias en la Nueva Espaa tuvieran escasa originalidad. En el
campo del espritu nada se produce por generacin espontnea.
La creacin de formas individuales es fruto de un desarrollo
orgnico, de una verdadera saturacin cultural que fecunde
profundamente la vida de un pueblo. Entre Apolo, el signo
de lo griego, y Coatlicue, el smbolo de lo mexicano entonces
sepultado y estigmatizado, entre la Italia del Renacimiento y su
espritu armonioso, y el feudalismo espaol nutrido con el sen-
timiento de su pueblo, se abran simas que nicamente podan
HUMANISMO V. CODICIA 9J

salvar el transcurso de los siglos y la lenta, dolorosa gestacin


de la vida nacional.
El criollo en el xvi logr imitar con fortuna el estilo petrar-
quista que le daba su tono a la poca y enriquecer el acervo
de la poesa religiosa con aportaciones frescas y originales, pero no
logr imitar siquiera dignamente los modelos grccolatinos que
formaron parte tan considerable de su educacin. Del huma-
nismo escolar nos quedan muchos fros ejercicios retricos. No
podemos condenarlos en su conjunto; Representaban una co-
rriente henchida de savia secreta, que al correr del tiempo habra
de fecundar el tierno trasplante.
IV: EL MUNDO DE LA LUZ
Espantbamos mucho el decir, que pena y gloria era para
siempre en lo que leamos. Acaecanos estar muchos ratos tratando
de esto; y gustbamos de decir muchas veces, para siempre, siem-
pre, siempre. _
SANTA TERESA DE JISLS

E L HOMBRD, a lo largo del siglo xvi, descansaba tranquilo en el


blando soporte de su fe. Su mundo no era un mundo vaco, a
!a deriva, como el nuestro, sino un mundo firmemente asentado
en las creencias religiosas. Ante todo le preocupaba la salvacin
de su alma, el destino que le aguardaba despus de muerto, su
trnsito a un lugar de goces o de dolores infinitos, sin riberas,
sin cambios, eterno y perdurable. En su espritu combatan
incesantemente el bien y el mal, la propensin a la carne y a
los goces terrenales y el ansia de salvarse, lo que originaba una
conciencia de vivir en pecado, un conflicto desgarrador que slo
apaciguaba la edad madura, porque cuando el hombre era joven
prevalecan sus fuerzas demoniacas y slo al final, cuando las
96}
EL MUNDO DE LA LUZ 97

pasiones se aquietaban, dominaban en l las fuerzas celestiales,


por lo que la vida del espaol se nos ofrece claramente dividida
entre un ansia de placeres, entre un verdadero frenes maligno
y el deseo inaplazable de arreglar sus cuentas con Dios y de ga-
narse, mediante sacrificios y oraciones, un lugar en el ciclo.
Fruto de esta preocupacin eran en buena parte los conventos, las
iglesias, las fundaciones piadosas y las cuantiosas limosnas que
salan de las bolsas de los envejecidos pecadores contribuyendo
a robustecer el auge del clero y la fisonoma religiosa de la
poca. Si en la actualidad nos enfrentamos a un universo alte-
rado, el habitante de la Colonia se hallaba sumergido en un medio
esttico que lo obligaba a reflexionar continuamente sobre un
grupo de asuntos invariables. El pecado, la muerte, el infierno,
el purgatorio, la pasin de Cristo y la astucia vigilante del dia-
blo constituan sus preocupaciones esenciales.
Por lo dems, nadie poda sustraerse a la pasin religiosa que
abrasaba a los espaoles. Era el tiempo de los grandes santos y
de los reyes devotos en que las guerras y las conquistas se ha-
can en nombre de Dios. U n anhelo de martirios y sacrificios
extremos, de redimir a los hombres por el amor divino, de entre-
garse a la contemplacin y al servicio de la divinidad era sentido
lo mismo por Coln, Hernn Corts y San Ignacio de Loyola,
que por el marino, el soldado o el fraile ms humilde del siglo.
El espritu de realizar grandes hazaas y de ganar para su
monarca dilatadas regiones sin importar peligros y sacrificios,
propio de los conquistadores, animaba tambin a los frailes mi-
sioneros. Estas dos milicias, la de Cristo y la del rey, marcharon
paralelas, trabajando juntas sobre una tierra y unos hombres
comunes, y las dos respondan de una manera tan orgnica y
natural al carcter de Espaa y a su momento histrico, que
cuando la mano que blanda la espada principi a flaquear, la
mano que empuaba el crucifijo se debilit y las dos se conta-
giaron de corrupcin y decadencia.
Las hojas de las crnicas conventuales estn impregnadas de
un fuerte olor a santidad. Los viajes fatigosos, las incursiones
a las tribus salvajes, las mayores fatigas y vejaciones se empren-
dan gozosamente, porque para esos frailes la vida era un ata-
miento que los privaba del bien divino y el martirio la nica
7
98 EL MUNDO DE LA LUZ

manera de quedar libertados. De unos hombres que moran por-


que no moran todo poda esperarse. Su amor a los peligros, su
desprecio a las riquezas y su autntica caridad cristiana les hicie-
ron acometer heroicidades y locuras en una escala desproporcio-
nada a su nmero y a sus fuerzas humanas.
Los indios no vivan al margen de esta corriente. A pesar
de que se les impeda entrar en religin, muchos de ellos hicie-
ron voto de castidad y renunciaron a sus esclavos haciendo
vida de santos. El viejo tronco a veces se adorna con las floreci-
llas de San Francisco. Un joven seor indgena edificado por la
vida del Santo de Ass, que ley en lengua mexicana, dio sus
bienes a los pobres, visti un sayal y pidi el hbito. N o le fue
concedido, pero alcanz a vivir devotamente en un rincn del
convento grande de San Francisco.
La fe de los indios era nueva y conmovedora. En el Diario
del Comisario Alonso Ponce se dice:

Vio tanta devocin en los indios, que dio por bien empicados los
trabajos padecidos por mar y por tierra, viendo en aquellos pobrecitos
la devocin tan inflamada como en los verdaderos cristianos de la
primitiva iglesia, y era cosa para alabar a Dios verles salir en proce-
sin y hincados de rodillas y llorando pedir la bendicin, ofreciendo
muchos ramilletes y guirnaldas hechas de flores odorferas, y pan y
fruta, huevos y gallinas, conforme a su posibilidad y pobreza.

En una noche pasada en Tlaxcala, los indgenas corrieron


caballos, vestidos de blanco, llevando hachas encendidas en la
mano, "todo con una devocin y alegra extraa". 1
La intensidad de la vida religiosa cargaba el acento sobre el
feudalismo del siglo XVI. N o era raro encontrar en las calles
a los penitenciados del Santo Oficio vestidos con el sambenito
implorando limosna a fin de pagar el rescate del hbito, y ver col-
gados en los muros de la catedral a manera de sombras adver-
tencias las corozas pintadas con diablos de los herejes que murie-
ron ajusticiados o de los que haban terminado de cumplir su
condena.
Los contrastes se ofrecen en todos los aspectos de la vida.
Buena parte de los metales preciosos extrados de las minas se
volcaban en las iglesias y monasterios de la Colonia. Slo Santo
EL MUNDO DE LA LUZ 99

Domingo, entre otros tesoros, posea una lmpara de plata de


trescientas velas y cien candilejas valuada en cuatrocientos mil
ducados; las joyas de que estaban cubiertas las imgenes, los
objetos A culto, las vestiduras sacerdotales, componan un mun-
do esplendoroso que no guardaba ninguna relacin con los en-
fermos y los mendigos que en las porteras esperaban la sopa
boba del convento, servida en un gigantesco perol por dos sucios
leges, ni con los indios cubiertos de harapos y descalzos, que
sentados en el suelo llenaban con sus salmodias dolorosas las
naves de los templos.
De cualquier modo, la religin era el nico lugar de unifica-
cin y concordia donde podan asistir, sin herirse, las divorciadas
clases sociales. El brillo ureo de los altares y el esplendor del
ritual eclesistico eran compartidos por ricos y pobres, por blan-
cos y por indios. En la puerta de las iglesias, sin importar mucho
que el noble tuviera un sitial en el presbiterio, terminaba la
desigualdad y los arbitrarios patronos se fundian en un solo
anhelo de redencin ecumnica.
Las riquezas materiales y el podero espiritual ilimitado de
la Iglesia hubieran logrado establecer en la Nueva Espaa la
resplandeciente Ciudad de Dios si en el Nuevo Mundo, como en
la Europa medieval, no lo hubiera impedido el demonio. Sus
muecas llenaban de pesadillas las noches oscuras de la ciudad;
sus blandas patas armadas con garras y sus alas de murcilago
cubiertas de escamas, fras y ciegas se movan incesantemente
para, estrangular al pecador. El hombre senta su presencia,
saba que lo acompaaba, camarada obligado, a lo largo de su
vida; que lo atraa sin cesar hacia abajo, hacia los abismos de
turbadoras seducciones, mas la conviccin de que su destino
estaba en manos de un demonio capaz de atraer las mayores
desventuras le daba fuerzas para no dejarse arrastrar del per-
metro de la luz, del mundo rescatado por la sangre de Cristo.

LA CARIDAD UNIVERSAL DE BERNARDINO ALVAREZ

Bernardino lvarez encarna en las Indias un tipo humano


caracterstico de Espaa: el del aventurero convertido en santo
cuya imagen esboza Mateo Alemn en El picaro Cuzmn de
A\\arachc. Una vida puede partirse en dos mitades como una
100 EL MUNDO DE LA LUZ

naranja. Una pertenece al Diablo y otra a Dios. En una, el


pecador se entrega a las legiones que atraen su alma hacia las
cavernas infernales; en la otra, el resucitado se ofrece al coro de
los ngeles y con ellos asciende, entre nubes y lluvia de plumas
encendidas, al trono deslumbrador del Altsimo.
A los veinte aos, la edad de los buenos inmigrantes, ms
confiado en su espada y en sus recios puos que en sus latines
estudiados mal y a la fuerza, sent plaza de soldado y se fue
al norte de la Nueva Espaa donde la guerra, al decir de su bi-
grafo el licenciado don Juan Daz de Arce, estaba "fiersima", 2
Para 1534, ao de su llegada a Mxico, las armas carecan de
atractivos. Se haba cerrado el ciclo de las grandes conquistas
y ni siquiera era posible enredarse en aquellas fciles y alegres
batallas contra los indios del Caribe que llevaban por broqueles
sus desnudas barrigas.
En el desierto Bernardino coma el rancho del soldado, bos-
tezaba de tedio acogido a los presidios construidos de troncos
de rboles y adobes; alguna vez escoltaba una recua cargada de
plata y sus batallas se reducan a correr tras de los indios invisi-
bles. De tarde en tarde un hombre del pequeo destacamento
rodaba con el gaznate atravesado por una flecha. Era eso vida?
Bernardino se cans pronto de ella y regres a la ciudad de M-
xico que a fines del xvi estaba "opulentsima". Todo cambi
en un segundo. Viva en los tugurios sin soltar las cartas de la
mano, abundaban los comelitones, las mozas de partido y tam-
bin las trampas y las cuchilladas.
El licenciado Juan Daz de Arce relata con visible repug-
nancia esta parte de la historia del Patriarca. El hroe de su
apologa, contrariando las seales evidentes de una futura san-
tidad, desciende a capitanear una banda de forajidos, y por
mucho que su bigrafo se esfuerce en suavizar asperezas y aun
llegue a calificar las aventuras de ese perodo como "travesuras",
la justicia, menos indulgente, mete a los doce bribones en la
crcel condenndolos "a que navegasen en los descubrimientos
de la China". "Parecile a Bernardino y a sus compaeros es-
cribe Arce en su estilo sentencioso que, aunque sea la China
tierra donde prueban bien los valientes, sin tanta navegacin
podran ejercitarse en la Nueva Espaa." Conclusin? La
EL MUNDO DE LA LUZ 101

fuga. De los doce, la justicia prendi a tres y los ahorca sin mu-
chas consideraciones. Entre tanto Bcrnardino lvarez se ha re-
fugiado en la casa de una mujer "no de Jeric, sino del barrio
de Necaltitln", que lo tiene muchos das escondido, le lleva
noticias de sus perseguidores y al ltimo le proporciona dinero,
armas y un caballo. Bernardino toma el camino de Acapulco,
embarca en una nao rumbo al Per y despus de una larga au-
sencia reaparece en la Nueva Espaa. N o es el mismo. Se fue
sin pelo en la cara, pobre y huyendo de la justicia, y regresa
barbado, serio y rico. Son dineros ms de treinta mil pesos
"dados de Dios", segn explicara luego, es decir, ganados no
con cartas marcadas ni con la espada, sino en el comercio indiano,
recorriendo los Andes, del Callao caliente al Cuzco fro donde
las arcadas espaolas y las tejas se levantan sobre las piedras la-
bradas de los palacios incaicos.
El mercader, deseoso de traer a la familia, escribe a su madre
envindole mil pesos. La vieja no necesita nada; tiene algn
dinero, la vida para ella carece de atractivos y quiere morir en
paz entregada a la oracin en su tranquila villa de Utrera. La
carta de la anciana, que Arce toma como el rayo que derrib
de su caballo a Saulo, est llena de consejos y recomendaciones.
Cuando Bernardino termina de leerla se encuentra en el prin-
cipio del buen camino. Podra edificar una casa, beber vino en
copas de plata, vestirse de brocado, pero en lugar de gozar de sus
riquezas, el indiano se corta el pelo, elige u n silicio y un sayal
y entra de sirviente en el hospital de la Pursima Concepcin
fundado por Hernn Corts. Diez aos largos transcurren cui-
dando a los enfermos, socorriendo a los pobres y a los presos.
Para un arrepentido vulgar aquel gnero de expiacin habra
sido suficiente. El hospital y la crcel suponen la otra cara de
la sociedad; all iban los indios casi deshechos, los mestizos des-
nudos, los ltimos bribones. Una vida no alcanzaba a remediar
tantos males. Bernardino lvarez, sin embargo, tiene la ambi-
cin de su tiempo y su ardiente caridad se proyecta a' todos los
necesitados. H a observado que los enfermos, al ser dados de alta,
o mueren en la calle o carecen de fuerzas para trabajar y sufren
graves privaciones. A fin de resolver el problema, con los restos
de su fortuna y dinero, que obtiene de limosna, erige el hospi-
102 EL MUNDO DE LA LUZ

tal de los Convalecientes. Y los ancianos, de quienes nadie se


ocupa? Y los nios desvalidos? Y los clrigos incapacitados?
Y los locos, llamados inocentes, que carecen de asilo? Bernardino
piensa en todos y compra un extenso terreno situado en la ve-
cindad de la iglesia de San Hiplito; l mismo trabaja de alba-
il, pide socorros, da de comer a los pobres, vela junto a los
enfermos, ensea a los nios las primeras letras.
El Creso del xvi, don Alonso de Villaseca, le promete cien
mil pesos a cambio del patronato de su asilo. Bernardino res-
ponde: "Dios es el patrono de esta obra, l dar con qu sus-
tentar a sus piedras vivas. No ha de tener esta obra otro patrn
que Dios".
Seguido de dos locos que llevaban un cesto, poda vrsele
por las calles de la ciudad tocando de puerta en puerta: "Den por
el amor de Dios para las piedras vivas de Cristo". Le llovan
donativos. Pan, dinero, ropas viejas, mantas, zapatos. En sus
manos todo se multiplicaba. Fund un nuevo hospital y una
hostelera destinada a los inmigrantes pobres en Jalapa. Una
recua de muas los conduca a Mxico librndolos del clima mal-
sano de Veracruz y se les socorra hasta que encontraban acomodo
en el hospital de San Hiplito, sobre cuya puerta principal estaba
esculpido un Eccehomo con esta frase: Dominus Providev'tt.
En la pared exterior, durante mucho tiempo se mantuvo una
sentencia que defina el espritu del asilo: "En este hospital
general sern socorridos todos los que estuvieren en alguna ma-
nera necesitados".
El 12 de agosto de 1584, a los setenta aos de edad y al
medio siglo de su estancia en las Indias, muri Bernardino l-
varez, el pecador arrepentido que tuvo el ferviente propsito
de "socorrer a todos los pobres del mundo". De l nos quedan
sus manos, unas manos grandes, fuertes y nerviosas, dobladas
con visible esfuerzo en actitud de orar. Como su vida, estas
manos se mueven en dos zonas opuestas. En una, la de las som-
bras, extendanse condiciosas y armadas hacia las cartas, el vino,
las mujeres y los cuerpos blandos de las vctimas; en otra, la
de la luz, tendanse protectoras e incansables sobre las cabezas de
los enfermos, los dementes y los desamparados. Alejadas volun-
tariamente de la violencia y de la sensualidad, su piedad y su
EL MUNDO DE LA LUZ 103

amor al hombre borraron las manos antiguas y quedaron las


nuevas en expresin de una caridad universal que habra de
salvarlo para siempre.
EL SIERVO DE DIOS, GREGORIO LPEZ

En el bravo Norte de la Nueva Espaa, un da de 1562 apa-


reci frente al capitn Pedro Carrillo de vila, dueo de una
hacienda cercana a Zacatecas, una extrasima figura. Se tra-
taba de un joven de "gentil disposicin", descalzo y vestido con
un spero sayal ceido a la cintura por una cuerda, que peda
alguna tierra para vivir alejado del mundo, y como precisamente
lo que abundaba en el Norte era la tierra, el capitn accedi
gustoso a la solicitud de aquel precoz anacoreta.
Ayudado por los indios construy una cabana. Dorma en
el suelo sobre una tabla, no coma carne sino maz y fruta que
cultivaba en un huerto o le llevaban los chichimccas; rehua
el trato con los espaoles y nunca fue a misa ni us escapula-
rios ni otros objetos propios de un devoto. Los soldados, que
de tarde en tarde cruzaban el desierto persiguiendo a los gue-
rreros indgenas, lo tomaban por un loco o por un hereje y se
burlaban de l dicindole: "A muerto me olis, hermano".
Casi no hay referencias de su vida en Espaa. Eremita a
los diez aos en las montaas de Navarra la mstica como la
msica es un don de los nios, paje de Felipe II a los doce, y
visitante de monasterios famosos, a los veinte, en el convento de
Nuestra Seora de Guadalupe se le revel su destino posterior y
se embarc a la Nueva Espaa. En Veracruz, apenas dej la
nao, distribuy su ropa entre los pobres "no lo atraan las an-
sias de las riquezas de los naturales" y pas una semana santa
a pan y agua en la casa de Luis Zapata. Muchos aos despus,
cuando Gregorio Lpez haba alcanzado renombre de santo, Za-
pata, radicado en Taxco, le escribi esta carta:
Avr veintinueve o treinta aos que viuiendo yo en la calle de
Tacuba, en Mxico, vino de Espaa, y pos en mi casa vn gentil hom-
bre, vestido de raja, y por ms seas, ayun aqueya Quaresma a pan,
y agua, llamauase Gregorio Lpez, dzenme que se llama V. M. as de
este nombre, hgame merced de esbriuir si es V. M. y de encomendar-
me a Dios.
104 EL MUNDO DE LA LUZ

Gregorio contest a su manera: "Yo soy el que V. M. dizc,


y har lo que me manda".
l mismo rode de un impenetrable misterio su vida ante-
rior. Su bigrafo, el padre Losa, cura de la catedral de Mxico,3
dice que naci en Madrid y se bautiz en la parroquia de San
Gil, perteneciente al real alczar. Con estos informes, su poca,
dada a los miterios y a las figuraciones poticas, construy una
leyenda que ha llegado a nuestros das sin perder su frescura.
Aquel joven anacoreta, al parecer cado del cielo, no era otro
que el prncipe don Carlos, el desdichado hijo de Felipe II, a
quien todos suponan muerto.
Los orgenes con que lo ungieron sus contemporneos corres-
pondan a la naturaleza peculiarsima de Gregorio Lpez. l se
diriga, para decirlo con las palabras de Esdrs que alguna vez
citara, a la "Ciudad, figuracin de la Gloria, donde no se puede
entrar sino por trabajos y peligros". El camino que tom fue
el de la soledad, el enfrentarse sin escape a las tentaciones. Los
primeros aos de su estancia en el Norte dejan traslucir el horror
helado de su lucha, pues combata con el diablo cuerpo a cuerpo
y los bramidos del Malo se oan claramente mezclados al au-
llido de los coyotes en las noches sobresaltadas del pramo.
Fue ante todo un ansioso de soledad, un verdadero lobo es-
tepario, y lo que de l sorprende es su razn, su conciencia des-
pierta, su desdn hacia todo consuelo, ya que no lo visitaban
los ngeles, ni se le conceda la gracia de los xtasis, ni recorra
los caminos trillados de la santidad sino el suyo propio, y aunque
entre su lucha con el diablo y los hombres l levantara murallas
de aislamiento, su vida fue la de un perseguido eterno.
A los siete aos de permanecer en el Norte, fray Domingo
de Salazar, un religioso que figura en todos los acontecimien-
tos del siglo xvi, logr convencerlo a fuerza de ruegos que to-
mara el hbito de los dominicos en el convento de Mxico. Gre-
gorio, como necesitara comprarse un sayal nuevo "y nunca
mendigaba ni peda cosa alguna", trabaj en una hacienda hasta
ganar lo necesario y luego emprendi a pie el largo y peligroso
camino.
En Santo Domingo los frailes lo aceptaron gustosos, pero
Gregorio entendi que su vocacin lo llevaba a la soledad y
EL MUNDO DE LA LUZ 105

pronto abandon el convento. Esta fuga no supona una re-


nuncia a vivir en el mundo, porque desde nio estuvo en l como
un extranjero. Segn su propia confesin, una confesin que
en cierto modo constituye la clave de su vida, "nunca haba sido
nio en sus costumbres". A semejanza de San Benito San
Bendito, un prototipo humano que condicion en la Edad Me-
dia el perodo de la senectus, Gregorio Lpez ya era viejo en la
cuna. 1 Una profunda serenidad, un deseo de mantenerse apar-
tado de los hombres y un carcter grave y silencioso, natural
en algunos ancianos, fueron sus rasgos esenciales en Espaa y en
Mxico.
Perteneciente a una poca discurscadora y polemista, nunca
hablabla si no era antes preguntado, y al proponerle cierto fraile
un tema de las Escrituras como asunto de discusin, respondi
"que no disputaba ni saba ms de lo que Dios le daba a enten-
der". Cortaba y meda sus razones, de modo que ni sobraban ni
faltaban palabras . . . N o exageraba, no encareca." Escuchaba a
los que posean el don de la palabra y le deca a su bigrafo:
"Padre Losa, yo veo que muchos hablan bien, obremos bien nos-
otros".
N o tena una gran opinin de s mismo. U n obispo que lo
visit opin que era un "loco insensato". " N o me maravillo
aadi razonando el duro calificativo, pues que sin ser pre-
guntado, no haya querido hablar, y no hablando no haya dado
muestras de quien es."
Gregorio Lpez, informado del juicio del obispo, hizo este
comentario: "Lo mismo me pensara yo si viera un hombre de
mi talle".
Tema ser conocido de los hombres y hua de ellos cuantas
veces le era posible, mas los hombres lo acosaban. El no asistir
a misa, ni tener imgenes sagradas, ni incurrir en las devociones
oficiales, le valieron persecuciones. La Huasteca, Atlixco, el
santuario de Nuestra Seora de los Remedios, el hospital de
Huaxtepec fundado por Bernardino lvarez, y San Agustn de
las Cuevas, lo vieron llegar y marcharse importunado en busca
de un nuevo asilo. Se le llamaba hereje, luterano y judo, la
Inquisicin le mandaba agentes; unos frailes, "no de los ms
doctos", pensaron que su sabidura impropia de su juventud
106 EL MUNDO DE LA LUZ

era cosa del diablo, y el arzobispo Moya de Contreras lo someti


a diversas pruebas de las que sali victorioso. "Despus de ha-
ber puesto Satans todo su podero en oscurecer la vida y fama
deste gran siervo de Dios opin el obispo de Guadalajara,
siempre sala como oro del crisol mas purificado y resplande-
ciente." De los enviados por Moya de Contreras, el padre Losa
dej su curato con tal de seguirlo y el jesuta Alonso Snchez
le confi a su bigrafo: "Por cierto, seor, que en comparacin
de este hombre yo no he comenzado el A B C de lo espiritual".
Se le crey dotado de ciencia infusa. En realidad, lea mucho.

Fue aficionadsimo a libros comenta Losa y los procuraba cui-


dadosamente. Tvolos siempre prestados y por grandes que fuesen los
volmenes, ledos, los volva a los tres o cuatro das. El modo de
leerlos era raro y una cosa ms que natural y al modo de la compren-
sin anglica.

En la rapidez con que lea no haba ningn misterio. El


mismo anacoreta le confes a fray Jernimo de Ocampo "que
slo lea el argumento de los captulos y si en algunos hallaba
doctrina de que no tuviese noticia lo lea; si estaba bien en la
materia pasaba adelante".
Saba latn, sin haberlo estudiado en las escuelas, cosmogra-
fa, historia es autor de una Cronologa universal, geografa
y astrologia; fue consumado calgrafo y acerca de sus conoci-
mientos teolgicos el Arzobispo-Virrey don Pedro Moya de Con-
treras, despus de consultarle un difcil problema, declar:
"Nunca entend que supiera tanto".
N o gozaba de buena salud. En la Huasteca enferm del
estmago la enfermedad de los msticos, y en Huaxtepec,
donde escribi su Tratado de medicina o Secreto de las plantas
medicinales de la Nueva Espaa, un tabardillo, "diagnosticado
tardamente", le acarre graves y constantes padecimientos. 5
El 22 de mayo de 1589, se recogi, para no abandonarla
ms, en la pequea casa que haba edificado don Vasco de Qui-
roga en la vecindad de su hospital de Santa Fe. El padre Losa,
su compaero de eremitorio, nos ha dejado una detallada rela-
cin de la vida que haca Gregorio. Al amanecer abra su ven-
tana, se lavaba la cara y las manos y lea su Biblia por un cuarto
EL MUNDO DE LA LUZ 107

de hora. A pesar de que se la saba de memoria, no dej de


estudiarla nunca y poco antes de morir lamentbase con el anti-
guo cura de la catedral: "Diez das ha que no leo la Biblia y
no me acuerdo de haber dejado de leer en ella otro tanto des-
pus que sal a la soledad". Luego cerraba el libro santo y se
hunda en sus habituales meditaciones. En punto de las once,
sala llevando su jarro de agua, coma, charlaba y a la cada
de la tarde volva a su celda. La circunstancia extraa de que
slo durmiera dos o tres horas y la noche se la pasara despierto
y a oscuras desde sus primeros das de anacoreta intrig al padre
Losa, quien un da le pregunt qu haca sin leer toda la noche.
"Mi ejercicio interior coment el ermitao no tiene depen-
dencia de esta lumbre material, sino de la espiritual, que ni de
noche ni de da me falta."
Todos los esfuerzos realizados para penetrar en el gran secre-
to de sus xtasis fracasaban. El obispo de Filipinas, fray Do-
mingo de Salazar una vez trat asimismo de averiguar en qu
consista la naturaleza de sus inexplicables meditaciones. Gre-
gorio, segn era su costumbre, respondi con una de sus breves,
enigmticas sentencias:
"Amar a Dios y al prjimo."
"Verdaderamente exclam el obispo irritado, estas mis-
mas palabras me dijo en Amaxac, ahora veinticinco aos."
"Siempre he dicho esto dijo Gregorio, impasible, aun-
que hay diferencia de la obra de entonces a la de ahora."
La doble vida de Gregorio, sus raptos que lo aislaban del
mundo circundante, preocupaba mucho a sus contemporneos.
Durante su estancia en el hospital de Huaxtepcc, el hermano
Esteban de Herrera contaba que con frecuencia, al llamarlo para
comer, lo encontraba sentado, de pie o de rodillas, perdido en s
mismo. Despus de mucho insistir, preguntaba: "Qu quie-
res?", y slo al cabo de un rato despertaba y se dispona a
seguirlo suspirando: "Bendito sea Dios!" Vuelto a su vida in-
terior, el paisaje, con sus aguas y montes, slo una vez le llam
la atencin, y Losa, el hombre que asista de cerca al impenetra-
ble misterio de sus arrebatos, escribi que no poda decir si lo
que haca "era oracin, si era meditacin o contemplacin, si
era de cosas tristes o alegres".
IOS Et MUNDO DE LA LUZ

Su fama, una fama nunca tan varonilmente rechazada, se


extenda por toda la Nueva Espaa. Altos funcionarios, hom-
bres de letras, dignatarios eclesisticos, el propio virrey don Luis
de Velasco el Segundo, acudan no slo a visitarlo sino a pedirle
consejo.
Las cartas del virrey merecan respuestas como stas que ha
conservado su bigrafo: "Har lo que en sta se manda" y sus
relaciones con el virrey deben haber concluido ante la insisten-
cia del anacoreta para que se abstuviera de visitarlo. A los
muchos que le exponan el motivo de sus humanas aflicciones,
slo les deca: "Amanecer y medraremos".
El 20 de julio de 1596, a los 54 aos de su vida y a los
treinta de habitar en soledad, amaneci al fin para Gregorio L-
pez. Hasta el ltimo da rechaz el menor convencionalismo. Ya
agonizante se le pregunt si quera la candela del bien morir a
fin de ver claro en las tinieblas que lo circundaban y dijo:
"Tcdo es claro, no hay secreto, medioda es para m " . Al con-
cluirse la lucha, el iluminado apart con sus manos desfalle-
cientes la luz que Goethe solicitara afanoso en su agona. Un
grabado impreso en Roma el ao de 1740, con motivo de su bea-
tificacin, nos muestra al Servi Dci Pritni Anachoretae de las
Indias Occidentales sostenido por dos ngeles. Est de rodillas
sobre una roca, vestido de sotana, y un rosario el que nunca
repasaron sus dedos pende de su cintura. Es el hombre cuya
ascensin se detuvo en un modesto peldao de la jerarqua ce-
lestial, una figura secundaria a la que no corresponda la gloria
resplandeciente de los santos.
A Gregorio Lpez no debe vrsele rodeado de ngeles, en
la pompa de la Roma barroca que evoca ese grabado, sino en un
viejo leo de nuestro Museo de Historia donde aparece solo,
vestido con un sayal negro parecido en un caftn turco, que se
destaca como una sombra sobre las tinieblas del fondo; tiene
los brazos cruzados, est de pie, y su figura delicada pero llena
de firmeza parece aguardar con helada resolucin la inminente
acometida del demonio. El pelo, el bigote de cadas guas y la
barba enmarcan la frente, la nariz, los pmulos que vuelven
ms salientes las hundidas mejillas. Sus severos ojos cargados
de sombras completan la dignidad glacial, el duro misticismo de
EL MUNDO DE LA LUZ 109

este hombre extrao que conserv intacto, en tierra de retri-


cos, el lema de su vida: Sccretum, mcum mihi.

FELIPE DE JESS, EL SANTO CRIOLLO

Felipe de Jess tuvo el mismo origen de numerosos criollos.


Su padre, Alonso las Casas, hidalgelo castellano archipobre,
andaba en Sevilla deseoso de pasar a las Indias y all tropez
con Antonia Rodrguez, hija de un sastre vecino de la estrecha
calle de Tintores, donde las comadres se despellejaban tirndose
del pelo de balcn a balcn. El J de noviembre de 1570 se
casaron en el Sagrario de la Metropolitana y parte de su luna
de miel transcurri en el mar, a palo seco o a trapo tendido y
con ms movimiento del necesario.
Asentado en Mxico, el matrimonio prosper. Alonso una
al cargo honroso y nada lucrativo de calificador del Santo Oficio
el suculento de mercader y proveedor de las naos de China. Se
le vea siempre a caballo seguido de recuas y caporales, entre la
ciudad de Mxico y el puerto de Acapulco, despachaba barcos
cargados de plata, prestaba dinero y traficaba con los productos
coloniales de las naves que venan del Per y de Guatemala o
con las frgiles porcelanas, las sedas, los marfiles y las especias
de Tidoro, Ofir y Macao.
A este ambiente, mitad oriental, mitad indiano, propio del
mexicano de la meseta que no viva de espaldas al mar, perte-
neci Felipe. Su familia distinguase por su extremada religio-
sidad. De sus hermanos varones, uno fue franciscano; otro,
agustino, muri abatido a flechazos en las Filipinas; de las mu-
jeres, dos fueron monjas, y el mismo Felipe a los diecisis aos
se refugi en el convento poblano de Santa Brbara.
Recin entrado sufri la tentacin del diablo. Sin duda era
un diablo inventado por los bigrafos barrocos del xvm porque
se vali de una idea falseada en que la soberbia, el pecado de-
monaco por excelencia, el pecado de Luzbel y Adn, el pecado
en fin de sentirse Dios, quedaba expresado en esta pueril y gro-
tesca advertencia, dicha al odo del novicio: "En verdad eres
soberbio en considerarte capaz de llevar ese sayal. Crees t
que puedes llevar el hbito, cuando varones tan grandes y tan
110 EL MUNDO DE LA LUZ

santos no lo han vestido? Esta tu presuncin te destruir y por


tu gran soberbia te condenars."
La tentacinay, San Antonio!, posiblemente, revisti
formas mucho menos teolgicas ya que se trataba de un adoles-
cente. Mientras Felipe deba vestir un burdo sayal, rezar a toda
hora y arrastrar una existencia miserable, los criollos de su edad,
ataviados con sedas y plumas, divertanse de lo lindo, asistan a
los festines y hacan caracolear sus caballos frente a las venta-
nas de las doncellas hermosas. El contraste lo decidi. Con
sencillez de los arrepentidos est lleno el Reino de los Cielos,
colg el sayal en un clavo de su triste celda y volvi a la casa
paterna.
Felipe, al salir del convento, se hizo aprendiz de platero. A
semejanza del Periquillo Sarniento, modelo de criollos, todo lo
que le ofrece su medio lo prueba desganadamente. En el fondo
no le interesaba la vida religiosa, ni la orfebrera, ni los cargos
modestos, sino los amoros, las cabalgatas y las diversiones. De
los familiares era su madre la nica que confiaba en el guapo
mozo, Su irrazonable fe la llevaba a creer ciegamente en el hijo
y a rezar sin descanso porque las potencias celestiales se dignaran
coronar su mala y encantadora cabeza con la aureola de los
santos.
Una criada negra, cuyo nombre no han recogido las histo-
rias, amante de soliloquios y de reflexiones morales, se mani-
festaba francamente pesimista acerca de la posible conversin
de Felipe. Ante una seca higuera que se alzaba en la mitad del
patio, uno de esos palos que las familias conservan como a los
perros viejos en recuerdo de sus antiguos servicios, la negra se
detena con frecuencia y moviendo la cabeza deca en alta voz:
"Felipillo, Santo? S, cuando la higuera reverdezca, cuando la
higuera reverdezca".
El padre, que no crea en la enmienda de Felipe ni en la
resurreccin de la higuera, decidi mandarlo a China: "Anda,
hijo. Ve a mercar a las Islas para que hagas fortuna y la goces
con la bendicin de Dios y la nuestra". 6 La decisin del mer-
cader se apoyaba en buenas razones. Las Filipinas eran, como
cien aos atrs haban sido las islas del Caribe, el campo ideal
en que las almas mostraban sus virtudes y sus flaquezas. El
EL MUNDO DE LA LUZ 111

bueno se transformaba en santo, el malo en diablo, el soldado


en hroe y el aventurero en millonario no con el perezoso ritmo
de la normalidad sino de una vez y para siempre.
Felipillo, de 1590, fecha de su desembarco en Cavite, a 1593,
vivi la pequea, oscura novela de los inmigrantes jvenes. "Ma-
nila confiesa el mejor y ms liberal de sus bigrafos era,
para un soltero de veinte aos, el mejor sitio de la tierra". 7
Mejor que Cuba y Panam con sus mujeres africanas y mejor
que Mxico con sus mulatas resplandecientes de brocados y per-
las. Tagalas y cambodias medio desnudas, chinas sabias y per-
versas, y moriscas dueas de una lascivia sustantiva y ardiente,
formaban el mundo cariialis, el misterioso y prohibido conti-
nente de la lujuria donde los perfumes, la libertad y el frenes
se ordenaban bajo un signo desconocido en las grandes ciudades
catlicas de las Indias.
De estos aos no queda una palabra de Felipe, un ademn,
que no hayan sido borrados cuidadosamente de las piadosas bio-
grafas. La huella de su existencia desaparece en Manila para
surgir de nuevo, sin transicin, en la imagen de un hombre arre-
pentido y lloroso que le dice, de rodillas y sollozante, a un fran-
ciscano del convento de Santa Mara de los ngeles: "Padre, te
ruego me recibas en la orden; estoy dispuesto a sufrir todas las
pruebas y adversidades que quiera Dios enviarme por mis peca-
dos". El 22 de mayo de 1594 hizo los votos solemnes y visti
el spero sayal que tanto le molestara en Puebla. Las crnicas
franciscanas recuerdan a un pequeo novicio que se pasaba las
horas muertas oyendo cantar a los frailes en el coro o sirviendo
con humildad y alegra a sus hermanos enfermos.
Llegadas las nuevas de la conversin, su padre, Alonso las
Casas, movi a sus amigos los inquisidores para que a Felipe se
le autorizara profesar en Mxico, y obtenido el permiso nues-
tro criollo andariego, no sabemos si con su voluntad o sin ella,
embarc en Cavite el 12 de julio de 1596 a.bordo del galen
San Felipe.
Su vida, hasta el momento de iniciarse la travesa del Pa-
cfico, es una vida normal. A nadie extraaba que un criollo
atolondrado se largara a las Filipinas ni que arrepentido de sus
pecados tratara de salvar su alma hacindose fraile. El Ocano
112 EL MUNDO DE LA LUZ

Pacfico, aunque hoy nos parezca increble, fue un poco el Me-


diterrneo de Mxico, y en la sociedad colonial abundaban los
aventureros y los pecadores arrepentidos. Se requera cierta-
mente una conquista ruidosa o un sacrificio excepcional para
alcanzar la fama. Las indecisiones de Felipe, sus aventuras, ms
privadas que pblicas, su corta y sencilla vida monacal, el ano-
nimato casi absoluto en que haba transcurrido su juventud,
antecedentes que difcilmente explicaran un modo violento e
inesperado de ganar la santidad, quedaron olvidados en Manila,
y sus bigrafos, a partir de la hora en que pisa la cubierta del
San Felipe, trabajan activos porque su destino sea el impo,
doloroso y resplandeciente de los mrtires y de los elegidos.
A los pocos das de navegacin el tranquilo ocano arrug
el entrecejo. La nave, sobrecargada llevaba un milln y medio
de pesos en mercancas, se hunda en las olas, anegndose.
Perdido el rumbo, a oscuras, escuchando el aullido del viento,
marinos y frailes, salan de un huracn para meterse en otro,
"con la muerte en el ojo". Uno de los franciscanos que viajaban
en el galen, el famoso Juan Pobre, so cierta noche que. los
tripulantes, a excepcin hecha de los grumetes y de los escla-
vos, estaban condenados,, y al da siguiente, subido en el com-
bs, pronunci un sermn agorero. "La ira de Dios slo podra
calmarse por medio de penitencias", afirm el religioso, y dando
el primero un ejemplo inmediato, alzse los hbitos y se azot
cruelmente a la vista de todos. El 18 de septiembre, el tifn
desgarr las velas, y se llev las jarcias, los palos, el castillo de
proa, los fogones y las cubiertas; el 19 mejor el tiempo y pu-
dieron verse las caras: "Apenas se conocan unos y otros y aun
a s mismos, segn lo bien parados que quedaron".
El 5 de octubre, despus de sufrir nuevos temporales, la vi-
sin de una gran cruz celeste que pareca erguirse sobre la
costa japonesa, decidi al capitn don Martn de Landecho a
buscar un refugio en el puerto de Urando. Al principio las
cosas marcharon bien. Chokosabe, el gobernador de la provin-
cia, hizo remolcar el averiado San Felipe, visit oficialmente al
equipaje desplegando una pompa oriental, y orden rescatar las
mercancas depositndolas en el muelle bajo el cuidado de sus
guardias, pero ms tarde procedi a decomisarlas alegando que
EL MUNDO DE LA LUZ 1U

no se las devolvera sin la debida autorizacin del emperador


Taico Sama.
El Japn viva entonces una poca de terribles desastres.
Los temblores haban arruinado sus ciudades y en uno de ellos,
que derrib el alczar de Taico Sama, sus galeras y salas "ta-
chonadas de oro", matando a setenta de sus mujeres, el Empera-
dor se salv echndose desnudo de la cama.

Qued el desventurado como atnito dice un cronista, y con


tan gran melancola que no haba quien osase mirarle la cara; mas no
por ello se movi a conocer la poderosa mano de Dios que le daba
aquellos golpes para disprtale del profundo letargo de su infidelidad."

Estas seales, que los historiadores de Filipinas interpretaron


como anuncio de las prximas tragedias, se mezclaban en el
nimo de Taico Sama al recelo con que observaba la penetracin
del cristianismo en su Imperio.
Nagasaki, sede de los representantes de Espaa y Portugal,
era ya el ms activo centro evangelizador del extremo Oriente.
Los jesutas, protegidos por u n breve del Papa Gregorio XIII
que les conceda el monopolio de la evangelizacin, haban lo-
grado convertir a ocho mil japoneses, gozaban de consideraciones
en la corte un miembro de la Compaa, Pedro Martnez,
era el obispo y luchaban sin cuartel contra los franciscanos
que trataban de intervenir en la recoleccin de aquella copiosa
mies, valindose de todas las armas. El obispo haba mandado a
los conversos japoneses que no asistieran a las iglesias de los
franciscanos por estar excomulgados y publicaban

que nuestros religiosos escribe un cronista de la orden serfica


eran gente vil y baja; que no tenan cortesa ni poltica y que su vida
era de pobretones, que olan mal y andaban llenos de mugre; y que no
tenan salas ni recibimientos, ni aderezos para recibir a los seores y
gente principal, y otras cosas semejantes . . . "

Landecho, en Urando, estaba desesperado. Haba nombrado


a fray Juan Pobre, al agustino Juan Tamayo y a Felipe de Jess
representantes suyos ante el Emperador para gestionar la devolu-
cin del cargamento y presionaba sin diplomacia al gobernador
Chokosabe, amenazndolo con la venganza del Rey de Espaa, a
8
114 EL MUNDO DE LA LUZ

quien llamaba de continuo, y visiblemente complacido, "el ms


poderoso seor del mundo". Taico Sama, enterado de estos des-
ahogos l se crea descendientes de los dioses y dueo absoluto
del universo, no se dign siquiera recibir a los enviados de,
Landecho, por lo que Felipe, en compaa del aclito japons
Toms Cozaqui, de Osaka march a Kioto con el objeto de aco-
gerse al pequeo convento franciscano de Santa Mara de los
ngeles.
El 8 de diciembre, el Comisario fray Pedro Bautista, los
religiosos y los cristianos japoneses quedaron presos en el in-
terior del convento. A Felipe, por haber fungido de embajador,
le ofrecieron la libertad, mas la rehus orgullosamente diciendo:
"No quiera-Dios que mis hermanos estn presos y que yo me
vea suelto; ser de m lo que fuere de ellos".
1 da 30, hallndose la comunidad rezando vsperas en el
coro, se present el funcionario Xinaboxo con orden de llevarlos
a la crcel. El Comisario, un religioso que tena una idea ele-
vada de su misin, demostr una gran entereza. En tanto que
los soldados los ataban cantaron ante el altar de la iglesia el Te
Deum Laudamus y el Te Deum Confitemur, y al salir entonaron
el hermoso himno O Gloriosa Domine.
De la crcel en la que se hallaban fray Martn de la Ascen-
sin, del convento de Osaka, tres japoneses de la tercera orden de
San Francisco y tres jesutas, hechos prisioneros la vspera, se
les condujo al patbulo y se le cort la oreja izquierda. Felipe
al ser mutilado exclam gozoso: "Ya estoy marcado por Cristo.
Aunque el tirano me mandase dar libertad, no la admitira",
y el nio Cozaqui, levantando del suelo su ensangrentada oreja
y mostrndola en alto, le grit al verdugo: "Corta ms; hr-
tate bien de sangre de cristianos".
El calvario de Kioto a Nagasaki dur treinta das. Fueron
treinta das mortales de sufrimientos y de vejaciones. Andaban
en pleno invierno descalzos y con los hbitos desgarrados,
muertos de hambre y de fro. La gente los cubra de insultos,
de piedras y de escupitajos y cuando uno de ellos caa en la
nieve, los guardias lo alzaban a palos y los campesinos le lle-
naban la boca de hierbas heladas llamndolo bestia. Fray Pedro
Bautista les daba valor a los desfallecientes: "nimo, hermanos,
EL MUNDO DE LA LUZ US

que ste es el camino real por donde se poblaron las sillas del
cielo". Frente al pequeo grupo de mrtires un soldado llevaba
en un asta escrita la sentencia imperial:
Por cuanto estos hombres vinieron de los Luzones con ttulo de
embajadores, y se quedaron en Kioto, predicando la ley de los cristia-
nos, que yo prohib los aos pasados, mando que sean justiciados
juntamente con los japoneses que se hicieron de su ley. Y as estos
veinticuatro sern crucificados en Nagasaki. Y vuelvo a prohibir la
dicha ley en lo futuro, porque venga a noticia de todos; y mando se
ejecute. Y si alguno fuera osado a quebrantar este mandato, sea
castigado con toda su generacin. El primer ao de Keycho, a los
diez das de la undcima luna.1"
En Nagasaki, el da en que deba ejecutarse la sentencia, los
padres Rodrguez y Passi confesaron a los veintisis condena-
dos dos se haban sumado en el camino y los acompaaron
hasta la colina sembrada de trigo en que estaban dispuestas las
cruces. La cruz japonesa era distinta de la cristiana. Montaban
al ajusticiado en un travesano central y se le suspenda de cinco
argollas. Dos retenan los pies abiertos a los extremos del ma-
dero, dos sujetaban los brazos y la quinta cea el cuello de la
victima. En cuanto Felipe vio la cruz que se le haba asignado,
corri hacia ella diciendo: "Oh dichoso navio! Oh dichoso ga-
len San Felipe!, que te perdiste para que se ganase Felipe.
Oh prdida, no prdida para m, sino la mayor de las ganan-
cias!" "
Este ingenioso juego de palabas un tanto impropio del mr-
tir, se tomara como una colaboracin posterior de sus bigra-
fos si no supisemos la forma en que gustaban de hablar los
criollos. Felipe mostr una conmovedora fidelidad a su lenguaje
natal aun en el momento solemne de morir por su fe en medio
de una muchedumbre pagana. El forzado y elaborado retru-
cano era en l una segunda naturaleza y la llev consigo al
Japn, sin que las circunstancias dramticas de su martirio lo-
graran alterarla.
Al clavarse la cruz en el suelo el joven novicio resbal y
qued suspendido del cuello. Ahogndose, con las piernas y los
brazos desollad os, entendi que iba a desmayarse, lo cual restaba
mrito a su martirio y rog se le enderezara. El verdugo cnton-
116 EL MUNDO DE LA LUZ

ees le asest un lanzazo en el costado derecho atravesndole el


hombro izquierdo. Felipe slo alcanz a decir: "Jess, Jess,
Jess", cuando una segunda lanza se le hundi en el costado
izquierdo salindole por el hombro opuesto. Ya muerto, le die-
ron un tercer lanzazo, esta vez en el cuello, y su cuerpo qued
tal como figura en su capilla dorada de la catedral, prendido
en la cruz por dos lanzas finas y simtricas.
Los jesutas confesores se afanaban en el trigal auxiliando
a los moribundos, y el obispo, a quien se le oblig a permanecer
en su casa, desde una ventana contemplaba la escena repartiendo
bendiciones.
El 13 de febrero de 1597, es decir, el mismo da en que la
cabeza de Felipe se inclinaba tronchada como un lirio sobre los
trigos del Nagasaki, el aya negra sali al patio y, hallando las
ramas secas de la higuera cubiertas de hojas afelpadas y tiernas,
aturdi la casa con sus gritos alborozados: "Seora, la higuera
ha reverdecido! Felipillo Santo! Felipillo Santo!" En ese mi-
nuto se inici la gloriosa carrera de Felipe, la nica figura que
Mxico ha podido encaramar en los altares. Como Cuauht-
moc, nuestro ms grande hroe civil, este otro hroe de la Iglesia
no es ms que un desenlace. Un martirio nada comn lo sac
de su anonimato y le otorg la elevada jerarqua de que dis-
fruta en el Ciclo. Es mexicano, criollo y nativo de la ciudad,
santo patrono de los plateros, el gremio nacional por excelencia,
y a las devotas les gusta desde hace siglos debido a su mocedad,
a su guapura, a su paisanaje y a que en tierras extraas se port
como el mejor de los santos se hubiera portado. Invencin de
un pueblo necesitado de afirmaciones, no le llama San Felipe a
secas sino con el diminutivo familiar de Felipillo Santo, le cuelga
leyendas y lo atava con un ropaje de sueos y esperanzas que
en vano sus bigrafos se empean en quitarle. Momificado a
fuerza de ramploneras eclesisticas, un poeta de los veinte a
quien angustiaba el porvenir de Mxico lo rescat de las jacu-
latorias comerciales en que yaca sepultado, dejando este verso
extrao al pie de su barroco altar de la Catedral:

Te dar frente al higo y al obs


un higo San Felipe de Jess.
V: EL M U N D O DE LAS TINIEBLAS
Quiere usted decir...? Piensa usted que fu... el De-
monio?
Quin mis desea la degradacin y destruccin de la raza
humana?
Ainous HUXIKY

A L DESCUBRIRSE Amrica y quedar incluida como parte de!


mundo cristiano, se advirti con horror que no era en modo
alguno la dulce tierra virginal exaltada por Cristbal Coln,
donde los hombres, en estado de naturaleza, vagaban nocentes
y desnudos a travs de un risueo paraso. En la otra ribera
del Mare Tcnebrosum, oculta hasta entonces a la curiosidad de
Occidente, esperaba a los espaoles el diablo, el inconfundible
personaje que ellos haban credo dejar a sus espaldas entregado
a la lucha por impedir que el reino de Dios se estableciera en sus
viejas ciudades. ste era, quiz, el mayor y el ms turbador
secreto que el descubrimiento de Amrica haba revelado. Sa-
tans en persona desde los das del pecado original se haba
adueado en forma absoluta no slo de un pueblo o de una
nacin, sino de todo un mundo.
Sahagn, un fraile que vino muy joven a este lugar de
abominacin, llenaba el convento de Santiago con sus lamen-
taciones:
{117]
118 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

Qu es esto, Seor Dios clama al Cielo retorcindose las ma-


nos, que habis permitido, tantos tiempos, que aquel enemigo del
gnero humano tan a gusto se enseorease de esta triste y desamparada
nacin, sin que nadie le resistiese, donde con toda libertad derram
su ponzoa y todas sus tinieblas?

" U n pueblo en poder de Satn". 1 U n pueblo, una natura-


leza que se hallan impregnados, contaminados, casi hechos sustan-
cia demoniaca.
El diablo era Tezcatlipoca por su cojera lo reconoceris,
el Dios negro que se confunda con las tinieblas de la noche; era
Huitzilopochtli, la deidad de la guerra, y era Tlloc, el agua
remansada, el agua de las nubes, el agua que desciende a la tierra
y el agua que llevan los arroyos y los ros: era tambin el
inventor de las redes y de la cermica y el domesticador del
maz; encarnaba en las mujeres muertas de parto que burlaban
a los maridos, tena pacto con los reyes, los hechiceros y los
mdicos y haba creado la antropofagia, el rito suntuoso y cruel,
la cancin y la danza. El rebao indiano ostentaba en las carnes
su marca, la seal de su posesin y a esta ley no escapaban ni los
recin nacidos.
Con mal pie entr el Nuevo Mundo en la historia universal.
Un crimen de origen, un estigma infamante lo ofreca man-
chado, envilecido y despreciable a los ojos de sus descubridores.
Nada poda alegar en su defensa. Su$ dioses eran dolos hechos
a imagen y semejanza del demonio; sus fiestas, orgas diabli-
cas; sus creencias, "enajenacin y locura".
Ningn caballero feudal, ningn fraile misionero pudieron
imaginar nunca una tierra ms propicia a la aventura y a la
cruzada que la tierra de Mxico. El guerrero instrumento de
Dios se yergue sobre los estribos y avanza entre la selva hir-
viente de herejas. Cada mandoble de la espada derriba en tierra
a un diablo, cada bote de lanza extermina a un pecador contu-
maz, pues "el castigo del indio por su pecado, la purificacin
total de su culpa, slo se alcanza en la destruccin de su civi-
lizacin y en la muerte de sus dioses".* "Tal parece comenta
Luis Villoro que todo el sentido de la historia americana
hubiera sido esperar a que Dios tuviera a bien tomarla en cuenta
para sus universales designios."
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 119

Concluida la conquista providencial la fase previa y obli-


gatoria de la conversin, se dej el campo a los misioneros.
La mies era excesiva para el nmero de segadores. Arreman-
gndose el hbito y empuando en una mano el crucifijo y en
la otra los Santos Evangelios, el pequeo ejrcito de soldados de
Cristo se intern por la apretada muchedumbre de paganos
dejando caer en sus cabezas oscuras y vencidas raudales de agua
bendita y de exorcismos adecuados. Las consecuencias del fer-
vor apostlico pronto se hicieron visibles. Los atrios conventua-
les rebosaban de conversos entusiastas, los mismos indios tenan
a su cargo, como parte del programa escolar, la destruccin
de los templos, y Sahagn "nos cuenta ingenuamente cmo
caan los nefitos sobre sus compatriotas paganos y cmo amo-
rosamente metanlos a palos en el Cielo". 3
La embriaguez de esta victoria sin precedentes en los anales
del cristianismo no impidi a los ms sagaces misioneros darse
cuenta de que el diablo conservaba, a pesar de todos los esfuerzos
empleados en combatirlo, una parte considerable de su antiguo
poder. Bajo las apariencias conmovedoras de una nueva fe, el
sentimiento religioso del indio permaneca inalterable y el lazo
que lo ataba al dominio no haba logrado romperse. Mezclados
con manifiesta impudicia a las imgenes catlicas figuraban los
dolos, o muchas veces, cuando el culto pblico se haca impo-
sible, los constructores de iglesias ocultaban a sus dioses en el
interior de los altares, en el mismo lugar donde se realizaba la
trasmutacin de las especies en la carne y en la sangre de Cristo.
Los cnticos de los ritos sanguinarios, esos cnticos enseados
por el diablo que sonaban llenos de tristeza melanclica en los
odos espaoles, continuaban oyndose de modo irremediable
mezclados a las ceremonias de la Iglesia, y las danzas agotado-
ras estallaban con su frenes de plumas y de joyas al menor
pretexto. Otras veces "el manto azul de la Virgen encubra a
Tonantzin, la Chihuacatl madre de los dioses; veneraban las
arrugas de Tocitzin en las que mostraba Santa Ana y a Tepoch-
"i> su gran Tezcatlipoca, siguieron adorando so capa del casto
evangelista". 4
Se destruan a diario numerosos dolos, pero en la mayora
de los poblados los indios trataban de salvarlos ocultndolos en
120 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

sus casas o llevndolos a los montes. Habia indios que viajaban


con sus dolos cuidadosamente envueltos en mantas, y sabemos
de un mercader que posea un gran dolo que nunca desataba
"porque deca que quien lo desatase morira". 4 Era una sensibi-
lidad irreductible. Aquella entrega apasionada a los dioses, aquel
clima de sacrificios extremos y de vigilias incesantes, la asocia-
cin de la divinidad a los fenmenos de la naturaleza, deben
haberse exacerbado con la persecucin y la crueldad desatadas
por los espaoles.
De un modo o de otro los indios mantenan vivo el culto
a sus dioses, a sus hechiceros y a sus mdicos. Los magos ha-
bitaban desnudos en cuevas misteriosas, se alimentaban de hier-
bas, practicaban la castidad "y, a la manera de los frailes, usaban
un cerquillo en la cabeza". 8 Los mdicos ejercan abiertamente
su profesin sin ser peseguidos. Poda vrseles a diario en los
tianguis rodeados de sus hierbas, de sus pjaros disecados, de sus
amuletos y de sus brebajes con los que causaban la muerte o la
locura.
Nadie presenci nunca las noches de Walpurgis brbaras que
tenan lugar en la profundidad de las montaas. Volvan los
dolos a sus templos. Danzaban los guerreros cubiertos con ms-
caras de animales y demonios, gema la chirima y roncaba el
teponaxtle mientras la mano del sacerdote buscaba el corazn
en el abierto pecho de la vctima y un clamor de jbilo sacuda
a los fieles agazapados en la sombra.
Con la luz de la maana se desvanecan las viejas ceremonias.
Un copal ardiendo cerca de las ruinas, una ofrenda, algodones
manchados de sangre, unos papeles escritos con jeroglficos,
eran los nicos signos visibles de esta subterrnea corriente, que
no pudieron atajar los esfuerzos espaoles. Resultaron intiles
las ordenanzas encaminadas a sofocar las superviviencias ido-
ltricas. En 1546, el indio que se negaba a ingresar en el cato-
licismo era apaleado y rapado y no poda ejercer oficio ni car-
go en sus pueblos. Se penaba con cien azotes al que pusiera a
sus hijos "nombres, divisas ni seales en los vestidos ni cabellos
por donde se representen que los ofrecen y encomienden a los
demonios" y a los que adoraban al sol, a la lun3, a las piedras
y a los papeles. Estas medidas no deben haber sido muy efi-
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 121

caces ya que dos siglos ms tarde, en el xvn, la Inquisicin re-


comendaba a los indios en un edicto:

Destruid los dolos, echadlos por tierra, quemad, confundid y aca-


bad todos los lugares donde estuvieren, aniquilad los sitios, montes y
peascos en que los pusieron, cubrid y cerrad a piedra y lodo las cuevas
donde los ocultaron para que no se os ocurra al pensamiento su me-
moria; no hagis sacrificios al demonio, ni pidis consejos a los magos,
encantadores, brujos malficos, ni adivinos, no tengis trato ni amis-
tad con ellos, ni los ocultis, sino descubridlos y acusadlos; aunque sean
vuestros padres, madres, hijos, hermanos, maridos o mujeres propios;
no oigis ni creis a los que os quieren engaar, aunque los veis hacer
cosas que os parezcan milagros, porque verdaderamente no lo son, sino
embustes del demonio para apartaros de la fe.7

LOS MRTIRES DE LAS ANTIGUAS RELIGIONES

Entre los mrtires de las antiguas religiones destaca don


Carlos Ometochtzin, seor, o para decirlo en lengua mexicana,
chichimecatecutli de Tcxcoco. Don Carlos, hijo de Netzahual-
pilli y nieto de Netzahualcyotl, el rey poeta, perteneca a ese
reducido grupo de la alta nobleza indgena en que se acendran
las virtudes de un pueblo. Todo lo poco que de l sabemos esas
palabras de los indios que la historia recoge como a su pesar
se distingue por su autenticidad y su grandeza. Su opositor no
fue un soldado sino el obispo don fray Juan de Zumrraga.
El conflicto puede ser referido brevemente: un indio acus a
don Carlos de rendirle culto al dios Tlloc; intervino Zum-
rraga y se abri el proceso correspondiente, logrndose poner
en claro muchos pormenores interesantes de la doble vida reli-
giosa que hacan los indios. El seor de Texcoco, cuando no
llova en sus dominios, se diriga con los suyos a una sierra con-
sagrada de antiguo a Tlloc y le renda ofrendas y sacrificios.
Los familiares del Santo Oficio encontraron adems en su pala-
cio dos adoratorios ocultos, y por si estos testimonios no bastaran
a
condenarlo, se averigu que no slo era un hereje sino un
rebelde, enemigo de la religin y de la poltica del Imperio, que
se refera a los espaoles empleando un lenguaje intolerable:
Quines son stos deca que nos deshacen y perturban
122 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

y viven sobre nosotros y los tenemos a cuestas y nos sojuzgan?"


