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El Druida Celtibero - Ignacio Merino

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Durante el ltimo tercio del siglo III

antes de Cristo, los pueblos celtas


de la Pennsula Ibrica resisten con
bravura al invasor cartagins.
Amlkar Barca ha desembarcado en
Spania con la intencin de conseguir
grandes cantidades de plata para
pagar su derrota a Roma. El joven
Asio ve con horror cmo su hermano
Giscn se inmola con los soldurios
devotos del caudillo Istolacio, tras la
muerte de este a manos del
despiadado Amlkar.
Asio es designado jefe del
escuadrn arvaco en la nueva
rebelin celta, pero el horror de la
guerra le empuja a abandonar las
armas. De regreso a Tiermes, su
tierra natal, el Consejo de Ancianos
le expulsa de la ciudad. Asio
buscar entonces su verdadero
destino como hombre de paz hasta
convertirse en el druida ms
respetado entre los valientes clanes
celtberos.
Ignacio Merino

El druida
celtbero
ePub r1.0
fenikz 11.10.14
Ignacio Merino, 2009

Editor digital: fenikz


ePub base r1.1
Que a nosotros,
que nacimos de los celtas y los
beros,
no nos cause vergenza
sino satisfaccin agradecida,
hacer sonar en nuestros versos
los broncos nombres de nuestra
tierra.

MARCIAL, Epigramas.
Advertencia
al lector

La poca en que se desarrolla la accin


de esta novela es escasamente conocida.
Los vestigios histricos no han aportado
demasiados resultados concluyentes y la
mayor parte de la documentacin,
fidedigna o no, proviene de fuentes
romanas, precisamente la cultura que se
impuso en el mundo hispnico hasta
borrar los rasgos genuinos anteriores a
ella.
Sin embargo, frente a la parquedad
de la arqueologa y el sectarismo de las
crnicas romanas, el novelista se rebela
para trazar un mundo verosmil que
intente superar la indigencia de quienes
slo ven lo que dicen las piedras
gastadas. La intuicin y el mtodo
deductivo aportan de hecho un buen
caudal de argumentos a los numerosos
datos que existen y a la sutil evidencia
de mltiples indicaciones. Llmenlo
investigacin, desvaro deductivo,
invento de la fantasa y mixtificacin
audaz, o ciencia nueva no basada
exclusivamente en hechos probados
pues estos nos dejan en la ms absoluta
pobreza, pero, en definitiva, la
esencia de la novela histrica es
bastante sencilla: un escenario real con
evocaciones de pocas remotas;
personajes que existieron y forman parte
de nuestra andadura de siglos
conviviendo junto a otros agregados
como protagonistas o testigos, para
llevar entre todos el peso de la accin;
y, por ltimo, las mismas emociones de
siempre, las que anidan en el corazn
humano desde tiempos inmemoriales. Se
trata de tejer una urdimbre con todos
esos hilos, atravesada por filamentos
dorados de verdad y los colores
cambiantes de las pasiones humanas,
hasta lograr un tapiz coherente que sepa
convencer sin desvirtuar el sentido de la
Historia ni traicionar los hechos y, al
mismo tiempo, entretener la mente y
cultivarla.
Por todas estas razones, situar una
novela histrica en el tiempo de los
cartagineses y cargar el acento en los
pobladores de aquella Espaa primitiva
requiere ciertas explicaciones previas
que conviene aclarar para no rasgar el
texto con notas exhaustivas a pie de
pgina que distraigan al lector.
Para empezar, el propio nombre del
permetro peninsular aplicable a la
poca. Existen varias posibilidades.
Dada su unidad geogrfica, no fue difcil
a los pueblos civilizados que llegaron
durante la Edad de Bronce o la de
Hierro (segundo y primer milenio antes
de nuestra era) dar un nombre comn a
un territorio con rasgos culturales
comunes y recursos compartidos: los
griegos la llamaron Iberia, por ser
beros con quienes fundamentalmente
trataron, y los fenicios Spania, que
quiere decir tierra del extremo norte y
no tierra de conejos como tantas
veces se ha dicho. De estos ltimos he
tomado la denominacin, ya que son los
cartagineses o pnicos, sus
descendientes, los antagonistas de la
novela.
Nos encontramos en el ltimo tercio
del siglo III antes de nuestra era, entre
los aos 236 y 224, aproximadamente.
Amlkar Barca ha invadido la Pennsula
para asegurar al Senado de Cartago los
pagos en plata a la Repblica romana
que exigen los tratados de paz de la
Primera Guerra Pnica. Enfrente se va a
encontrar la resistencia de los caudillos
celtas Istolacio e Indortas, dos guerreros
que tienen el honor de ser los primeros
espaoles que entran en los anales
histricos gracias a las crnicas
romanas. El primer tema espinoso es
hablar de los celtas en Spania. No slo
habitaban el norte, como se dice a
menudo, sino que ocupaban una ancha
franja en diagonal que travesaba el
occidente peninsular en diagonal. Los
celtberos, palabra que tomamos de los
griegos, eran los habitantes del territorio
intermedio entre celtas e beros, sobre
todo el terreno que ocupan hoy las
provincias de Soria, Teruel, parte de
Zaragoza, Cuenca y Guadalajara y que
en realidad eran celtas de origen con
marcada influencia bera.
Como aparecen en la narracin
algunas palabras que podran resultar
desconocidas para algunos lectores, he
aadido al final de la novela un
glosario. Pueden consultarse los
nombres de las tribus y su demarcacin
aproximada en el mapa de las guardas.
Para ms informacin sobre los distintos
pueblos, vase la pgina 391. En cuanto
a la correspondencia de los topnimos
antiguos con sus equivalentes actuales,
el lector la hallar en la pgina 397.
Algunos personajes son reales, como
Amlkar, Asdrbal, Anbal o el jefe
Obyssos, pero el resto, la gran mayora,
nacen del crisol de la propia historia.
Podran haber existido y si consiguen
hacerlo para ti, querido lector, entonces
el propsito de esta novela se habr
cumplido y habremos logrado que el arte
de lo posible (la verosimilitud) importe
ms que la taxativa realidad (la
veracidad). Esta es la magia y el poder
de la novela.
Que la disfrutes.
I

OFRENDA

Era costumbre entre los


hispanos
que los que seguan ms de
cerca al general
perecieran con l, si este caa
en la lucha.
Fieros, sin importarles la
muerte,
tenan a gala esta feroz
costumbre ritual
que ellos llamaban
consagracin.

PLUTARCO
1

Devoto fiel

Yisco
Mmmm
Oye
Sin hacer caso de su hermano,
Giscn saludaba con aquella sonrisa tan
suya, suave, acostumbrada a los tributos
de admiracin, aunque algo en su
manera exagerada de levantar la mano
por encima de la cabeza, como si
quisiera abarcar la multitud de hombres
agitando sus brazos, le delataba.
Aquello pareca distinto, el triunfo
definitivo, pens con amargura Asio, el
hermanillo que sali a su encuentro y
trataba de llamar la atencin.
Pero no haba forma.
Por ms que l lo hubiera cogido del
hombro y anduviera a su lado, haca
como si no estuviera escuchando. En un
esfuerzo de cordialidad, para evitar que
ninguno quedara fuera de su
reconocimiento, Giscn haca leves
inclinaciones de cabeza a los ms
cercanos con un gesto de general
victorioso que hubiera parecido
excesivo en otros momentos, pero que
ahora, con el torque de oro en la
garganta anunciando su compromiso,
resultaba natural y hasta necesario.
Haba aceptado unirse al grupo de
los elegidos, los fieles devotos que
ofrecan su vida a la diosa Atocina para
proteger la del caudillo y llevarlo a la
victoria. No haba noticia mejor en el
campamento rebelde. De todas las
naciones de Spania, los arvacos eran
los ms aguerridos, los que destacaban
entre los celtberos por su valor
temerario y la contundencia de sus
ataques por sorpresa. Giscn estaba all
como representante de Tiermes, una de
las ciudades importantes de los
arvacos junto con Numantina, Uyama,
Clunia y Segorbina. Descenda del
linaje de los Ulones, mticos generales
de su ciudad, una condicin que haba
marcado la educacin de aquel prncipe
de veinticinco aos, con imponente
presencia y carcter audaz, para quien la
guerra era la ms natural de las
ocupaciones. Le seguan ciento
cincuenta compatriotas fuertemente
armados y sin ms grado militar que
estar bajo las rdenes del jefe aprobado
por todos, pues all, en la hermosa
Tiermes arvaca, an se viva segn las
leyes asamblearias que suavizaban el
poder de los aristcratas.
Le acompaaba su hermano menor,
un muchacho de diecisis aos a quien
todos trataban con cario pero sin la
reverencia que mostraban al mayor.
Yisco, hazme caso.
Pero es que no puedes esperar
siquiera a que lleguemos a la tienda?
Giscn lo dijo sin apenas mover los
labios, sin dejar de sonrer ni saludar a
ambos lados.
Lo lo has hecho, verdad?
An no.
Pero ya se lo has dicho al
caudillo, no?
T qu crees?
S, lo haba hecho. Era tan evidente
como la gargantilla, o mejor la argolla,
que adornaba su cuello con pretensin
de nobleza, aquella filigrana de
insultante oro que todos miraban con
admiracin. La joya odiosa que, desde
la distancia, le haba anunciado que todo
se haba consumado.


La idea le rondaba a Giscn hacia das,
mantena en vela su pensamiento de
madrugada. Asio lo not por los
movimientos continuos en el jergn y su
aire ausente durante la maana. Lo
conoca demasiado bien como para no
saber qu estaba tramando. Se lo haba
contado por fin la noche anterior y
aunque a Asio le horrorizara la idea, no
le extra en absoluto la confidencia.
Deseo convertirme en devoto del
caudillo Istolacio y ofrecer mi vida a la
diosa de los Infiernos.
Lo dijo con la mirada fija en el techo
y luego se volvi hacia l, buscando en
sus ojos una respuesta, pero Asio no
respondi, quiso creer que eran delirios
nocturnos, ganas de hacerse notar. Por
qu habra de hacerse soldurio de un
rgulo extrao a los arvacos? Seguro
que ser una treta para ganarse el
respeto de los hticos, pens Asio.
Les har creer que s, pero luego ser
que no.
No digas tonteras, Disco. Nadie
te ha pedido que ofrezcas tu vida. Ya es
suficiente que estemos aqu. Anda,
djame dormir y te prometo que no se lo
contar a madre.
El mayor le dio un pescozn que
hizo revolverse a Asio. Haciendo gesto
de enfado, se volvi hacia el otro lado
del lecho que compartan. Giscn le
abraz por detrs y le acarici la
cabeza.
No seas bobo, ya vers, no va a
pasar nada. Pero promteme que haga lo
que haga me apoyars y estars a mi
lado.
Vale te lo prometo.
Asio fingi desgana pero la ansiedad
le consuma y apenas pudo dormir.
Al da siguiente, a medioda, Giscn
haba desaparecido. Cuando el hermano
pregunt por l, le dijeron que lo haban
visto entrar en la tienda del caudillo y
que llevaba largo rato all.

En efecto, con paso resuelto, el prncipe


de los arvacos se haba dirigido antes
de la colacin del medioda al centro
del campamento btico donde se alzaba,
con gallardetes verdes, la tienda grande
donde el caudillo celebraba las
reuniones con sus capitanes y l mismo
dorma.
Giscn comunic sus deseos sin
rodeos, con humildad, sin hacer alarde
de su condicin patricia ni pidiendo
nada a cambio, slo con la voluntad de
reforzar la ofensiva rebelde que habra
de enfrentarse a los cartagineses para
acabar con ellos.
Conmigo le dijo al jefe
Istolacio te aseguras la fidelidad
absoluta de los arvacos sin que haga
falta que mis soldados presten juramento
de devotos. Los conozco bien y s que
darn hasta la ltima gota de su sangre si
yo se lo pido.
Lo s, querido amigo. Los
arvacos habis dado suficientes
pruebas de valor en todos estos aos.
Adems, ahora se trata de un enemigo
comn que quiere reducirnos a todos los
spanios a la esclavitud, no es una ria
entre nosotros. Pero dime, has
meditado bien tu decisin? Recuerda
que si el caudillo muere en combate
debers sacrificar tu vida con los dems
devotos pues as lo exige la diosa.
Lo s.
Eres joven, tu pueblo te ama,
tienes una casa, un hermano y una madre
que dependen de ti.
Y qu es la familia al lado de los
ideales?, cmo podra yo comparar mi
modesta hacienda al inters de todo un
pueblo?
Hablas con sabidura y tus
palabras revelan el coraje que
necesitamos, noble Giscn, descendiente
de los Ulones de Tiermes. Tienes el
corazn puro, haces justicia a tus
ilustres antepasados. Es un honor para
m aceptarte en las filas de mis
soldurios. Pstrate y desnuda tu hombro
izquierdo.
La ceremonia de aceptacin fue
breve, cargada con la sobria emocin
que sola marcar los actos de Istolacio.
Con una rodilla en tierra y la cabeza
inclinada Giscn sinti el acero fro
sobre su piel; un escalofro le recorri
la espalda mientras escuchaba las
palabras del caudillo.
El herosmo anida en tu corazn,
amigo mo, haces honor a tu estirpe, al
admirado pueblo arvaco y a toda la
Celtiberia. Desde este momento eres
general entre los mos con mando en la
caballera y licencia para asistir al
consejo de capitanes. Sers un ejemplo
perdurable y tu nombre se inscribir en
el altar de los hroes. Gloria al
guerrero que no tiembla ante la potencia
de la diosa de los Infiernos! Las
generaciones venideras te recordarn.
En ese momento Giscn pens en su
padre, muerto haca ya diez aos en la
batalla contra los belos que asegur la
frontera arvaca. All, en el Paraso de
los Inmortales, junto a su padre, el padre
de su padre y dems ancestros, se
sentira satisfecho. Luego le vino a la
cabeza la imagen de su madre en la
lejana y querida Tiermes. Tal vez ella no
apreciara tanto el paso que se dispona a
dar.
Istolacio se quit su propio torque,
lo abri por sus extremos con ambas
manos y lo coloc alrededor del cuello
de Giscn, ajustndolo con una suave
presin. Era de oro macizo, con tres
filamentos que se enroscaban hasta
terminar, sobre la unin de las
clavculas, en dos pequeas cabezas de
lobo. Aquella era la insignia suprema, el
signo de obediencia para todos los
capitanes. A la ofrenda de lealtad del
joven arvaco, el rgulo Istolacio
corresponda con el mayor de los
honores. Giscn se sinti abrumado,
ahora slo le quedaba ganar la corona
de roble de los supremos. La que la
victoria final otorga sobre el guerrero.
Alza tu cabeza, devoto fiel, ya
eres uno de los nuestros. A partir de
ahora se har cargo de ti el colegio de
druidas, ellos te prepararn para la
ceremonia que ha de iniciarte en los
misterios de la diosa.
Istolacio tom del brazo a Giscn
para ayudarle a levantarse, luego llam
a uno de los guardias que custodiaban la
tienda mayor y este fue a buscar a
valos, el Gran Druida. Tras dar el
triple abrazo ritual al novicio, el
caudillo lo condujo hasta su mesa
personal, le ofreci asiento y puso ante
l una copa de libaciones.
Bebamos celia sagrada por el
buen fin de nuestra empresa.
El lquido atraves la garganta seca
de Giscn, hacindole toser. El caudillo
rio, mientras el fuego de la bebida
despejaba la voz del arvaco y pona
brillo en sus ojos.
Mi gratitud es enorme, caudillo,
no s qu decir.
Soy yo quien debe estar
agradecido. Y no te preocupes, hombre,
ya nos hemos dicho suficiente. Ahora
bebe, deja que tu pecho se ensanche y
disfruta de este momento.
valos lleg acompaado por otros
dos druidas que le asistan en todo.
Enseguida se hizo cargo de la situacin
y felicit al nefito con los abrazos
rituales. Luego le bes en la frente y
puso sus dedos ndice y corazn sobre
los labios de Giscn para hacerle una
advertencia.
A partir de ahora, debers ayunar
y beber slo agua con el fin de preparar
tu cuerpo y tu espritu. Tienes que estar
purificado para comunicarte con la
diosa.
As lo har, druida mayor.
Sabes? Yo conoc a tu padre. Y
tambin a tu abuelo, cuando an este
viejo druida no era ms que un joven
guerrero que no haba encontrado la
senda de la filosofa. Grandes hombres
tus ancestros, hijo mo, grandes
hombres.
An estuvieron departiendo largo
rato, hablando de gestas pasadas y de
cmo aquel formidable ejrcito de
cincuenta mil guerreros que haba
logrado reunir Istolacio poda vencer al
codicioso Amlkar y su hueste de
temibles mercenarios.


Desde el momento en que Giscn
traspas el umbral de la tienda mayor
con el torque de Istolacio brillando en
su garganta fue el blanco de las miradas
y la comidilla del campamento. Antes de
que llegara a la zona en la que
pernoctaban los arvacos y Asio lo
viera llegar, la tropa saba que un nuevo
capitn se haba unido a la lite de los
soldurios.
Tal era la admiracin que provocaba
la insignia del caudillo en su cuello que
Giscn se vio obligado a responder a
los numerosos saludos y hasta
reverencias de quienes encontraba a su
paso.
De verdad crees que era
necesario? le pregunt su hermano
con tono airado cuando al fin quedaron
solos.
Hay cosas que van ms all de la
simple necesidad, hermanito
respondi Giscn tratando de quitarle
importancia.
No le impresionaron al joven Asio
los aires paternales de su hermano, ni su
habitual condescendencia con l. Tena
que decirle lo que pensaba.
Como por ejemplo?
El valor, el ejemplo ante los
soldados y sobre todo, el honor.
Ya. Y no sera ms honorable que
cuidaras mejor de tu vida y la ma, como
prometiste a nuestra madre?
Cllate! T qu sabrs de honor!
Al chico se le descompuso la cara.
Giscn trat de disculparse cogindole
del brazo, pero Asio lo retir
bruscamente y sali corriendo de la
tienda.
Asio! No te vayas! Slo quera
decir que eres muy joven para
comprenderlo!
El chico no par de correr hasta el
robledal que comenzaba al otro lado del
permetro de las tiendas. En sus odos
resonaban las malditas palabras: T
qu sabrs de honor. Su propio
hermano le haba echado en cara su
condicin de bastardo, como si no
hubiera tenido bastante con ser siempre
el hermanillo postizo, el chaval al que
no hay que tomar muy en serio. El
ilegtimo.
Al caer el sol tuvo que volver a la
tienda. Giscn le haba reservado un
plato de la cena con cabrito asado y
zanahorias dulces como a l le gustaba,
junto a un tazn de leche de cabra con
avena machacada, otra de sus
debilidades.
Asio lo mir pero no quiso
acercarse.
Es que no vas a cenar? Luego
tendrs hambre.
Y qu importa! Como no tengo
honor, que ms da si tengo hambre o no.
Venga, no seas tonto.
Giscn lo atrajo hacia s
estrechndolo entre sus brazos. El
clido abrazo de su hermano, su mano
acaricindole la cabeza acabaron por
destensar su enfado.
Asio, Asio, sabes
perfectamente que para m eres tan digno
como el que ms. Lo que ocurre es que a
ti estas cosas de la milicia nunca te han
atrado, por eso creo que no comprendes
del todo cuando se trata del honor
guerrero.
Pero te das cuenta balbuci
entre sollozos el chico de que si
muere Istolacio tendrs que sacrificarte
con l?
Lo s, por eso lo hago, para
reforzar su destino.
Pero eso es una tontera, Giscn,
t no puedes
Giscn tap la boca a su hermano y
le impidi terminar la frase.
No quiero ms quejas de
acuerdo? Cuando un guerrero toma una
decisin as es porque la ha meditado y
pone todo su coraje en ello. No debe
debilitarse su voluntad con lloros ni
minar su arrojo con clculos mezquinos.
Hablaba el primognito, el lder
entre los jvenes al que escuchaban con
atencin los mayores en la asamblea de
Tiermes. Asio conoca muy bien su
estilo, labrado a base de conviccin,
dicho con la elegancia profunda de
quien lo posee todo.
Se haba acostumbrado a la
suficiencia de Giscn que para l era
como un escudo a sus propias
debilidades. Por eso le desesperaba
aquella maldita decisin de hacerse
soldurio de un caudillo extranjero que
iba a jugarse la vida contra el ms
poderoso de los generales. No cejaba en
su empeo de convencerlo, como
cuando le susurraba su opinin en las
gradas de piedra de la asamblea.
Tambin le debes devocin a
madre. Si faltas t, qu sera de nuestra
casa, de nuestra posicin, de la estirpe
que con tanto orgullo representas?
T seras el primognito. A fin de
cuentas, la familia de madre es tan noble
como la de mi padre.
Asio se qued sin saber qu
responder. Nunca se le habra ocurrido
que pudiera ocupar el puesto de su
hermano. Se sinti mezquino, como dira
l. Tampoco hubiera credo que Giscn
pudiera considerarle su heredero. Las
lgrimas cesaron. Esta vez fue l quien
abraz a Giscn.
Te quiero mucho, Yisco. No
quiero perderte.
Ni yo a ti tampoco, chaval.
Giscn le revolvi el pelo y el
pequeo le dio un puetazo en el
hombro. Al rato estaban los dos en el
suelo, pelendose y rindose.
2

Consagracin
a la diosa

Tres das quedaban para que el cuarto


creciente completara su periodo y el
cielo de noche se iluminara con el
resplandor de la luna llena.
Fueron jornadas intensas, que
parecan no tener fin para Asio y
Giscn. El ayuno no merm las fuerzas
del mayor, a todas horas se le vea
hablando y bromeando con los otros
soldurios. Por la noche, los dos
hermanos compartan el lecho en
silencio, con el ominoso tiempo de
descuento sobre sus cabezas.
Cuando lleg la noche de plenilunio,
todo estaba preparado para la
ceremonia. Era el momento oportuno, el
ciclo lunar de mediados de verano, la
cspide del calor cuando la mies haba
granado y las aves enseaban a los
pollos a conocer el mundo. El tiempo
estaba sereno, aunque empezaba a
refrescar. En el momento en que el
resplandor dorado anunci la salida del
astro por el horizonte, valos dio la
orden de partir. El druida mayor
encabezaba la procesin hasta el lugar
donde habra de celebrarse el rito, un
claro del bosque rodeado de fresnos
centenarios en cuyo centro se
conservaba, desde tiempo inmemorial,
un toro de piedra. En el lado sur del
calvero, dominando la explanada de
hierba y otorgando al espacio su
carcter nico, una enorme roca se
elevaba al cielo por encima de las copas
de los rboles. Tena excavados en uno
de sus costados treinta y tres peldaos
que conducan a la cima, donde la roca
haba sido pulimentada por la mano del
hombre, formando una gran bacinilla de
seis palmos con canales a ambos lados
para que la sangre escurriera, el ara
propicia para los sacrificios a Eako.
Seguan al sumo sacerdote, con
antorchas que desprendan aroma a
resina de cedro, siete druidas con
tnicas sin cngulo y el manto sobre la
cabeza. Detrs, con paso de cadencia,
marchaban ochenta soldurios en filas de
cinco en fondo, cubiertos slo por una
faldilla blanca y pieles de cordero sobre
los hombros que sealaban su condicin
de ofrecidos. Salmodiaban los guerreros
antiguos cnticos celtas en los que
invocaban a los espritus del bosque
para que los guiaran en su encuentro con
la diosa del Infierno y la del Cielo. En
ltimo lugar, a cierta distancia,
caminaba muy erguido Giscn.
Vestido con una tnica corta, cuya
blancura resplandeca en la noche,
sostena un pebetero de tomillo en las
manos e iba escoltado por dos bardos
jvenes, aprendices de druida, que
portaban vasijas con bebedizos y unas
taleguillas sujetas a la cintura que
contenan hongos desecados de distinta
especie. Precedan al nefito siete
soldurios de rango avanzado, totalmente
vestidos para el combate, cubiertas las
piernas con grebas de bronce, grandes
insignias sobre el pecho sujetas con
cadenillas, las manos portando espadas
enhiestas a la altura del esternn y dos
escudos de cuero a la espalda. Un grupo
de nueve msicos cerraba la procesin
con la algaraba en sordina de panderos,
flautas y crtalos.
El bosque acoga con naturalidad el
espectculo. El blanco de las tnicas
sacerdotales, el sayal de Giscn y las
pieles de cordero cobraban luz propia
con el brillo de la luna temprana. Los
animales permanecan silenciosos en sus
guaridas, impresionados por el
despliegue inslito de actividad humana.
El desfile era sobrio, distinto a las
habituales celebraciones de los celtas en
plenilunio con las mujeres y nios del
poblado. No iban yeguas blancas
uncidas a los ronzales sin mcula,
tampoco bueyes con guirnaldas en el
testuz, pues no era fiesta de sacrificio
sino la iniciacin de un soldurio, eso s,
de alto rango, por lo que la
muchedumbre de devotos era mayor. A
nadie ms le estaba permitido asistir, ni
siquiera a los caudillos que deban
quedarse en el campamento, en silencio,
quemando resina de cedro y escuchando
los lejanos cnticos.

Cuando los guerreros entraron en el


recinto sagrado del claro, se
distribuyeron en semicrculo formando
filas compactas. Los msicos cesaron de
taer los instrumentos mientras valos,
a pesar de su avanzada edad, escalaba
con agilidad hasta lo alto de la pea.
All, con las manos juntas e inclinndose
brevemente, salud a los cuatro puntos
cardinales detenindose finalmente en el
oriente donde se encomend a Lug.
Luego se descubri la cabeza, alz los
brazos hacia el cielo y clam con voz
potente la oracin a la diosa. En la
quietud de la noche sus palabras
retumbaban como ruegos de amor y
sentencias de compromiso, con tal
fuerza en sus inflexiones que era
imposible sustraerse a ellas.

Henos aqu, diosa madre,


dispuestos a recibir la luz
cegadora de tu espritu
que har borrar los
contornos
de la tosca materia que nos
rodea,
hasta abrir por completo la
puerta de nuestra conciencia.

Hemos venido a adorarte,


los guerreros a renovar su
voto de entrega y fidelidad.
Son hijos tuyos, Atecina,
hermana sagrada de la diosa
Eako,
fieles devotos vinculados a
ti.

Te ruego por el bien que


ofrecen
que protejas la vida del
caudillo, nuestro rgulo
Istolacio,
que gues sus pasos en la
batalla
y lo conduzcas a la victoria
final.

Escucha nuestras plegarias


oh, madre!
ilumina con tu luz el
camino,
confunde a nuestros
enemigos,
y as sigamos libres y
entregados a tu amor,
como a la reverencia
incesante de nuestro padre Lug.

Escchanos, diosa.
Los guerreros repitieron al unsono
la ltima frase. El humo blanco de las
antorchas en la base de la roca envolva
la figura del Gran Druida, que
permaneca con los brazos levantados y
la vista clavada en la esfera lunar.

Hoy traemos un nuevo


devoto para que lo acojas en tu
seno
Este joven arvaco, prncipe
de su raza,
voluntariamente pide su
ingreso en nuestra fraternidad.
Te ruego que lo ilumines
como a todos nosotros,
que derrames sobre l la
piedad que reservas para tus
hijos
pues es hombre de corazn
noble y voluntad sin tacha.

Toma su vida en prenda de


juramento,
que sirva para favorecer
ms la de nuestro caudillo.

As quedar cerca de ti y
podr escuchar tu voz,
despierto o dormido,
descansando o en la batalla,
sano de cuerpo o cuando
yazca enfermo en su lecho.
Escchanos, diosa.

De nuevo el sordo ronquido de los


hombres respondi como una sola voz.
valos baj los brazos. De las grandes
tubas de los msicos surgi un sonido
metlico tan grandioso como anuncio de
paraso, que elev el espritu de los
asistentes. Los guerreros comenzaron a
salmodiar los nombres de Lug, Eako y
Atecina mientras se golpeaban los
muslos con las manos y se pasaban
cantimploras de celia pura, el mtico
licor de fuego que en las ceremonias
beban sin mezclar con agua.
Los bardos tomaron a Giscn
suavemente por los brazos y lo
condujeron junto al toro de piedra.
valos descendi con tiento del
peasco para reunirse con el resto de
los sacerdotes y acercarse hasta donde
esperaba el joven arvaco con una
beatfica sonrisa en los labios.
All cogi uno de los bolsines de
hongos que le ofreca un aclito, sac un
pedazo mediano y tomndolo entre dos
dedos dijo:
Arrodllate, hijo mo. Vas a
recibir el soma sagrado que te llevar
en tu viaje hasta los dominios de la
diosa. Has purificado tu cuerpo y
limpiado tu espritu, ahora te pido que
abandones toda querencia de este
mundo. Ni padre, madre, esposa, hijo,
amigo o hermano deben mandar en tu
corazn. Te despojars del metal que
rodea tu cuello como guerrero celta
elegido y sacars los brazaletes que
adornan tus muecas por tu condicin de
prncipe de los arvacos, pues estos son
slo signos de la vanidad humana que te
atan a la Madre Tierra. Abandonars
igualmente la tnica de nefito que
cubre tu desnudez primordial. Vas a
cabalgar el toro sagrado que ha de
conducirte hasta la Madre del Cielo.
valos introdujo con suavidad el
trozo de campnula en la boca del
muchacho que la recibi en su lengua y
la dej alojada en el velo del paladar,
como le haban indicado. Saba de un
modo extrao, dulce y amargo a la vez.
Se amoldaba tan perfectamente a la
cavidad superior de la boca, que Giscn
pudo tragar saliva sin dificultad. Le
pareci que este gesto habitual de la
garganta lo haca por primera vez en su
vida, al menos de modo consciente, tal
era la intensidad del momento y la
conciencia del paso que estaba dando
hacia lo desconocido, como cuando el
marinero bisoo embarca en un esquife
para surcar el mar con rumbo incierto.
No dur demasiado la intimidad de
su pensamiento. Tras ingerir pedazos
ms pequeos de otro hongo distinto, los
druidas volvieron a tomarlo por los
brazos mientras los cnticos arreciaban
y la msica inundaba su cerebro. Un
creciente y agradable hormigueo le
recorra las piernas y la espalda, tena la
sensacin de atravesar un prtico que lo
alejaba de la tierra para lanzarlo al
espacio exterior. A su alrededor vio los
rostros de los soldurios, sonriendo
alegres como camaradas de un juego que
pareca ganado de antemano.
Esta vez, su estribillo deca
simplemente: Ven, ven.
Los dos sacerdotes lo condujeron
hasta la parte posterior del toro de
piedra. Hecho a la medida humana,
pulido por manos expertas haca cientos
de aos, la figura reposaba con
serenidad mineral, la cabeza orientada
hacia la gran pea y en los ojos
cincelados, unas pupilas vueltas hacia el
firmamento como si buscara el
resplandor de la luna.
Las manos delicadas de los druidas
le despojaron de la tnica, le ayudaron a
descalzar las sandalias y abrieron el
torque y los brazaletes para retirarlos de
su cuerpo. Uno de ellos tom la vasija
que llevaba consigo y el otro alarg una
copa de alabastro.
Bebe, hermano, no temas. La
savia de la vida te dar alas y abrir tu
pensamiento al conocimiento superior.
Giscn bebi un largo trago y not
que las manos que lo sujetaban dejaban
de hacerlo para tomarle las suyas. La
brisa le acariciaba la espalda, la nuca y
los glteos. Senta el fresco de la noche
subiendo por la cara interna de los
muslos, endurecindole los testculos.
Ven, sube. Cabalga el toro de las
estrellas. Djate llevar.
Giscn se dej hacer. Uno de los
druidas cogi su pie y el otro lo empuj
suavemente hacia arriba. El contacto con
el fro de la piedra le sobresalt pero al
instante, la superficie de aquella roca
acariciada por los hombres y lamida por
el tiempo qued unida a la piel de sus
piernas con un intenso calor. Un golpe
en su cerebro, como si hubiera recibido
el mazazo de un titn, lo derrib sobre el
lomo ptreo. Con ambos brazos se
sujet al cuello de la figura y tuvo la
impresin de que ascenda hacia la
inmensidad del cosmos a una velocidad
descomunal.
Los cnticos se haban vuelto
frenticos pero l los oa distantes, cada
vez ms lejanos. Un zumbido metlico,
de intensidad desconocida, atraves sus
tmpanos. Otra vez la voz del joven
druida, ahora ms exigente, le conmin a
beber. Una cnula se introdujo en su
boca y l trag como pudo un lquido
viscoso y amargo que pareca
encenderle las venas.
Inmediatamente, su cuerpo entr en
trance. La cabeza qued erguida hacia
atrs, tensa, con los ojos abiertos aunque
totalmente en blanco. Su cerebro era
vasto como el universo. Vea esferas
pasar a sus costados, rojizas, grisceas y
azuladas, algunas pequeas que parecan
rozarlo, otras tan enormes que le
angustiaba cuando se iban acercando.
Escuchaba algarabas armnicas que lo
transportaban, msica celestial de
pfanos y trompetas con ecos de
gravedad sobrecogedora, junto a
melodas sublimes que le arrancaban
lgrimas de xtasis. Senta un ir y venir
de fuerzas que zarandeaban su cuerpo y
espritu. Presenta el abismo pero no
llegaba. Notaba un ascenso imparable
que le llenaba de esperanza, hasta que
una luz blanqusima lo envolvi por
completo. Entonces ces el ruido.
Desaparecieron las esferas. Todo se
calm.
De las entraas de la luz surgieron
haces dorados que se perdan en la
inmensidad. Una presencia cautivadora
le atraves la conciencia y llen de
alegra su espritu. Nociones como
hijo, amor, felicidad, reposo,
eternidad, se conformaban en su
mente mezclando sus significados hasta
desaparecer en aras de un sentimiento
jubiloso, insondable, denso como las
nubes y tan liviano como el aire.
Abandonada la voluntad, slo lo
sensible guiaba su camino. El intelecto
desapareci y nicamente quedaron las
emociones de su naturaleza humana. Era
como encontrarse en el regazo de un ser
superior y magnfico, ms an, como
penetrar un seno prodigioso y
permanecer ingrvido en aquel dulce
navegar que pareca no tener principio
ni fin. Su mente se volvi por completo
ajena a cualquier manifestacin de aquel
cuerpo prestado que volva a sus
orgenes, pues todos los que
contemplaban la escena en el calvero
del bosque pudieron escuchar los
sollozos de un nio al salir del tero
materno. Para los soldurios, una vez
ms, resultaba tan enigmtico como
concluyente observar el llanto infantil
salir de un cuerpo atltico de hombre,
agarrado con furia a su pedestal de
piedra.
Crecieron los sonidos guturales de
los guerreros, unos graves y
acompasados, otros agudos que se
derramaban como piar de pjaros por el
retumbar de las voces bajas. Cada uno
buscaba dentro de s el impulso de su
espritu y lo dejaba fluir desde los
pulmones y el diafragma por la garganta,
hacindolo pasar por la boca y la nariz
hasta transformarlo en voz humana,
nica e irrepetible. Aquellos hombres
no hacan sino ejecutar una antiqusima
tradicin celta, un rito mgico que
pretenda dominar los fenmenos del
mundo gracias a las vibraciones sonoras
que consegua el ensalmo atronador de
sus gargantas entrenadas.
Guiados por los bardos, los fieles
devolvan al rito su cadencia inicitica,
recuperando el tiempo preciso en el que
haba de cristalizar el magma all
desatado.
La voz adusta de valos se dej or
con autoridad, dando lugar a otra liturgia
que deba atraer al iniciado de vuelta.
En esta segunda parte, haba que
convocar su lado ms animal para
atraerlo de nuevo a la Tierra y sujetarlo
al mundo de los hombres. Entregado a la
comunin con la diosa, su espritu no
deba permanecer ms tiempo all pues
de otro modo su capacidad de discernir
quedara deshecha, con la mente
prendida indefinidamente en el caos y la
voluntad racional aniquilada, como esos
locos alucinados que van por las aldeas
asustando a los nios.
Ha llegado el momento.
Acercadle el sahumerio.
Los ayudantes del druida mayor, que
haban permanecido al lado de Giscn,
se dirigieron al ms joven del grupo. El
muchacho les entreg un pebetero de
bronce con asas de piedra en el que
haba estado avivando unas brasas de
carbn de encina. Los druidas volvieron
a cubrirse la cabeza, tomaron la vasija
humeante cada uno por un lado y la
colocaron bajo la cabeza del toro. De un
nuevo bolsn extrajeron hojas de datura
y semillas de estramonio que
depositaron en el cliz. Otro druida se
acerc con un haz de ramas de camo y
fue colocando algunas encima.
El humo envolvi la cabeza mineral
y la humana. Poco a poco, el cuerpo de
Giscn comenz a moverse. Primero
fueron sus manos, que acariciaban el
cuello del animal, luego fue su torso
frotndose contra el lomo, las caderas
moviendo la pelvis. Tena los tendones
de la espalda tensos, las rodillas
apretadas. Emita un gruido suave que
se abra paso entre la salmodia gutural
de los fieles.
Un bordn de tambores creci en la
espesura. Las tubas lanzaron sus
bramidos, que se elevaron hacia la
bveda celeste como plegaria
suprahumana que convocara a las
potencias celestes. Instndole a inhalar
entre las densas volutas, los druidas
aventaban el humo y acercaban ramillas
de camo incandescente hasta las fosas
nasales de Giscn. Las voces de los
guerreros volvieron a unirse en un solo
grito frentico:
Ven, ven, ven.
Giscn levant la cabeza y abri los
ojos, brillantes, enfebrecidos, con las
pupilas dilatadas. Sujetndose con los
brazos al cuello de la figura comenz a
mover su cuerpo al comps de las tubas.
Luego se tens y qued sujeto slo por
las rodillas, alzando todo su cuerpo.
Estaba empapado de sudor, de su boca
pendan hilos de baba. Tena su virilidad
endurecida apuntando hacia el
firmamento, como si el miembro erecto
quisiera iniciar su acometida contra el
mismo cielo y buscar all refugio al
deseo.
Aprovechando su posicin, los
druidas lo izaron tomndolo por las
axilas y los muslos hasta depositar su
cuerpo en el suelo, sobre un hoyo
recubierto de murdago. Arreciaron an
ms las voces, como si los hombres
entraran al combate, los tambores
doblaron su frecuencia. La espalda de
Giscn se encorvaba a cada golpe de
sus caderas. Sus manos acariciaban el
musgo y apretaban puados de tierra.
De nuevo valos dej or su voz por
encima de la batahola de msicas.
Ahora es la diosa Atecina quien
va a recibirte. Su espritu es la
encarnacin infernal de Eako, el magma
del inframundo. A ella debes entregar tu
semilla, ofrecerle el aliento de vida que
los dioses te regalaron y que ahora t
prestas al aura de nuestro caudillo.
Ests preparado?
Lo estoy.
A Giscn le cost articular aquellas
palabras que le devolvieron la
conciencia de s mismo y el dominio
brutal de su cuerpo.
Lo deseas con toda tu fuerza?
S.
La voz del joven prncipe retumb
en el claro del bosque con la autoridad
de su estirpe y un frenes que delataba su
profunda ansiedad. Agarrado a las
briznas de hierba, penetraba con ardor
la oquedad hmeda del suelo buscando
las entraas de la tierra. En su mente
apareci el rostro de una mujer. Sus
rasgos eran de una inslita belleza, le
llamaba, abra sus labios carnosos
atrayndolo con susurros. La diosa
Atecina reclamaba su parte.
El guerrero arvaco redobl su
furia, la pelvis cabalgando sin freno.
Mechones de pelo, completamente
empapados, le cubran el rostro, el torso
apretado se volva crdeno, del mentn
y los brazos le caan regueros de sudor.
A cada acometida, los msculos de las
piernas se contraan hacia el pubis
buscando la conclusin del salvaje
vaivn, pero el semen se resista a salir
de los conductos internos, flojos por el
efecto relajante de las setas.
Los druidas ayudantes tomaron unas
varas de avellano que yacan preparadas
cerca de ellos, con los extremos
cubiertos de cera endurecida. Con
precisin y cuidado, los jvenes
sacerdotes comenzaron a azotar las
nalgas, los muslos y la espalda de
Giscn, mientras los tambores
redoblaban y los soldurios emitan su
ronquido con un ritmo cada vez ms
apremiante. El muchacho gema y
acompasaba sus movimientos a la
cadencia de los zurriagazos hasta que su
cuerpo adquiri la tensin de un arco.
Cuando las voces llegaron al paroxismo
todos los msculos y tendones de su
cuerpo, de los hombros a los talones, se
endurecieron; los jadeos se hicieron
breves como un quejido adolescente. Al
fin, de su garganta sali un ronquido
feroz que pareca surgido de las
entraas de fuego de la Tierra y sus
movimientos fueron declinando hasta
caer en el letargo. A una seal del Gran
Druida, los instrumentos cesaron
dejando slo el dulce lamento de una
flauta.
Con agua de abedul y paos limpios,
los sacerdotes frotaron su cuerpo y lo
limpiaron de inmundicias. Tumbado
boca arriba, el cuerpo inerte y los ojos
entornados, Giscn se dej limpiar la
piel con hojas de romero y salvia,
mientras otro aprendiz de druida le
secaba los cabellos con paos de lino
untados en resina de cedro. El mismo
muchacho, an imberbe, le bes en el
pecho, las rodillas y los pies, le calz
las sandalias y sujet unas grebas en los
tobillos y las corvas. Los ayudantes
enderezaron su espalda para cubrirle
con la tnica larga sacerdotal y rodearon
su cintura con el cngulo de los
ofrecidos.
valos contemplaba la escena con
una expresin paternal que delataba su
ternura, algo poco habitual en l y
reservado casi exclusivamente para las
ceremonias de iniciacin.
Con voz tranquila, orden el
siguiente movimiento.
Arrodilladlo.
Los druidas obedecieron,
doblndole las piernas con sus manos y
ponindose a su lado, ellos tambin de
hinojos, sujetando su tambaleante porte
hombro con hombro.
El Gran Druida recogi el torque
que el aprendiz le ofreca, rodilla en
tierra y con la cabeza inclinada.
Hermano Giscn: en nombre de la
gran nacin celta y el valeroso pueblo
del Cuneo fiel al rgulo Istolacio, bajo
los auspicios de la diosa Atecina y por
los poderes que me han sido
concedidos, yo te declaro soldurio
consagrado de nuestro amado caudillo y
as lo proclamo con este torque que no
desprenders jams de tu cuello, a
menos que incumplas tus deberes de
guerrero.
Una vez que valos ajust el macizo
collar a la garganta de Giscn, los
druidas colocaron en sus muecas los
brazaletes repujados por su condicin
principesca. El aprendiz le coloc un
petral de cuero sobre el pecho y la
espalda, sujeto con cintas, que tena un
sol cincelado en el pecho como signo de
devoto al rito. Con sumo cuidado,
alzaron su cuerpo y as, revestido y
cubierto con una piel de cordero blanco,
lo colocaron en unas parihuelas. El Gran
Druida se acerc, moj unas ramas de
avellano en el hisopo y ejecut los pases
rituales sobre el cuerpo aletargado del
juramentado. Por ltimo, puso sobre su
frente un tringulo de oro, unt sus
labios con miel y puso entre sus dedos
una rama de avellano florecido.
Ya dispuesto, los jvenes izaron el
cuerpo a hombros y comenz la
procesin de regreso. Sonaban alegres
las flautas, los hombres marchaban ms
descuidados, cogidos del hombro,
cantando con voz queda sus himnos de
victoria.
Apagaron las teas, las luces del alba
iluminaron los ojos encendidos. Los
druidas, con el manto de nuevo sobre la
cabeza, hacan sonar los cascabeles de
sus pequeos instrumentos en forma de
pentgono, mientras acompaaban el
espritu del joven prncipe en su vuelta
al mundo de los hombres.
La alegra poda al cansancio.
Un miembro importante se haba
unido al batalln sagrado de los
hermanados por la devocin al caudillo.
Un prncipe de los admirados arvacos.
El efecto de la celia se disipaba con
el roco del amanecer y un jbilo
callado, nacido del convencimiento de
la prxima victoria, desbordaba la
contencin de los soldurios
desbaratando la procesin de regreso al
campamento.
3

La llegada de
Amlkar

Dos aos antes haba ocurrido la


catstrofe. En tan slo doce lunas la
cuenca del Betis se cuaj de estandartes
prpura con la ensea de Cartago.
Nuevamente, la raza de los fenicios
ocupaba las tierras de la Turdetania,
pero esta vez eran sus descendientes
africanos quienes llegaban, no para traer
madera de cedro e intercambiar sus
preciosas mercaderas sino
acompaados de todo un ejrcito.
Tampoco se conformaron con
permanecer en el litoral, estableciendo
factoras y puntos de embarque, sino que
penetraron en el interior, ro arriba.
Desde que atracaron su flota en
Gades, los altaneros jefes cartagineses,
a quienes sus rivales romanos llamaban
pnicos, no fundaron ninguna colonia ni
se interesaron por el vino y aceite que
obtenan de Spania y luego vendan a
mejor precio por todo el orbe del Ponto
Euxino. Tampoco traan con ellos
mujeres y nios.
Durante las cuatro estaciones del
curso solar, un numeroso ejrcito fue
avanzando hacia el levante peninsular,
lenta e inexorablemente, dejando
seales patentes en su camino con el fin
de proclamar quines eran los nuevos
amos, pues para que todos conocieran su
presencia imperiosa, el consejo de
capitanes mand colocar gallardetes en
las veredas principales, unos sujetos a
las copas de los rboles y otros en
peascos prominentes, adems de postes
a la entrada de los poblados y pequeas
guarniciones estratgicas. Una
advertencia a los rebeldes, no fueran a
olvidar con facilidad el respeto que
deban infundir tales insignias.
El mensaje era rotundo: nadie deba
oponerse a los designios de la
Repblica de Cartago, cualquier
resistencia significaba la esclavitud,
cruces con ajusticiados en lo alto de los
cerros y pueblos enteros arrasados.
Amlkar, el magistrado enviado por el
Senado de Cartago, no dejaba otra
alternativa a su exigencia de plata,
aunque al principio se mostrara corts
con la poblacin de Gades y tratara de
ganrselos asegurando que respetara
vidas y haciendas.
Pero las primeras revueltas lo
enervaron. No poda consentir que su
fama de general invicto decayera por
culpa de un puado de spanios
orgullosos. Tres semanas despus de
comenzar la marcha hacia Levante en
busca de las minas argentferas, hizo
pblico un edicto en el que dejaba claro
que no aceptara negativas ni se
propona entablar negociaciones o
mantener discusiones con los rgulos
locales. Los emisarios repetan la ltima
frase en celtbero, ante los atnitos jefes
de las tribus:

Slo se aceptar acatar los


designios del sufete Amlkar.
Las poblaciones deben entregar
la mayor cantidad posible de
plata, de lo contrario sufrirn
las consecuencias y la ira de la
poderosa Cartago.

Los pueblos meridionales de Spania,


beros aliados y descendientes algunos
de ellos de comunes antepasados
fenicios, deban colaborar. Todos
saldran ganando y Cartago respetara
sus campos y ciudades, protegindolos
adems contra la temible Roma que ya
haba puesto los ojos en la Pennsula.
En las banderolas que jalonaban el
curso del gran ro tremolaba el caballo
de los Barca. El perfil helnico de la
cabeza equina, dorado sobre tela
escarlata, daba fe del linaje de quien se
titulaba ya Seor de la Turdetania. Para
quienes comprendan el sonoro lenguaje
de los fenicios, que eran muchos, su
nombre no dejaba lugar a dudas:
Amlkar Barca significaba Rayo de la
Guerra.
Siguiendo lo acordado con el
Senado de Cartago, el sufete se diriga
con su ejrcito para apoderarse de los
filones argentferos que, segn las
noticias de los comerciantes pnicos,
salpicaban las montaas del interior y
los alrededores de Cstulo. La llegada
de los cartagineses a los poblados se
desarrollaba segn una ceremonia
precisa que se repeta una y otra vez.
Antes de que aparecieran por el
horizonte los carros suntuosos de los
generales, sonaban los pfanos,
chirriaban los nebales de doce cuerdas y
el aire se estremeca con el golpear de
cientos de timbales. La misma tierra
temblaba al paso de los elefantes.
En los Castros ibricos, haba quien
sala con su vajilla de plata o estao y la
ofreca en una tnica a los
conquistadores a cambio de clemencia;
otros mostraban las manos con los
pulgares hacia abajo en signo de
sumisin. La mayora, sin embargo,
corra sin pensarlo a su casa y buscaba
el bolsn de cuero que contena polvo
mortfero de hongos para asegurarse una
muerte rpida en caso de captura. Se
deca que ellos, los crueles cartagineses,
torturaban y clavaban en la cruz a sus
enemigos.
Algunos rgulos de poblaciones
importantes, acompaados de sus
mujeres e hijos pequeos y precedidos
por ancianos sacerdotes, salan a la
puerta del oppidum con los brazos
extendidos haciendo ostentacin de
llanto, suplicando. En ocasiones,
llegaban emisarios al campamento
pnico con documentos escritos en
fenicio y griego en los que se haca
pblica su lealtad a Cartago y los
deseos de tal o cual poblacin por
firmar un tratado de paz.
Tales conductas provocaba la
cercana del duro general, con el
ejrcito de temibles mercenarios que en
Sicilia se haba impuesto a las legiones
de Roma.


A menudo recordaba Amlkar su
desembarco en la baha de Gades
durante el clido mes de Elul. Lo haba
llevado a cabo sin contratiempos ni
advertirlo de antemano, seguro de la
consideracin que le brindaran los
antiguos tartessos, sus viejos aliados.
Convencido de la sumisin que
provocara su fama, le empujaba la
soberbia de pertenecer a un linaje que se
deca descendiente de la diosa Dido y le
hacia sentirse superior, con derecho a
imponer su voluntad sin pedir
aquiescencia a nadie. Bastante tena ya
con los escrpulos de los senadores
cartagineses, celosos de su poder y
reacios a otorgarle ms.
No erraba sus clculos el taimado
pnico pues ciertamente as fue
recibido, entre sonrisas forzadas de los
magistrados de Gades que aseguraban
sentirse honrados con la presencia de
tan insigne personaje en la ciudad,
aunque entre ellos desconfiaran de sus
verdaderas intenciones.
El sufete declar, con impronta de
general impartiendo rdenes, que vena
a reclutar mercenarios de Spania, pues
conoca bien su valor y sobria
tenacidad, para hacer frente a la nueva
guerra que Cartago se propona librar
contra la vida Repblica Romana.
Luego, dejndolo en segundo lugar como
si tuviera menor importancia pero con la
mirada fija en la asamblea, aadi que
puesto que las indemnizaciones exigidas
por el Senado romano tras el tratado de
paz eran cuantiosas, necesitaba extraer
metal argentfero suficiente para
hacerlas frente.
No puedo tolerar que la
interrupcin de los suministros de plata
ibrica vuelva a provocar una derrota
por el abandono de los mercenarios,
como ocurri en Siracusa.
Aunque el recuerdo era amargo,
Amlkar quiso evocar la rebelin que se
desencaden en el ejrcito pnico al no
percibir la prometida paga las cohortes
ligures, espartanas, baleares y libias.
Todos saban que haba sido l quien al
frente de un reducido y eficacsimo
ejrcito haba aplastado a los
mercenarios, llegando incluso a
masacrar a las esposas e hijos que los
acompaaban.
Un murmullo de inquietud se
apoder de la sala.
Como hermanos de raza, los
miembros de la Gerusia no podan
negarse a las peticiones de Amlkar
aunque tres de ellos, dueos de las
minas de hierro que se encontraban a
poniente, hicieron muecas de
desaprobacin. De poco les sirvi su
ruidosa protesta a la que el sufete
respondi tan slo con una mirada
fulminante. Al cabo cedieron sin
rechistar, ya imaginaban aquellos
hacendados que quien osara resistirse
poda perder sus propiedades, cuando
no la vida.
Tras las primeras conquistas, los
ancianos de las ciudades ibricas no
pudieron ocultar su inquietud ante la
amenaza a las libertades pblicas. Sus
llamadas a la resistencia, sin embargo,
no encontraron eco suficiente. Por
mucho que se sintieran contrariados por
la intromisin en sus negocios, los
magnates turdetanos se adaptaron sin
demasiado esfuerzo a la nueva situacin.
Aunque nadie lo expresara en pblico,
empez a tomar cuerpo el
convencimiento de que los pnicos
traeran prosperidad. Con las vas de
comunicacin vigiladas, decan, el
comercio se intensificara y hasta los
pueblos ladrones de la costa seran
sometidos.
Los beros somos viejos aliados de
Cartago, repeta la mayora. Y as era,
en verdad. Desde haca ms de
trescientos aos, los hbiles
descendientes de la mtica Tartessos
surtan con sus elegantes brazaletes y
cinturones de oro la vanidad de los
senadores pnicos. En Malaka, como
durante centurias haban hecho los
fenicios, los cartagineses llenaban sus
naves con nforas de miel, odres de vino
dorado y sacos de almenillas, pero
siempre aadan lingotes de cobre,
estao y plata que ahora resultaban
insuficientes.
I ras el suntuoso recibimiento
gaditano, Amlkar comprob que poco
haba de temer de los turdetanos.
Probablemente hubiera poblados
recalcitrantes, rgulos con aquel fiero
sentido de la independencia que daba
fama a Spania en las orillas del mar
Interior. Para hacer frente a esos casos
aislados y sojuzgar sus pueblos, haba
llevado consigo desde Mauritania ms
de quince mil infantes, entre los que
haba no pocos hispanos licenciados de
la guerra contra Roma que serian una
valiosa ayuda para establecer alianzas y
convencer a sus paisanos.
Aunque al principio hablara ms de
alianzas y esfuerzo comn contra el
enemigo romano, el sufete haba surcado
el Ponto hasta la Tierra del Norte con el
objetivo militar oculto de sofocar el
levantamiento de los turdetanos contra
las colonias pnicas, apoyados por los
griegos. Pero desde el momento en que
puso pie en tierra, supo que aquel pas
riqusimo rodeado de mar y surcado por
grandes vegas fluviales, cuajado de
minas y bosques, poda ser suyo.
Con ms de cincuenta aos a sus
espaldas, se senta hastiado de las
envidias de los senadores de Cartago,
harto de sus continuas encerronas. Le
atraa la idea de tener su propio
territorio en el que ejercer plena
soberana para ser respetado y temido
por todos, incluidos los romanos; una
provincia que le hiciera ms rico que
nadie y afianzara su reputacin de
general victorioso. Podra incluso
convertirse en rey Tena estirpe regia,
nadie poda discutirle ese derecho.
Aunque en cierta manera le repugnara la
idea, pues su mentalidad republicana
detestaba a tiranos y reyezuelos, no
dejaba de seducirle la idea de instalarse
en Spania como sufete de Cartago con
rango de monarca. Podra hacerlo a la
manera de los kouros de Esparta,
estableciendo dinasta propia a travs
de sus dos hijos. Y aunque an eran
nios y l poda fallecer antes de la
mayora, tena como recambio y regente
al joven marido de su hija Istria, el fiel
Asdrbal por quien los soldados sentan
autntica veneracin.

Con ideas de conquista acariciando su


nimo, mientras observaba su inmensa
escuadra cruzar las columnas de
Hrcules, haba avistado la ciudad de
Gades acostada en su baha, el da
duodcimo del equinoccio de
primavera, en el ao 480 de la
fundacin de Cartago. Saba del encanto
perezoso de aquel milenario enclave,
haba escuchado mil veces alabar la luz
hospitalaria que envolva sus calles y
hacerse lenguas del carcter alegre de
sus gentes, pero no esperaba tanta
belleza.
Nada ms desembarcar, se dirigi a
ofrecer un sacrificio al antiguo templo
de Melkhart, en el que los nativos
haban erigido un altar a Hrcules, segn
el gusto helnico que se iba imponiendo
en las antao colonias de Tiro y Sidn.
Ante la mirada esquiva de los
gobernantes y sin aceptar la ceremonia
de bienvenida debida a los Sumos
Pontfices, atraves las filas de curiosos
que se fueron formando en las
escalinatas del templo atrados por una
mezcla de curiosidad y temor. Subi los
peldaos majestuosamente sin que nadie
se atreviera a detenerle ni hacer
preguntas, revestido con el manto
pontifical orlado en prpura, bien
asentada en su cabeza la diadema de oro
y piedras preciosas de sufete mientras
daba la mano al pequeo Anbal, su
primognito de nueve aos.
A la entrada del templo, en el
permetro sagrado, sacrific dos toros
blancos trados desde la otra orilla del
mar y observ con detenimiento sus
entraas. Luego las entreg al dios y
ba sus manos en la sangre del ara,
ensendolas para que todos vieran que
posea la magistratura suprema. Con este
gesto, Amlkar mostraba su
comunicacin directa con los dioses y
haca patente el derecho divino que le
otorgaba capacidad para emprender la
guerra o dictar la paz. A continuacin
orden que le limpiaran las manos con
un pao virgen y coloco al pequeo
frente al altar de los juramentos.
Hijo mo, jura ante el dios
Melkhart y el potente Hrcules,
poniendo por testigo al espritu vivo de
nuestros antepasados, y declara que
amars con toda la fuerza de tu corazn
esta tierra de Spania, pues yo te digo
que en este solar habr de hallar asiento
nuestro linaje y aqu daremos la batalla
final a la enemiga Roma y podremos
vencer su prfida avaricia. Como
pontfice mximo en estos dominios y
padre tuyo, te pido que jures sobre este
altar sagrado odio eterno a los romanos.
Que no descanses hasta vencer por
completo a sus legiones. Te ordeno
como general que tu vida la gue el afn
por domear la altivez de esos rudos
latinos que desafan nuestra existencia,
hasta convertirlos en esclavos de
Cartago.
Anbal sinti el peso de aquel brazo
sobre su hombro y lo apart con
suavidad. Quera acercarse al ara,
rodearla y colocarse por detrs y as
poder jurar frente a su padre y que todos
vieran su cara al hacerlo. Amlkar
sonri complacido por esta pequea
insolencia que no haca sino demostrar
el carcter apto para el mando de su
hijo.
El muchacho pos lentamente la
mano sobre la piedra donde cerca de mil
aos atrs sus antepasados fenicios
haban ofrecido el sacrificio primigenio
que fund la ciudad. Aquella era la roca,
un ara de caliza blanca en forma de
trbol, que an marcaba el centro
geomtrico de un recinto de grandes
piedras hincadas, donde los antiguos
celtas venidos del norte sacrificaban
yeguas en celo para aplacar a la diosa
madre las noches de plenilunio. El
mismo lugar sagrado de la noche de los
tiempos, un altar rupestre usurpado a los
nativos de generaciones milenarias, en
el que hechiceros transidos por la
ingestin de hongos vertan en rituales
de poder y magia la sangre de donceles
y vrgenes, caudillos escarnecidos
rivales, guerreros enemigos castrados y
hasta sacerdotes que capturaban en
manadas entre las tribus hostiles de la
Turdetania.
Yo, Anbal, juro por mi honor,
sobre el linaje de los Barca y ante el
Sumo Pontfice de Melkhart que en esta
tierra mezclar mi sangre y sembrar
odio eterno hacia los romanos. Que en
toda Spania se sepa y sus habitantes lo
propaguen hasta los confines del mar
Interior. Roma, tiembla antes de ser
esclava.
Amlkar tuvo que contenerse para no
estallar en carcajadas. El chico hablaba
con la misma determinacin con la que
haca sus ejercicios diarios de lucha con
la espada. Un verdadero prncipe. Si
nada se torda, algn da llegara a ser el
jefe de un ejrcito grandioso que habra
de dar la gloria definitiva a Cartago y
lustre al linaje divino de los Barca.
Asdrbal observaba la escena con
parecido entusiasmo. El patriarca de la
familia no slo se estaba entronizando
con impunidad como soberano en la
tierra de los beros sino que, con
habilidad poltica, designaba al
heredero. De esta manera estableca una
garanta de futuro contra la codicia de
Roma para los habitantes de Gades, que
as cedan ms fcilmente en sus temores
iniciales. Como hijo poltico, aquello le
convena en un oligarca de primer rango,
una especie de prncipe cuyos lazos de
parentesco con la sangre sagrada le
otorgaba derecho sobre el caudillaje.
Asdrbal el Bello, un nombre
acuado por sus propios soldados, era a
los veintiocho aos tan hermoso como
hbil, un estratega rpido de
pensamiento, dctil en el trato con
amigos y enemigos, diestro en tomar
decisiones, excelente marino y bravo
soldado. Sus ojos felinos del color del
mbar, tan claros como la miel de
abedul, lanzaban miradas difciles de
sostener por los pusilnimes y saban
imponerse si era necesario. Con su
elocuente manera de hablar, entre
sosegada y convencida, haba logrado
reclutar la marinera que habra de
llevar la expedicin hacia poniente.
Tanto los correosos mercenarios como
los nuevos reclutas confiaban
ciegamente en l. Si llegara el momento
no le costara tomar con naturalidad la
dignidad de sufete.
Sobre todo en caso de que Anbal
siguiera siendo menor de edad.
4

Los fieros
celtberos

La noticia corri como el retumbar de un


gigantesco trueno que reson en los
valles hasta alcanzar las bocas de los
grandes ros en las montaas del norte.
Desde sus atalayas, los pastores
recogan el relato de quienes trabajaban
en las vegas y lo transmitan a los
cazadores de los riscos, quienes no
tardaban en llevarla a ciudades y
poblados.
Tras las buenas palabras del
principio, el contingente pnico
avanzaba provisto de caballos de
guerra, mquinas de asalto, carretas
repletas de lanzas, venablos y jabalinas.
Miles de soldados atravesaban en pie de
guerra el sur peninsular, protegidos por
cascos de bronce y grandes escudos
alargados de metal, mucho ms
resistentes que las pequeas rodelas de
cuero que an seguan usando aquellos
guerreros no acostumbrados a
invasiones militares sino a pelear entre
ellos, siempre a pequea escala y como
forma de pasar la vida los poderosos.
Los bstulos que ocupaban la ribera
meridional del ro Betis y los bastetanos
de las montaas de levante se
prepararon para defenderse, a pesar de
que en las asambleas tribales an se
discuta la conveniencia de plegarse a
los deseos de Amlkar, para evitar el
enfrentamiento y una probable masacre.
En la mayora de poblados las
mujeres queran pactar. Vean escasas
posibilidades de triunfo en la resistencia
y sostenan que llevaban muchos aos de
buena armona con los pnicos. Esta vez
no tena por qu ser diferente, deca con
voz firme Galea, la gran autoridad del
consejo de ancianas de Malaka. Aunque
esta vez, aada con ese desdn que las
mujeres mayores muestran a menudo
hacia los hombres, fuera el dichoso
general Amlkar al frente de su ejrcito
de mercenarios.
Pues si lo que quiere en realidad
es plata y est dispuesto a lo que sea por
tenerla, no sera mejor que nosotros le
ayudramos a obtenerla amistosamente
sin tener que perder, adems del metal,
la libertad y hasta la vida?
Los hombres escuchaban con respeto
los razonamientos de la anciana y
cabeceaban resignados, pero entre los
guerreros arreciaban los murmullos de
indignacin. Al final, siempre suceda lo
mismo. Prcticamente en todas las
asambleas que se celebraron durante el
cuarto menguante del mes de
Schabaruno, alguno de los capitanes
acababa estallando en clera, se pona
en pie y comenzaba a arengar a los ms
jvenes con consignas parecidas a las
que se escucharon la tarde en que
Abraxas habl ante su pueblo:
Nobles trdulos!
Es que vamos a quedamos
en casa como mujeres
esperando resignados a que los
cartagineses se apoderen de
nuestras riquezas y esclavicen a
nuestras familias?
Acaso no somos guerreros?
No hemos pasado soles y lunas
ejercitando el cuerpo para
proteger lo que es nuestro?
Siempre hemos sabido que
debamos estar dispuestos a
defender la tierra que nos
pertenece de la codicia de
nuestros vecinos o el afn de
conquista de quienes llegan del
otro lado del mar.
Hay algo ms importante
que la vida y es el honor.
No hemos nacido para ser
esclavos de nadie ni tampoco
siervos de un strapa codicioso
que viene a robar nuestra
riqueza.
Sabemos luchar y lo
haremos, sin temor a morir en
el combate.

Las palabras de los partidarios de la


guerra encontraban fcil eco entre los
belicosos e incluso entre algunas
mujeres igualmente indignadas. Quienes
recomendaban prudencia callaban por
miedo a ser tachados de pusilnimes.
Los que abogaban por la paz trataban de
hacerse or, pero los gritos a favor de la
guerra y en contra de Cartago apagaban
sus voces, cuando no algn bastonazo
propinado por un comandante
exasperado con ganas de entrar en
accin.

Todo ocurri como haban advertido las


mujeres. Quienes no se doblegaron a los
designios del Senado cartagins fueron
aniquilados, reducidos a servidumbre o
vendidos como esclavos en el puerto de
Gadir, incluidos los gallardos jvenes
que tan alegres partieron a combatir
convencidos de su victoria.
Amlkar gobernaba en ambas orillas
del Betis. Tena ya sujetos a bstulos,
cinetes, turdetanos y hasta a los
aguerridos trdulos. Pero an quedaba
franquear las bocas de los dos grandes
ros, el Anas y el Betis, para alcanzar
las tierras levantinas del sudeste
peninsular. All era donde se encontraba
la mayor riqueza en vetas mineras a ras
de tierra, segn todos los indicios y por
lo que contaban los papiros y tablillas
que tena almacenados en la biblioteca
de su palacio en Cartago con entusiastas
descripciones de exploradores y
mercaderes. Antes de llegar al borde
oriental y establecer una base en aquella
tierra de promisin si Melkhart lo
permita, poda someter una suculenta
franja de los montes Sagrados, repletos
de plata, estao, mercurio y plomo.
Mientras tanto, los pueblos del
centro peninsular observaban con
creciente recelo la invasin. No sera
extrao que esta vez los ambiciosos
cartagineses quisieran algo ms que la
costa levantina. Haba que hacer algo,
decan, antes de que fuera demasiado
tarde.
Una alianza de todos nosotros con
una voluntad comn. La nica salida es
la unin de fuerzas y territorios.
La voz spera de Ispn, rgulo de
los vacceos, se impuso a las dems en la
asamblea de jefes. La idea estaba en el
nimo de todos, aunque nadie se hubiera
atrevido a formularla con la precisin
que requera su drstica exigencia, pues
rencillas de todo tipo impedan una
completa franqueza en el dilogo, que a
menudo bordeaba el enfrentamiento.
Decenas de agravios enquistados
espoleaban antiguos resquemores. Un
cmulo de ofensas, mantenidas a travs
de generaciones, envenenaba de inquina
a pueblos enteros. Por si fuera poco, an
quedaban por resolver litigios sobre
demarcaciones que enfrentaban a belos
contra titos, adems de las conocidas
quejas sobre uso de apriscos de montaa
y lmite en la caza de ciervos que los
vetones reclamaban a los carpetanos y
que siempre, acababan por sacar a
relucir. Todo iba saliendo a la luz en
aquellas reuniones como en un parto
difcil del que tena que surgir por
fuerza una criatura robusta que todos
vean necesaria, vital, para los tiempos
que corran: la confederacin de tribus
de Iberia. Al menos, entre las que an no
hubieran sido sometidas y quisieran
conservar su independencia y dignidad.
Tratando de lograr la unin de
fuerzas que sin contemplaciones ni
rodeos propona Ispn, haban llegado a
Cauca emisarios de las gerusias de
Lusitania reunidos en una sola voz con
el encargo de buscar al precio que fuera
una alianza con los vacceos de la cuenca
del Durius; los carpetanos del centro y
los oretanos del sudeste enviaron
informadores al encuentro, prometiendo
levas entre sus guerreros y aportes
materiales para la resistencia en caso de
llegar a un acuerdo comn; casi todos
los pueblos celtberos del nordeste,
incluyendo tanto a belos y titos, como a
los lusones, berones y pelendones,
tenan sus representantes arropando a
los aristocrticos prncipes del pueblo
arvaco, el pueblo poderoso y guerrero
establecido en las bocas del ber, Tagus
y Durius y los pasos de la cordillera
oriental.
Ms al norte, en la cornisa verde del
mar Exterior, los celtas galaicos, astures
y cntabros mantenan contactos con sus
vecinos autrigones y estos con los
vrdulos y vascones, mientras seguan
atentos los acontecimientos a travs de
agentes infiltrados, parientes mercaderes
y pastores de la trashumancia cargados
siempre de noticias. Ningn castro o
ciudad haba enviado emisarios; todos
mantenan su orgullo de pueblo
irreductible desde haca generaciones.
Ya iran a verlos a ellos si necesitaban
su ayuda.
Ispn se dirigi sobre todo a los
arvacos. Ellos prestaban sus servicios
en la guerra a cambio de buenos dineros
y tenan a gala su larga tradicin de
caudillos invencibles. Si consegua
convencerlos de que haba que luchar
sin poner precio al esfuerzo y en
igualdad de condiciones, los dems
obstculos podran superarse con
facilidad. Todos seguiran su ejemplo.
El bravo rgulo vacceo, veterano en
las guerras celtas y una autoridad en la
materia, volvi a tomar la palabra para
dirigirse al general de los arvacos. Sus
ojos se clavaron en l.
Caudillo Anfortas, seor de
glorioso linaje y piedad reconocida por
amigos y enemigos. Conocemos tus
gestas guerreras, as como las de tu
padre y abuelo. Nadie discute la
superioridad de tus guerreros, por su
forma temeraria de pelear y la
resistencia que demuestran en
condiciones adversas. Ispn hizo una
pausa, mir al cielo y luego se acerc
con los brazos abiertos hacia el sitial de
Amfortas para dirigirse a l con voz
clida: Hoy no quiero hablar al
general sino al hombre de corazn noble
y nimo generoso. Necesitamos vuestra
ayuda, pero no pagadera con metal sino
con la ms gloriosa de las victorias:
nuestra libertad. Vuestro conocimiento
del arte de la guerra puede ser el
preciado bolo que incline la balanza a
favor de Spania y en contra de la
codiciosa Cartago. Pues bien sabes,
como yo, que por encima de lmites
territoriales y rgulos de soberana
inviolable, tenemos esta tierra grande
que nos cobija a todos. A beros y celtas
nos pertenece desde hace generaciones
la ubrrima pennsula que abarca desde
los montes astures hasta las playas de
Onuba, la que cruza por valles y ros
desde el Fin de Tierra galaico hasta la
industriosa Malaka. Toda ella es nuestro
solar, el patrimonio que nos legaron
nuestros antepasados y debemos
entregar a las generaciones futuras. No
hay tiempo para discusiones vecinales ni
es el momento de calcular transacciones
entre nosotros. Necesitamos pasar a la
accin. A travs del dominio que
ejercis desde Numancia, tu ciudad
natal, controlis los pasos de los montes
Ibricos. Vuestros mstiles ondean en
todas sus cumbres, desde ms all de
Clunia hasta las fuentes del ber. La
enorme influencia de tu pueblo llega
hasta Cstulo, en las puertas de la
Turdetania. Te pido ayuda y alianza, en
nombre de los pueblos que habitamos a
este lado de los montes Pirineus.
Raza y espritu de la Celtiberia, los
arvacos tenan nombre y reputacin de
magnficos guerreros, por eso los
servicios de sus mercenarios se pagaban
con oro batido de gran pureza. Nacidos
para servir al clan dominante del
oppidum y guerrear contra todo aquel
que se interpusiera en el camino,
preparaban sus cuerpos a conciencia.
No eran demasiado altos como los
cntabros ni tan atlticos como los
vetones, pero tenan las espaldas anchas
y su abdomen era duro como el
pedernal. Medan su fortaleza por la
longitud de los tendones que les
recorran los costados, tersos y
poderosos. Desde nios se entrenaban
en la lucha cuerpo a cuerpo y aprendan
el manejo de la lanza y el venablo al
mismo tiempo. Llevaban el escudo
sujeto a la espalda para tener las dos
manos libres, pero cuando lo usaban
eran muy hbiles en el arte de parar la
acometida, templar su precisin y hundir
el venablo en el cuello del adversario.

