El Druida Celtibero - Ignacio Merino
El Druida Celtibero - Ignacio Merino
El Druida Celtibero - Ignacio Merino
El druida
celtbero
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fenikz 11.10.14
Ignacio Merino, 2009
MARCIAL, Epigramas.
Advertencia
al lector
OFRENDA
PLUTARCO
1
Devoto fiel
Yisco
Mmmm
Oye
Sin hacer caso de su hermano,
Giscn saludaba con aquella sonrisa tan
suya, suave, acostumbrada a los tributos
de admiracin, aunque algo en su
manera exagerada de levantar la mano
por encima de la cabeza, como si
quisiera abarcar la multitud de hombres
agitando sus brazos, le delataba.
Aquello pareca distinto, el triunfo
definitivo, pens con amargura Asio, el
hermanillo que sali a su encuentro y
trataba de llamar la atencin.
Pero no haba forma.
Por ms que l lo hubiera cogido del
hombro y anduviera a su lado, haca
como si no estuviera escuchando. En un
esfuerzo de cordialidad, para evitar que
ninguno quedara fuera de su
reconocimiento, Giscn haca leves
inclinaciones de cabeza a los ms
cercanos con un gesto de general
victorioso que hubiera parecido
excesivo en otros momentos, pero que
ahora, con el torque de oro en la
garganta anunciando su compromiso,
resultaba natural y hasta necesario.
Haba aceptado unirse al grupo de
los elegidos, los fieles devotos que
ofrecan su vida a la diosa Atocina para
proteger la del caudillo y llevarlo a la
victoria. No haba noticia mejor en el
campamento rebelde. De todas las
naciones de Spania, los arvacos eran
los ms aguerridos, los que destacaban
entre los celtberos por su valor
temerario y la contundencia de sus
ataques por sorpresa. Giscn estaba all
como representante de Tiermes, una de
las ciudades importantes de los
arvacos junto con Numantina, Uyama,
Clunia y Segorbina. Descenda del
linaje de los Ulones, mticos generales
de su ciudad, una condicin que haba
marcado la educacin de aquel prncipe
de veinticinco aos, con imponente
presencia y carcter audaz, para quien la
guerra era la ms natural de las
ocupaciones. Le seguan ciento
cincuenta compatriotas fuertemente
armados y sin ms grado militar que
estar bajo las rdenes del jefe aprobado
por todos, pues all, en la hermosa
Tiermes arvaca, an se viva segn las
leyes asamblearias que suavizaban el
poder de los aristcratas.
Le acompaaba su hermano menor,
un muchacho de diecisis aos a quien
todos trataban con cario pero sin la
reverencia que mostraban al mayor.
Yisco, hazme caso.
Pero es que no puedes esperar
siquiera a que lleguemos a la tienda?
Giscn lo dijo sin apenas mover los
labios, sin dejar de sonrer ni saludar a
ambos lados.
Lo lo has hecho, verdad?
An no.
Pero ya se lo has dicho al
caudillo, no?
T qu crees?
S, lo haba hecho. Era tan evidente
como la gargantilla, o mejor la argolla,
que adornaba su cuello con pretensin
de nobleza, aquella filigrana de
insultante oro que todos miraban con
admiracin. La joya odiosa que, desde
la distancia, le haba anunciado que todo
se haba consumado.
La idea le rondaba a Giscn hacia das,
mantena en vela su pensamiento de
madrugada. Asio lo not por los
movimientos continuos en el jergn y su
aire ausente durante la maana. Lo
conoca demasiado bien como para no
saber qu estaba tramando. Se lo haba
contado por fin la noche anterior y
aunque a Asio le horrorizara la idea, no
le extra en absoluto la confidencia.
Deseo convertirme en devoto del
caudillo Istolacio y ofrecer mi vida a la
diosa de los Infiernos.
Lo dijo con la mirada fija en el techo
y luego se volvi hacia l, buscando en
sus ojos una respuesta, pero Asio no
respondi, quiso creer que eran delirios
nocturnos, ganas de hacerse notar. Por
qu habra de hacerse soldurio de un
rgulo extrao a los arvacos? Seguro
que ser una treta para ganarse el
respeto de los hticos, pens Asio.
Les har creer que s, pero luego ser
que no.
No digas tonteras, Disco. Nadie
te ha pedido que ofrezcas tu vida. Ya es
suficiente que estemos aqu. Anda,
djame dormir y te prometo que no se lo
contar a madre.
El mayor le dio un pescozn que
hizo revolverse a Asio. Haciendo gesto
de enfado, se volvi hacia el otro lado
del lecho que compartan. Giscn le
abraz por detrs y le acarici la
cabeza.
No seas bobo, ya vers, no va a
pasar nada. Pero promteme que haga lo
que haga me apoyars y estars a mi
lado.
Vale te lo prometo.
Asio fingi desgana pero la ansiedad
le consuma y apenas pudo dormir.
Al da siguiente, a medioda, Giscn
haba desaparecido. Cuando el hermano
pregunt por l, le dijeron que lo haban
visto entrar en la tienda del caudillo y
que llevaba largo rato all.
Desde el momento en que Giscn
traspas el umbral de la tienda mayor
con el torque de Istolacio brillando en
su garganta fue el blanco de las miradas
y la comidilla del campamento. Antes de
que llegara a la zona en la que
pernoctaban los arvacos y Asio lo
viera llegar, la tropa saba que un nuevo
capitn se haba unido a la lite de los
soldurios.
Tal era la admiracin que provocaba
la insignia del caudillo en su cuello que
Giscn se vio obligado a responder a
los numerosos saludos y hasta
reverencias de quienes encontraba a su
paso.
De verdad crees que era
necesario? le pregunt su hermano
con tono airado cuando al fin quedaron
solos.
Hay cosas que van ms all de la
simple necesidad, hermanito
respondi Giscn tratando de quitarle
importancia.
No le impresionaron al joven Asio
los aires paternales de su hermano, ni su
habitual condescendencia con l. Tena
que decirle lo que pensaba.
Como por ejemplo?
El valor, el ejemplo ante los
soldados y sobre todo, el honor.
Ya. Y no sera ms honorable que
cuidaras mejor de tu vida y la ma, como
prometiste a nuestra madre?
Cllate! T qu sabrs de honor!
Al chico se le descompuso la cara.
Giscn trat de disculparse cogindole
del brazo, pero Asio lo retir
bruscamente y sali corriendo de la
tienda.
Asio! No te vayas! Slo quera
decir que eres muy joven para
comprenderlo!
El chico no par de correr hasta el
robledal que comenzaba al otro lado del
permetro de las tiendas. En sus odos
resonaban las malditas palabras: T
qu sabrs de honor. Su propio
hermano le haba echado en cara su
condicin de bastardo, como si no
hubiera tenido bastante con ser siempre
el hermanillo postizo, el chaval al que
no hay que tomar muy en serio. El
ilegtimo.
Al caer el sol tuvo que volver a la
tienda. Giscn le haba reservado un
plato de la cena con cabrito asado y
zanahorias dulces como a l le gustaba,
junto a un tazn de leche de cabra con
avena machacada, otra de sus
debilidades.
Asio lo mir pero no quiso
acercarse.
Es que no vas a cenar? Luego
tendrs hambre.
Y qu importa! Como no tengo
honor, que ms da si tengo hambre o no.
Venga, no seas tonto.
Giscn lo atrajo hacia s
estrechndolo entre sus brazos. El
clido abrazo de su hermano, su mano
acaricindole la cabeza acabaron por
destensar su enfado.
Asio, Asio, sabes
perfectamente que para m eres tan digno
como el que ms. Lo que ocurre es que a
ti estas cosas de la milicia nunca te han
atrado, por eso creo que no comprendes
del todo cuando se trata del honor
guerrero.
Pero te das cuenta balbuci
entre sollozos el chico de que si
muere Istolacio tendrs que sacrificarte
con l?
Lo s, por eso lo hago, para
reforzar su destino.
Pero eso es una tontera, Giscn,
t no puedes
Giscn tap la boca a su hermano y
le impidi terminar la frase.
No quiero ms quejas de
acuerdo? Cuando un guerrero toma una
decisin as es porque la ha meditado y
pone todo su coraje en ello. No debe
debilitarse su voluntad con lloros ni
minar su arrojo con clculos mezquinos.