Un indio as no poda vivir en la Colonia. Se le sentenci a ser
quemado vivo en la Plaza Mayor y se cumpli la sentencia el
domingo 30 de noviembre de 1539. Su muerte escandaliz
a los mismos inquisidores espaoles. Se orden que en lo futuro
el Santo Oficio no procediese contra los indios recin conver-
tidos y el Inquisidor General escribi una carta "reprehendiendo
al ilustrsimo seor Zumrraga por haber hecho proceso con-
tra un indio cacique y haberlo sentenciado a muerte por idol-
trico". 8
En trminos generales, los indios, sin que contara mucho su
adhesin al cristianismo o a su primitiva religin, estaban con-
denados. Quienes han vivido en compaa del diablo y se han
identificado con l, de tal modo que casi parecan hechos de su
propia sustancia, haban incurrido en una culpa tan grave que
la sola intencin de sustraerlos a su origen demonaco abrin-
doles las puertas de la salvacin eterna bastaba para obligarlos
a sus redentores de manera absoluta. Y es as como la aspira-
cin del espaol a vivir del trabajo de sus esclavos encontr una
justificacin religiosa que en ltimo trmino trascenda al rgi-
men de la encomienda y a las relaciones sociales. Un mundo de
esclavos sospechoso de hereja o un mundo rescatado y rebosante
de la ms honda gratitud constituan un lugar de tinieblas,
imperdonable y monstruoso, que se levantaba al lado de un mun-
do blanco, lleno de la luz, la confianza y la gracia naturales en
una comunidad privilegiada.

LOS JUDOS EN LA NUEVA ESPAA

A fines del xvi un gran nmero de judos conversos, origi-


narios en su mayor parte de Portugal, huy de las hogueras in-
quisitoriales avivadas por el celo religioso de Felipe II y fij
su residencia en el Per y en la Nueva Espaa provocando con-
flictos religiosos muy superiores a los que el carcter peculiar
de nuestros indios plante desde el principio.
Uno de los judos ms notables de esc grupo llegado a M-
xico fue don Luis de Carvajal llamado "El Viejo". Asimismo
originario de Portugal, muy joven haba servido de tesorero en
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 12}

Cabo Verde, si bien despus se lig a Espaa radicndose en Sevi-


lla, trampoln y antesala de la deslumbradora Tierra Prometida.
Lo poco que sabemos de su medio familiar ayuda a entenderlo.
Un to suyo, don Duarte de Len, haba desempeado el cargo
de gobernador de Guinea, el padre de su mujer funga como
factor en la contratacin de negros de Santo Domingo, un her-
mano, destacado jesuta, muri en plena juventud, y otro, que
era clrigo, se extingui oscuramente en Oaxaca. Religiosos,
negreros o soldados de fortuna doblados de mercaderes conciben
planes ambiciosos, se esfuerzan en realizarlos desplegando ener-
gas de gigantes, pero ninguno logra vencer los sentimientos de
rencor y desconfianza que inspiran. Por mucho que se esfuercen
no legran hacer olvidar que son judos encubiertos o descen-
dientes de judos.
La vida de Carvajal "El Viejo" fue una constante frustra-
cin. Sincero catlico, se haba casado con doa Guiomar de
Rivera, una juda intransigente, pero ni ella logr devolverlo
a su antigua religin ni l fue capaz de atraerla a sus nuevas
creencias. Cuando Carvajal, a raz de una ruinosa operacin,
decidi pasar a las Indias en 1566, trayendo un navio cargado
de vinos, doa Guiomar se neg resueltamente a seguirlo.
En Mxico, Carvajal se dedic al comercio, a la exploracin
y principalmente a la guerra. Aprehendi en el Panuco, el cen-
tro de sus operaciones militares, a los piratas del ingls Hawkins,
pacific las regiones de Jalpa y la Huasteca el virrey don
Martn Enrquez dijo de l que "ms procuraba tratar de paz
a los indios que beberles la sangre" y finalmente descubri y
principi la conquista del Nuevo Reino de Len. En 1578 re-
gres a Espaa y al ao siguiente una capitulacin real le daba
el ttulo de gobernador y capitn del Nuevo Reino de Len
autorizndole para llevar consigo a cien pobladores "sin exigir-
seles, como prevenan las leyes, las pruebas de que eran cristia-
nos viejos".*
Al disponer el gobernador su viaje de regreso se encontraba
e
n la mayor soledad. Sus diferencias con la mujer, cada vez ms
hondas, lo llevaron a pensar en una hermana suya, doa Fran-
cisca Nez de Carvajal, radicada en Benavente, a quien logr
convencer de que le acompaara a las Indias junto con su mari-
Ui EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

do, Francisco Rodrguez de Matos, un comerciante pobre, y sus


numerosos hijos. Eran estos Baltasar el mayor; Gaspar, fraile
dominico; Luis de Carvajal, quien habra de heredar a la muerte
del to la gubernatura; doa Isabel, viuda de un tal Gabriel
Herrera; Catalina, Mariana y Leonor, tres mozas solteras, y los
nios Anica y Miguel, de muy corta edad. Esta familia a ex-
cepcin hecha del fraile era de judos, aunque en Espaa no
tuvieran oportunidad de practicar su religin, y entre los pobla-
dores que trajo a la Colonia caso extrao dado el probado
catolicismo de Carvajal figuraban numerosos judos, algunos
tan notables como el licenciado Antonio de Morales, mdico
y rabino famoso.
Mientras "El Viejo" continuaba sus conquistas, la familia
de Rodrguez Matos se estableci en el Panuco. La Nueva Je-
rusaln en realidad era para ellos "desconsolado desierto poblado
de muchos mosquitos y calor donde vivan muy pobres", 10 al
extremo de que las mujeres andaban descalzas.
El Gobernador pronto se dio cuenta de que el fanatismo
de sus parientes era arraigado y peligroso. Doa Isabel, "consi-
derada como una santa a causa de su estricta y aun exagerada
observancia de la ley mosaica" y a quien animaba un afn de
proselitismo incontenible, cometa grandes imprudencias, y por
su lado Luis "El Mozo" se entregaba a un misticismo delirante.
A poco de residir en el Panuco, Rodrguez de Matos sali
con su hijo Luis para vender en la ciudad de Mxico cierto
nmero de indios esclavos. Aqu, la numerosa comunidad he-
brea acogi efusivamente a los recin llegados. N o sabemos qu
modificaciones habra sufrido la Colonia si esta casta de hombres
inteligentes y emprendedores hubiera logrado consolidarse y
prosperar. Entre los 70 y los 90 se hallaban mezclados a los
ricos mercaderes de la calle de San Agustn, a los joyeros de
San Francisco, a los mineros de Taxco, Pachuca y Zacatecas y
a los negociantes de China. La mayora cumpla celosamente
sus deberes de catlicos, pero en el interior de sus casas guardaban
el sbado, cantaban los salmos del Viejo Testamento y las ora-
ciones de los difuntos, lavaban y envolvan en mortajas nuevas
a los muertos y se vengaban de la intolerancia religiosa ente-
rrando imgenes en las puertas de sus negocios o haciendo coser
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 12

en el forro de un cojn la tela de un crucificado, torpes desaho-


gos que al ser descubiertos les valan atroces castigos. Lo chusco
asomaba en ocasiones. Nos ha llegado noticia de un judo que
apenas escuchaba la campanilla del vitico en la calle corra
desalado en busca de un refugio para no tener la obligacin de
rendir a su odiado enemigo un homenaje pblico.
El viejo Rodrguez Matos, que no estaba hecho para la vida
de la selva, se pas enfermo seis meses en la casa de un pariente
suyo, confes y comulg, al parecer devotamente los judos
estaban autorizados a disimular su religin, si bien en priva-
do exhort a Luis a mantener sus creencias y antes de morir le
pidi: "Hijo, lvame este cuerpo, no vaya as de sucio a la tierra".
De vuelta al Panuco, Luis se entreg a la lectura de la Biblia
que un clrigo le vendi por seis pesos. Esta Biblia era su nico
tesoro, su consuelo, la fuente en que beba sediento el agua de la
sabidura divina, pues el alma del judo, como la del cristiano,
requera, en mayor medida que el cuerpo, su alimento, su "ma-
talotaje" segn dir en la Autobiografa empleando un trmino
de viajero.
Hallndose Luis una tarde en el corredor de su casa, ley
este versculo del Gnesis: "Indispensable ser circuncidado el
nacido en tu casa y el comprado con tu dinero; asi estar mi
pacto en vuestra misma carne como pacto sempiterno. Mas en
cuanto al varn incircunciso, que no tuviera circundada la carne
de su prepucio, el alma aquella ser cortada de entre su pueblo;
ha quebrantado mi pacto". Luis dej el libro abierto, cogi
unas tijeras de "gastados filos" y yndose a un barranco se hizo
la circuncisin. Un ao ms tarde, al ir tras un caballo robado,
se perdi solo en la montaa poblada de indios chichimecas y
logr, despus de muchas vicisitudes, ser rescatado milagrosa-
mente. Si el libro de Esdrs que llevaba oculto en el jubn
copiado de su mano lo haca invulnerable, la circuncisin rea-
lizada de tan dolorosa manera le fue, a lo largo de su breve
existencia, de acuerdo con sus propias palabras, "armadura fuerte
contra la lujuria y ayuda a la castidad".
Jehov en aquellos primeros das no desdeaba intervenir
en la vida de sus elegidos con algn hermoso beneficio. Cierto
"a, la casa de su madre se llen con una msica brbara de chi-
126 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

rimas indgenas y de trompetas espaolas. Se abri la puerta


y ante los ojos asombrados de doa Francisca Luis estaba
ausente en el Nuevo Reino de Len aparecieron, rodeados de
una lujosa comitiva, Antonio Daz de Cceres y Jorge de Al-
meida, dos ricos judos, quienes apendose de sus caballos res-
petuosamente solicitaron la mano de las descalzas doa Leonor
y doa Catalina.
Realizadas las bodas con la intervencin de fray Gaspar, la
familia cambi su hogar a Mxico. Doa Francisca, vestida
de nuevo y cabalgando en una mula, figuraba en el squito de
las cenicientas. Las vecinas corran tras ella preguntndole:
"Seora, qu buena oracin rezasteis? A qu santo os habis
encomendado?" La madre guardaba silencio en tanto que el
satisfecho Jehov se acariciaba por encima de la selva tropical
la barba resplandeciente. Fue un da de confusin y de espe-
ranza para las madres que tenan hijas solteras en el Panuco.

CRCEL, SUEOS Y TORMENTO

Al abandonar Luis la "grave crcel y collera" del desierto


encontr a sus hermanas, "que dej con las sayas rotas", vestidas
con sedas y terciopelos. Sin embargo, doa Francisca y las hijas
solteras continuaban en la miseria a causa de su rompimiento
definitivo con el Gobernador, pues "aunque por fuera el vestido
se vea bueno, las necesidades que pasaban eran grandes".
Carvajal "El Mozo" a veces trabajaba de escribiente con un
mercader era un excelente calgrafo y a veces en las minas
de sus cuados, pero nunca dejaba de practicar intensamente su
religin. l y su hermano Baltasar "se amaban como el agua
y la tierra" visitaban a un judo tullido para quien el licen-
ciado Morales haba traducido el Dcuferonomio, reunanse en
sinagogas improvisadas para cantar salmos y escuchar la palabra
de Dios y guardaban escrupulosamente las fiestas y los ayunos.
"El Mozo" era siempre el alma de estas actividades. Viva de sus
lecturas bblicas, de componer cnticos y poemas, soando sue-
os, lleno de fe y de entusiasmo religioso. De tarde en tarde
despertaba de sus delirios msticos y volva los ojos a la realidad.
En una ciudad que haba jurado pblica y solemnemente perse-
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 127

guir a los herejes como a perros rabiosos, llena de espas y de


enemigos vigilantes, bastaba la menor indiscrecin y ellos
haban cometido demasiadas- para perderse. El continuo disi-
mulo, el hecho de no poder siquiera vestirse de limpio los sbados
o degollar una gallina sin jugarse la vida, haban terminado por
hacerle odiosa su estancia en las Indias y decidir establecerse
con su familia en Roma donde el Papa, mediante un tributo
anual, permita a los judos ejercer la religin de Moiss sin
restricciones.
Ya con firme propsito de marchar a Italia, Luis y Gaspar
pensaron en llevar consigo a su hermano el dominico despus de
convertirlo al judaismo. La escena que tiene lugar en una celda
del convento de Santo Domingo, los ingeniosos y pueriles argu-
mentos de que se valen para hacerle ver que la religin catlica
no era la verdadera, el terror y la confusin del fraile saba
que sus hermanos estaban en pecado mortal, pero no poda
disuadirlos de su error ni delatarlos a sus superiores como era su
deber dan una dea del fanatismo irreflexivo que dominaba
a esta familia.
Entretanto, los temores de Luis se haban confirmado. El
capitn Felipe Nez, a quien doa Isabel haba procurado
atraer al judaismo en el Panuco, present su denuncia a la In-
quisicin al mismo tiempo que Luis de Carvajal "El Viejo" era
llevado a la crcel real debido a un pleito de jurisdicciones que
sostenia con el virrey.
Primero fue presa la viuda imprudente y despus la madre
doa Francisca. Una noche en que se disponan a cenar, invadi
la casa un pelotn de guardias, alguaciles, porteros y escribanos
del Santo Oficio. La anciana, al or la orden de aprehensin,
tom su manto "con mansedumbre escribe Luis en su Auto-
biografa y, llorando sus trabajos y alabando al Seor Dios,
fue llevada por aquellos ministros de maldicin, verdugos de
nuestras vidas, a una prisin oscursima". Las hijas, llorando
tambin, decan a gritos: "Adonde nos la llevan? Por amor
de Dios, tened piedad de nosotros".
Poco despus toda la familia Carvajal, sin exceptuar a los
dos nios Miguclito y Anica, estaba alojada en la Inquisicin.
128 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

Luis no estaba solo. Comparta su celda un espa de los in-


quisidores, antiguo recoleto descalzo de la provincia de Valencia
llamado Francisco Ruiz de Luna, a quien el Santo Oficio haba
enjuiciado por ejercer funciones sacerdotales valindose de docu-
mentos falsificados. Arrastrado por su fervor religioso el joven
hebreo logr convertirlo tan sinceramente a la ley mosaica, que
el fraile, muchos aos despus de haber sido reconciliado,
fue aprehendido nuevamente en La Habana bajo el cargo de
judaismo y trado a Mxico se le conden a remar diez aos
en galeras, a doscientos azotes, sambenito, crcel y destierro per-
petuos.
Los sueos de Luis encendan la oscuridad del calabazo. En
una ocasin vio a su padre, el viejo mercader cuyo cuerpo lav
y amortaj ponindole una moneda en la boca, no con el traje
polvoriento que vesta en las selvas del Panuco, sino con un alba
blanca adornada con campanillas de oro. Le dio la mano para
que se la besase y abrazndolo le dijo: "Ven ac, hijo mo, des-
cansars de todos los trabajos".
En otra de sus visiones se le apareci una redoma de vidrio
llena del dulcsimo licor de la sabidura divina y escuch la voz
del Seor que le deca a Salomn: "Toma una cuchara e hn-
chela de este licor y dsela a beber a este muchacho". Al beber
Luis de aquella redoma se hizo en su corazn un bienestar mara-
villoso y a partir de entonces abandon su nombre de Luis de
Carvajal bautizndose a s mismo con el significativo de Jos
Lumbroso. El sueo era su desahogo, la nica manera de escapar
a la amarga realidad, porque la fe de Luis, su espritu ilumina-
do y sensible, no guardaba relacin con la debilidad y flaqueza de
su carne. Experimentaba un miedo espantoso a los tormentos y
aun a los interrogatorios; y los dolores a que se vean conde-
nados sus familiares exacerbaban hasta los lmites de la locura la
desesperacin de encontrarse sujeto al horror de un proceso in-
quisitorial.
Una maana, a travs de un pequeo agujero que con la
ayuda de unos huesos de carnero haba practicado en la puerta
de la celda, pudo ver a su madre dirigirse a la sala del tormento
acompaada del alcalde de la crcel y del verdugo. Nada poda
hacer en su ayuda. Durante largas horas permaneci de pie,
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 129

junto a la puerta, oyendo sus gritos e imaginando, desgarrado,


todos los pasos de un calvario afrentoso que l habia padecido
en su propia carne.
Las cosas ocurrieron del mismo modo que el hijo las habia
imaginado. A las ocho de la maana, el escribano daba princi-
pio a la lectura de la sentencia invocando el nombre de Cristo:
"Cbrkti Nomine Invocato. Fallamos atentos los autos y mritos
de este proceso, indicios y sospechas que de l resultan contra la
dicha Francisca Nez de Carvajal que le debemos de condenar
y condenamos a que sea puesta a cuestin de tormento sobre las
disminuciones que de probanza y confesiones resultan conforme
a lo en esta causa votado, tanto tiempo cuanto nuestra voluntad
fuere..."
"Ya he dicho responde doa Francisca que he credo
derechamente en la ley de Moiss y sta es la verdad. Seores,
doleos de m y de los hurfanos de mis hijos, de quienes tengo
ms pena que de mi propia vida. Por amor de Dios que no me
afrentis."
Doa Francisca era una mujer que de la vida slo habia
conocido la dureza. A los nueve aos la casaron sus padres con
Rodrguez de Matos y a los doce se realiz el matrimonio.
Cercada de peligros y luchando contra la miseria, se hizo vieja
pronto, no teniendo otros consuelos que los tradicionales de los
hebreos; el acendrado amor a la familia y la prctica de su al-
tiva religin. Llegado el momento de la prueba, el momento
en que la amenaza eternamente suspendida sobre su cabeza se
cumpla de modo fatal, trataba de defenderse y de defender
a los suyos negndose a entrar en pormenores aunque confe-
sando su fe, pues haba nacido juda y no existia ninguna razn
para que dejara de serlo.
Ante la negativa, a las ocho y media se hizo entrar al ver-
dugo era parte de la rutina judicial y se le dio orden de'
que la desnudara.
"Mtenme! grita herida la madre. Denme garrote luego,
Pero no me desnuden ni afrenten aunque me den mil muertes.
Miren que soy mujer y viuda honesta, con quien no se sufre
hacer esto en el mundo; en especial donde hay tanta santidad.
* a he dichd que crea en la ley de Moiss y no en la de Jesucris-
9
130 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

to y no hay ms que decir, ni s de ms que soy una desconsolada,


triste viuda con hijos, que clamarn a Dios."
El verdugo y su ayudante le arrancaron el vestido mientras
el escribano amonestaba: "Por reverencia de Dios decid la ver-
dad. Decid la verdad si no queris veros en este trabajo y pe-
ligro".
"Todo es maldad clama la anciana, Todo es maldad!
Vaya esto en remisin de mis pecados."
Se le tendi a la fuerza en el potro atndosele cordeles a brazos
y piernas, en tanto que el escribano salmodiaba: "Decid la
verdad, decid la verdad".
"Miren que he dicho la verdad y que quitan una madre a
sus hijos. Nunca entend que tal crueldad se usara con una
pobre mujer. Encomiendo mi alma y ofrezco este martirio al
que en el libro Espejo de consolacin he ledo que adoraban
los macabeos."
Una vuelta dio el verdugo a la rueda y los cordeles penetra-
ron en su carne. El grueso papel que registra la actuacin recoge,
a partir de entonces, con la fidelidad y precisin de un disco,
los sonidos que se escapan de su boca. Son eso, sonido, slo la
carne elemental y pattica. Una pobre vieja que se retuerce
y aulla de dolor ante unos hombres dignamente sentados en
unos sillones de terciopelo: "Ay, ay! Tanta crueldad. Tanta.
Ay que me muero!"
A la segunda vuelta el escribano insisti: "Decid la verdad,
decid la verdad".
"Todo lo he confesado y no me quieren creer. Me muero,
me muero! Denme muerte de una vez! Ay que me descoyun-
tan y acaban la vida! Dios mo, no puedo sufrir ms, y si ms
sufriera lo dijera!"
"Decid la verdad, decid la verdad."
"Ya he dicho que crea y adoraba la ley de Moiss y no la de
Jesucristo. Tened misericordia de m que he dicho toda la ver-
dad. Me muero, me muero. Ay que me muero!"
A la cuarta vuelta la mujer estaba destrozada.
"Decid la verdad, decid la verdad."
"Ya no puedo sufrir ms. Ya se les acab a sus hijos su
triste madre."
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 131

"Decid la verdad, decid la verdad."


"Doleos, seores, de este martirio, por amor del Seor ya el
verdugo daba una quinta vuelta a la rueda, porque me muero."
"Se os amonesta de nuevo a que digis la verdad no dando
lugar a que prosiga el tormento, con tanto riesgo de vuestra
vida, quedndoos tanta parte que pasar y padecer con que excu-
saris dolores y martirios. Por reverencia de Dios, decid la verdad
y doleos y compadeceos de vos misma."
La judaizante ha perdido su coherencia y delira:
" N o tengo nada que decir, sino testimonios... y sos no
quiera Dios que los diga, ni los he de decir, ni lo s . . . Sea l
bendito, que aqu me tratan con tanta crueldad, nunca jams
oida con mujer."
"Decid la verdad, decid la verdad."
" N o s decir exclama levantndose, sino que triste
nac del vientre de mi madre, y desdichada fue mi suerte y mi
triste vejez."
El verdugo la volvi a tender intilmente porque se haba
agotado el tormento. Desnuda, cubierta de sangre, vencida, se
arrodill en el suelo y sollozando hizo un relato de su vida en el
que las fuerzas le alcanzaron para "ocultar algunas cosas que
pudieran perjudicar a sus hijos".
Poco antes del medioda se suspendi la diligencia y se reanu-
d a las dos de la tarde. La perspectiva de un nuevo tormento
y los dolores pasados haban destruido su naturaleza. La ternura
de la madre, el amor a su religin, todo lo que haba sido el cen-
tro de su vida, estaba deshecho. Abandonada, termin por
denunciar a sus hijos, por traicionar a su familia y a s misma.
Luis escribi ms tarde en su Autobiografa: "Aquel da de
mayor amargura y afliccin que todos los pasados, o los dolo-
rossimos gemidos de mi querida madre cuando era atormentada
sin tener otra defensa que encomendarla a Jehov".

LIBERTAD, NUEVA PRISIN Y CONSUELOS EPISTOLARES

Al cerrarse el proceso de la familia Carvajal los inquisidores


mostraron cierta clemencia. El 24 de febrero de 1590 en el auto
de fe celebrado en el interior de la catedral, doa Francisca,
132 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

Isabel, Leonor, Catalina y Luis se reconciliaron "abjurando p-


blicamente de sus errores". Vestan un sambenito de pao
amarillo sobre el que se destacaban las aspas coloradas de San
Andrs y llevaban una vela encendida en la mano.
Luis, condenado a crcel y hbito perpetuos, fue primero
llevado al hospital de Convalecientes de San Hiplito, donde
sirvi de criado, y despus de un ao se le permiti trasladarse
al convento de Santa Cruz de Tlatelolco, en el que enseaba
latn a los indios. La madre y las hermanas, que deban estar
recluidas en diversos conventos de monjas, por gestiones de Al-
meida fueron autorizadas a vivir juntas en una casa del mismo
barrio de Tlatelolco, bajo el cuidado de fray Pedro de Oroz,
guardin del convento de la Santa Cruz.
La vida empez nuevamente a sonreirles. Para ellos la feli-
cidad consista en estar reunidos y en practicar la religin mo-
saica. Los dolores sufridos en la Inquisicin lejos de beneficiar
a Luis hacindolo ms cauto parece que acrecentaron su espritu
mesinico. Apenas gan la confianza del guardin del convento
obtuvo una llave de la bibloteca y, aprovechando los menores
descuidos, no slo devoraba los libros sagrados sino que copi
varios captulos del Antiguo Testamento con su hermosa letra
y los llevaba siempre consigo. El sambenito, ms que suponerle
molestias, le haca ganar dinero. Andaba en las calles de la
ciudad y en los caminos pidiendo limosna para comprar su liber-
tad definitiva y, aunque pronto reuni la suma estipulada, ex- -
plot su situacin hasta septiembre de 1594 en que llegaron
de Espaa, gestionadas por su cuado Almeida, las provisiones
de su libertad y las de su familia.
Cada pequea ventaja obtenida por Luis aumentaba su im-
prudencia. En su casa practicaba escrupulosamente la ley ju-
daica, no se recataba en su obra de proselitismo, iniciada con
tanto xito en la crcel, y visitaba con frecuencia a los hebreos.
U n hecho vino a empeorar la situacin de la familia. Leonor, la
hermana, haba terminado por perder la razn y en sus ataques
arrojaba las imgenes religiosas a la calle o asomada al balcn
insultaba a los transentes, por lo que se vieron obligados a man-
tenerla atada a su cama. En ese sombro perodo de locura
religiosa, la figura de Justa Mndez, una hermosa juda que
F.L MUNIiO DE LAS TINIEBLAS 131

asista con su madre a las ceremonias del ritual, proyecta sobre


el alma torturada del fantico la luz de un amor delicado.
Como era de esperarse, el fiscal de la Inquisicin Marcos de
Bohrquez acus a Luis oficialmente el l 9 de febrero de 1595
de haber reincidido en el judaismo, lo cual significaba la ho-
guera por tratarse de un reconciliado.
En el curso del nuevo juicio su exaltacin mstica era ms
acentuada. Se crea un predestinado y hablaba de su prximo
martro con entusiasmo. Haba desaparecido el hombre acobar-
dado del primer juicio, que se vala de todos los recursos con tal
de verse libre y esta vez pareca enfrentarse valientemente a sus
jueces, defendiendo sus creencias con citas del Antiguo Testa-
mento y "argumentos numerosos y oportunos". Manifestaba
adems una repugnancia extrema a decir falsedades y los cargos
que l mismo se haca sobrepasaban en mucho a las gravsimas
acusaciones presentadas por el fiscal en su contra.
La actitud poco comn del reo no fue obstculo para que
los inquisidores le hicieran compartir su celda con un nuevo
espa. Era ste un clrigo repugnante llamado Luis Daz, que
haba logrado ordenarse a fuerza de recomendaciones. Deca
misa sin tener licencias eclesisticas y se finga comisario del
Santo Oficio para realizar toda suerte de atropellos y despojos.
En el fondo no era otra cosa que un ebrio despreciable. Los
reos, que conocan su indigno papel, le escupan la cara y lo in-
sultaban, pero Luis de Carvajal, sintindose un instrumento del
Seor, trat de convertirlo, "abrindole su pecho". Su candor
no reconoca lmites. Aun sabiendo que Daz "tomaba vino
y se embriagaba y andaba en las tabernas y empeaba hasta los
vestidos", vicios que a l, temperante por conviccin, repugna-
ban, lleg a descubrirle el sitio donde ocultaba su Autobiografa
Y sus versiones bblicas, a confiarle el nombre de numerosos
judos practicantes y, lo que es peor, a referirle las "sucias irre-
verencias que l y otros judos haban cometido con un cruci-
fijo".
Los prolongados ayunos a que Luis se someta enterraba
gran parte de la comida que le llevaban por contener alimentos
prohibidos, sus noches de vigilia pobladas de xtasis y de en-
suees msticos, la forzada convivencia dentro de una pequea
134 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

y oscura celda con criminales y pederastas, y sobre todo el terror


que le causaban los inquisidores slo de ver al cruel Alonso
de Peralta le temblaban las carnes, los interrogatorios y los
tormentos, terminaron perturbndolo. Incapaz de resistir el
dolor fsico, no slo denunci nuevamente a sus familiares y a
una multitud de conocidos sino que intent suicidarse arro-
jndose desde uno de los corredores al patio de la Inquisicin.
Estas debilidades, lamentables en el hombre que se crea un
elegido del Seor y un profeta anunciaba para el ao de 1600
la venida del Mesas y l mismo se pens llamado a engendrarlo
cuando se enamor de Justa Mndez, alternaban con otras
muestras de fortaleza inspiradas en el amor que profesaba a su
familia. En huesos de aguacate, en dulces y en frutas escriba
con la punta de un alfiler conmovedores mensajes. Le deca a
doa Leonor: "Paciencia como Job. Almas de mi corazn, vis-
teos Adonay Nuestro Seor. Yo la tengo, gloria a Dios; con
grillos estoy por mi Dios".
Dentro de la cascara de un pltano iba cuidadosamente oculto
este mensaje dirigido tambin a doa Leonor: "ngel mo, al-
bricias, que mejor viaje es el del Paraso que el de Castilla, bien
aventurado el pan que comiste, y el agua que bebiste y la tierra
que pisaste, y el vientre en que anduvimos, que de aqui a poco
hemos de ir a profesar la religin sacra de los ngeles. Oh qu
ricos jardines, msicas y fiestas nos esperan!"
Ninguna de estas misivas lleg a su destino. Informados
los inquisidores, oriJenaron se le llevara papel, pluma y tintero,
cosa que cumpli el alcalde de la prisin con el pretexto de que
Luis le escribiera unas recetas. El candido joven, indeciso toda-
va, escribi a Leonor: "Raquel de mi corazn, Adonay mi Seor
me ense para que te consuele y me da este papel y tinta".
Ms tarde, cuando los inquisidores decidieron establecer en firme
la correspondencia, Luis pudo mandarles a sus familiares, con la
seguridad de que las reciban, admirables cartas.
Le deca a su madre: "Ay madre de mi alma, sequina sea
contigo! Ay rebao mo querido, que as ests disparado;
Dios fuerte te defienda! Ay madre de mi vida, Adonay te
conforte! Ay hermanas de mi vida, el padre de los hucfanos os
abrigue! Ay madre de mi corazn, vea mi Seor Dios tu aflie-
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 35

cin y te acompae y salve, y te cubra y a todo su fruto con su


santa bendicin! Ay llagadas mas, el Seor del mundo os me-
dicine! Ay presas mas, Tobas os suelte de prisin y pecado, y
de crcel y infierno! Amn. Amn. Amn. Amn. Amn. Amn.
Amn."
Escriba a la pobre de Anica: "Ana ma, bendita de mis ojos,
alma de mi corazn, vistete mi fuerte Dios y Seor y esfurcete
y a toda la santa compaa como de da y noche mis continuos
clamores y lgrimas le suplica este pecador. Por milagro suyo
me vino a la mano tinta y este poco de papel para escribirte,
que aunque por mis pecados os tenga ausentes de la vista, siempre
estis presentes en los ojos de mi nima y corazn y t princi-
palmente, herida ma, horfanita ma, regalada de mi Dios de
cuyas misericordias sean amparadas. Vida ma, a m me prendie-
ron por derecha voluntad de mi Dios para gran bien de m alma
y por acusacin del buen Lucena. A vosotros, mis ngeles, por
sospechas solamente, y si vuestra inocencia es aqu afligida,
tcnedlo por certsima seal, no de aborrecimiento sino de grande
amor, que os tiene mi Seor Dios, vuestro padre celestial. Al-
grate y gzate, bendita hija, que ste es el camino del paraso
y gloria que te espera! Por aqu pasaron todos los santos que
agora gozan de ella. Oh qu lindas gargantillas de oro y perlas
de Ofir te ha de mandar poner tu Seor Dios, mi mrtir, en esa
garganta dolorida! Oh qu lindas cadenas de oro! Oh qu
joyeles por lo que has padecido en ella! Ea, ca, mi inocente,
paciencia que yo te mando albricias!"
Despus de prometerle a su hermanita, que tambin ha de-
nunciado ante los inquisidores, msicas, sedas y trajes preciosos,
vias y fuentes de olorosas aguas, terminaba as su carta: "Ea,
albricias, albricias! Alegra! Alegra! Alegra! Alegra!
Cesen ansias y suspiros, que aqu me ha revelado mi seor Dios
grandes maravillas suyas. A l os encomiendo, mis ngeles. l
os visite y salve. Amn".
EL AUTO DE FE

En la enorme plaza slo se escuchaba la voz del predicador


que golpeaba con descompasados ademanes el borde lustroso del
pulpito. Terminado el sermn, un dominico ley, esforzando
136 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

la voz, un largo juramento de fe en el que se propona una


compleja tctica encaminada a la exterminacin de la hereja.
Remat el fraile la lectura: "Digan todos as: Lo prometemos y
juramos".
La muchedumbre respondi en su eco sordo y multiplicado:
"Lo prometemos y juramos". "Si as lo hiciereis sentenci el
dominico, Dios Nuestro Seor, cuya es esta causa, os ayude
en este mundo, en el cuerpo, y en el otro en el alma, donde ms
habis de durar; y si lo contrario hiciereis, lo que Dios no quiera,
l os la demande mal y caramente como a rebeldes, que a sa-
biendas juran su santo nombre en vano. Digan todos amn."
Una vez que se restableci el silencio, trep a uno de los
pulpitos laterales el encargado de leer la sentencia de los nume-
rosos reos. Su voz montona se escuchaba bajo del toldo que
cubra el tablado principal como el revolar de un moscardn
impertinente. El virrey don Gaspar de Ziga y Acevedo, conde
de Monterrey, sentado en su silla de nogal era el nico que
dispona de dos cojines de terciopelo, uno puesto sobre la silla y
otro para que reposara los pies, trataba de ahuyentar la som-
nolencia recorriendo con la mirada el suntuoso y variado es-
pectculo.
A su izquierda, ocupando el lugar de honor y tras de una
mesa cubierta con una carpeta de terciopelo negro recamada de
oro, estaban los inquisidores, y en los extremos, los seis compo-
nentes de la Audiencia. Contempl los adornos de la escribana
de plata cincelada y el semblante impasible del Inquisidor Mayor,
medio oculto por el estandarte de la fe que sostena el Fiscal del
Santo Oficio entre dos caballeros ataviados con sus lujosos man-
tos de cruzados. Sus ojos se detuvieron despus en la cara del
escribano y en el cofrecillo puesto al alcance de su mano de donde
iban saliendo las sentencias. Centelleaban las cadenas de oro y
las bruidas espadas de los nobles. Los franciscanos, los domi-
nicos, los agustinos y los jesutas se advertan como grandes
manchones azules, blancos y negros. Desde arriba era curioso
observar los birretes de terciopelo granate, un poco orientales,
del Rector y de los doctores de la Universidad, flotar en medio de
aquella mezcla familiar de tonsuras, cerquillos, barbas frailes-
cas y bigotes cortesanos.
EL MUNDO DE tAS TINIEBLAS l}7

El conjunto, una masa varonil que despeda en la resolana un


olor acre de sudor mezclado al del incienso, y la voz sin matices
del lector, aburran a don Gaspar de Ziga aumentando la
somnolencia que lo invada. De nuevo, haciendo un esfuerzo
trat de ahuyentarla y fij su atencin en la pirmide escalonada
donde los reos vestidos con sus chillantes sambenitos y sus gorros
puntiagudos permanecan inmviles. Negros, judios, espao-
les, portugueses. Viejas hechiceras llorosas y asombradas, es-
clavos indiferentes, la enrgica figura de Manuel Lucena, el
relapso que soport los mayores tormentos sin despegar los labios,
y el apacible rostro de Justa Mndez. Luis estaba all, atado de
manos, movindose nervisomante como si los diablos de su coro-.
za lo pincharan con sus agudos tridentes y las llamas pintadas
lo quemaran de verdad, brotndole por los ojos desvelados y
febriles.
Apenas concluido el largo proceso, el judo blasfemo y rein-
cidente se haba transformado en el personaje ms singular
de todos los concurrentes al auto de fe y en la figura ms apa-
sionante de la Nueva Espaa. En cierto modo su cuerpo ya
estaba muerto y su alma, al menos tericamente, haba pasado,
mediante un siniestro juego de escamoteo, a ser propiedad del
diablo. De sus garras era indispensable arrancarlo si no se que-
ra que los recursos espirituales de la Iglesia mostraran una incon-
cebible debilidad ante las omnipotentes fuerzas desplegadas por
el prncipe de las tinieblas. Los frailes, ya desde que se inici el
segundo juicio, haban emprendido la tarea de salvarlo sin
muchas esperanzas. Los dominicos, impotentes, llamaron en su
auxilio a los ms sagaces telogos; en las iglesias se emprendan
rogativas por el triunfo de la religin y no hubo recurso que no
se empleara a fin de rescatarlo del fuego eterno del infierno, ya
que era imposible librarlo de las llamas terrenales a que lo con-
denara, sin remisin, el brazo de la justicia secular.
El vigor de Luis era inagotable. Sobreviviente de un intento
de suicidio, de torturas y sufrimientos nada comunes, haba
asistido la vspera al ensayo de su propia muerte y ante las vidas
miradas de los curiosos apareca el rebelde ungido de renovados
poderes infernales. Sentado en medio de los condenados, ajeno
a
la tediosa enumeracin de los cargos, no cesaba de exhortar a su
138 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

madre y a sus hermanas ya convertidas al cristianismo para que


murieran en la fe mosaica, razn por la cual los inquisidores
ordenaron ponerle una mordaza. Aun reducido al silencio, cada
vez que los familiares le acercaban la cruz, el irreductible judo
la apartaba a codazos y slo guard cierta compostura cuando al
iniciarse la lectura de la sentencia de Justa Mndez, despus
de quitarse la mordaza haciendo un gran esfuerzo, suplic a los
guardias encargados de su custodia: "Djenme or la sentencia
de aquella dichosa y bienaventurada doncellita".
El patetismo de la escena aument al llegarle su turno. Siem-
pre que el lector pronunciaba su nombre de Luis de Carvajal,
permaneca inmvil como si se refiriera a otra persona y slo
al escuchar el de Jos Lumbroso, se levantaba y responda con
alegre entereza. La lista de sus crmenes resonaba en el silencio
de la plaza helando de espanto a los espectadores.
La demencia religiosa se haba apoderado de todos. A fin de
evitar que Luis hincara las rodillas cada vez que el lector se
refera al Dios de Israel, tres robustos familiares lo tenan inmo-
vilizado y aun as el hereje forcejeaba con ellos y sus ojos se
llenaban de lgrimas.
En el duelo abierto entre Dios y el diablo, hasta despus de
la lectura de la sentencia, Satans pareca haber ganado la par-
tida. Luis volvi impvido a su banco y para el ms despreocu-
pado de los asistentes era visible que estaba condenado sin reme-
dio al infierno si los instrumentos de la gracia no revelaran al
ltimo su .oculto podero. Inadvertido entre los religiosos se ha-
llaba fray Alonso de Contreras, un oscuro dominico a quien
debemos la relacin de los increbles acontecimientos que
habran de desarrollarse en forma dramtica y milagrosa a par-
tir del momento en que Luis abandon el tablado. La vspera,
fray Alonso no haba pensado siquiera asistir al auto ni solicit
licencia del superior como lo haban hecho numerosos dominicos,
pero una carta del fiscal Marcos de Bohrquez en que se le nom-
braba miembro del tribunal determin que aceptara la desig-
nacin a ltima hora. Ya en el tablado, abandon el excelente
lugar que se le haba asignado y lo cambi por otro menos bueno,
aunque tena sobre el primero la ventaja de darle una rpida
salida a la calle, lo que le permiti, al bajar Luis camino del
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 139

quemadero, seguirlo muy de cerca y aficionarse a l movido


por una fuerza desconocida.
El rostro del condenado a muerte revelaba denuedo y orgullo.
Lo montaron en un caballo con albarda "la ms mala bestia
[escribe el religioso], inquieta, e indmita, de cuantas all iban,
que no s si de propsito le guardaron para dar mayor pena al
delincuente" n y se inici la marcha. N o era fcil mante-
nerse junto a Carvajal o tratar siquiera de ser odo. Las lgrimas
y las razones del dominico fray Jernimo Rubin, el confesor
oficial, haban fracasado y todava al acercarle uno de los frailes
en un impulso irrazonable, que slo nuevas irreverencias ocasio-
nara, la cruz verde para que la besase, la escupi rechazndola
con airadas palabras: "Pues por fuerza, maldito? Hay ley que
eso mande? Haban de llevarle a la Inquisicin y castigarle
gravsimamentc, que lo merece mejor que yo".
Fray Alonso, a pesar de que el caballo del relapso lo haba
pisado por segunda vez, llevado de un turbio designio que slo
despus habra de ponerse en claro, sobreponindose al dolor,
juzg conveniente preguntarle: "Sabis, Luis, qu es Inquisi-
cin y Santo Oficio?"
Responde Luis en latn: "Comtlium impiorum, ct cathedra
pestilcntiae".
Se alborotaron los frailes. Luis entonces, por primera vez,
dirigindose directamente al dominico, exclama: "Hay mayor
tormento en el mundo que estar un hombre maniatado, tan ro-
deado de perros rabiosos?"
Argy el fraile de inmediato: "Lo haba dicho David con
divina propiedad en la persona de Cristo, que se cumpli en su
prendimiento y en las juntas y cabildos que contra l haban
hecho los pontfices y fariseos, verdaderos perros crueles y po-
derosos que deseaban quitarle la vida. Debes tomar en Cristo
ejemplo de paciencia y aficionarte a su divina bondad y san-
tidad".
" A Cristo, padre mo contesta el judo, mucho le quiero
Y mucha aficin le tengo, pero Cristo no es Dios."
La irreverente frase provoc una tempestad de indignacin.
Muchos espectadores, enfurecidos, lograron romper la fila de
alabarderos y acercndose al hereje le escupieron la cara. Hecha
HO EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

de nuevo la calma, en medio del gento que se apretaba, del ca-


lor y del polvo, se inici entre Luis y fray Alonso, mitad en
latn, mitad en espaol, una polmica teolgica destinada a
probar la divinidad de Cristo.
En eso estaban cuando un fraile pequeito se desliz me-
tindose "casi debajo del escapulario" del dominico. Asombrado
le interroga el dominico:
"Qu quiere vuestra merced?"
"Vengo dice orgulloso el frailecito a argir con esc he-
reje."
"En eso estamos nosotros y vuestra merced sea servido de
dejarme."
Afortunadamente el bravo polemista se alej tan inespera-
damente como se haba presentado y fray Alonso, desembara-
zado del inoportuno, volvi a la carga en el momento en que la
comitiva haca un alto en el tribunal del Corregidor, situado
en la esquina del portal de Mercaderes y la calle de Plateros,
el cual notific al reo la sentencia de ser quemado vivo aa-
diendo el siguiente aviso:

Seor alguacil mayor, salc a Vuestra Merced notorio cmo hay


excomunin mayor, para que no vaya con este hereje sino slo su con-
fesor sealado; vuestra merced lo cumpla as, y a todos los dems
aprtelos a bastonazos aunque caigan.

Era el fin. Fray Alonso, descorazonado, se dispona a vol-


verse cuando advirti que el Corregidor le guiaba un ojo ani-
mndolo a proseguir al lado del judaizante. La calle de Plate-
ros, a la que entraron cambiando exhortaciones y citas bblicas,
debe haberla visto el abrumado religioso como un viacrucis in-
terminable.
Fray-Alonso se hallaba acostumbrado a sostener discusiones en
el interior de su convento, rodeado de adversarios cordiales y de
abundantes y sabios volmenes, pero no a librar polmicas con
un enemigo de su religin, conocedor sagaz de la Biblia y que
por aadidura iba puesto sobre un caballo mientras l marchaba
a pie, entre las apreturas de la gente, pisoteado y cegado por el
sudor y el polvo. Muerto de fatiga se detuvo a limpiarse la cara
y al tratar nuevamente de volver a su sitio hall que junto al
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS MI

caballo demonaco del judo iba un fraile alto y robusto, el


cual le hablaba al condenado de esta imprudente manera: "Co-
nocisme, Luis? No os acordis que os di limosna y de comer
un da?"
El frailazo, a quien asista al mismo derecho de catequizar
a Luis que a los dems religiosos, introduca en el desesperado
forcejeo un humorismo un poco brutal que distraa al reo con
peligro de la recin iniciada conversin. Sin embargo, a poco
andar pudo verse que Dios estaba decididamente del lado de
fray Alonso. El caballo de Luis siempre ese caballo hechi-
zado se neg a caminar, por lo que el intruso lo azuz al modo
de un arriero experimentado dndole una fuerte palmada e n j a
barriga:
"Arre, vlate el diablo."
Sin perder un segundo el dominico corri a su lado.
"Padre mo, es vuestra seora sacerdote?"
"S, de hartos aos", respondi el fraile.
"Pues cmo ha hecho esa irregularidad?"
Llegaba la comitiva al sitio en que la procesin del Viernes
Santo tena por costumbre depositar la imagen de Cristo. All
precisamente el intruso fraile, temeroso de sufrir un castigo,
desapareci entre el gento y a nuestro dominico nueva seal
del favor divino le vino de pronto una inspiracin. Diri-
gindose con el aire de un poseso al Alguacil Mayor encargado
de la vigilancia de los reos, le dijo anhelante: "Ruego a Vuestra
Merced, de parte de Nuestro Seor, haga una pausa para decir
aqu una palabra".
Obedeci el Alguacil, la comitiva se detuvo y en el acto ro-
dearon al dominico los vecinos y los religiosos asombrados. La
expectacin haba alcanzado su mxima intensidad. Despus de
un da de agotadoras emociones en que la lucha entre Dios y el
diablo haba cobrado la fuerza de un drama que se desarrollaba
ante los ojos de todos como una parte de su propia existencia,
se experimentaba la sensacin de que las cosas estaban llegando
a
un desenlace inesperado.
El fraile, luego de encomendarse fervorosamente a la Virgen,
se dirigi al reo, con todas las apariencias d haber perdido la
razn: "Luis, slo una palabra te quiero decir, la cual creo, por
Hi EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

virtud de Jesucristo, te va a rendir; y si no yo te prometo de


volverme y no darte ms fatiga. Estame atento. En la divina
escritura est este texto tan claro de Cristo: Spiritus oris nostri,
Cbrisfus Dominas, captus est in pecatis nosris cui diximus, in
umbra tua vhemus nter gentes.11 Dme, de quin se trata aqu?"
"Dnde est eso?", pregunt el judo extraado.
El fraile, sin estar seguro de lo que deca, respondi:
"En el profeta Jeremas."
Solt la risa Carvajal: "El profeta es a quien ms veneracin
tengo de todos porque soy su pariente y creo que habl mejor
que los dems y estoy en l como lo que agora digo y esto ni
lo he ledo all, ni me lo ha dicho hombre humano".
Advirti el dominico, con alegra, que "la muralla de ese co-
razn de diamante" se haba roto. Exaltado, en pleno delirio,
sus palabras resonaron en el silencio slo interrumpido por el
crepitar de los hachones: "Ora, pues te precias de noble, haz una
cosa noble. Dame la palabra de que si te doy el texto expreso
en dicho profeta, que le entenders a la letra de Jesucristo,
nuestro Salvador, como all se entiende y te convertirs a su fe
y Santa Iglesia".
Luis pidi que se le dijera otra vez el texto y despus de odo
exclam con determinacin: "S doy. Vincet qui vincH".
El dominico se lo haba apostado todo a una carta. N o era
propiamente una cuestin de fe, sino un problema de erudicin
bblica lo que se ventilaba. La frase poda estar en Jeremas y
la batalla terminara felizmente, pero existan las mismas proba-
bilidades de que no estuviera, y en ese caso all mismo se con-
sumara la derrota de la Iglesia y el prestigio del dominico que-
dara abatido para siempre.
Fray Alonso, fuera de s, a los presentes hizo testigos de la
promesa de Carvajal, les pidi rezaran en voz alta un Pater Nos-
ter y un Ave Mara y a gritos solicit una Biblia que en el acto
le fue llevada. Nuestro fraile, obligado a caminar junto a Luis,
trat de hallar en el largo libro de Jeremas el texto que ha-
ba de operar el ansiado milagro, sin encontrarlo. Su estado era
el de un enajenado. Llevaba el hbito desgarrado a fuerza de em-
pellones; el polvo le impeda leer, el caballo de un alguacil volvi
a pisarlo, protestaban gruendo los frailes de una imprudencia
Et MUNDO DE LAS TINIEBLAS 143

capaz de acarrear un grave perjuicio a la fe del pueblo y, como


si este cmulo de circunstancias no bastaran a destrozarlo, Luis
de Carvajal, zarandeado en su caballejo, iba rindose muy satis-
fecho de su fcil victoria.
Fray Alonso cerrando la intil Biblia pidi a voces, en el
colmo de la exaltacin, un.libro de Concordancias. Trataba de
aplazar su derrota, de que una circunstancia inesperada, le per-
mitiera salir de la trampa a que su irreflexivo celo apostlico
lo haba empujado, pues era evidente que en la calle de San
Francisco no haba un solo espectador, fuera hombre de igle-
sia o seglar, que dispusiera de un libro de consulta propio de
las bibliotecas conventuales. Entonces ocurri lo que todos juz-
gaban imposible. La comitiva, inmotivadamente, se haba de-
tenido frente a la casa del doctor Alonso Muoz, primo her-
mano del dominico, y como ste se hallara a la puerta y no
en la plaza mayor o en el quemadero, segn era de esperarse,
oy la peticin de fray Alonso, subi a sus habitaciones, revol-
vi los libros de su biblioteca, tom las Concordancias y abrin-
dose paso entre la multitud las puso en las manos de su angus-
tiado pariente, que las abri tembloroso e incrdulo. All, en
la palabra Spiritus, estaba el anhelado texto, el treno cuarto del
lloroso Jeremas, suficiente para abrirle al blasfemo las puertas
del paraso. El corazn le saltaba de gozo, "pareca haber resu-
citado" y, tendindole a Luis la Biblia abierta, le dice saboreando
el placer de su triunfo:
"Lee, hijo mo."
Luis ley despacio, y al terminar, lleno de mansedumbre y
con los ojos bajos, murmur: "Yo cumplo mi palabra y me rindo
y sujeto a la Santa Madre Iglesia catlica, y confieso verdadera-
mente que el profeta Jeremas habl aqu a la letra de Jesu-
cristo Dios y Hombre, espritu y alma de todos los fieles, ungido
en cuanto hombre, y preso y cautivo, azotado y muerto por los
hombres, en cuya sombra, que es su gracia, podremos los judos
uncir, y merecer entre los gentiles los bienes de sus sacramentos,
y por lo cual podemos alcanzar vida eterna, yo lo confieso asi
y denme un crucifijo".
Mientras lo aguardaban, el caballo "pag el trabajo del frai-
le" dndole una dolorosa cabezada en la sien. Por qu a l
144 EL MlTDO DE LAS TINIEBLAS

y no a los mirones o a los soldados que estaban ms cercanos?


Por que la bestia no escogi al confesor oficial que marchaba
en el costado opuesto? La cosa era bien clara. El diablo haba
procurado entorpecer, a toda costa, la salvacin del judo, y aho-
ra que, despechado, abandonaba su presa, encarn en la bestia y
se veng del catequizador propinndole un golpe que su vc-
tima comenta del siguiente modo: "Si fue bofetada que me dio
el demonio yo no lo s".
La vena mstica de Carvajal no debemos enturbiar la
victoria de fray Alonso atribuyndola al miedo que le inspiraba
la hoguera tom por otros cauces. Llorando y suspirando
cubra de besos el crucifijo y deca al dominico: "Oh, ngel
de mi guarda, restaurador de mi nima! Quin puso en tu
boca aquello que me dijistes, quin te lo ense? Aqu est la
fuente, Seor, aqu est m verdadero lavatorio, aqu el agua
con que ser lavado, y quedar mi alma ms blanca que la
nieve".
"Hijo mo, Lus exhort el religioso, para ser lavado
tienes que confesar tus pecados. Haz memoria de ellos. De aqu
al lugar donde has de morir te doy de trmino, para que hagas
examen de todos los que te acordares, que yo te ayudar hasta
la muerte."
Luis ya no tuvo una respuesta para los muchos que lo se-
guan importunando. Con los ojos bajos, besando al Cristo y
rezando Dilcctus meus in'thi et ego Hit, lleg al quemadero. To-
dava al bajarse del caballo, tuvo nimo de matizar con una
broma oportuna el torrente de su pasin religiosa: "Espero, mi
Seor, que presto recibirn mis odos en la Gloria el pago de
haber recibido tan amorosamente vuestra palabra; y los huesos
que el demonio ha molido tan sin fruto hasta ponerme en
este caballo que ninguno me ha dejado sano ya presto reci-
birn descanso, yendo mi alma a gozaros".
Haban llegado al quemadero de San Hiplito, amplia pla-
taforma de piedra sobre la que se destacaban los palos del ga-
rrote, iluminados por la amarilla luz de centenares de hachones.
All encontrbanse reunidos despus de una larga separacin
los principales miembros de aquella extraa familia de fanticos.
Luis, la anciana madre doa Francisca, sus tres hijas doa Isabel,
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 145

doa Catalina y doa Leonor. Tambin figuraban los huesos


del viejo Rodrguez de Matos, con otros herejes difuntos saca-
dos de sus tumbas y arrojados en pobres atades; las estatuas de
los ausentes mezcladas a muchos relapsos y hechiceros, es decir,
el pasado y el presente, los vivos y los muertos, toda esa parte
de la sociedad cuyas turbadoras relaciones con el mundo de las
tinieblas haban sido descubiertas y estigmatizadas haca por
ltima vez acto de presencia en medio del fnebre escenario co-
lonial.
Se asista all al triunfo de la Iglesia y al aniquilamiento
momentneo del diablo, al episodio final de una dramtica con-
tienda en la que el pueblo entero desempe su papel sin dis-
crepancias. La gente llenaba los tablados construidos exprofeso,
se apiaba guardando un penoso equilibrio en el acueducto o
colgaba en densos racimos de los rboles.
Luis figuraba en un primer trmino. Haba solicitado li-
cencia del alcalde mayor para despedirse de su madre y abra-
zado a sus viejas piernas le deca con su lenguaje apasionado:
"Madre ma, hasta aqu madre de un pecador duro y obstinado,
ya madre de un hijo convertido a la fe de Cristo, por la caridad
y amor suyo, os pido perdn y bendicin".
Fray Alonso no abandonaba a su converso. Lo llev al ga-
rrote y cubrindolo con su capa, juntos los rostros mojados en
lgrimas, Luis inici su confesin: "Por la seal de la santa cruz
en que muri nuestro Seor Jesucristo . . . Yo, Luis de Carvajal,
grandsimo pecador . . . "
Concluida la confesin que el dominico juzg "la ms bre-
ve, clara, llena y verdadera oda en su vida", a peticin de "El
Mozo" le impuso como penitencia "la de su muerte y sus dolo-
res". No se escatim ninguno de los recursos espirituales que
c
ra posible movilizar en esa contingencia para darle a su alma
1.a mayor seguridad de ganar el Cielo. Fray Alonso lament no
haber trado consigo la bula de la cruzada, pero a cambio ofre-
ci veinte misas que en efecto se dijeron al da siguiente en el
monasterio de Santo Domingo y, por si las puertas celestiales
todava no se abrieran con la prontitud deseada, un sacerdote
le mostr una imagen con la cual se ganaba indulgencia plenria
diciendo tres veces: "Bendita sea la pasin de Nuestro Seor Je-
10
146 EL MUNDO DE 1AS TINIEBLAS

sucristo". El pueblo, a solicitud expresa de Luis, rez con l un


padrenuestro y a cada invocacin el amn de rigor se escuchaba
en millares de bocas sobre el rumor de las oraciones y el lamento
de los ajusticiados.
Fray Alonso, baado en lgrimas, impotente, cay de rodi-
llas ante el resucitado y se despidi de l rogndole no lo olvi-
dara en el Cielo. Aqulla era la obra de su vida. El poder de
sus razonamientos haba logrado quebrantar la soberbia cabeza
de la serpiente y ahora que Luis, limpio de pecados, iba a morir
en medio de crueles dolores, el religioso senta que un espritu
ligado a l por una cadena de sucesos extraordinarios quedara
destruido, y con l la prueba tangible de su increble triuno.
Luis, sujeto al garrote por una argolla de hierro puesta en el
cuello, pronunci con voz entera las palabras de la reconcilia-
cin hasta que el dominico, compadecido de su esfuerzo, le or-
den detenerse. Ya con dos vueltas an tuvo fuerzas para soli-
citar un credo. Las manos se le resbalaban el verdugo lo ahog
con gran trabajo debido a su torpeza, por lo que fray Alonso
sa sera su ltima accin que recogiera la historia le de-
tuvo el crucifijo en los dedos crispados. Ya haba muerto su
madre y su amigo Lucena. A pocos momentos muri su her-
mana mayor y la anciana Paiba dej caer su blanco pelo sobre
el rostro torcido.
Al mismo tiempo que la llamarada de las piras haca pali-
decer la luz de los hachones, en la plaza, el inquisidor mayor
absolva a los reconciliados. Se escuch el solemne canto llano
de la capilla de la catedral, y la procesin, con los reos que no
fueron entregados al brazo secular, volvi al edificio de la In-
quisicin alumbrndose con millares de hachas y linternas y
llevando las cruces, no enlutadas como en la maana, sino ves-
tidas de terciopelo carmes y adornadas con flores.
Das despus se cumplieron los sentencias de los reconcilia-
dos. Iban montados a caballo, y los verdugos descargaban lati-
gazos en sus espaldas desnudas. Los familiares del Santo Oficio
los animaban como lo haban hecho en 1574 cuando se castig
a los piratas de Hawkins, pero esta vez la gente no se conform
con su papel de espectador silencioso y los injuriaba arrojn-
doles toda clase de desperdicios y basura. Transcurrida una se-
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 147

mana, el virrey, los funcionarios y los hidalgos, en accin de


gracias, desfilaron por la ciudad con trajes de gala.