Tras numerosas y acaloradas


discusiones, pactos, rias, deseos de
unin y banquetes fraternales, las
reuniones en la ciudadela de Cauca
fueron finalmente fructferas. Todos los
rgulos congregados, los enviados de
las gerusias, los hijos primognitos de
los caudillos que acudieron como
prenda de amistad entre las diferentes
tribus, se juramentaron al final de la
gran asamblea para guardar total secreto
sobre el plan trazado.
Amlkar segua avanzando. Desde
las colonias pnicas de Abdera, Carteia,
Sexi, Malaka y Baria, sus tropas
reciban a diario suministros y apoyo
estratgico de la flota de la Repblica.
Uno tras otro, se sucedieron los veranos
atosigantes y los inviernos en los que
disminuan las conquistas. El sufete
aprovechaba el tiempo de los solsticios
para buscar alianzas, organizar
ceremonias y banquetes a sus capitanes,
promover apoyos a su persona entre los
clanes aristocrticos de la zona, conocer
y darse a conocer.
Gran parte de la Turdetania haba
quedado bajo su mando, hasta las
onduladas tierras de los trdulos al
norte donde se elaboraba el mejor
aceite. Cada primavera aumentaba el
territorio sujeto al jefe pnico. No
sirvi de nada la resistencia de algunos
caudillos, ni las advertencias del gran
Yidonin el adivino que para conocer
el futuro se introduca huesos de difunto
en la boca, clamando en el altar
sagrado del monte Orcos contra la
perfidia de Cartago, con la ladera
repleta de guerreros melanclicos. Las
maniobras del avieso general tan ciego
de ambicin como podrido de codicia
haban triunfado, los planes acordados
en Cauca fracasaron uno tras otro.
Todos menos el del jefe Obyssos, el
ms arriesgado y el que se guardaba con
mayor secreto. Pero an tendran que
pasar aos y encenderse nuevas guerras
antes de que pudiera ponerse en
prctica.
5

Un reino
frustrado

El camino por tierras de Spania estaba


tan despejado como las arenas del
desierto. Amlkar segua avanzando sin
que nadie pudiera hacer nada por
detenerlo, las tribus acechaban sigilosas
pero se retiraban a su paso evitando la
guerra.
Continuamente llegaban
embajadores al campamento pnico,
garantes de amistad que ofrecan
presentes, tierras, alimentos, metales,
hombres. Todo era bien recibido. El
porteador de mapas tuvo que encargar
una arqueta nueva a los guarnicioneros
para transportar el cmulo de legajos y
tablillas que se amontonaban en la
tienda de los despachos con un sinfn de
ttulos, honores y planos ingenuos de
poblados sumisos, trazados en piel de
cordero con plumas de alondra mojadas
en sangre.
A medida que se sucedan las
estaciones, Amlkar ganaba en poder y
riqueza. Su sueo de crear en estas
tierras un reino de grandes dimensiones
y recursos se haca cada vez ms real.
Nada pareca interponerse en su sigiloso
afn por conquistar la Pennsula
completa.
Animado por esta intencin se
dirigi hacia el norte seguido por cerca
de setenta mil hombres, la mitad de ellos
reclutados como botn de guerra entre
las tribus de la Turdetania. Ni la
corriente del ro ber pudo interponerse
en el camino, aunque nunca los africanos
haban visto un cauce semejante.
Rpidamente, los zapadores nativos de
los montes Creta nos construyeron
balsas con troncos de pino sujetos por
sogas para que pasara la tropa, mientras
los carpinteros pnicos armaban grandes
barcazas de madera de haya en las que
pudieron transportar los elefantes y las
mquinas de guerra.
An quiso llegar Amlkar al borde
septentrional del mar Interior para
asegurarse de que por all no le
acosaran sus enemigos cuando se
estableciera en el Levante. Sin embargo,
el consejo de capitanes le hizo ver la
ventaja de contar con unos aliados muy
especiales en aquellos parajes.
En la regin superior del este
peninsular, diseminadas por los
roquedales del cabo Sagrado y los
montes que rodean la ciudad de
Gerundia, se encontraban las colonias
de los griegos foceos, una constelacin
de establecimientos comerciales,
factoras de garum, enclaves martimos
de carga, poblados y granjas que no se
mostraron hostiles a la llegada de los
pnicos aunque se mantuvieran firmes en
su voluntad de permanecer en sus
asentamientos, incluso si haba que
colaborar de algn modo.
Amlkar decidi finalmente que era
mejor mantener a los helenos como
aliados comerciales y contrapeso de
independencia a la potencia de la
Repblica romana. Prefera aprovechar
sus cualidades que sojuzgarlos, saba
que los griegos detestaban la tirana
aunque a menudo la hubieron sufrido. Y
as, entre la desconfianza de los
arvacos y el alivio interesado de los
griegos, firm un tratado de alianza con
los habitantes de las tierras altas. El
documento, escrito sobre papiro en
caracteres ureos como si se tratara de
un gran rey, lo llev a Emporin una
embajada grandiosa compuesta por
treinta y dos militares de alto rango, a
quienes acompaaba con gran
solemnidad una cohorte de sacerdotes
de Melkhart, amanuenses, traductores y
ms de cincuenta criados que
transportaban espadas de regalo y
volvieron conduciendo carros cargados
con nforas de aceite, tinajas de miel,
talegas de harina de pan y avena para las
caballeras, adems de brazaletes de
bronce, fbulas, puales labrados de
hermosa factura y vasijas de plata. Una
generosa ofrenda en seal de amistad
que mostraba claramente la actitud de
los griegos.
Amlkar pas aquel invierno
reorganizndose y reclutando ms
mercenarios. Al sur de la colonia de
Emporin, cerca del mar y a los pies de
un monte que protega la ensenada
elegida, levant su campamento y
estableci un puerto comercial al que
llam Barcino, con la intencin de que
fuera baluarte de los Barca en la Spania
del septentrin oriental.
No fue el nico en prepararse para
la guerra. Los territorios sometidos del
sur hervan de indignacin ante las
tropelas de los ricachos de Cartago que
trataban de esquilmarles y la arrogancia
de sus generales siempre vidos de
hombres y espadas. Los jefes y
capitanes se reunieron por segunda vez
en una magna asamblea celebrada en los
montes que rodean Cstulo y all, sin
que hubiera rias, peleas ni la ms
mnima discordia, surgi una nueva
confederacin de tribus de mayora celta
dispuesta a dar la batalla a los
invasores. Aquellos pueblos del norte
de Europa que haban llegado a la
Pennsula haca cientos de aos estaban
ms acostumbrados a invadir que a ser
invadidos. La idea de libertad y el
sentimiento de independencia estaba
ms arraigado entre ellos que entre sus
hermanos beros, ms habituados a los
contactos, intercambios e incluso a la
convivencia con los pueblos del mar.
Soportaban de mal grado el yugo
extranjero. No admitan que se
esclavizara a sus mujeres y manifestaban
su dolor por la leva forzosa de sus
guerreros en ceremonias fnebres a la
diosa lunar Eako, en las que
sacrificaban caballos blancos y hasta
criaturas de sus propias familias.
Aquellos celtas de larga tradicin
blica, heridos en su orgullo y deseosos
de vengar la afrenta por tanta derrota,
eligieron como jefes supremos a dos
rgulos de carisma, adorados por sus
tropas: Istolacio e Indortas.

Parecan hermanos aunque no lo fueran.


Siempre juntos, con frecuencia se
entendan slo con gestos y miradas.
Istolacio era mayor, haba rebasado
treinta equinoccios. Para Indortas, el
prximo sera el veintisis. Ambos se
empleaban a fondo, dedicaban la mayor
parte del da a los guerreros bajo su
mando: infundan nimos, velaban por la
disciplina, escuchaban cuidadosamente
las quejas, les gustaba conocer el sentir
de la tropa y hasta los problemas
domsticos que tena cada guerrero.
Ellos parecan no tener ninguno.
Haban dejado atrs una familia rica,
con posesiones, criados y vida cmoda.
Tambin renunciaron a la compaa de
una mujer y a las delicias de la villa
familiar. Eran amables en el trato, pero
inflexibles. Obligaban a los hombres a
ejercitarse como los espartanos,
organizaban pugilatos, carreras a pie y a
caballo, concursos de precisin tirando
con arco y hasta elegan al ms hermoso
de sus cohortes cada solsticio de
verano, cuando el agraciado era
coronado con hojas de adelfa al salir el
sol y aclamado por sus compaeros.
Igualmente, designaban bardos entre los
que posean mejor voz y se manejaban
con los instrumentos de msica. Este
grupo de cantores y msicos, casi todos
turdetanos, tambin saban danzar al son
de crtalos y panderos, haciendo las
delicias de sus camaradas alrededor de
los fuegos de campamento. Una vez al
mes, tras los ritos de la luna llena,
aceptaban la presencia de mujeres, ya
fueran esposas o meretrices contratadas,
para que los hombres se desfogaran. Los
hijos tenan asimismo su turno, dos
veces al mes si estaba cerca el poblado
donde vivan y siempre en las afueras
del campamento para que no
interfirieran en la vida militar.
Tanta era la devocin que les
profesaban sus guerreros que muchos de
ellos eran soldurios juramentados para
reforzar su fuerza ante los dioses. Los
devotos del rgulo Istolacio formaban un
grupo compacto de trescientos. Ms de
un tercio lo eran desde haca aos, antes
de que llegara Amlkar. Jvenes
compaeros de cuando se alz con el
caudillaje entre los trdulos en su lucha
contra los bastetanos por el control de
las minas de cobre y estao.
Aquella campaa de insurreccin
contra los pueblos conquistados por los
pnicos fue una sucesin de triunfos a la
que siguieron unas paces honrosas que
fijaron los lmites de cada pueblo sobre
las cumbres de los montes Sagrados,
entre las bocas de los ros Anas y Betis,
los trdulos en el nordeste, los bstulos
por el sur y los bastetanos al oeste.
Los ms veteranos estaban
convencidos de que su jefe estaba
protegido por la diosa Eako, quien
incluso lo amaba por encima de otras
criaturas humanas. Pensaban que Ella,
en las noches de plenilunio, se le
apareca en sueos y le dictaba los
pasos a seguir, los movimientos de la
batalla y hasta la posicin del enemigo,
pues lo cierto es que el caudillo
acertaba con mucha frecuencia y con
desconcertante facilidad averiguaba las
intenciones de sus oponentes hasta
desbaratar sus planes blicos y conducir
a los suyos a la victoria.
Su ejemplo de piedad ante los
vencidos, la justicia estricta en el
reparto de tierras a los vencedores, el
respeto por las familias y los poblados,
adems de la sobriedad en la que viva,
hizo que se convirtiera en un jefe
querido adems de admirado.
Durante los aos siguientes el
nmero de soldurios creci. A medida
que los pueblos del sur y este
peninsulares se fueron aliando para
hacer frente a los invasores pnicos, el
batalln sagrado se ampliaba con
guerreros de distintas tribus que
reconocan en Istolacio, y su and
Indortas, el caudillaje que necesitaba
Spania, Hesperia o Iberia, pues por los
tres nombres se conoca aquella
pennsula frontera con el mar Exterior a
Occidente y el Ponto Euxino en el
Levante, que los acoga a todos con
benevolencia de patria comn.

Entre los aliados destacaban los


arvacos, el pueblo celtbero de la
meseta superior tan apreciado por su
astucia y valor como por el temple de
sus venablos de hierro que las haca
indestructibles. Muy pocas veces se
ofrecan como aliados pues eran
orgullosamente independientes, pero se
dejaban contratar como mercenarios de
lujo si la paga era buena y el botn
abundante. Sus ciudades eran ricas y
suntuosas. No faltaba trigo en sus
graneros, cera, sal ni otros bienes
venidos de lejos con los que les pagaban
sus servicios.
Esta vez, sin embargo, no hubo
demanda de metales ni dineros a cambio
de la ayuda a Istolacio. Haban apoyado
sin reservas la confederacin de tribus
peninsulares, tanto los delegados de la
gerusia como los propios ancianos
cuando se reunieron en Tiermes y
Numantia, adems de los siempre
belicosos capitanes, vidos de gloria.
Como representante de Tiermes
haba llegado Giscn, de la familia de
los Ulones, quien desde el primer
momento se adapt a la estricta
organizacin impuesta por Istolacio y
supervisada por Indortas. No exiga
trato preferencial, como hicieron otros
prncipes celtas de Onuba que exigan
lecho mullido y sirvientes, ni discuta
las rdenes, aunque dejaba or su voz en
la tienda de los jefes cuando el caudillo
convocaba a sus generales para hacerles
partcipes de su planes, organizar la
marcha y establecer el orden de carga en
futuras batallas.

El tiempo apremiaba. Los preparativos


fueron tan evidentes que Amlkar envi
emisarios para informarse de las
intenciones de aquellos pueblos ya
conquistados.
Istolacio los recibi sin ceremonia,
altanero, rodeado por sus lugartenientes.
Sin prembulos ni paos calientes
pronunci una declaracin de guerra
para que la llevaran al sufete.
Amlkar nos trata como si
furamos esclavos sin otro derecho que
ser explotados hasta la extenuacin. Ha
venido a nuestras tierras sin que se lo
pidiramos. Codicia nuestras riquezas.
Muchas ciudades se han rendido a su
poder por el humano temor a perder
vidas y haciendas. Algunos, incluso, se
alan con l en la prfida confianza de
obtener mayores rendimientos para sus
negocios. Ha establecido campamentos
fijos en lugares que nos pertenecen.
Obliga a nuestros hombres a seguirlo,
esquilma las minas y no respeta a
nuestros dioses. Decidle basta de
nuestra parte, que en los montes
Sagrados, cuajados de ese mineral que
tanto desea, esperamos un puado de
hombres libres para hacerle frente.
Nosotros no nos doblegamos al dictado
de Cartago. Sabemos que la razn de
nuestras aspiraciones es ms poderosa
que la fuerza de vuestros elefantes, que
la astucia de uno solo de mis capitanes
vale ms que una falange completa de
vuestro ejrcito. El poderoso Lug nos da
la energa necesaria y la diosa Eako nos
protege con su escudo invisible. Id y
decidle a vuestro tirano que Spania no
es suya, que an hay hombres que saben
apreciar el valor de la libertad.
Los emisarios dejaron el
campamento impresionados por lo que
all vieron. Tal vez no fueran muy
numerosos ni contaban con mquinas de
guerra, pero tenan determinacin. Elug,
el jefe de la delegacin, cabeceaba
admirado con los labios fruncidos.
Nadie los haba molestado ni
amenazado. Notaba cmo su ayudante, el
anciano Cormac, respiraba aliviado
porque los spanios no les haban
dispensado el trato que seguramente
hubiera dado Amlkar a una embajada
enemiga.
Amigo Cormac, estas gentes se
parecen ms a los romanos que a los
asustados nativos de Berbera. Son
valientes y altaneros. Y tienen recursos.
Si se organizan bien, pueden darnos
problemas. No parece que sea posible
pactar una paz ventajosa con ellos.
Muy cierto, jefe Elug. Y adems
tienen un caudillo tocado por los dioses
a quien seguirn ciegamente.
Nosotros tambin lo tenemos.
El silencio de Cormac puso una nota
de incomodidad en la conversacin. Era
cierto que ninguno de los dos
cartagineses amaba en demasa al sufete
ni gustaba de sus pretensiones de
monarca, pero nadie en el ejrcito
pnico osaba poner en duda su
superioridad militar. Elug se dej llevar
por sus pensamientos y habl como si
nadie le escuchara, aunque lo hizo de
modo que Cormac entendiera bien sus
palabras.
Tambin tenemos a Asdrbal.

Giscn estaba feliz en su cometido,


ansioso por entrar en combate. Ya no le
bastaba ser el jefe de los arvacos y un
capitn respetado en el Consejo de
Istolacio. Cada maana vea a los
soldurios ejecutar sus ritos, ejercitar el
cuerpo juntos, comer aparte entre
grandes risotadas. Haba algo entre ellos
que los haca inmunes al tedio, un estado
de exaltacin continua. Los observaba
exhibir por el campamento su
convencimiento de pertenecer a un
mundo superior, aunque tampoco
hicieran un alarde excesivo. A Giscn le
mortificaba no participar de aquel
xtasis permanente.
Al tercer da tom su decisin. Se
hara soldurio. Ofrecera su vida a la
diosa para reforzar el destino del
caudillo y con l de toda la empresa que
representaba. Seguramente, pensaba con
vanidad juvenil, la diosa aceptara
encantada sus votos y lo protegera
tambin a l.
No hace falta que te conviertas en
fiel juramentado le advirti Indortas
. Eres un prncipe arvaco y lo que
queremos es tu habilidad guerrera no tu
vida.
Estoy decidido.
Indortas lo contempl con aire
cmplice. Tanto or hablar de la
ferocidad de estos guerreros del norte,
de la frialdad con que los arvacos
intercambiaban su ayuda por dinero o
recompensas le haba prevenido contra
el joven Giscn, a quien vea en exceso
seguro, siempre rondando la soberbia o
tal vez demasiado hermoso como para
ser uno ms. Su gesto de naturalidad al
poner su vida generosamente al servicio
de Istolacio lo haba conmovido.
Sea. En la prxima luna sers
iniciado.
Indortas alz los brazos y agarr con
fuerza los hombros de Giscn. Ambos
sonrieron. El viento amable de la tarde
les revolvi los cabellos mientras
caminaban alegres hacia la tienda de
Istolacio, ante la mirada intrigada de
quienes se topaban con ellos. Queran
comunicarle cuanto antes aquella noticia
que, a buen seguro, fortalecera su
nimo.
6

Comienzo
incierto

Al da siguiente de su iniciacin, an
aturdido, Giscn tom parte en el
banquete de acogida de los soldurios,
donde ocup el asiento a la izquierda de
Istolacio. Por la tarde, cuando haca sus
ejercicios con ellos, un emisario lleg
con el caballo cubierto de espuma de
sudor y los ojos desorbitados.
Vienen los cartagineses! Amlkar
est a menos de tres jornadas de aqu.
Indortas se acerc hasta donde
estaba el hombre contestando preguntas
de quienes se le acercaban. Riguroso
como era, detestaba la agitacin que
rompa el orden, ms an en los
momentos graves. Cuando los hombres
lo vieron venir, abrieron un pasillo en el
crculo que rodeaba al agitado jinete.
Indortas se plant delante del emisario
con los brazos cruzados y el gesto
ceudo.
No te asustes, buen hombre, lo
estbamos esperando. Deja tu montura
aqu para que beba agua y acompame
a presencia de nuestro caudillo. Soy el
general Indortas.
La noticia se extendi como fuego de
verano por todo el campamento.
Llegaban los pnicos. Una sacudida de
excitacin recorri las dependencias,
desde el altozano en el que haban
instalado la herrera y las tiendas de los
jefes hasta la orilla del ro donde
estaban montadas las cocinas. Los
hombres dejaron sus tareas y se
arremolinaron en grupos que se
acercaban hacia el prado de las arengas.
Cuando an no haban llegado los
primeros ya estaban all los caudillos
con la mayora de los soldurios.
Istolacio dio una orden a los taedores
de carnyx.
Anunciad reunin de todos los
hombres.
Cinco toques prolongados
convocaron al total de spanios entre
celtas, beros y celtberos all donde
estuvieren. En poco tiempo, la masa de
guerreros se reuni en el gran prado de
poniente. Sumaban cerca de seis mil
disponibles, una vez descontados los
enfermos y los que cuidaban del fuego o
atendan los oficios. El caudillo subi al
tronco cortado de un gran chopo cuya
madera haba servido para construir la
empalizada del campamento.

Soldados! Esta es la hora


que nuestro padre Lug ha
reservado para que mostremos
todo nuestro valor

Un rumor de voces de asentimiento y


gruidos de rabia core sus palabras.

Se acerca el ejrcito
cartagins con su despreciable
jefe al frente, pero esta vez no
encontrar guerreros
suplicantes con la cabeza
gacha. Ha llegado la hora de
que la Turdetania se levante y
con ella las dems tribus que
an aman la libertad. Spania
toda debe responder al tirano
codicioso, pues esta es tierra
que no regala su independencia
con facilidad. La diosa Eako
est con nosotros, dndonos
fuerza. La falange de sus
juramentados ser la punta de
lanza de nuestra victoria.
Hermanos mos, pensad en
vuestras mujeres e hijos, en los
padres y hermanos de todos,
libres del yugo del usurpador.
Respetad las consignas. Bebed
la celia antes del combate para
que impulse vuestro nimo pero
diluidla con agua para que no
os embote la mente ni haga
demasiado lentos los
movimientos del cuerpo. Sed
cautos. No agotis vuestras
fuerzas en el primer ataque.
Somos menos en cantidad pero
ms grandes porque nos asiste
la razn, el derecho y el ansia
inagotable de libertad.
Celtas, beros y celtberos!
Spanios! La victoria es nuestra
si luchamos como sabemos
hacerlo, como un solo hombre,
sin cobarda ni desmayo.

Las siguientes horas transcurrieron


entre una frentica actividad. Los
herreros chorreaban sudor mientras
cientos de espadas pasaban por los
hornos para ser golpeadas en los
yunques donde finalmente adquiran su
clebre temple ibrico. Se revisaban
bridas y correajes. Aumentaban las
requisas de forraje, mientras los utileros
volcaban sacos repletos de paniza en los
pesebres para que los caballos ganaran
en potencia y msculo en previsin de lo
que se avecinaba. Entre los soldados
haba quien ejercitaba los msculos a
solas o en luchas a brazo desnudo y
quien afinaba puntera con la lanza, pero
la mayora se adiestraba con la falcata y
el venablo porque ah, en el cuerpo a
cuerpo con los pnicos, resida la
victoria spania.
No hubo respiro. Al final de la
tercera jornada, ya se podan or los
cuernos de guerra enemigos
acercndose. Todos trataron de cumplir
la orden tajante de descansar y dormir lo
suficiente, aunque muchos no lo
lograron.
El da comenz nublado pero los
rayos del sol abrieron huecos entre las
nubes cada vez ms grandes. En el
campamento de los spanios todo estaba
preparado. Seis mil pares de odos
permanecan atentos a la orden de partir
mientras los ojos escrutaban en el plido
amanecer los movimientos de los jefes.
El destino era un valle prximo en el
que habran de presentar batalla. Lo
rodeaban suaves colinas en cuyas
laderas se ocultaran las fuerzas de
refresco y los arqueros. Haba una
garganta que poda servir de salida y un
bosquecillo de pinos lo suficientemente
grande como para que se refugiaran dos
cuerpos enteros de la caballera,
esperando el ataque en tenaza. Istolacio
haba dispuesto todos los detalles del
escenario. Hasta siete pequeos
ejrcitos de doscientos jinetes cada uno,
reforzados por combatientes a pie,
rodearan el valle con el objetivo de
actuar consecutivamente en los flancos y
la retaguardia pnica para destrozar su
estrategia. Un contingente grande, con
cerca de dos mil jinetes y tres mil
infantes, seguira por el valle frente a
los pnicos, provocando su embestida
para replegarse hacia los lados. En la
misma direccin los esperaran los
arqueros emboscados que podran tirar a
placer y diezmar su filas.
Indortas cabalgaba junto al caudillo
con una mano en el pomo de su montura
y la otra apoyada en la cintura, como si
estuviera pasando revista. Su figura
gallarda sobresala entre los capitanes
porque no llevaba casco ni escudo, slo
el venablo sujeto al arzn. Su costumbre
era correr de un lado a otro, montar y
desmontar, dar nimos, salvar vidas,
infundir pnico entre el enemigo con
descargas descomunales y gritos
horrendos.
Giscn se acerc al grupo de
capitanes que escoltaba a los jefes.
Nadie osaba hablar al caudillo en esos
momentos, pero a l se le permiti en
consideracin a la reciente
incorporacin a la lite de los soldurios
y porque el carisma que desplegaba,
haciendo que sus movimientos
parecieran ungidos por un halo especial,
converta en intil cualquier resistencia.
Mis hombres estn listos para
atacar por el flanco izquierdo cuando la
vanguardia de Amlkar est a unos cien
pasos de vosotros.
Muy bien, Giscn. No dudo que
los fieros arvacos cumplirn a la
perfeccin su cometido.
Istolacio habl de perfil, con los
ojos fijos en el horizonte y el mentn
levantado. Giscn dud. Quera
expresarle su fidelidad en ese momento.
Necesitaba hacerlo.
Rgulo Istolacio, hasta hoy nunca
he obedecido las rdenes de nadie. Doy
gracias a los dioses de que seas t el
primero. Mi padre y el padre de mi
padre estaran orgullosos. Para m es un
honor.
Istolacio volvi la cabeza para
contemplar al joven que se ofreca con
tanto convencimiento. A su mente
acudieron las historias de hroes que
contaba su preceptor sobre lealtades
sublimes que haban hecho clebres a
los spanios desde haca centurias. Un
gesto de ternura e infinita tristeza le
cruz el rostro, como si aquella
admirable voluntad pudiera desaparecer
de un plumazo, ser pasto del vendaval
de la guerra.
Tu conducta no slo refuerza la
proteccin de la diosa, tambin ensea
el camino de la generosidad a los
jvenes, les muestra el valor que
debemos tener cuando se trata de
defender nuestra libertad.
Indortas se impacientaba ante este
dilogo filosfico en pleno avance.
Carraspe y casi se interpuso entre
ellos.
Creo, Istol, que ha llegado el
momento de parar y enviar a los
rastreadores para comprobar en qu
punto se encuentra el ejrcito de
Amlkar.
Sea respondi el caudillo
mientras alargaba su brazo y apretaba
con fuerza el del joven arvaco.

Una vez que atravesaron el valle, la


avanzadilla de rastreadores vio una gran
nube de polvo a unos cinco estadios. Sin
comprobar ms, dedujeron que aquello
era el ejrcito cartagins en pleno, por
lo que rpidamente volvieron grupas
para comunicarlo al caudillo y sus
capitanes.
La espera sirvi para que los
spanios bebieran los ltimos sorbos de
la celia sagrada. Con el nimo excitado,
daban grandes voces increpando a los
pnicos, retndoles a la lucha,
convencidos de que los iban a aplastar.
Pero los rastreadores no haban
advertido una sutil maniobra del sufete
de Cartago. Para hacer creer que todo el
ejrcito se diriga hacia el lugar elegido
por el caudillo celta y que este se haba
encargado de hacrselo saber por medio
de una embajada, coloc una veintena de
elefantes en primera fila que a paso
ligero levantaban gran cantidad de
polvo. Detrs iban cientos de soldados
con sacos atados a la espalda, arrojando
al aire tierra recogida el da anterior.
Algo ms retrasado avanzaba el grueso
del ejrcito, pero dos enormes columnas
con cientos de soldados se haban
adelantado rodeando el valle para
sorprender a los spanios y cortarles el
paso. Delante de ellas, otras dos
cohortes de soldados con las armas a la
espalda arrojaban agua desde unos
odres que sujetaban con ambos brazos,
evitando as que se levantara polvo.
La treta surti efecto. Antes de que
Istolacio y los suyos pudieran entrar en
el valle, los cartagineses hicieron su
aparicin por las lomas que se extendan
a ambos lados, con gran ruido de
trompetas anunciando su llegada. No
haba ms alternativa que parar y tratar
de reorganizar la tctica. Los arqueros
no podan apostarse en las laderas de
enfrente ni las cohortes de la caballera
guarecerse en el bosquecillo, cuyas
copas divisaban a lo lejos en territorio
enemigo.
Quedaban encajonados en un valle
an ms angosto. La salida estaba ahora
en la posicin opuesta, ya no les valdra
de escapatoria a las fuerzas de asalto
para desaparecer y volver a replegarse.
Istolacio orden a la vanguardia de
soldurios una formacin en media luna
con l como eje, mientras peda a
Indortas y Giscn que organizaran dos
cuerpos autnomos que pudieran
desplazarse para ayudar donde ms falta
hiciera. El resto de capitanes deba
permanecer con l y tratar de romper las
filas enemigas por el centro para atacar
luego por distintos lados.
Pero aquel arreglo de ltima hora no
fue posible.


Las rojas cimeras de los cartagineses
asomaron por los flancos del norte y
levante hasta coronar las crestas de los
cerros que rodean el valle conocido por
el ominoso nombre de los Perdidos.
Cientos de ellos comenzaron a
descender por las laderas como
langostas letales hacia la crcava en una
marcha frentica mientras sostenan en
alto los venablos y avanzaban apretados
en falanges que se movan al comps,
cruzndose pero sin rozarse, protegidos
por sus escudos metlicos que los
cubran desde el bajo vientre hasta la
barbilla, gritando Baal!, siempre lo
mismo, un seco gruido tan confiado que
slo poda representar el nombre de un
dios mayor, como los aterrados
celtberos que trataban de refugiarse en
el sotobosque mientras repetan, plidos
y nerviosos: Lug! Lug! Lug!.
Haba llegado el momento de la
verdad, presentido, deseado con pasin
incluso, inevitable ahora hasta la
angustia.
Tanta preparacin, pens en aquel
momento Indortas, habra sido
suficiente? Cientos de conversaciones le
venan a la cabeza, fanfarronadas al
calor de la lumbre con los ojos
encendidos por el vino de Malaka.
Cuando llegara el combate sera el
primero en lanzarse contra el enemigo.
Gritara como el que ms, alentado por
el brebaje de los druidas. No habra
dudas, era as porque tena que serlo.
Todo guerrero, se repeta a s mismo, se
prepara para ese momento en que hay
que quitarle la vida a alguien o salvar la
propia, no por egosmo, ni siquiera por
supervivencia sino por el imperativo, y
el placer, de ganar la partida. Tena que
dar ejemplo, no flaquear. Entrar en la
lucha con sed de victoria.
Istolacio estudiaba un rollo de piel
de cordero sujeto con fbulas a un
bastidor de madera, en el que el
estratega mayor haba ordenado dibujar
apresudaramente las condiciones fsicas
del terreno, los posibles movimientos de
los cuerpos del ejrcito y las fases
sucesivas de ataque, defensa y tctica
para desarticular por tiempos la fuerza
enemiga. Haba utilizado pigmentos
negros, rojos y verdes, pero estos
ltimos haban quedado borrosos, dando
al mapa un desalio que no presagiaba
nada bueno. Aquellos eran los que
indicaban los movimientos finales, los
ms costosos e inciertos y que deban
darles la victoria. A Istolacio le disgust
esta seal que interpret como una
siniestra premonicin.
Los capitanes observaban a su
alrededor silenciosos. Brculo, el
lugarteniente fiel que lo conoca desde
nio, se acerc por su espalda y le puso
una mano sobre el hombro.
No temas, Istol. Los dioses estn
con nosotros, es nuestra tierra. Los
hombres desean combatir, las armas
estn a punto. Incluso esas mujeres que
han venido de Urei y otros poblados
bastetanos estn preparadas para cubrir
la retaguardia. Todos te seguiremos
hasta la muerte.
El rgulo se volvi con ojos
angustiados hacia su antiguo camarada.
Tu apoyo nunca me ha faltado,
noble Brculo, ni tampoco la confianza
de los guerreros. Slo espero que el
favor de los dioses no nos abandone en
esta hora en que nos jugamos a una sola
apuesta la libertad.
As ser.
As ser, corearon los capitanes,
poniendo el mayor entusiasmo en su voz.
Un jinete lleg a la carrera, seguido de
un grupo de jvenes. Indortas vena de
revisar la infantera y asignar la
direccin de cada cohorte para cuando
comenzara la batalla. Traa la rabia a
flor de piel, maldeca a los incautos
rastreadores, no poda ocultar una
soterrada admiracin por el avieso
Amlkar, aunque echara pestes de l y su
ejrcito de reclutados a la fuerza.
Cuando haca ostentacin de autoridad
ante los capitanes, y ms an cuando
alardeaba sin rubor de su cercana al
caudillo, estos le dejaban hacer sin
ocultar su desagrado, contemplando con
disgusto sus excesos e imprudencia de
juicio, reprobando su juventud por ms
que casi ninguno de ellos hubiera
alcanzado la cincuentena.
Nadie poda, sin embargo, contra el
fervor de sus convicciones. Nada poda
apagar el fuego de sus ansias de lucha.
Estaba arrebatado, con las mejillas
enrojecidas y una exaltacin del nimo
que le encenda los ojos y amartillaba el
movimiento de sus manos. Las palabras
que salan de su boca, secas y
contundentes, se imponan como el
restallar del ltigo en el cnclave
sombro de capitanes donde pareca
flotar una desidia que era necesario
combatir. O al menos eso es lo que crea
Indortas con su forma de ver y sentir las
cosas a su alrededor, tan inmediata que a
menudo resultaba superficial.
No os asustis como ovejas
cercadas por el lobo. Si conservamos el
espritu que anim nuestra rebelin, la
victoria es nuestra. Han fallado los
rastreadores pero no lo haremos los
capitanes. La razn est de nuestra parte.
Nuestras espadas sabrn defenderla si
no nos damos por vencidos al primer
revs.
En cada uno de sus gestos haba una
decisin que invitaba a secundarle
impidiendo cualquier iniciativa ajena a
su persona. Toda la cohorte de decurios
que se apretaban en torno a l asintiendo
rezumaba poder de la conviccin, la
encarnacin de una voluntad
suprahumana que habra de llevarlos al
triunfo.
Camaradas! Los arqueros han
tensado la tripa que comba sus bastones
de fresno y los infantes aprietan los
msculos embadurnados de aceite.
Hasta los caballos piafan deseosos de
entrar en accin. Todas las naciones de
la Celtiberia aclaman al rgulo Istolacio
como nuestro salvador, slo esperan su
voz de mando para comenzar a luchar.
No podemos defraudarle.
Istolacio tuvo que intervenir antes de
que el entusiasmo de su diunviro se
desbordara y acabara insultando a los
capitanes o haciendo alguna barbaridad
parecida.
Querido Indortas, nadie va a
defraudarme y tampoco ninguno va a
escatimar esfuerzo en esta batalla que
hemos provocado con la fuerza de
nuestros ideales.
Inmediatamente dulcific el
semblante para quitar hierro a sus
palabras, sonri con melancola y
abraz con el hombro a su joven amigo a
quien casi le desbordaban las lgrimas.
En la vspera de las batallas el
rgulo Istolacio siempre se mostraba
as, sobrio, emocionado, con la tragedia
pintada en el rostro pero pronto a
acallar cualquier murmuracin que
intoxicara el nimo o la intransigencia
de Indortas que repela a los capitanes,
muchos de ellos caudillos respetados en
sus poblados. Indortas, por su parte,
hablaba ms que de costumbre,
enronqueca de tanto gritar, se
multiplicaba por cinco.
La situacin, sin embargo, no era
favorable. Con la encerrona de Amlkar
era preciso levantar el nimo
recordando la justicia del esfuerzo,
apelar a la lealtad y el favor de los
dioses.
Llevadme ante las filas de los
devotos. Quiero dirigirme a ellos antes
de cargar contra los cartagineses
orden el jefe supremo.
No tuvo que andar mucho el grupo
de capitanes pues los soldurios estaban
a menos de cien pasos atrs formando la
vanguardia del ejrcito. Cuando
Istolacio estuvo a pocos pies de la
primera fila pidi la careta ceremonial,
puso sus pies forrados en piel de ciervo
sobre ella y fue izado a hombros de los
capitanes.
Fieles devotos! Amadsimos
hermanos mos! Todo est dicho entre
nosotros. Habis jurado lealtad a la gran
diosa y ella os proteger como me
protege a m. Confo en vuestro valor
inagotable y en la furia de vuestros
brazos. Lo dems dejadlo en manos de
Lug. El aliento de nuestros antepasados
nos ayudar a encontrar la victoria, pues
luchamos tanto por nuestra libertad
como por el honor que ellos ganaron.
Amigos mos! Quiero declarar aqu
mismo libre de su voto sagrado al rgulo
Indortas. Si yo caigo en el combate, l
no debe seguirme en el Ms All sino
permanecer con el ejrcito para
continuar la lucha y conducir a nuestro
pueblo. Ofrecedle a l la misma lealtad
que a m.
A la sorpresa inicial se sobrepuso la
reaccin inmediata ante los deseos del
caudillo. Otra vez los capitanes se
movilizaron, esta vez los ms jvenes, y
trajeron un nuevo escudo ceremonial en
el que alzar a Indortas. Las tropas
aclamaron su nombre hasta que l
comenz a entonar el himno guerrero en
la antigua lengua celta. Muchos la
conocan y le siguieron.
El resto de las cohortes celtberas
escuchaba en silencio mientras los
pellejos de celia pasaban una y otra vez
entre las falanges. Cientos de hombres
apretaban los dientes desde la
vanguardia hasta las filas del final en las
que dos mil guerreros de los montes
Sagrados, casi desnudos, hacan sonar
las flcalas contra los escudos,
protegidos slo por calzas de lino,
hombreras de piel de cabra y un escueto
tringulo hecho con piel curtida de
jabal que les protega los genitales y
estaba atado con tiras de cuero a los
muslos, dejando las nalgas desnudas.
De pronto, poniendo un abrupto final
a los prolegmenos de los spanios,
sonaron los carnyx por el flanco de
Levante anunciando la llegada de los
cartagineses. Los edecanes trajeron los
caballos a los rgulos y los capitanes
montaron los suyos. Sonaron las
primeras rdenes. Los hombres se
sujetaron los cascos y mojaron con
saliva el filo de sus espadas. Se oan
imprecaciones, splicas sagradas, voces
que se encomendaban a dioses y hroes.
Los cartagineses seguan avanzando con
su cntico monocorde, grandioso, que
amenazaba con ahogar a los dems.

Con la espada en alto, los jefes


celtberos se colocaron delante de sus
falanges. A una orden de Istolacio,
repetida por los manpulos de los
extremos, toda la vanguardia avanz
seguida por tres mil guerreros a pie
armados con jabalinas y falcatas. A los
lados, cuatro cohortes de seiscientos
jinetes cada una. Finalmente haban
decidido mantener la formacin elegida
haca tres das, que deba abrirse al
tocar las primeras filas enemigas para
envolverlas en dos tentculos dirigidos
por la caballera. Era la tctica que ms
conocan todos y la que permitira
adaptarse mejor a las nuevas
circunstancias. El resto del ejrcito,
compuesto de lanceros arvacos,
esperaba detrs para atacar cuando las
filas enemigas quedaran cercadas. A las
tubas se unieron los tambores que
dividan ambos cuerpos, marcando un
ritmo que ayudaba al paso y enardeca el
nimo.
Los cartagineses se encontraban ya a
menos de cinco estadios. Sus lanzas eran
ms largas y los escudos les cubran
gran parte del cuerpo. Apenas se podan
entrever los rostros de las primeras
centurias, muchos de ellos tan nativos
como los que tenan enfrente. Las
formaban trdulos, ilergetes, turdetanos,
layetanos y tantos otros spanios
acongojados por la masa humana que
divisaban a lo lejos sabiendo que eran
hermanos. Antes del choque, hubo un
momento de vacilacin en aquel ejrcito
de mercenarios. Como si cundiera el
desnimo o faltara valor, las filas
perdieron la sincrona y se atropellaban
unas con otras. Los gritos de los
oficiales, recordando a los soldados que
sus mujeres e hijos pagaran con su vida
si ellos flaqueaban, adems de los
latigazos y mandobles repartidos aqu y
all, hicieron recuperar el ritmo.
Aquellas centurias eran en realidad un
cebo que Amlkar les pona a los
celtberos para que los atacaran de
frente mientras desplegaba una gran
fuerza por ambos flancos que impeda la
tctica de los tentculos.
Istolacio mand a sus infantes
formar en punta de flecha para destrozar
la formacin enemiga mientras la
caballera rodeaba el grueso del ejrcito
y los arqueros y lanceros hacan su
trabajo, pero los cartagineses, llegados
a la cara de sus rivales abrieron su
formacin en dos alas curvas como el
cuello de un nfora y dejaron pasar a
ms de tres mil, impidiendo a la
caballera alcanzar su objetivo. Cuando
tuvieron a los infantes cercados y a la
caballera dispersa, aparecieron los
elefantes. Doscientos paquidermos
furiosos, aguijoneados por las picas que
les heran detrs de las orejas y
llevando cada uno en su carlinga una
docena de arqueros se abrieron paso
desde el Levante. Las tres cohortes
celtberas de ese lado huyeron
despavoridas ante la furia de aquellas
bestias que les parecan seres de otro
mundo. A su paso, las cohortes de la
caballera arrollaban a sus propios
soldados y deshacan cualquier intento
de reorganizacin.
A medioda, los celtberos andaban
desperdigados pero no tenan
demasiadas bajas. Los cartagineses
tuvieron que retroceder para volver a
encuadrarse y despejar el campo de
elefantes desbocados. Mientras lo
hacan, aparecieron en lo alto de los
cerros cinco centurias de arqueros libios
que corran hacia el valle turnndose en
los tiros. Istolacio se vio obligado a
ordenar un repliegue para reorganizar
las escuadras de defensa e intentar que
varias filas con jabalinas contuvieran a
los africanos.
7

Rehn de su
gloria

No valieron tcticas contra la


superioridad de las armas cartaginesas,
nada pudo contener las oleadas de
tropas de refresco que de continuo
aparecan en la batalla ni hubo
suficientes spanios para hacerles frente.
Por ms que Indortas trat de agrupar a
los oretanos y vetones que formaban el
segundo cuerpo para lanzarlos contra los
arqueros nubios, sus esfuerzos
resultaron vanos. Los hombres huan
despavoridos ante la presencia de los
elefantes y las nubes de flechas que
llovan del cielo. Muchos eran cazados
en su desordenada carrera.
Un grupo de capitanes recomend a
Istolacio refugiarse en los montes
prximos pero el caudillo, tajante, se
neg. Al contrario, viendo cmo sus
huestes eran batidas en todos los frentes,
redoblaba sus esfuerzos, hera cuantos
mercenarios alcanzaba con la larga
espada que le regal el Gran Druida de
Hibernia el da de su consagracin como
caudillo.
Cualquier intento resultaba estril,
se agotaba antes de producir algn
efecto favorable. La estratagema pnica
de utilizar una doble tctica, primero en
cua y luego en tenaza, acab dando los
mejores resultados, destrozando los
intentos celtberos de llevar la iniciativa
al tiempo que causaba una constante
sangra entre sus filas a medida que fue
avanzando el da.
Cuando el sol estaba a punto de
dejarse engullir por el horizonte, dando
por concluida aquella jornada aciaga
para los spanios, el desnimo entre la
tropa de Istolacio era tal que algunos
clanes, o lo que quedaba de ellos,
trepaban las laderas cercanas al valle
para perderse por los montes de los
alrededores.
Otros se rendan abiertamente.
Un escuadrn mandado por Amlkar
consigui cercar la guardia que rodeaba
al caudillo. La lucha ces como por
ensalmo. Un silencio espeso se apoder
del momento mientras, a paso lento y
lanza en ristre, los jinetes cartagineses
avanzaban en crculo hasta quedar a
pocos pasos del grupo de devotos a pie
que, unidos como un torque con los
brazos entrelazados y blandiendo en
cada mano una lanza, protegan con su
cuerpo al rgulo y su caballera.
La intencin era moverse con l,
dentro del anillo, hasta encontrar una
fuga en el terreno por donde pudiera
espolear su caballo y huir, quedndose
ellos como barrera humana para sus
perseguidores.
No pareca probable, sin embargo,
esa estrategia. La cohorte pnica que los
acorralaba era ms numerosa de lo que
pareci en principio. A los jinetes se
haban unido varios centenares de
infantes que caminaban de espaldas a las
caballeras, protegidos con escudos y
sujetando las jabalinas hacia el exterior
del gran crculo, impidiendo no slo
salir al caballo de Istolacio sino que
cualquier tropa de auxilio pudiera
franquear la imponente barrera en torno
a l.
El caudillo intent tranquilizarlos,
que encararan la situacin sin
sobresaltos. Quiso aliviar su angustia
aunque la rabia traicion sus propsitos
revelando la cruda realidad.
Calma, quedaos quietos. Estamos
rodeados y tenemos que comportarnos
con dignidad. Nada que puedan hacer
estos canallas podr empeorar nuestro
fracaso.

Indortas y Giscn observaban el


movimiento desde una posicin lejana,
en la que an se luchaba. Brculo, que
estaba con ellos, les prohibi acudir en
su ayuda.
Ya es bastante tragedia lo que est
ocurriendo. No arriesguis tambin
vuestras personas. Esperemos.
Indortas quiso protestar y hasta hizo
amagos de espolear su caballo, pero
Brculo, poniendo su insignia de general
en la punta de su espada y alzndola
sobre su cabeza, dio una orden tronante
a sus oficiales.
Sujetadlo!
Dos soldados se lanzaron contra el
caballo que haba empezado su carrera,
hasta que lo detuvieron en seco.
Rpidamente, varios capitanes se
acercaron hasta el joven rgulo. Con
toda la delicadeza de la que fueron
capaces, pero con firmeza le agarraron
por brazos y piernas y consiguieron
descabalgarlo y mantenerlo quieto.
Indortas finalmente se dej hacer y
qued sentado en el suelo con el rostro
entre las manos. Lloraba
desconsoladamente.
Brculo orden en voz baja a su
heraldo que hiciera sonar el carnyx para
que cesara la lucha en aquel lugar de la
batalla. Uno tras otro, los toques de cese
de las hostilidades se fueron repitiendo
como un eco por los distintos focos de
combate. El gemido de las tubas, como
si expresara ya la agona de la derrota,
se superpuso a los gritos anulando
cualquier resistencia, haciendo
enmudecer las imprecaciones de quienes
queran aguantar. Todos miraban al
centro de las hostilidades, pendientes de
lo que suceda en torno a Istolacio, all
en el extremo sur del campo de batalla.
Un espeso anillo de cartagineses
pareca querer ahogar al caudillo, pero
los pnicos no atacaban, incluso los que
cabalgaban en primera fila llevaban sus
armas con la guardia bajada. Los
devotos, con los ojos muy abiertos y los
brazos tensos, no saban qu hacer.
Istolacio callaba. Erguido en su caballo
cubierto de espuma, buscaba con mirada
melanclica la figura del maldito
africano que se haba cruzado en su
destino para imponer su ambicin y
humillarle.
No tard en descubrirlo.
Una fila de jinetes se abri paso
frente a l, con los gallardetes de los
Barca marcando los lmites de la
apretada comitiva. En el centro, con
cimera negra de tejn rematada por una
larga crin de caballo, sobresala el
casco de bronce y oro del sufete. A su
alrededor, diez de sus ms notables
capitanes, y a su derecha el joven
general Asdrbal, de quien Istolacio
haba odo elogios por la nobleza con
que era capaz de cumplir pactos y
respetar alianzas.
Ya poda verlo.
Amlkar tena la mirada grave y
porte de monarca. Sus ojos oscuros, que
parecan mirar desde una profundidad
infernal, escrutaban con parsimonia
mientras su mente galopaba a la
velocidad del rayo. Vesta ropa
deslumbrante: una tnica bordada con
hilos de plata que haca difcil la
penetracin de una lanza, ancho cinturn
de piel de elefante guarnecido de
piedras preciosas, muequeras del
mismo material, capa de seda teida de
prpura cuyo color nacarado despeda
destellos con el sol, botas de piel de
camella recin parida y una pequea
coraza hecha con cuero de jabal,
repujada, sujeta a los hombros por
correajes y ceida en los costados con
cintas flexibles de gamuza.
Al llegar junto al crculo de devotos
hizo un leve gesto de su mano y sus
hombres dejaron que se acercase varios
pasos ms, hasta que su figura qued
recortada entre la muchedumbre que
vena con l. Apoyando sus manos sobre
el pomo de la montura, el sufete enfrent
sus ojos a los de Istolacio observndolo
casi con incredulidad, preguntndose
qu tendra aquel joven semidesnudo
para que sus hombres ofrecieran el
pecho antes de dejarlo matar, cunto
carisma de jefe y conviccin de guerrero
posea para arrastrar a un ejrcito a una
accin tan desesperada y creer que
poda vencerlo a l, el poderoso Rayo
de la Guerra.
Casi como un padre que afea la
conducta de un hijo, Amlkar se dirigi a
l.
Por qu te has rebelado? Es que
tu ambicin no daba reposo a tu seso
que debi advertirte? No sabes que
nadie puede enfrentarse a m sin sufrir
las consecuencias?
Antes de que el intrprete tradujera
sus palabras al celtbero, Istolacio
respondi en griego. Conoca lo
suficiente el idioma fenicio como para
entender las palabras de su enemigo.
Si el deseo de libertad es
ambicin, as es. Cuando la tierra de los
antepasados la invade una multitud
hostil que con engaos y amenazas
esquilma sus riquezas, el guerrero sabe
cul es su deber. Las consecuencias de
enfrentarse a ti no pueden ser peores que
las de ser tu esclavo.
Nadie te ha pedido que lo fueras
respondi Amlkar malhumorado,
tambin en griego. Es que no podas
vivir en paz, pactando con Cartago,
como lo hicieron esos antepasados tuyos
con los mos de Tiro y Sidn?
No es pacto lo que se obtiene a la
fuerza.
Amlkar se qued mirndolo. Era
insolente porque senta la razn de su
parte, no se humillaba ni en aquel
momento en que deba estar rogando por
su vida de hinojos. Le sostena la mirada
no con la altivez de un petulante sino
con orgullo de raza, sabedor que su
mundo era perfecto y que cualquiera que
intentara alterarlo se converta en su
enemigo. Era evidente que se trataba de
un prncipe cultivado que hablaba griego
con exactitud y saba expresar sus
pensamientos. Y adems, y aquello le
dola de verdad, era hermoso como un
dios.
Bien, basta de charla. Si rindes tu
ejrcito, sofocas la rebelin entre tus
hombres y te avienes a mis condiciones,
respetar tu vida y la de los tuyos. Si no
lo haces seris todos sacrificados,
vuestras familias diezmadas y los
campos y ciudades arrasados.
Me has derrotado, sufete. Para
qu quieres mi rendicin? Si lo que
buscas es que cese la lucha, sea, pero no
me pidas que me arrepienta ni que mis
hombres dejen de sentir lo que estn
sintiendo.
De acuerdo, caudillo, te dir lo
que quiero. Acrcate.
Istolacio rog a sus devotos que lo
dejaran pasar. Como ellos se resistan y
alguno hasta gritaba consignas con su
nombre, desmont del caballo. As, a
pie, entre abrazos, palmadas en la
espalda y caras largas se fue abriendo
paso.
Frente al torvo general cartagins,
con los puos apretados y la mirada
retadora, sabiendo que sus fieles estaban
detrs esperando cualquier movimiento
hostil para lanzarse contra quien se
atreviera a atentar contra su vida, el
caudillo era la viva imagen del hroe
que se sacrifica por un ideal.
A Amlkar le resultaba insoportable
aquella visin desafiante y seductora. Le
hubiera gustado ahorrarse ese trago,
pero su mente ya haba trazado una
estratagema en la que el caudillo celta
poda ser una valiosa pieza del
escenario. Otro general menos
experimentado que l y con menos
astucia poltica se dijo a s mismo
hubiera cedido a la tentacin de liberar
al joven idealista, escarmentar al
rebelde carismtico o ejecutarlo para
acabar con su amenaza. El sufete se
refren, aunque le hubiera complacido
hundirle su espada all mismo y
contemplar los estertores de la muerte
en su rostro de prncipe ibrico.
Lentamente, avanz unos pasos con
su caballo hasta quedar al costado de
Istolacio.
Sers mi prisionero. Vendrn
contigo treinta rehenes principales de
cada una de las tribus que te han
apoyado. Mandars a tu and Indortas
para que hable con los jefes de las tribus
y les haga sellar conmigo una nueva
alianza. Que cuente a tu madre y a sus
hermanas que Amlkar respeta la vida de
quienes se rebelan contra l cuando
entran en razn.
A Istolacio le sorprendi el
conocimiento del sufete sobre su familia
y la de Indortas. No saba que una de las
bazas polticas del cartagins era estar
puntualmente informado sobre la
situacin personal de sus enemigos. Eso
le permita jugar con ventaja a la hora
de ofrecer pactos, encender rivalidades
y establecer garantas basadas en la vida
de los seres queridos.
No haba alternativa. La mencin a
las mujeres hizo demasiado real la
amenaza sobre campos y ciudades.
Istolacio no haba probado hasta
entonces la sequedad de la derrota. Por
mucho que hubiera pensado en ello
durante los ltimos meses, desde que
decidi plantar cara a la opresin
cartaginesa, se encontraba como ausente,
ajeno a un escenario que le resultaba
impuesto, artificial. Slo quedaba
cumplir los trmites de la derrota con la
mayor dignidad posible y salvando lo
que se pudiera. Aunque fuera a costa de
s mismo. Su pasin por el caudillaje,
perfectamente alimentada por la
devocin de sus fieles y la confianza de
los jefes tribales, acababa de morir en
este da nefasto. Incluso el ansia de vivir
haba desaparecido como la flor del
espino tras una tormenta de granizo.

El caudillo baj la cabeza y asinti


mirando al suelo. Amlkar le dio una
hora para reunir los rehenes e informar a
Indortas. Mientras lo dejaba vigilado
por una centuria de nubios fuertes como
gladiadores, l se retir a su tienda,
levantada en poco tiempo por varias
decenas de esclavos, para purificarse y
revestir sus ornamentos de pontfice. Un
altar de piedra haba sido erigido ya en
el cerro ms prximo para ofrecer
sacrificios de gratitud a Baal y ejecutar
los ritos al dios de la guerra y la diosa
de los infiernos.
Indortas recibi la noticia de la
rendicin con aparente frialdad. En las
palabras textuales de Istolacio, que el
emisario le transmiti, haba una
consigna de resistir, esperar tiempos
mejores. Como la vida del caudillo
pareca estar a salvo, acept lo que se le
peda aunque le desgarrara el alma.
A ver, repteme sus palabras.
El emisario volvi a pronunciar
lentamente lo que pareca un testamento.
Noble Indortas, hemos sido
derrotados y yo mismo soy prisionero
del sufete de Cartago. Amlkar exige
treinta rehenes entre los primognitos de
los linajes y tu concurso para negociar
paces y alianzas con las tribus. Hazlo, te
lo suplico. El futuro de nuestras
familias, tierras y ciudades est en
juego. Acepta, hermano mo, el destino
riguroso con el que prueba nuestra
templanza el padre Lug. Todo volver a
su ser, imparable como la primavera en
los bosques. La esperanza descansa en
tu fervor a prueba de derrotas y el
renacer espiritual de nuestro pueblo, que
nunca podr ser domeado.
No hubo dificultad en elegir los
guerreros que deban acompaar a
Istolacio como cautivos hasta que las
paces quedaran selladas. Se presentaron
tantos voluntarios que Indortas decidi
respetar los derechos de primogenitura o
veterana, primando a los solteros sobre
los casados y entre estos a quienes no
tuvieran a su cargo una madre viuda o
hermanos pequeos. Fueron
seleccionados veinte que enseguida se
encaminaron al lugar donde estaba el
caudillo rodeado por diez de sus
devotos que tambin haban solicitado el
honor de compartir su cautiverio.
Indortas parti cabizbajo y sin
apenas decir palabra, transformado
como si de golpe le hubieran cado cien
aos encima. Con el resto del ejrcito
que no haba huido, bastante escaso,
quedaba Brculo y tres capitanes muy
admirados por su entrega en la batalla.
A Giscn se le permiti partir con sus
arvacos de vuelta a casa.
No, amigo mo. Yo me quedo. He
hecho un voto de fidelidad al caudillo y
no voy a abandonarlo en el peor
momento. Si alguno de mis hombres
quiere partir, tiene licencia.
Una mirada a los suyos le revel la
decisin comn de permanecer con l.
Slo squilo, un guerrero de su edad
que era el mayor de su casa y tena a sus
padres enfermos, expres tmidamente
su deseo de marcharse.
Puedes irte con todas mis
bendiciones, amigo squilo. Comunica
a mi madre y a los miembros del
Areopago que he resuelto quedarme
hasta que logremos rescatar al caudillo
Istolacio.
Giscn se dirigi a Indortas.
Sujetndole por ambas muecas,
mirndole fijamente a los ojos, quiso
aliviar su conciencia de derrotado con
alguna esperanza.
Ve tranquilo. Mientras t faltes, no
andaremos lejos de donde lo lleven. Te
juro que vigilar da y noche y en cuanto
lo vea posible, intentar rescatarlo.
Indortas asinti con la cabeza por
toda respuesta, pero el fuerte apretn de
brazos que devolvi a Giscn indicaba
que le estaba agradecido por su
ofrecimiento, que no haba otra
posibilidad, que, aunque a l se le
encomendaba otro cometido, aquello era
exactamente lo que le hubiera gustado
hacer.
8

Giscn el
Temerario

Y ahora, qu vamos a hacer?


Asio, el hermano menor de Giscn,
pregunt queriendo ocultar su
contrariedad y el malestar que le
causaba quedarse con los derrotados en
una situacin incierta, aunque en su tono
insolente se adivinaban perfectamente
sus sentimientos.
Me emboscar para seguir a los
pnicos y ver qu hacen con el caudillo.
Tengo que encontrar la forma de
rescatarlo.
Pero eso es una locura, Gisco,
ellos son muchsimos y lo tendrn
Giscn interrumpi a su hermano.
Cllate, Asio. No te metas en esto.
Eres demasiado joven para participar en
las decisiones del ejrcito.
Qu ejrcito? Estamos vencidos
y dispersos. Indortas se va a negociar
con las tribus. Aqu quedaremos muy
pocos. S, ya lo s, soy joven para
opinar, pero me parece que en este
momento tengo ms sentido comn que
t.
Basta, Asio! Silencio! Me llamo
Giscn por el general cartagins con el
que mi padre hizo un pacto de sangre y
cuya amistad conserv hasta su muerte.
No pienso defraudar a ninguno de los
dos.
Los hombres que los rodeaban
sonrean mirndose unos a otros ante el
atrevimiento del hermano, que haba
levantado su voz sin ocultar su enfado,
algunos haciendo gestos de resignacin
como si estuvieran de acuerdo con lo
que deca.
Queriendo calmar, el jefe arvaco
tom por el brazo a su hermano y
anduvo con l unos pasos hasta quedarse
a solas, mientras le hablaba con dulzura,
tratando de que entrara en razn.
Asio, comprendo que quieras irte
a casa, pero yo soy un guerrero. El pacto
con Istolacio me obliga a intentar
liberarlo, y adems deseo hacerlo. No
puedes discutir mis rdenes delante de
los soldados, lo comprendes, verdad?
Giscn le cogi por la barbilla y
levant su rostro.
Lo comprendes?
S.
Muy bien. Escucha. Yo debo
quedarme, as lo exige mi honor, pero t
puedes irte. Dejar que uno de los
hombres te acompae para que vuelvas
a casa con squilo.
Asio haca surcos en la arena con un
pie, mientras una lgrima se deslizaba
sobre la mejilla derecha.
No, me quedo contigo. Se lo
promet a madre. Alguien tiene que
cuidarte.
Giscn abraz a aquel hermanillo
que el destino le haba regalado. En el
fondo, admiraba que fuera tan testarudo.
Y se senta orgulloso de su voluntad de
quedarse.
Montaron un campamento con los
restos que fueron encontrando y aquel
mismo da, por la noche, los capitanes
eligieron una escuadrilla de cinco
hombres entre los exploradores ms
avezados, con el fin de conocer el
paradero del caudillo y las condiciones
en las que lo mantenan preso.
Dos das despus, los hombres
estaban de vuelta excitados y optimistas.
Los cartagineses han establecido
un campamento base a cinco leguas de
aqu. Van a quedarse un tiempo porque
han construido fraguas y hemos visto
apilar montones de espadas y escudos
para ser reparados. Tambin nos hemos
enterado de que han pedido grano y
vveres en los poblados para
permanecer al menos un mes.
Y nuestro caudillo? Cmo se
encuentra?
El rgulo Istolacio est aislado en
una tienda grande, plantada en la cara
oeste del campamento y protegida por un
cercado de piedras, no muy alto. Hemos
visto cuatro vigas, pero pueden ser ms.
No parece que le hagan demasiado caso.
A los rehenes no hemos podido
localizarlos, pero creemos que los estn
utilizando para acarrear piedras y cavar
zanjas.
Decenas de guerreros se fueron
agrupando en el claro del bosque que
haban elegido para celebrar las
asambleas y llevar a cabo los ritos. En
el centro, sobre dos pilares hechos con
secciones de grandes troncos, haban
levantado el ara de los juramentos con
una losa de piedra que encontraron en
los alrededores. Andaban todos
calibrando qu hacer, consultndose
unos y otros, cuando Giscn se acerc al
ara, puso su mano sobre ella y habl a
los congregados:
Solicito vuestra conformidad para
ser yo quien acuda a intentar el rescate
del caudillo. Vendrn conmigo cinco de
mis fieles arvacos y no descansaremos
hasta traer de vuelta, sano y salvo, al
jefe Istolacio.
Un murmullo de admiracin se alz
entre los congregados. Entre las voces
tambin pudo distinguirse la del
ambicioso Antulo, siempre dispuesto a
destacar y crear disensiones.
Hemos de ser nosotros, gente de
su tribu. Nos corresponde ese honor.
Unos cuantos guerreros se
arremolinaron en torno suyo apoyando
sus palabras. Brculo alz la voz y pidi
calma.
Haya paz, hermanos. No
permitamos que las rencillas rompan la
armona ni debiliten nuestra voluntad de
conseguir el objetivo. Liberar a nuestro
caudillo es en este momento la tarea
esencial. Personalmente, agradezco el
ofrecimiento del noble Giscn: hace
honor a la fama y el arrojo del pueblo
arvaco que tanto nos ha ayudado. La
operacin necesita precisin y habilidad
para dejar fuera de combate a los
guardianes sin hacer ruido ni levantar
sospechas. Nuestros hermanos arvacos
son duchos y rpidos. Dejemos que sean
ellos quienes vayan por delante, dando
as satisfaccin al prncipe celtbero que
ha unido su destino al nuestro mediante
el pacto con la diosa y muestra tanta
decisin en acometer su primera hazaa
como devoto.
El argumento call las voces
discrepantes. Varios capitanes mostraron
su apoyo afirmando con la cabeza.
Estamos de acuerdo? Brculo
ergua su venablo con la insignia de
general al mando en la punta.
Lo estamos decenas de
gargantas respondieron al unsono.
Compaeros! Alzo mi espada
por el prncipe Giscn y el pueblo
arvaco!
Por Giscn y los arvacos!
Hermanos devotos, gloria y
virtud a nuestro caudillo Istolacio!
Gloria y virtud a Istolacio!
Las voces atravesaron el ramaje del
bosque, acariciando las hojas hasta
elevarse ms all de las copas de los
rboles.

Avanzaban como garduas, sigilosos,


mirando a los lados, con los pies
protegidos por pieles de conejo. Los
cuatro arvacos que acompaaban a
Giscn eran de su edad y conocan todos
sus gestos desde nios. De cuando en
cuando se paraban tras los troncos ms
gruesos para recuperar el resuello y la
concentracin. Su tcnica era pura
disciplina ya que los pnicos estaban
an lejos y ellos podran haber ido a
cuerpo y hasta cantando, pero su duro
entrenamiento exiga mantener la
cautela, cultivar el silencio y
mimetizarse con el paisaje lo ms
posible. Incluso llevaban tiznada la cara
con pasta terrosa de color ocre.
El resto de guerreros celtas al
mando de Brculo los seguan a una
distancia de media legua tratando, ellos
tambin, de pasar inadvertidos. La
espesura del sotobosque los protega y
la estacin primaveral, sin ramas secas
ni polvo y con el suelo mullido por la
hierba, ayudaba.
Salieron de madrugada y cuando el
sol lleg a su cnit tuvieron ya indicios
de la cercana de los cartagineses. La
avanzadilla de Giscn y los suyos poda
escuchar el fragor lejano del
campamento, los golpes acompasados
de las fraguas, voces, balidos de las
cabras y ovejas requisadas y los
relinchos de los caballos durante su
entrenamiento diario. Los pnicos no
descuidaban el cuidado de sus equinos,
portentosos ejemplares seleccionados
entre los ms resistentes que deban
acostumbrarse al entrechocar de espadas
y el gritero sin salir de estampida.
Mediada la tarde, los cinco
rastreadores arvacos pudieron apreciar
la extensin del campamento enemigo.
Haban ocupado un cerro achatado y
sin vegetacin, donde se distingua una
tienda enorme que deba ser la de
Amlkar. A su alrededor haban
dispuesto otras de menor tamao
rematadas con gallardetes de los Barca
que deban pertenecer a los capitanes.
Un ara sacrificial se asomaba al borde
del promontorio, dominando el valle por
el que discurra un ro no muy ancho,
salpicado de lamos y sauces. Varios
puentes de maderos y piedras cruzaban
la corriente. Los guerreros ocupaban
ambas orillas, hasta las faldas de los
cerros cercanos. Aqu y all se poda
ver el humo de fogatas que anunciaban
la hora de la colacin vespertina.
Las fraguas, los hornos de pan, los
puestos de los guarnicioneros y
herradores, ocupaban el extremo
oriental de aquel poblado trashumante,
cerca del ro, junto a los apriscos en los
que se guardaba por la noche el ganado
ovino y los cerdos que ahora
ramoneaban por las laderas o se
internaban en el monte cercano buscando
bellotas, guiados por los porqueros.
Justo al lado opuesto se hallaba el
recinto de los prisioneros. Sobre una
loma tambin achatada, pero menos alta
que el cerro de los jefes, los
cartagineses haban encerrado al
caudillo y los rehenes, separados entre
s por una empalizada de caizo y
aislados del resto por medio de distintos
muros de piedra y zanjas poco
profundas. Justo en el borde de levante
haba una hilera de chopos altos y
puntiagudos que los protega la vista
desde el cerro, una circunstancia
propicia para intentar una escaramuza
cuando cayera la noche.


Los cirros rojizos del atardecer haban
dado paso al malva que anunciaba la
llegada de la noche. Un rehn celta
asignado para asistir al rgulo entr en
la tienda con la mayor discrecin que
pudo, encendi la lmpara de aceite que
descansaba en un taburete junto al lecho
y dej al lado una escudilla con un caldo
humeante que ola a grasa de cordero.
Istolacio no se inmut, dio las
gracias al muchacho y sigui de pie en
el mismo lugar, los brazos cruzados, una
mano sujetando el mentn, tratando de
pensar algo constructivo. Para lograrlo
slo poda hacer una cosa: recordar.
Escrutar el pasado, refrescar la
memoria, hacer que su vida entera
desfilara por el cedazo de su mente,
desmenuzarla hasta conseguir encontrar
algn indicio de esta pattica derrota.
Qu le haba traicionado?
La ambicin?
El exceso de confianza?
Acaso no deba ser el arrojo, virtud
del caudillo, o las altas miras su empeo
ms noble?
Tena la inquietante sensacin de que
algo haba fallado desde el principio.
Tal vez se hubiera sobrevalorado o, an
peor, tal vez haba menospreciado el
poder de Amlkar, su capacidad
estratgica.
Istolacio se vio a s mismo engaado
por la excesiva adoracin de sus
devotos, ciego por tanto ensalzamiento.
Nadie discuta sus rdenes, tampoco
Indortas, siempre proclive a exigir a los
dems. Desde que su padre muri junto
a los principales jefes de su tribu en la
feroz batalla que libraron contra los
bastetanos, l asumi la sagrada tarea de
dirigir a su pueblo. Tena slo
diecinueve aos y ya no hubo otra cosa
en su vida. Recibi apoyos, s, quiz
demasiados. Las primeras victorias le
hicieron ganar una fama de invencible
que l saba frgil pero alimentaba como
herramienta de persuasin. Supo
administrar justicia y sus sentencias
ecunimes reforzaron el sentimiento de
gratitud por parte de los ms
desfavorecidos, pero tambin de
ancianos, mujeres y hombres justos. No
pudo compartir las alegras de sus
compaeros jvenes que recorran los
poblados durante las fiestas del mes
florido en francachelas continuas,
bebiendo agua de fuego, cantando,
aporreando tambores y buscando mozas.
No se les hubiera ocurrido proponerle
semejante cosa. Se convirti en la viva
imagen de la integridad. Dedicaba sus
horas al estudio y al ejercicio fsico.
Una espesa cortina de respeto se form
a su alrededor impidiendo cualquier
relacin personal relajada, como si
fuera un monarca oriental recluido en su
palacio. No form su propia familia ni
tuvo maestros que lo trataran con amor y
condescendencia. Slo Indortas
consigui romper la barrera cuando, tras
un alarde de valor en una batalla en la
que le salv la vida, form el ncleo de
los devotos. La tropa aclam a Indortas
y l devolvi el gesto nombrndole
rgulo heredero, subordinado aunque
igual, una diarqua de hecho pero
siempre supeditada a la condicin de
caudillo que los dioses haban cargado
sobre sus hombros.
Desde aquel da se alivi su tensin
en el mando.
Tal vez demasiado?
En ocasiones haba dejado actuar a
Indortas, que era ms impulsivo que l,
o se haba dejado arrastrar por su
entusiasmo sin medir del todo las
consecuencias. Cundo le hizo creer
que podran vencer a Amlkar? O es
que su propia vanidad era tanta que le
resultaba imposible pensar que haba
sido l mismo quin decidi plantar cara
al sufete, espoleado por las
bravuconadas de los devotos y una
excesiva estima de sus posibilidades?
No tuvo informacin suficiente de las
ltimas remesas del ejrcito pnico
reclutado a la fuerza y que supona
varios miles. No pens en sus corazas
metlicas ni en el poder devastador de
los paquidermos. No debi confiar Y
sin embargo, qu diablos!, cmo iban
a calibrar cuando el enemigo entra en tu
casa y se lleva lo que quiere? Cmo
pararse a pensar ante el secuestro de la
libertad?
Lo nico que import el da que
levantaron sus espadas en la asamblea
de los jefes fue el valor, la
determinacin de todos. Conocan el
terreno, tenan sus temibles falcatas y las
mejores jabalinas, caballos bien
entrenados y sobre todo, razn.