Hablaba el primognito, el lder
entre los jvenes al que escuchaban con
atencin los mayores en la asamblea de
Tiermes. Asio conoca muy bien su
estilo, labrado a base de conviccin,
dicho con la elegancia profunda de
quien lo posee todo.
Se haba acostumbrado a la
suficiencia de Giscn que para l era
como un escudo a sus propias
debilidades. Por eso le desesperaba
aquella maldita decisin de hacerse
soldurio de un caudillo extranjero que
iba a jugarse la vida contra el ms
poderoso de los generales. No cejaba en
su empeo de convencerlo, como
cuando le susurraba su opinin en las
gradas de piedra de la asamblea.
Tambin le debes devocin a
madre. Si faltas t, qu sera de nuestra
casa, de nuestra posicin, de la estirpe
que con tanto orgullo representas?
T seras el primognito. A fin de
cuentas, la familia de madre es tan noble
como la de mi padre.
Asio se qued sin saber qu
responder. Nunca se le habra ocurrido
que pudiera ocupar el puesto de su
hermano. Se sinti mezquino, como dira
l. Tampoco hubiera credo que Giscn
pudiera considerarle su heredero. Las
lgrimas cesaron. Esta vez fue l quien
abraz a Giscn.
Te quiero mucho, Yisco. No
quiero perderte.
Ni yo a ti tampoco, chaval.
Giscn le revolvi el pelo y el
pequeo le dio un puetazo en el
hombro. Al rato estaban los dos en el
suelo, pelendose y rindose.
2
Consagracin
a la diosa
Escchanos, diosa.
Los guerreros repitieron al unsono
la ltima frase. El humo blanco de las
antorchas en la base de la roca envolva
la figura del Gran Druida, que
permaneca con los brazos levantados y
la vista clavada en la esfera lunar.
As quedar cerca de ti y
podr escuchar tu voz,
despierto o dormido,
descansando o en la batalla,
sano de cuerpo o cuando
yazca enfermo en su lecho.
Escchanos, diosa.
La llegada de
Amlkar
A menudo recordaba Amlkar su
desembarco en la baha de Gades
durante el clido mes de Elul. Lo haba
llevado a cabo sin contratiempos ni
advertirlo de antemano, seguro de la
consideracin que le brindaran los
antiguos tartessos, sus viejos aliados.
Convencido de la sumisin que
provocara su fama, le empujaba la
soberbia de pertenecer a un linaje que se
deca descendiente de la diosa Dido y le
hacia sentirse superior, con derecho a
imponer su voluntad sin pedir
aquiescencia a nadie. Bastante tena ya
con los escrpulos de los senadores
cartagineses, celosos de su poder y
reacios a otorgarle ms.
No erraba sus clculos el taimado
pnico pues ciertamente as fue
recibido, entre sonrisas forzadas de los
magistrados de Gades que aseguraban
sentirse honrados con la presencia de
tan insigne personaje en la ciudad,
aunque entre ellos desconfiaran de sus
verdaderas intenciones.
El sufete declar, con impronta de
general impartiendo rdenes, que vena
a reclutar mercenarios de Spania, pues
conoca bien su valor y sobria
tenacidad, para hacer frente a la nueva
guerra que Cartago se propona librar
contra la vida Repblica Romana.
Luego, dejndolo en segundo lugar como
si tuviera menor importancia pero con la
mirada fija en la asamblea, aadi que
puesto que las indemnizaciones exigidas
por el Senado romano tras el tratado de
paz eran cuantiosas, necesitaba extraer
metal argentfero suficiente para
hacerlas frente.
No puedo tolerar que la
interrupcin de los suministros de plata
ibrica vuelva a provocar una derrota
por el abandono de los mercenarios,
como ocurri en Siracusa.
Aunque el recuerdo era amargo,
Amlkar quiso evocar la rebelin que se
desencaden en el ejrcito pnico al no
percibir la prometida paga las cohortes
ligures, espartanas, baleares y libias.
Todos saban que haba sido l quien al
frente de un reducido y eficacsimo
ejrcito haba aplastado a los
mercenarios, llegando incluso a
masacrar a las esposas e hijos que los
acompaaban.
Un murmullo de inquietud se
apoder de la sala.
Como hermanos de raza, los
miembros de la Gerusia no podan
negarse a las peticiones de Amlkar
aunque tres de ellos, dueos de las
minas de hierro que se encontraban a
poniente, hicieron muecas de
desaprobacin. De poco les sirvi su
ruidosa protesta a la que el sufete
respondi tan slo con una mirada
fulminante. Al cabo cedieron sin
rechistar, ya imaginaban aquellos
hacendados que quien osara resistirse
poda perder sus propiedades, cuando
no la vida.
Tras las primeras conquistas, los
ancianos de las ciudades ibricas no
pudieron ocultar su inquietud ante la
amenaza a las libertades pblicas. Sus
llamadas a la resistencia, sin embargo,
no encontraron eco suficiente. Por
mucho que se sintieran contrariados por
la intromisin en sus negocios, los
magnates turdetanos se adaptaron sin
demasiado esfuerzo a la nueva situacin.
Aunque nadie lo expresara en pblico,
empez a tomar cuerpo el
convencimiento de que los pnicos
traeran prosperidad. Con las vas de
comunicacin vigiladas, decan, el
comercio se intensificara y hasta los
pueblos ladrones de la costa seran
sometidos.
Los beros somos viejos aliados de
Cartago, repeta la mayora. Y as era,
en verdad. Desde haca ms de
trescientos aos, los hbiles
descendientes de la mtica Tartessos
surtan con sus elegantes brazaletes y
cinturones de oro la vanidad de los
senadores pnicos. En Malaka, como
durante centurias haban hecho los
fenicios, los cartagineses llenaban sus
naves con nforas de miel, odres de vino
dorado y sacos de almenillas, pero
siempre aadan lingotes de cobre,
estao y plata que ahora resultaban
insuficientes.
I ras el suntuoso recibimiento
gaditano, Amlkar comprob que poco
haba de temer de los turdetanos.
Probablemente hubiera poblados
recalcitrantes, rgulos con aquel fiero
sentido de la independencia que daba
fama a Spania en las orillas del mar
Interior. Para hacer frente a esos casos
aislados y sojuzgar sus pueblos, haba
llevado consigo desde Mauritania ms
de quince mil infantes, entre los que
haba no pocos hispanos licenciados de
la guerra contra Roma que serian una
valiosa ayuda para establecer alianzas y
convencer a sus paisanos.
Aunque al principio hablara ms de
alianzas y esfuerzo comn contra el
enemigo romano, el sufete haba surcado
el Ponto hasta la Tierra del Norte con el
objetivo militar oculto de sofocar el
levantamiento de los turdetanos contra
las colonias pnicas, apoyados por los
griegos. Pero desde el momento en que
puso pie en tierra, supo que aquel pas
riqusimo rodeado de mar y surcado por
grandes vegas fluviales, cuajado de
minas y bosques, poda ser suyo.
Con ms de cincuenta aos a sus
espaldas, se senta hastiado de las
envidias de los senadores de Cartago,
harto de sus continuas encerronas. Le
atraa la idea de tener su propio
territorio en el que ejercer plena
soberana para ser respetado y temido
por todos, incluidos los romanos; una
provincia que le hiciera ms rico que
nadie y afianzara su reputacin de
general victorioso. Podra incluso
convertirse en rey Tena estirpe regia,
nadie poda discutirle ese derecho.
Aunque en cierta manera le repugnara la
idea, pues su mentalidad republicana
detestaba a tiranos y reyezuelos, no
dejaba de seducirle la idea de instalarse
en Spania como sufete de Cartago con
rango de monarca. Podra hacerlo a la
manera de los kouros de Esparta,
estableciendo dinasta propia a travs
de sus dos hijos. Y aunque an eran
nios y l poda fallecer antes de la
mayora, tena como recambio y regente
al joven marido de su hija Istria, el fiel
Asdrbal por quien los soldados sentan
autntica veneracin.
Los fieros
celtberos
Un reino
frustrado
Comienzo
incierto
Al da siguiente de su iniciacin, an
aturdido, Giscn tom parte en el
banquete de acogida de los soldurios,
donde ocup el asiento a la izquierda de
Istolacio. Por la tarde, cuando haca sus
ejercicios con ellos, un emisario lleg
con el caballo cubierto de espuma de
sudor y los ojos desorbitados.
