La Memoria en Los Estudios Culturales
La Memoria en Los Estudios Culturales
La Memoria en Los Estudios Culturales
La segunda mitad del siglo XX trajo consigo una serie de acontecimientos que transformaron
a las sociedades en su conjunto; la caída del muro de Berlín y el inicio de la mundialización
económica, los procesos de descolonización y la emergencia de nuevos protagonistas en la
historia, la hegemonía de la economía global y perdida de legitimad del Estado. Estos sucesos
incitaron la inquietud por el pasado y se dio el surgimiento de discursos de la memoria en
1960, como una forma de controvertir la historia hegemónica. Posteriormente sobre la década
de1980 se intensificaron, en función de recordar pasados traumáticos, en particular los
relacionados con el holocausto, lo que provocaría, sobre los años 90 que los discursos de la
memoria se difundieran a nivel mundial, dada la recurrencia de prácticas genocidas en
diferentes lugares del mundo como lo ocurrido en Ruanda, Bosnia y Kosovo (Huyssen,
2001).
En consecuencia, los usos que se le han dado a la memoria en las sociedades contemporáneas
se caracterizan por la búsqueda historiografías alternativas y revisionistas (Huyssen, 2001),
en la que ciertas minorías reivindican su construcción de pasado por fuera de la pretensión
totalizadora de las historias nacionales. Asimismo estos discursos de la memoria se
expandieron en función de narrar sucesos traumáticos, usando el holocausto como medio de
evocación, a lo que Huyssen (2001) llamo el Holocausto como tropos universal, en el cual el
holocausto comienza a funcionar como una metáfora de otras historias traumáticas y de su
memoria.
En este contexto nos surgen los siguientes interrogantes ¿Cómo entender la configuración de
una cultura de la memoria en el contexto actual desde los estudios culturales? y ¿Qué
posibilidades epistemológicas hay desde los estudios culturales para entender la memoria
como práctica cultural que emergen en el presente, con un obstinado deseo de memoria?
Para lograr el objetivo es necesario situar epistemológicamente los estudios culturales, para
lo cual, retomamos las críticas que este campo ha recibido con el fin precisar su potencialidad
para los estudios sobre memoria. Me situó en dos criticas fundamentales que han sido las
más recurrentes, vale la pena indicar que este texto no es un manifiesto en defensa de este
campo de estudio, sin embargo si es de nuestro interés comprender el boom cultural que ha
suscitado recientemente la memoria.
Esta crítica afirma que es el estudio de la textualidad o de textos particulares, lo que conlleva
a una literaturización de la realidad social y por ende no se ocupa de los problemas del mundo
real, las formas de dominación y las relaciones de poder1. Al respecto Grossberg, (2012),
1
Ver: VEGA CANTOR, Renán. Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar: capitalismo,
tecnociencia y ecocidio planetario. Ed. Universidad Pedagógica Nacional. Bogotá, 2007. Pag. 82 – 83
menciona que los estudios culturales se construyen sobre el deseo de hallar un modo de
conservar la complejidad de la realidad humana, para rehusarse a reducir la vida humana o
el poder a una dimensión, a un eje, aun marco explicativo, desde esta perspectiva la
materialidad reclamada en la crítica sería una dimensión que debe ser completada o puesta
en relación con otros planos en contexto. En sus palabras:
Los estudios culturales creen que hay realidades materiales (no discursivas), cuyos
efectos son reales y mensurables. ¡No convierte todo en cultura! Los estudios
culturales no tratan el mundo como si fueran única y absolutamente cultura; y no
niega la existencia material del mundo aparte de las maneras como los seres
humanos lo entiende y se comunican sobre él.
Lo anterior nos permite ubicar epistemológicamente los estudios culturales dentro de una
corriente anti reduccionista que ha caracterizado a la teoría social contemporánea y la cual
busca evitar que la realidad social sea comprendida desde una sola variable o aspecto
analítico esto lo ha concluido muy bien Eduardo Restrepo:
De esta forma, el tema sobre la cultura de memoria que nos convoca en este texto, involucra
diferentes dimensiones materiales, simbólicas, discursivas y políticas que se ponen en juego
en la lucha por el pasado, en términos de Jelin, (2017):
La memoria no es el pasado, sino la manera como los sujetos construyen un sentido
del pasado, un pasado que se actualiza en su enlace con el presente y también con el
futuro deseado en el acto de rememorar, olvidar y silenciar.
Este proceso que describe la autora, involucra una representación del pasado que es
construida como conocimiento cultural. Esto es: como fenómeno que involucra prácticas de
recuerdo y olvido que se insertan en la vida cotidiana y trascienden los ámbitos culturales,
políticos, económicos e inclusive las disciplinas y la nación (Erll, 2012). Por lo tanto, su
estudio implica desmantelar los procesos que configuran la construcción de sentidos del
pasado en contextos específicos condensados en medio de prácticas culturales y transmitidas
a través de estas.
Una de las críticas que en diversos autores aparece, es la denuncia de una falta de rigor
epistémico. Esto es evidente en palabras de Follari, (2001):
Por tanto la interdisciplinariedad, es para la memoria una necesidad que amplía las miradas
epistemológicas sobre las formas como individual y colectivamente se produce la
rememoración, se decretan olvidos y se lucha por imponer sentidos de pasado. Por tanto una
sola disciplina no da cuenta de estos elementos que hemos mencionado.
Recientemente una aproximación que apoya esta perspectiva, fue elaborada por Astrid Erll,
(2012) para quien la memoria es un fenómeno cultural transdisciplinario que se configuró en
el marco de los estudios culturales con dimensiones internacionales. Su investigación
requiere un enfoque interdisciplinario por tanto la historia es uno de los campos desde donde
se puede estudiar la memoria, así como ocurre con la sociología, el arte, la literatura, el
estudio de los medios, la filosofía, la teología, la psicología y las neurociencias.
Esto coincide con Grossberg, (2012) al afirmar que un evento o práctica no existe
independientemente de las fuerzas del contexto que lo constituyen en cuanto tal. Obviamente,
el contexto no es un mero telón de fondo sino la misma condición de posibilidad de algo.
Desde este punto de vista la memoria en su contexto problemático del presente está
atravesado por un campo en disputa que es dinámico y activo que no es meramente
coyuntural. La continuidad de las imágenes y sentidos del pasado, o la elaboración de nuevas
interpretaciones y su aceptación o rechazo sociales, producen efectos materiales, simbólicos
y políticos, e influyen en las luchas por el poder (Jelin, 2017).
Finalmente la memoria en cuanto practica cultural en las sociedades contemporáneas ha
experimentado un auge inusitado que constantemente pone en cuestión los postulados
epistemológicos de las ciencias sociales. Lo que implica un cambio de perspectiva que
implique miradas más complejas sobre las formas en que los diferentes actores sociales
establecen relaciones con el pasado con el objetivo de transformar el presente, este proceso
lo hemos analizado en perspectiva del concepto de Articulación propuesto por (Grossberg,
2012). Como forma de comprensión de la memoria en el contexto del presente.
Los estudios culturales, pese a las críticas que recibe desde diversas posturas hemos
demostrado potencialidades para los estudios de la memoria, en la medida que permite
miradas más complejas sobre las formas de acceder a las interpretaciones del pasado que los
actores ponen en escenarios de disputa con el fin de imponer sentidos hegemónicos.