Istolacio se debata entre argumentos


contrarios tratando de encontrar una fuga
en su planteamiento estratgico, un fallo
que pudiera justificar la derrota, sin
poder admitir que haba sido
simplemente eso, una derrota en el juego
feroz de la guerra. Tal vez si hubiera
llovido, los elefantes no hubieran
podido desplazarse con agilidad ni los
arqueros hubieran tenido tantas
posibilidades. Para el caudillo celta, la
derrota era un plato demasiado amargo
que nunca haba probado y que era
totalmente incapaz de asimilar.
Paseando furiosamente por el
angosto espacio, dando patadas al catre
a cada vuelta para tratar de frenar la
desazn, no pudo darse cuenta de que
unas figuras agazapadas rodeaban la
tienda y tomaban posiciones, despus de
haber liquidado limpiamente y sin un
solo grito a los cuatro guardianes.
9

El suplicio
del hroe

En cuanto hubo oscurecido Giscn y sus


cuatro arvacos se deslizaron desde la
cara este, protegidos por la penumbra.
No hacan ruido, cualquier crujido
quedaba amortiguado entre la algaraba
del campamento.
Los dos primeros guardias, sentados
en sus promontorios mientras el tedio de
las horas aturda sus sentidos, cayeron
doblados sobre s mismos cuando unos
cortos rejones les atravesaron el cuello.
Al tercero lo distrajeron con ruidos
hasta que, intrigado, se agach tras una
jara y encontr la muerte. El ltimo
paseaba por el borde de la loma, ajeno a
la escabechina, dando pataditas a los
guijarros que encontraba al paso. Tena
la tez oscura y se cubra con un turbante
como los hombres del desierto africano.
Sus ojos brillaban en la noche. Pensaba,
alternativamente, en volver a su tierra
cargado de botn, violar entretanto unas
cuantas mujeres, formar una gran familia
o en robar algo valioso y que abultara
poco para asegurarse el regreso. Pero no
pudo ir ms all de sus ltimos deseos.
Un cngulo de piel de cabra rode su
garganta hasta hacerse insoportable,
anegndole la respiracin, obligando a
sus manos a agarrar el cintajo mientras
dejaba el cuerpo cautivo, a merced de su
asaltante. Cay hacia atrs, con los ojos
muy abiertos en un gesto de extraeza.
La luna, que acababa de salir, se reflej
en sus pupilas sorprendidas antes de
volverse opacas.
Fueron dos los arvacos que
consiguieron acercarse hasta la tienda,
donde el cabo de vela reflejaba el
frenes del caudillo movindose a un
lado y otro. Uno ms esperaba bajo los
chopos del ribazo sujetando el testuz de
un caballo oscuro, al que haban
embozado con una talega de avena que
lo mantena ocupado sin relinchos de
ansiedad que delataran la operacin.
Giscn observaba desde una roca con el
cuarto de sus hombres, para cubrir la
retirada distrayendo a posibles
perseguidores.

Los sonidos del campo al atardecer


cubran por poniente la batahola del
campamento pnico, su excitacin ante
el aroma de los asados que en premio
les ofreca su general y ellos
correspondan con cantos exultantes en
honor de Cartago. Los gritos beodos y
las carcajadas se enroscaban al aire,
crecan hasta disolverse entre el humo
de las fogatas para volver a empezar.
Istolacio, abrumado, escuchaba con
aprensin la algaraba hasta que el pesar
le hizo caer al suelo de hinojos,
sollozando en silencio. La naturaleza, a
su alrededor, pareca regodearse en el
festn de la libertad, mostrando que la
vida segua existiendo. En las copas de
los rboles, cientos de estorninos
anunciaban su llegada con aleteo
sombro y tal vez se llamaran unos a
otros, las parejas, los hermanos, los
miembros de un clan, con aquel piar
incesante y sobreexcitado. En las aguas
del riachuelo las carpas saltaban para
atrapar insectos, golpeando con su lomo
la oscura espalda del agua. Las hojas de
los lamos se movan al comps de la
brisa nocturna provocando el susurro
del aire. Cantaban el cuco y la
oropndola, las urracas esparcan su
spero croar y los cuclillos taladraban
la madera de los troncos con dedicacin
de artesanos. Todos mezclndose con
armona, en un lenguaje superior que
cantaba las preces de la buena vida,
ajenos al dolor de Istolacio aunque
amortiguara su desolador sentimiento de
fracaso humano. Todos despidiendo al
unsono la agona de un atardecer
demasiado largo, atravesado por
desgarrones malva y destellos de luz
anaranjada.
El caudillo celta, con la respiracin
entrecortada, an de rodillas y los puos
contra el suelo, trataba de contener su
insoportable dolor. No consegua
recordar la ltima vez que haba
llorado. Los guerreros celtas no deban
mostrar sus lgrimas una vez que les
sala la barba y l, consciente de ser
espejo de jvenes y ejemplo para todos,
haba aprendido a tragarlas hacia dentro
en los momentos difciles, cuando le
tocaba enterrar a alguno de sus valiosos
generales o cuando le atacaba la
desazn que le roa el alma en la
soledad del lecho.
Esta vez, sin embargo, era distinto;
no haba soledad en su angustia ni
abandono en el dolor que le doblaba el
cuerpo; se saba acompaado en el
pensamiento por sus devotos, querido
hasta el delirio. Era precisamente aquel
sentimiento lo que torturaba la fibra
delicada de su espritu. l, preso,
alejado de sus hombres, cado en
desgracia por impericia o exceso de
confianza, por haber fallado en lo que
deba ser su cometido esencial.
Un nuevo quejido le sacudi el
cuerpo, obligndole a esconder la cara
entre las manos para sujetar su llanto
desbocado. As rendido, derrumbado en
la postura lamentable de los suplicantes,
sinti lstima de s mismo. Y esta
sensacin desconocida, que le acercaba
al comn de los mortales, clida como
el abrazo de una madre, consigui
aliviar su tortura y proporcionarle
sosiego, devolverle la compostura hasta
quedar sentado en el suelo, las manos
colgando sobre las rodillas y la cabeza
hundida, como un luchador de palestra
que hubiese perdido su lance. La
anochecida era fresca, pero en su frente
brotaba un sudor continuo que le
empapaba la cabellera. Las mandbulas
flojas, el jadeo del pecho reflejaban el
combate espiritual de aquel cuerpo
admirable.
Quiso pensar, una vez ms, en qu
haba fallado de forma tan calamitosa
para tratar de corregirse para el futuro,
como si aquel estado fuera pasajero,
cuando justo delante de l, levantando el
faldn que rozaba el suelo, apareci una
cara con el dedo ndice sobre los labios
exhortando a la discrecin de
movimientos y el silencio absoluto.
Al caudillo se le ilumin la cara.
La diosa se haba apiadado de su
angustia y vena a socorrerlo. La
pesadilla tocaba a su fin.
Como era de esperar, los devotos
haban hecho bien su trabajo. Slo le
extra que el joven que haca gestos
para que le acompaara no fuera alguno
de sus fieles ms conocidos, uno de los
trplices consagrados con los que
guardaba una relacin especial y que
haban renovado hasta tres veces el
juramento a Atecina. Tal vez el arvaco
Giscn hubiese tomado la iniciativa
Istolacio conoca bien la mentalidad
guerrera de los arvacos y aquel
muchacho rubiasco que ya le tomaba por
el brazo con delicadeza fuera uno de sus
guerreros.
El rgulo no erraba en el tino de sus
razonamientos. Sin embargo, la excesiva
confianza en la mediacin de la diosa
celta distorsionaba su comprensin de la
realidad. Tampoco sus aos, an
escasos para la madurez de un general,
le haban dado suficiente desconfianza y
prudencia como para pensar que lo que
pareca fcil evasin poda ser trampa
mortal urdida por otra inteligencia
meramente terrenal, sin aporte divino,
pero ducha en argucias para conseguir
sus propsitos y gozarse en ellos.

Al sonido de las aves y los peces le


haba sucedido el canto de los grillos y
el croar de las ranas que acompaaban
la noche. El caudillo y su gua
atravesaron gateando el faldn y
salieron al exterior. De pronto, sin que
supieran de dnde vena, un estruendo
de trompetas trunc la quietud y el sigilo
de los asaltantes.
Los dos arvacos que esperaban
agazapados junto al cercado levantaron
la vista y pudieron atisbar cascos
emplumados al borde de la loma.
Oficiales pnicos!
Detrs de ellos vena una
muchedumbre de soldados con hachones
y antorchas, tantas que iluminaban la
noche.
Por distintos lados aparecieron
grupos que avanzaban hacia el cercado
de los prisioneros, golpeando el suelo
con sus lanzas, lanzando el grito de
guerra a Baal como si fueran a entrar en
combate, seguramente ebrios y desde
luego avisados y distribuidos por una
mano rectora que haba vuelto a engaar
a los ingenuos celtberos.
No haba nada que hacer.
Estaban rodeados, atrapados en un
intento de fuga tan evidente como
imposible, expuestos al desquite de sus
enemigos y por completo inermes.
Istolacio se irgui limpindose el rostro
con la manga de su tnica y permaneci
de pie con el rostro endurecido; el joven
arvaco qued tras l, de rodillas, con
la boca abierta y los ojos desorbitados.
Cuando estaban a la distancia del
grito de un hombre, la muchedumbre del
cerro par ocupando toda la colina. Un
pasillo flanqueado por lanzas y escudos
levantados dio paso a un grupo de jefes
ricamente ataviados. El brillo de las
antorchas arrancaba destellos en sus
diademas y brazaletes, mientras guiaban
a sus caballeras hacia los lados de la
formacin y se apostaban por delante de
los infantes, los ojos bordeados por una
lnea negra que daba un aire feroz a sus
miradas, ansiosos por contemplar la
orga de degradacin de un enemigo.
En ltimo lugar, precedido por una
cohorte de esclavos que agitaban
abanicos de avestruz e incensarios que
escupan su humareda amarillenta, vena
un hombre, si es que as poda
calificarse aquella extraa aparicin,
sobre un corcel blanco con el porte de
un rey y aires de mago. Tena el mentn
levantado y un rostro imperturbable
cubierto de surcos y profusamente
maquillado. Llevaba la barba recortada
en punta, untada en leo, y un alto bonete
cuajado de pedrera. Sus manos
ensortijadas descansaban sobre el pomo
de la montura mientras el cuerpo se
dejaba mecer al comps del delicado
equino, embriagado entre la bruma de
incienso. Junto a l cabalgaba un joven
de aspecto distinguido con el cabello a
la griega, la cara limpia de afeites y
barbas y vestido con austeridad.
A-mel-khart! A-mel-khart!
Rayo de la Guerra, Hijo de
Melkhart, Padre de la Patria. Los
hombres gritaban consignas y alabanzas,
mientras el joven Asdrbal sonrea a
todos pues su suegro, el general invicto,
no se dignaba mirar a nadie.
Atnito, Giscn observaba los
movimientos desde la roca en que se
haba apostado sin acabar de creer lo
que estaba sucediendo. An pensaba que
poda tratarse de algn ritual de los
cartagineses, una ceremonia de noche o
algo as, que coincida desastrosamente
con sus planes. Pero por qu demonios
el rgulo se quedaba de pie,
arriesgndose a que lo vieran desde
arriba?
Sus dudas se disiparon, cuando vio
dirigirse hacia l a los escuadrones que
se acercaban por los flancos.
Desesperado, apret las manos contra la
roca y baj la cabeza golpeando la
frente contra la piedra repetidas veces.
Los pnicos rodearon al caudillo en
un crculo de tres filas que dejaba una
abertura hacia la colina donde se
encontraba Amlkar. En aquel momento,
l comenz a descender con su squito a
caballo y dos escuadrones de soldados a
pie. A medida que iba acercndose,
Istolacio pudo distinguir su rostro
arrugado y las mil irisaciones de sus
alhajas. No apart el caudillo la vista de
sus ojos, ni cuando se par a doce pasos
de l y se inclin hacia delante como si
quisiera observarlo mejor.
As que creas que un tosco
celtbero como t iba a engaar al Rayo
de la Guerra, verdad, estpido?
Istolacio guard silencio.
Amlkar se fue acercando ms hasta
que el belfo del caballo roz la cara del
caudillo.
Ahora ya no respondes, eh? El
silencio de los cobardes te atenaza, ya
no eres ms que un fugitivo que ha sido
descubierto. Dnde ha quedado tu
honor, spanio? En la letrina, tal vez?
A medida que hablaba cubriendo de
imprecaciones al prisionero, Amlkar se
encenda, alimentaba su rabia con el
rostro enrojecido en un acceso de ira
que presagiaba uno de esos paroxismos
que tanto teman sus capitanes y a los
que se entregaba con furor criminal en
un instinto que se complaca en destruir,
domear, hacer sufrir y humillar a su
oponente.
Aquel joven caudillo representaba el
espejo de lo que a l ya se le escapaba:
el vigor, la belleza del cuerpo, la
adoracin de la tropa, la dignidad en
cualquier circunstancia.
Tena que pagar por ello.
El caballo del sufete, imbuido de la
agitacin de su amo, caracoleaba
alrededor del jefe celta. Las cintas de
cuero tachonadas de espejuelos, que
colgaban de la gualdrapa de su montura,
golpearon las piernas del rehn.
Habla, maldita sea! Defindete!
Una mezcla de desprecio y
contencin en el gesto ptreo del
guerrero celta, inmune a la humillacin,
fue la nica respuesta, el colmo del
desafo que acab por atizar la sed
nunca apagada en el espritu vengativo
de Amlkar.
Alumbrado por el fuego de las
antorchas que resaltaban su aspecto
malfico, reflejado el resplandor
infernal en sus ojos africanos inyectados
en sangre, Amlkar sac del costado un
ltigo con empuadura de plata cuyas
tiras estaban rematadas por pequeas
bolas de estao. Dos zurriagazos
restallaron sobre el pecho y los hombros
del caudillo sin que este siquiera cerrara
los ojos. Un murmullo de placer
recorri las filas pnicas. El cartagins
tom el instrumento en sentido contrario
para sujetar el mentn de Istolacio y
contemplarle el rostro con sonrisa
retadora, pero cuando el caudillo not la
empuadura bajo su barbilla, escupi el
ltigo. Al sufete se le hel la sonrisa y
fue tanta la violencia con que descarg
los dos siguientes latigazos que su
caballo se encabrit asustado
levantando sus patas delanteras hasta
casi tirarlo. Dos servidores corrieron a
sujetarlo.
Con lentitud premeditada hizo por
bajarse del caballo, rechazando el
escabel que se apresuraron a ofrecerle
para apoyar el pie. Ya tena a su
prisionero frente a frente. A un gesto
airado suyo, dos corpulentos nubios
negros como el bano sujetaron los
brazos de Istolacio y los amarraron con
cuerda a su espalda.
Arrodilladlo.
Uno le puso un pie en la corva
izquierda, el otro le dio un empujn en
los hombros. El caudillo cay de bruces,
pero se enderez hasta quedar de
rodillas. Los cabellos cubran su cara
como un sudario que quisiera preservar
la humillacin de su estado. Ese era el
momento preferido por Amlkar. Nada
como tener un joven guerrero celta del
norte a sus pies, rendido con gallarda,
para desatar sus ms bajos instintos de
dominio. Su piel clara marcada por el
ltigo, la musculatura en tensin y el
afn por mantenerse erguido, excitaban
el placer del castigo.
De nuevo acerc el pomo al rostro
del condenado para apartarle el cabello
y contemplar sus ojos. La mirada clara
de Istolacio, digna y cargada de
resentimiento, fue peor que el
escupitajo.
Amlkar retrocedi dos pasos
acariciando el ltigo.
Respet tu vida y t has querido
traicionarme. No eres ms que un pobre
salvaje que ha tenido la osada de
desafiar el poder de Cartago. Vas a tener
el final que mereces, perro, pero antes
quiero orte suplicar.
Los chasquidos del ltigo restallaron
en el aire antes de vulnerar el cuerpo de
Istolacio. El caudillo cerr los ojos para
soportar la vorgine de latigazos y
puntapis sin que de su boca saliera un
solo gemido. Amlkar mascullaba
amenazas e insultos mientras daba
vueltas alrededor del mrtir buscando
cubrir todas las partes del cuerpo,
zaherirle los costados, el vientre y hasta
el pubis, buscando quebrar su voluntad.

No pudo la fiereza del cartagins contra


la resistencia del celta, para quien la
vida ya no era sino recuerdo, un lento
abandono que le haca invulnerable,
duro como el granito, imposible de
romper slo a fuerza de latigazos. El
caudillo soportaba la andanada de
golpes y latigazos como si su cuerpo no
estuviera all, los mechones de pelo
cubrindole el rostro, tapando su dolor,
velando la vergenza que ahogaba
cualquier gemido. De rodillas, las
manos entrelazadas con fuerza para
tensar los msculos del torso, comenz a
cantar un himno celta de alabanza a Lug.
Su voz apenas era audible pero
consigui desquiciar por completo la
rabia de su verdugo.
No lograba Amlkar su deseo de
verlo humillado, pidiendo clemencia.
Slo consigui que aquel cuerpo de
proporciones perfectas, trabajado con
perseverancia y tratado con delicadeza
hasta entonces, se fuera convirtiendo en
un guiapo sanguinolento. La venenosa
admiracin que le haba causado al
verlo se haba trocado en afn de
destruccin, ciego afn por sacrificarlo
en una lenta y dolorosa expiacin.
El sufete fue aumentando el vigor y
el ritmo de los latigazos. Era tanta su
entrega al castigo, la ansiedad que
impulsaba su arrebato, que jadeaba y
sudaba, descomponiendo su habitual
rigidez. Algunos hombres apartaron la
mirada; aquello se estaba convirtiendo
en un espectculo bochornoso, de
obscena impunidad. Asdrbal, que haba
contemplado la escena con creciente
inquietud, se acerc hasta l y lo tom
con cuidado por los hombros.
Padre mo, descansad, os lo
ruego. El rebelde ya ha sido castigado,
pero debe morir como un guerrero. Mi
seor, calmaos
Amlkar se dej hacer y su brazo
cay inerme sobre el costado. Por un
momento mir a su yerno como si no
supiera quin era, luego a la multitud de
soldados que lo contemplaban con caras
de asombro y gestos de repulsa.
Despus fij su vista en el caudillo, que
yaca derrumbado y sin sentido entre
sangre manchada de polvo. Al cabo de
unos momentos que parecieron
interminables, volvi sus ojos hacia
Asdrbal mientras balbuca palabras de
desconsuelo y arrepentimiento.
Finalmente, all, delante de todos, se
ech a llorar. Asdrbal lo abraz como
pudo sujetndolo. No era la primera vez
que el sufete se dejaba llevar por sus
insanos instintos en pblico para caer de
inmediato en un estado de total
abatimiento.
Volvamos a vuestro aposento, mi
seor. All podris tomar un bao y
descansar. Vamos, apoyaos en m.
10

Expuesto en
la cruz

Oculto desde su posicin, Giscn


contemplaba la pavorosa escena con
raptos de impotencia y furia, unas veces
murmurando juramentos, otras dejndose
caer por la superficie de la roca en la
que estaba apoyado con el rostro
arrasado por lgrimas impdicas. Jams
haba visto espectculo semejante, nunca
hubiera imaginado una humillacin tal a
un caudillo consagrado.
Sus compaeros, que lo conocan
desde pequeo, trataban de calmarlo,
uno incluso le tap los ojos en el
momento ms crudo del suplicio y lo
abraz sujetndole la cabeza, pero
Giscn enseguida se libr del abrazo y
las manos que imploraban que no mirase
para encaramarse al roquedal y
contemplar de nuevo el espectculo
insoportable, lamentndose con un hilo
de voz, las fuerzas abandonadas,
profiriendo incongruencias que iban de
la pena infinita al odio ms enconado.
Quisiera tenerlo a mi merced,
destrozar con mis manos a ese hijo de la
gran ramera, estrangularlo y patear su
cara de demonio. Cmo puede tratarse
as a un elegido de los dioses? Maldita
sea esta suerte! Pobre tierra nuestra
Dnde est la infeliz Spania? Aquella
que causaba admiracin en todo el mar
Interior, el solar de los valientes
irreductibles que daban la vida por sus
jefes. Para esto sirven los esfuerzos de
nuestros antepasados, su gloria? Si
nosotros sabemos respetar al vencido
por qu ellos no?
Sus lamentos eran intiles, retahla
de vencido que se niega a aceptar la
derrota, pero su amargura era tan veraz
que sus compaeros acabaron por
dejarse llevar y quedaron derrumbados,
la cabeza entre las manos, conscientes
de que el lamento de su querido prncipe
iba ms all del dramtico desenlace
que haba tenido la fuga de Istolacio. Ni
ellos ni l podan soportar ver a un
rgulo tratado como un esclavo por un
invasor extranjero. La visin haba
trastornado su mundo, aquello en lo que
crean desde que fueron nios.
Al otro lado de la empalizada, el
sacrificio no haba terminado. Cuando
se trataba de seres humanos, los
hombres que lo ejecutaban parecan
perder el sentimiento sagrado que les
invada durante los sacrificios de
animales. Si lo que se mataba eran
hombres, generalmente guerreros
enemigos, ladrones o criminales, la
actitud de los operarios era de
desapego, como si no fuera con ellos o
se tratase de una operacin ms de la
rutina diaria. Tal vez porque desearan
terminar pronto y no quisieran ver
reflejada en la imagen del condenado la
miseria de la condicin humana.
Lo cierto es que antes de que
Asdrbal hubiera dejado al lloroso
sufete en su mullido lecho y le
administrara una pcima para inducirle
al sueo, ya haban aparecido en la
escena del tormento cuatro jayanes de
aire cansino provistos con los
instrumentos del suplicio final.
Llevaban dos troncos que ataron con
cuerdas en forma de cruz. Con una
delicadeza que pareca imposible en
ellos, levantaron el cuerpo del caudillo,
lo desvistieron por completo y lo
colocaron sobre el madero, clavando
sus manos y pies con largos tachones de
hierro. Los ruidos de los martillazos
inundaron el pequeo valle hasta el
roquedal donde observaban los
arvacos, anunciando lo que pareca
para ellos el fin de la inocencia, el
comienzo de una era ms lgubre y con
mayores desgracias.
Tampoco entonces exhal un gemido
el caudillo atormentado, aunque todava
respiraba y abri mucho los ojos cuando
los clavos penetraron entre sus tendones
abrasndole la carne. Los operarios
excavaron un hoyo en la cresta del
montculo y levantaron la cruz con ayuda
de una maroma. Uno de ellos, de nuevo
con inesperada dulzura, apart los
cabellos de la cara de Istolacio, acerc
una jcara de agua, moj un pao, limpi
el rostro de sangre y se las arregl para
que la vctima pudiera beber antes de
ser izado.
All qued el caudillo celta, desnudo
y solo, cargando con la culpa de un
pueblo que deba resignarse a la
servidumbre por imposicin de un tirano
codicioso. En aquel montculo barrido
por el viento, entre olivos y trigales, se
consum la tragedia de un guerrero que
asumi con naturalidad su condicin de
jefe sagrado, apurando hasta el final el
cliz de su destino hasta subir, con
leyenda de precursor, al altar de los
hroes celtberos. El muchacho que
intent salvarlo fue maniatado y
conducido a los barracones de servicio
para trabajar como esclavo.
No haba ya nada que pudiera
hacerse, salvo orar a la diosa Epona,
madre de los difuntos, para que acogiese
en su seno al amado Istolacio. Giscn se
arrodill, se tap la cabeza con la tnica
y pidi a Lug que concediera un lugar
especial en el paraso de los hroes al
hombre que nunca haba decepcionado a
los suyos, al camarada de todos y
caudillo entregado que no se resign a
ser sometido y supo poner el bien de la
patria por encima del propio.
Luego quiso ver de nuevo al
crucificado. Alz los ojos y pudo
distinguir claramente su cuerpo en
tensin sobre los maderos. El
resplandor de la luna le iluminaba la
cara. Istolacio tena la cabeza erguida,
miraba al cielo con ojos suplicantes,
ansioso por franquear las puertas del
paraso y unirse a la legin de ancestros,
dispuesto a gozar para toda la eternidad
con los elegidos. Su rostro
transfigurado, la figura en cruz
embadurnada de sangre, que pareca
erguirse sobre la inmundicia humana,
sobrecogieron al arvaco hasta el fondo
de su corazn. Su natural despreocupado
y feliz haba desaparecido por completo.
Se senta vaco, intil. Un sentimiento de
enorme piedad se apoder de l,
llenndole de admiracin hacia
Istolacio. Slo la idea de imitarle pudo
calmar su espritu.
Temblaba de pies a cabeza. Sus
hombres se acercaron por detrs,
mirndose entre ellos sin saber qu
hacer. Por fin, Prdikas, compaero de
infancia, le tom por el hombro
hablndole con palabras suaves.
Vamos, mi seor Giscn, no te
abandones al dolor. Nada puede
hacerse. Volvamos con los nuestros, el
caudillo ya se encuentra a solas con los
dioses para entregarles su destino. Ven,
Yisco, an nos tienes a nosotros.
El joven prncipe se dej conducir
como un nio extraviado.
11

La senda del
paraso

Fue como si los guerreros hubieran


estado esperando la noticia de la muerte
del caudillo, porque nadie se mostr
ms consternado de lo que ya estaban.
Es que desde el primer momento
haban desconfiado de que pudiera
rescatarlo?, pens Giscn. Ya no tena
sentido que les tratara de explicar que
estuvieron a punto de conseguirlo, que
fue por poco y que el prfido Amlkar
estaba esperando la tentativa de rescate
para consumar su venganza y dar
apariencia de legalidad a su crimen
frente a sus aliados celtberos.
Los argumentos se deshacan en su
cabeza antes de llegar a la boca. Slo
alcanzaba a repetir, apesadumbrado:
Nuestro caudillo expuesto en la
cruz, como un esclavo
Al verlo en tal estado de postracin,
Indortas lo tom por un hombro para
consolarle e indicar con sobria
camaradera que no haba ms que
aadir, que ya no servan los lamentos.
El rgulo lo llev consigo hasta su
tienda y delante de l se revisti de
ceremonia en silencio. Antes de que
Giscn pudiera reaccionar, Indortas lo
cogi del brazo para dirigirse a la gran
cabaa donde se celebraban las
reuniones de los consagrados. Desde
fuera, se escuchaba gran agitacin. La
construccin de estacas y caizo,
protegida en el techo con pieles de
animales, herva de dilogos cruzados,
aclamaciones a viva voz y lamentos
ahogados por consignas llamando a la
unin de los hermanos. Los devotos
haban bebido celia en abundancia. Sin
embargo, cuando Indortas franque la
entrada acompaado por un plido y
demacrado Giscn, las voces
amainaron.
Un pasillo respetuoso se iba
abriendo a los costados de los dos
hombres mientras avanzaban. Slo los
saludos de rigor y alguna palmada en la
espalda del arvaco, rompan la quietud
que se apoder de la estancia. Indortas
alcanz el lado opuesto a la entrada y,
vuelto hacia los congregados, les habl.
Hermanos, nuestro caudillo ha
muerto como un valiente. No nos queda
sino partir de este mundo para
acompaarle en el paraso, como
juramos a Atecina en nuestro voto
sagrado. Construyamos en el claro una
pira y preparmonos para arrojarnos a
ella.
Unos agacharon la cabeza y otros
quedaron con la mirada prendida en el
vaco, pero nadie dijo nada. Hasta que
Brculo avanz hacia el crculo
despejado del centro y tom la palabra.
Rgulo Indortas, te hemos
aceptado desde que te adopto nuestro
amado Istolacio. Obedecimos tus
rdenes, a pesar de tu juventud y
siempre tuviste nuestro respeto. Hoy an
te consideramos ms pues eres la
encarnacin del caudillo, aquel a quien
eligi para continuar su tarea. Por eso
me atrevo a recordarte sus palabras
cuando parti preso. Entonces te eximi
del voto y ahora te pido que cumplas su
voluntad. Que te acompae quien lo
desee. Yo soy viejo y nada espero ya del
mundo, slo seguir a mi seor. Djame
que sea este pobre guerrero cansado
quien conduzca a los hermanos por la
senda del paraso. T debes permanecer
aqu y resistir.
Indortas afirmaba lentamente con la
cabeza. Tena la mirada baja, los labios
fruncidos y las lgrimas surcaban sus
pmulos.
Yo ir contigo, noble Brculo!
El tono viril de estas palabras
restall como un ltigo. Todos miraron a
Giscn. Pareca transfigurado.
El ofrecimiento surti efecto entre
los dems. Distintas voces se unieron al
coro de voluntarios.
Yo tambin!
Y yo!
Y yo!


Indortas abandon la reunin totalmente
emocionado, aceptando el ofrecimiento
de Brculo y Giscn como
representantes suyos. Sali sin detenerse
a hablar con nadie, presa de
sentimientos encontrados de gratitud y
envidia. Su mente racional trat de
concentrarse en la siguiente tarea. Haba
que preparar la pira, reunir cuantos
guerreros pudiera para entonar cnticos
y cuidar del fuego.
Al caer la noche, los haces de lea
haban alcanzado veinte palmos. Junto a
la pira, los hombres haban construido
una escalera con los travesaos de
madera para que los soldurios se
arrojaran desde lo alto. La srdida labor
se ejecutaba con precisin, en absoluto
silencio.
Entretanto, en la tienda del prncipe
arvaco su hermano trataba de agotar
sus ltimos argumentos.
Ests seguro de que debes
hacerlo? haba preguntado Asio
repentinamente serio tras las splicas y
los lloros.
Giscn se volvi con brusquedad
pero no haba ni rastro del gesto de
indignacin tan suyo, esa cara de
asombro entre ofendido e inocente que
le sala cuando las cosas no se
adaptaban a lo que l quera. Miraba el
mango de su espada con el aire distrado
que adoptaba cuando su mente estaba
ausente, con el mentn levantado, como
si conociera las preguntas antes de que
se las formularan.
Y por qu no habra de estarlo?
Porque an eres joven.
Es que por ser joven hay que ser
cobarde?
La respuesta fue rpida, tajante. El
aire distrado se esfum. Giscn
continu hablando ajeno a la
perturbacin de su hermano. Miraba sin
ver. Dejaba que las palabras salieran
como si se estuviera dirigiendo a un
auditorio invisible, aunque prximo y
real.
Existen cosas fijas en la vida que
no se pueden cambiar y hay que
aceptarlas. Como el color de los ojos o
el lugar de nacimiento. Lo mismo sucede
con nuestras creencias, con los valores
que nos sustentan y nos dictan la forma
de estar en el mundo. Los principios son
lo que nos obliga a modelar la conducta
para que los dems sientan respeto por
nosotros y no desprecio.
Yo creo que el primer juez debe
ser uno mismo.
A Giscn no le sorprendi
demasiado la clara respuesta de su
hermano. Desde haca cerca de un ao,
el chico daba muestras de una
inteligencia despierta, mayor de lo que
pareca cuando era ms pequeo.
Tampoco le faltaba dignidad ni criterio
independiente. Con tono cansado, quiso
convencerle una vez ms de sus
poderosas razones.
No se puede dudar de algo en lo
que ests comprometido, Asio, si no, es
mejor dejarlo. Hice un voto de lealtad
suprema al caudillo Istolacio y ofrec mi
vida a la diosa para protegerlo. Como
los dems. Los juramentos son para
cumplirlos, para llegar al final si es
necesario. Y hemos llegado.
Asio lo mir consternado. No poda
entender un desenlace de muerte
aceptada cuando la vida empezaba a
abrirse ante l. No vea justicia ni
obligacin moral en inmolarse cuando el
nico camino que dejaba la derrota era
recuperarse y resistir. Por qu haba de
morir alguien tan valioso como Giscn?
Acaso la diosa iba a querer tronchar
aquel vigoroso tallo en la plenitud de su
crecimiento?
No puedo comprenderlo, Giscn.
Hacer de una tragedia mayor tragedia,
aadir muerte a la muerte no tiene
sentido.
S lo tiene. Se trata de una
cuestin de lealtad que les debemos los
fieles. Ellos antes nos protegieron.
Una nueva pausa marc las
diferencias de sus sentimientos. Por fin
Giscn, en un ltimo esfuerzo por dar
satisfaccin a su hermano, le confes
una verdad ms ntima.
Quiero estar a la altura de mi
linaje, Asio. No podra vivir tranquilo si
ahora me vuelvo a casa y dejo de
cumplir mi juramento. Como t te
quedas con madre y la hacienda, puedo
partir sin remordimientos.
El chico no dijo nada, ya no le
quedaban palabras.
Te voy a pedir dos cosas, de
acuerdo?
Giscn recuper algo de su tono
alegre y le revolvi el pelo, como si
fuera a salir de caza y le encargara
llevar los perros.
Asio afirm con la cabeza.
Uno: no quiero que asistas a la
cremacin. Y dos: maana recogers un
puado de cenizas, cuando se haya
apagado la hoguera y se lo llevars a
madre en una bolsa de cuero. De
acuerdo?
Hablaba como si se encontraran en
Tiermes y le estuviera haciendo uno de
sus consabidos encargos. Asio se qued
mirndolo. Nunca le haba querido tanto.
Por un instante, comprendi la grandeza
del acto que iba a realizar y se sinti
abrumado por la naturalidad con que le
haca frente. Supo entonces qu
significaba la palabra nobleza que tanto
oa emplear a su alrededor.
De acuerdo.
Y se abalanz sobre l para
abrazarlo.

Cuando Giscn lleg al prado, todo


estaba dispuesto. Vio a Indortas, con una
tea apagada en la mano, junto a la
escalera que haban construido con
troncos para subir a la plataforma desde
la que habran de saltar los devotos
sobre la hoguera. Pareca una figura de
cera. Al arvaco le extra que el grupo
de soldurios dispuestos para el
sacrificio fuera tan exiguo. En su
ausencia, muchos confesaron que no
deseaban entregar su vida por algo
perdido y preferan quedarse con
Indortas para continuar la rebelin. Tras
alguna protesta de los ms veteranos,
sus motivos fueron aceptados por la
mayora y se acord que fueran slo los
trplices quienes se inmolaran. Y all
estaban, formando nueve tros cogidos
por la cintura, con la faldilla ritual y las
pieles de cordero sobre los hombros,
los veintisiete elegidos para acompaar
a Istolacio en el Ms All.
El Escuadrn de la Gloria.
Hombres emocionados, decididos a
abandonar las penurias del mundo,
cuyos espritus iban a gozar de la
bienaventuranza desde ese momento y
para siempre.
Giscn rechaz la celia de la que
todos haban bebido con generosidad.
Tampoco quiso enlazarse con dos
devotos que se adelantaron para formar
un tro con l. No necesitaba ayuda para
el momento supremo ni estaba en su
nimo flaquear en el ltimo instante.
Deseaba fundirse cuanto antes en la
brasa del sacrificio para renacer limpio
en un mundo de gloria donde no
existiera ya la miseria de la condicin
humana.
Indortas le hizo una seal para que
se situara junto a la pira l solo, como
estandarte de coraje, y as ser el primero
en franquear las puertas del paraso,
seguido por una cohorte digna de un
prncipe. Giscn se coloc junto a l. En
la mirada de ambos cupo toda la tristeza
del mundo, pero tambin una alegra
callada, la serenidad que otorga la
esperanza.
La tea fue prendida. Indortas
contempl cmo la pez inflamaba la
antorcha y luego la arroj con fuerza al
centro de la pira, extendiendo todo el
brazo y lanzando un grito aterrador que
lleg a estremecer el cerebro de Asio
tres estadios ms lejos. El muchacho,
arrodillado en el suelo con los ojos
cerrados, pudo escuchar con claridad la
exclamacin de Indortas:

Justicia al caudillo
Istolacio!!!
Gloria a sus devotos!!!

El fuego prendi vido en la


hojarasca, envolvi las pias, avanz
entre el ramaje menudo y comenz a
lamer los troncos ms gruesos. La
ceremonia de expiacin haba
comenzado. Ms de un centenar de
soldurios, los que haban elegido
quedarse, comenzaron a cantar el himno
sacrificial para rogar piedad a los
dioses y dar nimo a sus compaeros.
Muchos tenan lgrimas en los ojos.
El resplandor de la hoguera
iluminaba los rostros en el claro del
bosque. Las llamas sobresalan ya por
encima de las copas de los rboles,
enardecidas por los jarros de resina con
los que haban untado los maderos.
Giscn fue hasta la escalerilla de
madera, se encaram a la plataforma y
lleg hasta el borde, donde se detuvo
hasta sentir de cerca el insoportable
calor. Con los ojos muy abiertos, se
despoj de la faldilla y la piel de
cordero, junt las manos hacia el cielo y
exclam: Padre mo, recbeme!.
Luego, se concentr en la intensa luz de
las llamas, abri los brazos y con el
cuerpo baado en sudor dio un salto
portentoso como si fuera a echarse a
volar. Asio no pudo ver su figura
iluminada que se elev primero hacia el
cielo para luego caer abrazando el
fuego, pero oy el fuerte chasquido de
su cuerpo contra la hoguera, el crepitar
de los troncos y miles de puntos
incandescentes que ascendan hacia la
noche.
Abrumado por los cnticos
lastimeros y los golpes de los cuerpos al
caer, qued doblado sobre s mismo,
gimiendo en silencio con la cara entre
las manos. El brbaro sacrificio se
haba consumado.
II

SACRIFICIO

Celtiberi, id est robur


Hispaniae.
(Celtberos, he ah la fuerza
de Hispania)
CATN
Discursos al Senado
(citados por Floro)
12

Solo

Viajaba con exceso de impedimenta y


adems solo. Era la primera vez que se
desplazaba por territorio desconocido
sin que su hermano lo protegiera y fuera
su sombra. Ahora le tocaba a l
custodiarlo.
Su cuerpo convertido en cenizas.
Daba escalofros pensar que aquel
polvo yerto era lo que quedaba de l, o
al menos una parte.
Caminaba hasta bien entrado el
atardecer sin apenas tomarse un
descanso. Eran das suaves, la
primavera se larvaba en las races de
los rboles. A pesar de estar todava a
principios de la tercera luna, se notaba
ya en el aire cmo la estacin florida
iba abrindose paso entre la sequedad
del invierno. Volvan los brotes a cubrir
los ribazos y el borde de los caminos, el
campo ola distinto, la naturaleza entera
pareca esforzarse en recordar que la
vida prosperaba de nuevo, que el mundo
era un lugar amable que merece la pena
habitar.
Le gustaban las maanas frescas y
luminosas en las que comenzaba con
paso fuerte y bien abrigado hasta que el
sol del medioda le arropaba con su
calor. Asio entonces se reorganizaba
para andar a pecho descubierto, sin el
sagum, que ataba a la correa del morral.
Otro delgado cincho le recorra el pecho
al lado contrario sujetando el tahal con
las flechas y un arco corto. En la parte
derecha del cinturn colgaba una talega
de lino crudo en la que llevaba el torque
de su hermano, sus grebas, sandalias y la
insignia de devoto, que estuvo a punto
de tirar. El bolsn de cuero, con el parvo
despojo, lo llevaba atado al lado
izquierdo. La yesca y el pedernal para
hacer fuego, el cuchillo afilado, los
tubrculos que mascaba mientras
avanzaba y los frutos duros que iba
encontrando, iban en el morral. Bien
pertrechado, el material sujeto con tiras
de tela menos el saquito con las cenizas
que ajust al correaje de la cintura con
un trenzado de camo, no resultaba
excesivo. Poda caminar con las manos
libres o ayudarse de un bculo y de vez
en cuando sacar con sigilo el arco y
tensar una de aquellas afiladas flechas
con las que consegua ensartar una
torcaz posada, sorprender a un conejo
ramoneando tras una jara e incluso
acertarle a una perdiz antes de echarse a
volar.
A medida que acortaba distancias
con Tiermes, su ciudad, la aprensin
entumeca sus pasos.
Cmo se lo tomara su madre?
Qu haran con sus pertenencias y
las insignias de la familia que su
hermano posea como primognito?
Qu sera de l sin Giscn?
Recorri mentalmente las calles de
piedra rojiza, acarici con el
pensamiento la larga va enlosada hasta
el promontorio del templo donde
habran de quedar las cenizas de su
hermano durante una luna completa antes
de llevarlas a casa.
No tena la certeza de que las cosas
continuaran como haban sido hasta
entonces, le aterraba que a su madre le
ocurriera como a esas mujeres sin
marido e hijos mayores que vivan de la
caridad pblica en las casas
expropiadas. Saba que por muy viuda
que fuera de un general insigne dejara
de tener importancia sin un hijo varn
que continuara la estirpe.
Y l, Asio, tampoco tendra
demasiada importancia, a pesar de las
palabras de Giscn cedindole la
primogenitura, pues los deseos de su
hermano haban sido slo eso, deseos.
Nadie lo creera, no brindaran por l en
los banquetes rituales ni le reservaran
escao entre las gradas de la asamblea.
Tampoco podra llegar a ser un jefe para
los de su edad.
Para l, la segunda verdad ms
triste, tras la muerte de Giscn, era el
convencimiento de que su anmala
condicin le iba a acarrear problemas.
Ser un hijo postizo, natural o bastardo,
pues de tales maneras haba odo
nombrarlo, no daba los derechos de un
heredero legtimo que llevara la sangre
del cabeza de familia. Sobre todo,
cuando la que haba cometido el desliz
era la madre.

Asio fue un vstago que le naci a Lea


cuando haban pasado cinco aos de la
muerte del general Artalos, su esposo y
patriarca del clan. Ocurri tras la
llegada de un mercader griego que
apareci un da por Tiermes y se
hosped en su casa, en las habitaciones
de los sirvientes aunque no tan alejado
del patio central como para no ver por
las maanas a la seora, joven an,
esbelta y peligrosamente bella, con el
cuerpo cubierto por una tnica de gasa
que dejaba adivinar la exquisitez de sus
formas cuando se adhera a su piel y
acariciaba la redondez altiva de los
senos.
Aristaco de Samos, que tal era el
nombre del griego, no tard en penetrar
el nimo marchito de Lea con su sonrisa
franca, el rostro limpio sin mcula de
barba y una figura que ms que hermosa
pareca la reencarnacin de uno de esos
dioses de mrmol que tanto gustaban a
los helenos.
Como un mercurio viajero que
hubiera hecho un alto en el camino,
Aristaco se mova como pez en el agua
entre la gente, ya fueran aguadores,
seores, lavanderas, comerciantes,
chicos o grandes. Tena el don de la
palabra, saba enredar con sus juegos,
rea constantemente y slo se pona
melanclico cuando hablaba de la lejana
Grecia.
Pero no eras de Emporin?
Lea lo dijo con naturalidad,
aprovechando que estaba llenando la
jofaina de agua en el centro del patio,
haciendo como si tomara parte en la
conversacin general que giraba, como
de costumbre, en torno a ese griego que
embaucaba a todos. Lo dijo tratando de
ser una ms, pero no fue as. Todos
callaron y se quedaron mirndola.
Aristaco la contemplaba sorprendido
pero sin dejar de sonrer. Se tom un
momento para contestar, ponindose en
pie y acercndose a ella, aunque no
demasiado.
All me crie, seora Lea, pero mi
nacimiento fue en la hermosa isla de
Samos, una tierra bendecida por los
dioses donde el agua es del color del
zafiro en la parte norte y de esmeralda
en el sur.
Y cmo es que viniste hasta
Iberia?
Lea lo dijo como si este obvio
comentario fuera una amable despedida
y diera la conversacin por terminada,
al tiempo que retiraba la jofaina del
surtidor y haca ademn de irse mientras
confiaba que la pronta respuesta del
griego fuera la inevitable negocios,
seora.
No fue as.
Aristaco la rode por detrs y esta
vez quiso contestar no slo de pie sino
de frente, ms cerca, con el sol dndole
en el rostro. Haba algo en su mirada, en
el gesto alegre de su boca, que a ella le
infunda tranquilidad y al mismo tiempo
miedo, una sensacin extraa que notaba
en la boca del estmago y le paralizaba
la voluntad.
No tuvo ms remedio que sostenerle
aquella mirada afilada con la mayor
dignidad posible y esperar a que
contestara, sabiendo que por detrs los
sirvientes empezaban a hacer gestos y a
cuchichear.
Los griegos somos viajeros. Y
buenos mercaderes. Nos gusta ms
establecer lazos de amistad y comercio
que hacer la guerra. Aunque tambin nos
gusta pelear entre nosotros
Lea vio que la respuesta iba a ser
larga. Por la diosa madre pens,
quin me impide disfrutar de la
conversacin de un hombre de mi edad,
atractivo, y con ms mundo que todos
esos zafios que me cortejan da a da?.
Rodeando con su brazo la cntara, se
sent en el brocal del pozo con tal
dulzura que a Aristaco le pareci una
modelo posando para un artista.
Hubo un momento de vacilacin en
el que el hombre baj la cabeza y
pareci dudar. Luego prosigui, tratando
de sonrer de nuevo aunque una mueca
cansada se colg en sus labios borrando
la frescura de antes.
Viva feliz con mis padres y
hermanas, hasta que un da vinieron los
espartanos, arrasaron el poblado,
mataron a mi padre junto a los dems
hombres, violaron a mi madre y luego
tambin la mataron. A m me llevaron
con ellos y a mis hermanas no las volv
a ver.
La etrea modelo que reposaba
cambi por completo su actitud.
Qu dices? Viste morir a tus
padres?
S.
La sonrisa se haba borrado de su
rostro pero an segua siendo franco, sin
sombra de miedo.
A a tu madre tambin cuando
le?
S.
Por todos los dioses! Malditas
sean las guerras!
En un instante, el comedimiento de
Lea se convirti en furia. Apret los
puos contra el brocal y cerr los ojos
moviendo la cabeza hacia los lados,
hasta que la violencia del sentimiento
fue amainando hacia una comprensin
indignada. Pareca sufrir, incluso a punto
de llorar. Aristaco no saba qu hacer y
ya estaba lamentando haber sido tan
sincero cuando ella abri por fin sus
ojos, secos y retadores. Mir a todos los
que se encontraban en el patio como si
buscara una respuesta, luego dio un
pequeo salto desde el borde de piedra,
orden a una criada que llevara la
jofaina a su dormitorio y se acerc a
Aristaco.
Lea le tom por los hombros. l
baj la mirada, conmovido por su
cercana, pero ella le sujet el mentn y
acarici su mejilla.
Debiste de sufrir mucho.
Los nios olvidan pronto, mi
seora. Yo acababa de cumplir ocho
inviernos y todo lo que viv despus me
hizo arrinconar en la memoria aquellas
escenas como si fueran una pesadilla
que en realidad no hubiera ocurrido.
Qu hicieron contigo?
Me llevaron a Esparta junto con
otros nios arrancados de sus poblados.
Vivamos todos juntos, sin padre ni
madre, ejercitando el cuerpo, cuidando
de los caballos de los jefes, acarreando
lea y haciendo toda clase de trabajos
domsticos para la comunidad. Pero no
creas, yo era feliz.
Lea sonri por primera vez, aunque
lo hizo de forma tan poco convencida
que le dur poco. Por un momento, todo
su rostro haba adquirido una luz, un
encanto admirable que infundi calor a
su cuerpo.
Ven, entra conmigo en la casa. Voy
a hacerte un desayuno celtbero, con
huevos de pava, embutido de ciervo y
migas de avena en leche de cabra. Es el
que toman los hombres antes de salir de
caza. Lo que ms echaba de menos mi
esposo cuando se iba lejos a
entretenerse con la guerra Ah! Tanit
sea loada, los hombres no sabis vivir
la vida. Os gusta ms destruirla.
No todos, mi seora Lea.
Llmame Lea, a secas.

No es que Aristaco se convirtiera en


amante de Lea de inmediato. De hecho,
nunca lo fueron del todo. Pero aquella
tarde la pasaron acaricindose,
besndose, explorando sus cuerpos,
llorando juntos. Tal vez fuera en esa
hora exacta de su existencia, durante
aquel acto largusimo de amor y deseo
que coron la noche, cuando fue
concebido Asio.
Del ensamblaje de aquellos dos
cuerpos magnficos, hered el muchacho
su belleza singular, los ojos color de
mar del padre y la boca perfecta de la
madre. El nio hispano griego que
aquellas dos almas perdidas crearon en
una noche de plenilunio tuvo desde el
principio una marcada personalidad.
Conserv el empuje de Aristaco y la
sensatez de Lea junto a la melancola de
ambos, una dulce tristeza que alimentaba
su deseo de libertad.
Aristaco anduvo recorriendo la
Celtiberia durante el esto, llevando
aqu y all sus vasijas de cobre bruido,
sus brazaletes y fbulas repujados con
escenas mitolgicas que un orfebre de
Emporin trabajaba a la perfeccin.
Pero siempre volva a Tiermes.
Segua hospedndose en casa de
Lea, aunque ya no iba a las habitaciones
de los criados sino que dorma en el
pabelln principal y se afanaba en las
tareas domsticas con entusiasmo. No
haba puerta que se atascara en sus
goznes sin que l con una mezcla de
cuidado y sabidura volviera a hacer
funcionar, hebilla rota que no arreglara o
sandalia que no quedara como nueva
despus de que fijara los correajes
sueltos o cambiara la suela de cuero.
Era normal que una viuda de
alcurnia tomara un capataz para llevar
su hacienda, aunque fuera joven, pero
los vecinos comenzaron a murmurar
cuando se dieron cuenta de que aquel
griego turbador se tomaba excesivas
confianzas con su seora y que la propia
Lea se sentaba en el pescante junto a l,
cuando salan con la carreta, en vez de
quedarse en la parte de atrs como
hubiera sido lo propio en su estado. Y
adems llevaba al pequeo Giscn con
ella a menudo, decan indignadas
algunas vecinas en quienes poda ms la
envidia que cualquier otra cosa.
Asentan los maridos, vidos por
participar en el juicio malicioso que se
desarrollaba all en plena calle, dejando
caer comentarios llenos de insidia,
haciendo gestos obscenos, dispuestos a
mancillar a un ser vulnerable, sobre
todo si era mujer y adems, hermosa.
Las habladuras llegaron a odos de
miembros del Areopago, pero ninguno
os amonestar a la joven viuda. Sentan
demasiado respeto por la memoria de su
marido y lo cierto es que no vean con
malos ojos que el nio Giscn tuviera un
hombre cerca como modelo de conducta
y apoyo en su educacin, aunque fuera
un griego de origen dudoso y educacin
espartana cuya hombra, al menos,
pareca demostrada. Tampoco les
seduca la idea de enfrentarse a la que
era hija de Gern y nieta de Obyssos,
jefes de pura sangre celtbera que
siempre hicieron gala de su lucha por la
libertad e independencia de los
arvacos. Una conviccin que Lea haba
heredado, sin duda, y que tal vez
aplicara por cuenta propia. No haba
que tenrselo en cuenta.
Pero las cosas cambiaron de signo
irremediablemente. Fue en las calendas
de otoo. Un da que Aristaco le estaba
ayudando a colgar unos lienzos nuevos
en los ventanales de la sala grande, le
pidi a ella que se subiera a un escabel
para sujetarle la masa de tejido mientras
l lo iba fijando al muro. Con voz queda
y expresin ausente ella contest:
No puedo, no debo.
Aristaco la mir desde lo alto de su
escalera. Desde all pareca ms joven
an, casi una nia. El hombre
comprendi al instante, dej su trabajo
donde estaba, baj despacio los
peldaos de madera, fue hacia ella y la
abraz. Lea sonrea y un rubor le
recorra el rostro encendido, como si
acabara de hacer un gran esfuerzo o
sintiera un intenso pudor.
El embarazo no pudo ocultarse
mucho ms tiempo. La noticia salt de
las cocinas de Lea a los corrales de las
casas adyacentes, entre los consabidos
bisbiseos y codazos del vecindario. No
tard en alcanzar a los miembros del
Areopago. Eran por entonces tiempos de
paz y no haba grandes asuntos de los
que ocuparse, as que los maduros jefes
de los clanes se lo tomaron como cosa
propia, invocando mucho el honor del
marido muerto, del padre y hasta del
abuelo, tanto que pareca que les iba su
honor tambin en ello y que la
pobrecilla Lea no era ms que una
vctima inocente de aquel taimado
heleno.
La realidad, sin embargo, desmenta
las interpretaciones retorcidas o
demasiado simples. Ni era ella vctima
ni l taimado. Lea se enfrent al
acontecimiento como una mujer sana de
cuerpo y limpia de conciencia cuando
espera un hijo, con emocin, ilusionada,
consciente de la importancia que su
persona iba a tener para esa criatura que
creca en sus entraas, atenuada su ansia
maternal por haberlo sido ya una vez.
Aristaco lo tom con aparente
inocencia, feliz de comprobar que para
ella no era una carga, o una vergenza, o
las dos cosas a la vez. Nunca haba sido
padre y tampoco entraba en sus clculos
de hombre joven que se pasa la vida
viajando de un lugar a otro. Pero a partir
de ese da tom mayor cario a Giscn y
le haca ms caso en sus constantes
peticiones y preguntas. Para el nio, la
aparicin de ese hombre en su vida era
como un regalo de los dioses que supla
al padre ausente de quien tanto le
hablaban. Cada noche, se negaba a
dormirse si no iba Aristaco a contarle
una historia.
Pero a pesar de que Lea trat de que
todo transcurriera con normalidad, las
presiones continuaron hasta que Abdn,
el hombre ms respetado del Areopago
y uno de los ms ancianos, la mand
llamar al Comn, la sede de la justicia
donde se diriman los litigios, juicios y
herencias. Lea acudi vestida con su
mejor tnica, cubierta por un largo chal
carmes que le velaba el semblante y
tapaba su figura ya abultada. Iba
decidida a defender su independencia, a
hacer valer su decisin de tener aquel
hijo, por lo que haba rechazado los
emplastes de perejil y el ungento de
murcilago que la partera le haba
ofrecido para abortar, por orden del
Areopago. Fue dispuesta a hacerse or,
pero ante los argumentos y el tono
imperioso de Abdn, tuvo que claudicar.
Sea, ten tu hijo si lo deseas, no te
lo reprocho. Pero no puedes vivir con el
padre como si fueras su concubina. l
debe irse de tu casa y abandonar
Tiermes.
Entonces me desposar con l.
Ests loca? Una mujer de tu
rango, hija de Gern, nieta de Obyssos,
viuda de nuestro hroe Artalos. Qu
quieres, vivir como una apestada?
Quedarte sin tu sitio en la asamblea y
que a tu hijo Giscn le desposean de sus
derechos de herencia y linaje? Es eso
lo que deseas?
Lea baj la cabeza. Deba elegir
entre el amor o aquel hijo. No haba
remedio.
Aristaco recogi sus cosas aquella
misma tarde, deba irse al da siguiente.
Hasta el ltimo momento trat de que
Lea le acompaara, le ofreci una vida
sosegada sin que nadie les importunara
en la ciudad de Emporin. A ella no le
importaba dejarlo todo y empezar una
nueva vida junto a l, entre extraos y
sin ser nadie. Pero estaba Giscn. No
poda hacerle eso a su hijo.
Ve t, amor mo. Yo me quedar
aqu para que Giscn tenga algn da lo
que es suyo y siga perteneciendo a este
pueblo, como todos sus antepasados.
Pero no me olvides porque yo no dejar
de pensar en ti. Criar a tu hijo y te lo
enviar de vez en cuando para que
crezca tambin contigo.
Aristaco le tom las manos y las
bes. Impotente, rabioso por la
terquedad de la injusticia humana,
apenas pudo hallar las dulces palabras
que su corazn le peda.
Nunca dejar de amarte, Lea. Te
ser fiel como sabemos serlo los
espartanos. Regresar en dos o tres
aos, cuando todo haya vuelto a la
calma.
S.
Y as, como consecuencia del amor y
siendo causa del ms doloroso de los
dilemas, naci un da de verano Asio,
con los ojos color del mar de su padre y
la boca perfecta de su madre.
13

Dilogo con
la naturaleza

Asio cruz el territorio carpetano en


siete jornadas cumplidas. No tuvo
encuentros peligrosos, ni siquiera
desagradables, slo pastores lejanos que
contestaban a su saludo con la mano o
labradores ensimismados para quienes
deba ser slo un viajero, una sombra en
la que no es menester reparar. Exhausto,
descansaba al ponerse el sol y segua su
marcha al despuntar el alba, acuciado
por el afn de superarse en el continuo
ascenso y descenso de montaas,
sostenido por las laderas que le hacan
concentrarse, respirar profundo y curtir
el cuerpo mientras olvidaba la punzada
de dolor que tanto le martirizaba. A
medida que alcanzaba las cumbres
peladas, iba aspirando el aroma de los
pinos que suba por el pedregal hacia la
cspide, dejando atrs sus pesares.
Al fin disminuy el llanto que de
continuo anegaba sus ojos en la primera
parte del camino. Su nimo se
descongestionaba al contemplar los
bosques all abajo mientras acariciaba
los peascos calientes que le ayudaban a
secar la congoja. Palpar aquellas
superficies inmutables, su serenidad
ptrea, le proporcionaba la quietud que
su espritu atormentado peda, el nico
alivio. Quera su complicidad,
compartir esa naturaleza a la que no
afecta la muerte.
Gracias a su educacin celta, aunque
los arvacos estuvieran impregnados
tambin de cultura bera, Asio haba
aprendido a observar en silencio la
naturaleza y aprender de ella. Para l,
las rocas que habitan la desnudez del
raso eran los ltimos seres de la Tierra
antes de abrirse al cielo, la frontera
sagrada de lo viviente. Sin apenas darse
cuenta, recoga a menudo curiosas
piedrecillas que le atraan por su color o
por su forma y las acariciaba entre sus
dedos mientras prosegua el camino.
Pero ah arriba, en el silencio difano de
las cumbres, ya no era momento de
mirar los guijarros. Las peas de los
montes carpetanos, muchas tan a la
medida del hombre que las poda
abrazar y otras gigantescas que parecan
construccin de titanes, hacan olvidar
todo lo dems. Tanto le afectaba la
compaa absorta de aquellas
formaciones, su rotunda presencia, que
llegaba a sentirse cercado por el
misterio, penetrado por una
trascendencia que superaba su condicin
humana. Las caprichosas rocas de
pedernal, habitantes nicos que jalonan
los terrenos altos, salidas de la entraa
terrestre y pulidas por el viento de los
siglos, se le aparecan como vestigios
de una religin antigua, tan inmutable
como la propia naturaleza.
Como si el paisaje quisiera dar la
razn a sus presentimientos, no era raro
que encontrara, camufladas entre ellas,
construcciones primitivas de los
humanos, peldaos excavados que
conducan a un ara de sacrificios o
sobrias composiciones de tres piedras,
casi siempre blancas, con dos pilastras
hincadas como sillares y una losa
encima, en lugares estratgicos, al borde
de farallones y peascos, como tributos
que miraban al Universo esperando la
llamada de los dioses.
A punto estuvo de capturar un
caballo suelto que vio en un cercado, ya
lo tena sujeto por el belfo pero el
animal se encabrit y sali de estampida
soltando coces que casi lo alcanzaron.
No tentara la suerte. Robar caballos era
un delito muy grave en todas las tribus
de Iberia. Algunas lo castigaban incluso
con la muerte.
El joven celtbero prefiri los pasos
del este porque eran menos escarpados
que los del oeste y porque suponan un
atajo hacia su tierra. Nunca haba hecho
esa ruta, pues en otras ocasiones los
contingentes arvacos que marchaban
hacia el sur rodeaban por levante para
evitar el territorio de belos y titos, los
belicosos vecinos con los que siempre
haba tensiones.
El tiempo ayudaba, no haca calor
pero tampoco fro. La soledad de las
cumbres, sin embargo, le iba oprimiendo
cada vez ms. Otras veces, en sus
correras por Tiermes, la cercana del
cielo le produca un estado de
exaltacin interior, un acuciante deseo
de perfeccin al contacto con la
inmensidad, pero ahora la tristeza
tamizaba sus sentimientos provocndole
un abismo interior, una distancia entre l
y la naturaleza que no consegua superar.
Por la noche, expuesto ante la
inmensidad del Cosmos, el sentimiento
de orfandad se haca ms fuerte, la
brecha, an mayor. Entonces daba rienda
suelta de nuevo al llanto, dejando que la
naturaleza oyera los quejidos que salan
de su garganta, aunque slo pudieran
escuchar sus aullidos amargos las
escasas aves que transitaban por
aquellas latitudes, los insectos ajenos a
todo lo que no fuera su pequeo mundo,
alguna ardilla asustada y decenas de
odos invisibles, pequeas cabezas de
orejas puntiagudas y mentes astutas:
comadrejas, martas, hurones, garduas,
linces y zorros.
Una de aquellas noches, sentado
junto al fuego y lejos de cualquier signo
de civilizacin, comenz su ritual de
catarsis. Dej escapar un aullido casi
animal que intentaba liberar su angustia
y alterar aquella serenidad
desconcertante. Lo repiti tres veces
hasta notar una sensacin primitiva y
nueva: tuvo deseos de gruir, agarrar un
objeto contundente, dar golpes y
destrozar lo que tuviera al paso.
Asustado por la crudeza de sus
instintos qued en suspenso, temiendo
que tanto desvaro en solitario pudiera
enajenar su mente. Pero antes de que
pudiera reaccionar al abismo de su
pensamiento, pudo escuchar otro aullido
no muy lejano, ntido, que se prolong
melanclico entre el brezo de las
laderas. La quejumbre de aquel lamento
animal, que le son como si respondiera
al suyo, era aviso de realidad, vuelta al
mundo, presencia cierta de lobos.
Asio se sec los ojos con el
antebrazo y calcul por qu lado vena.
Tratando de no hacer ruido se
incorpor lentamente, puso sus manos
alrededor de la boca para aumentar el
eco de su voz y entonces emiti el
sonido au, con el final ms
prolongado, ms sereno que el anterior.
Pocos instantes despus un nuevo
aullido respondi, como si le devolviera
el saludo. Esta vez le pareci incluso
fraternal y sonri con gesto cmplice.
Durante un rato largo, con la mirada en
el resplandor de la luna y el odo
concentrado en el plpito terrestre,
estuvo dialogando con distintos aullidos,
unos graves y otros agudos, haciendo l
sus propias modulaciones, hasta que
fatigado y con el cuerpo invadido por la
extraa felicidad que le dio aquella
inesperada comunicacin, volvi al
rebujo de sus ropas para echarse a
dormir.
Un sobresalto le despert en medio
de la noche. Tres pares de ojos rasgados
estaban observndolo. Asio no movi un
msculo, se limit a contemplar las
luminarias fosforescentes de aquellas
miradas y comprobar que no hacan el
menor gesto de agresividad.
Adormilado, arrullado por esta visin,
volvi a caer en un sueo profundo en el
que carros veloces tirados por bestias
inhumanas arrasaban su querida Tiermes
hasta que su amigo Alakn llegaba para
socorrerlo. Volvi a despertarse y ah
estaban, incluso pudo distinguir sus
cuerpos, sentados a una distancia
prudencial como si estuvieran
hacindole guardia. No tuvo miedo.
Saba que los lobos atacaban los
rebaos, pero a l ni siquiera le
intimidaban. Se sinti acompaado y
comenz a hablarles, dndoles las
gracias por su compaa y dicindole lo
hermosos que eran. Ellos no dejaban de
mirarlo, atentos a su voz cadenciosa,
apoyando la cabeza en el suelo mientras
dejaban mansamente que la voz
continuara. Eran tres machos satisfechos
que haban comido una cierva y su cra;
deambulaban por los montes cuando les
atrajo la luz de la fogata y los aullidos
poderosos de quien estaba al lado;
cuando se acercaron, quedaron
fascinados por la cercana de aquel ser
superior que desprenda calor y les
transmita impulsos amorosos con las
modulaciones de su garganta.
Tumbado de costado, Asio comenz
a cantar canciones de cuna. Los lobos no
se movan. Hasta que, excitados ellos
tambin, se incorporaron sobre sus
cuartos traseros y comenzaron su
cadencia de aullidos, hondos pero
suaves al mismo tiempo. As estuvieron
largo rato, unos aullando, el otro
cantando o riendo, en un prodigio de
hermanamiento que nadie hubiera
credo, y menos los primitivos belos,
que entregaban un colmillo de lobo
como amuleto al guerrero que por
primera vez mataba a un hombre. Una
costumbre que se perda en la noche de
los tiempos con un significado ms
profundo que ni ellos mismos conocan y
que ahora pareca disparatada al
civilizado arvaco, para quien esos
animales estaban ms cerca de la
especie humana de lo que muchos
sospechaban.
Con los prpados cediendo al sopor
del sueo, vislumbrando la quietud del
firmamento, tuvo un ltimo pensamiento
para su querido Alakn. Cmo le
hubiera gustado que estuviera a su lado,
abrazados bajo la misma frazada,
sonriendo a los lobos.
14