Vienen los cartagineses! Amlkar
est a menos de tres jornadas de aqu.
Indortas se acerc hasta donde
estaba el hombre contestando preguntas
de quienes se le acercaban. Riguroso
como era, detestaba la agitacin que
rompa el orden, ms an en los
momentos graves. Cuando los hombres
lo vieron venir, abrieron un pasillo en el
crculo que rodeaba al agitado jinete.
Indortas se plant delante del emisario
con los brazos cruzados y el gesto
ceudo.
No te asustes, buen hombre, lo
estbamos esperando. Deja tu montura
aqu para que beba agua y acompame
a presencia de nuestro caudillo. Soy el
general Indortas.
La noticia se extendi como fuego de
verano por todo el campamento.
Llegaban los pnicos. Una sacudida de
excitacin recorri las dependencias,
desde el altozano en el que haban
instalado la herrera y las tiendas de los
jefes hasta la orilla del ro donde
estaban montadas las cocinas. Los
hombres dejaron sus tareas y se
arremolinaron en grupos que se
acercaban hacia el prado de las arengas.
Cuando an no haban llegado los
primeros ya estaban all los caudillos
con la mayora de los soldurios.
Istolacio dio una orden a los taedores
de carnyx.
Anunciad reunin de todos los
hombres.
Cinco toques prolongados
convocaron al total de spanios entre
celtas, beros y celtberos all donde
estuvieren. En poco tiempo, la masa de
guerreros se reuni en el gran prado de
poniente. Sumaban cerca de seis mil
disponibles, una vez descontados los
enfermos y los que cuidaban del fuego o
atendan los oficios. El caudillo subi al
tronco cortado de un gran chopo cuya
madera haba servido para construir la
empalizada del campamento.
Se acerca el ejrcito
cartagins con su despreciable
jefe al frente, pero esta vez no
encontrar guerreros
suplicantes con la cabeza
gacha. Ha llegado la hora de
que la Turdetania se levante y
con ella las dems tribus que
an aman la libertad. Spania
toda debe responder al tirano
codicioso, pues esta es tierra
que no regala su independencia
con facilidad. La diosa Eako
est con nosotros, dndonos
fuerza. La falange de sus
juramentados ser la punta de
lanza de nuestra victoria.
Hermanos mos, pensad en
vuestras mujeres e hijos, en los
padres y hermanos de todos,
libres del yugo del usurpador.
Respetad las consignas. Bebed
la celia antes del combate para
que impulse vuestro nimo pero
diluidla con agua para que no
os embote la mente ni haga
demasiado lentos los
movimientos del cuerpo. Sed
cautos. No agotis vuestras
fuerzas en el primer ataque.
Somos menos en cantidad pero
ms grandes porque nos asiste
la razn, el derecho y el ansia
inagotable de libertad.
Celtas, beros y celtberos!
Spanios! La victoria es nuestra
si luchamos como sabemos
hacerlo, como un solo hombre,
sin cobarda ni desmayo.
Las rojas cimeras de los cartagineses
asomaron por los flancos del norte y
levante hasta coronar las crestas de los
cerros que rodean el valle conocido por
el ominoso nombre de los Perdidos.
Cientos de ellos comenzaron a
descender por las laderas como
langostas letales hacia la crcava en una
marcha frentica mientras sostenan en
alto los venablos y avanzaban apretados
en falanges que se movan al comps,
cruzndose pero sin rozarse, protegidos
por sus escudos metlicos que los
cubran desde el bajo vientre hasta la
barbilla, gritando Baal!, siempre lo
mismo, un seco gruido tan confiado que
slo poda representar el nombre de un
dios mayor, como los aterrados
celtberos que trataban de refugiarse en
el sotobosque mientras repetan, plidos
y nerviosos: Lug! Lug! Lug!.
Haba llegado el momento de la
verdad, presentido, deseado con pasin
incluso, inevitable ahora hasta la
angustia.
Tanta preparacin, pens en aquel
momento Indortas, habra sido
suficiente? Cientos de conversaciones le
venan a la cabeza, fanfarronadas al
calor de la lumbre con los ojos
encendidos por el vino de Malaka.
Cuando llegara el combate sera el
primero en lanzarse contra el enemigo.
Gritara como el que ms, alentado por
el brebaje de los druidas. No habra
dudas, era as porque tena que serlo.
Todo guerrero, se repeta a s mismo, se
prepara para ese momento en que hay
que quitarle la vida a alguien o salvar la
propia, no por egosmo, ni siquiera por
supervivencia sino por el imperativo, y
el placer, de ganar la partida. Tena que
dar ejemplo, no flaquear. Entrar en la
lucha con sed de victoria.
Istolacio estudiaba un rollo de piel
de cordero sujeto con fbulas a un
bastidor de madera, en el que el
estratega mayor haba ordenado dibujar
apresudaramente las condiciones fsicas
del terreno, los posibles movimientos de
los cuerpos del ejrcito y las fases
sucesivas de ataque, defensa y tctica
para desarticular por tiempos la fuerza
enemiga. Haba utilizado pigmentos
negros, rojos y verdes, pero estos
ltimos haban quedado borrosos, dando
al mapa un desalio que no presagiaba
nada bueno. Aquellos eran los que
indicaban los movimientos finales, los
ms costosos e inciertos y que deban
darles la victoria. A Istolacio le disgust
esta seal que interpret como una
siniestra premonicin.
Los capitanes observaban a su
alrededor silenciosos. Brculo, el
lugarteniente fiel que lo conoca desde
nio, se acerc por su espalda y le puso
una mano sobre el hombro.
No temas, Istol. Los dioses estn
con nosotros, es nuestra tierra. Los
hombres desean combatir, las armas
estn a punto. Incluso esas mujeres que
han venido de Urei y otros poblados
bastetanos estn preparadas para cubrir
la retaguardia. Todos te seguiremos
hasta la muerte.
El rgulo se volvi con ojos
angustiados hacia su antiguo camarada.
Tu apoyo nunca me ha faltado,
noble Brculo, ni tampoco la confianza
de los guerreros. Slo espero que el
favor de los dioses no nos abandone en
esta hora en que nos jugamos a una sola
apuesta la libertad.
As ser.
As ser, corearon los capitanes,
poniendo el mayor entusiasmo en su voz.
Un jinete lleg a la carrera, seguido de
un grupo de jvenes. Indortas vena de
revisar la infantera y asignar la
direccin de cada cohorte para cuando
comenzara la batalla. Traa la rabia a
flor de piel, maldeca a los incautos
rastreadores, no poda ocultar una
soterrada admiracin por el avieso
Amlkar, aunque echara pestes de l y su
ejrcito de reclutados a la fuerza.
Cuando haca ostentacin de autoridad
ante los capitanes, y ms an cuando
alardeaba sin rubor de su cercana al
caudillo, estos le dejaban hacer sin
ocultar su desagrado, contemplando con
disgusto sus excesos e imprudencia de
juicio, reprobando su juventud por ms
que casi ninguno de ellos hubiera
alcanzado la cincuentena.
Nadie poda, sin embargo, contra el
fervor de sus convicciones. Nada poda
apagar el fuego de sus ansias de lucha.
Estaba arrebatado, con las mejillas
enrojecidas y una exaltacin del nimo
que le encenda los ojos y amartillaba el
movimiento de sus manos. Las palabras
que salan de su boca, secas y
contundentes, se imponan como el
restallar del ltigo en el cnclave
sombro de capitanes donde pareca
flotar una desidia que era necesario
combatir. O al menos eso es lo que crea
Indortas con su forma de ver y sentir las
cosas a su alrededor, tan inmediata que a
menudo resultaba superficial.
No os asustis como ovejas
cercadas por el lobo. Si conservamos el
espritu que anim nuestra rebelin, la
victoria es nuestra. Han fallado los
rastreadores pero no lo haremos los
capitanes. La razn est de nuestra parte.
Nuestras espadas sabrn defenderla si
no nos damos por vencidos al primer
revs.
En cada uno de sus gestos haba una
decisin que invitaba a secundarle
impidiendo cualquier iniciativa ajena a
su persona. Toda la cohorte de decurios
que se apretaban en torno a l asintiendo
rezumaba poder de la conviccin, la
encarnacin de una voluntad
suprahumana que habra de llevarlos al
triunfo.