EL OBLIGADO EPLOGO

La tragedia religiosa ms espectacular del siglo xvi, que entre


otros muchos escritores aprovech el general don Vicente Riva
Palacio para componer uno de sus gustados folletones, quedara
incompleta si no refiriramos la suerte final que el destino re-
serv a sus actores principales. Entre ellos, debe contarse en
primer trmino a don Luis de Carvajal llamado "El Viejo". El
autor inconsciente de tan disparatados infortunios muri de tris-
teza y desesperacin en la crcel, sin que le valieran sus ttulos
de capitn general y gobernador del Nuevo Reino de Len que
l haba fundado. Sus trabajos de conquistador y poblador,
sus haciendas y sus minas creadas en pleno desierto a fuerza
de tenacidad no le proporcionaron alegras ni satisfacciones.
En la crnica slo perduran de este hombre desventurado
los guardias al aprehenderlo encontraron que llevaba tres
reales en la bolsa dos rasgos significativos de su rostro: una
spera barba y unos ojos ardientes.
Sobre doa Mariana, la pobre loca que arrojaba las imgenes
por la ventana de su casa, diremos que, apenas recobr la razn,
se le enjuici de nueva cuenta y fue ajusticiada el 25 de marzo
de 1601 en el quemadero de San Hiplito. El mayor sufrimiento,
con todo, estaba destinado a la pequea Anica. Su larga y ator-
mentada vida determin que los judos terminaran viendo en
ella a una santa y los catlicos a una mujer tan peligrosa que
lleg a sostener relaciones frecuentes con el diablo, segn el
testimonio de cierto padre Bocanegra, quien en su proceso ase-
gur bajo juramento haber visto al demonio, disfrazado de
negrillo, visitarla en su celda.. Naturalmente fue condenada a
la hoguera y se cumpli la sentencia en el auto grande del 11
de abril de 1649 a los sesenta y siete aos de edad. "Su muerte
escribi el erudito don Jos Toribio Medina debi servir de
descanso a la infeliz anciana; pues sin otras gravsimas enfer-
medades padeca un cncer en el pecho, tan profundo, que casi
se le vean las entraas."
148 EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS

Al rico Antonio Diaz de Cceres, debido a sus influencias, .


slo se le conden no obstante su bien probado judaismo
a pagar una multa de mil ducados para gastos del Santo Oficio,
y a Jorge de Almeida, el otro cuado, por hallarse ausente, la
Inquisicin se resign a quemarlo en estatua, previo el secuestro
de sus bienes.
La suerte de fray Gaspar, pese a que le fue levantada la ex-
comunin y se le devolvieron sus derechos eclesisticos, es quiz
la ms digna de lstima. A l le toc vivir en su propia carne
el drama religioso que entonces divida al mundo en dos mitades
irreconciliables. Denunci a su madre, vio quemar los huesos
de su padre a quien se imaginaba, segn sus palabras, ardiendo
en los infiernos, asisti al tormento y a la destruccin de los
suyos y tuvo que sufrir el verse relegado de su comunidad y
estigmatizado. Aun para el siglo xvi sus tragedias eran desme-
suradas.
Baltasar, el hermano mayor, y Miguelico, el benjamn de la
familia Carvajal, los nicos que lograron escapar a las persecu-
ciones inquisitoriales, despus de correr numerosas aventuras
encontraron en la catlica Italia un refugio seguro. Baltasar se
cas con una juda rica y viva en Pisa rodeada de sus hijos;
Miguel, a su vez, convertido en un sabio rabino, rega un templo
en la antigua Salnica.
Estas dos excepciones afortunadas no bastaban a compensar
el equilibrio de una balanza inclinada con evidente falta de
equidad en favor de los catlicos y en contra de los judos.
Jehov, una deidad en franca decadencia, incapaz siquiera de
aliviar el sufrimiento de sus elegidos mediante uno de los hechos
asombrosos con que en otra poca abati el orgullo del Faran,
al ltimo ejerci una pequea venganza que en algo restableci
el averiado mecanismo de la justicia divina. Una visita ordenada
por el supremo consejo de la Inquisicin descubri que Alonso
de Peralta, el cruel funcionario cuya presencia haca temblar de
espanto las carnes de Luis de Carvajal, era culpable de treinta
y dos delitos suficientemente probados. En contra de las prohi-
biciones en vigor "contrataba como si fuera mercader" y nego-
ciaba valido de su puesto. Tuvo la osada de encarcelar a Lucas
Padilla por haberle dicho al alcalde de las prisiones secretas que
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS 14

Peralta "no debia tener tienda pblica de gneros" y mostraba


tal soberbia, que haca arrodillar a los reos en su presencia. Tam-
poco sali bien librado el Fiscal Marcos de Bohrquez, cuya
nica finalidad en el desempeo de sus tareas consista en enri-
quecerse. Dueo de varias haciendas, este mal funcionario des-
obedeci "las rdenes del consejo para que vendiese sus propie-
dades y tambin se dejaba cohechar de manera escandalosa".
VI: EL ESPAOL, C O N Q U I S T A D O R
Y CONQUISTADO
Averiguar dnde el espaol se vuelve mexicano es enigma
digno de Zenn, y tan escurridizo en las letras como despus lo ha
sido a la hora de las reclamaciones diplomticas.
AIFONSO RKVES

ENTRE los das intensos, juveniles y arrebatados de la conquista


y la redaccin de la Historia verdadera del veterano Bernal Daz
del Castillo media un espacio de cincuenta aos. Es decir, entre
el rasgueo de su pluma y los hechos que evoca, ha corrido una
larga vida, pero la circunstancia de que Bernal domine una
perspectiva de sepulcros no le impide relatar los viejos sucedi-
dos como si, en vez de pertenecer a un remotsimo pasado, hu-
bieran ocurrido el mismo da de su registro. Ni la edad, ni la
amarga presencia de la muerte, ni su relativa pobreza fueron
capaces de quebrantar el optimismo vital de este soldado y cro-
nista extraordinario. Tena sin duda una clara idea de su mi-
sin, pues al hablarnos en el maravilloso captulo CCV de "los
valerosos capitanes y fuertes y esforzados soldados" que pasaron
a Mxico con Hernn Cortes, termina dando gracias a Dios y a
150}
EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 151

la Virgen de haberle preservado la vida en medio de tantos pe-


ligros "para que ahora se descubran y se vean muy claramente
nuestros heroicos hechos y quines f u e r o n . . . los que ganaron
esta parte del Nuevo Mundo y no se refiera la honra de todos
a un solo capitn". 1
Acicateado por Gomara, uno de los mejores prosistas de su
tiempo, se lamentaba de no tener la maestra de Apeles, Berru-
guete, Miguel ngel o el Burgals, para esculpir y pintar las
facciones y las maneras de sus camaradas tal como vivan en su
memoria. Estas salidas propias de un estudiante de retrica, fre-
cuentes en el, ayudan a medir la distancia que separa la evocacin
que hace un hombre del pueblo, al que su poca hizo intervenir
en una conquista, de la historia de un letrado que escribi de
odas acerca de hazaas realizadas por un grupo de aventureros
en una regin del mundo que le era desconocida. En Gomara,
el soldado espaol es un signo, una abstraccin, una sombra
annima sobre la que resalta la figura luminosa de Corts. En
Bernal, es Jernimo Meja llamado Rapapelo "porque deca
l mismo que era nieto de un Meja que andaba a robar en el
tiempo del Rey Don Juan"; es el sevillano Tarifa Manos Blancas,
a quien se le puso este nombre debido a que "no era bueno para la
guerra ni para cosas de trabajo, sino [para'J hablar de cosas pa-
sadas", y es Pedro de Sols Tras la Puerta, que mereci el apodo
gracias a su costumbre de "estar mirando a los que pasaban
por la calle y l no poda ser visto", o un hermano de ste, Sols
el de la Huerta, "porque tena una muy buena huerta y sacaba
buena renta de ella" y a quien tambin llamaban Sayo de Seda,
ya que se "preciaba mucho de traer seda".
Del medio millar de hombres que salieron de Cuba para rea-
lizar la Conquista de Mxico, muy pocos alcanzaron fortuna
y el destino reservado a los capitanes tampoco fue nada placen-
tero. Pedro de Alvarado, el segundo de Corts, lleg a ser Co-
mendador de Santiago, Adelantado y Gobernador de Guatema-
la, pero termin sus das aplastado por un caballo que le cay
encima durante un combate, y Gonzalo de Sandoval, el bravo
capitn considerado como el brazo derecho de Corts, hombre
sin letras "sino a las buenas llanas", muri de una enfermedad
extraa en el puerto de Palos, de regreso a su patria. Al gigan-
152 E l ESPAROL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

tesco Cristbal de Olid, a quien Cortes llamara "Hctor en el


esfuerzo", se le apuale en una cena y luego fue acusado de
traidor al Rey y decapitado. Juan Velzquez de Len, pariente
del Gobernador de Cuba, muri la Noche Triste acribillado
a flechazos en los puentes cortados por los aztecas. Cristbal
de Olea, recio y apacible, dos veces le salv la vida a Corts,
una en Xochimilco, donde los escuadrones mexicanos lo haban
derribado de su caballo El Romo, y otra, en la emboscada que
le tendi Cuauhtmoc durante el cerco de Tenochtitln. Los
caudillos, de acuerdo con la finalidad de su guerra que consista
en tomar vivos a los enemigos para despus sacrificarlos, ya se
llevaban herido a Corts, cuando Olea, en medio de la confusin
de la lucha, y de los muertos que llenaban la calzada, hizo un
ltimo esfuerzo y se lanz contra los aprchensores de su capitn.
Fue una pelea salvaje. Los aztecas se aferraban a Corts enlo-
quecidos, y Olea, baado en sangre, luch con su terrible espada
hasta que cedieron los caudillos. "Y as concluye Bernal,
le salv la vida y Cristbal de Olea qued all muerto por sal-
varle."
Juan de Escalante, capitn de la Villa Rica, muri a manos
de los indios en Almera, y Diego de Ordaz, antiguo mayordo-
mo del Gobernador Diego Velzquez, primero en ascender al
Popocatpetl, el volcn sagrado de Anhuac, luego de ganar
el ttulo de comendador de Santiago, cay abatido en el lejano
Maran. Los dems capitanes, los que "murieron de su muer-
te", de la sucia y triste muerte propia del hombre y no de la
hermosa muerte del soldado, fuera de Sandoval, apenas mere-
cieron de Bernal una breve nota necrolgica. Francisco de Mon-
tejo, Gobernador y Adelantado de Yucatn, falleci en Castilla;
Pedro de Ircio todo palabras, ningunas obras se apag tan
oscuramente como haba vivido; Alonso de vila muri en
Yucatn; Francisco de Lugo, Andrs de Tapia, Juan Jaramillo y
Luis Marn expiraron tranquilos en sus casas, sin pena ni gloria.

RAZN Y SINRAZN DE U N A FAMA

Muy distintos se ofrecen los motivos por los cuales algunos


i soldados de Corts lograron forzar las puertas de la historia.
EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 15}

Maldonado, un mancebo de Medelln, cl capitn Andrs de


Monjaraz, el buen soldado Juan del Puerto, Rodrigo Rangel,
persona prominente, y el artillero Francisco de Orozco, asegu-
raron la inmortalidad a causa de las bubas, heridas ganadas en
las batallas que requieren campos de pluma segn aconsejaba con
buen sentido eclesistico don Luis de Gngora.
Juan Prez, Jurez el Viejo y el valiente soldado Escobar
merecieron dos lneas en la nmina heroica de Bernal debido
a que el primero mat a su mujer, conocida con el nombre de
guerra de "La Vaquera", en forma harto vulgar, pues el cronista
no se toma el trabajo de referirla; a que el segundo se deshizo de
su cnyuge, empleando para recobrar su libertad lo que Bernal
designa como una piedra de moler maz y nosotros con el nom-
bre familiar de la mano del metate, y a que el tercero pag en
la horca los crmenes de haber forzado una doncella y el "de
ser un revoltoso incorregible".
A otros los salv Bernal del anonimato fascinado por cierta
peculiaridad notable de su carcter. En este grupo debemos
sealar al "muy pulido" Francisco de Saucedo, antiguo maestre-
sala del Almirante de Castilla a quien sus camaradas apodaron
"El Galn"; a un tal Espinosa, de mote "el de la Bendicin", as
apodado porque en sus relatos, siempre que ponderaba un hecho,
le aada la muletilla de "con la buena bendicin"; a un San
Juan que perdi su nombre para conservar a lo largo de los
siglos el de "El Entonado", que le gan su presuncin, y a un
tal Alonso Ruiz, llamado "El N i o " no obstante su elevada
estatura, nombre con el que aparece invariablemente en las
crnicas.
De los pocos viejos resistentes y animosos que tomaron parte
en las guerras, destacan Sols Casquete, hermano de los otros
Solises, al que apodaron as por ser "algo arrebatacuestiones",
a un ballestero annimo, gran jugador de naipes, y a otro an-
ciano, padre de Orteguilla, muchacho que hablaba nhuatl y
fue paje del Emperador Moctezuma. Estos dos ltimos viejos
y el muchacho tuvieron un destino semejante: los tres murie-
ron en poder de los indios.
Con sus relatos, el mismo Bernal destruye la orgullosa y rei-
terada afirmacin de que la mayora de los conquistadores eran
154 EL ESPA5JOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

"hijosdalgos". La humanidad pintada por l es pueblo que to-


dava no ha perdido su olor a tierra y a cebollas; est muy cerca
del villorrio, de la alquera, del huerto y de la cocina adornada
con ristras de ajos donde se habla de aparecidos, de guerras
lejanas y de santos milagrosos; se pueden ver sus manos encalle-
cidas y se oyen sus muletillas, sus refranes y sus apodos.
El cronista nunca olvidar a los vanidosos, a los elegantes,
ni a los que tienen un ojo quebrado, cojean o les falta una mano.
Para estos hombres nutridos de romances y de libros de caballe-
ra, lo truculento se reviste de un apasionado inters que los
hace referirse a los crmenes cometidos por sus camaradas no
slo sin acritud, sino con acentuada benevolencia. Aman la
gloria, el dinero, el valor, pero al mismo tiempo son brutales,
codiciosos y mujeriegos y, cuando llega la hora de cobrar las re-
compensas a que creen tener derecho, son capaces de emplear
medio siglo escribiendo memoriales sobre los servicios prestados
a la Corona.
Del campesino tienen adems el humorismo socarrn y la
finura del odo y de la vista. Describen con el mismo gusto
la estrella que mostraba en la frente el caballo de Cortes, que el
pelo crespo de Gonzalo de Sandoval o el color ceniciento de un
rostro cuyos rasgos haban terminado por olvidar sus propios
hijos.
LA BSQUEDA DEL TIEMPO PERDIDO

A medida que escribe el viejo, acuden a su mesa los muer-


tos. Se acercan, unos cojeando, otros, con una cuchillada en la
cara o con un ojo vaco; llevan sus sombreros rotos, sus cascos
abollados, sus jubones descoloridos, sus medallas y sus armas.
Ante l brilla el diamante que acostumbraba lucir en un dedo
Hernn Corts o la cadena de oro de Alvarado, pero lo ms
asombroso es que estos lejanos espectros, meras sombras de la
olvidada edad heroica, no han perdido el acento y el tono que
distingua medio siglo atrs sus inconfundibles voces. Gonzalo
de Sandoval, en contraste con su juventud, la tena "no muy"
clara, sino algo espantosa y ceceaba tanto cuanto"; la de Ve-
lzquez de Len "era espantosa y gorda y algo tartamuda";
Diego de Ordaz no acertaba a pronunciar algunas palabras, pues
EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 155

era medio tartajoso; Pedro de Ircio fue "muy platico en dema-


sa y siempre contaba cuentos de don Pedro Girn y del Conde
de Urea, por lo que le decan Agrajes sin obras"; la conver-
sacin de Alonso de vila era expresiva, muy clara y de buenas
razones; Narvez, el trgico figurn de la Conquista, se distin-
gua por una "voz muy entonada, como que sala de bveda".
Los cantores y los msicos que figuran en el ejrcito son,
como era de esperarse en un cronista de odo tan sensible, objeto
de una especial recordacin. Bernal Daz menciona a Benito de
Bejel, atambor y tamborino en Italia y en la Nueva Espaa, a
Morn, gran msico y mediano soldado, a Ortiz, taedor de viola
y amigo de mover los pies en las danzas, y a Porras, cantor de
pelo colorado que muri, como tantos otros, en poder de los
indios.
Una buena parte de los que desfilan ante su mesa pueden
ser descritos como gente sin oficio ni beneficio, amigos de pen-
dencias y aventuras galantes, escapados de la justicia en Espaa,
jugadores, estudiantes fracasados, bufones, astrlogos, truhanes y
soldados que despus de obtener un buen repartimiento de indios
renuncian su encomienda y se hacen frailes o ermitaos.
Los que Bernal dej en su tintero de cuerno, por no haberse
distinguido ni en la paz ni en la guerra buen nmero de sol-
dados de los que llegaron con Panfilo de Narvez o en las expe-
diciones posteriores, son gentes del comn, herreros, carpinte-
ros, marineros, grumetes, criados de casas grandes, labradores o
modestos soldados de profesin que no ven la hora de soltar la
ballesta o el arcabuz, utensilios con los que penosamente se ga-
nan la vida.
Concluida la jornada de las armas, se reparte el botn. Un
puado de oro pesado con unas balanzas falsas. Es posible verlos
en el campamento de Coyoacn, a la luz de las antorchas, ju-
garlo a los naipes. La vida oficial de la Colonia en cierto modo
se inicia con una comilona en la que los soldados bailan al son de
la flauta y el tambor, ruedan borrachos debajo de las mesas o per-
siguen a las mujeres entre los rboles de la huerta. Como en los
grabados de Peter Bruegel, el pintor del pueblo, suean, tirados
en la hierba, con gansos y pavos que vuelan asados, con pas-
teles y capones puestos al alcance de la mano sudorosa, flojo el
156 EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

cinturn y abandonada la ociosa lanza todava manchada de


sangre. A estas imgenes del paraso europeo se suman las pro-
pias del Nuevo Mundo, la encomienda y sus esclavos, los trajes
de brocado y de raso, la cacera, el torneo y los briosos caballos
ataviados con gualdrapas de terciopelo.
La pasin aventurera los ha unido en la hora de la guerra.
Su recio sentido de camaradera les ha permitido sobreponerse
a su acusada individualidad y a la codicia que alienta en ellos
por haber presenciado el festn de la vida asomados a la ventana
de un palacio iluminado, que es el lugar donde el pueblo acos-
tumbra asistir a los regocijos del poderoso.
Este fragmento de pueblo abigarrado es uno de los compo-
nentes primarios de la sociedad mexicana. Espritus formados
de excesivos contrastes, en, ellos se funde la imaginacin llena de
color, el ansia de aventura y de gloria, las fuerzas del Renaci-
miento que los empujan a emprender hazaas de locos, con las
supersticiones, el egosmo de afilados colmillos y las terribles
contradicciones de la Edad Media. La sensualidad y la codicia
determinan que su vida est en continua pugna con sus ideas
religiosas. Aman a Cristo y para hacerse ricos no vacilan en
cometer las peores atrocidades; son apasionados de la libertad
y no pueden vivir sin esclavos; consagran la castidad como una
de las virtudes esenciales de su religin y son raptores de indias;
viven dentro de un rgimen de legalidad y son incapaces de en-
tender la justicia. En el fondo de su conciencia, el diablo
medieval libra su batalla eterna contra los poderes del Cielo. A
veces, en su espritu el sueo heroico de la caballera andante
entabla un dilogo dulce y severo con Amads de Gaula, y la
msica del romance suena en sus odos. El romano y el rabe,
el Cid y Jimena, el galope de los seores feudales y los pueblos
amurallados, el aclito que por mirar a la bella piadosa dice
amor por amn, son algunas de las imgenes que se agitan en
su mundo interior.
Su vida va a cambiar radicalmente al concluirse la guerra.
Dejarn de ser espaoles para convertirse en indianos. En el
conquistador conquistado por su conquista ya se insina el desa-
rraigo, el choque entre las vivencias y los intereses viejos y
nuevos. El aventurero, como la serpiente, deja, con la armadura,
EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 157

una etapa azarosa de su existencia y se transforma en un seden-


tario, en un noble reciente, en un pequeo y cruel barn de la
tierra.
Domina el abigarrado conjunto de los conquistadores la fi-
gura de Hernn Corts. l es el ms afortunado y el ms des-
graciado de todos. Rene en una mayor proporcin las virtudes
y los defectos de sus camaradas, a los que dio, por ser suyos, un
vigoroso sentido histrico. La codicia, las contradicciones, el
desarraigo, la metamorfosis del soldado espaol en empresario
indiano, el proceso aristocratizante que en ellos se opera, las
corrientes feudales y renacentistas que los vitalizan, en l alcan-
zan su mxima expresin. Es con Cuauhtmoc nuestro otro
abuelo el blanco y para entender a los nietos resulta indis-
pensable fijarlo en el arranque de la nueva sociedad.

LA METAMORFOSIS DEL CONQUISTADOR

El afn de ostentacin, el carcter derrochador, la fanfa-


rronera, eran casi siempre rasgos privativos del espaol aveci-
nado en las Indias y a la regla no escapaba Hernn Corts. Ya
desde su poca de granjero y escribano prspero, en la isla de
Cuba, gastaba ms dinero del que ganaba organizando fiestas
para sus amigos o comprando a su "mujer costosas galas. Las
deudas no le quitaban el sueo a ningn aventurero. Eran, por
decirlo as, una fatalidad social a la que nadie lograba evadirse
si se quera prosperar en las Indias. En ltima instancia la con-
quista de Mxico y en el mismo caso se hayan las conquistas
realizadas en las Indias debe ms a los prestamistas que a la
Corona espaola. Hernn Corts, antes de abandonar la isla
de Cuba, tena empeados todos sus bienes y adeudaba una
suma tan considerable a diversos acreedores que en toda su vida,
consagrada a la agricultura y a las triquiuelas judiciales, no
hubiera llegado a liquidar.
Sus compaeros de aventura estaban en peores condiciones.
Los prestamistas tambin ellos confiaban en la buena estrella
y en el herosmo de sus deudores les haban vendido una ba-
llesta eft cuarenta pesos y una espada en cincuenta. Los caballos
costaban de ochocientos a mil y los mdicos y los barberos, que
158 EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

acompaaban al ejrcito, curaban tambin a crdito y a muy


elevado precio las heridas.
Si en Cuba ya se conduca Hernn Corts como un "bravo-
so y esforzado capitn", antes de serlo, en Mxico, no bien cay
la ciudad de Tenochtitln, logr transformarse, sin los cmicos
excesos del nuevo rico, en un gran seor. Sus casas de la ciudad
y del campo eran las ms espaciosas y ricas de la Nueva Espaa.
Torreones y almenas, fachadas de cantera y tezontle, patios
circundados de columnas, vigueras de cedro y nobles aposen-
tos, establecieron desde el principio un modelo de habitacin
que habra de prevalecer, sin modificaciones sensibles, durante la
Colonia.
La servidumbre se compona de dos maestresalas, mayordo-
mos, numerosos pajes y mozos de espuela. Aunque el no tuviera
aficin a las comidas y a las libaciones excesivas coma con
sencillez y slo beba una taza de vino aguado al medioda,
su mesa era de prncipe. Posea vajillas de oro y plata, suntuosos
manteles y reposteros, y amenizaban sus fiestas msicos, baila-
rines y saltimbanquis. Los juegos de azar no significaron gran
cosa en su vida. En cambio, amaba los caballos montaba como
un maestro, nos dice uno de sus bigrafos, los ejercicios de las
armas y la cacera. Vesta con sobria elegancia, a la manera
de los nobles espaoles, y sus joyas consistan en una sortija
con un diamante, una cadena de oro de la que pendan imgenes
de la Virgen y de San Juan Bautista, y un medalln en la gorra. 2
Diariamente oa misa y lea su libro de horas. Senta gran
devocin por la Virgen, San Pedro, San Juan Bautista y Santia-
go, el patrn de los guerreros espaoles; "daba limosna todos los
aos por deber de conciencia", 3 y cuando cay enfermo de gra-
vedad en su trgica expedicin a las Hibueras, orden le tuvie-
ran lista la mortaja de San Francisco para que le enterrasen. De
los conquistadores de Amrica fue el ms tolerante y el menos
cruel, si bien muchas veces se infam cometiendo crmenes tan
injustificables como las matanzas de Cholula y de Tenochtitln,
o como el tormento y el asesinato del vencido emperador Cuauh-
tmoc. Sincero catlico l mismo se senta un campen de la
cristiandad, perteneca a esa extraa poca en que el pecado,
la injusticia y la insensibilidad ante el dolor ajeno iban unidos al
EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 159

arrepentimiento, el silicio, la cruzada de la fe y la piedad heroi-


ca. Por lo dems, nunca quebr la lnea moral de su ambiente
aunque sostuviera un serrallo en Coyoacn y hubiera sido capaz
de estrangular a su desagradable mujer Catalina Surcz cuando
la supuso un estorbo a sus ambiciones de nobleza.
Hernn Corts siempre vea las cosas en grande. Hombre
mltiple, fue por un lado y en otro escenario un hroe a la altu-
ra del Duque de Alba y de Alejandro Farnesio, los capitanes
que consolidaron en Europa el podero espaol. Lo anim, en
mayor proporcin que a cualquier otro conquistador de las Indias,
ese espritu universal, ese no estar en s mismo en que descansa,
de acuerdo con el juicio de Amrico Castro, la esencia de lo
hispnico. Los ambiciosos sueos rebasaban la realidad por an-
churosa que sta fuera. Al mismo tiempo que edificaba la ciu-
dad de Mxico, organizaba las expediciones a Tuxtepec, Mi-
choacn, Oaxaca, Colima, Zacatula, Honduras y Guatemala y
personalmente emprenda la conquista del Panuco, lo deslum-
hraba el resplandor de las minas de oro, las perlas y las piedras
preciosas que se descubriran en el oriente junto con "otros
muchos secretos y cosas admirables". Los conquistadores posean
en gran medida el moderno espritu de investigacin que carac-
terizaba a los hombres del Renacimiento, slo que para ellos el
mundo era su laboratorio, y sus libros, las hojas turbadoras
de la Naturaleza y de los pases incgnitos que poblaban el
mundo desconocido. El secreto de su fuerza resida en el deseo
nunca satisfecho de querer revelar el secreto de las cosas, de pe-
netrar en el gran misterio del Universo no revelado, y este deseo
era de tal modo exigente y desmesurado que cada nueva con-
quista y cada nuevo descubrimiento, en lugar de satisfacerlo, lo
exaltaba al grado de que pensase en Asia como en un fruto mgi-
co puesto al alcance de su mano.
A diferencia de Cristbal Coln, un soador que condenaba
al desorden y a la ruina sus conquistas por correr tras el fan-
tasma de Cipango, Corts era un visionario doblado de hombre
prctico. En tres aos de gobierno ilcito, de 1521 a 1524, fecha
de la iniciacin de su viaje a las Hibueras, logr establecer en sus
lneas generales la slida y peculiar estructura en que descan-
sara el Virreinato. Desde luego, los seores de las distintas
160 EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

provincias sojuzgadas por sus capitanes se apresuraron a rendirle


vasallaje. "De esta manera dice Lucas Alamn 4 se form
una nacin de todas estas partes separadas, y este elemento
precioso de la unidad nacional vino a ser el fundamento de la
grandeza a que la Repblica podr llegar algn da si sabe
conservarla." All estaba Mxico, sin unidad nacional, pero
all estaba, con sus paisajes y climas diversos, con sus bosques
y sus llanos, sus hombres y sus lenguajes diferentes, sus trajes y
sus costumbres arbitrarias, y su misterio sagrado, nico e impe-
netrable, al que se visti con la piel y se cubri con la mscara
solemne del Imperio espaol.
Sobre el mundo indgena, con notable rapidez, Corts orga-
niz la dominacin hispnica. Calles, fuentes, acueductos, mo-
nasterios, iglesias, casas y mesones modificaron el sentido del
paisaje; soldados y gambusinos erigieron villas y descubrieron
minerales; las naves zarpaban de los puertos distantes; se cre
el cabildo, se fabric plvora, se fundieron caones y se im-
plant la encomienda, que fue la base de la economa virreinal.
Una sentencia de esclavitud dictada en contra de millones
de indios, es decir, una condenacin de proporciones casi divinas,
a pesar de su evidente fatalidad, hizo temblar la mano de Cor-
ts. La decisin de establecer oficialmente la encomienda, fiel
a una costumbre seguida a lo largo de la Conquista, no la pre-
sent como una resolucin voluntaria, sino como una extrema
medida que se vio obligado a adoptar coaccionado por las cir-
cunstancias. Ante el Emperador, que era un poco ante la Histo-
ria, se lav las manos considerndose inocente. Haba tenido
en cuenta los muchos y continuos gastos del rey

y sobre todo escribe la mucha importunacin de los oficiales de


S.M. y de todos los espaoles, y como de ninguna manera se podia
excusar, fuele casi forzoso depositar los seores y naturales dcstas
partes a los espaoles, considerando las personas y los servicios que
en estas partes a S.M. haban hecho . . . 5

Por un lado, segn expresa en su tercera Carta de Relacin,


se le haca duro "compeler a los naturales a que sirvieran a los
espaoles de la manera que los de las islas", y por el otro,
"cesando aquesto, los conquistadores y p o b l a d o r e s . . . no se
EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 161

podan sustentar". El dilema, as planteado, nos relaciona con


una de las actitudes ms significativas del indiano espaol.
N i el conquistador, ni siquiera el poblador, son capaces de vivir
en Amrica privados del trabajo del esclavo indgena sobre cuyas
espaldas se edifica, crece y prospera la nueva sociedad. l cons-
truye las iglesias y las casas, los caminos y los acueductos, labo-
rea en las minas y todava sustenta la encomienda que satisfaca
la doble aspiracin de poseer crecidas rentas y la de vivir con
los derechos y las preeminencias de un seor feudal.
Lucas Alamn encontraba interesante que las condiciones
sui generis de la encomienda hubieran prevalecido durante los
siglos coloniales. Lo que entonces se improvisaba en medio de un
vrtigo: ayuntamiento, encomienda, sujecin de seoros ind-
genas, sistemas de trabajo, aquellas creaciones miserables o ben-
ficas que salan de las manos de Corts habran en efecto de
perdurar, al travs de los aos, idnticas a si mismas como esas
figuras de los antiguos relojes que movidas por la vieja maqui-
naria continan desfilando en los campanarios y se repiten siem-
pre, viva contradiccin del tiempo alado que proclaman.
El conquistador ser la primera vctima de la Colonia que ha
creado. El horrible proceso del coloniaje, que deformar el ca-
rcter de sus hijos marcndolos con un estigma, se iniciar
en el propio ser del soldado victorioso. Corts, al igual que los
dems conquistadores espaoles de Europa o de las Indias, debi-
do a la inflexible poltica de la Corona, no ser el gobernante
sino el obediente vasallo de las autoridades que el rey tenga a
bien designar en la Nueva Espaa. Es fcil imaginar lo que esto
supuso para el orgulloso guerrero feudal. Mancillando los fres-
cos laureles que ornaban su frente, estar sujeto a un funcionario
que no es un hroe, ni un sabio, ni un noble, sino un triste li-
cenciado que ve el mundo, asomado a su tintero de cuerno.
Cuando Corts es desterrado de Mxico por el tesorero Es-
trada, gobernante en turno de la Colonia, expresa su amargura
dicindole a Carlos V "que daba gracias a Dios que de las tierras
y ciudades que haba ganado con tanta sangre suya y de sus
compaeros vinieran a desterrarle personas que no eran dignas
de bien ninguno, ni de tener los oficios que tenan". N o se crea
que el episodio de Estrada es excepcional en la carrera de Corts,
u
162 EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

De 1521 a 1528, ao en que acosado huye de Mxico para since-


rarse ante el Emperador, las autoridades espaolas trataron por
todos los medios de arrebatarle el poder, nombrando goberna-
dores y visitadores Tapia, Garay, Estrada, Ponce, Aguilar y
la primera audiencia encabezada por el rapaz u o de Guz-
mn o dictando rdenes de aprehensin en su contra. 8 Si la
escena de un Coln encadenado no se repite con Hernn Cortes,
esto se debi a meros accidentes que entorpecieron el deseo real
de tenerlo alejado de la Nueva Espaa.
La pugna que se plante entre la poltica regalista y las ten-
dencias feudales del conquistador se resolvi en favor de la
Corona gracias en muy buena parte al espritu caballeresco del
aventurero espaol que, sobre todas las cosas, antepona la fide-
lidad a su monarca. Corts tuvo razones y medios sobrados para
alzarse con la tierra. Nunca lo hizo. Acall sus resentimientos,
renunci a tomarse por la fuerza lo que se le negaba de buen
grado y en vez de convertirse en un rebelde se resign a no
ser otra cosa que un pedigeo desairado el resto de su vida.

EL PLIDO SOL DE LA GLORIA

A semejanza de Coln, Hernn Corts vive su nica hora


de gloria al regresar a Espaa. Era una gloria bien ganada.
Sali como uno de tantos oscuros inmigrantes con su hatillo al
hombro y regresaba, despus de una ausencia de veinticuatro
aos, convertido en uno de los hombres ms clebres de su
tiempo. Especie de Marco Polo que por un momento logr em-
brujar a Europa con la magia de sus maravillosos relatos, sus
cartas se lean traducidas al italiano y al latn y en todas partes
se hablaba de su valor, de su fra sagacidad, de su rara fortuna
al conquistar, con un puado de valientes, dilatados reinos hen-
chidos de prodigios. Y he aqu que este hombre fabuloso,
escapado a los cuchillos de pedernal de los aztecas, al cerco
puesto por millares de fanticos guerreros, el soldado que tuvo
el privilegio de vencer al emperador Moctezuma, no era una
leyenda sino un hombre de carne y hueso que se encontraba
en Espaa.
EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 163

Su cortejo sobrepas en esplendor al de Cristbal Coln.


Lo acompaaban dos hijos de Moctezuma, tres jvenes de la alta
nobleza de Tlaxcala y con ellos iban indios malabaristas que
hacan primores moviendo un palo con los pies y acrbatas
capaces de volar como los pjaros atados a un altsimo poste con
cuerdas que se destrenzaban a increbles distancias.
Otra vez se sucedan las escenas que en 1493 presenci Es-
paa. Los balcones estaban adornados con tapices y estandartes,
sonaban las campanas echadas a vuelo y entre el gento que
llenaba las plazas y las calles desfilaban enanos y contrahechos
indgenas, albinos, soldados cubiertos de cicatrices, criados cnar-
bolando rodelas y abanicos de plumas, y los pjaros y los anima-
les descritos en sus Cartas de Relacin a Carlos V. Cerraban la
comitiva poderosas muas ricamente enjaezadas donde esta vez
s se conducan los tesoros de las Indias.
Las mujeres encontraban particularmente interesante la fi-
gura de Cortes. Iba a caballo; la gorra de terciopelo ocultaba
el pelo que principiaba a encanecer y el vestido negro haca
resaltar la palidez de su rostro en que se mezclaban la dignidad
y la severa dulzura propia de algunos espaoles.
El deseo de casarse con una mujer de la nobleza espaola lo
obsesionaba al extremo de que no le interesaran las plebeyas
que lo aclamaban a su paso ni las robustas maritornes de las
ventas en que se detena. Su gloria no le regateaba ninguna
posibilidad. En el convento de Guadalupe, durante su viaje
triunfal, conoci a un grupo de mujeres principales. La seduc-
cin fue recproca. Ellas vieron en l al soldado victorioso que
haba hecho hablar a Europa con sus hazaas y al amante excep-
cional que en Mxico sostena un serrallo abastecido de princesas
indgenas y de aventureras espaolas. Para l, esas mujeres de
nombres ilustres eran el mejor premio a sus conquistas, la meta
obligada de un proceso aristocratizante que se opera en el con-
quistador tan pronto como gana la tierra. Les habl con su
persuasin acostumbrada de ciudades fantsticas, de cortes br-
baras y suntuosas y al final, como lo hiciera Messer Millione en
Vencia, les regal perlas y joyas de oro.
Al arrodillarse frente a Carlos V, el Csar lo levant del
suelo y charl con l visiblemente complacido. Un ao despus,
i (A EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

en 1529, se le conceda el ttulo de Marqus del Valle que com-


prenda veintids villas y veintitrs mil vasallos, "que l prefiri
a todo el reino de Michoacn que se le ofreci", 7 el hbito de
Santiago, las dos casas de Moctezuma situadas en la plaza prin-
cipal de Tenochtitln y dos cotos de caza.
Sus desplantes de millonario asombraban a Europa y causa-
ron la envidia hasta de la misma Emperatriz. Entre las joyas
que regal a su esposa la hermosa joven doa Juana de Ziga,
hija del Conde de Aguilar y sobrina del Duque de Bjar, figura-
ban cinco esmeraldas, una tallada en forma de rosa, otra de
trompeta y la tercera de un pez con los ojos de oro, "obra de los
indios que los autores contemporneos llaman maravillosa"; 8
la cuarta representaba una campana guarnecida de oro con una
gruesa perla de badajo, y la ltima, una taza incrustada en oro y
plata que luca este orgulloso mote: nter natos mulierum non
surrexit major. Las cinco piedras se valuaron en cien mil duca-
dos y slo por una de ellas ciertos joyeros genoveses de Sevilla
ofrecieron cuarenta mil.
Fuera de este segundo embriagador, su estrella declina con
rapidez. Bernal Daz, el antiguo y olvidado camarada, conside-
rando la vida de su jefe, juzga con razn que la fortuna slo le
acompa en la Conquista de Mxico. El hecho de que no se
le ratificara el nombramiento de Gobernador de la Nueva Es-
paa y su codicia que lo llev a interpretar el otorgamiento de
los veintitrs mil vasallos como si fueran jefes de familia, lo que
al menos cuadruplicaba la primitiva concesin, le causaron dis-
gustos sin cuento.

GRANDEZAS V MISERIAS DE LA VICTORIA

De vuelta a Mxico en 1530, la lucha abierta contra las


autoridades se hizo ms enconada. Luchaba por preeminencias,
por faltas de etiqueta, por insignificancias. El pleito de los va-
sallos durara ms que su vida. En 1532 se quejaba: "no tengo
un peso de oro que gastar en cosas que son menester". Era
evidente que exageraba. Su enorme marquesado comprenda
porciones de los valles de Mxico, Toluca y Michoacn, por el sur
abarcaba Cuernavaca, Cuautla y Oaxaca y adems posea costas
EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 165

en los dos ocanos. Este inmenso territorio ofreca desde las nie-
ves eternas de los volcanes, los bosques de coniferas y las tierras
fras de las altas mesetas, hasta los maravillosos climas inter-
medios de las altas cordilleras y las costas tropicales. Era, pues,
un reino, un desmesurado campo experimental donde un hombre
tenaz y dotado de iniciativa poda ensayar con xito todas las
industrias y los cultivos conocidos en el mundo. Esto fue cabal-
mente lo que hizo Corts. En Veracruz y en Guerrero estableci
ingenios de azcar, inici el cultivo de la seda en Yautepec, que
despus se extendera a diversas provincias, foment la cra de
ganados, sembr trigo, camo, lino y algodn, explot las minas
de Zacatecas y Taxco y los placeres de oro de Tehuantepec
En 1540, el estado de sus pleitos lo oblig a pasar a la Corte.
Su estilo se volvi jeremaco. Peda slo una
partecica de un gran todo con que sirvi a su Majestad sin costar tra-
bajo ni peligro en su real persona, ni cuidado de espritu de proveer
como se hiciese, ri costa de dinero para pagar la gente que lo hizo, y
que tan limpia y lcalmente sirvi no slo con la tierra que gan, pero
con mucha cantidad de oro y plata y piedras de los despojos que en ella
hubo.
Bernal atribuye las desventuras que cayeron sobre Corts "a
maldiciones que le echaron los soldados por no haber remunerado
sus servicios tan largamente como pretendan", ya que de otra
manera no se poda explicar el hecho de que un oscuro fiscal
le fuera ms dificultoso "que ganar la tierra a los enemigos".
De 1540 a 1547, el ao de su muerte, Corts es una sombra
de s mismo. El hombre que inici su vida como aventurero y
soldado de fortuna termina sus das entregado a melanclicos
pensamientos. N i siquiera el largo pleito en que se ha consu-
mido parece interesarle. El 3 de febrero, en una ltima carta
dirigida al Emperador, solicita una rpida sentencia
porque a dilatarse, dejarlo he perder y volverme he a mi casa, porque
no tengo ya edad para andar por mesones, sino para recogerme a acla-
rar mi cuenta con Dios, pues la tengo larga, y poca vida para dar los
descargos, y ser mejor dejar perder la hacienda quel nima.

La vida es breve, largo el captulo de las culpas. De hom-


bre triunf en l la codicia, la sensualidad, el afn de mando,
166 FL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

y ahora que est viejo y mira cercana la muerte, le atormenta la


dea de arreglar aquella vieja y embrollada cuenta y le acosan
sin cesar los remordimientos.
Entre los negocios de la tierra y los negocios del alma su
sentido prctico no lo abandon nunca, transcurren sus horas
en Espaa. Presida una especie de academia donde los concu-
rrentes all se reunan un cardenal, un virrey y varios letrados
de los cuales debe mencionarse a Francisco Cervantes de Salazar
proponan elevados temas de conversacin. Uno de esos tema1;,
el de m3yo de 1547, suscitado por la gravedad de Francisco de
los Cobos el poderoso ministro de Carlos V, llevaba el siguiente
ttulo: "Angustias de un hombre rico y poderoso al dejar esta
tierra". 6
Si bien desconocemos las reflexiones que a Corts inspir
ese asunto en el seno de la academia, nos es posible conjetu-
rarlas gracias a su testamento otorgado en Sevilla el 11 de
octubre de esc mismo ao. Humboldt, que lo tuvo en sus manos
durante su viaje a la Nueva Espaa, opin que era "un gran
documento histrico digno de ser salvado del olvido", 10 y el se-
or G. R. G. Conway, a quien debemos su mejor edicin, escribi
que en l Corts "da muestras de una habilidad mercantil nada
comn; de una memoria excelente y una cordial tolerancia". 11

EL "INDIANO PERULERO"

Primeramente dice mando que si muriese en estos Reinos


de Espaa mi cuerpo sea puesto y depositado en la iglesia . . . hasta que
sea tiempo y a mi sucesor le parezca . . . de llevar mis huesos a la
Nueva Espaa, lo cual yo le encargo y mando que asi haga dentro
de diez aos, y antes, si fuera posible.

Con esta disposicin solemne encabeza Hernn Corts su


postrera voluntad. Ordena perentoriamente que tan pronto
como el ltimo jirn de la carne se desprenda de sus huesos
esos huesos aventureros y polmicos que parecen jugar al es-
condite a travs de los siglos sean conducidos a la Nueva
Espaa. En ninguna clsula se muestra tan categrico como en
sta, porque Hernn Corts, el "indiano perulero"," como le
EL ESPAROL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 167

llamaban en la Corte, es ya un americano, un hombre desarrai-


gado de su patria que se liga al destino de una nueva tierra ganada
por l con el esfuerzo de su brazo.
En Espaa se siente un extranjero. De su memoria se han
borrado el sonar de las campanas y los gritos de la multitud que
lo aclamaba al regresar la primera vez a la Pennsula y, en
cambio, le duele como una quemadura reciente la ofensa que
le hiciera Carlos V al no invitarlo a la junta donde se discuti la
suerte de Tnez. De Espaa recuerda los mesones incmodos,
los acerbos pleitos judiciales, las hostiles cancilleras reales
donde los expedientes duermen el sueo de los justos. Espaa
le regatea sus mritos, lo empobrece, lo mata a disgustos, lo con-
sidera un extranjero. En Mxico todo ocurre al revs. Aqu
gan fama y riquezas. Los indios ven en l a un dios, y a pesar
de la audiencia puede vivir en sus dominios a semejanza de un
prncipe, ocuparse de cosas creadoras y descansar en su palacio
de Cucrnavaca, tendido en la galera, contemplando los chorros
verdes del bosque, el vuelo de los pjaros y el brillo lmpido
de la nieve de los volcanes, al mismo tiempo que respirar el aire
perfumado y tibio de su paraso.
Luego le interesa su entierro. Debern concurrir a l todos
los frailes de todas las rdenes de la ciudad y seguirn el atad
cincuenta pobres vestidos con capuchas, largas ropas pardas y
un hacha encendida en la mano. El dia de su muerte si no
ocurra despus de las 12 se rezaran misas en todas las iglesias
y monasterios de la ciudad y en los das siguientes se diran
cinco mil misas distribuidas en la siguiente forma: mil por las
nimas del purgatorio Corts era un candidato seguro a ese
triste lugar de castigo y deba complacer a sus futuros compa-
eros de infortunios, dos mil a la memoria de sus soldados
muertos en las Indias "y las dos mil misas restantes digmoslo
con sus propias palabras por las nimas de aquellas personas
a quien yo tengo algunos cargos de que no me acuerde ni tenga
noticia". Despus vena la lista de las fundaciones piadosas que
aliviaran su alma de los horrores del purgatorio y le daran u n
nombre de benefactor. Se erigira con sus fondos en Coyoacn
un convento de monjas y un hospital, y en la ciudad de Mxi-
co un colegio donde se estudiara derecho civil y cannico.
168 EL ESPAOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO

El testamento se ocupa con el mayor detalle de darles un


entierro a los muertos y de asegurarles la existencia a los vivos.
l sera sepultado junto a su madre doa Catalina Pizarro y
sus dos pequeos hijos legtimos, Luis y Catalina, que yacan en
Texcoco. A su mujer Juana de Ziga se le pagaran los diez
mil ducados que llev al matrimonio de dote y el gast en las
flotas lanzadas a la conquista de la Especiera. Como en el
momento de extender el testamento se estaba concertando el ma-
trimonio de su hija Mara con el heredero del Marques de Astor-
ga y le haba entregado a ste veinte mil ducados de los cien
mil fijados para la dote, ordenaba se le pagaran los ochenta mil
restantes. 1 ' Sus otras dos hijas legtimas, Catalina y Juana, reci-
biran cincuenta mil ducados cada una y sus hijos bastardos don
Martn y don Luis, legitimados en 1529 por el Papa, recibiran
mil ducados anuales mientras vivieran, aunque en el codicilio
redactado das ms tarde anulara la pensin concedida a Luis
legndosela al poderoso Duque de Medinasidonia.
Senta un hondo cario por su hija bastarda Catalina Piza-
rro, hija de Leonor Pizarro, y a ella dedica una parte de su
testamento legndole el pueblo de Chinantla con sus tributos,
rentas y numerosos ganados. A doa Mara y a doa Leonor
les fija diez mil ducados a cada una y se ocupa de sus primas,
de las doncellas de su mujer y de sus servidores. Aun los menores
detalles de su dramtica existencia estn presentes en esa hora.
A su caballerizo y a su repostero, a quienes oblig a pagarle un
dinero que ellos juraron les haba sido robado, ordenaba se les
devolviera y no olvid la cuenta que tena pendiente con uno
de sus sastres.
Naturalmente su cuidado mayor lo centra en su hijo primo-
gnito Martn Corts. Sobre l se fundara el mayorazgo con-
cedido por Carlos V y l llevara el ttulo de Marqus del
Valle y heredara sus riquezas al cumplir los 25 aos, fecha en
que cesara la tutora del Duque de Mcdinasidonia, el Marqus
de Astorga y el Conde de Aguilar."
Bernal Daz, arrinconado en Guatemala, no se olvid de poner
una modesta corona en el sepulcro de su antiguo capitn. In-
clin la cabeza sobre el papel y su vieja mano rugosa de fuertes
dedos tom la pluma. "Despus que gan la Nueva Espaa,
F.L ESPA5JOL, CONQUISTADOR Y CONQUISTADO 169

no tuvo ventura . . . quiz para que la tuviera en el ciclo, y yo lo


creo ansi que era buen caballero y muy devoto de la Virgen y
del Apstol San Pedro y de otros Santos".
Dej de escribir, se hizo un gran silencio. El yelmo roto, la
quebrada lanza, el cetro del emperador, el indio acuchillado,
yacan revueltos, comidos de gusanos en el basurero de la his-
toria. Bernal cerr los ojos y sus labios repitieron: "Dios le perdo,-
ne sus pecados y a m tambin". Sobre la gloria ajada de este
mundo floreca la rama verde de la piedad. Una piedad que
entonces era un signo de esperanza.
VII: LOS VILA, U N A FAMILIA
DE EMPLAZADOS

La juventud se define de la manera ms profunda como la


vida que no ba entrado an en contacto coa la tragedia. Y
la flor ms hermosa de la juventud es saber la leccin antes de la
experiencia, cuando est an imperturbada.
A. N. WIIITEHEAD

U N DESTINO sombro y desagradable pesaba sobre los miembros


de la familia vila. El primero de ellos que apareci en Mxico
fue el capitn Alonso de vila y vino con Hernn Corts desde
la isla de Cuba. A pesar de que slo figur en la expedicin
de la conquista de Mxico hasta el desastre de la Noche Triste,
gan renombre de soldado esforzado de acuerdo con el retrato
minucioso que de l nos dejara Bernal Daz del Castillo. En
1519 tena treinta y tres aos, buen cuerpo y alegre rostro.
Sus palabras eran claras y expresivas y mostraba franqueza
en su trato con los camaradas, pero al mismo tiempo, como es-
paol del siglo xvi, le gustaba mandar y no ser mandado, era
bullicioso amigo de ruidos, aclara Bernal en otra mencin
que hace del joven capitn y descubra un puntillo de en-
vidia. Hernn Corts, incapaz de sufrir a un hombre de carc-
tnoj
LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS 1T1

ter tan semejante al suyo, a la primera ocasin se deshizo de su


peligroso oficial envindolo como su procurador a la Isla Espa-
ola, con el pretexto de que el Tribunal de las Indias resolviera
algunos problemas que planteaba la recin iniciada conquista.
Alonso de vila cumpli eficazmente su misin y regres
con "buenos despachos" 1 a Mxico despus de haber cado Te-
nochtitln en manos de los espaoles. Cortes lo nombr entonces
contador de la Colonia fue el primero de la Nueva Espaa,
le dio la importante encomienda de Cuauhtitln y, como posi-
blemente segua viendo en l a un rival, le confi la misin
de llevar al Emperador Carlos V, con el zamorano Quiones
capitn de su guardia personal, una parte del botn cobrado
en Mxico.
Alonso ocupaba una situacin muy superior a la de la ma-
yora de los aventureros enganchados del principio al fin de la
conquista. Era encomendero prspero, embajador, depositario
de un tesoro fantstico Bernal Daz menciona, entre otras va-
rias joyas, "la recmara de oro que solan tener Moctezuma y
Guatemuz" *, y por si esto fuera poco, Corts, con su acos-
tumbrada liberalidad, lo haba regalado con ciertas barras de oro.
El sino de los vila consista en ocupar elevadas situaciones
para hundirse despus, dramticamente, en el dolor y en la mi-
seria. Quiones, su acompaante, a causa de un lo de faldas,
fue muerto a cuchilladas en la Isla Tercera y Alonso continu
solo la navegacin, sin imaginarse que el destino hara de l la
vctima de uno de los episodios ms clebres en la historia
de la piratera. Ya se adverta en el horizonte el perfil de la
costa espaola, cuando la flota de Juan Florn le cay encima
Hollywood ha desprestigiado lo bastante esta clase de asaltos
para que nos tomemos el trabajo de describirlo llevndoselo
a Francia con la recmara y las joyas robadas en Mxico. Fran-
cisco I, el monarca que en vano peda se le mostrara el testamen-
to de Adn, por el cual un papa entremetido reparti el mundo
entre espaoles y portugueses desheredando a Francia, compren-
di que la Providencia le restitua algunas de las riquezas in-
dianas aunque fuera por el oscuro camino de la piratera, y
sabore la gran reivindicacin histrica que le brindaba, en
bandeja de plata mexicana, el valor de sus hambrientos corsarios.
172 LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS

Alonso estuvo prisionero dos aos de los franceses, y al regre-


sar a Espaa, sin el tesoro de Moctezuma y sin el oro de Corts,
el adelantado Francisco de Montejo lo nombr contador de Yu-
catn, marchndose con l a la remota pennsula, una tierra pri-
vada de ros y montaas, en la que todava alientan, junto a sus
ruinosas pirmides, los mayas, indios amigos del bao, de los
smbolos mgicos y de cortar las cabezas de los blancos siempre
que extreman con ellos sus crueldades.
En 1524 apareci en Mxico el segundo de los vila, un
hermano de Alonso llamado Gil Gonzlez de Benavidcs.3 Este
oscuro aventurero del Caribe su vida es una hiptesis inter-
minable se uni a Corts en la desastrosa expedicin a las
Hibueras, obtuvo de vuelta a Mxico que Alonso le enviara
desde Yucatn un poder "para que tuviese en s y se sirviese
del pueblo de Cuauhtitln" * y pronto lleg a figurar destaca-
damente entre los primeros encomenderos que hubo en la Nueva
Espaa.
Estaba casado con doa Leonor de Alvarado, de la cual tena
cinco hijos, Gil Gonzlez de Benavides el primognito, Alonso
de vila llamado as en honor de su to, dos mujeres, Mara
y Beatriz, y un nio cuyo nombre nos es desconocido.5 Viva
en una casa magnfica, contigua a la de su hermano que ocu-
paba la esquina de las calles real de Ixtapalapa y Tacuba, y
perciba una renta anual de ms de veinte mil pesos, pues
aparte del pueblo de Cuauhtitln, que usufructuaba por ausen-
cia del hermano, tena las encomiendas de Ixmiquilpan y Xal-
tocan en el Estado de Mxico, y las de Zirndaro y Guaymco
en el distrito de Ptzcuaro.
Los ttulos de Gil Gonzlez a sus numerosas encomiendas
no estn muy claros. l era un tpico manos-blancas que sin
participar en la conquista haba logrado obtener los ms jugosos
repartimientos de la Colonia, con gran dolor de los verdaderos
conquistadores. Juan Surez de Peralta, nuestro nico gua en
el laberinto de las genealogas indianas y que como buen criollo
posea una lengua afilada y gustaba de meter las narices en los
orgenes de las fortunas coloniales, acusa a Gil Gonzlez de
haberse quedado con los pueblos de su hermano empleando
fraudes y malas artes, de modo que Alonso muri en Yucatn
LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS I7J

"casi desesperado y dicen que le maldijo y pidi a Dios fuese


servido hacerle justicia, y que su hermano ni sus hijos gozasen
de su hacienda y as fue".*
Gracias a las indagaciones del autor del Tratado de las Indias
estamos en posibilidad de advertir que la sbita riqueza de Gil
Gonzlez, su encumbramiento, la vida y la posicin de sus hi-
jos eran ms bien aparentes, ya que los amenazaba la maldicin
de un moribundo la cual habra de cumplirse tarde o temprano
con la voluntad de Dios y el auxilio del diablo encargado de
realizar estos bajos, sucios e indispensables menesteres. Si bien
el picaro Gil Gonzlez no tuvo la dicha de recibir ntegro el
castigo debido a su falta, al menos comenz a pagar algo de la
deuda, ya que el ltimo de sus hijos, siendo an muy pequeo,
se ahog en unas letrinas. La innoble desaparicin de este nio
fu el primer trabajo realizado por el demonio en cumplimiento
de la maldicin del to conquistador. El segundo, tal como lo
presenta Surcz de Peralta, ofreci mayores dificultades na-
turalmente se trataba de una mujer y le llev muchos aos,
pero es justo reconocer que lo realiz con una malevolencia y
un dominio de los recursos dramticos dignos de sus ms ambi-
ciosas y elaboradas empresas.
He aqu la historia. Gil Gonzlez estaba muy orgulloso de
una de sus hijas llamada Mara y pensaba casarla ventajosa-
mente. La aristocrtica criolla, al igual que las damas de su
poca, viva en una clausura rigurosa. Entre Mara y la sen-
sualidad del mundo exterior se interponan no slo el grueso
muro, la espesa reja de las ventanas y la puerta claveteada, sino
las dueas, las azafatas y la mirada vigilante de la madre. Los
recursos defensivos de una mansin colonial y la presencia
de una madre, por sagaz que se la suponga, no bastan a con-
jurar un vaticinio que a despecho de cuidados y previsiones
Habra de cumplirse fatalmente. El diablo no estaba fuera, en
la calle, ni en la iglesia, ni en el sarao, sino dentro de la misma
casa, encarnado en la figura de un caballerango, un criado lla-
mado Arrutia, que para mayor afrenta no era siquiera un blanco
sino un mestizo despreciable. Dejemos a Surez la responsabi-
lidad del obligado comentario: "Se enredaron en unos tiernos
amores, metiendo cada uno prenda para perpetuarse en ellos,
J74 LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS

con notable despojo que se hizo al honor de sus padres, dndose


palabra de casamiento". 7
Algo de la verdad de este amor prohibido lleg a traslucirse
y "para no acabar de derramar en el lugar su infamia"," Alonso
y Gil -posiblemente ya el padre haba muerto en esa fecha
hicieron desaparecer al mestizo embarcndolo rumbo a Espaa.
Das ms tarde, Alonso se acerc a la hermana llorosa, dicin-
dole: "Andad ac, hermana, al monasterio de las monjas, que
quiero, y nos conviene, que seis monja (y habislo de ser)
donde seris de m y de todos vuestros parientes muy regalada
y servida, y en esto no ha de haber replica porque conviene". 0
Recluida en el convento, Mara negbase a profesar, con la
esperanza de que volviera su amado, pero an esta dbil luz
la apag el duro viento que soplaba sobre ella y la entreg des-
nuda y sin defensa en manos de su destino. Los hermanos, vali-
dos de un engao, "fingieron cartas que era muerto y dijeronselo
y luego hizo profesin y vivia una vida tristsima". 10 Pasados
los aos, "quince o veinte", los necesarios, cuando la maldicin
del capitn Alonso de vila se haba cumplido en todos los
miembros de la familia del modo que veremos ms adelante, el
drama particular de la monja lleg puntual a su desenlace. El
proscrito Arrutia "quien bien ama tarde olvida o nunca"
se present en Veracruz y escribi una carta donde relataba
"cmo era vivo y estaba en la tierra". 11 Desmayos? S, la
monja "cay amortecida en el suelo". Lgrimas? Tambin,
y lamentaciones. "Luego empez a llorar y a quejarse de que
no poda gozar del que tanto quera." Locura? Triste es con-
fesarlo, Maria termin perdiendo el juicio. Es el fin? Quien
conozca el siglo xvi, y un poco al diablo manejado por Surez de
Peralta, sabe que la historia deber ostentar una rbrica de
fuego y asistir al espectculo infernal de que la sobreviviente
de una maldicin colectiva e indiscriminada saliera a la huer-
ta de su convento y se ahorcara de un rbol para que con su
cuerpo se perdiera su alma, en medio de las risas y los cntico
de una muchedumbre de alegres, desenfrenados y victoriosos
demonios.
Una vez que Surez hizo morir al capitn Alonso de vila
maldiciendo en su lecho de muerte al hermano Gil Gonzlez
LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS 17

de Benavides, que abri las puertas de la condenacin eterna a


sor Mara de Alvarado y que llen el captulo xxxrv del Tra-
tado con todos los horrores que, atentos a la fidelidad de su
espritu, hemos intentado reproducir, se apresura conmovido
y solemne a componer el siguiente responso: "Este fin tuvieron
todos los hijos de Gil Gonzlez de Benavides, por cierto, lasti-
mosos y dignos que todos los que lo supieren nieguen a nuestro
Seor por sus nimas, y las tenga en su gloria".

U N COMENSAL PRIVILEGIADO

Alonso de vila, antes de la llegada de Martn Corts, poda


considerarse como el criollo ms privilegiado de la Nueva Es-
paa. Su posicin de segundn no fue obstculo para que a la
muerte del padre heredara las encomiendas de Xaltocan, Cuauh-
titln, Zirndaro y Guaymeo, mientras que Gil Gonzlez de
Benavides, contra las costumbres de la poca, slo obtuvo el tris-
te pueblo de Ixmiquilpan. Alonso no se preocupaba demasiado
por sus encomiendas. Un administrador cobraba regularmente
los tributos, y un captxtle, especie de capataz, cumpla a con-
ciencia el cargo de hacer trabajar a los indios. El rico encomen-
dero perciba una renta anual de veinticinco mil pesos
nunca visit sus haciendas a excepcin hecha de Cuauhtitln, y
eso por un corto perodo de tiempo. En realidad la ciudad re-
una suficientes atractivos para que un joven criollo mostrara
inters por el progreso de la agricultura y de la industria o la
existencia de sus esclavos. Cada mes, en forma un poco miste-
riosa, llegaban a su mesa las buenas piezas de oro por que se
vendan el maz, las mantas, la cermica y los animales del tri-
buto, un tributo que Alonso perciba debido a los trabajos, no
del todo claros, realizados por un to desconocido cuyo nombre
ostentaba.
Desde la casa de Alonso, situada en la aristocrtica calle
del Reloj y a unos cuantos pasos de la Universidad, era posible
contemplar la plaza mayor, la fbica de la catedral y la elevada
galera del ayuntamiento.
Posiblemente de acuerdo con las costumbres del tiempo se
haba casado, antes de cumplir los veinte aos, con doa Mara
176 IOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS

de Sosa, hija del tesorero don Juan Alonso de Sosa y de doa


Ana Estrada, hija a su vez de don Alonso de Estrada que haba
sido otro tesorero clebre de la Nueva Espaa. Todas las hijas
de los Estrada haban contrado ventajosos enlaces con los hom-
bres ms distinguidos de la Colonia y uno de los hijos, fray
Juan de la Magdalena, "tuvo la gloria" " de traducir la Escala
espiritual de san Juan Clmaco, el primer libro impreso en el
Nuevo Mundo. Por aadidura, su esposa era sobrina de doa
Juana de Sosa, mujer del Almirante don Luis de Castilla, quiz
el vecino ms influyente y poderoso de la ciudad de Mxico.
Consejero de virreyes, funcionario pblico, este hombre, que
haba llegado a la tierra como un insignificante poblador, era
al mismo tiempo un minero de fortuna. Sostena en su casa,
cercana a la de Alonso, una sala de armas, numerosos criados,
una cuadra soberbia y un squito de seor feudal. "Hasta los
vasos serviles de cocina afirma Dorantes de Carranza eran
de plata y dio ms en esta vida a pobres e hidalgos que un rey
muy liberal pudiera dar". 13
As pues, Alonso de vila por su ascendencia, sus riquezas
y su mujer perteneca a un consorcio de encomenderos, mine-
ros y funcionarios pblicos l mismo desempeaba el cargo
de regidor del ayuntamiento que no slo le daba su tono a la
sociedad sino que, con su participacin en el gobierno, aseguraba
a los criollos un lugar preponderante en la Colonia.
Los hijos de los conquistadores o de los primeros pobladores
que tuvieron la fortuna de heredar importantes pueblos de in-
dios desconocan el tedio. Alonso organizaba con frecuencia
comidas, cenas y saraos. La poca del virrey don Antonio de
Mendoza, en que las seoras se accidentaban en los banquetes a
causa de su glotonera y en que los hombres perseguan a las
sirvientas indgenas blandiendo en la mano sucia de grasa un
muslo de pavo a medio devorar, estaba liquidada. Los mayor-
domos no se vean tampoco obligados a vigilar a los comensales
temiendo que se llevaran los objetos de plata, porque en cierto
modo la fiesta era el ambiente natural del criollo, como lo fue
para su padre la aventura internacional y la guerra. En la casa
de los vila sonaban sin cesar los instrumentos musicales, la
costosa vajilla se dispona diariamente a la luz de las velas per-
LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS 177

fumadas y Alonso era capaz de improvisar versos de circuns-


tancias o de requebrar a las damas, convirtiendo su mesa en
un torneo ingenioso y atrevido.
Las escenas realistas de La Celestina, el libro favorito del
xvi, proyectan sus imgenes en el trasfondo de la vida, tin-
dola de colores y desenfados que en vano la otra parte de la
sociedad, la de los religiosos y la de los arrepentidos, trataba
de combatir con la pintura, nada halagea, del ruido de las
cadenas y de los ayes con que las nimas del purgatorio recla-
maban el auxilio de los olvidadizos pecadores. La boca des-
dentada de la sabia trotaconventos, remendadora de virgos pre-
maturamente estropeados, no se apartaba de la oreja de Alonso:
"Goza de tu mocedad, el buen da, la buena noche, el buen
comer o beber. Cuando pudieres haberlo no lo dexes. Pirdase
lo que se perdiese". El consejo era seguido al pie de la letra.
Alonso no tena aficiones histricas eso se quedaba para los
criollos miserables, no incurra en el pecado de componer
cantos heroicos con fines interesados, ni de preocuparse siquiera
por salvar su alma de las llamas del infierno, ya que para un
joven de su edad haba tiempo sobrado de entregarse al remor-
dimiento.
En su aficin a las mujeres y en otras cosas Alonso era lle-
vado, con docilidad, de la mano de la alcahueta:

No hay cosa ms perdida que cl "mur" [el ratn] que no sabe


sino un horado. Si aqul le tapan no habr de donde se esconda del
gato. Quien no tiene sino un ojo, mira a cuntos peligros anda! Un
alma sola ni canta ni llora; un solo acto no hace hbito; un fraile
solo pocas veces lo encontrars por la calle; una perdiz sola por mara-
villa vuela, mayormente en verano; un manjar solo continuo presto
pone hasto; una golondrina no hace verano; un testigo solo no es
entera fe; quien slo una ropa tiene presto la envejece. Qu quieres,
h'jo, de este nmero uno? Ms inconvenientes te dir de l que aos
tengo a cuestas. Ten siquiera dos, que es compaa loable y tal cual es
ste: como tienes dos orejas, dos pies y dos manos, dos sbanas en la
cama, como dos camisas para remudar. Y si ms quisieres, mejor te
ir, que mientras ms moros ms ganancia; que honra sin provecho
n
o es sino anillo en el dedo. Y pues entrambos no caben en un saco,
acoge la ganancia.
12
178 LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS

Los das festivos Alonso participaba en las carreras, los si-


mulacros, los juegos de caas o de sortijas. En las maanas poda
vrsele en el prado vecinal practicar ejercicios caballerescos;
despus de comer jugaba a la pelota y en la tarde o despus de
la cena jugaba partidas de naipes y de dados, en las que apos-
taba grandes cantidades.14 Las caceras, uno de los deportes pre-
dilectos del caballero, las cabalgatas y los paseos, las visitas tar-
das a la encomienda, donde reinaba como un verdadero seor
de horca y cuchillo, las puntillosas exigencias de la etiqueta y el
excesivo cuidado de su persona llenaban de un modo satisfac-
torio el espacio de los das.
No conocemos bien la figura del primognito Gil Gonzlez
de Benavides, pero, al lado de su hermano, este hombre -retrado
y recin viudo resultaba apenas una sombra. La presencia de
Alonso se haca sentir de una manera o de otra en la vida colo-
nial. l llevaba el estandarte real en el Paseo del Pendn; era
cl alegre espritu que animaba los saraos y las fiestas; su rizado
cabello, las finas guas de su bigote y su elegancia se llevaban
los ojos de las damas. No haba lugar que no lo llenara su gra-
cia y su apostura.