Amor de
hombre

Aunque hijo bastardo, o ms bien natural


pues su madre era ya viuda en el tiempo
de su gestacin, Asio en realidad haba
tenido una infancia afortunada. Poda
disfrutar de dos mundos, uno con Lea y
Giscn en Tiermes, otro con Aristaco en
Emporin.
Sola pasar las lunas del esto junto
al mar, con su padre, aprendiendo griego
y escuchando las interminables historias
de l y sus amigos acerca de la vida
espartana, la democracia ateniense o si
eran mejores los templos de las islas
que los del tica. Le encantaba escuchar
a los mayores, tanto que a menudo
prefera sentarse junto a Aristaco en un
taburete que ir con los otros chicos a
correr por las calles o buscar conchas
en la playa. Sola pasar las tardes bajo
un prtico emparrado, sin perder detalle
de lo que hablaban aquellos hombres
arrellenados en sus triclinios entre
carcajadas y arrebatos nostlgicos,
mientras tomaban queso de cabra con
aceitunas y vaciaban continuamente sus
pocillos de vino con miel, que les serva
algn muchacho de la casa.
En Tiermes, durante los meses fros,
no se despegaba de Giscn; le
acompaaba cuando iba a cazar y
cobraba las piezas abatidas rivalizando
con la perra Vega; se colaba con l en la
asamblea, ya que desde muy pequeo
haba asistido a las reuniones del
Areopago sentado en las rodillas de su
hermano y nadie haba dicho nada;
aprenda a escribir el celtbero con su
madre y haca los ejercicios de
preparacin guerrera en la palestra o en
el prado de las afueras si haca calor,
junto a los dems adolescentes de la
villa.
Dos mundos diferentes con algo muy
importante en comn: en ambos sola
estar presente Alakn. Hurfano de
padre y madre, su amigo viva con los
abuelos maternos y cinco hermanos
pequeos en una modesta casa de la
muralla de la Aurora excavada en la
roca, de las que quedaban desde tiempos
remotos. Su padre haba muerto en una
escaramuza con los pelendones del norte
y su madre no pudo superar la ausencia
y se quit la vida. De eso hara ya casi
diez aos. Ahora el anciano estaba
impedido y la abuela era una mujer
triste, silenciosa, que no exiga nada al
muchacho salvo la racin diaria de lea,
agua y leche de cabra. Consenta sin
rechistar en que el chico se fuera con su
amigo a las colonias griegas del mar
Interior porque pensaba que aquella
vida aciaga, de privaciones y ausencias,
no era la adecuada para un muchacho
sensible que necesitaba conocer mundo.
En esas ocasiones, ayudaba a la mujer
con sus nietos su sobrina Emar, a quien
adoraban los pequeos, e incluso el
marido de esta, un joven celta venido de
la tierra de los anglos, al otro lado del
mar Exterior, dulce y atento a cuanto
solicitasen aquella pareja de ancianos
humildes al cargo de seis nietos y con
quienes la desgracia se haba cebado,
pues adems de la hija que se suicid
como tributo al marido muerto en la
batalla, segn una antigua tradicin celta
ya casi abandonada, haban sufrido la
tragedia de enterrar a otros dos hijos
varones.
Alakn tena un carcter que no
pasaba desapercibido. Su vida diaria
era una explosin de jovialidad que
converta su compaa en una fiesta
continua, una celebracin sin reparos de
la existencia, el mundo y los seres que
lo habitan. Es cierto que a veces
provocaba recelo entre quienes lo
trataban, pues no faltaba quien se senta
cohibido ante tanta naturalidad y
acababa alimentando una srdida
inquina hacia l, nacida de la
desconfianza. l segua a lo suyo, sin
hacer caso de los gestos de reprobacin
que a menudo cosechaba entre la gente
hspida sin molestarse por la
condescendencia de quienes preferan
despreciar su sana alegra porque se
sentan incmodos o no la comprendan.
Nada ni nadie consegua mitigar lo que
muchos, con ruda simpleza,
consideraban meras extravagancias:
Alakn hablaba con los animales y haca
como si los entendiera y dialogara con
ellos, abrazaba los rboles, se rea
muchsimo, le gustaba danzar y haca
verdaderas exhibiciones en las fiestas
comunales, cantaba, tocaba la lira,
cultivaba flores de exquisita belleza y se
emocionaba hasta las lgrimas con la
poesa helnica. Por otra parte, era
hermoso como un hroe de Fidias y
posea una mirada serena de quien ha
contemplado la eternidad.
Su trato era delicado, siempre
atento, dispuesto a ayudar.
En realidad, Alakn fascinaba ms
que repela, sobre todo a los jvenes
que lo consideraban una especie de lder
y a los hombres y mujeres sanos que se
rendan ante su encanto manifiesto sin
juzgar sus peculiaridades, por mucho
que produjera entre otros un desasosiego
bronco, incluso rechazo, por una
versatilidad que les pareca poco viril.
Qu estara haciendo ahora? Seguro
que zacaneando de aqu para all,
gastando bromas o ensimismado al
borde de algn ribazo como tanto le
gustaba, tumbado bajo un rbol con una
pajilla entre los labios mientras
escuchaba a los pjaros y se abandonaba
a sus ensoaciones. O tal vez pensando
en l, su nio Acho, como sola
llamarle. Cmo echaba de menos su
compaa, sus caricias, ese gesto en la
boca de satisfaccin con los hoyuelos
marcndole las comisuras de los labios.
Aunque tres aos mayor, haba
crecido con l, lo haba visto
transformarse de nio encerrado en s
mismo a un adolescente lleno de
jovialidad. Fue Alakn quien le ense
a no perder el tiempo con cosas en las
que no se cree, a querer la vida a cada
instante, a comprender a los animales y
sentir el latido de la tierra. Haba sido
su gua y l el pupilo fascinado que
acaba en el regazo del maestro. Siempre
lo haba tenido a su lado. Porque aquel
chico que nunca pasaba desapercibido,
el joven lder denostado, vctima por
igual de la adoracin y la envidia, le
haba elegido a l primero como
compaero, luego como amigo ntimo y
por fin, al filo de la adolescencia, como
amante.
Asio y Alakn, Alakn y Asio.
Los habitantes de Tiermes se
acostumbraron a pronunciar los dos
nombres de corrido, preguntando por
ellos al mismo tiempo, anunciando su
llegada o echndoles de menos cuando
se iban a Emporin.
Asio record una vez ms el da que
se zambulleron en el mar de los
layetanos, nadando entre las rocas del
cabo Sagrado cerca de Emporin,
cuando el oleaje les empuj contra la
rompiente y a punto estuvieron de
quebrarse algn hueso, hasta que
despus de un interminable momento de
angustia pudieron alcanzar refugio en
una cueva excavada por el agua. All se
abrazaron emocionados por haber
conseguido escapar a la voracidad del
mar.
Tumbados sobre la pendiente de la
arena hmeda mientras dejaban que la
espuma del mar les acariciara los pies,
continuaron abrazados tras las primeras
efusiones de alivio. Asio tena su cabeza
apoyada en el pecho de su amigo y no
despegaba la mejilla de aquella piel
cuyo aroma poda reconocer entre
cualquiera. Alakn era ms fuerte y por
entonces ya haba cumplido dieciocho
ciclos solares. Asio acababa de festejar
los quince, cuando a los muchachos les
cortan la tnica en una ceremonia ritual.
Los dedos del mayor fueron
recorriendo el cabello hmedo del ms
joven, deshaciendo los enredos. Luego,
sus yemas se deslizaron con delicadeza
hacia los pmulos y por fin llegaron a
los labios. Alakn acarici las
comisuras, el vello incipiente, toc con
delectacin el fruto carnoso que tanto
deseaba. Asio slo tuvo que levantar el
cuello y mirarle al fondo de los ojos. El
beso fue largo y quieto, un pacto que
sellaba la profunda atraccin que sentan
el uno por el otro. Su primera
demostracin consciente. De aquella
cueva salieron silenciosos, con la
certeza de poseer un secreto que los
haca ms fuertes ante s mismos pero
vulnerables frente a los dems. Saban
que en Tiermes deban ocultar su amor,
que los guerreros que tenan escarceos
erticos los escondan porque las
relaciones entre hombres eran vistas
como perversas y contrarias al espritu
de la raza, ms como una nefasta
influencia de la degeneracin helnica
que como algo natural que pudiera
ocurrir.
En Emporin, sin embargo, era
distinto.
Durante las plcidas conversaciones
entre los amigos de Aristaco salan a
relucir a menudo los amantes
masculinos. Otros lacedemonios como
l recordaban ancdotas de cuando
haban sido raptados por un joven
militar para ser iniciados en los
misterios religiosos y la sexualidad
abierta a travs de la camaradera que
exiga el tipo de vida espartano.
All, en la hermosa Esparta les
deca Aristaco a los dos muchachos que
escuchaban embobados, la amistad
ntima entre un joven guerrero y un efebo
es tan importante como el vnculo que
existe en Atenas entre el maestro y el
pupilo.
Y quin elige a quin? Alakn
no pudo reprimir su curiosidad.
Vaya, no es tonto el chico, buena
pregunta respondi Lycos, el rico
comerciante que acoga aquella
nostlgica tertulia casi cada tarde.
Anda, Aristaco, explcaselo.
Entre los veintitrs y los
veintiocho aos, los hombres de la
milicia estn ya preparados para adoptar
un amante pber e iniciarlo. Con el fin
de encontrar uno que les satisfaga
acuden a la palestra de los efebos para
verlos ejercitarse y competir en los
juegos atlticos. Observan la manera en
que se comportan durante los pequeos
combates que organizan los tutores, si el
elegido tiene coraje, nobleza de espritu
y, por supuesto, un cuerpo seductor. Ni
que decir tiene que los ms hermosos y
valientes, los que demuestran mayor
arrojo y cuidan su aspecto con
exigencia, resultan los ms cortejados.
Son los efebos los que deciden quien
ser el elegido aceptando los regalos de
quien les interesa y devolvindoselos a
los rechazados. Alguno se tiene que
conformar con lo que le toca, pero en
general todos quedan contentos.
Y luego qu ocurre? Esta vez
era Asio quien deseaba saber ms.
Al final de la primavera, estn ya
decididas las alianzas sagradas. Si
alguno de los efebos no tiene a nadie, se
queda para el siguiente ao. Cuando los
prados empiezan a cubrirse de flores,
comienza el ritual. Los padres del
muchacho ofrecen sacrificios a los lares
del hogar y ponen lmparas votivas,
regalos de comida y calzado a la puerta
de sus casas para el futuro amante de su
hijo. Una noche, sin que nadie aparente
darse cuenta, llega el guerrero, recoge
los presentes, entra en la casa y se lleva
al efebo en su caballo.
Asio cerr los ojos y una sonrisa se
dibuj en su rostro. Sin apenas darse
cuenta, haba apoyado su cabeza en el
hombro de Alakn.
Chico, despierta! le dijo su
padre. No creas que todo es tan
delicado ni que el efebo se comporta
como una damisela. Monta desnudo a
horcajadas en un caballo sin manta.
Desde el principio, el chico debe
enfrentarse a los jabales con su amante,
buscar comida, tratar de vencerlo
cuando luchan y, sobre todo, resistir sus
acometidas aqu todos rieron que
son continuas, incluso me atrevera decir
que a menudo fieras, y a veces duran
toda la noche.
La boca de Asio se abri con mezcla
de asombro y miedo. Alakn le puso una
mano en el hombro.
No seas tonto, slo quiere
asustarte.
Asio sacudi el hombro indicando
que no necesitaba lstima ni proteccin.
Y luego qu, padre?
Pues una vez que concluye este
periodo especial, los dos vuelven a la
polis y se integran en la vida militar.
Durante tres aos ms el joven tiene que
adaptarse a la disciplina militar,
aprender el manejo de la espada y
ejercitarse en la carrera, el lanzamiento
de disco y todo lo dems. Comparte el
lecho de su adelfos hasta los diecinueve
aos. Luego puede elegir entre continuar
con l y seguir a tiempo completo en el
ejrcito o aceptar del Estado el lote de
tierra a que tiene derecho, tomar una
esposa y formar una familia.
Y como cada vez se quedan ms
en el ejrcito y no se casan, estos
demonios de espartanos acabarn
desapareciendo un da dijo burln
Lycos, que era oriundo del Epiro y le
gustaba provocar a sus amigos de
Lacedemonia con bromas mordaces que
excitaban su orgullo patrio.
Qu ms quisierais los gallinas
epirotas! exclam Eumnides, un
joven prfugo de Esparta que aoraba su
patria, a pesar de haberla abandonado
para librarse de su opresivo sistema
poltico.
A Alakn, el asunto de la
conversacin le tena tan interesado que
apenas haca caso de las bromas e
interrupciones. No era habitual poder
hablar del amor y pedir consejos al
padre de tu mismo amante. Sin embargo
no se atrevi a preguntar directamente a
Aristaco, aunque s a Graco, un hombre
amable aunque serio que pasaba por ser
el mejor amigo del padre de Asio y el
acaudalado mercader que financiaba sus
viajes comerciales gracias a una
prspera factora de adornos de bronce
que tena all en Emporin.
Graco dijo Alakn con esa
mirada suya penetrante. Tuviste t un
adelfos?
Claro que s, muchacho, igual que
Aristaco todos rieron mientras Asio
bajaba la cabeza, ruborizado. Aunque
la verdad es que hubo ms de uno.
Volvieron a rer los hombres y esta vez
Asio tambin, mientras Aristaco le
interrumpa.
Era tan bello y altivo que se
pegaban por l, pero ninguno consegua
fcilmente sus favores.
Cuando las risotadas y palmadas en
la espalda de Graco cesaron, el hombre
tom una rama de romero que haba en
el suelo y comenz a desmenuzarla
lentamente mientras buscaba las
palabras para responder adecuadamente
a la pregunta de Alakn.
Yo tambin fui raptado de nio y
apenas tengo recuerdos de la tierra en
que nac, la isla de Naxos. Llegu dos
semanas despus que Aristaco y aunque
soy algo ms joven que l, nos pusieron
en el mismo rango porque yo estaba
bastante desarrollado. S, es verdad,
desde los trece aos ya tuve varios
pretendientes interesados que me
abordaban con consejos y regalos. Dos
aos despus, eleg a Alcestes, el ms
laureado de nuestros capitanes.
Graco hizo una pausa y se qued
pensativo. Aristaco, con la mano en su
hombro, sigui hablando por l.
Alcestes muri tres aos despus
combatiendo contra los tebanos. Era
como un hroe clsico, lo tena todo:
belleza, inteligencia, buen trato, incluso
un amante como Graco que era el ms
solicitado entre todos nosotros. Pero
cumpli su destino como hroe y dej su
vida en el campo de batalla.
Asio y Alakn se quedaron mirando
a Graco, que sin levantar la cabeza
segua quitando con lentitud hojillas de
romero. Ninguno de los dos chicos os
preguntar ms, pero Aristaco respondi
a lo que ambos estaban pensando.
Para Graco fue un mazazo tal que
lo dej fuera de combate durante meses.
Abandon sus ejercicios, apenas coma,
era como un espectro que deambulaba
solo por la palestra y el bosque que
tenamos al lado de las casas de los
jvenes. Incluso le relajaron de los
servicios comunes, algo muy poco
comn en Esparta pues all es ley
sobreponerse a la muerte del
compaero. Pero la desolacin de
Graco era tal que lo consideraron como
un enfermo. No fue expulsado de nuestro
barracn como deferencia a su pasado y
porque en la guerra contra el Batalln
Sagrado de Tebas, luch como el que
ms, junto a Alcestes, y protegi su
cuerpo con el escudo y repartiendo
mandobles cuando algn tebano se
acercaba con la intencin de llevarse
como trofeo la cabeza del hroe, a quien
todos conocan. Pero aunque se
apiadaran de l, nadie le consolaba ni
haca por ayudarle.
Y es entonces cuando Aristaco.
Lycos tom la palabra entonces se
ocup de Graco y lo hizo volver al
mundo de los vivos, ocupando en su
corazn el lugar de Alcestes.
La dulzura con la que se expres
Lycos, un padre de familia rodio que
sola burlarse de los amores entre
hombres, impresion a los dos chicos.
Asio estaba con los ojos enrojecidos y
Alakn tena una sonrisa especial, como
de triunfo.
S dijo Aristaco sonriendo,
como si fuera a hacer una de sus bromas,
mientras sujetaba el hombro de su amigo
. Llam a su puerta hasta que me
abri.
Graco levant la cabeza. El verde de
sus ojos pareca haber cobrado vida.
Mir a todos como si se disculpara y
luego a Aristaco, al que rode el torso
con su brazo. As, medio abrazados y
mirndose a los ojos de perfil,
recortados contra la luz del ocaso, eran
ellos los que semejaban una estampa de
hroes de la Edad Dorada. Aquiles y
Patroclo sobreviviendo a la muerte. Un
ruiseor impetuoso se pos en la
enredadera y llen el aire con su piar
desvergonzado. Nadie hablaba, slo se
oy a Graco decir en voz baja:
Gracias, Aristaco.
Luego acerc su cabeza y le bes en
los labios. Un beso largo, callado, que
Aristaco recibi con los ojos cerrados
sujetando su antebrazo.
Asio lloraba contemplando la
escena, cobijado en un Alakn
emocionado, mudo de admiracin. Para
el hijo de Lea aquel momento fue la
coronacin de su pubertad, el adis
definitivo a una infancia inconsciente,
sin dramas, donde ni el amor ni la
muerte haban aparecido con rostro
propio. Durante aquellos instantes
infinitos en los que su padre fue
premiado con el mayor de los tributos,
Asio comprendi la tragedia de la vida
y su enorme capacidad para redimirse.
Pudo al fin poner nombre a lo que
realmente importa, ser consciente del
rico ajuar que traa consigo. Al cuidado
esforzado de su madre, a su dignidad
ejemplar, se aada el amor fraternal de
Giscn, libre de envidia o rivalidad y la
pasin de Alakn que le transportaba a
un estadio superior de la vida, adems
de la presencia de un padre que no se
haba escabullido y era como una ddiva
de los dioses, difcil de sobrellevar
pero perfecta.
En eso deba consistir la etapa feliz
de la adolescencia de la que tanto le
hablaba ltimamente Alakn. Pero
entonces, por qu lloraba como si a su
espritu le embargara la mayor de las
tristezas? Era la prdida de su candidez
de nio? El sentimiento crudo de la
conciencia lcida? Tal vez sentir en la
yema de los dedos la fragilidad en unos
hombres maduros a quienes admiraba,
era el primer sentimiento de su
adolescencia despierta, el paso inicial
que, tras atravesar la puerta, le
anunciaba un mundo lleno de parajes por
explorar, tan sombro como luminoso.
Tal vez llorara de angustia y hasta por el
miedo de perder la felicidad que ahora
senta y no cambiara por nada del
mundo. El jbilo y la pena se disolvan
en el llanto. Tal vez el beso que haba
recibido su padre, con la naturalidad de
quien sabe que ha ganado, fuera el mejor
sello de autenticidad, la garanta de que
su amor por Alakn poda vencer al
futuro.
Eh! Paukas, Aristogitn. Lycos
llam a sus sirvientes, servid vino de
Malaka y llamad a Clintias y sus
muchachos. Que traigan ctaras y flautas
para que nos alegren con canciones de
nuestra tierra. Ea, muchachos!, basta de
lloros, que esto no es un entierro sino
todo lo contrario. Vamos a festejar el
triunfo del amor, el verdadero, el que
vence a la muerte y a todas las formas
de opresin.
Con el carcter afable que se
preocupaba por satisfacer a todos y
haca de l un gran anfitrin, Lycos
mostraba de nuevo su comprensin y la
insobornable exquisitez de su
pensamiento. Con razn le llamaban en
Emporin Lycos el Sabio, campen de
la democracia.
15

Regreso

La vuelta a casa se le haca eterna,


cuando coronaba una cumbre apareca
otra ms en el horizonte. Una vez que
dej atrs las montaas, el cuerpo
pareca flotar y caminaba tan ligero que
avanzaba el doble sin darse cuenta. La
idea de llegar a Tiermes le espoleaba el
nimo, aunque tambin le llenaba de
inquietud. Quera no pensar, dejarse
llevar por la inercia de su cuerpo en
marcha, pero a medida que se acercaba
a su ciudad le invada una sensacin de
desapego, el deseo de abandonar y
quedarse por aquellos parajes en los que
apenas haba nadie, vivir con los lobos,
observar las estrellas, baarse en los
glidos arroyos de montaa y tumbarse
al sol desnudo.
Slo el recuerdo de Alakn le
animaba a continuar la marcha.
No quera tampoco abandonar a su
madre, pero le aterraba la idea de que
pudiera rechazarlo. Con aquella cara
suya de pena, que se le qued grabada
cuando partieron a la guerra, le haba
hecho prometer que cuidara de su
hermano mayor.
Es todo lo que tenemos, Asio, lo
hars verdad?
l haba contestado que s con un
nudo en la garganta, sabiendo que era
intil la promesa, que su hermano
arriesgaba hasta la temeridad su vida
pues eso era lo que se esperaba de l y
porque tampoco poda remediarlo.
Tal vez ahora su madre le odiara por
ello.
No senta la fuerza suficiente para
sustituir a Giscn en el corazn herido
de aquella brava mujer, o quizs fuera
que su orfandad ante el hermano muerto
le haba dejado inerme, incapaz de
considerarse en su justa medida. Se
consolaba pensando que siempre podra
irse con su padre, a orillas del mar
Interior, incluso embarcarse en una de
las naos que hacan la ruta del Egeo y
volvan por Alejandra, Cartago y
Eybissa.
No eran las tierras de los layetanos,
sin embargo, un sitio adecuado para
acoger a un muchacho soador en busca
de aventuras. Muchos chicos de su edad
haban sido llamados a las armas en
aquellas tierras. Amlkar haba seguido
avanzando hacia el norte y amenazaba ya
las orillas del ber.

Tras cinco jornadas con el nimo


sombro en las que apenas prob
bocado, flaco, asaltado por las dudas y
agotado, una maana apareci ante su
vista la mole magnfica de Tiermes
sobre su promontorio rojo, dominando
la llanura. Asio dej su impedimenta en
el suelo y se arrodill. Cogi con ambas
manos el bolsn de cuero con las cenizas
y comenz a hablar a su hermano.
Ya hemos llegado, Giscn.
Vuelves a tu tierra a quedarte para
siempre. Vas a ser hroe, t tambin,
como esos antepasados que tanto te
importan. Lo has conseguido, hermano
mo. Me alegro por ti.
Fue la ltima vez que se entreg al
llanto. A partir de ahora, se dijo, no
llorara ms delante de nadie.
Respetara la voluntad de su hermano de
inmolarse por el caudillo. Aquella
estpida, injusta, desproporcionada y
brbara decisin.
Y as, esculido, con las manos y las
rodillas sucias, la cara manchada con
los surcos del ltimo llanto, apareci
Asio por la va de entrada a la ciudad,
sin preocuparse por las miradas que se
clavaban en l ni las voces de los
chiquillos que comenzaron a seguirlo.
Caminaba erguido con el bolsn de
cuero entre las manos, como si llevara
una ofrenda, y el torque de soldurio
rodendole las muecas. Ningn hombre
o mujer se atrevi a pararlo o
preguntarle, aunque muchos lo
reconocieron. Algunos chicos mayores
se fueron uniendo con espanto al cortejo
de nios que ya no gritaban y fueron
apartados por los hombres que nada ms
ver la escena comprendieron al instante.
Al llegar a casa de Lea, haba ms de
cien personas en la comitiva.
Ella estaba de pie, en la puerta. Las
voces de los sirvientes en el patio la
haban alertado.
Viene Asio!, viene Asio!.
El chico de la seora Lea est en
la ciudad!.
Vuelve solo!.
No haba transcurrido ni una
ampolla pequea cuando oy los
primeros gritos. Al alborozo inicial le
sigui un murmullo que a Lea le sacudi
como el ms furioso de los vendavales.
Tuvo que sujetarse al baldaquino de la
cama para no caer fulminada por el
presentimiento que entr como una daga
en su vientre. Sujetndose el pecho y
boqueando, sin gemir ni articular sonido
alguno, se dej resbalar hasta el suelo
mientras trataba de adivinar lo que
decan las voces sin querer creer lo que
oa, maldiciendo que el sol hubiera
amanecido esa maana.
Trae un talego en la mano y no
saluda.
Le siguen muchas personas.
Padre Lug! Dnde est Giscn?
Qu ha sido de nuestro prncipe?.
Sujetndose las sienes entre las
rodillas, Lea comprendi que ya no
habra de ver nunca ms a su querido
hijo.
Con la cara de Giscn por nico
pensamiento, se alz como pudo y fue
hasta su guardarropa. Tom un velo
negro grande y se lo ech sobre los
hombros. En su devastada mente segua
Giscn sonriendo como si quisiera darle
fuerzas para soportar con dignidad lo
que se le vena encima.

Cuando Asio alcanz el prtico de la


casa, una muchedumbre ansiosa llen la
plazoleta, las escalinatas del fondo, los
callejones y hasta las azoteas vecinas.
Desde el momento en que la vio junto al
dintel le empezaron a temblar las manos,
pero no se detuvo y consigui
sobreponerse sin que se le alterara el
semblante. Anduvo los ltimos pasos
como un suplicante, sosteniendo en alto
el peor de los regalos, la prueba
palpable de su derrota hasta que se
detuvo frente a ella sin lgrimas ni
explicaciones.
He vuelto, madre. No he podido
salvar su vida pero te traigo lo que
queda de l.
Con una intensidad casi
insoportable, madre e hijo se miraron
unos breves momentos en los que les
cruz por delante la vida entera. La
gente contena la respiracin. Quienes la
amaban, sufran por ella. Otros,
esperaban ver derrumbarse a esa mujer
a la que envidiaban o aborrecan.
Otra vez expuesta al pblico, herida
en su intimidad.
A quienes la conocan de verdad, sin
embargo, no les extra en absoluto su
comportamiento. Lea tom la taleguilla
de cuero como una sacerdotisa recoge la
ofrenda a la diosa y se la entreg a
Paukas sin ni siquiera mirarla. Despus
atrajo hacia s a Asio y lo abraz,
besndole en ambas mejillas. Segontius,
un miembro del Consejo, se acerc con
la intencin de hacerse cargo de las
cenizas y quin sabe si entonar all
mismo el panegrico del muerto. Al
advertirlo, Lea se cubri por completo
con el velo negro, hizo entrar a Paukas
en la casa y de la mano de su hijo dio la
espalda a la multitud y cruz el prtico
con direccin a la puerta de entrada.
Todos los criados la siguieron, dejando
solo al patricio que se qued con cara
de contrariedad y haciendo exagerados
gestos de impotencia.
Lea dej para ms tarde las
condolencias de los criados, que
permanecieron llorosos y quietos en las
dependencias de la servidumbre. Paukas
y dos de las mujeres mayores entraron y
se quedaron de pie, con el bolsn de
cuero, dando guardia a las cenizas del
joven seor.
Guardadlas en aquella urna
orden Lea hasta que las enterremos.
Yo no quiero tocarlas. Ni tampoco
verlas.
Asio asista con aire ausente a la
escena, como si su espritu hubiera
quedado atrapado dentro de aquella
urna, o vagara an por la soledad de los
campos. El entumecimiento que se
apoder de su cuerpo, desde el mismo
instante en que entreg las cenizas, se
una a una extrema laxitud de nimo que
le impeda pensar, hablar o incluso
moverse.
Ahora dejadnos solos, os lo
ruego.
Paukas no quera irse pero Lea, con
palabras amables y gesto decidido, lo
llev hasta la puerta y la cerr tras l.
Luego, se quit el velo y se acerc a su
hijo que permaneca en el mismo sitio
con la mirada extraviada.
Asio, mi sol, mi tesoro, te he
echado tanto de menos
Lea lo abraz contra su pecho como
cuando era un cro. El chico comenz a
llorar. Daba pena verlo as, derrumbado,
agotado por la intensidad y el esfuerzo
de las ltimas jornadas, sucio y delgado
como no lo haba visto jams.
Vamos, ven conmigo. Te vas a
baar en mi habitacin y yo te frotar
como haca con tu hermano cuando
volva de caza. Mientras tanto, t me
contars lo que ha sucedido.
Varias horas despus, cuando Asio
hubo recibido el psame de los criados
uno a uno, sali por la puerta de atrs
con la capucha del sago echada sobre la
frente. Lea no haba querido salir de la
habitacin. Cuando supo los motivos de
la muerte de Giscn sinti una rabia
superior a su dolor. Maldijo las guerras
y las estpidas costumbres de los
guerreros. Golpeaba con los puos la
mesa de su tocador, haciendo que las
ampollas con ungentos y los polvos de
arcilla se derramaran. Se rasg la tnica
y quiso araarse el cuerpo. La digna
matrona que haba recibido las cenizas
de su hijo primognito sin derramar una
lgrima, se haba convertido en una furia
con las venas del cuello hinchadas, el
pelo revuelto y la boca escupiendo
maldiciones y quejas en una mueca que
deformaba sus hermosas facciones.
Asio pidi que hirvieran tila y
valeriana, le hizo beber un tazn y le
oblig a tenderse en el lecho, donde la
dej con los cortinajes echados,
gimiendo, el bolsn de cuero rescatado
de la urna, entre sus manos apretadas,
sobre el almohadn.
El sol llegaba al ocaso y el aire ola
a brotes frescos. La primavera estaba
avanzada y al chico le sorprendi
aquella sensacin de plenitud con la
vida pugnando por abrirse paso, el
cuerpo limpio y recin alimentado, los
pastores encerrando con parsimonia sus
rebaos, las golondrinas volando bajo.
Anduvo por el camino que rodeaba
la muralla hasta el extremo de poniente,
atrado por el lugar preferido para sus
reuniones con Alakn.
Lo sabra?
Se lo habran dicho?
Por qu no haba ido a su casa?
Se dio cuenta que en todo el tiempo
que llevaba en la ciudad, apenas se
haba acordado de l. Tampoco estaba
seguro de querer verlo. Lo que
verdaderamente necesitaba era su
soledad de nuevo, apartarse de todo
para acariciar su tristeza.
Cuando lleg al Torren de las
Splicas, cuyos muros se levantan sobre
las rocas dando fin al camino, lo rode
trepando por la ladera y sujetndose a
los salientes como sola hacer con
Alakn. Justo al otro lado, bajo el pao
de la muralla, estaba la cueva en la que
pasaban las horas muertas charlando los
dos amigos, el cubil secreto al que nadie
acuda y los preservaba de miradas
ajenas.
Los guijarros resbalaban bajo las
suelas de sus sandalias y tuvo que
sujetarse a una mata de espliego para no
caer pendiente abajo. Lleg jadeante
hasta la pequea meseta que marcaba la
entrada a la cueva, se quit el sago y
penetr dispuesto a lamer su dolor como
un animal herido.
Pero no fue la soledad ni el dolor lo
que le aguardaba en el refugio, sino
Alakn, quien ante la cara de asombro
de su amigo sali de la oscuridad, fue
hacia l con los brazos abiertos y lo
estrech contra su pecho mientras le
acariciaba la cabeza y murmuraba su
nombre.
Mi nio Acho, mi nio aorado
cunto habrs sufrido!
Alak, yo no no cre que
estuvieras yo
Pues claro, tontorrn dijo
Alakn tapndole la boca, te estaba
esperando.
A Asio le volvi el llanto aunque sus
ojos sonrieran. Apoy su mejilla en la
cara del amigo y dej que le
desbordasen las lgrimas mansamente.
Entraron en la cueva cogidos por la
cintura. Alakn haba trado una manta
que extendi sobre los almohadones de
lana que tenan siempre all para sus
escapadas. En el suelo haba formado
con piedrecillas las letras de su nombre.
Era por si no podas venir, as te
tena conmigo.
Como otras veces, la luz del ocaso
penetraba horizontal hasta las paredes
de la cueva, iluminando los rostros
jvenes que en aquellos momentos
parecan de hombres curtidos. Podan
leerse perfectamente las inscripciones
que haban hecho el ao anterior, al
volver de Emporin, sus nombres en
clave con una frase encima que deca
Hasta que la muerte nos separe.
Fuera, se oan dbilmente los
balidos de las cabras y el croar de las
grajillas recogindose en la alameda.
Ha sido horrible.
Estaban apoyados contra el muro,
Asio con la cabeza reclinada en el
pecho de Alakn. La manta de lana
cubra sus piernas enflaquecidas.
No tienes por qu contrmelo.
No iba a hacerlo, al menos de
momento. Pero s quiero decirte algo.
Alakn lo mir. Tena los ojos
vidriosos, fruncidos.
La muerte de Giscn ha sido un
acto de barbarie. Intil y ridculo. No
creo que la bondad de la diosa Eako
bendijera una cosa as. Tampoco creo
que se deba ofrecer una vida joven y
ejemplar a la diosa de los infiernos, si
es que existe, si es que existen
cualquiera de las dos, maldita sea. Hace
tiempo que nosotros no ofrecemos
doncellas o nios en nuestros
sacrificios. La luna sigue ah, noche tras
noche, hagamos lo que hagamos. Lo
importante es obrar de corazn, prevenir
el Mal, seguir los dictados de la
naturaleza que son sabios y antiguos y,
yo que s, tratar de ser feliz en este
mundo y hacerle la vida feliz a los
dems. Sobre todo, si ese alguien es
tu hermano pequeo que adems tiene la
misin de cuidar de ti.
S, Asio, tienes razn, pero l
haba hecho un voto religioso. A
Alakn ya le haban contado toda la
historia antes de subir a la cueva. Y
eso est por encima de nuestra voluntad.
Precisamente! Es lo que quiero
decir. Est bien consagrarse a la diosa y
hacerse devoto de un caudillo para
infundirle fuerza sobrenatural, eso lo
admito. Supongo que la ceremonia de
iniciacin te abre puertas en la mente y
hace ver cosas que refuerzan esta
decisin, no lo dudo. Pero si el caudillo
muere en la batalla o porque un cruel
invasor comete el crimen de clavarlo a
una cruz, no hay por qu inmolarse con
l. Qu sentido tiene? Lo entendera en
viejos camaradas de armas, hombres de
cincuenta o sesenta aos que han
compartido toda la vida y al quedarse
sin su gua se sienten vencidos y no
quieren continuar, vamos, como un
tributo de amor o lealtad ms que por
exigencias de su juramento.
As era lo que hacan nuestros
antepasados.
Alakn, en el fondo, crea que un
guerrero que se consagra a un caudillo
deba ser consecuente y morir con l,
pero prefera no contradecir a su amigo
en esos momentos.
Y adems, hacerlo con alguien
que acabas de conocer, que no es de tu
tribu y al que en realidad no debes nada.
Pareca que Asio haba ledo el
pensamiento de su amigo, pero la verdad
es que ni siquiera le haba escuchado.
Todo su parlamento anterior, los ojos
fruncidos y la mirada clavada en la
plida lnea del horizonte, no eran sino
la introduccin de lo que quera decir
ahora, el argumento que necesitaba
exponer por s mismo para explicar el
rechazo que senta hacia la accin de su
hermano. Y la tajante determinacin que
haba nacido en su corazn adolescente.
Yo jams hara algo as. Creo que
es injusto, propio de pueblos incultos.
La libertad es algo sagrado, es lo que
nos da la dignidad como seres humanos.
Debemos ser ms racionales y no
confiar tanto en las fuerzas
desconocidas.
Veo que las charlas con los
amigos griegos de tu padre estn
haciendo mella en ti.
Alakn quera quitar dramatismo y
desviar la conversacin, pero Asio
segua sin hacer caso a sus comentarios.
Si llega la ocasin, consagrar mi
vida a la filosofa, a hacer mejores a los
dems empezando por m mismo.
Tienes sangre helena, bello Asio,
no puedes negarlo. Y ya que eres tan
griego y ya has pronunciado tu leccin,
por qu no dejar al alumno que exprese
su agradecimiento al maestro como dicta
la paideia?
Mientras deca esto, Alakn
comenz a besar la mano de su amigo,
luego subi por el brazo y el cuello
hasta mordisquearle el mentn y
alcanzar sus labios. Asio dej de mirar
al horizonte y levant la cabeza riendo.
Alak, estate quieto, espera
Ya he esperado lo suficiente.
Ahora voy a ser yo quien dicte la
leccin. Y te advierto que va a ser larga
y hay que hacer muchos ejercicios. La
experta boca de Alakn recorra el
lbulo de su oreja con los dientes y la
lengua mientras le deca estas cosas y
deslizaba su mano entre las ropas
acaricindole el vientre y el pecho.
Quieres consagrarte a m, soldurio?
Quieres ser mi fiel devoto?
Asio reclin su cabeza y se dej
empujar hasta quedar tumbado con el
rostro de Alak mirndolo fijamente y sus
piernas sujetando su cuerpo. Tena
fiebre en la mirada, el calor haba
subido por fin a sus mejillas. Aunque
flaco, estaba tan hermoso como un efebo
griego tras los ejercicios en la palestra,
tan feliz como un mortal cuando regresa
a casa.
S, amor mo. Hazme tu devoto.
La noche cay lentamente sobre la
caverna, pero la luna no tard en
iluminar con su reflejo los dos cuerpos
desnudos que se acariciaban. La
angustia se desvaneci y dio paso a la
calma. La ansiedad de la espera en
Alakn se convirti en pasin. El dolor
de Asio fue abrindose hasta
desaparecer, transformndose en una
profunda sensacin de alivio. La alegra
del amor les inund a ambos y entre las
caricias y los besos, estallaban en
carcajadas y hacan bromas a costa de
sus miembros a punto de estallar.
Y as, entre apretones, caricias, risas
y largos silencios, estuvieron amndose
hasta el amanecer.
16

Tomar las
riendas

Las exequias de Giscn duraron tres


das y en ellas particip toda la ciudad y
gran nmero de forneos. Haban
llegado hasta Tiermes al menos diez
docenas de representantes entre
oretanos, belos, vettones, trdulos,
layetanos, lusitanos y pelendones. Todos
acamparon junto al ro, menos algunos
rgulos y sus parientes acogidos en
casas de los miembros del Areopago.
El ltimo da, precedido por un
cortejo de guerreros que llenaban el aire
con el sonido grandioso de sus tubas y el
percutir de timbales, apareci el rgulo
Argauri de los vacceos, dispuesto a
rendir tributo al mrtir arvaco y
obtener el beneplcito de la asamblea
para aadirlo a los espritus tutelares de
su tribu. Quera tambin erigir un
pequeo santuario en Pallantia, donde
sus habitantes se haban comprometido a
levantarlo sin cobrar ninguna clase de
estipendio.
Un joven caudillo venido de
Helmntica anunci que una de las
puertas de su ciudad amurallada, la que
daba a oriente, se llamara en adelante
Gisconikos en honor del prncipe
sacrificado.
La noticia de que un joven
descendiente de los clebres caudillos
arvacos haba entregado su vida en un
rito funerario de consagrados a la diosa
de los infiernos, sin importarle que su
sacrificio fuera por la devocin a un
caudillo ajeno a su tribu y en aras de la
libertad de Spania frente a Cartago,
haba recorrido la Pennsula de norte a
sur. Los emisarios declamaban sus
parlamentos o recitaban tseras de
amistad ante los miembros del
Areopago, revestidos con togas de
ceremonia en el podio de la famosa
asamblea excavada en roca donde tantas
veces Tiermes haba decidido enviar
guerreros a distintos pueblos spanios,
tanto celtas como beros, en su lucha
contra los pnicos y an antes cuando en
los Aos de Hierro las tribus combatan
entre s.
Pero entre los tributos de admiracin
y los constantes llamamientos a la
unidad haba urgencia por pasar de las
palabras a las obras. Todos estaban
alarmados por el avance de Amlkar en
el interior y tenan el convencimiento de
que seguira hacia las costas del mar
Exterior a Poniente y el Septentrin.
Lusitanos, galaicos, astures, todos vean
ya como enemigo cierto al Rayo de
Cartago.
Cuando le toc el turno de hablar al
rgulo Argauri, sus palabras resonaron
en el corazn de la Celtiberia como el
trueno que precede a la tormenta, un
preludio de la fuerza del diluvio
inmisericorde que habra de anegar a los
ocupantes pnicos en la cinaga de su
ambicin. Si verdaderamente se lo
proponan.

Hermanos spanios!
Habitantes de esta hermosa
Tiermes que puede gozar con el
honor de tener entre sus hijos a
un hroe como el prncipe
Giscn.
Vengo a rendir tributo a un
guerrero valiente, digno sucesor
de su linaje, un joven generoso
que abraz sin dudar la causa
que a todos nos atae y no es
otra que la de luchar juntos
contra el yugo cartagins.
Quiero presentar mis
condolencias a su familia y
saludar con respeto a los
miembros del Areopago, cuyo
honor se ha visto engrandecido
por la conducta suya.
Odme bien, porque yo os
digo que slo si olvidamos
nuestro propio inters en
beneficio de la Spania toda,
podremos alcanzar el objetivo
de recuperar la independencia.
Miremos cara a cara a las
tribus beras, sin rencores ni
enconos. Estrechemos los lazos
de quienes formamos la nacin
celta para abrazarnos
precisamente aqu, en el
corazn de la Celtiberia.
Debemos arrojar, de una vez
por todas, la desconfianza que
anida como vbora en nuestros
corazones. Olvidemos rencillas
y acabemos con las necias
rivalidades.
Los vacceos somos como un
roble robusto, centenario, que
hunde sus races en el tiempo de
nuestros antepasados, desde el
da feliz que concluy la Gran
Marcha y vinimos a enraizar en
estas tierras de Spania. Nuestra
savia es la tradicin sagrada, la
sabidura celta que heredamos
de nuestros mayores y los
druidas preservan con el mayor
cuidado.
Rgulos, caudillos,
delegados, hombres y mujeres
de Tiermes!
Yo os exhorto a abrazar con
nosotros un pacto de ayuda
mutua, una alianza de amistad
que sea ejemplo para las dems
tribus y refuerce el nimo de
todas las comarcas, en especial
a quienes ya soportan el yugo
maldito, pero tambin un pacto
con quienes debemos resistir,
obrar con cauta previsin ante
el futuro para mantener la
libertad de nuestro pueblo[1].
Entre arvacos y vacceos
abarcamos el mayor territorio
de Spania. Tenemos las tierras
altas entre los ros Iber y
Durius, el ncleo peninsular
que no debe pudrirse en manos
de los pnicos. Unamos
nuestras fuerzas. As podremos
encarar el destino que los
tiempos imponen.
Un heraldo avanz hacia el Consejo
y entreg la tsera doble al anciano
Abdn. Las condiciones del pacto ya
haban sido largamente discutidas el da
anterior en asamblea con el propio
Argauri. Abdn mir a derecha e
izquierda, hacia sus compaeros. Todos
asintieron con la cabeza, menos
Segontius que manifest su desacuerdo
en la discusin de la asamblea y sostuvo
que la fuerza de los arvacos era
precisamente su independencia y que
fueran temidos por todos.
Como la decisin estaba ya tomada
por la gran mayora, Abdn dobl la
tsera de plomo, la parti por la zona
delgada que divida el acuerdo escrito
dos veces y entreg una al heraldo. Este
volvi a ponerla en manos de Argauri,
quien la recibi con sus dos manos y la
mostr en alto. Los habitantes de
Tiermes, hasta entonces silenciosos
como los chopos en la quietud del esto,
estallaron en aplausos y voces de jbilo.
Cuando la asamblea en pleno coreaba ya
consignas a favor de la unin, el bardo
Ferrex comenz a entonar el himno de la
victoria del pueblo celta y todos le
siguieron.
Lea permaneca de pie junto a una
columna, sin inmutarse, cubierta de pies
a cabeza por un velo del color del humo,
con una pequea urna de alabastro entre
sus manos. Nada pareca afectarle, ni
los discursos ni los vtores. Se la vea
infinitamente triste, ausente, flanqueada
por el joven Asio que ya sobrepasaba su
altura. A pesar de que hubo momentos en
que le cost, el chico haba conseguido
mantener su emocin a raya. A l si le
haban impresionado las aclamaciones
de sus vecinos. Y sobre todo, las
dramticas palabras de Argauri.
Fueron tres jornadas agotadoras que
ambos soportaron con estoicismo, sin
apenas hablar, dejndose abrazar y
estrechar las manos, haciendo como que
escuchaban, asintiendo al alud de
consejos recomendndoles tener nimo y
encontrar pronto consuelo. La mayora
de los termesinos senta lstima por
aquella mujer desprovista de su
primognito, aunque hubiera quien no
poda evitar una secreta satisfaccin por
la desaparicin de aquel joven tan
valioso que les haca sentirse mal
cuando lo vean con su porte altanero
moverse por al gora o caracolear con
el caballo en los desfiles procesionales.
A todos, sin embargo, les conmova el
dolor ptreo de la madre, su cruda
desolacin. Ahora ella quedaba, deca
Aspia a su vecina Mlide, con ese pobre
chico que andaba siempre detrs del
locuelo de Alakn. Ese zagal medio
griego no tiene trazas de ser el hombre
que ella habra de necesitar como
bculo de su vejez, aada, con aire de
sentencia.
Durante un da entero desfilaron por
la casa familiar los habitantes de la
ciudad con lentitud exasperante, los
hombres mudos, con sus manos callosas
apretando las de Lea, deseando abrazar
a aquella mujer an tan hermosa y ya
desvalida, queriendo alguno ser digno
de ella; las mujeres llorosas y
dramticas, sujetando el manteo que les
cubra la cabeza, gesticulando con la
mano libre o apoyndola en el brazo
paciente de Lea mientras desgranaban su
dolor de madres, sus profundas quejas
hacia la vida.
En el Areopago, fueron los
miembros prominentes del Consejo
quienes la abrumaron con largusimos
parlamentos que sonaban huecos, de
compromiso incierto, pues la mayora no
estaban seguros si la muerte de Giscn
haba sido un acto de herosmo o una
temeridad.
Tampoco para Lea, como para Asio,
estaba claro. Saban que Gisco era
valiente, nadie mejor que ellos. Y
generoso. Un modelo de hijo, un
hermano adorable. Tan poderoso y
brillante haba sido su astro en el
firmamento de su existencia que a
ambos, aunque no lo dijeran, les
resultaba imposible imaginar la vida sin
su luz y calor. Saban tambin que era
testarudo ms all de la razn, que a
menudo exageraba y le gustaba tentar el
lmite de las cosas, pero no alcanzaban a
comprender que hipotecara su vida hasta
tal extremo. No haba dado muestras de
creer mucho en los poderes ocultos y a
menudo se tomaba a broma los ritos
religiosos. Sin embargo, se haba
entregado a un pacto infernal sin que
nadie se lo pidiese y no haba dudado en
el momento de llevarlo hasta sus ltimas
consecuencias.
Egosta, cegado por el maldito
honor del guerrero, ansioso por emular a
esos antepasados a quienes tena
idealizados, un chico sin madurar,
soador, incapaz de ver las
consecuencias de sus actos.
Eso es lo que pensaba Lea en los
momentos ms amargos. Para ella, su
hijo, la adorada criatura a quien cuid
ms que a un tesoro, era otra vctima de
la odiosa mentalidad varonil que pona
su condicin de guerrero, el
cumplimiento de la palabra dada y los
lazos de camaradera, por encima de
cualquier otra consideracin.
Para Asio era distinto.
l haba visto la fra determinacin
de su hermano, escuch lo ms
serenamente que pudo sus razones para
cumplir el juramento, no era una de esas
cabriolas que tanto le gustaba hacer para
deslumbrar a los dems, un brindis al
sol del que volviera indemne, tan
juguetn como de costumbre. No, no se
trataba de simple coraje ni tampoco de
vana temeridad. Saba lo que haca.
Algo haba pasado cuando fue testigo
del martirio de Istolacio. Cuando
estuvieron los dos solos en la tienda,
antes de dirigirse a la pira como quien
va a los baos, Yisco daba la sensacin
de poder escuchar en su interior las
voces de los hroes llamndole, era
como si lo que ms le importara fuera
acudir al abrazo abierto de su padre y
abuelos.
Haba algo que se le escapaba.
Un sentimiento trascendental al que
l, Asio, el hermanillo postizo y
demasiado nio, no consegua llegar. Un
misticismo escondido del que slo pudo
vislumbrar algn destello de vez en
cuando en el tiempo que compartieron
juntos, como cuando pintaba en el techo
de una cueva el contorno de un jabal o
la cabeza de un ciervo, arrobado, seguro
de atraer a la pieza al da siguiente. O
durante las celebraciones del solsticio
de verano, cuando cantaba el himno a
Lug con la toga velndole el rostro y l,
Asio, el chiquillo que a nadie importaba
y todo lo contemplaba con la lcida
libertad de un duende, descubra atnito
dos lagrimones en aquel rostro que no
pareca hecho para llorar.
Lo peor fueron las loas, unas
impostadas pero muchas ms autnticas,
de los clanes guerreros. Su pretensin
de que la muerte de Giscn que a su
madre y hermano les pareca al final
descabellada, injusta e incluso ridcula
deba considerarse ejemplar, fruto de
la nobleza de su espritu y por tanto
motivo ms que suficiente para
consagrarlo como hroe e intermediario
con los dioses.
A esas alturas, ni Lea ni Asio
escuchaban ya. Mientras los guerreros
se esforzaban en cantar las virtudes de
Giscn en pblico, tratndolo como
espritu benefactor, la imaginacin de
ambos se deslizaba por acontecimientos
y escenarios pasados: Yisco salvando a
Asio cuando casi se lo llev la corriente
del ro; llegando a casa con su primer
jabal abatido y el colmillo que se puso
al cuello durante toda su adolescencia;
departiendo con sus amigos en el gora,
siempre en el centro de la atencin.
Giscn alegre, serio, bromista, juguetn,
con sus ojos claros llenos de vida.
Por fin al atardecer del tercer da, se
form la procesin que iba a acompaar
las cenizas a la necrpolis de
extramuros, su morada para la eternidad.
Al concluir la ltima ceremonia, un
banquete de despedida estaba dispuesto
en la pradera del gora en honor del
caudillo vacceo y el resto de
representantes forneos. Lea se excus
pretextando su luto y Asio se retir con
ella.
La vida tard en arrancar en la casa
familiar hasta que lentamente se fue
abriendo entre la sucesin de las
semanas y el cambio de estacin. Lleg
el esto y con el calor, el tiempo de la
recoleccin. Una tarde en que Asio
volva de una jornada de caza con
Alakn, se encontr con que todas sus
cosas haban sido trasladadas al cuarto
de Giscn. Lea le explic el cambio con
esa determinacin suya que tanto gustaba
al chico, aunque an desmayada.
No necesito ver el cuarto de tu
hermano tal y como lo dej para
recordarle, lo llevo en mi corazn. Para
hablar con l, slo tengo que acudir a la
necrpolis o quedarme sentada en mi
cuarto. No hay razn para que no la
ocupes t.
Era la parrafada ms larga que Asio
haba escuchado de sus labios en casi
dos meses.
Aquella noche durmi en el gran
lecho que perteneci a Giscn, con
almohadones de nade y cortinajes de
gasa para protegerlo de los insectos. Al
principio se sinti tan intimidado que le
cost serenarse para conciliar el sueo,
pero a la maana siguiente, cuando vio
el raudal de luz que entraba por los
arcos que daban al patio central, sinti
una rara felicidad. All estaban los
trofeos que su hermano haba ido
acumulando en su corta existencia: dos
crneos de ciervo con esplndidas
cuernas, las tres cteras familiares que
pertenecieron a su padre, a su abuelo y a
su bisabuelo, un casco cartagins, la
concha de una tortuga gigante Tambin
vio sus propios tesoros dispuestos en
una mesa como si fuera el ajuar de un
novio: la falcata que le regal Aristaco,
sus pequeas figurillas de arcilla
representando caballos y guerreros, la
fbula de plata que le entreg su madre
al cumplir los diecisis aos y una caja
de ncar que le dio Graco, el amigo de
su padre, con arena trada de Esparta.
Ese mismo da cuando fue a sentarse
a la mesa, su madre le cedi la cabecera
delante de los sirvientes, a los que haba
llamado para que fueran testigos de sus
palabras:
De hoy en adelante l es el cabeza
de familia.
A partir de entonces, el trato de los
criados cambi. Ya no le llamaban por
su nombre, sino seor. Paukas pona sus
manos como escaln para ayudarle a
montar y se quitaba el sombrero de paja
cuando se diriga a l.
Al fin comprenda el ltimo rasgo
generoso de Giscn, cuando decidi
sacrificarse y le dijo con cara de pcaro
que se iba tranquilo porque los Ulones
tenan heredero. l se lo tom como un
halago o una forma de tranquilizarle,
pues nunca hubiera imaginado ser
aceptado sin reticencias por los criados
y hasta por el Consejo de Ancianos que
le llam para que ocupara el asiento de
Giscn en la asamblea.
Probablemente haba pesado ms en
el cmputo de ventajas e inconvenientes,
mantener la apariencia del linaje en el
varn restante aunque hubiera que pasar
por alto su peculiar origen. A fin de
cuentas, el muchacho era hijo de Lea y
en sus venas tambin corra sangre de
caudillos. Su presencia en la asamblea
significaba un voto ms, seguramente
influenciable, y ahora que su madre lo
haba nombrado cabeza de familia,
dispona de un rico patrimonio que no se
poda desdear.
Asio se dejaba hacer y no
manifestaba sus verdaderos sentimientos
ni sus opiniones. Tampoco el carcter
combativo que le impulsaba a indagar la
razn ltima de las cosas. Se reservaba
para Alakn, quien deba soportar largas
diatribas sobre esto o lo otro hasta que
le sellaba la boca con la suya.
El amigo estaba entusiasmado con su
transformacin. Ser el hombre de la casa
le haba sentado bien, se le vea menos
lnguido, ms hecho.
As comprenders mejor mi
situacin, siempre pendiente de mis
hermanos pequeos y los pobres
abuelos, tan mayores y tan tristes. A lo
mejor ya no te enfadas tanto cuando no
puedo verte porque estoy ocupado en
casa.
Asio sonrea sentado junto a su amor
mientras con un palo golpeaba los
guijarros del suelo para arrojarlos ms
lejos. Tena razn Alak. En los cuarenta
das ltimos del verano se haban visto
poco y l no se lo haba reprochado.
Esta aceptacin mutua de los deberes de
cada uno deba formar parte tambin de
la madurez que se le haba venido
encima en los ltimos meses.
17

La vida en el
surco

El verano fue abrumador, pero a Asio no


le contagi su galbana sino al contrario.
Haba una excitacin en su vida que le
impulsaba a levantarse de un salto al
despuntar el sol y lavarse con agua fra
para encarar el nuevo da con la ilusin
de un hombre que ha encontrado su
destino. Sola ponerse una tnica corta
que haba pertenecido a Giscn, sujeta a
los hombros con dos broches de nice
rematados por pequeas cabezas de len
y ceida a la cintura con un cngulo de
piel de marta con remaches de bronce.
En las cocinas se detena para calzarse
las sandalias, limpias cada da, y tomar
sus gachas sin dejar que Aurebia, la
cocinera que siempre quera alimentarle
en exceso, se las calentara. Observaba
el cielo desde el patio, coga un par de
zanahorias o una manzana y se diriga a
la cuadra para saludar a Glauco. Su
querido alazn le reciba con relinchos
de alegra, el belfo ansioso por su
golosina diaria, movindose y agitando
la crin ante la perspectiva de otra
jornada de aire libre y galopadas por el
campo recibiendo constantes caricias de
su dueo. Peda que le prepararan la
montura mientras se ajustaba las grebas
a las piernas y se pasaba un peine de
marfil por la cabellera, que sujetaba con
una cinta que le cruzaba la frente. Luego
se cubra con el sago, porque a esa
ahora de la maana todava hacia fresco.
Entonces llegaba el momento de ir al
dormitorio de su madre para darle el
beso de buenos das.
Cuando viva Giscn, Lea se
levantaba mucho antes que ellos y ya
tena la casa y la servidumbre
organizada cuando les pona delante sus
tazones humeantes de leche con avena y
las rebanadas de pan con miel y queso
de cabra. Sin embargo, desde la vuelta
de Asio dejaba pasar las horas metida
en el lecho y apareca a media maana,
desfallecida, parca de palabras, sin
apenas probar bocado, para ir a sentarse
bajo el emparrado del patio y retomar su
labor, un enorme tapiz en el que haba
dibujado la figura de Giscn junto a las
de su propio padre y el abuelo a quien
ella tanto haba querido. No se
preocupaba mucho de los criados,
porque estaba segura de que cada uno
haca lo que tena que hacer. Confiaba
plenamente en el sabio Paukas al frente
de ellos y en la sensatez de Aurebia para
organizar la cocina y preparar las
confituras que solan guardar de cara al
invierno. Para lo dems, deban
dirigirse al seor Asio, l era ahora
lo repeta varias veces al da el jefe
de la casa.
Haba mucho trabajo.
Al nuevo seor le gustaba de buena
maana visitar los campos familiares
ms alejados donde los campesinos
dependientes de su casa tenan
arrendada la siembra y deban contribuir
con un tercio de la cosecha. Su llegada
era un pequeo acontecimiento que los
labriegos saludaban con alborozo,
quitndose los amplios sombreros de
paja y haciendo un alto en la siega para
tomar unos tragos de vino claro,
refrescado en el arroyo, y charlar un rato
con el amo bajo la sombra de alguna
encina aislada.
Cuando empezaba a apretar el calor,
se quitaba el sago y galopaba hacia
alguna de las cinco casas donde vivan
las familias que recogan el ganado. All
eran las mujeres quienes le reciban y
llenaban sus alforjas con tarros de miel
y quesos, mientras le contaban sus cuitas
y conseguan que l les aliviara de sus
contribuciones porque siempre andaban
necesitados. Los conoca a todos, saba
si un hijo haba enfermado y preguntaba
por l, les daba el psame por los
familiares que fallecan y entregaba
saquitos de moneda a quienes
necesitaban comprar telas, aperos o un
semental nuevo.
Si no se haba alejado mucho de la
ciudad, volva para comer con su madre,
aunque prefera continuar con sus
visitas, aprovechar el queso y los
embutidos que siempre le regalaban y
tomar fruta recin granada, mientras
segua con su cintura el paso de Glauco,
que a esa hora tena menos ganas de
correr.
Haca mucho calor pero lo
aguantaba bien. En las horas centrales
del da, cuando todo pareca dormir,
buscaba un recodo del ro en el que
hubiera hierba. Soltaba all al caballo y
le frotaba el cuerpo con la manta,
dejando que Glauco comiera hasta
hartarse y se tumbara un rato mirndolo
con ojos somnolientos. Luego se
despojaba de la tnica, desataba las
sandalias y se sumerga en el agua. Le
gustaba dejarse arrastrar por la corriente
y remontarla luego corriendo para
endurecer los msculos de la espalda y
fortalecer las piernas. A veces atrapaba
algn barbo de buen tamao en las
solapas de las orillas, que envolva
entre hojas para llevarlo a casa, porque
a su madre le gustaba mucho la carne de
ese pescado y as poda verla sonrer
cuando se lo presentaran como sorpresa
en la cena.
La tarde la pasaba en la era y en los
almacenes de grano, organizando la
cantidad que deba molerse y la que
haba que guardar para la siembra o la
comida de los animales. Los das
variaban segn las tareas. Hubo que
recoger las almendras, ms tarde las
manzanas y despus las uvas. En todo
estaba presente y le gustaba ayudar a los
criados a cargar las talegas o guiar el
carro. Todos admitan su presencia con
naturalidad y buen humor, pues no era
habitual que el patrn anduviera todo el
da entre ellos. Claro que tampoco lo
consideraban de la misma casta que los
altivos patricios que los haban
gobernado en las ltimas generaciones.
Algunas veces, al atardecer, se
acercaba hasta casa de Alakn y se
sentaba con los pequeos en la mesa del
hogar ayudndole para que cenaran,
mientras observaba a la abuela moverse
abstrada y al abuelo, siempre en el
mismo sitio, mirndole con ojos
desorbitados y sin decirle nada pero
como si supiera todo. Una vez acostados
los dejaban al cuidado de Litos, el
mayor, que ya haba cumplido diez aos,
y se iban a pasear por la muralla o a
tumbarse en la cueva y entregarse al
amor si an les quedaban fuerzas. Slo
dos veces pudieron ir a cazar en todo
este tiempo, pero entre el enjambre de
amigos que los acompaaron y los
criados remoloneando alrededor, no
pudieron ni cogerse de la mano.

Lleg el otoo, pero la tarea no decreci


como l haba esperado. Haba que
podar las vias, cardar la lana, acarrear
lea, atender la gran cantidad de partos
entre el ganado que ocurran en esa
poca, arreglar cercas, sembrar y echar
estircol en las tierras. En invierno tuvo
que acudir a los bosques del norte donde
la familia conservaba propiedades
extensas, para sealar los pinos que
deban cortarse y seleccionar los
mejores troncos de haya que habran de
trasladarse a los puertos de Levante,
donde se vendan a buen precio antes de
que los cargaran en naves fenicias o
griegas para transportarlos hasta el otro
lado del mar.
Por esos pagos del norte conoci a
Olindros, el administrador cuyo padre y
abuelo ya se encargaban de las talas y
remesas de madera de la familia, un
hombre afable que afortunadamente se
ocupaba de todo y a la vista estaba que
no le iba mal, pues su casa era an
mejor que la de la propia Lea.
Todas las estaciones tenan su tarea
aunque result ser la primavera la de
mayor alivio para sus jornadas. Asio
pas ms tiempo en casa, ayudando a
renovar las flores del patio y sealando
las cosas que haba que arreglar.
Su madre se haba convertido en una
mujer taciturna, lejana, que responda
con frases lacnicas cuando l quera
entretenerla y hacerle salir de su
ensimismamiento. No tena ninguna duda
de su amor, ella se lo demostraba con
pequeos gestos, apretndole la mano o
aprobando con palabras de elogio su
manera de llevar la casa. Pero estaba
ausente. No reciba visitas ni se
relacionaba con sus antiguas amigas. Iba
de la labor al lecho y cuando tena que
salir a alguna ceremonia mandaba que
tapasen con cortinajes oscuros el
carromato para que nadie la viera.
Pocos das despus de la fiesta de
solsticio, Asio cumpli diecisiete aos.
Para agasajarle, los miembros del
Areopago le enviaron como presente la
toga ceremonial, con dos ribetes de
prpura, que habra de llevar en
adelante durante las ocasiones
especiales. Aunque l no quiso que
hubiera ninguna celebracin en casa, por
respeto al luto de su madre, Lea orden
que se sacrificaran corderos recentales
para distribuir entre criados, vecinos,
familiares y amigos. A l le entreg el
torque que Giscn haba ganado junto a
Istolacio.
Ahora debes ser t quien lo
lleves. l lo hubiera querido as.
Ella misma se lo coloc. Se haba
puesto alea en los ojos y tintura de
ncar en los labios para estar ms
hermosa, como cuando era una mujer
feliz en compaa de sus dos hijos.
Te quiero mucho, madre.
Y yo a ti, hijo mo, y yo a ti.
Tienes que perdonarme si no te hago
todo el caso que debiera. Me faltan las
fuerzas. Y el nimo. Estoy todo el da
como agotada
Lea quera disculpar su estado de
postracin que le impeda interesarse
por las cuestiones cotidianas, pero no
pudo continuar porque Asio haba
rodeado con los brazos su cintura y la
miraba sonriendo.
Perdonarte dices? Todos los das
doy gracias a Tanit por haberme dado
una madre como t. Mi primer
pensamiento del da es preguntarme
cmo estars y cuando me acuesto te
deseo felices sueos aunque est en mi
habitacin.
Hijo
Te quiero, madre, como quieren
los hombres para quien su madre es el
ser ms sagrado, la mejor verdad
cuando acaba el da.
Asio
No quiere perderte, madre.
Comprendo tu dolor, tu luto, pero no
dejes que te arrastre a la desesperacin
ni que te quite las ganas de vivir. Yo he
salido tambin de tus entraas, formo
parte de ti. Te necesito.
Lea baj la cabeza, como una nia
que estuviera siendo reprendida.
Contuvo su emocin y abri la boca
varias veces, pero un mohn se la volva
a cerrar. Asio levant su cara
suavemente y la mir con aquellos ojos
tan parecidos a los de Aristaco,
cargados de ternura. Al fin ella habl
con un hilo de voz, dejando caer las
palabras como si tuvieran peso,
desvelando pensamientos que haban
estado agazapados en su corazn.
Te quiero ms de lo que puedes
imaginar, Asio, hijo mo, aunque no te lo
demuestre desde que muri Yisco. No
no es slo dolor lo que atenaza mis das,
ni la ausencia amarga. Eso puedo
superarlo. Es que siento que he que he
fracasado.
Asio apart la mano de su mentn y
la sujet por los hombros, alarmado.
T? En qu podras haber
fracasado t, madre?
Haba rabia en el tono de Asio. En
todo caso habra fracasado l, al no
poder convencer a su hermano para que
conservara la vida. O el propio Giscn,
tan ingenuo en su sacrificio. Y sobre
todo el pueblo arvaco, con su vana
persecucin de los laureles de la gloria
y sus altivos linajes empeados en el
culto a la guerra, tan insensatos en la
admiracin hacia las proezas de sus
guerreros, como dciles creyentes del
supuesto poder de los muertos.
Los ojos de Asio se vaciaron de
ternura hasta mostrar la ansiedad que le
provocaban las palabras de Lea. Ella,
medio zarandeada por l, sujetndose la
frente con las manos, trat de
responderle con palabras claras aunque
estaba convencida de que no podran
explicarle por completo sus
sentimientos.
Yo siempre trat de inculcar a tu
hermano el sentido de la dignidad ante
las situaciones difciles de la vida y es
posible que l tuviera demasiado
desarrollada esa idea sin que yo me
diese cuenta. El honor y toda esa
palabrera que tanto hemos escuchado en
los ltimos meses, puede que l lo
sintiera de forma exagerada como
muchos hombres. Eso era lo ltimo que
yo deseaba, cuando le deca que la
dignidad se encuentra en la verdad, en
ser sincero consigo mismo y no hacer
dao a los dems. Que era indigno
dejarse llevar por la ira o por pasiones
ajenas para cometer abusos, como suele
ocurrir en la guerra. Quise que
prendieran en l las ventajas de la razn,
el amor por la libertad, el respeto por la
vida aqu hizo un silencio, se apart
un mechn de pelo y mir a su hijo con
una pena infinita. Pero nada de esto
cumpli cuando decidi inmolarse,
poniendo su maldito honor por encima
del dao que nos hara para el resto de
nuestras vidas hizo una pausa, pero
decidi continuar: Adems, yo
renunci al amor de tu padre por velar
ese honor suyo y los derechos
patriciales que le pertenecan por
primogenitura. No quise que Aristaco
me redimiera de esta vida de mujer sin
marido por l y as me lo ha pagado.
Pero an puedes hacerlo.
Dejemos todo y vayamos a vivir a
Emporin. O csate con l y que venga
con nosotros. l tambin te ama, madre.
Asio haba abandonado su
vehemencia, trastornado por los
argumentos de su madre que le parecan
tan ciertos como a ella, pero no poda
resignarse a dejar que se amargara con
la hiel de la decepcin.
Irme con l? Y qu iba a
ofrecerle, una mujer avejentada, roda
por el desconsuelo? Tu padre es un ser
que merece algo mejor, una persona feliz
con gusto por la vida.
Tambin es un hombre que
necesita amor.
Para eso ya tiene a su gente en
Emporin, sobre todo a Graco, que nada
le pide y en todo le ayuda.
Lo lo conoces? Asio estaba
realmente sorprendido de que su madre
hablara con tanta naturalidad del amante
de su padre.
No, pero tu padre me habl mucho
de l.
Csate con Aristaco, madre!
Estoy seguro de que aceptara.
Y que viniera a vivir aqu? Un
griego criado en Esparta que huy de la
guerra? Nos haran la vida imposible y
l acabara odindolos a todos, incluso
a m.
Madre, te lo suplico piensa en
m. Soy tambin tu hijo.
Claro que s, tesoro. Y s que t
nunca me traicionaras. S que nunca
No pudo ms. Comenz a llorar con
la frente apoyada en el pecho de su hijo.
Un llanto que l haba esperado y nunca
haba visto desde que le entreg las
cenizas de Giscn. Impresionado al
verlo surgir por fin, aunque aliviado por
sentirla ms cercana, le acarici la
cabeza.
Nunca te decepcionar, madre.
Lucharemos juntos por lo que creemos.
Sabes?, el prximo verano vamos a
pasarlo con Aristaco en Emporin,
acabo de decidirlo, para eso soy el
cabeza de familia ella sonri con ojos
llorosos. Dejar que Paukas se ocupe
de la siega y todo lo dems. Quiero
verte feliz all, ya vers, te gustar
mucho. El mar est al lado y nos
baaremos todos los das. Nunca has
visto el mar no, madre?
No, hijo, nunca he visto el mar.
Yo te llevar. Iremos con Alakn.
l es mi Graco.
Lo dijo con naturalidad, empujado
por aquella atmsfera de confidencias y
total honestidad.
Lea se limpi los ojos con el
vestido. Mir a su hijo con una sonrisa
limpia, despejada.
Ya lo saba, tesoro.
18

Llama
indortas

Durante la primera luna de agosto,


cuando las espigas yacan en los campos
acostadas en gavillas y slo quedaba
llevarlas a la era, Asio quiso poner en
prctica su plan y convencer a su madre
para que fueran unos das a visitar a
Aristaco.
Podrs refrescarte en el mar y
despejar tu espritu con los amigos de
padre, all en Emporin. Son muy
divertidos y sabrn apreciar a una mujer
inteligente como t.
Es pronto todava, hijo. Deja que
mitigue mi duelo a solas. Parecera una
tonta o, lo que es peor, una viuda triste y
aburrida.
No digas tonteras, madre. T
nunca sers aburrida. Lo que tienes que
hacer es arreglarte ms, como hacas
antes. All hay muchas casas de
mercaderes con afeites y perfumes que
te volveran loca. Con el sol y el mar
recuperaras el brillo de tu piel y se te
encenderan de nuevo los ojos.
Era cierto que la mirada de Lea
estaba ms apagada, que haban
aparecido surcos alrededor de sus ojos
y tena las comisuras de la boca hacia
abajo, dndole una expresin de
amargura que antes no exista. Los
mechones grises de sus cabellos
tampoco ayudaban a mejorar su aspecto.
El cambio haba sido demasiado rpido,
tan drstico que no pasaba
desapercibido para nadie. Pese a todo,
segua siendo una mujer hermosa con
una figura perfecta. La mirada triste, las
canas y las arrugas le prestaban una
nueva belleza, gastada, que provocaba
cierta piedad.
Te agradezco tu preocupacin por
mi aspecto, que ya s que es deplorable,
pero esperemos un ao ms, mi bien. Te
prometo que en la primavera que viene
empezar a cuidarme y estar como una
jovencita. Van a saber esos griegos
quin es la seora Lea!
Bravo por mi madre!, pens
Asio. Aquello era ms de lo que
esperaba conseguir. Ms alegre, volvi
a su rutina; los das pletricos de sol
atravesando los campos con Glauco,
detenindose bajo los rboles para
hablar con los aparceros, bandose en
el ro; las tardes en la fresca sombra de
la panera y el emparrado; el atardecer
con Alakn.
Era un sistema de vida perfecto.
Slo haba que seguir el orden natural
de las cosas. Sus temores de ser
relegado frente a su hermanastro, su
existencia errtica hasta el ao anterior,
sin objetivos, haba terminado para dar
paso a una situacin en la que se senta
ms autntico, mejor, libre y a la vez
comprometido. Los criados le trataban
con carioso respeto, en el Consejo
tenan en cuenta sus palabras, las chicas
le miraban con inters y algunos chicos
tambin. La vida pareca sonrerle, a
pesar de todo.
Ese poda ser su futuro, por qu no?
Ocuparse del patrimonio de su casa
llenaba sus das. Tena a Alakn y
aunque tuvieran que seguir ocultando su
amor, no le importaba que su pasin
fuera clandestina. Slo en las
ceremonias del solsticio le creca una
ansiedad que no acertaba a explicarse.
Haba probado el soma sagrado en la
ltima celebracin y le asust el cmulo
de sensaciones y mundos que
experiment durante el ritual. Se sinti
solo, con una soledad imposible de
remediar, como si fuera una estrella
errante en medio del Universo.