Camaradas! Los arqueros han
tensado la tripa que comba sus bastones
de fresno y los infantes aprietan los
msculos embadurnados de aceite.
Hasta los caballos piafan deseosos de
entrar en accin. Todas las naciones de
la Celtiberia aclaman al rgulo Istolacio
como nuestro salvador, slo esperan su
voz de mando para comenzar a luchar.
No podemos defraudarle.
Istolacio tuvo que intervenir antes de
que el entusiasmo de su diunviro se
desbordara y acabara insultando a los
capitanes o haciendo alguna barbaridad
parecida.
Querido Indortas, nadie va a
defraudarme y tampoco ninguno va a
escatimar esfuerzo en esta batalla que
hemos provocado con la fuerza de
nuestros ideales.
Inmediatamente dulcific el
semblante para quitar hierro a sus
palabras, sonri con melancola y
abraz con el hombro a su joven amigo a
quien casi le desbordaban las lgrimas.
En la vspera de las batallas el
rgulo Istolacio siempre se mostraba
as, sobrio, emocionado, con la tragedia
pintada en el rostro pero pronto a
acallar cualquier murmuracin que
intoxicara el nimo o la intransigencia
de Indortas que repela a los capitanes,
muchos de ellos caudillos respetados en
sus poblados. Indortas, por su parte,
hablaba ms que de costumbre,
enronqueca de tanto gritar, se
multiplicaba por cinco.
La situacin, sin embargo, no era
favorable. Con la encerrona de Amlkar
era preciso levantar el nimo
recordando la justicia del esfuerzo,
apelar a la lealtad y el favor de los
dioses.
Llevadme ante las filas de los
devotos. Quiero dirigirme a ellos antes
de cargar contra los cartagineses
orden el jefe supremo.
No tuvo que andar mucho el grupo
de capitanes pues los soldurios estaban
a menos de cien pasos atrs formando la
vanguardia del ejrcito. Cuando
Istolacio estuvo a pocos pies de la
primera fila pidi la careta ceremonial,
puso sus pies forrados en piel de ciervo
sobre ella y fue izado a hombros de los
capitanes.
Fieles devotos! Amadsimos
hermanos mos! Todo est dicho entre
nosotros. Habis jurado lealtad a la gran
diosa y ella os proteger como me
protege a m. Confo en vuestro valor
inagotable y en la furia de vuestros
brazos. Lo dems dejadlo en manos de
Lug. El aliento de nuestros antepasados
nos ayudar a encontrar la victoria, pues
luchamos tanto por nuestra libertad
como por el honor que ellos ganaron.
Amigos mos! Quiero declarar aqu
mismo libre de su voto sagrado al rgulo
Indortas. Si yo caigo en el combate, l
no debe seguirme en el Ms All sino
permanecer con el ejrcito para
continuar la lucha y conducir a nuestro
pueblo. Ofrecedle a l la misma lealtad
que a m.
A la sorpresa inicial se sobrepuso la
reaccin inmediata ante los deseos del
caudillo. Otra vez los capitanes se
movilizaron, esta vez los ms jvenes, y
trajeron un nuevo escudo ceremonial en
el que alzar a Indortas. Las tropas
aclamaron su nombre hasta que l
comenz a entonar el himno guerrero en
la antigua lengua celta. Muchos la
conocan y le siguieron.
El resto de las cohortes celtberas
escuchaba en silencio mientras los
pellejos de celia pasaban una y otra vez
entre las falanges. Cientos de hombres
apretaban los dientes desde la
vanguardia hasta las filas del final en las
que dos mil guerreros de los montes
Sagrados, casi desnudos, hacan sonar
las flcalas contra los escudos,
protegidos slo por calzas de lino,
hombreras de piel de cabra y un escueto
tringulo hecho con piel curtida de
jabal que les protega los genitales y
estaba atado con tiras de cuero a los
muslos, dejando las nalgas desnudas.
De pronto, poniendo un abrupto final
a los prolegmenos de los spanios,
sonaron los carnyx por el flanco de
Levante anunciando la llegada de los
cartagineses. Los edecanes trajeron los
caballos a los rgulos y los capitanes
montaron los suyos. Sonaron las
primeras rdenes. Los hombres se
sujetaron los cascos y mojaron con
saliva el filo de sus espadas. Se oan
imprecaciones, splicas sagradas, voces
que se encomendaban a dioses y hroes.
Los cartagineses seguan avanzando con
su cntico monocorde, grandioso, que
amenazaba con ahogar a los dems.
Rehn de su
gloria
Giscn el
Temerario
Los cirros rojizos del atardecer haban
dado paso al malva que anunciaba la
llegada de la noche. Un rehn celta
asignado para asistir al rgulo entr en
la tienda con la mayor discrecin que
pudo, encendi la lmpara de aceite que
descansaba en un taburete junto al lecho
y dej al lado una escudilla con un caldo
humeante que ola a grasa de cordero.
Istolacio no se inmut, dio las
gracias al muchacho y sigui de pie en
el mismo lugar, los brazos cruzados, una
mano sujetando el mentn, tratando de
pensar algo constructivo. Para lograrlo
slo poda hacer una cosa: recordar.
Escrutar el pasado, refrescar la
memoria, hacer que su vida entera
desfilara por el cedazo de su mente,
desmenuzarla hasta conseguir encontrar
algn indicio de esta pattica derrota.
Qu le haba traicionado?
La ambicin?
El exceso de confianza?
Acaso no deba ser el arrojo, virtud
del caudillo, o las altas miras su empeo
ms noble?
Tena la inquietante sensacin de que
algo haba fallado desde el principio.
Tal vez se hubiera sobrevalorado o, an
peor, tal vez haba menospreciado el
poder de Amlkar, su capacidad
estratgica.
Istolacio se vio a s mismo engaado
por la excesiva adoracin de sus
devotos, ciego por tanto ensalzamiento.
Nadie discuta sus rdenes, tampoco
Indortas, siempre proclive a exigir a los
dems. Desde que su padre muri junto
a los principales jefes de su tribu en la
feroz batalla que libraron contra los
bastetanos, l asumi la sagrada tarea de
dirigir a su pueblo. Tena slo
diecinueve aos y ya no hubo otra cosa
en su vida. Recibi apoyos, s, quiz
demasiados. Las primeras victorias le
hicieron ganar una fama de invencible
que l saba frgil pero alimentaba como
herramienta de persuasin. Supo
administrar justicia y sus sentencias
ecunimes reforzaron el sentimiento de
gratitud por parte de los ms
desfavorecidos, pero tambin de
ancianos, mujeres y hombres justos. No
pudo compartir las alegras de sus
compaeros jvenes que recorran los
poblados durante las fiestas del mes
florido en francachelas continuas,
bebiendo agua de fuego, cantando,
aporreando tambores y buscando mozas.
No se les hubiera ocurrido proponerle
semejante cosa. Se convirti en la viva
imagen de la integridad. Dedicaba sus
horas al estudio y al ejercicio fsico.
Una espesa cortina de respeto se form
a su alrededor impidiendo cualquier
relacin personal relajada, como si
fuera un monarca oriental recluido en su
palacio. No form su propia familia ni
tuvo maestros que lo trataran con amor y
condescendencia. Slo Indortas
consigui romper la barrera cuando, tras
un alarde de valor en una batalla en la
que le salv la vida, form el ncleo de
los devotos. La tropa aclam a Indortas
y l devolvi el gesto nombrndole
rgulo heredero, subordinado aunque
igual, una diarqua de hecho pero
siempre supeditada a la condicin de
caudillo que los dioses haban cargado
sobre sus hombros.
Desde aquel da se alivi su tensin
en el mando.
Tal vez demasiado?
En ocasiones haba dejado actuar a
Indortas, que era ms impulsivo que l,
o se haba dejado arrastrar por su
entusiasmo sin medir del todo las
consecuencias. Cundo le hizo creer
que podran vencer a Amlkar? O es
que su propia vanidad era tanta que le
resultaba imposible pensar que haba
sido l mismo quin decidi plantar cara
al sufete, espoleado por las
bravuconadas de los devotos y una
excesiva estima de sus posibilidades?
No tuvo informacin suficiente de las
ltimas remesas del ejrcito pnico
reclutado a la fuerza y que supona
varios miles. No pens en sus corazas
metlicas ni en el poder devastador de
los paquidermos. No debi confiar Y
sin embargo, qu diablos!, cmo iban
a calibrar cuando el enemigo entra en tu
casa y se lleva lo que quiere? Cmo
pararse a pensar ante el secuestro de la
libertad?