ESCRUTINIO E N LA CASA DE ALONSO

A mediados del xvi la estancia ms importante en la casa


de un hidalgo era la sala de armas.' Alonso posea una celada,
una cota con sus mangas y calzones, guantes, manoplas, dos
coseletes de mallas, dos corazas y dos grevas, lo cual le permita
jugar a los torneos vestido de punta en blanco. Completaban
el atavo del antiguo guerrero tres alabardas, dos partesanas,
seis lanzas y numerosos escudos entre adargas y rodelas. Las
armas de fuego, frente a este conjunto vetusto de prendas me-
tlicas, no guardaba ninguna relacin por disponer de dos arca-
buces y de dos pistoletes "con todos sus recaudos".15
Figuraban en su cuadra un hermoso caballo blanco, su fa-
vorito, cuya airosa figura recogi la crnica de Juan Surez de
Peralta; tres morcillos, un bayo labrado, una jaca, una yegua
overa y una mula negra de poderosa alzada. Dos machos, uno
pardo y otro negro, se uncan a la litera de raso colorado, cada
LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS 17

vez que su mujer sala de visitas o a la iglesia, pues todava no


se conocan los carruajes en 1565.
Las guarniciones y las sillas de terciopelo negro, morado
y amarillo, tachonadas con clavos de oro, los sillones de cordo-
bn, como se llamaba el adorno que cubra las ancas de los caba-
llos, los pretales de cascabeles, los frenos de diversos estilos es-
tradiotcs, a la brida y a la jineta, los jaeces carmeses y ana-
ranjados, los cabezales de plata con campanillas y las gualdrapas
representaban una verdadera fortuna.
El guardarropa del matrimonio vila revela ante todo el
amor a las telas y a los vestidos costosos, que fue caracterstico
de la ltima Edad Media, as como el afn por sobresalir que
daba el tono a la vida caballeresca. Un recuento de las prendas
de doa Mara de Sosa sac a la luz de la indiscrecin pblica
"un verdugado de raso con verdugos de terciopelo", un vestido
"colombino" adornado con pasamaneras de plata y otro color
olivo. Adems, unas sayas, un corpezuelo de brocado y otro
de raso blanco y dos pares de mangas, uno de carmes borda-
do de oro y aljfar, y otro de raso morado guarnecido de plata.
En conclusin, la seora posea tres vestidos completos, unas
faldas, dos mangas y dos sacos que con ayuda de cierta imagi-
nacin y una aguja diligente podan convertirse en dos nuevos
vestidos. Completaban el escaso atavo de tan relevante dama
un manto de damasco rojo bordado en plata, un capote morado
con pasamanos del mismo metal y un solo, un triste sombrero
de terciopelo, privado de todo adorno.
Al contrario de lo que ocurre en nuestros das, el guar-
darropa de los hombres era ms brillante y rico que el de las
mujeres. Contra el pobre sombrerito negro de doa Mara,
Alonso, fuera de su rgido atavo guerrero, opona seis som-
breros de tafetn; al manto y al capotillo, tres magnficas capas
de damasco, un capote de terciopelo bordado en oro y forrado de
damasco pardo, un herreruelo de terciopelo azul y un capuz y
tres capotillos de tela blanca con adornos blancos, de raso negro
con pieles de tigrillo y pasamaneras de oro y el ltimo de raso
negro forrado en felpa. Las cueras -especie de chaquetilla que
se pona sobre el jubn eran ocho, de raso y terciopelo, y las
calzas, que se ajustaban a la piel como un guante a la mano y
160 LOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS

cubran de la cintura a los pies haciendo resaltar la figura


varonil de la pierna, eran tambin numerosas y las haba de
terciopelo negro, de raso carmes y oro, de raso blanco con es-
piguillas de plata, y los jubones, como los trajes, ropas y ropetas,
ostentaban pasamaneras, guarniciones y bordados de seda y me-
tales preciosos.
La ropa interior femenina, con su frgil y su3ve tesoro o
con su complicado y engaoso andamiaje, que nuestra poca
exhibe sin recato en los escaparates de las tiendas ms cntricas,
apenas exista en el siglo xvi. El inventario completo de que
disponemos sobre el menaje de los vila no menciona sino seis
camisas de hombre y dos de mujer y ninguna otra prenda de
carcter ms ntimo y pecaminoso. Nuestra capacidad de in-
vestigadores del pasado nos veda no slo extendernos sobre
este aspecto de la vida, sino deducir los desagradables proble-
mas que a la mujer de Alonso de vila deba ocasionarle el
hecho de disponer tan slo de un par de camisas. Para mayor
confusin, ignoramos si las telas de las dichosas camisas eran
de fina calidad o si llevaban los encajes, las cintas o los bordados
que tan caras hacen hoy a nuestros ojos esas prendas.
Las joyas, en modo' alguno extraordinarias, servan al pro-
psito de aumentar la riqueza del atuendo. Reunan en conjunto
diez anillos de esmeraldas y brillantes, seis aretes de oro, cris-
tal y perlas, dos collares con pomas de oro, perlas y pinturas
' religiosas, un cinto de oro del que colgaba un pual y nada me-
nos que cuarenta y ocho cabos y puntas de oro y cristal como
adorno de sus vestidos. El brillo exterior parece haber sido una
ley que gobernaba la economa casera. Si nuestro inventario
registra siete camas de terciopelo, de grana y de madera dorada,
tapiceros y guardamecies, sillas de caderas, escritorios forrados
de cuero y cordobn y numerosos objetos de plata, menciona
cuatro sbanas de ran, un cobertor de grana guarnecido de
terciopelo carmes, una nica cama dispuesta con sbanas, almo-
hadas y colchones, y habla de cucharas, pero guarda silencio acer-
ca de la existencia de tenedores o cuchillos. La servidumbre del
opulento matrimonio se compona de dos criados espaoles, dos
pajes, y siete esclavos negros. U n clrigo tena a su cargo, en
calidad de protector, la educacin de sus pequeos hijos y posi-
IOS AVILA, UNA FAMILIA DE EMPLAZADOS 181

blemente funga de capelln en el oratorio privado de la fa-


milia.
Para esa primera generacin de mexicanos, la vida, apoyada
blandamente en la espalda de millares de esclavos desconocidos,
era un festn interminable. Saber la leccin antes de que la
experiencia con sangre la hiciera entrar en el espritu fue la flor
que le falt a Alonso de vila y a la juventud criolla de la
Nueva Espaa. Las duras experiencias de sus padres no te-
nan, a los ojos de esos nios ingenuos y crueles, significado
alguno, y cuando la tragedia los sorprendi hundidos en sus
sueos feudales, con facilidad los destruy, arrojndolos, in-
defensos y admirados, en la deshonra y en la muerte.
VIII: M A R T N CORTS, S E G U N D O MARQUS
DEL VALLE D E OAXACA
Ours it tistacially a trgic age, so u-e rtfitse lo late il
tragically.
D, H. LAVFRFNCI

LA IMAGEN que ofreca Espaa al mediar el siglo xvi era la de


un castillo medieval invadido por un tropel de gente educada
en la libre y gozosa atmsfera del Renacimiento. Costumbres
y sentimientos antiguos, supersticiones y creencias de pasadas
pocas se mezclaban confusa y arbitrariamente a esa nueva sen-
sibilidad y gusto por la vida que irradiaba, como un sol vivifi-
cador, del humanismo italiano. El Prncipe Felipe estaba muy
lejos de ser el Demonio del Sur que habra de reflejarse en el
turbio espejo de la historia. En 15 54 tena veintisiete aos y
era ms bien un poco alocado. Participaba con verdadera furia
en torneos y caceras, se mora por los bailes y gustaba de cantar
y tocar Ja guitarra. Tena blanca la piel, dorados el cabello y
{182}
MARTIN CORTES 18)

la barba se le llamaba el Prncipe Rubio y una a su natu-


ral dignidad una gracia juvenil no exenta de fuerza.
Ese mismo ao, Carlos V, a punto de renunciar el impe-
rio del mundo, concibi el proyecto de casarlo con la reina
Mara Tudor, lo que permitira, ganada Inglaterra para la causa
del catolicismo espaol, derrotar con facilidad a los numerosos
enemigos, sin excluir al Papa, que lo tenan cercado. Felipe,
obediente, prest su aprobacin a la boda, ultimndose en el
mes de abril los costosos preparativos. El 14 de mayo el joven
prncipe sali de Valladolid, camino de Alcntara, donde lo es-
peraba su hermana Juana, que deba ser regente de Espaa
durante su ausencia, acompaado por un brillante squito de
mil caballeros en el que figuraba el Marqus del Valle de Oaxa-
ca, hijo primognito y heredero del Conquistador de Mxico.
El 3 de junio, la comitiva lleg a Benavente. Las fiestas
fueron esplndidas. Desfilaron enormes elefantes de cartn, un
barco con las banderas inglesa y espaola y una muchacha, "ya-
ciendo en un atad, quejndose de Cupido, que la segua a caba-
llo y que al llegar ante la tribuna real era lanzado al aire gracias
a una cuerda sujeta a su cintura, arrojando desde la altura fue-
gos de artificio".1 Hubo intermedios de Lope de Rueda su
escenografa como la de Shakespeare se reduca a unas pelucas
y a una cortina, toros y caas. La muchedumbre, agitando
antorchas, desfil bajo los balcones colgados de tapices, donde
Felipe contemplaba el regocijo popular junto a la cabezota de-
forme de su hijo el prncipe don Carlos.
En el "santo y terrible" lugar de Compostela, Felipe se arro-
dill ante el sepulcro del Apstol Santiago, auxiliar y patrn
de los guerreros espaoles, y recibi a los enviados de la Reina
capitaneados por el protestante John Russel. A los pocos das
embarc en la Corua y cruz el canal seguido por centenares
de barcos a bordo del Espritu Santo, enorme navio mercante
de popa esculpida y dorada, sobre el que flotaba el estandarte
real de Espaa "de ms veinte metros de largo, con las armas de
Felipe bordadas sobre damasco morado".2
En Londres, el Prncipe, vestido de terciopelo negro y plata,
habl en latn a los consejeros de la Reina "no vena para
buscar hombres ni dinero sino porque Dios le haba ordenado
184 MARTIN CORTES

casarse con su virtuosa soberana" y, terminado el discurso,


bebi sin pestaar el gigantesco vaso de cerveza que se le tena
preparado.
Desde Winchester, Mara, su prometida el Papa despus
coment que no poda decirse si Felipe era su marido, su sobrino
o su primo, envi al conde Pcmbroke a su encuentro, con
una escolta de doscientos caballeros vestidos de terciopelo negro
y una compaa de arqueros que mostraban los colores rojo y
gualda del reino de Aragn. A pesar que esa maana diluviaba,
Felipe cabalg en un hermoso caballo sobre cuya grupa se ex-
tenda airoso su manto rojo y esa misma tarde asisti, acompa-
ado por doce nobles, a una entrevista privada con la Reina.
La marcha nocturna a travs de jardines misteriosos con rbo-
les y fuentes, que les hicieron recordar las leyendas de Amads
de Gaula y del Rey Arturo, tena un sabor de aventura roman-
cesca, desvanecido apenas cruzaron el umbral del saln donde
los esperaba, conmovida, la vieja y sufrida soberana. Felipe,
con el mismo valor que se tom la cerveza ante los consejeros,
bes la boca de su novia, fiel a la costumbre de la corte bri-
tnica.
En la boda se despleg una solemnidad nunca vista en In-
glaterra. A las once de la maana, abrindose paso entre la
multitud que Jlenaba las afueras de la catedral, apareci Felipe
vestido de blanco y cubierto con un manto de oro bordado de
perlas. La Reina lleg media hora despus vestida tambin
de blanco y oro y "deslumbradora, ya que no de belleza, de
numerosos diamantes".3
Concluidas la misa y las ceremonias medievales de la boda,
uno de los reyes de armas grit en latn: "Felipe y Mara, por
la gracia de Dios, rey y reina de Inglaterra, Francia, aples,
Jerusaln, Irlanda, defensores de la fe, prncipes de Espaa y Si-
cilia, archiduques de Austria, duques de Miln, Borgoa y Bra-
vante, condes de Habsburgo, Flandes y Tirol en el primero y
segundo ao de su reinado".
Tres aos despus de aquellas fastuosas ceremonias, cuando
Felipe haba enviudado de la pobre Mara Tudor, desvanecin-
dose el sueo de Carlos V, Martn Corts acompa a Felipe
en su campaa contra Francia. En la primera gran batalla del
MARTIN CORTES 18)

monarca "su experiencia se reduca a la breve campaa de


Perpignan al lado de Alba", 4 Martn, que haba figurado en
dos ocasiones solemnes de la vida del Prncipe, se halla tambin
presente, aunque no sabemos si como soldado o como simple agre-
gado de su casa. De todos modos, la situacin que guardaba
cerca de Felipe era bien distinta de la que guard su padre ante
el Emperador, ya recluido para 1J57 en el monasterio de Yustc.
Felipe no era soldado. A los treinta, en la plenitud de la vida,
deba guardar cama despus de justar en un torneo, y el ejer-
cicio de la caza, su deporte favorito, le indispona. Esta vez,
mientras sus ciento cincuenta mil soldados al mando del Duque
de Saboya avanzaban, l se mantuvo a larga distancia de San
Quintn, contra la tradicin feudal de los reyes espaoles que
siempre haban combatido a la cabeza de su ejrcito, y la situa-
cin del frente le era dada a conocer por medio de mensajeros,
con lo cual inauguraba, sin proponrselo, la poca de la guerra
moderna. En otras cosas se alejaba de las costumbres de su
tiempo. Estando en Cambray, recibi un horscopo de Nos-
tradamus, enviado desde Pars, pero lo quem sin leerlo.
La batalla de San Quintn fue breve y fcil. En el ala de-
recha, mandada por Alonso de Caceres, formaban espaoles y
alemanes; el ala izquierda estaba constituida por el tercio de
Navarrete y soldados valones, y el centro se habia confiado al
clebre Julin Romero que mandaba sus tropas espaolas y los
refuerzos ingleses y borgoones. La caballera tena a su cargo
la retaguardia y el aprovisionamiento de las lneas.
El 10 de agosto, da de San Lorenzo, cerca de los muros
de la ciudad, una parte del ejrcito arroll a los dieciocho mil
franceses del condestable Montmorency, hacindole, casi sin pr-
didas, seis mil muertos y dos mil prisioneros. El 11, Felipe,
vestido con su armadura cincelada, se present, entre las salvas
de la artillera, a recibir el homenaje de las banderas tomadas
al enemigo y dio un abrazo a Saboya, que se arrodillaba para
besarle las manos. Despus, en lugar de lanzarse sobre Pars,
que por ausencia del Duque de Guisa no poda resistirle, orga-
niz una solemne procesin hasta una iglesia prxima donde
prometi la construccin de un monasterio dedicado a San Lo-
renzo, el nuevo sostn milagroso de las victorias espaolas.
186 MARTIN CORTES

ste era el rey a quien se refera el Papa Paulo, en una con-


versacin sostenida con Navagero, de la siguiente manera: "Fe-
lipe come carne en pblico los das de vigilia y durante Ja cua-
resma, diciendo que la debilidad de su estmago lo obliga a
hacerlo as. Come en tu habitacin, picaro, y puesto que sabes
que es se uno de los dogmas luteranos, no des al mundo tan
escandaloso ejemplo!"
La batalla de San Quintn haba de ser la primera y la l-
tima accin de guerra de Felipe II, pues a partir de 1558 casi no
abandon su reino, principiando a hundirse gustosamente en el
ocano de papel que le llegaba a su mesa de los ms lejanos
rincones del mundo.
De vuelta a Espaa con el monarca, Martn Corts se cas
con doa Ana Ramrez de Arellano, su sobrina, de la que tuvo
un hijo llamado Fernando como su abuelo. Fue entonces cuando
decidi establecerse en Mxico, dando por concluida una carrera
cortesana que no deba ofrecerle perspectivas brillantes. Felipe
se mostr generoso con su fiel acompaante firmndole en Ma-
drid, el 29 de enero de 1562, un3 cdula por la que le com-
praba su casa principal de la ciudad de Mxico, y el 16 de sep-
tiembre, otra cdula, firmada en Toledo, a manera de despedida,
le conceda el disfrute irrestricto de todos los vasallos que vivie-
ran dentro de los lmites del marquesado. De esta sencilla y
grata manera, la sentencia favorable del litigio que haba per-
seguido intilmente Hernn Corts durante largos y amargos
aos la obtena su hijo, sin haber prestado ningn servicio no-
table a la Corona espaola.

U N PEQUEO MONARCA INDIANO

El segundo marqus del Valle de Oaxaca, heredero de las


riquezas y del nombre de Hernn Corts, iniciaba su vuelta a
Mxico bajo excelentes auspicios. En plena juventud haba
nacido segn se cree en el ao de 1532 en Cuernavaca, & la
conclusin del pleito que haba agotado las fuerzas de su padre
le converta, de hecho, en un pequeo monarca indiano. Dentro
de los imprecisos lmites del extenso mayorazgo slo regan sus
propias leyes. l nombraba a las autoridades eclesisticas, a las
MARTIN CORTES 187

judiciales y a los empleados administrativos, perciba tributos,


diezmos y primicias sobre las siembras y los ganados, y sus va-
sallos estaban obligados a prestarle los servicio personales "que
acostumbraban dar a los emperadores aztecas"." Sus tierras de
labor, sus industrias, sus minas, sus ganados y sus millares de es-
clavos le proporcionaban una renta anual que se juzgaba con-
servadoramente en cincuenta mil pesos, y posea adems, con el
prestigio sagrado que circund la figura de Corts, un ttulo
nobiliario nico en la Nueva Espaa. Aunque l era por su
cuna y por su jerarqua el primero de los criollos, Mxico le
era desconocido. Su padre lo haba llevado a Espaa a los ocho
aos de edad y desde entonces vivi como un cortesano al lado
de Felipe II.
Los grandes acontecimientos en los cuales le toc partici-
par el desastre de Argel, las campaas de Flandes, el casa-
miento de su monarca con Mara Tudor, la batalla de San Quin-
tn y la intensa vida de la corte espaola no parecieron haber
dejado una huella apreciable en su carcter. El epitafio que
escribi para la tumba de su padre, reproducido en su historia
por Gomara con evidente mala fe, puede darnos una idea de la
mediocridad que en todas las cosas revel este desafortunado re-
too del gran conquistador y la importancia que le conceda a
su linaje:
Padre cuya suerte impropiamente
Aqueste bajo mundo posea;
Valor que nuestra edad enriqueca,
Descansa agora en paz eternamente.

Acompaaban a don Martn en el viaje su esposa doa Ana


Ramrez de Arellano y sus medios hermanos, don Martn, hijo
de la famosa doa Marina, y don Luis, que el Conquistador tuvo
con la espaola Antonia Hermosillo y a quien deshered in-
esperadamente en el codicilio aadido a su testamento poco antes
de morir.
Don Martn Corts, el bastardo, representaba, dentro de la
casa del Marqus del Valle y en la sociedad de su poca, un cu-
rioso tipo humano. Las consideraciones que la Europa de la Edad
Media conceda a los hijos naturales, en Mxico les eran negadas
188 MARTIN CORTES

de acuerdo con el juicio del genealogista Baltasar Dorantes de


Carranza, para quien los bastardos, por el slo hecho de serlo, de-
ban estar privados de empleos, honores sociales y recompensas
econmicas.
A este deshonor, don Martn Corts aada el de su mes-
tizaje, si bien algo contrarrestaban estos graves inconvenientes
su procedencia y el hecho de que el Papa, igual que a sus dems
hermanos bastardos, lo hubiera legitimado. Equidistante entre la
sangre de su padre, el conquitsador de Mxico, y la de su madre,
la ms clebre india del continente, por su educacin caa de
lleno en la rbita de lo occidental. Del indio conserv la parte
instintiva, el herosmo silencioso que haba de manifestar ms
tarde en las difciles pruebas que lo aguardaban, pero pensaba y
actuaba en todo como un espaol.
Muy nio an fue arrancado de los brazos de doa Marina y
enviado a Espaa. Su condicin de mestizo excepcional era
un testimonio elocuente de,la pujanza del Imperio determin
que estuviera al servicio del Prncipe Felipe y ms tarde al de la
Emperatriz. Muy joven se bati en Argel y en Alemania "donde
sali herido repetidas veces"/ en Espaa ingres en la orden de
Santiago, contrajo matrimonio con doa Bcrnaldina de Porras y
se sostena con los mil ducados anuales que le fij Hernn Cor-
ts en su testamento, lo que supona vivir entregado al arbitrio
de su hermano el jefe del marquesado. Su larga ausencia de M-
xico, su ttulo de caballero, sus servicios prestados a la Corona,
lo hicieron, en la misma medida que lo era el legtimo don Mar-
tn, un extranjero en su patria.
Los hijos principales de Hernn Corts, el moreno y el blan-
co, constituyeron dos prototipos. El bastardo estableca una lar-
gusima sucesin de mestizos para los cuales, lejos de significar
su sangre indgena una fuerza creadora y estimulante, supona
inseguridades fundamentales. A su vez, el legtimo iniciaba
una cadena interminable de criollos holgazanes y ausentistas,
cuya razn de prevalecer sobre los dems se apoyaba tanto en
su linaje de nuevos aristcratas como en la riqueza que haban
heredado casi siempre a costa de ciertos esclavos sometidos por
unas hazaas en las que la brutalidad se confunda con la inter-
vencin milagrosa de la voluntad divina.
MARTIN CORTES 189

EL CRIOLLO E N SU SALSA

La noticia del viaje de Martn Corts, afirma Surcz de Pe-


ralta, "dio grandsimo contento a la tierra y ms a los hijos de los
conquistadores que lo deseaban con muchas veras". 8 Un atraso,
muy comn en la navegacin de entonces, vino a demostrar la
ansiedad con que se le aguardaba. Durante muchos das, la gente,
sin saber nada de l, principi a temer que el barco hubiera su-
frido un accidente. Todos los recursos espirituales de la poca
se movilizaron para conjurar el peligro en que se hallaba, lo-
grndose, a fuerza de rogativas, plegarias, votos y procesiones,
que un correo llegara con la noticia de que Martn se encontraba
sano y salvo en Yucatn, donde su mujer haba dado a luz un
nio.
La ciudad pas sin transicin del ms profundo dolor a la
ms loca alegra. Se cambiaron "albricias", los obsequios con
que se premiaban las buenas nuevas, hubo saraos y cabalgatas, y
el Virrey don Luis de Velasco se reuni con el ayuntamiento
y los seores principales, a fin de organizar el programa de la
recepcin.
Numerosos criollos fueron a recibirlo a Veracruz "y el que
menos a Cholula". "La flor de la Tierra", caballeros, clrigos y
frailes, iba sumndose al cortejo y, como en la poca de Hernn
Corts, los caminos aparecan cubiertos con ptalos de flores, los
indios, al son de la chirima y el tcponaxtle, danzaban en las pla-
zas y sus autoridades ofrecan a Martn las varas de plata del
corregimiento.
El Marqus, contra lo que se esperaba, revel apenas des-
embarcado un carcter en todo diferente al de su padre. Hernn
Corts fue un diplomtico nato. A sus largos y sabrosos razo-
namientos todo lo saba muy bien platicar, recordaba Bernal,
a
su persuasin y camaradera de hombre del pueblo, debi, ms
que a las armas, sus mejores victorias. Trataba con la misma
deferencia a los capitanes que a los soldados ms humildes y,
cuando recibi a los primeros franciscanos que llegaron bajo la
custodia de fray Martn de Valencia, se arrodill en tierra y les
"eso los hbitos con reverencia. Su hijo, en cambio, apareci
revestido de un orgullo insufrible. N o daba el tratamiento ade-
190 MARTIN CORTES

cuado a sus acompaantes ni se preocup en proporcionarles


asientos conforme a su jerarquia.
Si en el modo de ser eran distintos Hernn Corts y s pri-
mognito, tambin en la carne ofrecan sealadas diferencias.
Aunque todos los retratos del conquistador fueron pintados al
final de su vida y no por grandes artistas, algo lograron captar
de aquella contradictoria naturaleza. En los ojos abiertos y pro-
fundos, los desengaos sufridos no haban podido extinguir del
todo la llama de las atrevidas resoluciones; la boca conservaba la
energa y la sensualidad del hombre acostumbrado a tratar con
mujeres y a ser obedecido, y slo su cabeza, inclinada y cubierta
de canas, revelaba el cambio que la edad haba operado en l, al
asomarse por ltima vez, confusa y tristemente, a un mundo del
que se dispona a partir sin haberlo entendido.
El hospital de Jess conserva un leo de gran inters porque
nos muestra no slo el nico retrato conocido de Martin Corts
sino quiz el nico de un criollo descendiente directo de la gene-
racin de los conquistadores. Ante todo vemos en l que es el
retrato de un caballero y no el de un hombre del pueblo. La
profusa barba negra y el bigote que estaban de moda no logran
imprimir energa al rostro de estereotipada mediocridad, que con-
tribuyen a subrayar la golilla rizada y el enorme sombrero em-
plumado con que se cubre. La empuadura de la espada, salida
del valo del cuadro, resulta con tanta evidencia desproporcio-
nada a sus pequeas manos y a sus cortesanos puos de encaje,
que el artista, ante la ausencia de rasgos significativos, se vio
en la necesidad de cargar el nfasis en la manga abullonada del
jubn y de estampar un gran escudo del marquesado en su vien-
tre, procedimiento que, si por un lado acusaba las limitaciones
del pintor, por otro despejaba toda duda sobre la alcurnia de su
ilustre modelo.
El annimo retrato corresponde bien a su figura y a su vida.
Surez de Peralta, un criollo que lo trat de cerca durante su
estancia en la Nueva Espaa y que en todo momento fue par-
tidario suyo o de sus familiares, escribe acerca de la impresin
que caus a los vecinos su grosera descortesa:
Y desde que puso el Marqus los pies en tierra de Nueva Espaa,
luego se fue malquistando, y cada da ms, porque dio en llimar a
MARTIN CORTES 191

todos los caballeros y frailes de vos y no darles asiento. Esto sintieron


grandemente y luego vol esta mala fama hasta Mxico, y se murmu-
raba en extremo, y aun muchos se conjuraban de no sufrrselo, y era
el amor que le tenan y deseo de verle que pasaba con ello con esa
costumbre.9
En Coyoacn, donde se levantaba la finca de campo cons-
truida por el Conquistador, lo recibieron los vecinos, olvidados
de su insolencia, "como a la misma persona real". Luego vino
la fiesta organizada por la ciudad. En un prado trescientos ji-
netes vestidos de librea sostuvieron una escaramuza. Corran
los caballos adornados con preciosas jaeces sobre la hierba. Los
maestros de campo, las fanfarias, el brillo de las armaduras y de
los ropajes, deben haberle trado a la memoria los festejos reales
en que haba participado.
Concluida la escaramuza celebrse la entrada en la ciudad.
Los trescientos caballeros, vestidos con los mismos trajes, rompan
la marcha seguidos de dos mil vecinos que cabalgaban cubiertos de
capas negras. En los balcones, colgados de tapices y doseles de ter-
ciopelo, se hallaban las seoras "y las que no lo eran", luciendo sus
joyas. As llegaron a palacio. El Virrey, que estaba enfermo de
gota, recibi a Martn en la puerta de la "sala grande", apoyado
en un bastn, y all se pidieron las manos y abrazaron. Porfise
largo rato sobre la delicada cuestin de quin ocupara el lado
derecho, honor que al fin cedi Martn ganndose la sonrisa com-
placida de todos. Por la noche don Luis de Velasco ofreci una
esplndida cena "y despus se fue el Marqus a su casa y el
Virrey se qued en la suya". 10

PARASO CRIOLLO, FANTASMAS Y GUERRAS DE PAPEL

El calendario de festividades se alter con la llegada de Mar-


tn Corts. Surez de Peralta, que con su voluntad o sin ella se
vio arrastrado por aquel torbellino de locura, se expresa en esta
forma: " n o se trataba de otra cosa sino era de fiestas y galas y
^ las haba ms que jams hubo". El palacio del Marqus,
abandonado largo tiempo en manos de su adminstrador, abri
sus puertas a los principales caballeros de la Nueva Espaa. Ofre-
ca a diario comidas y cenas suntuosas y por las tardes se jugaban
192 MARTIN CORTES

gruesas sumas a las cartas. Martn, a quien debe haber parecido


intolerable la severa etiqueta de la corte espaola, mostraba una
avidez de goces nunca saciada y su imaginacin trabajaba sin
descanso para ofrecerles a sus huspedes renovadas emociones. t i
invent los brindis "esto no se usaba en la tierra ni se saba qu
cosa era", un pasatiempo similar a los que se entregaban los j-
venes ricos y desocupados de la aristocracia zarista.
Los brindis consistan en un desafo para ver quin era ca-
paz de beber ms vino sin caerse. Acudan los mayordomos con
una buena provisin de botellas, se depositaban las apuestas y
los contendientes, desatndose los cordones del jubn, escanciaban
sin tregua hasta que uno de los dos rodaba casi apopltico debajo
de la mesa, arrastrando en su cada el mantel y la vajilla. El
juego tena sus reglas. Al que no aceptaba el desafo se le acu-
chillaba la gorra pblicamente en seal del profundo desprecio
que mereca su apocamiento. La crueldad no dejaba de asomar
su maligna cara. "En las comidas y en las cenas se trataban de
muchas faltas que se saban de algunos, aunque estuvieran pre-
sentes."
Dieron tambin en organizar mascaradas. Bastaba que al-
guien dijera en la mesa "esta noche tengamos mscara", para que
en el acto se disfrazaran cien criollos y salieran montados a re-
correr las calles. Podemos imaginar las escenas de carnaval que
provocaba un crecido nmero de borrachos al amparo de los dis-
fraces. A caballo, de ventana en ventana, unos requebraban a
las mujeres y otros, los ms audaces, entraban en las casas de los
mercaderes ricos que tenan hijas hermosas, permitindose las ma-
yores libertades.
El demonio, el activo demonio cuyo poder haba quebranta-
do Hernn Corts con espada y con lanza, gozaba utilizando al
hijo como instrumento de sus infernales designios. "Vino el ne-
gocio a tanto comenta Surcz, que ya andaban muchos to-
mados por el diablo." Los frailes, desde los pulpitos, lanzaban
catilinarias y aconsejaban a los padres sobre la forma en que
deban salvaguardar el honor de sus familiares. Predicaban en
el desierto.
Como sin duda, y a despecho de las amonestaciones, las mu-
jeres se negaban a retirarse de las ventanas, los familiares de-
MARTIN CORTES 19J

cidieron permanecer a su lado, pero los ingeniosos criollos, a tra-


vs de largas cerbatanas en cuyo extremo ponan flores, desli-
zaban, sin el menor temor a las indiscreciones, los ms apasiona-
dos requiebros.
Caceras, torneos, cabalgatas, juegos de cartas, brindis y sa-
raos se sucedan sin interrupcin haciendo de la Colonia una
feliz Arcadia. Una fiesta se corresponda con otra y un festn
se pagaba echando la casa por la ventana. Si la liberalidad de
Martn y su irrefrenable propensin a las fiestas le ganaba la
voluntad de la mitad de los criollos, su avaricia y su carcter
atrabiliario le indisponan con la otra mitad. Hernn Gutirrez
Altamirano, riqusimo propietario, deudo suyo, apenas llegado le
ofreci una esplndida cena, donde gast, cosa que parece incre-
ble, slo en "presentes y regalos" ms de dos mil ducados, lo cual
no fue obstculo para que Martn, a los pocos das, le entablara
una demanda sobre unas tierras, "lo que pareci muy mal a todos
y ya andaban con el Marqus notndole muchas cosas que usaba,
que fueron causa de su perdicin".
La luna de miel, iniciada con tanta felicidad por el Virrey
y los encomenderos, no tard en agriarse. Estaban frente a frente
dos fuerzas igualmente poderosas e incompatibles. De un lado
hallbase don Luis de Velasco, representante del monarca, apo-
yado en sus activos parientes y en los recursos administrativos
y econmicos de la Colonia, y del otro, un grupo de criollos te-
rratenientes amenazados con la perdida de sus encomiendas, que
vean en Martn Corts al defensor nato de sus derechos. Por
desgracia, ste careca de la energa y de la sagacidad nece-
sarias para conservar siquiera la privilegiada situacin de los su-
yos. El rgido orgullo de casta y la elevada idea que tena de
s mismo lo llevaron a provocar resentimientos incurables y con-
flictos de etiqueta ya muy frecuentes en su mundo puntilloso y
legalista.
U n o de esos conflictos sirvi de pretexto para que la lucha
inminente planteada entre l y don Luis de Velasco estallara al
fin. A poco de vivir en la ciudad mand hacer un gran sello de
plata que llevaba grabadas, con su corona y con sus armas, esta
desproporcionada sentencia: Martinus Cortcsus primus hujus no-
minis Dux Marchio Secundus. La primera vez que sus adminis-
13
194 MARTIN CORTES

tradores lo utilizaron a fin de pagar el quinto real, Hortuo


de Ibarra lo decomis alegando que supona un desacato emplear
un sello semejante al que se usaba en las provisiones reales, y
el Virrey no slo apoy a Ibarra sino que orden levantar un
proceso del asunto y enviarlo a Espaa.
Las cosas empeoraron con la llegada del Visitador Jernimo
de Valderrama. El Virrey, segn era la costumbre, se dispuso
a salir a su encuentro acompaado de los caballeros principales
de la ciudad, pero Martn, inexplicablemente, rechaz sin decr-
selo su invitacin y, en vez de unirse a la comitiva oficial, el
16 de agosto de 1563 se adelant por la calzada de Ixtapalapa
seguido de su paje de lanza, dio la bienvenida al Visitador y
regres con el donde esperaba el squito de Velasco. Don Luis,
imposibilitado de reprocharle a Corts el haberse adelantado, ha-
ll pronto una manera de castigarlo en pblico sin que su auto-
ridad sufriere quebranto, y con su secretario Turcios mand
decirle que su paje deba retirarse de la comitiva, pues a nadie
le era permitido mostrar insignia alguna llevando la audiencia
el estandarte real.
La guerra estaba declarada. Martn recibi el primer golpe
pero se apresur a devolverlo. "El pajerespondi seguir en
la comitiva." El Virrey present un ultimtum: "Si el Marqus
se niega a obedecer, lo har por la fuerza". Turcios corra
de un lado a otro, los soldados aguardaban una orden para
echarse encima del lacayo, y el Marqus, resucito, se llevaba la
mano a la empuadura de la espada, cuando Valderrama terci
en la disputa y a fuerza de splicas obtuvo que el criado, con su
lanza enfundada, se retirara a una distancia conveniente del
pendn real.
Pareca que el Virrey hubiera ganado la partida y sin em-
bargo no fue as. Valderrama, posiblemente recordando la le-
yenda de las natillas envenenadas con que Hernn Corts haba
suprimido a su antecesor el licenciado Luis Ponce de Len, opt
por alojarse en la casa de Martn, lo que tambin supona una
manera de tomar el partido criollo.
Jernimo de Valderrama es una figura de borrosos perfiles.
N o sabemos qu polvoriento legajo guarde algn trazo de su
MARTIN CORTES 19*

vida e incluso se ignora la forma de su rostro, su edad, su medio


familiar o sus inclinaciones personales. El curioso que se inclina
sobre una edad antigua, la mira, impotente, cruzada por som-
bras fugitivas y debe resignarse a ofrecer rasgos aislados, lneas
que no bastan a dibujar un contorno, ambientes demasiado
henchidos de nieblas y de silencios que transforman su relato
en un cuento de aparecidos. ste y no otro es el caso de Val-
derrama y el de la mayora de los personajes digmoslo con
entera franqueza que figuran en nuestro libro. Mera librea
que se agita en el aire con movimientos fantasmales, el Visitador
de tarde en tarde firma un oficio, dicta u n acuerdo, rinde un
informe, se traslada misteriosamente de un lugar a otro, pero
no pierde nunca su naturaleza de duende.
Qu consecuencias se derivan de la accin fantasmal de
Valderrama? Muchas y muy variadas. En primer trmino los
combates epistolares que libraban los habitantes de la Colonia
se exacerbaron hasta un grado hoy apenas concebible. El Arzo-
bispo Montfar escriba venenosas misivas contra los frailes, los
frailes llenaban de horrores pliegos interminables contra el Ar-
zobispo; el Virrey se quejaba de los criollos, los criollos del Vi-
rrey, y Valderrama, fuera de su amigo Martn Corts, se quejaba
y escriba contra todos. Para l, Velasco era un aptico que
gustaba favorecer a los suyos, por lo que los negocios se despa-
chaban con la intervencin de padrinos, y los oidores unos inep-
tos; los frailes gastaban sumas enormes en la construccin de
monasterios y predicaban en sus sermones "que la peste que
causaba tantos estragos era castigo de Dios por las culpas del
R-y y que mientras la tierra no tuviera su propio monarca
no podra gobernarse bien", y en cuanto a los indios, opinaba
que si bien eran vejados y maltratados, siguiendo los consejos
de los frailes se ocultaban a fin de no pagar el tributo.
Otra consecuencia, y no la menor, fue que Valderrama au-
ment al doble el tributo de los indios, levant incluso excep-
ciones de pagos ya sancionadas y apremi a los morosos fijn-
doles severos castigos, medidas todas ellas irrazonables y contra-
dictorias ya que, partiendo de un representante del monarca,
encontraron enrgica oposicin de parte de Velasco en quien
196 MARTIN CORTES

se vea siempre ese endemoniado enredo administrativo no


slo a un representante del Rey sino a su misma omnipotente y
sacrosanta persona.
Valdcrrama era categrico. Solicit de Felipe II la remocin
del Virrey y la de los miembros de la Audiencia, y sin esperar
a que el Consejo de Indias dictaminara sobre sus radicales peti-
ciones, destituy a los oidores Villanueva y Puga se trata del
doctor Vasco de Puga, autor de la celebrada recopilacin de
* cdulas que lleva su nombre cnvindolos a Espaa, con lo que
se form, si as pudiramos calificarlo, el primer captulo de
una larga novela de nombramientos y destituciones, de des-
apariciones y apariciones truculentas que han proporcionado
abundantes materiales a incontables generaciones de cronistas,
historiadores y dramaturgos mexicanos.
Martn, por su lado, apoyndose en la sombra que viva en
su casa, abri el fuego contra sus enemigos. La Audiencia le
impeda concluir el edificio que levantaba en el Volador? Pleito
contra la Audiencia. El Obispo de Michoacn alegaba tener
derechos sobre sus tierras de Santa Fe? Pleito contra el Obispo.
El Ayuntamiento se negaba a reconocer que los trminos de
sus villas de Coyoacn y Tacubaya lindaban con los barrios
de la ciudad de Mxico? Pleito contra el Ayuntamiento. 15
Los escribanos copiaban alegatos y sentencias, sin descanso,
los licenciados hacan fortuna asestndose golpes atroces, y los
seores, no satisfechos con haber desatado aquel diluvio de pa-
pel que amenazaba ahogarlos, dentro del mayor de los sigilos
enviaban cartas a los amigos influyentes que tenan en Espaa
para que apoyaran sus pretensiones ante los consejeros de Fe-
lipe II.
El Virrey no permaneca al margen de todas estas batallas.
Ya en algunas cartas dirigidas al Consejo de Indias haba pin-
tado, sin cargar la mano, la vanidosa y atrabiliaria conducta de
Corts y los choques y las molestias que continuamente pro-
vocaba, pero el haber doblado Valdcrrama el tributo a los indios,
de quienes fue siempre sincero protector, hizo que afinara la
puntera y el 22 de junio de 1564 se dirigi al Rey informn-
dole que "existan en los pueblos del marquesado ms de sesenta
MARTIN CORTES 197

mil indios que deban producir 84,387 pesos de renta anual,


poblacin que exceda en 37,000 personas y renta que superaba
en 47,000 y tantos pesos a la primera concesin hecha a Hernn
Corts." "
El Virrey no tendra la satisfaccin de comprobar el xito
de su disparo. Pocos das despus, y cuando todava su informe
no llegaba a las manos de Felipe II, muri en la casa del oficial
Hortuo de Ibarra, el 31 de julio, hacindose cargo del po-
der los oidores Pedro de Villalobos, Jernimo de Orozco y el
licenciado Ceinos, decano de la Real Audiencia. Los tres jun-
tos no eran capaces de reunir una parte de la autoridad que
ostentaba el virrey difunto. Velasco saba imponerse con suavi-
dad. Era un aristcrata, pero al mismo tiempo amaba a los indios
y como representante del Monarca no sufra que nadie tratara
de imponrsele. Los^criollos, para este hombre justo, eran un
grupo de jvenes turbulentos que entraban en razn con slo
amenazarlos desde lejos. Las insolencias de Martn Corts supo
reprimirlas oportunamente sin necesidad de recurrir a medidas
extremas y conserv el orden a pesar de que los orgullosos ba-
rones de la tierra, ms fuertes que nunca, padecan un verdadero
ataque de pnico. ' ;
IX: EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE
El Evangelio aconseja:
"Recataos, que vendrn lobos
vestidos de piel de oveja,
y en disfrazada, pelleja,
cometern muchos robos".
JUAN DE TI MONEDA

AQUEL alegre y civilizado paraso criollo donde las fuentes ma-


naban vino, los pavos y los jamones colgaban de los rboles,
vestan de raso y de brocado sus moradores y el oro apareca
misteriosamente en las mesas de los encomenderos encerraba
una cruel y activa serpiente. El paraso, miniatura feudal de
caceras, cabalgatas y saraos, descansaba en una propiedad ilu-
soria, y la serpiente, como todo el mal y el bien de la Colonia,
era de papel y se la representaba en forma de una cdula real
que fatalmente habra de arrebatar a los criollos el disfrute
de sus amadas encomiendas.
Al partir del establecimiento de la encomienda la Corona
espaola habia tratado de suprimirla, librndose desde entonces
una lucha sin cuartel entre el regalismo centralista y los barones
11981
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 199

indianos que ci paso del tiempo, lejos de suavizar, hacia ms


violenta. Todas las acometidas de la Corona, incluyendo las
famosas Nuevas Leyes, dictadas en 1540 por inspiracin de fray
Bartolom de las Casas, no haban tropezado con una resistencia
armada de parte de los conquistadores. Su fidelidad al monarca,
posiblemente la caracterstica ms saliente del soldado espaol,
sufra severas pruebas sin quebrantarse. Limitbanse a gritar,
a decir bravuconadas, a pleitear en los tribunales o, en el ltimo
extremo, a pensar en recibir, vestidos de negro, al visitador Tello
de Sandoval, encargado de poner en prctica las leyes, impulso
un tanto risible de que los disuadi el virrey don Antonio de
Mendoza.
La disputa afectaba seriamente a los indios y al desenvolvi-
miento de la Colonia.

Nadie escribe don Joaqun Garca Icazbalceta en su biografia


del obispo Zumrraga^ edificaba ni emprenda trabajos de lejano
fruto; todo estaba en el aire, los indios eran cruelmente extorsionados
y la tierra se empobreca y despoblaba. Tan palpables eran las conse-
cuencias de aquella precaria constitucin de la riqueza pblica, que los
frailes mismos, tan contrarios en lo general a los repartimientos, abo-
garon ms de una vez porque fueran perpetuos como nico medio
de aliviar la suerte de los indios y de dar asiento a la tierra.1

La llegada de Corts proporcion a los criollos una confianza


y una seguridad antes desconocidas. l era, por sus blasones y
su cuna, un criollo muy superior a los funcionarios espaoles
que tradicionalmente haban despreciado a los nacidos en la
Colonia y era u n encomendero capaz de rivalizar, por sus rique-
zas y el nmero de sus vasallos, con el poder de las autoridades
coloniales. Los problemas de su clase eran sus propios problemas
y lo que concerna a los dems sufralo Martn en una mayor
proporcin, razn por la cual le fu imposible mantenerse al
margen de la disputa.
La muerte de Velasco vino a robustecer el partido de los
criollos. Valderrama estaba de su lado y los oidores eran tres
viejos y asustadizos licenciados cuya principal ocupacin con-
sista en sustanciar procesos y en condenar a pequeos crimi-
200 EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE

nales. Sin la presencia de una autoridad enrgica que los con-


tuviera, el desprecio que el caballero experimentaba de antiguo
por el golilla ahora se manifestaba libremente.
Una consigna tcita recorra la ciudad levantando los ni-
mos. N o se pensaba ni se conversaba de otra cosa que de la
necesidad inaplazable de obtener a cualquier precio la perpe-
tuidad del amenazado repartimiento. Las juntas sucedan a las
juntas, y los desahogos y las exclamaciones cargaban de electri-
cidad la ya excitada atmsfera. Hablaban de "morir por sus
haciendas y honras", "de su determinacin de hacer rey al Mar-
qus del Valle", pues "tena ms derecho a la tierra que el Rey
de Castilla, y "del grandsimo agravio que su majestad haca
a la tierra dejndola perdida en todo punto, porque ya las ms
de las encomiendas estaban en tercera vida".
El miedo a verse despojados de lo que sus padres haban
conquistado, quedndose en la miseria, los enloqueca y

como el demonio dice Surcz de Peralta sacando a relucir su im-


prescindible diablo hall puerta abierta para hacer de las suyas, no
falt quien dijera: "Cuerpo de Dios! Nosotros somos gallinas; pues
el rey nos quiere quitar el comer y las haciendas, quitmosle a l el
reino y alzemonos con la tierra y dmosla al marqus, pues es suya,
y su padre y los nuestros la ganaron a su costa y no veamos esta ls-
tima".

Martn Corts, convertido en el centro de la vida colonial,


no contaba con la simpata de todos los criollos. Sus tendencias
al cacicazgo, su estpido orgullo y sus arbitrariedades provo-
caban resentimientos y divisiones que le creaban numerosos ene-
migos.
El 5 de abril de 1565 ocurri en la calle de Martn Aberraza
un encuentro armado de los muchos que habran de convertir
a la capital de la Nueva Espaa en un remedo de la Florencia
ensangrentada por los combates de los bandos rivales. Ber-
nardino de Bocancgra y su hermano Hernando de Crdoba por
un lado, y por otro Juan Surez, Alonso de Peralta, Alonso de
Cervantes y un hombre apellidado Njcra, sacaron las espadas
acometindose furiosamente. Sin duda los Bocancgra eran h-
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 201

bilcs espadachines ya que a pesar del nmero de sus adversa-


rios, cuando intervino la guardia, Cervantes yaca en el suelo
herido de una estocada.
Martn tom ostensiblemente el partido de los Bocanegra.
Durante el proceso los visitaba con frecuencia en su casa col-
mndolos de favores, al mismo tiempo que procuraba abrumar
a los contrarios, hijos, la mayor parte, de fieles a su padre el
Conquistador. Surez atribuye la razn de esta preferencia a la
inclinacin que senta Martn por doa Marina Vzquez de
Coronado, mujer de u o de Chvez de Bocanegra. Mxico era
entonces una pequea ciudad en la que no poda ocurrir nada
que no fuera divulgado en el acto. Los vecinos, agrupados en
bandos, conocan a fondo "sus debilidades y defectos", conver-
tan los hechos triviales en cuestiones de vida o de muerte, "y
como adems el carcter de la poca se distingue por el orgullo
y la bravura, y la moda ayudaba ordenando llevar siempre la
espada ceida, las disputas terminaban de comn en cuchilla-
das r e p a r t i d a s . . . en las calles y en las plazas pblicas". 8
El rumor de que Martn "traa requiebro con una seora",
cuyo nombre sugera historias equvocas, dio lugar a una in-
tensa lucha de charlataneras, annimos y coplas venenosas.
Martn, cierto da, al sacar de las calzas un "pao de narices",
dio con esta cuerteta:

Por Marina, soy testigo,


gan esta tierra un buen hombre,
y por otra de este nombre
la perder quien yo digo.3

Haya sido esta segunda doa Marina de la historia amante


de Corts como lo insina con su malevolencia acostumbrada
Surez de Peralta o no lo haya sido, como lo rechaza el nombre
de "La Santa", que sus contemporneos le dieron en reconoci-
miento a sus virtudes, el incidente de las coplas descubre la
atmsfera de intrigas, de rencillas y sutiles agravios que envol-
va a la sociedad del xvi.
En este confuso perodo, era Martn Corts el promotor
directo o indirecto de los choques y las revueltas que ocurran
202 L PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE

sin interrupcin. Desde su llegada a Mxico, estableci la cos-


tumbre de que toda persona de cierto rango que lo tropezase
en la calle deba sumarse a su comitiva. N o bien apareca el
Marqus seguido del escudero, los hombres desviaban su camino
y acudan a saludarlo, aadindose a su squito. Estaba lejos
de ser voluntario el homenaje. Los amigos le rendan esta plei-
tesa gustosamente, pero los criollos resentidos y los espaoles,
celosos de las formas hasta la exageracrin, la prestaban a rega-
adientes y slo esperaban una oportunidad que les dispensara
de prestar el forzado homenaje.
Dio la ocasin, tal vez sin proponrselo, el Alguacil Mayor
Juan de Smano, Cierta vez, en un encuentro casual, tuvo la
osada de seguir su marcha, luego de haberlo saludado quitn-
dose la gorra. Aquella grave falta, si no se correga a tiempo,
poda significar el principio del derrumbamiento del mundo
feudal de Martn. Don Luis Corts fue el encargado de recon-
venir al ensoberbecido Smano. El Alguacil se disculp con las
obligaciones urgentes de su cargo; don Luis sugiri que en caso
de ir de prisa bien poda, al encontrar a su hermano, doblar
una esquina o meterse en una casa a "fin de que el pueblo no
se diera cuenta del desacato", pero Smano se escurri con eva-
sivas y a poco tiempo, como lo tema Corts, otros disidentes
siguieron el ejemplo.
Aunque el bando del Marqus tom cartas en el asunto y
amenaz con una soberana paliza a todo aquel que cometiera la
insolencia de no abandonar sus obligaciones para seguirlo, des-
pus de Smano, incurri en el mismo desacato Juan de Valdi-
vieso, criollo de veintitrs aos, propietario de cuatro pueblos en
la Mixteca, de casas y huertos valuados en cuarenta mil caste-
llanos, quien por aadidura era deudo poltico de Martn, ya
que una hermana suya, doa Guiomar de Escobar, estaba casada
con Luis el bastardo.
Una maana, encontrndose Valdivieso en la puerta de Santo
Domingo, acert a pasar Martn sin que el arrogante criollo
hiciera el menor intento de sumarse a la comitiva. Don Luis,
ante aquella imperdonable ofensa, detuvo el paso de su caballo
y le dijo:
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 20}

"Seor Valdivieso, djese vuestra merced ver".


A lo que contest su cuado:
"Donde vuestra merced mandare".
La conducta de Luis Corts en estos choques quiz justifi-
que el codicilio que el padre aadi poco antes de morir a su
testamento, desheredndolo. Cerca del hermano, sus oficiosida-
des lacayunas consistan en convencer a los descarriados de que
deban seguir el pendn del Marqus siempre que apareciera en
las calles. En esta ocasin fue tambin el encargado de tirar-
le las orejas al rebelde, pero no habindolo encontrado le dej
dicho que lo esperaba en su casa situada en el lugar donde
hoy se levanta el Monte de Piedad.
El 7 de mayo acudi a la cita Valdivieso acompaado
de Hernando de Bazn. Luis estaba en los corredores altos que
enmarcaban el patio y all se enredaron en una agria discusin.
Alegaba Corts que el parentesco lo obligaba a respetar la cos-
tumbre y Valdivieso se defenda amparndose en su dignidad
de caballero. AI ltimo, viendo Luis que su cuado no ceda,
le prohibi a gritos que lo siguiera llamando hermano y que
volviera a poner los pies en su casa. Salieron a relucir las espadas
y Bazn trataba de intervenir, cuando tres criados, ponindose
del lado de su amo, obligaron a Valdivieso, ms que de prisa, a i
bajar las escaleras bajo un diluvio de cuchilladas.
En la plazoleta, situada frente al palacio del Marqus, arre-
ci el tumulto. Buena parte de los caballeros de la ciudad
ah estaban entre otros el comendador Leonel de Cervantes,
el propio cronista de los hechos Juan Surez de Peralta, el al-
calde Juan de Smano y Juan Gutirrez de Bocanegra acu-
dieron en el acto ponindose del lado de Luis Corts o de Val-
divieso.
La gente del pueblo, deseosa de no perder la oportunidad de
que sus seores mutuamente se destruyeran, acudi en tropel y
animaba a los contrincantes con silbidos y voces. Los oidores, que
al ocurrir el zafarrancho estaban reunidos en acuerdo, enterados
de los sucesos por el escribano Pedro Moran, ordenaron anun-
ciar al pregonero que se impondra una multa de dos mil pesos
a quien no se retirara en el acto a su casa.
20i EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE

Luis Cortes y Hernando Pacheco quedaron presos en el ca-


bildo, y Valdivieso, por su menor jerarqua, fue echado a la
crcel pblica, de donde salieron pronto sin que la audiencia
tuviera el valor de imponerles una severa pena. A fines de ese
mismo mes, Agustn de Villanueva y Baltasar de Aguilar, "dos
de los desairados en la cuestin de los Bocanegra",* andaban
en pandillas armadas por las calles tratando de buscarle pen-
dencia a Martn. Prevenido ste, se hizo acompaar de sus her-
manos, de sus amigos y de sus criados armados con garrotes ocul-
tos bajo las capas. N o lleg la sangre al ro. Corts, gracias a
numerosos mediadores, renunci a la vanganza, y la lucha plan-
teada se resolvi en un encuentro pacfico donde la banda de
Villanueva se conform con rechinar los dientes y no llevarse
la mano a las gorras mientras la comitiva del Marqus desfilaba
orgullosa frente al grupo de sus adversarios.
El \7 de junio surgi otro incidente. Julin de Salazar,
a las diez y media de la noche, en una de sus rondas por la
ciudad, le quit la espada a uno de los criados del Marqus.
Martn, que cenaba en su casa cuando el criado le inform lo
ocurrido, envi por el arma a otro sirviente y a un paje de
librea. stos, apercibidos de rodela y estoque, se portaron con
tanta insolencia que el alcalde decidi decomisarles las espadas
y a poco regresaron con una falsa historia de agravios. Martn,
furioso, se levant de la mesa, sali con su guardia a la calle
y encontrando a Salazar en el puente de madera contiguo al
Ayuntamiento lo insult de manera deshonrosa y le quit por
la fuerza las armas decomisadas.