Cuando pas la vendimia y comenz a


encenderse el fuego del hogar, un suceso
vino a trastocar su mundo de equilibrio
y aspiraciones. Indortas se haba
reorganizado y desde la Betuna cltica
lanzaba un desafo blico ms osado que
los anteriores. Haba reunido una fuerza
numerosa de cincuenta mil guerreros
dispuestos a seguirle. Queran liberar el
territorio entre los ros Anas y Betis y
preservar para la Celtiberia las minas
que se gobernaban desde Cstulo. En su
fuero interno, el joven caudillo deseaba
sobre todo vengar la muerte de Istolacio
pues esa era la forma de cumplir con su
juramento de primer devoto. Tantos hubo
que comprendieron su afn que las
riadas de guerreros prestos al combate
eran interminables por las serranas de
la Beturia.
Al cuerpo expedicionario de
Amlkar le llegaron las nuevas al pie del
Pirineus, la agreste columna montaosa
que haba elegido como lmite de sus
aspiraciones territoriales al norte de la
Pennsula y donde, de acuerdo con
Asdrbal, pensaba erigir una cadena de
bastiones de refuerzo.
As estaba, entregado a la tarea de
estratega que tanto le gustaba, cubierto
de pieles por el fro reinante y rodeado
de planos en la tienda mayor, cuando
apareci Asdrbal con semblante serio,
portador de las noticias que iban a
desbaratar sus planes de pacificacin.
Qu ocurre, hijo?
Desde que cruzaron el ber, Amlkar
haba endulzado su habitual carcter. La
respetuosa acogida de los pueblos
beros de la zona le hizo olvidar
pasados sinsabores. Apreciaba cada vez
ms la labor de entendimiento sostenida
por de su yerno, que le haba hecho
ganar mucho terreno sin disparar un solo
arco. Ya no lo trataba con fra
desconfianza ni lo obligaba a caminar
detrs de l cuando estaba entre las
tropas, sino a su lado, para que todos
vieran que su genio militar se apoyaba
en la sagacidad poltica. Adems, el
muchacho lo mereca. Sus constantes
cuidados le haban hecho mejorar de
salud y hasta de humor. As le haca
creer tambin que lo vea como sucesor,
aunque en el fondo era incapaz de
imaginarlo. Ese momento le pareca an
demasiado lejano y cuando llegara, ya
estara hecho Anbal, el hijo adorado y
su gran debilidad, la nica, pues al
pequeo Asdrbal y a Hann, los hijos
menores, no los consideraba demasiado.
Algn percance? Traes mala
cara.
Peor que eso, mi seor. Graves
noticias.
Amlkar hizo una sea a dibujantes y
a criados para que salieran. A los
estrategas que lo acompaaban les
orden quedarse. Pausadamente, se
dirigi a un trinchero cercano para
beber una copa del licor de endrina que
le haban regalado los naturales de la
zona y tanto apreciaba. Luego se sent
en su butacn, se mes la barba varias
veces y apoy los codos con las manos
bajo el mentn, adoptando un aire de
paciente monarca. Aquella conducta
cortesana formaba parte de su esforzado
teatro, una forma de exteriorizar el
deseo de comportarse como un sufete
sobre el inmenso pas que estaba ya bajo
su frula, dejando atrs al jefe militar,
ansioso y violento.
Asdrbal miraba esquivamente a los
otros, que lo observaban alarmados.
Dudaba entre presentarle los hechos
consumados o hacerlo de manera
gradual, pero al observar el gesto
impostado de su suegro, no pudo evitar
decirle la verdad, descarnadamente.
Se han levantado tropas contra
nosotros al norte de la Turdetania.
Suman varias decenas de miles, entre
lusitanos, vetones y otras tribus clticas
de la Beturia. Los manda Indortas, el
caudillo que acompaaba al rgulo
Istolacio.
Amlkar hizo chascar sus nudillos y
golpe con sus puos los brazos del
sitial.
Desgraciado hijo de perra! No
debimos dejarlo escapar con vida.
No lo dejamos. Huy.
Pues an peor. Es que no han
tenido bastante esos celtas ignorantes?
Ms les valdra arar sus tierras y
dedicarse a fundir los metales, que es lo
mejor que saben hacer. Viviran felices
con nosotros como dueos, igual que la
gran mayora de los beros. Pero no,
tienen esa brbara costumbre de vengar
a sus jefes y entregarse a combates sin
esperanza para salvar su honor y honrar
la memoria del caudillo, o contentar a la
diosa de los infiernos, o lo que
demonios sea. Por las garras de
Baal! Varias decenas de miles,
dices?
S, mi seor.
Amlkar se levant y comenz a
andar arriba y abajo por la tienda con
las manos a la espalda. Los flecos de
oro de su tnica golpeaban con
violencia las patas de las sillas y las
mesas a su paso. Sus intentos de
gobierno benevolente estaban destinados
al fracaso. Haba sido demasiado
confiado, ingenuo al pensar que la
alianza con los beros iba a despejarle
el camino a los territorios del interior y
del oeste. No haba ms remedio que dar
un gran escarmiento. Tena que
consolidar las conquistas y levantar una
ciudad propia, una sede de gobierno y
mando militar donde reunir sus
elefantes, fabricar mquinas de guerra y
canalizar las operaciones de embarque
de plata hacia Cartago. Era evidente que
el pretendido sufete pacificador estaba
transformndose de nuevo en el caudillo
cuyo nombre haca temblar las ciudades
spanias, los palacios de los senadores
cartagineses, las columnas dricas de
los templos en Siracusa y la misma
colina Palatina de la Repblica Romana.
Asdrbal y los dems generales
asistan impertrritos a su
transformacin, adivinando lo que bulla
en su cabeza. Finalmente, Amlkar se
detuvo, los mir a todos y empez a
impartir rdenes.
Que recojan los mapas y vayan
guardando mis enseres. En tres das
quiero todo el campamento en marcha.
Volvemos hacia el sur, mis leales
generales. Esta vez no habr piedad.
Estos condenados celtas recordarn a
Amlkar Barka por los siglos de los
siglos.
Doce mil hombres bien pertrechados
y descansados, junio a doscientos
elefantes y un sinfn de mquinas de
guerra, esclavos y animales de carga,
carne y leche, comenzaron el descenso
por el levante peninsular siguiendo a
pocos estadios el mismo borde del mar.
Tras cinco das de marcha, el ejrcito
acamp para vivaquear cerca de una
pennsula donde layetanos y cesetanos
tenan un mercado en el que
intercambiaban sus mercancas y
compartan un puerto que tambin
utilizaban los griegos de Emporin,
cuando la navegacin as lo dictaba. En
aquel lugar estratgico, de clima suave y
excelente comunicacin martima con
los griegos de Massalia y los pnicos de
Eybissa, Amlkar decidi establecer una
ciudadela fortificada estable a la que
llam Akra-Leuka en honor al linaje de
los Barca.
Todas las tribus beras fueron
advertidas de la prxima campaa.
Amlkar peda hombres, caballos, grano
y una buena cantidad de espadas. Los
pueblos que vivan en todo el arco
levantino del mar Interior escucharon a
los emisarios desgranar sus peticiones
sin protestar. Saban que no tenan
alternativa y aunque la mayora busc
toda clase de excusas para aportar lo
menos posible, optaron por ceder a las
pretensiones pnicas, a fin de cuentas
era mejor enviar guerreros como
mercenarios que perciban soldada que
arriesgarse a terminar como esclavos.
Adems, Asdrbal les haba prometido
liberarlos de tributos y dar prioridad a
sus mercancas en el comercio martimo,
ahora que haba crecido tanto.
Cientos de hombres llegaron de sus
aldeas en las dos semanas siguientes, el
plazo mximo concedido. All haba
lacetanos, indigetes, ausetanos,
cerretanos, ilergetes, sedetanos y hasta
un destacamento voluntario de lusones,
que pretenda congraciarse con al
caudillo pnico y compensar la mala
cosecha del ltimo ao con el salario de
sesenta de sus mejores jvenes.
Muchos de ellos no saban manejar
con habilidad la espada larga y mucho
menos la lanza. Los capitanes tuvieron
que adiestrarlos a marchas forzadas e
instruirlos en el movimiento compacto
con los escudos pegados al cuerpo o
formando tortuga. Se encendieron
ochenta hornos en Barcino para
proveerlos y un batalln de herreros
hizo turnos agotadores golpeando en los
yunques para templar el famoso hierro
spanio, fabricando miles de puntas de
flecha y lanza, cascos, grebas y
muequeras. En pocos das los obreros
haban levantado dos grandes naves para
almacenar carne en salazn, embutidos,
sacos de harina, tinajas de aceite y
dems provisiones. Durante el tiempo
que duraron los preparativos, dos lunas
y un cuarto menguante, la ciudadela se
convirti en una urbe de actividad
desbordada en la que no faltaban
ladronzuelos dispuestos a aprovechar
los descuidos de los aldeanos o
meretrices llegadas de distintos puntos.
La noche era un infierno entre el barritar
de los elefantes encerrados y el
martilleo incesante de los herreros
provocaban un fragor que impeda
conciliar el sueo. Haba un ambiente
inquietante, un ir y venir por senderos
que se abran a medida que llegaba ms
gente. Se palpaba una atmsfera de
vigilia entre el frenes de los que
trabajaban en las fraguas, fornicaban en
la oscuridad o jugaban a las tabas
bebiendo y jurando en torno a las
fogatas que jalonaban la noche.
Los jefes y oficiales pnicos
instalaron sus tiendas junto al pabelln
de los Barca, varios estadios al sur de
aquel ncleo infernal.

Tambin en las tierras del interior la


actividad era incesante. La llamada de
Indortas haba calado hondo entre las
tribus celtas, que slo esperaban la
oportunidad para poner en prctica los
acuerdos de Cauca. La consigna era
contener a los pnicos, liberar el
territorio entre los dos grandes ros
meridionales, conservar los filones
argentferos y no consentir que Amlkar
devastara las poblaciones llevndose
sus mejores hombres.
El gran caudillo Argauri, que haba
tomado el ttulo de rey de los vacceos,
reuni a orillas del Durius a los
guerreros ms avezados entre los
vetones y carpetanos para ofrecerles un
pacto de lealtad a su persona a cambio
de tierras. Quienes aceptaran,
marcharan con l hacia Cstulo para
unirse a los hermanos arvacos y desde
all iran al encuentro de Indortas y su
formidable ejrcito. Argauri, un hombre
que saba ganarse la voluntad de los
guerreros y era hbil con las palabras,
concluy la arenga que pronunci en
Simankas con una llamada que cal
hondo en todas aquellas tribus que no
haban cado bajo la frula cartaginesa:
Celtas de Spania! Nadie os robar la
libertad. Haced honor a vuestro
nombre![2].
El pueblo arvaco, por su parte,
convoc una asamblea de patricios en
Clunia para decidir qu clase de ayuda
prestaran a la causa y si deba ser
remunerada o no, pues muchos pensaban
que esta vez era ms prudente
mantenerse neutrales frente a Cartago y
obtener ganancias de su solicitada
colaboracin.
De esta manera podemos lograr
beneficios materiales y polticos y no
arriesgamos nuestras ciudades, que
podran ser saqueadas en caso de
derrota.
As habl Laurio de Numantia, un
rico comerciante que tena bosques en el
norte y minas en el sur.
Y quin crees que iba a
pagarnos? respondi el rgulo Istrio
de los pelendones. Indortas? No me
hagas rer, Laurio. El joven caudillo
necesita hasta la ltima pepita de cobre
para su ejrcito.
Lo que nos pide es nuestra ayuda
de hermanos para una lucha que nos
atae a todos. Esta guerra no es un
negocio del que podamos sacar partido.
Nuestra ganancia es la libertad.
Eso, as se habla!.
Varias voces de asentimiento se
dejaron or en la asamblea, apoyando
las palabras del anciano Bern, un
antiguo general de Tiermes que haba
luchado en multitud de ocasiones como
mercenario cobrando sus buenos dineros
pero al que le repugnaba la idea en esta
ocasin.
Asio escuchaba en silencio y a cada
intervencin senta un estremecimiento.
Haba sido convocado como los dems
patricios y estaba all de mala gana. A
medida que avanzaba el debate,
recordaba su estancia con Giscn en la
campaa de Istolacio; no poda olvidar
la derrota inesperada, los muertos, el
cautiverio y martirio del caudillo y la
inmolacin de su hermano; tampoco los
gritos entusiastas en la vspera de la
batalla, el terco convencimiento de que
ganaran a aquel demonio de Amlkar
que haba demostrado claramente su
superioridad militar. Tampoco en este
momento haba nadie que advirtiera de
una posible derrota, todos los clculos
se hacan sobre la certidumbre del
triunfo.
El admirable Indortas, haciendo
honor a su condicin de caudillo
juramentado, ha sido capaz de reunir un
ejrcito tres veces mayor al de Amlkar.
Si nos unimos nosotros, llegaremos a
cuatro, cinco veces ms. Nuestra fuerza
ser arrolladora y podremos vencer al
tirano sentenci Beronio.
La voluntad de ir a la guerra se iba
abriendo camino cada vez con menos
resistencia. Quienes ponan trabas o
intentaban zafarse eran abiertamente
tildados de cobardes o egostas. Asio
senta ganas de vomitar, la cabeza le
daba vueltas. Comprenda demasiado
bien a quienes queran presentar batalla,
pero no poda dejar de pensar que era
una decisin descabellada.
Asio regres de Clunia rezagado, un
da ms tarde, sin querer compartir con
los suyos la excitacin de la guerra.
Nada ms llegar a la ciudad, fue a
buscar a Alakn. Dejaron a los nios al
cuidado de la sobrina Enara y se
dirigieron a la cueva. Asio necesitaba
silencio, que Alak le comprendiera y
aliviara su angustia como l saba
hacerlo.
Pero su anda tena una opinin
distinta de la campaa y no pudo
ocultarlo.
Se trata de nuestra libertad, no te
das cuenta? A veces la guerra es
necesaria para defenderse.
Asio quera explicarle que lo
entenda perfectamente pero que le
hastiaba que la guerra presidiera sus
vidas. Haba muchas ms cosas en el
mundo, tanto por hacer y disfrutar.
Las guerras traen dolor, hurfanos,
campos arrasados, ciudades destruidas.
No podramos acaso llegar a un
acuerdo con Amlkar, negociar la paz?
Ests loco? l no quiere la paz.
Slo busca el dominio absoluto.
Asio permaneca cabizbajo, jugando
con un palo como sola hacer. Alakn
intent atraerlo, distraer su mente. Quiso
tentarle con caricias, llevarlo al interior
de la cueva para hacerle suyo, pero Asio
lo rechazaba con gestos bruscos. Tras
unos momentos de forcejeo, Alakn se
levant enojado y se fue sin decir
palabra.
El Consejo de Ancianos de Tiermes
no tard en tomar una decisin. La
ciudad mandara un destacamento de
ciento ochenta hombres, diez carretas de
provisiones y la mitad de las armas
disponibles. Para que pudiesen actuar
con agilidad en caso de escaramuzas, el
batalln lo mandaran doce capitanes a
razn de quince guerreros por unidad.
Antes de llevar sus conclusiones a la
asamblea, el Consejo eligi a los doce
entre patriarcas de cuarenta aos,
segundones de treinta que hubieran
demostrado su vala y jvenes
primognitos, para que tuvieran su
primera experiencia guerrera al cuidado
de los mayores.
Uno de los elegidos fue Asio.
l se enter en la reunin del
Areopago, cuando el pontfice fue
nombrando a quienes tenan el honor
de comandar las tropas. Se qued
petrificado pues en absoluto esperaba su
designacin.
Comenz el turno de aceptaciones.
Hubo uno, Korkontes, que se excus
porque su mujer acababa de dar a luz y
estaba enferma; su razn fue aceptada y
tom el relevo su primo Arice. Cuando
le toc a Asio, su madre tuvo que
empujarlo para que se levantara.
Escuch la frmula de aceptacin con la
mente en blanco, mirando fijamente a
Alakn que una fila inferior y vuelto de
espaldas no le quitaba ojo. Tras un
breve silencio expectante en que not la
atencin de todos clavada en l, fue la
propia Lea quien se levant, descubri
su cabeza y con aquella dignidad que
muchos crean perdida, dijo:
Aceptamos el honor que hace a
nuestro linaje el Consejo y as lo
ratificamos ante el Areopago. Que el
padre Lug os proteja a todos y Decertius
os infunda valor en la batalla.
Estaba hecho.
Sin que l pudiera decidir o
argumentar.
La asamblea se disolvi entre
aclamaciones y abrazos entre los
designados. Asio tena tal semblante que
nadie se atrevi a darle la enhorabuena.
Saban muy bien por lo que haba
pasado y la mayora pensaba que para l
significaba una magnfica oportunidad
para honrar la memoria de Giscn y
hacerse valer, ahora que el Consejo
haba reconocido implcitamente sus
deberes y derechos como
primognito del clan.
l camin junto a su madre de vuelta
a casa, sin mirarla ni saludar a nadie. Al
poco rato se les uni Alakn, que hizo
un guio a Lea y pas su brazo por
encima de Asio. El muchacho tena
lgrimas en los ojos.
Es que no te das cuenta hijo mo?
El Consejo te ha reconocido como
sucesor de los Ulones. No puedes
negarte porque la desgracia caera sobre
nuestra casa. Todo lo que tienes que
hacer es ser cauto en la batalla y no
exponerte demasiado. Estoy segura de
que Giscn estar satisfecho en el
paraso de los hroes. Alakn, te lo
ruego, qudate a comer con nosotros.
Al llegar a casa, encontraron a los
criados esperando en el prtico,
perfectamente ordenados segn rango y
edad, para recibirlos cantando el himno
del guerrero. Uno de los nios, el
pequeo Aleko, se adelant llevando en
sus manos una corona hecha con
pmpanos de vid que Asio acept,
agachando su cabeza para que se la
colocara. Fue el nico momento en que
se le vio sonrer. Antes de que cruzaran
el umbral, el viejo Paukas fue hacia l,
se arrodill a su paso y le abraz las
piernas.
Vamos, Paukas, levanta, an no he
hecho nada.
S, mi seor. Devolver el honor a
esta casa y haceros digno de vuestro
linaje.
El rostro de Asio volvi a
endurecerse. Tomando los ramilletes de
flores que le ofrecan las jvenes y las
mujeres entr en la casa antes que nadie,
precediendo por primera vez a su
madre. Senta alivio al tener con l a
Alakn, aunque le mortificaba su
evidente adhesin a la causa.
Cuando se dirigieron a la mesa para
almorzar, Asio vio horrorizado que el
sitio de honor que vena ocupando desde
haca dos aos haba sido adornado con
guirnaldas de laurel y flores de acacia.
En ese momento se dio cuenta de que su
madre y los sirvientes ya saban su
designacin de antemano. No dijo nada,
aunque mir severamente a Lea. Era la
primera vez que lo haca desde que
volvieron del Areopago, y ella baj la
cabeza entretenindose con los pliegues
de su vestido para sentarse con
correccin mayesttica, sin esperar a
que lo hiciera l.
De modo que haba recuperado su
dignidad matriarcal, ahora que l haba
sido reconocido. Asio iba de sorpresa
en sorpresa. Al sentarse, descubri el
torque sagrado de Giscn rodeando su
plato. Anonadado por la catarata de
seales, smbolos y acontecimientos que
l no haba pedido ni tampoco deseado,
incluyendo el reconocimiento de
legitimidad que las autoridades de la
ciudad le haban otorgado ms por
inters y clculo que por justicia hacia
su condicin, a punto estuvo de estallar
en clera y arrojar el torque contra la
pared, pero se contuvo, sigui callado y
se limit a tomar el recio collar que tan
bien conoca, observarlo de cerca, besar
sus pequeas cabezas de len y volverlo
a poner sobre la mesa.
Le pareca increble tal
confabulacin de cosas para sacarlo de
la vida que tanto le agradaba, sin pedirle
siquiera su parecer. Por lo visto, las
cosas eran as en el mundo de los
legtimos. Te asignaban unas
funciones que estaban por encima de tu
voluntad. Decidan que tenas que ir a
exponer tu vida por una lejana causa que
ya haba provocado la mayor tragedia de
tu vida y se supona que debas estar
agradecido y sentirte muy honrado.
Los sirvientes haban servido ya el
segundo plato entre el silencio de los
tres comensales: un guiso de codornices
con mejorana y tomillo, envueltas cada
una en una suerte de nidos hechos con
pasta de trigo, huevos de pava, leche de
yegua, zumo de grosella y semillas de
ajonjol, el plato preferido de Asio en
aquella poca. Despus de mordisquear
el primer muslito, desdeando el
exquisito hojaldre, no pudo ms y dijo
lo ltimo que le vino al pensamiento. No
result lo ms apropiado en aquel
momento ni era en absoluto delicado,
tampoco cuadraba a su carcter apacible
poco dado a exabruptos groseros.
Y si me matan, qu? Quin ser
el primognito? El fiel Paukas, supongo,
porque no creo que a Alak se lo
permitan.
Lea se levant del asiento con cara
de susto y sali de la estancia tapndose
el rostro con las manos. Alakn dej de
comer. Con los brazos sobre los muslos
y la mirada baja, comenz a llorar sin
hacer ruido. Asio no estaba seguro de
haber visto alguna vez las lgrimas
brotar de sus ojos, y menos como
aquellas que ahora contemplaba entre
horrorizado y satisfecho por haber dicho
una verdad incuestionable, aunque
causara esa quiebra en el slido Alakn.
Alak comenz a decirle
acercndose a l perdname, yo no
quera herirte Es la inquietud, no s
qu pensar de todo esto. No deseo
abandonar Tiermes ahora, abandonar la
vida que tengo. Y menos para ir a la
guerra.
Alakn levant la cabeza y dej que
su amigo lo viera con los ojos
arrasados.
Puede que sea simplemente
cobarda.
Esta vez fue Asio quien puso cara de
susto. Lentamente, se volvi de espaldas
y se dirigi hacia otra de las puertas del
saln, la que daba a las cocinas y las
caballerizas. Quera montar sobre
Glauco, galopar por la campia hasta
alejarse y llorar l solo, todo lo que le
peda el nimo, agarrado al cuello de su
querido caballo.
Te quiero con toda mi alma, Asio,
nunca lo olvides, se le oy decir a
Alakn casi como un murmullo, mientras
se quedaba all, solo, sin saber qu
hacer, paralizado por una amarga
aprensin.
19

Un eslabn en
la cadena

En diez das todo estuvo dispuesto para


la partida del batalln conjunto que se
reuni en Segbriga, la sede arvaca del
pontfice mximo. Sumaban cerca de
ochocientos guerreros, una cifra
cuantiosa que slo se haba superado
haca cuatro generaciones, cuando las
grandes disputas entre belos y lusones
que los arvacos haban logrado inclinar
a favor de los primeros, aportando una
fuerza mercenaria de ms de mil
combatientes.
Atrs quedaron las cinco ciudades
de la confederacin celtbera que haban
aportado combatientes y pertrechos:
Tiermes, Numantia, Clunia, Segontia y la
propia Segbriga. La larga columna de
guerreros, abrigados con sayos de lana
compacta y calzas de piel de oso,
cruzaron los montes ibricos en
direccin al sur. Amlkar, con un
ejrcito de mayora pnica y numerosas
aportaciones ibricas entre voluntarios
mercenarios y prisioneros forzados,
abandonaba tres das despus Akra-
Leuka con su recua de elefantes y una
imponente maquinaria blica.
En el campamento de Indortas
reinaba el optimismo. Durante los
ltimos doce das no haban dejado de
llegar refuerzos desde los cuatro puntos
cardinales, dispuestos a frenar el poder
de Cartago en Spania.
A pesar del rechazo que le produjo
participar en la campaa, Asio encaj
con naturalidad entre sus compaeros.
Su carcter alegre se impuso al recelo
inicial. Resignado a cumplir los deseos
de su madre, estaba decidido a salir lo
mejor parado posible de la aventura. En
las quince jornadas que dur la travesa
hasta donde esperaban concentradas las
fuerzas rebeldes, hizo amigos entre las
escuadras de las otras ciudades y se hizo
notar en los fuegos de campamento
bebiendo como el que ms y cantando a
pleno pulmn. Ya se una a quienes
coreaban el nombre de Indortas cada vez
que levantaban el pellejo de vino y por
las maanas, sobrio y digno como un
general, conduca su escuadra de manera
impecable cuidando de que no se
abrieran brechas y llevando a los suyos
por los mejores senderos. El celo que
da a da demostr le fue ganando
aprecio entre los mayores. Su
implicacin en las conversaciones sobre
estrategia con los jefes de otras
escuadras y la atencin constante a todos
los guerreros arvacos fueran de la
ciudad que fueran y, sobre todo, su
condicin de hermano del hroe, algo
que aunque no se dijera todo el mundo
tena presente, hicieron que el resto de
patricios le eligiera rgulo de los
arvacos para representar al pueblo
celtbero ante Indortas y sus generales.
Aunque tena slo dieciocho aos haba
demostrado unas dotes extraordinarias
para el mando con una mezcla
equilibrada de inteligencia, firmeza,
consideracin y paciencia. En realidad,
todas esas cualidades no eran ms que el
reflejo de su conocimiento precoz del
alma humana. Su capacidad de
observacin, la costumbre de
reflexionar con serenidad sobre
cualquier cosa, las conversaciones con
Aristaco y las metdicas enseanzas de
Lea, incluso las disputas con Alakn,
haban desarrollado su natural
perspicacia hasta el punto de sobrepasar
en juicio y ponderacin a muchos
hombres maduros.
El nombramiento le sorprendi
llenndole de ntimo orgullo. Pens en
su madre, a cuya dignidad recuperada le
sentara muy bien conocer la noticia. Y
en Alakn, que tal vez no estuviera tan
descaminado cuando le reproch lo que
crey cobarda y que l mismo vea
ahora ms como egosmo propio de un
chico acostumbrado a hacer siempre su
voluntad.
Cmo estara Alak?
Asio no haba pensado demasiado en
l ltimamente, distrado con la continua
actividad de la expedicin. Despus de
la tormentosa comida en la que le dej
solo no haban vuelto a verse durante
das, hasta que volvieron a encontrarse
en la cueva una tarde que cada uno fue
por su lado movidos por la misma
necesidad de reencontrarse. Ambos se
excusaron y trataron de comprenderse
mutuamente, se amaron con ms dulzura
que otras veces y estuvieron largo rato
uno en brazos de otro, sin apenas decir
nada. En apariencia se haban restaado
las heridas, pero Asio tena la impresin
de que se haba abierto una brecha, una
grieta por la que el recelo poda colarse
y envenenar su relacin.
Tena que admitirlo, tal vez los
recuerdos de su amante hubieran
palidecido por la constante atencin de
Plukstor, un numantino de su edad con
el que intim desde que salieron de
Segbriga y con quien sola cabalgar a
menudo. El chico no se recataba en
alabarle cuando se quedaban a solas,
aunque en presencia de otros se
mostraba siempre muy discreto. Estaba
pendiente de l y de noche merodeaba
con ojos de deseo cerca de donde se
echara a dormir, pero Asio no se senta
dispuesto a romper fcilmente su
fidelidad a Alakn. Demasiadas cosas
estaban ya cambiando en su conducta
como para aadir otra, pens, en un
esfuerzo por encontrar el definitivo
argumento que le hiciera resistir la
atraccin, y las erecciones, que le
provocaba la cercana del numantino.
Mientras tanto, corresponda a las
atenciones de Plukstor con gestos de
amistad y le devolva los halagos, pero
no daba muestras de querer ir ms all
aunque a veces, cuando se lavaban cerca
de una corriente, observaba con
admiracin su cuerpo de atleta, dulce y
rotundo, sin apenas vello y
perfectamente formado. Entonces se
daba cuenta de que le gustaba de verdad,
incluso ms que Alak, y se senta como
uno de esos degenerados griegos que
persiguen el placer con los muchachos,
segn las palabras que haba escuchado
a menudo para referirse a los hombres
que l precisamente admiraba y cuyas
persecuciones le resultaban ms
encantadoras que perversas. Si los
bravucones guerreros supieran, pens,
que esa costumbre era ley en el
admirado ejrcito espartano y formaba
parte de la pedagoga de los futuros
soldados, probablemente su cacareada
virilidad se echara a temblar.
Asio, que viva su condicin sexual
an de manera clandestina y todava no
se haba liberado del respeto por ciertas
apariencias, era en realidad vctima de
sus propias aprensiones. Nadie vea
degeneracin en su conducta. El resto de
los compaeros haban tomado la
amistad entre ellos como algo natural,
incluso inevitable entre dos chicos con
buenas cualidades, valor y linaje, que tal
vez estuvieran llamados a ser hroes. Y
los hroes en pareja tenan una larga
tradicin entre los guerreros.
Pero a pesar de la mutua atraccin, y
de las abundantes oportunidades para
haber dado rienda a sus deseos, cuando
llegaron al lugar fijado por Indortas an
no haban roto la barrera del decoro y
ningn beso robado o caricia impetuosa
haba roto el cascarn de su intimidad.

La visin del campamento rebelde


impresion a todos. El ejrcito reunido
en torno a Indortas ocupaba un amplio
valle de al menos mil estadios, rodeado
de montaas. Haba zanjas y
empalizadas a su alrededor en previsin
de un ataque inesperado. Cada
quinientos pasos, una torre de madera
con ruedas vigilaba el permetro.
Aquello pareca una ciudad ambulante.
Desde la colina por la que haban
llegado, los arvacos contemplaban
entusiasmados la escena, sintindose
ms fuertes, sealando aqu y all las
tiendas variopintas con sus gallardetes
en los que flameaban crines y
banderolas con los smbolos de cada
tribu. Cientos de fogatas formaban
delgadas columnas de humo que se
elevaban al cielo dando un aire de
extraa serenidad hogarea a la escena.
Haba apriscos con gran cantidad de
ovejas, cabras y ganado vacuno,
corralillos de gallinas y patos, cercados
con caballos y una extensa palestra
donde podan verse cientos de hombres
ejercitndose con la espada. El centro
de aquella aglomeracin apareca
despejado; all se reuniran las tropas en
torno a sus jefes para escuchar sus
arengas o conocer las ltimas noticias.
En el lado de poniente, se alzaba
majestuosa una enorme tienda de lona,
ms alta que todas, que deba de ser el
lugar donde se reunan los capitanes y
estrategas.
Animados por haber llegado al
trmino de la expedicin y encontrar
algo que superaba sus expectativas, los
guerreros celtberos se estrechaban el
brazo desde sus monturas, gritando
alborozados y emitiendo unos silbidos
estridentes que destrozaban los odos.
Los capitanes de las ciudades rodearon
al joven rgulo de Tiermes.
El jefe Ausias de Segbriga, que era
el mayor y actuaba como pontfice en los
sacrificios, tom la palabra.
Te felicito, Asio de los Ulones.
Nos has sabido traer sin rodeos ni
demoras. No ha habido accidentes
graves ni hemos perdido a ningn
hombre y la moral de los guerreros est
tan alta como esas columnas de humo
que nos saludan all abajo.
No es mrito mo, noble Ausias,
sino de la conducta ejemplar de nuestros
guerreros, pero agradezco tus palabras.
Asio se haba acostumbrado en poco
tiempo al protocolo de los dirigentes
militares. Un rgulo deba ser buen
estratega, valiente como el que ms,
mantener la mente alerta para adaptarse
a cada momento y sortear los peligros,
pero adems tena que saber ganarse a
los suyos, tratar a los capitanes con
cortesa, atajar disputas o envidias y,
sobre todo, infundir nimo, ser el
portavoz del aliento de los dioses.
Entraremos en el campamento con
la tropa en columna de a cuatro. Que
seis hombres vayan delante enarbolando
los estandartes de nuestras ciudades y
sea el heraldo quien encabece el grupo
llevando en alto el lbaro de los
arvacos. El cuerpo de capitanes
cabalgar conmigo en formacin
cerrada, Ausias y Morok a mis lados, el
resto en cuatro filas de a cinco. Nos
dirigiremos directamente a la explanada
central y no nos detendremos ni
romperemos la formacin, a menos que
salgan a recibirnos o nos lo pidan.
Los decuriones repitieron las
rdenes a la tropa y dieron parte a sus
respectivos capitanes. Estos gritaron la
confirmacin a espaldas del rgulo
Asio, a medida que iban recibindola.
Anunciado, jefe Asio.
Anunciado.
Anunciado.
Comenzaron a descender la suave
pendiente de la colina. Asio sonrea
para sus adentros, satisfecho. No es que
se creyera vanidosamente su condicin
de rgulo, pues bien saba que no reuna
todas las condiciones, y en especial las
de combatiente, en las que era un
autntico bisoo, pero la naturalidad con
la que todo iba sucediendo le haca
sentirse bien. Pensaba que si lo viera su
hermano dirigiendo a los arvacos, no
podra crerselo. Y eso era lo que le
haca sonrer ante s mismo.
Cerca de la primera empalizada,
cuando el camino se volvi llano,
llegaron tres jinetes que sin saludos ni
ceremonia les invitaron a seguirlos. A
medida que se fueron internando en el
campamento, una muchedumbre de
soldados se acercaba hasta ellos
vitorendolos, gritando consignas a
favor del pueblo celta y contra Amlkar.
Delante de la gran tienda, bajo el
entoldado que cubra la entrada,
esperaba Indortas rodeado de una
veintena de caudillos y generales. Las
tropas celtberas llegaban finalmente
desordenadas, por la dificultad de
abrirse paso entre la marea de guerreros
que los rodeaban palmendoles los
muslos y saludando a la nacin arvaca,
que para ellos era garanta de xito.
Algunos capitanes se haban retrasado
para impedir que los hombres se
dispersaran o quedaran rezagados.
Plukstor cabalgaba junto a Asio, pues
en medio de la excitacin general no
haba podido evitar acercarse al objeto
de su amor para compartir aquellos
momentos de triunfo. Y por eso ocurri
que fue a l, que tena un aspecto ms
imponente que Asio, a quien se dirigi
Indortas convencido, pues saba que los
celtberos haban elegido como rgulo al
hermano de Giscn y quera hacerle los
honores. Ni se acordaba que el
muchacho ya haba estado con su
hermano y con su aplomo habitual dijo
al numantino, haciendo ademn de
ayudarle a descabalgar.
Te saludo, noble prncipe de los
arvacos, en quien reconozco el valor y
la gallarda de tu heroico hermano.
Asio baj la cabeza sonriendo
mientras Plukstor, rojo como una
cereza, haca tmidas seas con la
cabeza sealando a su compaero y
resistindose a coger la mano extendida
del caudillo para desmontar.
Desconcertado, Indortas frunci el
ceo y se puso en jarras como si se
estuvieran mofando de l. Brtulo, el
general que se salv con l de la
masacre de Cstulo y recordaba muy
bien a Asio, le susurr al odo.
Mi seor, es el otro.
El gesto divertido del caudillo
disculpando su confusin hizo que todos
rieran.
Asio desmont solo, se acerc a l y
lo abraz:
Pierde cuidado, no estabas tan
equivocado. Todos los que vienen
conmigo representan a Ciscn.
Los generales que estaban cerca
celebraron la hbil respuesta, que
demostraba la nobleza del jovencsimo
rgulo celtbero en su justa proporcin.
Indortas hizo un gesto con la mano y al
momento varios fornidos ayudantes
aparecieron con dos escudos
ceremoniales sobre los que izaron a
ambos jefes.
Hermanos arvacos! La decisin
de uniros a nosotros es digna de la
historia ejemplar que os distingue.
Estbamos ansiosos por recibiros y
contar con la valiosa ayuda que vens a
prestar. Ahora descansad, dejad que mis
hombres se ocupen de acomodaros.
Cuando caiga el sol, celebraremos un
banquete en vuestro honor, donde
podris beber y olvidar las penalidades
del viaje.
Se oyeron vtores y gritos de
entusiasmo entre los soldados. Mientras
los hombres se dirigan al tringulo de
terreno que se les haba asignado al sur
del campamento, Asio y los otros
capitanes de las ciudades acompaaron
a Indortas y los suyos al interior de la
gran tienda para ponerse al corriente de
la situacin. Con el deseo de compensar
a su amigo del mal rato que haba
pasado, y porque realmente quera que
se quedara con l, Asio pidi a
Plukstor que lo acompaara. Nadie se
opuso a su deseo.
Lo que vieron all dentro les
deslumbr. La estancia era imponente y
suntuosa, grande como para dar cabida a
trescientas personas. El suelo estaba
cubierto con alfombras beras de vivos
colores, tejidas a la antigua usanza de
los tartessos. De los postes de madera
labrada pendan escudos de ceremonia y
enseas. Haba braseros alimentados
con carbn de encina y pebeteros
estilizados que exhalaban aroma a
cedro. Sobre una gran mesa de roble se
hallaban desplegadas vitelas con planos
y dibujos, sujetos por tarros con tinta
roja, verde y negra. Al fondo, cubierta
por un cortinaje granate, se adivinaba
una cama que deba pertenecer a
Indortas.
El caudillo se dirigi a la mesa,
tom un puntero rematado por una
pequea mano de marfil con el dedo
ndice apuntando, y seal un lugar en el
mapa.
Nosotros estamos aqu. Dentro de
dos das, marcharemos hacia este otro
punto para esperar a los pnicos.
Dejaremos la impedimenta en el
campamento porque el objetivo es
presentar batalla en estas colinas.
Haremos creer a Amlkar que estamos
en el valle pero en realidad les
esperaremos apostados un poco ms
arriba, divididos en seis cuerpos,
cubriendo la garganta por la que deben
entrar al valle.
La tctica era muy parecida a la que
llev a Istolacio al desastre. Sin esperar
ms explicaciones, Asio lanz la
pregunta que le quemaba la garganta.
Y si vienen por el otro lado?
Indortas lo mir con severidad,
como si quisiera calibrar la inteligencia
de su nuevo aliado.
Al otro lado habr otros dos
cuerpos de tres mil guerreros lusitanos a
pie, uno con hondas y otro de arqueros.
Si los pnicos vinieran por ese lado, el
primer cuerpo saldr corriendo hacia
dentro de la garganta para provocar que
los cartagineses los persigan. A mitad
del trayecto, en la parte ms rocosa, se
emboscarn para preparar sus hondas y
dar buena cuenta de los que vayan a la
cabeza, especialmente los generales.
Los arqueros cerrarn el paso
meridional y descargarn una lluvia de
flechas, mientras nosotros caemos sobre
ellos por el flanco del septentrin.
Asio hizo un gesto de aprobacin
queriendo dar a entender que estaba de
acuerdo, aunque le pareca que el
caudillo jugaba con unas certezas no del
todo fiables.
Bstulo tom la palabra para
recordar la tctica de cada cuerpo de
ejrcito y los efectivos que habran de
reunir. Todos asentan. Hubo preguntas
sobre la tardanza de unos y otros, las
armas que deban quedar en reserva, la
utilidad de las lanzas frente a los
venablos cortos en la lucha cuerpo a
cuerpo y si convena o no llevar con
ellos un destacamento de herreros para
que montara una forja de campaa.
Todas las cuestiones fueron
ampliamente discutidas y se tom una
decisin para cada una de ellas con la
aprobacin de la mayora de capitanes.
Tras ms de dos horas de
conversaciones Indortas se levant de su
asiento, apoy los puos sobre la mesa y
con aire solemne declar:
Dentro de dos das partiremos
hacia el lugar sealado. Los
cartagineses estn a menos de cinco
jornadas segn nuestros rastreadores y
debemos ganar tiempo para ocupar las
posiciones, acumular rocas en las
crestas del desfiladero y colocar
calderos de aceite en los bordes
calentados desde la noche anterior con
brasas para que el humo de la lea no
alerte a los pnicos. Algn comentario?
Los capitanes guardaron silencio.
Asio senta pnico por el lugar que
haban asignado a sus tropas, justo
detrs del cuerpo de soldurios de
Indortas como caballera de choque,
pero no os decir nada. Las dudas
aventadas por el estmulo de la
expedicin reaparecan y el recelo
volva a hacer de filtro de su
inteligencia dejando pasar slo lo ms
descarnado. Vea a los compaeros
arvacos, a los que en poco tiempo
haba tomado verdadero cario, como
autnticas vctimas y l como el cordero
sacrificial por haber cado en la vanidad
de aceptar que le hicieran rgulo.
Peones de la voluntad ajena llevados a
la degollina.
No pudo seguir ahondando en sus
negros presentimientos porque Indortas
dio una palmada y cambiando por
completo su actitud, le tom por el
hombro mientras deca a todos:
Y ahora bebamos por el buen fin
de nuestra lucha. Amigos, brindemos por
la hermandad celta.
Unos sirvientes entraron con tres
nforas que rebosaban cerveza
fermentada y cuencos para todos.
Relajados y sonrientes, los capitanes
observaban subir la espuma en sus
copas de alabastro. Indortas no soltaba
el hombro del rgulo arvaco.
Alzo mi copa en memoria del
caudillo Istolacio exclam Indortas
para que la afrenta de su muerte sea
lavada como se merece.
Por Istolacio!
Todos bebieron, incluso Asio a
quien no gustaba demasiado el sabor
amargo de la cerveza. Indortas volvi a
levantar su vaso, que era de porfirio y
tena una greca labrada alrededor, igual
que el torque de Giscn que ahora
llevaba su hermano.
Permitidme que brinde tambin
por el hroe Giscn, prncipe de los
arvacos, cuyo espritu ha estado
gozando en la compaa de los dioses y
ahora vuelve con nosotros en la persona
de su hermano. Por Giscn y por Asio!
Por Giscn y por Asio!
El celtbero recibi el homenaje con
la mayor modestia que pudo, inclinando
la cabeza y bebiendo otro sorbo
mientras la mente le martilleaba con
ideas fijas: era un intruso, no confiaba
en el triunfo, la supuesta heroicidad de
Giscn le pareca un tremendo error
Pero an no haban acabado las
sorpresas y homenajes. Tras varios
tragos ms y cuando pareca que la
reunin iba a terminarse, Indortas volvi
a alzar la mano. Estaban todos sentados
en unos peculiares asientos hechos con
slidas ramas de roble sujetas por una
ancha tira de cuero que serva de
respaldo. Eran unas silletas cmodas
que se doblaban sobre s mismas y
podan transportarse fcilmente. Los
sirvientes haban aparecido para
recogerlas, pero el caudillo les indic
por seas que esperaran. Se haba
colocado junto a Asio y pareca que su
intervencin iba a dirigirse a l otra vez.
No son ya demasiadas?, pens
Asio.
Noble Asio, permteme que te
brinde el mayor honor que como
heredero de Istolacio puedo ofrecer. Ya
que eres digno sucesor de Giscn, te
invito a pertenecer al cuerpo de
soldurios devotos, como lo fue tu
hermano de grata memoria.
Asio se qued mudo sin saber cmo
reaccionar. De buena gana hubiera
dicho: No, gracias, es muy amable por
tu parte pero no entra en mis planes ser
candidato al suicidio, pero lo que
ocurri es que sencillamente no pudo
articular palabra y, abrumado, baj la
cabeza con un rubor en las mejillas que
delataba la intensidad de sus emociones
pero que a los jefes congregados les
pareci indicio suficiente de su
aceptacin. Algunos de ellos, sin
dudarlo, dejaron sus asientos para
dirigirse a l y estrecharle el brazo,
incluso levantarlo de su asiento mientras
lo abrazaban con gestos de orgullo y
satisfaccin.
Ya todos en pie, brindaron una vez
ms y el caudillo, que aparentaba no
darse cuenta de que el rgulo arvaco no
haba respondido, anunci el siguiente
movimiento.
Slo nos queda una noche, as que
maana, aunque la luna no est en
posicin favorable, celebraremos el
rito. Avisad a todo aquel que quiera
unirse a nosotros, porque esta ocasin es
especial y los candidatos no habrn de
sufrir ninguna clase de prueba. Sern
magnficos eslabones en la cadena de
hroes que terminarn por ahogar al
enemigo en su propia codicia.
Estaba hecho. Otra vez. Los
acontecimientos sobrepasaban su
voluntad sin que pudiera remediarlo.
Ahora comprenda tanta amabilidad por
parte de Indortas, a quien recordaba ms
bien altanero y poco dispuesto hacia los
arvacos. Su brazo de camarada sobre
el hombro, los brindis, todo haba sido
una tctica para atraerlo al voto sagrado
sin que pudiera negarse. Era evidente
que el caudillo necesitaba cuantos ms
devotos mejor para la ltima accin de
la batalla, la que le dara la gloria y el
mando supremo: un ataque en tromba y
forma de haz sobre el mismo centro del
ejrcito pnico hasta dar con Amlkar y
atravesarlo con su espada. Un eslabn
en la cadena se le peda que fuera, un
simple eslabn bien sujeto a ambos
lados.
Cuando los capitanes se despidieron
hasta el banquete de la noche, Asio
segua sin despegar los labios pero
salud a todos con afecto y dej que le
felicitaran de nuevo. Indortas le gui un
ojo mientras le daba varias palmadas en
la espalda, nerviosas, que intentaban ser
de agradecimiento o nimo y al celtbero
le parecieron ms bien empujn.
Respondi con la mejor de sus sonrisas
y mont a Glauco para dejarse conducir
dcilmente por el gua que iba a llevarlo
hasta los suyos.
Otra vez la confabulacin para
torcer su destino y obligarle a algo que
no deseaba. Era como si una fuerza
superior quisiera violentar su voluntad
ms all de la razn, anegarle la
conciencia. Tal vez fuera la diosa
Atecina que tena sus propios planes
para l. O Giscn desde su paraso,
forzando las cosas en beneficio propio
como sola hacer. Confuso, agotado por
las emociones del da, se dej mecer al
paso de Glauco tratando de
tranquilizarse. An tengo maana para
decidir, pens tratando de justificar su
parlisis.

El banquete nocturno se celebr con


gran despliegue de medios, como
expresin de mxima amistad entre los
celtas spanios. En el centro de la
explanada se haban dispuesto utensilios
y fuegos para asar jabales, venados,
corderos y hasta palomas y perdices
ensartadas en grandes pinchos de metal.
Durante tres das, cerca de tres mil
lusitanos haban estado cazando por los
montes de los alrededores con arcos,
hondas y redes con un resultado que
hubiera hecho las delicias de cualquier
tribu de cazadores: veinte carretas de
animales abatidos, ms un rebao entero
de ovejas que haba sido requisado.
Todas fueron sacrificadas, despellejadas
y cuidadosamente preparadas en la
multitud de fogatas por cientos de manos
para que nadie se quedara con hambre
aquella noche especial. La bebida se
racion estrictamente con el fin de atajar
las borracheras inoportunas.
El espectculo era grandioso. Desde
su posicin, Asio contemplaba toda la
extensin del campamento con cientos
de fogatas como luminarias que
festejaran la ocasin. El rumor de
cnticos guerreros que se oan por todas
partes le sirvi para aislarlo en parte de
las conversaciones y sonrer sin
descanso, pudiendo as disimular su
tribulacin.
Los capitanes estaban sentados en
las silletas de antes, dispuestos en
crculo alrededor de una enorme
hoguera, constantemente atendidos por
servidores que les traan carne, vino y
cerveza mientras hablaban por los
codos, rean y no cesaban de alzar sus
copas, pues ellos no tenan restringido el
consumo de celia ni agua de fuego. Asio
se comportaba con naturalidad
departiendo brevemente con quienes
estaban cerca de l, dejndose llevar
por la atmsfera fraternal. Se haba
propuesto no pensar en el dilema que
tena ante s hasta el da siguiente.
Incluso beba ms de la cuenta, por
primera vez en su vida, contagiado por
la alegra general y la grandiosidad del
banquete. Tras un largo rato de
libaciones y bocados sabrosos, escuch
a su compaero de la derecha,
emocionado por la intensidad del
momento, elogiar la unin del pueblo
celta para recuperar la gloria pasada.
Esta noche somos dueos de la tierra y
lo celebramos como seores. No
dejaremos que nos conviertan en
esclavos.
Asio estaba de acuerdo. Quiso alzar
su copa y brindar por ello, pero al
levantarse de su asiento su vista se
nubl y cay al suelo tras intentar decir
unas palabras. Todos rieron y siguieron
a lo suyo. No supo qu manos lo
transportaron hasta el predio de los
arvacos y all lo envolvieron con
frazadas de lana. Al da siguiente,
cuando se despert cerca del medioda,
no recordaba nada y nadie le hizo
preguntas.
20

Atrapado

A media tarde se escuch un gran


alboroto en la parte meridional del
campamento. Llegaba otra expedicin de
voluntarios.
Son beros, no se les esperaba. El
caudillo pide que vuestro rgulo y los
capitanes acudan a la explanada para
recibirlos. El muchacho jadeante no
dio tiempo a que le preguntaran ms y se
volvi corriendo.
Los recin llegados formaban un
escuadrn compuesto de voluntarios
brdulos, bastetanos y contstanos que
haban decidido unirse a los celtas en su
lucha contra Cartago. La mayora eran
jvenes que aborrecan de la alianza que
sus mayores haban pactado con
Amlkar. Sus poblados y ciudades se
extendan por el levante inferior de la
Pennsula; vivan una paz aparente bajo
dominio pnico siempre que aportaran
suficiente plata y estao; haban perdido
su independencia y con ella el honor,
segn deca su jefe Turn, un fornido
guerrero de aspecto fiero, ojos oscuros y
una gran cicatriz en el rostro, que tras
saludar a Indortas subi a una pequea
roca y habl con fuerte voz para quien
pudiera escucharle:

Hemos venido aqu


libremente para unirnos a
vuestra lucha. Somos beros del
sur y vuestra libertad es la
nuestra. Durante generaciones
nuestros pueblos han luchado
entre s por el dominio de esta
tierra que los fenicios llaman
Spania, los griegos Hesperia y
ahora muchos conocen como
Celtiberia pues saben que hace
tiempo dejamos de combatirnos
por el bien de nuestras dos
naciones. Queremos ser parte
de vuestra confederacin y
ayudaros a formar un poderoso
ejrcito que pueda expulsar al
tirano para que volvamos a ser
dueos de la tierra y nuestra
amada libertad.
Hermanos celtas!
Admitidnos entre vosotros con
la misma generosidad con la
que estos jvenes que me
acompaan han dejado sus
casas. Os traemos como regalo
trescientas espadas templadas
del mejor hierro. Y nuestra
lealtad, para que hagis el
mejor uso de ella.

No pudo el caudillo bero llegar en


momento ms apropiado. Indortas
agradeci de corazn las espadas de
doble filo, reputadas como las ms
resistentes y mortferas de Iberia, y
tambin las nobles palabras de Turn a
favor de la unidad entre beros y celtas.
Pero lo que ms le complaca era ver el
entusiasmo de aquellos doscientos
jvenes guerreros. Si tan decididos
estaban a unirse a la lucha, dejando sus
pacficas casas, aceptaran hacerse
devotos a cambio de tierras en la Spania
libre. Lo consideraran un honor, adems
de un negocio ventajoso. Serviran de
cebo para los indecisos. Y siendo
beros, los celtas sentiran su dignidad
mancillada si no hacan lo mismo.
El razonamiento de Indortas se
demostr tan cierto como la dureza de
las espadas beras. Cuando, en su turno
de respuesta, hizo como si agasajara su
gesto ofrecindoles tan alta distincin,
en general reservada para combatientes
veteranos, la respuesta fue inmediata.
Turn slo tuvo que volverse hacia sus
hombres, explicar la oferta en su lengua
de manera concisa y requerir su
contestacin. La aclamacin que surgi
de sus gargantas y los brazos levantados
blandiendo sus venablos, expresaron
claramente su voluntad.
Una hora despus, cuando ya se
estaba preparando la ceremonia que
habra de convertir a los convocados en
soldurios de Indortas, ya se haba
apuntado un millar ms entre las filas
celtas. Descontando los que tenan que
permanecer en sus puestos con la honda
o el arco, la cifra final supona que el
caudillo tendra voluntarios ms que
suficientes para su operacin de derribo
y muerte de Amlkar.
No eran slo clculos, sin embargo,
lo que mova al caudillo Indortas a
consagrar devotos aquella noche. Crea
firmemente que el juramento de tantos
guerreros a Atecina aumentaba su fuerza
de manera formidable frente a los
enemigos y le haca prcticamente
invulnerable. Sobre todo si entre los
nuevos devotos haba candidatos
valiosos, de especial calidad, que
atrajeran con mayor intensidad el favor
de la diosa de los infiernos con su
juventud, tan cara a los dioses.

En medio del barullo que provoc la


confraternizacin de los beros y los
voluntarios, Asio se escabull como
pudo y fue a pasear solo, lo ms lejos
posible de la multitud. No haba
expresado an su consentimiento pero
era evidente que se daba por
descontado. Qu iba a hacer? En las
circunstancias en las que se hallaba, era
muy difcil rechazar la afectuosa
proposicin del caudillo hecha con
intensidad delante de los otros y dirigida
no slo a su persona sino a lo que
representaba.
Se sent en el suelo bajo una encina.
La luna, en cuarto menguante, ya haba
aparecido en el cielo. En poco tiempo
dara comienzo el ritual y ya no habra
escapatoria.
Y si saliera huyendo en ese
momento?
Abandonar, dejar el mundo irascible
que le rodeaba con sus continuas
guerras, apartarse de la codicia, el afn
de venganza, la servidumbre del honor y
las rivalidades perniciosas. Record
aquella noche en los montes carpetanos
rodeado de lobos, con el firmamento
como horizonte y la inocencia intacta de
su conciencia, acompaado por la
majestuosa serenidad de unos animales
supuestamente temibles en un momento
tan pronunciado de elevacin espiritual,
que hasta ellos lo debieron reconocer
como un ser superior al que deban
hacer guardia. Habra otra vida mejor,
ms natural y sabia, que no consistiera
en despedazarse continuamente los unos
a los otros?
Melanclico, regres al predio y les
comunic al fin su decisin de aceptar la
propuesta del caudillo. Los capitanes le
felicitaron y varios de ellos se
mostraron dispuestos a prestar el
juramento con l. Mientras saludaba con
la mano a los soldados, que haban
recibido la noticia con orgullo sin
extraarles la designacin, pensaba en
cmo se las arreglara para no
exponerse demasiado.
Plukstor se acerc con la intencin
de hablarle. Asio lo vio y tomndole del
brazo lo llev hacia una roca medio
escondida entre carrascos de encina.
Te he estado buscando. En la
voz de Plukstor haba tristeza, un poso
de desilusin evidente.
Fui a pasear para pensar un rato.
Su amigo hizo una pausa, antes de
preguntar lo que necesitaba saber.
Ests de acuerdo en hacerte
soldurio?
No, claro que no.
Y por qu has aceptado?
No me quedaba ms remedio. Ya
viste que ni siquiera esper mi
contestacin cuando me lo propuso. Al
parecer hay una especie de herencia
entre hermanos que el sobreviviente est
moralmente obligado a cumplir.
Eso son tonteras, Asio.
Ya lo s, pero qu puedo hacer?
No es el momento de crear tensiones ni
disputas. Cmo reaccionara Indortas y
qu pensara nuestra propia gente?
Lo importante es lo que pienses
t.
Mira, Plukstor. Asio se par
volvindose hacia l, tengo los
mismos escrpulos que t o tal vez an
mayores, pero debo estar a la altura de
las circunstancias, por la memoria de
Giscn, por el buen nombre del pueblo
arvaco, por mi linaje, por mi madre
Bien respondi l con toda
naturalidad, sostenindole la mirada,
pues si t quieres ser Teseo, yo ser tu
Piritoo[3]. Te acompaar y me
arriesgar contigo.
Un estremecimiento recorri el
semblante de Asio. Haban llegado a la
espesura del monte, junto a la roca que
se ergua imponente entre las jaras y
encinas. Asio empuj suavemente a su
compaero hacia la pea. Con la
espalda de Plukstor contra ella, se
detuvo un instante, las manos sobre los
hombros de l, para contemplarlo. No
era slo su deslumbrante belleza lo que
le subyugaba de aquel muchacho que se
haba hecho un sitio a su lado. Haba
mucha verdad en sus ojos, ternura en sus
gestos y un fondo de splica por una
racin de afecto como el indigente que
pide comida en el mercado con aire
lastimero.
Asio acerc su rostro y le bes en
los labios. Plukstor abri la boca y
aspir el aliento del ser que amaba con
locura desde haca poco ms de una
semana. Fusionadas las bocas, se
besaron con pasin desatada mientras
las manos recorran los cuerpos
desnudos bajo las tnicas. Un largo
abrazo sell el impetuoso preliminar,
dando fe de su atraccin mutua, del
incipiente amor que les embargaba a
ambos.
Asio afloj los brazos y apoy su
frente en la de l.
Mi precioso numantino, no quiero
que vengas conmigo, debes quedarte
pues si a m me ocurre algo, t entonces
seras mi sustituto en todo.
Es una orden?
Es una orden.
Pero yo no deseo sustituirte, ni
siquiera sobrevivirte.
Asio volvi a besarle.
Tu honor excede al de los
soldurios. Hazme caso. Es mejor que
slo yo me arriesgue. Ya me las
arreglar para no exponerme en primera
lnea, y menos en la cua con la que
pretende Indortas llegar hasta Amlkar.
No soportara perderte.
Ni yo a ti. Sers la primera razn
por la que vuelva ileso de la batalla.
Me lo prometes?
Claro que te lo prometo.
An quedaba algo de tiempo antes
de tener que reunirse con los dems
candidatos. Asio se quit la tnica y la
coloc extendida en el suelo; luego le
despoj a Plukstor de la suya, mientras
le besaba en el cuello y en el pecho. El
chico se dejaba hacer con un gesto de
felicidad que transformaba su ansia en
plenitud. Durante una hora y otra mitad
estuvieron amndose sin descanso, con
mimo, acoplando con perfeccin sus
cuerpos adolescentes. La diosa Eako,
con su media cara tapada, pareca
sonrerles desde lo alto.
Como los guerreros experimentados
que acostumbran a solazarse antes de la
batalla, Asio poda sentir el xtasis de
la entrega, la comunin total con el
compaero. No hubo palabras en todo
ese tiempo, no haba sitio para ellas en
el mundo exigente de los sentidos. La
vuelta al predio fue tambin en completo
silencio. Slo dos frases dijo Asio antes
de dirigirse a la explanada.
En el combate estaremos juntos y
cuando haya mayor peligro, t hars lo
posible por rehuirlo para que yo salga
tras de ti como si fuera a protegerte. No
dejaremos que los cartagineses arruinen
la vida que tenemos por delante.
S, mi seor. T mandas.
21

Bscate a ti
mismo

Asio encontr una multitud de guerreros


reunidos en la explanada portando
antorchas y vestidos slo con un calzn
blanco. Indortas departa con Tos
soldurios veteranos, ataviados con las
consabidas pieles de cordero sobre los
hombros y sus valiosos torques
rodendoles el cuello. Rean y
bromeaban con discrecin. Se notaba
que estaban satisfechos. Cuando el
caudillo distingui al rgulo de los
arvacos, sonri de lejos y le salud con
la mano. Inmediatamente pidi que le
trajeran el escudo ceremonial para, una
vez izado sobre l, dirigirse a los
voluntarios y dar las ltimas
instrucciones. Asio se apresur; era
evidente que lo estaban esperando.
Indortas no se demor con grandes
demostraciones de gratitud ni
exhortaciones al nimo. La ceremonia
era para l un trmite que haba que
cumplir cuanto antes y poder descansar
luego para estar frescos al da siguiente
y llevar los preparativos con precisin.
No era hombre a quien le atrajeran
demasiado las cuestiones espirituales, al
contrario que a Istolacio, ni tampoco
posea su mismo carisma frente a la
tropa. Era consciente de que aquella
ceremonia en apariencia tan brillante y
numerosa haba sido provocada por l,
prcticamente forzada, a causa de la
inminente necesidad ante un encuentro
decisivo y de grandes proporciones.
Tampoco poda olvidar que los
soldurios que ahora formaban su guardia
los haba heredado de Istolacio.
Prctico y racional, no le importaba que
fuera as ya que no era el amor ciego de
sus soldados lo que buscaba sino su
lealtad a toda prueba. Por eso no tuvo
reparos en que la ceremonia fuese un
rito ms que nada simblico, en luna
menguante y con slo dos druidas de
jerarqua mediana y uno superior, sin la
presencia del gran valos que no haba
tenido tiempo de llegar para presidirla.
Como resultaba imposible celebrar
la iniciacin con cerca de tres mil
voluntarios decidi que slo tres de
ellos la pasaran en representacin de
todos y el resto acompaase a los
devotos con sus cnticos o que
permanecieran como espectadores
interiorizando que lo que iban a ver,
pues la ceremonia les afectaba a ellos
convirtindolos en consagrados.
Uno de los tres elegidos, cmo no,
result ser Asio de los Ulones, rgulo de
los arvacos. No deja cabo suelto
pens el chico, as suelda mejor el
eslabn.
La llegada hasta el claro haba sido
informal, sin procesiones jerrquicas.
Asio fue conversando con un grupo de
lusitanos que hablaban celtbero y
estaba entre ellos en cuarta o quinta fila,
cuando oy decir su nombre. Trat de
rechazar el honor desde el lugar en el
que se encontraba, haciendo corteses
signos de negacin con la cabeza que
fueron interpretados como la natural
modestia de un alma noble. Indortas
continuaba hacindole gestos con la
mano, sonriendo, como si le invitara a
un banquete o algo parecido. Uno de los
druidas, resuelto, se acerc hasta l y
sin decir nada lo tom de la mano
obligndole a acercarse hasta la pea
que presida el lugar. Los voluntarios
comenzaron a aplaudir mientras los
soldurios se lanzaban, con toda la
potencia de su voz, a entonar las
modulaciones mgicas que deban
ordenar el mundo circundante y despejar
el camino al Cosmos.
Los otros dos elegidos ya estaban
all, con cara de circunstancias. Asio
volvi a tragarse sus escrpulos y de
nuevo dej que los acontecimientos
superaran su voluntad. Trat de
concentrarse en la idea de que
efectivamente era un honor y el tributo
merecido a la memoria de Giscn.
Ahora, los maestros de la
tradicin os prepararn dijo Indortas.
Fueron detrs de la pea, al otro
lado del claro. Tres jabales de piedra
haban sido colocados en forma de
tringulo a una distancia de veinte
pasos, iluminados por la llama que sala
de un pebetero central. Cada druida
llev a su pupilo hasta la figura que le
corresponda.
Me llamo Prtalo dijo a Asio el
suyo. Voy a ser quien te gue en el rito
de iniciacin a los misterios de la diosa
de los infiernos. Confa en m.
Y yo soy Asio de los Ulones
era la primera vez que usaba en su vida
el gentilicio de su hermanastro, rgulo
de los arvacos.
S quin eres. Asist a la
iniciacin de tu hermano.
Asio sonri.
Ser un honor que tambin
acompaes la ma.
Gracias. Tienes que desnudarte.
Por completo.
Asio escuch el requerimiento y
tard en llevarlo a cabo. No le gustaba
demasiado quedarse desnudo ante el
sacerdote y adems haca algo de fro.
Voy a darte unos trozos de hongos
que tienes que ingerir antes de ponerte
con las rodillas y las manos en el suelo.
Asio no pudo evitar un gesto de
guasa y contest con tono sarcstico.
No irs a violarme?
No, descuida, no es mi estilo.
Prtalo sonri levemente en su cara
hasta entonces de palo. Es la postura
de la humildad desde la que has de
partir para encontrarte con la diosa.
Las caras que pona su pupilo
hicieron gracia al druida. El chico
trataba de tomarse el asunto a broma
aunque no pareca que fuese por la edad,
porque se le vea despierto y maduro
para sus aos. Tal vez fuera mejor
avisarle.
No es lo habitual que los druidas
advirtamos a los pupilos, pero har una
excepcin contigo. Los hongos van a
inducirte una experiencia de la totalidad;
subirs a cumbres que jams soaste y
llegars al mismo cielo. Luego
descenders al inframundo de lo viscoso
donde nacen los deseos y la vida misma.
Yo lo notar por tus jadeos y entonces te
dar a beber la celia sagrada y poco a
poco te irs liberando en un xtasis de
placer que te conducir hasta una luz
blanqusima que es la presencia de la
misma diosa. Sin que t tengas que hacer
nada, ella te reconocer, leer en tu
corazn y te proteger con su halo
misterioso. Luego te har volver
aspirando humo de camo y vapores de
estramonio. Tu cuerpo ser azotado,
levemente no te preocupes, para que
reaccione. En pocas horas sers de
nuevo Asio de los Ulones, rgulo de los
arvacos, pero te habrs consagrado a la
gran diosa madre de los infiernos, la que
tiene luz pero no abrasa, la que ilumina
sin cegar y levanta las fuerzas ocultas de
la naturaleza. Tu energa, la vida que
atesora tu cuerpo mortal, pasar a
reforzar la del caudillo Indortas si as lo
has jurado en tu interior, con pleno
convencimiento, al comenzar la
iniciacin.
Slo si lo he jurado convencido?
As es, Asio.
El muchacho baj la cabeza. La
sonrisa divertida haba desaparecido de
su cara. No pareca que le preocuparan
las intensas emociones que estaba a
punto de conocer sino slo aquello del
convencimiento. Entonces, es cierto
pens Prtalo, viene obligado, el
caudillo lo ha arrastrado contra su
voluntad. Ser mejor que le advierta del
todo.
Un silencio tenso impeda al druida
y su pupilo cualquier accin o palabra
mientras los otros dos candidatos
estaban ya con los pies y las manos en el
suelo dispuestos para el gran viaje de la
mente.
Asio mir por fin a Prtalo. Aunque
no dijo nada, su expresin dejaba ver la
lucha que se debata en su interior.
Haba en sus ojos angustia, o al menos
un conato de rebelda que a Prtalo le
impresion por su serenidad.
Qu ocurre, no ests
convencido?
Quiero hacer el rito, pero no
deseo ofrecer mi vida por la del
caudillo Indortas.
Ya.
No sorprendieron al druida las
palabras del chico pero s su sinceridad.
En justicia pens, merece el
mismo trato.
De acuerdo, no tienes por qu
ofrecerla por el caudillo.
No? Y entonces por quin?
Por ti mismo.
Cmo?
Simplemente djate amar cuando
llegues a la luz. Lo dems lo har tu
espritu solo, impulsado por el soma y la
bebida sagrada. El halo que recibas de
la diosa reforzar tu propio destino en la
batalla.
Asio contempl los ojos color del
bosque de Prtalo. Era un hombre de
porte digno que tendra unos treinta
aos. La sequedad con que le trat al
principio provoc sus burlas pero ahora
se senta abrumado por su seriedad,
admirado por la clara transparencia de
sus palabras. Por qu trataba de
salvarlo?
Y a ti no te parece mal, druida
Prtalo?
No, no me parece mal. Es ms, yo
en tu lugar, no ofrecera mi vida por
Indortas.
Asio estaba realmente sorprendido.
Por qu? No No te entiendo.
Escucha, haz que tomas el soma y
ponte en la posicin humilde. Yo me
arrodillar a tu lado y seguiremos
hablando lo ms bajo posible. No quiero
que me interpele Arredran, el druida
mayor del que dependo.
Asio hizo lo que le propuso. Una vez
en el suelo, con la cabeza de Prtalo
justo encima de la suya, comenz a
escuchar con creciente expectacin lo
que el druida quera contarle.
Tengo la conviccin de que has
sido arrastrado hasta aqu por una
venganza. El caudillo no cree tanto en
los poderes de la diosa como para
pensar que tu juramento le vaya a
reportar una proteccin especial como
tributo a tu hermano, ni nada parecido.
Todo lo que ha dicho sobre Giscn es
falso. Lo s. No puede admirarle por la
sencilla razn de que le odiaba. Lo vi
claramente el da en que tu hermano
anunci que iba a unirse a los soldurios
de Istolacio. Estaba furioso. Incluso tuvo
un altercado con el caudillo, lo escuch
perfectamente, los druidas estamos
siempre cerca de ellos y a veces ni se
dan cuenta. Le recriminaba su debilidad
por Giscn, a quien llamaba vanidoso y
hasta infecto arvaco. Conozco a
Indortas desde nio, somos de la misma
ciudad e incluso parientes por parte de
madre. l es dos aos mayor que yo y
nunca me ha prestado demasiada
atencin, slo soy un instrumento de su
ansia de poder. A Istolacio lo tena
subyugado, le jur amor eterno y todas
esas cosas que hacen y dicen dos
caudillos cuando forman una diarqua a
la manera de los hroes griegos. La
diferencia es que Istolacio lo senta,
pero no Indortas. No creo que siquiera
haya sentido su muerte.
Asio, atnito, volvi la cabeza hacia
l con gesto alarmado.
En serio?
Chss, no hables ni me mires. S
muchas cosas pero no es el momento de
contrtelas. No te alteres ahora, voy a
hacerte presin con mis manos en la
espalda, como si te estuviera costando
arrancar y yo tratara de ayudarte a
conseguir el trance, a veces pasa.
Las hbiles manos de Prtalo se
apoyaron en sus omplatos y riones
alternativamente, apretando y dando
masaje. Como tena fro, a Asio el
contacto le produjo una agradable
sensacin. Tampoco le hubiera
importado que Prtalo le abrazara. Sus
manos de hombre, grandes y armoniosas,
le estaban excitando. Qu pasara si
acababa teniendo una ereccin? Menos
mal que estaba agachado. Les ocurrira
tambin a los otros?
Ajeno a los pensamientos erticos
del chico, Prtalo continu con su relato
como si necesitara confiarse a alguien.
O tal vez porque en el fondo estaba
hastiado de su papel de segundn,
siempre a la sombra del druida mayor,
tomando parte de mala gana en sus
manejos para conservar el poder y
haciendo el juego al caudillo y los
soldurios como instrumento de su
estrategia de guerra.
Ya sabes que entre los celtas del
sur, como os ocurre a vosotros los
llamados celtberos de la meseta
superior, las funciones de los druidas
han disminuido mucho desde la guerra
de los bosques que enfrent a la mayora
de nuestras tribus, hace ya seis
generaciones. No ocurre como entre los
astures, de donde desciende mi familia
paterna, donde an son muy respetados.
Por aqu no somos ms que marionetas
en sus manos, que ellos mueven a su
antojo. Nos llaman para sus ritos
guerreros pero ya no nos consultan.
Presidimos las ceremonias como si
furamos toros de piedra. Ya no existen
coras, aquellas escuelas rebosantes de
aprendices bardos y vates que queran
hacerse druidas. Y tampoco las familias
nos envan a sus hijos para ser
educados. La influencia de los beros,
que nos ven como intrusos o incluso
como el verdadero enemigo a batir, es
cada vez mayor. En este territorio entre
los grandes ros, desde Oretania a
Lusitania, apenas llegamos a cien. La
mayora sigue el juego a los caudillos,
nuestra ltima tabla de salvacin, pero
an quedamos autnticos druidas que
mantenemos viva la llama del
conocimiento, que detestamos la guerra
y tratamos de evitarla en lo posible
porque creemos en una vida justa y libre
en la que estn desterrados la ambicin
y los enfrentamientos continuos.
Queremos volver a escuchar el latido de
la naturaleza, aprender con ella, pero en
fin, estoy hablando de m y no de ti, que
es lo que importa ahora.
Asio escuchaba totalmente entregado
a la cadencia de su voz y a la presin de
sus manos. El deseo ertico haba
desaparecido y su lugar lo ocupaba una
placidez completa, no adormilada sino
alerta, pues todo aquello que le contaba
el druida entraba en su pensamiento con
ms fuerza que cualquier arenga y le
haca sentirse inmensamente despierto,
vigilante.
Prtalo cambi de posicin y se
arrodill frente a l.
Quieres tomar el soma y conocer
a la diosa? Es tu decisin. No levantes
la cabeza. Contstame slo s o no y yo
har lo dems.
S.
Prtalo sac con cuidado un trozo
blanco de su bolsn de cuero y lo
deposit subrepticiamente en la boca de
Asio. Luego se levant y comenz a
salmodiar el canto de acogida dando
vueltas a su alrededor.