Lo nico que import el da que
levantaron sus espadas en la asamblea
de los jefes fue el valor, la
determinacin de todos. Conocan el
terreno, tenan sus temibles falcatas y las
mejores jabalinas, caballos bien
entrenados y sobre todo, razn.
El suplicio
del hroe
Expuesto en
la cruz
La senda del
paraso
Indortas abandon la reunin totalmente
emocionado, aceptando el ofrecimiento
de Brculo y Giscn como
representantes suyos. Sali sin detenerse
a hablar con nadie, presa de
sentimientos encontrados de gratitud y
envidia. Su mente racional trat de
concentrarse en la siguiente tarea. Haba
que preparar la pira, reunir cuantos
guerreros pudiera para entonar cnticos
y cuidar del fuego.
Al caer la noche, los haces de lea
haban alcanzado veinte palmos. Junto a
la pira, los hombres haban construido
una escalera con los travesaos de
madera para que los soldurios se
arrojaran desde lo alto. La srdida labor
se ejecutaba con precisin, en absoluto
silencio.
Entretanto, en la tienda del prncipe
arvaco su hermano trataba de agotar
sus ltimos argumentos.
Ests seguro de que debes
hacerlo? haba preguntado Asio
repentinamente serio tras las splicas y
los lloros.
Giscn se volvi con brusquedad
pero no haba ni rastro del gesto de
indignacin tan suyo, esa cara de
asombro entre ofendido e inocente que
le sala cuando las cosas no se
adaptaban a lo que l quera. Miraba el
mango de su espada con el aire distrado
que adoptaba cuando su mente estaba
ausente, con el mentn levantado, como
si conociera las preguntas antes de que
se las formularan.
Y por qu no habra de estarlo?
Porque an eres joven.
Es que por ser joven hay que ser
cobarde?
La respuesta fue rpida, tajante. El
aire distrado se esfum. Giscn
continu hablando ajeno a la
perturbacin de su hermano. Miraba sin
ver. Dejaba que las palabras salieran
como si se estuviera dirigiendo a un
auditorio invisible, aunque prximo y
real.
Existen cosas fijas en la vida que
no se pueden cambiar y hay que
aceptarlas. Como el color de los ojos o
el lugar de nacimiento. Lo mismo sucede
con nuestras creencias, con los valores
que nos sustentan y nos dictan la forma
de estar en el mundo. Los principios son
lo que nos obliga a modelar la conducta
para que los dems sientan respeto por
nosotros y no desprecio.
Yo creo que el primer juez debe
ser uno mismo.
A Giscn no le sorprendi
demasiado la clara respuesta de su
hermano. Desde haca cerca de un ao,
el chico daba muestras de una
inteligencia despierta, mayor de lo que
pareca cuando era ms pequeo.
Tampoco le faltaba dignidad ni criterio
independiente. Con tono cansado, quiso
convencerle una vez ms de sus
poderosas razones.
No se puede dudar de algo en lo
que ests comprometido, Asio, si no, es
mejor dejarlo. Hice un voto de lealtad
suprema al caudillo Istolacio y ofrec mi
vida a la diosa para protegerlo. Como
los dems. Los juramentos son para
cumplirlos, para llegar al final si es
necesario. Y hemos llegado.
Asio lo mir consternado. No poda
entender un desenlace de muerte
aceptada cuando la vida empezaba a
abrirse ante l. No vea justicia ni
obligacin moral en inmolarse cuando el
nico camino que dejaba la derrota era
recuperarse y resistir. Por qu haba de
morir alguien tan valioso como Giscn?
Acaso la diosa iba a querer tronchar
aquel vigoroso tallo en la plenitud de su
crecimiento?
No puedo comprenderlo, Giscn.
Hacer de una tragedia mayor tragedia,
aadir muerte a la muerte no tiene
sentido.
S lo tiene. Se trata de una
cuestin de lealtad que les debemos los
fieles. Ellos antes nos protegieron.
Una nueva pausa marc las
diferencias de sus sentimientos. Por fin
Giscn, en un ltimo esfuerzo por dar
satisfaccin a su hermano, le confes
una verdad ms ntima.
Quiero estar a la altura de mi
linaje, Asio. No podra vivir tranquilo si
ahora me vuelvo a casa y dejo de
cumplir mi juramento. Como t te
quedas con madre y la hacienda, puedo
partir sin remordimientos.
El chico no dijo nada, ya no le
quedaban palabras.
Te voy a pedir dos cosas, de
acuerdo?
Giscn recuper algo de su tono
alegre y le revolvi el pelo, como si
fuera a salir de caza y le encargara
llevar los perros.
Asio afirm con la cabeza.
Uno: no quiero que asistas a la
cremacin. Y dos: maana recogers un
puado de cenizas, cuando se haya
apagado la hoguera y se lo llevars a
madre en una bolsa de cuero. De
acuerdo?
Hablaba como si se encontraran en
Tiermes y le estuviera haciendo uno de
sus consabidos encargos. Asio se qued
mirndolo. Nunca le haba querido tanto.
Por un instante, comprendi la grandeza
del acto que iba a realizar y se sinti
abrumado por la naturalidad con que le
haca frente. Supo entonces qu
significaba la palabra nobleza que tanto
oa emplear a su alrededor.
De acuerdo.
Y se abalanz sobre l para
abrazarlo.
Justicia al caudillo
Istolacio!!!
Gloria a sus devotos!!!
SACRIFICIO
Solo
Dilogo con
la naturaleza
Amor de
hombre
Regreso
Tomar las
riendas
Hermanos spanios!
Habitantes de esta hermosa
Tiermes que puede gozar con el
honor de tener entre sus hijos a
un hroe como el prncipe
Giscn.
Vengo a rendir tributo a un
guerrero valiente, digno sucesor
de su linaje, un joven generoso
que abraz sin dudar la causa
que a todos nos atae y no es
otra que la de luchar juntos
contra el yugo cartagins.
Quiero presentar mis
condolencias a su familia y
saludar con respeto a los
miembros del Areopago, cuyo
honor se ha visto engrandecido
por la conducta suya.
Odme bien, porque yo os
digo que slo si olvidamos
nuestro propio inters en
beneficio de la Spania toda,
podremos alcanzar el objetivo
de recuperar la independencia.
Miremos cara a cara a las
tribus beras, sin rencores ni
enconos. Estrechemos los lazos
de quienes formamos la nacin
celta para abrazarnos
precisamente aqu, en el
corazn de la Celtiberia.
Debemos arrojar, de una vez
por todas, la desconfianza que
anida como vbora en nuestros
corazones. Olvidemos rencillas
y acabemos con las necias
rivalidades.
Los vacceos somos como un
roble robusto, centenario, que
hunde sus races en el tiempo de
nuestros antepasados, desde el
da feliz que concluy la Gran
Marcha y vinimos a enraizar en
estas tierras de Spania. Nuestra
savia es la tradicin sagrada, la
sabidura celta que heredamos
de nuestros mayores y los
druidas preservan con el mayor
cuidado.
Rgulos, caudillos,
delegados, hombres y mujeres
de Tiermes!
Yo os exhorto a abrazar con
nosotros un pacto de ayuda
mutua, una alianza de amistad
que sea ejemplo para las dems
tribus y refuerce el nimo de
todas las comarcas, en especial
a quienes ya soportan el yugo
maldito, pero tambin un pacto
con quienes debemos resistir,
obrar con cauta previsin ante
el futuro para mantener la
libertad de nuestro pueblo[1].
Entre arvacos y vacceos
abarcamos el mayor territorio
de Spania. Tenemos las tierras
altas entre los ros Iber y
Durius, el ncleo peninsular
que no debe pudrirse en manos
de los pnicos. Unamos
nuestras fuerzas. As podremos
encarar el destino que los
tiempos imponen.
Un heraldo avanz hacia el Consejo
y entreg la tsera doble al anciano
Abdn. Las condiciones del pacto ya
haban sido largamente discutidas el da
anterior en asamblea con el propio
Argauri. Abdn mir a derecha e
izquierda, hacia sus compaeros. Todos
asintieron con la cabeza, menos
Segontius que manifest su desacuerdo
en la discusin de la asamblea y sostuvo
que la fuerza de los arvacos era
precisamente su independencia y que
fueran temidos por todos.