LA LNEA DE SOMBRA

Quin tuvo primero la idea de "alzarse con la tierra"? Los


procesos a que dio lugar la llamada conspiracin del Marqus
del Valle la ofrecen en plena marcha, y tan intiles fueron las
rabiosas pesquisas de los jueces emprendidas en el siglo xvi para
descubrir al culpable, como las deducciones de los historiadores
del siglo XLX y del xx encaminadas a dilucidar qu frente me-
reca esa fresca corona. De cierto, slo sabemos que los desahogos
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 205

personales, los secreteos y la irritacin que provocaba un des-


pojo inminente, agitado siempre como un espantajo, haban ter-
minado por crear finalmente un descontento y una atmsfera
de contagiosa rebelda que aumentaba la increble debilidad de
los oidores.
Todos esos personajes oscuros, ambiciosos y un poco estrafa-
larios que surgen a la hora de las revoluciones invaden sin previo
aviso nuestro limitado campo, reclamando su derecho a figurar
en la histeria. El licenciado Espinosa de Ayala, clrigo y ra-
cionero de la catedral, un su amigo, mitad picaro, mitad hombre
de iglesia, llamado Pedro de Aguilar, los hermanos Baltasar y
Pedro de Quesada, dos jvenes sin oficio ni beneficio, y Cris-
tbal de Oatc, un aventurero de las guerras peruanas, ape-
llidado "El Mozo" para distinguirse de su to el conquistador del
mismo nombre, oliendo la conspiracin acudieron a la casa de
Alonso de vila con una atrevida propuesta.
El licenciado Espinosa, quien parece haber estado de acuerdo
con Alonso, tuvo a su cargo las presentaciones:
"Estos caballeros han deseado en extremo ver a vuesa mer-
ced y besarle las manos y ofrecerse a su servicio."
"Beso a vuestras mercedes las manos respondi Alonso
y en todo lo que se les ofreciere pueden tener esta casa por
suya."
"Bien sabe vuesa merced mi seor don Alonso expuso el
racionero el descontento grande que hay en toda esta tierra
con motivo de una nueva cdula enviada por su majestad para
que los nietos de los encomenderos no hereden las encomien-
das . . . "
" N o creo que haya tal cdula", interrumpi Alonso.
"Juro a Dios por esta cruz exclam el clrigo que un
religioso me ha certificado haberla visto y ledo."
"Muy confiado est vuesa merced en creer que no la hay
aadi uno del grupo, pues lo que el seor licenciado dice
'o hemos odo nosotros por cosa cierta, sino que los oidores
disimulan por asegurarse ms." 5
En pocas palabras, y haciendo a un lado circunloquios y
cortesas, de lo que se trataba era de "alzarse con la tierra".
206 EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE

Alonso protest, luego amenaz con denunciarlos y al ltimo


concluy por sumarse a los planes del audaz licenciado Espi-
nosa de Ayala.
De esta endeble y poco convincente manera, Alonso de vila
cruz la lnea que separaba a los vecinos respetables de los
que incurran en graves culpas, entrando en una zona dolorosa
y prohibida. No es que el rico hidalgo tuviera un empeo deci-
dido en cambiar el esplendor y la seguridad de su vida por
la azarosa carrera del conjurado, pero las cosas haban llegado
a un extremo intolerable. Qu sera de ellos, privados de es-
clavos y de tierras? Estaran obligados a solicitar empleos, a
pedir limosna y, lo que era an mucho ms deshonroso, a tra-
bajar con sus manos.
Un hecho, que en otras circunstancias hubiera causado un
inocente derroche de tinta y papel sellado, concluy por exas-
perar a los criollos. En la flota que toc el puerto de Veracruz
el mes de septiembre de 1565 al mando del general Pedro de
Roelas, vinieron dos cdulas reales. Una, consecuencia de los
informes del virrey Velasco, reanudaba el pleito ya liquidado
sobre el nmero de IQS vasallos del marquesado del Valle, y la
otra, resultado del proceso que se levant con motivo del dispa-
ratado sello en que Martn se haba otorgado a s mismo el
ttulo de duque haca ms de dos aos, le ordenaba se abstu-
viera de usarlo. Estas cdulas dieron lugar a que misteriosamente
se extendiera, con la velocidad y los estragos de una peste, el
rumor de que en la flota haba llegado una tercera cdula real
que decretaba la abolicin de la encomienda.
La prolongada guerra de nervios haba concluido y la pesada
maquinaria principi a moverse lentamente. De octubre a di-
ciembre de 1565 hubo diversas juntas y comunicacin de pro-
yectos descabellados, se apercibieron armas y se incurri en el
pecado en que incurren los conspiradores noveles de escribir
cartas comprometedoras. Una de ellas, redactada por Luis Cor-
ts y el licenciado Ayala de Espinosa, reclamaba la presencia en
Mxico de Alonso a fin de que activara la marcha de la cons-
piracin, y le fue enviada, con otras destinadas a tres clrigos
de Toluca, por medio de Pedro de Aguilar.
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 207

Aguilar encontr a Alonso en uno de los pueblos de indios


que posea "situado entre Cuauhtitln y la hacienda de Gabriel
Logroo". Alonso ley la carta y encerrndose con el men-
sajero le dijo:
"Seor Aguilar, estas cosas son de mucho secreto y de mucha
confianza pues hay muchos ruines de quien hombre no se puede
confiar y pues vuesa merced es tan hombre de bien y le tengo
por amigo, le dir todo le que pasa acerca de este negocio".11
Aguilar, conocido mejor con el mote despectivo de Agui-
larejo, estaba conmovido. Nunca en su oscura vida de picaro
un caballero autntico le haba revelado secretos de tanta im-
portancia. Por la ventana del aposento se vea un campo cul-
tivado y entraban las canciones melanclicas de los esclavos in-
dios. Toda aquella riqueza era propiedad del hidalgo que se
deca, sin l habrselo pedido, su amigo y confidente, y a cuyo
lado, de igual a igual, se encontraba sentado.
El Marqus del Valle segn refiri Alonso despus de
llamarlo a su palacio le haba preguntado, dentro del mayor de
los sigilos, "qu le pareca cmo el rey nos quera quitar el co-
mer a todos?" Se discuti cuidadosamente el asunto y luego de
darle muchas vueltas concluyeron que deberan alzarse con la
tierra, matar a los oidores, a los oficiales de la Colonia, a don
Luis y a don Francisco de Velasco, hijo y hermano del virrey
difunto, "que Dios aya", partidarios insobornables del monarca.
S, el rey deba entender que no se trataba de vasallos sumisos
sino de hombres que estaban dispuestos a defender con la vida
sus haciendas.
El plan de la conjuracin estaba esbozado. N o se haba
pensado an en los medios de realizarlo, pero exista ya en sus
lneas generales una finalidad concreta y, lo que era ms im-
portante, un acuero entre el poderoso Martn y Alonso de vila
capaz de seducir a los criollos que tuvieran sus encomiendas en
peligro. Alonso revel adems que haba empleado cuatro o
emeo das en Mxico ocupado "en ponerlo por obra" y con-
cluy la entrevista dndole una carta a Pedro de Aguilar en
'a que prometa regresar a la ciudad tan pronto como le fuera
posible.
208 EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE

UNA MASCARADA, PRINCIPIO DE LA CONJURACIN

Un domingo, Alonso de vila hizo su aparicin en la ciu-


dad, no de noche, como era de esperarse en un conspirador, ni
ocultndose bajo el embozo de su capa, sino al frente de una
de las ms ruidosas mascaradas que recuerde la historia de la
Colonia. El carcter del criollo! Desde lejos, dominando el
rumor de las campanas dominicales, se escuch el ruido de una
msica brbara que poco a poco fue acercndose a la plaza ma-
yor, transitada a esa hora por burgueses y piadosas seoras.
Entre el sordo batir del tcponaxtle y el agrio lamento de la
chirima, irrumpi la mascarada en la plaza. Alonso de Avila,
a caballo, y seguido de veinticuatro jinetes, representaba el pa-
pel del emperador Moctezuma Xocoyotzin. Una mscara cu-
bra su rostro y llevaba la corona, el suntuoso manto y las san-
dalias con que el desventurado monarca se haba presentado
haca ms de cuarenta aos ante los ojos asombrados de los
conquistadores. Detrs venan msicos y danzantes y, cerrando
la comitiva, numerosos esclavos de la encomienda de Cuauhti-
tln, vestidos de blanco, sostenan ramos de flores y enormes
cazuelas de barro de las que trascenda el picante olor de los
guisos mexicanos.
La mascarada cruz la plaza y se detuvo, armando una rui-
dosa algaraba, frente al palacio del segundo Marques del Valle
de Oaxaca. Martn, rodeado de pajes armados con partesanas,
sali a la puerta, y Alonso, apendose del caballo, medio velado
por el humo que despedan los incensarios, despus de saludarlo
a la manera azteca, coron a su mujer con una guirnalda de
plumas. Un "truhn", de los muchos que contemplaban el
espectculo, grit oportuno: "Tmate esa corona, marquesa!"
Sonaron de nuevo los instrumentos. Los caballeros del s-
quito repartieron preciosos ramos llamados schiles en n-
huatl que llevaban versos de amor y motes intencionados. El
que le toc a Martn ostentaba una frase nada difcil de inter-
pretar: " N o temas la cada, pues es para mayor subida".
Con la entrega de los ramos termin aquella mojiganga en
que se trat de representar la entrada de Corts en Tenochtitln,
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 209

y mientras los msicos espaoles templaban sus instrumentos y


los mayordomos disponan en el interior de la casa de Alonso
de vila los preparativos del sarao, la mascarada sali a recorrer
las calles de la ciudad.
Muy cerca de la medianoche, principi la cena que Alonso
haba mandado aderezar en su encomienda. Toda la vajilla,
hecha por los alfareros de Cuauhtitln, tena pintada esta cifra:
4.
O

El
s
y a la marquesa se le serva el vino en un jarro mayor que los
otros, tambin pintado con el inquietante jeroglfico. N o haba
concluido la cena cuando los oidores ya tenan en sus manos
uno de estos jarros. Nueva prueba de culpabilidad era esa va-
sija recin salida del torno del alfarero indgena. La orgullosa
corona y la R mayscula slo podan traducirse por un impe-
rativo Reinars con que la voluntad de los criollos unga al he-
redero de Hernn Corts.
Levantados los manteles, de nuevo la mojiganga recorri
la ciudad. Los criollos, alumbrados con hachas, se combatan
arrojndose esferas de barro T llenas de flores o de ceniza, que
paraban con las adargas, y en estas escaramuzas los sorprendi
el da. Olorosos a vino, blancos de ceniza, volvieron las riendas
cuidando de no atropellar a los soolientos mercaderes que se
dirigan a escuchar la primera misa.

ESPEJISMO DE PALABRAS

La conspiracin, iniciada oficialmente con la mascarada, el


sarao y los excesos juveniles del domingo, ocultaba una seriedad
que no sospechaban los oidores. Alonso, decidido a llevar ade-
lante la rebelin, el martes siguiente reuni en la sala de armas
de su casa a los principales interesados. All estaban Cristbal de
Oate, los hermanos Quesada, Aguilarcjo, un pudiente crio-
llo llamado Baltasar de Aguilar, Gil Gonzlez, el licenciado Es-
210 EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE

pinosa de Ayala y el capitn Baltasar de Sotelo. Tres de los


sirvientes de Alonso, Gonzlez Nez, Juan de Victoria y Mn-
dez, su mayordomo, vigilaban las puertas. La luz de las velas
se reflejaba con brillos metlicos en las armaduras, en las pis-
tolas y en las espadas llenndolos de confianza. Alonso, sen-
tado a la cabecera de la mesa, atusbase el dorado mostacho.
Advertase en el un cambio. Su fragilidad, sus blancas y finas
manos, la expresin todava delicada de su rostro, aparecan
animadas de una resolucin varonil.
Habl uno de los hermanos Quesada: "Entiendo que Alonso
tiene un plan. Desearamos orlo".
"Es bien sencillo respondi Alonso. Ante todo, orga-
nizaremos pelotones de diez hombres armados al mando de un
capitn. El viernes, da en que los oidores celebran consejo,
un pelotn deber reunirse disimuladamente en la puerta prin-
cipal de las casas reales, un segundo se apoderar de la armera,
y al mismo tiempo u n tercero entrar en la sala del consejo
y dar muerte a los oidores'y al visitador.
"Es necesario matarlos?", pregunt Baltasar de Aguilar.
Alonso, vivamente: "Y qu otra cosa se puede hacer con
nuestros enemigos? Si no los matamos a ellos, ellos nos matarn
a nosotros".
Intervino Oate: "Dejad que siga exponiendo su plan o no
terminaremos nunca".
"Muertos los oidores, desde el corredor se le har una seal
convenida a uno de los nuestros que debe permanecer junto a la
fuente del patio y ste se comunicar con otro conjurado apos-
tado en la puerta de la calle, quien a su vez tendr la obligacin
de agitar una capa colorada."
Se oyeron exclamaciones: "Y a qu viene ese complicado
sistemas de seales? Y esa capa roja agitada en el aire?"
Alonso de nuevo: "Amigos, esa capa roja le dir al licen-
ciado Espinosa que ha llegado el momento de tocar dos veces
la campana mayor de catedral".
"Quiere usted decirme interrumpi el licenciado Espi-
nosa qu objeto tiene que yo haga sonar por dos veces la
campana?"
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 211

"A este aviso, otros pelotones ya dispuestos entrarn en las


casas de los oficiales reales y de los Velasco para darles muerte",
contest Alonso.
Insisti Espinosa: "Pero yo debo estar en la torre?"
"Y cree vuestra merced que yo puedo matar a los oidores
y al mismo tiempo repicar las campanas?"
Espinosa suspirando: "Allca jacta cst".
Quesada, rpido: "Y despus? Diez pualadas no lo resuel-
ven todo".
"Despus? Echaremos los cadveres a la plaza y en una
hoguera se quemarn los papeles del archivo para que se entienda
que la justicia del rey ha dejado de existir. Por su parte, el
Marqus custodiar la plaza y le hablar al pueblo."
" N o todos los encomenderos son partidarios de la rebelin",
argy Cristbal de Oate.
"El caso est previsto. A los desafectos y a los tibios se les
comprar con el dinero que tomaremos de las cajas reales. Una
vez dueos de la ciudad, don Luis Corts saldr con un escua-
drn y tomar la fortaleza de San Juan de Ula y los barcos
de la flota; don Martin Corts, el bastardo, marchar sobre
Zacatecas y otras ciudades del interior, y Francisco de Reinoso
tendr a su cargo apoderarse de Puebla de los ngeles". 8
Todos estaban colgados de las palabras de Alonso. Aquello,
Dios mo, era tan fcil, tan hacedero! U n hombre grita en un
corredor, otro responde desde el patio, otro ms agita una capa
colorada como quien cita a un toro, suenan dos campanadas
y los servidores del tirano se hunden por un escotilln con el
pecho cosido a pualadas. En el segundo acto, sale un puado
de soldaditos y la flota del rey se rinde sin combate, sucumben
Puebla de los ngeles, Zacatecas con sus minas de plata, Ja-
lisco con sus campos de trigo y la Nueva Espaa, por un acto
de prestidigitacin verbal, pasa a manos de los criollos.
Y luego? Luego viene la apoteosis, el fin de fiesta donde
los fuegos de artificio disparan al ciclo sus bengalas, truena
e
l can y una corona real sostenida por los ngeles desciende
sobre la cabeza del Marqus del Valle: "El tirano Felipe ha
muerto! Viva Martn I, Rey de Mxico!"
212 EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE

N o terminaba aqu el hermoso delirio. Habra duques, mar-


queses y condes, una nobleza criolla ligada a la azteca; se repar-
tira la tierra, pues "haba harto en ella para todos", abriranse
las puertas al comercio mundial, y los prelados, los caballeros y
los gobernadores seran convocados a cortes para que prestaran
el juramento de rigor al monarca.
Los conspiradores tuvieren presente el captulo de las rela-
ciones internacionales pensando ante todo en el Papa. El den
Alonso Chico de Molina, cargado de ricos tesoros, ira a im-
plorar del Pontfice la investidura del reino y negociara ade-
ms con el rey de Francia un tratado de comercio a cambio del
derecho de trnsito por su territorio hacia los Santos Lugares.
Al licenciado Espinosa de Ayala no slo le corresponda anun-
ciar el degello con dos toques de campana, sino la delicada
misin de rescatar en Sevilla al hijo primognito de Martn
Corts y traerse al prncipe heredero en un barco cargado de
vino espaol.
Escrpulos de conciencia? Quien pens en el vino con que
celebrar la victoria no poda haber prescindido de aducir una
justificacin convincente. La Nueva Espaa segn argumenta-
ban los telogos adictos a los encomenderos el den Chico
de Molina y el franciscano fray Luis Cal principalmente
perteneca con mayor derecho al descendiente de Hernn Cor-
ts su conquistador, que no al rey deseoso de arruinarla con
leyes injustas. Todo lo que se haba dicho en secreto se remach
en la junta enfticamente. Al tirano Felipe II se le hara en-
tender que sus subditos eran hombres que saban defenderse
y defender sus intereses.
Este plan de rebelin, destinado a ser el primero de una
serie que se ha prolongado hasta nuestros das, no era otra cosa
que un espejismo verbal. La accin, en el tiempo de los con-
quistadores, segua a la palabra: a Dios rogando y con el mazo
dando, se haca la guerra} pero los criollos, educados en otro
ambiente, haban perdido la capacidad de enfrentarse a la spera
realidad y slo heredaron la propensin al relato, el gusto de
la ancdota, la fascinacin por la palabra desnuda, por su ma-
gia musical y su paladeo, por la palabra que no trascenda a la
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 213

vida sino que flotaba en el aire, sostenida a causa de su mismo


prestigio, igual que una pesada nube de invierno cuelga inmvil
sobre el suelo amarillo del altiplano.
Nuevos adeptos se ganaban a diario. Alonso de vila en
una de tantas juntas exhibi una lista con los nombres de ciento
veinte conjurados, y Martn Corts, por su parte, haba escrito
a sus amigos de Guatemala invitndolos a sumarse a la revuelta.
Tan pronto como en la Nueva Espaa se alzaran con la tierra
respondieron, "all haran lo mesmo y le corresponderan
con la obediencia y vasallaje".

LLAMARADA DE PETATE

Transcurri el viernes fijado para el alzamiento y los crio-


llos no se lanzaron a la revolucin. Qu haba ocurrido? U n
accidente tan infundado y pueril como el que haba puesto en
marcha la maquinaria de la conspiracin se introduca ahora
entre sus ruedas paralizndola. Alonso de vila, revelando un
espritu legalista impropio de su carcter, se haba empeado
en que el plan de rebelin se formulara por escrito y llevara
las firmas de todos. Como era de esperarse, Corts se rehus
a estampar su nombre en el comprometedor documento, y los
dems conjurados alegaron que cumpliran lo ofrecido sin ne-
cesidad de atestiguarlo con sus firmas.
Das ms tarde el Marqus del Valle era otra persona. Cuan-
do los conjurados acudieron a ofrecerle la corona de Mxico,
los recibi de pie en su casa, respondindoles: "De buena gana
les ayudar, pero temo que no se haga nada y al fin perdamos
la vida y las haciendas". Antes que Martn Cortes, un lejano
pariente suyo, Gonzalo Pizarro, haba tenido un delirio seme-
jante y termin degollado por mano de verdugo. El Marqus
poda escarmentar sin eufemismo en la cabeza de su ambicioso
deudo, y sus vacilaciones, ya visibles desde el principio, aumen-
taron. El mismo da de la mascarada denunci al Visitador
la existencia de una conspiracin y organiz la farsa de armar
a los suyos. Poco despus comunic al mismo Valderrama, den-
tro del mayor sigilo, la existencia de un nuevo complot. Los
214 EL PARASO CRIOLLO V LA SERPIENTE

criollos, de acuerdo con su versin, se levantaran en Texcoco


aprovechando un juego de caas con el que se pensaba festejar
la tornaboda de Alonso de Cervantes, y presionado por los con-
jurados ya alegaba que el levantamiento deba aplazarse hasta
la llegada del nuevo virrey, ya aduca que era mejor aguardar
a que se aplicara la cdula de extincin de las encomiendas, o
bien, sin causa aparente, se apartaba resfriado de ellos y pro-
clamaba que era gente a la que no se poda conceder la menor
confianza.
Sobre Alonso haba recado todo el peso de la conspiracin.
Entre un juego de pelota y una partida de naipes, sostena mis-
teriosas conversaciones en la sala de armas, y la liberalidad de
sus convites atraa a nuevos iniciados, pero la rebelin, sin el
apoyo decidido de Corts, sostenase ms bien por inercia. Alonso
se esforzaba en mantener la hoguera encendida a su manera.
Un da mostraba una lista donde figuraban los nombres de
ciento veinte partidarios de la conjura; otro afirmaba que si el
Marqus continuaba con sus evasivas l mismo lo obligara a
encabezar la empresa ponindole un pual en el pecho, y a veces
se decida a obrar por su cuenta, como nico jefe responsable,
"porque estaba determinado a morir y saba que estaban de-
nunciados".
El 1* de enero de 1566 cay enfermo Alonso y se abri
un parntesis de calma. Martn Corts, oscilando siempre entre
su ambicin y su miedo, ante los criollos apareca como un com-
placiente y lejano partidario, y ante el Visitador y los oidores,
como un vasallo leal capaz de denunciar al menor intento re-
belde de los suyos. Martn, a quien su propio doble juego, se-
guido sin astucia y con sus habituales reticencias, Manaba de mie-
do, al ltimo opt por desatender el peligro y marcharse en com-
paa de su mujer a Toluca el mes de febrero, pero el Visitador
y los oidores, fingiendo necesitar su ayuda, lo disuadieron de su
propsito.
La partida de Valderrama, ocurrida posiblemente a fines de
ese mes de febrero o a principios de marzo, rest a los criollos
un poderoso aliado. Corts en vano le suplic demorara su viaje
hasta la llegada del nuevo virrey y aun era un modo de cu-
EL PARASO CRIOLLO Y LA SERPIENTE 215

rarse en salud le escribi una carta a Puebla presentndole


el estado de agitacin en que viva la Colonia." Todo fue intil.
La Audiencia, que sin el estorbo de Valderrama dispona por
primera vez de un mando efectivo, principi a reunir pruebas
de la conjura y la situacin se alter radicalmente. A medida
que las tareas revolucionarias de los criollos decrecan y se nu-
lificaban, la autoridad de los jueces aumentaba a niveles des-
proporcionados, con la curiosa particularidad de que ninguno
de los dos oponentes lograba ocultar sus maquinaciones. Fray
Miguel de Alvarado, prior del convento de los agustinos y
pariente de Alonso de vila, tuvo conocimiento de lo que em-
prenda la Audiencia, entrevist a Villalobos, encargado de sus-
tanciar la informacin secreta, y logr arrancarle la promesa de
no llevar adelante las averiguaciones. El Marqus apoy los ra-
zonamientos del fraile. La tierra, ciertamente, se hallaba en
paz y todo se reduca a rumores y a necedades de gente des-
pechada.
X: LA CENIZA E N LA F R E N T E

Siento ansiedad por abandonar de una vez todas esas guerras,


barbaries, hecatombes, martirios, acciones de estado, nombres al-
tisonantes y disfraces, ansiedad por acercarme a al>:n asunto sen-
cillsimo, de trocha angosta; a las cosas extraordinarias de los
seres ordinarios; a un ser humano, en fin, quiero decir a una fi-
gura verdadera; no s de qu ndole habra de ser ni cmo.'.., pero
quisiera que fuese autntica en absoluto y totamente ma, entien-
des?, totalmente ma.
FRANK WKRFEL

EL 5 de abril de 1566 la conspiracin se desplom interior-


mente. Baltasar de Aguilar revel los hechos a don Luis de Ve-
lasco, y ste, "casi a la fuerza", lo oblig a firmar una denuncia
pormenorizada que tambin firmaron, en calidad de testigos,
los hermanos Alonso y Agustn de Villanueva, del grupo de los
leales al rey y enemigos del Marqus y de sus partidarios.. Don
Luis de Velasco, cl futuro virrey, era un hombre inteligente
y discreto que slo esparaba una oportunidad para vengarse de
C2161
LA CENIZA EN LA FRENTE 217

Martn por los agravios inferidos a su padre, y no debe haberle


sido difcil aprovechar la confusin y la cobarda de su adver-
sario.
Martn Cortes recoga lo que haba sembrado, y como, su-
cedi despus, en 1810, una rebelin planeada por criollos ha-
bra de fracasar debido a la oposicin de un grupo de criollos
contrarrevolucionarios.
El 7 y el 8 de abril, que correspondieron al Domingo de Ra-
mos y al Lunes Santo, Pedro de Aguilar, despus de confesar y
comulgar, denunci a su vez el complot a dos frailes dominicos,
y aunque slo ratific oficialmente su acusacin el 28 de mayo,
la audiencia tuvo conocimiento de ella el mismo lunes.. Otras
denuncias se precipitaron. Ayala de Espinosa sigui los pasos
de su cmplice, y los hermanos Quesada, viendo que todo el edi-
ficio de la conspiracin amenazaba caerles encima, llevaron a la
audiencia sus acusaciones. Pedro de Aguilar fue ms lejos an.
Se comprometi a seguir fungiendo de conspirador "para mejor
saber la verdad son sus propias palabras y, sabida, ir siem-
pre dando aviso de ello, porque mi intencin siempre ha sido
y es de servir a su majestad que [le] soy obligado como a mi
rey y seor". 1
Qu poda esperarse de aquella gente? De los conjurados
principales nadie se habra fiado como no fuera el atolondrado
Alonso de vila. Los hermanos Quesada eran "dos mozos in-
quietos, viciosos y pobres". Por aadidura, Pedro viva fuera
de s, debido a que cierto pariente le impeda casarse con una de
sus hijas por quien el criollo sentase perdidamente enamorado.
El licenciado Espinosa de Ayala, racionero de la catedral y uno
de los ms activos instigadores de la revuelta, justificaba la mala
reputacin que en el xvi se haban ganado los clrigos. El
mismo Alonso lo haba echado de su pueblo de Zumpango en
el que funga como vicario por haberle vendido, sin ningn
derecho, una piara de cerdos. Cesante y enfermo, tuvo que aco-
gerse al hospital de los naturales, de donde sala en las noches
vestido de indio para irse de juerga a los barrios apartados y
sostena a conocidas mujeres pblicas una Cristina de Arria-
ta, mestiza, y otra llamada Leonor Ortiz con el dinero que
218 LA CENIZA EN LA FRENTE

le entraba de empear los clices y los ornamentos sagrados


de la capilla del hospital.
Los datos que poseemos de Pedro de Aguilar, conocido con
el mote de Aguilarejo, dentro de su brevedad bastan a definirlo.
Este redomado bribn, dedicado en apariencia a vender cacao,
en 1554 huy de Campeche perseguido muy de cerca por la
justicia; cuatro aos despus se vesta de manto y bonete; en
1565 gastaba capa y espada; le apasionaban las cartas, el vino
y las mozas de partido que liberalmcnte compata con su anfi-
trin, amigo y compaero de correras, el licenciado Espinosa
de Ayala.
Cristbal de Oate era a su vez un joven de veintitrs aos
que ya en 1565 haba corrido algn mundo. Desde nio en-
tr en servicio del Conde de Niebla y pas con el al Per
cuando fue nombrado Virrey. N o hizo carrera en las Indias,
pues al morir Niebla se embarc rumbo a la Nueva Espaa
buscando la proteccin de su to el conquistador Cristbal de
Oate y aqu, segn confesara, serva de acompaante a Cata-
lina de Salazar, mujer de Oate, e importunaba al to pidin-
dole dinero para regresar a Espaa.
El Mircoles Santo, Baltasar de Aguilar fue al convento de
Santiago donde estaba recogido Martn y le cont la historia
de las denuncias. Martn pidi las llaves, asegur las puertas
del monasterio y ms tarde sali con Bernardino de Bocanegra
y sus criados a recorrer la ciudad. El Sbado de Gloria volvi
Aguilar acompaado de Agustn de Villanueva hacindole ver
el peligro que corra. El Lunes de Pascua el Marqus trat de
sincerarse ante el oidor Villalobos: Qu culpa tena l de que
unos imprudentes hubieran mezclado su nombre en sus desaho-
gos? No haba delatado l mismo la pretendida conjuracin?
Villalobos lo tranquiliz. N o exista indicio de culpa y todo
aquel escndalo se reduca a palabras y bravuconadas juveniles.

EL ESPLENDOR CRIOLLO

En tanto que los oidores se entregaban a la gratsima tarea


de fundamentar un crecido nmero de procesos, los criollos su-
LA CENIZA EN LA FRENTE 219

fran un nuevo ataque de furia. Diego Ferrer, su procurador


en la corte, les inform en una extensa carta que el Consejo de
Indias se opona a conceder la perpetuidad de la encomienda
y no deseaba que se insistiera sobre el asunto. Volvieron a re-
anudarse las juntas. Alonso de vila fanfarroneaba. "l por
su mano y en plena calle matara con sus pistoletes a los oido-
res." El Marqus anudaba el hilo de sus ensueos reales y el
plan de la conspiracin se adornaba con inesperadas galas rena-
centistas. De acuerdo con la versin de Torquemada, 2 el alza-
miento tendra lugar el 21 de junio, da de San Hiplito, du-
rante el solemne pasco del pendn. En la esquina de la calle de
Tacuba y la plazuela del Marques, cerca de la torre del reloj
que la flanqueaba, los conspiradores levantaran un gran navio,
especie de caballo de Troya, en cuyo interior esconderan ca-
ones y soldados. Una vez que el desfile llegara a palacio, el
bastardo Martn Corts, seguido de hombres armados, descen-
dera de la torre al navio, se fingira un combate, arrebatara
el pendn real al Alfrez Alonso de vila desempeaba ese
ao el cargo de abanderado, proclamaran rey al Marqus y
los disparos seran la seal de emprender la matanza de las au-
toridades.
Martn Corts y sus amigos estuvieron durante el mes de ju-
nio entregados de tal manera a la preparacin de las fiestas con
que deba celebrarse el bautismo de dos hijos gemelos recin
nacidos, que el nuevo artificio de la conspiracin debe acredi-
tarse a la exaltada imaginacin del cronista franciscano.
El hecho de saberse denunciados no parece haber inquietado
a los criollos. La ceremonia estaba fijada para el da de San
Pedro el santo por quien ms devocin tuvo Hernn Corts
y la ciudad ofreca un aspecto de actividad inusitada. Los mer-
caderes en el interior de sus oscuras tiendas vendan encajes de
Flandes, brocados crujientes, rasos de brillos metlicos, pesados
terciopelos, y los sastres, como en el tiempo de las exequias
de Carlos V, vivan con la aguja enhebrada. Los caballeros
nacan bruir sus armas y en todas partes se escuchaba el ruido
del martillo y las voces de los criados que recorran la ciudad
llevando mil recados.
220 LA CENIZA EN LA FRENTE

El da 30, cohetes y campanas echaron muy temprano a


los vecinos de sus casas. El viento, de tarde en tarde, haca
flamear los tapices y banderines que colgaban de los balcones
y sus bordados de oro y plata refulgan al sol de la maana.
A despecho de que por esos das se viviera bajo la amenaza de
un pequeo diluvio y el agua se apretara gimiendo en el ojo
de los puentes, la maana era uno de esos respiros entre dos
aguaceros que los poetas aprovechaban para aadir un terceto
al iniciado poema:
Todo huele a verano, todo enva
suave respiracin, y est compuesto
del mbar nuevo que en sus flores cra.

El zoco rabe de la plaza mayor se haba transformado. Un


pasadizo de madera meda cuatro varas de alto por seis de
ancho extendase de uno de los balcones de la casa de Martn
a la puerta del perdn de la catedral adornado con flores, escu-
dos y banderas. Los indios, segn su costumbre, haban arran-
cado un bosque entero con sus rboles, sus peas y sus arroyos,
plantndolo en el corazn de la ciudad, y numerosos cazadores
armados de flechas, macanas y cerbatanas daban muerte a los
pjaros, los tigrillos y los zorros que andaban sueltos entre la
arboleda. La msica de los violines, sacabuches y lades euro-
peos se mezclaba a la chirima y al teponaxtle mexicanos, de la
misma manera que el mundo medieval espaol y el mundo in-
dgena se unan para rendir homenaje a los nietos del fundador
de aquella extraa sociedad.
Al mediar la maana el cortejo principi a desfilar por el
tablado. En primer trmino aparecieron los padrinos den Luis
de Castilla y su mujer doa Juana de Sosa rodeados de las plu-
mas de los sombreros y el centellar de las joyas y las telas pre-
ciosas. Doce caballeros vestidos de punta en blanco custodiaban
a don Carlos de Ziga y a don Pedro de Luna, encargados de
conducir a los nios, pero al llegar a una de las entradas del
pasadizo, dos caballeros, tambin vestidos de armadura, les cor-
taron el paso trabndose un reido combate. Uno a uno iban
cayendo los guardias de los recin nacidos hasta que el compa-
LA CENIZA EN LA FRENTE 221

dre, desenvainando la espada, los venci sin esfuerzo y el cortejo


pudo reanudar su marcha. El pueblo gozaba mucho con estos
simulacros medievales y los seores no acostumbraban escati-
mrselos.
Despus de que el Den Chico de Molina hizo correr el
agua por las cabecitas de Pedro y Juana Pedro sera el ltimo
descendiente varn del Conquistador, al reaparecer el cortejo
a las puertas de la catedral lo recibi un clamor compuesto por
las salvas de artillera, los repiques y las exclamaciones del
pueblo.
En la noche se quemaron fuegos de artificio y hubo juego ,
de caas y mascarada. Bueyes, pavos y gallinas crepitaban efn
los asadores y los cocineros del Marqus daban de comer a los
vecinos. Dos grandes barricas de vino espaol proporcionaban
la bebida. Por las ventanas abiertas de palacio llegaban a la
muchedumbre enardecida los sones de las vihuelas y lades y
las voces alegres de los comensales.
Los criollos, en manos del diablo, llevados de un banquete
a una danza, no advirtieron que, durante la celebracin de la
festividad, misteriosos grupos de jinetes recorrieron la ciudad
sin perderlos de vista. El doctor Orozco, embozado en su capa,
los Vlaseos y numerosos soldados haban extremado sus pre-
ocupaciones. Nunca sintieron ms cercana la rebelin que el
da consagrado al apstol San Pedro en medio de unas fiestas
que fueron ms propias de un rey que de un marqus, al decir
de los contemporneos.

LOS INFANTES DE ARAGN, QUE SE HICIERON?

Los primeros das de julio estuvieron llenos con los ecos del
bautismo. El juego de la conspiracin haba concluido y slo
se le recordaba como u n desahogo que no trajo para nadie con-
secuencias desagradables. La ciudad recobr su perezoso ritmo
de otros aos. Los tres oidores, entregados en apariencia a des-
pachar activamente los numerosos pleitos que a diario llovan
sobre los tribunales, en realidad no haban hecho otra cosa que
reunir probanzas en contra de los criollos. El 14 de julio sobre
222 LA CENIZA EN LA FRENTE

las mesas del consejo se apilaba un rimero de acusaciones, tes-


timonios y relatos minuciosos. Todas las exclamaciones iracundas
de los criollos, las juntas, los proyectos, sus plticas, sus idas y
venidas figuraban all con su terrible fuerza legal y slo fal-
taba que los oidores fijaran la fecha y la manera de aprehender
a los conjurados. N o era ste un problema sencillo. Un paso en
falso, una aprehensin inoportuna, el menor escndalo, hubiera
dado lugar a que los criollos ofrecieran resistencia y se iniciara
la temida revolucin.
La llegada a Veracruz de un navio con cdulas reales y car-
tas de Espaa proporcion a los oidores la ocasin de aprehender
a Martn Corts fuera de su casa y sin escndalo. El dia 16
en la tarde, por medio de un mensajero, lo invitaron a presen-
ciar en la sala del consejo la apertura del pliego real. Martn
hizo enjaezar un "caballo morcillo de hermossima persona" y,
seguido de su paje de lanza, cruz la plaza atestada de gente
ansiosa de noticias. El Marqus, vestido con un largo jubn
de damasco claro, propio del verano, y ceida la espada, salu-
daba risueo y confiado a sus amigos:
"Ea, que buenas nuevas hemos de tener!"
Dos guardias le abrieron las puertas de la sala grande y los
oidores, luego de ofrecerle un banco, ocuparon sus elevados si-
tiales.
Orozco entonces, con una voz ligeramente temblorosa, se
dirigi al presidente de la audiencia:
"Mandad lo que deba hacerse."
El doctor Ccinos se levant diciendo:
"Marqus, sed preso por el rey."
"Por qu tengo de ser preso?", pregunt sin salir de su
asombro Martn.
"Por traidor a Su Majestad."
"Ments grit Corts llevndose la mano a la espada, yo
no soy traidor al rey ni los ha habido en mi linaje."
Fue el primer arranque varonil y el ltimo de Martn Corts
que recoge la historia. l solo se haba entregado en manos de
sus adversarios y no le valieron sus juramentos de lealtad ni sus
hipcritas delaciones. Tres oscuros licenciados, cobardes y poco
LA CENIZA EN LA FRENTE 223

respetables, le haban tendido al soberbio Marqus, dueo de


miles de esclavos, una trampa infantil, y el futuro rey estaba
preso en la sala de su imaginario trono, acusado de traicin a
Felipe II. Nada haba que hacer. Entreg su intil espada al
doctor Ccinos y rodeado de guardias, desfalleciente, se le llev
a uno de los aposentos de las Casas Reales que se le haba asig-
nado de antemano como crcel. " N o entendi escribe Surcz
de Peralta que aquella prisin era por lo que fue sino que
deba haber venido en aquel pliego provisin del rey para pren-
derle."
El alguacil mayor Juan de Smano tuvo el encargo de apren-
hender a los hermanos del Marqus. Hall a Martn Corts el
bastardo, en su casa, enteramente ajeno de lo que ocurra. S-
mano se le acerc con un pretexto: "Aquellos seores dijo
sealando a sus acompaantes llaman a vuesa merced".
Martn pidi su capa y su espada y, al pretender cersela,
el alguacil se lo impidi:
"sta no puede vuesa merced llevar, porque va preso."
"Pues, por qu?", pregunt Martn empleando las mismas
palabras del hermano.
" N o lo s respondi Smano, mas que me mandaron
llevar a vuesa merced preso y como tal lo llevar."
En la calle, lo montaron en el caballo morcillo del Marqus,
u
n lacayo tom las riendas, dos ms sostuvieron las cabezadas
de la montura y Smano escolt al antiguo soldado hasta las
Casas Reales, donde se le haba preparado una estancia contigua
a
la que ocupaba su medio hermano. En cuanto a Luis, el ms
belicoso de la familia, tambin fue aprehendido sin que ofre-
ciera le menor resistencia.
Mientras Smano sorprenda a Martn el bastardo, el alcalde
ordinario Manuel de Villegas, amigo ntimo de Alonso, se pre-
sentaba en la casa de los vila. Alonso no pens siquiera en
los "pistoletes" con que dara muerte a los oidores y entreg
la espada, indiferente. A Gil Gonzlez lo tomaron al regresar
de su encomienda y fue llevado en compaa de Alonso a las
oscuras celdas de la crcel de corte, situada en la parte pos-
terior del ayuntamiento.
224 LA CENIZA EX LA FRENTE

Ese mismo da fueron echados a la torre del arzobispado


que serva de crcel a los seculares el Den de la catedral Alonso
Chico de Molina y el clrigo Maldonado. Al guardin del con-
vento de Tlatelolco, uno de los religiosos ms distinguidos de
la provincia del Santo Evangelio, se le detuvo en una celda de su
monasterio bajo graves inculpaciones.
Al da siguiente quedaron arrestados en sus casas, con la
amenaza de perder la vida si salan, el comendador don Luis de
Castilla y su hijo Pedro Lorenzo de Castilla; los hermanos Ber-
nardino Pacheco de Bocanegra, u o de Chvez, Luis Ponce
de Len, Hernando de Crdoba y Francisco Pacheco, hijos los
cinco del prspero encomendero Hernn Prez de Bocanegra;
Lope de Sosa, Alonso de Estrada y Alonso de Cabrera, herma-
nos carnales de la mujer de Alonso de vila; Hernn Guti-
rrez de Altamirano, uno de sus amigos ntimos, don Juan de
Guzmn y otros muchos criollos pertenecientes a las ms en-
cumbradas familias de la Nueva Espaa.

PEQUEA BORRACHERA DE TIRANA

Estaban en turn los oidores. Primero haban sido unos os-


curos satlites del brillante don Luis de Velasco. Muerto el Vi-
rrey la nica oportunidad que tenan de gobernar, el des-
ptico Valdcrrama haba destituido a sus compaeros Villanueva
y Puga y en todas partes les haca sentir su desprecio, acusn-
dolos de intiles. Desaparecido Valderrama, tuvieron largos me-
ses suspendidas sobre sus cabezas la amenaza de la conspiracin,
deban rendirle acatamiento a la mujer de Martn, sonrer al
Marqus y soportar las frases hirientes, las juntas y las rencillas
de los criollos. En pocos das, estos viejos trastos abandonados
y llenos de miedo, por un mecanismo que despus haba de ser
familiar a los habitantes del Mxico independiente, se hicieron
dueos absolutos de la Colonia. Los mismos conspiradores se les
haban ido a entregar atados de pies y manos, y apenas tenan
tiempo para recibir los juramentos de lealtad y los ofrecimien-
tos que a diario les hacan los pocos seores feudales que esca-
paron a la justicia.
LA CENIZA EN LA FRENTE 225

Tambin habia cambiado el aspecto que habitualmcnte ofre-


ca la ciudad de Mxico. Al entrar prisionero Martn el bastardo
en las Casas Reales, ya las puertas estaban guardadas. Por primera
vez, los caones cargados de metralla haban sido puestos en
lugares estratgicos de la plaza mayor y numerosos pelotones re-
corran la ciudad deteniendo a los vecinos. N o acababan de
preguntarles el consabido "Quin vive?", cuando el santo y
sea se dejaba or atropellado: "El rey don Felipe nuestro seor".
Noche y da los soldados rondaban las calles, no se quitaban
los arreos a las cabalgaduras y lleg a registrarse el sacrilegio
de que los guardias voluntarios al mando de Francisco de Ve-
lasco, que haba sido nombrado Capitn General de la Nueva
Espaa, entraran en las iglesias durante los oficios divinos, con
las mechas de los arcabuces prendidas, en busca de rebeldes.
Se tomaron otras ridiculas precauciones. Cuatro hidalgos
guardaban las puertas del aposento que serva de crcel a Mar-
tn Corts y no se permita siquiera el acceso a sus familiares.
Los oidores dice Orozco y Berra mientras ms remisos y
cobardes se mostraron al principio, tanto ms enconados y ven-
gativos se mostraron a la hora del triunfo." El rbula que pas
su vida emborronando papelotes judiciales y envidiando a los
caballeros haca alarde de su podero vejando a los criollos y,
como suele suceder en estas pequeas borracheras de tirana tan
frecuentes en la historia de Amrica, slo se obtuvo un resultado
chusco.
Cierta noche, un mercader apacible y medio sordo llamado
Villaberche caminaba por la plaza mayor, rumbo a su casa,
cuando la ronda lo detuvo con el "quin vive" de reglamento.
El hombre, a causa de su sordera, entendi que le preguntaban
quin pasa y se apresur a responder: "Villaberche". En un
segundo los guardias se le echaron encima, lo golpearon y car-
gndolo en vilo lo arrojaron a la acequia que corra enfrente
de las casas reales, gritando: "Cuerpo de Dios! Villaberche
vive?" Ahogndose, bajo el diluvio de golpes que le asestaban
con las partesanas, el burgus, curado de la sordera, deca: " N o
vive sino el rey nuestro seor!" All hubiera muerto el mercader
si uno de los guardias no lo reconociera interviniendo en su au-
15
226 LA CENIZA EN LA FRENTE

xilio: "Paso, paso, por amor de Dios, dejadle, no le matis!"


exclam y entre todos ayudaron para que saliera de la acequia
el confiado Villaberche. Herido y chorreando agua se fue a
su casa, al otro da cerr la tienda y jur permanecer encerrado
hasta que no se viera un soldado por las calles.
La ciudad estaba "muy alborotada" y se haca la gente mil
conjeturas. Los que odiaban a Corts y a sus amigos, "so color
de servir al rey, decan las cosas que tenan represadas y mani-
festaban lo que antes no osaban".3 Nadie se senta seguro. Te-
man que a cada momento una orden de la Audiencia los arro-
jara a la crcel y perdieran sus bienes. Los amigos de Corts
no se atrevan a preguntar por l y, abierto el juicio contra los
vila, no hubo licenciado que aceptara hacerse cargo volunta-
riamente de la defensa.

LITERATURA CRIOLLA Y OTROS EXCESOS

El mismo da de la aprehensin se inici el proceso de los


reos. Alonso y Gil, como era de esperarse, negaron todos los car-
gos que les hizo la Audiencia basada en la delacin de los trai-
dores. Los tres jueces, sin atender los asuntos ordinarios, se vi-
van en el tribunal ocupados en tomar declaracin a los testigos,
en acumular cargos adversos a los vila y en fijar perentorios
trminos al desahogo de las diligencias judiciales. Se abandon
el expediente usual de arrancarles la verdad por medio del tor-
mento y procedise con tanta prisa que para los ltimos das de
julio se haba sentenciado a los hermanos. Se les condenaba a
ser degollados. Sus cabezas deberan exhibirse en la picota, se
confiscaran sus bienes, sus casas seran derribadas y en el terreno
que ocupaban, como advertencia de criollos alborotados, fija-
rase un padrn de infamia.
Alonso, luego de escuchar la lectura de la sentencia, se dio
una palmada en la frente y pregunt:
"Es posible esto?"
Respondi el escribano:
"S seor, y lo que conviene es que os pongis bien con Dios
y le supliquis perdone vuestros pecados."
LA CENIZA EN LA FRENTE 227

Volvi a insistir incrdulo el condenado a muerte: " N o


hay otro remedio?", y al escuchar una segunda negativa, prin-
cipi a llorar y a lamentarse. Surez de Peralta, que nos ha
dejado, como testigo cercano de los hechos, una relacin por-
menorizada de todo lo ocurrido, aprovecha la ocasin para
componer una de las blandas y llorosas escenas que adornan con
tanta profusin su relato.
Alonso est en su celda rodeado de frailes, escribanos y guar-
dias. Las lgrimas llenan las fuentes de sus ojos derramndose
por el blanco rostro, "que lo tena muy lindo" y era "muy gen-
til hombre y se acicalaba tanto que le decan la dama".
Pasado un rato, el cronista arranca un gran suspiro a su h-
roe y le hace decir, con la cara y la barba empadadas en lgrimas,
esta conmovedora pieza retrica:

Ay hijos mos y querida mujer! Ha de ser posible que esto suceda,


en quien pensaba daros descanso y mucha honra, despus de Dios, y que
haya dado la fortuna vuelta tan contraria que la cabeza y rostro rega-
lado vosotros habis de ver en la picota, al agua y al sereno, como se
ven los de los muy bajos e infames que la justicia castiga por hechos
atroces y feos? sta es la honra, hijos mos, que de m cspcrbades
de ver? inhabilitados de las prceminecias de caballeros aqu el aris-
tcrata infamado levanta el tono de la voz, mucho mejor os estu-
viera ser hijos de un muy bajo padre, que jams supo de honra!

A pesar de la negativa del escribano quedaba todava el re-


curso legal de la suplicacin. U n mal licenciado, nombrado por
los oidores, redact la splica, los jueces la aceptaron, y en re-
vista, el 2 de agosto, confirmaron la sentencia. Alonso, aton-
tado por el golpe, se neg a dormir y a comer mientras dur
la ltima, intil gestin de la defensa.

"DESHOJADAS CLAVELLINAS Y ANOCHECIDAS PAVESAS"

Un desusado acontecimiento se preparaba en la plaza mayor.


Las nubes de agosto flotaban como grandes y pesados arcngeles
en el cielo anaranjado del crepsculo. Todos los caballeros de la
ciudad, a pie o montados a caballo, guardaban las bocas de las
22S LA CENIZA EN LA FRENTE

calles y la artillera estaba dispuesta. "De esta manera dice


Surez de Peralta los oidores aseguraban el temor que lo te-
nan grande."
Mujeres cubiertas de tocas, hidalgos, burgueses, indios, mes-
tizos, mulatos y negros se apretaban fundidos en una sola com-
pacta muchedumbre. Lloraban todos en silencio. Los ricos se
enjugaban las lgrimas con el fino pauelo, los pobres con el
oscuro dorso de la mano.
Los juegos del claroscuro anunciaban la noche y, mientras
las sombras invadan los portales ciendo la plaza con un cintu-
rn de tinieblas, las almenas todava se recortaban precisas en
el ciclo de verano. Una ventana se ilumin en palacio. Del
gento desvanecido brot la alegre llamarada de una antorcha,
y luego, como si hubiera sido una seal, principiaron a encen-
derse hachones, faroles, velas y fogatas y a destacarse, baados
por su luz agitada y amarilla, los rostros llorosos de las mujeres,
bajo sus velos, y las barbas de los hombres sobre sus blancas
golillas.
El reloj de palacio dej or ocho campanadas entre un chi-
rrido de cadenas y poleas en el momento en que sacaban a los
reos de la crcel del cabildo. A travs de la valla, escoltado por
jinetes, apareci Gil Gonzlez de Benavides. Llevaba un traje
de camino de pao verdoso y unas botas altas de cuera Atrs,
cabalgando en una mula y rodeado de frailes dominicos que lo
ayudaban a bien morir, iba Alonso de vila. Vesta calzas de
terciopelo, un jubn de raso y una ropa de damasco forrada
con pieles de tigrillos; cubra su cabello una gorra adornada con
oro y plumas, y si no fuera porque sus manos nerviosas repasaban
las cuentas de un rosario de madera de naranjo se lo haba
mandado a la crcel su hermana sor Mara de Alvarado ha-
brase credo que sala a dar uno de sus paseos acostumbrados.
Los dos vestan los trajes con que los prendieron y los dos traan
los pies encadenados. La gente al verlos lloraba a gritos. "Fue
tal recuerda Surez de Peralta la grita de llanto que se dio,
que daba grima orla".
De rodillas en el patbulo, rezaron las frases de la reconcilia-
cin y ratificaron sus declaraciones ante los escribanos. Luego,
LA CENIZA EN LA FRENTE 229

el verdugo improvisado tendi a Gil en el banco, "como a un


cordero", y "hacindole padecer un rato, que fue una lstima
y no poca", pudo al fin degollarlo. La gritera y los sollozos
de la gente hicieron al hermano volver la cabeza. Slo al ver
el cuerpo decapitado de Gil comprendi que deba morir. So-
llozando, cay de rodillas y volvi a rezar los salmos peniten-
ciales.
Su blanca mano retorca maquinalmente las guas del bi-
gote y al iniciar el Miserere principi a desatarse muy despacio
los cordones del jubn. Trataba sin duda de ganar tiempo. Para
el la vida haba sido una fiesta, un dichoso juego ininterrum-
pido y no poda creer que todo concluyera de aquella inespe-
rada y sucia forma. Se aferraba a una esperanza. Los oidores
arrepentidos le perdonaran la vida en el ltimo momento; los
criollos sus amigos intentaran salvarlo o los ngeles lo desper-
taran de esa pesadilla y la vida volvera a fluir con la alegre
mansedumbre de otras veces. Corra el tiempo sin que ocurriera
el milagro ardientemente deseado. Alonso intent un recurso pa-
ttico. Con los ojos puestos en su casa, visible desde el patbulo,
dijo en voz alta: "Ay hijos mos y mi querida mujer y cules
os dejo!" Apresuradamente intervino fray Domingo de Salazar,
que despus sera nombrado obispo de Filipinas:
" N o es tiempo ste, seor, que haga vuesa merced eso, sino
mire por su nima, que yo espero en Nuestro Seor, de aqu
se ir derecho a gozar de l, y yo le prometo de decirle una
misa, que es da de mi padre Santo Domingo."
En tanto que Alonso continuaba el Miserere, el fraile, te-
miendo una sublevacin, se dirigi al pueblo: "Seores, enco-
mienden a Dios a estos caballeros, que ellos dicen mueren justa-
mente." " N o lo dice vuesa merced as?", aadi volvindose
al condenado.
Alonso afirm dbilmente. Se le vendaron los ojos "era
de ver lo que tema la muerte", observa Surez cuyo caballo
tena la cabeza pegada a las maderas del patbulo y en el mo-
mento de tenderse alz la mano, se descubri los ojos, que era
un poco como resucitar, y le dijo al fraile unas palabras en se-
creto. Inclin despus la cabeza, el verdugo le dio tres golpes y
230 LA CENIZA EN LA FRENTE

el cuerpo decapitado cay al suelo sin ruido. Antonio Ruiz de


Castaeda, un encomendero, alz los ojos al cielo y arrancn-
dose las barbas jur vengar aquellas muertes.
La ejecucin termin muy tarde para las costumbres de la
Colonia. Eran las once de la noche cuando la gente, herida y
confusa, regres a sus casas. Un olor de cuadra y de plvora,
de humo de antorchas y de cera derretida llenaba la plaza bri-
llantemente iluminada.

HONRAS DE LOS CRIOLLOS POR SUS MUERTOS

De acuerdo con un romance annimo, escrito a principios del


siglo XVII
(troncos los cuerpos quedaron,
difuntas, purpreas yertas
deshojadas clavellinas
y anochecidas pavesas),

esa misma noche, dos hombres, seguidos de un fraile que llevaba


un cirio en la mano, enterraron a los vila en la iglesia de San
Agustn donde tena la familia su capilla.
Los criollos tenian conciencia de haber perdido una batalla
decisiva. Un sentimiento de culpabilidad y frustracin se hizo
visible al da siguiente del degello. "Era juicio escribe Su-
rez ver los que echaban todos diciendo iban mrtires y que
no deban la muerte." La forma en que se llev el proceso, las
circunstancias dramticas del ajusticiamiento, la misma figura
de Alonso en oposicin a las mezquinas de los oidores, realzaron
la antes imprecisa lnea divisoria que separaba a los espaoles de
los criollos. Con su irresponsabilidad manifiesta, con su poca
aptitud para la accin, con sus graves limitaciones, ellos com-
ponan un mundo aparte, u n mundo solidario de gente nueva
cuyos intereses y sentimientos eran no slo diversos sino enemi-
gos irreconciliables de los peninsulares.
. En el momento lgido de la represin, algunos criollos re-
accionaron en la forma que lo hiciera Antonio Ruiz de Casta-
eda. La indignacin del que ha sido vctima de una injusticia
LA CENIZA EN LA FRENTE 231

desmesurada volva a expresarse en palabras, sin tenerse en cuen-


ta que esas mismas palabras fueron las culpables del fracaso de
la conspiracin y de la muerte de vila. La incapacidad creadora
del criollo lo hace ver en los tmidos defensores, pero defenso-
sores al fin de sus derechos, a unos mrtires, y con esta calidad .
los exalta y les rinde homenaje, lo cual seala otra diferencia
entre conquistadores y criollos. El herosmo es para el conquis-
tador una meta que alcanza consciente y esforzadamente en
Europa o en las Indias. Para el criollo, nacido en un ambiente
colonial, el divorcio entre la palabra y la accin lo lleva en su
primer intento de independencia a fracasar antes de haber lu-
chado, a entregarse vencido de antemano y cuando, lleno de
asombro infantil, enfrenta la tragedia, se considera un mrtir y
sobre su martirio derrama lgrimas y organiza sus propias hon-
ras fnebres.
Escribe Surez:

No se vio jams da de tanta confusin y que mayor tristeza en


general hubiese de todos, hombres y mujeres, como el que vieron cuando
a aquellos dos caballeros los sacaron a ajusticiar; porque eran muy
queridos y de los ms principales y ricos, y que no hacan mal a nadie,
sino antes daban y honraban a su patria.

Pocos das despus del ajusticiamiento, Juan Surez de Pe-


ralta, en uno de sus habituales recorridos por la ciudad, detuvo
el caballo que montaba junto a la horca donde estaban expues-
tas las cabezas de los vila. Le pareca estar hundido en un
profundo sueo y a su imaginacin se ofreci Alonso, tal como
lo haba visto en la calle la ltima vez, jinete en un hermoso
caballo blanco que tena una gualdrapa de terciopelo bordado
y seguido de sus lacayos y pajes. "Hoy verlo en aquel estado!"
U n largo clavo le traspaba "los sesos y carne delicada" sobre-
saliendo del "regalado casco". El bigote, que con tanta curio-
sidad se compona y retorca, el "pelo sedoso" que se "rizaba
y haca copete con tanto cuidado para hermosarse", sin el ador-
no de los aderezos, caa a lo largo de la cara expuesto a la lluvia
y al viento:
232 LA CENIZA EN LA FRENTE

"Y todo sujeto a una de las mayores desventuras! Ese rico


gentilhombre emparentado con todo lo bueno del lugar, en un
momento perdi la vida, la honra, la hacienda y tuvo la muerte
del ms bajo de los salteadores." 1 criollo, a caballo, deja co-
rrer sus lgrimas. "No s yo en vida concluye haber llorado
tanto, con slo considerar lo que el mundo haba mostrado en
aquello que vea presente."
XI: TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

Los muertos que vos matis '


gozan de buena salud.
Don Juan Tenorio

MARTN se defendi dbilmente a lo largo del proceso. En los


numerosos descargos que figuran en su actuacin judicial no se
encuentra un solo rasgo de la fra sagacidad y del valor que
hicieron famoso el nombre de Hernn Corts. Surcz de Pe-
ralta, resumiendo su actitud ante los jueces, formula esta certera
1
opinin: "La confesin que el marqus hizo fue muy diferente
<le lo que prometa su entendimiento y viveza".
H a y sin duda una grave contradiccin entre el entendi-
miento y la viveza peculiares del criollo y su modo de enfren-
tarse a la vida. Mientras imagina, juega o conversa, sus tres
inclinaciones favoritas, el criollo revela un fina inteligencia, un
espritu alado y un cordial entendimiento de las cosas, pero no
bien llega la hora de las realizaciones, se pone de manifiesto una
mutilacin dolorosa. Aqu tambin podemos advertir qu hereda
el criollo de su padre y en qu momento se aleja de su legado.
1233}
234 TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

Hereda la codicia, el desarraigo, la preocupacin nobiliaria y,


como hemos visto, la fascinacin por la palabra, a la que aade
una elegancia y un sentido retrico que el conquistador, hom-
bre del pueblo, est lejos de percibir. La poca establece sus
diferencias. El padre vivi en la aurora del Renacimiento, cuan-
do el mundo recin abierto se ofreca cargado de promesas a
los hroes. Saciaba su hambre de gloria y de goces terrenales
con la espada en la mano, cruzando ocanos o conquistando ri-
cos imperios desconocidos. El hijo, en cambio, naci en una colo-
nia, en un ambiente poblado con los ecos del pasado, en un
medio blando y enfermizo donde la capacidad creadora se co-
rrompa, malogrndose.
Nada de lo que integra la Nueva Espaa les pertenece. Aun
el sostn de su vida, la encomienda, es en la clase privilegiada
de los criollos algo que usufructan no como una slida he-
rencia sino como depsito sujeto a contingencias imprevisibles.
En su deseo de asegurar la perpetuidad de la encomienda, debe-
mos ver, ms que codicia, un poderoso anhelo de afirmacin. A
pesar de su riqueza y de su elevada jerarqua, el criollo se senta
en el aire. Alonso de vila y el Marqus del Valle, los dos pro-
totipos del criollo eminente en el xvi, tienen sus bienes sujetos
a las vicisitudes de un proceso y en un momento pueden perder
los esleavos y las tierras en que apoyan su razn de ser.

U N CORDERO ENTRE LOBOS

Del 16 de julio en que fueron aprehendidos los rebeldes a


mediados de septiembre, casi no haban descansado los oidores.
El juicio de Martn Corts marchaba despacio. Era, a pesar de
su dbil defensa y de haber cado en desgracia, demasiado po-
deroso para que los oidores lo condenaran a sufrir la pena de
los vila. El juicio de Luis, un segundn y un bastardo, sin
dinero y sin influencias, pudo en cambio sentenciarse de prisa
se le conden a ser degollado y a perdimiento de los bienes
y se confiaba en que, una vez negada la apelacin de rigor, irre-
misiblemente le sera cortada su vaca, fastidiosa y vociferante
cabeza.
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 235

As las cosas, lleg a Mxico la noticia de que el nuevo virrey


don Gastn de Peralta, Marqus de Falces, haba desembarcado
en Veracruz, sin previo aviso, acompaado de su mujer, doa
Leonor de Vico. El virrey vena completamente ajeno a todo lo
ocurrido en la Nueva Espaa. De un modo casual, a tres leguas
de Veracruz, el patrn de una barca le haba informado sobre
las muertes, las prisiones y las revueltas a que dio origen la cons-
piracin de los criollos encomenderos. El Marqus, receloso, per-
maneci a bordo el resto del da y el 18 desembarc dedicndose
al estudio del problema. Durante cinco das escuch a diversas
personas y ley innumerables y contradictorias cartas, pues
mientras los partidarios del rey le describan un estado de peli-
grosa inseguridad, los parciales de Martn hablaban de una paz
slo turbada por el miedo y la cobarda de las autoridades. Una
vez que pudo formarse un juicio, orden a la audiencia sus-
pendiera todo procedimiento y el da 22, con una escolta de
veinticuatro alabarderos y doce sirvientes suyos armados de lan-
zas, inici la marcha hacia la capital adonde entr el 19 de
octubre en medio de los acostumbrados regocijos.
La llegada del virrey provoc reacciones muy diversas. Los
amigos de Corts vieron en ella un milagro de Dios que liber-
taria a muchos inocentes de las manos de los "jueces carnice-
ros . Los realistas, en su psimo estilo, opinaban que el Mar-
ques del Valle "corra ms peligro porque el virrey no haba
^e ser contra el rey".

Y era maravilla escribe Surcz or lo que se deca de la una


parte y de la otra; y es cierto aade adelantndose a los hechos
que si los oidores entendieran la inclinacin del virrey, no le aguar-
daran, sino que antes que llegase a Mxico cortaran la cabeza al
Marqus y a su hermano. Esto es muy sin duda, y esto s de quien lo
saba.