No tuvo que esperar mucho. El mazazo


en el cerebro no tard en llegar. Asio
comenz a tener sacudidas y a echar la
cabeza para atrs. Cuando abri los ojos
en blanco y cay, como desplomado
sobre el suelo, Prtalo acerc a sus
labios la bebida sagrada y le ayud a
trasegarla. Ms calmado, Asio se
incorpor y abri sus ojos color del mar
que ahora parecan luminarias
incandescentes.
Por todos los dioses! exclam.
Vea las cosas de otra manera, como
si el aire tuviera textura y la realidad
fueran trozos de materia que se
agregaban o dispersaban. La pea se
abri ante su mirada encandilada y en su
mismo centro apareci una bola de
fuego y luz que desprenda lamentos
mezclados con msicas superiores,
desconocidas a su odo. La esfera creca
y se agitaba hasta que se condens con
tonos azulados, dej de emitir sus
sonidos y sali disparada al cielo.
Maravillado, Asio volvi su vista
hacia Prtalo y vio en l a Giscn, todos
los rasgos de lo que fue su rostro
pegados a los del druida formando una
mscara.
Ven conmigo a montar el toro
sagrado.
Asio sonri y su sonrisa le pareci a
Prtalo mensaje de los propios dioses.
No quiero cabalgar el toro, no
quiero combatir. Llvame a pasear por
el bosque, te lo ruego.
A Prtalo no le contrari la
respuesta ni trat de oponerse a los
deseos de su pupilo. Aquella sonrisa
magnfica que daba un aire superior a su
persona, no pareca admitir alternativa.
Mir hacia el druida mayor, que los
observaba preocupado, hizo un gesto de
resignacin como queriendo decir que la
cosa tomaba sus propios derroteros,
cogi la mano de Asio y comenz a
andar con l. Estaba encantado con la
reaccin del chico. Sus palabras haban
cado en tierra frtil.
Asio dio unos pasos y pareci
quedar desconcertado. Entonces solt la
mano de su mentor, volvi junto al toro
de piedra, se entretuvo buscando por el
suelo y al fin hall sus sandalias. Al
levantarlas del suelo, las llev a los
labios en un arrebato de amor hacia
aquellas compaeras que protegan sus
pies y sin preocuparse mucho del
carcter sagrado del dolo de piedra,
Asio se apoy sobre l para atar a sus
piernas las preciosas sandalias que le
haba hecho su padre. Con la elegancia
natural de un hroe en la palestra, atrap
la tnica doblando la cintura sin
agacharse, con una mano, mientras con
la otra recoga el cngulo. Cuando se la
puso y ajust a las caderas para tener las
piernas libres, volvi a sonrer a su
mentor. Le pareca haber invertido un
tiempo infinito en la accin aunque slo
hubieran transcurrido unos segundos
terrenales.
Prtalo estaba fascinado con los
movimientos del muchacho, admirado de
su capacidad para tomar decisiones y
ejecutarlas. Lo miraba sonriente, l
tambin, sabiendo que Arredrn
observaba alarmado pero
desentendindose al fin de vigilar, pues
ni l poda abandonar a su pupilo ni el
superior al suyo.
Asio mientras tanto caminaba como
si se encontrara en el mismo paraso.
Vea a los rboles como seres fabulosos
que le abran paso agitando sus copas.
Cada piedra del camino era un mundo
que desprenda escalas de colores y
tonos sonoros. Una urraca se pos
delante de l y lo mir con aire
inquisitivo, como si se preguntara qu
haca un necio humano en ese trance de
lucidez. Asio rio, esta vez con creciente
estrpito, como si todo aquello fuera un
espectculo delicioso. Prtalo fue hacia
l y le tir de la mano. Tampoco quera
un escndalo.
En el bosque, Asio iba haciendo
preguntas y l las contestaba lo mejor
que poda.
Y cmo son los otros druidas de
los que me hablas, querido Prtalo?
Asio hablaba como si estuviera
dialogando en el gora con el mismo
Scrates.
Como t y como yo, Asio.
Hombres. Hombres libres, entregados a
la sabidura y a ayudar a los dems. Que
conocen la vida de la naturaleza hasta un
punto que te parecera increble.
Y existen en esa tierra de los
astures de la que tu familia proviene?
S, ah y en casi todas las tribus
del norte.
Se haban detenido junto a un
roquedal que daba al camino, un saliente
de races de haya y musgo sobre un
pequeo talud ideal para sentarse.
An quedan respondi sombro
Prtalo mientras se acomodaba. Son
los descendientes de los ferel, una casta
de sacerdotes de un dios antiqusimo,
Fron, cuyo culto proviene de la
Atlntida.
La isla de la que hablaba Soln?
S, veo que conoces la historia de
esa civilizacin portentosa que exista
antes del gran cataclismo, hace diez mil
aos. En realidad era un continente
entero, separado de nosotros por el mar
Exterior hacia Poniente, que qued
destruido por un gran terremoto y el
diluvio que vino despus.
Asio se haba sentado en el suelo
con los brazos sobre las rodillas.
Continuaba maravillado, observando
todo lo que caa en sus manos, pero
segua la conversacin y razonaba
perfectamente. Un resplandor ms
brillante que la plida luna le iluminaba
el rostro.
Y cmo pueden descender de
aquellos si la gran isla se hundi?
Hubo sobrevivientes que lograron
alcanzar las costas occidentales de
nuestro continente. Como su cultura era
superior a la de los nativos, no tardaron
en imponerse. Incluso dieron su nombre
a los territorios que colonizaron[4]. De
aquella primera dispora nacieron las
tres grandes casas drudicas: la insular,
la continental y la peninsular.
Levantaron monumentos funerarios y
observatorios astronmicos con una
tcnica que permita mover grandes
bloques de piedra y nos transmitieron su
sabidura fundando una religin.
De la que los druidas sois
guardianes.
S, los ferel establecieron un
cuerpo sacerdotal estricto con bardos,
vates y druidas, tres grados que
significan el aprendizaje, el
compaerazgo y la maestra. Pero no se
quedaron en las costas occidentales.
Avanzaron por Europa en direccin a
Oriente mientras fundaban escuelas para
instruir a los nios y jvenes.
Llegaron a Grecia? pregunt
Asio guiado por su intuicin.
Desde luego. Fue all
precisamente donde establecieron su
mayor santuario, Eleusis, un lugar
reservado a los cultos mistricos y la
transmisin del conocimiento que
todava pervive.
Lo s. Soy medio griego.
En serio?
A Prtalo su pupilo le pareci
todava ms interesante. Todo lo griego
le fascinaba; se imaginaba la Hlade
como un paraso para los verdaderos
filsofos como l.
Yo creo que los helenos son
quienes mejor han sabido recibir la
influencia de los ferel. Pero entindeme,
no son los nicos. Los celtas somos los
grandes herederos, los que nos fundimos
verdaderamente con aquellos
conquistadores de Occidente que
trajeron tantos avances. Pero eso fue
hace miles de aos. Ahora, nuestra
religin, nuestra manera de ser y
entender el mundo est en retroceso.
Otras civilizaciones empujan y con ellas
llegan sus dioses y sus costumbres,
como los beros, los itlicos o los
mismos pnicos. Y siempre la guerra, la
guerra constante.
A m no me gusta combatir,
prefiero la vida a entregarme a la
destruccin.
Esa es la actitud filosfica
correcta. Yo tambin detesto el culto a la
guerra, pero vivimos tiempos difciles.
No s qu vamos a hacer.
Concete a ti mismo, como dijo el
maestro Soln, para ser mejor afirm
Asio con absoluta naturalidad. Slo
as podrs saber de verdad cmo
enfrentarte al mundo que te rodea y
obrar en consecuencia.
Tienes razn, Asio, tienes razn.
El druida se qued en silencio,
pensando en las sabias palabras del
muchacho. Con un drstico golpe de
timn, el dilogo haba cambiado de
rumbo y hasta de piloto. Ahora, el
pupilo era l.
Una brisa se levant entre los
rboles. Asio se qued mirando a la
luna y luego cerr los ojos. Pareca
transportado a otras esferas del
pensamiento aunque no fueran las que
prevea la iniciacin. Prtalo le haba
dado un trozo pequeo de soma y evit
las dos ingestas de concentrado de celia
que le hubieran llevado al trance.
Unos bramidos de tubas les
devolvieron a la realidad del momento.
Los guerreros saludaban a los nuevos
soldurios, pues los largos toques de
trompeta eran seal de que los otros dos
pupilos haban concluido su juramento.
Prtalo se levant nervioso,
sacudindose la tnica.
Asio, debemos irnos. Nos echarn
de menos si no nos damos prisa.
El chico abri los ojos y le mir con
expresin burlona.
Y qu vamos a decirles?
No s, djame que piense.
Yo te lo dir respondi el
muchacho seguro de s, mientras se
levantaba sin apoyarse con una agilidad
que sorprendi al druida, les
contaremos que he cumplido el voto, que
quise andar porque se me apareci la
figura de mi hermano que me peda que
le acompaara hasta un rbol sagrado
donde quera recibir mi consagracin en
nombre de la diosa y darme
instrucciones para la batalla.
Y por qu vas a contar esa
historia?
Por estrategia, druida Prtalo,
pero no para mejorar nuestra capacidad
de ataque sino para preservar mi vida.
Cmo?
Dir que Giscn me ha dicho que
debo situarme con el contingente
arvaco en el nordeste, de espaldas a la
direccin de nuestra tierra, porque all
las tropas irn en desbandada siguiendo
a Amlkar y as podremos cortar el paso.
Crees que te tomarn serio?
Espero que s.

Los guerreros los recibieron extraados


de su tardanza y maravillados del estado
tan despejado de Asio, lo que
atribuyeron a la fortaleza del muchacho
y su espritu protector. l explic lo que
le haba sucedido y Prtalo se limit a
corroborar sus palabras.
Convencidos de los buenos augurios
por la intervencin de Giscn, los
devotos regresaron contentos formando
una gran procesin encabezada por los
cnticos de los soldurios veteranos.
Slo la mirada desconfiada de Indortas,
a quien la tortuosa explicacin haba
parecido inverosmil, contrast en el
coro de parabienes a su llegada.
Plukstor se adelant para caminar
junto a Asio y poder hablarle en voz
baja, camuflando sus palabras en el
bullicio general.
Estaba preocupado, tardabas en
aparecer.
Me he tomado mi tiempo.
No parece que hayas hecho el
voto, no se te ve como a los otros.
He hecho algo mejor.
Pero has pasado por la iniciacin
o no?
Creo que mi iniciacin ha sido a
un conocimiento ms valioso.
S? Cuntame.
Ya hablaremos luego, cuando
lleguemos al campamento.
Antes de irse a dormir, Asio le
relat su conversacin con Prtalo, la
forma en que le habra abierto los ojos
frente a un estado de cosas que antes no
conoca. Pero aquellas historias de
druidas y mundos lejanos no acabaron
de interesar a Plukstor. Tampoco estaba
seguro de que fuera a funcionar la treta
de situar el contingente fuera del campo
de batalla. No le pareca digna de un
rgulo tal estrategia.
El muchacho asenta con aire
distrado a las apasionadas palabras de
Asio y bajaba la cabeza cuando su
amigo repeta aquello de buscar la
verdad.
Hay que buscar la verdad,
Plukstor, nuestra verdad, no la que
quieran imponernos.
El numantino volva a cabecear
como si asintiera, pero lo cierto para l,
su verdad, era que iban a ir juntos al
combate y que no le importara morir si
lo haca con honor y en brazos de aquel
a quien amaba con desesperacin.
22

La verdad
desnuda

El momento de la batalla se acercaba.


Indortas saba que las tropas de Amlkar
estaban ya a una sola jornada por los
informes de los rastreadores. Se
propona sorprender a los pnicos en el
momento final, confiado en su
conocimiento del terreno. Ignoraba, sin
embargo, que el sufete estaba al tanto de
sus movimientos y conoca su estrategia,
gracias a una red de informadores
comprados que actuaban sigilosamente
hasta llegar al mismo consejo de
capitanes, donde uno de los rgulos
transmita a sus enlaces todo lo que
dispona el caudillo.
Adems, aseguraba sin cesar
Indortas, las fuerzas spanias eran muy
superiores a los cartagineses el doble,
deca y eso iba a resultar decisivo.
No se equivocaba el jefe celta en sus
clculos, aunque s en la eficacia de
ambos ejrcitos.
La abigarrada muchedumbre rebelde
avanzaba hacia sus posiciones con la
euforia de saber que por una vez iban a
ser ms numerosos que los invasores
pnicos. Los jefes de cada destacamento
no se cansaban de recordarlo, mientras
azuzaban el valor con gritos de venganza
y a favor de la independencia. Entre los
lusitanos, la fuerza mayor de los
soldados, haba verdadero deseo de
verse las caras con quien haba
doblegado tantos pueblos.
Al frente de los suyos Asio
cabalgaba con aprensin, sin tenerlas
todas consigo. Era consciente de la
desconfianza que le produca a Indortas,
pero haba conseguido eludir cualquier
encuentro a solas con l. En esos
momentos, lo que le preocupaba era ms
la reaccin de los suyos que la posible
vigilancia del caudillo durante las
distintas fases de la batalla. Estaba
resuelto a no buscar el cuerpo a cuerpo
ni atacar, slo a defenderse sin
participar realmente en la lucha. La
conversacin mantenida con el druida
Prtalo, con la mente alerta, haba
afianzado en sus creencias lo que hasta
entonces eran slo vaguedades. Ya no se
trataba slo de sentirse a disgusto ante
la guerra o detestar sus efectos. Tena
que evitarla.
Cuando lleg la noche el ejrcito
par al pie de unos cerros que habran
de servirles como parapeto para
ocultarse y dormir. Mientras los
guerreros daban cuenta de las
provisiones fras y trataban de
descansar, Indortas trazaba los planes
del da siguiente. Cada cuerpo de
ejrcito deba ocupar su posicin a
medioda y esperar. Al primer toque de
cuerno se distribuiran los pellejos de
celia para que todo el mundo bebiese.
Tenan ocho horas de luz para acometer
a los pnicos y toda la noche para
provocar su desbandada y diezmar su
ejrcito. Al despuntar el da, el consejo
de capitanes acudira a la tienda mayor
para recibir las rdenes.

No fue posible. Con los primeros


destellos del alba, el ejrcito pnico
cay sobre los spanios, an dormidos,
desde cuatro flancos distintos. La
confusin fue total. Muchos no tuvieron
tiempo ni de alcanzar sus jabalinas y
cayeron muertos entre una lluvia de
flechas o pisoteados por furiosos
caballos. Las rdenes se contradecan,
nadie saba adnde ir. Los arqueros
trataron de agruparse pero un
contingente pnico apareci detrs de
ellos y provoc su desbandada. Indortas
se puso al frente de un destacamento de
jinetes, medio aturdidos por el estruendo
y recin salidos del sueo, para intentar
reconducir la situacin.
La consigna fue tajante: Todos a
los cerros!. Era el nico lugar donde
poder agruparse para resistir la
embestida del enemigo.
Cuando una masa de cerca de veinte
mil hombres suba por las laderas,
vieron recortarse contra el cielo los
cascos emplumados de los jefes
cartagineses. El propio Amlkar iba al
frente de aquel destacamento que reuna
tres mil de sus soldados ms entrenados
junto a dos cuerpos de arqueros y la
vanguardia de infantes con jabalinas.
Antes de que salieran de su perplejidad
y pudieran realizar alguna maniobra
coherente, ochenta elefantes con seis
arqueros cada uno se lanzaron ladera
abajo. Cuando los spanios vieron a los
paquidermos dirigirse a ellos barritando
desaforados, detuvieron su ascenso.
Muchos comenzaron a darse la vuelta e
intentaron escapar por los lados, donde
los esperaban nuevos arqueros. Otros
corran hacia la llanura buscando un
lugar seguro. Indortas gritaba, trataba de
atajar a los que se volvan, pero sus
esfuerzos resultaban intiles.
La decisin que haba tomado Asio
de vivaquear algo apartados del grueso
del ejrcito y, sobre todo, de la
vigilancia de Indortas, salv a los
arvacos de la primera acometida.
Pudieron desplazarse hacia el oeste
y desde un pequeo montculo observar
el destrozo que la tctica de Amlkar
estaba provocando.
Los spanios ni siquiera llegaron a
combatir.
Dispersos, aterrados, los que podan
abandonaban el campo de batalla y
huan sin mirar atrs. Miles de ellos
fueron masacrados en slo una hora.
Amlkar haba ordenado no hacer
prisioneros. Su ejrcito, totalmente
coordinado, avanzaba en las cuatro
direcciones iniciales hasta el mismo
corazn de la resistencia spania,
mientras otro destacamento de cien
elefantes cortaba su retirada. En la
ladera apenas nadie quedaba en pie. Los
que haban echado a correr caan ante
las cerradas filas de arqueros. Indortas,
desesperado, huy hacia el este tratando
de arrastrar tras l el resto de la
caballera, pero despus de una
galopada infernal en la que muchos
caballos de los que le seguan cayeron
reventados, fue alcanzado por las
fuerzas de Asdrbal y capturado vivo.
An no haba llegado el medioda y
ya todo haba terminado.

Cuando Asio observ la carrera de


Indortas, no quiso ver ms. Orden a los
suyos la retirada a favor del sol, en la
direccin por la que haban venido.
Despus de recorrer un buen trecho al
borde un pinar, se cruz delante de ellos
un destacamento de pnicos a pie que se
dirigan a apoyar el flanco sur donde la
desbandada de los spanios era general.
Asio dio la orden de guarecerse entre
los pinos para esperar a que pasaran. No
parecan reparar en ellos y no tena
sentido hacerles frente. Sin embargo,
cuando estuvieron a menos de un estadio
de distancia, Plukstor se lanz al
galope contra los pnicos al grito de
Numancia!!, tratando de arrastrar
con l a sus compaeros de la ciudad.
Ninguno lo sigui.
La tentativa era insensata, intil. El
muchacho buscaba sobre todo lograr una
hazaa y restaar su conciencia de
guerrero, herida por la huida sin
presentar combate. Su objetivo, tomado
con la celeridad de las tragedias
inevitables, era inmolarse ante los ojos
del amado, cometer un suicidio con
honor porque la vida ya le era
insoportable. Ante la mirada angustiada
de Asio, que fue el nico que
comprendi la accin, y el estupor de
los dems arvacos, Plukstor cay
abatido por una docena de flechas ante
una fila de cartagineses que celebraron
con risas su ocurrencia.
Ni siquiera pudieron recoger su
cuerpo, hubiera sido demasiado
arriesgado. Asio, impresionado por el
amor del chico pero menospreciando su
accin, hizo un cnico comentario que
luego lament.
Por los dioses, qu afn por el
suicidio intil!.

Dos das despus la escuadra arvaca,


intacta salvo por la muerte de Plukstor,
alcanzaba el campamento de donde
haba partido el contingente spanio
inconsciente de la masacre que les
esperaba, entregado a un destino cruel
que los propios jefes haban tejido.
Durante todo el da fueron llegando
grupos desperdigados con la derrota
pintada en el rostro, contando
espantados el espectculo de desolacin
que haban dejado atrs, ligeramente
aliviados pero sin explicarse cmo
haban logrado sobrevivir.
Al final de la tarde se supo que
Indortas haba sido martirizado por
Asdrbal. Asio y los otros escucharon
en silencio cmo fue golpeado sin
piedad por el propio Amlkar, quien
mand que le sacaran los ojos antes de
crucificarlo all mismo y dejarlo
abandonado para que fuera pasto de los
buitres.
Dos rgulos lusitanos supervivientes
sealaron un lugar no muy lejos donde
podran reunirse los soldurios que
quedaban, para decidir qu hacer. El
sitio era el Monte Sagrado de las
nimas, cerca del castro de Nertbriga,
al otro lado del ro Anas. Un lugar
apropiado para un rito funerario. Ellos
conocan un paso y all estaran al
abrigo de los pnicos.
Tres das penosos la marcha dur.
Apenas tenan provisiones y slo
mascaban races y bellotas. Nadie se
paraba a cazar o pescar. El desnimo
era total y algunos de los heridos
fallecieron en el camino.
En Nertbriga hubo consejo de
soldurios. No llegaban a cien, pero
estaban determinados a honrar la
memoria del caudillo y cumplir con su
juramento. No hubo grandes discusiones,
slo alguna desercin silenciosa. Todos
miraban con recelo a los arvacos, que
haban tenido una sola baja y esperaban
ansiosos a que su rgulo cumpliera con
su juramento para regresar cuanto antes
a sus ciudades con las cenizas que
habran de devolver el honor a su
derrota.
Cuando los devotos comenzaron a
apilar lea para la pira que habra de
consumirlos, Asio convoc a sus
capitanes en un lugar apartado. Una vez
sentados en crculo, les habl sin
rodeos, desvelando sus autnticas
intenciones.
No voy a sacrificarme. No quiero
aadir ms muerte a la derrota ni
permitir que mi vida haya sido estril.
Los hombres se miraban
desconcertados.
Pero y el juramento?
No jur nada. No hubo
consagracin a la diosa. Pas la
iniciacin conversando con el druida
Prtalo sobre cuestiones de filosofa.
Qu?
El que grit fuera de s era Armilo,
el capitn de ms edad de Segbriga.
Consternado, se levant para encararse
directamente con Asio.
Nos has engaado. Creamos que
eras un guerrero con honor como tu
hermano, que sabras comportarte como
un autntico consagrado.
Nadie me pregunt mi parecer ni
me pidi consentimiento. Fui forzado a
aceptar los hechos consumados.
Pero pero
Armilo se desesperaba tratando de
encontrar argumentos. Aquello era
indigno, impropio de un arvaco. Las
voces subieron de tono, unos exigiendo
que se consumara el rito, otros tratando
de disculpar al joven rgulo. La voz de
Asio se elev sobre las dems. Su tono
era duro, categrico. En su grave
modulacin no haba rastro de splica ni
resquicio alguno a permitir que alguien,
fuera quien fuese, se creyera con
autoridad para imponerle lo que deba
hacer.
He llegado hasta aqu empujado
por la ambicin y los deseos de los
dems. He sido testigo de una derrota
trgica que ha acabado con el delirio
admitido de que ramos irreductibles.
Ni siquiera ha habido verdadera batalla.
As pues, no quiero ser cmplice de los
errores ajenos ni voy a consentir que
nadie me dicte en adelante lo que debo
hacer. Tampoco admitir ms lisonjas
que traten de atraer mi voluntad hacia
donde no deseo. Aborrezco la guerra y
el culto a la muerte. Antes que a
Atecina, me debo a nuestro padre Lug y
a las diosa Matres, fuentes de vida y
regeneracin. Si t, Armilo de
Segbriga, crees que lo honorable es
arrojarse a la pira funeraria y pagar con
tu vida la derrota, hazlo, no tratar de
convencerte de lo contrario.
Las ltimas palabras acabaron por
desarmar las protestas. Armilo hizo un
gesto de desdn y se alej con aire
ofendido, pero evitando responder al
reto. Poco a poco, el resto lo sigui
dejando a Asio enfrentado a una incierta
soledad.
III

DESPOJO

De esta manera has de obrar,


Lucilo mo:
reivindicando para ti la
posesin de ti mismo.
Y el tiempo, que hasta ahora te
arrebataban,
te sustraan o se te escapaba,
recupralo y consrvalo.

SNECA
23

Aprendizaje
compartido

Bien, por fin solo, pens. Sin nadie


que zarandeara su vida, sin que sus
opiniones, jvenes pero arraigadas con
vigor, tuvieran que soportar el acoso de
la maleza invasora, los injertos que no
deseaba. Solo frente a su sentir hacia las
cosas del mundo. Libre. Ajeno a las
interferencias que le obligaran a revisar
sus criterios y se empeaban en sacarlos
con demasiada frecuencia al exterior, a
orearse como si fueran carne en mal
estado.
No sinti ninguna congoja. Tampoco
miedo a lo que pudiera pasar pues saba
que cualquier camino que tomara sera
una decisin propia ante la que obrara
en consecuencia, tuviera crticos,
miradas torvas o gestos de apoyo de
quien le quera de verdad. Al fin era l,
desnudo ante el mundo, con el nico
desafo de su propia personalidad y la
voluntad de seguir viviendo como un
acto de gratitud hacia la naturaleza, con
humildad frente al prodigio del Cosmos,
sin la soberbia de los guerreros ni la
cerrazn de los clanes enfrentados.
Vivira su vida, fuera la que fuese.
Saba desenvolverse por s mismo sin
ayuda de nadie, ya estuviese perdido en
los montes o al frente de su casa en
Tiermes. Ms que angustia, senta un
inmenso alivio. La serenidad de haber
sido firme en sus convicciones le daba
una fuerza inusitada, capaz de borrar
otras consideraciones ms amargas.
Haba merecido la pena: las largas
conversaciones con Aristaco y sus
amigos en Emporin, el afn de su
madre por inculcarle el sentido de la
verdadera dignidad, la necesidad de
vivir y crecer en el mundo que le
inspiraba el amor de Alak incluso las
enseanzas recientes del druida Prtalo,
todo conflua hacia su negativa tajante a
perpetuar los estriles ritos de la guerra,
a rechazar la brutalidad de una
costumbre envuelta en el aura del
herosmo y endulzada con la virtud de la
lealtad y el compromiso viril de la
camaradera.
Los guerreros arvacos, con Armilo
admitido tcitamente como rgulo
aunque fuera a regaadientes, recogan
cien pasos ms all sus magros enseres
para el regreso a casa. Asio se acerc
hasta el lugar donde se encontraban en
busca de su caballo sin tratar de
esconderse, mirando a sus compaeros
de frente, con expresin serena, sin la
cabeza gacha o tratando de desviar la
mirada no fuera a aparentar por
discrecin una vergenza que no senta y
ellos hubieran querido quedarse como
recuerdo. Algunos le echaban un vistazo
de reojo, pensando que su decisin
haba sido valiente, tal vez la ms
acertada, pero nadie osaba expresarlo.
Ninguno se atrevi siquiera a hablarle
para tratar de aliviar su soledad. Teman
el juicio de los dems y los agarrotaba
el estpido pudor que se apodera de un
grupo humano cuando alguien destaca
como anmalo, sedicioso o, peor an,
peligroso para la estabilidad de la
manada. Pues as, con la cobarda tcita
de quien se salva de una situacin
apurada, se comportaba con apariencia
de normalidad el puado de guerreros
arvacos con fama de irreductibles que,
sin merecer lo uno ni lo otro, antes se
sentan fieros y ahora vencidos, en huida
apresurada.
Asio recogi su frazada, dej la
lanza y con desparpajo eligi dos
jabalinas entre las mejores del comn de
armas del escuadrn. Las sujet con
tranquilidad a la espalda y aunque
resultaba arrogante su forma de hacerlo,
no era en realidad sino afirmacin de la
propia libertad. Con parecida actitud se
desprendi de la espada, que arroj
ruidosamente al cmulo de venablos
amontonados para que cada uno eligiera
el que quisiera, sin evitar una mueca de
desdn por aquel instrumento de muerte
que, en el fondo, siempre haba
detestado.
Ya no quiso dirigir ms la mirada a
sus antiguos camaradas. Todo estaba
dicho, consumado. No vala la pena
buscar nada en ellos que no fuera prisa
por perderlo de vista. Sin despedirse de
nadie, mont a Glauco y se dirigi al
sur, para que vieran que no pensaba
acompaarlos.
No haba transcurrido ms que un
trecho del camino, cuando un jinete a
galope le alcanz.
Era Prtalo.
Salud, druida! Vienes a por m?
No se me ocurrira tal cosa,
amigo. Yo tambin me voy. No quiero
tomar parte en este sinsentido.
Cul de todos ellos? pregunt
Asio con media sonrisa.
El sacrificio ritual. La pira est ya
preparada y los otros druidas andan
entre los soldurios rezagados
convencindoles para que se inmolen
con los ms decididos.
Asio call. El viento traa ecos de
los cnticos guerreros. Podan
escucharse de vez en cuando aullidos y
lamentos que confirmaban las palabras
de Prtalo.
Cabalgaron un rato juntos, sin decir
nada, hasta que el druida habl de
nuevo.
Hacia dnde te diriges,
muchacho?
Quiero regresar a casa. Voy por
este camino para dar un rodeo y no
encontrarme con mis compaeros. Han
renegado de m.
Puedo ir contigo? Los mos
tambin me maldecirn cuando se den
cuenta de que no vuelvo Adems, he
tomado este caballo sin pedir permiso,
ahora soy un ladrn. Un druida raras
veces monta a caballo y nunca debe
robar.
Asio le mir sonriendo.
Ya somos dos proscritos.
Slo por estos parajes. He
decidido ir con las tribus celtas del
norte para vivir como un autntico
druida, encontrar algn lugar donde
aprecien mis enseanzas y quedarme
all. Puedo acompaarte hasta Tiermes y
luego seguir ms al norte. No s llegar
hasta all yo solo. Juntos podremos
sortear mejor las dificultades.
De acuerdo. T encontrars el
camino del norte y yo no me hundir en
el pozo de la soledad. Me parece justo.
As podrs transmitirme tambin a m
tus enseanzas.
Prtalo asinti encantado. Admiraba
a Asio por su valiente conducta y por la
inteligencia que haba demostrado desde
que lo conoci en la iniciacin. Deseaba
quedarse con l porque se senta
desamparado y tena miedo. Nunca
haba vivido por su cuenta ni se haba
aventurado solo por los caminos.
Tampoco estaba muy seguro de que fuera
capaz de darse a conocer como aquellos
antiguos druidas que iban por las
ciudades predicando y dejando que la
gente los acogiera; l era reservado,
careca del suficiente carisma. Tal vez
en Tiermes necesitaran sus servicios
para ayudar en los ritos, ensear a leer a
los nios, o en lo que fuera. Esa era su
secreta esperanza.
El encuentro pareci a Asio justa
retribucin de los dioses al coraje de su
actitud en el rito inicitico. Desde el
primer momento, Prtalo haba confiado
en l. Le haba abierto la puerta a un
mundo que ansiaba conocer, tratndole
con respeto hacia su forma de pensar,
con el sentimiento de igualdad de un
compaero y la dignidad de un filsofo.
Envidiaba su condicin de druida y
quera aprender de l. Tal vez incluso
iniciarse junto a tan asequible maestro
en los misterios de su condicin
sacerdotal, hacer mritos para un
posible cambio de estado que lo alejara
definitivamente del escenario de la
guerra. Pero no se atreva a decrselo.


Sin embargo, y aunque no lo pidiera, el
aprendizaje drudico del joven arvaco
comenz aquella misma noche, cuando
al fin se sentaron los dos ante una
acogedora fogata para calentarse y
poner a cocer unas races que haban
recogido.
La primera leccin result muda y
de carcter prctico: en las alforjas que
colgaban a los costados del caballo de
Prtalo haba toda clase de utensilios
para sobrevivir tales como yesca,
pedernal, una cazoleta de estao, un
hocn y cuerdas para hacer lazos con los
que atrapar perdices o liebres.
La segunda fue directamente al
grano.
Dos cosas principales nos
ensean nada ms empezar nuestra
preparacin a la filosofa druida dijo
Prtalo: El amor a la naturaleza y el
deseo de aprendizaje. Van unidos porque
nuestra sabidura se basa en la
observacin de los ciclos naturales.
Todo est en la naturaleza que nos
rodea, Asio, slo debemos fijarnos bien
y comprender. El ser humano vive
demasiado encerrado en su propio
mundo, se ocupa sobre todo de guerrear
entre s, conservar lo que posee o
ambicionar ms. A veces olvida que
forma parte de un universo magnfico
que tambin opera en l. Hay que
abrirse al Cosmos y escuchar la voz de
la conciencia, estar preparado para que
entre en cada uno de nosotros la luz del
conocimiento.
Y eso cmo se hace?
El espritu necesita desequilibrio
para crecer, porque tambin esta vivo.
Cuando observas que la vida nace del
encuentro de los opuestos, te das cuenta.
El equilibrio perfecto desemboca en la
ausencia de movimiento. No concebimos
un cielo siempre en equilibrio, tampoco
el espritu humano. Entre las tradas de
enseanza que recibimos en el primer
grado de vates hay una que dice: Un
druida debe ver todo, aprender de todo,
sufrir todo. Ese sufrir significa
desequilibrarse y crecer.
Qu hace un vate?
Se impregna del conocimiento y
las costumbres druidas. Su tarea es
preparar su espritu y lo hace a travs de
la palabra, la herramienta que los dioses
nos ofrecieron para elevarnos sobre
nuestra condicin animal. Debe
componer poemas para expresar sus
sentimientos y la visin que va
adquiriendo del mundo. Busca el
significado preciso de las palabras y
todas sus posibles combinaciones.
Nuestra tradicin es oral, no la
escribimos, a diferencia de los griegos
modernos pero no de los antiguos. Por
eso uno de los pilares del aprendizaje es
el dominio del lenguaje, para ser
capaces de transmitir de la forma ms
certera nuestras enseanzas y ofrecerlo a
los bardos.
Los bardos?
S, estudian la msica y la forma
de acompaar las palabras de los vates
con himnos de alabanza o largos
cantares que cuentan la historia de la
Keltik. Pero no te adelantes, amigo
Asio, antes que nada hay que saber las
tradas del conocimiento.
Dime algunas.
Veamos Hay tres cosas que una
persona es: lo que ella piensa que es, lo
que los dems piensan que es y lo que
realmente es. En todo aprendizaje
encontramos estas categoras triples que
forman tringulos equilibrados,
cerrados, quiero decir con la energa de
sus lados compensada. Por ejemplo, los
druidas nos empeamos en hacer
comprender a cada hombre o mujer que
debe aprender a tener dominio sobre
tres cosas: la mente, el deseo y la mano.
El hombre y la mujer estudian las
mismas cosas en vuestras escuelas?
S. Todos nacimos de mujer
gracias a un hombre, as que no vemos
por qu unos han de prevalecer sobre
otros, aunque sean de naturalezas
distintas. Esa diferencia forma parte de
otra de las categoras del existir,
fundamentales para comprender la vida
y el mundo, que son las dualidades
sencillas que rigen el cosmos como la
luz y la oscuridad, lo seco y lo hmedo,
el calor y el fro, la tierra y el aire
Son contrarios que se complementan y
de su desequilibrio nace la vida, como
te deca antes.
Y ese encuentro de contrarios, me
imagino aadi Asio con la mirada
fija en las llamas produce nuevas
tradas. En el hombre, lo elemental,
concreto y visible, mientras que en la
mujer rige lo etreo, intangible y
escondido.
Veo que comprendes
perfectamente.
Las ramas ya no alumbraban y el
rescoldo apenas daba calor. Prtalo dijo
que era suficiente para el primer da y
propuso descansar. Asio se envolvi en
su frazada, pero no poda dormir. Las
ideas que el druida haba sembrado en
su espritu mantenan su conciencia en
estado de completa vigilia.
24

La vetona

Le despertaron los trinos de los pjaros


con la sorpresa del amanecer. Haban
dormido a los pies de un gran olmo, en
el que un enjambre de jilgueros pareca
disputarse la supremaca de anunciar la
llegada de la luz. La maana era fresca
pero el cielo despejado presagiaba una
jornada de calor. Perezoso, Asio
entreabri los ojos y vio a Prtalo
afanarse de un lado a otro mientras
reavivaba la fogata sobre la que
humeaba una cadila negra sostenida
entre cuatro piedras. El druida iba y
vena con el hocn en la mano,
observando al paso el cocimiento que
desprenda un olor agradable, entre acre
y dulzn. De vez en cuando lo remova
un poco y volva a recoger ms hierbas
o alguna baya que examinaba con
cuidado antes de guardarla en el zurrn.
Finalmente se sent junto al fuego, sac
un raspador de piedra, limpi unos
bulbos que guardaba en la talega, aadi
una raz, un tallo jugoso y tres o cuatro
bellotas, junto a un puadito de piones
que fue partiendo en un saliente ptreo
que llegaba a la altura de los muslos y
tena una superficie tan lisa que pareca
trabajada por la mano del hombre.
Todava desde su lecho de hierba, Asio
descubri que haba colocado dos
pedruscos a los lados del saliente, a
modo de asientos para su improvisada
mesa.
El arvaco se dio media vuelta y
apoy los codos en el suelo observando
a su compaero. Prtalo parta los
piones de un solo golpe con un guijarro
envuelto en tela para no hacer ruido,
tena su tnica enrollada a la cintura con
el torso descubierto. En ese preciso
instante despunt el sol por el horizonte
de pinos. El druida se levant como
impulsado por una orden perentoria,
dej sus utensilios a un lado, se olvid
de la pequea marmita en la que
gorgoteaba el condumio y fue hasta un
claro donde se expuso por completo a la
plenitud ascendente del astro. Quieto,
con los ojos cerrados, abri los brazos
para saludar los primeros rayos
benficos y concentrarse en absorber su
luz a travs de la piel traslcida de los
prpados, hasta que le inundara las
rbitas y le provocara una sensacin de
alivio que se converta en sentimiento de
gratitud y le hacia recitar su letana al
orto con los ojos humedecidos por las
lgrimas.
As, visto desde atrs, con los
brazos extendidos, la cabeza erguida
hacia el disco solar dejando que las
guedejas de su cabellera cayeran sobre
la espalda desnuda mientras musitaba lo
que pareca a ser una cancin de
alabanza, Prtalo se transform a ojos
del arvaco en un ser angelical,
inocente, una criatura libre de la
mezquindad que atenaza a los humanos
apegados al polvo de la tierra. Y sin
embargo, cuando ces el saludo al dios
solar y volvi el semblante, aquel rostro
que hubiera adivinado beatfico result
sombro, cruzado por algn
presentimiento o preso de la congoja
que deba atormentar su espritu.
Asio se levant para acercarse al
fuego. Sentado en cuclillas sobre sus
talones comenz a remover la danza
vegetal que se mezclaba en caldo espeso
al tiempo que trataba de adivinar la
desazn del compaero que volva
cabizbajo, entreteniendo un sbito
nerviosismo con desmaados esfuerzos
por subirse la tnica mientras no dejaba
de caminar y le lanzaba furtivas miradas
que intentaban ser de complicidad,
aunque en realidad expresaran el pudor
de haber sido sorprendido.
Buen da tengas, amigo Asio.
Y t, druida. Veo que no has
perdido el tiempo dijo el arvaco
removiendo con mayor bro.
He pensado que no nos vendra
mal un desayuno fuerte; as tendremos
fuerzas para hacer frente al camino. Hoy
ser un da de marcha, no es as, jefe?
Valiente jefe estoy hecho!
respondi Asio apartndose un mechn
que le caa sobre los ojos y olisqueando
el desayuno. Me refera a que parece
que te has levantado muy pronto. Has
podido dormir bien?
Claro que s! Como un lebrato.
Pero me despierto con la primera
claridad del da y me levanto enseguida.
Es la costumbre. Cuando estaba en la
escuela de los druidas, de nio, no nos
dejaban quedarnos despiertos en la
cama.
Ambos rieron nerviosos. Haba
desaparecido el tono pico del da
anterior, la gesta de la escapada. Ahora
se trataba de sobrevivir, encontrar un
camino que pudieran recorrer y no slo
entre riscos agotadores de escalar o
valles que parecan el mismsimo
paraso, sino por la propia vida. Los dos
lo saban y la ansiedad les desbordaba.
Una sensacin a flor de piel que se haca
evidente en pequeas precipitaciones
como cuando Prtalo casi tir la
marmita al intentar remover el
contenido, en las risas forzadas por la
menor tontera o cuando ambos
quisieron atrapar la misma rama seca y a
punto estuvieron de chocar sus cabezas.
Ms distendidos por las torpezas
que rebajaban la gravedad del momento,
se sentaron a la mesa de piedra con la
cadila humeante entre ellos, dos
escudillas de madera y dos cucharas de
hueso que el druida rescat de los
fondos de su prodigioso equipaje.
All estaban, frente a frente y
relajados, como seores de vastos
dominios dispuestos a compartir aquella
colacin civilizada en ntima
fraternidad. Asio se senta a sus anchas.
Haca muchas maanas que no
desayunaba con aquella sensacin de
liviandad que haca tan llevadera la
existencia sin el peso de la angustia
oprimindole, como un gorrin que se
posa en un sitio apetecible sin tratar de
influir en los acontecimientos ni
preocuparse por lo que vendr despus,
slo afanndose en mirar alrededor y
gozar del milagro de estar vivo.
Esto est buensimo!
Me alegro. La primavera ha sido
generosa en lluvias y el campo es una
inmensa despensa. Creo que no
tendremos grandes problemas para
abastecernos.
Eres un hombre grande, Prtalo.
No no soy ms que un pobre
druida huido. Aqu el grande eres t.
Volvieron las risas forzadas, los
guios entre los dos compaeros que
seguan buscando su sitio exacto frente
al otro. La forma de relacionarse sin
crear distancia o excesiva cercana, sin
que les traicionara el caudal de
sentimientos que cada uno soportaba en
su interior. En una marcha as, huyendo
del escenario de la guerra, el peor
enemigo era la melancola.
No debemos dejar que nos invada
ningn sentimiento de culpa.
Fue Asio quien habl, mirando hacia
el horizonte entre los rboles, como si
sus palabras formaran parte de un hilo
argumentai que se desarrollara
continuamente en su mente.
Tienes razn.
Se miraron de nuevo, pero esta vez
no hubo risa forzada sino gestos de
franca aprobacin. Exista una forma de
andar el camino juntos y la estaban
encontrando.
Los caballos resoplaban satisfechos
agitando sus belfos. Estaban
descansados y pacan a su antojo.
Seguan jugueteando entre ellos, libres,
sin ataduras, persiguindose entre los
rboles y mordisqueando las crines del
otro, pero siempre volvan al lugar de la
acampada. Si notaban que los jinetes
an no estaban dispuestos, continuaban
con sus juegos.
Ahora observaban a sus plcidos
amigos humanos y parecan alegrarse de
verlos tan ensamblados, como si el
tiempo no pasara a su alrededor. Poco a
poco se fueron aproximando, tratando de
jugar tambin con ellos, acercando sus
cabezas y restregndolas contra sus
costados, hacindoles ver que queran
sentir sus piernas all arriba, sobre el
costado, para lanzarse a la carrera por
los campos. Eran dos sementales
jvenes, sin castrar, y sentan el latido
de la tierra con mayor fuerza que sus
amos.
Bueno, tranquilos dijo Asio,
dejad que comamos tambin nosotros
nuestro forraje.

Poco despus tomaban el camino del


norte. Asio haba decidido seguir esa
ruta para evitar un posible encuentro con
sus antiguos compaeros o algn
destacamento pnico que anduviera tras
ellos. Cruzaran la tierra de los vetones
hasta encontrarse con el Durius, para
torcer luego en ngulo recto y atravesar
la meseta bordeando el ro.
La realidad se impona y ambos la
aceptaron. El arvaco sera quien guiara
la expedicin; de la comida y la
impedimenta se ocupara Prtalo. Cada
uno deba cuidar de su caballo y
conservar en buen estado los arneses,
untando con manteca las cinchas de
cuero. Los dos iran juntos a recolectar
frutos y hierbas al amanecer,
seleccionados siempre por la mano
experta del druida. Una vez puestos a
hervir en la marmita con los troncos que
sobraran de la noche anterior, Asio
habra de cargar la lea menuda para
alimentar la fogata mientras su
compaero se dedicara a elegir hongos
y races para aadir a la colacin y
hacerla ms sabrosa.
Ambos estaban decididos a probar
suerte e intentar cazar pequeas presas o
capturar pollos de perdiz, alguna trtola
en su nido e incluso reptiles sabrosos
como los esquivos lagartos para aadir
a su dieta, pero lo cierto era que ninguno
era demasiado hbil ni tena suficiente
experiencia, pues hasta entonces Asio se
haba limitado a acompaar a Ciscn
para llevarle las piezas y el druida no
haba cazado en su vida.
As organizados, fueron cumpliendo
jornadas casi sin darse cuenta. Se
sucedan los amaneceres risueos y las
noches de confidencias, jornadas a
caballo ensimismados en la grandeza del
paisaje, atravesando encinares y
crcavas o bordeando arroyos. A veces
encontraban cuevas en las que paraban
para pernoctar; entonces Prtalo
construa un pequeo altar en la entrada
a la diosa madre y entonaba sus
salmodias al atardecer en un estado que
pareca fuera de este mundo. Con
frecuencia hallaban, alborozados,
pinturas negras o rojas, huellas humanas
de muchas generaciones atrs. Pasaban
los dedos por los trazos primitivos o
ponan la palma sobre la estampa de una
mano de la Era de las Cavernas con el
contorno rojo intacto, admirando el
vestigio preservado contra la
decadencia del tiempo, emocionados,
mientras su espritu trataba de comulgar
con aquel signo contundente, rojo sobre
la claridad de la piedra, como un rastro
de fuego que anunciara la civilizacin
para la especie humana.
Las ms de las veces era el
firmamento la bveda en que descansaba
la mirada al acostarse, cuando la noche
se descubra con guios de lejansimas
estrellas. A menudo elegan cobijo bajo
un rbol robusto para guarecerse por si
llova o hubiera que trepar ante el acoso
de lobos hambrientos, jabalinas en celo
o incluso algn oso desesperado. Con un
trozo de asta de ciervo, a la que
insertaron un guijarro puntiagudo en la
base, hicieron un hacha rudimentaria,
muy til para quebrar la lea. Prtalo se
mostraba muy satisfecho con el
instrumento y lo sujet a su cinto,
elevndolo a la categora de amuleto y
objeto civilizado.
As eran las hachas que nuestra
atormentada especie construa en la
Edad de Piedra, antes de que los metales
excitaran la codicia de los hombres y
los empujara unos contra otros.
Asio escuchaba divertido los
comentarios de su compaero, ya fueran
filosficos, solemnes o humorsticos, sin
aadir nada. Sonrea beatfico dndole
la razn, luego las palabras caan en la
marmita de su conciencia mezclndose
unas con otras hasta formar un alimento
que nutra el silencio de sus cabalgadas.
Para no quedar a la zaga, el arvaco
se afanaba en fabricar pequeos
utensilios con sus manos. No estaba
especialmente dotado para la artesana
ni tena la habilidad de quien lo hace a
menudo, pero manejaba con paciencia
un punzn hecho del asta del crvido
con el que pula huesos que encontraba
por el camino hasta conseguir un peine
duro para la crin de los caballos, otros
dos ms suaves para ellos, un raspador
de races y varias puntas de flecha que
acoplaron a cinco varillas de fresno
delgadas y rectas. Con ramas de sauce
hizo dos arcos, pero no saba cmo
ponerles cuerda hasta que Prtalo
deshizo en finas tiras una badana sacada
del borde de su bolsn y las entrelaz
hasta formar unos chicotes que
consiguieron tensar en curva las
cimbreantes varas. Luego, a base de
pequeos nudos en los extremos, las fue
ajustando. Preparados los arcos,
colocaron en cada uno una flecha a la
que amarraron con esparto una punta de
hueso. Estiraron los brazos, apuntaron a
un roble de tronco generoso, se miraron
y soltaron. Los venablos salieron con
fuerza y precisin sin apenas desviarse,
ambos se clavaron el tronco, uno junto
al otro. Ellos rieron, saltaron y se
abrazaron. No podan crerselo. Ya
tenan sus armas de caza.
Otra cosa fue acertarle a una pieza.
Fallaron conejos, torcaces, zorzales,
liebres y toda suerte de animalillos
rpidos y apetitosos, hasta que
descubrieron las ventajas de apostarse
en las charcas y esperar a que se
acercaran a beber, quietos y expuestos.
De esta manera consiguieron abatir
varias perdices y hasta un gamo menudo
que recibi los dos impactos por encima
de la paletilla y all qued, boqueando,
mientras ellos lo observaban atnitos y
apenados, pero con la promesa cierta de
comer, al fin, carne.
En doce jornadas llegaron sin
contratiempos a las estribaciones de los
Montes Carpetanos, por su lado ms
occidental. Ante sus ojos se elevaban
los macizos rocosos anunciando otro
pas distinto al de los lusitanos. Atrs
quedaban las anchas llanuras y las
suaves ondulaciones plagadas de robles
y encinas. La Vetonia era un territorio
agreste, duro como sus gentes, el solar
de otro pueblo celta venido
generaciones atrs, que haba llegado a
sojuzgar, o arrinconar pero siempre sin
mezclarse, a los pobladores indgenas
instalados all desde la noche de los
tiempos.
T crees que seremos capaces de
trepar con los caballos por esas
laderas? pregunt Prtalo.
No har falta. Buscaremos los
pasos entre los montes y las gargantas de
los ros. No creo que los condenados
vetones vivan en esas crestas donde slo
llegan las cabras.
Por qu los llamas condenados?
Son cabezotas y muy orgullosos.
Mi hermano deca que en las asambleas
siempre ponan objeciones a todo y que
parecan desconfiar continuamente.
Por qu lo haran? dijo Prtalo
pensativo. Estaba acostumbrado a
preguntarse la razn de las cosas y
especialmente de la conducta o el
devenir de todo lo vivo.
Supongo que porque estn
convencidos de que son los ms antiguos
de la Keltik, pues aseguran que
atravesaron los montes pirenaicos hace
ms de mil aos. Me temo que andan
algo sobrados de vanidad.
S, tal vez sea eso, aunque las
leyendas que pasan de generacin en
generacin son lo que ms mueve a un
pueblo a comportarse de una manera
especial. Lo curioso es que a veces
resulta cierto lo que a simple vista
parece inverosmil.
Prtalo haba dicho aquello con el
aplomo de un filsofo, pero en realidad
estaba admirado. No haba salido nunca
de su lugar de origen. Le abrumaban
aquellas montaas rotundas y le costaba
entender las costumbres ajenas, aunque
se guardaba mucho de decirlo. Estaba
decidido a cambiar, ver mundo. A fin de
cuentas no era un jovenzuelo ni un
rstico que no viera ms all de las
orejas de su mulo. l haba estudiado
desde nio, haba seguido una intensa
instruccin, tena recursos de la
inteligencia y una personalidad bruida
por buenos maestros. Era tiempo de
poner en prctica sus conocimientos
sobre el alma humana y no slo de
recoger plantas o interpretar los signos
de la naturaleza. Se senta plenamente
preparado. Por eso se atreva a opinar
de algo que no saba a ciencia cierta
pero poda intuir.
Continuaron su rumbo buscando un
valle que se adentrara en el macizo y tal
vez algn pastor que les pudiera orientar
para encontrar los mejores pasos.
Vadearon un ro cuyo torrente lleg al
vientre de sus monturas, pero los
caballos no mostraron miedo sino al
contrario, chapoteaban con alegra entre
el agua glida que bajaba de las
cumbres pues era ya principio de verano
y el calor comenzaba a apretar. Con los
cascos frescos y las ancas contradas
salieron de la corriente caracoleando.
Estaban contentos por el largo rato que
sus amos les haban dejado permanecer
en el agua bebiendo de ella mientras
apuraban el placer del inesperado
remojn. Los jinetes trataban de
calmarlos intilmente, entre caricias y
bromas, pero los cuadrpedos estaban
excitados, con los msculos en tensin y
las patas delanteras vigorizadas,
ansiosos por echarse a correr a travs
de la pradera despejada que se extenda
ante ellos. Haban caminado al paso
durante las primeras horas de la maana
y ahora que el sol alcanzaba el cnit,
parecan querer desafiar el
aletargamiento que se apoderaba del
paisaje, proclamar su potencia y su
alegra.
Asio y Prtalo les dejaron hacer,
divertidos. Conocan ya sus prontos y la
forma en que se alentaban el uno al otro
para alcanzar la mxima velocidad en
sus carreras. Les jaleaban, ellos
tambin, con gritos de nimo y
juramentos cariosos. En su entusiasmo,
no pudieron darse cuenta de que eran
observados desde la atalaya rocosa de
un bosquecillo cercano.
Eran tres los vigas que
contemplaban, bastante extraados, la
loca carrera de aquellos dos forasteros
con aspecto ciertamente extravagante.
Uno pareca ser un druida, por la tnica
blanca cuya capucha en la nuca le
delataba. El otro tena aspecto de
guerrero, aunque su conducta no fuera
muy acorde con la marcialidad debida.
Desde luego, ignorantes s son
exclam uno de los soldados de la
avanzadilla fronteriza. Hay que estar
loco para entrar gritando y a galope
tendido en el territorio vetn.
No os parece raro ver un druida
a caballo? dijo otro de ellos. No
conozco demasiado sus costumbres,
pero tengo entendido que slo montan
encima de un animal cuando son ya
ancianos y tienen que recorrer largas
distancias.
Puede que sean desertores
afirm el jefe del pequeo
destacamento, acostumbrado a
considerar los aspectos ms negativos o
peligrosos.
Qu hacemos? pregunt el
primero.
Vigiladlos mientras yo voy a
avisar y recibir rdenes.
Y si se les ocurre cazar alguna de
nuestras cabras sagradas?
Entonces los detenis y les atis
las manos y los pies hasta que yo
vuelva.
Ulaka no quedaba muy lejos. En
aquellos momentos, la ciudad vetona
herva de actividad. Era la hora del
medioda y por sus calles empedradas y
llenas de paja se movan madres de
familia cargadas de cestos, gansos
alborotadores, hombres que llevaban al
hombro sacos con forraje para el ganado
y mozas con cntaras de agua entre los
jovenzuelos desocupados atentos a los
movimientos de caderas de las chicas,
algn anciano rezongn que volva del
santuario y grupos homogneos de
guerreros movindose entre la gente,
taciturnos, con un aire que podra
parecer displicente y en realidad era
conciencia exagerada de su importancia.
Todos lo saban, los militares vetones
eran la viga maestra de la sociedad en la
que se apoyaba todo lo dems, los
agentes del gobierno en la sombra que
regulaban la vida cotidiana para evitar
las turbulencias, sin hacer demasiada
ostentacin en la vida pblica pues la
suya era cosa aparte, pero sin dejar de
vigilar.
De las casas sala el humo de la
comida diaria y los nios acudan a la
llamada de los hogares cuando skritor,
el jefe del destacamento sur en el sector
del verraco btido, llamado as porque
lo mand erigir el jefe Boto, lleg a
galope con el caballo echando espuma
por la boca y espantando a los gansos
que emitieron al unsono graznidos de
protesta. Dando voces, se abri paso
por la calle principal hasta parar en
seco su montura delante de la casona
grande, el mejor edificio de la ciudad
con su zcalo de granito y viguera
exterior tallada, sede del caudillo a
quien aqu llamaban capitn mayor.
Pasa, skritor.
El jefe Leucro saba que era l, por
el tumulto que sola organizar cuando
ocurra algn percance en los lmites. A
pesar del buen tiempo, el hombre se
haba sentado abrigado con una ligera
frazada frente a un rescoldo que
humeaba bajo la chimenea central de la
gran sala de reuniones. Estaba solo, los
ochenta elegidos que formaban su fuerza
militar personal se encontraban en el
valle, junto al cauce del ro, terminando
sus ejercicios de la maana y ansiosos
por devorar el parco alimento de gachas
y tocino que tenan asignado al
medioda. skritor se extra al verlo
all sentado, abandonado de su
proverbial energa, macilento y sin darle
la cara como hubiera sido lo habitual.
Jefe Leucro, vena a informarte
Toma asiento, Osk. Estoy solo y
podemos prescindir de formalidades.
De acuerdo.
Con una sbita timidez, pues el fiel
soldado no estaba acostumbrado a
departir a solas con el capitn mayor ni
a dar las nuevas sentado, tom el asiento
ms bajo que encontr para situarse al
lado de Leucro, casi a sus pies.
Bien, no es nada grave, jefe, slo
que un par de hombres han cruzado los
lmites.
Emboscados?
No, a cara descubierta, galopando
a toda carrera mientras chillaban y rean
como si estuvieran de recreo.
Qu aspecto tienen?
Son dos hombres jvenes, sin
duda, uno algo mayor. No he podido
identificar su origen porque no llevan
ropas al uso, pero el ms viejo parece
un druida lusitano por su tnica blanca y
el otro un aprendiz de guerrero, tal vez
lusitano tambin.
Crees que son desertores de la
guerra de Indortas?
Eso me temo, seor.
Pobre hombre
Leucro se qued en suspenso
recordando al joven caudillo que se
enfrent a Amlkar. Lo haba conocido
en la asamblea de Cauca cuando lleg
acompaando al rgulo Istolacio y
rodeado de una veintena de fieles
soldurios. Hacia slo una semana desde
que supo de su martirio y la derrota del
prometedor ejrcito que haba logrado
reunir, gradas al sistema de mensajeros
de relevo que le trajeron la noticia a ua
de caballo. Desde entonces el mal que le
roa haba ganado territorio en su cuerpo
y el pensamiento de que los pnicos
avanzaban sin remedio y tal vez se
apoderaran tambin de la Vetonia, le
haba sumido en un estado de melancola
del que era incapaz de salir.
skritor empezaba a darse cuenta de
ello. Haca al menos tres semanas que
no pisaba Ulaka, no poda imaginar que
las cosas estuvieran tan mal y mucho
menos que el admirado Leucro se
encontrara tan postrado. Por eso, porque
siempre que vena a la ciudad se
encontraba a disgusto, prefera la vida
en los lmites junto a sus compaeros,
lejos de las pesadumbres de la vida en
comn.
Sin atreverse a continuar, esper a
que el jefe retomara el hilo.
Bien, Osk, querido amigo. En ese
caso, lo mejor es que os acerquis
pacficamente a ellos y les pidis
nombre y razn. Si estn de paso o
desorientados, les dais la bienvenida y
los trais aqu para cumplir con nuestra
ancestral hospitalidad; si estuvieran
beodos o son aventureros, los expulsis
aplicando diez latigazos a cada uno; si
han osado abatir una cabra, un jabal o
un venado, ejecutadlos al instante.
As se har. skritor se levant
. Mandas alguna cosa ms?
Leucro tard en responder. Uni las
manos por debajo del mentn y se qued
contemplando la escoria negra con
rescoldo gris que an mantena un leve
resplandor rojo en el centro.
Ojal pudiera mandar que
desaparecieran los cartagineses para
que nuestra amada Spania dejara de
sufrir y su amenaza no cayera sobre la
Vetonia como granizo ruin arrasndolo
todo.
Volvi a quedar pensativo Leucro.
Te te encuentras bien, jefe?
No, querido skritor, me
encuentro cada vez peor. De hecho me
estoy muriendo. Y quisiera abandonar
este mundo con la tranquilidad de dejar
mi pueblo sin amenazas y con un jefe
capaz pero no veo ni lo uno ni lo otro.
Call un instante el soldado dejando
que la gravedad de estas palabras se
perdiera en el aire de la gran sala.
Puedo retirarme?
Puedes.
Sali otra vez de estampida
skritor, llevando su caballo a la
carrera y pidiendo paso, aunque
intilmente pues las gentes o estaban
comiendo en sus casas o echando un
sueo reparador como era su costumbre
antes de comenzar la tarde.
Slo los guardianes de la muralla
vieron a un jinete salir como una
exhalacin por la puerta sur de la
ciudadela, aunque no era urgencia lo que
le haca espolear a la sufrida montura,
sino la angustia que se haba apoderado
del viejo espritu de soldado cumplidor
que era skritor. Pues cmo ha de
sentirse un soldado cuando ve a su jefe
derrumbado, esperando la muerte
mientras masculla futuras derrotas?
Quin aseguraba a Leucro que podan
ser derrotados si nunca lo haban sido?
Acaso las temibles bestias africanas de
largas trompas podan trepar por los
riscos como las cabras o ellos mismos?
Adems, tampoco le pareca decente al
puntilloso skritor el ominoso anuncio
sobre la sucesin, cuando siempre haba
funcionado la estricta democracia
vetona en la eleccin de jefe. Es que no
haba guerreros dotados para dirigir la
guerra? Muchos ms de los que las
vencidas manos de Leucro poda contar
probablemente. Nadie era
imprescindible, tampoco l. Ese era uno
de los principios bsicos de la
educacin vetona y as deba seguir
siendo. El dolo, tantos aos venerado,
se deshaca en sus manos como la
arcilla del arroyo.

skritor comunic las rdenes a sus


compaeros. No tardaron mucho en
abordar a los dos jinetes que haban
parado a descansar en una alameda,
mientras sus caballos pacan cerca
descuidados y satisfechos. Pronto qued
claro que no eran malhechores ni
cazadores furtivos. Y en efecto, uno era
druida y el otro aprendiz de guerrero,
aunque ya no quera seguir sindolo. No
haba razn para no conducirlos a Ulaka
y ofrecerles la hospitalidad debida.
Adems, dentro de dos das
tendremos la festividad del solsticio
estival. T, druida, podrs participar en
los ritos, ese es uno de vuestros
privilegios. Y el compaero Asio
probar nuestros jabales asados con
miel y frutas del bosque, que es manjar
de caudillos y le vendr bien para
fortalecer los msculos. Luego os
acompaaremos hasta el lmite vacceo
para que prosigis camino hasta las
tierras altas de los arvacos.
skritor no mencion los negros
augurios del jefe Leucro ni el calamitoso
estado en que se encontraba. Tal vez los
festejos no fueran todo lo brillantes que
caba esperar.
25

El corazn de
la Keltik

La hospitalidad vetona fue ms


esplndida de lo esperado, incluso
instructiva para dos fugitivos que se
haban propuesto conocer pueblos y
probar costumbres para buscar
experiencias que ensancharan su
horizonte vital.
Durante la larga cabalgada hasta
Ulaka, skritor les fue dando las claves
para comprender las peculiaridades de
su pueblo: los vetones eran de raz celta,
ciertamente, pero durante las centurias
que llevaban asentados en lo que pas a
ser su territorio[5] se haban ido
despojando de muchas costumbres que
tenan sus ancestros emigrados de las
tierras del norte cuando la ltima era de
los grandes hielos. Durante la larga
marcha apenas haban podido conservar
otra cosa que la capacidad de
supervivencia, por lo que algunas de sus
viejas instituciones tribales haban ido
desapareciendo con las penalidades de
tanto deambular y la urgencia por
encontrar el territorio adecuado, el
predestinado, como aseguraba
skritor ante sus embelesados oyentes.
Tambin haban desparecido algunos
ritos de Lug, aunque no los de Decertius
o Epona ni las celebraciones nocturnas
en honor de la diosa Eako cuando
recuperaba todo su vigor.
Lamento decirte, amigo Prtalo,
que entre nosotros no existe la
institucin sacerdotal de los druidas.
skritor, con la amabilidad debida a
un forastero a quien se ofrece
hospitalidad, omiti la vieja cantinela
que se contaba: los druidas haban
resultado ser una carga intil y molesta
en la Larga Marcha, aunque lo cierto es
que an as quedaron algunos cuyos
ltimos reductos, ya instalados en la
Vetonia, desaparecieron por completo
o los hicieron desaparecer
cuando el capitn mayor asumi la
dignidad de Sumo Pontfice.
skritor aseguraba, como si hablara
de una tribu distinta a la suya, que no
eran caticos y bebedores como se
deca de los oretanos, ni dados a reir
entre s como los belos y menos an
mentirosos y truhanes a la manera de los
clticos de Onuba y Gades, tan
inclinados a los chascarrillos y a batir
palmas o chasquear los dedos mientras
bailan como mujeres. No. Los vetones
eran contenidos, sobrios,
extremadamente corteses en su forma de
hablar, algo poco corriente entre
guerreros. Desde pequeos aprendan a
vivir en comunidad y a despreciar el
propio inters. Su posesin ms
preciada era el cuerpo, y an ms el
espritu que le insuflaba vida y que al
abandonar este mundo alcanzaba un
paraso de banquetes guerreros y
doncellas danzantes, si sus acciones
haban sido lo bastante buenas para
ganarlo.
Lo cierto es que los guerreros
dedicaban largos momentos del da al
cuerpo. Llevaban el cabello largo y
acicalado, pues por la maana lo
untaban con sebo de tejn y al caer la
tarde se lo lavaban en el ro unos a
otros, ya fuera invierno o verano,
restregando una pasta hecha con tutano
de los huesos de caballo. Igual que los
espartanos de la Hlade, se rasuraban el
cuerpo menos las axilas y el pubis que
recortaban al mximo. Tambin se
frotaban con resina diluida de pino en
los brazos porque aseguraban que en la
lucha cuerpo a cuerpo les ayudaba a
sujetar mejor al contrario, mientras que
el fuerte aroma de sus rboles de
montaa les ayudaba a mantenerse
concentrados y resistir.
Ejercitaban a diario la musculatura,
especialmente la del torso, los hombros
y los brazos, levantando decenas de
veces piedras de granito y artilugios que
se fabricaban con bolsas de cuero
rellenas de arena. Tambin hacan
carreras en grupo, a solas y
compitiendo. Muy sobrios en el comer,
la base del sustento diario lo constitua
un pan de color pardo hecho con harina
de bellota junto al queso de cabra
apelmazado con regusto agrio, adems
del tocino que almacenaban de jabales
y cerdos. Su vestimenta era igualmente
parca: una tnica oscura, de parecido
color al que en otoo cubra el lomo de
los grandes machos de cabra salvaje, a
los que protegan con enorme celo en los
picachos inaccesibles de sus montaas.
Todo esto pudieron comprobarlo
durante los cuatro das que Asio y
Prtalo estuvieron alojados en el chozo
junto a la casa del jefe Leucro. A l lo
vieron poco, apenas sala y a ellos no
les estaba permitido entrar en aquel
recinto que gobernaba a los clanes de
Ulaka y un vasto territorio alrededor.
Pero en lo dems, campaban a sus
anchas: acompaaban a los guerreros en
sus ejercicios, se entretenan con los
nios, paseaban y eran recibidos con
grandes muestras de respeto en los
hogares que se disputaban el honor de
invitarles a comer.

Al quinto da lleg la fiesta del


solsticio, por la que haban esperado los
das precedentes.
Todos los habitantes de la ciudad,
salvo un retn de soldados, se dirigieron
a una pradera rodeada de rboles
centenarios en cuyo centro desafiaban al
tiempo cinco grandes toros de piedra. La
luz del atardecer daba un aspecto irreal
a la escena. Se sucedan los cnticos y
tambin las libaciones, pues en ese da
estaba permitido beber el licor de
bellota que mezclaban con miel. Pero
nadie perda la compostura. Mujeres,
ancianos, hombres y nios repetan las
interminables salmodias que se
transmitan de generacin en generacin.
Todos vestidos de blanco. Sin mostrar
especial alegra pero tampoco
pesadumbre o laxitud. Pulcros,
igualitarios, sencillos, como dictaba la
costumbre.
Hasta que empez el delirio.
Fue una anciana quien rasg la noche
con un grito sobrecogedor, al que sigui
el ulular de otras ms jvenes que
comenzaron a danzar a su alrededor. Los
hombres fueron sentndose en el suelo
formando un gran corro alrededor.
Vigilados por varios adultos, los nios
quedaron atrs en un crculo ms
externo. Uno de ellos, de unos doce
aos, les iba relatando a los dos
forasteros lo que all estaba ocurriendo.
La madre, que es la anciana
mayor, ha entrado en trance. La fuerza
lunar se ha apoderado de ella y por eso
las chicas bailan cerca, rogando a la
diosa Eako que no la abandone. Eso
har que tengamos buenos frutos en el
verano, que las cabras paran chivos
sanos y que las mujeres hermosas tengan
hijos.
Prtalo sonri y acarici la cabeza
del muchacho.
Gracias, hijo. Ahora ya lo
entendemos.
Los hombres entonaron una salmodia
para acompaar los cnticos de las
mujeres. Ceremoniosamente, se pasaban
unos a otros pequeos odres de una
bebida que deba de ser fuerte, pues
alguno pona gesto de disgusto y le
costaba tragarla. Cuando las voces de
las mujeres se hicieron alaridos, los
adultos que vigilaban a los muchachos y
a las nias, se los llevaron de vuelta a la
ciudad. A una seal, los forasteros
permanecieron sentados en sus lugares,
algo apartados, sin saber qu iba a
ocurrir.
Y lo que sucedi fue que las jvenes
se quedaron con los pechos al aire y
fueron acercndose a los hombres con
suaves movimientos lascivos,
permitiendo que sus largos cabellos,
antes recogidos, se desparramaran por
la espalda o los senos, alguna dejando
caer incluso la tnica al suelo para
quedarse totalmente desnuda.
Los hombres miraban embelesados.
Ellas se contoneaban, daban vueltas
sonriendo, se besaban entre s y poco a
poco fueron dirigindose a los varones.
Cada una elega quien ms le apeteca,
le tenda la mano, lo acariciaba y besaba
mientras el hombre se enervaba y luego
le quitaba la tnica. Poco a poco,
aquellos cuerpos perfectos, tan
cultivados por la gimnasia y la dieta,
iban unindose entre s en el mismo
suelo, pero no con frenes salvaje sino
dulcemente.
Asio estaba fascinado contemplando
la escena.
Le resultaba increble la naturalidad
con que aquellas gentes daban rienda
suelta a un erotismo colectivo que
pareca ritual, por lo acompasado y
dulce de sus movimientos, y que se
desenvolva, ahora s, en casi completo
silencio, con leves quejidos y miradas
intensas. Le llam la atencin que
algunas mujeres se acariciaran entre
ellas mientras se dejaban toquetear por
algn hombre y que varios jvenes
guerreros se besaban el cuello, se
mordan el mentn y cogan sus caderas
hasta juntarlas y unir sus miembros
endurecidos como si fueran venablos.
Prtalo asista al espectculo entre
maravillado e incmodo, mientras
lanzaba furtivas miradas a su compaero
con gesto de asombro.
Poco despus, los hombres y
mujeres que tomaban parte en aquella
expansin comunal yacan en el suelo
ocupados en acoplarse. Los jadeos
arreciaron a medida que los miembros
viriles penetraban ms hondo y con
mayores bros. Los gruidos de los
machos apuntalaban los alaridos de las
jvenes, pero en medio de esa explosin
de ardor la madre permaneca
inmutable, quieta sobre un cojn de
velln purificado sobre el que habra de
sentarse durante el prximo curso solar,
cada vez que tuviera que tomar una
decisin trascendental para la
comunidad. Alrededor de ella, en
posicin sedente, un grupo de mujeres
con velos echados sobre la cara haba
tomado posiciones, mientras otro crculo
de hombres ancianos daba la espalda a
los bacantes como si tratara de
protegerla. La mujer tena la cabeza
erguida, su pelo cano sujeto en la nuca
con alfileres de ncar, las manos en el
regazo y el mirar fijo, luminoso y
blanco, como si en sus ojos habitara en
verdad la luz de la diosa madre.
Para Asio, ese mirar inalterable fue
lo ms llamativo de la bacanal
orgistica, pues ni en el silencio y la
calma que sigui la anciana se movi o
alter su gesto.
Los forasteros fueron despedidos al
da siguiente, tras el banquete que se
prepar en un prado contiguo a la
empalizada y en el que cerca de
doscientas personas celebraron el
reinado del sol con intensa alegra
aunque se echara de ver muchos rostros
jvenes que quiz estuvieran todava
durmiendo.
No creis que duermen por
holgazanera o porque estn an
aturdidos, no, es que tienen permiso
para quedarse en el monte y hacer lo que
quieran. Durante el ao, los chicos y las
chicas casi siempre estn separados.
As, de esta manera se conocen mejor.
El mismo cro segua explicndoles
las cosas.
Este muchacho tiene vocacin de
maestro.
O de gua.
S, es cierto por qu no vienes
con nosotros, chico?
Me llamo Anzo.
Muy bien, Anzo. Quieres
acompaarnos hasta el territorio de los
vacceos?
No.
Y eso?
Un vetn se debe a su comunidad
y no puede abandonarla a capricho.
Por Lug! No quera ofenderte,
chico.
Pidieron despedirse de la Madre y
presentarle sus respetos, pero les
dijeron que no deban alterar su retiro.
Durante catorce das, ayunaba, tomaba
mejunjes de hierbas y hongos y haca
predicciones. No se la poda molestar.
El jefe Leucro se dign salir de su
encierro y fue hasta la Puerta de
Poniente para decirles adis con su
cohorte de guerreros altivos, aceitados y
hermosos. Tena muy mal aspecto y se
apoyaba en el hombro de un ayudante.
Tened cuidado con los bandidos
del lmite y que Decertius gue vuestro
camino. T, muchacho, transmite mis
saludos a la Gerusia de Tiermes y diles
que estn atentos. Tal vez los fieros
arvacos podis detener a ese demonio
de Amlkar. Yo, al menos, no lo ver ya.
Tomad esta tsera de hospitalidad para
el jefe Artalo de Pallantia, al norte del
territorio de los vacceos. En cualquier
lugar que la mostris os darn cobijo,
mientras estis en sus confines. Ya
conocis la ruta: alcanzad el ro Durius
y proseguid hacia el este. Es un cauce de
rpidas corrientes difcil de cruzar, pero
cerca de Pincia existen unos pontones de
piedra con pasarelas de madera; hacedlo
all y seguid por la margen derecha hasta
encontrar vuestro territorio. Que la
Diosa Madre os proteja.
Tasio y Prtalo quisieron
arrodillarse y besarle la mano, como era
costumbre hacer con los rgulos, pero
Leucro alz su brazo para impedirlo.
No lo hagis. La fuerza me ha
abandonado y ya no soy el que era.
Tambin la valenta ha huido de m y no
soy digno de homenaje.
Sus acompaantes bajaron la cabeza
menos skritor. Con decisin, mont en
su caballo y fue hacia ellos.
Seguidme. Yo os llevar hasta el
lmite del norte.