Como la decisin estaba ya tomada
por la gran mayora, Abdn dobl la
tsera de plomo, la parti por la zona
delgada que divida el acuerdo escrito
dos veces y entreg una al heraldo. Este
volvi a ponerla en manos de Argauri,
quien la recibi con sus dos manos y la
mostr en alto. Los habitantes de
Tiermes, hasta entonces silenciosos
como los chopos en la quietud del esto,
estallaron en aplausos y voces de jbilo.
Cuando la asamblea en pleno coreaba ya
consignas a favor de la unin, el bardo
Ferrex comenz a entonar el himno de la
victoria del pueblo celta y todos le
siguieron.
Lea permaneca de pie junto a una
columna, sin inmutarse, cubierta de pies
a cabeza por un velo del color del humo,
con una pequea urna de alabastro entre
sus manos. Nada pareca afectarle, ni
los discursos ni los vtores. Se la vea
infinitamente triste, ausente, flanqueada
por el joven Asio que ya sobrepasaba su
altura. A pesar de que hubo momentos en
que le cost, el chico haba conseguido
mantener su emocin a raya. A l si le
haban impresionado las aclamaciones
de sus vecinos. Y sobre todo, las
dramticas palabras de Argauri.
Fueron tres jornadas agotadoras que
ambos soportaron con estoicismo, sin
apenas hablar, dejndose abrazar y
estrechar las manos, haciendo como que
escuchaban, asintiendo al alud de
consejos recomendndoles tener nimo y
encontrar pronto consuelo. La mayora
de los termesinos senta lstima por
aquella mujer desprovista de su
primognito, aunque hubiera quien no
poda evitar una secreta satisfaccin por
la desaparicin de aquel joven tan
valioso que les haca sentirse mal
cuando lo vean con su porte altanero
moverse por al gora o caracolear con
el caballo en los desfiles procesionales.
A todos, sin embargo, les conmova el
dolor ptreo de la madre, su cruda
desolacin. Ahora ella quedaba, deca
Aspia a su vecina Mlide, con ese pobre
chico que andaba siempre detrs del
locuelo de Alakn. Ese zagal medio
griego no tiene trazas de ser el hombre
que ella habra de necesitar como
bculo de su vejez, aada, con aire de
sentencia.
Durante un da entero desfilaron por
la casa familiar los habitantes de la
ciudad con lentitud exasperante, los
hombres mudos, con sus manos callosas
apretando las de Lea, deseando abrazar
a aquella mujer an tan hermosa y ya
desvalida, queriendo alguno ser digno
de ella; las mujeres llorosas y
dramticas, sujetando el manteo que les
cubra la cabeza, gesticulando con la
mano libre o apoyndola en el brazo
paciente de Lea mientras desgranaban su
dolor de madres, sus profundas quejas
hacia la vida.
En el Areopago, fueron los
miembros prominentes del Consejo
quienes la abrumaron con largusimos
parlamentos que sonaban huecos, de
compromiso incierto, pues la mayora no
estaban seguros si la muerte de Giscn
haba sido un acto de herosmo o una
temeridad.
Tampoco para Lea, como para Asio,
estaba claro. Saban que Gisco era
valiente, nadie mejor que ellos. Y
generoso. Un modelo de hijo, un
hermano adorable. Tan poderoso y
brillante haba sido su astro en el
firmamento de su existencia que a
ambos, aunque no lo dijeran, les
resultaba imposible imaginar la vida sin
su luz y calor. Saban tambin que era
testarudo ms all de la razn, que a
menudo exageraba y le gustaba tentar el
lmite de las cosas, pero no alcanzaban a
comprender que hipotecara su vida hasta
tal extremo. No haba dado muestras de
creer mucho en los poderes ocultos y a
menudo se tomaba a broma los ritos
religiosos. Sin embargo, se haba
entregado a un pacto infernal sin que
nadie se lo pidiese y no haba dudado en
el momento de llevarlo hasta sus ltimas
consecuencias.
Egosta, cegado por el maldito
honor del guerrero, ansioso por emular a
esos antepasados a quienes tena
idealizados, un chico sin madurar,
soador, incapaz de ver las
consecuencias de sus actos.
Eso es lo que pensaba Lea en los
momentos ms amargos. Para ella, su
hijo, la adorada criatura a quien cuid
ms que a un tesoro, era otra vctima de
la odiosa mentalidad varonil que pona
su condicin de guerrero, el
cumplimiento de la palabra dada y los
lazos de camaradera, por encima de
cualquier otra consideracin.
Para Asio era distinto.
l haba visto la fra determinacin
de su hermano, escuch lo ms
serenamente que pudo sus razones para
cumplir el juramento, no era una de esas
cabriolas que tanto le gustaba hacer para
deslumbrar a los dems, un brindis al
sol del que volviera indemne, tan
juguetn como de costumbre. No, no se
trataba de simple coraje ni tampoco de
vana temeridad. Saba lo que haca.
Algo haba pasado cuando fue testigo
del martirio de Istolacio. Cuando
estuvieron los dos solos en la tienda,
antes de dirigirse a la pira como quien
va a los baos, Yisco daba la sensacin
de poder escuchar en su interior las
voces de los hroes llamndole, era
como si lo que ms le importara fuera
acudir al abrazo abierto de su padre y
abuelos.
Haba algo que se le escapaba.
Un sentimiento trascendental al que
l, Asio, el hermanillo postizo y
demasiado nio, no consegua llegar. Un
misticismo escondido del que slo pudo
vislumbrar algn destello de vez en
cuando en el tiempo que compartieron
juntos, como cuando pintaba en el techo
de una cueva el contorno de un jabal o
la cabeza de un ciervo, arrobado, seguro
de atraer a la pieza al da siguiente. O
durante las celebraciones del solsticio
de verano, cuando cantaba el himno a
Lug con la toga velndole el rostro y l,
Asio, el chiquillo que a nadie importaba
y todo lo contemplaba con la lcida
libertad de un duende, descubra atnito
dos lagrimones en aquel rostro que no
pareca hecho para llorar.
Lo peor fueron las loas, unas
impostadas pero muchas ms autnticas,
de los clanes guerreros. Su pretensin
de que la muerte de Giscn que a su
madre y hermano les pareca al final
descabellada, injusta e incluso ridcula
deba considerarse ejemplar, fruto de
la nobleza de su espritu y por tanto
motivo ms que suficiente para
consagrarlo como hroe e intermediario
con los dioses.
A esas alturas, ni Lea ni Asio
escuchaban ya. Mientras los guerreros
se esforzaban en cantar las virtudes de
Giscn en pblico, tratndolo como
espritu benefactor, la imaginacin de
ambos se deslizaba por acontecimientos
y escenarios pasados: Yisco salvando a
Asio cuando casi se lo llev la corriente
del ro; llegando a casa con su primer
jabal abatido y el colmillo que se puso
al cuello durante toda su adolescencia;
departiendo con sus amigos en el gora,
siempre en el centro de la atencin.
Giscn alegre, serio, bromista, juguetn,
con sus ojos claros llenos de vida.
Por fin al atardecer del tercer da, se
form la procesin que iba a acompaar
las cenizas a la necrpolis de
extramuros, su morada para la eternidad.
Al concluir la ltima ceremonia, un
banquete de despedida estaba dispuesto
en la pradera del gora en honor del
caudillo vacceo y el resto de
representantes forneos. Lea se excus
pretextando su luto y Asio se retir con
ella.
La vida tard en arrancar en la casa
familiar hasta que lentamente se fue
abriendo entre la sucesin de las
semanas y el cambio de estacin. Lleg
el esto y con el calor, el tiempo de la
recoleccin. Una tarde en que Asio
volva de una jornada de caza con
Alakn, se encontr con que todas sus
cosas haban sido trasladadas al cuarto
de Giscn. Lea le explic el cambio con
esa determinacin suya que tanto gustaba
al chico, aunque an desmayada.
No necesito ver el cuarto de tu
hermano tal y como lo dej para
recordarle, lo llevo en mi corazn. Para
hablar con l, slo tengo que acudir a la
necrpolis o quedarme sentada en mi
cuarto. No hay razn para que no la
ocupes t.
Era la parrafada ms larga que Asio
haba escuchado de sus labios en casi
dos meses.