El Marqus de Falces, tercer virrey de la Nueva Espaa, fue


Ur
digno sucesor de don Antonio de Mendoza y de don Luis
de Velasco. Su carcter benvolo y justiciero y su innato se-
oro no deban avenirse con los odios y las mezquindades de
los oidores. Otra vez se encontraban frente a frente el arist-
236 TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

crata y el licenciado, el hombre de espada y el hombre de tin-


tero, lo que habra de renovar una antigua pugna donde slo
los personajes fueran diferentes.
Las medidas de don Gastn de Peralta tendieron de inme-
diato a disolver la atmsfera de terror que pesaba sobre la ciu-
dad. La artillera y la guardia apostadas en palacio y en las
calles fueron retiradas, suaviz la condicin de los prisioneros,
examin cuidadosamente los procesos ayudado por el fiscal Cs-
pedes de Crdenas y l mismo interrog a diversos detenidos.
La normalidad poco a poco iba renaciendo. En la plaza mayor
se organiz una carrera de sortijas "con hartas galas e invencio-
nes" de la que fueron mantenedores Surez de Peralta y el doc-
tor Agustn de Agurto "que, aunque era letrado, era muy hom-
bre de a caballo".

Costnos la fiesta aclara Surez, que siempre lleva la cuenta


de lo que gasta en fiestas muchos ducados, y la hicimos delante de
las ventanas de palacio y a ella estuvo el marqus con el virrey, que
no fue poca befa para los oidores... Estaban indignadsimos.

Se les haba escapado de un dia a otro, y en la forma brusca


en que siempre ocurran las cosas para los funcionarios de la
Corona, el poder heredado gracias a la partida del visitador Je-
rnimo de Valderrama. Todo el paciente edificio judicial que
levantaron lo destrua don Gastn de Peralta. Los realistas, tan
activos poco antes, guardaban prudente silencio y procuraban,
atentos al cambio poltico, reconciliarse a toda costa con el Mar-
qus del Valle. A Baltasar de Aguilar, uno de los primeros de-
nunciantes, se le vea con frecuencia en palacio, iba de cacera
con el virrey y aun lleg a retractarse de sus acusaciones y a re-
anudar su amistad con Martn Corts.
Los oidores, acostumbrados a ejercer el poder sin sombra de
rivalidad y crecidos por su fcil victoria sobre los criollos, esta-
ban muy lejos de ser los mansos funcionarios de la poca de Val-
derrama. En secreto, como haban construido la trampa en que
cayeron los conjurados, fueron reuniendo piezas de conviccin
en contra de su enemigo el virrey. "Las cosas muy olvidadas
dice Surez suelen salir en ocasiones que daan." Entonces
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 237

se vino a la memoria de los oidores que Martn Corts, en su


poca de cortesano, haba sido distinguido por el rey de Fran-
cia, de preferencia a otros espaoles del squito de Felipe II, y
este recuerdo, al parecer inocente, se lig al hecho igualmente
olvidado que el feudo del Marques de Falces, situado en Nava-
rra, tena origen francs y l mismo era deudo del monarca
galo. Resultaba, pues, natural y lgico que los dos marqueses
con semejantes antecedentes, se hubieran aliado "para levan-
tarse con la tierra" ayudndose del rey de Francia, "a quien
le daran la contratacin y ciertas parias". Las pruebas aducidas
por los oidores eran contundentes. Falces haba conmutado la
sentencia recada en el juicio de Luis Corts por la muy benigna
de confiscarle sus bienes y mandarlo a servir diez aos en Oran
a su costa, haba tenido el descaro de presenciar una fiesta p-
blica en compaa del rebelde, influy para que los denuncian-
tes se retractaran de sus acusaciones y en todo momento segua
una poltica de benevolencia extremada que hacia peligrar la
seguridad de la Colonia.
El rencor de los oidores tom proporciones grotescas. De
acuerdo con el testimono de Torquemada, en sus informaciones
a Felipe II no slo se concretaron a mencionar vagamente una
rebelin sino que hablaron en forma expresa de treinta mil hom-
bres armados, reunidos con ese propsito por el virrey y el Mar-
ques del Valle. De dnde haban sacado tan crecido nmero
de guerreros? Torquemada se apresura a decirlo. Don Gastn de
Peralta, al emprender la reparacin del palacio, haba mandado
Pintar un extenso mural con una batalla antigua "de donde
tomaron motivo para decir que los tena contra el reino, equi-
vocando la razn de lo pintado a lo vivo", razonamiento que
Sl
por un lado revela algo de la manera como en el xvi se escri-
ba la historia, por el otro, saca a luz un antecedente no des-
preciable del muralismo mexicano.
Por su parte, el Marqus de Falces prepar a tiempo su vo-
luminoso correo. Al aviso rutinario de su llegada y al despacho
habitual de los negocios corrientes aadi una informacin que
recoga numerosos testimonios acerca del orden y la paz impe-
rantes en la Colonia. Ambas correspondencias, la del virrey y
238 TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

la de los oidores, selladas y lacradas, tomaron el camino de Ve-


racruz donde esperaba un navio de aviso, pero he aqu que en
el puerto, la mano espectral, juglaresca y rapaz del fiscal de su
majestad Ortuo de Ibarra, ganado por los oidores, hizo des-
aparecer mediante un hbil escamoteo el correo ntegro del vi-
rrey, cuidando mucho que llegaran a su destino los abultados
paquetes de cargos y acusaciones fraguados por la audiencia.
Don Gastn de Peralta, ignorante de lo ocurrido en Vera-
cruz, sigui ocupndose de los juicios. Era evidente que mien-
tras el Marqus del Valle permaneciera en la Colonia no termi-
nara la agitacin artificial que los llamados partidarios del rey
y la audiencia mantenan. Su proceso, por otro lado, estaba
paralizado. Martn haba recusado a Ceynos y a Orozco, y esta
recusacin escribe Orozco y Berra "era seal de que corre-
ran igual suerte los dems ministros, no quedando entonces
jueces que lo sentenciaran". Al ltimo despus de llenarse una
multitud de trmites se lleg al acuerdo de que Martn, el Den
Chico de Molina y Espinosa de Ayala fueran llevados a Espaa
con sus respectivos expedientes en la flota de Juan Velazco de
Barrio. .
La adecuada vigilancia de los reos en el peligroso camino del
puerto origin discusiones interminables y los oidores, uno tras
otro, temerosos de un hipottico asalto de los partidarios de Mar-
tn, fueron excusndose. Los hijos del alguacil mayor eran pa-
rientes de Luis Corts y otras muchas personas resultaban in-
capaces o deben haber aducido razones convincentes, porque la
Audiencia dej al virrey el cumplimiento del acuerdo, "conten-
ta con poner a su enemigo en aprietos y echar sobre l la res-
ponsabilidad, caso de suceder algn escndalo".1
El virrey recurri a un expediente caballeresco. El 22 de
febrero de 1567, Martn Corts ante el secretario Gordian Ca-
sasano y don Pedro Bui, caballero de la orden de Calatrava,
prest pleito homenaje como hijodalgo al fuero de Espaa, de
embarcarse con su mujer en la nao Esterlina y presentarse en un
plazo de cincuenta das ante el Consejo de Indias, "todo bajo las
penas en que caen o incurren los caballeros hijosdalgo que que-
brantan o no cumplen los pleitos homenajes".*
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 239

Los oidores, incapaces de entender el sentido de la ceremonia,


se alborotaron y chillaron alarmados. El Marques de Falces les
respondi despectivo: "Principes, galeras, fortalezas, oficios y
otras cosas de gran calidad se entregan a caballeros hijosdalgo
con un pleito homenaje y tiene tal fuerza de fidelidad, que el
Marques va con la ms segura guarda de todas".

PREPARACIN AL DRAMA

A la mesa de Felipe II llegaron las noticias exageradas de


la conspiracin y los pliegos venenosos de los oidores contra el
Marqus de Falces, pero las escamoteadas cartas del Virrey per-
manecieron congeladas en la Nueva Espaa. Felipe, segn la
costumbre, recurri al sistema de los jueces comisarios y por me-
dio de una cdula librada el 26 de junio de 1567 puso en manos
de los licenciados Jaraba, Alonso Muoz y Luis Carrillo el des-
tino de la Colonia. Podan enjuiciar tanto al ms alto funcio-
nario como al ltimo de los vecinos; las sentencias que dictaran
slo se deban apelar ante ellos mismos y una vez revisadas no
se admitira recurso alguno aunque se interpusiera ante el mo-
narca.
Para darles mayor fuerza, se previno que a su llegada a
la Nueva Espaa el Marqus de Falces se embarcara rumbo a la
Metrpoli, quedando en su lugar, si bien no con el ttulo de vi-
rrey, al licenciado Muoz.
En Veracruz pronto se supo, con la noticia de la muerte de
Jaraba, ocurrida en el mar, el nombramiento de los jueces y la
destitucin del Virrey. Los dos comisarios no tardaron en des-
cubrir las buenas intenciones que los animaban. Informados de
la partida del Marqus del Valle, Muoz, dndose una palmada
e
n la frente todos los personajes de Surez de Peralta tienen
la fea mana de golpearse la frente, exclam: "Es posible
que no est en la tierra y que viva?" Carrillo, por su parte,
refirindose a los oidores, hizo el siguiente comentario: "Es po-
sible que esos seores no ensangrentaran sus manos con la ca-
beza del Marqus? Su majestad fuera muy bien servido y les
hiciera mucha merced". 3
2<0 TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

Tena su razn de ser el desencanto de los jueces comisarios.


Su vida haba transcurrido en los rincones del Consejo de In-
dias, garrapateando papeles y torturando a oscuros criminales,
y al ofrecrseles por primera vez la oportunidad antes nunca
soada de ocupar un cargo regio y de juzgar a un marqus au-
tntico, se encontraron con la funesta nueva de que el reo se
haba puesto fuera de su jurisdiccin. Qu valan los dems
conjurados, criollos del tres al cuatro, comparados con el hijo
de Hernn Corts? Una sola pieza como aqulla, en un juicio
hbilmente llevado, les asegurara su ascenso y aun lograran
ocupar un cargo elevado en el Consejo de Indias o en las colo-
nias. Para compensar de alguna manera su fracaso inicial, orde-
naron, todava antes de emprender la marcha a la ciudad, se cons-
truyera una nueva crcel. Las estrechas prisiones de que dis-
pona la ciudad de Mxico, la del rey y la del ayuntamiento, de
acuerdo con su previsin resultaran insuficientes para contener
a los numerosos reos que un juez, deseoso de superarse, tiene la
obligacin de proveer sin limitaciones. Las rdenes de los comi-
sarios se cumplieron con tanta rapidez que, al entrar en Mxico,
la prisin estaba concluida. Surez de Peralta la compara en su
Tratado a las del Santo Oficio por sus oscuras y pequeas celdas
guarecidas de fuertes rejas y de ventanas "de palmo y medio",
por las que deban meterse los alimentos a los presos. Pronto
cobraron fama, y muchos aos despus, la gente, en memoria
de su benvolo constructor, les llamaba "los calabozos de Muoz".

EL IMPO REINADO DEL FOLLETN

La obra de los activos jueces, considerada en su conjunto,


puede quedar reducida a un gigantesco juicio, a un monstruoso
proceso del que hay pocos ejemplos en la historia de Amrica.
Degellos, prisiones, tormentos, se sucedan a diario originando
un desfile de truculencias enteramente folletinescas. Tenemos
el caso de Baltasar de Aguilar, uno de los primeros denunciantes.
De nada le vali al delator culpar de coaccin al Marqus de
Falces y ratificar su primitiva denuncia como la nica verdadera.
Muoz orden se le diera tormento, "el ms bravo tormento qu e
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 241

jams se vio", y se le tena en la crcel, "hecho pedazos", con-


denado sin remedio, viendo acercarse la muerte con un terror
que trasciende y empapa de lgrimas las pginas del Tratado.
Carrillo y Muoz, para notificar a los reos las sentencias, ha-
ban establecido un sistema no exento de imaginacin dram-
tica. Pasadas las doce de la noche, el escribano, en compaa
de un fraile confesor y del alcaide de la crcel, se presentaba a
la celda, daba lectura al auto y sala dejando al religioso con el
condenado a muerte. Al amanecer esperaban a la puerta la
mula que haba de llevarlo al patbulo, un crucifijo, el ver-
dugo y el pregonero con su trompeta.
Baltasar de Aguilar, para fortuna suya, no estaba solo en
la celda, sino en la compaa de sus antiguos cmplices los her-
manos Quesada. La causa por la ojal estaban presos los Que-
sada era inexplicable. Apenas tuvieron noticia de la llegada de
los jueces comisarios en la mina lejana donde se encontraban,
marcharon a Mxico con el doble objeto de "besarles las manos"
y de recordarles el servicio eminente que prestaron al rey de-
nunciando la existencia de la conspiracin, pero con gran sor-
presa suya, en vez de merecer una recompensa, o por lo menos
alguna seal de gratitud, los haban metido en la crcel. N o
exista razn para sentirse alarmados. "Llevaban muy conten-
tos la prisin" con la seguridad de su inocencia, y el tiempo que
no lo pasaban en los interrogatorios se entregaban a la piadosa
tarea de consolar al atribulado Aguilar prometindole hacerse
cargo de sus hijos y atender a su mujer de la que ellos eran
parientes en el caso doloroso, aunque inminente, de que le
fuera cortada la cabeza.
Una noche, pasadas las doce, el alcaide Juan de Cspedes
abri los cerrojos y entraron en la celda un fraile y un escribano.
Aguilar, enloquecido, tom su crucifijo, se arrodill baado en
agrimas y dndose fuertes golpes en el pecho principi a com-
padecerse de s mismo y a decir en alta voz sus pecados. Aquello
er
a el disloque. Baltasar, arrastrndose por el suelo, se abraz
a las rodillas del fraile pidindole oyera sus culpas; el fraile ha-
blaba de la misericordia divina, los hermanos Quesada, desde
s
us camas, trataban de calmar a su compaero prometindole
16
24 Z TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

un gran nmero de misas y sufragios, y el escribano, a la luz


de una antorcha, principi la lectura de la sentencia: "Seores
don Pedro y don Baltasar de Quesada, oigan ustedes: los ilustres
seores don Alonso Muoz y don Luis Carrillo los han senten-
ciado a que les sean cortadas las cabezas y al perdimiento de sus
bienes . . . " *
U n rayo romntico, un rayo enteramente folletinesco, cay
en medio de la celda petrificando a los actores de este drama.
Los hermanos, atontados, se levantaron de sus camas: "Es cierto
eso, seor secretario?" La respuesta, si se nos autoriza a cali-
ficarla de acuerdo con el patetismo de la escena, fue admirable.
"S dijo el secretario, y tanto que no hay que poner duda,
sino que vuestras mercedes se aprovechen de esta poca vida que
les queda pidiendo a Dios perdn, y haciendo como caballeros,
que este es el crisol en que se afinan los nimos de los tales;
tnganlo vuestras mercedes y hagan sus diligencias". 5
Baltasar no estuvo seguro de su buena suerte hasta que vio
marcharse al escribano. Se limpi las lgrimas, dej el crucifijo
y asumiendo el papel de los Quesada los consol a su vez dobln-
doles el nmero de sufragios y misas que le haban prometido.
Muy temprano- se oyeron las campanillas de las cofradas
en la puerta de la crcel y la gente principi a reunirse segura
de que Aguilar era el prximo sentenciado. Los curiosos se sor-
prendieron al encontrar dos muas y dos crucifijos. Cuando
aparecieron los Quesada, "fue juicio ver la gente abofetearse y
llorar, que pona los gritos en el ciclo porque estos caballeros
eran muy bienquistos y muy honrados, y no hubo en toda la
ciudad quien pensara tal, sino que estaban ms libres de los que
servan al Rey". 9
El jueves 8 de enero, sala de la crcel, atado de pies y
manos y puesto sobre una mula con albarda, el joven Cristbal
de Oate. A paso lento, con la cabeza inclinada, se le paseo
por las calles de la ciudad mientras el pregonero Juan de Siman-
cas como en el ajusticiamiento de los Quesada gritaba:
"sta es la justicia que manda hacer su majestad a este hombre,
por traidor y haber cometido el delito de rebelin. Mndale
ahorcar y hacer cuartos por ello; quien tal hace que tal pague'.
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 243

N o hubo testigos ni parientes llorosos en el ajusticiamiento


del atolondrado y desvalido joven. Al mediar la maana su
cuerpo penda del patbulo en medio de la plaza bulliciosa sobre
la que flotaba, como una amenaza, la ltima advertencia del
pregonero: "Que ninguna persona fuera osada a quitar de la
horca aquel cadver sin licencia de los seores del consejo de su
majestad, so pena de la vida".
A la misma hora que Cristbal de Oate era ahorcado, se
daba tormento en la crcel a Martn Corts el bastardo. Tena
para entonces ms de cuarenta aos y mostraba en su cuerpo
las seales de las heridas que haba recibido sirviendo a la Corona.
Se le tendi en el potro y sufri ntegra la pena de, los cordeles.
A cada pregunta responda: "Ya he dicho la verdad y no tengo
ms que decir que lo que he dicho", por lo cual Muoz, a fin
de quebrantar su resistencia, orden se le administraran seis
cuartillos de agua. Al cuarto exclam: "Por el sacratsimo nom-
bre de Dios que se duelan de m, que no dir ms de aqu a que
nie muera". Al ltimo jarro prcticamente agotado el tor-
mento, Muoz suspendi la diligencia temiendo la muerte del
sufrido mestizo.

ALL FUE EL CRUJIR DE DIHNTES . . .

Los das que suceden al ajusticiamiento del joven Oate


fueron de terror para los habitantes de la ciudad. Nadie se sen-
ta seguro de no caer en las manos de los jueces pesquisadores.
Se condenaba a muerte por una palabra o por un silencio, por
haber participado en la rebelin o por no saber nada de ella.
El caso de Baltasar de Sotelo ilustra suficientemente la forma
en que Muoz y Carrillo llevaban los procesos. Baltasar, un
capitn rebelde de las sangrientas guerras del Per, estaba preso
debido a que un hermano suyo, el acaudalado regidor de la ciu-
dad, Diego Arias Sotelo, figuraba entre los sospechosos de haber
participado en la conjuracin. Interrogado sobre sus anteceden-
tes en el Per, exhibi un salvoconducto y slo porque se men-
cionaba en l su ttulo de capitn los jueces lo condenaron a
ser decapitado. "Muri dice Surez de Peralta, autor del re-
244 ' TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

lato como buen caballero y cristiano; puso mucha lstima a


todos."
Los espectculos siniestros eran el pan nuestro de cada da.
Gentes cuyos nombres no figuraban en la conspiracin ni en las
pasadas actuaciones judiciales de pronto las vemos marchar ano-
nadadas al patbulo. Alvarado, un soldado desconocido, los cria-
dos de Alonso de vila, Gonzalo de Nez, Juan de Victoria, y
Mndez, su mayordomo, fueron hechos cuartos sin muchas cere-
monias. De este grupo "dio grandsima lstima" el mayordomo,
viejo "honradsimo" de ochenta aos, de barba y cabeza blan-
cas " n o tena pelo que no fuese blanco", gotoso de ambos
pies, que subi a la horca apoyndose en las muletas.
Los hermanos Bernardino, Fernando y Francisco Pacheco
Bocanegra, de las familias principales de la Nueva Espaa, su-
frieron lo indecible. A los tres se les aplic el consabido tormento
del potro y del agua y, aunque permanecieron inconfesos, de-
bido a su intimidad con el Marqus del Valle, Bernardino fue
condenado a muerte. Ya se haba confesado; el crucifijo, la mula
con su albarda, el fraile, el verdugo y el pregonero aguardaban
a la puera de la crcel, cuando la ciudad presenci una escena
que vino a romper el montono desfile de los ahorcados y de
los decapitados. La madre de Bernardino, la mujer y sus pa-
rientes, acompaados de los prelados de las rdenes religiosas,
cruzaron las calles dirigindose a las casas reales. Las mujeres,
arrastrando sus mantos negros por el suelo, iban descalzas, con
los cabellos revueltos y lloraban tanto "que era la mayor com-
pasin verlas". Llegadas ante Carrillo y Muoz se tendieron en
el piso de la sala de audiencias y rogaron en nombre de la pa-
sin de Cristo se les concediese el recurso de la suplicacin. Los
jueces ste fue su nico rasgo de clemencia ordenaron que
Bernardino volviera a su celda y ms tarde, en revista, lo sen-
tenciaron a perdimiento de sus bienes, destierro perpetuo y 3
servir veinte aos en la goleta del rey.
A Baltasar de Aguilar Cervantes lo salv de morir la in-
tervencin de su ta doa Beatriz de Andrada, esposa de Fran-
cisco de Velasco, hermano del difunto virrey, quien logr con-
mutarle la decapitacin por una pena semejante a la que recayo
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 24i

en el juicio de Bernardo Pacheco de Bocanegra. Juan de Val-


divieso, Antonio Ruiz de Castaeda, el imprudente encomen-
dero que durante la ejecucin de los vila se arrancara las
barbas jurando vengar sus muertes, Garca de Albornoz, posi-
blemente otro de los que dijeron palabras imprudentes, fueron
desterrados por un tiempo que iba de los cinco a los diez aos
a vivir lejos de la ciudad de Mxico.

LA HISTORIA SE REPITE

Sobre la mesa de Felipe II, revuelto mundillo, espejo, ce-


dazo, principio y fin de la existencia indiana, se amontonaba
una angustiada correspondencia. Lo ocurrido durante esos tres
aos no poda considerarse sin amargura. Haba sido un desfile
ininterrumpido de tiranuelos, de ahorcados, de decapitados, de
crceles, destierros, tormentos y confiscaciones sin justificacin
poiibe, ya que toda esa sangrienta basura se haba originado
en la delacin interesada de unos bribones. Los vila se man-
tuvieron inconfesos hasta el momento en que un obispo, para
calmar la indignacin del pueblo, les arranc un s vacilante.
Martn Corts, al igual que otros conjurados, neg su partici-
pacin en la conjura y a las palabras dichas en el tormento no
se les poda otorgar el valor de una prueba convincente. Los
papeles que llenaban su mesa eran las ltimas consecuencias de
aquel oscuro enredo colonial. Madres, hijos, esposas, desde la
otra orilla del ocano acudan a l pidiendo misericordia. El
licenciado Alonso de Muoz estaba loco de remate. El poder
Y la influencia de las Indias, esa influencia extraa que a los
licenciados trastornaba convirtindolos en furiosos criminales,
haba terminado por subrsele a la cabeza y era necesario sa-
carlo de la Nueva Espaa a la mayor prisa. Felipe firm una
cdula en que nombraba a los licenciados Villanueva y Puga,
los dos oidores que destituy Valderrama por intiles, para que
reemplazaran a los jueces comisarios. Al acercarse el fin de un
complejo episodio, la historia colonial volva a empezar intro-
duciendo en la escena personajes desaparecidos haca mucho
tiempo.
246 TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

Los proscritos Puga y Villanueva, investidos con el papel


de salvadores, embarcaron sin dilacin en un navio de aviso y
llegaron a Mxico un Martes Santo. Sobre la ciudad caia de
tarde en tarde el chirriar adormilado de la matraca. Casi no
haba gente en las calles. Los seores se haban retirado a los
conventos y el pueblo se amparaba en las iglesias y rezaba y
gema ante los altares revestidos de paos morados.
El licenciado Muoz estaba en el convento de Santo Do-
mingo. Desde un tablado cubierto por un dosel que mand
construir en el presbiterio y rodeado de alabarderos asista a las
ceremonias de la Semana Mayor y se retiraba luego a la lujosa
celda que le haban dispuesto los dominicos.
Puga y Villanueva, apenas llegados, corrieron a la sala de
audiencia. Orozco, Ceynos y Villalobos permanecan inamovi-
bles, vestidos de negro, revisando pleitos y dictando sentencias.
La alegra de los oidores al escuchar la lectura de la cdula real
que les devolva un gobierno tantas veces regateado debe haber
sido grande e impropia de sus barbas, de sus aos y de sus graves
empleos. Saltaban de gozo arrojando al aire los expedientes,
cuando surgi un difcil problema. Quin le notificara el
despido a Muoz? Ceynos, Villalobos, Orozco, Puga, rehusaron
intimidados la ocasin que se les ofreca de vengarse de su iras-
cible colega y, despus de largas discusiones, convinieron en que
Villanueva, el ms arrojado, hiciera la notificacin al da si-
guiente.
El mircoles, da de tinieblas, Villanueva seguido de Puga
y del secretario Sancho Lpez de Agurto lleg a Santo Domingo
donde se les inform que Muoz estaba dormido en su celda
y haba dado rdenes terminantes de que no se le molestara.
Villanueva, cansado de esperar, se hizo anunciar con u n paje,
y todava transcurri otra media hora larga para que Muoz los
hiciera pasar al aposento.
"Tena el Juez Comisario escribe Orozco y Berra algo
de penoso y repugnante." A juzgar por algunas referencias, su
cara debi ser no precisamente fea sino repelente y de su figura
fsica trascenda un horror innoble, una sensacin de nusea
que ha llegado intacta a nuestro siglo. Su exagerado orgullo fue
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 247

de psimo gusto. Hombre viejo y de acartonada pedantera,


siempre traa puesta la gorra, hablaba sin poner los ojos en su
interlocutor, a las personas de rango slo les conceda una lev-
sima inclinacin de cabeza y se haca acompaar en toda oca-
sin por una guardia de veinticuatro alabarderos.
Recibi a Villanueva sentado en un silln, contentndose
segn su costumbre con llevarse la mano al sombrero. Se le pre-
gunt por mera frmula cmo haba pasado la noche y respon-
di secamente "que la haba pasado algo achacoso y si no fuera
por su venida no se habra levantado". "Ms pareca comenta
Torquemada Dios airado que hombre, a guardar respeto a
quien se debe." El agrio recibimiento agot la paciencia de Vi-
llanueva y sacando los papeles del pecho se los extendi al secre-
tario Agurto, dicindole: "Leed esa cdula de Su Majestad y no-
tificdsela aqu al seor licenciado Muoz".
La cdula ordenaba que, a las tres horas de serle notificada,
dejara todos los asuntos y partira sin dilacin a Espaa "so
pena de perdimiento de bienes y la cabeza a merced de la Au-
diencia". A medida que Agurto avanzaba en la lectura, el rostro
de Muoz se descompona. Al final estaba del todo anonadado.
Torquemada, que vea en la teatral desaparicin del tirano
la mano de la Providencia, adorn la ltima escena con algunos
toques dramticos. Muoz, ya privado de su pelotn de alabar-
deros, sali del convento y al cumplirse las tres horas del trmino,
acompaado de Carrillo, abandon la ciudad a toda carrera por
temor a la venganza del pueblo. Los dos criminales iban a pie,
solos, cargados con sus bienes, y si no fuera por un alma com-
pasiva que les envi caballos, habran tenido que medir paso a
paso el largo, fragoroso camino de Veracruz.

LA SERPIENTE SE MUERDE LA COLA

En la Nueva Espaa, a partir del fracaso de la conspiracin,


se respira un aire descompuesto de osario. Unas vctimas estn
pudrindose en sus tumbas olvidadas y otras gimen en las cr-
celes o reman en las galeras de Su Majestad esperando la muerte.
El prado donde jugaban torneos los caballeros se haya aband-
248 TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

nado, las viudas principiaban a consolarse y en todas partes se


evita hablar de asuntos peligrosos. El clrigo Espinosa, Agui-
larejo su cmplice, Martn Corts el bastardo y su hermano Luis,
los Bocanegra, como tantos otros de los que figuraron en la re-
vuelta, han salido de nuestro campo y no hay modo de seguirles
la huella en el confuso atropcllamiento de la vida. Los criollos,
curados en salud de sus intenciones libertarias, se consideraban
dichosos si el virrey les conceda un pobre corregimiento, en tan-
to que el segundo Marqus del Valle de Oaxaca se dispona a
seguir pleiteando a fin de recobrar su fortuna y borrar en lo posi-
ble el estigma de traidor que haba manchado su reciente escudo.
stas son las vctimas, inocentes o culpables, del primer in-
tento libertario ocurrido en Mxico, pero qu fue de los ver-
dugos? Vivirn tranquilos hasta el fin de sus das tratando de
conjurar con buenas acciones y oportunos remordimientos el
castigo que les aguardaba en el otro mundo? El destino no lo
quiso as, atento sin duda a las implicaciones literarias de nuestro
folletn, y orden un eplogo que reuniera a los jueces y a los
condenados, a los verdugos y a las vctimas en un lugar de pa-
reja condenacin. A nosotros slo nos queda repasarlo armados
de benevolencia.
"Misterios del acaso!", 7 sentenci don Luis Gonzlez Obre-
gn ponindose a tono con los acontecimientos. El espectculo
que ofreca el puerto de Veracruz justifica la exclamacin del
tedioso cronista. All se encontraban, aguardando la llegada de
la flota que los condujera a Espaa, el Marqus de Falces en
compaa de su mujer y de los miembros de su casa, los nume-
rosos reos condenados a vivir lejos del paraso de las Indias y
los magnficos seores don Alonso Muoz y don Luis Carrillo.
Ya no haba diferencias notables entre el virrey, los jueces y los
conspiradores. Ostentaban un cargo de papel, tenan un puesto
y una significacin que perdieron gracias a papeles ms recien-
tes y ahora, en cierta medida no definible, todos ellos estaban
sujetos a la justicia de Felipe II.
Todava en Veracruz, el licenciado Carrillo recibi el h-
bito de Santiago, un ltimo honor en su larga carrera de ma-
gistrado, porque a los pocos das de navegacin un ataque de
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 249

apopleja lo hizo rodar fulminado en la cubierta de la nao. La


imaginacin rencorosa de Surez de Peralta fragua sobre ese ac-
cidente una de las pequeas novelas cargadas de truculencia a
que es tan aficionado. Si bien en opinin de la gente Muoz
fue "crudelsimo" y Carrillo pasaba por ser muy piadoso, la
verdad en el secreto de la sala de audiencias era distinta, ya
que el primero se conduca blandamente y el segundo acos-
tumbraba dictar sentencias "criminalsimas", y vivan "en este
engao todos que temblaban de Muoz y le echaban millones
de maldiciones".
Y he aqu que el hipcrita juez en pago de sus crmenes
estaba inmvil en su lecho, los ojos torcidos y la boca cubierta
de espuma. Fue necesario abrrsela a la fuerza, con unos palos,
a fin de que tragara ciertos brebajes "de la misma manera
que haca dar tormentos se los daban a el" y como al fin mu-
riera, "por no echarle en la mar, dieron orden de abrirle y sa-
carle las tripas y salarle y llevarle de aquella manera a tierra,
que era La Habana, en cuya demanda iban".
N o concluye con la muerte de Carrillo la novela de Surez
de Peralta. Su cadver, segn las creencias de los marineros,
atrajo sobre el barco recias tormentas, al extremo de verse obli-
gados a envolver el cuerpo en unas esteras y arrojarlo al mar
pendiente de un cabo, pero como ni siquiera este ltimo recurso
ogro conjurar la tempestad, contra toda su voluntad y los rue-
gos de Muoz cortaron la cuerda y el martirizado cadver del
doctor Carrillo se hundi para siempre en el mar Caribe. Os
imaginis las reflexiones con que nuestro criollo visti su re-
lato? S, todo lo que pensis lo dijo en efecto Surez de Peralta.

El hombre con tan grave oficio que mataba hombres y daba vida
a los que l quera, venir despus a darle tan grandes tormentos, y
abrirle, desnudndolo en cueros vivos, echndole a plaza todos sus inte-
riores, que no era parte de su gravedad y cargo y hbito del seor San-
tla
go, ni la hacienda que tena, ni nobleza de sangre para dejarle de
revolver en unas muy sucias esteras llenas de brea, y liarle y ponerle
donde no fuese causa y la diese para tener de l asco los muy asquerosos
grumetes y pajes de la nao, sino que todos se tapaban las narices y
volvan las cabezas huyendo de su mal olor y por no verle. Y que el
2W TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA

cuerpo que estaba acostumbrado a revolverse en muy regaladas sba-


nas, y en una muy blanca cama, y que todos le convidaban con el ms
honrado lugar y mejor, no le hallar en todo un navio, ni an donde
viene el lastre, sino que lo echaron a la mar como lo hicieron mun-
dose un perro. Es verdad que todas las veces que llego a este paso
me pone admiracin y grandsimo odio con el mundo y no quisiera
haber sido l; no ser el primero ni el postrero suceso que como ste
suceda en l, y que Nuestro Seor lo permita, para que nos desenga-
emos de lo que tanto nos importa.

El grandsimo odio por el mundo que el lamentable fin del


tirano hizo sentir a Surez de Peralta tal vez se hubiera mitigado
de haber sabido que el cadver del doctor Carrillo est fue-
ra de duda que "se nulific junto a su compaero, y si des-
empe su papel fue de una manera desairada y como a la sombra
del otro a quien serva de instrumento" 8 no fue arrojado al
mar sino que se le llev a La Habana donde se le enterr posi-
blemente con la magnificencia debida a su alta investidura.
Con esta moraleja, el caballero Surez de Peralta concluye
su relato. Fray Juan de Torquemada, religioso franciscano,
autor de un farragoso infolio titulado Monarqua indiana en el
que saque a varios, cronistas contemporneos suyos, es el encar-
gado de referirnos las consecuencias finales a que dio origen la
conspiracin. Llegado a Espaa el buen Marqus del Falces, fue
recibido por Felipe II, present sus descargos y regres a su casa
donde vivi hasta el fin de sus das disfrutando el regalo de una
conciencia satisfecha. Alonso Muoz, por el contrario, recibido
en audiencia, oy la "voz real" que le deca: " N o os envi a las
Indias a destruir el Reino". "Era la voz terrible de Felipe
aclara don Luis Gonzlez Obregn interviniendo en el sa-
nete, la voz del gran tirano reprendiendo al tiranuelo." Mu-
oz, el hombre que nunca se quitaba la gorra para saludar, el
dspota que andaba en la compaa de veinticuatro alabarderos,
el verdugo de centenares de criollos, trat de sincerarse, pero el
"torvo rey" el calificativo tambin pertenece a Gonzlez
Obregn le volvi framente las espaldas y Muoz muri de
pena esa misma noche. Se le encontr sentado en una silla de su
aposento, "puesta la mano en una mejilla".
TRAGEDIA, EXPIACIN Y MORALEJA 251

Esta manera de escribir la historia no es privativa de los crio-


llos. A un franciscano espaol, cronista de profesin, le bastaba
abrir la ventana de su celda y llenar sus papeles con los rumores
disparatados que entraban por ella. Ninguno de los dos crea
estar incurriendo en falsedades liberadas. El hidalgo criollo don
Juaz Surez de Peralta en su casa madrilea, y fray Juan de
Torqucmada en su convento mexicano, escriban las redondeadas
historias morales que la gente echaba a volar complacida. El
xvi, lleno de sucesos violentos y de historias trgicas, como nues-
tro siglo, no se conformaba con la realidad y senta avidez de
relatos violentos y trgicos que se aprovechaban con un sentido
moral del que nosotros carecemos. Lo que hoy percibimos como
una fastidiosa y estereotipada forma literaria era parte de la
vida. Los ojos con que se vea el mundo ya no son los nuestros.
XII: L O S C R I O L L O S E N E L E S P E J O D E SU P R O S A

Por qu tengo de hacer yo


el pobre en esca comedia?
Para mi ha de ser tragedia
y para lo otros no?
CALDERN

E N 1878 el historiador espaol don Justo Zaragoza exhum y


dio a la estampa el Tratado de Juan Surez de Peralta que con
tan personales, copiosos e interesantes informes contribuy a
esclarecer la frustrada rebelin de los criollos encomenderos. El
hecho de que el seor Zaragoza no hubiera logrado establecer
la identidad del cronista en mucho atenuaba la alegra de su
descubrimiento. Partiendo de un solo dato cierto, el que Surez
mismo proporcionara dndose el doble ttulo de "vecino y n a "
tural de Mxico", don Justo, guiado por su instinto de erudito,
acudi a la Biblioteca hispanoamericana septentrional. Beris-
tin, en su inagotable repertorio, asentaba el dato que el mexi-
cano Surez de Peralta haba escrito un Tratado de a caballera
de la jineta y brida, lo cual aadi un segundo indicio a la pes-
quisa. Don Justo, lanzado tras la pista del criollo fantasma, no
{252}
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 2SJ

slo descubri este rarsimo ejemplar sino un Libro de albeitera


manuscrito, que an duerme su sueo de siglos en los anaqueles
de la Biblioteca Nacional de Madrid. Estos nuevos hallazgos no
lograron despejar el misterio con que Surez logr encubrir su
verdadera personalidad. Agotadas las referencias, cerrados los
caminos, don Justo, armndose de paciencia, estudi confusas
alusiones, estableci afinidades y, despus de reunir todas las
pruebas de que dispona, lleg a sospechar que Surez de Peralta
debi ser hijo de Juan Surez, hermano de Catalina Marcaida,
la primera mujer de Hernn Corts. El mismo Surez vena
a destruir la hiptesis, ingeniosa y plausible, ya que en su libro
condenaba con acritud a los que imputaron al Conquistador el
crimen de haber asesinado a su mujer, y como "el primero y ms
importante de los acusadores" haba sido el pretendido padre del
cronista, la deduccin de don Justo, carente de pruebas docu-
mentales, vino a sumarse al crecido nmero de las incgnitas
histricas hasta que, en el xix, otro paciente investigador de ar-
chivos, don Francisco Fernndez del Castillo, logr arrancarle
definitivamente la careta a nuestro criollo. Don Juan Surez
de Peralta, segn lo haba sospechado su descubridor, fue en
efecto hijo legtimo de Juan Surez y sobrino carnal de Catalina
Jurez, primera esposa del Conquistador de Mxico, muerta en
su palacio de Coyoacn una noche de octubre de 1552.
El incomprensible ocultamiento de Surez descubre tales
pormenores sobre su carcter, que conviene ocuparse del asunto
con mayor detalle. En su Tratado, Juan Surez, un personaje
Sir
relacin aparente con el autor, se ofrece como un conquis-
tador que "tena encomendados indios y estaba rico y por ver
la viveza y desenvoltura de Corts lo cas con su hermana e
"izo mucho por l como adelante se dir". Qu hizo el rico
encomendero por el desenvuelto pero insignificante escribano de
'a isla de Cuba? Durante su poca de fugitivo en los bosques
a
ntillanos el cuado no vacilaba en cruzar bravos ros a nado
Para llevarle alimentos, l fue quien aconsej al testarudo re-
conciliarse con Diego Velzquez, y por ltimo, l tambin
apuale y ech a una barranca al correo del gobernador que
llevaba la orden de quitarle el mando a Hernn Corts.
2U LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

El afn de convertir en un hroe cargado de blasones al


modesto Juan Surcz cuya nica habilidad bien probada se
funda en haber negociado con sus tres hermanas la primera
fue sin duda amante de Diego Velzquez, su complacencia
en establecer la genealoga de doa Catalina, a quien siempre y
sin ninguna razn da el ttulo de marquesa, y la similitud en
los nombres podan tomarse como pruebas convincentes de un
amor filial bien asentado si Surez no calificara de "maldad
grandsima" y de intriga interesada la acusacin que se hizo a
Cortes de haber matado a su mujer. En su afn de limpiar al
Conquistador de toda culpa, no se limita a presentar la muerte
de su ta como un "mal de madre", propio de las mujeres de
su familia, sino que, de acuerdo con su mana de repartir con-
denaciones temporales y eternas, llega a decir que los calumnia-
dores haban "pagado o pagaban su crimen en el otro mundo".
Surcz, tan propicio al llanto y a las sentencias morales, saba
de cierto que su padre y su abuela haban sido los primeros en
acusar a Corts judicialmente de asesinato, y tan de cierto lo
saba que su hermano mayor alcanz quince mil pesos enton-
ces una suma considerable, parte del dinero que se logr en
la transaccin del pleito puesto por Juan Surez de vila y
sus hermanas como herederos de Catalina.
La incalificable actitud de Surez fue la causa de que el
seor Zaragoza invalidara su magistral reconstruccin histrica
hacindole exclamar:

Tamaa irregularidad . . . se resiste a creerla toda conciencia hon-


rada, y es preferible continuar en la incertidumbre de que Juan Su-
rcz fuese hermano de doa Catalina, sin embargo" de las muchas cir-
cunstancias que convergen en la afirmacin, hasta tanto que pruebas
indudables lo demuestran con toda claridad.1

La muerte de Catalina afect la posicin de Juan Surez en


la Nueva Espaa. De cuado y amigo de Corts pas a figurar
en la faccin contraria, y fue sin duda el cargo de uxoricidio
formulado por su madre y por l la ms seria acusacin de las
numerosas que se acumularon contra don Hernando en el fa-
moso juicio de residencia. Haya sido as o de otra manera, el
LOS CRIOLLOS EN El ESPEJO DE SU PROSA 255

caso es que el noble descendiente del Marques de Villena y an-


tiguo encomendero de la isla de Cuba slo alcanz el pobre
repartimiento de Tamazulapa. Radicado en la ciudad de M-
xico, cas con doa Magdalena de Peralta, quien le dio tres
hijos, Luis el primognito, que hered a su muerte la enco-
mienda, Juan el cronista, y una mujer llamada Catalina en honor
de la difunta esposa de Corts. Estos tres hermanos, andando
el tiempo, casaron a su vez con tres hermanos hijos del licenciado
Alonso de Villanueva, alfrez que fue de Panfilo de Narvez.
N o era bonancible la situacin de Juan. El segundn de
una familia colonial careca en el xvi de perspectivas halageas.
Obligado a guardar las apariencias del hidalgo, la Colonia no le
ofreca otras salidas que la de vivir a expensas del primognito,
obtener un cargo de mala muerte en la administracin pblica,
o en ltimo extremo, resignarse a ocupar uno de los modestos
cargos que entonces ofreca la Iglesia a los criollos. Juan amaba
demasiado la existencia para tomar los hbitos, o pasarse la vida
en las antesalas del virrey solicitando un mal pagado corregi-
miento, y decidi ayudar al hermano en sus negocios.
Los dos Surcz no vacilaban en emprender toda clase de ma-
nejos. Explotaban unos molinos de trigo, propiedad del mayo-
razgo, situados en las cercanas de Tacubaya, criaban caballos
de sangre, comerciaban con diversos artculos, y fueron de los
primeros en dedicarse a la compraventa de casas, que por siglos
ha sido la ocupacin favorita del mexicano respetable. En 1572,
una fullera de Juan estuvo a punto de costarle cara. Sucedi
que los hermanos Salvador, Juan y Antonio Gmez Corona
siempre una trinidad fraternal preside su destino, hijos del
encomendero y conquistador Gonzalo Gmez, cansados de recla-
marle dos mil pesos que les deba, decidieron recurrir a los
tribunales. Quiz no esperaban otra cosa los Surcz de Peralta.
Ej y su hermano haban adquirido de Hernando de Alvarado,
hijo del secretario de fray Juan de Zumrraga, a cambio de
veinte pesos y un caballo blanco, ciertos procesos que el primer
obispo de Mxico haba seguido en su calidad de Inquisidor
Apostlico. Entre los procesos adquiridos figuraba uno contra
el padre de los Surez por blasfemia, y otro de 1537 ste era
256 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

la base del negocio contra Gonzalo Gmez, a quien se acusaba


de judaizante.
Juan, por intermedio de su primo Leonardo de Cervantes,
nieto del clebre Comendador de Santiago don Leonel de Cer-
vantes, propuso a los Gmez en pago de la deuda el infamante
juicio, pero los Gmez, en lugar de aceptar el trato, denuncia-
ron los hechos a la Inquisicin el l 9 de mayo de 1572, acu-
sando a los Peralta de ser mahometanos recin conversos, "cargo
que ya se les haba hecho y que compartan numerosas per-
1? 2

sonas .
El proceso termin felizmente. Los Gmez, temiendo que
Juan se marchara a Espaa gozaba de libertad bajo fianza,
pidieron se acelerara el juicio y al ltimo la Inquisicin no slo
no les confisc sus bienes a los dos hermanos sino que se limit
a recoger los papeles motivo del enredo, dndoles una severa
reprimenda.
Surez de Peralta, un aristcrata cuyo escudo de armas
ostentaba el orgulloso lema Slo su virtud le ofende, fuerza
ajena no le toca ni le prende, amante de los caballos y de las
aves de cetrera el mayorazgo, de acuerdo con sus afirmacio-
nes, gastaba aualmente dos mil ducados en sostener halcones y
nebles, y que a lo largo del Tratado sostiene orgulloso su
condicin de hidalgo, no vacilaba en condenar a su padre a las
llamas del infierno con el propsito de adular a los descen-
dientes de Corts, ni en recurrir por razones monetarias a lo que
hoy llamaramos, sin eufemismos, un chantaje.
En Surez de Peralta viven curiosamente mezclados dos tipos
al parecer incompatibles: el del seor feudal y el del picaro. Su
Tratado de la caballera de la jineta y brida, compuesto en 1580
y dedicado al duque de Medinasidonia, lo escribi, segn sus
propias palabras, "a causa de ser el ejercicio [de la caballera]
tan til y necesario a los caballeros y seguirse a Su Majestad un
gran servicio y fortaleza en sus reinos, especialmente en las
Indias", lo cual supone que Surez, cuando el Renacimiento se
habia extinguido en Espaa y la Reforma arda con un seco
crepitar de sarmientos, imaginbase dentro del mundo arcaico
y encantado de la caballera indiana. Tena sus armas y su
LOS CRIOLLOS EN L ESPEJO DE SU PROSA 257

caballo dispuestos para acudir al llamamiento del rey, sin darse


cuenta de que los ejrcitos regulares haca mucho tiempo ha-
ban arrinconado, como una verdadera curiosidad arqueolgica,
a los belicosos seores de la Edad Media, y este sentimiento
anacrnico alentaba en l con otros resabios y maas de la
picaresca aprendidos en la universidad de las Indias. Hombre
de dos pocas y de dos mundos, Surez en el sueo de su cr-
nica y en la realidad de los procesos revela los seres que com-
baten en su alma, y los dos conviven tan estrechamente* que es
difcil saber cundo es un hidalgo mantenedor de juegos feu-
dales y cundo un picaro digno de la crcel.

U N PAISAJE, U N HERBOLARIO, U N A NODRIZA

En 1579 Surez realiz su viejo propsito de radicarse en


Espaa. Los criollos haban perdido una gran batalla histrica
y el paraso de las Indias se convirti en un lugar incmodo y
miserable. Las encomiendas la razn de su vida se liqui-
daban y el fragmento de idlica caballera, en el que nuestro
criollo particip como una de sus figuras principales, se vena
abajo sin remedio triunfando la Inquisicin, los advenedizos, los
burcratas y los agiotistas. A los pusilnimes no les quedaba
otro camino que el de la fuga y Surez huy buscando el am-
paro an hay sol en las bardas de sus encumbrados pa-
rientes.
En 1580 public en Sevilla el Tratado de la caballera de la
jineta y brida y ese mismo ao, empujado por la nostalgia,
inici la redaccin de su Tratado de las Indias que termin en
1589. Oa sonar del otro lado del Atlntico un pretal de cas-
cabeles y su imginacin le representaba animadamente los su-
cesos alegres o trgicos de su juventud a medida que los aos
lo inclinaban a la melancola. El hecho de que se desterrara
voluntariamente de Mxico no significa que hubiera dejado de
amarlo.
Las Indias con estas palabras principia su Tratado son tierra
la ms frtilsima que debe haber hoy descubiertas en el mundo y
ms llena de todas aquellas cosas que en l son menester para el ser-
vicio del hombre y aprovechamiento de l.
17
258 LOS CRIOLLOS EN F.L ESPEJO DE SU PROSA

Y cerca ya del final de su manuscrito, al hablarnos de la


expedicin de Vzquez Coronado que sali tras el miraje de
Cbola para encontrar una aldehuela extraviada en el desierto
norteo, el amor a Mxico le hace exclamar:

La Nueva Espaa . . . fue una en la vida y no ms, que primero


que se halle otro Mxico y su tierra, nos veremos los pasados y los
presentes juntos, en cuerpo y nima, delante del Seor del Mundo;
aquel da universal en que ser el juicio final.

Estaba lejos de ser un escritor. Segn su propia confesin


slo "tena una poca de gramtica aunque mucha aficin de
leer historias y tratar con personas doctas". Todo lo que en su
libro no es crnica, testimonio de sucesos vividos, o relatos que
andaban en la boca de sus contemporneos, se reduce a un
atropellado e incoherente desfile de lugares comunes sobre las
Indias. Es indudable que la historia de gran estilo a lo Gon-
zlez de Oviedo no estaba al alcance de su mano, acostumbrada
a manejar diestramente la brida. Sus lecturas de la Biblia, del
imprescindible Aristteles, con algunos clsicos de segunda mano
y cronistas ms o menos oficiales deben haberle causado ms
de una jaqueca. A Surez, en este difcil y ajeno campo, como
al criollo Baltasar Dorantes de Carranza que comparte con l
la responsabilidad de la crnica histrica en el xvi, lo perdi su
desmesurada ambicin y su desorden. Al vivaz cronista del
ajusticiamiento de los vila que presencia con la frente de su
caballo pegada a las maderas del patbulo; al pintor de los h-
bitos caballerescos del virrey Velasco y de las raras virtudes
de los halcones propiedad de su hermano, cuando trata de fijar
los temas consagrados y en cierto modo fosilizados de Oviedo
se le desbocan los caballos y resulta incapaz de contenerlos.
N o , "no fue el xvi afortunado en la prosa literaria". 8 Surez
de Peralta, el "oscuro Saint-Simn mexicano", 4 escriba atrope-
lladamente, empapado en lgrimas y en sentencias morales, sin
claridad pero con una sencillez muy a la pata la llana. Si la
prosa latina de Cervantes de Salazar vino a parar en un plano
topogrfico, la de Surez, mucho menos ambiciosa, estara con-
denada a vedarle un lugar honorable en los manuales de historia
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 259

literaria y a reflejar, como en un espejo y con las necesarias


aberraciones, la imagen que trat de escamotearnos.
Las ideas de Surez sobre la conquista eran las ideas de
su tiempo. Tena la conviccin de que Dios no les haba dado
gratuitamente las Indias a los espaoles, sino como una rccom-
penra debida a la expulsin de los judos y al establecimiento
de la Inquisicin, juicio ste de evidente sinceridad, ya que el
propio cronista y su padre haban estado en relaciones des-
agradables con el Santo Oficio. La voluntad divina fue siempre
manifiesta. No el mismo Santiago, montado en su caballo
blanco, cambi la suerte de muchas batallas? No se presenci
el milagro de que la Virgen Mara cegara a los indios arrojn-
doles puados de tierra con sus divinas manos? Por lo lernas,
si los espaoles contaban con aliados tan poderosos, los indios
no estaban solos. A unos los animaba Dios y a los otros el
Diablo: el poder divino y el poder demonaco, con espadas y
lanzas o con flechas y macanas, libraban su batalla eterna trans-
formando el suelo de las Indias en palestra desmesurada de un
torneo csmico.
El planteamiento homrico de la batalla lo debilita an an-
tes de iniciarse una suerte de predestinacin agorera y fatalista.
Fue Satans, uno de los rivales, quien de manera inexplicable
tuvo a su cargo la tarea de difundir los pronsticos desmorali-
zadores sobre la destruccin inminente. Todo era obra de su
mano. Resucitaba a los muertos, pues una mujer sali de su se-
pulcro a los cuatro das de enterrada, vivi despus veintin
aos y an pari un hijo. l hizo cantar a una viga esta can-
cin extravagante: "Mi anca baila bien aunque est echada en
el agua", y poblaba el aire de la noche con avisos tristes: " H i -
jos mos, ay de m que ya os dejo a vosotros!", clamaba el
dolo Zihuacatl, y una voz de mujer deca entre sollozos:
"Ya nos perdemos, oh hijos! Dnde os llevar?"
Cierta vez que unos hechiceros, enviados por Moctezuma
para embrujar a los espaoles, trepaban la cuesta de Tlalma-
nalco, el demonio con todas las apariencias de un hombre bo-
rracho se les encar furioso: "Qu es lo que queris? pre-
gunt. Qu piensa Moctezuma? Ahora despierta y acuer-
da de temer? Ya l ha errado y no tiene remedi, porque ha
260 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

hecho muchas muertes, y ha destruido a muchos y no ha cum-


plido con su Dios".
Los hechiceros, temblorosos, le improvisaron un altar ofre-
cindoselo de rodillas. El diablo un diablo ciertamente no
desprovisto de sentido moral lo ocup y sinti hablando en
tono de franco pesimismo: "Por dems es vuestra venida; ya no
har ms cuenta de Mxico, y para siempre os dejo; no tendr
ms cargo de vosotros ni de vuestro rey Moctezuma. Apartaos
de m, que no quiero hacer lo que me pedis ni l me pide. Vol-
veos y mirad a Mxico".'
Tenochtitln arda en llamas y los brujos cayeron en el
suelo desmayados. Era el fin de la Conquista. En la pira de la
ciudad vencida Surez pudo leer que la profeca de San Juan
se haba cumplido: "El prncipe de este mundo el principe
de las tinieblas saldr fuera". Sali fuera, vencido no slo
por Santiago, el milagro y el acero, sino tambin por la peste
de viruelas que Dios envi "fue mucha ayuda para los espa-
oles, porque con la enfermedad y mortandad no podan pe-
lear", idea ruin y anticristiana con la que Surez mancha y
prostituye la victoria divina.
Completa su idea de la Conquista una reflexin motivada
en la matanza de los indios indefensos ordenada por Alvarado.
Dios autoriz el castigo de los espaoles, mas no quiso que pere-
cieran todos y los reforz con los soldados de Narvez. Surez
se duele de que las almas de los indios asesinados se perdieran
yndose al infierno y concluye, beato e inoportuno, citando al
bienaventurado San Juan Crisstomo: "Perdida el alma, qu
hay ni qu vale el cuerpo? Tenis otra luego que poner en su
lugar?"
Sus ridculos alardes de erudito y su desconocimiento de
la historia antigua lo llevan a pensar que el contenido de la
epstola Ad romanos de San Pablo podra aplicarse a los indios,
ya que se distinguan a causa de sus odios, disensiones, enga-
os, de la desobediencia a sus padres el indio fue alabado
siempre por sus hondas virtudes filiales, del pecado contra
natura y sobre todo por su aficin a comer carne humana.
En tanto que Sahagn, un estudioso penetrado de humani-
dad, alarmado por los efectos desmoralizadores de la organiza-
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 261

cin colonial recomendaba la adopcin de las costumbres y


leyes antiguas de los indios como su nica posibilidad de sal-
vacin, Surez crea firmemente que la Conquista haba su-
puesto para el indio grandes ventajes. En los tiempos de su
pagana razona andaban ms de ochenta leguas, alimen-
tndose en el camino con tortillas y races a fin de pagar el tri-
buto, mientras en la Colonia lo pagaban en sus propios pueblos,
"y con esto andan ms descansados y a placer y no se cargan
sino es con hacienda propia, porque ya todos usan caballos de
carga y la mayora anda vestida a la usanza espaola y gasta
sombrero, gregescos y ropilla". Este cuadro lisonjero no le
impeda a Surez describir a los indios de la Colonia como los
' hombres ms borrachos que haba conocido. En su opinin no
slo se provocaban vmitos para seguir bebiendo, sino que acos-
tumbraban entrar en las tabernas en grupos de diez o doce, cui-
dando de dejar a la puerta dos amigos encargados de llevarlos
a sus casas. Al concluir sus libaciones, los indios, conducidos
por sus guas, se tomaban de la mano y la extraa fila avanzaba
a tumbos, blanda y delirante, hasta que uno de ellos perda el
equilibrio y rodaban todos doblados los unos sobre los otros,
como en la pintura de Bruegel de los ciegos mendicantes.
Respecto de la esclavitud, Surez mantiene los prejuicios
de su casta. "Si todos se sirven de negros argumenta, qu
razn hay para que se evite que sean los indios?" Ambos eran
idlatras, comedores de su prjimo y practicaban la esclavitud.

Tanta injusticia es dice en otro prrafo quitar el esclavo a


su dueo, si le tiene con justo ttulo, como contra ella hacer al libre
esclavo, y menos justicia fue, porque hubiese algunos mal hechos, dar-
los a todos por libres sin diferencias.

Al lado de estos juicios tan divorciados del sentimiento hu-


manista de los primeros aos, Surez de tarde en tarde apunta
sagaces observaciones. "Todo su apremio escribe de los in-
dios antiguos era sobre el pagar de los tributos y servicios, as
a los seores como a los dolos", afortunada sntesis de una
condicin humana que despus de ms de tres siglos conserva
su vigencia.
262 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

A despecho de su actitud de encomendero ante los indios,


Surez, en dos de sus acostumbradas digresiones, nos permite
entender los caminos por los que el mestizaje espiritual iba adue-
ndose del alma y de la sangre del soberbio criollo, sin que l
se diera cuenta. Al hablarnos de los indios herbolarios dice
en su Tratado: " . . . a los que nacemos all, nos tienen por hijos
de la tierra y naturales, nos comunican muchas cosas y ms
como sabemos la lengua, que es de gran conformidad para ellos
y amistad", y en otro aparte vuelve sobre el tema casi con las
mismas palabras, escapndosele esta importantsima confesin:
"Los indios tienen por hijos a los nacidos de la tierra y sus mu-
jeres a los ms han criado con la leche de sus pechos".
Simbiosis pura. Los elementos imponderables de la tierra y
su trabajo silencioso para hacer del espaol nacido en las Indias
un ser americano. Vino nuevo en viejos odres. El indio ha roto
su canapacho desconfiado y surge de l la figura de ese mgico
cuentista que con frecuencia se proyecta en el fondo infantil
del mexicano. El criollo es un ente sin arraigo, desvalido a
pesar de su riqueza y su confortable medio familiar, mientras
el indio es un hombre antiguo, henchido de sabidura natural,
de secretos y de historias maravillosas. Por ello, este hombre
esbelto, vestido de harapos, que se alimenta de culebras y de
moscas, ve en el criollo cubierto de brocados a un hijo y lo hace
sentir su ternura grave y poderosa. Y al lado suyo la mujer
indgena, la nodriza que abandona a sus propios hijos para dar-
les el pecho a los nios blancos de su amo. El criado y la "nana"
indgenas cumplen en las casas criollas, con la suavidad de su
paso, la tarea de infundirle un nuevo sentido a ese nuevo hom-
bre, a ese "nuevo indio", aparecido en el Nuevo Mundo.
Un paisaje, un herbolario y una nodriza indgenas virtieron
sus esencias en el molde espaol. N o importa mucho que Su-
rez niegue a los indios y se exilie voluntariamente privado de
aire libre, ni que triunfen en l sus prejuicios de casta y sus
mezquinas ideas de encomendero. El desarraigo no es un fen-
meno exento de dolor y de torpes vacilaciones. Sus herencias
mexicanas apenas insinuadas le llevaron a firmar orgullosamente
sus libros como "vecino y natural de Mxico", un ttulo en-
tonces desdeado, a escribir por nostalgia y a sentir amor por
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 263

su tierra distante. Extinguido oscuramente en Espaa figura


por ltima vez en 1590, sirviendo de testigo en unas informa-
ciones que promovi Jernimo Corts, hijo de Martn, para
obtener el hbito de caballero de Alcntara y devuelto a
Mxico gracias a su Tratado, hoy lo juzgamos y lo incorporamos
a nuestra vida. Fue el tipo del aristcrata pobre de la primera
generacin de mexicanos. N o poda, ciertamente, dar ms de
lo que dio.

RETRATO DEL CRIOLLO PALACIEGO

Baltasar Dorantes de Carranza, autor de la Sumaria rela-


cin de las cosas de Nueva Espaa, al revs de su colega Surez
de Peralta, con frecuencia se refiri expresamente a su padre el
capitn Andrs Dorantes. "Si los servicios de los conquista-
dores fueron grandes escribe orgulloso, los de mi padre fue-
ron milagrosos." N o exageraba el cronista. Andrs Dorantes, so-
breviviente de la expedicin de Panfilo de Narvez a la Florida,
haba cruzado en diez aos, con Alvar Nez Cabeza de Vaca,
el capitn Castillo y el negro Estebanico, el enorme espacio que
va del Mississippi, Tejas, Arizona, Sonora y Sinaloa, a la ciudad
de Mxico.
Todas las circunstancias de su aventura estn recogidas en
ese libro severo, raro y trgico que lleva el breve ttulo de Nau-
fragios. El libro de Alvar Nez se abre con un rumor de olas
furiosas. Hay cuerpos de ahogados en la playa, cuerpos en los
cantiles, cuerpos en las aguas del Mississippi y balsas cargadas
de hombres enloquecidos que se hunden entre remolinos y ma-
rejadas de espanto. Los doscientos cincuenta nufragos del pri-
mer quebranto no se desaniman. Valindose de unos palos y
unas pieles de venado improvisan los fuelles de una fragua
y funden espuelas, estribos y ballestas de los que hacen hachas,
sierras y clavos. Las palmeras proporcionan estopa, las crines
de los caballos sacrificados, cabos y cuerdas, los sabinos sus re-
mos, y de sus camisas desgarradas hacen las velas. Y de nuevo
se embarcan con un poco de maz crudo y sin agua, y el hura-
cn de nuevo desbarata las naves llenas de hombres sedientos y
enfermos. El lenguaje empleado por Alvar Nez desconoce los
264 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

aspavientos y lamentaciones interesadas de los cronistas pos-


teriores.