Tres jornadas bastaron para cruzar las


montaas y encaramarse a la gran
llanura superior. Al llegar al lmite,
marcado con un toro de piedra que se
repeta cada trescientos estadios, nadie
sali a su encuentro.
El territorio vacceo es grande e
impreciso en sus bordes. De hecho,
compartimos una franja bastante amplia
en la que tanto ellos como nosotros
podemos entrar con ganado o para
perseguir alguna pieza de caza herida.
No os preocupis, seguir con vosotros
hasta que demos con algn
destacamento.
skritor no hablaba demasiado, o al
menos no lo haca de manera continua. A
largos momentos de completo silencio le
seguan otros en que no paraba de hablar
y haca bromas. Se explayaba sobre
cualquier asunto y le gustaba burlarse,
como si tuviera la llave de un
conocimiento secreto que le diera una
superioridad de conciencia sobre la
conducta de los otros, pero se pona
terriblemente serio cuando hablaba de
su tierra o los suyos.
Los vetones somos as. Desde
pequeos aprendemos el verdadero
valor de las cosas con la educacin
comunal y la prctica de una vida
austera y responsable. No necesitamos
druidas ni filsofos. Dicen que nos
parecemos a los espartanos, el pueblo
heroico que ha vencido a esos
parlanchines atenienses que se dedican a
gozar de la vida en vez de aprender de
ella.
A Asio, la alusin a Esparta le
encendi.
Acaso es admirable un pueblo
que quiere sojuzgar a los dems en
beneficio propio?
Los espartanos no se sienten
superiores, lo son. Mantienen un sistema
de gobierno justo y equilibrado sin la
lucha ridcula entre oligarcas,
demcratas y quienes apoyan la tirana
como en Atenas. Todos estn contentos.
La propiedad es comn, aunque cada
varn tenga su propia tierra que trabaja
hasta que muere y la devuelve a la
comunidad.
Pero los omoi de Esparta no
trabajan la tierra.
No, claro que no, es una forma de
hablar. Para eso tienen bajo su frula a
sus vecinos, que son un pueblo inferior.
Ellos slo se ocupan del arte de la
guerra.
Claro, as se cierra el crculo
respondi Asio visiblemente
contrariado. Un pueblo invade a sus
vecinos, los esclaviza, se libera del
trabajo y dedica su tiempo a
perfeccionar el arte de matar para seguir
imponindose a los dems.
Eso es.
Y dnde queda la justicia?
De qu justicia hablas? En la
naturaleza, los lobos matan a las ovejas
y los zorros a las gallinas. Entre las
cabras salvajes, es el carnero ms fuerte
y ms listo el que se impone a los
dems. Esa es la justicia del mundo:
cada uno en su lugar.
Pero el hombre debe ser superior
al orden animal. Tiene capacidad de
razonar y una conciencia del Bien y del
Mal.
Hablas como esos atenienses.
S, claro que s. Ellos han sido el
pueblo ms civilizado hasta ahora. Me
temo que soy ms de Atenas que de
Esparta, aunque yo mismo tenga sangre
lacedemonia en mis venas.
No quera haberlo dicho, pero ya
estaba hecho. Tampoco quiso aclarar
que en realidad no era la sangre sino el
pasado de su padre lo que era espartano,
as resultaba ms dramtica, ms
racional su identificacin con la
Atenas filosfica, amante de la libertad
y defensora de la democracia.
skritor chasque los labios y
movi la cabeza como si el muchacho le
inspirara un sentimiento de lstima. La
juventud siempre es idealista, pens.
Est bien, chico, t sabrs.
Prtalo haba asistido a la
conversacin en silencio, pensando en
sus propias conclusiones. Al ver que los
otros dos callaban, como si un muro
invisible se levantara entre ellos, quiso
terciar para relajar el ambiente. Pero lo
que dijo no lo logr exactamente.
Ya que hablamos de disentir, yo
tampoco puedo estar de acuerdo contigo,
amigo skritor, porque soy hombre que
ama la paz.
No debieras hablar as, lusitano.
Vuestro pueblo ha estado hostigando
durante generaciones al nuestro y slo
despus de la derrota que sufristeis en el
Pico del Ciervo hace cuatro lustros
pudimos acordar una alianza con
vosotros.
Bueno, una cosa son las peleas
por los lmites del territorio o los
pastizales del ganado y otra hacer la
guerra por diversin.
La guerra por la guerra? Nuestra
fuerza de ahora consiste precisamente en
evitar la guerra porque somos temibles.
Hemos conseguido vivir en paz con
vosotros y los vacceos. Incluso con los
carpetanos que pretenden arrebatarnos
montes por el este y les gusta atacar por
sorpresa. Y todo porque somos maestros
en el arte de la guerra.
El vetn mir con aire retador al
lusitano.
No todo es la guerra, amigo
skritor. Gracias a la paz tenemos
telares para nuestras mujeres y arados
de hierro que labran mejor la tierra.
Debemos seguir esforzndonos en crear
cosas que nos ayuden a mejorar.
Los vetones no necesitamos
mejorar sino mantener nuestra raza,
nuestras costumbres y nuestro territorio.
Los druidas decimos que siempre
hay que seguir aprendiendo.
Djame en paz con tus druidas,
que aqu no necesitamos sacerdotes que
nos engaen con sus supercheras.
skritor, yo no
No pudo continuar el lusitano. El
guerrero vetn, con gesto de enfado, le
interrumpi.
Ya est bien de chchara,
continuemos la marcha. Al fin y al cabo
no sois ms que forasteros Arre,
caballo, vamos!
Sali a galope tendido y los dos no
tuvieron ms remedio que seguirlo.
Cuando al fin se tranquilizaron, tras una
larga carrera, el vetn qued sumido en
un silencio enfadado del que pareca no
querer salir. Asio y Prtalo se miraban a
hurtadillas y sonrean, pero no se
atrevan a quebrar su dignidad herida.
Lo hizo l, solemne, poco antes de que
el sol desapareciera por la lnea recta
del horizonte. No se vea a nadie y no
estaba dispuesto a entrar ms en
territorio vacceo por un par de
aventureros cobardes para quienes no
significaba nada el honor de un guerrero.
Slo la idea de volver a pernoctar con
ellos y ver sus caras por la maana le
revolva las tripas.
Es suficiente, os dejo. Con la
tsera no tendris problemas. Seguid el
camino del norte hasta la corriente del
gran ro. Adis.
Asio y Prtalo musitaron unas
palabras de despedida y agradecimiento.
Hubieran querido abrazarlo, desearle
suerte, pero su gua ni siquiera haba
descabalgado y ya les daba la espalda.
Quera pensar en sus asuntos o dejar que
le envolviera el campo con su silencio.
l no lo saba, pero en esos momentos,
el jefe Leucro haba anunciado su
renuncia por haberle abandonado el
valor. Los guerreros se reunieron para
buscar un caudillo nuevo; alguien dijo el
nombre de skritor y poco despus era
aclamado en ausencia como rgulo por
ms de trescientos guerreros de Ulaka,
puestos de pie en la asamblea y
haciendo chocar sus espadas.

Durante das los dos viajeros no vieron


ms que lejanos pastores que conducan
sus rebaos y parecan esquivarlos.
Ellos tampoco hacan nada por
acercarse. Una vez que siguieron el
camino largo que cortaba la llanura de
septentrin a medioda, se cruzaron con
dos jinetes y una pequea caravana con
varias familias de mercaderes. A todos
les saludaron con la mano y fueron
correspondidos. Nadie les par ni
pregunt nada.
Tampoco al llegar a Pincia tuvieron
el menor problema. No era un castro
grande y la forma de ser de la gente
recordaba a los vetones, aunque haba
ms variedad, sobre todo artesanos. No
queran detenerse all ms de lo
necesario, as que estuvieron dos das
acarreando piedras para la construccin
de un muro a cambio de queso y
embutidos para continuar viaje. Asio
deseaba llegar a casa, ver a su madre y
abrazar a Alakn.
26

La Treta De
Obyssos

Dejaron la industriosa Pincia una


maana al salir el sol, con pertrechos
suficientes para no tener que vivir slo
de la caza si conseguan alcanzar
Tiermes en cinco o seis jornadas. Asio
iba excitado, ansioso por mostrar la
ciudad a Prtalo. Estaba persuadido de
que la presencia de un druida lusitano
sera bien recibida por el Consejo de
Ancianos y hasta por su madre, tan
abierta siempre a las novedades y los
hombres refinados que pudieran hablar
de algo ms que de guerra.
An no se lo haba confesado a su
compaero de viaje, pero tena la
intencin de acogerlo en su casa para
que se quedara en la ciudad y pudiera
ejercer su magisterio entre los jvenes.
Vea a Prtalo como un elemento de
progreso para la comunidad arvaca, un
sabio que poda ayudar a combatir las
enfermedades con sus conocimientos de
hierbas y remedios, pero tambin un
filsofo que saba alumbrar las
conciencias.
El panorama de la guerra contra
Cartago haba desaparecido de sus
preocupaciones diarias. Con Prtalo ya
ni la mencionaba. Pareca una pesadilla
pasada, sin embargo, una noticia que
cambiaba definitivamente el curso de
los acontecimientos les lleg cuando
alcanzaron Clunia.
Haban llegado al anochecer tras
muchos das recorriendo la orilla del
Durius y aadiendo a su dieta sobre todo
piones pues sus artes venatorias
volvieron a fallar estrepitosamente.
Benditos frutos del pino!
exclamaba Prtalo con cara de
resignacin, los labios manchados de
negro por el polvo de las cscaras.
Asio no haba visto nunca el
oppidum de Clunia a pesar de no
hallarse lejos de Tiermes. Le
impresionaron sus altos muros con
torreones de piedra en vez de madera y
los hachones de fuego que resplandecan
cada diez pasos en el permetro de la
muralla.
A medida que fueron acercndose,
escucharon una gran algaraba que
pareca contagiar a la poblacin. Las
puertas estaban abiertas, haba decenas
de hombres abrazados con aspecto de
embriagados y nios corriendo que
saludaban alegres el paso de los
forasteros.
Amlkar ha muerto!.
El sufete ha sido vencido!.
Asio y Prtalo se miraban
maravillados e incrdulos. Al fin,
cuando pudieron hacerse un sitio junto al
fuego en la plaza central, escucharon de
labios de un bardo el relato completo:
Ha sido Obyssos, el rgulo oretano
que le enga fingiendo amistad
mientras preparaba su treta. Qu Lug le
bendiga y conceda la gloria a todos sus
descendientes!.
Todos corearon con fuerza mientras
los hombres entrechocaban sus jarros de
licor de avena fermentada:
Anda, Tireidas, cuntalo otra vez.
El bardo bebi un trago del lquido
blanquecino que una mujer bellsima
sostena para l. Se atus los bigotes
rubios, ajust la cinta que le sujetaba los
cabellos y contempl con mirada azul a
la asamblea.
Vamos, bardo, queremos orlo de
nuevo. Los hombres chillaban, las
mujeres aplaudan y todos animaban a
Tireidas, recin llegado de la Oretania a
su poblado natal, para que repitiera lo
que ya saban pero an no podan creer.
Tireidas tom su instrumento y rasg
las cuerdas mientras su voz atacaba de
nuevo comienzo de la historia:

El perverso qued
satisfecho y lleno de alegra
con la derrota de los fieros
lusitanos y la muerte del
caudillo Indortas tras un
horrendo suplicio en el que los
demonios pnicos le clavaron a
una cruz despus de sacarle los
ojos y quebrar sus piernas. As,
el prfido cartagins sojuzg el
occidente de la Pennsula y
puso bajo su yugo a los
valientes lusitanos de quienes
se llev como esclavos ms de
dos mil. Con el nimo hinchado
por la vanidad de su conquista
march hacia Levante,
queriendo establecer all la
potestad y dejando libre casi
todo el territorio de la Spania
por imposible de domear,
renunciando as a ser el rey de
quienes le odiaban y siempre le
haran la guerra, nosotros, los
celtas spanios, los hijos de Lug.
Fue hacia las tierras de los
beros que buscan su amistad y
alianza y no les duele que sus
hijos tomen las armas junto al
enemigo invasor, porque viven
de venderles sus mercaderas y
trabajar para ellos.

Malditos beros! Traidores!

Callad, no maldigis en
vano, fueron beros quienes se
confabularon para buscar la
perdicin de Amlkar. Obyssos,
rgulo de los oretanos, a
quienes los bardos del futuro
llamarn el Audaz, fingi
amistad con el sufete
aprovechando las buenas
relaciones que sus antepasados
tenan ya con las gentes de
Cartago, pues no es de ahora,
hermanos, la alianza bero-
pnica sino de muchas
generaciones atrs. Sabiendo
Obyssos que Amlkar se
dispona a atacar Hlike fue
hasta su campamento
desarmado, con sus hijos y
parientes, para ofrecerle su
ayuda y proponerle la mejor
manera de conquistar la ciudad.
Y Amlkar le crey? pregunt
una voz.

As es, amigos mos, porque


Obyssos supo ganarle desde el
primer momento con sonrisas y
regalos, porque con habilidad
de mercader fenicio le hizo ver
que vala ms a sus intereses
traicionar a los vecinos y
apoyar al poderoso, porque
supo halagar la ciega vanidad
del Rayo de Cartago. Lleg a
proponerle avanzar con su
hueste en vanguardia para que
el ejrcito cartagins no
sufriera bajas ni menoscabo de
armas o merma de vituallas y
pudiera as alcanzar la costa
muy pronto, como era su deseo.
La rendicin de Hlike sera
cosa hecha porque ellos saban
cmo quebrar sus murallas y
convencer a sus jefes para que
depusieran las armas. Pero en
realidad, lo que pretenda
Obyssos era que una vez que los
pnicos hubieran entrado en
territorio oretano, con la
excusa de proteger la
expedicin, tenderles una
emboscada.
Y se lo trag el viejo bastardo?
volvi a preguntar la misma voz de
antes.
Claro que s respondi otro,
slo un bero puede engaar a un
africano.

En la asamblea de Cauca
continu el bardo, Obyssos
alert a los jefes de dicindoles
que tena una estratagema.
Luego, para no levantar
sospechas y por si los espas
que all hubiera podan irle con
el cuento a Amlkar, fingi
enemistarse con los lobetanos y
edetanos del Levante. Proclam
que ms vala una alianza con
Cartago que estar a la grea
con sus vecinos y discutir sin
descanso en las asambleas de
jefes. Incluso aprendi a hablar
el idioma de los pnicos para
darles mayor confianza.
Cuando lleg el momento, nadie
dud de su lealtad y los altivos
generales del sufete le
admitieron incluso en sus
deliberaciones. Supo por dnde
queran ir y cmo se
distribuiran sus efectivos.
El bardo se detuvo y tom otro trago
de la copa que le ofreca la beldad.
Todos los ojos estaban clavados en l.
Asio y Prtalo escuchaban admirados
sin acabar de creer la historia. A veces
ocurra que un bardo deseoso de
atencin, o con ganas de aumentar su
bolsa, contaba historias fantsticas que
slo haban sucedido en su imaginacin.
La gente esperaba sin aliento a que
continuara, hasta los nios permanecan
quietos y en silencio, mientras el rubio
Tireidas paseaba su mirada a un lado y a
otro comprobando el inters de su
auditorio. Saba cmo ganarse a la gente
con su hermosa voz y los compases del
instrumento que taa ms fuerte o ms
suave segn conviniera al relato. Era su
oficio y no le iba nada mal. Esa noche,
el cuerpo de su doncella oferente
premiara su actuacin ms all de las
monedas que a buen seguro habran de
sonar en su bolsa, al final de la
representacin.

Amlkar iba esa maana


sentado en sil litera, cubiertos
los lados por una gasa como
una gran dama a quien el aire
seco de los montes Universales
pudiera herir la atezada piel de
su rostro. Cerca de l marchaba
el fiel Asdrbal y cuarenta
capitanes de su squito con sus
penachos rojos, las negras
capas al viento, las corazas de
cuero ajustadas y las grebas de
metal protegindoles las
piernas. De vez en cuando los
pfanos anunciaban el paso del
codicioso ejrcito mientras la
tierra temblaba con el avance
de los elefantes. Cuando
llegaron a un ro cerca de
Hlike que discurra por un
angosto valle, mandaron parar;
era el sitio acordado con el jefe
Oretano para que se uniera a
ellos. Mientras los caballos
abrevaban y los jinetes hacan
sus necesidades apareci por el
borde de un cerro Obyssos con
una cohorte de jinetes
fuertemente armados. Ms all
se vea una hilera de carros de
heno tirados por bueyes. Nada
ms verlos, los cartagineses
rompieron a rer.

El resto de lo que all sucedi en esa


tarde no difera demasiado de la
narracin del bardo.
Los pnicos, en efecto, se burlaban
de la supuesta ayuda que consista en
varios cientos de pesadas carretas
tiradas por bueyes.
Es esta la ayuda que nos van a
prestar los oretanos? Ms vale que se
vuelvan a sus granjas y no entorpezcan
nuestras maniobras.
Las carcajadas contagiaron a la
tropa, los hombres hacan bromas y
hasta los turdetanos e ilergetes que
engrosaban el ejrcito pnico sentan
vergenza de aquel despliegue
miserable de fuerzas de apoyo que ms
pareca feria de arrieros o valentonada
de grrulos en su propio terreno.
Estos oretanos no son ms que
unos pobres campesinos que no tienen ni
idea del alcance de esta guerra y mucho
menos de la fuerza de nuestro ejrcito.
Es mejor que nos olvidemos de ellos.
Quien as hablaba, entre despectivo
y molesto, era Magn, el altanero
general de la misma edad que Amlkar y
tan enfrentado al Senado de Cartago
como el sufete. Quien escuchaba, con
paciencia, por sus maneras de oligarca,
era Asdrbal.
Pero el yerno de Amlkar no estaba
tan convencido de que aquello fuera una
intentona pattica de unos rsticos
deseosos de ayudar al ejrcito pnico.
Pues si no a qu vena tanta
concentracin de carretas en lo alto de
la colina? Al menos seran trescientas, o
quiz ms.
S ser mejor olvidarlos fue su
respuesta lacnica.
Asdrbal avanz hasta la litera y se
puso al costado para que lo viera
Amlkar. Este volvi la cabeza y sonri
divertido a su yerno; el espectculo le
estaba resultando gracioso. Con la
cortinilla levantada pregunt solcito:
Sucede algo, hijo mo?
Qu creis que significan esas
carretas, padre?
Ah!, es eso. No te inquietes,
muchacho. Es su forma de darnos la
bienvenida. Las fuerzas de Obyssos se
encuentran ms adelante.
A Asdrbal le inquiet an ms esa
respuesta. Su inteligencia alerta no se
conformaba con las apariencias ni ceda
fcilmente a las demostraciones de
halago. Sobre todo si eran falsas.
Contempl el perfil de Amlkar y le
pareci ms viejo y artificial que nunca.
Aquella maana haba dejado que
maquillaran en exceso su rostro y as,
con aspecto de momia conservada, las
lneas negras de sus ojos semejaban
entradas a una caverna ruin, la pasta
ocre que le cubra el rostro un disfraz
demasiado evidente, la peluca
apelmazada un sarcfago y el colorete
de las mejillas el arrebol marchito de
los cadveres.
Ser su manera de saludar tu
magnificencia, gran seor.
Claro que s, Asdrbal, claro que
s.
Y mientras deca esto asenta con la
cabeza y mova la mano hacia las
carretas para agradecer el humilde gesto
de los oretanos, esos laboriosos
expertos en la extraccin de plata y
azogue que tan bien serva a sus
propsitos.


Tireidas haba vuelto a hacer una pausa
en su relato, pero esta vez no bebi sino
que agach la cabeza y rasgue con ms
fuerza su instrumento hasta sacar unas
notas agudas que daban un mayor aire de
intriga a la narracin. Lmsica, la ninfa
que lo contemplaba arrobada, apoy los
brazos sobre las piernas del chico, lo
que levant un murmullo de admiracin
y envidia entre el grupo de muchachas
de su edad mientras los hombres
aprovechaban la pausa para hacer
comentarios groseros, rerse y liberar la
tensin.
Esa momia iba directa al
matadero.
Estaba escrito en el cielo.
As lo quiso Lug, que hace justicia
sobre la Tierra.
Que le den por donde amargan los
pepinos, a l y al Asdrubalillo ese.
El bardo retom el relato con voz
hueca, an ms grave. Lo hizo mirando
al frente, con la vista perdida por
encima de las cabezas como si lo que
iba a contar a partir de ese momento
fuera a remontar ms all de lo humano.
El pblico saba que llegaba la parte
prodigiosa, el nudo que preceda al
desenlace de la historia.

Amlkar no supo leer los


signos que vaticinaban su
fracaso. No dio importancia al
insistente volar de la corneja a
la siniestra de su litera ni quiso
escuchar al mago esa maana
cuando advirti, con gesto de
sobresalto y ominoso mal
agero, del nacimiento de un
ternero con dos cabezas.
Tampoco escrut, como debi
haber hecho, los ojos lcidos de
Asdrbal, ms sabio y prudente
que l, menos cegado a la
vanagloria. Dej con indolencia
que su ejrcito ocupara aquel
valle amable pues delante iba el
rgulo del territorio junto a sus
mejores hombres, cual guardia
mercenaria para su
tranquilidad pues as estaba
acordado, junto a una fuerza de
dos mil beros diestros con sus
venablos, tan feroces como los
que lucharon con l en Sicilia.
Ellos despejaran el camino,
pensaba el torvo sufete
arrellanado entre almohadones
mientras sorba la malsana
tisana que le amodorraba los
sentidos
Todo iba segn lo acordado
con Obyssos, salvo la cohorte
de carros que aunque haba
aparecido por sorpresa no
perturbaba al gran Amlkar
pues le segua pareciendo
tributo de admiracin de un
pueblo atrasado pero
respetuoso
De pronto, amigos mos,
todo cambi.
Al principio fueron slo
hilillos de humo saliendo de las
carretas entre mugidos
nerviosos de los bueyes, hasta
que las carretas se convirtieron
en piras que empezaron a
moverse y romper la formacin.
Entonces se subieron al
pescante de cada carromato dos
arrojados boyeros mientras
otros quitaban las pieles de
oveja que cubran la testuz de
lo que parecan bueyes y en
realidad eran toros de fuerza
descomunal, uncidos a los
carros. Con la carga incendiada
y los conductores azuzndolos
con ltigos, los astados
emprendieron una loca carrera
ladera abajo. No eran cien o
doscientos sino casi quinientos
los carros que Obyssos y los
suyos haban estado reuniendo
y requisando entre los poblados
oretanos. Antes de que los
cartagineses pudieran
organizarse, los tenan encima
mientras unas lenguas de fuego
provocadas por la carga
desparramada laman la
pradera reseca. Los
mercenarios de la retaguardia
pnica quisieron volver, pero
all le esperaba una fuerza
combinada de guerreros beros
para acogerlos de nuevo en el
bando rebelde o degollar a
quien se opusiera. Los jefes
cartagineses, aterrados,
quisieron avanzar a toda prisa
para esquivar la carga sin
darse cuenta de que Obyssos y
los suyos haban dado la vuelta
y los esperaban espada en
mano.
Lo peor fue el caos que
provocaron los elefantes.
Al verse rodeados por las
carretas incendiadas,
embestidos por toros
enloquecidos que golpeaban sus
patas, se alzaron sobre los
cuartos traseros barritando,
daban golpes con la trompa a
diestro y siniestro mientras
trataban de defenderse o atacar
hasta que salieron de
estampida, todos juntos, entre
las filas de la vanguardia
cartaginesa y la caballera,
dejndolos diezmados y
dispersos. En cuestin de
minutos, el poderoso ejrcito
cartagins era un torbellino de
alaridos y soldados en fuga.
Slo un grupo de oficiales
permaneca cerca del sufete,
ayudndole a montar su
caballo. De los dems, no se
saba nada.
Asdrbal prefiri acudir a
poner orden entre las filas de la
caballera que ayudar a su
suegro, pero no pudo alcanzar
su propsito. Cientos de beros
armados, con casco y escudo,
aparecan por todas partes
cortndoles el paso y
derribndolos de su montura.
Nada podan hacer los
cartagineses excepto ponerse a
salvo. Amlkar hinc los talones
en los ijares de su caballo y
sali a galope. Miraba atrs.
Nadie le persegua. Ms
adelante distingui el cauce de
un ro y pens que si lograba
poner tierra por medio, sera su
salvacin. Pero ah sus dioses
debieron abandonarlo porque
nunca un general debe
abandonar el campo de batalla
dejando atrs a sus soldados.
Con la misma celeridad que
llevaba en la huida, entr en el
cauce que imagin arroyo y
result hondonada en la que se
hundi con su caballo como un
saco de excrementos. Igual que
en su alocada carrera por
tierras de Spania, cay en la
trampa de su codicia, espoleado
por los turbios propsitos de
una conciencia perversa. No
hubo piedad para l ni las
aguas respetaron su rango de
sufete. Nada pudo contra el
destino fatal su dignidad de
gran pontfice, ni sus miles de
esclavos, ni el oro y la plata que
acumul con avaricia. Muri
boqueando, arrastrado por la
corriente como un pobre
humano. Los afeites de su rostro
le cegaban los ojos y las joyas
de su vestido hicieron de lastre
para aquel que desafi al
Senado de Cartago y quiso
coronarse rey de la Spania
entera.
S, amigos mos, Amlkar
est muerto. Maldita sea la
hora que puso el pie en Gades.
El mismo suelo que holl se lo
ha tragado.

Tireidas agach la cabeza y


permaneci as, mientras sus dedos
arrancaban los ltimos sonidos de su
instrumento en un final lastimero que
empez gravedad y lamento hasta
hilvanar sucesivos acordes de alegra,
verdad, triunfo y esperanza.
Hubo un instante de silencio como
en los sacrificios, cuando el augur
levanta las vsceras del animal y se
dispone a transmitir su mensaje. Todos
esperaron a que se perdiera en el aire la
ltima nota, atentos a la seal. El bardo
dio un golpe con la palma de su mano
sobre la tripa estirada del caparazn de
tortuga que serva de instrumento. Luego
alz el rostro sonriente y esa fue la
seal. El gento comenz a aplaudir y a
silbar. Algunos lanzaban vivas a
Obyssos y otros mueras a Cartago;
muchos lloraban de alegra mientras los
nios daban volteretas junto al bardo y
las mujeres se acercaban a besarle.
Aquella noche Tireidas comi ciervo y
bebi leche de yegua. Trag el agua de
fuego que constantemente le ofrecan
durante el banquete comunal y al final
tuvo su mejor recompensa entre los
brazos y caderas de la bella Lmsica.
27

Futuro
incierto

Cantaron y bebieron hasta bien avanzada


la noche. Asio y Prtalo se unieron a la
fiesta hasta dejarse arrastrar por la
alegra contagiosa que todos mostraban
pero sin saber en realidad qu pensar.
Habra una venganza sangrienta de los
cartagineses? Conseguiran ahora
expulsarlos?
No se confesaron sus temores ms
que brevemente, antes de que los corros
de chicos y mayores los cogieran de las
manos para que se aadieran a la danza
comn que recorra la plaza entre las
fogatas y se perda por las callejas de la
ciudad hasta acabar en el anfiteatro y
confundirse all con otras filas de
danzantes que cogidos por la cintura
avanzaban a grandes zancadas, dando
pasos adelante y atrs entre risotadas.
Prtalo se senta embriagado. No era
aquella una celebracin ritual con todo
previsto como las que estaba
acostumbrado sino el jbilo espontneo
de una ciudad grande en el que se
mezclaba toda la poblacin. El druida
aceptaba las continuas libaciones,
tomaba sorbos de los pellejos con agua
de fuego y beba a tragos ms largos de
los jarrillos que contenan licor hecho
con arndanos y cerezas, un lquido que
endulzaba su boca y le calentaba el
estmago al tiempo que espoleaba su
nimo hasta liberarlo de miedos y atajar
las aprensiones de su corazn. Dos
horas ms tarde, era l quien cantaba en
el centro de un corro una cancin
obscena muy conocida entre los
lusitanos, con la tnica enrollada a la
cintura. Todos aplaudan y rean
mientras le animaban a seguir cantando.
Las mujeres respondan a sus tiernas
provocaciones con caricias y algunas le
besaban mientras l se dejaba hacer. Al
cabo de un rato se haba convertido en
un autntico bardo que haca juegos
gimnsticos y gastaba bromas procaces
a todo el que estuviera a su lado.
Asio contemplaba los excesos de su
amigo con media sonrisa y el cuenco de
licor sin apenas tocar. Se senta extrao
entre aquella turba de danzantes sin
dejar de pensar que el futuro era ms
que incierto. Si era verdad que Amlkar
haba muerto y su ejrcito estaba
diezmado, qu pasara a partir de
ahora? Tomara el relevo Magn?
Abandonaran la Pennsula los pnicos,
o pediran refuerzos? Despus de todo
Cartago segua existiendo, cerca, al otro
del mar. La repblica continuaba siendo
poderosa y an necesitaba plata para
satisfacer el enorme tributo pactado con
la exigente Roma tras su derrota en
Sicilia.
La duda le ensombreca el nimo y
slo las piruetas y el comportamiento
beodo de alguien tan digo como el
druida Prtalo le hacan ms ligera la
aprensin que le oprima.

Despertaron junto a la muralla, con los


caballos atados a su lado y las
pertenencias de ambos intactas y
ordenadas. Alguien se debi ocupar de
recogerlo todo y conducirlos hasta all
cuando caan rendidos por el sueo,
agotados de tanto trajn entre el trasiego
de licores y agua fermentada. Asio, que
al fin cedi a la bebida para diluir en su
vapor la angustia, recordaba vagamente
haber ido detrs de un grupo de hombres
jvenes pidiendo que tuvieran cuidado
con Prtalo, a quien llevaban en
volandas. Recordaba tambin el claro
de luna sobre las murallas y cmo unas
manos masculinas acariciaron su cuerpo
bajo la tnica buscando su sexo
excitado.
Aquella maana no hubo saludo al
sol ni abluciones rituales sino quejas
amortiguadas de Prtalo, a quien entre
risas tuvo que ayudar su compaero para
subir al caballo, sujetarse, y recogerle
las cosas pues era incapaz de saber qu
es lo que tena que guardar y dnde. Fue
un da de cabalgar pesaroso, buscando
la sombra de los pinos por el fuerte
calor, aunque el chirrido de las
chicharras desquiciaba la cabeza del
druida, que peda salir del refugio tras
remojarse la cara una y otra vez en la
corriente del ro. Antes del anochecer
encontraron una fuente que manaba de un
roquedal formando un arroyo. Prtalo
bebi hasta hartarse y no dud en
chapotear en el agua fra y meterse en un
recodo del cauce fluvial, dejndose
llevar por su corriente.
Al da siguiente estaban ms
despejados y con ganas de bromear, la
cercana de Tiermes les daba nimos.
Por la tarde cazaron una ardilla viva y
una cra de corzo. Al roedor lo soltaron
porque les daba pena pero necesitaban
la carne del crvido, as que lo
sacrificaron tapndole los ojos. Luego
quitaron la piel con los raspadores que
Asio fabric y, despus de rociarla con
sal, Prtalo la guard en su variopinta
talega.
Haba que atravesar de nuevo el
Durius en direccin sur. Poco ms all
vieron una pasarela de madera que lo
cruzaba, pero decidieron hacer noche
all para asar la res y descansar antes de
emprender al da siguiente lo que sera
la ltima etapa del camino.
Con el estmago lleno, lejos de las
brasas que calentaban el aire y
reflejaban una tenue luz en sus rostros,
hablaron sin mirarse mucho a los ojos,
fijos en las pavesas, con la melancola
que lastra la escasa esperanza en el
porvenir.
Te quedars en Tiermes?
pregunt Prtalo.
S, esa es mi intencin.
Crees que me aceptaran como
druida?
Si no, puedes probar como bardo
ambulante o como saltimbanqui.
No te burles, estoy muy
arrepentido.
Ambos rieron. Prtalo se levant
para avivar las brasas, no soportaba la
idea de que quedaran reducidas a
cenizas inertes, dejndolos en la
oscuridad. El druida volvi a sentarse,
esta vez enfrente de su compaero. Tena
medio lado de la cara iluminado y el
otro oscuro, con una chispa de luz en la
pupila.
Asio, tienes alguien esperndote
en Tiermes?
S, mi madre.
Me refiero a alguien ms, un
amor, una mujer.
Asio tard en responder, jugaba con
un palo trazando crculos y tringulos en
el suelo.
S, pero no es una mujer alz el
rostro y mir a Prtalo a los ojos. Es
un hombre.
Un hombre? Ah s! Claro,
comprendo.
Prtalo baj la mirada. Ese era el
punto al que quera llegar.
Sois amantes?
S.
Y no le molestar a tu amigo mi
presencia?
Lo dijo espontneamente, era su
manera de preguntarle si poda quedarse
a su lado y si l realmente lo deseaba.
Alakn no es celoso, al menos
hasta ahora. Y adems, t y yo no somos
amantes.
No, claro, perdona mi
impertinencia.
No me ha molestado, Prtalo. Y
no te preocupes, no eres nada
impertinente. Me gusta tu sinceridad,
quieres saber la verdad de las cosas.
Pocas veces he visto tanta delicadeza en
un hombre.
Bueno, gracias, supongo que es
un halago Prtalo haba enrojecido.
El pudor aflor a sus mejillas pero no
paraliz sus deseos de seguir hablando
. Yo, no es quiera aprovecharme,
sabes? Tampoco me da miedo vagar
por ah conformndome con lo que
depare el destino, es la verdadera
filosofa de un druida. Pero el caso es
que me encuentro a gusto a tu lado, es
como si todo tuviera una mayor
dimensin, como si lo que hacemos o
vivimos, al compartirlo, tuviera ms
importancia pero al mismo tiempo fuera
tambin ms ligero, ms llevadero No
s, me parece que me estoy liando, pero
entindeme, no es que quiera ser
tampoco tu amante, yo ya me haba
dado cuenta de que no eres insensible al
atractivo de un hombre.
Prtalo call y volvi a ruborizarse.
Se qued de nuevo mirando al suelo
pensando que esta vez haba hablado
demasiado, pero lo prefera as, los
sentimientos y la verdad sin tapujos para
construir sobre certezas y no en la arena
cambiante de lo casual.
Interrumpi sus cavilaciones la voz
de Asio, pausada y an ms dulce.
Ya s que no quieres ser mi
amante, aunque la verdad no me hubiera
importado. La risa franca que
provoc a los dos la ocurrencia del
celtbero hizo que se desvaneciera
cualquier recelo entre ellos. No, la
verdad, Prtalo, lo que nosotros hemos
construido en este tiempo tiene un
nombre y es muy hermoso. Se llama
amistad. S mucho de ella por mi padre
y sus amigos griegos, es un tema de
conversacin constante entre ellos. Y la
amistad no exige atencin exclusiva,
como el amor, aunque s otras cosas ms
importantes como igualdad,
compenetracin, sinceridad, ayuda
mutua y hasta admiracin. Y eso ya lo
tenemos nosotros.
S, eso es. Prtalo pareci
encenderse con estas palabras que
arrojaban una nueva luz a sus
sentimientos y volvan a situarle en la
senda adecuada para sincerarse del todo
con su amigo. Debe de ser por eso
que tambin siento cierta
responsabilidad hacia ti, un deber de
ayudarte a encauzar tu espritu. Si
quieres que te diga la verdad, creo que
tienes madera para ser druida, que
podras ser un excelente conductor de
hombres, pero no para ir a la guerra sino
para afrontar la mayor de las batallas, la
de la conciencia, en la lucha por la vida.
Quin? Yo?
S, t.
No dijeron ms.
Asio se levant para aventar las
cenizas y asegurarse de que no hubiera
peligro de incendio. Lo hizo con
lentitud, como Suspendido en la
inesperada declaracin de Prtalo,
tratando de acariciar en su mente lo que
l mismo haba intuido sin atreverse a
pensar del todo. Mientras separaba la
escoria de las brasas, la crislida que
haba empezado a formarse en su
interior el da de su fallida
consagracin, se haba liberado del
capullo y volaba como una mariposa
entre el silencio de los dos.
El arvaco regres a su sitio y
extendi la frazada para preparar el
lecho, pero antes de echarse a dormir se
acerc a Prtalo. En cuclillas, a un
palmo de su cara, le sonri y se atrevi
por primera vez a acariciar el hermoso
rostro de su amigo.
Gracias por tus palabras, Prtalo.
Creo que nuestro encuentro puede tener
mayores consecuencias de lo que yo
crea.

Dos das despus Tiermes surga en la


lontananza, baada en la luz vertical de
la meseta y adormecida en el sopor del
medioda. Asio sinti que le quitaban de
encima una coraza que empezaba a
pesarle demasiado y en aquel momento
dejaron de existir cartagineses, vetones,
vacceos o lusitanos. El pasado se
borraba entre la bruma del aire, ya no
haba que buscar refugios donde pasar la
noche ni mendigar comida como tantas
veces cuando, sin nada en el zurrn, se
haban hartado de comer moras,
arndanos o piones. All arriba, sobre
su asiento de siglos, la ciudad arvaca
era sobre todo promesa y certidumbre,
la alegra de pasear por sus calles o
bajar al ejido, los encuentros con los
amigos, la vida apacible con Lea y el
recuerdo de Ciscn, todo en su lugar.
Pero sobre todas las cosas significaba el
amor de Alakn, por cuyo recuerdo
sinti la urgencia de refugiarse en sus
brazos y cubrirle de besos.
Tienes pena, amigo Asio?
No, todo lo contrario, slo ganas
de llegar y de que conozcas mi mundo.
No pensaba sino en la miel del
regreso sin siquiera temer las espinas
del encuentro con los suyos o la hiel en
los corazones de quienes amaba. No
quera imaginarlo ni dar carta de
naturaleza a lo que perteneca al mundo
que dejaba atrs, con sus afanes intiles
y bravuconadas. El vaco que poda
encontrar entre sus antiguos compaeros
de armas no le importaba. Ansiaba el
calor de los suyos, del que no tena
duda. Tena una hacienda magnfica, una
madre ms valiosa que cualquier
conquista, amigos, fieles sirvientes y su
compaero, el alma gemela que le
aliviaba las penas con slo tocarlo,
sonrer y aquella manera suya tan
masculina de espantarle las aprensiones
a burlas y pescozones, como si la vida
consistiera en aspirar el candor de la
maana y sus semejantes fueran para l
tan manejables como las ovejas que
conduca cada atardecer al aprisco.

Fueron tres chavales quienes alertaron a


los vecinos. Andaban jugando por la
muralla cuando vieron acercarse a los
dos jinetes y reconocieron
inmediatamente a Asio. Al poco estaban
gritando bajo los muros de Lea y
confirmando su llegada a quienes salan
de sus casas con cara de susto o los
paraban por la calle queriendo
asegurarse de que en verdad era l, el
pequeo bastardo que haba ensuciado
el nombre de la ciudad.
No tard en llegar la alerta a odos
de los compaeros de la campaa de
Indortas, que haban llegado haca
tiempo.
El anciano Abdn fue avisado de
inmediato y la Gerusia convocada.
Viene Asio, el hijo de Lea, a
quien el Consejo entreg el honor de la
ciudad nombrndole caudillo de los
arvacos como tributo a su hermano y lo
arrastr por el fango al rehusar la
consagracin y abandonar a los
guerreros a su suerte.
Quien as hablaba era Harpax, el
llamado a suceder a Abdn en la cima
del poder termesino.
Amigo Harpax, recuerda que no
debe condenarse a nadie sin antes
escuchar sus alegaciones.
Los achaques de Abdn no haban
disminuido su legendario
discernimiento. Tampoco la prudencia
de sus juicios ni la capacidad de
amonestar a quien lo mereciera aunque
fuera el ambicioso Harpax, partidario
siempre de la guerra y los jugosos
rditos que reportaba enviar tropas
mercenarias.
No creo que este mal hijo de
Tiermes tenga siquiera el derecho a ser
escuchado tras su traicin y cobarda
manifiesta.
An no he muerto. Ser yo quien
decida si se le debe escuchar o no.
Vaulas, Nosterox, id a casa de Lea y
dejad aviso para que el joven Asio se
presente ante la Gerusia a la hora sexta.

El hogar del llorado Giscn se


encontraba en penumbra, sin apenas
movimientos en su interior y mucho
menos la algaraba que poda esperarse
de un alegre recibimiento. Los vecinos
oteaban desde la distancia,
preguntndose qu habra de pasar y
cmo reaccionara Lea, pues todos
decan que ltimamente estaba ms
aislada que nunca y se negaba a recibir a
nadie.
La seora haba sido avisada de la
llegada del hijo, pero estaba encerrada
en su habitacin dando rdenes tajantes
de que nadie la molestara hasta que no
hubiera aparecido l por el dintel de la
puerta.
Asio encontr la ciudad como la
haba dejado, al menos en apariencia. La
hoja izquierda de la puerta sur segua
desvencijada, cada sobre los goznes,
marcando an ms el profundo surco que
dejaba en el suelo al ser corrida cada
maana y a la noche. Vio caras serias,
enajenadas, que apenas le devolvan el
saludo. No esperaba fiestas de
recibimiento pero tampoco la
solemnidad del rechazo. Mirando al
frente, con la temeridad de la inocencia,
cabalg despacio por la calle principal
sin detenerse. Prtalo le segua con
aprensin. Asio slo se volvi una vez
para intentar transmitirle la seguridad
que le faltaba.
Vamos, mi madre nos estar
esperando.
Pero en la puerta de la casa no se
encontraba Lea sino Paukas, el viejo
criado. Asio descabalg y lo abraz.
Ambos estaban emocionados pero no
quisieron exteriorizarlo demasiado.
Paukas, este es mi amigo Prtalo,
que me ha acompaado en el camino.
Atindele como si fuera yo mismo,
aunque s que no tengo que advertrtelo.
As se har, seor Asio.
Mi madre?
Est en su habitacin, prefiere
recibirte all.
Bien, atended a los caballos.
Entraron. Prtalo quiso restar
dramatismo a la atmsfera opresiva que
senta desde que cruzaron las puertas de
la ciudad.
Es una casa preciosa. Tu madre
debe de ser una mujer de gran
sensibilidad.
Lo es dijo Asio con media
sonrisa, lo es.
Unos golpes suaves sacaron a Lea de
su rigidez. Oa los pasos, la
conversacin de su hijo a media voz con
algn forastero. Deseaba que el tiempo
se detuviera, que volviera atrs, cuando
ella era una mujer joven, la ms bella y
envidiada del oppidum, casada con un
general idolatrado y entre sus brazos un
nio hermossimo de nombre Ciscn a
quien los hados haban otorgado desde
su nacimiento el ttulo de prncipe.
Aunque no obtuvo respuesta, Asio
empuj la puerta y entr. Hizo una sea
a Prtalo para que lo siguiera pero el
druida prefiri quedarse en el umbral,
hasta que la madre se levantara de lo
que pareca su tocador.
All, sentada de espaldas, Lea se
mantena erguida con el rostro apoyado
sobre sus manos juntas como si
estuviera orando. Asio se acerc por
detrs.
Madre, he vuelto.
Lea se levant y la visin de su
rostro envejecido asust al chico, que
trat de esconder su desazn tras la
sonrisa ms amplia que pudo forzar.
Asio, tesoro, llegu a pensar que
no te volvera a ver nunca.
No temas, tu hijo ha decidido
seguir en este mundo.
Tonto
Madre e hijo se abrazaron con una
intensidad que sorprendi a Prtalo. En
aquellos dos seres fundidos haba una
fuerza que desafiaba todas las
convenciones.
Al fin se separaron, los brazos
entrelazados, los ojos llorosos pero
rebosantes de luz.
Madre, quiero presentarte a mi
buen amigo Prtalo. Es un druida
lusitano que me ha acompaado. La
sabidura de su pensamiento es pareja a
la bondad de su corazn. Tiene la
conciencia recta como el ciprs del
huerto, mirando siempre al firmamento.
Gracias a l no he sufrido los rigores
del camino ni la soledad que asalta a los
espritus libres. Se quedar con
nosotros.
Bienvenido, druida Prtalo,
nuestra casa es la tuya. Te agradezco los
cuidados que has dispensado a mi hijo.
Lea avanz hacia l con su sonrisa
desgastada y los brazos discretamente
abiertos a la altura de la cintura. Prtalo
quiso besarle la mano pero ella lo evit
estrechndole y sujetando sus brazos.
Soy yo, seora, quien debe
agradecer a Asio sus cuidados. No le
hagis caso. A su lado no soy ms que
un pobre aprendiz que necesita ser
protegido. Es el muchacho ms
clarividente que he visto en mi vida.
Tiene el coraje de diez generales.
No es eso lo que dicen los
guerreros dijo ella vuelta sobre s
misma con un tono que indicaba tanta
irona como tristeza.
Los soldados no suelen
distinguirse por sus juicios acertados ni
ecunimes, seora Lea.
Estoy segura de ello, mi buen
druida, pero dejemos eso y venid
conmigo. Estaris hambrientos y con
ganas de reposar. Dir a Aurebia que os
prepare cordero con miel y unos
garbanzos guisados. Mientras tanto, los
mozos llenarn los dos baos del
prtico y os ayudarn a restregaros el
cuerpo, que buena falta os har.
Descuida, madre, Prtalo se ha
lavado cada da, a veces incluso dos
veces por jornada y a m no me ha
quedado ms remedio que imitarlo.
Joven, creo que ests empezando
a caerme realmente bien dijo Lea
jovial, tomando a los dos por la cintura
y saliendo con ellos.
De todas formas aadi Asio
en tono anfitrin, tomaremos ese bao
en el prtico, pero con agua fra pues
hace demasiado calor. Y que aadan
ramas de romero y salvia para
desentumecer los msculos. Hemos
cabalgado demasiado los ltimos das.
Se dirigieron felices al patio. Al fin
estaban en casa. A Prtalo no le
decepcion la realidad, todo lo
contrario. Estaba entusiasmado, aquello
era mucho ms de lo que haba
imaginado por las escuetas
descripciones de Asio. La seora Lea
era en verdad una mujer extraordinaria.
Ves? Te lo dije.
Se despojaron de sus tnicas sucias,
que unos criados recogieron del suelo.
Apenas se haban sumergido en las dos
baeras de alabastro situadas en el
prtico, cuando llegaron los emisarios
de la Gerusia. Los recibi Lea, altanera
y rgida, como si fueran el enemigo.
Razn no le faltaba, pues de los labios
de aquellos hombres confusos que no
hubieran querido provocarle un disgusto
tal, salieron las palabras que anunciaban
una orden de arresto para Asio y su
conduccin inmediata a presencia del
Consejo de Ancianos.
Es que no tienen bastante con sus
propios asuntos? Por qu tienen que
venir a molestarnos?
Son rdenes, seora Lea.
Pamplinas! rdenes, rdenes
Por qu unos hombres tienen siempre
que ordenar a otros? Supongo que por
cobarda.
Lo siento dijo el de ms edad
. No podemos discutir ese tipo de
cosas. Tenemos que llevrnoslo.
Registraremos la casa.
No haris tal cosa. An recuerdo
cuando tu madre vena aqu a por leche
de yegua para alimentarte porque a ella
se le secaron los pechos, Urko.
Urko baj la cabeza. Era de la
misma edad que Giscn y muchas veces
haba venido a esa casa con otros chicos
a ver los pichones o las cras de halcn
que el prncipe siempre tena y a
merendar a media tarde quesos,
bizcochos y unas confituras hechas por
Lea que todava recordaba.
No podemos desobedecer, si lo
hacemos vendrn los soldados y ser
peor dijo, tratando de imponer su
deber a la lealtad que senta por la
madre de Yisco.
Tendris que esperar. Est
dndose un bao, como deberais hacer
vosotros ms a menudo. Andad, id a la
cocina, Aurebia os dar bizcocho con
dulce de higos mientras tanto. Paukas,
acompales. Voy a avisar al seor
Asio.
S, mi ama.
La voz del criado son tan lastimera
como caba esperar, pero en su cabeza
no eran pensamientos sumisos los que se
atropellaban con una agilidad que
hubiera desmentido su avanzada edad.
Con gesto de desprecio, Paukas los
condujo hasta la entrada de las cocinas,
en el lugar ms sucio, y avis para que
les dieran las viandas prometidas. l
sali lo ms rpido que pudo para
explicar a su joven seor el plan que se
le haba ocurrido.
Cuando lleg al prtico, Lea estaba
sentada en un taburete junto a la baera
de Asio, dejando que las lgrimas
rodaran lentas por sus mejillas. El
chico, sujetando la mano de su madre,
no deca nada, sumergido el cuerpo en el
lquido reconfortante como si tuviera
todo el tiempo del mundo. Prtalo,
alarmado e incmodo, haba salido de
su tinaja y se secaba pudorosamente con
el pao de hilo preparado para l.
Asio, mi seor, no hay tiempo que
perder.
Qu dices, Paukas, a qu tanta
prisa?
El criado se coloc al lado opuesto
de Lea. Sus ojos lquidos, nublados por
unas lgrimas que se resistan a salir, se
clavaron en los de aquel nio que tanto
amaba y ahora le pareca un hombre
cansado.
No hay otra salida. Sal por la
puerta de atrs cuando te hayas secado y
los mozos hayan dispuesto tu montura y
la de tu amigo con provisiones, espadas
y los cascos de los caballos envueltos
en lana. Nosotros nos haremos cargo de
los mensajeros. Yo mismo, con dos o
tres muchachos nuestros, los
estrangular mientras comen en la
cocina, as tendris tiempo para ganar un
trecho suficiente de terreno y alcanzar el
territorio de los berones.
Asio sonri con desmayo pero
divertido, como si hubiera escuchado
una trastada.
De veras haras eso, fiel Paukas?
Una y mil veces, mi nio.
Pero te acusarn y morirs
ahorcado en la muralla.
No habran de lograrlo porque
despus de matar a esos desgraciados,
yo mismo pondra fin a mi intil vida. Si
consiguiera salvarte, todo se habra
consumado y morira en paz.
Mi buen Paukas, no esperaba
menos de ti. Sin embargo Asio se
levant, solt la mano de su madre y
tom su lienzo, no deseo huir sino
enfrentarme a las acusaciones. Yo no
abandon a mis soldados antes del
combate sino despus. Renunci por
voluntad propia y frente a ellos. Que yo
sepa nunca ha sido ajusticiado un
caudillo por renunciar. Tampoco pueden
demostrar si hice la consagracin que se
me pidi, algo que por otra parte era
totalmente voluntario. No he incumplido
ninguna ley salvo la de aborrecer la
guerra, pero eso pertenece a mi
conciencia. Esta es la razn por la que
no hui entonces y no huyo ahora. El
druida Prtalo podr testificar a mi
favor.
Pero, mi seor, ellos querrn
acabar contigo.
Representan la ley y yo estoy con
ellos.
No vayas Asio, te lo ruego
suplic el criado, llamndole por su
nombre como cuando era nio.
Acaso me pediras manchar mi
nombre dndoles la razn y aceptando la
culpa? No Paukas, me presentar, dar
mis razones y explicar mis argumentos.
Estoy seguro de que muchos miembros
de la asamblea que lamentaron la intil
muerte de mi hermano lo comprendern.
Treme la tnica ceremonial.
No haba ms que hablar. Paukas se
retir cabizbajo y Lea no aadi nada.
Slo cuando cerca de una hora ms tarde
fue a despedirle, perfectamente vestido,
con la defensa repasada con Prtalo y
los emisarios nerviosos, lo atrajo hacia
sus brazos para hablarle al odo.
Siempre has sido mi hijo ms
amado. Nunca quise decrtelo por no
ofender a tu hermano mayor.
La inslita declaracin puso un nudo
en la garganta de Asio y lo conmovi
hasta lo ms ntimo, pero lejos de
ablandarlo galvaniz su voluntad. A su
afn por demostrar la superioridad
moral de su conducta se aada ahora,
con fuerza mayor, el deseo de restaar la
dignidad de Lea por tanta afrenta.

Aunque el destino teje su trama con


hilos de la voluntad humana, nada
impide que reine el caos en el resultado
final.
Que prolifere el desconcierto
cuando las pasiones chocan y confluyen
voces discordantes, cuando las
intenciones se retuercen o intereses
ajenos a la cuestin principal llegan a
imponerse con violencia.
La sesin en el Consejo fue
tormentosa. Harpax consigui que se
celebrara de forma pblica y all fueron
ms de trescientos ciudadanos
vociferantes que abarrotaron la sala.
Asio apenas poda terminar sus frases,
siempre interrumpido por gritos e
imprecaciones. Haba quien peda que
lo dejaran en paz, pero la mayora
quera su condena. Abdn contemplaba
a todos y cabeceaba con resignacin.
Era cierto que el joven no haba
trasgredido la ley, pero resultaba
evidente que haba traicionado la
confianza de la Gerusia y puesto en
entredicho el honor de Tiermes y hasta
la buena fama de los arvacos, el mayor
tesoro que tena la confederacin. El
pueblo quera un escarmiento y haba
que drselo. Al anciano le disgustaba
condenar a aquel muchacho que saba
defenderse como un magistrado y,
aunque ilegtimo, representaba el ltimo
eslabn de un ilustre linaje. Tratando de
hacerse entender por los dems
miembros del Consejo, pidi a Harpax
que transmitiera su deseo de que fuese
votada all mismo su culpabilidad o
inocencia.
Sali por mayora condenarlo.
Harpax sugiri que se le ajusticiara al
da siguiente, pero Abdn tom la
palabra y dict la sentencia como
corresponda a su condicin de
magistrado supremo.
Pueblo de Tiermes, el Consejo de
la Gerusia ha expresado su voluntad y
acepto el veredicto, pero no es mi deseo
que el acusado muera puesto que no ha
conculcado nuestras leyes. Diris que al
traicionar nuestra confianza ha hecho
algo peor y tendris razn, pero la
verdadera culpa est en su conciencia y
deber vivir con ella el resto de sus
das. As pues, condeno al hijo de Lea a
ser expulsado de nuestra comunidad
para siempre, sin que lleve consigo
pertenencia alguna ni pueda regresar
jams. El condenado tiene hasta maana
al despuntar el da para abandonar la
ciudad. Que nadie le dirija la palabra ni
trate de ayudarle, pero tampoco atentis
contra l, en memoria de su valiente
hermano. He dicho.
28

Pasado
sellado

Asio escuch la sentencia con el rostro


sereno, sin mostrar ninguna emocin.
Cuando volvi la espalda al tribunal y
se encar a la multitud desde lo alto de
su estrado, se produjo un silencio
agarrotado. Durante unos instantes
contempl aquella masa que haba
pedido su muerte, tratando de buscar la
comprensin que haba imaginado, pero
no hall ms que caras hoscas y miradas
torvas, el espectculo de la degradacin.
Sinti una losa caer sobre su espritu y
al mismo tiempo renacer a otra esfera
ms limpia. Tuvo asco de aquel hatajo
de ganado humano vido de suplicio,
cegado por los espejismos de la guerra y
el honor, inerte ante el milagro de la
vida.
Busc a Prtalo y lo encontr junto a
l, solcito, esperndole como si no
hubiera nadie alrededor suyo, protegido
por la fuerza de su espritu y vestido de
dignidad, como l, en aquel trance de
inmundicia.
Con parsimonia, dobl los pliegues
de su toga sobre el hombro derecho y
baj del estrado. Un pasillo ancho se
abri ante l como si de pronto la lepra
manchara su cuerpo y amenazara de
contagio, aunque para Prtalo fue al
contrario: su amigo desprenda una luz
nueva, magnfica, que le hizo extender el
brazo para que en l se apoyara aquel
joven celtbero digno de los antiguos
hroes.
Asio abandon el Areopago como
los grandes senadores de Roma o
Cartago, entre murmullos de odio y
miradas corrodas de la masa ciudadana,
tan tornadiza en sus sentimientos como
aquella que escarneci a Alcibades en
su partida al ostracismo desde la
asamblea de Atenas. Como el hroe
ateniense, Asio tampoco haba querido
ocultarse o huir.
Aquel final de la historia colmaba
los apetitos ms cnicos y tambin los
ms comunes de una poblacin
entregada a las murmuraciones y el
encono vecinal, excesivamente ociosa
por las cuantiosas remesas de su
actividad mercenaria. La sentencia
pona fin a una situacin que escoca a
muchos. Demasiada arrogancia la de los
Ulones, demasiada audacia en Lea,
demasiado protagonismo en aquellos
vstagos, el uno sacrificado y el otro
ahora expulsado. Las vanas conciencias
de muchos termesinos quedaban
satisfechas, su envidia cauterizada. Un
clan destruido, una estirpe poderosa
acabada. El chico que haca y deshaca a
su antojo, por fin maniatado. Su descaro,
castigado y su anormalidad, machacada.
Hasta la arrogancia de su juventud el
aplomo sereno de su inteligencia, en
realidad vejada hasta la exclusin.
Afuera aguardaba Paukas con dos
caballos, pero antes de que montaran
para dirigirse a casa apareci Alakn.
Su nombre haba revoloteado en los
pensamientos de Asio y su recuerdo se
hizo angustia al entrar por la maana.
Los acontecimientos, sin embargo, lo
haban arrinconado. Ya no esperaba
verlo.
Alak se acerc hasta Paukas sin
dejar de mirar a los ojos de su amado.
Dile a tu seor que lo espero en la
cueva.
As lo har.
Asio no sonri pero la luz de su
rostro encendido fue suficiente
respuesta. Montaron, el criado tom las
riendas de los caballos y los condujo
con suavidad por el empedrado mientras
cinco mozos de la casa abran paso a los
jinetes con recios garrotes en la mano y
Alakn coga un atajo sin que nadie lo
advirtiera.

Paukas se detuvo frente a la Puerta de


Levante. Asio y Prtalo desmontaron
para tomar el sendero exterior que
rodeaba la muralla hasta morir cerca de
la cueva. Los mozos se aprestaban a ir
tras ellos, pero Asio los detuvo en vista
de que nadie haba osado acercarse.
Vosotros quedaos aqu, haciendo
guardia. l se viene conmigo.
Los dos echaron a andar uno tras
otro, Asio vigilando por si el druida
resbalaba, advirtindole de los espinos
y las matas de ortigas. Las cabras, como
siempre ocurra, observaban extraadas
a los humanos encaramarse por la
ladera, ir ascendiendo entre las tobas
hasta el pico ms elevado del faralln
que sostena el recinto de la ciudadela
por su cara sur dando forma de proa
gigantesca al oppidum arvaco.
Cerca de la cueva, Asio se detuvo.
Esprame aqu, te lo ruego.
Prtalo respondi con un signo
afirmativo de la cabeza y una sonrisa
que quera trasmitirle nimo. Asio
inspir profundamente, subi un poco
ms y por fin alcanz el rellano que
daba entrada a la cueva. All se detuvo
cuando vio el bulto de Alakn
levantndose en el fondo. Como
siempre, haba llegado primero.
Recortado sobre la luz de la tarde,
Asio le pareci a su antiguo amante ms
alto y mayor. Slo los bordes inferiores
de su toga manchados de tierra ponan
un tono discordante a su aspecto
sobrenatural. Nunca lo haba visto tan
digno, tan superior a todos. A Asio, sin
embargo, el rostro iluminado de su
amigo, en el que haba ya signos del
tiempo y estragos de la vida de pastor,
junto a su aspecto descuidado y sucio, le
parecieron demasiado humanos.
Se acercaron lentamente sin dejar de
mirarse, se tomaron por los brazos,
tragaron saliva y trataron de sonrer. Por
fin Alakn acerc su boca a Asio y le
bes en los labios. El contacto
largamente presentido, el aroma a
hombre del pastor, desataron la vieja
pasin que tanta felicidad le haba dado
en aquel mismo lugar. Asio respondi
con vehemencia, casi con ferocidad,
buscando su boca entera, acaricindole
con fuerza y quitndole la ropa. Alak se
dejaba hacer y sonrea mientras algo
ms abajo Prtalo asista, sin
proponrselo pero sin poder apartar la
vista tampoco, al encuentro apasionado
entre dos hombres que se amaban, sus
cuerpos necesitados el uno del otro.
Cay al suelo la toga de Asio, junto
a la tnica y el cinturn de Alakn.
Desnudos entraron en la cueva y se
arrojaron a la estera de siempre que
pareca esperarlos. Se amaron
precipitadamente, gimiendo de ansiedad
y delirio. Los abrazos postergados
volvieron a recuperar el sabor agridulce
de su amor escondido. Vaciados,
exhaustos, quedaron como fundidos en
uno, la cabeza de Asio sobre el pecho
de Alakn, brazos y piernas
entrelazados.
No haba tiempo que perder, ambos
lo saban. Estaban acostumbrados a
apurar sus horas, a que las obligaciones
de cara a sus familias o frente a la
ciudad se impusieran sobre el deseo de
permanecer juntos. Se haban hecho a
disimular sus sentimientos, a tapar la
urgencia del sentimiento en aras de un
futuro incierto con la conviccin de que
lo importante, la unin de espritu y
cuerpo, permanecera inalterable. Y
ahora, estaban preparados para afrontar
lo que se les vena encima?
Fue Alakn quien rompi el hechizo.
Qu hars ahora, mi nio?
Asio pareca pensrselo. Sin
embargo, cuando se enderez y apoy el
mentn entre los pectorales tersos del
amigo, habl con seguridad, como si ya
tuviera un plan decidido.
Ir a Emporin con mi padre. All
podr dedicarme al comercio como l y
departir sobre poesa y viajes con sus
amigos mientras aprendo filosofa con
mi nuevo amigo el druida.
Sois amigos ntimos?
Pierde cuidado, nuestra amistad
nace del compaerismo. Yo slo te amo
a ti.
Y cul es mi papel en esta nueva
vida?
Reunirte conmigo en cuanto
puedas.
Ya sabes que tengo aqu mis
obligaciones.
Lo s, Alak, soy muy consciente.
Asio sinti una punzada de decepcin
ante la contundencia de la rplica,
pero tus hermanos crecern y a tus
abuelos les queda poco tiempo de vida.
Y qu iba a hacer all? Vivir a
tu costa? Trabajar como pen para otro
mientras mi ganado se perda aqu?
Ya encontraramos algo. Hay
expediciones griegas que recorren el
litoral del mar Interior mercadeando
hasta las columnas de Hrcules. All
podramos enrolarnos en algn barco
fenicio que nos llevara a Alejandra o a
Biblos. Me encantara conocer los
escritorios de esas ciudades donde
dicen que se guardan miles de papiros,
tablillas y pergaminos con las obras de
los grandes sabios.
No soy hombre de mar sino de
tierra firme.
Pero si no has navegado nunca!
Tal vez no tenga tu espritu
aventurero.
Asio levant el mentn y apoy la
mejilla contra el pecho lampio de su
amigo. All se senta a salvo de
cualquier insidia o contratiempo. Con la
cara pegada a su piel, cobijado en su
colchoneta favorita como l llamaba con
guasa a sus anchos pectorales,
mordisqueando y besando de vez en
cuando sus pezones, dijo lo que no crea
que llegara a pronunciar en ese
momento.
Lo que te ocurre es que no quieres
venir conmigo.
Su voz haba cambiado. La de
Alakn tambin y son distinta en la
penumbra de la cueva, abandonada de su
habitual alegra, desnuda de la seguridad
con la que siempre le trataba.
No eres t sino tu exilio. Tampoco
me siento orgulloso de lo que hiciste.
Confiaba en que llevaras con gallarda
el nombre de la ciudad y a la vuelta te
nombraran estratega. Todo ha ido mal.
Ni siquiera crea que volvieras, me
dijeron que habas huido hacia el sur, a
la Turdetania ibrica.
Asio se incorpor y retir su rostro
del pecho amado, su piel le quemaba.
Tumbado a su lado, dejando espacio
entre los dos, respondi con ms pena
an, como si las palabras vinieran de un
pozo.
Pues aqu estoy. Me arriesgu a
venir por ti.
Yo ya no soy libre, mi nio.
Qu quieres decir?
Me he casado.
Cmo?!!
Qu queras que hiciera? Estaba
harto de las miradas de conmiseracin y
las bromas de los amigos. Necesitaba a
alguien que se ocupara de mis hermanos
pequeos porque no doy abasto con mis
abuelos, las cabras y los trabajos que
hago a cambio de comida, tejidos y unas
pocas monedas.
Asio guard silencio con los ojos
cerrados, prietos los labios, tratando de
contener el volcn que amenazaba su
garganta.
Adems estoy esperando un
hijo.
Nooo! Por Lug! Qu imbcil he
sido! No era para ti ms que un
pasatiempo, un cuerpo bonito en el que
descargar tu semen de garan y
adems te parezco cobarde porque me
resisto a seguir la danza macabra de los
guerreros.
Asio se levant y comenz a dar
patadas contra la pared. Alakn trat de
acercarse a l y abrazarlo.
Djame! No necesito tu
compasin. Corre a asistir a tu mujercita
y brrame de tu vida. Yo ya te he
olvidado.
Asio, te lo ruego, no te pongas as,
yo te quiero ms que a nada en este
mundo, pero en la vida tenemos otras
obligaciones.
Cmo correr la suerte del
amado? No era eso lo que me jurabas
cuando te contaba las leyendas de los
hroes griegos que me contaba mi
padre? Por todos los dioses, Alak! Por
qu me has engaado tanto?
No ha sido mi voluntad, te lo
aseguro. T puedes vivir en tu mundo de
cosas hermosas y sentimientos puros,
porque tienes una casa con criados, una
madre y una estirpe detrs de ti que te
eleva sobre la multitud como un escudo
de caudillo. Incluso ahora, vienes a m
custodiado por un druida que es
demasiado hermoso como para ser slo
tu ayuda espiritual. Qu soy yo? Un
pobre pastor agobiado con parientes a
quienes debo cuidar. Quiero mi propia
familia, mis hijos. Acaso me los puedes
dar t?
Asio permaneca apoyado sobre la
pared de la cueva, la cabeza escondida
entre los brazos. Volvi sus ojos
arrasados hacia Alakn.
No, claro que no. Pero podra
haberlos criado.
Sali a la luz y recogi su sayal. Se
lo puso y agarr la toga para echrsela
al hombro. Sin despedirse de Alakn,
fue descendiendo hasta donde estaba
Prtalo, limpindose los ojos con el
borde del manto.
Vmonos. Es hora de ir a casa
para despedirnos de Lea.
El druida volvi a ofrecerle su
brazo.
Fueron andando con los caballos del
ronzal. No haba mucha gente en la calle
y aunque la mayora se les quedaba
mirando, ellos no vean a nadie. Prtalo
quera decirle mil cosas si su amigo,
pero prefiri guardar silencio. Slo, al
doblar la ltima esquina, pudo expresar
lo que ms senta: nimo, siempre nos
queda la esperanza. No poda
comprender como a un joven tan
brillante, con la conciencia limpia y una
posicin social tan prometedora, podan
complicrsele de tal manera las cosas.
Asio le respondi con una sonrisa
ausente y se limit a apretar el brazo en
que se apoyaba y no haba querido
soltar.
La casa tena los postigos echados,
tuvieron que llamar. Una criada joven
abri la puerta con los ojos enrojecidos.
Al verlos, tuvo un acceso de llanto y se
fue corriendo tapndose la cara. Al
fondo se oan lamentos. La penumbra era
total. Era evidente que Lea haba sido
informada del veredicto porque la casa
entera rezumaba duelo, incluso el aroma
habitual a flores y especias que tanto
gustaba a la seora, estaba ahora
cargado de incienso funeral.
Al fondo de la sala, la puerta del
dormitorio de Lea se abri y apareci
Aurebia descompuesta. Estrujando entre
las manos un pao, se qued all de pie,
sostenida apenas por sus doloridas
caderas, sollozando. Asio comprendi
que aquellos llantos iban ms all de su
condena, Lea nunca hubiera permitido
exteriorizarlo tanto. Se apresur y la
cogi por los brazos.
Aurebia, qu sucede? Dnde
est Paukas?
Ay, nio, qu desgracia, qu
desgracia tan grande.
Qu ha ocurrido? Le han
atacado?
Aurebia negaba con la cabeza,
sorba su desespero, no poda hablar
ms que por lamentos, pero le sujetaba
con una fuerza inaudita, como si fuera a
caerse. Asio hizo ademn de entrar.
Nio mo, cuando entres ah,
piensa que todo en la vida es voluntad
del padre Lug y slo a l debemos
dirigir nuestro llanto.
No comprendi Asio estas palabras,
mientras notaba aflojar la presin en su
brazo y escuchaba la voz serena de
Prtalo.
Entrar yo, si quieres.
Asio lo contempl sin saber qu
decir. Como respuesta, le tom del
brazo, mir de nuevo a Aurebia, escrut
las miradas apiadadas de los criados y
entr en el dormitorio de su madre,
lvido.
All estaba ella, tumbada sobre la
cama, bellsima, las manos sobre el
regazo, con expresin dulce, la piel
marmrea. Muerta. A sus pies, tambin
tumbado boca arriba, en el suelo, con
sus cabellos ralos y la boca apretada,
Paukas, amarillo como un limn.
Tambin muerto.
Asio contempl la escena con los
ojos muy abiertos, incrdulo, por un
momento doblado sobre s mismo como
si un venablo le hubiera atravesado el
estmago. Quera pensar que su madre
estaba dormida con el fiel Paukas al
lado, descansando tal vez de la perfidia
de los hombres o dolida por tanta
prdida, para erguirse ms tarde como
una caritide y volver a soportar sobre
sus hombros el prtico de su propio
templo. Mir a Prtalo y las lgrimas
calladas del druida le hicieron continuar
el hilo de su pensamiento hasta sus
ltimas consecuencias: desolada ms
que cansada; reposando, s, para toda la
eternidad. Paukas la habra seguido por
haber fallado en su ltimo intento de
salvarlo a l, por no dejarla partir sola.
Todo estaba ordenado y previsto. Los
ramajes de laurel alrededor de la cama,
la rodela sujetando la cabeza del criado,
el incienso. Incluso un pergamino
abierto como un grito en la pequea
mesa junto al lecho.