Aquella noche durmi en el gran
lecho que perteneci a Giscn, con
almohadones de nade y cortinajes de
gasa para protegerlo de los insectos. Al
principio se sinti tan intimidado que le
cost serenarse para conciliar el sueo,
pero a la maana siguiente, cuando vio
el raudal de luz que entraba por los
arcos que daban al patio central, sinti
una rara felicidad. All estaban los
trofeos que su hermano haba ido
acumulando en su corta existencia: dos
crneos de ciervo con esplndidas
cuernas, las tres cteras familiares que
pertenecieron a su padre, a su abuelo y a
su bisabuelo, un casco cartagins, la
concha de una tortuga gigante Tambin
vio sus propios tesoros dispuestos en
una mesa como si fuera el ajuar de un
novio: la falcata que le regal Aristaco,
sus pequeas figurillas de arcilla
representando caballos y guerreros, la
fbula de plata que le entreg su madre
al cumplir los diecisis aos y una caja
de ncar que le dio Graco, el amigo de
su padre, con arena trada de Esparta.
Ese mismo da cuando fue a sentarse
a la mesa, su madre le cedi la cabecera
delante de los sirvientes, a los que haba
llamado para que fueran testigos de sus
palabras:
De hoy en adelante l es el cabeza
de familia.
A partir de entonces, el trato de los
criados cambi. Ya no le llamaban por
su nombre, sino seor. Paukas pona sus
manos como escaln para ayudarle a
montar y se quitaba el sombrero de paja
cuando se diriga a l.
Al fin comprenda el ltimo rasgo
generoso de Giscn, cuando decidi
sacrificarse y le dijo con cara de pcaro
que se iba tranquilo porque los Ulones
tenan heredero. l se lo tom como un
halago o una forma de tranquilizarle,
pues nunca hubiera imaginado ser
aceptado sin reticencias por los criados
y hasta por el Consejo de Ancianos que
le llam para que ocupara el asiento de
Giscn en la asamblea.
Probablemente haba pesado ms en
el cmputo de ventajas e inconvenientes,
mantener la apariencia del linaje en el
varn restante aunque hubiera que pasar
por alto su peculiar origen. A fin de
cuentas, el muchacho era hijo de Lea y
en sus venas tambin corra sangre de
caudillos. Su presencia en la asamblea
significaba un voto ms, seguramente
influenciable, y ahora que su madre lo
haba nombrado cabeza de familia,
dispona de un rico patrimonio que no se
poda desdear.
Asio se dejaba hacer y no
manifestaba sus verdaderos sentimientos
ni sus opiniones. Tampoco el carcter
combativo que le impulsaba a indagar la
razn ltima de las cosas. Se reservaba
para Alakn, quien deba soportar largas
diatribas sobre esto o lo otro hasta que
le sellaba la boca con la suya.
El amigo estaba entusiasmado con su
transformacin. Ser el hombre de la casa
le haba sentado bien, se le vea menos
lnguido, ms hecho.
As comprenders mejor mi
situacin, siempre pendiente de mis
hermanos pequeos y los pobres
abuelos, tan mayores y tan tristes. A lo
mejor ya no te enfadas tanto cuando no
puedo verte porque estoy ocupado en
casa.
Asio sonrea sentado junto a su amor
mientras con un palo golpeaba los
guijarros del suelo para arrojarlos ms
lejos. Tena razn Alak. En los cuarenta
das ltimos del verano se haban visto
poco y l no se lo haba reprochado.
Esta aceptacin mutua de los deberes de
cada uno deba formar parte tambin de
la madurez que se le haba venido
encima en los ltimos meses.
17
La vida en el
surco
Llama
indortas
Un eslabn en
la cadena
Atrapado
Bscate a ti
mismo
La verdad
desnuda
DESPOJO
SNECA
23
Aprendizaje
compartido
Sin embargo, y aunque no lo pidiera, el
aprendizaje drudico del joven arvaco
comenz aquella misma noche, cuando
al fin se sentaron los dos ante una
acogedora fogata para calentarse y
poner a cocer unas races que haban
recogido.
La primera leccin result muda y
de carcter prctico: en las alforjas que
colgaban a los costados del caballo de
Prtalo haba toda clase de utensilios
para sobrevivir tales como yesca,
pedernal, una cazoleta de estao, un
hocn y cuerdas para hacer lazos con los
que atrapar perdices o liebres.
La segunda fue directamente al
grano.
Dos cosas principales nos
ensean nada ms empezar nuestra
preparacin a la filosofa druida dijo
Prtalo: El amor a la naturaleza y el
deseo de aprendizaje. Van unidos porque
nuestra sabidura se basa en la
observacin de los ciclos naturales.
Todo est en la naturaleza que nos
rodea, Asio, slo debemos fijarnos bien
y comprender. El ser humano vive
demasiado encerrado en su propio
mundo, se ocupa sobre todo de guerrear
entre s, conservar lo que posee o
ambicionar ms. A veces olvida que
forma parte de un universo magnfico
que tambin opera en l. Hay que
abrirse al Cosmos y escuchar la voz de
la conciencia, estar preparado para que
entre en cada uno de nosotros la luz del
conocimiento.
Y eso cmo se hace?
El espritu necesita desequilibrio
para crecer, porque tambin esta vivo.
Cuando observas que la vida nace del
encuentro de los opuestos, te das cuenta.
El equilibrio perfecto desemboca en la
ausencia de movimiento. No concebimos
un cielo siempre en equilibrio, tampoco
el espritu humano. Entre las tradas de
enseanza que recibimos en el primer
grado de vates hay una que dice: Un
druida debe ver todo, aprender de todo,
sufrir todo. Ese sufrir significa
desequilibrarse y crecer.
Qu hace un vate?
Se impregna del conocimiento y
las costumbres druidas. Su tarea es
preparar su espritu y lo hace a travs de
la palabra, la herramienta que los dioses
nos ofrecieron para elevarnos sobre
nuestra condicin animal. Debe
componer poemas para expresar sus
sentimientos y la visin que va
adquiriendo del mundo. Busca el
significado preciso de las palabras y
todas sus posibles combinaciones.
Nuestra tradicin es oral, no la
escribimos, a diferencia de los griegos
modernos pero no de los antiguos. Por
eso uno de los pilares del aprendizaje es
el dominio del lenguaje, para ser
capaces de transmitir de la forma ms
certera nuestras enseanzas y ofrecerlo a
los bardos.
Los bardos?
S, estudian la msica y la forma
de acompaar las palabras de los vates
con himnos de alabanza o largos
cantares que cuentan la historia de la
Keltik. Pero no te adelantes, amigo
Asio, antes que nada hay que saber las
tradas del conocimiento.
Dime algunas.
Veamos Hay tres cosas que una
persona es: lo que ella piensa que es, lo
que los dems piensan que es y lo que
realmente es. En todo aprendizaje
encontramos estas categoras triples que
forman tringulos equilibrados,
cerrados, quiero decir con la energa de
sus lados compensada. Por ejemplo, los
druidas nos empeamos en hacer
comprender a cada hombre o mujer que
debe aprender a tener dominio sobre
tres cosas: la mente, el deseo y la mano.
El hombre y la mujer estudian las
mismas cosas en vuestras escuelas?
S. Todos nacimos de mujer
gracias a un hombre, as que no vemos
por qu unos han de prevalecer sobre
otros, aunque sean de naturalezas
distintas. Esa diferencia forma parte de
otra de las categoras del existir,
fundamentales para comprender la vida
y el mundo, que son las dualidades
sencillas que rigen el cosmos como la
luz y la oscuridad, lo seco y lo hmedo,
el calor y el fro, la tierra y el aire
Son contrarios que se complementan y
de su desequilibrio nace la vida, como
te deca antes.
Y ese encuentro de contrarios, me
imagino aadi Asio con la mirada
fija en las llamas produce nuevas
tradas. En el hombre, lo elemental,
concreto y visible, mientras que en la
mujer rige lo etreo, intangible y
escondido.
Veo que comprendes
perfectamente.
Las ramas ya no alumbraban y el
rescoldo apenas daba calor. Prtalo dijo
que era suficiente para el primer da y
propuso descansar. Asio se envolvi en
su frazada, pero no poda dormir. Las
ideas que el druida haba sembrado en
su espritu mantenan su conciencia en
estado de completa vigilia.