Cuento esto as! brevemente dice porque no creo que hay


necesidad de particularmente contar las miserias y trabajos en que
nos vimos, pues considerando el lugar donde estibamos y la poca es-
peranza de remedio que tenamos, cada uno puede pensar mucho de
lo que all pasara.8

Ninguno pis tierra en la isla dc\ Mal Hado un da cual-


quiera del siglo xvi como pensaban, sino que todos, del breve
trecho que separaba las barcas a ese trozo de suelo americano,
haban dado en realidad un salto de diez mil aos, un salto des-
mesurado que los arrojaba hambrientos, sin armas y sin ropas
a una edad remotsima, dominada por el lanudo bisonte y el
horror de su total desamparo. Prendieron una fogata y se aga-
zaparon alrededor "pidiendo a Dios nuestro seor misericordia
y perdn de nuestros pecados, derramando muchas lgrimas,
habiendo cada uno lstima, no slo de s mas de todos los otros
que en el mismo estado van".
La esclavitud es regla en las Indias que cuando los espa-
oles carecen de armas se conviertan _en esclavos de los indios,
los trabajos arrancaban con sus dedos sangrantes las races
amargas que los sustentaban y las enfermedades fueron ani-
quilndolos. De ochenta quedaron reducidos a quince y ms
tarde a cuatro. Los cuatro nufragos, propietarios como su suce-
sor Robinsn de un esclavo negro el pobre Estcbanico, muerto
despus ante los mirajes de Cbola, una noche de bailes sal-
vajes y de recoleccin de tunas huyeron hacia la Nueva Espaa.
N o iban desamparados. Durante los aos de su cautiverio, la
veneracin que los indios mostraban a sus brujos los hizo pen-
sar en la conveniencia de ejercer la hechicera. "Nos quisieron
hacer fsicos dice Alvar Nez sin examinarnos ni pedir-
nos los ttulos, porque ellos curan las enfermedades soplando al
enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de l la enfer-
medad'.
Su prestigio mgico de curanderos los preceda a travs de
los desiertos y de las cordilleras guindolos en su marcha. Una
voz misteriosa los anunciaba y cuando llegaban a las aldeas, mu-
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SV PROSA 265

jercs, hombres y nios pintarrajeados salan a recibirlos con


gritos espantosos, agitando calabazas llenas de piedrezuelas y
dndose grandes palmadas en los muslos. "Era muy grande la
priesa escribe el mismo Alvar Nez que tenan por llegar
a tocarnos".
Del aliento y de las manos de los antiguos esclavos de la
isla de Mal Hado dependa la existencia de millares de indios.
La extraccin de una punta de flecha clavada haca tiempo
cerca del corazn de un joven guerrero y otras curaciones les
bastaba soplar y rezar un padrenuestro para que la enfermedad
desapareciese aumentaron considerablemente su prestigio, y as
de pueblo en pueblo, rodeados de hombres temblorosos y arro-
dillados, llegaron, transcurrida una dcada, a Mxico. La entrada
fue digna de sus hazaas. Llegaron, escribe Baltasar, "en cueros
vivos", con taparrabos de piel de venado, la cabellera y la barba
crecidas, quemados por el viento y el sol, mostrando las cicatrices
y los callos desmesurados que los pesados fardos les haban dejado
en espaldas y en hombros. Hubo toros y juegos de caas y la
gente acuda a verlos "como cosa maravillosa".
Andrs Dorantes, al regresar de su penosa estancia en la Flo-
rida, ya no sali de la Nueva Espaa. Tom parte en la pacifi-
cacin y conquista de Jalisco, y al concluir su nica intervencin
guerrera en el Nuevo Mundo, el Virrey don Antonio de Mendoza
lo cas con la encomendera doa Mara de la Torre, viuda del
conquistador Alonso de Benavides, quien le dio varios hijos.
Baltasar, el primognito, nace posiblemente en 1548. El pa-
dre andariego muri antes de 1560 y doa Mara volvi a casar,
"descuidando los hijos de los matrimonios anteriores". 8

Crece Baltasar escribe Ernesto de la Torre en la encomienda


de doa Mara, y viene a Mxico, donde radica la mayor parte del
tiempo bajo la dependencia econmica de la madre encomendera, quien
lo alimenta y viste . . . dndole lo necesario para el cuidado de su
persona. 7

A los quince aos, se "enamora locamente" de Marina Bravo,


una mujercita de catorce, y se casa con ella "por palabra de pre-
sente", frmula poco ortodoxa de matrimonio. Tres meses des-
pus, olvidado su primer amor, el criollo volvi a enamorarse
266 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

perdidamente de otra nia de catorce aos, llamada Isabel de


Rivera, y contrajo nuevas nupcias tambin por palabra de pre-
sente.
Es imposible calcular cuntos matrimonios hubiera reali-
zado este precoz ejemplar de bigamo, si la Iglesia, "al solicitar
permiso para casarse eclesisticamente", no interviene, metindolo
en la crcel. Se abri un enredado proceso. Baltasar se negaba a
formalizar la promesa empeada con Marina; un to de ella tom
cartas en el asunto; los abogados alegaban que el reo era "un
muchacho de poca edad y capacidad" y al ltimo Baltasar se
arrepinti de su ligereza y la autoridad declar "vlido el pri-
mer matrimonio y nulo el segundo".
En tanto que a su edad otros criollos componen sentencias
latinas, el futuro cronista est lanzado a una carrera de peligrosas
aventuras. El 24 de julio de 1563, con unas llaves falsas y un
cmplice, huye de. la crcel; se le condena a vivir fuera del arzo-
bispado y a una multa de 170 pesos que pag un to rico de
Marina, con la que al fin y contra toda su voluntad se casa. De
ella tuvo varios hijos. El primognito, en 1604, estaba en la corte
pretendiendo mercedes.
En 1572, encontrndose en Atzaln siempre consider suya
esta encomienda, a pesar de que legalmente perteneca a una hija
del primer matrimonio de su madre, se le acus ante la Inqui-
sicin no slo de estar casado por tercera vez, sino de impedir
que "sus" indios recibiesen la doctrina.
N o sabemos cundo inicia su carrera de burcrata. En 80,
el virrey Martn Enriquez de Almanza trat de llevrselo al
Per despus se lamentar de, haber rehusado su invitacin;
Villamanrique le dio diversos empleos y al pasar la llorada enco-
mienda, por muerte de su madre, a su media hermana doa A n -
tonia de Bcnavides, se resign a no vivir ms del trabajo de los
esclavos indgenas. Sucesivamente ocup los cargos de alcalde
mayor y oficial real en Veracruz (1588), ms tarde el de teso-
rero de la Real Hacienda y algunos otros cargos de "gran calidad
y consideracin". Su aficin a las mujeres no lo abandon nun-
ca. Al enviudar cas con otra Mariana Mariana Ladrn de
Guevara, de la que dice, en 1604, tener "un hijo varn de su
nombre . . . y varias hijas".
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PUOSA 267

N o hay informacin sobre su muerte. En la Sumaria rela-


cin, Dorantes se duele de haber contrado una grave enferme-
dad a causa de manejar papeletas e informaciones, pero como
en su mismo libro le confiesa al virrey con la mayor naturalidad
y sin el menor asomo de vergenza ser una vctima del mal de
su siglo, es lcito suponer que su muerte, ocurrida antes de 1613,
se haya debido a las bubas y no al ejercicio de las actividades
literarias, por ms que a veces sean tambin mortales en ms de
un sentido.

EL PALACIO, MIRADOR Y LABORATORIO

Los pocos datos que nos han llegado sobre la vida de Dorantes
le resultaban desfavorables. Tampoco son halageos los juicios
formulados acerca de la Sumaria relacin que constituye toda su
obra. En tanto que Pedro Henrquez U r e a 8 lo califica de his-
toriador excelente, Ramn Iglesia 9 llega a preguntarse si mere-
ca ese ttulo y Ernesto de la Torre, 10 a quien debemos el mejor
estudio de su mamotreto, afirma que lo escribi movido del in-
ters econmico.
El hijo del hombre que resucitaba a los muertos en los desier-
tos tjanos es un fanfarrn que "alardea de historiador documen-
tado" y "todas sus informaciones se reducen" a un mal extracto
de tres o cuatro autores conocidos no slo de Gomara, como
asienta Iglesia. Sin duda le falta capacidad para elaborar un re-
lato, y carece de un criterio firme, "pues nada oportunas resultan
en su obra, destinada a poner de relieve los mritos de los con-
quistadores, las diatribas contra sus crueldades que parecen to-
madas de los escritos del Padre Duran".
N o es esto todo. Iglesia califica a Dorantes de

adulador servil que nunca encuentra elogios bastantes para el vi-


rr
ey, encaminados todos a pedir mercedes para los descendientes de los
conquistadores, quienes, segn l nos dice con tono conmovido, se en-
contraban en la mayor miseria, llegando algunos a pedir limosna por
las puertas de las casas,

y no es menos cierto que Dorantes resulta culpable de "mar-


car una inflexible lnea de demarcacin entre los conquistadores
208 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

y pobladores llegados con posterioridad, a quienes trata con ra-


bia y desprecio insuperables".
Es curioso pensar que sean esas graves limitaciones, con al-
gunos aciertos no sealados, las que hagan particularmente va-
lioso el testimonio de Dorantes sin el cual no tendramos un
entendimiento cabal del criollo y de la sociedad de su tiempo.
Dorantes perteneca a una clase derrotada. Mientras Surez de
Peralta, al sentir que las puertas del paraso criollo se le cerraban
en los talones, prefiri buscar la proteccin de sus parientes en
Espaa, el autor de la Relacin, al perder una encomienda que
en derecho nunca lleg a pertenecerle "el pueblo que yo al-
canc a heredar vala, cuando se me quit, cinco mil pesos
de renta, y qued tan desnudo y en cueros como lo sali mi
padre de la Florida", se aferr, para no soltarla ms, a la
casaca de los virreyes.
Como burcrata era irreprochable. Conoca a fondo los se-
cretos de palacio, y fue por temperamento un genealogista, uno
de esos hombres comunes en nuestro pas, que gustan de enca-
ramarse a los rboles de las familias ajenas, sin pensar que un
examen de su propio rbol descubrira pormenores nada hon-
rosos.
El 1604, con ms de cincuenta aos, Dorantes era el proto-
tipo del cortesano. Dotado, como Gogol, de un finsimo olfato,
su nariz, a modo de un pequeo anteojo, se asoma cautelosa al
universo de las antesalas virreinales. Un recin llegado se dejara
engaar por las apariencias. Cmo distinguir a los hijos leg-
timos de los bastardos, a los caballeros de los picaros, y a los
advenedizos de los que hace tiempo viven arraigados en la Colo-
nia? Cmo descubrir a los simuladores, a los plebeyos y a los
bribones, si todos falsifican probanzas de limpieza de sangre y
engaan al virrey con sus historias y sus cuentos? Para eso ca-
balmente estaba ah Baltasar Dorantes de Carranza, genealogista
de profesin, y para eso ha decidido escribir una Relacin en que
aproveche sus dotes de observador y su larga experiencia buro-
crtica. N o se piense que sus aficiones literarias lo lleven a ejer-
cer desinteresadamente el costumbrismo palaciego. Le irrita y
le desazona que esos picaros, a fuerza de caravanas, de intrigas
y adulaciones, al fin obtuvieran honores y mercedes con grave
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 269

dao de los que en derecho las merecan, y para que el virrey


supiera a quin recompensar con ddivas y empleos y a quin
cerrarle las arcas del real tesoro, sin incurrir en injusticias la-
mentables, la proyectada obra incluira una detallada relacin
de malos y buenos pedigeos, de bribones indignos y de leg-
timos descendientes de heroicos conquistadores.
Una vez que nuestro criollo se crey el inspirador de una
nueva justicia distributiva, puso manos a la obra. N o era fcil
levantar un censo minucioso. En cerca de tres cuartos de siglo
los primitivos troncos haban echado numerosas ramas, unas
familias emigraron a lejanas provincias, algunas se negaban a
facilitar informaciones y otras proporcionaban datos falsos com-
plicando la tarea del genealogista. Corriendo de casa en casa,
revolviendo archivos y "rasguando" papeles, enfermo y des-
velado, concluy al fin el grueso manuscrito. Se "maravilla"
de los resultados arrojados por su censo. De los 1,326 espaoles
que intervinieron en la conquista de Mxico, slo perduran,
agrupados en 196 casas, 109 hijos, 479 nietos, 85 bisnietos y
65 yernos, lo que haca un total de 934 personas, capaces "para
oficios y provisiones de su majestad". En su nmina, claro est,
ni figuraban los muertos, pues ya tenan la tierra justa que les
corresponda, ni los hijos de los conquistadores metidos frailes
y clrigos, ya que stos eran muchos y al menos legalmcr.te
estaban incapacitados para continuar las casas, "como l llama
a las genealogas". 11
Dorantes aprovecha el hallazgo con habilidad para construir
un alegato en favor de su casta. Cierto es, razona, que algunos
murieron en la guerra, pero el mayor nmero emigr, debido a
'os agravios que sufrieron de los pasados gobernantes. "A ro
revuelto ganancia de pescadores." Se arrebataron los bienes a
quienes haban prestado grandes servicios y se concedieron mer-
cedes a los que "de nuevo venan con sus manos lavadas a comer
de los sudores y frutos ajenos", y cuando el rey hizo justicia y
cesaron "aquellos tumultos que casi parecan tiranas", ya era
tarde. La Audiencia, aunque restituy encomiendas y hacien-
das, ante la imposibilidad de "trastornar un mundo", dej las
cosas en el mismo estado, "con sola la lstima que hasta hoy
sienten los que ganaron esta tierra y sus hijos, pues los que vi-
270 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

nicron a la postre despus de llano y ganado, se llevaron lo


mejor".
Si bien en este fenmeno hay un misterio oculto que Do-
rantes conoce, rehusa ocuparse del asunto. Se le acusara de ma-
licioso, y en pago de sus trabajos, vigilias y cuidados, ganaria
enemigos y maldiciones, cuando "la verdad que sigo es servir
a toda esta Repblica, y plega a Dios que se me agradezca".

MXICO, MADRE DE EXTRAOS

Dorantes enfrenta una contradiccin irreductible. Por un


lado observa que "predicar el Evangelio con la espada en la
mano y derramando sangre es cosa temerosa", y, por otro, que
los santos ayudaron a los conquistadores en forma que no de-
jaba lugar a dudas. " N o hay quien alcance esta teologa", ex-
clama deslizndose a terrenos vedados, pero se detiene oportuno
y aade contrito: "los secretos de Dios y sus juicios son inexcra-
tablcs." Una sola cosa resulta clara. Los padres pecaron y los
hijos pagan la penitencia. Apenas se vern hombres de esta ccp3
que no mendiguen el pan en puertas ajenas. La Biblia le ayuda
a expresar su indignacin: "los desventurados concluye
quedaron arrastrados como la culebra".
La idea de una culpa latente en las hazaas guerreras de los
espaoles surge con frecuencia en su visin de un mundo in-
diano regido por misteriosas y omnipotentes fuerzas celestiales.
Las desgracias que se abatieron sobre las ms ilustres figuras de
las Indias Coln, Hernn Corts, Nez de Balboa tuvie-
ron su razn de ser "en querer predicar el Evangelio vertiendo
sangre. A lo menos no es lo que Dios mand a sus discpulos
cuando los envi a predicar a todo el mundo". Para el cronista
los fines que se perseguan la evangelizacin de los indios
eran buenos, y los medios empleados, reprobables. El castigo no
se haba hecho esperar, "porque de bienes as adquiridos todos se
deshacen como el humo y como la sal en el agua".
A pesar de esta terminante condenacin de la violencia, las
aparentes sinrazones de Dorantes, lo mueven a aceptar con or-
gullo el cargo de procurador de los encomenderos ante el rey
"para que asista, que inste, que porfe, que clame, que repre-
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 271

sent la sangre derramada". El cronista, que en forma gratuita


haba clamado contra el derramamiento de sangre de los indios,
se compromete de manera oficial a defender la sangre vertida por
los conquistadores, y esta contradiccin entre lo que escribe y lo
que hace debe cargarse a la escasa consistencia de sus ideas, pero
tambin, en buena parte, a la dramtica lucha interior que en
el criollo libran sus influencias enemigas. Oscila entre lo espa-
ol l se siente un espaol y as lo dice expresamente en su
Relacin y lo indgena, sentido como una perturbacin es-
piritual a travs de las doctrinas redentoras de los mejores cas-
tellanos. Ya hay un asomo de conciencia americana en este os-
cilar, en esta vacilacin cargada de indignas reticencias. En
trminos generales, podra decirse que el criollo cultivado est
ms cerca de los indios que el mismo indio culto de xvi. Mu-
oz Camargo, por ejemplo, el detestable cronista de su provincia,
"abulta desmesuradamente la participacin de Tlaxcala en la
conquista y su adhesin a los espaoles",12 porque el indio noble
y el criollo hidalgo coinciden y se encuentran en el campo de la
ambicin de esclavos y granjerias.
N o se avanza en la lectura de la Relacin sin tropezar con
una inconsecuencia. Unas veces concibe la conquista como un
retablo pletrico de bienes celestiales: "fueron echando races
de perpetuidad y grandeza de tierras y vasallos, y frutos fer-
vientes de jbilo y alegras del cielo con que se van hinchando
aquellas sillas de nimas de tantos ngeles". El genealogista
principia a recrearse ante la imagen de provincias rebosantes de
indianos que se enriquecen y "hacen sus linajes y sucesiones",
cuando siente la picadura de la codicia, y termina afligindose al
comprobar que unos se perpetan en Castilla con lo que llevan,
y otros se enriquecen "donde no pensaron hartarse ni dejar su
mendiguez".
Siempre es lo mismo. Los descendientes de los conquistadores
de 934, segn sus cuentas, slo poseen encomiendas 5 5 en
1604 andan arrastrados como la culebra, y el advenedizo que
no ama la tierra debe sufrir el verse relegado por una nube de
plebeyos "manos blancas". Su amargura y su desilusin no re-
conocen fronteras. La inconformidad del criollo sobre su rea-
lidad estalla en una fuga de disparos retricos, y su estilo, que
272 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

expresa el retorcimiento interior del despojado, se hace todava


ms barroco y anuncia los delirios verbales que darn su pesada,
oscura y tediosa fisonoma a los dos siglos siguientes.
Tres pginas de su manuscrito llena con desahogos.

Oh Indias! principia su tirada llenndose de aire los pulmo-


nes, oh conquistadores llenos de trabajos y en aquella simplicidad
de aquellos dichosos tiempos, donde no sacasteis ms que un hombre
excelente y una fama eterna, y en tiempos que en mayores servicios y
mejores sucesos rades despojados de vuestras propias haciendas y de
los frutos de vuestros servicios y hazaas, dando los que gobernaban
en los primeros aos vuestros sudores a gente advenediza y que no me-
reci nada en la conquista, ahora es ya llegada la sazn donde luce ms
el engao y la mentira y la ociosidad y el perjuicio del prjimo, con
que vendiendo vino o especias, o sinabafas o hierro viejo se hacen gran-
des mayorazgos e hinchen este mundo con milagros fingidos, sin ser
agradecidos a Dios ni a los que los crecieron en su desnudez del polvo
de la tierra, para llegarlos a tan poderosos.
Oh Indias dice entre otros muchos denuestos, alcahuete de
haraganes, banco donde todos quiebran, depsito de mentiras y enga-
os, hinchazn de necios, destruccin de la virtud, casa de locos, mal
francs, dibujo del infierno, madre de extraos, patria comn de los
innaturales, dulce beso de paz a los recin venidos, madrastra de vues-
tros hijos y destierro de vuestros naturales, cuchillo de los vuestros,
azote de los propios.

A la mitad, corta el tropel de adjetivos ha llamado a las


Indias lobo, zorra, dolo de Satans y burdel de los buenos
para preguntarse:

No sabis cmo vuestros bienes, vuestro oro, vuestra plata y


vuestras piedras preciosas no se perpetan en esta tierra? No veis que
son bienes muebles y no raices? Todo se acaba, todo se queda y vues- .
tros poseedores no llegan al tercer poseedor de vuestra hacienda.

Esta "digresin y exclamacin del autor", segn califica Do-


rantes su diatriba en una nota marginal, centro y clave de la
Relacin, va dirigida al gobernante de la casa de locos, al "ma-
nos-blancas" que favorece a los recin venidos, al espaol, en
fin, encargado de administrar la poltica real tan contraria a los
intereses de los criollos. Gonzlez Obregn, basado en los nu-
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 273

merosos desahogos de Dorantes, se sorprende "de la firmeza y


valenta en el modo de expresar sus opiniones" 13 Dorantes,
en efecto, es un criollo que ha asumido voluntariamente el papel
de gratuito defensor de los suyos. Los defiende con lo nico que
teine, su enrevesada pluma, y no escatima razones indignadas,
pero al mismo tiempo es un cortesano capaz de incurrir en las
adulaciones ms serviles para congraciarse a los ojos de su pro-
tector. El podrido mundo que ha dibujado, la "escuela de Sa-
tans" de las Indias, con slo que el virrey mueva un dedo se
transformara por su eficacia de taumaturgo en un "paraso de
ngeles". Su pluma, al rozar el nombre del gobernante, cesa
de escupir veneno y vierte las mieles ms finas y conmovedo-
ras de su repertorio. " . . . Vivimos contentsimos exclama pos-
ternndose en el suelo y no nos hartamos de ver a Vuestra
Excelencia ni de adorarle su sombra, porque le amamos."

EL INFIERNO BUROCRTICO

En materia de descendientes de pobladores Dorantes es uno


de ellos sustenta el criterio de que merecen ser tratados como
los hijos de los propios conquistadores. En esta categora slo
debe incluirse a los primeros inmigrantes que se mezclaron a
las familias de los guerreros, por ms que algunos "en los pre-
mios ms quieren estar al sonido de la caja, aunque no desper-
taron al son de la trompeta", y para que el virrey sepa con
exactitud de qu gente se trata, cierra su libro con un nutrido
cuaderno de pobladores distinguidos en el cual incluye setenta
y cinco casas.
Dorantes odia tanto a los bastardos como a los advenedizos.
Transige con los descendientes de los conquistadores y los men-
ciona a todos, no porque sean hidalgos, sino debido a que su
nobleza les viene de los servicios prestados al rey, pero a los hi-
jos ilegtimos no los sufre, y ms si descienden de madres ind-
genas. "De los bastardos le dice al virrey no habla mi plu-
ma ni los escribir, [ y ] a ellos est mejor que se queden en el
tintero, pues las leyes eclesisticas, derecho divino y civil, no
les ayudan." Pginas adelante reconsidera su propsito de aban-
donar a los bastardos en las profundidades de su tintero, y decide
18
274 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

mencionarlos, no para que alcancen algunas migajas de la mesa


gubernamental, sino para que el virrey conozca a los pedigeos
ms inoportunos y numerosos de su audiencia y conocindolos
les d con la puerta en las narices. Estos parias indignos, "ha-
llados a oscuras y no de madres muy claras", son los que echan
a perder las sucesiones legtimas,
y, cristiansimo prncipe: segn mi opinin, aunque sea dicha por un
hombre de espada y capa, ni el Rey ni Vuestra Excelencia les deben
nada, ni es justo que prefieran a los legtimos pues de razn natural
y ley, segn Dios y justicia, son los hijos naturales propios con quienes *
se entienden las nuevas leyes, y se les ha de distribuir el pan y no
quitarlo para darlo a esta raza.
EL CABALLERO Y EL NUEVO RICO

Entre los muchos pretensores que lustraban con sus radas


calzas los bancos de las antesalas virreinales, los nicos merece-
dores de recompensas son los nobles. Llevaban las bolsas reple-
tas de pergaminos y memoriales y eran los primeros en llegar y
los ltimos en marcharse. Se pasaban las horas muertas en la
audiencia, plidos de hambre, las finas manos apoyadas en la em-
puadura de la espada y disimulando como mejor podan los
agujeros de las botas. Nadie les haca caso, pero estos descen-
dientes de hroes que haban tasado, no con exceso, debemos
reconocerlo, el menor rasguo sufrido en la guerra por sus pa-
dres, mostraban un saludable optimismo. Al pensar en su raza
de proscritos los ojos del genealogista se llenan de lgrimas. l
sabe hasta qu extremo podan alcanzar la palma del martirio,
pues "no hay cosa ms abatida ni arrastrada que el uso de la
pretensin". Qu de "pasos perdidos", de "gorradas al aire",
de vergenzas, sufran los desdichados. Y a pesar de sus esperan-
zas frustradas "qu de favores pintaban sin poder nada, que
encantamiento y embeleso es en el que traen al mundo enga-
ado". "Y vive Dios jura Dorantes conmovido, que he
visto morir en esta ciudad dos o tres hijos y nietos de conquis-
tadores calificados, de hambre; y les he ayudado a enterrar con
esta lstima porque les dilataron su remedio."
Nunca se ha rezado un responso mejor en memoria de los
pretendientes mexicanos, esa legin annima que ha vivido y
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 275

ha muerto en las antesalas gubernamentales durante cuatro si-


glos. Dorantes no slo se conforma con relatar sus desdichas,
sino que ayud a cruzar esas manos delgadas extendidas intil-
mente por espacio de tantos aos. Hermosa leccin dieron a los
virreyes avarientos estos hroes de la burocracia que prefirieron
morir de hambre a deshonrar sus blasones desempeando un
oficio plebeyo! "La cosecha de reyes y de prncipes sentencia
Dorantes deduciendo la obligada moraleja ha de ser siempre
ayudada, pues es amada del mismo Dios."
El manto protector que el cronista ha echado sobre los hom-
bres de los pedigeos nobles no debe extenderse a los grumetes
y marineros, que apenas llegados a las Indias se hacan llamar
don Fulano y don Zutano, ni a esas seoras que con mil em-
bustes, dones y ttulos fingidos se hacan pasar por doa n-
gela y doa Alberta, traan embalsamado al mundo y a las gen-
tes quebradas las cabezas, desdeaban la tierra y aniquilaban a
los antiguos residentes.
Lleva Dorantes con pedantesca minuciosidad una extraa
contabilidad por partida doble. De un lado se alinean los bue-
nos, las que tienen derecho a gozar de las delicias de la tesorera
real, y del otro, los malos, los torvos y bajos sujetos a los cuales
el virrey debe condenar a la proscripcin y a la miseria. Entre
los condenados bastardos, advenedizos y pobladores acomo-
daticios, Dorantes reserva el ltimo crculo de su infierno
burocrtico a los hijos de los conquistadores, privados de rboles
genealgicos satisfactorios. En su desahogo final late el odio y
el desprecio que en la Edad Media el noble seor feudal arrin-
conado y pobre experimentaba hacia los burgueses dueos de la
riqueza ciudadana. El criollo que deba vivir cogido a la chupa
de los virreyes, desempeando cargos modestos en regiones in-
salubres, tiene que sufrir la ignominia de andar "entre los pies
de los caballos" de los encumbrados plebeyos. Su venganza con-
siste en alardear de nobleza y en echarles en cara a esos piojos
resucitados su origen oprobioso.

Doy infinitas gracias escribe, lleno de rabia que despus de


tantas gracias y mercedes usadas por mi padre, lo hizo en su natura-
leza de lo ms noble, y no pas a las Indias con oficio de bajeza, sino
276 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

de capitn de infantera de Su Majestad; y no sirvi a nadie, ni vino


allegado ni arrimado a hombre nacido.

En cambio, quines son los que ms lucen y se destacan


en la Nueva Espaa? De uno, su padre fue lacayo "an des-
pus de ganada la tierra", y del otro, herrero. Son "hijos de sas-
tres, de carpinteros, de zapateros, de atambores, pfanos, trom-
petas, marineros y grumetes. Hoy comen manjares de prncipes
y han sido sacados del "rescoldo y tizne de las ollas". Su pluma
podra descubrirles los huesos, lo cual les dara bien en qu roer,
mas prefiere dejarles en el tintero agradzcanme que lo callo
y absolverlos a todos debido a los "servicios tan grandes de sus
pasados, de quien vamos haciendo tronco y principio en estas
generaciones".

LA ENCOMIENDA, LA AMADA ENCOMIENDA

Por lo que hace a las mercedes de que el virrey puede dis-


poner, Dorantes es un realista. Posee una informacin suficiente
de la poltica indiana y de los recursos administrativos, para no
incurrir en la necedad de solicitar imposibles. El seor feudal
derrotado, lejos de presentarse al rey en la forma insolente que
lo hicieron los criollos de la segunda mital del xvi, manifiesta,
con las efusiones retricas a l peculiares, su gratitud por la po-
ltica tutelar del monarca.
Segn se desprende de las confusas razones en que Dorantes
envuelve su peticin, era costumbre nombrar corregidores y al-
caldes en pequeos pueblos asignndoles salarios tan reducidos que
"no bastaban a sustentar una gallina". Si estos cargos innece-
sarios fueran suprimidos y slo se dieran en provincias impor-
tantes, con mejores sueldos y por un lapso de tres aos, ate-
nindose al Fuero de Castilla, "los indios se aliviaran algo de
tantos trabajos como les caen a cuestas", pues ahora confiesa
"con solo el resuello los acabamos", el monarca ahorrara di-
nero y el virrey no perdera su tiempo en atender solicitudes
de- inconformes.
En este pasaje de su Relacin aparece como un fervoroso
partidario de Las Casas. Se toma el trabajo de extraer para el
Marqus de Montesclaros, a su modo enrevesado, las veinticua-
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 277

tro proposiciones del dominico, y llega a confiarle que su pre-


cioso libro le ha sido robado y que por recobrarlo diera "no slo
dinero, sino la sangre de mis brazos".
A juzgar por sus encarecimientos, la lectura de las obras del
obispo de Chiapas ha operado el milagro de tocarle el corazn
al encomendero. En l han desaparecido los resabios del antiguo
propietario de esclavos, y queda en su lugar un hombre afli-
gido por crueles remordimientos. "Las Indias escribe como
se ganaron por codicia se perdieron por ella." Tiene la firme
conviccin de que la perpetuidad del repartimiento y el asiento
de la tierra no fueron posibles debido al mal trato que se dio
a los naturales, y cree que uno solo de los argumentos lapidarios
de Las Casas resulta "suficientsimo" para que el monarca nie-
gue las encomiendas a los muchos "tiranos codiciosos" que las
solicitan.
Le tiemblan las carnes de espanto cuando considera la des-
truccin de las Indias. Se ha aniquilado la gloria de Dios, se ha
vuelto odiosa su santa fe, las provincias han quedado desiertas
y miles de indios perecieron sin sacramentos, yndose sus almas
al infierno, por lo que el Seor castigar esos horribles pecados,
y quiz llegue a descretar la destruccin de Espaa.

Y porque nuestra vida dice en el colmo del terror no puede


ser ya larga, invoco por testigos a todas las jerarquas y coros de n-
geles, a todos los santos de la corte del cielo y todos los hombres del
mundo, en especial los que fueren vivos no de aqu a muchos aos,
este testimonio que doy y descargo de mi conciencia que hago.

En medio de sus trenos, de sus profecas agoreras y de sus


lgrimas, Dorantes insiste en sus peticiones. La encomienda es,
ay!, un bien perdido, una fuente extinta, pero no debe olvi-
darse que el virrey dispone de abundantes recursos a fin de pre-
miar a los criollos. Lo que en realidad propone Dorantes es una
versin administrativa del milagro de la multiplicacin de los
panes, como lo prueba el soneto de un desconocido con que ilustra
esta parte de su Relacin:

Con cinco panes Dios la muchedumbre


hart en el monte suficientemente.
278 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

Si el pan es poco, "el dulce padre caro, de mi dichosa patria


condolido", podr, repartindolo con prudencia, hartar al ham-
briento y aun sobrarle. O dicho en jerga burocrtica: el virrey
otorgara a los descendientes de los conquistadores honras, fran-
quicias, exenciones, privilegios, les dara preferencia sobre los
advenedizos, aumentara el tiempo y el salario de los cargos, in-
cluira los tencntazgos entre las alcaldas y los corregimientos, y
por ltimo suprimira la ruinosa costumbre de anunciar las va-
cantes, pues son tan pequeas estas mercedes que no vale la
pena vivirse en las antesalas para obtenerlas. "Y como esto se
haga como lo va haciendo Vuestra Excelencia, el reino se con-
tentar sin instar en repartimientos."
Hierve la sangre del criollo ante su evocacin de las des-
pensas virreinales. El hombre ve descender sobre su raza pros-
crita un copioso man en forma de alcaldas, tenentazgos y co-
rregimientos. Sufre un verdadero xtasis administrativo, una
especie de locura burocrtica, y, en medio de su arrobo, con-
sidera fcil y hasta legtimo colmar la canasta rebosante de
dones que ha creado, con la presea ms valiosa a que aspira todo
criollo que se respeta: la encomienda. El buen abogado se prueba
defendiendo las causas difciles, y aunque l mismo, unas p-
ginas atrs, la conden con argumentos decisivos y aun realiz
una expiacin pblica, pasa a encarecer sus mritos, haciendo
con limpieza la delicada suerte de convertir a Las Casas en un
vehemente apologista de la encomienda mexicana.
"Es cierto principia su contra-alegato que muchos so-
licitan las encomiendas por servicios y por causas justsimas."
A esa clase de pretendientes se les podran asignar los indios
adscritos a la Corona, si no fuera porque las leyes prohiben una
traslacin de dominio semejante. Planteada en estos trminos
la cuestin, Dorantes pasa a destruir el obstculo legal que se
interpone en su camino con un argumento irrefutable. Las le-
yes condenatorias fueron dictadas para evitar las matanzas de
Santo Domingo, y tienen el valor de un mero escarmiento. N o
es el caso en que se encuentra la Nueva Espaa, donde

son tan diferentes los trminos y respectos, en especial en estos


tiempos que no hay indios conservados ni bien tratados, amparados y
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 279

regalados, como los de los encomenderos, que en sus trabajos, y plei-


tos, les son defensa, y en sus necesidades, les son verdaderos padres, y
en sus enfermedades sus mdicos y enfermeros, curndolos a su costa
con medicamentos y regalos.

El santo Obispo, si en vez de haberle tocado la desgracia de


vivir en aquellos das calamitosos, hubiera tenido la fortuna
de presenciar estos dichosos tiempos la edad de oro de los in-
dios encomendados, seguramente habra aconsejado el repar-
timiento en la Nueva Espaa; y su defensa resulta de tal modo
elocuente, que el bribn de Dorantes remata la faena citando
algunas excepciones que Las Casas hizo en favor de Mxico. Con
todo, la desfachatez del cronista va ms adelante, y termina
ofrecindose con cierto disimulo para ir de Procurador de los
encomenderos a la corte un hombre desnudo que tenga labios
y lengua, pues an es tiempo de atajar el mal,

si no acabaremos todos insensibles a nuestro dao como de mal de


San Lzaro y que por contagios y pestes nos puedan echar dcsta Re-
pblica y deste mundo; y plega a Dios que no hedamos ms con los
tiempos, que de los presentes, harto asco traemos con nosotros, que
aun los prncipes y gobernadores se deben enfadar y cansar de esta im-
portunidad tan continua .*.. y no poder cumplir con tantos pobres.

EL HISTORIADOR DE LAS INDIAS

El haber escrito Baltasar Dorantes de Carranza la Sumaria


relacin de 1601 a 1604 no significa que est fuera del marco
del siglo xvi. Su vida discurri principalmente dentro de su m-
bito, perteneci a la primera generacin de mexicanos y su obra
refleja las ideas de su tiempo y el espritu que distingua a los
hijos de los conquistadores o de los primeros pobladores. Sus
coincidencias con Surez de Peralta son numerosas y principian
con la suerte que corrieron sus manuscritos. El de Surez, segn
vimos, lo exhum el seor Zaragoza en 1878 y el de Dorantes
permaneci indito hasta 1904, ao en que decidi publicarlo
nuestro Museo Nacional. Por otro lado, la diferencia que separa
los vulgares nombres de sus padres Juan Surez, Andrs D o -
rantes a secas de los suyos nos habla del proceso aristocrati-
280 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

zante desarrollado en el trmino de una generacin. La radica-


cin de Surez en Espaa, hecho que contribuye a debilitar su
sentimiento americano, determina que Dorantes, sin perder sus
deas de encomendero, viera con una mayor simpata a los in-
dios. Para l "eran grandes labradores y cultivadores de la tie-
rra . . . " "De su naturaleza aade inspirndose en Aristte-
les son pacficos y no deseosos de lo ajeno, ni de hacer mal a
otro" y en las obras de sus manos ponen dulzura y delectacin
"porque naturalmente ama el hombre lo que por s hace".
Su visin de lo histrico es muy semejante. Dorantes adorn
su crnica con los asuntos ms diversos. "Voy tropellando todo
esto escribe por no hacer aqu histria con slo haber en-
tremetido este rasguo para aliviar a Vuestra Excelencia el can-
sancio de tantos nombres." Tuvo el propsito de ceirse a las
cosas de la Nueva Espaa, pero un asunto lo llevaba a otro, y el
manuscrito, a pesar suyo, creci de modo que el mismo autor tan
despreocupado habitualmente se dio cuenta de haberse sobre-
pasado en exceso.
A m me aconteci en este cuadernito un cuadcrnito de ms
de trescientas pginas, cristiansimo seor, lo que a los convidados
en un gran banquete: que aunque llevan muy propuesto de no comer
ms de lo necesario, la golosina les hace picar de todos los manjares.

Al igual que Surez, se pens en la obligacin de tratar una


serie de temas, que, como el del origen de los indios, todava
constituyen enigmas indescifrables. Sus citas y sus alusiones
oportunas o inoportunas de Plinio, Didoro, Platn y Arist-
teles llama a Huitzilopochtli el Jpiter o el Marte de los az-
tecas acusan la preocupacin humanstica de su tiempo, en
l oscurecida y vacilante. A la vez cree firmemente en el
diablo y su mundo se halla regido por la conviccin desolada
de un Dios todopoderoso cuyos juicios son inexcrutables. El
celebre episodio de la destruccin de Guatemala, que alcanza re-
percusiones visibles en el xvm, no vacila en atribuirlo mo-
derna visin de Sodoma a "obra del demonio que Dios auto-
riz para castigar los pecados de los hombres" y estaba conven-
cido de que la extincin de los indios se deba a un decreto
divino, ya que todos los medios puestos en prctica a fin de
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 281

aumentar su nmero haban fracasado "como lo vemos por la


experiencia".
Su propensin a lo anecdtico, su tendencia a tomar como
artculos de fe las deliciosas fbulas que corran sobre las Indias,
determina que sus "rasguos", escritos con la intencin de llenar
los ocios del virrey, guarden semejanza con las divagaciones de
Surez. Refirindose a los efectos curativos de las "temperan-
tsimas y salubrrimas" islas Lucayas, cuenta este sucedido. Un
vecino de Santo Domingo llamado Francisco Monasterio que, a
causa de la hidropesa, ostentaba una barriga de mujer preada y
la cara amarilla como unas gualdas, vivi en las Lucayas cuatro o
cinco meses y volvise "tan sano y tan cenceo" igual que si
nunca "mal hubiera tenido".
De los pjaros, la porcin ms entraable de la naturaleza
americana Surez dedic un captulo del Tratado a referir las
gracias de un halcn propiedad de su hermano, refiere anc-
dotas que andaban en boca del pueblo. Menciona al zenzon-
tle, el pjaro maravilloso de cuatrocientas lenguas, al lozano y
diminuto cuitlacochi y a otros asombrosos ejemplares que Cla-
vijero oyera cantar en su destierro italiano. Doa Juana Patino
de Vargas, esposa de don Cristbal Sotelo Valderrama dice a
propsito del cuitlacoclji, cierto da funesto, sufri un desmayo
y el pjaro educado por ella tambin perdi el sentido. Al da
siguiente la seora tuvo un nuevo soponcio y esta vez la sensible
avecilla no slo se desmay sino que muri luego del sentimiento
causado por el mal de su duea.
La historia del manat, copiada de Gomara, aquella sirena
de los cetceos cuyos lances ha referido Jos Durand, introduce
en la Relacin un sabor de cuento medieval y de suceso moderno
a lo Mr. Peabody and the Marmaid, con la diferencia de que
esos elementos hoy caen bajo la jurisdiccin de los psiquiatras
mientras en el xvi constituan el patrimonio imaginativo de to-
dos los hombres.
Hablando de las indias dice que son "muy fecundas y pa-
ridoras", lo cual acredita Dorantes a una complicada regla de
filosofa platnica. De tarde en tarde la garrulera de su prosa
se adorna con una hermosa imagen. Las mujeres, observadas
por l de cerca en sus das de encomendero,
282 LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA

cuando van al ro por agua escribe en la Relacin se podan pin-


tar cmo fingen a la Caridad, llevando dos o tres hijos delante, y
uno o dos en los brazos, y otro en el vientre que apenas tiene lugar
la madre de asir el cntaro o vasija en la mano, llevndolo encima
de la cabeza.

Su elogio de las flores, de la caza y de algunas plantas, sus


hbitos de observador los "aztecas vivieron por necesidad en
el agua como aves marinas" acusan una sensibilidad ante la
naturaleza americana que siempre desvirtan su pedantera y
su hinchada retrica.
Dorantes, nada ajeno a las.motivaciones de su tiempo, es-
tuvo en relaciones estrechas con escritores contemporneos. A
su costumbre de interpolar versos de poetas conocidos suyos
debemos que se hayan salvado del olvido todos los fragmentos
del poema de Francisco de Terrazas titulado Nuevo mundo y
Conquista y algunos fragmentos de Salvador de Cuenca, Jos
de Arrzola y Alonso Prez, con otros annimos que han sido
muy tiles a los historiadores de la literatura nacional. La in-
fluencia de Rosas de Oquendo, a quien utiliza con frecuencia,
es evidente en su Relacin. Sus denuestos contra los advenedizos
y los plebeyos enriquecidos, el sombro cuadro que traza de la
sociedad colonial quien vive en las Indias, pondera, "ms
cursa que en Salamanca y en Alcal y ms si es para una trampa
y con qu entretener un pleito, como para siempre se hallarn
hartos instrumentos con que los enreden" parecen tomados
literalmente del satrico espaol. La grave falta "de marcar una
inflexible lnea de demarcacin entre los conquistadores y los
pobladores y los advenedizos llegados con posterioridad" de que
Iglesia acus a Dorantes no es, por lo tanto, un pecado privativo
del criollo. El espaol forj el arma crtica y el criollo se apro-
vech de ella porque los sentimientos del espaol eran los del
indiano, y lo que pareca contrario a los nacidos en Mxico re-
sult a la postre favorable a sus intereses.
En sntesis, tales son las ideas que animan a Dorantes de
Carranza, el criollo que sali a la defensa de los suyos con la
pluma en la mano. Es desalentadora la idea que se haba for-
mado de su mundo y de su casta. Especie de caballero armado
LOS CRIOLLOS EN EL ESPEJO DE SU PROSA 283

de la burocracia militante, cree que la salvacin de los suyos


consiste en un regado parejo de mercedes reales. Su horizonte
est limitado al palacio, considerado como una verdadera pa-
nacea de las necesidades pblicas. Su razn de ser la apoya en
el abolengo, y en l basa su derecho a prevalecer sobre los dems.
Del conquistador le queda la tendencia al botn. N o posee otra
idea acerca de los bienes a que poda aspirarse en su patria. Sabe
advertir una verdad: su clase es una clase de apestados y prev
que con el tiempo su descomposicin llegara a ser intolerable.
Su profeca habra de cumplirse al pie de la letra.
XIII: LA POESA Y EL HOMBRE COLONIAL

Vayan muy enhoramala,


bsquenlo por codas panes
y trabajen en las Indias
como en Castilla sus padres.'
ROSAS DE OQUENPO.

P O R LTIMA vez nuestra ventana se abre al fresco follaje del pa-


raso indiano que ilumina el sol amarillo de las postrimeras del
siglo. Estamos en la hora de la expiacin. El ngel vengador,
encarnado en la figura del virrey, ha cambiado su resplande-
ciente espada de fuego por un descomunal manojo de ordenan-
zas reales y con l pretende desahuciar al inquilino de la morada
que ocupa sin el permiso de los dioses. El criollo que ahora se
enfrenta al virrey no es el criollo rebelde a la manera de los
vila, ni el genealogista a lo Dorantes de Carranza, ni mucho
menos el caballero picaro a lo Surez de Peralta. Este criollo
es un poeta. Tambin defiende su patrimonio con la pluma en
la mano, slo que en lugar de escribir memoriales o ambiciosas
y frustradas historias, a la ley opondr el ejercicio de la pica y
284} '
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 28$

contra las estocadas de los abogados reales se defender con el


escudo de la octava invencible.
Nunca se ha presenciado un duelo de mayor duracin ni
menos sangriento. Se prolong de mediados del siglo xvi a fines
del xviii y se libr en un espacio que comprende de Nuevo M-
xico a las regiones australes de Chile. La tinta corri a mares.
Un solo criollo, Saavedra Guzmn, que se bautiz a s mismo
con el nombre del Peregrino indiano, concluy en dos meses de
travesa martima, "con balanceos de nao", un poema integrado
por 2,036 octavas que hacen un total de 16,288 versos.
Qu imagen ofrece el criollo en el xvi! Lo envuelve una
tnica de metforas y de la boca le nace el arbolillo sonoro de
la octava. En sus odos suena un metrnomo ajustado al tiempo
de ocho, anda a saltos de ocho pasos, entre ripios y pies forza-
dos, y naufraga en un mar de retrica cuyas olas vienen en
sucesivos endecaslabos de ocho en fondo hasta perderse de vista.
Nunca se ha pagado una expiacin que tome semejante for-
ma. Miles de pliegos sobre los que brilla la marmaja, cantos y
poemas formados por los batallones infinitos de estas hormigas
retricas, salen de las mangas de los jubones criollos oscurecien-
do el horizonte de la Nueva Espaa. Tienen las golas hechas de
papelillos atestados de endecaslabos, y si alguna vez se cumpli
con rigor la dantesca sentencia colombiana del "si me lees te
leo", fue sin duda a lo largo de ese siglo en que hombres y ca-
ballos galopaban al comps de la somnolienta octava.
Al parecer, los criollos tenan la obligacin de referirse al
tema del Nuevo Mundo y su conquista, cuya vigencia se man-
tuvo sin decaer durante el xvi. Los humanistas europeos fueron
los primeros en dejarse arrastrar por su novedad. "El Bembo se
las arregla para insertar un captulo del Nuevo Mundo en su li-
bro sobre Vencia"; 2 para Mrtir de Anglera, el ensanche inespe-
rado de su universo es "reminiscencias de la hesidica Edad de
Oro, isla de Mujeres Amazonas, galera de heronas a lo Tito Li-
vio, Coln en actitud de estatua romana". 3 El tema da para to-
dos. Gomara, un autor en busca de asuntos, encuentra su perso-
naje en Hernn Corts. A los telogos la Conquista les plantea
un delicado problema moral y a los jurisconsultos la oportuni-
dad de renovar el derecho. La historiografa frailes aficionados
286 LA POESIA V Et HOMBRE COLONIAL

y cronistas ms o menos oficiales "se sacude con desperezo


ante el espectculo de sociedades extravagantes, se acerca curiosa
a las multitudes, y saca a flor de tierra ese subsuelo que se llama
etnografa",* y Toms Moro, sobre un relato de Amrico Ves-
pucio, edifica, con el sueo de la igualdad humana, la resplande-
ciente ciudad de Utopa.
Temprano, la motivacn principia a inquietar a los de casa.
La parcialidad de Gomara da origen a la Conquista de la Nueva
Espaa de Bernal Daz, en la que un profesional de la historia
ha visto "una desmesurada relacin de mritos y servicios".5
Bernal se ha lanzado a la bsqueda del tiempo perdido ardiendo
en ira. Gomara escribe de odas. A Gomara lo engaaron. El
gabinete no es buen observatorio para juzgar batallas donde la
muerte se revesta con la mscara sagrada de Huitzilopochtli,
el devorador de corazones enemigos. Y Bernal recoge cabos suel-
tos y pone los puntos sobre las es. Corts razona no es el
Deus ex Machina de la Conquista, pues sta slo pudo realizarse
con el hombre, la enfermedad, los trabajos y la muerte de sus
soldados. l gan un marquesado y riquezas sin cuento "fue
el que mejor supo hacer su fato", escribira Dorantes y cul
es la recompensa que han alcanzado los annimos seguidores del
conquistador? Desdn y miseria. Ah est l mismo, el sobre-
viviente de naufragios y combates gloriosos, el campen de la fe
que venci a millares de indios ensanchando las fronteras de la
Cristiandad, el fiel servidor del rey ingrato, reducido a la po-
breza, enfermo y olvidado, mientras una muchedumbre de ad-
venedizos cobra sin fatigas el precio de su sangre.
Cuando la muerte hizo rodar la pluma encantadora de Ber-
nal el primero de los conquistadores cronistas y el ltimo en
registrar sus propias hazaas, los hijos de sus antiguos com-
paeros de armas la recogen del suelo y continan el relato de
la epopeya. Ocurre entonces un fenmeno bien extrao. La
prosa del veterano se convierte en octava real; la evocacin llena
de vida, en un juego retrico. Una preocupacin une sin em-
bargo al transmisor de la herencia con el inesperado heredero;
el afn de recompensas, el relato de mritos y servicios, con la
diferencia de que el hombre de accin reclamaba el premio de-
bido a su esfuerzo, en tanto que el criollo implora mercedes por
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 287

una sangre que nunca derram. El hijo del conquistador se


acostumbra desde el principio a vivir de su antepasado, de hechos
ajenos, y a esperarlo todo de fuera.

Las historias y epopeyas de la Conquista escribe nuestro Alfonso


Reyes escondan una finalidad prctica que era el cobrar servicios.
Del afn de exagerar la deuda ya se burlaba Oquendo a propsito de
sus mentidas hazaas en un pueblo de Tucumn. Nos dicen que de
este vicio no se libr nadie o casi nadie.6

Apenas existe criollo que no guarde en el cajn de su mesa


un rimero de versos destinados a loar las gestas de los conquis-
tadores. La redaccin del poema dura tanto como la vida y fre-
uentemente no llegaba a terminarse, de acuerdo con la ob-
servacin del curioso Dorantes: "Los que escriben poemas de
la Conquista van tan despacio afirma, que primero lo con-
sume y acaba el tiempo todo, que lleguen a darnos de sus inge-
nios ms que una gran voluntad y buenos deseos con que todo
duerme y est cubierto". 7

EL PRIMER POETA MEXICANO

A pesar de que se vio complicado en un proceso inquisitorial


y en uno de los ms ruidosos juicios de la Colonia, los datos que
nos han llegado de Francisco de Terrazas, el primer poeta na-
cido en Mxico, no logran armar su figura. Su padre, el con-
quistador del mismo nombre, sigui en las Indias la carrera
clsica de todo soldado de fortuna: fue mayordomo de Corts,
encomendero prspero y alcalde mayor de la ciudad. La madre,
doa Ana Osorio, era hija de Mari Lpez de Obregn, prototipo
de la matrona indiana. Muerta a los noventa aos de edad, sus
setenta hijos, nietos y bisnietos, vestidos de "loba, capuz y toca
negra", el da de los funerales llenaban la iglesia, cinco nietos
oficiaron y uno tuvo a su cargo el sermn.9 Por el lado de su
notable familia materna era el poeta "primo hermano de Bal-
tasar de Obregn, autor de la Historia de los descubrimientos
antiguos y modernos de la Nueva Espaa".'3
De Francisco de Terrazas, que fue el mayor de tres herma-
nos, se ignora la fecha del nacimiento, y la de la muerte, ocu-
288 LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

rrida antes de 1604 por as afirmarlo en su Relacin Baltasar


Dorantes de Carranza.
En 1563, el escritor teatral Fernn Gonzlez de Eslava le
dirigi "rasgo tpicamente medieval" J0 una Pregunta acer-
ca de la Validez de la ley de Moiss, a que respondi Terrazas
con cuatro dcimas. Eslava replic y la correspondencia teol-
gica vino a enriquecerse con seis nuevas dcimas en las que nues-
tro criollo reafirm su opinin de que

Fue la ley de la Escritura


en su tiempo instituida,
porque fuese corregida
con ella la de Natura
que estaba ya corrompida,
mas fue tiempo limitado
hasta que en lo figurado
la figura se cumpliese
y el hijo de Dios muriese
pagando nuestro pecado.11

El haber participado en la encuesta el poeta toledano Juan


Bautista Cervera, quien hizo pasar las dcimas de Terrazas como
suyas entre "gentes idiotas", motiv que la Inquisicin intervi-
niera acusando al toledano de judaizante.
Once aos despus, Terrazas se vio nuevamente mezclado
de manera incidental a una disputa famosa librada entre el Vi-
rrey don Martn Enrqucz de Almanza y el arzobispo inquisi-
dor don Pedro Moya de Contreras. La vieja pugna del poder
civil y del poder eclesistico manifiesta desde la poca tormen-
tosa de fray Juan de Zumrraga, y que habra de ser uno de los
rasgos peculiares de la Colonia, encarnaba esta vez en dos ad-
versarios igualmente fuertes y celosos de sus prerrogativas. En-
rquez, cumpliendo instrucciones de Felipe II, prohibi a los
religiosos adquirir nuevas propiedades y simultneamente decre-
t una elevacin de alcabalas, medidas peligrosas que afectaban
por igual al pueblo y a la Iglesia. Moya, segn era costumbre,
se quej amargamente y el Virrey fue amonestado sin razn al-
guna por el Consejo de Indias, lo cual exacerb la tradicional
rivalidad."
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 289

En 1574 los esfuerzos de Moya por implantar el Santo Oficio


le valieron el nombramiento de arzobispo. Grandes ceremonias
se organizaron para celebrar su consagracin. El 8 de diciembre
se represent en el interior de la catedral, junto con un entre-
ms que aluda a un barbn, el Desposorio espiritual entre el
Pastor Pedro y la Iglesia mexicana, "comedia pastoril de carc-
ter simblico", escrita por el criollo Juan Prez Ramrez, a
quien corresponde el ttulo de ser el primer autor teatral me-
xicano. Desgraciadamente, como en el caso de Terrazas, los
datos que sobre l poseemos son bien reducidos y pueden quedar
resumidos en la breve informacin enviada por Moya a Feli-
pe II en 1575: "Joan Prez Ramrez, natural de Mxico, de
treynta aos, hijo de conquistador, lengua mexicana, a oydo c-
nones, entiende bien latn y es hombre de buena habilidad y
buen poeta en romance, vive bien y honestamente". 13
Aparte de la Iglesia y del Arzobispado, figuran en el Despo-
sorio "el Amor Divino" en papel de cura que efecta el enla-
c e . . . , un coro de cantores y el "bobo" del teatro clsico espaol,
que aqu, como en las sucesivas obras mexicanas, interviene en
muy parca forma". 14 Alfonso Reyes con toda su buena volun-
tad hacia la "pulcra versificacin" de Ramrez se ve forzado
a concluir que "el drama no suelta an sus andaderas y queda
medio embarrado en el papel". 16
El 11 de diciembre, siguindose las fiestas, se represent un
Coloquio en la consagracin del Dr. D. Pedro Moya de Con-
treras, obra de Fernn Gonzlez de Eslava, esta vez en la com-
paa de / Alcabalero, "conocida obra del ciclo de Lope de
Rueda". 19 El nuevo entrems, a cargo de un gracioso mulato
cuya actuacin provoc las risas y los aplausos del auditorio, 17
colm la paciencia del Virrey. La alusin al barbn del pri-
mero, y la stira contra las alcabalas del segundo, determin
que ordenara suspender las representaciones y escribiera iracun-
do al Consejo de Indias: "Todos los dems entremeses le per-
donara, mas ste no me hizo buen estmago, aunque ninguno
aprobara, que no es farsa una consagracin y tomar el p a l i o . . . " 18
Poco despus revivironse los desahogos annimos de los
tiempos de Hernn Corts y apareci clavado a la puerta de
la catedral un pasqun en que se haca burla del Virrey y de las
19
290 LA POESIA Y EL HOMDRE COLONIAL

alcabalas. Enrquez encarcel a Eslava y a Terrazas, y Moya de


Contreras, acobardado, se disculp alegando que el censor de la
Inquisicin, fray Domingo de Salazar, haba dado su aproba-
cin a las obras. Terrazas fue puesto en libertad, pero Eslava
estuvo once das en la crcel y el lo dio fin con haberse limi-
tado el Consejo de Indias a tirarles las orejas al susceptible virrey
y al soberbio arzobispo.
Terrazas vivi en una poca dominada por la influencia de
la poesa italiana. Entre el vigoroso realismo y el sentido humano
"demasiado" humano, lo calific Menndez y Pelayo de
la Tragicomedia de Calixto y Melibea y el blando lirismo de su
amigo el desventurado Gutierre de Cetina, los sonetos de Terra-
zas gravitan complacidos en esta segunda rbita del sistema pe-
trarquista. Recordaba Scmpronio: "Las mujeres y el vino hacen
a los hombres renegar". En Mxico esta sentencia hubiera pare-
cido una falta de cortesa imperdonable, una cruda blasfemia
que debera ser rechazada pudorosamente. El poeta "ferido de
amor" se dola del engao de las mujeres, de su desamor y de su
olvido, de su desdn, ingratitud e inconstancia, pero en modo
alguno sentase con nimos de mencionar su lujuria y suciedad,
su dcslenguamiento, su desvergenza y su alcahuetera que a
cada paso les echa en cara el atrevido Fernando de Rojas. Los
poetas novohispanos no reniegan, se conforman con lamentarse.
Eran incapaces, al menos cuando escriban, de comprar los ser-
vicios de los trotaconventos y se limitaban a pintar su dolor y
a llorar los desdenes de la ingrata.
Dentro de la tnica que marca la lrica del Renacimiento,
la poesa de Terrazas se mueve con libertad. Su soneto IV le
vali, tres siglos despus de escrito, que no quisieran reprodu-
cirlo Icazbalceta por encontrarlo "sobradamente libre" y Me-
nndez y Pelayo a causa de parecerle "un tanto deshonesto".
Las dos autoridades mximas del siglo xix se pusieron de acuerdo
en vetar el poema en que Terrazas glorifica las annimas pier-
nas de una dama, reprobacin que no han merecido luego los
versos de Manuel M. Flores o de Efrn Rebolledo, quienes die-
ron el triste espectculo de ser hombres consumidos por un
erotismo que bien pudieran emplear en la intimidad de las alco-
bas sin gastarlo en pblicos derroches de sospechosa retrica.
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 291

Deca Terrazas en su censurado soneto:

Ay basas de marfil, vivo edificio


obrado del artfice del cielo,
columnas de alabastro que en el suelo
nos dais del bien supremo claro indicio!

Hermosos capiteles y artificio


del arco que aun de m me pone celo!
Altar donde el tirano dios mozuelo
hiciera de s mismo sacrificio!

Ay puerta de la gloria de Cupido


y guarda de la flor ms estimada
de cuantas en el mundo son y han sido!

Sepamos hasta cundo estis cerrada


y el cristalino celo es defendido
a quien jams gust fruta vedada.

El soneto revela haber sido escrito por un hombre nada pro-


penso a tomar con violencia la fruta del cercado ajeno, discre-
cin potica de la que ciertamente no ofrecen ejemplos nume-
rosos sus modelos europeos, y esta diferencia revela, en el mismo
arranque de la poesa mexicana, la contencin y timidez que
habran de contar entre sus rasgos ms fieles y caractersticos.
Con los nueve sonetos renacentistas de Francisco de Terra-
zas se inicia la literatura mexicana. Resulta curioso que sean
tres de esos sonetos, y la decena que tambin con temas de des-
engao amoroso escribiera en el xvii sor Juana Ins de la Cruz,
las nicas obras del perodo virreinal que sobrevivan a un nau-
fragio casi total de octavas reales, letrillas, epstolas y oscuros
poemas barrocos.