Queridsimo hijo,
Vendrs y hallars slo mi
cuerpo, pues yo habr partido
ya para reunirme con todos los
que me faltan: mi adorada
madre, mi padre el caudillo, tu
hermano Giscn.
Perdname, s que no
debera aadir dolor a tu
desdicha, pero cuando llega la
hora del sacrificio las cosas
terrenales deben quedar de
lado. Estoy segura de que
saldrs adelante, tu amigo el
druida es la garanta de que vas
por el buen camino.
Escucha a tu corazn y
nunca te doblegues a quienes
quieran imponerte sus dictados.
Nuestra familia siempre ha
mandado y elegido su destino,
haz t lo mismo de manera que
tu conciencia est en paz y la
vida no sea jams una carga
para ti.
No creas que estoy
desesperada, simplemente no
deseo vivir ya ni contemplar
una maana mi rostro surcado
de amargura. Tampoco quiero
permanecer en esta ciudad ni
un da ms. Comprndeme, te lo
ruego, no puedo acompaarte
en el destierro, tesoro, sera un
obstculo para tu libertad.
Vete a ver a tu padre,
explcale que es tarde para
reunimos como quisimos un da,
que ya no tengo edad para
compartir su lecho aunque bien
lo hubiera querido. Qudate
con l y aprende de los helenos,
ellos saben disfrutar de la vida
hablando de la amistad y sin
exaltar la guerra, son hombres
de pensamiento, conocen los
misterios de la vida, tratan de
desentraar la naturaleza de
las cosas y, lo que es ms
importante, buscan el camino
de la rectitud. Aristaco y sus
amigos podrn hablarte de
Tales de Mileto, Scrates de
Atenas y Platn, de sus
enseanzas en pos del Bien, la
Verdad y la Belleza. Eso es lo
que importa, hijo mo.
No creas que me entrego a
la muerte por vergenza de ti,
estoy orgullosa de lo que
hiciste. Tampoco me importa
que ames ms a los hombres que
a las mujeres, ya lo sabes, cada
uno debe seguir lo que le dicta
su naturaleza.
Puesto que no te est
permitido poseer lo que en
realidad es tuyo, he dejado
todos nuestros bienes a tu
amigo Alaicen, como custodio,
pues confo en que algn da te
sern devueltos. l no va a
poder acompaarte, me temo.
Tom esposa y quiere formar
una familia. No lo tomes a mal,
Asio, no le guardes rencor.
Reparte nuestros enseres entre
los criados y deja que sigan
viviendo en nuestra casa.
No dejes que los dems te
impongan condiciones que
detestas, pues no hay nada peor
que la esclavitud del espritu.
Naciste libre y as has de seguir,
limpio, recto, fraileo en tu
conducta, por encima de
envidias y maledicencias.
Te quiero ms que a mi vida.
Ofrezco este sacrificio a las
diosas madres para que
protejan y hagan de ti el hombre
que mereces ser. No me
decepciones.
Incinera mis restos y
llvalos contigo en una urna, no
deseo reposar en esta tierra.
Quiero que esparzas mis
cenizas junto al mar, donde
fuiste tan feliz con tu padre.
Coloca en la pira a Paukas,
junto a m, pues ese era su
deseo, pero deja que Aurebia
guarde su urna en el altar que
nuestra familia tiene en la
necrpolis.
Que el padre Lug te
sostenga y la diosa Eako te d
fuerzas, hijo mo. S feliz, mi
espritu te estar esperando en
la eternidad.
Te abrazo. Antes de tomar el
veneno que me liberar de tanta
pesadumbre, mi ltimo
pensamiento ser para ti.
Hasta siempre.
TU MADRE, LEA.

Despus de leer y recrearse con


desesperacin en aquella hermosa
caligrafa que le haca sentir la voz de
su madre y hasta sus dedos, Asio cogi
las tres alhajas que lo sujetaban abierto.
En la cabecera del pergamino Lea haba
colocado el torque de oro de su padre,
una joya que l slo haba visto una vez
y ahora le perteneca. En la parte
inferior, dos brazaletes, uno de Giscn y
otro del marido de su madre. A los
lados, cuatro anillos completaban el
tesoro guardin del testamento.
Asio enroll el pergamino y lo dej
sobre la mesa, junto al bolsn de gamuza
que ella haba dispuesto para que
guardara aquellos distintivos de su clan.
En uno de los lados, tena dibujado el
signo de la familia materna: un caballo
rampante; en el otro, una leyenda:
Nadie har de m su esclavo.
Quiso tributar el ltimo momento, en
silencio, a quien tanto haba amado,
pero la desolacin le rindi. Abraz el
cuerpo de su madre sin importarle
laureles ni afeites y all qued de
rodillas dejando salir sus sollozos de
hurfano. Prtalo se acerc al lecho y
puso una mano sobre las de Lea y otra
sobre la cabeza del hijo. Nunca haba
vivido tanto dolor reunido en una
jornada. Jams haba sentido tan fuerte
la necesidad de redencin de un
inocente.
Al cabo, la espalda de Asio dej de
temblar, las manos agradecidas
apretaron las suyas, su cabeza se irgui
y el hijo de Lea se incorpor, sobrio y
sombro. Apag uno a uno los cirios que
rodeaban el lecho mortuorio, mir a
Paukas, deposit un beso con los dedos
en los labios de Lea y habl a su amigo
desde el celaje gris de sus ojos
empaados.
Vamos, procedamos a la
incineracin. Aurebia, que los mozos
apilen la pira en el patio y consigan dos
urnas, aunque tengan que ir a la
necrpolis y vaciar las de algn
antepasado. Preparadme a Glauco y la
yegua gris para el druida. Slo me
llevar frazadas nuevas, un par de
sayales limpios, algo de carne en
salazn, harina, la urna de mi madre y el
bolsn con las joyas. A la hora novena
todo debe estar dispuesto junto a la
puerta trasera. Untad con resina el
cuerpo de mi madre, de esta manera
arder antes y la fragancia de los
bosques mitigar el olor de la
cremacin. Tal vez as crean estos
mentecatos que estoy sacrificando un
cordero a los dioses, no quiero que
traten de impedir el traslado de la urna.

Todo se hizo segn lo acordado. Cuando


la columna de humo se elev sobre el
cielo de Tiermes, los vecinos pensaron
no en un sacrificio a los dioses sino que
era Asio quien se inmolaba ante la
vergenza del destierro. A nadie se le
ocurri que fuera Lea quien parta, junto
a Paukas, entre aquella humareda de
olor dulzn. Al final, pareca que el
muchacho se daba cuenta de la gravedad
de su falta y haba decidido no vivir con
ella. Era lo que se esperaba de un
descendiente del insigne linaje de los
Ulones, la justicia haba prevalecido.
En el momento en que el horizonte
iba a engullir al sol, cuando la luz irreal
que precede a las sombras envuelve
todas las cosas, dos jinetes salieron por
el portn trasero de la casa. Iban a paso
ligero, con las togas echadas sobre su
cabeza, velado el rostro y muda la
garganta. El ms joven era consciente de
todo lo que dejaba atrs: sus races, el
amor, los sueos de juventud, la
inocencia. Cerraba una pesada puerta y
sala al exterior de una ciudadela que lo
asfixiaba, sin saber si afuera morira por
inanicin o sera humillado hasta lo
insoportable. No caba la alegra en su
magro equipaje pero s un resquicio de
esperanza, el presentimiento de que de
alguna forma y en algn lugar podra
hallar la vida que anhelaba. Tal vez
incluso encontrar el amor de nuevo.
Prtalo segua a su amigo de cerca y
comparta sus sentimientos. Slo que en
su esperanza haba una certeza, el
convencimiento de que exista un camino
luminoso para emprender una vida que
los pusiera, a Asio pero tambin a l, en
la senda que siempre haba soado:
convertirse en verdaderos druidas. No
tena la menor duda de que el joven
celtbero tena condiciones y saba
ejercer la autoridad de quien sabe
manejar los asuntos serios de la
existencia, adems de su amor por el
conocimiento y el natural amable que le
haca respetar a todos por igual. Ese era
su propio cometido en la vida, la razn
por la que haban sucedido cosas tan
extraas que le haban empujado a
renunciar a su falsa vida en la Lusitania
y acompaar al joven caudillo que
renunci a serlo. Deba hacer de l un
jefe espiritual, un druida sabio que
alcanzara la dignidad mayor y
recuperara para la Spania cltica las
viejas costumbres de sus antepasados,
los ritos, las celebraciones solsticiales e
invernales, el conocimiento de las
plantas y los astros, pero sobre todo la
gran tradicin pedaggica que hizo de
ellos un pueblo fuerte y seguro de s
mismo, capaz de extenderse por el
Continente Blanco, el territorio de las
razas rubias y claras que adoraban a la
Luna en igualdad al Sol. Un nuevo
profeta de la Keltik, tal vez, una voz
poderosa que atravesara valles y
cordilleras, respetada y admirada. S,
ese poda ser el joven Asio y l el
humilde druida que lo elevara hasta la
cumbre de la verdadera conciencia.
No despegaron los labios hasta que
se detuvieron a descansar cuatro horas
despus. No tuvieron nimo para hacer
una fogata que los entonara en el frescor
de la maana. Las mantas de lana que
llevaban eran suficientes, slo haba que
taparse con ellas hasta las orejas.
Maana tomaremos la ruta de
oriente hacia el septentrin. Por la noche
tendremos la Estrella Polar a la siniestra
y el sol a la diestra durante el da. Hasta
que encontremos el mar. En diez o
quince jornadas alcanzaremos
Emporin. All nos acoger mi padre.
Esas fueron las palabras de Asio
antes de echarse a dormir. El pasado
quedaba sellado, como la urna de su
madre.
29

El tesoro del
tiempo

Aqu podis quedaros. Slo tengo una


habitacin, espero que no os importe
compartirla.
No, claro que no.
El velo de tristeza que cruzaba su
cara era demasiado intenso como para
que pasase desapercibido. En las
ltimas jornadas se haba ido
apoderando de l una melancola
silenciosa de la que Prtalo no pudo
sacarlo. Ante el estado taciturno de su
amigo el druida sonrea por los dos y
haca continuos gestos de aprobacin.
Ests bien, Asio?
S, padre. Slo es que estoy
cansado del viaje.
No me llames as, hijo mo, no
estoy acostumbrado y me recuerda
demasiadas cosas. Ya sabemos que soy
tu padre, no es necesario tenerlo
siempre presente. Llmame mejor
Aristaco, como todos.
De acuerdo.
Sin advertirlo, Aristaco clav con
estas palabras los ltimos remaches al
atad de la memoria de su hijo. El chico
ya no se inmutaba por nada, aceptaba
cualquier cosa que le ocurriera con la
naturalidad de un viejo filsofo. Prtalo
segua observndolo de cerca,
acostumbrado ya a darle apoyo
inmediato, ser su blsamo y cayado.
Mientras tanto, guardaba la gran
medicina que necesitaba su espritu para
cuando fuera propicio. Tenan toda la
vida por delante.
Asio miraba la habitacin, tratando
de no mostrar inquietud, ocultando el
desamparo que las palabras del padre le
haban producido. Se dio cuenta de que
all slo haba un lecho y supuso que la
estancia estaba dispuesta a la manera
espartana pues ocupaba el centro de la
dependencia una delgada colchoneta
rellena de crin suficiente para dos o tres
personas. Dos lmparas de aceite, una a
cada lado, y un arcn al fondo, era todo
el mobiliario salvo un pequeo busto
colocado en una hornacina abierta en la
pared en cuyo base poda leerse con
caracteres griegos el nombre de Licurgo,
el legislador de Esparta.
Bien dijo Asio cuando Aristaco
los dej solos, me temo que al final
tendremos que dormir juntos, druida.
Eso parece.
Te molesta?
Y por qu habra de molestarme?
No s, los sacerdotes sois gente
muy rara.
Y los guerreros arrepentidos,
bastante tontos.
Aquella tarde tuvieron su primer
simposio, un banquete de bienvenida por
todo lo alto en la que Aristaco les
ofreci manjares exquisitos, buen vino y
la concurrencia de una decena de
amigos. La conversacin gir en torno a
los chismorreos, Hasta que Aristaco
pidi silencio para que Asio relatara su
aventura. Los invitados escucharon
impresionados, con inters creciente,
haciendo preguntas certeras y
comentarios jocosos.
Tu decisin te honra afirm
Lycos el Sabio. Pero, dime, el
extraamiento de tu tierra alcanza a toda
la Keltik?
Asio puso cara de no saber qu
responder y mir a Prtalo.
No necesariamente respondi
el druida por l. Cada pueblo celta
tiene sus leyes y la capacidad de acoger
a quien le parezca.
El aserto pareci tranquilizar los
nimos. Siguieron los brindis por la
amistad y una acalorada discusin sobre
la iniciativa de un poderoso comerciante
recin llegado a Emporin que pretenda
levantar un templo a Cstor y Plux, los
Dioscuros tan queridos a atenienses y
espartanos. El conflicto, como ocurra
siempre en aquella ciudad tan alejada de
la Hlade, era que los descendientes de
los griegos focenses llegados de
Massalia, preferan asociar sus ritos a
las costumbres atenienses antes que a las
espartanas. Trataban de no mezclarse en
los templos o santuarios, herederos an
de viejas rivalidades.
Los espartanos querris asociar
vuestra diarqua de reyes a los
Dioscuros. Habr tumultos.
As razonaba Pisn, un patriarca
cuya familia se remontaba a los
fundadores de la ciudad.
Precisamente lo que necesitamos
es unirnos ms y olvidar las diferencias,
a fin de cuentas los fundadores ya no
representis ms que un tercio de los
ciudadanos.
Hay que mantener los principios.
Las discusiones duraron an un buen
rato, pero siempre sin alterar el tono
jocoso general. A Asio le impresion
que en ningn momento se hablara de
armas ni de imponerse un bando a otro.
Lo particular con frecuencia
enturbia lo general, as que se hace
necesario conjugar ambos y luego
decidir por estricta votacin individual.
Aristaco, que estaba sentado entre
los jvenes invitados, les iba contando
en voz ms baja las costumbres de la
polis. Ellos le agradecan las
explicaciones, pero estas ltimas
palabras esclarecedoras abrieron un
resquicio de luz en la mente de Asio.
Lo general era aquello que le
atormentaba, las desgracias con las que
el destino estaba golpeando su
particularidad, es decir su persona en el
mundo, un hijo natural de estirpe
arvaca, destinado a recoger la tradicin
guerrera de sus antepasados, que en la
bsqueda de su propio camino haba
encontrado los mayores suplicios. Pero
era esa bsqueda, la llamada interior, lo
particular que deba seguir, el equilibrio
que Aristaco le sealaba como nica
direccin posible.
El chico mir a su padre sonriendo y
este le devolvi el gesto apretndole la
mano. Aquella noche, Aristaco le pidi
que le relatara los ltimos momentos de
Lea. Una vez que lo hizo, tras un largo
silencio, ambos acordaron no hablar
ms de ello y guardar en su corazn el
amor que sentan hacia esa mujer hasta
que la herida cicatrizara y poder
recordarla de nuevo sin dolor.

No hubo obstculos a la hora de


encontrar una tarea a los jvenes que los
mantuviera ocupados y les diera a ganar
unos dracmas. Filipos, uno de los
acaudalados participantes de aquellas
tertulias, necesitaba un contable para su
factora de garum y otro para la de
cermica. Ambas haban crecido mucho
en los ltimos aos y su contable
general ya no daba abasto para llevarlo
todo al da.
Aristaco dio las gracias a Filipos y
los chicos comenzaron su trabajo
unindose todas las maanas a la
multitud de peones que acudan a
Palaipolis, la antigua ciudad de los
focenses ahora dedicada a las distintas
factoras. Los griegos, grandes sibaritas
que haban desarrollado mejor que nadie
la vida en la polis, dejaron de habitar
aquella zona por los fuertes olores y las
inmundicias que acumulaban las
factoras para trasladarse al otro lado de
la baha, donde ahora se levantaba una
ciudad suntuosa con varios templos y un
gora de gran belleza.
Los dos amigos se levantaban pronto
y acudan a caballo a sus obligaciones,
mezclados entre los que cruzaban a pie
la larga ensenada. Era el momento ms
agradable del da. Vean salir el sol por
encima del malecn y los barcos
atracados en el puerto con el velamen
recogido. Hablaban de filosofa, de las
ltimas conversaciones en casa de
Aristaco o de planes difusos para el
futuro. De vez en cuando recordaban su
vida anterior, pero siempre como motivo
de risa, evitando cuidadosamente las
ltimas tragedias.
Te imaginas al druida Arredrn,
vindome vivir entre griegos y aceptar
dinero por mi trabajo?
Le dara un sncope. Luego ira a
por ti, debe tenerte buenas ganas. Por
cierto, los druidas pegan a sus pupilos?
Prtalo rea abiertamente.
No, al menos no tanto como los
celtberos, supongo. Aunque debo
admitir que Arredrn nos daba cachetes
cuando ramos pequeos. A m me dio
ms de uno.
Las leves conversaciones los
conducan como si tuvieran alas.
Muchas veces no se daban cuenta de que
haban llegado en medio de una de ellas
y tenan que parar y despedirse hasta la
tarde. Les fastidiaba esta separacin.
Pero an ms la intensa jornada de
trabajo en la que ambos acababan con la
cabeza embotada.
La vuelta sola ser bastante peor.
Casi siempre haba anochecido y no les
quedaban ganas para las bromas.
Cabalgaban deprisa, galopando la mayor
parte del trecho porque necesitaban
desentumecer el cuerpo. Cuando
llegaban a casa, no les quedaban
energas para participar en las
interminables cenas de Aristaco y sus
amigos. Slo lo hacan los das de
descanso.
De esta manera transcurri ms de
un ao, sin que su situacin y rutina
variara lo ms mnimo. Aristaco not
que el nimo de los muchachos haba
decado y decidi indagar sus razones,
pero ellos contestaron con evasivas,
aludiendo solamente a las condiciones
de trabajo.
Peor que los gritos constantes es
el olor dijo Asio, tengo la
sensacin de que ya no podr quitrmelo
nunca de encima.
Es cierto que la factora de garum
es pestilente. No me extraa que el olor
del pescado muerto te revuelva las
tripas, pero por qu no me lo habas
dicho?
Filipo nos encomend esas tareas
con generosidad. No podamos rechazar
su oferta sin riesgo de ofenderle. Es uno
de tus mejores amigos.
Haba olvidado la exquisita
educacin que te dio tu madre. Pero en
cuestiones de trabajo debemos ser ms
racionales. Y t, Prtalo, cmo te
sientes en la tenera?
Ms o menos igual, seor
Aristaco. La mezcla de orines animales
y tinturas me provoca nuseas. A
menudo llevo un trapo hmedo
alrededor de la boca pero ni aun as
logro acostumbrarme.
Por Zeus! Cmo no me lo
dijisteis? No son los nicos trabajos que
un par de muchachos de nariz exquisita
pueden hacer en esta ciudad. He odo
que cada vez llegan ms beros a
trabajar con nosotros porque la mano de
obra aqu es insuficiente. Dejadme que
busque otra cosa. Maana vendrn
Lycos y los dems a cenar. No hace falta
que estis presentes. Yo me encargar de
hablar con ellos.
Rpidamente, los muchachos
tuvieron varias propuestas en los
talleres de orfebrera que regentaba
Lycos, los mismos de los que se surta
Aristaco para escoger las piezas que
luego venda a los celtberos y otros
pueblos de la Pennsula.
Pasaron el siguiente invierno
trabajando como ayudantes del mismo
orfebre. Su cometido era muy variado,
desde traer las barras de metal que
produca la factora de extramuros
dedicada a procesar plata, estao y
plomo, hasta golpearlas para
convertirlas en delgadas lminas. No
tenan que desplazarse porque el taller
se hallaba en el mismo permetro de la
nepolis. As pudieron dormir ms y
haraganear en la cama, antes de salir
calientes y bien abrigados a su labor
diaria. Se haban acostumbrado a
compartir el lecho y hasta las ropas. No
quisieron buscar cuartos separados. En
todo se comportaban como hermanos,
aunque Prtalo siempre guardaba cierta
deferencia hacia su amigo. Todos crean
que era por la condicin patricia de
Asio, o porque el druida era un invitado
sin vnculo familiar con el dueo de la
casa y, educado como era, cumpla con
el respeto debido al anfitrin en la
persona de su hijo, pero la verdad era
distinta. Prtalo trataba a su amigo como
si fuera una autoridad moral, convencido
de que en su corazn de filsofo brillaba
la autntica sabidura.
Las noches eran el momento que
vala por el resto de la jornada. Las
pasaban conversando entre ellos dos,
lejos de las tertulias que se organizaban
entre los de su edad, siempre inclinadas
al chismorreo ms reciente que hubiera
aparecido en Emporin. Haban
escuchado muchos bulos, demasiadas
noticias falsas esparcidas por marineros
imaginativos o falsarios. Asio y Prtalo
se aburrieron de tanta especulacin.
Pero no todas las noticias eran falsas
o salan de la mente calenturienta de
algn viajero. Las que llegaban sobre
los cartagineses solan ser verdicas
porque venan de los beros que
trabajaban en el taller, quienes a su vez
las recogan de sus parientes en los
poblados. Ellos les contaban cmo
desde que desapareci Amlkar, las
cosas haban ido a mejor. Asdrbal el
Bello, el nuevo jefe cartagins que haba
asumido el mando durante la minora de
Anbal, haba concertado la paz con los
romanos y rubricado un tratado que
estableca lmites entre ambas
repblicas para sus intereses en Spania.
La Pennsula se converta as en tierra
de expansin para ambas potencias,
deseosas de asegurarse sin
intermediarios los ricos recursos
mineros. Ninguno de los dos senados, en
apariencia, pretenda sojuzgar a los
pueblos del interior, los belicosos celtas
que ya haban dado pruebas de su
capacidad de resistencia. Ambos se
conformaban con mantener alianzas con
los beros de la franja oriental. El origen
etrusco de los romanos y el fenicio de
los cartagineses eran ms compatibles
con la mentalidad y costumbres beras.
Adems, les una una larga tradicin de
comercio.
Asdrbal haba tomado una segunda
esposa del pas que ayud a sellar
nuevas alianzas en campo spanio. El
matrimonio con la princesa bera supuso
el acercamiento definitivo, la ruptura de
las barreras raciales. Nuevos tratados
con distintos pueblos del Levante
aseguraban la paz a travs de las
alianzas que estos tenan con las tribus
del Occidente. Asdrbal aprovechaba la
corriente de entendimiento entre beros y
celtas en beneficio propio, sin
desatender la potencia de su ejrcito
para que nadie olvidara quin era el que
mandaba. Desde el principio quiso dejar
claro que su estancia en Spania no era
ya accidental ni sujeta a plazos. Tena la
voluntad de quedarse, aunque su
decisin, hecha pblica mediante un
decreto que mand a los cuatro puntos
cardinales, no implicaba que las
naciones de Spania tuvieran que seguir
los dictados del Senado de Cartago. El
nuevo sufete se presentaba como amigo,
haciendo hincapi en que lo pnico era
un elemento ms, aunque de rango
superior, en la constelacin de pueblos
peninsulares. Si antes fueron los griegos
y, sobre todo, los fenicios, ahora les
tocaba a los cartagineses la tarea de
mezclarse con los pueblos de la gran
tierra de promisin en el occidente
continental. Ellos habran de convertirse
en los mejores aliados de beros, celtas
y celtberos, como no se cansaba de
repetir Asdrbal a los embajadores que
reciba con frecuencia. Seran ellos, los
protectores de los nativos, los que
aplicaran las tcnicas ms
desarrolladas para la industria
metalrgica, los que dieran salida
exterior a sus productos manufacturados.
Y sobre todo, Asdrbal quera alzarse
con su fabulosa fuerza militar como el
garante de independencia de los spanios
frente a un peligro an mayor: la
Repblica Romana. La conclusin de
aquella nueva estrategia era
contundente: los pnicos haran de
Spania la prxima potencia del
Mediterrneo occidental. Que los
romanos se concentraran en la expansin
hacia el este. All tenan la otra tierra de
promisin, la Magna Grecia por la que
tanto suspiraban.
Y para rubricar su poltica, fund
una ciudad como sede del poder pnico
y cabeza de puente para el comercio, a
la que llam Cartago Nova, junto a una
magnfica ensenada que serva de
defensa natural y puerto abrigado.

Fue en una de aquellas noches de


confidencias entre los dos amigos
cuando las autnticas intenciones de
cada uno salieron a flor de piel como
semillas que hubieran germinado
despacio en el cobijo del tiempo.
Estaban decepcionados por su estancia
entre los griegos, cuyo horizonte se
limitaba a trabajar, sacar adelante a la
familia y reunirse los varones un da s y
otro no para dialogar entre libaciones
sin tasa y discusiones estriles.
Asio, no s t, pero yo no me
siento a gusto trabajando todo el da en
la orfebrera.
Al menos no hay olores.
No me refiero a eso.
Estaban tumbados boca arriba en la
cama, bien tapados aunque en aquella
regin el clima de invierno era mucho
ms soportable que en la Lusitania
interior o la Celtiberia.
Vamos, habla, a qu te refieres?
No me veo haciendo lo mismo
ao tras ao.
Ya.
Tal vez un da conozca a una
mujer y la despose. Entonces tendramos
hijos y yo ya no podra hacer otra cosa
que golpear las lminas de bronce para
alimentar a mi familia. O tal vez,
encuentres t un hombre que vuelva a
llenar tu corazn y decidis
estableceros, poner un negocio y seguir
como tu padre, tan felices, supongo.
Pero no s, yo no me veo, mejor dicho
no quiero verme, como un eslabn de la
cadena reproductora. Trabajar para criar
hijos que trabajen. Me produce angustia,
la verdad. Tal vez sea que soy un poco
misntropo, o que fui educado para
sacerdote entregado a la comunidad. S,
no me mires as. El caso es que estoy
empezando a aborrecer esta vida nuestra
de trabajo y descanso sin esperar nada.
No quiero decir que me sienta mal, ni
mucho menos, tal vez demasiado bien.
Sobre todo porque te tengo a ti y
podemos seguir hablando por las
noches. Pero no olvido el mundo que
nos espera ah fuera, ms all de los
muros de Emporin. Gente necesitada,
con hambre espiritual, que es la ms
triste de las indigencias.
Prtalo se qued pensativo. Se
imaginaba con su larga tnica blanca de
druida entrando en algn poblado celta
en el que las madres le ofrecieran a sus
hijos para que los instruyera, donde los
guerreros se despojaran de sus armas y
metales cuando l fuera a ejecutar los
ritos de la naturaleza. Su imaginacin
fue incluso ms all y lleg a verse
frente a un crculo de hombres y mujeres
atentos, escuchando su palabra que les
anunciaba la venida de un hombre
excepcional, un druida sacro que les
revelara el difano camino de la
conciencia, un hombre que no era otro
que el Gran Druida Asio.
Tienes razn, Prtalo. Yo tambin
deseo cambiar de horizonte, salir de esta
rueda por la que pasan las estaciones sin
que podamos verdaderamente crecer,
aunque no es poco lo que hemos
aprendido, por lo menos yo. Ahora s
cmo es la vida urbana en una
comunidad pacfica, por ejemplo. Pero
t y yo somos diferentes del comn de
los mortales, supongo. Ahora estamos
atrapados en un proceso organizado para
producir bienes que luego son vendidos
a cambio del dinero que sigue moviendo
la rueda. Somos eslabones de una
cadena, s, y ah acaba todo. Sabes? He
estado pensando estas ltimas semanas
que podamos enrolarnos en algn barco
griego que haga la ruta del Ponto
Euxino. No como remeros, claro, pero
tal vez como agentes de comercio para
el grupo de amigos de mi padre. Ellos
envan sus productos a todos los
rincones de este mar nuestro. Te
imaginas? Conoceramos Siracusa,
Alejandra, Atenas y hasta la misma
Cartago. Qu te parece?
Tentador.
Bueno, es lo que queras, no?
Cambiar, conocer mundo, adquirir
experiencia.
S, pero yo me refiero a otra cosa.
A qu exactamente?
A volver a la Keltik, a las tribus
del norte donde los druidas son
respetados y pueden hacer su labor y
seguir el camino trazado desde que son
aprendices.
Ya. Lo comprendo. Quieres
volver a tu vida anterior.
No, Asio, ms bien quiero
mejorar mi vida anterior, aprovecharla
para seguir en la senda del
conocimiento.
La senda del conocimiento?
S, el camino que todo druida
debe seguir durante toda su vida.
No saba que echaras tanto de
menos tu condicin de druida.
No es eso, mi buen Asio. Es que
lo soy y necesito seguir sindolo. Lo
dems me parece espera, ocupaciones
triviales, perder el precioso tiempo que
la naturaleza ha puesto en mis manos.
Bien, de acuerdo. No ser yo
quien te impida seguirlo. Vete si quieres.
Prtalo se volvi hacia l. El brillo
de la luna, a travs del ventanuco,
provocaba destellos en sus ojos.
Pero es que no te das cuenta? Es
de los dos de quien estoy hablando.
Asio se volvi tambin.
T y yo?
Naturalmente que t y yo.
Prtalo le haba cogido por los brazos y
tena su nariz casi pegada a la suya.
Pareca como si quisiera abrazarlo.
Juntos podramos conseguirlo: avanzar
en el aprendizaje, hacernos druidas
autnticos, servir a los dems. Ests
hecho para ello, Asio. Escucha la voz
que est llamando a tu conciencia desde
que salimos de Lusitania.
Y t cmo lo sabes?
Asio me has hecho ms
preguntas que en toda mi vida junta. Lo
deseas y tienes madera para ello. No
creas que eres demasiado joven, al
contrario, es la edad perfecta para tomar
una decisin as. Sabes qu creo?
Pues no lo s, Prtalo, me ests
empezando a asustar.
Djate de bromas. Creo que la
mismsima diosa Eako te ha protegido
de verdad, te ha reservado. Y yo fui su
instrumento. No te inici a la condicin
de devoto para que sacrificaras tu vida
en vano, sino que te descubr la senda
del conocimiento verdadero.
Y desde cundo crees eso?
Desde aquella maana que me
pegu a ti.
Condenado lusitano! dijo Asio
agarrndole por los costados y rindose
. Con razn dicen que sois arteros y
siempre obris con clculo. As que lo
pensabas desde el principio, eh?
Queras convertirme y hacer de m un
druida sin que opusiera resistencia,
verdad? Asio continuaba apretndole
los costados y hacindole cosquillas.
T no eres un druida, eres un brujo. El
brujo Prtalo, maestro de
embaucadores.
No, no, por favor, para
Los gritos ahogados y las risas
aguzaron el fino odo de Aristaco, que
se despert de su plcido sueo junto al
cuerpo abrazado de Graco. Vaya!,
pens, los chicos estn haciendo de las
suyas. Lo cierto es que no le importaba
que al final se convirtieran en amantes
estables. Prtalo era un joven
extraordinario que pareca querer mucho
a Asio. Tal vez fuera otro afortunado
como l, que poda compartir el amor, y
el deseo, con una mujer o un hombre. Se
alegraba por su hijo. Haba recibido
demasiados golpes ya en la vida y ahora
se le vea tranquilo, feliz junto a su
amigo. Bien por ellos!, musit,
cambiando de postura para que Graco
acomodara mejor la mejilla en su pecho.
Luego deposit un clido beso en el
hombro de su amigo y se durmi
plcidamente.

Entretanto, la gran cama de Asio y


Prtalo pareca ms campo de batalla
que lecho para el descanso. Prtalo se
haba puesto a horcajadas encima de su
amigo y le tapaba la boca con una mano
mientras con la otra le sujetaba por la
mueca un brazo.
As que brujo, eh? Te voy a dar a
ti. T si que eres brujo, que me has
hechizado desde que me toc
acompaarte como si fuera uno de los
tuyos, qu digo?, peor an, como una
bacante que corre tras el fauno
arrastrada por su flauta irresistible.
Quieto! Suelta!
Asio apenas poda hablar, con la
mano de Prtalo presionando sobre su
boca y medio ahogado por la risa.
Ahora te vas a enterar! Te lo voy
a contar todo.
Prtalo, suelta, por favor. Me
ests haciendo dao con las rodillas.
Vale, te soltar. Pero tienes que
prometerme que vas a escuchar con los
odos bien abiertos y la mente limpia,
sin sarcasmos.
De acuerdo, lo prometo.
Bien.
Volvieron a colocarse cada uno en su
sitio, con la sbana estirada cubriendo
sus cuerpos, pero sin frazada. Haban
entrado en calor.
Venga, qu es lo que tienes que
contarme?
Que desde que, bueno, que
yo, vale, en realidad se trata slo de
un deseo, un pensamiento si quieres,
pero es tan ntido, cuando me asalta lo
veo tan claro
Prtalo, no me ests diciendo
nada.
El amigo se puso de lado de nuevo,
hacia el perfil de Asio, para intentar
concentrarse y que lo quera decirle le
saliera lo mejor posible, pero senta que
le costaba, que le fallaban las palabras.
Vers, desde hace tiempo, es decir
desde que empezamos esta aventura
juntos
Asio se volvi tambin y lo mir
haciendo gestos de impaciencia.
Esto es peor que una declaracin
y espero que no lo sea. Proti, anda,
djate de rodeos y cuntale a tu Asio
qu demonios tienes en la cabeza.
Pues que creo que puedes llegar a
ser un gran druida. Lo presiento. Te he
observado y tienes todas las
condiciones. He visto cmo te
comportabas ante la adversidad y la
rapidez con la que entiendes los arcanos
que a otros les cuesta aos. Todo esto,
lo que te ha pasado, no es ms que el
gran desequilibrio de tu vida, el pndulo
que te ha llevado hasta lo ms extremo
del sufrimiento, la soledad, y la
angustia, para que conozcas bien el alma
humana. Ahora ese pndulo est en el
centro de su recorrido, dispuesto para
llevarte al otro extremo de la parbola
que es la serenidad del conocimiento, el
gozo del aprendizaje hasta que alcances
el placer supremo que consiste en dar a
los otros lo que ms necesitan sin que
nadie tenga que pagarte por ello.
Y qu es lo que ms necesitan?
Alimento espiritual, gua.
Asio se qued pensativo. Baj la
mirada, presa de un sbito pudor. Tena
la sensacin de que Prtalo poda leer
en sus ojos.
Cmo los alimentar?
Con tu palabra. Con tu ejemplo.
Gracias, Prtalo. Me ests
quitando la mscara.
Lo s. Yo te di el soma, pero t
me diste algo ms potente.
Y qu fue eso tan potente,
querido amigo?
Tu ejemplo, tu capacidad de
superacin, la impasibilidad con la que
recibas los mayores agravios y pesares
sin que se nublase tu mente. La dignidad,
maestro.
No me llames as. No soy ms que
un pobre chico bastardo al que han
expulsado de su ciudad. Adems,
tampoco fui tan impasible. Durante
aquel tiempo llor ms que una
plaidera.
Djate de sandeces, olvida la vida
pasada. Slo han sido pruebas para que
tu espritu se fortaleciera.
Asio levant la vista, trat de
sonrer y acab poniendo una mueca
divertida.
De acuerdo, me rindo, tienes
razn. He pensado en ello muchas veces.
Lo saba! Me escuchabas con
aire de condescendencia, te burlabas de
mi condicin de druida, pero
Era lo que ms quera ser en este
mundo, lo admito.
Y yo te ayudar a serlo, no lo
dudes.
Prtalo haba vuelto a colocar sus
manos en los hombros de Asio, como al
principio de la conversacin. Asio lo
mir al fondo de sus ojos color del
bosque, y de su boca sali la pregunta
esperada.
Cundo nos vamos? Maana
mismo?
Maana, s, por qu no?
Y adnde iremos?
Al territorio de los berones, hace
tiempo que lo decid.
Lo tenas todo pensado, eh?
S, y por Lug que estamos ya al
borde del sendero.
Prtalo lo atrajo hacia l en un
abrazo que lo abarc por completo. A
Asio le record la manera que tena de
abrazarlo Giscn antes de irse a dormir.
Cuando not que iba a soltarlo, se
apret a l aspirando su aroma,
buscando, por primera vez, el cobijo de
su cuello. Deseaba vivir intensamente
ese momento. Saba que era final y
comienzo de algo, como esas fechas
solsticiales en las que, segn le haba
dicho su sabio amigo, se abre una puerta
entre los dioses y los hombres, un
resquicio de comunicacin entre lo
terrenal y lo celeste. Si eres capaz de
atrapar esa intensidad y dejar que
invada por completo tu mente,
alcanzars un estado suficientemente
sereno que puede curarte de todas las
ansiedades, haba aadido.
Todava abrazado, Asio pregunt
con voz trmula.
Y t estars conmigo siempre
para ensearme el camino?
Claro que s, no deseo otra cosa.
Me temo que es mi destino y, si te digo
la verdad, me siento feliz de aceptarlo.
Me parece muy buen comienzo.
Yo tambin acepto encantado.
Lo haba dicho. Por fin. Era la
primera vez que deca la palabra
acepto ante una proposicin. Los dos
amigos se separaron para poder verse
las caras. Ambos sonrean pero en sus
ojos haba lgrimas.
En la habitacin contigua, el suave
ronquido de Aristaco pona sordina a la
noche.
IV

SERENA SENDA

Los vates practicaban la


adivinacin,
ejecutaban sacrificios
y estudiaban filosofa natural.
Los bardos relataban en verso
las grandes hazaas de los
hroes celtas.
Los druidas se ocupaban de
preservar la sabidura
y celebrar los rituales segn
frmulas antiqusimas;
tambin se reunan en grandes
asambleas.

JULIO CSAR
30

Maestro

Siete aos despus, el druida Asio se


encontraba meditando a la entrada de su
cueva favorita junto a la ciudad de
Vareia, en territorio de los berones.
Prtalo, su inseparable acompaante,
haba bajado hasta el ro para lavar ropa
y utensilios. A la entrada del valle, por
el recodo que forma el cauce del ber,
avanzaba la figura de una mujer cargada
con un cesto, abrindose paso entre la
maleza.
Asio la vio. Era Dana. Como le
ocurra a menudo cuando la distingua
de lejos, sinti una enorme ternura hacia
esa mujer que los recogi cuando
llegaron de Emporin, cansados y
asustados de haberse embarcado en una
aventura temeraria. Desde el principio,
l le confes que deseaba hacerse
druida y que haban elegido la tierra de
los berones por ser un pueblo de
costumbres arraigadas, con las mejores
coras de enseanza druida. Luego le dijo
que era natural de Tiermes, de donde
haba sido expulsado por aborrecer de
la guerra y negarse a cumplir el rito
soldurio de inmolacin. Por ltimo,
manifest su deseo de aprender los
conocimientos que debe tener un
sacerdote celta y entonces present a su
compaero: un druida lusitano, algo
mayor que l, que enseguida tom la
palabra para explicar con mucha
amabilidad que haban llegado a la
Beronia dispuestos a cumplir su destino
como sacerdotes de Lug, pero que no
saban cmo empezar.
Dana era una mujer respetada en
Vareia, la ciudad principal de los
berones, una tribu encajada en las
serranas donde nacen los grandes ros y
cuyos lmites son los territorios de
vascones, vrdulos, caristos y
pelendones. Con estos haban llegado a
mezclarse generaciones atrs, merced a
los muchos matrimonios y un pacto de
defensa mutua, que ya haba cado en
desuso, frente a los lusones del sur. De
los pelendones haban adquirido rasgos
celtberos, aunque no tan acusados como
sus vecinos ms poderosos, los
arvacos con quienes apenas tenan
relaciones. La cuestin que ms los
separaba, precisamente, era el legado
celta. En Beronia se practicaba el culto
a Lug y los druidas eran fundamentales.
Se deca que eran ellos los verdaderos
continuadores de la tradicin celta.
El encuentro con Dana fue casual, tal
vez guiado por la mano de Eako, que
nunca los abandonaba. Ella los acogi
desde el principio y se encarg de que
Asio acudiera lo antes posible a la
escuela para comenzar su aprendizaje
como bardo. Viva sola, haba
renunciado a tener familia porque la
suya era todo aquel que la necesitara.
Dana era casi una piedra angular en la
vida de la comunidad. La Gerusia le
consultaba sus decisiones, poniendo a
menudo su nombre el primero en las
tseras de hospitalidad. Los jvenes
acudan a ella para pedirle consejo si
queran contraer matrimonio. Saba de
medicinas para curar muchas
enfermedades; cuidaba su propio huerto
en el que crecan las plantas que
utilizaba en sus pcimas y emplastos;
era, adems, juez superior por acuerdo
de la asamblea para dictar sentencia en
los litigios ms espinosos o los asuntos
graves.
No era joven ni mayor. Al tiempo de
la llegada de los dos forasteros an no
le haban salido las hebras plateadas
que ahora recorran su larga cabellera.
Tena el hablar pausado y la cara casi
siempre sonriente pero cuando se
enfadaba, aunque fuera rara vez, su
rostro se converta en una dura mscara
que daba miedo mirar, la voz
enronqueca y haca gestos de apremio
con los brazos como si estuviera
dirigiendo una batalla.
En verdad, lo haba hecho. Cuando
an se llamaba Budika, fue una guerrera
audaz y arriesgada que lleg a tener su
propio destacamento. Desde su juventud
se empe en acompaar a los guerreros
en la campaa para recuperar los montes
ocupados por los lusones, pero no lo
hizo entre la tropa como otras mujeres ni
haciendo labores de intendencia en la
retaguardia, como las ms mayores. Ella
exigi, y le fue concedido, rango de
lugarteniente y capacidad de mando. Sin
embargo, tras una experiencia
desastrosa en la que vio morir a varios
seres queridos, renunci a tomar parte
en cualquier guerra. Aunque comprenda
que a veces eran inevitables, o incluso
necesarias, haca tiempo que
consideraba ya las guerras como
ocupacin de hombres presuntuosos a
quienes gusta medir su fuerza y
lamentable espectculo de miseria que
degrada el alma humana.
Fue entonces cuando tom el nombre
de Dana, como homenaje a la diosa
madre, progenitora de Lug.
Buen da, hermana Dana. Deja que
te ayude.
Asio haba bajado hasta la crcava
sonriendo y agitando la mano.
Tengas paz, querido Asio. Los
aos no pasan en balde y cada vez me
cuesta ms subir por las laderas cargada
de bultos.
No debes traer tantas cosas. Ya
sabes que necesitamos poco.
Asio cogi con una mano la cesta
con garbanzos, cebollas y coles y carg
al hombro la talega de harina de trigo.
Segua sonriendo.
Aquella sonrisa que lo haca tan
especial fue el talismn que hizo suyo la
antigua guerrera desde el mismo instante
en que lo vio. Poco a poco se fue dando
cuenta de que el chico adems vala
para ser druida, tena una educacin
esmerada y ganas de aprender. Pero
sobre todo transmita calor, una rara
seguridad cada vez que miraba de frente
y sonrea sin darse cuenta del efecto que
produca.
Dana cultiv su amistad desde el
principio, desde que le asegur a
Prtalo que hara de l un sacerdote. Los
primeros dos aos, el tiempo que dur
su aprendizaje como bardo, fueron
difciles para ella porque a la
fascinacin sigui el cario y
desemboc en un amor que a Dana,
acostumbrada a prescindir de los
hombres, le costaba sobrellevar sin
atreverse a expresarlo. En el grado de
compaero dur poco, pues Asio
aprenda a gran velocidad y pronto
destac entre las decenas de vates
aspirantes a druida.
Fue el da de su elevacin a maestro
cuando ella le confes su amor. A l
pareci no sorprenderle y lo tom como
otra dignidad que aceptaba con gratitud,
aunque un repentino pudor le hizo bajar
la cabeza en el momento de responder a
la mirada interrogante de Dana, turbia,
por primera vez desde que la conoca,
de ansiedad y deseo.
Me temo que no podr
corresponder a tu amor como lo
mereces, pero debes saber que mis
sentimientos de cario y gratitud hacia ti
son tan elevados, que no puedo
compararlos a nada de este mundo. Por
otra parte, he de confesarte que mi
corazn qued enterrado entre las ruinas
de mi pasado. Perteneca a un hombre.
S a un hombre. Se llamaba Alakn.
No hubo ms que aadir ni
volvieron a hablar de ello en los cuatro
aos siguientes, pero desde entonces
Asio mostr hacia Dana una ternura que
tea de cario su vida cotidiana, como
un marido solcito. Ella le devolva las
atenciones cuidando de l en todo
momento. Lo acompa en sus viajes
por las ciudades vacceas y el territorio
vetn. Permaneca junto a l en sus
predicaciones y enseanzas; tambin en
los momentos de recogimiento dentro de
las cuevas que sola habitar o durante
los ritos. Estuvo a su lado, haca ya para
un ao, cuando particip en la asamblea
de sacerdotes convocada por el Gran
Druida lusitano en el oppidum de
Helmntica.
Aquel fue un momento crucial en la
vida del druida Asio. Su discurso ante la
asamblea impresion por el vigor con el
que sostuvo tanto la necesidad de
cohesin entre los pueblos celtas como
la amistad con los beros o el
entendimiento con los cartagineses. No
deba haber brechas que separaran lo
que estaba unido, todos deban aprender
a convivir y comportarse con respeto
hacia los rasgos y costumbres de cada
comunidad. Advirti a sus hermanos en
el sacerdocio que eran ellos quienes
deban llevar sobre s la tarea de
mantener la conciencia alerta y
preservar el espritu de las leyes, como
haba sido en tiempos pasados. Tenan
ante s la triple tarea de celebrar los
ritos para comunicarse con los dioses,
procurar la mejora de los individuos y
salvaguardar el espritu de los pueblos,
junto a su prosperidad. No deban ceder
ante los jefes militares y convertirse en
sus aclitos, pues la vida humana no
deba depender de la guerra sino
desarrollarse en la paz. El druida Asio,
con su voz de trueno, pidi que en cada
oppidum, en cada poblado o grupo de
chozas, hubiera un sacerdote encargado
de la educacin de los nios y de
mantener la justicia en la comunidad.
Que se fundaran escuelas drudicas en
cada ciudad importante. Que las mujeres
druidas volvieran a encargarse de los
tratados de paz y la medicina. Por
ltimo, exigi que no se toleraran los
casos de abusos o corrupcin entre ellos
y que a quien le probaran estos cargos
fuera inmediatamente desposedo de su
condicin sacerdotal.
Ocurri el ltimo da de la
asamblea, cuando su intervencin caus
tal revuelo que poco despus se reuna
la Comisin de Sabios Maestros para
proponer a los ms de trescientos
druidas presentes la eleccin del
arvaco Asio como Gran Druida de los
celtas de Spania.
Nadie recordaba un candidato que
tuviera slo veintisiete aos, pero
tampoco haba habido nunca un superior
como Ava los, con ciento tres aos
cumplidos y que, aunque an lcido e
incluso capaz de moverse por s mismo,
no oa nada en absoluto y era necesario
sustituir. Haba que saber adaptarse a
las circunstancias y obrar en
consecuencia para no perder la maestra
en el vivir esas haban sido
exactamente las palabras del propio
Asio y eso mismo haban repetido los
sabios en el cnclave, para superar la
tradicin que dictaba elegir a uno de los
ms ancianos.
31

Dulce
venganza

Dana comenz a ascender por la


escarpada ladera, apoyndose en las
rocas que jalonaban el sendero para
seguir los pasos de Asio, cargado con
los bultos. A mitad de camino se les
uni Prtalo con su hatillo de escudillas,
raspadores y cucharas limpios. Iba
alegre como un chiquillo. Tena ya
cuarenta aos pero pareca ms joven
que cuando Asio lo conoci.
He visto una pareja de nutrias
bandose en el ro. Se me han quedado
mirando.
Creo que ests a punto de empezar
a entenderte con los animales salvajes
afirm Asio.
Yo creo que ya lo hace. Lo que no
s es si ellos le entienden a l aadi
Dana.
Los tres rieron. Formaban una
comunidad libre y abierta, con
propsitos comunes, inmune al
desaliento o la abulia. Las explosiones
de alegra, incluso las carcajadas, eran
frecuentes en los lugares que habitaban,
generalmente cuevas que haban sido
moradas humanas desde tiempos
inmemoriales.
Cuando recuperaron el resuello y
ordenaron sus escasos vveres en una
alacena excavada en la gruta, Dana les
comunic una noticia como si no tuviera
importancia, aunque los dos hombres
pudieron darse cuenta de su
preocupacin.
Ha venido un hombre de Tiermes
con un mensaje para ti, Asio. Espero que
no traiga rdenes impertinentes, que por
otra parte aqu no tendran valor, ni que
sea portador de infortunios que puedan
alterar la paz de tu espritu.
No temas, Dana, podr soportarlo.
Te ha dicho su nombre?
S, se llama Alakn.
El silencio fue tan elocuente que
Dana prefiri hacer como que se
ocupaba en pelar unas cebollas para
distraer el impacto que haba provocado
mencionar aquel nombre.
Qu querr? musti al fin
Prtalo.
No creo que sea unirse a nosotros.
Ser algn asunto relacionado con
tus antiguas propiedades. Algn pleito o
venta que necesite tu consentimiento
intervino, como distrada, la mujer.
Le has dicho que viniera aqu?
No. Te espera en Vareia. En casa
de Lugn.

Acompaado de Prtalo, Asio entr en


la ciudad por la Puerta de la Luna.
Varios jvenes y mujeres se acercaron
para besarle la mano, mientras dos
hombres se unan a su paso para darle
escolta.
Iba a encontrarse con el hombre
junto al que haba crecido. Lo dems, el
amor apasionado, hacia tiempo que
estaba enterrado en una urna, como las
cenizas de Giscn o las de su madre.
Alakn se encontraba sentado con
Lugn en una mesa junto al fuego.
Prtalo hizo una sea con la cabeza al
dueo de la casa y juntos abandonaron
la habitacin.
Asio y Alakn. Alakn y Asio.
Solos. Frente a frente. En una
habitacin, entre una distancia de aos.
Has venido.
S.
Supongo que ser algo grave.
As es.
Desastroso?
Yo dira que todo lo contrario.
En ese momento, Asio abri los
brazos. Alakn se acerc y lo abraz
con fuerza.
Alak, cunto me alegro de verte.
Yo tambin, nio mo, yo tambin.
Alakn hablaba entre sollozos sin
soltarse de los brazos de su antiguo
amante. Asio le acariciaba la cabeza.
No llores, todo pas. La vida nos
lleva por nuevos senderos.
Podrs perdonarme?
No hay nada que deba disculpar,
sino al contrario. Te agradezco que te
hayas ocupado de lo que fue mi
hacienda. Lo has hecho, verdad?
Como si an vivierais all t y tu
madre. Todo est en orden. Cada noche,
al acostarme, pienso en ti y pido tu
bendicin. S que eres un druida muy
importante.
Soy feliz, nada ms. Y t?
No puedo quejarme. Harpsis, mi
esposa, es una buena mujer que sabe
cmo llevar una casa. Tenemos ya tres
hijos, el pequeo se llama Asio. Los
abuelos murieron y mis hermanos
pequeos siguen conmigo, cada vez ms
grandes. Como ves somos una gran
familia. Vivimos en comunidad con los
antiguos criados. Nadie ha vuelto a
ocupar tu habitacin ni la de Lea y nadie
lo har mientras yo siga al frente. No has
perdido ninguna tierra, no te han quitado
nada. Los aparceros siguen siendo los
mismos. S, soy feliz, aunque
Alakn hizo una pausa, trat de sorber
su pena, me faltas t. En todo te echo
de menos, a cada rato recuerdo tu cara,
tu sonrisa, la forma que tenas de
besarme los prpados. Ya lanzado,
Alak no se detuvo, dejando que las
lgrimas corrieran por su rostro, unas
veces compungido, otras con
expresiones de cmica resignacin.
Ya ves, yo que me haca el duro, resulta
que soy ms cobarde que una ardilla a tu
lado. Deb hacerte caso, irme contigo a
descubrir qu demonios es esto de la
vida, pero prefer quedarme a lo seguro,
embrutecerme ordeando cabras y
hacindole el amor a una mujer por la
que siento slo cario y agradecimiento,
mientras t, el joven Asio que siempre
encuentra su propia senda, escala hasta
la cima y se libra de todos los castigos.
Alakn call. Con la cabeza baja,
sorba por la nariz y cabeceaba, como si
se diera cuenta de algo que ya no tuviera
remedio. Asio le empuj suavemente
hacia un asiento y se sent frente a l.
Bueno, Alak, ya lo has sacado. Y
no quieras provocar mi piedad diciendo
que ests embrutecido, me da la
impresin de que tus razonamientos
siguen siendo tan bravos como antes.
Pero no nos torturemos en vano. El
tiempo slo est en nuestras cabezas y
es el corazn quien dicta las distancias.
No sufras, lo importante es la intensidad
en el vivir, que nuestros sentimientos
sean autnticos. Me alegra que todo
vaya bien en casa, pero ms me alegra si
a ti te satisface. Prefiero la verdad de
una emocin que cien sacos de trigo.
Dicen que eres un hombre sabio.
No ms que el colibr que busca
las mejores flores.
Asio, Asio
Los ojos suplicantes del amigo
parecan querer todava algo, suplicar
una caricia, o tal vez ms. Asio arregl
los pliegues de su tnica reprimiendo
una sonrisa.
Querido Alak, creo que ests
olvidando el asunto que te ha trado por
aqu.
Ah, s!, tienes razn. No soy ms
que un torpe pastor a quien le vienen
grandes las cuestiones de alta poltica.
Alta poltica?
S. Me han encomendado una
misin. Debo comunicarte un ruego de
las altas esferas y se supone que tambin
tengo que convencerte.
Ah s?
Asio no dejaba de sonrer. Le
pareca que todo aquello poda acabar
en una peticin del Areopago de
Tiermes para que volviese. Tal vez
hubieran hecho caso de sus
recomendaciones en la asamblea de
Helmntika y estaban pensando en crear
una escuela druida, o quiz incluso un
cuerpo sacerdotal. Pero por qu,
Alakn? No hubiera sido ms correcto
un miembro de la Gerusia?
Alakn interrumpi sus
pensamientos con gesto serio.
No podemos hablar solos. Me han
exigido que haya algn testigo.
Sirven ellos dos? pregunt
Asio haciendo un gesto al otro lado de
la puerta.
Son de confianza?
Totalmente.
Entonces s.
Enterados de lo que se les peda,
que no era sino confirmar por escrito
que la informacin que iba a dar Alakn
sera la que llevaba en un documento
sellado, Lugn y Prtalo se sentaron
junto a ellos formando un pequeo
crculo entre los cuatro.
Adelante, Alak, confanos tu
mensaje.
La tranquilidad de Asio contrastaba
con la tensin creciente del emisario.
Es de Anbal Barca, el sufete
cartagins.
Asio ech su cuerpo adelante, con
violencia.
De Anbal? El hijo pequeo de
Amlkar?
No tan pequeo, ya. Ha tomado el
mando.
Y Asdrbal?
Muri la primavera pasada a
manos de un lusitano que lleg hasta l
para vengar la muerte de Indortas.
Comprendo. As que es de
Anbal Asio se levant contrariado
y se dirigi a la ventana. Y qu
puede querer ese muchacho de m?
De eso trata el mensaje
respondi Alakn muy serio.
S, claro. Asio se dio la vuelta
y se qued mirando a su amigo con la
espalda apoyada en la pared y la mano
en el mentn. Habla, te lo ruego.
El muchacho, como t dices, tiene
casi veinte aos, la edad que t tenas
cuando te fuiste de Tiermes. Asio hizo
un gesto afirmativo con la cabeza,
esquivando el tono de reproche de
Alakn. Hace tres que tom las
riendas del poder pnico en Cartago
Nova. Desde entonces, Anbal ha
redoblado los esfuerzos de su cuado
para congraciarse con los beros,
incluso ha tomado una esposa bera, la
princesa Imilce, a la que trata no como
concubina sino como reina. Se ha
rodeado de guerreros beros y en su
ejrcito hay ms spanios que pnicos.
Por qu nos cuentas todo eso?
interrumpi Prtalo, molesto. Hace
tiempo que el druida Asio no se interesa
por los asuntos que tienen que ver con la
guerra.
Me temo, druida Prtalo, que los
testigos deben limitarse a escuchar sin
hacer preguntas afirm Alakn.
Prosigue, amigo mo, no veo
dnde quieres llegar a parar repuso
Asio.
Bien, es muy sencillo. Anbal
quiere hacer tambin las paces
definitivas con celtas y celtberos.
Desea una alianza duradera, un acuerdo
favorable a todos. Dice que l es spanio
y quiere defender esta tierra del
verdadero enemigo que ahora es la
Repblica de Roma.
Eso le honra.
Asio haba abandonado el gesto de
fastidio y escuchaba paciente.
Me alegro de que as te lo
parezca. Eso har las cosas ms fciles.
Hace una semana lleg a Tiermes un
mensajero suyo. Solicita tu mediacin
para convencer a los sacerdotes y
caudillos de los beneficios de esta
alianza. Le han dicho que slo t puedes
lograrlo.
Yo? Qu ocurrencia!
Asio mir a Prtalo y despus a
Lugn. Ambos le devolvieron la mirada
con seriedad, como si el asunto no les
pareciera un disparate. Como si fuera
lgico que le pidieran, precisamente a
l, la bendicin del proyecto.
Os parece lgico que Anbal se
dirija a m pidindome tal cosa?
Los dos afirmaron con la cabeza.
Pero cmo es posible? Si no soy
ms que un oscuro druida que est
empezando su camino.
No es cierto, Asio. Los caudillos
celtas te conocen y te respetan porque el
colegio sacerdotal no hace ms que
hablar de ti y de tus ideas: has declarado
que la convivencia entre celtas, beros y
pnicos es el nico camino posible.
Prtalo hablaba con el mismo
convencimiento de antao, cuando
salieron de Emporin rumbo a lo
desconocido. Haba llegado la hora que
l haba presentido con la claridad de un
adivino.
Asio se dirigi a Alakn.
Y t debes convencerme para que
acepte.
No, yo debo convencerte para que
tengas un encuentro con Anbal.
Con l? No, no creo que sea
posible. No, realmente no es posible.
Prtalo y Lugn se miraron
consternados. Alakn carraspe y se
aclar la garganta.
En la segunda parte del mensaje,
Anbal te ruega que accedas a verte con
l para decidir entre vosotros dos la
estrategia de la conciliacin. Asegura
que los viejos rencores entre tu familia y
los Barca estn ya extinguidos. Dice que
si tu hermano Giscn muri por
Istolacio, su cuado Asdrbal fue
asesinado por un devoto de Indortas.
Que la sangre ha lavado la sangre y
debis estrechar vuestros brazos como
hermanos, pues los cartagineses ya no
son enemigos de los spanios ni quieren
desposeerles de sus riquezas minerales.
No hay ms plata que pagar a los
romanos. Cualquier transacin de metal
se har segn las leyes del comercio,
como ha sido durante siglos. Aade que
ahora el objetivo es expulsar a las
legiones de Roma que han ocupado ya
las tierras del norte del ber porque,
insiste, la Repblica Romana es la
verdadera enemiga. El Senado de
aquella ciudad del Lacio es insaciable,
pretende conquistar el mundo conocido
y ponerlo a sus pies. Ellos no tendrn
piedad ni respetarn nada. Si les
dejamos, acabarn con todos, sobre todo
con los celtas por quienes sienten
verdadero odio desde que hace aos
arrasaron la propia Roma. El sufete
Anbal desea que sepas que, como Sumo
Pontfice de Baal, ha sacrificado ya cien
bueyes a la memoria de tu hermano
Giscn y otras tantas yeguas blancas en
memoria de tu madre Lea.
Ha indicado lugar para el
encuentro?
El oppidum de Simankas, en el
territorio vacceo.
Y fecha?
El prximo plenilunio.
Asio movi varias veces la cabeza
sopesando la oferta y sujetndose el
mentn como haca en los momentos en
que su mente galopaba por la planicie
abierta de su pensamiento. Pero apenas
estuvo as unos momentos. De pronto se
cubri la cabeza con el manto, lo sujet
con la mano izquierda y se dispuso a
abandonar la estancia.
Vmonos, Prtalo, tenemos que
hablar con Dana. Alakn, acompanos.
Gracias Lugn, por tu hospitalidad; te
ruego que escribas tu nombre al pie de
ese documento, dando fe de que he
recibido el mensaje.
Dana escuch el relato sin
inmutarse, como si fuera un litigio ms
de Vareia que tuviera una clara
resolucin. Cuando Prtalo acab, su
dictamen fue tan claro como la luz de
sus ojos glaucos.
Yo no soy quien para aconsejarte,
como tampoco Prtalo ni Alakn. La
decisin es slo tuya y as debe ser,
Asio. Creo adems que el destino
vuelve a exigirte una actitud valiente,
como siempre lo ha hecho. Es evidente
que te estaba preparando, que te
reservaba para este momento. El futuro
de Spania puede depender de ti.
Ojal tengas razn! exclam
Asio. De acuerdo. Maana, cuando
despunte el alba, habr tomado mi
decisin.
Bien aadi Dana, la ocasin
merece una cena especial. El gape
consisti en puerros hervidos en leche
de yegua, algo poco habitual en la dieta
de los druidas, servidos con salsa de
nueces y almendras. Al terminar,
bebieron unos sorbos de licor de mora
para celebrar el encuentro con Alakn y
desear que Asio tomara su decisin sin
dudas, sin que le asaltara la angustia,
guiado por la equidad.
Asio sali al exterior de la gruta y
contempl el firmamento. Alakn lo
haba seguido.
Me admira vuestra frugalidad, es
que deben vivir as los sacerdotes?
Cuando el espritu est alerta, el
cuerpo no necesita alimentarse
demasiado. Las comidas copiosas son
un estorbo para la mente.
Ya. Y por qu la cueva?
Es el templo humano por
excelencia. El lugar del nacimiento de
los manantiales, un cobijo para la
fragilidad de la condicin humana. Estn
dedicadas a la diosa madre y aqu
respiramos una verdad superior, una
atmsfera especial.
Como t y yo en Tiermes
Aquello era distinto.
Alakn sinti que hablaba a un
fantasma. Aquel druida espigado, de
mirada grave, ya no era su nio, aunque
an sintiera ganas de abrazarlo.
Mejor ser que te deje con tus
pensamientos. Te espera una decisin
difcil.
Se despidieron con una leve
inclinacin de cabeza.
Que descanses, Alak. Y que la
diosa Eako guarde tus sueos.
Que tu coraje no te abandone,
druida Asio. No olvides que tu corazn
es noble, sabe perdonar. La generosidad
siempre ha guiado tus pasos y as debe
ser ahora tambin.
Gracias, Alak. Por todo.
Soy yo quien te est eternamente
agradecido.
Asio se dirigi hacia la cueva
pequea donde sola mantener las
meditaciones y dilogos consigo mismo.
Una decisin difcil, deca Alak Pero
acaso era posible? Sentado en la piedra
de entrada donde le gustaba quedarse
durante horas mirando las estrellas,
Asio record ntidamente su pasado.
Quera rememorar los momentos en los
que tuvo que tomar decisiones difciles,
para empaparse de voluntad, encontrar
el impulso que le llev a aceptarlas.
Tampoco esta vez haba escapatoria.
Pero nadie iba a forzarle. Incluso se
haban tomado la molestia de enviar a
Alakn sin pretender imponerle un papel
que no aceptara de antemano. En eso,
mantener su independencia ms all de
los poderes fcticos, ya haba triunfado.
Estaba convencido de haberse
despojado de toda vanidad, pero
tambin de la modestia intil o el simple
deseo de agradar a los dems. Senta
como si pudiera hablar al destino cara a
cara, jugando sus bazas con serenidad.
Pero por qu? l, que haba
aborrecido la guerra ante caudillos y
tribunales, ahora se le peda que
alentara a los pueblos celtas de Spania
para unirse al ltimo de los generales
pnicos, aquellos que torturaron a
Istolacio e Indortas, causantes del
sacrificio de su hermano y el suicidio de
su madre, culpables originales de
haberle alejado de su verdadero amor en
Tiermes.
La luna le ilumin de frente cuando
dirigi sus ojos a la estrella vespertina
en busca de gua para su inteligencia.
Qu insensato desvaro trataba de
confundirle con nfulas de aparente
verdad? No era acaso su condicin de
druida el mayor prodigio de su vida? Y
no lo haba logrado, precisamente, a
travs de todas esas vicisitudes que
hirieron su corazn pero no lo helaron?
Tal vez esta requisitoria fuera el
supremo esfuerzo, la ltima prueba para
vaciar su vanidad por completo, dejar
de pensar en s mismo y obrar
verdaderamente en aras de la
comunidad. En todo caso, si algo de su
persona deba acompaar aquel acto de
voluntad, bien poda ser un homenaje a
Giscn, quien estara ms que contento
all en su paraso de guerreros y
mujeres hermosas. Y tambin un tributo
a la madre que siempre confi en l y le
inculc las ideas que ahora le pedan
que pusiera en prctica. No dejaba de
tener gracia que hubiese sido
precisamente Alakn, que un da le
llam cobarde y ahora apelaba a su
coraje de siempre, quien fuera
portador del mensaje que pona a prueba
su reputacin. Seguro que Aristaco,
cuando supiera que haba sido su hijo el
que lleg a pactar con Anbal en nombre
de las tribus celtas, se sentira orgulloso
y pensara en Alcibades, su dolo.
La guerra era odiosa, s, pero an
ms la servidumbre a un tirano. Roma
era ahora la arpa devoradora, el
monstruo insaciable que necesitaba la
sangre de los vencidos para construir su
imperio. Tena razn Anbal en que era
necesario sujetarlos ms all del ber, si
queran preservar en el resto de Spania
la vida tal y como la conocan. Tambin
era cierto que el cartagins ya no era un
extranjero como lo fue su padre. Se
trataba de una unin entre hermanos,
entre el legtimo, el pueblo celta, y uno
tardo, pstumo y medio ilegtimo que le
haba salido al pas de las montaas y
los ros. De eso l saba mucho.
Era l, en efecto, quien violentando
su criterio hacia la guerra deba
pensarlo otra vez y admitir que en su
tajante posicin haba tambin algo
intransigente y destructivo, pues no
admita otra cosa que no fuera su
pensamiento.
No poda oponerse. El destino
reclamaba su parte por haberle otorgado
tanta libertad. En eso consistan los
sacrificios. Por eso Lug deba haber
consentido en que quisieran hacer de l
el druida supremo. Deba cargar con esa
responsabilidad y tener agallas para
llevarla a cabo sin titubeos.
El futuro sera el tribunal postrero,
pero no era esta la mayor vanidad de
vanidades, tratar de asegurarlo? Slo la
experiencia lcida del presente daba al
ser humano su condicin trascendental,
pues con ella la inteligencia era capaz
de modelar el futuro ms all de una
nica voluntad. El destino perda as su
condicin de dios omnipotente y
quedaba a merced de los sueos y
afanes de la humanidad.
Dira que s y esa sera su dulce
venganza.
El encuentro con Anbal fue menos
aparatoso de lo esperado. En la
Simankas vaccea, a orilla del Durius
que se engrandece al recibir su mayor
afluente, esperaba el sufete pnico
acompaado tan slo por seis de sus
generales. All llegaron los druidas Asio
y Prtalo desde la Beronia, con sus
tnicas blancas y cayados, una tarde de
otoo en que los grajos sobrevolaban la
ciudadela anunciando el inminente fro.
Hubo saludos ceremoniales,
palabras de agradecimiento por las dos
partes y una efusin disimulada en el
abrazo entre el druida y el sufete.
Tomndose por la cintura como gesto
familiar de conciliacin, se dirigieron a
la sala de ceremonias de la casa mayor.
All los dejaron solos. La conversacin
fue breve, un dilogo precursor de lo
que vendra despus, en aos de
encuentros constantes.
Has venido y te doy las gracias,
druida Asio. Nada puede ser ms grato a
mis odos que tus sabias palabras.
Respondo a la gallarda de tu
peticin con toda la honestidad de la que
soy capaz, Anbal Barca, digno heredero
de tu linaje que has adoptado Spania
como el solar donde reposa tu corazn.
Has hallado en m la voz del pueblo
celta y es en nombre de su libertad, de la
dignidad ganada a travs de
generaciones, como quiero hablarte.
Habla, pues, druida. No dudo de
tus rectas intenciones.
Acepto tu propuesta y estoy
dispuesto a la tarea que me
encomiendas. Hablar con los rgulos
de los distintos pueblos, har ver a los
caudillos la conveniencia de esta
alianza. Detesto profundamente la
guerra, pero si se trata de resistir la
embestida de un invasor que quiere
domearnos, estoy dispuesto a predicar
la alianza con los cartagineses, nuestros
nuevos hermanos.
Veo que has meditado tu respuesta
y has sabido estar a la altura de la
gravedad del momento. En verdad que la
sabidura de los druidas y la dignidad
milenaria del pueblo celta hablan por tu
boca. Con razn me dijo el Gran Druida
de Lusitania que slo haba una persona
que poda ayudarme en mis propsitos:
Asio, el druida celtbero. Gracias,
amigo mo.
Siguieron los parabienes y un
copioso banquete regado con vino de
Alakant, que los druidas apenas tocaron.
Todos alzaban su copa y brindaban por
la prosperidad de la nueva alianza, por
el druida celtbero, por el pueblo celta.
Asio sonrea mientras su mente volaba
lejos de all hasta la cueva donde le
aguardaba la verdadera vida. Se
preguntaba si Dana habra congeniado
con Alakn, a quien haba dejado para
que la cuidara en su ausencia. Lo que
supo despus, cuando regres, es que no
slo se entendieron de maravilla sino
que Alak prometi volver y llevar
consigo a sus hijos, para que conocieran
a Asio y pudieran aprender de l las
enseanzas druidas.
Nota del
Autor

Dedico este libro a mi amiga Soledad


Guilarte, excelente compaera para un
escritor. Y a mi hermano Antonio, lector
fundamental.
En el captulo de agradecimientos,
rindo homenaje a Guri Medrano, gran
amigo y asiduo colaborador, por sus
correcciones y espritu crtico.
Villa Mara del Pinar y Vega de
Casasola (Valladolid) Torre de Plaza de
la Villa (Madrid).
IGNACIO MERINO (Valladolid, 1954)
es Licenciado en Filologa inglesa y
diplomado en Psicologa y Filosofa
Pura. Fue jefe de Prensa en la embajada
de Espaa en Londres y corresponsal de
la agencia periodstica internacional
United World. Escritor y periodista
apasionado por los escenarios
histricos, colabor con el diario El
Mundo en la obra colectiva El reportaje
de la Historia, dirigi en Radio
Intercontinental el programa Claves de
la Historia y firma asiduamente
artculos en revistas como Historia y
Vida o La Aventura de la Historia.
Ha publicado novelas con fondo
histrico, escritas desde una perspectiva
psicolgica sobre los personajes y los
acontecimientos, tales como Amor es rey
tan grande (ficcin de la pasin y
martirio de Leonor de Guzmn), La ruta
de las estrellas (sobre el explorador del
Nuevo Mundo Juan de la Cosa) y Por El
Empecinado y la libertad (intensa
peripecia vital de este guerrillero
liberal), esta ltima ser llevada al cine
prximamente. En La Esfera public la
novela El druida celtbero.
Vive en el barrio de los Austrias de
Madrid. Actualmente es director de
contenidos del canal de televisin
on-line Literalia.tv.
Notas
[1] Efectivamente, Amlkar Barca no
lleg a conquistar los territorios del
centro peninsular. <<
[2] Celtas significa los audaces. <<
[3]Para conocer la historia de estos dos
hroes legendarios por su fuerte vnculo
de amistad, se puede consultar Elogio
de la amistad (Plaza & Janes,
Barcelona, 2006), del autor. <<
[4] Gales, Galicia y Galia. <<
[5] La provincia de vila, como
epicentro, con ramificaciones en el norte
de Salamanca y Toledo, este de Segovia
y sur de Zamora. <<

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