24
La vetona
El corazn de
la Keltik
La Treta De
Obyssos
El perverso qued
satisfecho y lleno de alegra
con la derrota de los fieros
lusitanos y la muerte del
caudillo Indortas tras un
horrendo suplicio en el que los
demonios pnicos le clavaron a
una cruz despus de sacarle los
ojos y quebrar sus piernas. As,
el prfido cartagins sojuzg el
occidente de la Pennsula y
puso bajo su yugo a los
valientes lusitanos de quienes
se llev como esclavos ms de
dos mil. Con el nimo hinchado
por la vanidad de su conquista
march hacia Levante,
queriendo establecer all la
potestad y dejando libre casi
todo el territorio de la Spania
por imposible de domear,
renunciando as a ser el rey de
quienes le odiaban y siempre le
haran la guerra, nosotros, los
celtas spanios, los hijos de Lug.
Fue hacia las tierras de los
beros que buscan su amistad y
alianza y no les duele que sus
hijos tomen las armas junto al
enemigo invasor, porque viven
de venderles sus mercaderas y
trabajar para ellos.
Callad, no maldigis en
vano, fueron beros quienes se
confabularon para buscar la
perdicin de Amlkar. Obyssos,
rgulo de los oretanos, a
quienes los bardos del futuro
llamarn el Audaz, fingi
amistad con el sufete
aprovechando las buenas
relaciones que sus antepasados
tenan ya con las gentes de
Cartago, pues no es de ahora,
hermanos, la alianza bero-
pnica sino de muchas
generaciones atrs. Sabiendo
Obyssos que Amlkar se
dispona a atacar Hlike fue
hasta su campamento
desarmado, con sus hijos y
parientes, para ofrecerle su
ayuda y proponerle la mejor
manera de conquistar la ciudad.
Y Amlkar le crey? pregunt
una voz.
En la asamblea de Cauca
continu el bardo, Obyssos
alert a los jefes de dicindoles
que tena una estratagema.
Luego, para no levantar
sospechas y por si los espas
que all hubiera podan irle con
el cuento a Amlkar, fingi
enemistarse con los lobetanos y
edetanos del Levante. Proclam
que ms vala una alianza con
Cartago que estar a la grea
con sus vecinos y discutir sin
descanso en las asambleas de
jefes. Incluso aprendi a hablar
el idioma de los pnicos para
darles mayor confianza.
Cuando lleg el momento, nadie
dud de su lealtad y los altivos
generales del sufete le
admitieron incluso en sus
deliberaciones. Supo por dnde
queran ir y cmo se
distribuiran sus efectivos.
El bardo se detuvo y tom otro trago
de la copa que le ofreca la beldad.
Todos los ojos estaban clavados en l.
Asio y Prtalo escuchaban admirados
sin acabar de creer la historia. A veces
ocurra que un bardo deseoso de
atencin, o con ganas de aumentar su
bolsa, contaba historias fantsticas que
slo haban sucedido en su imaginacin.
La gente esperaba sin aliento a que
continuara, hasta los nios permanecan
quietos y en silencio, mientras el rubio
Tireidas paseaba su mirada a un lado y a
otro comprobando el inters de su
auditorio. Saba cmo ganarse a la gente
con su hermosa voz y los compases del
instrumento que taa ms fuerte o ms
suave segn conviniera al relato. Era su
oficio y no le iba nada mal. Esa noche,
el cuerpo de su doncella oferente
premiara su actuacin ms all de las
monedas que a buen seguro habran de
sonar en su bolsa, al final de la
representacin.
Tireidas haba vuelto a hacer una pausa
en su relato, pero esta vez no bebi sino
que agach la cabeza y rasgue con ms
fuerza su instrumento hasta sacar unas
notas agudas que daban un mayor aire de
intriga a la narracin. Lmsica, la ninfa
que lo contemplaba arrobada, apoy los
brazos sobre las piernas del chico, lo
que levant un murmullo de admiracin
y envidia entre el grupo de muchachas
de su edad mientras los hombres
aprovechaban la pausa para hacer
comentarios groseros, rerse y liberar la
tensin.
Esa momia iba directa al
matadero.
Estaba escrito en el cielo.
As lo quiso Lug, que hace justicia
sobre la Tierra.
Que le den por donde amargan los
pepinos, a l y al Asdrubalillo ese.
El bardo retom el relato con voz
hueca, an ms grave. Lo hizo mirando
al frente, con la vista perdida por
encima de las cabezas como si lo que
iba a contar a partir de ese momento
fuera a remontar ms all de lo humano.
El pblico saba que llegaba la parte
prodigiosa, el nudo que preceda al
desenlace de la historia.
Futuro
incierto
Pasado
sellado
Queridsimo hijo,
Vendrs y hallars slo mi
cuerpo, pues yo habr partido
ya para reunirme con todos los
que me faltan: mi adorada
madre, mi padre el caudillo, tu
hermano Giscn.
Perdname, s que no
debera aadir dolor a tu
desdicha, pero cuando llega la
hora del sacrificio las cosas
terrenales deben quedar de
lado. Estoy segura de que
saldrs adelante, tu amigo el
druida es la garanta de que vas
por el buen camino.
Escucha a tu corazn y
nunca te doblegues a quienes
quieran imponerte sus dictados.
Nuestra familia siempre ha
mandado y elegido su destino,
haz t lo mismo de manera que
tu conciencia est en paz y la
vida no sea jams una carga
para ti.
No creas que estoy
desesperada, simplemente no
deseo vivir ya ni contemplar
una maana mi rostro surcado
de amargura. Tampoco quiero
permanecer en esta ciudad ni
un da ms. Comprndeme, te lo
ruego, no puedo acompaarte
en el destierro, tesoro, sera un
obstculo para tu libertad.
Vete a ver a tu padre,
explcale que es tarde para
reunimos como quisimos un da,
que ya no tengo edad para
compartir su lecho aunque bien
lo hubiera querido. Qudate
con l y aprende de los helenos,
ellos saben disfrutar de la vida
hablando de la amistad y sin
exaltar la guerra, son hombres
de pensamiento, conocen los
misterios de la vida, tratan de
desentraar la naturaleza de
las cosas y, lo que es ms
importante, buscan el camino
de la rectitud. Aristaco y sus
amigos podrn hablarte de
Tales de Mileto, Scrates de
Atenas y Platn, de sus
enseanzas en pos del Bien, la
Verdad y la Belleza. Eso es lo
que importa, hijo mo.
No creas que me entrego a
la muerte por vergenza de ti,
estoy orgullosa de lo que
hiciste. Tampoco me importa
que ames ms a los hombres que
a las mujeres, ya lo sabes, cada
uno debe seguir lo que le dicta
su naturaleza.
Puesto que no te est
permitido poseer lo que en
realidad es tuyo, he dejado
todos nuestros bienes a tu
amigo Alaicen, como custodio,
pues confo en que algn da te
sern devueltos. l no va a
poder acompaarte, me temo.
Tom esposa y quiere formar
una familia. No lo tomes a mal,
Asio, no le guardes rencor.
Reparte nuestros enseres entre
los criados y deja que sigan
viviendo en nuestra casa.
No dejes que los dems te
impongan condiciones que
detestas, pues no hay nada peor
que la esclavitud del espritu.
Naciste libre y as has de seguir,
limpio, recto, fraileo en tu
conducta, por encima de
envidias y maledicencias.
Te quiero ms que a mi vida.
Ofrezco este sacrificio a las
diosas madres para que
protejan y hagan de ti el hombre
que mereces ser. No me
decepciones.
Incinera mis restos y
llvalos contigo en una urna, no
deseo reposar en esta tierra.
Quiero que esparzas mis
cenizas junto al mar, donde
fuiste tan feliz con tu padre.
Coloca en la pira a Paukas,
junto a m, pues ese era su
deseo, pero deja que Aurebia
guarde su urna en el altar que
nuestra familia tiene en la
necrpolis.
Que el padre Lug te
sostenga y la diosa Eako te d
fuerzas, hijo mo. S feliz, mi
espritu te estar esperando en
la eternidad.
Te abrazo. Antes de tomar el
veneno que me liberar de tanta
pesadumbre, mi ltimo
pensamiento ser para ti.
Hasta siempre.
TU MADRE, LEA.
El tesoro del
tiempo
SERENA SENDA
JULIO CSAR
30
Maestro
Dulce
venganza