U N PICO SIN PICA

La fina sensibilidad que muestra Francisco de Terrazas en sus


sonetos desaparece no bien empua la trompeta guerrera trans-
formndose en un soleme declamador hiperblico. De esta ma-
nera inicia su poema inconcluso Nuevo Mundo y Conquista:
292 LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

No de Corts los milagrosos hechos.


No las victorias inauditas canto
de aquellos bravos e invencibles pechos
cuyo valor al mundo pone espanto.
Ni aquellos pocos hombres ni peltrechos
que ensalzaron su fama y gloria tanto,
que del un polo al otro en todo el mundo
renombre han alcanzado sin segundo.

El autor de un poema pico al que se ha dado la gloria de


presidir el vasto ciclo cortesiano no es, aunque resulte un con-
trasentido afirmarlo, un poeta pico. En los fragmentos con-
servados por Dorantes no figura la parte de la Conquista, que
debera ser el ncleo del poema, y lo pico slo asoma tmida-
mente en el episodio incidental de Francisco de Mora lanzn-
dose al mar para recobrar el timn perdido. Su temperamento
lo lleva a tratar asuntos de carcter lrico, como el rapto de la
india Quetzal y la desesperacin de su amante Huitzel, el res-
cate del lloroso Jernimo de Aguilar, o los persuasivos y dema-
siado retricos discursos que sobre materia religiosa endereza
Corts a los indios de Yucatn.
Su manera de ver la historia es la misma en esencia de la de
Surez o Dorantes. l tambin enfrenta la abultada e inquie-
tante contradiccin que plantea la naturaleza divina de la Con-
quista y sus crueles e injustos procedimientos. Al igual que
Dorantes, condena la esclavitud y llega a poner en boca de un
indio el siguiente juicio acerca de la conducta seguida en las
guerras por los conquistadores:
Callo su preguntar y su malicia,
su gran soberbia, su mandar airado,
su mucha crueldad, poca justicia
y aquel desprecio del haber robado.

Esta condenacin, segn hemos visto en Dorantes, no le im-


pide pensar que Corts haya sido un instrumento de Dios:
Escoge a Corts, Dios por instrumento
para librar su pueblo del profundo,
que lleve al prometido salvamento
no slo un pueblo, todo un Nuevo Mundo.
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 295

La tendencia de Francisco de Tarrazas al lirismo dialctico


le hace cobrar una mayor soltura en aquellos pasajes donde la
razn trata de esclarecer los inexcrutables designios de la pro-
videncia:
Mi Dios, al juicio humano qu apartadas
van las secretas sendas que caminas . . .

y cuando van las cosas dedicadas


a ti y por ti, cuan bien las encaminas.

Secretos son, Seor, que no alcanzamos,


conceptos tuyos son que no entendemos,
trazas y ocultas vas que ignoramos,
estilos son que no comprchendemos.

Es sintomtico que Terrazas eludiera el tema de la guerra


y en cambio dedicara el fragmento ms largo de su trunco poe-
ma a defender el patrimonio de los desventurados hijos de los
conquistadores. Su visin del mundo colonial y su afn de re-
compensas son de tal modo semejantes a los del autor de la Re-
lacin, que es difcil precisar a quien corresponden la idea y la
mdula del alegato.
De acuerdo con Terrazas, los guerreros paganos de la anti-
gedad recibieron, en premio de sus victorias, ricas ciudades,
villas y lugares, y "slo al triste Mxico ha faltado"

lo que a nadie en el mundo le es negado,


llorosa Nueva Espaa, que deshecha
te vas en llanto y duelo consumiendo,

que el ser tan estimada no aprovecha


del gran Filipo para no ir cayendo
de tiempo en tiempo siempre en ms tristeza,
en ms miseria, hambres y pobreza.

Tal es la imagen que el criollo se ha formado de la tierra


en que vive. Una estrella del mal agero preside su cielo; el
dolor, la adversidad y el desamparo componen su ambiente. Y
en medio de esta desolacin, de este mundo poblado de trgicas
2'A LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

ruinas, resplandece la conciencia de sentirse un cuerpo muerto,


un ser maldito culpable de los males que afligen a la patria.
Las octavas donde Terrazas pinta la desesperacin que in-
vade al hombre colonial estn impregnadas de un vivo senti-
miento elegiaco:
Juegue la Parca la guadaa airada,
remtese con muerte tanta pena,
quede de propios hijos descargada
y de extraas naciones harta y llena;
si por ser tu tiniebla as alumbrada,
convertida ya en luz clara y serena,
con muerte pagas, muerte es la que pido,
si muerte ha de ser fin de lo servido.

Madrastra nos has sido rigurosa,


y dulce madre pa a los extraos,
con ellos de tus bienes generosa,
con nosotros repartes de tus daos.
Ingrata Patria, adis, vive dichosa
con hijos adoptivos largos aos,
que con tu disfavor fiero, importuno,
consumiendo nos vamos uno a uno.

En prosa o en verso, los criollos resuellan por la misma he-


rida. De los mil trescientos espaoles que alumbraron las os-
curas tinieblas de la Nueva Espaa,

. . . cuando con resplandor de claros soles


del poder de Satn te libertaron,
contados nietos, hijos y parientes,
no quedan hoy trescientos descendientes.

Y aun esos trescientos andan en pueblos escondidos, rotos


y pobres,
cual pequeuelos pollos esparcidos,
diezmados del milano y acosados,
sin madres, sin socorro, sin abrigo.

En la ltima parte conocida de su poema, Terrazas, diri-


gindose a la sombra de Corts, pero en realidad encarndose
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 295

directamente con el Virrey, acenta el tono de memorial que


ha logrado disimular con el hbil manejo de la retrica, des-
cubriendo, sin recato, su codicia. Ya que a los conquistadores
concluye no se les han dado los ttulos y estados prome-
tidos, deba conservarse la perpetuidad de la encomienda,
y no que ya los ms han fenecido
y los hijos de hambre perecido.

N o cierra el poema esta llorosa lamentacin. El criollo, al


final, parece resignarse. Si se le niega la justicia terrenal, Dios
sabr otorgrsela eternamente, aunque no est claro si esta eter-
nidad est referida a la encomienda o a la dicha celestial que sin
duda aguarda a los hijos de los hroes, en premio de sus muchas
desventuras.
Terrazas, el joven abuelo que inicia nuestra poesa, es como
tantas figuras del xvi una sombra melanclica, un poco de
polvo enamorado. Muri en plena juventud, rodeado de una
pequea fama. Sus versos, que nunca merecieron los honores de
la imprenta, permanecieron ocultos en compilaciones manuscri-
tas o en procesos inquisitoriales de donde la crtica los exhum
a los tres siglos de haber sido escritos. Diversas calidades dis-
tinguen su obra. N o slo hizo versos en espaol, sino en italia-
no, y en latn, la lengua de la cultura de su tiempo. Su conoci-
miento de los idiomas, su disciplina literaria, la maestra con
que maneja las formas, su discrecin y su buen gusto, constitu-
yen sus rasgos esenciales, asimismo comunes a una corriente que
prolongndose a travs de la Colonia y del siglo xix, llegar viva
a nuestros das.
Al fin de cuentas, lo que nos queda de l se distingue por su
falta de originalidad. Su 'Nuevo Mundo y Conquista, escrito
con evidente desgana, carece de emocin autntica y est ins-
pirado en La Araucana de Ercilla. N o vivi la Conquista, la
guerra es ajena a su modo de ser y slo la siente en lo que tiene
de genealoga para apoyar los derechos de su casta. La trompe-
tera guerrera le va mal a la intimidad psicolgica de un hombre
que detesta lo extremoso y siente un manifiesto horror a toda la
guardarropa tradicional de la gloria. El hecho de que el poema,
imitacin deslavada de Ercilla, quedara incompleto acenta la
296 LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

frustracin del lloroso y delicado criollo metido a cantor de aje-


nas hazaas.
Fino y pequeo poeta la elegancia y la ponderacin son
sus lmites, su mejor soneto, "Dejad las hebras de oro ensor-
tijas", es una imitacin otros la llaman parfrasis del c-
lebre de Camoens: "Tornai essa brancura alva assucena". En
ese soneto, al igual que en otros suyos de influencia petrarquis-
ta, se acusa ya ese "tono menor", ese "sentimiento crepuscular",
que los crticos juzgarn ms tarde distintivo de la literatura
mexicana. Para hablar de nuestra carencia de originalidad y de
fuerza, en suma de nuestra moribundez, se ha recurrido a esos
horribles lugares comunes que aceptamos complacidos. Terra-
zas, el primer poeta de una tierra nueva, ya est marcado con
el estigma del blando lirismo, de la decadencia sin ambages, por-
que es un hombre que escribe de prestado, que trata de hacer
suyos sentimientos que le son ajenos y que trabaja para un re-
ducido grupo de iniciados en la ciencia hermtica de la poesa
petrarquista. En una pequea ciudad cercada de indios, escribe
de amor "a la manera itlica", como despus sus descendientes
fingirn arcadias y pastoras con nombres griegos en nuestro pai-
saje volcnico, se dejarn arrastrar por el romanticismo y em-
puarn la pistola ante el Werther, se creern poetas malditos
y morirn hinchados de ajenjo, harn poesa de la inteligencia
o poesa onrica y seguirn enviando sus bien cuidadas pla-
quettes al grupo de iniciados que practica el arte de la par-
frasis realizada "en tono menor". Y no se trata, entindase
bien, de condenar un servilismo artstico en nombre de un na-
cionalismo. El aire del mundo circula hoy libremente por nues-
tra patria y ha desaparecido el vaco de campana neumtica pro-
ducido por la intolerancia y el aislamiento de la Colonia, en el
que se asfixiaron los escritores mejor dotados.
Mxico no ha producido nicamente hombres atentos al
acontecer del mundo, ni poetas dignos y discretos. Con nume-
rosos y excepcionales artistas, hace tiempo, una corriente nutrida
de lo nuestro se desliza vigorosa. Hay mucho pintoresquismo,
muchos elementos impuros y desgraciados en ella, porque no la
clarifica ni la ordena la disciplina del arte. Una sntesis de las
dos corrientes podra ser una de las soluciones a esta urgencia
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 297

de expresin, de toma de conciencia, que se ha planteado de


manera angustiosa el hispanoamericano, pero las recetas gene-
ralmente resultan ineficaces. Sera cuestin de modificar el me-
dio que condiciona estas peculiaridades. El escritor est cogido
entre mundos antagnicos; es una vctima de la desorganizacin
social y de las corrientes enemigas que se combaten en su pecho,
sin que haya podido hacerlas suyas, que sera la nica forma de
conciliarias.
En el siglo xvi, el criollo, un producto nuevo de una sociedad
sui generis, aparece formado. Dentro de un mundo pacfico tie-
ne la cabeza llena de deas caballerescas, sus prejuicios de sangre
y de nobleza estn en lucha con la constitucin ntima de su
sociedad, escribe poemas picos destinados a cantar guerras que
slo conoce de odas y sonetos petrarquistas cuya motivacin no
se ha gestado en su mundo. As, pues, su trabajo creador se
presenta como una ficcin monstruosa, ya que no obedece a las
exigencias de su propio medio vital. Si todo se le da hecho y
resuelto de antemano y carece por un lado de libertad de pensa-
miento y por otro se le cierran las puertas a la accin trascen-
dente, es natural que se derrumbe en un verbalismo vaco de
sentido. Se le dej la palabra que ejerce tan profunda seduc-
cin en su espritu y con la palabra levantar esos huecos edi-
ficios, verdaderas tumbas donde el verbo se pudre en horribles
retorcimientos barrocos.
La poesa en Mxico se ha compuesto de aluviones, de co-
rrientes externas y se ha petrificado en un gran bloque. N o es
necesario ser un especialista en arqueologa literaria para des-
cifrar, uno a uno, los estratos que la componen. Lo que precisa
es machacar todo eso; mezclarlo a la tierra para que reciba la
bendicin del sol y del agua y volver a edificarlo con el rigor
del arte. N o es tarca fcil, pero algn da, cercano o lejano,
tendr que emprenderse.
LA POESA SOCIAL

Las luchas sociales del xvi no slo se reflejan en los poemas


picos del famoso ciclo cortcsiano, sino en una abundante pro-
duccin satrica. La coincidencia que se advierte en los temas
de Oquendo y en los de Surez de Peralta y Dorantes de Ca-
298 LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

rranza nos autoriza a pensar que las deas de los criollos eran
las mismas de los espaoles cuando stos se hallaban privados de
las granjerias coloniales. Unos y otros por igual odian a los adve-
nedizos, desprecian a los indios y a los mestizos y se lamentan de
su incapacidad para enriquecerse valindose del engao y de la
adulacin. Sin embargo, Oquendo, Surez y Dorantes, a quienes
identifica el mismo resentimiento, pertenecen a dos mundos di-
ferentes. Oquendo no puede disimular el orgullo de sentirse un
espaol, un miembro privilegiado del Imperio capaz de rerse
de sus propias instituciones y de criticarlas acerbamente. Los
criollos, en cambio, se expresan siempre como vctimas de un
sistema vejatorio, y si por un lado recurren a la pica con objeto
de asegurar sus derechos a la encomienda, por el otro no vaci-
lan en atacar a la Colonia burlndose de su principal enemigo.
Un clebre soneto annimo del xvi pinta el orgulloso desdn
con que los criollos vean a los advenedizos:
Viene de Espaa por el mar salobre
a nuestro mexicano domicilio
un hombre tosco, sin algn auxilio,
de salud falto y de dinero pobre.
Y- luego que caudal y nimo cobre,
le aplican en su brbaro concilio
otros como el, de Csar y Virgilio
las dos coronas de laurel y robre.
Y el otro, que agujetas y alfileres
venda por las calles, ya es un Conde
en calidad, y en cantidad un Fcar;
y abomina despus el lugar donde
adquiri estimacin, gusto y haberes:
y tiraba la jbega en Sanlcar!

Claro est que no toda la poesa es petrarquista o refleja las
luchas sociales de la poca. Aun los "pocos y mutilados resi-
duos" que nos quedan de la abundancia antigua haba ms
poetas que estircol, afirma un contemporneo revelan el vi-
gor que el xvi imprimi a las manifestaciones de la vida. Cier-
tamente se haba llegado a un gran refinamiento y entre aquella
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 299

"verbalidad parecida a la poesa" entonces de moda, sobresalen


hermosas voces. Crdoba y Bocanegra, que encarn en la Nueva
Espaa el hombre "mltiple" del Renacimiento; Guevara, au-
tor del soneto que principia " N o me mueve mi Dios para que-
rerte", el interesantsimo teatro de Eslava y el lirismo de Te-
rrazas pueden darnos una idea de la densidad cultural propia
del xvi.

EL EXTRANJERO EN SU PATRIA

La frustracin de una rica posibilidad humana parece haber


sido la nota comn a los criollos hijos de la primera generacin.
Una evidente incapacidad para todo gnero de accin trascen-
dente determina su fracaso lo mismo cuando inician la relacin
de una crnica o de un poema pico que cuando organizan una
rebelin o tratan de defender su amenazado patrimonio.
Pocas veces puede la historia ofrecernos dos tipos humanos
tan opuestos como el del conquistador y el del criollo, a los que
separa el trmino de una generacin. El hombre de accin, el
musculoso guerrero capaz de embarcarse en las ms disparatadas
empresas, aquella energa verdaderamente diablica que lo ha-
ca invencible, desaparece en el hijo, y la propia estimacin, la
idea elevada que tena el aventurero de s mismo, se transforma,
al heredarla su vastago, en una estimacin derivada no ya de
un hecho personal, sino de una hazaa ajena, petrificada en la
figura, al parecer nada estimulante, de un rbol genealgico.
En una tierra virgen y abierta a todo esfuerzo creador, el
criollo, u n aristcrata de nuevo cuo, pretenda acaparar los
mayores privilegios sociales y econmicos defendiendo con uas
y dientes el sagrado derecho a no trabajar que para ellos haban
conquistado sus antecesores.

Eran, en suma escribe Garca Icazbalceta, una nube de vagos


con humo de grandes seores, que vean de reojo a los espaoles lle-
gados despus de la Conquista, porque con mejor acuerdo se dedicaban
a trabajar el comercio o en la labor de la tierra. De su industria sa-
caban comodidades que los de alcurnia de conquistador vean con en-
vidia, y la desahogaban con morder despiadadamente a los que llama-
ban advenedizos, aprovechando el lado ridculo de algunos embusteros
300 LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

arrogantes que llegaban contando maravillas de sus riquezas y linajes,


cuando de a legua descubran la burda tela de su baja y estrecha cuna.

La dramtica pugna que libraron el criollo y el espaol no


puede quedar reducida a los trminos de una cmica rivalidad
entre unos perezosos comidos por el despecho y unos hombres
trabajadores aunque inclinados a la fanfarronera. La debilidad
del mexicano ante el espaol y sus graves limitaciones se origi-
naron en el hecho de haber nacido en una colonia, circunstancia
esencial a toda consideracin importante que nos hagamos acer-
ca del carcter y de la peculiaridad del mexicano.
El que un hombre durante el xvi naciera en Espaa o en
una de sus colonias, por ms que los dos se llamaran espaoles,
tuvieran la misma sangre, el mismo idioma y la misma religin,
originaba radicales y complejas diferencias. Uno, para decirlo
brevemente, era el dueo del otro, uno tena el privilegio de
mandar y otro la obligacin de obedecer, uno podia elegir e im-
poner y el otra aceptar la imposicin o rebelarse y perder la
cabeza en un patbulo.
L3 idea sombra que los criollos sin excepciones se haban
formado de su mundo corresponda ceidamente a la naturaleza
nauseabunda de la Colonia. Ellos se sentan cuerpos putrefactos,
cadveres vivos, parte de un osario carnavalesco donde todo se
pudra ruidosa y fatalmente.
La Colonia es el mundo de lo ajeno; la voluntad nacional
para forjarse un destino propio contra las mayores adversidades
no exista en el virreinato. El mexicano, un mexicano sin M-
xico, un mexicano de la Nueva Espaa, alentaba en una tierra
que, debido a ciertos imperativos divinos y polticos, tena su
propietario. El fenmeno de que los conquistadores no hubieran
obtenido recompensas dignas de los grandes servicios prestados
a la Corona y para el que no hallaban una explotacin razonable
amarg sus das hacindolos vivir insatisfechos y resentidos. La
encomienda, la razn de ser del criollo, el fundamento de su
riqueza y de su aspiracin a la preeminencia, nunca fue suya en
derecho. La encomienda la tierra y el trabajo del indio, el
nico botn de las guerras indianas, fue impuesta por Hernn
Corts forzosamente, y desde el principio tropez con la oposi-
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 301

cin de la Corona. Independientemente de que los reyes no


vieran con buenos ojos la consolidacin en las Indias de un nue-
vo y peligroso feudalismo, las experiencias catastrficas de las
Antillas, donde el abuso de las encomiendas aniquil a la po-
blacin indgena, y sobre todo la apasionada defensa de los na-
turales realizada por los primeros misioneros, determinaron que
los reyes mantuvieran su terca oposicin al establecimiento de-
finitivo de la encomienda.
Ya a partir de la conquista, Carlos V "mand a Corts que
no las estableciera en la Nueva Espaa . . . porque Dios cre a los
indios libres y no sujetos"; en 1526 quedaron legalizadas a re-
gaadientes, se restringieron en 30, "poco despus, en 1S36,
consiguieron los encomenderos que se diera la ley de las enco-
miendas por dos vidas, que a algunos an les pareci corta y
pidieron la perpetuidad"." 0 En 42, gracias al tesn de fray Bar-
tolom de las Casas, volvieron a limitarse y se lleg a decretar
la abolicin de la esclavitud, pero en 1546, el Emperador las
implant nuevamente. El ideal de la justicia y de la libertad hu-
mana combata intilmente contra razones de orden prctico.
La encomienda era el nico incentivo de que la Colonia pros-
perara, y no poda extinguirse. Nadie quera vivir en las Indias
privado del trabajo del indio. La oposicin de los encomenderos
a las Nuevas Leyes de 1542 que en el Per le costaron la vida
al Virrey Blasco Nez Vela, y que en Mxico prepararon la
abortada rebelin de 1562, el envo de procuradores ante el rey,
la dispora de conquistadores y pobladores que muchas veces
amenaz con la extincin de las colonias, el que los encomen-
deros tuvieran de su lado a grandes figuras y a las poderosas
rdenes de franciscanos, dominicos y agustinos, determinaron que
las encomiendas se sostuvieran, pero no como un bien perma-
nente sino como el usufructo de un prstamo gracioso del que
podan ser despojados en cualquier momento.
Los resultados de esta "precaria constitucin de la riqueza
pblica" han sido vistos a lo largo de nuestro estudio. La con-
viccin de que nada perteneca al mexicano le fue creando la
conciencia de que viva de prestado. Hasta los criollos, que a
semejanza de los vila y Francisco de Terrazas eran seores de
pueblos, entendan con decepcionada certidumbre que la Nueva
302 LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

Espaa era una madrastra. Tenan una idea cortante, precisa, de


su total subordinacin a las fuerzas rectoras de la Colonia.
La lenta burocratizacin operada a lo largo del xvi termin
por aniquilar el cuadro de valores del hijodalgo. Su dependencia
absoluta del Virrey, de la Inquisicin, del funcionario pblico y
del agiotista hizo del criollo un picaro al estilo del espaol de
la decadencia. El seol feudal, con tal de participar en un tor-
neo, en una cabalgata o en mantener las apariencias del hidalgo,
recurra a los prestamistas. El juego, los saraos, las grandes co-
midas, lo conducan a la ruina sin que l se esforzara por evi-
tarla dedicndose al trabajo. La conviccin de que los bienes en
Amrica se deshacan "como el humo y la sal en el agua" re-
vela la concepcin de un fatalismo ciego y paralizante. Al
criollo empobrecido se le reservaban los puestos inferiores del
escalafn burocrtico. Deba practicar la pretensin y luchar
a brazo partido contra solicitantes ms hbiles, a fin de obtener
los corregimientos y las alcaldas peor retribuidas, los cargos
en las pequeas aldeas o en las regiones insalubres. Su situacin
dentro del clero o de las rdenes monsticas no les ofreca ma-
yores perspectivas. En el xvi, con motivo de las elecciones de
prelados, frailes criollos y frailes espaoles, emprendan verda-
deros combates. Las autoridades, a fin de evitar a la ciudad el
poco edificante espectculo de que sus guas espirituales se ma-
taran entre s, intervinieron repetidas ocasiones con lujo de
fuerza. Las leyes de Alternativa dictadas por Felipe II para
normar las elecciones en los conventos no bastaron a impedir
que los frailes espaoles hicieran sentir, en la mayora de los ca-
sos, su absoluto predominio sobre los criollos.
La lucha por sobrevivir, esa lucha activa y sorda que se
desarrollaba en las antesalas gubernamentales donde se autori-
zaban las armas ms innobles, hicieron del criollo un cnico. El
abuso del servilismo y de la adulacin, el empleo de la trampa y
del cohecho, la atmsfera de odios y venenosas intrigas de la
administracin colonial le crearon una psicologa de cesante al-
tivo.
As y todo, viva del milagro, del favoritismo, del buen
humor del gobernante en turno y la inseguridad de su vida,
el pisar en terreno falso, el continuo regateo de los bienes a los
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 303

que crea tener derecho, terminaron hacindolo indiferente y


resentido.
El criollo no se haca ilusiones sobre su circunstancia colo-
nial. La calific con exactitud ya desde la primera generacin
como "banco donde todos quiebran, depsito de mentiras y en-
gaos, dibujo del infierno, dulce beso de paz a los recin ve-
nidos y azote'y cuchillo de sus propios hijos". Al letrado, el es-
cape de su realidad se lo proporcionaban, de preferencia, la his-
toria y la poesa, y as lo vemos refugiarse en las motivaciones
universales de Petrarca o hundirse en el pasado de las Indias.
Para huir de su infierno este ser recin hecho se convierte en
estatua de sal y vive con los ojos puestos en el mundo exterior
y en el pasado. Sus limitaciones, su odio hacia el bastardo y el
plebeyo, su terca oposicin al nuevo colono uno de los ele-
mentos activos de la nacionalidad y su desprecio al mestizo,
a ese mestizo que andando el tiempo le dara a Mxico su perfil
insobornable, contribuyeron a debilitar la posicin del criollo
al privarlo de sus aliados naturales.

SUPERVIVENCIA DEL HOMBRE COLONIAL

El hijo del conquistador o del primer poblador nacido en


la Nueva Espaa, es decir, el primer mexicano en el tiempo,
no es un hombre muerto. Con sorpresa observamos que su ac-
titud ante la vida, sus ideas y sus sentimientos, la consideracin
que tena de su mundo, viven hoy en nuestros contemporneos.
La supervivencia del hombre colonial, desaparecida la Colonia,
es un fenmeno al que asistimos en calidad de testigos y de
participantes. Ningn hombre es el sobreviviente de una edad
remota, y si el viejo criollo a nuestros ojos resulta un nufrago
dd xvi, es porque con l, a semejanza de Robinsn Crusoe, se han
salvado los restos del naufragio de su siglo.
La Colonia est ms cerca de nosotros de lo que imaginamos.
El "hondo sentimiento de menor vala", el famoso complejo de
inferioridad privativo del mexicano, origen de "todas sus vir-
tudes y de todos sus defectos", 21 es un sentimiento brotado en la
Colonia. La sujecin poltica a un extranjero que gobernaba
como un representante de la divinidad, su total dependencia
304 LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

econmica, el hecho de que el mexicano careciera de oportuni-


dades para intervenir en la vida pblica o en la direccin de las
empresas comerciales o industriales, la subordinacin a la tc-
nica y a la cultura del conquistador, le crearon la conviccin de
que todo lo extranjero, por el solo hecho de serlo, era lo mejor.
Cuntas consecuencias pueden derivarse de una brutal y cor-
tante servidumbre? Enumeremos slo unas cuantas. Octavio Paz,
con clarividencia de poeta, escribe en el libro El laberinto de
la soledad: "Quiz el disimulo naci en la Colonia. Indios y
mestizos tenan, como en el poema de los Reyes, que cantar
quedo, pues entre dientes mal se oyen las palabras de rebe-
lin. El mundo colonial ha desaparecido, pero no el temor,
la desconfianza, el recelo". El temor a comprometerse con una
palabra sospechosa de rebelda, la desconfianza que inspira el
esclavista profesional, y el recelo a ser engaado, burlado y es-
carnecido por un hombre superior y en continuo asecho de ven-
tajas, propios del criollo, se extremaron en indios y mestizos
al grado de convertirse en la imagen misma del silencio reti-
cente y de la torva y misteriosa suspicacia. "Plantado en su
arisca soledad, espinoso y corts a un tiempo, todo le sirve para
defenderse: el silencio y la palabra, la cortesa y el desprecio,
la irona y la resignacin." Todo es acto de defensa, pero tam-
bin de entrega desdeosa al aniquilamiento. Su terrible vio-
lencia y su espritu cargado de explosivas represiones pierden
su significado ante la indiferencia, esa especie de parlisis con
que el mexicano se complace en destruirse. La indiferencia no
slo es resultado de una desconfianza hacia su mundo hostil,
sino la desoladora certidumbre de su desamparo, de la ineficacia
de su intervencin, de que todo anda mal y no vale la pena de
preocuparse por nada.
La indiferencia es, sin duda, el fruto de una vieja certeza de
que los bienes y los goces del mundo no le pertenecen. Quien
ha nacido en una Colonia donde las cosas tienen un dueo ex-
tranjero termina siendo un indiferente animado de oscuras in-
tenciones destructoras. Estamos frente a un caso de nihilismo
que comprende lo mismo al rbol y a la tierra, que al gobierno,
a la improvisacin y al dispendio. El mexicano puede ver, sin al j
terarse, cmo arde un bosque. Es capaz de presenciar una des-
LA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL 305

truccin o un despilfarro sin decir palabra. Sabe que el monte


quemado y la tala y la destruccin y el saqueo y la injusticia
obedecen a un sistema de despotismo, a intereses superiores e
intocables. La concesin, el cacicazgo, el monopolio, el favori-
tismo, los vicios de la Colonia, establecen una realidad contra la
cual se considera vencido de antemano.
Su actitud ante la poltica puede, en su esencia misma, con-
siderarse similar a la que observaban los criollos.en el xvi. Si
en la poca colonial los cargos administrativos eran considerados
como el botn legtimo a que podan aspirar ciertos privilegia-
dos, en la actualidad siguen vindose como el patrimonio de un
grupo igualmente, aunque por otras razones, privilegiado. La
circunstancia de que todo mexicano aspire a ocupar un puesto
elevado en la administracin no le impide tener el peor concepto
del gobierno. Para l toda autoridad es espuria, inmoral y tir-
nica; y toda ley, lesiva a sus intereses.
Esta conciencia lcida de una imposicin y de una inmorali-
dad, a las que asocia la persona y los actos del gobernante, se
encuentra en franca contradiccin con su "apata ciudadana"
y su indiferencia en materia de accin poltica. Por lo que
hace a la ley, trata de buscar la manera de burlarla, de hacerla
inoperante, y por lo que hace al funcionamiento pblico se venga
de l y de sus medidas creando sarcasmos sangrientos de una
refinada malevolencia. La costumbre de los pasquines annimos
con que se pintaba la casa de Hernn Corts "pared blanca,
papel de necios", las alusiones venenosas al Virrey Enrquez
y el descontento popular manifestado en las representaciones tea-
trales de 1578 encarnan hoy en los chistes annimos que corren
de boca en boca, en algunos peridicos y en las cmicas pan-
tomimas de los teatros de revistas.
El mexicano, en materia poltica, nunca da la cara. Se mueve,
cauteloso y lleno de recelo, como si an se enfrentara, con ar-
mas prohibidas y voces en sordina, al aparato represivo de la
Colonia. Su antagonismo y la triste idea que se ha formado de
todo gobierno, a semejanza del criollo, no determinan una re-
suelta intervencin en la poltica. }Y por otro lado, qu exhibi-
cin de servilismo! El espectculo que ofrecan las antesalas
gubernamentales a finales del siglo xvi y la pegajosa adulacin
20
306 IA POESIA Y EL HOMBRE COLONIAL

de Baltasar Dorantes de Carranza son notas comunes a las dos


burocracias. El hombre colonial no slo piensa que el gobierno
le es ajeno, sino que los bienes y las cosas de su patria le son
igualmente ajenos. Condenado a vivir de prestado en un mundo
carente de oportunidades y de estabilidad, lejos de preocuparse
en acrecentar su escaso patrimonio, cuando rene algn dinero,
lo derrocha, hundindose en una orga dolorosa y brutal que
recuerda a los viciosos pobres de la novelstica rusa, a quienes
aniquila la certidumbre de su impotencia y de su culpa. En las
clases superiores el derroche toma formas similares al que tom
en las pocas del segundo Marqus del Valle de Oaxaca. El des-
pilfarro en automviles lujosos, el afn de sobresalir, la presun-
cin espectacular, origina gastos enormes y dan lugar a esos con-
trastes violentos y desgaradores en un pas donde, segn el censo
de 1940, "trece millones de mexicanos dorman en el suelo; y
siete millones vestan calzn blanco, seis caminaban descalzos;
cuatro usaban huaraches, y nueve, zapatos". La revelacin de
tanta miseria en el pueblo, "la miseria que se establece y sanciona
desde el primer da de la Colonia", justifica en exceso el carcter
fatalista del mexicano, su desprecio a la vida, su resentimiento,
el esperarlo todo del milagro, el encenderle una vela a la Virgen
y el colocar bajo su pena, con su esperanza desatentada, el billete
de lotera en el que gast sus ltimos centavos.
Si el hombre colonial sobrevivi porque sobrevivieron sus
condiciones coloniales, desaparecer asimismo cuando desaparez-
can las circunstancias que lo crearon a lo largo del tiempo. De
hecho principian a borrarse sus rasgos tradicionales y a quebran-
tarse una rgida fisonoma que dominara, semejante a una ms-
cara, familiar y repulsiva, el panorama de la historia. El mexicano
ha iniciado tmidamente la conquista de lo suyo. Mucho de lo
que era ajeno hoy le pertenece y mucho de lo que l senta ajeno
principia a verlo con ojos de legtimo dueo. La metamorfosis
del hombre subordinado y esclavizado que viva de prestado
en dueo de su vida y de sus bienes, se realizar cabalmente el
da que sienta suyos la flor y la tierra, la libertad y el conoci-
miento, el gobierno y la dicha. El da en que Mxico deje de
ser la madrastra de sus hijos para transformarse en su madre.
Es decir, en su verdadera patria.
REFERENCIAS
CAPTULO I

1
Juan Surez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias
(Noticias histricas de la Nueva Espaa); Nota preliminar de Fede-
rico Gmez de Orozco, Mxico, 1949.
2
George Kubler, Mexican Architecture o{ the Sixteenth Century,
Yale University Press, 1948. De acuerdo con el testimonio de los pri-
meros pobladores, la famosa traza o plan maestro no se haba estable-
cido en 1523.
3
Memoriales de fray Toribio de Motolinia, Mxico, 1903. "La
sptima plaga fue la edificacin de la gran ciudad de Mxico, en la
cual los primeros aos andaba ms gente que en la edificacin del
templo de Jerusalem . . . Apenas poda hombre romper por algunas ca-
lles y calzadas, aunque son bien anchas; y en las obras a unos tomaban
las vigas, y otros caan de alto, sobre otros caan los edificios que
deshacan en una parte para hacer en o t r a s . . . Todos los materiales
traen a cuestas: las vigas y piedras grandes traen arrastrando con so-
gas; y como les faltaba el ingenio e abundaba la gente, la piedra o
viga que haban menester cien hombres, traanla cuatrocientos, y es
su costumbre que acarreando los materiales, como van muchos, van
cantando y dando voces; y estas voces apenas cesaban de noche y de
da, por el grande hervor con que edificaban la ciudad los primeros
aos."
4
lbid.
8
Edmundo O'Gorman, Reflexiones sobre la distribucin urbana
colonial de la ciudad de Mxico, XVI Congreso Internacional de Plani-
ficacin y de la Habitacin, Mxico, MCMXXXVIII.
8
Deca Moya de Contreras al Rey en su venenoso informe sobre
Cervantes de Salazar: "Ha veinticinco aos que est en esta tierra a
la cual vino lego en opinin de buen latino, aunque con la edad ha
perdido algo de e s t o . . . Es amigo de que le oigan y alaben y agrdate
la lisonja; es liviano y mudable y no est bien acreditado de honesto
y casto, y es ambicioso de honra, y persudese que ha de ser obispo,
sobre lo cual le han hecho algunas burlas. Ha doce aos que es can-
nigo; no es nada eclesistico, ni hombre para encomendarle negocios".
Citado por Jos M. Gallegos Rocafull en El pensamiento mexicano en
os siglos XVI y XVII, Centro de Estudios Filosficos de la Universi-
dad Nacional Autnoma, Mxico, 1951.
7
Mxico en 14, Tres dilogos latinos que Francisco Cervantes
de Salazar escribi e imprimi en Mxico en dicho ao. Los reimprime
C309}
310 REFERENCIAS

con traduccin castellana y notas Joaqun Garcia Icazbalceta, Anti-


gua Librera de Andrade y Morales, Portal de Agustinos N* 3 (Im-
preso por F. Daz de Len y S. White), Mxico, 1875.
8
ibid.
9
Justo Sierra, Discursos, Obras Completas, t. III. Universidad
Nacional Autnoma de Mxico, 1948.
10
Grabado reproducido de Angulo por George Kubler, Op. cit.
11
Francisco Cervantes de Salazar, Op. cit.
i;
Relacin breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que
sucedieron al padre fray Alonso Ponce en las provincias de la Nueva
Espaa, Madrid, 1872. Los redactores de la Relacin fueron posible-
mente los acompaantes de Ponce, fray Alonso de San Juan y fray
Antonio de Ciudad Real,
13
Es muy interesante el juicio del criollo Baltasar Dorantes de
Carranza sobre las condiciones insalubres de la ciudad por reflejar el
criterio general de los vecinos nativos de Mxico. Segn l, los indios
vivieron en el agua por necesidad. En cambio, los espaoles podan
haber fundado la ciudad en otra parte "y no vivir donde siempre est
el cuchillo a la garganta ahora del agua, y de ordinario de las continuas
enfermedades que influye Mxico, que es estar en una eterna plaga
causndolo estas lagunas y charcos con su humedad, que no hay en
la salud una hora buena". Baltasar Dorantes de Carranza. Sumaria
relacin de as cosas de la Nueva Espaa, con noticia individual de los
descendientes legtimos de los conquistadores y primeros pobladores.
Imprenta del Museo Nacional, Mxico, 1902.
14
Todas las referencias a Mateo Rosas de Oquendo las he tomado
del excelente ensayo de Alfonso Reyes que figura en sus Captulos
de literatura espaola (Primera serie), La Casa de Espaa en Mxi-
co, 1939.
" Ibid.
18
"Considero esta stira dice Reyes como la ms importante
de todas, desde luego, por la presentacin de la vida del indio no exenta
de valor psicolgico, aunque sea burlesca, y adems, por ser la primera
parodia que conozco del espaol hablado por los indios de Amrica."
Op. cit.
17
Citado por Alfonso Toro, en La familia Carvajal, Mxico, 1944.
18
Gonzalo Gmez de Cervantes, La vida econmica y social de
Nueva Espaa al finalizar el siglo XVI, Prlogo y notas de Alberto
Mara Carreo, Antigua Librera Robredo de Jos Porra e Hijos, M-
xico, 1944.
10
Alfonso Toro, Op. cit.
REFERENCIAS 311

20
Joaquin Garca Icazbalceta, Un creso del siglo XVI en M-
xico, t. II de Opsculos Varios, Imprenta de V. Ageros, Editor. Cer-
ca de Sto. Domingo N " 4, Mxico, 1896.
21
Edmundo O'Gorman, Op. cit.

CAPTULO II

1
J. Huizinga, El otoo de la Edad Media, Revista de Occidente,
Madrid, 1947.
2
Ibid.
3
Notas al Quijote de Clemencin. Citado por Manuel Orozco y
Berra en el Prlogo de su Noticia histrica de la conjuracin del Mar-
qus del Valle (aos de 1565-1568). Tipografa de R. Rafael, Ca-
dena N* 13, Mxico, 1853.
4
Joaqun Garca Icazbalceta, Tmulo imperial de la gran ciu-
dad de Mxico. Reimpresin de esta obra de Cervantes de Salazar,
t. VI de Opisculos Varios, Imp. de V. Ageros, Editor. Cerca de
Sto. Domingo N* 4, Mxico, 1898.
4
Ibid.
8
Juan Surez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias.
7
Bernal Daz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de
la Nueva Espaa; Introduccin y notas por Joaqun Ramrez Cabanas.
Mxico, 1944.
8
Juan Surez de Peralta, Op. cit.
9
La similitud de estos festejos con otros medievales del mismo
orden es evidente. Bhler, en su Vida y cultura en la Edad Media
(Seccin de Obras de Historia, Fondo de Cultura Econmica, Mxi-
co, 1946), menciona el siguiente episodio: "En las bodas de Jorge el
Rico celebradas en Baviera, en 1475, en medio de la plaza, haba dos
grandes barricas, una de vino tinto y otra de blanco y sus cocinas
provean al pueblo".
10
Juan Surez de Peralta, Op. cit.
11
Ibid.
12
Jos Toribio Medina, Historia del tribunal del Santo Oficio
de a Inquisicin en Mxico, Imprenta Elzeviriana, Santiago de Chile,
1905.
13
Alfonso Toro, La familia Carvajal.
" Ibid.
15
Ibid.
16
Eugenio de Salazar, Epstola al insigne Hernando de Herrera
en que se refiere al estado de la ilustre ciudad de Mxico, incluida en
312 REFERENCIAS

Poetas novohispanos (1521-1621); Estudio, seleccin y notas de Al-


fonso Mndez Planearte, Imprenta Universitaria, Mxico, 1942.
" Joaqun Garca Icazbalceta, El Dr. Juan de Crdenas, t. IV
de Biografas, Imp. de V. Ageros, Editor, cerca de Sto. Domingo,
N* 4, Mxico, 1897.
18
Pedro Murillo Velarde, Geographia histrica de las Islas Phili-
pinas, del frica, y de sus islas adyacentes, t. VIII, en Madrid, en la
Oficina de D . Gabriel Ramrez, criado de la Reyna Viuda Nuestra
Seora, en la calle de Atocha, frente la Trinidad Calzada, ao de
MDCCLII. Citado por Alfonso Toro en La familia Carvajal.
18
Ibid.
20
Citado por Eduardo Enrique Ros en Felipe de Jess, el santo
criollo, Ediciones Xchitl, Mxico, 1943.
21
R. P. Fray Toms de la Torre, Desde Salamanca, Espaa,
hasta Ciudad Real, Chiapas, Diario del viaje: 1544-1545; Prlogo y
notas de Frans Blom, Mxico, 1944-1945.
22
Joaqun Garca Icazbalceta, Bibliografa mexicana del si-
glo XVI, Primera Parte, catlogo razonado de libros impresos en M-
xico de 1539 a 1600, con biografas de autores y otras ilustraciones,
Mxico, 1886.
23
Luis Gonzlez Obregn, Los precursores de la Independencia
mexicana en el siglo XVI, Librera de la Vda. de Ch. Bouret, Pars,
1906.
24
William Thomas Walsh, Felipe II, Espasa Calpe, S. A., Ma-
drid-Buenos Aires, 1943.
23
Francisco Cervantes de Salazar, Mxico en 1514.
28
Joaqun Garca Icazbalceta, El Dr. Juan de Crdenas.
" William Thomas Walsh, Op. cit.
28
Ibid.
29
Joaqun Garca Icazbalceta, Bibliografa mexicana del si-
glo XVI.
30
Ibid.
31
George Kubler, Mexican Architerture of the Sixteenth Cen-
tury.
32
Jos Moreno Villa, Lo mexicano, El Colegio de Mxico, 1948.
33
Estos dos contratos han sido objeto de un riguroso anlisis en
la obra de Irving A. Leonard Books of the Brave: Being an account of
books and of men in the spanish conquest and settlement of the
sixteenth-ccntury new world, Cambdridge, Mass, 1949. [El Fondo de
Cultura Econmica tiene en prensa la versin espaola, con el ttulo
Los libros del conquistador.']
REFERENCIAS 313

CAPTULO III

I
Citado por Jos M. Gallegos Rocafull en El hombre y el mun-
do de los telogos espaoles de los Siglos de Oro, Editorial Sytlo, M-
xico, 1946.
Humanismo mexicano del siglo XVI; introduccin, seleccin y
versiones de Gabriel Mndez Planearte, Imprenta Universitaria, M-
xico, 1946.
3
Jos M. Gallegos Rocafull, O/, cit.
* "Vuestra Magestad escriba el Obispo a Carlos V envi
presidente y oidores y agora hay stos y ms, presidenta y oidoras,
que stas se han sentado en los estrados reales, estando ellos presen-
te . . . y certifico a V. M. que propiamente stas tienen el cargo de la
justicia . . . porque no se les niega cosa." Joaqun Garca Icazbalceta,
Don Fray Juan de Xumrraga, Primer Obispo y Arzobispo de Mxico;
edicin de Rafael Aguayo Spcncer y Antonio Castro Leal, Editorial
Porra, S. A., Mxico, 1947.
5
Ibid.
4
Marcel Bataillon, Erasmo y Espaa, Fondo de Cultura Econ-
mica, Mxico, 1950.
7
Ibid.
8
Joaqun Garca Icazbalceta, Don Fray Juan de Zumrraga,
primer Obispo y Arzobispo de Mxico.
9
Ibid.
10
Ibid.
II
Posiblemente en ese mismo ao de 1J37, fray Julin Garcs,
primer obispo de Tlaxcala, escriba en su famosa carta a Paulo III:
"Ya es tiempo de hablar contra los que han sentido mal de aquestos
pobrecitos, y es bien confundir la vansima opinin de los que los
fingen incapaces y afirman que su incapacidad es ocasin bastante
para excluirlos del gremio de la Iglesia . . . Esta voz realmente que es
de Satans, afligido de su culto y honra se destruye, y es voz que
sale de las avarientas gargantas de los cristianos, cuya codicia es tan-
ta, que, por poder hartar su sed, quieren porfiar que las criaturas ra-
cionales hechas a imagen de Dios son bestias y jumentos, no a otro
fin que los que las tienen a cargo no tengan cuidado de librarlas de
las rabiosas manos de su codicia, sino que se las dejen usar en su ser-
vicio, conforme a su antojo".
12
Gabriel Mndez Planearte, Op. cit.
13
Ibid.
14
Ibid.
314 REFERENCIAS

" Ibid.
16
Ibid.
" Ibid.

CAPTULO IV

1
Relacin breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que
sucedieron al padre fray Alonso Ponce en las provincias de la Nueva
Espaa.
2
Juan Daz de Arce, Libro de la vida del prximo evanglico el
Vener. Padre Bernardino lvarez, patriarca, y fundador de la Sagrada
Religin de la Cbaridad, y S. Hiplito Mrtir en esta Nueva Espaa,
confirmada, y aprobada por Ntro. Sirio. Padre el Seor Inocencio Duo-
dcimo, reimpreso en Mxico en la Imprenta Antuverpiana de D. Cris-
tval y D . Phclipe de Ziga, y Ontiveros, calle de la Palma, ao
de 1762.
3
Francisco Losa, La vida que hizo el siervo de Dios Gregorio
Lpez en algunos lugares de esta Nueva Espaa, y principalmente en
el pueblo de Sancta Fee, dos leguas de la ciudad de Mxico, donde fue
su dichoso trnsito. En Mxico, en la Imprenta de Juan Ruyz, 1613.
4
Johannes Bhler, Vida y cultura en la Edad Media.
5
Fernando Ocaranza, Gregorio Lpez, el hombre celestial, Edicio-
nes Xchitl, Mxico; 1944.
6
Manuel Romero de Terreros y Vinent, Marqus de San Fran-
cisco, Florccillas de San Felipe de Jess, Imprenta de Jos Ballcsc,
y de Regina 88, Mxico, MCMXVI.
7
Eduardo Enrique Ros, Felipe de Jess, el santo criollo.
8
Ibid.
9
Marqus de San Francisco, Op. cit.
10
Ibid.

CAPTULO V

1
Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en M-
xico, El Colegio de Mxico, 1950.
* Ibid.
3
Ibid.
* Ibid.
5
Alfonso Toro, La familia Carvajal.
REFERENCIAS 315

6
lbid.
7
Julio Jimnez Rueda, Herejas y supersticiones en la Nueva
Espaa (Los heterodoxos en Mxico), Imprenta Universitaria, M-
xico, 1946.
8
Joaqun Garca Icazbalceta, Don Fray Juan de Zumrraga, pri-
mer Obispo y Arzobispo de Mxico.
9
Los datos acerca de los Carvajal los he tomado, salvo indicacin
en contrario, de la erudita obra de Alfonso Toro La familia Carvajal.
10
Autobiografa de "El Mozo" rescatada por Alfonso Toro y
que se publica como apndice en La familia Carvajal.
11
Para escribir lo relativo a la sentencia y ajusticiamiento de
Luis de Carvajal aprovech el relato de fray Alonso de Contreras que
figura ntegro en el tantas veces mencionado libro de Alfonso Toro.
12
Lamentaciones de Jeremas, cap. IV. "Spiritus oris nostri
Christus Dominus captus est in peccatis nostri: cui diximus: In
umbra tua vivcmus in Gentibus".

CAPTULO VI
1
Bernal Daz del Castillo, Historia verdadera.
2
Carlos Pcreyra, Hernn Corts, Coleccin Austral, Buenos Ai-
res, 1947.
3
Lucas Alamn, Disertaciones sobre la historia de la Repblica
Megicana, Jus, Mxico, 1942.
4
lbid.
5
Hernn Corts, Cartas de relacin de la Conquista de Mxico,
Madrid, Calpe, 1922.
8
Luis Gonzlez Obregn, Los precursores de a Independencia
mexicana en el siglo XVI.
7
Lucas Alamn, Op. cit.
8
lbid.
9
Carlos Pereyra, Op. cit.
10
Postrera voluntad y testamento de Hernando Corts, Marqus
del Valle, Introduccin y notas de G. R. G. Conway, Editorial Pedro
Robredo, Mxico, 1940.
11
lbid.
12
Carlos Pereyra, Op. cit.
13
Postrera voluntad y testamento de Hernando Corts, Marqus
del Valle.
11
lbid.
316 REFERENCIAS

CAPTULO VII

1
Luis Gonzlez Obregn, Los precursores de la Independencia
mexicana en el siglo XVI.
2
Bernal Daz del Castillo, Historia verdadera.
3
lbid.
* Luis Gonzlez Obregn, Op. cit.
lbid.
* Juan Surez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las In-
dias.
T
lbid.
8
lbid.
9
lbid.
10
lbid.
11
lbid.
12
Luis Gonzlez Obregn, Op. cit.
13
Dorantes de Carranza, Sumaria relacin.
14
El juego era una de las ocupaciones favoritas en el xvi. Los
criollos, al menos, probaron ser buenos descendientes de los soldados
que se jugaban en una sola noche, a los dados o con naipes hechos
de las piel de los tambores, el botn cobrado en Tenochtitln. Las
crnicas y los procesos los mencionan con frecuencia entregados al
juego, y de este vicio no escapaban las mujeres. En las stiras de Rosas
de Oquendo se las puede ver con las cartas en la mano apostando
crecidas sumas. Los picaros, entre los que se contaba Bernardino l-
varez, el fundador del hospital de los Convalecientes, vivan desplu-
mando al prjimo con barajas marcadas. La tendencia al juego era
de tal manera irresistible, que un severo judo, escribano de Vera-
cruz, Diego de Ocaa, oblig a su hijo por medio de un solemne
juramento a no tocar los naipes ni los dados hasta que cumpliera cua-
renta aos de edad. A esa edad podia jugar diariamente hasta dos o tres
reales, y si as no lo cumpla es sta una clusula de su testamento
caera "sobre l la maldicin de Dios Todopoderoso". Publicaciones
del Archivo General de la Nacin, t. VII, Mxico, 1923.
" Manuel Orozco y Berra, Noticia histrica de la cotijuracin
del Marqus del Valle.
REFERENCIAS 317

CAPTULO VIII
1
William Thomas Walsh, Felipe 11.
1
lbid.
3
lbid.
4
lbid.
s
Luis Gonzlez Obregn, Los precursores de la Independencia
mexicana en el siglo XVI.
8
Manuel Orozco y Berra, Noticia histrica de la conjuracin del
Marqus del Valle.
7
lbid.
8
Juan Surez de Peralta, Tratado de las Indias.
9
lbid.
10
lbid.
11
lbid.
12
Manuel Orozco y Berra, Op. cit.
13
lbid.

CAPTULO IX
1
Joaqun Garca Icazbalceta, Don Fray Juan de Zumrraga,
primer Obispo y Arzobispo de Mxico.
2
Manuel Orozco y Berra, Noticia histrica de la conjuracin del
Marqus del Valle.
3
Luis Gonzlez Obregn, Los precursores de la Independencia
mexicana en el siglo XVI.
* lbid.
5
lbid.
6
lbid.
T
Las alcancas "eran unas bolas de barro endurecidas al sol, lle-
nas de ceniza o de flores y cuyos tiros se resistan parndolos con las
adargas". Manuel Orozco y Berra, Op. cit.
* El plan de la conspiracin, al que nosotros hemos dado la for-
ma dialogada para facilitar su lectura, figura en los procesos respecti-
vos publicados por don Manuel Orozco y Berra.
8
Manuel Orozco y Berra, Op. cit.
318 REFERENCIAS

CAPTULO X

1
Luis Gonzlez Obrcgn, Los precursores de a Independencia
mexicana en el siglo XVI.
2
Fray Juan de Torquemada, Monarchia Indiana, con el origen y
guerra de los indios occidentales, de sus poblaciones, descubrimiento,
conquista, conversin y otras cosas maravillosas de la misma tierra . . .
En Madrid en la oficina y a costa de Nicols Rodrguez, 1723.
3
Juan Surez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las In-
dias.

CAPTULO XI

1
Manuel Orozco y Berra, Noticia histrica de a conjuracin del
Marqus del Valle.
2
Ibid.
3
Juan Surez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias.
* Ibid.
5
Ibid.
6
Ibid.
7
Luis Gonzlez Obregn, Los precursores de la Independencia me-
xicana en el siglo XVI.
8
Manuel Orozco y Berra, Op. cit.

CAPTULO XII

1
Justo Zaragoza refiere todos los incidentes de sus investiga-
ciones en la introduccin que escribi para la primera edicin de la
obra de Juan Surez de Peralta. El largo ttulo original: Tratado del
descubrimiento de las Indias y su conquista y los ritos y sacrificios y
costumbres, etc., lo cambi por el de Noticias histricas de la Nueva
Espaa, Madrid, 1872.
2
Federico Gmez de Orozco. Nota preliminar en la edicin
de 1949.
3
Alfonso Reyes, Letras de la Nueva Espaa.
4
Alfonso Reyes, Ibid.
5
Alvar Nez Cabeza de Vaca, Naufragios y comentarios, Co-
leccin Austral, Buenos Aires, 1946.
REFERENCIAS 319

6
Ernesto de la Torre, "Baltasar Dorantes de Carranza y la Su-
maria relacin", en Estudios Je historiografa Je a Nueva Espaa, El
Colegio de Mxico, 1945.
lbid.
8
Pedro Henrquez Urea, Las corrientes literarias en la Amrica
hispnica, Biblioteca Americana, Fondo de Cultura Econmica, M-
xico, 1949.
9
Ramn Iglesia, en la Introduccin a Estudios de historiografa
de la Nueva Espaa.
10
Ernesto de la Torre, Op. cit.
11
Joaqun Garca Icazbalceta, Opsculos.
12
Ramn Iglesia, Introduccin citada.
13
Luis Gonzlez Obrcgn, en el Prlogo a la Sumaria relacin
de Baltasar Dorantes de Carranza.

CAPTULO XIII

1
Citado por Alfonso Reyes, Captulos Je literatura espaola.
2
Alfonso Reyes, Letras Je la Nueva Espaa.
3
IbiJ.
4
lbid.
5
Ramn Iglesia, en la Introduccin a Estudios Je historiografa
Je la Nueva Espaa.
6
Alfonso Reyes, Op. cit.
7
Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relacin.
8
Joaqun Garca Icazbalceta, Francisco Je Terrazas y otros poe-
tas del siglo XVI, t. II de Opsculos Varios, Imprenta de V. Ageros,
Editor. Cerca de Sto. Domingo N* 4, Mxico, 1896.
9
Francisco de Terrazas, Poesa, edicin, prlogo y notas de An-
tonio Castro Leal, Biblioteca Mexicana, N* 3, Mxico, 1941.
10
Poetas novohispanos. Primer siglo: 1521-1621; Estudio, selec-
cin y notas de Alfonso Mndez Planearte, Imprenta Universitaria,
1942.
11
Las dcimas de Terrazas descubiertas por Edmundo O'Gorman
en el Archivo General de la Nacin figuran en las Poesas ya citadas.
12
Jos Rojas Garcidueas, El teatro de Nueva Espaa en el si-
glo XVI, Mxico, 1935.
13
lbid.
" lbid.
15
Alfonso Reyes, Op. cit.
320 REFERENCIAS

16
Ibid.
17
Irving A. Leonard, Los libros del Conquistador.
18
Jos Rojas Garcidueas, Op. cit.
19
Antonio Castro Leal, Prlogo citado.
20
Jos M. Gallegos Rocafull, El pensamiento mexicano en los
siglos XVI y XVII. Me valgo en este caso particular de la sntesis
ofrecida por Gallegos Rocafull, pero he consultado las obras de Silvio
A. Zavala sin las cuales no es posible referirse a la encomienda mexi-
cana en el siglo XVI.
21
Jos E. Iturriaga, La estructura social y cultural de Mxico,
Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1951.
N D I C E
CAP. PG.
I. U n a vieja ciudad y u n m u n d o n u e v o 7
El humanismo en accin, 10; Desde lo alto del caballo, 13;
Decadencia de los mercados, 17; Los alrededores de M-
xico, 20; La ciudad en 1580, 22; La naturaleza y los in-
dios, 27; Las postrimeras del siglo, 28; La crnica de un
poeta satrico, 32; El Mxico de los gambusinos, 39; Un
parntesis: el del paisaje, 4 3 ; La ciudad en el grabado an-
tiguo, 45
II. La vida colonial 49
Duelos, tmulos y responsos, 5 1 ; Culminacin del pero-
do caballeresco, 53; Fiestas eclesisticas, jerarqua y eti-
queta, 56; Significacin y linaje de los caballos, 59; La
voz y el silencio de Mxico, 6 1 ; Movimiento, viajes y
aventuras, 63; La navegacin trasatlntica, 66; Medici-
na, enfermedades y muerte, 70; La cultura colonial, 77;
El universo mgico de los libros, 79 ,
III. H u m a n i s m o vs. codicia, u n a lucha sin victoria . . . 81
Zumrraga, la contradiccin de su tiempo, 84; Un muer-
to para el mundo, 89; El humanismo en los colegios, 92;
De espaldas a la vida, 94
IV. El m u n d o de la luz 96
La caridad universal de Bcrnardino lvarez, 99; El sier-
vo de Dios, Gregorio Lpez, 103; Felipe de Jess, el santo
criollo, 109
V. El m u n d o de las tinieblas 117
Los mrtires de las antiguas religiones, 121; Los judos
en la Nueva Espaa, 122; Crcel, sueos y tormento, 126;
Libertad, nueva prisin y consuelos epistolares, 131; El
auto de fe, 135; El obligado eplogo, 147
VI. El espaol, conquistador y conquistado 150
Razn y sinrazn de una fama, 152; La bsqueda del tiem-
po perdido, 154; La metamorfosis del conquistador, 157;
El plido sol de la gloria, 162; Grandezas y miserias de
la victoria, 164; El "indiano perulero", 166
C321J
322 NDICE

CAP. PAG.
VII. Los Avila, u n a familia de emplazados 170
Un comensal privilegiado, 175; Escrutinio en la casa de
Alonso, 178
V I I I . M a r t n Corts, segundo M a r q u s del Valle de O a -
xaca : . . 182
Un pequeo monarca indiano, 186; El criollo en su salsa,
189; Paraso criollo, fantasmas y guerras de papel, 191
IX. El paraso criollo y la serpiente 198
La lnea de sombra, 204; Una mascarada, principio de la
conjuracin, 208; Espejismo de palabras, 209; Llamarada
de petate, 213
X. La ceniza en la frente 216
El esplendor criollo, 218; Los infantes de Aragn, qu
se hicieron?, 221; Pequea borrachera de tirana, 224; Li-
teratura criolla y otros excesos, 226; "Deshojadas clave-
llinas y anochecidas pavesas", 227; Honras de los criollos
por sus muertos, 230
XI. Tragedia, expiacin y moraleja < 233
Un cordero entre lobos, 234; Preparacin al drama, 239;
El impo reinado del folletn, 240; All fu el crujir de
d i e n t e s . . . , 243; La historia se repite, 245; La serpiente
se muerde la cola, 247
XII. Los criollos en el espejo de su prosa 252
Un paisaje, un herbolario, una nodriza, 257; Retrato del
criollo palaciego, 263; El Palacio, mirador y laboratorio,
267; Mxico, madre de extraos, 270; El infierno buro-
', crtico, 273; El caballero y el nuevo rico, 274; La enco-
mienda, la amada encomienda, 276; El historiador de las
Indias, 279
XIII. La poesa y el h o m b r e colonial 284
El primer poeta mexicano, 287; Un pico sin pica, 291;
La poesa social, 297; El extranjero en su patria, 299; Su-
pervivencia del hombre colonial, 303
REFERENCIAS 307
Este libro se acab de imprimir el
da 2$ de junio de 19J3, en los ta-
lleres de la "Editorial Galatea", H i -
ginio Arias Urzay, calle de Manuel
Gutirrez Njera, 179, M x i c o ,
D. F. Se tiraron 2,000 ejemplares,
y en su composicin se utilizaron
tipos Garamond de 11:12 y 10:11
puntos. Se encuadern en la Encua-
demacin El Progreso, Czda. Obre-
ro Mundial, 727. La edicin estuvo
al cuidado de Al i Cbumacero.

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